Vivir sin democracia

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Vivir sin democracia:

acerca de la cultura política y la democracia actuales

Por Christian Daniel Cortés Campos

1. Democracia y cultura política

Uno de los temas centrales de la antropología, desde sus inicios como disciplina con aspiraciones

científicas, es la cultura, entendida de muy diversas maneras: como una red de significados, un

catálogo de costumbres, o como el ejercicio de alguna identidad. Se le ha definido como la

contraparte de la naturaleza, todo aquello que es producto del raciocinio y la creatividad del ser

humano en oposición –o complementando– a lo natural; incluso en una de las primeras

definiciones, como un “todo complejo” que incluye las tradiciones, las costumbres, las artes, las

formas de organización, entre muchos otros elementos. Tomar una definición concreta resulta,

aun en nuestros días, una tarea ardua y complicada.

La política, por su parte, también tiene sus dificultades de aprehensión, aunque podríamos

aventurarnos y restringir nuestra búsqueda a una definición clara y sencilla, únicamente para

efectos de este ensayo: “el proceso orientado ideológicamente hacia la toma de decisiones para la

consecución de los objetivos de un grupo”1. Recurriendo a una simplificación excesiva del término

por motivos de espacio, podemos referirnos a la cultura política como las representaciones e ideas

que las personas sostienen acerca de los procesos y fenómenos en torno al ejercicio y la

organización del poder. La cultura política se convierte así en formas para la acción y la

1 http://es.wikipedia.org/wiki/Política

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participación de la población respecto a los asuntos que atañen los intereses colectivos.

En cuanto a la democracia, entiéndase una forma de organización política específica, o una

forma de gobierno, donde la titularidad del poder reside en todos y cada uno de los miembros que

conforman el grupo. Proviene de demos, pueblo, krátos, poder o gobierno, y ya el célebre Abrahan

Lincoln se refirió a ella como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. La democracia es

una parte esencial de la cultura política, al ser la forma de gobierno más extendida a nivel mundial

(sólo Ciudad del Vaticano, Arabia Saudita, Myanmar y Brunéi no se han identificado como

democracias2), y al asociarse con otro tipo de valores humanos como la libertad, el respeto, los

derechos civiles, etcétera, su radio de influencia e importancia aumentan considerablemente en el

imaginario de las personas.

En el nivel ideológico o del pensamiento, la democracia se asocia al buen gobierno, a una

meta realista y anhelada por la que hay que luchar, y cuyos enemigos hay que combatir. Los

Estados se califican en rangos de democracia (más democráticos o menos democráticos), al igual

que los gobiernos y los funcionarios. La censura, la violación de los derechos, pero sobre todo, la

falta de libertad, se asocian con los enemigos de la democracia, propios de regímenes socialistas, o

peor aún, comunistas. Para un gobierno que aspire a la aceptación y cariño del pueblo, el fin

último es crear las bases de una “verdadera” democracia, pues ya no alcanza el solo sustantivo

para designar todos los valores asociados a ella: en muchos países en vías de desarrollo,

particularmente en México, la democracia ha desencantado a la población. Se ha convertido en

sinónimo de fraude, de engaños, de ambición, de ineficacia, de saqueo, incluso de traición. Esta

“democracia” está directamente relacionada con los procesos involucrados (las pugnas electorales,

las sesiones del poder legislativo, la toma de decisiones) y con los protagonistas de la acción

política (funcionarios públicos, diputados y senadores, y hasta el mismo presidente y su gabinete).

En este ensayo nos proponemos plantear brevemente las implicaciones de esta concepción de

democracia, inscrita en lo más hondo de la cultura política mexicana, pero que aplica no sólo a este

país, sino a todos los participantes de la democracia, liberal y de otro tipo, que ha derivado en una

cuasi-sacralización del término, contra el que no se permite ni la más leve crítica, a pesar de sus

numerosos defectos.

2 Según una autoidentificación oficial, en http://es.wikipedia.org/wiki/Democracia

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2. La sagrada democracia

Desde que la revolución agraria finalizó en nuestro país, entre 1920 y 1940, el Partido

Revolucionario Institucional se instaló en el poder y puso en práctica, explícitamente, un modelo

particular de democracia, que sorprendió a los más capaces teóricos y a los más agudos analistas.

Con un partido de Estado, la clase gobernante se aseguraba su auto-reproducción y supervivencia,

a costa, muchas veces, del bienestar de la población. Sucedieron calamidades, como la matanza de

estudiantes en 1968, que permanecen todavía en la memoria histórica de la sociedad mexicana;

pero también importantes logros, como el milagro mexicano desde 1940, un dulce y fugaz sueño al

que muchos desean regresar, ya sea implementando reformas, reemplazando gobernantes, o

migrando hacia el norte.

Esta larga historia de dichas y sufrimientos alternados generó la transformación radical de

la cultura política, de por sí cambiante, y por ende, la forma, en que se significó la democracia:

impregnada de corrupción en todos los niveles de gobierno, llena de prácticas electorales sucias e

ilegítimas que se negaban a respetar la voluntad del pueblo, que mantenían al país en manos de

una sola figura todopoderosa que disponía a su antojo del territorio entero. La gente lo sabía,

estaban conscientes de todas estas prácticas al grado de tomarlas como propias de la clase política

y de la democracia. La participación fue limitándose con el correr de los sexenios, a ser simples

acarreados a los mitines de los candidatos, obligados por sus sindicatos, y conformarse con una

torta y una fanta, a votar por quien les ordenaban. Esta aparente sumisión –y digo aparente porque

si realmente lo fue no es el tema de esta escrito– estaba relacionada con la idea de ver a la

democracia como la única forma legítima de organizarse y ejercer el poder, como la única salida y

esperanza para el bienestar del pueblo. Lo que estaba mal, pues, no era la democracia en sí, sino la

clase política, esos entes desalmados capaces de trastocarla y destazarla en una masa amorfa,

surrealista e inmoral3.

Hoy en día los políticos se han dado cuenta de algunos de sus errores, y podemos ver cierta

alternancia en los puestos de gobierno (ya no es el PRI el hegemónico), indignación ante las

3 El Universal: “Actores políticos dañan imagen de la democracia”, 9 de marzo de 2010 http://www.eluniversal.com.mx/nacion/176156.html

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fechorías de los servidores públicos, intensos debates (montados o auténticos) acerca del futuro de

la nación, denuncias, exigencias y demandas mejor articuladas de la sociedad civil, y muchos otros

fenómenos que antes eran inimaginables. Los políticos, y algunos analistas e intelectuales, han

agregado al sustantivo “democracia” el adjetivo “verdadera” para designar las aspiraciones

inmediatas del pueblo, producto de un pacto entre la sociedad y sus dirigentes, que permita el

desarrollo del país hacia el primer mundo, la generación de empleos, el mejoramiento de los

servicios, la inserción de nuestra economía en el mercado global en una buena posición, el avance

de la ciencia y de la educación, entre otros tantos sueños guajiros alimentados de esperanzas

endebles. Eso nos espera, nos dicen, cuando logremos alcanzar la “verdadera democracia”, cuando

tanto unos como otros se comprometan a participar, a renovar la credencial de elector, a contestar

los sondeos y las encuestas sobre la nueva línea del metrobús, a apretarse los cinturones y soportar

como buenos machos mexicanos los embates furibundos de la recesión mundial, orgullosos de

nuestras raíces, con doscientos años de historia celebrados vía televisión y las 650 actividades

programadas por los gobiernos federal y local.

La idea persiste, no obstante. La democracia, pero no aquella de otros tiempos, la aparente,

sino la que vino con Fox, “la verdadera”, esa nos permitirá resolver todos nuestros problemas y ser

una mejor sociedad. Se nos ha vendido la democracia como una utopía cercana, inminente,

natural, que tarde o temprano llegará, depende de nosotros y de nuestra voluntad política. En

nombre de este bien supremo presenciamos la aprobación de los matrimonios entre personas del

mismo sexo, la propuesta de reformas política y laboral, la lucha contra el crimen organizado, la

escalada insoportable de impuestos, y las alianzas monstruosas entre partidos rivales a muerte. En

nombre de esta última meta se nos invita a los ciudadanos a participar en las votaciones, a limpiar

nuestro México y a celebrar el bicentenario, y estamos obligados, si queremos ver ese mundo

mejor, donde la democracia existe y nos llena de dicha a todos4.

Es un fenómeno extraño, pues si antes no funcionó, quién nos asegura que ahora sí. Los

políticos, lo podemos confirmar en todos los periódicos y noticiarios, no han cambiado las

prácticas y los vicios. La distribución de la riqueza continúa generando desigualdad, la libertad se

limita a una pantalla, a una sensación de, la sociedad no es mejor, ni más abierta, ni más plural, ni

4 AFP: “La sangre es la vida y la entregamos por la democracia”, 16 de marzo de 2010. http://www.google.com/hostednews/afp/article/ALeqM5gaV9mTkU-6Krntk5KpwfEgEoEIbA

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más respetuosa, ni más participativa que antes. Desde que se instauró en el mundo moderno, la

democracia ha beneficiado sólo a los que detentan el poder y a sus aliados, a los portavoces de las

maravillas del liberalismo. En nombre de la democracia se realizan saqueos, engaños y

explotación. Y sin embargo, se sigue percibiendo como la única salida, tras el fracaso del

socialismo, la única organización aceptable, bien vista, naturalmente vinculada con la libertad y

los derechos, ideas rechazadas, según se dice, por los comunistas, que son partidarios de la

represión y la violencia, y por los socialistas, practicantes de las peores injusticias y calumnias. De

la monarquía mejor ni hablamos. No hay mejor salida, dicen, que pulir la democracia, ensayarla

una y otra vez hasta dar con la fórmula mágica que permitirá el desarrollo automático y

exponencial de la sociedad, sino vean a los Estados Unidos, a Suiza, a Dinamarca, los países más

democráticos, y los más desarrollados.

Nos engañamos al pensar que la democracia existió desde el inicio de la historia. Si en la

época de Platón funcionó, hay que recordar que los tiempos han cambiado, que el mundo se ha

transformado desde entonces. Poco a poco, y a través de numerosas luchas sociales, la democracia

ha llegado a ser como es hoy, con sus alcances y limitaciones. Es un producto de la cultura humana,

de su ingenio y de su creatividad, no algo inherente u obligatorio para la convivencia social. Sin

embargo, cuando alguien “atenta” contra ella, sus defensores ponen el grito en el cielo y la

defienden con uñas y dientes, como al más grande dogma de todos los tiempos, como si

cuestionarla fuese atacar a la esencia humana misma, a su autoridad y a su capacidad5. La hemos

puesto en un pedestal tan alto, gracias a la propaganda liberal, que además de ser imposible

lograrla, es también inútil cuestionarla. Ningún político respetable sería capaz de promover otras

formas de organización que no fuesen democráticas, y ningún ciudadano patriótico aceptaría

escuchar tal propuesta.

Nuestras estructuras del pensamiento, ligadas a las ideas sobre la modernidad, y en las

últimas décadas influenciadas por la posmodernidad, no permiten imaginarnos la vida sin la

democracia. Hemos llegado a creer que democracia y libertad, o democracia y derechos civiles, o

democracia y cualquier otro elemento que suele asociarse a ella son indisolubles, y nadie quiere

vivir sin libertad o sin derechos civiles... aunque ya todos estemos hartos de la democracia, y

5 La crónica de hoy: “El gobierno de Chávez 'atenta' contra la democracia y los derechos humanos: CIDH”. 25 de febrero de 2010. http://www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=490290

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justifiquemos sus errores. Las utopías nunca se concretarán, y nos hemos esforzado tanto, como

sociedad, en construir a la democracia como utopía, que nos olvidamos de la realidad, de las

necesidades de la vida colectiva. Ciertamente, la enajenación mediática, promovida (¡vaya

sorpresa!) por los defensores de la democracia, ha ayudado a que los ciudadanos se conformen, a

que no participen, a que no cuestionen y no critiquen, bajo la promesa de que algún día

alcanzaremos la “verdadera democracia”, y entonces, ya verán, todo será mejor que hoy.

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No pasará, pero supongamos que la sociedad comienza a intuir que tal vez, no son los políticos,

sino la democracia en sí la que no funciona, al menos como la hemos venido practicando hasta

ahora. ¿Qué hacer? ¿Hacia dónde ir? ¿Cómo organizarse? Cuestiones difíciles de responder, a tal

grado de que es mejor no preguntárselas. Aun si aventurasemos respuestas, vivir sin democracia

implicaría una revolución total en la forma de vida social. La sociedad se ha ido construyendo

como un frágil castillo de naipes, donde todo se encuentra en un delicado equilibrio y la forma de

gobierno tiene que ver no sólo con la toma de decisiones o el poder, sino con las prácticas

económicas, las formas culturales, hasta con el estilo de vida cotidiano que estamos tan

acostumbrados a llevar. Además, la tarea intelectual de crear un nuevo modelo organizacional,

aunque fuese sobre el ya existente, es una labor difícil, sino imposible, dadas las estructuras del

pensamiento ya creadas: es equiparable a entender los principios de la física cuántica 6 en la vida

cotidiana, y aplicarlos en la realidad.

La forma en la que han sido creados los Estados-nación dificultan su modificación y

obstaculizan las posibilidades de organizaciones alternativas, al tener que estar todas amparadas

bajo su cobijo para no amenazar la soberanía nacional, otra idea asociada con la democracia. La

cantidad de población en los Estados, las ideas sobre ciudadanía y gobierno, nos mantienen atados

a las mayorías oportunistas. El estilo de vida valorado por la sociedad democrática-liberal se rige

bajo la lógica del consumo, las aspiraciones sociales se vuelcan exclusivamente sobre deseos de

desarrollo económico, a costa de cualquier precio, y las preocupaciones por la acumulación de

6 http://es.wikipedia.org/wiki/Mecánica_cuántica

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riqueza o de bienes es causa de frustración, desencanto y desinterés en el ejercicio de la política.

Dado este panorama, ni la clase gobernante ni el resto de la población estamos en condiciones

factibles para pensar en modelos más allá de la democracia en cuanto a la administración del

poder se refiere. Al convertirse en algo que no se puede, y no se quiere, cuestionar, la democracia

goza de una inmunidad desmedida tras su máscara utópica, protegida por los escudos que la

vinculan con otras ideas de la cultura (política y de todas índoles), colocadas en posiciones

privilegiadas dentro de los imaginarios de la sociedad.

La historia y el futuro de la sociedad humana se extienden en el tiempo como si fuesen

eternos. No recordamos (o no queremos recordar) que llegará un momento, tarde o temprano, en

que todo lo que hemos construido se terminará. Pensamos a la sociedad en un estado y con una

voluntad de desarrollo constante, perpetuo, inagotable: para eso necesitamos un régimen

democrático. Una alternativa puede ser dejar de creer que los problemas se resolverán sobre la

marcha, a medida que la democracia llegue, las sociedades serán mejores. Implica, siendo sinceros,

otra utopía, quizá una más imposible que la democrática, que consiste en crear y despertar la

consciencia colectiva en los individuos, de fomentar la cooperación en lugar de la competencia, el

respeto como equiparable a la libertad (y no al revés), la disminución de la desigualdad y el

exterminio de prejuicios y segmentaciones. Esto acabaría, casi de forma automática, con la

democracia, ya que encontraríamos otras formas, más equitativas, justas y adecuadas a nuestras

aspiraciones, que nos permitieran cumplir nuestros objetivos. Y aunque es apenas un sueño lejano,

plantearnos las cosas de esta manera, y bajar a la democracia de su pedestal, puede ayudarnos, a lo

menos, a convertirnos en ciudadanos más críticos, menos dogmáticos, más comprensivos y

abiertos a nuevas ideas, a nuevas formas de expresarse, de organizarse y de exigir. Entonces quizá

empecemos a participar y a cambiar nuestros anhelos de acumulación incesante, y así la sociedad

cambie, por un bien, de verdad, común.

No nos conformemos, pues, ni con la “verdadera democracia”. Vayamos por más.

México, D.F., marzo de 2010

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