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VIA LUCIS

(Reflexión sobre los Misterios Pascuales)

Salvador Villalobos Gámez

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INTRODUCCIÓN

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Los cristianos hemos celebrado, la pasión y muerte de

Ntro. Señor Jesucristo.

El viernes santo recordamos a Cristo yacente muerto sobre el lecho de su Madre dolorosa.

Pero si Cristo no hubiera resucitado nada tendría sentido, ni nuestra propia vida, ni tampoco tendría sentido que fuéramos cristianos.

Cristo resucitó y con la Iglesia hemos celebrado la Pascua, la cincuentena pascual que termina en Pentecostés. Y hoy ponemos colofón con la promesa de Cristo hecha realidad en la Eucaristía gracias a la acción del Espíritu Santo: “Estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos. Haced esto en memoria mía”.

Los discípulos experimentan un encuentro personal con Cristo resucitado. Ésta es la experiencia fundamental para todo cristiano, Jesús vive y está de nuevo con nosotros. Recuperan a Jesús como alguien que vive y viene a su encuentro. El resucitado les ofrece la posibilidad de iniciar un nuevo modo de existencia. Como afirma San Pablo al hablarnos de su experiencia pascual (Flp. 3,12), se trata de dejarnos ser alcanzados por Jesucristo.

Para los primeros creyentes Cristo es alguien que vive, que anima, vivifica y llena con su espíritu a la comunidad: “Sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo “.

La actividad salvadora de Jesús no ha terminado con su muerte. Aquél que perdonaba a los pecadores, hoy sigue perdonando. Aquél que llamaba al seguimiento, hoy nos sigue llamando. Aquél que se acercaba a los pobres, hoy está en los

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pequeños y necesitados. Jesús no es algo acabado. Su historia se sigue escribiendo

en nosotros y con nosotros.

PRIMERA ESTACIÓN

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EL SEPULCRO VACÍO: APARICIÓN A MARÍA MAGDALENA

Del evangelio de San Juán. Jn 20 (11-18).

María se quedó fuera junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles con vestiduras blancas sentados uno a la cabecera y uno a los pies, donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Contestó: Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Al decir esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús allí de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo: señor, si te lo has llevado tú, dime donde lo has puesto, y yo iré a recogerlo. Jesús le dijo: ¡María! Ella se volvió y exclamó en hebreo: ¡Rabbuni! (es decir, ¡Maestro!) Jesús le dijo: suéltame, que aún no he subido al Padre; anda y di a mis hermanos que me voy con mi Padre y vuestro Padre, con mi Dios y vuestro Dios. María Magdalena fue a decir a los discípulos que había visto

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al Señor y a anunciarles lo que Él le había dicho. Reflexión: María Magdalena es una mujer triste y desorientada. Le

falta el Señor. No ha penetrado todavía en el misterio de la resurrección. Está fuera, llorando. Pero María adopta una postura de búsqueda que la llevará al encuentro pascual con Cristo resucitado.

Mujer, ¿por qué lloras? Y el “jardinero” le va a completar la pregunta: ¿A quién buscas? Son las preguntas clave para vivir el encuentro con Cristo: ¿que ando buscando? ¿qué estoy haciendo con mi vida? ¿por qué tanta insatisfacción? ¿qué es lo que justifica y da sentido a mi vivir diario?.

Tal vez sabemos, aunque no lo queramos confesar abiertamente, que nuestra fe es convencional y vacía, costumbre religiosa sin vida, inercia, formalismo externo, letra “muerta”.

Oración:

Señor, ayúdanos a tener una actitud de búsqueda

constante para encontrarnos contigo y experimentar la fuerza que posees de resucitar aquello que está muerto en nosotros mismos. Enséñanos que, vivir la dinámica de la resurrección, es vivir creciendo, intensificando nuestro amor, orientando nuestra existencia por el camino de la entrega generosa, del amor fecundo. Vivir nuestra existencia cristiana como un “proceso de resurrección”. Señor: que con nuestra actitud no impidamos que te encuentren aquellos que te buscan y te

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necesitan. Padre nuestro…

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SEGUNDA ESTACIÓN

LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS

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Del evangelio de San Lucas. Lc- 24 (13,35)

Aquel mismo día, dos de ellos se dirigían a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos 13 Km. Iban hablando de todos estos sucesos; mientras ellos hablaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar con ellos. Pero estaban tan ciegos que no lo reconocían. Y les dijo: ¿de qué veníais hablando en el camino? se detuvieron entristecidos. Uno de ellos, llamado Cleofás, respondió: ¿Eres tu el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha sucedido en ella estos días? Él les dijo: ¿qué? Ellos le contestaron: lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo, cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que el sería el libertador de Israel, pero a todo esto ya es el tercer día desde que sucedieron estas cosas. Por cierto, que algunas mujeres de nuestro grupo nos han dejado asombrados: fueron muy temprano al sepulcro, no encontraron su cuerpo y volvieron hablando de una aparición

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de ángeles que dicen que vive. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo encontraron todo como las mujeres han dicho, pero a El no lo vieron. Entonces les dijo: ¡qué torpes sois y qué tardos para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su gloria? Y empezando por Moisés y todos los profetas les interpretó lo que sobre él hay en todas las Escrituras. Llegaron a la aldea donde iban y él aparentó ir más lejos; pero ellos le insistieron diciendo: quédate con nosotros porque es tarde y ya ha declinado el día. Y entró para quedarse con ellos. Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo lo partió y se lo dio. Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron; pero él desapareció de su lado. Y se dijeron unos a otros: ¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? Se levantaron inmediatamente volvieron a Jerusalén y encontraron a los once y a sus compañeros, que decían: verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón. Ellos contaron lo del camino y cómo lo reconocieron al partir el pan.

Reflexión:

Aparentemente, aquellos hombres, cuentan con todo lo

necesario para acceder a la fe en Jesucristo: Conocen las

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Escrituras del Antiguo Testamento, han convivido con Jesús durante su vida terrena, han sido testigos de su muerte en la cruz, han escuchado el anuncio pascual de su resurrección de boca de las mujeres. Todo resulta ineficaz. Les falta, todavía, la experiencia de su encuentro personal con el Resucitado. Sólo entonces arderá su corazón y se abrirán a la fe.

Lo importante es la apertura, la disponibilidad, la acogida

de “Alguien” que vive en el interior mismo de nuestra vida. Una acogida incondicional y sin reservas.

Es cuando invitan al Señor a quedarse con ellos, a partir el

pan con ellos, cuando reconocen al Maestro. Oración: Señor: que sepamos invitarte a quedarte con nosotros. Que

sepamos reconocerte como el Cristo Resucitado en el pan Eucarístico y que al compartir tu pan, sepamos compartir el pan diario, también, con los que no lo tienen. Que al recibir tu cuerpo hecho pan de vida ardan nuestros corazones para que, como los discípulos de Emaús, sintamos la necesidad de correr a anunciar tu buena noticia.

Señor, que el recibir tu pan Eucarístico nos comprometa a

la tarea evangelizadora siendo coherentes con nuestro estilo de vida.

Padre nuestro…

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TERCERA ESTACIÓN

APARICIÓN A LOS DISCÍPULOS REUNIDOS

Del evangelio de San Juan. Jn. 20, (19-23)

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En la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: ¡la paz esté con vosotros! Y les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Él repitió: ¡la paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. Después sopló sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos.

Reflexión: Los discípulos son conscientes de su pecado. Han

negado al Maestro y lo han abandonado. La tristeza de estos hombres no es sólo la de quien ha perdido al Maestro

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admirado o al amigo querido. Es la tristeza del culpable. Ya no son “discípulos” ni “seguidores”. Se ha producido “la ruptura del seguimiento” de Jesús.

Por eso la experiencia pascual, para estos hombres, ha

sido, primero y fundamentalmente la experiencia de sentirse perdonados por Cristo.

Los relatos insisten en el carácter pacificador y

reconciliador de la experiencia pascual. Ningún reproche por el abandono y la traición. Ningún gesto de exigencia para reparar la injuria.

Una y otra vez, el mismo saludo de Jesús: “la paz con

vosotros”. Lo primero que les regala en su encuentro pascual es la paz, el perdón y la amistad, verse readmitidos a la comunión y amistad renovada del Maestro. Experimentar en Jesús el amor que permanece, la ternura que perdona siempre la fidelidad propia y única de Dios con los hombres.

En esta sociedad contemporánea, perdonar es la virtud

de los débiles. No se valora el perdón, ni para darlo ni para recibirlo. Tendemos a culpabilizar a los demás, quitando importancia a nuestros propios errores o injusticias.

¿ No necesitamos en lo más hondo de nuestro ser,

confesar nuestro pecado, perdonarnos unos a otros, sentirnos acogidos en la comunidad de Cristo, sabemos aceptados con nuestros errores y miserias?

Es Cristo resucitado el que nos ofrece la posibilidad de

pacificar nuestra existencia y poner reconciliación en lo más íntimo de nuestro ser.

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Quien no conoce el gozo de ser perdonado, corre el riesgo de vivir muerto, sin resucitar, sin dejarse recrear por el Resucitado.

Oración Señor, haz que valoremos el perdón, que nos sintamos

perdonados por ti y con disposición de perdonar a los demás. De tal manera que seamos uno solo en Cristo Jesús.

Que la Paz sea el fruto de un mismo sentir, de un

mismo compromiso, de un común crecimiento en la fe, y de saber compartirla en comunidad como tú enseñaste a los apóstoles.

Padre nuestro…

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CUARTA ESTACIÓN

LA INCREDULIDAD DE TOMÁS

Del evangelio de San Juan. Jn 20. (24-29)

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Tomás, uno de los doce a quien llamaban “el mellizo”, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “hemos visto al Señor”. El les dijo: “si no veo la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creo”. Ocho días después estaban nuevamente allí dentro los discípulos, y Tomás con ellos. Jesús llegó, estando cerradas las puertas, se puso en medio y les dijo: ¡la paz esté con vosotros! Luego dijo a Tomás: ¡trae tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente. Tomás contestó: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús dijo: Has creído porque has visto. Dichosos los que creen sin haber visto. -

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Reflexión:

Bienaventurados los que creen sin haber visto. Jesús nos enseña que la fe no es creer en la evidencia, sino creer desde el corazón. Confiar en la Palabra de Dios. Poder decir cada mañana, Señor mío y Dios mío. Poner nuestra vida en manos de Dios. Ponernos a disposición de Él. Haz conmigo, Señor, lo que quieras. Dime, cada día lo que quieres de mí, aunque me cueste trabajo cambiar.

Del discípulo Tomás, tenemos que aprender su

reacción inmediata, que su encuentro con el Resucitado le hizo reconocerlo como el Señor de su vida.

Decir “Jesús es mi Señor”, significa estar dispuesto a

dejarme transformar por Él. Dejar mi postura cómoda e inmovilista de una religiosidad confortable para cambiar a una espiritualidad que comprometa mi vida con el evangelio.

Oración:

Cristo sacramentado: que nosotros te reconozcamos como Señor de nuestras vidas; sin olvidar que antes de instituir la Eucaristía lavaste los pies a tus discípulos. Que comprendamos que no puede haber amor sin servicio. Que alimentados por tu Cuerpo y tu Sangre encontremos la fuerza para estar dispuestos a seguirte de verdad.

Padre nuestro…

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QUINTA ESTACIÓN

TERCERA APARICIÓN DE JESÚS A LOS DISCÍPULOS

EL PRIMADO DE PEDRO

Del evangelio de San Juan. Jn. 21, (15-19)

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Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Pedro le contestó: “sí, Señor, tú sabes que te amo”. Jesús le dijo: “apacienta mis corderos”. Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas? El le respondió: “sí, Señor, tú sabes que te amo”. Jesús le dijo: “apacienta mis ovejas” por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció porque le había preguntado por tercera vez si lo amaba y, le respondió: “Señor tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”. Jesús le dijo: “apacienta mis ovejas”. Profecía a Pedro. “Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te sujetabas la túnica con el cinturón e ibas donde querías; pero cuando seas viejo extenderás tus manos, otro te la sujetará y te llevará a donde tu no quieras “. Dijo esto para indicar con qué muerte iba a glorificar a Dios. Después añadió: “sígueme”.

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Reflexión: Pedro negó a Jesús por tres veces, mientras que estaba,

Jesús preso, en casa del sumo sacerdote. Ahora Jesús, que lo perdona todo, quiere que Pedro

recupere su confianza y amistad plena con Él y le hace afirmar por tres veces que lo ama. La intención de Jesús no era la de humillar a Pedro sino todo lo contrario; darle la oportunidad de poder expresar hasta qué punto está dispuesto su amor por Él.

Pedro, ahora, no es presuntuoso como lo fue en la

última cena no queriendo dejar que Jesús le lavase los pies, ni tampoco impetuoso como en el Huerto de los Olivos sacando presto la espada. Ahora sabe que, de veras, ama a Jesús y, aunque, es consciente de sus debilidades está dispuesto a seguirle.

Pedro se muestra confiado y a la vez humilde: “Señor

tú lo sabes todo”. Pedro sabe que ama a Jesús, pero necesitará de la fuerza del Espíritu Santo para ejercer lo que Jesús le está diciendo que haga: “apacienta mi rebaño”. Y así lo hará hasta entregar su vida, crucificado, a las afueras de Roma, en el Monte Vaticano.

Oración: Señor, te damos gracias por el ejemplo de Pedro, por la

unidad de nuestra Iglesia. Por nuestro Papa Benedicto XVI y por aquellos sucesores de Pedro que han sabido, a lo largo de los siglos, apacentar tu rebaño.

Te pedimos, Señor, por la unidad de todas las iglesias,

que nuestro comportamiento humano no impida que tu

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Espíritu nos lleve a la unidad, siendo todos un solo rebaño junto a un solo pastor, en una sola fe.

Padre nuestro …

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SEXTA ESTACIÓN

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR.

Del Evangelio de San Lucas.

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Estando Jesús con sus discípulos les dijo: “Así estaba escrito; el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y, en su nombre, se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalem. Vosotros sois testigos de esto, yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto” (Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu Santo que habrían de recibir). Después los sacó hacia Betania y levantando las manos los bendijo, y mientras los bendecía se separo de ellos subiendo hacia el cielo (Lc. 24, 46-53). Ellos se postraron ante Él, cuando se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Entonces volvieron a Jerusalem llenos de alegría y haciendo oración constantemente junto a María, la Madre de Jesús y con sus hermanos. (Hch 1 10-11 y 14).

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Reflexión: La Ascensión de Jesús es el retorno de Jesús al Padre y

su entrada en la Gloria. Ha terminado la obra de Jesús. Es la comunidad de Jesús la que debe ahora comenzar la misión en el mundo.

Nosotros estamos llamados a continuar la tarea del Señor Jesús para hacer visible la presencia de Dios en el mundo.

El relato de la Ascensión acentúa la subida al cielo de Jesús, para que quede patente que la tierra queda en manos y bajo la responsabilidad de los discípulos que tendremos que dar cuentas de nuestra tarea ante Jesús.

La Ascensión aparece ante todo como el inicio de la misión de la Iglesia en el mundo. La Resurrección es el preámbulo de nuestra etapa del Reino: La misión de la Iglesia.

Cristo, el que murió y resucitó, hoy está sentado a la derecha de Dios y Él es la cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo. Jesús resucitado es la fuerza propulsora presente en todas las expresiones de la vida de la comunidad cristiana: En el anuncio de la Palabra, en la Liturgia y en la Caridad. Cristo es Señor y origen de la plenitud de la Iglesia.

Tenemos una tarea a realizar y una fuerza para hacerlo, la fuerza del Espíritu Santo, que transforma y santifica a los discípulos de Jesús.

Oración:

Señor Jesús, Tú que por el camino del Amor

descendiste hasta nosotros, haz que nosotros, por el mismo camino ascendamos a Ti. Por que Tú nos enseñaste que el cielo está donde se vive y cuando se vive en el Amor.

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Padre nuestro …

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SÉPTIMA ESTACIÓN

LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO: PENTECOSTÉS

De los Hechos de los apóstoles. Hechos 2, (1 — 11)

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Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente un ruido del Cielo, como de viento impetuoso llenó toda la casa donde estaban. Se les aparecieron como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos de todas las naciones que hay bajo el Cielo. Al oír el ruido, la multitud se reunió y se quedó estupefacta porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Fuera de sí todos por aquella maravilla decían ¿no son galileos todos los que hablan? Pues ¿como nosotros los oímos cada uno en nuestra lengua materna? Partos, Medos y Elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y el Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las regiones de Libia y de Cirene; forasteros romanos, judíos y prosélitos cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las grandezas de Dios”.

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Reflexión: El Espíritu Santo es, muchas veces, el gran ignorado de

la Santísima Trinidad. Nos resulta más fácil entender que hay un Dios Padre y un Dios Hijo, Jesucristo.

Sin embargo, Jesús lo prometió varias veces: “no os

dejo solos, el Padre os enviará al Espíritu y Él os hará comprender la verdad plena “.

Al recibir el Espíritu, los apóstoles experimentaron la

fuerza del impulso evangelizador. El espíritu les cambió su vida aletargada en una vida, plena de riesgos, en su afán misionero.

¿ Que hacéis ahí parados, galileos? El Espíritu de Dios es como el viento que sopla,

impulsando buenas obras en los corazones humanos. Con sus dones hace que las personas construyamos un mundo más humano y justo, más próximo al Reino de Dios.

Para que el viento del Espíritu mueva nuestra barca,

tenemos que tener las velas desplegadas; lo que significa estar atentos a lo que nos dice la Palabra de Dios. Preferimos, sin embargo, navegar a la deriva de nuestros caprichos o poner el motor, ruidoso, para que nadie nos pueda cambiar el rumbo que tenemos prefijado y no escuchar, con su ruido, lo que Dios nos pide.

Los apóstoles, junto a María, supieron estar atentos a la

voz del Espíritu.

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Oración: Virgen Santísima. Tú que acompañaste a los discípulos

en el momento de la llegada del Espíritu, el día de Pentecostés, y animaste a la primera Iglesia a vivir en las enseñanzas de tu Hijo, ayúdanos a crear espacios de silencio en nuestras vidas para que el fuego del Espíritu Santo arda en nuestros corazones y nos impulse a una auténtica actitud evangelizadora.

Dios te salve, María,…