Vida de un notario

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No heredamos la tierra de nuestros antepasados.La legamos a nuestros hijos.Antoine de sAint-exupéry

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Índice

Prólogo

Retrato de un hombre

Un lugar y una fecha

Su familia

Infancia y juventud

Licenciatura en Derecho y tesis doctoral

Matrimonio

Su vida en el Notariado

Pan del cuarto

Instituto de Reforma Agraria y guerra civil

Vida en Córdoba

Trayectoria intelectual

Actividades, Cargos y Homenajes

Unidad y continuidad

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Prólogo

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Retrato de don Vicente. Página 10.

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Queridos hijos:

Llegado este momento de mi vida me ha parecido oportuno recopilar en las siguien-tes páginas los instantes más importantes en la vida de mi padre, vuestro abuelo.

La aventura de dejar unos apuntes sobre la vida de mi padre es una vieja idea que ahora he conseguido llevar a cabo. Aunque tampoco puedo olvidar en este momento a mi madre, Consuelo Almagro Herrera, mujer alegre, comprensiva, extremada-

Prólogo

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mente enamorada de su marido, en quien tanto influyó, y desde el primer momen-to fiel colaboradora, incluso en el terreno económico.

Vicente Flórez de Quiñones, vuestro abue-lo, hizo siempre particular hincapié en su amor a la familia, a sus hijos, y el valor que implica su unión. En definitiva, a sus raí-ces. El respeto y la honestidad, tanto fami-liar como profesional, que tan importantes fueron para él, es lo que de todo corazón me gustaría transmitiros a vosotros a través de su biografía. Una biografía que cuenta una vida que espero sea recuerdo, ejemplo y orgullo para vosotros y vuestros descen-dientes.

Con el amor y el cariño de vuestra madre.

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Prólogo

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Alfonso y Marichelo en familia.

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Don Vicente entre sus libros jurídicos. Página 16.

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Don Vicente Flórez de Quiñones y Tomé. Un hombre serio, res-ponsable, trabajador, apasionado

por su oficio. Un hombre intelectualmente destacado, que supo aprovechar su inteli-gencia natural y labrarse un nombre den-tro de una profesión, como la de notario, que necesitaba por aquel entonces, y pue-de que aún hoy en día, ya no sólo de un es-tudio constante, o una claridad conceptual destacada, sino también de un ambiente específico, un halo de responsabilidad y confianza que transmita la seguridad ne-

retrato de un hombre

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cesaria en asuntos de importancia como lo son todos aquellos que pasan por una notaría.

Un hombre serio, seco, difícil de tutear, pero también socarrón, y un gran conver-sador, especialmente sobre aquellos temas que dominaba, como bien comenta Do-mingo Plazas. Y el cruce entre esa soca-rronería y sus dotes para la conversación lo demostraba igualmente con sus rotun-das sentencias tras escuchar atentamente las explicaciones de su interlocutor. Buen tertuliano, a fin de cuentas, una cualidad que le granjearía una comunidad de fieles amigos y una importante red de contactos entre las personalidades cordobesas, ciu-dad que terminaría siendo su otra tierra.

Y como éste, muchos otros aspectos tra-zan el perfil de un hombre al que sin duda se le podría caracterizar con todo orgullo y precisión como un hombre de su tierra,

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Don Vicente en su biblioteca.

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curtido en las difíciles tierras leonesas, con todos los valores que ello contiene, y con todas las enseñanzas que ello le deparará, tanto para su profesión, su contacto con el sistema de las tierras comunales, como para su vida.

Fijémonos, por ejemplo, en su concepción de la familia, en su apego por la misma, en su alto grado de responsabilidad para con

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Don Vicente rezando frente al panteón de su familia.

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ella, un amor por los suyos que se refleja en pequeños detalles tan significativos como el que, una vez más, recoge la fotografía. Don Vicente rezando frente al panteón de su familia en un sencillo acto que repetía cada oportunidad que surgía de acercarse a su tierra omañesa.

Pero esta imagen grave, de hombre que por su profesión y sus cualidades infunde

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respeto, habituado a las formalidades que su labor notarial ensalza, dueño de sus pa-labras y de sus silencios, no abarca todo aquello que era don Vicente.

Sensible, cariñoso. También podemos en-carar su retrato a partir unas característi-cas que nos demuestran cómo la vida de un hombre adquiere otros matices al acercar-nos a los pequeños detalles de su cotidiani-dad. Pocos días dejaba el trabajo antes de las diez de la noche, siempre, como ya se ha dicho, muy trabajador, al mismo tiem-po que cumplía con sus diversos rituales, como el vino antes de comer o la tertulia profesional que frecuentaba.

Un hombre de campo, como demuestra que en su infancia y juventud se convirtiera en un buen jinete, de tanto montar a caballo por las tierras leonesas. Eso sí, más tarde reconoció, y aquí podemos recuperar esa socarronería de la que poco

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antes hablábamos, que de tanto trote en su juventud se le pasaron las ganas. No así las de cazar, que, si bien nació por la misma época en la que tanto cabalgaba, siempre le acompañó. Aficionado a la caza mayor y menor mantuvo una finca, La Solana del Pilar, al lado del Guadiato, donde realizaba una o dos monterías al año. Si bien su interés nunca fue crematístico, sino una manera más de compartir tiempo y experiencias con los más allegados.

De montería en La Solana del Pilar.

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Al hilo de su afición cinegética, cuenta Rafael Mir que don Vicente tampoco era muy buen escopeta, aunque llevaba con resignación sus fallos, y que tan sólo recuerda un momento de súbita cólera: aquella vez que uno de los guardas le mató en sus narices una becada, pieza rara por aquellos lugares. También se enfadaba, prosigue Mir, cuando una de las mejores perras de su propiedad obedecía más al guarda que a él mismo, algo lógico, como añade don Rafael “el animal no tenía claro el peso del título de dominio y se iba, como es natural, con quien le cuidaba de ordinario”. Durante mucho tiempo tales monterías fueron cochineras, sólo más tarde se abatieron los primeros venados. En estas cacerías don Vicente se autodenominaba el “joven sexagenario”, una prueba más o de su espíritu o de su humor.

Como también era un hombre religioso, no beato, pero sí un católico pendiente de

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cumplir con sus creencias, incluso de co-laborar en ciertas iniciativas, como aque-lla con Fray Albino, en la que tendremos tiempo de profundizar más tarde, y que hacen gala de su generosidad y preocupa-ción por los problemas de su entorno.

En realidad don Vicente fue un hombre siempre curioso, ávido de conocimiento, y ya no sólo en su vertiente profesional, se interesaba mucho por la actualidad, sentía pasión por las noticias, por aquello que ocurría a su alrededor. Conocía y le gustaba conocer los avatares de su círculo más inmediato y de su entorno algo más amplio, las sagas familiares, los pleitos, los grandes acontecimientos de las personas que le rodeaban. Siempre con la discre-ción, con el respeto de quien sabe que la confianza de los demás, y como notario esa confianza era aún más evidente, tarda tiempo en conseguirse y muy poco en des-aparecer.

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Lector de Pueblo, también de La Codor-niz, políticamente era un hombre escépti-co. O como diría Rafael Mir:

“En la personalidad de don Vicente con-vivían rasgos conservadores y rasgos de máxima apertura, de una parte, y de otra, se compaginaba una modernidad absoluta con resabios de mucha carga histórica de montañés enriscado, que los carentes de finura psicológica tomaban de soberbia y acritud”.

La vida no le privó de recoger calurosas recompensas, como el nombramiento de Hijo Predilecto por parte de sus paisanos de Riello, o la Medalla al Mérito de la ciu-dad de Córdoba. Significativo doble aga-sajo que habla muy bien del cariño que logró suscitar entre la gente de las dos tie-rras que le vieron trabajar y por las que se implicó, afectiva y profesionalmente.

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Una persona, don Vicente, nacida y educa-da en sus circunstancias, de ahí que man-tuviera su preferencia por la conversación y la camaradería masculina, en un entor-no siempre propicio para incluir a gente joven a medida que se hacía mayor, otra prueba más de su vitalidad y sus ganas de conocimiento.

Aunque, desde luego, entre las muchas otras cualidades o características que po-damos ir describiendo, don Vicente fue, de profesión y espíritu, un verdadero notario. Porque existen profesiones que marcan una vida. Así suele ocurrir con aquellas que contienen una fuerte carga vocacional, que recogen en sí mismas tanto el oficio como las inquietudes del interesado, que identifican al sujeto con los valores de la profesión que ejerce, en fin, que terminan por definir de tal modo a la persona que nos cuesta imaginar a ésta sin mencionar su labor.

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Y, sin embargo, las grandes vidas siempre nos ofrecen un perfil más amplio que el su-gerido por el ejercicio de una profesión. A modo de metáfora, en el caso de don Vi-cente es cierto que el término notario, en su primera acepción del diccionario, nos acercaría a comprender su trabajo:

Funcionario público autorizado para dar fe de los contratos, testamentos y otros actos extrajudiciales, conforme a las leyes.

Pero, es curioso, sería la segunda acepción del DRAE la que nos ofrecería, de manera casual, una visión más certera de su vida:

Persona que deja testimonio de los aconte-cimientos de los que es testigo.

Porque, a lo largo de los años, don Vicen-te intentó transmitir en cualquiera de sus

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facetas, personal o profesional, su compro-miso con aquellos acontecimientos que ja-lonaron su vida.

Acerquémonos, pues, a una vida de no-tario, pero recojámosla en su más amplio sentido. Recordemos la tradición familiar que tanto le influiría. Descubramos, poco a poco, de qué manera fue forjándose desde su niñez leonesa ese carácter, esa persona-lidad tan característica de un tiempo y un lugar. Repasemos sus años de aprendizaje, detengámonos en sus escritos, desarrolle-mos los hitos más importantes de su etapa leonesa, de su vida en Córdoba. Acuda-mos a su entorno, a la familia que formó y a los amigos de los que fue disfrutando. Investiguemos en su biblioteca, paseemos por la casa de Curueña, recorramos su tra-yectoria intelectual sin olvidarnos de sus vivencias más personales.

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Iglesia de Curueña. Página 32.

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La comarca de Omaña (Oumaña en astur-leonés) es, junto con el Bier-zo y Babia, uno de los lugares más

representativos de León. Una comarca histórica formada por los municipios de la cuenca del río Omaña, en cuya capital, Murias de Paredes, nació don Vicente en 1898.

Pero será en Curueña, en la casa de la fa-milia, donde pasará su infancia y buena parte de su juventud. Una casa familiar ejemplo de la arquitectura solariega del

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siglo XVII, con su destacada portada de estilo italiano coronada por su escudo de armas. La Casa de Curueña, como acos-tumbran a decir por aquellos lares, está si-tuada junto a la iglesia, levantada también por un miembro de la familia que está en-terrado, según su deseo, a la entrada de ella para que todo el mundo hubiese de pisar sobre él.

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El arraigo de la familia paterna a Curue-ña data, al menos documentalmente, del siglo XV, desde el que han sido los seño-res de Curueña. Un pueblo situado a 1330 metros, el de mayor altitud de la comarca, rodeado de bosques de robles, abedules, acebos..., y una rica fauna de corzos, ja-balíes o rebecos. Un entorno con un clima extremo, entre inviernos largos y fríos, y

Casa de Curueña.

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veranos cortos y calurosos, que marcan la personalidad de estos homos manium.

Don Vicente se crió allí por decisión pa-terna, pese a la oposición de la madre, con el objetivo de que se educara en la tierra que habría de ser suya y tendría que regir. El interés de don Francisco, su padre, no era otro que formar a su hijo en los valores que sustentan la vida del campo, y, tam-bién, en la responsabilidad que suponía la condición de propietario. Que aprendiera la diferencia entre el señor y el explotador, y fuese generoso.

Al hilo de tal cualidad, doña Pilar, herma-na de don Vicente, relataba en el Diario de León, tras la muerte de éste, una anéc-dota que demostraba como la generosidad fue siempre uno de los patrones familiares. Contaba como a uno de sus antepasados le pidió prestadas un labriego de Curueña unas cuantas cargas de centeno. Le fueron

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dadas. Llegado el tiempo de cobro de las rentas se midieron las cargas de centeno que debían ser entregadas en concepto de tales y las correspondientes al présta-mo. Una vez entregadas, el señor midió de nuevo del montón las cargas que le había prestado al labrador y se las regaló.

Don Francisco.

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Sirva la anécdota como detalle, pero sirva también como referente para interpretar en su contexto la actitud de nuestro prota-gonista en aquellos momentos en los que decidió implicarse a favor de los suyos. Tiempo tendremos para comentar esto úl-timo, quede no obstante advertido.

Pero centremos aún más los acontecimien-tos y recordemos una fecha: 1898, un año singular. Un momento significativo en la historia de España, el año del “desastre”, de la pérdida de las últimas colonias. Una fecha, además, que dio nombre a una ge-neración de intelectuales afectados por la crisis moral, política y social provocada por aquellos acontecimientos.

Ese 1898 fue el año del nacimiento de don Vicente. España, por entonces, era una socie-dad predominantemente rural y poco urba-

Don Vicente de niño.

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nizada, con grandes desigualdades sociales y culturales, con un alto grado de analfabe-tismo y una economía atrasada, anclada en una agricultura escasamente competitiva y unos enclaves industriales concentrados en puntos muy determinados.

La realidad familiar de don Vicente se apartó en buena medida de los tópicos de la época. Una familia antigua de monta-ña, leonesa, donde brilló el mejor sentido de la tradición, acompañado de un espíri-tu humanista que siempre primó el goce del conocimiento y su aplicación práctica, al servicio de la comunidad. Una asenta-da familia propietaria, en un entorno ru-ral, que, sin embargo, nunca reprodujo los brotes caciquiles tan propios de ciertos sectores.

Esta singularidad, ya de forma concreta en el caso de don Vicente, también se debe, en buena medida, a la confluencia de dos per-

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sonalidades con raíces distintas y con ca-racteres diversos, que, vistos los resultados, lograron complementarse: sus padres.

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Su familia

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Francisco y Carolina, sus padres, junto con Vicente y Encarnación. Página 44.

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Don Francisco Flórez de Quiñones y Díaz, su padre, fue uno de los seis hijos de don Vicente Flórez

de Quiñones y Rodríguez. Unos breves apuntes sobre sus hermanos nos revelarán de manera más clara la heterogeneidad en la que se tradujo una educación de altas miras para todos ellos:

Antonio, el mayor de los Flórez de Qui-ñones y Díaz, murió en plena juventud, siendo ya un sacerdote brillante, destaca-do entre sus pares; Benito y Carlos opta-

Su familia

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ron por emigrar a Cuba. El primero llegó a ostentar en la guerra cubana el cargo de Coronel al mando de un batallón de vo-luntarios; el segundo se convirtió en aque-llas tierras en un conocido agricultor, con notorio prestigio. Máximo profundizó en la veta humanista de la familia, aplicándo-se al estudio hasta terminar sus días como catedrático en uno de los institutos con más solera de Madrid, el Instituto San Isi-dro. Y por último, Juan, que renunció a su brillante porvenir como artista para man-tener la continuidad de la casa, decisión que demuestra los sólidos principios en los que fueron criados.

Precisamente, para don Vicente, para Vi-cente, en aquellos tiempos de su infancia, la figura de su tío Juan se convirtió en una de las más destacadas y queridas. Porque fue éste quien introdujo a su sobrino en el trato comercial, en el ambiente popular de las ferias de ganado, citas que se trans-

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formaban en verdaderos acontecimientos. Allí aprendió don Vicente los rudimentos básicos de todo acuerdo, que de tanto le hubo de servir en sus negocios tiempo des-pués, y que con el mismo ánimo transmiti-ría el mismo don Vicente a su nieto.

Tío Juan.

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Pero regresemos de nuevo a su padre. Don Francisco también comenzó su andadura hacia la madurez como seminarista, igual que su hermano Antonio. Los avatares de la vida hicieron que, tras esta experiencia, ingresara en el ejército carlista como oficial. Después de esto su rumbo se encaminaría profesionalmente hacia el ámbito jurídico, ejerciendo diversos cargos que le llevaron por diversos lugares del país. Uno de ellos fue Córdoba, donde desempeñaría el cargo de Abogado Fiscal de la Audiencia de Córdoba, y que, como recordara don Manuel Enríquez Barrios en el discurso de contestación tras el ingreso de don Vicente en la Real Academia de Córdoba, de Ciencias, Bellas Letras y No-bles Artes, don Francisco destacaba por:

Una personalidad que supo esmaltar sus apellidos nobiliarios con merecimientos propios (...) dando pruebas de su gran rec-titud, amor a la justicia y competencia pro-fesional.

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Una caracterización que no por casualidad se citó aquel día, puesto que corroboraba la evidente similitud que existía entre pa-dre e hijo, y no sólo en lo laboral, también en las inquietudes que cultivaron ambos al

Don Francisco y uno de sus hermanos.

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margen o en paralelo a su profesión, como su gusto por la historia o su buen hacer con la letra escrita (don Francisco coqueteó in-cluso con la poesía).

Don Francisco terminó su vida oficial como Presidente de la Audiencia de Oviedo, un hito más en su carrera, una andadura que siempre sirvió de ejemplo a su hijo. Un hijo que guardará siempre gran afecto por la figura paterna, como lo demuestran las sentidas palabras que le dedicó en su dis-curso de recepción en la Real Academia de Córdoba, de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes:

De aquel grupo al que pertenecía mi pa-dre, que fue jurista, historiador y poeta y que sabía cumplir su deber con esa elegan-cia espiritual y con esa suave energía propia de aquellos hombres, siempre hombres y siempre caballeros y me conmueve su re-cuerdo, en los años de la preguerra, cuan-

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do me guiaba amorosamente por las viejas calles de esta querida Córdoba, siendo yo muy niño.

Por otro lado, su madre, Carolina Tomé Gutiérrez, hija de un oficial del ejército li-beral en aquellas guerras carlistas, aportó en buena medida el complemento nece-sario tanto en la relación con su marido como en la educación de su hijo. Mujer práctica y sensata, le inculcó desde joven ambas cualidades, que formaron parte del carácter de don Vicente. Un hijo que tam-bién guardó de por vida la herencia ma-terna del amor por sus raíces. Tan noble sentimiento se hizo por última vez paten-te poco antes de morir, época en la cual don Vicente tramitaba el papeleo necesa-rio para trasladar el cuerpo de su madre a Curueña, aunque finalmente, como ya comentamos con anterioridad, quedó en-terrada con él en Córdoba.

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En cuanto a sus hermanas, don Vicente tuvo dos. Encarnación, la mayor, apor-tó pronto descendencia, dos hijos, pero también murió joven. Por otro lado Pilar, la pequeña, que siempre sintió adoración por su hermano, se mantuvo siempre al frente de las responsabilidades familiares, acompañada en todo momento por don Vicente, y terminó viviendo con su madre en Córdoba.

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Vicente, doña Pilar y don Vicente.

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Casa de Curueña. Página 56.

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Como ya comentamos, por deci-sión paterna don Vicente se crió desde los ochos años en la casa de

Curueña. Aunque doña Carolina no era de la misma opinión, finalmente prevale-ció el criterio de don Francisco, que pre-tendía conservar en el joven hijo el espíritu de continuidad de la casa, acercándolo a la realidad del entorno rural.

En más ocasiones aparecerá esta idea de continuidad en los acontecimientos y de-cisiones que jalonan el itinerario de don

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Vicente, pero en esta ocasión cobra una especial relevancia, puesto que se conside-ró necesario que el jovencísimo hijo apren-diera de primera mano las tareas de la vida aldeana, se rodeara del sabio y noble espí-ritu popular.

De este modo, desde niño don Vicente se familiarizó con tareas tan diversas como el cuidado de los riegos, o la guarda de las ve-ceras, toda una escuela comunal, tan pro-pia de la zona. Pero también allí aprendió las primeras letras, comenzó a estudiar la-tín y los rudimentos de la Historia de Es-paña. Una formación, en suma, que com-binaba el alimento intelectual con la vida popular.

De aquella infancia también solía recupe-rar don Vicente sus años cordobeses. Ya hemos comentado que uno de los destinos de su padre, don Francisco, fue dicha ciu-dad, y de esa primera etapa siempre con-

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servaría grandes recuerdos y amigos. Entre los recuerdos, algunos tan curiosos como los de aquel juego de colegio que se llama-ba “la partida de la cuchara”, y entre los amigos alguien que lo fue ya durante toda su vida: Ricardo López Suárez de Varela.

Esta fue sin duda otra de las característi-cas destacadas de don Vicente, la lealtad hacia aquellas personas por las que sentía afecto y que le correspondían de igual ma-nera. Tendremos tiempo de recordar otras muestras de fidelidad, y comprobar cómo fue siempre uno de los principios que man-tuvo al frente de sus valores.

Don Vicente cursó por libre los estudios de bachillerato, y cuando tuvo que decidir el camino a escoger siempre tuvo a mano los sabios consejos tanto de su padre como de otras personalidades. Ya en la facultad de Derecho, por ejemplo, encontró un guía fundamental en un leonés ilustre, Laureano

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Díaz Canseco, catedrático de la Universi-dad Central y uno de los grandes maestros de la Historia del Derecho en nuestro país, sobre todo de la historia jurídica medieval. Él fue, sin duda, una pieza clave en el inte-rés de don Vicente por el derecho consue-tudinario leonés. Pero también aprovechó la compañía de otras figuras no menos im-portantes, como el asturiano don Fermín Canellas o, el también asturiano, don Prie-to Bances, del que aprovechó conversacio-nes y jornadas de estudios.

Si bien la pasión de don Vicente por el De-recho fue una clara constante vital, es cier-to que podríamos incluirla dentro de un verdadero espíritu humanista que le llevó a participar, a lo largo de sus años, en múl-tiples empresas intelectuales.

En sus años jóvenes, en la época que reco-rría junto con su padre distintos puntos de la geografía española, tuvo diversas expe-

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riencias en un mundo, el periodístico, que le haría desarrollar su contacto con la es-critura.

Recorrió especialmente tres insignes re-dacciones, a saber: la del Diario de León, el decano de la prensa leonesa, que nació para defender los intereses de la Iglesia y de España dentro del humanismo cristia-no. Con esa consigna, y bajo el auspicio del obispo de la diócesis, Juan Manuel Sanz Sarabia, fue concebido en febrero de 1906.

También pasó por Pueblo Manchego que fue, junto Vida Manchega, el periódico más significativo de la prensa de Ciudad Real durante el primer tercio del siglo XX. Nacido en 1911, era el diario de mayor

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Don Vicente joven.

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difusión provincial. De carácter confesio-nal, su fundador fue don Javier Irastorza Loinaz, secretario del obispo, y su ideario entroncaba claramente con una línea con-servadora y promonárquica.

Y, por último, la de El Carbayón que se convirtió en el periódico más importante de Oviedo. Nacido en 1879 mantuvo su publicación más de medio siglo y repre-sentó un verdadero ejemplo de la prensa española de provincias.

No perdería con los años esta afición por la escritura, hecho que se demostrará en los estudios y conferencias que con lo años irá acumulando, y en los que siempre destaca la claridad y precisión de su estilo, incluso, como apuntará el Director de la Revista Internacional del Notariado:

El tono literario, de buena literatura, en que está redactado su estudio acerca de Rodri-

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go Bastidas, que deja traslucir el trabajo de búsqueda y de erudición que va implicado.

Aunque, sin duda, más que en sus pinitos periodísticos, donde por primera vez se trasluce la verdadera inteligencia y buen hacer como escribano (escribano de oficio y de afición), será en su renombrada tesis doctoral. Tesis de la que tendremos opor-tunidad de hablar a continuación.

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Don Vicente licenciado. Página 68.

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Don Vicente cursó estudios en la Universidad Central, especiali-zándose en las ramas de Historia

del Derecho y Economía popular. Licen-ciado a los diecinueve años, comenzó a los veinte su preparación doctoral. La primera redacción de la tesis la terminó de escribir en 1921, esto es, con veintitrés años, aun-que una sucesión de avatares prolongaron su publicación hasta dos años más tarde.

Para empezar, su movilización a Ma-rruecos como soldado de las tropas ex-

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pedicionarias retrasó la defensa de su trabajada tesis hasta su regreso de Áfri-ca. Cuando por fin pudo leerla, el 30 de mayo de 1923, obtuvo una merecida recompensa al obtener la máxima ca-lificación. Sin embargo, otro hecho in-esperado, el golpe de Estado del 13 de septiembre de ese año, y la posterior reforma de la legislación local, obligó a un nuevo aplazamiento, y una vez publi-cado el Estatuto, con varias diferencias respecto a la situación jurídica de los pueblos agregados a un término muni-cipal, don Vicente creyó ya necesaria su publicación.

Fue su primer trabajo y, quizás, el más im-portante de su trayectoria. La dirección de la tesis corrió a cargo del ya mencionado Díez Canseco, y su título fue Los pueblos agregados a un término municipal en la historia, en la legislación vigente y en el Derecho Consuetu-dinario leonés.

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Para su director y prologuista, Díez Can-seco:

Es este libro un estudio acerca del estado jurídico, organización y vida administrativa de los pueblos que integran un término mu-nicipal. Es un trabajo de no corta, asidua y escrupulosa preparación, muy pensado, bien y claramente planteado el problema y escrito con gran entusiasmo y encariñado con el asunto.

Trescientas cincuenta páginas divididas en veintidós capítulos y un apéndice. La obra comienza por un capítulo preliminar en el que se subraya la importancia del proble-ma municipal. A este le sigue una primera parte histórica en la que se reseña el mu-nicipio en la antigüedad y en el medioevo y la evolución legal de los pueblos agrega-dos, y se completa con una segunda parte, de ciento cincuenta páginas, dedicada a los

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pueblos agregados a un término municipal en el Derecho consuetudinario leonés.

En esta segunda parte se presta atención al gobierno del pueblo y administración de sus bienes, a las prestaciones exigidas a los vecinos y a las medidas de policía. Institu-ciones como los oficios concejiles, los peri-tos o tasadores, el campanero y el presero, los sistemas de contabilidad (piedras, va-ras), la facendera y otros trabajos comuna-les, el palo de cobranza, el palo de mesón, la limpieza de las calles, caminos y fuentes, las veceras..., son su materia destacada.

Esta parte, la dedicada al estudio de la vida del concejo rural será vista por su maestro como:

[...] la parte más interesante y sugestiva, y desde luego la más completa y redonda de la obra del Sr. Flórez de Quiñones.

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Valoración que no tarda en justificar con un destacado encomio:

No puede negarse que en la parte consa-grada al estudio de la formación del régi-men vigente hay consideraciones interesan-te, aspectos muy bien vistos, y están bien notadas las influencias en ella de las ideas políticas reinantes, así como puntos de vista críticos y acertados al juzgar la condición precaria y la falta de personalidad en que el derecho positivo ha encerrado y asfixiado la vida de tales pueblos; pero, tanto para el estudio de la psicología colectiva española, como para la comprensión de la historia ju-rídica, y para llevar a cabo un intento de reconstrucción de la organización munici-pal eficaz y seria, tienen un gran valor estos estudios de derecho consuetudinario, y el llevado a cabo por el autor nos da un cono-cimiento de él claro, preciso, lleno de vida y expresión.

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Una obra, esta tesis doctoral, que, como bien supo interpretar el profesor Díez Canseco, no sólo destaca formalmente, sino que atesora una visión personal y ví-vida, sentida, del tema que trata:

El autor hace este trabajo sobre las costum-bre de unos concejos del partido de Murias, aunque relacionándolo y comparándolo con datos de otros lugares y con numerosas ci-tas de los antiguos fueros municipales; pero esto, lejos de ser un defecto, avalora su tra-bajo porque gana en concreción y realidad; le hace más vivo y detallado, y pierde ese carácter abstracto que resulta siempre de una generalización. Además, resulta siem-pre interesante un estudio como este, hecho en presencia y participando de la vida mis-ma del territorio por un hombre que sabe observar y lo hace con todo amor.

Esto, en cuanto a la estructura y forma del libro, da un gran interés a su lectura, y apa-

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rece escrito con el nervio y la piadosa es-crupulosidad en los detalles de quien está enamorado de la vida y de las costumbres que estudia.

Es, en suma, una buena monografía del derecho consuetudinario leonés, o de una forma dialectal de él, formando parte de un trabajo bien planeado y desarrollado de un punto tan capital del derecho administra-tivo como es la organización municipal de los concejos rurales, y sólo deseamos que su autor siga trabajando por tan buen camino y con tanto acierto como revela esta obra.

En la obra se desgranan abundantes e in-teresantes datos e ideas. Rafael Mir Jor-dano, en perfil humano, jurídico y aca-démico que preparó para el Boletín de la Real Academia de Córdoba, de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes destacaba las siguientes:

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El municipio es la única y verdadera cé-lula social, cuyas menguas o vicisitudes se reflejan en la vida del Estado; la ciencia política aconseja hacer partícipes a los ciu-dadanos en las funciones públicas; en los distritos rurales debe implantarse la de-mocracia directa; como ejemplo de ésta, el Concejo o Asamblea general de vecinos, serían preferibles a los ayuntamientos en núcleos de escasa población; el municipio rural es un abominable conglomerado ad-ministrativo; el humilde trabajador que habita en la aldea es un actor anónimo del Derecho; en las gentilidades subsistentes en la época romana y goda, en las monta-ñas del norte de España, predominaba el territorio sobre el parentesco; en los fue-ros, como en la legislaciones modernas se prohibía que ninguno fuera castigado sin proceso, ni aun por orden del mismo rey; durante los siglos X al XII el Municipio leonés y castellano fue esencialmente de-mocrático...

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Aunque para este destacado académico, ningún otro párrafo como el del final de la tesis, deje un sabor tan acertado:

Existen otras muchas costumbres comunales, y algunas verdaderamente interesantes para el estudio de muchos puntos de Derecho Ci-vil, que significan, como las citadas en el cur-so de este trabajo, verdaderas peripecias ju-rídicas. Pero, con las anteriormente citadas, creemos demostrada plenamente la absoluta capacidad que tienen los pueblos agregados a un término municipal -hoy Entidades loca-les menores- para regirse por sí mismos, y la inutilidad de los Ayuntamientos en la mon-taña leonesa, donde no son más que unos organismos de verdadero lujo, pero innece-sarios, y sólo beneficiosos, generalmente, a la capitalidad del término municipal.

Agotada y muy buscada por los historia-dores del derecho y por los estudiosos de

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la administración local, según recalca don Rafael, el valor de la misma se aprecia en esta anécdota que don Florentino Agustín-Díez, en el homenaje que el Ayuntamiento de Riello rindió a don Vicente en 1980, se encargó de comentar:

Hace poco más de un año tratábamos de elaborar en el Instituto de Estudios de Ad-ministración Local un proyecto de regla-mento sobre el régimen jurídico especial de los municipios de menos de cinco mil habi-tantes. Presidía aquella comisión de trabajo el joven y distinguido profesor de Derecho Administrativo Luis Morell Ocaña. En una de nuestras sesiones compareció Morell, ra-diante de alegría, exhibiendo en la mano un libro raro que acababa de encontrar en la gran Biblioteca del Instituto. Lo calificó de “joya singular” y nos advirtió que aquel libro iba a dar luz preciosa en las tareas de la comisión. Aquel libro se titulaba Los pue-blos agregados a un término municipal en

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la historia, en la legislación y en el Derecho consuetudinario leonés. Yo pude entonces subrayar el lógico entusiasmo de Morell y hasta ofrecer una información amplia del libro que había escrito un mozo omañés de veinte años.

Y continúa don Florentino, otro ilustre leonés, por cierto, reclamando encareci-damente su difusión:

Hoy es una pieza para bibliófilos, pero de-biera ser más que eso, debiera ser libro de general lectura para gentes ávidas de co-

Casa de Riello.

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nocer la historia de los pueblos de donde proceden, en el sabrosísimo campo de sus instituciones concejiles, porque, además, su lectura es amena y atractiva. Debe ree-ditarse, afirmaba el profesor Morell. Debe reeditarse, en efecto, y sobre quién puede hacerlo nosotros hemos tenido ocasión de sugerirlo en reciente artículo del último nú-mero extraordinario de la revista de la Casa de León en Madrid.

Una obra que, confiesa don Florentino Agus-tín-Díez, resultó ser un descubrimiento:

Al hablar de este primer libro de Flórez de Quiñones hay también en mí un sentimien-to especial de reconocimiento por lo que a este libro debo. En sus páginas comencé a sentir mi inclinación por la tradición conce-jil española, por la historia de la comunidad de aldea, y en este sentido me enorgullece proclamar como mi maestro a Flórez de

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Quiñones, un admirable maestro en su pri-mera y vigorosa juventud de veinte años.

En resumen, don Vicente, como quedó es-crito por don Manuel Enríquez Barrios en el discurso de contestación el día de su in-greso en la Academia cordobesa, elaboró una estudio que:

[...] publicada cuando aún no tenía veinti-cuatro años, es, sin embargo, por su conte-nido y madurez, la obra de un encanecido en la investigación.

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Consuelo antes de casarse. Página 84.

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La historia entre don Vicente y Con-suelo necesita un apartado especial. Hasta ahora hemos conocido as-

pectos relevantes de la figura de don Vi-cente, hemos descubierto los pilares en los que se asienta gran parte de su personali-dad: su marcado espíritu aldeano, que le convierte en un hombre de fiar, serio, que profesa un gran amor por su tierra; su pa-sión por el estudio, por el conocimiento, su gran capacidad intelectual y, también hay que decirlo, su gran capacidad de tra-bajo. Alguien que sabe que sin esfuerzo

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no es posible labrarse un futuro, a quien le acompaña desde joven un alto sentido de la responsabilidad, muy acorde con su elección profesional.

Pero la historia entre don Vicente y Con-suelo añadirá a este retrato elementos nue-vos que, en el fondo, servirán para comple-tar su perfil. Don Vicente vivirá momentos apasionantes y también complejos, se en-frentará a una visión del mundo que hasta entonces no había sido la que le rodeaba y que terminará por reafirmar su carácter. Veamos por qué.

Consuelo Almagro Herrera, doña Consue-lo, fue la cuarta hija de don Vicente Alma-gro Carballido, la primera mujer, tras Luís, Julián y Vicente; y la única mujer de la casa que terminó por ser, al morir muy joven su madre, cuando ella contaba con nueve años, y al morir también su hermana Matilde. Una muerte extraña la de Matilde, a los once

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Consuelo y su padre Vicente.

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años, a quien le gustaba mucho leer, que es-cribía poesías pero que utilizaba de vez en cuando, con la inocencia que sólo cabe en una niña, su propia sangre para hacerlo. De esta manera, pinchándose con la pluma, ob-tenía su particular tinta. La infección por ta-les pinchazos le provocaron finalmente una septicemia que acabó con su vida.

El destino de ésta última, junto con el falle-cimiento de la madre, condicionó la actitud de don Vicente Almagro frente a Consue-lo. Terminó así por criarse en un ambiente masculino en donde aumentó la protec-ción hacia ella. Pronto la internaron en un colegio, un entorno que no minó la alegría y el dinamismo que siempre caracterizó a una mujer con un espíritu envidiable.

Consuelo conoció a don Vicente cuando su padre Francisco era magistrado en Ciu-dad Real, corría el año 1920. Pero el no-viazgo fue complicado. El padre de doña

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Doña Consuelo.

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Carta de don Vicente a Consuelo.

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Consuelo, don Vicente Almagro, era un terrateniente manchego preocupado en exclusiva por mantener el nombre de su familia. Dueño de grandes fincas como las de El Quinto del Prado o El Carneril, donde cazaban todo tipo de hombres im-portantes, comenzando por el rey Alfonso XIII. Así pues, don Vicente Almagro no vio con buenos ojos la relación de su hija con un hombre dedicado a trabajar, con una profesión notable, pero a fin de cuen-tas una profesión, cuando él no necesitaba de ninguna para mantenerse entre la elite.

A esta oposición paterna se añadió una circunstancia más, el traslado de don Vi-cente a tierras marroquíes para cumplir el servicio militar durante los tres años si-guientes, desde 1921 hasta 1923. Comen-zó entonces una intensa relación postal entre Ciudad Real y Tauriat Hamed, en la que don Vicente le contaba a su futu-ra prometida como le tocaba dormir en el

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Vicente Flórez de Quiñones y tomé, unA VidAVicente Flórez de Quiñones y tomé, unA VidA

suelo, las epidemias de piojos que padecían o sus esfuerzos por no pasar de cabo, con esa socarronería que formaba parte de su sempiterno carácter.

Todavía, tras su vuelta, tardarían en for-malizar el matrimonio casi nueve años. Don Vicente retomó su carrera y, como pronto relataremos, recorrió diversos des-tinos tras su ingreso en el notariado. Las circunstancias adversas y la oposición pa-terna llegaron finalmente a su fin en el año 1932, cuando por fin celebraron su boda, en Ciudad Real. Pocas veces regresaría don Vicente a la ciudad manchega, un reflejo del rechazo que le provocó una situación tan difícil y tensa como la que mantuvo.

El matrimonio, que tuvo cinco hijos, aun-que sólo Consuelo y José Luis salieron adelante, se trasladó pronto a Muria de Paredes y, poco después, a Madrid, cuan-do don Vicente comenzó a trabajar en el

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IRA. Aunque esta historia ya pertenece a otro capítulo.

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Conferencia en el Colegio Notarial de Sevilla. Página 96.

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Ya comentamos que don Vicente tuvo que incorporarse, de manera inmediata, al ejército expedicio-

nario después de la catástrofe del Annual. Esto truncó, hasta el verano de 1923, su intensa preparación jurídica.

La Batalla de Annual, conocida en Es-paña como Desastre de Annual, fue una grave derrota militar española ante los ri-feños comandados por Abd el-Krim cerca de la localidad marroquí de Annual, el 22 de julio de 1921, que supuso una redefini-

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ción de la política colonial de España en la Guerra del Rif.

La crisis política que provocó esta derro-ta fue una de las más importantes de las muchas que socavaron los cimientos de la monarquía liberal de Alfonso XIII. Así, los problemas generados por Annual fueron causa directa del golpe de Estado y la Dic-tadura de Miguel Primo de Rivera.

Tras su paso por el Regimiento de Ingenie-ros, don Vicente se reintegró al ejercicio de la abogacía en Murias, con un traba-jo centrado en los problemas sociales que se planteaban en las minas de Villablino y Villaseca de Laciana, las pequeñas quere-llas aldeanas y las más importantes de las faceras, los bienes comunales y las servi-dumbres de pastos.

Además presentó, como bien sabemos, su tesis doctoral en la Universidad de Ma-

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drid, y, por si fuera poca su actividad, todo ello lo hizo compatible con su preparación para el ingreso en el cuerpo notarial, que conseguiría en las oposiciones celebradas en el Colegio de Zaragoza en enero de 1927, con uno de los primeros números.

Pero dejemos que sea un texto de don Vi-cente, uno de los más cercanos e ilumina-dores entre todos los suyos, el que recoja el recuerdo de aquella etapa:

Han pasado ya treinta y seis años desde le día en que tuve la fortuna, en este mismo lugar, de ingresar en el Notariado. Obtuve la Notaría de Grañén, inexplicablemente suprimida poco después.

Una etapa que, como se encarga de reme-morar en esa misma conferencia dictada en Zaragoza en el año 1964, le sirvió para conocer a uno de sus maestros:

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Tuve también otra fortuna importante: co-nocer y gozar del afecto y del magisterio de aquel gran patriarca del Derecho aragonés que fue don Marcelino Isábal.

Bajo la experta guía de don Marcelino Isa-bal estudió la teoría y práctica del Derecho foral, y especialmente de la casa aragone-sa y la organización familiar de aquella re-gión.

Pero esas tierras aragonesas le sirvieron, también, para madurar lo aprendido tras intensos años de estudio, y le presentaron la oportunidad de elevarse y comparar la experiencia de su hasta entonces entorno leonés con otras zonas rurales de España:

En Grañén, tierra entonces de secano, dura y apretada, aprendí muchas cosas que per-manecen vivas e inmutables en mi recuer-do: la nobleza de las gentes de esta tierra;

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la esencia del Derecho agrario que es la casa, continuadora del fundus, regido por el pater, que hizo grande y gloriosa la vie-ja Roma y grande y glorioso nuestro siglo XVI, la similitud de sus usos agrarios con los de mi tierra de León, que hace poco he comprobado documentalmente en la exis-tencia del usufructo universal del cónyuge viudo hasta principios del siglo XIX; en fin, a convivir, ya sin el martirio de los temas, con las gentes del campo y a compartir sus preocupaciones y sus sentimientos.

Don Vicente firmando en su despacho.

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Apuntábamos antes que era este uno de los textos más cercanos de don Vicente. Creemos que con la lectura de este pá-rrafo queda contrastada tal afirmación, pues en él se concentra una de sus ideas fundamentales sobre el Derecho agrario (“la esencia del Derecho agrario que es la casa”), su manera de entender el estudio de la ciencia jurídica (“he comprobado do-cumentalmente”) y, por último, una cons-tante actitud vital, que registraría en todos los lugares por los que tuvo la fortuna de pasar (“aprendí [...] a convivir, ya sin el martirio de los temas, con las gentes del campo y a compartir sus preocupaciones y sentimientos”).

En 1929 obtuvo el traslado a la Notaría de Benavides de Órbigo, una población leo-nesa, cabeza de un ayuntamiento que com-prende los pueblos de Antoñán del Valle, Vega de Antoñán, Quintanilla del Valle, Gualtares y Quintanilla del Monte. Posee

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Designación como vocal para el II Congreso Internacional del No-tariado Latino.

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el lugar una cierta capitalidad económica comarcal, por haber sido siempre el pueblo de mayor tamaño de su contorno, y desde antaño un importante centro ferial en el que confluían compradores de ganados de La Cepeda y La Ribera del Órbigo.

Poco después se hizo cargo de la de Muria de Paredes. Allí prestó un gran servicio en la revitalización de las costumbres agra-rias, y dejó su huella en varios documen-tos, como la escritura de regulación de la prestación de toros de concejo, que toda-vía se observa y se cumple en esa villa.

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Don Vicente en el Día del Pastor Mayor. Página 108.

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En su labor como jurista debemos dedicar un apartado propio al tra-bajo que realizó Don Vicente en

la abolición del foro conocido como “pan del cuarto”. Esta experiencia resume su perfil como hombre de Derecho que era, por encima de casi todo, pero también es un buen ejemplo para retratarnos el amor que profesaba por su tierra, o la vigencia que siempre tuvo en su actitud la idea de continuidad con la tradición familiar, pre-sente en las decisiones más importantes de su vida.

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El llamado “pan del cuarto” era un grava-men que soportaban desde el siglo XV los pueblos del antiguo concejo de Villamor de Riello. Tal gravamen no encajaba en ninguno de los tipos regulados por el dere-cho privado y era de carácter típicamente feudal. Un vestigio de otra época, muy le-jana, en donde los límites entre el señorío y la explotación quedaban en una zona, nada ventajosa para el campesino, entre el albur y la fuerza. Un sometimiento, pues, que había consumido la esperanza de va-rias generaciones y que, a medida que pa-saba el tiempo, resultaba impropio en un país que se quería moderno. Aunque a decir verdad, más que de modernidad era cuestión de justicia.

Las más entusiastas crónicas de entonces, las más embebidas de republicanismo, pu-sieron su acento en lo paradójico de una carga como aquella en unos tiempos como los que se vivían:

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Celebraban su libertad.¿Su libertad? ¿En España? ¿En plena Re-pública? ¿Al cabo de año y pico de régimen republicano? ¿En 1932?Sí. Su libertad.

Describieron el espíritu que animaba al pueblo:

Esto de pagar un tributo por ser vecinos libres de una nación culta era un sello de servidumbre que la fiera dignidad de es-tos montañeses sentía tanto o más que los frutos de sus tierras o de sus industrias que habían de pagar. Y lucharon bravamente, desde siempre, para su abolición. Contra el antiguo poderoso señor, y contra el que ha-bía adquirido su privilegio sin poder.

Destacaron el uso de los medios legales, tan bien aprovechados por don Vicente,

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junto con el saber histórico que poseía, para acabar con tal lacra:

Había que poner el Derecho al servicio de la voluntad. Había que poner el te-són constante y otra voluntad más firme al servicio de la de los campesinos. Ha-bía que hacer hablar a la Historia por boca de los viejos papelotes. Había, so-bre todo, que hacer oír, a los que no lo sabían, la voz del Derecho y la voz de la Historia.

Sin dejar de alabar al personaje que lo ha-bía hecho posible:

Y esta fue la obra de un hombre de la mon-taña. Vicente Flórez de Quiñones, historia-dor y jurista, republicano sincero y acendra-do amante de su tierra y de las tradiciones de su montaña.

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En suma, festejaron el final de un peso vivido como inexorable, por su raíz en el tiempo, que sólo con la minuciosidad de un estudioso como don Vicente se pudo abordar con garantías.

Pero detengámonos reposadamente en la historia, y en los procedimientos que con-dujeron a tan maña experiencia.

A principios del siglo XV, Don Diego Fer-nández de Quinoñoes, el primer Conde de Luna, se apoderó por la fuerza de los Con-cejos de Omaña, La Lomba de Campeste-do, Los Transversales y Villamor de Riello, e impuso a sus vasallos prestaciones onero-sas y vejatorias, entre ellas la de satisfacer anualmente la cuarta parte del grano que producían las fincas que ellos cultivaban.

En la segunda mitad de dicho siglo, los de Omaña, La Lomba y Transversales, co-menzaron largos y costosos pleitos que,

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después de medio siglo, tuvieron fin me-diante sentencia que dictó la chancillería de Valladolid en 1526, en la que tan sólo reconoció a los Condes de Luna el fuero malo de 10 maravedíes y medio por veci-no, aunque no contentos con la resolución continuaron con su lucha hasta que años después los descendientes del usurpador abandonaron aquel señorío ya que no les producía ventajas económicas.

Sin embargo, el concejo de Villamor de Riello no logró desprenderse del agravio. Unos servicios feudales que cambiaron en su forma de prestación hasta quedarse en una cantidad fija de ciento cuatro cargas de centeno que habían de ser repartidas y pagadas entre los vecinos de los pueblos que integraban el Concejo.

En el gravamen, es de notar, no se menciona-ba finca alguna, sino que sólo aparecían los vecinos y el Concejo como los gravados. Se

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trataba así de un impuesto personal. En 1897 los poseedores de la Casa y Estados de Luna vendieron el derecho a percibir la carga. Las argucias y habilidades de los adquirientes lle-garon a tal extremo que en 1914 encontraron un Registrador de la Propiedad, en Muria de Paredes, tan desaprensivo como para inscri-bir tal gravamen sin mención alguna de las fincas y sin que los titulares tuvieran cono-cimiento de ello, infringiendo así preceptos fundamentales de la Ley Hipotecaria.

Tal gravamen no encajaba en ninguno de los tipos regulados por el derecho privado y era de carácter típicamente feudal. En mar-cha ya el régimen republicano, el Concejo de Villamor de Riello acudió al gobierno provisional solicitando la abolición del foro.

Como años después recogería el diario El País, cuando Antonio Núñez relataba el homenaje que don Vicente recibió en su tierra, los pleiteantes llegaron a Madrid de

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la mano de Justino Azcárate, diputado de la República (y senador años más tarde, en democracia, por UCD). El mismo don Vi-cente lo comentaría en un artículo:

El señor Azcárate nos prometió, y luego cumplió ampliamente su promesa, estudiar el asunto, y como nuestra razón era eviden-te y fehacientemente demostrada prometió también que se nos haría justicia y con un acierto admirable nos aconsejó el modo de actuar rápidamente.

Además, contaron también con el apoyo de otros políticos de la época entre los que don Vicente recordaría siempre con espe-cial amistad al entonces secretario de Ma-nuel Azaña, Vicente Gaspar.

La exposición a las Cortes Constituyentes fue interpuesta por las Juntas Vecinales del antiguo Concejo de Villamor de Riello un

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24 de octubre de 1931. Dicha exposición se cerraba con la siguiente súplica legal:

Por ello suplican a la soberanía nacional, res-petuosamente, se digne a declarar abolidos to-dos estos gravámenes o pensiones que tengan un origen feudal, declarando que todos ellos lo tienen con presunción juris tantum, sin que contra la misma se admita otra prueba que la originaria de constitución del gravamen con carácter de derecho real análogo al censo, y, de no ser así, sea admitida la redención por el precio fehaciente que conste en documento, y cuando este no exista, se capitalice por una base de cuarenta y cinco por ciento.

Don Vicente, previo un riguroso estudio de antecedentes históricos, que cristaliza-ron en un precioso libro titulado Un foro leonés1, dirigió este famoso expediente

1 Reeditado en 1980, a propuesta del Ayuntamiento de Riello, por la Institución Fray Bernardino de Sahún, bajo el título Supervivencias señoriales en el siglo XX.

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ante las Cortes. Gracias a la desinteresada empresa de los señores Valla y De la Cal-zada lograron que la Imprenta Provincial les editara el libro abonando tan sólo el importe del papel. Porque como contaría después don Vicente fue aquel un pleito sin dinero de por medio que no quería ningún abogado.

Retomó así una vieja causa familiar, pues-to que, ya en 1831, don Vicente Flórez de Quiñones y Rodríguez, como alcalde de Villamor de Riello, había acudido a las Cortes solicitando el cumplimiento de la ley. Sin fortuna entonces, esta vez sí se hizo justicia mediante el Decreto de 10 de di-ciembre de 1931.

Firmado por el entonces Ministro de Justi-cia don Fernando de los Ríos Urruti y por el mismísimo Presidente del Gobierno de la República, don Manuel Azaña, el de-creto dictaminaba:

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Artículo 1º. Se declara extinguido el llama-do Foro de Villamor de Riello, como com-prendido en el artículo 4º del Decreto de Cortes de 6 de agosto de 1811.

Artículo 2º. Los perceptores de pensión, que hayan adquirido el derecho a ella por título onerosos serán reintegrados del capital que resulte de los títulos de adquisición, conforme al artículo 8º del Decreto de Cortes citado por los paga-dores de la misma pensión, observándo-se para ello lo dispuesto en los artículos 6º,7º y 10º del Decreto-Ley de 25 de ju-nio de 1926.

Artículo 3º. La Administración, oídos los pueblos de la ribera del Órbigo que estén sujetos a prestaciones análogas, dictará las normas que legalmente deban observarse para su extinción.

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Sobre Azaña, don Vicente escribiría, el 28 de diciembre de 1931 en una carta de ré-plica al diario La Democracia, que:

Ese hombre bueno, enérgico y de recta in-tención que hoy preside el Gobierno no nos preguntó nuestra filiación política, como tampoco nos había preguntado por ella el Sr. Azcárate.

En dicho artículo también recogería otras vicisitudes sobre el pleito como las infruc-tuosas conversaciones con el diputado so-cialista Miguel Castaño, a quien se dirigió en primer lugar para solicitar su colabo-ración, puesto que dicho diputado había firmado una proposición de ley para su-primir los foros en cuestión. Pero ante la desidia de tal personaje y la desconfianza que, meses de desplantes, había generado en don Vicente el susodicho diputado, de-cidió continuar sin su apoyo.

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Pese a todo, no termina aquí la historia, que todavía guarda aspectos importantes en los que don Vicente continuó siendo protagonista. Como destaca el citado ar-tículo de El País el 21 de noviembre de 1980:

Los viajes a Madrid -«en tercera, con los presidentes de las juntas»- le abrieron las puertas para intervenir como especialista en la política agraria (Instituto de Reforma) y en la elaboración de algunos decretos, como el de defensa de las comunidades de campesinos.

En 1932, la Asamblea de Colegios Nota-riales de España le propone para el cargo de Vocal Notario del Instituto de Reforma Agraria. El Instituto de Reforma Agraria (IRA) fue el órgano encargado de transfor-mar la constitución rural española. Nacido en 1932, durante la Segunda República, y

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fundamental para llevar a cabo la Ley de Reforma Agraria de España. Durante el gobierno de Manuel Azaña fue una de las medidas más controvertidas. Buscaba pro-mover la explotación colectiva del terreno, y hacer del estado los latifundios. Sin em-bargo el Instituto funcionó muy lentamen-te, y fue ineficaz por su bajo presupuesto.

En ese organismo desempeñó cargos como los de Inspector Regional, Presidente de la Comisión Jurídico Social, Jefe Superior de los Servicios de Acción Social y Vocal de la Junta Consultiva de Seguros del Campo. En todos ellos hizo patente su dedicación a los problemas agrarios: asentamientos, comunidades de campesinos, prestaciones señoriales, regulación y reivindicación de los bienes comunales...

Pues bien, al discutirse la Ley de Reforma Agraria aquel verano de 1932, los pueblos no acudieron a las Cortes con el ingente

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número de instancias que habían enviado en 1811, 1821, 1837; pero sí acudieron al-gunos, como los del tenaz Concejo de Vi-llamor de Riello.

A fin de resolver definitivamente el proble-ma de las prestaciones provenientes de de-rechos señoriales se dictó la base XXII, a la que se procuró dar la mayor eficacia para que no fuese burlado una vez más. Esta base que venía a poner fin a una larga tradición de disposiciones, más o menos definitivas, sobre la supresión de esas prestaciones o al menos de las que no tenían origen pactual, o enfitéutico, fue redactada por don Vicen-te. Él conocía perfectamente el origen y de-sarrollo de las prestaciones señoriales:

Quedan abolidas sin derecho a indemni-zación todas las prestaciones en metálico o en especie provenientes de derechos seño-riales, aunque estén ratificados por concor-dias, laudos o sentencias.

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Los municipios y las personas individuales o colectivas que vienen siendo pagadores, dejarán de abonarles desde la publicación de esta Ley.

Fueron abolidas, así, por ministerio de la ley y desde el momento mismo de su pro-mulgación, todas las prestaciones prove-nientes de derechos señoriales. Pero en-seguida, la doctrina triunfante en el siglo XIX quiso oscurecer el claro sentido del precepto legal. Primero alegaron que la abolición no era aplicable a las prestacio-nes adquiridas a título oneroso y después que sólo era aplicable a las procedentes de señoríos jurisdiccionales.

Pero el texto legal era tan claro que no admi-tía torcidas interpretaciones. La falsa distin-ción entre señoría jurisdiccional y territorial y el título adquisitivo sólo eran aplicables para las tierras de señorío que menciona el

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apartado 6º de la Base V, pero nunca respec-to de la XXII, en la que huyó el legislador, con el mayor cuidado, de tales distingos, que hubieran hecho ineficaz el precepto.

Por tanto, desde el 16 de septiembre de 1932, no existían prestaciones provenien-tes de derechos señoriales -jurisdicciona-les o territoriales-, y si algún pagador las hubiera satisfecho podría reclamar lo que pagó indebidamente, utilizando ante la ju-risdicción competente las acciones que le confería el Derecho civil.

Como ya mencionamos los periódicos de entonces recogieron la hazaña y, por su-puesto, estuvieron el día en el que le rin-dieron homenaje, como se puede observar en esta crónica publicada en el Diario de León el día 4 de octubre de 1932:

El pasado domingo, en el sitio conocido por Devesa de Robledo, punto tradicional de

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reunión del viejo Concejo de Villamor de Riello, los montañeses de aquel contorno con la honradez de agradecimiento que les caracteriza, organizaron una fiesta popular para conmemorar la abolición del llamado “foro del pan del cuarto” [...]

El pintoresco lugar estaba adornado con profusión de arcos y banderas, y esperaba a los homenajeados el vecindario en masa de los trece pueblos a que afecta el asunto.

Por la tarde se celebró un banquete popular servido a la típica usanza del país, asistien-do quinientos comensales.

En nombre de la Comisión, habló el señor Flórez de Quiñones, que comenzó expo-niendo el origen y significación histórica de la carga feudal levantada y las vicisitudes que tuvieron lugar en los pueblos por las contiendas civiles y bélicas entre los precep-tores y pagadores de dicho foro.

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A continuación expuso el origen y curso de las gestiones de la Comisión, que, si se coronaron en principio con el éxito que su-pone el Decreto de 10 de diciembre último referente a dicha capitación, alcanzaron un triunfo definitivo al aprobarse, a suges-tiones de la misma, la base de la Reforma Agraria por la que quedó totalmente abo-lida dicha capitación y con ella las demás análogas.

Manifestó que así los pueblos de Riello no sólo habían conseguido su liberación, sino también la de otros muchos pueblos que se encontraban en condiciones parecidas.

Dio las gracias a los diputados leoneses, especialmente a los señores Azcárate, Franco y F. De la Poza que se interesaron por las gestiones de la Comisión, apoyán-dolas con el mayor cariño y para los que verdaderamente se organizaba este ho-menaje.

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Fiesta del Pastor Mayor.

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Años después, don Vicente recibiría uno de los honores que más orgulloso le haría sentir, como fue el de ser nombrado hijo adoptivo de la Villa de Riello, en recono-cimiento a su labor por los hombres de aquella comarca, pero a recordarlo nos dedicaremos en otro capítulo.

Don Vicente entre la multitud en el día de su homenaje. Página 130.

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Nombramiento Vocal Instituto Reforma Agraria. Página 134.

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El Instituto de Reforma Agraria (IRA) fue el órgano encargado de transfor-mar la constitución rural española.

Nacido en 1932, durante la Segunda Repú-blica, buscaba promover la explotación colec-tiva del terreno y hacer del estado los latifun-dios. Sin embargo el Instituto funcionó muy lentamente, y fue ineficaz por su bajo presu-puesto. Tras la guerra, el régimen de Franco anuló totalmente el programa del IRA.

Como cuenta Rafael Mir Jordano, el no-tariado español reconoce en don Vicente

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una admirable especialización en los pro-blemas agrarios, apoyada en una muy fir-me base científica y un gran conocimiento práctico.

No es de extrañar, comenta pues don Ra-fael, que la Asamblea de Colegios Nota-riales de España le proponga para el cargo de Vocal Notario del Consejo Directivo del Observatorio Español de Economía y Derecho Agrario. En la primera sesión le designa el Consejo su Secretario. En los pocos meses de actuación intervino acti-vamente en numerosos proyectos que no llegaron a cristalizarse en leyes pero que tenían una gran importancia para la eco-nomía campesina, como la creación del Banco Nacional Agrario y la regulación de la cambial agraria.

Como Vocal del Consejo y como Jefe de los Servicios de Acción Social llevó todas las ponencias referentes a asentamientos

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y con carácter previo la redacción de sus normas reguladoras.

El conocimiento de primera mano, y pro-fundo, que sobre lo promulgado en aquella etapa tuvo don Vicente, le sirvió a lo largo de su carrera como una fuente más para sus trabajos jurídicos. Por ejemplo, en su conferencia de 1964 en la Asociación Ara-gonesa de Derecho Agrario con el título de El acceso a la propiedad en la tierra, re-coge ciertas consideraciones sobre la Ley de Reforma Agraria en cuanto al régimen de los arrendamientos:

La Ley de Reforma Agraria de 1932 se li-mitó en su base 24 a disponer, con carácter programático, que se articularía rápida-mente una ley de arrendamientos rústicos sobre los principios fundamentales de esta-bilidad del arrendatario y de la revisión de la renta. Para cumplir el programa se en-

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comendó a un grupo de acreditados juris-tas la redacción de un proyecto de ley, que fue presentado a las Cortes en 6 de abril de 1933. En lo que aquí interesa, baste recor-dar que los arrendamientos, transcurridos 20 años, se convertirían en censos consig-nativos redimibles en 10 anualidades, por un valor que se obtenía mediante la capi-talización de la renta o, en su caso, por la del último quinquenio, al 5 por 100 y como la renta no podía se superior al líquido im-ponible, en el estado tributario de la época, se llegaba a una solución notoriamente be-neficiosa para los arrendatarios y extraor-dinariamente gravosa para los propietarios, lo que, a mi juicio, fue la causa de que el proyecto no llegase a ser Ley.

Su visión sobre la labor legislativa de cual-quier período siempre será estrictamente jurídica, y sus opiniones, que disgrega a lo largo de los textos, y tras las cuales se re-

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conoce su manera de entender el derecho, son opiniones vertidas con tanta modestia como con conocimiento.

Eliminado el derecho de acceso, sustitui-do en 4 de diciembre por un proyecto de Ley que intentaba, con independencia de la regulación del arrendamiento, crear el derecho de acceso a la propiedad, que ni siquiera fue discutido, se aprobó la Ley de 15 de marzo de 1935, vigente hoy día en sus líneas generales, en la que como es sa-bido, se reguló el término de una manera incomparablemente más perfecta que las posteriores, porque admitió la base agraria ineludible de las rotaciones de cultivo, es-tableció las prórrogas forzosas, tan temidas por muchos propietarios y que han dado lugar a la, a mi juicio, injustificada doctrina de la diferenciación entre prórroga y tácita reconducción y a la ineficacia de esta úl-tima, que tienen su expresión mediante el ejercicio por el arrendatario de un derecho

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potestativo y permitió siempre al propieta-rio la recuperación del disfrute, si adquiría y cumplía la obligación del cultivo directo.

En abril de 1936 cesa en sus cargos del Ins-tituto de Reforma Agraria y se reintegra a su notaría en Córdoba, que había adquiri-do por oposición entre notarios.

En agosto, como consecuencia de la gue-rra, vuelve a su Regimiento de Ingenieros y en él permanece hasta 1939. Vivió la gue-rra, siempre en posiciones de retaguardia, desde el bando nacional. Sus funciones se centraban en labores de letrado allá por donde avanzaba su destacamento.

Durante esos años forjó varias amistades, amistades que cuando lo eran don Vicente conservaba durante toda la vida. Por ejem-plo, allí conoció a don Julián de Cabo, mé-dico en Córdoba, con quien mantuvo a su

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regreso una excelente amistad y una cóm-plice sintonía. Y esos años también depa-raron una particular relación con Jeremías, uno de sus ayudantes a quien después de la guerra le ayudó económicamente para que instalara un taller y ejerciera de mecá-nico. Una muestra de la generosidad que siempre mostró don Vicente, una genero-sidad siempre ligada a la lealtad.

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Don Vicente y Marichelo. Página 144.

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Como bien relata Manuel Enríquez Barrios, en el discurso de contesta-ción al ingreso de don Vicente a la

Real Academia de Córdoba, éste llegó de notario a Córdoba por reñida oposición, y enlazaba así con los años en los que cur-só, allá por 1912 y 1913, los estudios de bachillerato en el Instituto Provincial de Córdoba.

En esta ciudad se asentó don Vicente has-ta el final de sus días. Como se definió él mismo, un leonés que fue a Córdoba en su

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lejana juventud, que regresó a su tierra na-tal y que volvió a esa ciudad para quedarse allí, siguiendo la tradición de los leoneses que llegaron en el siglo XIII.1

En Córdoba don Vicente trasladó su des-pacho y su residencia en varias ocasiones, como bien cuenta Rafael Mir Jordano:

Conocía a Vicente Flórez de Quiñones cuando yo niño, él tenía la notaría en mi calle de San Felipe y era amigo, con su es-posa, de mis padres. Lo traté, muerto el mío y ya abogado yo, en su notaría de la calle Rodríguez Sánchez, donde esperaba al vi-sitante en su sillón renacimiento español, al fondo de un despacho alargado y oscuro, con interminables paredes materialmente cubiertas de libros. Lo seguí tratando, como abogado, como amigo y como cofrade en alguna aventura jurídica (La Asociación

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1 Discurso de contestación de Vicente Flórez de Quiñones a la entrada en la Acade-mia de Córdoba de Miguel Ángel Ortí Belmonte.

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Cordobesa de Derecho Agrario, por ejem-plo) en su magnífico despacho del edificio de Rafael de la Hoz en la calle Cruz Conde, igualmente sobreabundante en libros, pero ya más funcional y menos impresionante que el anterior, situado en la planta baja de casa unifamiliar con patio. Y lo visité, ya jubilado y anciano, en su finca “El Jardini-to” de las afueras de la ciudad, en su envi-diable biblioteca, leyendo, como siempre, la última novedad legal o el texto italiano de Derecho Civil más reciente, compensando la pérdida de vista con una regla lupa que deslizaba con naturalidad página abajo.

De este breve texto podemos extraer, ade-más, la importancia que siempre tuvieron en su vida los libros y las bibliotecas. Re-cordemos, por ejemplo, la influencia que ejerció la biblioteca familiar. Una comple-tísima biblioteca donde convergieron li-bros de diferente procedencia, como la bi-

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blioteca de Fernández de la Prida, clérigo humanista comprendido en el movimiento cultural de finales del siglo XVIII; o la de Gutiérrez Mallo, que reunió una colección de clásicos y de gramática encabezada por una edición princeps de Nebrija. Ade-más de los libros de don Máximo, el tío catedrático, que había adquirido valiosos fondos bibliográficos, los del también tío, y clérigo, don Antonio, con buenas apor-taciones de su especialización teológica, y los de su padre, don Francisco, con una magnífica colección de libros históricos y literarios y otra de documentos históricos insustituibles para el estudio de la historia del Derecho leonés, como una colección de Ordenanzas y Reglamentos de aldea.

Pero retomando su relación con la ciudad califal, don Vicente pasó del afecto que tomó de joven bachiller, al apego del que ya no se desprendería en su madurez. Esto se puede contemplar en muchos detalles

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que caracterizarían esta etapa, el grueso de su vida, que vivió siempre de cara a Córdoba.

Desde entonces, la ciudad de Córdoba se convirtió en su prioridad. Esto mismo lo ambienta Rafael Mir Jordano al con-tar que, pese al abundante trabajo de su notaría (llegó a publicarse en cierta épo-ca, que la segunda de España), en la que todo pasaba por sus manos, consumiendo incontables madrugadas de estudio, tenía arrestos, apunta don Rafael, para copear en reuniones sin prisa en las que trataba de resolver los asuntos de la Córdoba de entonces, tanto económicos, como políti-cos, o sociales, de ahí que participara en la urgente obra urbanizadora del obispo Fray Albino. Y parémonos aquí un momento.

Asturiano de Canga de Onís, Fray Albino llegó desde Tenerife, donde venía desem-peñando su labor pastoral como obispo, a

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ocupar la sede pastoral de Córdoba, tras la muerte del obispo Pérez Muñoz.

Era doctor en teología y en filosofía, miem-bro de la Orden de Predicadores, aficiona-do al alpinismo y a la jardinería. Amigo personal del general Franco, fue el en-cargado por los metropolitanos españoles para informar al Vaticano sobre el catoli-cismo del nuevo Estado español.

Pero el hecho más destacado de su carre-ra consistió en impulsar la creación de la Asociación Benéfica de la Sagrada Fami-lia, permitiendo la creación de viviendas sociales en las barriadas de su nombre y de Cañero. En tiempos de escasez de hierro y de cemento facilitó con la Ba-rriada de la Sagrada Familia el acceso a la propiedad privada de su vivienda a miles de personas. A través de los patro-natos de San Alberto Magno fomentó la creación de escuelas y talleres de forma-

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ción profesional; de carácter asistencial y educativo para personas sin hogar con el patronato de Nuestra Señora de la Fuensanta y el de San Eulogio dedicado a obras sociales. En todo ello, en todo lo referente a las cuestiones legales, contó siempre Fray Albino con el apoyo de don Vicente.

Igual que contarían también con su apoyo otras iniciativas a favor de los cordobeses, como el Jurado Provincial de Expropia-ción, que no pocas veces incrementaba el

Reconocimiento por el proyecto social con fray Albino.

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bajo justiprecio fijado por la Administra-ción; o la creación de la Asociación Cor-dobesa de Derecho Agrario.

La preocupación del acceso al crédito por parte del pequeño agricultor fue siempre otro principio claro que don Vicente man-tuvo, extraído tanto de su conocimiento de la historia agraria, como de la experiencia dada después de tantos años con gente del campo.

En la vida rural el crédito es indispensa-ble por el carácter cíclico de la producción agrícola, por los riesgos imprevistos que le son propios y por las necesidades de la fa-milia agraria que, muchas veces, no puede cubrir la escasa productividad de la tierra.[...]

Consiguientemente es necesario, por razo-nes de bien común, aplicar una particular política crediticia y dar vida a instituciones

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de crédito que aseguren a la agricultura esos capitales, a un tipo de interés y condiciones convenientes.

Estas reflexiones, por ejemplo, tomadas de la conferencia que don Vicente pronun-ció en la Academia Matritense del nota-riado el día 6 de marzo de 1961, titulada Ley Hipotecaria y vida rural, demuestran como su experiencia materializó lo que tantas veces había desarrollado en la teo-ría.

Es más, llega a ser más preciso en otros textos, más audaz, si se quiere, como en el que a continuación citamos, de su libro El acceso a la propiedad de la tierra:

Para el éxito de cualquiera de las formas de acceso (a la propiedad de la tierra), es nece-sario que el accedente disponga de suficien-tes cantidades de dinero o crédito [...]

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Las entidades más propicias para el crédito agrario son los Montes de Piedad y las Ca-jas de Ahorro.

La contribución más palpable de don Vi-cente en el Monte de Piedad consistió en la elaboración de los estatutos de la misma.

Don Vicente, por su parte, no fue nunca un gran economista, en realidad la econo-mía doméstica la llevaba Consuelo, pero sí tuvo un gran carácter negociador. De este reparto de papeles da fe una particular anécdota que tuvo lugar nada más llegar el matrimonio a Córdoba e instalarse don Vicente en su notaría.

Recordaba don Fernando García Prieto que, tras formalizar uno de los primeros testamentos como notario en Córdoba y cobrarlo, don Vicente acudió a su mujer con el dinero en la mano, unas 25 pese-

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tas, para que ésta fuera inmediatamente a la compra. Dato que confirma quién lle-vaba las cuentas diarias. Sin embargo, no tardó en regresar don Vicente solicitando de nuevo las 25 pesetas, puesto que había llegado un empleado de don Bruno ofre-ciéndole unas entradas para una corrida de toros que formaba parte de un festival organizado por dicho personaje.

Por aquel entonces, tras terminar la Guerra Civil, la personalidad con más poder e in-fluencia en la ciudad era el citado don Bruno, un militar que cumplía la función de Gober-nador Civil y que había sido elegido para el puesto por el General Franco. Por su parte, don Vicente, recién llegado a Córdoba, y pese a combatir en el bando nacional, inspi-ró durante un tiempo cierto recelo entre los más afectos al régimen por su cargo en el ya conocido Instituto de Reforma Agraria, ins-titución republicana. Así pues, don Vicente compró la entrada para esa corrida de toros

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a la que no tenía más remedio que asistir. Su olfato negociador se lo imponía.

Esos primeros años cordobeses en los cuales se enmarca esta reveladora anécdota los vi-vió el matrimonio en su casa de San Felipe, al lado de la Plaza de San Nicolás, y muy cerca de la residencia de un gran amigo suyo: Ra-fael Mir de las Heras, abogado del estado y padre de Rafael Mir Jordano, a quien ya he-mos hecho referencia en más de una ocasión. La estrecha relación que siempre mantuvo con esta familia da cuenta tanto del profun-do sentimiento de lealtad que siempre inspi-ró a don Vicente, como de lo apreciado que siempre fue entre sus más cercanos amigos.

Tras su estancia en la calle San Felipe se trasladaron a la calle Rodríguez Sánchez, una preciosa casa con tres patios de estilo andaluz. La parte baja de la misma corres-pondía a la notaría y en las dependencias de arriba se encontraban los dormitorios,

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el salón, la cocina... la vida familiar conju-gada con el entorno profesional.

En esa misma época también adquirirá don fincas, El Maestre Escuela y El Jardinito. El Jardinito fue, en su origen, una donación de Fernando III El Santo, tras la conquista de Córdoba, a uno de sus hombres de confian-za. A manos de don Vicente llegaría tras la comprársela al Duque de Santoña en los años cuarenta. Don Vicente la reconstruyó tras un incendio y compró la escalera y las columnas de la Real Maestranza de Sevilla.

Consuelo en el balcón de la casa de Rodríguez Sánchez.

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Y todavía se producirá un tercer trasla-do, porque tras el casamiento de su hija Consuelo en el año 1956 la casa comien-za a ser demasiado grande para ellos y se deciden, finalmente, por instalarse en un piso más pequeño en la calle Cruz Con-de.

Allí vivirá don Vicente hasta el final de sus días, si bien, una vez jubilado, una jubilación a su pesar, como insistía siempre, uno de sus grandes entretenimientos consistía en acer-

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Consuelo con los dos hijos en El Jardinito.

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carse a sus fincas de Marmolejo y Montilla, así como disfrutar de El Jardinito.

Don Vicente desarrolló durante su jubi-lación una faceta que le había apasiona-do siempre, la agricultura. Esta vez fue la vid, aunque su primera experiencia había sido en Lopera (Jaén) con los olivos. Llegó a conseguir vinos de una alta calidad, que regalaba a sus amigos.

Como agricultor, además, creó una socie-dad con su amigo González de Canales, dedicando las fincas de Villalva y Villalvi-lla al cultivo intensivo de regadío, puesto que eran unas fincas en Marmolejo, baña-das por el Guadalquivir.

Y tras este último detalle regresamos de nuevo al Jardinito, esa finca entreñable, de la que tanto se ha hablado, que será el lu-gar donde falleció don Vicente un 20 de julio de 1986.

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Felicitación del Obispo y Juan Vallet por homenaje jubilación.

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A través de sus escritos también se puede conocer a un personaje. Bien es cierto que de una mane-

ra parcial, si estos son, como en este caso, escritos profesionales, pero aún así es in-negable la huella que don Vicente dejó en casi todo aquello sobre lo que reflexionó, que, por lo demás, siempre fueron temas de su interés y muy relacionados con su forma de entender la vida.

En sus ensayos, discursos, conferencias, en toda su producción nos encontramos con su

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manera particular de entender lo que le rodea, y un ejemplo de ello será la invitación que el profesor Vallet le ofrece para pronunciar una conferencia en la que plantea una cuestión específica: ¿Deben subsistir las aldeas?

El tema es bien conocido para él, un tema, además, que siente como propio y cuya cercanía se percibe a lo largo del texto. Su gran conocimiento, sus encendidas opinio-nes, su taxativa conclusión; a lo largo de la conferencia descubrimos cuánto hay en la misma del aldeano con orgullo en el que siempre se reconocerá.

Unos orígenes rurales que no sólo defiende sino que enfrenta a los citadinos, en cuyas manos han recaído decisiones que confir-man su desconocimiento y despreocupa-ción por el medio campesino.

Con esta base podemos llegar a conclusio-nes prácticas, útiles para contestar la pre-

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gunta propuesta sin dejarnos influir por conclusiones tecnocráticas, es decir, a las que llegan los estudiosos de la ciudad, sin raigambre campesina, con antecedentes en la equivocada buena intención de los legis-ladores de Cádiz, influidos por la Revolu-ción Francesa, influencia que les impidió contemplar la situación real del campo es-pañol.

La exposición del tema parte de un reco-nocimiento inicial: el cambio de enfoque que ha supuesto para él abordar la cues-tión aldeana, ya no como materia de legis-lación municipal sino como un punto más del Derecho agrario.

Su análisis seguirá un orden lógico, esclare-cedor, centrado primero en desvelar qué es una aldea, para después recorrer su histo-ria, sus actuales características y proponer, finalmente, su visión sobre las mismas.

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Para la definición de qué es una aldea parte del Diccionario de la Real Academia, que no le sirve; se refugia en el Espasa, sobre el que comenta con humor: “el difundido Espasa intenta mejorar la definición de la Academia y, como es natural, la empeora”, hasta llegar a unos diccionarios jurídicos poco expresivos, según su sentencia.

Tendrá que recurrir a la etimología de la palabra, de procedencia árabe (ad-adhia,

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Congreso Notariado Granada.

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finca territorial, caserío) para ofrecer algo de luz sobre el tema. Aunque él mismo apunta que, “junto a este elemento ha de reunir otro humano, el pater familias, por-que la aldea es una agrupación de padres de familia”.

Después de hallar la definición del térmi-no nos sitúa el tema desde una perspectiva histórica, imprescindible para encontrar la respuesta adecuada. En ella observa don

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Vicente un dato clave, como es la diferente evolución que presenta el campo español entre el norte y el sur del país:

El norte con propiedad comunal, con al-deas de población casi siempre constante, exportadoras de hombres; el centro y sur, grandes fincas, inmensos baldíos, férreo ré-gimen señorial, desaparición de las aldeas.

Una evolución que puede comprobarse en numerosos aspectos, otro de los cuales, muy relevante, es la inmunidad señorial, que en el norte se transformará en tribu-tación y en el sur en verdadera propiedad individual:

En el norte los aldeanos compran su pro-pio señorío [...] o pleitean para eximirse de prestaciones, y pleitean durante largos años, como ocurre, en la misma provincia, con los Concejos de Omaña, de los Trans-

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versales y de Laciana. Los primeros quedan liberados, los segundos mejoran su situa-ción a través de transacciones meticulosas y de una resistencia tenaz puramente jurí-dica. De este modo subsisten las aldeas y subsiste la propiedad comunal, limitadora de la propiedad individual.

Las grandes encomiendas, los grandes lati-fundios señoriales del centro y sur despue-blan las aldeas y, en todas esas regiones, el aldeano se convierte en un asalariado suje-to a hambres periódicas y constantes, con-secuencia del paro estacional.

Es importante esa primera cita, porque re-cupera su experiencia personal de manera elegante, sin jactarse de ella, pero enmar-cándola en su contexto. Una modesta acti-tud que ya había demostrado con anterio-ridad, al hacer suyas las máximas de dos grandes maestros:

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Aprendí en mi pequeña aldea, una verdad evidente: el que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. Sigo esta enseñan-za y quiero cobijarme ahora bajo la sombra de dos buenos árboles:

Altube, cuando advertía: el derecho no es geometría, ni un quid abstracto... es algo adaptado a la vida, enraizado en ella, como las plantas a la tierra [...]

Y Vallet: Los problemas agrarios [...] a veces se han examinado sólo desde la vertiente de la economía, olvidando que debe hallarse al servicio del hombre y no viceversa.

Estas palabras, además, refuerzan dos constantes que definen a don Vicente a lo largo de su vida y de su obra, su arraigo aldeano y la cercanía con la que conci-be su ejercicio de la notaría. Un arraigo que le mueve a defender constantemente

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la subsistencia de la vida aldeana, porque según él es indispensable la subsistencia de las aldeas para conservar la fuente estáti-ca y permanente de creación de hombres arraigados. Su desaparición nos llevaría a sufrir efectos catastróficos, advierte.

Don Vicente es un ponente riguroso y rea-liza un retrato de las tierras españolas ava-lada por los datos. Una exposición de las circunstancias geográficas tras las cuales llega a la siguiente conclusión:

La gran explotación, con exclusiva econo-mía de mercado, con disminución del tra-bajo humano, sustituido por la aplicación de la máquina, sólo podrá tener éxito en las zonas realmente feraces: campiña andalu-za, alto Duero, alto Levante [...] con su ges-tión individualizada en una sola propiedad, con una sola dirección, aunque las fuertes inversiones signifiquen la interferencia de organizaciones financieras.

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En todas las demás zonas habrá de per-manecer subsistente el grupo: propiedad individualizada, donde exista, completa-da con alguna de las formas de propiedad comunal secundaria, en todas las regiones semidesérticas, donde el elemento comu-nitario de explotación del grupo será lo principal.

Tras estas valoraciones, no es de extrañar la claridad y la contundencia con la que cierra su discurso. En este broche final recupera sus dardos contra los tecnócra-tas...

Indispensable abandonar las teorías tecno-craticoimaginativas, vigentes desde 1812 y reconocer la verdadera naturaleza de la aldea, su personalidad evidente y su capa-cidad de independencia, porque cada una constituye un verdadero municipio, cuerpo intermedio natural.

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... centra su atención en el elemento hu-mano...

en ella (familia aldeana), se comprueba la existencia, desde siempre, de un sentido de cooperación, no simplemente económica, sino de cooperación económico social.

... y resume sus propuestas, que se solapan con sus deseos:

De este modo, conjugando la igualdad del auxi-lio económico, de las exenciones y privilegios entre Ciudad y Aldea, con el reconocimiento de la personalidad, subsistan las aldeas.

Porque en el fondo, el tema de la conferen-cia fue uno de los temas de su vida.

La pasión que siente de Don Vicente hacia el ejercicio de la notaría se deja ver en numero-

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sas citas que disemina a lo largo de sus confe-rencias y discursos. Pero será en dos precisos trabajos de corte histórico donde ofrecerá su visión más personal. Enmascarado tras la ac-titud de historiador, función que cumple con solvencia, nos irá descubriendo los aspectos fundamentales de una profesión con solera.

En Rodrigo Bastidas, el escribano fundador de ciudades se atreve nuestro particular cro-nista con un singular ensayo dialógico, impregnado de historia y de inquietudes literarias. En este retrato de Rodrigo Bas-tidas, un personaje de perfil humanista, se da cuenta del testimonio notarial de la conquista del nuevo continente. Una con-quista narrada con orgullo:

Cuente con nosotros, allá, para ayudarle en su lucha contra los tópicos, contra las mentiras de la propaganda y para enaltecer nuestras viejas glorias, que es una obra de justicia estricta.

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Según el bosquejo de don Vicente, fue Ro-drigo Bastidas un notario emprendedor, un conversador atraído por el mar, en el que dejó una huella profunda su primer viaje a las américas. Un primer viaje que rela-tó con la minuciosidad característica de su oficio, y con la apertura de miras propia de un verdadero hombre de mundo.

Los notarios siempre hemos sido gentes de paz, juristas asesores y constatadores de he-chos.

Es definido, además, como un personaje amable, afable, que se granjeó la simpa-tía de los nativos. Tras su vuelta comen-zó una nueva carrera, esta vez de fondo, para regresar a un continente en el que había depositado las esperanzas de fundar una nueva Sevilla. Hasta que al final logró conseguirlo, elevando los cimientos de la ciudad de Santa Marta. Todo ello sin el

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menor atisbo de soberbia. Así se le define, y de paso también a la profesión:

Son cualidades antiguas, muy nuestras, la modestia.

En resumen, este Rodrigo Bastidas es un diá-logo que sintetiza los hechos notorios de un personaje destacado, representante de una profesión que:

[...] está llena de frases huecas, inexactas y de gusto dudoso.

Aunque notarios como él se encargaran de enaltecer un oficio sobre el que don Vicen-te no ceja de investigar y escribir.

En El notario en el fuero de Córdoba continua su deliberaciones sobre la notaría, pues-to que explorando el pasado se pueden

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extraer valiosas conclusiones para el pre-sente, tal y como advierte desde el prin-cipio:

Estas reflexiones, para mí fundamentales, me han llevado a creer que el examen del original precepto del Fuero de Córdoba, referido al escribano del Concejo, puede enseñarnos cual es la cualidad primordial que los notarios actuales debemos poseer y debemos conservar, para ser siempre dig-nos de nuestro noble oficio y continuadores de una milenaria tradición.

Y no tarda en ofrecernos los puntos car-dinales que, como señala Khaldoum, pa-triarca de la filosofía de la historia, debe reunir un notario:

[...] absoluta integridad moral y una de-mostrada competencia en la redacción de actos y contratos.

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Pero aún hay más. El texto está plagado de reflexiones que don Vicente considera de utilidad práctica en la actualidad, en su ac-tualidad de entonces, y, sin duda, también en la nuestra, en la de quienes leen estas líneas hoy en día:

Como en la doctrina islámica, como en el Fuero Real, como en el Espéculo, como en el código de las Siete Partidas, el Notario actual debe ser perito en el arte de la no-taría, es preciso que maneje los textos le-gales y la ciencia jurídica con la necesaria soltura para aplicar sus conocimientos, con resultados de utilidad práctica, a cada caso concreto.

No se nos debe escapar ese hilo conductor histórico que traza don Vicente, ni su con-cepción de la notaría como arte (no tan-to como la manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una

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visión personal sino como el conjunto de preceptos y reglas necesarios para hacer bien algo); pero sin duda son esos “resulta-dos de utilidad práctica, a cada caso con-creto”, lo que más destaca del comentario, puesto que fija una de las ideas fuerza de su pensamiento, y nos conduce hacia otra de las conclusiones principales sobre la ac-tuación del notario:

[...] es indispensable que conozca a los otor-gantes, no con un conocimiento formulario ni con el simple examen de una tarjeta, sino con el conocimiento que sólo proporciona la convivencia en la misma villa o en la mis-ma ciudad [...]

La utilidad práctica y la cercanía son los dos pilares que sostienen su concepción profesional, pero es indispensable también que los otorgantes le conozcan a él, que sientan hacia él el respeto que es conse-

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cuencia de la buena fama efectiva, de una conducta permanente; no basta que esta buena fama resulte únicamente de la que se presupone a quien posee un título por muy alta que sea su categoría. O como bien comentaría don Vicente, pensando más allá del elemento histórico:

El notario, como en el siglo XIII desempe-ña hoy un oficio. No es un simple empleado público. Esto le obliga a resignarse a ser en todo momento apto para el servicio, como prevenía el Fuero de Córdoba; apto para el servicio con un diario servicio social. No puede aspirar a ser un simple empleado pú-blico, a residir lejos, a recluirse en su des-pacho unas horas, para ausentarse después. No puede aspirar a que las gentes se vean obligadas a acudir a él porque con duros trabajos ha obtenido un puesto brillante en una oposición. Tiene que estar allí, con la residencia social que exigían las viejas Le-yes y que exigen las actuales. Tiene que ha-

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cer que su buena fama sea efectiva y que esté reconocida por el conocimiento perso-nal de las gentes que necesitan el señalado servicio público en que ha sido puesto. Esta

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es la carga y la gloria de los notarios; esta es la esencia del viejo y noble oficio tendrá escasa utilidad la ciencia que nos enseña-ron los maestros de la universidad. Son las gentes de nuestras villas, de nuestras ciuda-des, las que tienen que reconocer por un conocimiento personal, por un contacto frecuente, que los notarios son buenos y en-tendidos, que tienen buen sentido, que son leales y de buena poridad, como decían las Partidas, que son aptos, que convienen para el servicio público, como ordenaba el Fuero de Córdoba.

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Retrato de don Vicente. Página 186.

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A lo largo de su carrera don Vicen-te cosechó, en forma de cargos y nombramientos, los frutos de su

dedicación al trabajo y el reconocimiento a su tarea intelectual.

Así, como ya hemos relatado, en 1935 el Colegio Notarial de Madrid le desig-na Vocal Notario del Consejo Directivo del Observatorio Español de Economía y Derecho Agrario, y en la primera se-sión le designa el Consejo su Secreta-rio.

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En Córdoba se convirtió en el organizador del Archivo de Protocolos que figura hoy como modelo entre los de su clase. Ingresó también en la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes el 12 de abril de 1941, e hizo su recepción de Numerario el 29 de abril de 1950, convir-tiéndose muy pronto, dentro de la misma, en Presidente de la Comisión de Ciencias Morales y Políticas. También en Córdoba terminó siendo Numerario del Instituto de Estudios Califales.

Por elección se convirtió en Censor Prime-ro de la Junta Directiva del Ilustre Colegio Notarial de Sevilla, cargo que desempeñó largos años, e intervino asiduamente en las sesiones de la Junta Directiva y con gran frecuencia en las de la Junta de Decanos. Finalmente, en 1960, por unanimidad de la Junta General, es designado Decano honorario del Ilustre Colegio Notarial de Sevilla.

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Asimismo, representó a España como de-legado nacional en los Congresos interna-cionales del Notariado Latino en Madrid y Bruselas; organizó la Semana notarial de Sevilla, en la que tuvo una intervención constante en las ponencias y en las sesio-nes científicas y en la Comisión redactora del proyecto de reforma del Reglamento notarial.

Como conferenciante impartió charlas so-bre problemas notariales en las Jornadas de Santander, en la Universidad de Vera-no de aquella ciudad, y en los Colegios de Barcelona, Valencia, Zaragoza y Sevilla, en la Academia Matritense del Notariado y en la Academia Sevillana del Notaria-do.

Muestra de su gran conocimiento del tema organizó también la Asociación Cordobe-sa de Derecho Agrario e intervino en la fundación y desarrollo de las asociaciones

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de derecho agrario de Zaragoza, Sevilla y Granada. Pronunció conferencias en las universidades de Madrid, Granada, Sevi-lla, en la Escuela de Comercio de Grana-da y en los Centros culturales de Córdoba sobre numerosos aspectos del derecho y la economía agraria que detallaremos en la bibliografía. Y editó diversas publicacio-nes de estas mismas especialidades, entre otras Fehaciencia y autenticidad, El archi-vo de protocolos de Córdoba, Pruebas y notarios del Islam medieval, El notario en el Fuero de Córdoba, Señoríos y Escriba-nos, El impuesto del trabajo personal y los notarios...

Pero casi al final de su trayectoria, estos nombramientos, cargos, colaboraciones y conferencias se resumieron en dos impor-tantes guindas, que serían la Medalla al Mérito de la Ciudad de Córdoba, en 1976, y el título de Hijo Adoptivo de la Villa de Riello, en 1980.

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D. Plácido Sánchez Ceballos, Secretario del Ayuntamiento de Riello, certifico:

Que la Corporación Municipal en sesión extraordinaria, celebrada el día tres de sep-tiembre de mil novecientos ochenta, adoptó entre otros el siguiente acuerdo:

Para cumplimentar el acuerdo tomado en sesión ordinaria del día veintisiete de marzo del presente año, se acuerda por unanimi-dad nombrar Hijo Adoptivo de la Villa de

Homenaje y Plaza dedicada a don Vicente.

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Riello y darle su nombre a la plaza de la misma a don Vicente Flórez de Quiñones y Tomé por su labor en pro de los habitantes de esta comarca. Acordando asimismo la celebración de un acto en el cual se le hará entrega de dicho título el día veinte del pre-sente mes en esta villa.

Así rezaba el documento que acordaba conceder tal honor a don Vicente. Un re-conocimiento que se enmarcó dentro de unas jornadas en homenaje a su figura, decisiva en aquellos días de la abolición de “El pan del cuarto”.

El acto se inició el sábado 20 de septiem-bre con una misa celebrada en el templo parroquial de Riello, tras la cual vino el homenaje propiamente dicho. En su trans-curso, el señor Díez González, antiguo secretario de la Diputación leonesa, vice-secretario del Ayuntamiento de Madrid

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y presidente del Colegio Nacional de Se-cretarios, Interventores y Depositarios de Administración Local, glosó la figura de don Vicente. Habló de todo cuanto su vida tuvo de abnegación y sacrificio por la la-bor desempeñada, y del cariño que conti-nuaba teniendo por la tierra que lo vio na-cer, sin olvidar la participación que tuviera en los comienzos del Instituto de Reforma agraria de su provincia.

Unas emotivas palabras que don Vicente respondió con otras cargadas de emoción y agradecimiento. Entre grandes aplausos don Vicente recibió el título de Hijo Adop-tivo de la Villa, de manos de su alcalde, Cipriano Elías Martínez, y una medalla conmemorativa del acto que fue entrega-da por el vicepresidente de la Diputación, el señor Costales, todo entre manifestacio-nes de afecto y de admiración de cuantos quisieron hacerle patente el mejor de los recuerdos y el testimonio íntimo del gene-

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ralizado reconocimiento de su personali-dad.

Y como detalladamente apuntó el diario La hora leonesa, al acto asistieron numero-sas personalidades entre las que se encon-traban: el Consejero de Interior del Ente Preautonómico de Castilla y León, don Baudilio Tomé Robla; el Vicepresidente de la Diputación, don Javier Fernández Cos-tales, que representaba al titular; el senador provincial por León, don Justino de Az-cárate, amigo personal del homenajeado; el diputado provincial don Tomás Vega, el secretario provincial de UCD don José An-tonio Cabañeros; el alcalde de Riello y di-putado por la comarca de Murias, don Ci-priano Elías Martínez; y el alcalde de Soto y Amio, don Manuel Álvarez Álvarez.

Al día siguiente, domingo, fue la comarca de Luna la que exaltó la figura de don Vi-cente, invistiéndolo con el título de Pastor

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Mayor. El día de lluvia a ratos deslució la programación prevista, no obstante fueron muchas las personas que acudieron a Los Barrios de Luna para presenciar el con-curso de perros mastines y para asociarse al ambiente festivo y romero que tendría esa marcada caracterización de ambiente pastoril.

Las crónicas de entonces recogieron los pormenores de aquel acto:

Este insigne leonés, quizá un poco olvida-do de los de su tierra por razón del tiempo transcurrido desde que fijara su residencia en Córdoba, en modo alguno olvidado ni en admiración ni en afecto por las gentes de su comarca, que sabían de su persona-lidad y prestigio, recibía en la tarde del sá-bado tributo homenaje en el bonito pueblo de Riello, en presencia de sus familiares, amigos y personalidades políticas del ente preautonómico de Castilla y León.

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Pero fue sin duda un artículo de Luís Aznar Fernández en el Diario de León, semanas más tarde, en concreto el 28 de octubre, el que recogió con la máxima precisión tanto el bosquejo de la personalidad de don Vi-cente, como el espíritu del acto:

Hablar de Riello supone ubicarnos en un enclave concreto y peculiar de la provincia de León. La historia de esta comarca desde el siglo XV hasta nuestros días ha estado marcada por un tributo, “El pan del cuar-to” que llegó a fundirse con el propio pai-saje y a lo largo de los siglos se convirtió en parte de la ida de estas gentes.

El Foro del pan del cuarto, sin duda alguna, condicionó la economía doméstica de los omañeses que trabajaban sus minifundios sabiendo que la cuarta parte de sus cose-chas eran para el Señor de Luna. Por extra-ño que parezca esta situación se prolonga hasta el año 1931 en que Vicente Flórez de

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Quiñones consigue la abolición del foro en Cortes.

Este personaje, desconocido en parte, po-dría considerarse prototipo del omañés. En él se conjuga el talante, y la tradición y de-fensa de las peculiaridades de la comarca leonesa.

Después de conseguida la abolición del foro, Vicente Flórez tuvo que emigrar du-rante la Guerra Civil a Andalucía. Tal vez fue éste el pago recibido de alguno de sus paisanos. Ya en Córdoba, ciudad donde se enraizó sería un claro exponente del carác-ter omañés. Disciplina, trabajo y seriedad como rasgos definitorios hicieron que fuera un hombre querido en el sur.

Conocedor de la tradición leonesa, del fun-cionamiento de sus Concejos, de los pro-blemas de una sociedad agraria y explota-da como aquella, de la importancia de las

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propiedades comunes como pieza funda-mental para la subsistencia de los pueblos, don Vicente plasmó en sus libros todo este cúmulo de conocimientos, participando ac-tivamente en al elaboración de la Reforma Agraria de la República.

En todos sus trabajos se refleja un profundo conocimiento de la realidad de los pueblos y las aldeas. Este conocimiento fue obtenido del contacto directo con la vida y problemas de los pueblos del Concejo de Riello, de los pueblos de Omaña donde nació y vivió.

Vicente Flórez inmortalizó en sus escritos esta Comarca, pero lo que es más impor-tante, fue motor indiscutible de su reden-ción. Por ambas cosas forma ya parte de su historia.

Con motivo de la muerte de don Vicen-te, Martínez Carrión recordaría también

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aquel día, en un sentido artículo en el Dia-rio de León, valorando el acto como bien se merecía:

En 1980 el pueblo de Riello hizo justicia a este hombre y le rindió un cálido homenaje en el pueblo, nombrándole hijo predilecto y reconociendo su labor a favor de la co-marca. Tras aquel acto, Vicente Florez de Quiñones regresó a Córdoba, donde residía con toda su familia y donde ejercía como notario.

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Foto familiar centenario Consuelo.

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unidad ycontinuidad

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Con ocasión del centenario de doña Consuelo se reunieron los hijos, los nietos y los biznietos. Un acon-

tecimiento que hubiera sido del agrado de don Vicente, sensible en todo momento a las muestras de cariño, orgulloso de su fa-milia.

Porque, quizás, con el tiempo puedan bo-rrarse de la memoria ciertas anécdotas, al-gunos recuerdos, puedan olvidarse fechas o personas, pero los apellidos y los lugares permanecen.

unidad y continuidad

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Vicente Flórez de Quiñones y tomé, unA VidAVicente Flórez de Quiñones y tomé, unA VidA

El espíritu de unidad y continuidad es el que aflora en esta fotografía, en la que sólo falta ese hombre serio, afectuoso, definido como un hombre de “vasta cultura, sóli-da preparación, exacto conocimiento”, que tuvo un reconocido prestigio entre sus iguales y un merecido respeto entre los más cercanos.

Por eso las palabras que abren este home-naje sirven también de cierre para el mis-mo, porque es seguro que, también a don Vicente, nada le haría más ilusión que las generaciones futuras vinculadas a los Fló-rez de Quiñones conservaran no sólo un esbozo más o menos conseguido de su fi-gura, sino, ante todo, un cierto sabor de lo que siempre supuso, y con orgullo, perte-necer a la familia.

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Árbolgenealógico

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Don Vicente Flórezde Quiñones y Tomé

&Doña Consuelo

Almagro Herrera

José LuísFlórez de Quiñones

&Rosario Santiago

Fernández de Córdoba

MaricheloFlórez de Quiñones

&Alfonso

Álvarez-Valdés Robles

FranciscoJuan FranciscoMaricheloVicenteJosé Luís

AnaCarolinaVicenteBeatrizJosé Luís

AlfonsoVicenteMamenIñigoMarichelo

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