Visor 19 de Septiembre de 2010

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Público domingo 19 de Septiembre de 2010 479 Gabriel Torres Puga • Héctor de Mauleón • Alfonso Torúa Cienfuegos Pedro Salmerón • Heriberto Yépez • Avelina Lésper Entrevista con Alonso Lujambio José Luis Martínez S. Página 4 tomada de insomniakz.blogspot.com Rocío Cerón Tiento página 2 Armando González Torres Teoría del bastardo página 2 Braulio Peralta Del periodismo a la literatura página 3 Armando Alanís Las lágrimas del Centauro página 6 Nieves Martín Díaz Entrevista con Félix de Azúa página 8 Sobre esta tierra Eraclio Zepeda Página 4

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Público domingo 19 deSeptiembre de 2010 479

Gabriel Torres Puga • Héctor de Mauleón • Alfonso Torúa Cienfuegos Pedro Salmerón • Heriberto Yépez • Avelina Lésper

Entrevista con Alonso LujambioJosé Luis Martínez S.

Página 4

tomada de insomniakz.blogspot.com

Rocío Cerón Tiento página 2 Armando González Torres Teoría del bastardo página 2 Braulio Peralta Del periodismo a la literatura página 3 Armando Alanís Las lágrimas del Centauro página 6 Nieves Martín Díaz Entrevista con Félix de Azúa página 8

Sobre esta tierraEraclio Zepeda

Página 4

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02 antesala

Poesía

TientoLos paisajes, la historia, los contrastes de un continente son motivo de reflexión para la autora de La primavera comienza muy tarde

Teoría del bastardo

Un ejercicio de memoria. Eso se intenta cuando se escribe poesía, es inherente, inevitable, y parte de la propuesta de Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972) en su más reciente libro: Tiento, que será publicado por la Universidad Autónoma de Nuevo León, y

del que presentamos unos fragmentos. En él están presentes los contrastes de la tierra, pero también las sensaciones de la voz que narra con crudeza lo que mira.Entre los libros que Rocío Cerón ha publicado se encuentran Basalto —por el que recibió el Premio Nacional de Literatura de México Gilberto Owen 2000—, Soma, Apuntes para sobrevivir al aire, Imperio/ Empire y La primavera comienza muy tarde; varios de ellos traducidos al inglés, finés, sueco y alemán.Desde 1996 desarrolla proyectos de poesía visual y desde 1997 imparte POLILAB, laboratorio de formatos textuales en so-portes no convencionales. Es cofundadora de Motín Poeta y editora de El billar de Lucrecia-Poesía de América Latina.

Rocío Cerón

América

Se llamaban Krusevac, ahora Cruz. Los edificios transpiraban. Era una isla o un monte cubierto por chozas. Cosa de hombres. Las mujeres guardaban papas, construían el mundo. Cosa de

tiento insulso, se pensaba. Paisajes de tonada suave con acordeón de fondo. Astucia. Proa que acumula sal. Toma mi brazo, corta el ligamento: necesito dejar el gusto por el ajvar. Callaron las aves a su paso. Remo. En el fondo, los peces intuían. Algunos fosos guardan familias enteras. Pero ellas son salvas. Todas las lenguas de Europa desaparecieron. Tierra. El dulce de manzana no trae olor a clavo. Cada letra deletrea una estancia. Estas mujeres son mis madres. Desde ese día —América— la piel de mis mejillas es llanura.

Herrumbre. Contener el puño. La gravedad de las últimas hojas y la nieve. Escucha el resoplido insular. Tan lejos y cercano. El mar brilla para todos pero cerca del carbón sólo resta el miedo.

Defendernos de. Acentos sonoros recuerdan a Siberia. Crudo, el frío. Pero en Siberia nunca llega el otoño. Aquí —casi temblando— hay que ir codo con codo. Aquel jardín o muro o tierra nueva. Hacer la América. Herrumbre: desde Portobelo y hasta la Patagonia. Acero sin distinciones. A ojo se hace el tiento. El polvo ensombrece las extensiones de tierra. Lentitud entre los pasajeros: pegar el oído al subte, algo se inflama. Algo ya marca el cuerpo.

América es un desierto sonoro. Cazuela de ave levanta muertos, ají de gallina abre sosiego o trucha arcoíris empina rubias. Oscuras nubes modulan temperamentos de valle y bufeo.

Crujido de lastras de Machu Picchu. —Oscuro oficio éste de ser santa. Yo tenía una tierra, me despojaron de ella, ahora hay un parque de diversiones: juegos replican la muerte y son la muerte. Algo en la vereda (zanjita, zanja devuélveme el tino, la cara cierta de mi tierra) es sepultura y nacencia. Aguachile que bulle en la quijada. Cacao herido que trae consigo tintineos de piedra. Cárcamo de agua de Tláloc, chacras marítimas de Manantiales. Cabo Polonio en mi memoria. Y la fuente que no deja de abastecer el mate seco, verdoso, que enjuaga la voz de la abuela.

Habría que escribir una historia de la bastardía intelectual, ese sentimiento

de desplazamiento, no pertenencia o indignación ante un trato injusto que sirve como acicate para el trabajo y el pensamiento vindicativamente creativos. En la historia intelectual mexicana, el sentimiento de bastardía adopta los géneros de la réplica y la reivindicación. Los criollos, hijos ilegítimos de la Península, inauguran ese acendrado sentimiento y lo expresan en un protonacionalismo, aderezado con recuentos históricos, florilegios y bibliografías que muestran la valía de la patria en potencia. De las habladas y prejuicios de la metrópoli, surgen obras descomunales y figuras ejemplares. Por ejemplo, un deán de Alicante, Manuel Martí, en sus divulgadas Epístolas intenta disuadir a un discípulo de que viaje a las colonias, habla del páramo intelectual de esas tierras y dice que “en las Indias se comerciaban todas mercaderías menos libros”. Esta afirmación mortifica y enoja a muchos estudiosos americanos y un indignado sacerdote y erudito mexicano, Juan José Eguiara y Eguren (1696-1763), rebate el señalamiento mediante un recuento exhaustivo de la creación intelectual en sus territorios. Eguiara y Eguren (para un entrañable y muy literario perfil del individuo véase el estudio preliminar de Ernesto de la Torre Villar a la Biblioteca) intenta en latín una Bibliotheca Mexicana (1755) que brinda cómputo y noticia “…de los varones eruditos que en la América boreal nacidos o que, en otra tierra procreados, por virtud de su mansión o estudios en ésta arraigados, algo escrito en cualquier lengua dejaron…”. La inconclusa Bibliotheca, con sus enjundiosos prólogos, es una auténtica obra de erudición afirmativa, de

Escolios

Armando González [email protected]

domingo 19 deSeptiembre de 2010

bibliografía militante que hace un balance de la producción intelectual doméstica, un manifiesto de identidad y un esbozo muy acabado del criollismo.

Ante el peninsular que desdeña a los indios y a los criollos, Eguiara exalta el pasado indígena y responde con nombres y números al infundio de la incultura criolla. Como un delicioso mecanismo de compensación, Eguiara y Eguren se atreve a señalar que el esplendor de la cultura indígena originaria, aunado a la semilla de los avecindados, crea un fruto más nutritivo que el de la agotada tierra metropolitana. Contra la

caracterología de los climas que atribuye lascivia y pereza a los habitantes de las Indias, Eguiara explica que el suelo y el sol de estos lares dota a los nacidos o avecindados “de un ingenio agudo, delicado y vivo…” Eguiara comienza entonces a integrar el pasado indígena a una idea de nación mexicana que confluye con la tradición hispana y hace del intelectual criollo ese traductor privilegiado que es capaz de hablar de tú a tú con lo más granado del pensamiento europeo y, al mismo tiempo, de heredar y entender un pasado milenario. Hermosa génesis de ese discurso, más que bicentenario, que con pequeños matices han desplegado desde Fray Servando hasta Octavio Paz. nl

Eguiara integra el pasado indígena

a una idea de nación mexicana

Juan José Eguiara y Eguren

CENTENARIOS.ORG.Mx

ESPECIAL

vALENTINA SINIEGO

Visor

Milenio Visor Dirección José Luis Martínez S. Edición Alicia Quiñones Asistente Erick Baena Arte y diseño Alejandra Saavedra

PÚBLICO MILENIO francisco a. gonzález presidente · jaime barrera rodríguez director editorial · marina miranda directora general de negocios · fidencio gonzález director comercial · rubén martín jefe de información · ricardo salazar jefe de cierre editores: jorge valdivia g. ciudad y región · kaliope demerutis ocio · irene selser fronteras · horacio salazar tendencias · jairo calixto albarrán qrr y el ángel exterminador · susana moscatel hey! · humberto muñiz fotografía · edna madero diseño · fernando torres circulación · noé anaya producción ·

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03antesaladomingo 19 deSeptiembre de 2010Visor

Refugio Castillo tenía 77 años cuando decidió otorgar a su alumno predilecto de Sombrerete,

Zacatecas, José García Cervantes, las 465 cartas que entre 1909 y 1921 le escribiera el hoy reconocido muralista mexicano José Clemente Orozco. Era la niña de doce años de la que el pintor se había enamorado en la Ciudad de México, en sus tiempos de estudiante. Cartas con dibujos, acuarelas y retratos para la “amada Refugito, mi preciosa niñita, mi más bella ilusión, mi dulce compañerita…! Cuca adorada, yo te amo!” Textos que cambian la historia del arte en México sobre José Clemente Orozco, el mismo que escribiera las Cartas a Margarita, su esposa, la mujer con la que terminó sus días, publicadas en 1987.

El epistolario, que forma parte del libro El joven Orozco. Cartas de amor a una niña (editorial Lumen), muestra la inclinación del pintor por un amor secreto que duró así, clandestino, inédito para el arte mexicano, hasta que la prestigiada periodista Adriana Malvido lo dio a conocer, después de cuatro años de estudiar los periódicos de la época, los muros y calles donde se conocieron Refugio y José Clemente en la Ciudad de México, así como de viajes a Guadalajara y Zacatecas para ordenar, concatenar fechas históricas que van, de los tiempos de la Revolución hasta 1921. Malvido descubre las huellas de Refugito en Sombrete, donde terminó sus días de maestra, donde dicen que nunca se casó porque vivió enamorada del pintor hasta el fin de sus días; ahí descubrió también el libro parroquial en el que se registra el nacimiento de Tomás Alva Edison. Allá, en el Museo de Sombrete, Refugio está en el cuadro de honor de las mejores maestras de su pueblo.

Adriana Malvido, con este libro, pasa del periodismo a la literatura porque se atreve, con una pluma envidiable, a resanar los vacíos históricos

A salto de línea

Del periodismo a la literatura

que las cartas no pueden brindarle. Da contexto narrativo a la historia de amor “platónico” entre Cuquita y Orozco (nunca se consumó el amor entre ellos porque sus padres se la llevaron en 1911 a su pueblo). Porfirio Díaz, Bernardo Reyes, Madero, Huerta, Venustiano Carranza, los personajes históricos del país pasan por esta historia de amor juvenil que se trunca en el momento que José Clemente Orozco se casa con Margarita Valladares en 1923.

Refugio murió de neumonía en 1994. Tenía 97 años de edad. Quedó en la memoria de Sombrerete como “la maestra Cuca, novia de José Clemente Orozco”. Las cartas que Refugio le dio a su alumno García Cervantes se guardaron por 29 años, hasta su muerte, en 1990. Su viuda, Eloísa Stivalet, puso a la venta las misivas en 2004. Las adquirió Juan Antonio Pérez Simón, coleccionista de arte mexicano e internacional. Fue el periodista Julio Scherer García quien ofreció las cartas a Adriana Malvido para que escribiera esta historia.

El libro contiene las cartas de Orozco, pero también textos de Adriana Malvido que, aunque rigurosamente testimoniales, poseen rasgos decididamente literarios, como el siguiente:

“Es inevitable, él también se ha convertido en una obsesión para ella y se ha hecho adicta a las palabras de José. Para qué salir de casa a divertirse como las jóvenes de su edad, si el mundo está contenido en el papel…”

Por eso, Refugio se queda sola, hasta su muerte.

CodaEl libro de Adriana Malvido es una prueba irrefutable de que los escritores no necesitan de becas para hacer un trabajo de primerísimo nivel. nl

Braulio [email protected]

Novedades

Ignacio PadillaArte y olvido del terremotoAlmadíaMéxico, 2010138 pp.

Javier GarciadiegoNueva Historia Mínima de México.La RevoluciónEl Colegio de México/ TurnerMéxico, 2010, 63 pp.

Josefina Zoraida VázquezNueva historia mínima de México.La IndependenciaEl Colegio de México/ TurnerMéxico, 2010, 64 pp.

Un viejo librero del centro de la Ciudad de México relata a su nieto la historia de la Independencia, le explica los antecedentes y poco a poco lo lle-va a conocer a los protagonistas de una guerra que duró once años. Con base en el texto que Josefina Zoraida Vázquez escribió para la Nueva Historia Mínima de México, esta novela gráfica ilustrada por Jorge Aviña, con guión de Francisco de la Mora y Rodrigo Santos, tiene el propósito de difundir la historia nacional entre un público más amplio, principalmente el de los niños y adolescentes. De la abdicación de Carlos IV en favor de su hijo Fernando en 1808 a la entrada triunfal del Ejército Trigarante el 27 de septiem-bre de 1821 a la capital del país, la novela resulta un interesante paseo por ese capítulo esencial de nuestra vida como nación, complementado con una cronología y breves biografías de los principales personajes de esa época.

David TaceyCómo leer a JungPaidósMéxico, 2010139 pp.

Como enseñan los tratados, la psicología ante todo es una ciencia del individuo, pero Carl Gustav Jung no aspiraba a realizar una terapia de éste sino de la civilización occidental, de ahí su originalidad. El libro nos acerca a sus conceptos teóricos funda-mentales como el “sí mismo” y los arquetipos. Y si bien en algunos casos, como cuando se habla del dios del inframundo, Jung mantiene remanentes psicoanalíticos, Tacey deja bien claro cuáles fueron los aspectos que hicieron que se distanciara de Freud, lo cual ha provocado que aun en nuestros días siga marginado del ámbito académico. Alejado de los aspectos de la sexualidad, Jung abrevó de los mitos y la religión, lo que lo hace el más literato de los psicólogos de las profundidades (en este sen-tido debe leerse el ensayo que le ha dedicado José Agustín). Y por favor, más que un antipsiquiatra resultaría ser un antipsicoanalista.

“Yo sólo recuerdo que de chamaco se oían balazos y se veía gente asustada corriendo de un lado a otro. Luego también me acuerdo de lo que me contaban mis papás, y mis maestros siempre me dijeron que la Revolución fue un proceso complicado que cam-biaría por completo a México”. Así comienza esta novela gráfica —ilustrada por Pepeto— que parte del texto original de Javier Garciadiego incluido en el clásico Nueva Historia Mínima de México. La serie, que consta de ocho títulos, es narrada siempre por un librero que hace gala de buena memoria y sólidos conocimientos. La adaptación es de Francisco de la Mora y Rodrigo Santos, y en ella es evidente que el ritmo, la velocidad de lectura no sacrifica el rigor de la información ni los dibujos son caricaturas sino representaciones apegadas a la fisonomía de cada personaje. Como en el libro de la Independencia, éste termina con una cronología y semblanzas de los héroes y villanos del movimiento revolucionario.

Inspirado —dice Padilla— en el trabajo de autores como Susan Sontag y W.G. Sebald, que han alzado puentes entre arte, memoria y olvido, en este libro se propone reflexionar sobre “la representación del dolor en el arte mexicano y en su derivación hacia lo producido durante y después del 19 de septiembre de 1985”. En la primera parte del en-sayo (“La magnitud del desastre”) describe lo sucedido aquel día en la Ciudad de México, que a las 07:19 fue sacudida por un terremoto y a las 19:38 por otro que dejaron un saldo enorme de destrucción y de muerte. La segunda (“Mecánica de suelos”) alude a la desproporción entre la me-moria mediática de los sismos y su representación en la artes mexicanas, y la tercera (“Resistencia de materiales”) emprende un recuento de las obras relacionadas con esos sismos, entre ellas las de Enrique Metinides, Gabriel Orozco, Eloy Tarcisio y Gabriel Venegas.

A.C. GraylingEl poder de las ideas. Claves para entender el siglo xxIArielBarcelona, 2010, 553 pp.

El presente volumen es un diccionario personal, que pretende ayudar a comprender nuestro tiempo y a que la distancia que existe en general entre ciencia y cultura se anule. Algunos de los conceptos poseen una larga carga histórica y otros han surgido en el complicado devenir humano. Se encuentran agrupados en cuatro entradas: “Ciencia”, “Filosofía”, “Política y Sociedad”, parte que se subdivide en “Po-lítica y derecho” y “Sociedad y cuestiones sociales”, y “Religión”. Al final de la exposición de cada una de las ideas, Grayling envía a temas afines para que se tenga mayor comprensión de ellas. Por ejemplo, “Deontología” nos lleva a “Consecuencialismo” y “Ética”. Además, al final del libro a cada una de las ideas la acompaña una bibliografía mínima. Gra-yling no pretende decir la última palabra, sino sólo ser la puerta de entrada para que el lector ahonde en el tema que sea de su interés.

Revista de la Universidadde MéxicoNúm. 79, septiembre de 2010UNAM, México112 pp.

Dedicada al centenario de la fundación de la Universidad Nacional, esta entrega es excepcional en muchos sentidos, entre ellos el despliegue fotográfico y la calidad de textos como el de la doctora Clementina Díaz y de Ovando, quien documenta la historia de esta institución que continúa fiel a los ideales de su creador —Justo Sierra— en cuanto a su laicismo y libertad de cátedra. Juliana González, Álvaro Matute, Eugenia Meyer, Javier Garciadiego, Ruy Pérez Tamayo, Fernando Serrano Migallón, Ignacio Solares y Sealtiel Alatriste son otros de los participantes en este número que revisa la manera como la Universidad, autónoma desde 1929, se ha inscrito en el devenir de México en todos los ámbitos: social, económico, político, científico, artístico, intelectual, contribuyendo a su desarrollo, a su enriquecimiento, “a su conciencia crítica”, como bien apunta Meyer en su colaboración.

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Un finquero y su familia huyen ante la proximidad del ejército carrancista. En este texto, que forma parte de una novela situada en Chiapas, el autor de Benzulul describe la atmósfera de miedo y resentimiento imperante durante la Revolución, combinando la ficción con hechos reales Eraclio Zepeda

Un jinete emisario de Fiacro, irrumpió frente al corredor de la casa grande. La cabalgadu-ra resoplaba y movía nerviosa la cabeza.

—Amo Ezequiel, manda a decir mi amo Fiacro que por el cami-no de Tapilula viene

mucha tropa montada y también infantería. Que con el anteojo que era de don Carlos Caseaux ya comprobó que al mando no viene Santana Hueso, pero igual vienen saqueando fincas. Se sabe que no han respetado señoras ni muchachas. Que usted le ordene lo que haya que hacer.

Ezequiel entró a su biblioteca, tomó un pliego ya escrito, lo guardó en un sobre, lo selló con lacre y se lo entregó al emisario con la orden de que lo llevara de inmediato a su hijo Fiacro. Mandó avisar a su hermano Gabriel la inminencia de poner en práctica sus planes. Comunicó a su esposa Lola que abandonarían de inmediato la casa grande con el equipaje mínimo previamente acordado. Cada uno llevaría lo suyo. Disponían de media hora para estar en el corredor e iniciar el éxodo. Marcos Paloma y Crisanto Cacho estaban preparados, vestían ropas de exploración, mochilas a la espalda, machete y un revolver al cinto, al hombro la carabina y sobre el pecho dos cananas de parque.

La primera en presentarse fue la hija mayor, la joven Juana María, la Chata. Cargaba en su es-palda un saco al que le había cosido tirantes para convertirlo en mochila, calzaba botas de campo y se tocaba con un sombrero de ala amplia. La acom-

—Necesitarás todo y lleva-rás sólo lo que puedas cargar, respondió su madre que había llegado a la sala.

Luchi regresó furiosa a su recámara. La nana Julia fue tras ella para ayudarla. Ezequiel hijo hizo una entrada triunfal con la cabeza cubierta por un saracof caqui, regalo de uno de los explo-radores europeos que visitaron La Zacualpa. Había elegido su atuendo para los días difíciles que habían llegado, botas, una capa ahula-da para la lluvia que alcanzaba a cubrir la maleta que cargaba a la espalda como una mochila. Del cuello colgaba su resortera. Sus espuelas en la mano.

—Deja las espuelas en tu cuar-to, iremos a pie. No hay que dejar rastros, indicó su padre. Pero trae todas las resorteras que tengas. Luego, se dirigió a toda la familia y a la nana Julia que llevaba de la mano a su hijita.

—Seguiremos la ruta del arroyo que baja de la Cueva del Chiflón, aquella de donde sale aire, pisando sobre las piedras de la orilla para no dejar huellas.

—Crisanto, marcharás a nuestra vanguardia buscando el camino. Tú, Marcos, te quedarás hasta que veas asomar a la tropa.

pañaba su perrito. En seguida apareció Manuelito que dejaba ya la adolescencia con un bozo que anunciaba el bigote, llevaba botas altas de amarras, pañuelo al cuello, una chamarra ligera sobre la camisa y un cuchillo de monte en el cinturón. Se cubría la cabeza con un sombrero tabasqueño de esos llamados chontales que sopor-tan grandes soles y descomunales lluvias. Ezequiel hizo una seña a Crisanto Cacho:

—Arma a Manuelito con una 30-30, con su respectivo parque.

Apareció Luz, Luchi la hija ter-cera, ataviada con un sombrero de ceremonia y la cara protegida por un velo de punto, al cuello una mascada de gasa de seda y en las manos, guantes claros y calzaba zapatillas de andar en casa y no traía equipaje.

—¿Y tu ropa?, le preguntó su padre.

—Está en mi habitación. Es un cofre pequeño pero no puedo cargarlo. No lo aguanto. Necesito que un criado me lo lleve.

—Luchi, hoy no habrán mozos para esos menesteres. Arréglalo tú misma según tus fuerzas.

—No necesito nada. No llevaré nada.

Sobre esta tierra

el vuelo del águila sobre su presa, la palabra de orden la tomó Jua-nita, la Chata. Con voz baja, un poco alterada, recomendó por última vez que ninguno pisara en la arena, sólo sobre las piedras, que nadie descansara de sus ur-gencias orgánicas para no infor-mar al enemigo de su paso por estas piedras, que nadie hablara. La marcha debía realizarse en si-lencio. La columna del abandono en esta marcha dolorosa, estaba formada por la vanguardia de Crisanto Cacho, el pelotón fa-miliar integrado por los cuatro hijos y la madre, la nana Julia, su hija Pila y los cargadores, y por último el paso débil de Ezequiel, aguijoneado por los dolores de la cintura que le habían aparecido de un tiempo a esta parte y que tanto le limitaban su paso. A él, que había sido un gran explora-dor del mundo, ahora sus viejas piernas le reducían a una marcha escasa con la respiración agitada por sus pulmones disminuidos. Cada paso sobre las piedras del río marcaba en el viejo coronel la dolorosa aceptación de la derrota.

El sol había sobrepasado el cenit cuando llegaron a la boca de la cueva. Un viento fresco manaba

En ese momento te conviertes en nuestra retaguardia y nos alcanzas. Le informas de nuestra salida a mi hermano Gabriel. Él queda al mando de la casa grande por su propia decisión.

Para Ezequiel el abandono de la finca era como un desgarro que alcanzaba el costillar. Una herida a cuchillo, cubierta con sal. Dejaba la casa, ahora insegura, él que la había recibido plena y poderosa. Esta casa que adobe tras adobe, ladrillo sobre ladrillo fue construida por sus padres en un constante esfuerzo y ahora tenía que ser abandonada al destino en manos de una tropa desconocida. Como si edificara una picota para ahorcar su dignidad. Había sido un combatiente de triunfos y ahora, viejo, salía derrotado. Armado con su escuadra Colt 45 recién llegada al país y sus cuatro cargadores abastecidos, llevaba en la cabeza un plan que lo destrozaba. En caso de no poder impedir el asalto de la tropa salvaje, los últimos tres cartuchos después del combate final serían conservados para sus hijas y su esposa y así salvarlas de las vejaciones.

En los primeros pasos de este exilio, caído de pronto como

foto tomada dEl liBRo méxiCo: fotogRafía y REvolUCión, fUndaCión tElEvisa, 2009

Visor

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de su oscuridad. El calor, acumulado por el esfuerzo del ascenso a la loma, aminoraba con la caricia del aire venido del misterio. Ezequiel distribuyó los espacios. A la entrada de la cueva quedaron los mozos cargadores, después el campamento de Marcos Paloma y Crisanto Cacho, venía entonces un espacio amplio de la cueva que se acrecentaba sin perder luz. Ahí se estableció la familia con una frontera creada por Julia, su hija y los fogones de su cocina. El perrito de la Chata se movía entre ambos mundos.

Marcos Paloma desde un sitio oculto vio que Gabriel Urbina había salido de la casa y practicaba los cursos de gimnasia sueca que le llegaban por correo, tenía sobre sus hombros una frazada de lana, cuando apareció la vanguardia de la tropa invasora que se acercó cautelosamente a la casa grande. Tomaron posiciones e hicieron señas al grueso de sus compañeros para que avanzaran. Gabriel los vio pero no quiso interrumpir sus ejer-cicios. Los soldados lo rodearon, divertidos.

—Uno, dos, tres, cuatro, cuatro, tres, dos, uno. Cambio. Cinco, seis, siete, ocho, ocho, siete, seis, cinco. Cambio.

Gabriel abrió los ojos y encontró al enemigo a menos de dos metros. Detuvo sus ejercicios y les exhortó en voz alta.

—Si sois hombres de bien, ¡pasad a la mansión de mis mayores! Pero si sois malandrines, ¡idos!, continuad vuestro camino.

Las carcajadas de la tropa no amilanaron a Gabriel.

—Uno, dos, tres cuatro, cuatro, tres, dos, uno...

La tropa ocupó el corredor, abrieron las puertas de la casa grande, se posesionaron de cuanta silla, sillón o banca encontraron. Algunos entraron a la biblioteca y hurgaron entre los libros.

—¡Vengan a mirar!, gritó uno de ellos, hay retra-tos de viejas encueradas y mostraba un ejemplar ilustrado de La Divina Comedia.

—¡A ver!, ¡a ver!, y acudían a los libros, los tira-ban al suelo si no encontraban lo que buscaban o arrancaban las páginas si las hallaban. En poco tiempo la mayor parte de los volúmenes habían sido derribados de los libreros. Y seguía el saqueo en el resto de la casa.

—¿No hay viejas?, preguntaban.Marcos Paloma miró que, entre el disturbio,

Gabriel conservaba su frazada y no parecía dis-puesto a dejársela arrebatar. Fue lo último que vio. Se escabulló para alcanzar al grupo de la casa grande. Cuando llegó a la cueva fue interrogado por Juanita, la Chata.

—¡Marcos Paloma!, ¿cómo nos encontraste?—Por las huellas del perrito, mi ama.Juanita movió la cabeza desconcertada. Desde

el primer día la Chata exploró los alrededores y encontró una poza de agua fresca, ideal para ba-ñarse y nadar. Manuelito halló panales de donde extrajo miel. Chequelito cazaba todos los días con su resortera, para la olla familiar, conejos, chachalacas y palomas escambú que vuelan poco y andan por los acahuales sobre las hojas. Las otras resorteras las repartió entre su hermano el Güero Manuelito, Crisanto Cacho y Marcos Paloma, el constructor de las resorteras. A los mozos cargadores del bas-timento también les tocó el arma silenciosa. El viejo Ezequiel prohibió cualquier ruido ajeno a la naturaleza que pudiera delatarlos. Por la misma razón rechazó la propuesta de traer gallinas y gallos para tener huevos frescos. A cambio, tenía ahora en la Cueva del Silbido un equipo de cazadores a piedra de resortera que abastecían la comida fresca de cada día. Marcos Paloma construyó un arco y flechas y enseñó a fabricarlas a los mozos. Crisanto Cacho no podía vivir sin su corneta pero dormía muda en su mochila. Hizo lanzas de bambú, y con ellas y los machetes asediaron a muy diversas especies de animales, desde peces en el arroyo hasta armadillos. Conforme pasaban los días Ezequiel se serenaba. La tensión de los primeros días se relajó. El futuro ya no era sólo tragedia, muerte y destrucción. Pudo arrancarse de la cabeza el peor de sus pensamientos, que era salvar a Lola y sus dos hijas de la bestialidad de la soldadesca con un terrible sacrificio. Motivo de muchas conversaciones en la Cueva del Silbido fue la captura de un venado macho, con cuernos de ocho puntas que Marcos Paloma flechó en el cuello. El animal se asfixiaba en su propia sangre pero se negaba a entregarse a la muerte. Los mozos

lo rodearon y lo remataron. Fue una cena grande y se preparó tasajo para varios días. Marcos Paloma había establecido un sistema de información que lo mantenía al tanto de lo que pasaba en la casa grande. Bajaba por las piedras del río hasta una gran ceiba en cuyo tronco se escondía para esperar a quien le traía las noticias en lengua zoque. El informante no sabía castellano. Si los carrancistas sospecharan de él no podrían interrogarle. Día a día, Ezequiel supo lo que ocurría en La Zacualpa. Una noche la tormenta fue la dueña del mundo. Las ráfagas de agua azotaban la boca de la cueva. Los mozos tuvieron que mover sus lugares de descanso. Los relámpagos permitían ver cómo se desgajaban los árboles y los derrumbes del cerro, justo antes de que el rayo retumbara en el alma de todos. Los mozos sintieron la presencia de un animal mojado por la lluvia. Pensaron que era un perro desvariado por el diluvio y lo rechazaron. El animal, lejos de regresar a la boca de la cueva penetró en ella sobrepasando el territorio de la nana Julia y de su hija hasta llegar a donde la familia dormía. Su presencia húmeda era desagradable. Buscaba refugio pero era rechazado.

—¡Chucho! ¡Fuera!, le gritaban los muchachos.

Ezequiel intentó prender el candil pero no encontró los fósforos ingleses ni las yescas. El perro huyó. Al día siguiente, con la luz inicial del día, los mozos se fijaron en las huellas y advirtieron.

—No fue perro, mi amo, fue tigre. Mire usted las huellas. Yo que le jalé los cueros tengo entre las manos pelos amarillos de tigre.

Lo mismo afirmó la Chata, con su perrito en brazos.

—Ya vi las huellas alrededor de mi sitio de dormir. Es tigre. Y yo que le pegué con una de mis botas. Gracias a Dios que tenía bajo las cobijas a mi perrito, si no, se lo lleva como el tigre viejo que se robó mi cachorro en la ventana. Aquel que cazó papá.

—Pobre criatura, el susto que se habrá llevado con tanto animal desconocido, comentó Lola.

Los mozos cavaron no lejos de la cueva una letrina. Tenía metro y medio de profundidad y era rematada por una choza de ramas y palmas. Luchi fue a usar la letrina y se cayó al agujero. Fue rescatada con la participación de más gente de la que ella hubie-ra deseado. La llevaron a bañar a la poza envuelta en una sábana que fue quemada. Con los días el jabón se acabó pero los mozos recorrieron la montaña y volvie-ron con una frutilla que sacaba espuma. La usaron para el aseo personal, la ropa, la vajilla. Las prendas de vestir de la familia se mostraban deslucidas y aja-das. Las botas estaban raspadas y los sombreros golpeados por las aguas. Se cumplió el primer mes en el refugio de la Cueva del Silbido. Las noticias de la casa grande eran desoladoras. Habían incendiado la biblioteca y saquea-do los muebles, las ropas, todo. Gabriel conservaba su frazada. Un día Marcos Paloma volvió con una buena noticia. Las tropas habían abandonado La Zacualpa con rumbo a Tapilula para tomar, tal vez, el rumbo de Tuxtla. La casa grande había sufrido un gran saqueo y prácticamente estaba en ruinas. Traía en las manos un sobre dirigido a su amo que los carrancistas habían fijado en la puerta del comedor, lo había recogido Gabriel.

Señor Coronel Ezequiel Urbina.Padrino: en mi carácter de general constitucionalista he ordenado el desalojo de la Zacualpa por nuestras fuerzas, asunto del que no estaba enterado. Sin duda habrá daños que no puedo, desde aquí, resolver. Lo haré, sin falta.En unas semanas estaré en viaje de inspección por Pichucalco. Me encantaría verlo allá, abrazarlo y ponerme como siempre a sus órdenes.General Carlos Vidal.

Ezequiel analizó la carta, su propia situación, el equilibrio insegu-ro de las fuerzas en Chiapas y decidió salir de la cueva rumbo a Pichucalco. Dio libertad a los mozos, con quienes repartió lo que había sobrevivido de su precaria despensa y decidió no pasar por La Zacualpa. Iría derecho a Pichucalco. Le indi-có a Marcos Paloma que los acompañara hasta las goteras del pueblo y que regresara a La Zacualpa para informar a Gabriel las novedades. Al cumplir con estos encargos quedaría libre, sin deuda alguna. Si se quería quedar a vivir en La Zacualpa, que escogiera un lote y funda-ra allí casa y laboríos. Crisanto Cacho los iba a acompañar por petición del corneta, pero a la menor oportunidad quedaría libre y con algunos recursos. Crisanto respondió que no tenía familia y no conocía prisa para irse. Que su gente era el coronel Ezequiel Urbina, su esposa doña Lola y los hijos de su familia.

El coronel Ezequiel Urbina eligió el martes para desalojar la cueva. Lo escogió porque era el día dedicado al dios de la guerra, Marte, que había presidido su vida durante tantos años. nl

integrante de una familia de escritores, su abuelo fue poeta y su padre perio-dista y narrador, Eraclio Zepeda (tuxtla gutiérrez, Chiapas, 1937) es autor de libros como El tiempo y el agua, ocupación de la palabra, Benzulul, asalto nocturno, andando el tiempo y Horas de vuelo.

Poeta, dramaturgo, cuentista, desde el año 2000 escribe una tetralogía novelística, que está publicando el fondo de Cultura Económica, en la que cuenta la historia de Chiapas de 1830 a 1938. “Cada una de las novelas —explica— está bajo la advocación de un elemento de la natura-leza. la primera es las grandes lluvias, la segunda tocar el fuego, la tercera sobre esta tierra y la cuarta vientos de siglo. la tercera novela —de la que adelantamos un capítulo seleccionado y revisado por su autor— iba a publicarse este año, sin embargo, debido a la enorme cantidad de libros que el fCE ha editado sobre el Bicentenario, aparecerá hasta 2011. la última, vientos de siglo, la concluyó apenas la semana pasada.

de portada

fotos: aRCHivo ERaClio ZEPEda

Finca La Zacualpa, uno de los escenarios de la novela de Zepeda

Manuel Eraclio Zepeda, el coronel Urbina en la historiaFiacro, personaje de Sobre esta tierra

05

Page 6: Visor 19 de Septiembre de 2010

CárCel de piedra

Silencio en torno a la hoguera. Todos los oficiales miran a su jefe, quien a su vez mira el crepitar de las llamas, sus caprichosos movimientos.

Pancho Villa […] acaba de anunciar su plan: con dos hombres irá hasta Parral a

averiguar cuál es la situación de los cuarteles, cuántos federales hay y con qué armamento cuentan. La tropa, mientras tanto, debe espe-rar su regreso ahí donde está, en la Sierra del Durazno.

—La idea es buena, coronel —dice al fin uno de los oficiales—. Pero no vaya usté. Es un lance arriesgado, qué tal si lo llegan a matar y nos quedamos sin jefe. Mande a tres hombres, los que usté elija.

—Aquí el Tomás tiene razón —interviene otro—. Puede caer en una emboscada, o a lo mejor lo reconocen, lo agarran y lo ajusilan desde luego. Nos quedaríamos sin cabeza.

Villa deja de seguir el dibujo de las llamas en el aire y escudriña con sus ojos saltones a los oficiales. Sonríe, complacido por el cariño que le demuestran, pero también parece algo irritado.

—Conozco el terreno mejor que nadie y tengo amigos que no vacilarán en ayudarme —dice con voz firme—. Salgo esta misma noche. Me acompañarán los capitanes Albino y Encarnación. Los demás se quedan aquí en el campamento, esperándonos. Vamos a regresar tan vivos como estamos ahora, de eso yo me encargo.

Hace frío en la sierra esta noche. Los tres jinetes avanzan entre las sombras, eludiendo como pueden las ramas de los árboles. Ninguno habla. Saben que su vida está una vez más en riesgo, como si pendiera de un hilo al borde del abismo. Es probable que en Parral los federales los sorprendan. Pero Villa confía en que todo saldrá de acuerdo a sus planes. No es más que otra aventura, piensa, repasando mentalmente las escaramuzas de las últimas semanas con el enemigo, yo soy buen jugador y el buen jugador es siempre afortunado.

Son las seis de la mañana y empieza a clarear cuando llegan al rancho del Taráis. Un hombre viene a recibirlos. Villa baja del caballo y ambos amigos se abrazan.

—¡Juan, qué gusto!—El gusto es mío, Pancho. Pásenle pa’ dentro,

a almorzar.Se quedan en aquel rancho el resto del día.

Villa le pide a su amigo que les haga el favor de guardarles los caballos.

—Podrían llamar la atención, por su calidad —dice—. Préstame tres caballos flacos. Con ésos iremos a Parral. Tú y tu hijo Jacinto nos acom-pañarán hasta cerquita del pueblo, para que se traigan los caballos de regreso. A los cuatro días vuelves por nosotros con los mismos caballos. Nos quedaremos a pasar la noche en casa de mi comadre Librada Chávez. ¿Sabes dónde queda?

—Claro que sí.—Bueno, pues que mañana por la mañana

el Jacinto lleve a casa de Libradita un par de burros cargados con varios costales de carbón, unos cuatro cada animal.

—¿Y pa’ qué quieres tanto carbón?

Fragmento

armando alanís

Las lágrimas del CentauroCon autorización de la editorial Planeta, publicamos este capítulo de una novela que nos recuerda que Villa –aquí todavía coronel– es fuente inagotable para la historia y la literatura

—¡Si serás pendejo! Entre costal y costal irán bien escon-didos nuestros rifles. No nos los llevamos ahora porque se supone que somos gente pacífica. Nomás llevamos nuestras pistolas, por lo que se ofrezca.

111

Son tres cuarteles: en la estación, en el rastro y en el Mesón de Jesús. Además, hay un destacamento mandado por el capitán Alber-to Díaz, en el cerro de la Mina Prieta. Villa y los capitanes han podido hacer sus pesquisas sin que nadie los reconozca. Al cuarto día se despiden de Librada y se dirigen hacia fuera del pueblo, al punto donde quedaron de ver-se con Juan Ramírez. Pero nadie los está esperando, y no tienen más remedio que regresar a casa de Librada, dando un rodeo por callejuelas casi vacías.

Hasta esa casa llega al día si-guiente Juan y les platica lo que pasó: cuando los esperaba con los caballos en el punto convenido, se le acercaron unos federales y le preguntaron qué estaba ha-ciendo. Tuvo que improvisar una mentira:

—Voy a Parral, donde tengo una hija enferma.

Lo dejaron ir, pero como te-mía que lo siguieran se dirigió, en efecto, a casa de su hija, donde pasó la noche. Ahí ha dejado los caballos.

—Bien, Juan —dice Villa—. Nomás esperamos a que pardee y vamos a casa de tu hija.

Después de recoger los caba-

llos flacos, salen de la población y siguen por la falda del cerro. Al rodear una huerta, ven venir por el camino a un jinete.

—Buenas…—Buenas les dé Dios.Llegan al rancho del Taráis.

Los tres revolucionarios pasan esa noche en un cuarto de pie-dra que carece de ventanas. Poco antes del amanecer, Villa ordena a Encarnación que vaya a darle forraje a los caballos.

—Conviene que vayamos cuan-to antes a reunirnos con la tropa —le dice luego a Albino—. Para estas horas aquellos compañe-ritos deben estar preocupados por nosotros.

No acaba de decir eso cuando suenan los primeros tiros.

111

Son ciento cincuenta dragones del Séptimo Regimiento. En cuanto los ve, Encarnación trepa a lomo de uno de los caballos y logra escapar.

Avisado por Jesús José Bailón —así se llama el hombre que Villa y los otros se toparon en la falda del cerro—, el jefe de armas de Parral mandó a los ciento cincuenta dragones al rancho del Taráis. Ahí, según dijo Bailón, hay tres caballos muy finos que de seguro per-tenecen a revolucionarios de alta graduación; uno de esos caballos, agregó el informante, pertenece nada menos que al bandolero Francisco Villa.

El cerco se ha ido estrechando en torno a la casa de piedra. El

fuego es nutrido: las balas pegan en las paredes y en la puerta.

—Ora sí ya nos cargó la chingada, coronel —dice Albino.

—Puede que tengas razón, Albino —dice Villa, y la oscuridad reinante no permite que el otro vea sus dientes amarillentos que se asoman entre sus labios—. Pero antes de que nos maten nos echa-mos unos cuantos federales, nomás por divertirnos. ¿Qué te parece?

La puerta de encino y mezquite se abre de pronto y dos hombres se escabullen fuera del cuarto, en medio de la penumbra. Cada uno lleva su pistola en la mano derecha y un rifle en la izquierda. Dis-paran a un lado y otro sin dejar de correr y toman rumbos diferentes, mientras les cae encima una granizada de balas.

Villa salta de un ágil brinco una alambrada, se tuerce un pie al caer y se interna cojeando entre los árboles. Todo es correr y correr. Siente que en cualquier momento una bala entrará por su espalda y ahí mismo acabará su vida. Una suerte que aún esté a oscuras, porque así no presenta un blanco visible. Es nomás un fantasma que huye en la no-che de invierno.

111

Pasa todo el día entre aquellas peñas, y al anoche-cer, aterido de frío, decide regresar a Parral. Avan-za despacio, con mucha precaución. A las cinco de la mañana entra por el barrio de la Viborilla, protegido por las sombras, y se dirige a casa del maestro Santos Vega, el mismo que tiempo atrás le dio trabajo como albañil. Santos Vega lo recibe con gran cordialidad.

—Ni se te ocurra salir de casa hasta que anochez-ca, Pancho. Lo mejor será que pases el día en una capillita que tenemos aquí al lado; ahí no vendrán a buscarte los federales.

111

Es una capilla pequeña, familiar. Cuatro paredes encaladas, dos bancas y dos reclinatorios. Con la puerta cerrada, la única luz es la que pasa por el

GeorGe Grantham Bain ColleCtion

Villa, entre 1910 y 1915

Visor

Page 7: Visor 19 de Septiembre de 2010

Armando Alanís

las lágrimas del CentauroPlaneta / mr,méxico, 2010,

294 pp.

vidrio ámbar de una ventana y la que proporcionan las veladoras api-ñadas frente a una imagen en lienzo de la Virgen de Guadalupe.

Sentado en una de las bancas, Villa pasa varias horas casi sin moverse. Medita en todo lo que le ha sucedido en las últimas ho-ras. El cuarto de piedra donde los sorprendieron los federales era una verdadera trampa. Está vivo de milagro, el dolor en la ceja no deja que se olvide de ello. ¿Y sus dos compañeros? ¿Han consegui-do huir, como él, o para este mo-mento sus cuerpos sin vida yacen bajo tierra en una fosa común?

Alza la cabeza y sus ojos entris-tecidos se fijan en la imagen que tiene enfrente. El óvalo perfecto del rostro, la piel morena, los dos ojos casi cerrados, la delicadeza de los labios… Esa boca pequeña y tan fina, ¿sonríe? ¿Le sonríe a él, a Pancho Villa, el bandolero metido a revolu-cionario? De pronto, la misteriosa sonrisa desaparece y una gotita de

agua asoma por uno de los pár-pados entornados, se sostiene un momento en el borde y rueda por la mejilla. ¿Una lágrima? ¿La Virgen llora por él, por Pancho Villa, o todo es un mero efecto de la luz cobriza de la tarde que declina? Se fija mejor en aquel rostro, pero ya no puede ver nada. Anochece con rapidez. Por la ventana ha dejado de entrar la luz.

Sin pensarlo, se levanta de la banca y va a postrarse en uno de los reclinatorios.

—Siempre he sido un he-reje, madrecita, tú lo sabes, y la culpa es de esos curas des-graciados que no se comportan como se debe —dice, mientras un leve cosquilleo le recorre la espalda—. Yo tampoco me comporto como debo, no soy un buen cristiano. He cometido pecados bien gordos, la mera verdá. Pero tú me proteges como a uno de tus hijos. A ti me encomiendo, madrecita. Si

me han de matar que me maten, pero quiera Dios, tu hijo, si es que existe, que alcance a vivir lo suficiente para ver el triunfo de la Revolución.

Ya de noche, Villa deja su refugio y se despide de Santos Vega. Procurando caminar por calles solitarias, llega a casa de su amigo Jesús Herrera. Éste le presta con gusto el único caba-llo que tiene, ai te lo encargo, compadre.

Montando a pelo, sale de Parral y se dirige a un rancho que está como a diez leguas. Ahí encuentra a otro amigo, Jesús José Orozco, quien le da alojamiento.

Dos días después, ya con la ceja curada, sale del rancho y se interna de nuevo en la sie-rra. Va en busca de su tropa. Se siente muy mal, afligidísimo, pues acaba de enterarse de que su amigo Juan Ramírez y su hijo han sido apresados. De sus ca-

07domingo 19 deSeptiembre de 2010 literatura

pitanes no hay noticias.Cuando llega al campamento,

dos días después, se sorpren-de al no encontrar a nadie. Ya volaron los pajaritos, dice en voz alta, desilusionado. Es de noche y hace mucho frío, pero ya no nieva. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está su gente? Mañana lo averiguará. Por ahora, lo ur-gente es descansar. Desmonta, desensilla al animal y pone la montura en el suelo, junto al tronco de un árbol. Se tiende bocarriba sobre el pasto frío, y apoya la cabeza en la montura. Pocos minutos después, se ha quedado dormido.

111

Despierta muy temprano y se dirige al trote a San José, que está a unas nueve leguas. De ese pueblo es Natividad.

Al mediodía, llega a la casa del capitán. Ahí lo espera una agradable sorpresa: el capitán y

otros cuatro compañeros salen a recibirlo entre abrazos y gritos de alegría. No pueden creerlo: ¡el jefe está vivo!

Ya serenados, pasan a la sala de la casa y Natividad le explica a Villa lo sucedido: el Albino logró escapar con vida de aquella cárcel de piedra, y al llegar al campamento contó cómo los sorprendieron los soldados del Séptimo Regimiento.

—Y como usté no regresaba, coronel, pensamos todos que le habían dado muerte. Nos pusi-mos retetristes y resolvimos dejar el campamento y marcharnos a nuestras casas.

—Pues aquí me tienes, Natividad, vivito y coliando, y dispuesto a juntarlos a todos de nuevo y seguir en la Revo-lución. Grábatelo bien en esa cabezota testaruda que tienes, Natividad: ¡aún no nace el va-liente que acabe con Pancho Villa! nL

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Aladino y lalámpara maravillosa

Page 8: Visor 19 de Septiembre de 2010

El autor de El aprendizaje de la decepción habla de su nuevo libro, una memoria visual llena de imágenes poderosas, como la del crucifijo: “enig-mática, terrible, daba mucho miedo”, dice el filósofo que en esta charla, entre otras

cuestiones, también alude a las imágenes que ven los jóvenes ahora y al futuro de la prensa impresa, “que tarde o temprano será sustituida por periódicos digitales”.

Autobiografía sin vida parece una contradicción.Es una autobiografía que trata de explicarme a mí mismo a través de una serie de signos, de representaciones que me han marcado.

¿Es una memoria más visual que literaria?Sí, en ella lo que domina son las artes visuales y sigue una cronología: empieza en las cuevas paleo-líticas —las de Chauvet-Pont d’Arc con sus caballos bellísimos—, luego vienen Grecia, el cristianismo, el gótico… es como una historia del arte que termina en la Documenta de Kassel en 1972.

¿Desde que nacemos estamos poseídos por un esce-nario de signos visibles?Pienso que sí. En el inicio del libro están las cabezas de caballos de Chauvet, cuando las vi inmediatamente pensé: las debieron ver los niños que nacían y crecían en el interior de aquellas cuevas; me imaginaba aquellas oscuridades ilu-minadas por el fuego, los resplandores, y me preguntaba: cuando aquellos niños salían de las cuevas y se cruzaban con los caballos, ¿cuáles consideraban que eran los verdaderos, los que estaban viendo en ese momento o los pintados en las cuevas? ¿Cuáles fueron las imágenes que yo vi y me determinaron sin que yo lo supiera? ¿Qué imágenes fueron aquellas que luego me hicieron comprender la vida tal y como la he comprendido?

Algunas de esas imágenes son especialmente poderosas, como el crucifijo en la España del siglo XX.Claro. Esa es una experiencia de mi generación y de casi todas las generaciones anteriores a la mía, pero ya no es la de los jóvenes. En aquel momento, desde muy pequeñitos, veíamos esa cruz, esa cosa misteriosa, enigmática, terrible, daba mucho miedo, la teníamos siempre presente y estaba unida a todo lo que era —en el caso de mi generación— la España de Franco. Para nosotros era imposible ver la cruz de otra manera. Y toda nuestra vida está vista a través del crucifijo, una vida crucificada. Los chavales ahora no, es difícil que vean un crucifijo, sobre todo en la España contemporánea, se han eliminado por la laicidad. Pero, en cambio, tienen cuatro años y ya están jugando con el play station, y toda su vida estará determinada por una pantalla; no lo saben pero se les nota, están constantemente fotografiando las cosas, si no las tienen fotografiadas no saben que han tenido esta experiencia.

¿Nos damos cuenta de un determinismo visual que antes no habíamos advertido?La intención del libro es ésa. Para mí fue un descubrimiento —a lo mejor he descubierto el

Entrevista

Nieves Martín Díaz

“Las iglesias no son religión, son espectáculos y negocios”Autobiografía sin vida es el libro más reciente del escritor barcelonés, quien aborda la historia del hombre a través del arte, de las imágenes que lo han acompañado en el transcurso del tiempo

Misisipi. Hasta que empecé esta introspección, yo no sabía hasta qué punto tengo que interpretar el mundo a través del español, de mi lengua, de la misma manera que lo interpreto a través de una serie de imágenes que componen mi lengua visual. La hipótesis es que a todos nos pasa lo mismo, que todo el mundo puede hacer un ejercicio de introspección, y metiéndose en sí mismo decir: bueno, vamos a ver cuáles son las imágenes que a mí me han marcado, de qué manera veo yo el mundo.

En su libro, después de hablar del último dios, el cristiano, de la de-rrota de todos los dioses, habla del nuevo Templo, el de Lo inevitable, el Ananké de los griegos.Nuestro mundo empieza en la Revolución francesa. La nuestra es la sociedad de los burgueses revolucionarios, ahora ya que-dan muy pocos y sobre todo en los países del tercer mundo; los países más civilizados son masa pura, proletariado puro, democracia total, no hay dife-renciación de clases. En España, por ejemplo, todavía hay una burguesía ilustrada que tiene el poder, que lo controla todo, y que impone su ideología. A partir de Hiroshima, de la bomba atómica y de la posibilidad de destrucción total que nosotros vivimos muy directamente —yo recuerdo el día de la crisis de los misiles de Cuba—, interio-rizamos lo inevitable, en ese momento todo cambió. Por decirlo de una forma rápida: nosotros estamos viviendo una nueva era, no una nueva época. Es una diferencia muy grande, es la diferencia entre el paleolítico y el neolítico.

En Autobiografía sin vida también habla de la transparencia religiosa, de la claridad de los templos góticos frente a la oscuridad románica. Hoy se sigue pidiendo transparencia, di-gamos a la Iglesia católica en los casos de pederastia.Pero eso ya no es religión. La re-ligión se terminó con la Revolu-ción francesa, lo que queda son iglesias instituidas, un poco de la misma manera que los partidos no son organizaciones políticas, sino empresas económicas, y no se puede decir que la política es lo que hacen los partidos, la política la hacemos usted y yo, los ciudadanos, los partidos no hacen política, hacen negocio. Con la religión es lo mismo. Hay quien cree en la religión pero las iglesias ya no son religión, son espectáculos religiosos, eco-nómicos, que a veces son muy poderosos, pero no son religión. Religiones quedan todavía, pero

en lugares poco recomendables, como los países islámicos donde la legislación todavía obedece la ley de Dios. En Israel también, las leyes del estado ultra moderno están naturalmente or-denadas según la teología hebrea, no pueden saltarse la ley religiosa. En nuestras sociedades no, afortunadamente la ley de carreteras o de sanidad no depende de Dios. Es en ese sentido que digo que la religión ha desaparecido. Enton-ces quedan sólo el arte y la ciencia. La ciencia no explica pero describe. El arte sí que explica. Y lo que está sucediendo, a mi entender, es que la ciencia está sustituyendo a la religión, como única verdad verdadera y el arte está robándole herramientas y mecanismos a la ciencia. Cada vez el arte actual es más técnico, en el sentido de que utiliza más técnicas, los que lo practican tienen que tener saberes técnicos. Hay muchí-simos artistas actuales que vienen de la ciencia, se está produciendo una transformación que a mí me apasiona, que es típica de un principio de era. Se están trastocando los pilares de nuestra civilización, todo se mueve, la sensación es de caos, de desorden, a todos nos da miedo, pero es excitante.

Entre los hitos artístico-visuales, hay un lugar desta-cado para Goya.

En Goya se da ese primer paso interesantísimo hacia la repre-sentación inmediata del horror. El arte anterior no lo representaba. Delacroix, por ejemplo, tiene un cuadro que es la representa-ción de una matanza, se llama La masacre de Quíos, una ciudad en la que entraron los turcos y mataron a todo el mundo: veinte mil cadáveres, pero la representación de Delacroix no produce ningún horror, es muy hermosa. Goya es el primero que introduce el horror dentro de la representación, pero ojo que esto es arte y en el arte el horror puede estar presente, pero ha de estar siempre en forma afirmativa, que no de-prima, que no sea una foto de Auschwitz, que te hace odiar al género humano. Me refiero a las fotografías documentales, que no son nada artísticas, que hicieron los ejércitos norteamericano y soviético cuando entraron en aquellos campos y se encontra-ron aquella barbaridad.

José Antonio Fortes, en su libro Inte-lectuales de consumo, denuncia el uso de los intelectuales, los poetas incluidos, por parte del poder, desde 1982 hasta nuestros días, recordando el arte y Estado franquista.Sí, pero dese usted cuenta que la mayor parte de los poetas utilizados por el poder no son poetas, son simulacros, imitaciones. Un poeta no se deja utilizar. Mejor dicho, a lo mejor querría ser utilizado el pobre, aunque sólo fuera para comer caliente, pero es imposible utilizar un poeta. Los poetas te meten en unos líos horrorosos. Tú llevas a un poeta a ponerle una condecoración y te puede llegar hecho un asco, ponerse a gritar, querer pellizcarle el culo a la ministra, los poetas son imposibles.

En el último capítulo de su libro, “Un final de novela”, dice que la literatura es “una mercancía de fluctuante valor que se puede luego monetarizar en los múltiples canales religiosos de la democracia popular: radio, tele, cine”. No menciona la prensa.No la he mencionado porque tiendo a pensar que la prensa es algo así como el arte en ma-yúsculas, una cosa del pasado, un residuo del siglo XIX. Y tiene los años contados, desgraciadamente, porque yo adoro los periódicos. Todas las empresas que fabrican diarios sufren pérdidas enormes y los periódicos están siendo uti-lizados de la manera más desver-gonzada por el poder político, justamente aprovechándose de la crisis económica. Y van a ser sustituidos tarde o temprano por los periódicos digitales. nL

08 literatura

Félix de Azúa

Félix de AzúaAutobiografía

sin vida,Mondadori,Barcelona,

2010,176 pp.

Filósofo, poeta, novelista, ensayista, Félix de Azúa (Barcelona, 1944) es autor, entre otras, de las novelas Historia de un idiota contada por él mismo (1986), Diario

de un hombre humillado (Premio Herralde, 1987), Demasiadas preguntas (1994) y Momentos decisivos (2000). Algunos de sus ensayos son La Venecia de Casanova (1990), Diccionario de las Artes (1995) y La invención de Caín (2001). Su poesía, hasta 2007, está reunida en Última sangre.

Félix de Azúa

ESPECiAL

domingo 19 deSeptiembre de 2010 Visor