Varios - Contrahistorias 02 - La Otra Mirada Del Clio

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Impreso en: Jiménez Edltores, S. A. de C. V.

Callejón d e la Luz #32-20, Col. Anáhuac, 11320 Tel. y Fax: 5399 4711 y 5527 7340

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Director:

CARLOS A N T O N I O AGUIRRE ROJAS

Comité de Redacción:

AMÉRICA BUSTAMANTE PIEDRAGIL

VANDARI MANUEL M E N D O Z A SOLÍS

CARLOS ALBERTO RÍOS GORDILLO

KARINA VÁZQUEZ BERNAL

NORBERTO ZÚÑIGA M E N D O Z A

Difusión y Relaciones: LAURA T O R T VELASCO

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Wasserman (Universidade Federal de Rio Grande do Sul), Darío G. Barriera (Uni-versidad Nacional de Rosario), Pablo Pa-checo (Centro de Investigación y Desarro-llo de la cultura cubana 'Juan Marinello'), Francisco Vázquez (Universidad de Cádiz), Ofelia Rey Castelao (Universidad de San-tiago de Compostela), Ricardo García Cár-cel (Universidad Autónoma de Barcelona) Massimo Mastrogregori, (Revista Storio-grafia), Steffen Sammler (Leipzig Universitaet), Maurice Aymard, (Maison des Sciences de l'Homme), Lorina Repina (Ins-tituto de Historia Universal, Academia de Ciencias de Rusia), Chen Qineng (Institu-to de Historia Universal, Academia de Cien-cias de China).

Contrahistorias. La otra mirada de Clio Revista semestral, No. 2, marzo-agosto 2004.

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únicamente con el permiso de la Dirección y del Comité de Redacción de Contrahistorias.

Los textos aquí publicados son responsabilidad exclusiva de sus autores.

Impreso en: Jiménez Editores, S. A. de C. V.

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H E N R I P I R E N N E 7

Una polémica histórica en Alemania.

M A R C B L O C H 15

Tradición o literatura: los orígenes del ciclo de la leyenda del Rey Arturo.

F E R N A N D B R A U D E L 29

La historia operacional: la historia y la investigación del presente.

I M M A N U E L W A L L E R S T E I N 41

La escritura de la historia.

El Hilo de Ariadna E D O A R D O G R E N D I 55

Paradojas de la historia contemporánea.

G I O V A N N I L E V I 63

Un problema de escala.

C A R L O S A N T O N I O A G U I R R E R O J A S 71

Encrucijadas actuales del neozapatismo mexicano. A diez años del 1 de enero de 1994.

memorabilia

M I G U E L Á N G E L B E L T R Á N V I L L E G A S 83

Una visión histórica del mundo después del 11 de septiembre de 2001.

Entrevista a Carlos Antonio Aguirre Rojas.

I R E N E R O D R Í G U E Z 105

Reseña crítica del libro: Ensayos sobre microhistoria.

Noticias Diversas 109

Edición, tipografía, diseño interior y de portada: Vandari M. Mendoza Solís

jitanjáfora Morelia Editorial / RED U T O P Í A A . C .

Corregidora #712, 58000, Centro Histórico. Morelia, Michoacán, México,

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Derechos reservados sobre la edición jitanjáfora Morelia Editorial.

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Imago Mundi

Imágenes del Mundo, Weltanschauung, Concepciones del Mundo, Cosmovisiones, Visiones del Mundo, Percepciones del Universo, Maneras de Ver y Entender la Realidad... En esta

sección, queremos multiplicar todo el tiempo las distintas miradas que admite el análisis de los problemas realmente

importantes y fundamentales que hoy enfrentan la historiografía mundial en general, y las historiografías

latinoamericana y mexicana en particular, pero también la historia y la sociedad en México, en América Latina, y en el Mundo entero. Recoger siempre las miradas críticas, abrir

nuevas entradas a los problemas, explorar incesantemente ex-plicaciones nuevas e inéditas de viejos temas, a la vez que en-sanchamos todo el tiempo la nueva agenda de los asuntos que

hace falta debatir en el plano historiográfico, pero también en los ámbitos sociales, políticos y de todo orden en general.

Porque una 'Imagen del Mundo' . cuando es realmente crítica, heurística y compleja, sólo puede serlo a contracorriente de los

lugares comunes dominantes, y por ello sólo como cómplice obligada de las miles de Contrahistorias que cada día tocan

con más fuerza a la puerta del presente, para liberar radicalmente los futuros de emancipación que esas mismas

Contrahistorias encierran.

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HENRI PIRENNE

Una polémica histórica en Alemania. 1

a La erudición", afirma Luis Havet en el bello Prefacio que ha agre-gado a la obra de su hermano, "es una ciencia, en el sentido más riguro-so de este término, una ciencia equiparable a la física o al álgebra. Esta erudición difiere de las otras dos ciencias mencionadas, impropiamen-te llamadas las ciencias, con el artículo definido, en cuanto al objeto y en cuanto a la aplicación, pero no en cuanto al método". Algunos duda-rán, tal vez, de que exista una identidad absoluta entre los procedimien-tos empíricos a los cuales recurre el experto en diplomas, cuando inten-ta datar un documento, y los cálculos que realiza el astrónomo cuando trata de individualizar los movimientos de un planeta. Pero en el fondo, todos estarán de acuerdo con Havet en que el método empleado por los eruditos es un método científico, y en que la crítica histórica, tal y como se practica hoy, merece totalmente el nombre de ciencia.

Pero sin embargo esa crítica histórica, o si se quiere, la historia-erudición, no es toda la historia. Porque esa crítica no es algo que sea un fin en sí mismo, no se ago-ta en sí misma. Ella no tiene otro objetivo que no sea el del descubrimiento de los he-chos. Pero una vez descubiertos estos he-chos, no es tarea de esa crítica la de organizarlos, la de establecer entre ellos rela-ciones de causalidad, la de reconstruir con

todos ellos el pasado en su viva realidad. La crítica, entonces, sólo provee materia-les a la historia propiamente dicha, a la historia-relato. Y una vez que cumple esta tarea de provisión, esa crítica histórica no va nunca más allá. Así que por importante o esencial que ella sea, su papel permane-ce, a pesar de todo, como un papel subor-dinado. Una vez que ha establecido la au-tenticidad de los textos, que ha criticado

1 Este ensayo de Henri Pirenne fue publicado originalmente en francés en la Revue Historique, vol. LXIV, en el año de 1897, pp. 50-57. La presente versión en español ha sido hecha a partir de la traducción italiana incluida en el libro Henri Pirenne, L'Opera dello storico, Ed. Bibliopolis, Nápoles, 1990, pp. 75-84. Aunque este ensayo data de hace más de cien años, las ideas que plantea resultan de una enorme vigencia y de una profunda actualidad frente a las formas todavía hoy dominantes en la historiografía mexicana, y también en vastos sectores de la historiografía de muchos países de América Latina, de Europa y de Estados Unidos. Por eso hemos decidido incluirlo en este número 2 de Contrahistorias. La traducción del italiano al español es obra de Carlos Antonio Aguirre Rojas.

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las fuentes, que ha fijado la cronología de los acontecimientos, queda todavía por hacer lo que verdaderamente es la historia.

Y es esta una necesidad a la cual es im-posible escapar. Y si habrá siempre aque-llos que optaran por atrincherarse limita-damente dentro de ciertos escrúpulos cien-tíficos, alegando la insuficiencia de nues-tros conocimientos, y la vanidad, el carác-ter efímero y provisorio de toda síntesis, proclamando que no se puede y que no se debe ir más allá del simple inventario de los resultados obtenidos por esta erudición, habrá también, sin embargo y más allá de todo esto, la invencible exigencia que im-pulsa al hombre a interesarse en el pasado, y que siendo mucho más fuerte que los es-crúpulos antes mencionados, hará que al margen de los críticos puros y de los puros anticuarios, existan siempre los verdade-ros historiadores.

Por otro lado, es claro que no siempre han existido esos críticos y anticuarios, y todos saben que si la crítica es algo relati-vamente reciente, la historia, por el con-trario, es muy antigua, y casi tanto como la poesía. Porque como esta última, la his-toria responde también, en efecto, a una necesidad de nuestra propia naturaleza. Y el interés que ella suscita no es, como el interés que suscitan las ciencias, exclusiva-mente intelectual. La posición del historia-dor a la hora de confrontar su tema de es-tudio es muy diferente de la del astróno-mo, de la del físico o de la del químico, a la hora de confrontar sus respectivos te-mas. Físico, químico o astrónomo estudian series de fenómenos que son extraños a la sociedad: no hay nada que los perturbe en su investigación y no importa cuanta pa-

sión involucren en ello, ya que su observa-ción permanece siempre como algo tran-quilo y distanciado. De modo que la ópti-ca desde la cual estos científicos observan, está determinada por el estado mismo del desarrollo de la ciencia en el momento en el cual se inserta esa observación: cada uno parte de los resultados adquiridos por to-dos los que lo han precedido, y los enri-quece con nuevos descubrimientos.

¡Cuán diferente es en cambio la tarea del historiador! En lugar de encontrarse fuera de la sociedad su tema de estudio es la sociedad misma. Él debe comprender y narrar acontecimientos que son obra de hombres como él, de pueblos como aquél al cual pertenece. Por imparcial que trate de ser, por distanciado que se encuentre de las pasiones religiosas, políticas o na-cionales de sus contemporáneos, ¿no es todavía evidente que la objetividad absolu-ta es algo imposible para él? Haga lo que haga, en efecto, él se encuentra condicio-nado por el ánimo colectivo de su época. Por tuerte que sea su propia individuali-dad no puede escapar al ambiente social que lo circunda. Así que en su obra se ex-presa necesariamente su época. Su manera de considerar el pasado le es impuesta por su propio tiempo. Su óptica no está deter-minada, como en el caso de la ciencia, por el grado de desarrollo de los conocimien-tos, sino por el nivel de progreso del públi-co al cual él se dirige y al cual él mismo pertenece. Así que mientras el progreso de la ciencia es continuo, la historia obedece en cambio a una especie de ley del eterno recomienzo. 2

Ninguna época rescribe las matemáti-cas, o la física, o la química, pero cada

2 No hablo aquí, naturalmente, de la erudición, en la cual los progresos son continuos como en el caso de la ciencia.

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época rescribe la historia, la transforma en cierto modo bajo una tonalidad en que le sea adecuada o correspondiente. Una de-terminada fase social no impli-ca necesariamente un grado dado de desarrollo de las cien-cias exactas, pero si presupo-ne en cambio, necesariamen-te, un determinado tipo de con-cepción histórica. El historia-dor está dominado inconscien-temente por las ideas religio-sas, filosóficas y políticas que circulan en torno de él, y sería muy fácil demostrar, por ejem-plo, que la Historia Universal de Bossuet, el Siglo de Luis XIV de Voltaire, o la obra de Guizot, de Augus-tin Thierry, de Macaulay, de Droysen o de Ranke no son más que productos específi-cos de ciertas etapas de la civilización o de la cultura nacional. En resumen, es posible ubicar temporalmente una concepción his-tórica como se ubican, dentro de la histo-ria del arte, las escuelas o los estilos.

Por diferentes que sean los unos de los otros, los escritores que acabo de mencio-nar se asemejan todos en un punto esen-cial. Lo que atrae irresistiblemente la aten-ción de todos ellos es la historia política. Pues ya sea que nos cuenten la caída de los Imperios como hace Bossuet, o los con-flictos de los partidos como Macaulay, o el juego de la diplomacia como hace Ranke, todos ellos ponen igualmente en el primer plano a la historia del Estado, historia de un fenómeno que es relativamente artifi-cial y que está muy lejos de condensar en sí mismo la entera actividad social. Y es

fácil, por lo demás, comprender el motivo. El Estado, en efecto, si no es el más poten-te de los vínculos que conectan a los hom-

bres, si es ciertamente el más evidente, y por decirlo así, el más exterior. Y es por ese he-cho mismo de que el Estado no es algo ni natural ni espontá-neo, y de que su conservación requiere de constantes esfuer-zos, junto a la situación de que su propia fragilidad lo hace pa-sar a través de continuas trans-formaciones, por lo que atrae necesariamente y desde el ini-cio la mirada del observador. Y también las ideas filosóficas

que, todavía hasta la primera mitad del si-glo XIX han sido dominantes, explican muy fácilmente ese favor exclusivo del cual goza aún hoy la historia política. Y fue dicho favor, el que indujo a los historiadores a explicar los acontecimientos a partir de la acción de los grandes hombres, y a consi-derar a la historia sólo como la obra de fuerzas morales o intelectuales.

Gracias al prestigio de maestros ilustres, la historia política ha conservado hasta años recientes, y conserva todavía aún en gran parte, una posición de predominio. Aun-que desde hace poco tiempo, esta historia política ya no reina de una manera absolu-ta. Porque hoy ya no es posible, frente a los resultados obtenidos por las ciencias so-ciales, el reducir la historia a ser sólo la historia del Estado, y no darle un lugar en ella, junto a los factores individuales y concientes, también a los factores colectivos e inconscientes. 3 Nuevas ideas se han apo-

3 K. Breysig, Über Entwicklungsgeschichte, en "Deutsche Zeitschrift für Geschichtswissenschaft", Monatsblätter, septiembre-noviemhre de 1896, p. 167.

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derado, poco a poco, de los espíritus. Y fue así como los sociólogos intentaron, sin lograrlo, hacer de la historia una ciencia exacta, mientras que otros pretendieron privarla del nombre de ciencia y recono-cerle solamente un valor artístico. Por su propio lado, numerosos historiadores in-tentaron representar, bajo el nombre de historia de la civilización, un cuadro total de la actividad social. Al mismo tiempo, el cada vez más vivo interés suscitado tanto por los problemas sociales como por las cuestiones económicas contribuyó, por su parte, a sostener los esfuerzos y a acrecen-tar la fe de aquellos que querían innovar. Y así, bajo el estímulo del desarrollo científi-co y del espíritu público, la historia inició una vez más un proceso de transformación.

Un opúsculo publicado en 1888 por el profesor Dietr ich Schafer expresa con gran claridad este nuevo estado de las cosas. En su artículo Das eigentliche Ar-beitsgebiet der Geschichte, Schafer quiere defender la posición de esta escuela de la historia política del ataque realizado por otras gentes. Él pretende demostrar que la historia no puede ser otra cosa que la historia del Estado, que debe estudiar sobre todo la acción de los individuos y que posee en las fuerzas morales su mo-tor principal y esencial. Schafer atribuye a la psicología de los pueblos, a la histo-ria del derecho, o a la historia económi-ca, solamente el rango de ciencias auxi-liares, distintas de la historia propiamen-te dicha. El manifiesto de Schafer susci-tó un gran impacto. Le respondió Eber-hard Gothein, quien en un trabajo de gran importancia, 4 sostiene que la historia po-lítica no constituye más que un capítulo

4 Die Aufgabel der Kulturgeschichte, Lipsia, 1889.

particular de la actividad humana, que la historia de la civilización no es más que una manifestación también particular de esa actividad, y que la tarea del historia-dor consiste en mostrar, a través de la complejidad de los hechos sociales, las ideas que estos últimos expresan.

Casi en este mismo periodo comenzó a ser publicada la Deutsche Geschichte de Karl Lamprecht. Desde 1891 hasta 1895 se han publicado seis volúmenes, que han ilustrado la historia de Alemania hasta finales del siglo XVI. En 1896, una se-gunda edición vino a dar testimonio del éxito que la obra había encontrado en el público. Esta aceptación es sintomática, porque la obra de Lamprecht se conecta abiertamente con tendencias totalmente nuevas. El autor rompe decididamente con la escuela de Ranke. Y concibe a la historia de Alemania como la obra co-lectiva de la nación alemana, como el producto de una evolución de diversas etapas sociopsicológicas que van generán-dose una a la otra, y a las cuales se co-necta la infinita diversidad de los acon-tecimientos políticos, de los hechos eco-nómicos, de las corrientes religiosas, de los movimientos artísticos, científicos y literarios de cada época.

Una concepción tan diametralmente opuesta a aquella que hasta ese momen-to había dominado no podía dejar de dar lugar a distintas protestas. Los discípu-los de Ranke, los Jungrankianer, para re-tomar el término con el cual ellos mis-mos se autodefinieron, la atacaron con mucha decis ión . Nac ió en tonces una polémica, por otro lado bastante confu-sa, y a la cual no parece que ciertas con-

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sideraciones de orden personal hayan estado siempre ajenas. Hasta hoy, la ofen-siva se ha limitado a la crítica. Se ha es-forzado por demoler las ideas del adver-sario, pero no ha formulado las reglas de un método dest inado a sustituir aquel método que es criticado. Por su parte, Lamprecht ha tratado de defender la le-gitimidad de sus princi-pios. Sus obras tituladas Alte und neue Richtungen in der Geschichtswissenschaft y Was ist Kulturgeschichte? (1896) t r a tan cuestiones muy impor-tantes que pueden inte-resar a todos los histo-riadores. Ya que habien-do sido escritas por un pensador del cual inclu-so los más acérrimos ad-versarios reconocen uná-nimemente el alto valor,

por un hombre que ha demostrado su va-lor como erudito y al cual no se le puede reprochar hablar sobre la historia sin haberla practicado, son obras que me-recen ciertamente ser conocidas fuera de Alemania .

Es fácil describir el método de Lamprecht. Consiste en considerar a la his-toria desde el punto de vista de las cien-cias sociales. En consecuencia, en lugar de poner en primer plano al individuo, y de ver en el Estado al objeto fundamen-tal de la investigación histórica, esta con-cepción se esforzará sobre todo por ex-plicar el desarrollo nacional de un pue-blo a partir de los factores naturales y colectivos del cual ese desarrollo es el re-sultado. La sicología de los pueblos y la sociología demuestran que el desarrollo social está condicionado no solamente por el clima, el suelo, la fauna, la flora,

etc., sino también por un cierto número "de modos de actuar, de pensar y de sen-tir que son externos al individuo y que tienen sobre él un carácter coercitivo". La acción de los primeros es constante, mientras que la de los segundos es varia-ble. Las etapas sociopsicológicas son algo vivo. El ambiente social en el cual los in-

dividuos están inmersos no actúa sobre ellos so-lamente desde el exte-rior; no es un conjunto de condiciones pasivas, sino que vive dentro del p r o p i o i nd iv iduo , se realiza en cada uno de ellos. A nivel económi-co lo mismo que a ni-vel espiritual, el indivi-duo se encuentra aisla-do solamente en abs-t racto . Ese ind iv iduo recibe del grupo social

al cual pertenece su modo de actuar y de pensar. La sociedad es el elemento uni-versal y originario, mientras que el indi-viduo es un fenómeno contingente y pa-sajero. Brevemente, para decirlo con Lazarus, el espíritu es la obra colectiva de la sociedad.

Y es en la nación en donde habita ese espíritu colectivo u objetivo, que se ma-nifiesta en cada uno de nosotros. Y es entonces del estudio de las naciones de donde debemos partir. Las sociedades no son consideradas aquí como una simple yuxtaposición de hombres, sino más bien como seres dotados de una vida espiri-tual propia. De modo que, si las histo-rias particulares no serán ya entonces his-torias de Estados, sino historias de las naciones, así también la historia univer-sal no será ya la historia general de la humanidad, sino más bien la historia de

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las acciones recíprocas que esas nacio-nes ejercen las unas sobre las otras.

¿Significa acaso todo esto que el his-toriador no deberá ya de tener para nada en cuenta a las personalidades? Cierta-mente no, y es en torno de este punto que su papel difiere del papel del soció-logo, preocupado solamente por el estu-dio de los hechos sociales. Porque es to-talmente evidente que, junto a la sicolo-gía de los pueblos, la sicología individual conserva siempre sus derechos, y que sería violentar a la historia el reducirla a no ser otra cosa, en su totalidad, que la narración de la obra colectiva y anónima de las naciones. Pues algunos individuos superan siempre el nivel medio de su época, se elevan más allá, mucho más alto que el nivel del espíritu común, y son ac-tivos y creadores. Y también en estos genios creadores, por lo demás, es posi-ble reconocer el influjo del espíritu co-lectivo. "Una gran individualidad es una síntesis de ideas universales. Y si esa in-dividualidad se impone y provee como una especie de modelo ideal a la concien-cia nacional, es porque responde a las aspiraciones secretas de esta conciencia y encarna sus sueños. Por difícil que sea atribuirle con precisión lo que le corres-ponde, es claro que el espíritu colectivo está presente, ciertamente, hasta en aque-llo que hay de más individual, hasta en el acto del genio". 5

Es necesario reconocer, por otro lado, que el hombre de genio permanecerá siempre en parte como algo inexplicable. No resulta comprensible más que gracias a un esfuerzo de identificación empática. Y aquello que él tiene de más indivi-

dual es algo que no le corresponde explicar a la ciencia: eso representa el elemento irre-ductible e incognoscible de la historia.

Son éstas, expuestas brevemente y re-sumidas en cuanto a su esencia, las ideas centrales del método de Lamprecht. Es evidente que ellas corresponden exacta-mente al nivel actual del desarrollo de las ciencias sociales. El problema que se plan-tea es el de encontrar al interior de la propia historia su explicación, de descu-brir empíricamente las causas inmanen-tes que determinan su evolución. Sólo la sicología de los pueblos y la sociología pue-den ayudarnos a resolver este problema: ellas son para la historia, aquello que las mate-máticas son, por ejemplo, para la física.

La diferencia, ciertamente, es grande entre el historiador y el físico. Las mate-máticas proveen a este último de un ins-trumento de un rigor absoluto; mientras que las ciencias sociales, por el contra-rio, que se encuentran todavía en su in-fancia y en un proceso de transformación, no ponen a disposición del primero más que probabilidades e hipótesis. ¿Pero aca-so es tan importante esto, si de otra par-te es claro que la hipótesis es la condi-ción esencial de todo progreso científi-co, y si, desde el nuevo punto de vista que aquí se plantea, son tantas las inte-rrogantes que se perfilan, y tantos tam-bién los horizontes desconocidos que se abren, haciendo que el mismo e inagota-ble objeto de la historia se rejuvenezca?

N o obs tan te , existe un peligro que debe ser evitado. Acercando la historia a las ciencias sociales es necesario cuidar-se de no confundirla con ellas, de no di-solverla en la sociología, terminando así

5 C. Bougie, Les sciences sociales en Allemagne, p. 31.

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por reproducir una suerte de filosofía de la historia, tan vaga cuanto arbitraria. Este peligro, sin embargo, no parece ser algo de lo que debamos temer demasia-do. La erudición y la crítica histórica han logrado en nuestros días un desarrollo tan amplio y tan general, como para que pu-diéramos pensar que ellas serían capaces de dejar de vigilar la integridad del terri-torio atribuido a su propia custodia. Por-que es a ellas, en definitiva, que corres-ponde controlar los resultados de la his-toria-relato, y demoler las síntesis cons-truidas sobre bases insuficientes y con materiales dema-siado frágiles. De tal manera que las dos ramas de la ac-tividad histórica se

prestaran mutua-mente ayuda: la pr imera de ellas con sus hipótesis y sus generalizacio-nes, que permiten orientar la investi-gación hacia nue-vos campos; y la otra, llevando a la práctica el reconoci-miento de estos nuevos campos, y con-firmando o denunciando, gracias al estu-dio paciente de los hechos, los resulta-dos entrevistos. La primera seguirá sien-do, a pesar de todo, fruto del trabajo de la imaginación científica, mientras que la segunda será siempre el instrumento de control y de verificación. ¿Cuál de ellas dos es la más importante? No sabría de-cirlo. Porque sin las hipótesis y sin las síntesis la historia es solamente un pasa-

tiempo de anticuarios; pero sin la crítica y la erudición esa misma historia desba-rra hacia los territorios de la fantasía.

Podemos entonces, esperar ricos y fe-cundos resultados de las nuevas ideas que hoy intentan penetrar en la historia. Y podríamos por otra parte preguntarnos: ¿es que acaso existe, entre estas nuevas ideas y la concepción actualmente vigen-te, una contraposición tan radical como podría hacernos creer la actual polémica que está desarrollándose ahora en Alema-nia? No lo creo. Ya que mirando bien las cosas, uno puede darse cuenta de que la

discusión versa esencialmen-te en torno del problema de determinar la parte que le co-rresponde a la acción indi-vidual dentro del desarrollo histórico. Lamprecht no nie-ga esta acción, y solamente pretende limitar su papel. En lugar de utilizar los aconte-cimientos colectivos para ex-plicar la individualidad, él trata más bien, por el con-trario, de vincular esta últi-ma a la colectividad. Monod

expresaba hace tiempo, en las páginas de esta misma revista, un punto de vista aná-logo: "se está acostumbrado, en historia, —afi rmaba—, 6 a interesarse sobre todo en las manifestaciones brillantes, llama-tivas y efímeras de la actividad humana, en los grandes acontecimientos o gran-des hombres, en vez de insistir sobre los movimientos, lentos e imponentes, de las instituciones, de las condiciones econó-micas y sociales, que son la parte verda-deramente interesante y estable de la evo-

6 Revue Historique, julio-agosto de 1896, p. 325.

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lución humana, aquella que puede ser analizada con una cierta cert idumbre y que puede tratar de ser reconducida, en una cierta medida, hasta el nivel de le-yes. Los acontecimientos y los persona-jes verdaderamente importantes son ta-les, sobre todo en cuanto signos y sím-bolos de los diversos momentos de esta evolución, pero la mayor parte de los he-chos así llamados históricos no son para la verdadera historia humana otra cosa que aquello que son, respecto de los mo-

vimientos profundos y constantes de las mareas, esas ondas que encrespan la su-perficie del mar, que brillan por un ins-tante con miles de reflejos luminosos, y que después desaparecen en la orilla sin dejar ningún trazo de sí mismos".

Esta coincidencia entre un estudioso francés y un estudioso alemán es signifi-cativa. Ella prueba, en mi opinión, que la nueva tendencia histórica tiene de su lado el porvenir.

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MARC BLOCH

Tradición o literatura: los orígenes del ciclo de la leyenda del Rey Arturo.

En la historia entera de la sensibilidad I literaria de la Edad Media francesa, no hay enigma más perturbador que el de las novelas bretonas. Las otras "materias" épicas no ofrecen nada tan singular, cuan-do se les mira de cerca. Sin duda alguna, desde la época carolingia hasta los tiempos de las canciones de gesta, que explotan, de-formándolos profundamente, los recuerdos de esa época carolingia anterior, han pasa-do muchos años, en el curso de los cuales nos cuesta mucho trabajo tratar de seguir la cadena de la evolución de las tradicio-nes. Pero que estas tradiciones, habiendo sobrevivido mal que bien, y que los usos o las recuperaciones reales o ficticios de tan-tas sombras ilustres, nacidas del propio suelo nacional, hayan alimentado la imagi-nación de un cierto público francés, no tie-ne, después de todo, nada de extraño. Por otra parte, ¿cómo asombrarse si, en el seno de una sociedad en la que las literaturas

clásicas eran unánimemente consideradas como el prototipo del lenguaje bello y de los pensamientos bellos, los héroes de la leyenda antigua salieron un buen día de los viejos libros que eran accesibles solamente a los clérigos, para retornar a la vida den-tro de las narraciones en lengua vulgar? Y debemos notar sobretodo, que el ambiente en el que uniformemente se desenvuelven esas aventuras, sacadas de épocas del pasa-do cuya lejanía es muy diferente, es el am-biente que obviamente podría esperarse: de una manera totalmente ingenua, ellas acontecen en la atmósfera de los tiempos en los cuales esas aventuras fueron conta-das. De modo que en esas narraciones, Alejandro Magno, lo mismo que Rolando, sienten y hablan como si fuesen señores feudales. Porque no existe nadie que, al tener la responsabilidad de envolver los grandes hechos terrestres dentro de una atmósfera de misterio (por otra parte,

1 La versión original en francés de este ensayo apareció en la Revue de Synthèse de marzo-diciembre de 1931, pp. 95-111. Marc Bloch apreciaba particularmente este ensayo, hasta el punto de incluirlo en el proyecto de un posible libro suyo, compuesto por una colección de sus propios artículos, que fue avizorado para ser editado por la Editorial Gallimard hacia los años de 1933-1934, y que no logró concretarse en vida de Bloch. (Cfr. a este respecto el libro editado por Etienne Bloch, Historia e Historiadores, Ed. Akal, Madrid, pp. 8 y 321-323). Extrañamente, este ensayo no fue incluido en este último libro mencionado, y permanecía inédito en español hasta hoy. Incluso, a pesar de su enorme valor intelectual, es un texto poco recuperado por los estudiosos de la obra de Marc Bloch, tanto en Francia como en general. Contrahistorias rescata entonces este bello e importante artículo de Bloch para todos sus lectores. La traducción del francés al español es obra de Carlos Antonio Aguirre Rojas.

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usualmente, bastante sobria) que no exprese, muy exactamente, las creencias en-tonces comúnmente extendidas y apro-badas por todos.

Con el ciclo bretón, una corriente de una naturaleza totalmente distinta ha veni-do a mezclar sus aguas dentro del río gene-ral, hasta este momento mucho más unita-rio, de la literatura romanesca: vagas remi-niscencias de luchas, que debían ser bas-tante indiferentes a los escuchas franceses, sostenidas antaño por los celtas en contra de los sajones; personajes con nombres derivados de lenguas desconocidas; hori-zontes lejanos —Gales, Irlanda, Cornuailles— totalmente extraños a los castillos o a los santuarios familiares; y como telón de fondo, todo un extraño mundo de ma-gos, de hadas, de encantamientos, en los que los propios mitos cristianos se teñían de colores más que a medias paganos. ¿Cómo explicar la propagación dentro del

territorio francés de estos temas exóticos, y también su incomparable difusión en todo el Occidente? ¿Cómo dar cuenta in-cluso de su nacimiento, estableciendo la parte que le corresponde a las tradiciones nacionales, y la que le toca a la invención poética? A pesar de los muchísimos años en que se han discutido estos problemas, ellos no han perdido para nada su agudeza.

Por su parte, en la plenitud de su erudi-ción y de su talento, el señor Edmond Fa-rai ha tratado de abordar este problema. Ha abierto una vasta investigación de la que nos entrega ahora los tres primeros volúmenes. 2 Y no es sin cierto escrúpulo

que intento hablar aquí de esta obra, la más considerable que, desde las Leyendas Epi-cas del señor Joseph Bedier, haya apareci-do en este campo de las literaturas roman-ces. Y no solamente porque hasta hoy no tenemos más que los prolegómenos; lo que quiere decir que varias cuestiones serán sin duda resueltas más tarde, y que muchas dudas serán eliminadas por los volúmenes subsiguientes. Sino también por el hecho de que la naturaleza misma de estos pro-blemas hace que, para el medievalista "me-dio", su evaluación sea part icularmente delicada. Porque ella nos conduce hacia el tema del contacto entre dos civilizaciones: la latino-germánica y la céltica. Y eso es parte de su gran interés humano, pero tam-bién de su dificultad. Ya que sería necesa-rio, para poder dar sobre esta obra un jui-cio verdaderamente fundado, conocer de primera mano, además de la cristiandad latina también a los grupos celtas, a su so-ciedad y a sus tradiciones. El señor Farai ha adqui r ido esta doble competencia , mientras que la mayor parte de nosotros no la poseemos en su totalidad.

De modo que, después de resumir en grandes trazos la arquitectura general de la investigación y sus principales resultados, deberé más bien limitarme a indicar, muy simplemente, las impresiones de un lector ciertamente atento, pero al que su igno-rancia condena a no formular, más que con mucha prudencia, sus dudas lo mismo que sus puntos de acuerdo.

2 La Légende arthurienne: études et documents. Première partie. Les plus anciens textes, tomo I: Des origines à Geoffroy de Monmouth-, tomo II: Geoffroy de Monmouth. La Légende arthurienne à Glastonbury, tomo III: Docu-ments (Historia Britonum; G. de Monmouth, Historia regum Britanniae; G. de Monmouth, Vita Merlini), 3 volúmenes, Paris, Champion, 1929 en 8°, IV-319, 463, 388 páginas, 1 carta (Bibliothèque de l'École des Hautes Etudes, Sciences historiques et philologiques, fascículos 245, 246 y 247).

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Totalmente imbuido de una justa descon-fianza hacia las hipótesis aventureras que, como tantas otras trampas nuevas jugadas a los eruditos por los viejos encantadores, han frecuentemente perturbado sus mane-ras de observar y de analizar la historia del ciclo bretón, el señor Farai no ha querido fundar su investigación más que sobre el estudio paciente de los testimonios escri-tos. 3 El autor toma los textos uno por uno, en un orden hasta donde es posible estric-tamente cronológico —-lo que es muy im-portante— y —lo que no lo es menos— va examinando cada uno de ellos en su totali-dad, estimando con razón que no hay otra manera de comprender la verdadera natu-raleza de un documento y de sopesar su credibilidad.

Geoffroy de Monmouth habla de Artu-ro, a quien la poesía épica debía recuperar enormemente, y también habla por ejem-plo de Vortimer, del que en cambio esa poesía no ha recuperado, hasta donde sé, prácticamente casi nada. ¿Sería entonces suficiente para el objetivo que persigue el señor Farai, ubicar en nuestro fichero una nota sobre Ar turo apoyándonos en Geoffroy, y olvidar en cambio desde el co-mienzo a Vortimer? Ciertamente no. Por-que el tratamiento al cual nuestro autor somete esta última leyenda, y la manera en que reproduce o retoca sobre este punto las tradiciones anteriores, consti-tuyen también un elemento indispensa-ble de nuestro conocimiento general acer-ca de sus procedimientos, igual que de sus intenciones, y en este mismo senti-do, esclarecen su actitud frente al tema de la leyenda de Arturo, convirtiéndose así en algo casi tan necesario de com-prender por parte del historiador de esta

leyenda, como sus puntos de vista sobre el propio Arturo.

Es así como va a desfilar frente a noso-tros, paso a paso e interrogada por el más riguroso de los inquisidores, la larga, y hay que decirlo claramente, bastante mediocre teoría de los historiadores de la antigua Bre-taña. En el primer volumen, se encuentra inicialmente el pequeño tratado en el que el monje Gildas "hacia 545" y tratando de darle lecciones a sus compatriotas los bre-tones, ha dejado filtrar, entre muchas de-clamaciones vagas, algunos de los muy ra-ros datos que poseemos sobre los destinos de la isla, luego del hundimiento del domi-nio romano; más adelante, Beda el Venera-ble, que casi dos siglos más tarde, al re-construir la historia del pueblo inglés —su propio pueblo— nos ha dado aquí y allá algunas indicaciones sobre los Bretones; después la compilación de origen galés co-nocida bajo el nombre de Historia Britonum —algo así como el "Nennius" de los antiguos eruditos— y que se ha formado lentamente como por sucesivos agregados desde una fecha incierta (posiblemente el siglo VII) y hasta aproximadamente el año 1000, y completada todavía posteriormen-te; más adelante los Milagros de Nuestra Señora de Laon, fuente continental que, por un singular azar, nos entrega dentro del curso de una narración de un viaje, una aproximación preciosa sobre las creencias arturianas; luego algunas vidas de santos del País de Gales; y finalmente una obra anglonormanda, los Gesta regum de Gui-llaume de Malmesbury (1125).

El segundo volumen está casi totalmen-te consagrado al principal propagador —y el señor Faral diría muy posiblemente con gusto: al principal inventor— del ciclo bre-

1 En los volúmenes subsiguientes de la obra, el señor Farai va a incluir los documentos iconográficos.

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tón: Geoffroy de Monmouth, que murió un poco después de 1153 como obispo de Saint-Asaph en Gales; y concluye este des-file con un muy importante capítulo sobre el papel jugado en la formación de la leyen-da por la abadía inglesa de Glastonbury. El tercer volumen incluye únicamente los siguientes textos, editados con mu-cha sagacidad y prudencia: la Historia Britonum y las dos obras de Geoffroy de Monmouth: Historia de los reyes de Bretaña (en el que se encuentra incorporado el opúsculo, publicado an-tes de manera indepen-diente, de las Profecías de Merlin) y la Vida de Mer-lin. 4 De tal manera que lo esencial del dossier se haya puesto a la disposición del lector, y le per-mite en todo momento las verificaciones deseadas.

Es claro que los resultados de este mi-nucioso y detallado trabajo crítico no be-neficiarán solamente a la literatura medie-val. Las historiografías bretona, inglesa e incluso franca, reciben de este trabajo y sobre muchos puntos una actualización importante; y si desafortunadamente, des-pués de estas nuevas investigaciones la his-toria de la Gran Bretaña en la época de las

invasiones bárbaras, sigue siendo lo que era antes, es decir y según los términos de Ferdinand Lot, una página casi enteramente "en blanco", por lo menos el terreno aparece, más que nunca antes, como un terreno ya desembarazado de falsas construcciones

eruditas. Sobre los desti-nos ulteriores de la isla, y sobre el desarrollo espiri-tual de sus poblaciones y de sus jefes, se despren-de de esta encuesta más de una indicación sugerente. Pero es necesario l imitarse aquí al nudo mismo de nuestro proble-ma. Dos figuras, dentro de la leyenda bretona, se han elevado por encima de todas las restantes, car-gadas al mismo tiempo de

gloria y de misterio: de un lado, un rey llamado Arturo, y del otro un mago o en-cantador que es Merlín. ¿Qué es lo que el señor Farai puede enseñarnos sobre ellos?

Gildas, que ha vivido en un tiempo cer-cano a los acontecimientos, no conoce en-tre los reyes bretones más que a uno solo que ha sido jefe victorioso: un Romano de origen, que se llama Ambrosius Aurelianus. Sobre Arturo no dice ni una sola palabra. Y el mismo silencio encontramos en Beda. Así que los primeros textos que rompen

4 Casi al mismo tiempo que el señor Faral, el señor Acton Griscom publicó también una nueva edición de la Historia regum Britanniae, Londres, Longmans, Green & Co, 1929. Se encuentra allí anexa la edición y la traducción de una versión galesa del mismo ciclo legendario. Sus conclusiones, presentadas en la introducción, son mucho más favorables que las del señor Faral a la veracidad —si no es que a la imaginación— de su autor; él considera como algo seguro la existencia del britannici sermonis librum vetustissimum que Geoffroy recibió del Arquidiácono Gautier d'Oxford, y sobre el cual, si hemos de creerle, él ha calcado su propia narración. Los argumentos no me han parecido demasiado convincentes; ellos ganarían en todo caso si fuesen planteados bajo una forma más rigurosa, y con menos llamados frecuentes a una suerte de impresionismo emotivo. Pero es posible que el señor Faral ha hecho muy bien combatiendo frontalmente este problema del liber vetustissimus. Al invocar este apoyo, Geoffroy, no hacía sin duda otra cosa que utilizar uno de los procedimientos recurrentes dentro de la hagiografía más fantasiosa.

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este silencio en torno a Arturo, no nos per-miten remontarnos antes del siglo X, y son solamente tres. Los Annales de Cambria (es decir de Gales), redactados no después del año de 954, ven en Arturo al vencedor de la batalla de Mont Badon, batalla ya men-cionada por Gildas (que la ubica hacia el año 500), pero sin que el viejo autor hu-biese citado el nombre del héroe que en ella triunfó. Esos mismos Annales nos di-cen también que en 537, en "Camlann», cayeron Arturo y un cierto Medraut. De este último la leyenda, ya bajo su forma definitiva, dirá que era al mismo tiempo el sobrino y el enemigo del rey Arturo; pero esos Annales dan solamente su nombre sin agregar nada más.

Hacia 950, una genealogía también ga-lesa ubica entre los ancestros de los reyes de Demecia (Gales del Sur) —y esto, visi-blemente, con el objetivo de honrarlo— a un príncipe llamado Arturo, hijo de Petr, y que es ya nuestro Arturo sin ninguna duda. Finalmente la Historia Britonum, en dos pasajes de fecha incierta pero incontesta-blemente anterior al siglo XI y escritos, ellos también, en el país de Gales, se extiende con cierta complacencia sobre las hazañas de este "jefe de guerra", al que esa historia no parece por otra parte considerar que haya sido un rey. Pero es como un rey, por el contrario, que un siglo más tarde, aproxi-madamente hacia 1100, Arturo reaparece en tres vidas de santos galeses. En ellas se le describe bajo los colores de ser un sobe-rano poderoso pero aceptablemente tiráni-co; porque los hagiógrafos, como lo ha se-ñalado justamente el señor Faral, no suelen de ordinario caracterizarse por su simpa-tía hacia los poderes temporales. Al lado de Arturo, una de las vidas mencionadas ubica ya a su compañero Kai, que en la epopeya será su Senescal y el depositario de sus virtudes. Un poco después, en 1125,

Guillaume de Malmesbury, y todavía algu-nos años más tarde los Milagros de Nuestra Señora de Laon (texto que el señor Faral demuestra, de manera excelente, que ha sido escrito no antes de 1135) testifican uno de los trazos más cautivantes de esa leyenda del rey Arturo: la de la creencia de los bre-tones en el regreso de su rey.

Y es entonces cuando llega Geoffroy de Monmouth. Y con él viene la gran expan-sión de esta leyenda. Pues en sus obras, Arturo se ubica verdaderamente en el cen-tro de la historia bretona. No solamente la isla entera, sino también Irlanda, Islandia, Noruega, y la Galia misma son sometidas bajo sus armas. Y si, en su marcha victo-riosa, le ha sido impedido alcanzar Roma, eso se debe sólo a que la traición de su mujer, Guanhumare, y de su sobrino Mo-dred lo han obligado a volver a Gran Breta-ña. En el último gran combate que sostie-ne con el traidor, cae a las orillas del Kam-blan. "Mortalmente herido", dice el texto. Pero, ¿murió verdaderamente Arturo? Ve-remos un poco más adelante cómo y por qué, aquí y en otras partes, Geoffroy ha dejado este punto en la sombra. En cam-bio, los monjes de Glastonbury, hacia fina-les del siglo, debían responder más clara-mente en torno a este mismo punto: en 1190 esos monjes creyeron o pretendieron haber descubierto dentro de su iglesia la tumba del rey bretón.

La historia de Merlin, más corta, es aún más singular. La Historia Britonum narra que el muy mal rey bretón Guorthigirn —aquel que se decía había llamado a los sajones—, habiendo querido construir una torre, vio derrumbarse por tres ocasiones las maderas y las piedras. Sus magos le acon-sejaron entonces, diseminar sobre los fun-damentos de esa supuesta torre, la sangre de un niño que no hubiese tenido padre. Los mensajeros del rey se pusieron a bus-

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car a ese niño y descubrieron "en el campo de Eilet" a un joven muchacho cuya madre no había nunca conocido a ningún hom-bre. Y lo llevaron con el rey. Pero lejos de dejarse sacrificar, el niño asombró a aque-llos que querían ser sus verdugos mediante toda una serie de emotivas revelaciones: bajo el emplazamiento escogido para la construcción de esa torre, el joven mucha-cho reveló la existencia de un estanque en-cubierto, en el que dos serpientes, que se descubrió que estaban dormidas, de pron-to empezaron a combatirse entre ellas para después desaparecer; interpretando este prodigio, el muchacho anunció primero la victoria y después la derrota de los invaso-res ingleses; y entonces persuadió a Gour-thigirn de dejarle la ciudadela proyectada y con ella toda la Bretaña occidental. El nom-bre de ese muchacho era Ambrosius.

No hay ninguna duda de que no se trata del personaje claramente histórico Ambro-sius Aurelianus de Gildas; a ese jefe roma-no la leyenda le había fabricado un naci-miento maravilloso que, por otra parte y por un divertido y característico lapsus, el compilador proclama de repente y de re-pente lo olvida; ya que algunas líneas des-pués de haber contado como el pequeño profeta fue concebido sine patre (sin padre), ¿no sucede acaso que hace decir a ese mis-mo personaje, por una rara reminiscencia del texto de Gildas, "mi padre es de una familia de los cónsules romanos" . . .? Geoffroy de Monmouth, reproducirá más tarde, con algunas variantes, estos mismos acontecimientos. Pero aquí el maravilloso muchacho no se llama ya simplemente Ambrosio. Se llama Ambrosio Merlin. Sin embargo, "Ambrosius Aurelianus" no ha dejado de aparecer, ni sus hazañas han de-jado de ser contadas igualmente por Geoffroy. Pero Ambrosio el General y Ambrosio el adivino (es decir Ambrosio

Merlin), figuran a partir de ese momento como dos personajes distintos. En otros términos, y tal y como le ha acontecido a ciertos santos —tales como San Teodoro el conscripto y San Teodoro el oficial, a los cuales el Padre Delehaye hace tiempo res-tituyó su verdadera y única individuali-dad— el personaje primitivo se ha desdo-blado: hasta el punto de que en una escena involuntariamente divertida, Geoffroy pone frente a frente y hace conversar a estas dos mitades de un mismo hombre. Hay que agregar que, después de la reducida men-ción de la Historia Britonum, Ambrosio el adivino, o digámoslo mejor, Merlin —por-que la primera parte de su nombre caerá rápidamente en desuso— ha crecido sin-gularmente.

No contento de ubicar en los labios de este Merlin largas profecías, que son bas-tante claras cuando ellas se refieren a aque-llo que para el autor era el pasado, pero que están en cambio llenas de oscuras de-clamaciones cuando corresponden al futu-ro, Geoffroy le compuso en seguida una Vida llena de extraños detalles y enriqueci-da por nuevos vaticinios, a veces atribui-dos al propio héroe, y otras veces y sobre todo a su hermana Ganieda. Tal fue, en la literatura, el principio de una reputación de mago o encantador y de visionario, de la que conocemos bien todo el brillo y toda la amplia difusión posteriores. Desde 1135 ó 1137, el normando Orderico Vital utili-zó —deformándolas de su sentido origi-nal— las revelaciones de Merlin.

En el origen de este doble desarrollo le-gendario, la parte que corresponde a la materia histórica real es, de manera muy evidente, singularmente reducida. Ambro-sius Aurelianus ha existido realmente y ha combatido; pero ¿qué es lo que hay en co-mún, verdaderamente, entre ese general romano mencionado por Gildas, y el mago

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de la Historia Britonum y de Geoffroy, si no es otra cosa que un simple nombre, rá-pidamente olvidado por la tradición, junto a una vaga reminiscencia de hazañas gue-rreras, que igualmente se borraron muy rápidamente? ¿Y Arturo? El también, antes de convertirse en un príncipe de novela, fue sin duda un hombre de carne y hueso. Esto, por lo menos, es admitido por el se-ñor Faral, y creo que con razón. Pero, ¿qué es de manera más precisa ese Arturo ver-dadero? Muy probablemente —y aquí to-davía la demostración del señor Faral me parece convincente— un pequeño jefe bre-tón del norte, cuyos logros, que se habían desarrollado inicialmente en Nortumbría, no interesaron durante mucho tiempo más que a las propias gentes de su región. Es solamente en el siglo X, que vemos atri-buirle victorias en el suroeste, y de un sólo golpe los galeses comienzan a tenerlo por un héroe nacional. En cuanto a su supuesta dominación sobre la isla entera, esta inven-ción tardía no es ni más auténtica ni más reciente que las fantasías de los historiógra-fos que debían hacer de este mismo Arturo el conquistador de Noruega o de la Galia.5

Se trata entonces de una realidad prodi-giosamente deformada, poetizada, ampli-ficada hasta el punto de la desmesura y del absurdo. Pero, ¿por quién?, ¿por la tradi-ción popular, anónima y lenta?, ¿o más bien, al contrario, por la literatura, o para decir-lo mejor por algunos literatos, que escul-pían de acuerdo a su fantasía y a sus posi-ciones políticas, y que enriquecían con la

ayuda de tópicos sacados de sus propias lecturas, a una materia que frente a ellos se presentaba como totalmente amorfa e in-consistente? Es muy claro: aquí se encuen-tra el problema crucial.

El señor Faral se ha pronunciado neta-mente por la segunda solución. Así, alguien que ha retocado la Historia Britonum, con-virtiendo a Arturo en el vencedor de Mont Badon en los límites de Wessex, "le da la figura de un héroe cuyas hazañas habrían cubierto la Bretaña entera". Otro más, en-tre los compiladores de esta obra informe, vincula su narración a elementos sacados de una Vida de Saint Germain d'Auxerre, ya incorporada dentro de la narración, para componer con temas tomados de la "eru-dición clerical" la historia de la torre de Guorthigirn, preparando así el camino para el surgimiento de la futura leyenda de Mer-lin. Y sobre todo, en el centro de toda esta alquimia literaria, se ubica el "gran impos-tor": Geoffroy de Monmouth, el verdade-ro inventor de Merlin y su padrino, el au-tor también de los locos adornos y fioritu-ras que le darán a partir de ese momento, a la leyenda del rey Arturo, la dignidad de una epopeya de amplitud europea, com-parable a la de un Carlomagno o a la de un Alejandro.

Bretón ciertamente, este Geoffroy, quien estaba sin duda orgulloso de su propia raza. Así que comprometido en reivindicar para sus compatriotas, dentro de la historia de la isla, un lugar mayor que el que le atri-buía la historiografía corriente, y ardiente-

5 El prenombre de Arturo —antes de la expansión de la leyenda y de las modas onomásticas que le seguirán— parece haber sido siempre muy raro. A los pocos ejemplos citados por el señor Faral, un azar de lectura me permite agregar uno nuevo: hacia finales del siglo XI el Abad de Saint-Vincent du Mans tenía por guardia oficial (famulus) a un cierto Arturus (R. Charles y S. Menjot d'Elbenne, Cartulaire de l'abbaye de Saint-Vincent-du-Mans, nums. 324, 328, 334, 337, 339, 802; esta última noticia está fechada, por sincronismo, en 1092; cfr. R. Latouche, Histoire du comté du Maine, p. 44). Verosímilmente, este oficial de la abadía venía de un país céltico, tal vez de la "pequeña Bretaña .

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mente deseoso de glorificar esa historia a los ojos de los reyes normandos, al mismo tiempo que de rebajar de un sólo golpe, dentro del espíritu de esos nuevos conquis-tadores, al anglosajón detestado, sus men-tiras pueden inscribirse, en su mayoría, dentro de la cuenta abundantemente car-gada del chovinismo. Pero para reconstruir-le a Bretaña un pasado según sus deseos, las tradiciones bretonas, sea porque ellas eran verdaderamente muy débiles y muy imprecisas, sea porque él las conocía muy mal, no le sirvieron a Geoffroy más que como un apoyo muy débil. De modo que, el tesoro a partir del cual alimentó más bien sus ficciones, fue el de la Biblia y el de los relatos de los padres, Virgilio, Ovidio, Lu-cano, y en las grandes crónicas entonces a la moda, en algunas Vidas de Santos, en poemas contemporáneos en latín o en fran-cés, es decir y en resumen, en el patrimo-nio común e internacional de los literatos de su época. Y si el nombre mismo que le impuso al profeta de los bretones —el niño Ambrosio de antaño, ¡pero magnificado hasta qué punto!—, ese nombre de Mer-lin, destinado a un tan brillante futuro, pa-rece muy claramente sacado de los cuentos populares, se trata sin embargo de un prés-tamo tomado no del folclor de la isla sino del folclor del continente europeo, dentro del cual Merlin era probablemente una suer-te de duende silvestre. Agréguese un poco más tarde a los monjes de Glastonbury, preocupados por adornar su iglesia con una nueva tumba, perteneciente además a un hombre entre todos prestigioso, y que se sumaba así a la lista de sus piadosos pro-tectores. He aquí a los principales miem-bros del equipo que componen los obreros creadores del ciclo de la leyenda del Rey Ar-turo: todos son clérigos u hombres de letras.

* * I * *

Nada más delicado, en la historia literaria, que la crítica de las fuentes. Entre las mu-chas aproximaciones propuestas por el se-ñor Faral, y las múltiples conjeturas que se ha visto obligado a construir para poder disipar las innumerables oscuridades de esos textos, cada lector, según su actitud, encontrará razonamientos que lo dejarán más o menos dubitativo. ¿Es acaso, yo no diría seguro (porque el señor Faral está le-jos de afirmarlo así), pero incluso siquiera probable que, narrando el encuentro fren-te al palacio real del bretón Brian y de su hermana cautiva, Geoffroy de Monmouth haya recordado a Orestes y a Electra a las puertas de Argos? ¿Es verdaderamente un error paleogràfico el que, del padre de Ar-turo, primitivamente nombrado Petr, nos llevó un buen día a hablar en su lugar del rey Uter? ¿Beda, al ubicar en el año de 167, y a pesar del testimonio del Liber Pontifi-calis, la carta del Rey Lucius al Papa Eleu-terio, escoge esta fecha a partir de las de-ducciones extremadamente sutiles que le atribuye el señor Faral, o más bien la obtu-vo, como Mommsen lo admitía, de la His-toria Britonum, que en este supuesto sería anterior a él? Por lo demás, sería ocioso insistir sobre estas dudas, respecto de las cuales el propio señor Faral ha tenido buen cuidado de no presentar sus propias hipó-tesis como si fuesen certidumbres. Más bien, vale la pena señalar la notable pru-dencia de la que ha dado prueba el señor Faral dentro de estas investigaciones tan difíciles. Porque muy pocas veces un autor se ha puesto más cuidadosamente en guar-dia, en contra de los riesgos derivados por parte de su propio ingenio. De modo que el centro del debate no está aquí.

¿Leyenda sabia o tradición popular? Vi-siblemente, y tal y como lo indicaba antes, es en estos términos que el problema de la leyenda del rey Arturo se ha planteado a la

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reflexión del señor Faral. Y al enunciarlo así él no podía, después del examen de los textos, resolverlo de una manera distinta a como lo ha hecho. Pero, ¿una antítesis tan absoluta es acaso legítima? Todo lo que sa-bemos hoy de la Edad Media parece obli-garnos a plantear este problema de un modo mucho más matizado. Entre las "construcciones sabias" y las "construccio-nes populares", que era la clási-ca dicotomía de antaño, ¿no sa-bemos acaso hoy que el lenguaje nos proporciona más de un in-termediario? Por ejemplo dentro del orden literario, el viejo anta-gonismo que un Gastón París todavía creía descubrir entre la literatura latina, monopolio de los clérigos, y la literatura en lengua vulgar, la única verdaderamente nacional, ¿no nos parece hoy, gra-cias a varios trabajos, entre los cuales se encuentran algunos que han he-cho época del propio señor Faral, como un antagonismo definitivamente superado?

Analizando la narración de un milagro atribuido a Saint-Germain por la Historia Britonum, el señor Faral (tomo I, p. 103), lo considera como algo sacado de una fuen-te hagiográfica: en primer lugar, porque encontramos en ese relato el tema literario de la piedad recompensada; y en segundo lugar, porque más precisamente ese moti-vo se encuentra aquí revestido de elemen-tos que recuerdan de muy cerca un episo-dio bíblico: la historia de Lot salvado por los ángeles. Pero: Io el tema de la piedad recompensada no es un privilegio exclusi-vo de la literatura escrita: pertenece a la letanía de tópicos que se imponen a todo contador de historias, e incluso al abuelo que le da lecciones a sus nietos; 2o los clé-rigos no eran los únicos, si no es que en leer, por lo menos en escuchar leer la Bi-

blia, o en haber escuchado las narraciones de las historias sacadas de ese mismo Li-bro Santo. La imaginación de los hombres de la Edad Media se alimentaba también de esas leyendas sagradas, hasta el punto de que ciertas supersticiones netamente po-pulares, como la de la cruz que se supone llevaban marcada aquellos niños destinados a la realeza, parecen ser supersticiones que

han nacido directamente de esos relatos sagrados.

Igualmente, (tomo I, p. 126) la idea de tener como reliquias los restos de un rey piadoso y victorioso, es una idea que debió habér-sele ocurrido a muchas per-sonas, y no solamente a los hagiógrafos de profesión: toda la Edad Media ha honrado así a sus grandes hombres, o a los pretendi-

damente tales, como por ejemplo a Simón de Montfort en Inglaterra, o a Thomas de Lancastre. Guorthigirn, príncipe felón o traidor, ¿debería ser considerado verdade-ramente, como un tipo forzosamente aje-no a cualquier tradición nacional? ¿Y se puede realmente afirmar que la "curiosi-dad de un pueblo no se alimenta del re-cuerdo de sus malos reyes"? (tomo I, p. 109). Por mi parte, me pregunto más bien si no estaríamos en condiciones de decir que habiendo sido vencidos, los bretones se han visto naturalmente forzados a atribuir su derrota a la traición. Todo Roncevallon re-clama su propio Ganelon, y respecto a este punto me remito simplemente a los recuer-dos que el señor Faral debe tener sin duda, como los tengo yo, respecto de las conver-saciones de las trincheras durante la difícil retirada de 1914.

En otro orden de ideas, ni los juegos de palabras etimológicos, como aquel que de-

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rivaba la palabra Sajones del sustantivo seax, que significa cuchillo (tomo I, p. 128), ni la aliteración —como la que determinò la elección de los nombres que tenían las nueve hadas de Avallon (tomo II, p. 307)—, pue-den ser presentadas como "artificios" pro-piamente literarios, si se entiende por lite-ratura únicamente a los textos escritos, ati-borrados de alusiones conscientes a otros escritos y compuestos por hombres del ofi-cio. Pero, en verdad, existe otra literatura, puramente hablada y que vive en los labios de todo el mundo. O para decirlo mejor, desde la narración sabia hasta la simple anécdota narrada en el curso de la más ba-nal de las conversaciones, existe toda una serie de degradaciones casi insensibles, y desde lo más alto hasta lo más bajo de esta escala se da continuamente un perpetuo intercambio de motivos y de métodos. Y aunque el romanticismo haya llevado a cabo el irritante abuso, que bien conoce-mos, de la figura de los cantores, de los bardos y de los poetas, no es razón sufi-ciente para negar que alguna vez en la vida, algún juglar cantó en la mesa de los reyes bretones las hazañas de los ancestros, ni para cerrar los ojos frente al espectáculo que todavía hoy nos ofrecen tantos mer-cados árabes sobre la existencia y el rol de los contadores de cuentos que traba-jan al aire libre.

¿Habría entonces que creer que dentro de la leyenda de Arturo propiamente di-cha, para circunscribirnos a ella, no exis-ten otra cosa más que elementos sabios, y casi nada que sea verdaderamente bretón? Ciertamente, ninguno se verá indinado, después de la convincente demostración del señor Faral, ni a rehabilitar la Historia Bri-tonum ni a reivindicar a Geoffroy de Mon-mouth. De esas exageraciones y mistifica-ciones, la historia de los verdaderos oríge-nes bretones no tiene, decididamente, nada

que obtener. Por otra parte, el análisis pe-netrante y matizado que el señor Faral nos ha dado de la mentalidad de Geoffroy, de sus curiosidades científicas, del modo en que se manifiesta en este personaje el sen-timiento bretón, y de su actitud frente a los reyes normandos, así como de las razo-nes de su acercamiento, casi mesiánico, hacia los Armoricanos, son todos ellos, análisis que será difícil contradecir en mucho tiempo.

Nada tampoco de más establecido con seguridad, que el éxito prodigioso de la Historia regum. El señor Griscom, cuya lis-ta sin duda no está completa, ¿no había ya censado muy recientemente 185 manuscri-tos? Pero por poderosa no obstante que haya sido la acción de este afortunado tejedor de mentiras, y también de la de los litera-tos que se han hermanado a ella como cóm-plices de su pecado, parece igualmente que al lado de ellos, y antes de ellos, otras in-fluencias han jugado también un papel im-portante. Influencias que el señor Faral ha menospreciado, quizá demasiado.

Dejemos de lado por un momento toda espontaneidad popular. El señor Faral, tan generoso respecto de los literatos y los monjes, trata en cambio la capacidad de impostura de los poderes temporales con un poco de injusticia. Hasta el punto de escribir: "no existe ningún indicio, de que el más mínimo prestigio se haya reflejado desde Carlomagno hasta los Capetos". Pero los redactores de los numerosos diplomas que hacen invocar a los primeros Capetos el recuerdo de sus predecesores pertene-cientes a una raza distinta, o la vizcondesa de Narbona deseando a Luis VII, a quien llama en su ayuda, "la magnanimidad del rey Carlos", o los clérigos de Felipe Augus-to que, no sabemos por qué extraña manía de genealogista, lo trataban como Karoli-des, todo este conjunto de personajes no

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tomaban ciertamente a la ligera el interés político de la leyenda carolingia.

Dentro de la gesta francesa, dos corrien-tes se han opuesto muy claramente: ciertos poemas no tienen respecto de la realeza más que hostilidad o indiferencia; mientras que los otros, por el contrario y con la Chanson de Roland a la cabeza, sólo se dedican a glorificarla en la persona de Carlomagno. Esta antítesis bien conocida no ha sido aún suficientemente explicada. Y tampoco se ha dicho todavía todo, sin duda alguna, sobre el papel de los ambientes que eran favorables a los Capetos —como el del Mo-nasterio de Saint-Denis— en la génesis de las epopeyas de tendencias realistas. Pero por difícil que sea de escrutar el secreto de las conciencias, ¿cómo negar la acción que esas narraciones sin cesar recuperadas, podían tener sobre un público mucho más sensible de lo que se cree a veces, a las influencias de origen literario? E incluso, ¿quién puede saberlo?, también hasta so-bre los reyes mismos. Porque cuando Feli-pe Augusto, antes de la batalla de Bouvi-nes, bendice a sus tropas, ¿fue inconscien-temente porque estaba repitiendo de este modo el gesto solemne que el autor de la Chanson de Roland le había atribuido a Carlomagno? Me cuesta trabajo persua-dirme de ello.

Ciertamente, estoy muy lejos de creer, como hace el señor Gordon Hall Gerould, que el Arturo inventado por Geoffroy de

Monmouth no sea más que una especie de versión deforme del Carlomagno francés, es decir un Carlomagno al uso de los reyes normandos, preocupados por equipararse, incluso en el pasado, con sus rivales de Francia; muchas de las críticas que el se-ñor Faral dirige a esta ingeniosa teoría me parecen perfectamente pertinentes. Lo que no impide para nada que haya algo de pre-ocupante en el hecho de ver que las litera-turas dentro de Europa, parecen irse ce-diendo sucesivamente la palabra para de-jarle Carlomagno a la realeza francesa, y luego aceptar que Geoffroy de Monmouth le ofrezca a sus amos a Arturo, de la mis-ma manera en que la epopeya alemana, mucho más extrañamente, se refugia en-tonces en Atila.

Y me cuesta mucho trabajo rechazar el testimonio de los monjes de Glastonbury, que habiendo reencontrado supuestamen-te la tumba de Arturo, atribuían al rey En-rique II la iniciativa de este descubrimien-to: cuando es claro que este rey estaba pro-fundamente preocupado, y nosotros lo sa-bemos por otras fuentes, de influir sobre la opinión, y que tenía por lo tanto un interés de primer orden, al mismo tiempo en mar-car su veneración por un gran predecesor, pero simultáneamente en probarle a su pueblo que el héroe, debidamente embal-samado, no regresaría nunca más. Porque existen ciertas esperanzas que los poderes establecidos no quieren para nada conser-

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var, igual que hay muertos que esos mis-mos poderes tienen interés en terminar de matar. Que Enrique II haya explotado en-tonces duramente la abadía, como lo mues-tra el señor Faral, no impide para nada que se haya servido al mismo tiempo de ella.

Pero algo que es obvio, es que ni los reyes ni su entorno han creado a Arturo, es decir al Arturo de la leyenda, que como hemos visto ya, es mucho más grande que el Arturo real de la historia de verdad. ¿Fue entonces esta creación obra de los autores de la Historia Britonum, inicialmente, y posteriormente de Geoffroy de Monmouth? Nadie podría negar que ellos han hecho su trabajo lo mejor que les ha sido posible en este sentido. Pero ese genealogista galés que hacia 950, creía honrar a su maestro ha-ciéndolo descender de Artur map Petr, ¿ha-bía acaso leído esa Historia Britonum? Nada nos permite asegurarlo. ¿No es acaso mu-cho más natural pensar que, tanto la ge-nealogía como también esa Historia Brito-num, por otra parte compuestas ambas con elementos sacados de aquí y de allá, y que integraban en su interior, ciertamente, a toda suerte de narraciones y de lo que se decía por ahí, podían hundir sus raíces ambas dentro de una tradición común, que quizá no tenía nada de necesariamente "li-teraria"? Sea cual sea el cerebro en el que nació por vez primera, la idea de atribuir al pequeño jefe del norte aquellas victorias capaces de hacer latir con fuerza todos los corazones bretones, nada prueba en cam-bio que esta cabeza creativa fuera la de un hombre de letras.

No conocemos —lamentablemente— los viejos cuentos más que a partir del momento en que ellos han sido puestos por

escrito; lo que, sin embargo, no significa que el primero que les dio forma escrita fuera el primero en contarlos. Es muy co-mún hoy, cuando se habla sobre la leyenda carolingia, atribuir casi todo lo que a ella corresponde a la obra de los clérigos. Pero sabemos sin embargo, por el testimonio dado precisamente por un hombre de la iglesia, el ilustre Pierre Damien, que suce-día a veces que los clérigos iban a apren-der cosas sobre Car lomagno, contadas por los príncipes laicos.6 E igualmente sucedió, sin duda alguna, en el caso de la leyenda de Arturo.

Se pronuncia con demasiada rapidez el término invención. Pero en la transmisión de los recuerdos históricos, o pseudohistó-ricos, no debemos olvidar las trampas que nos juega el error y el quidproquo. Por lo que respecta a Geoffroy de Monmouth, es demasiado evidente que ha agregado a la epopeya arturiana muchos de sus elemen-tos nuevos y de su crudeza. Pero estemos atentos para no exagerar su papel. El señor Faral ha mostrado, en algunas páginas lu-minosas, que Arturo no es ni el único ni el primer héroe de Geoffroy. Este último ha intentado construir frente a Arturo a un rival glorioso, que era el pretendido prín-cipe bretón Cadvallo, hasta el punto en que podríamos creer que Geoffroy ha pensado sustituir a Arturo con Cadvallo. Pero si en este punto Geoffroy fracasa, es sin duda porque la corriente arturiana era entonces ya demasiado fuerte. La literatura ha olvi-dado a Cadvallo, mientras que sólo Artu-ro, envuelto ya en esos tiempos por una antigua gloria, ha terminado ganando y conservando los favores del público.

6 Pierre Damien, De elemosina, c. 7 (Migne), p. L. tomo CXLV, col. 220; esta historieta es por otra parte —y es importante subrayarlo— bastante insignificante.

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Todavía en vida misma del propio Geoffroy, los espíritus sensibles lloraban al momento de la narración de sus aventu-ras.7 También —y aquí es aún del señor Faral de quien tomo prestados estos datos— es muy significativa la actitud de Geoffroy frente a la creencia en el regreso de Artu-ro. Esta leyenda, lo sabemos bien, la ha encontrado formada de manera totalmente acabada, como un mito que es común a todos los pueblos oprimidos, sin que, en mi opinión, haga falta explicarla, como pro-pone el señor Faral, por la imposibilidad que existía de descubrir la tumba del rey. Pues ni la existencia del sepulcro, que en-cierra en Palermo las cenizas imperiales, ni los fusilamientos cien veces testificados de la cueva de Ekaterimburgo, han impe-dido que Federico II de Suabia de una par-te, o Nicolás II de Rusia de la otra, pasa-ran después de su muerte, por personajes que se mantenían siempre vivos. Pero sea por razones políticas, sea por razones de piadosa ortodoxia, Geoffroy no admitía esta versión contada de ese posible regreso más que en contra de sí mismo. Y así, en la Historia regum, deja el punto en la duda, y un poco más tarde, una de las ediciones dedicada al rey Etienne, incluye una pe-queña frase en la que, bajo el pretexto de rogar por el alma del héroe, marca clara-mente que le gustaría tenerlo por alguien bien muerto. La Vida de Merlin incluye, respecto de este tema poético de la sobre-vivencia, una alusión más explícita aunque todavía encubierta. Lo que muestra que

aquí la tradición no es para nada la obra del sabio. Más bien esta tradición se im-pone a él, e incluso a pesar y en contra de él mismo.

Finalmente, me pregunto si preocupa-do por captar adecuadamente las similitu-des entre las narraciones de los historió-grafos bretones y los tópicos ordinarios de la literatura medieval, el señor Faral no se ha dejado llevar demasiado lejos, hasta el punto de cerrar los ojos frente a estos ca-racteres tan particulares del contexto y de la atmósfera que señalé al comenzar, y que en cambio fueron muy bien percibidos por los propios contemporáneos. "Extraordi-naria maravilla hemos visto, que en Breta-ña ha sucedido" decía la buena María de Francia. Bastará con citar un ejemplo. Se lee en la Vita Merlini que el mago o encan-tador, cuya mujer iba a volverse a casar, apareció montado sobre un ciervo frente a las ventanas de la casa de la esposa infiel; el prometido lo miraba sonriendo. Enton-ces Merlin, arrancando los cuernos de su propia bestia, golpea a ese burlón prometi-do y le hiere la cabeza; después y siempre conduciendo a su ciervo, que no parece para nada haber sufrido por esta mutila-ción, continúa su camino.

Al respecto, escribe el señor Faral que se trata de una invención de Geoffroy, de un "trazo fantasioso que no alude a lo esen-cial". Pero, ¡qué singular fantasía en ver-dad, tan extraña totalmente a la poética de las obras de las cuales Geoffroy sacaba, se-gún se nos ha dicho, sus inspiraciones ha-

7 Poco antes de 1142, un monje que entró un poco después a la abadía cisterciense de Rievaulx en Inglaterra, confesó a Saint Aibred que le había sucedido haberse emocionado tanto, hasta el punto del llanto, por las fábulas "quae vulgo de nescio quo finguntur Arcturo" (Ailred, Speculum caritatis, en Migne, p. L., tomo CXCV, col. 565; para la fecha confróntese F. M. Powicke en Bulletin of the John Ryland's Library, tomo VI, 1921-22, p. 66). ¿Era él un lector de Geoffroy?, ¿o esas dulces emociones le habían llegado escuchando simplemente contar esas viejas "fábulas"? La fecha permite tanto una como la otra hipótesis. Pero me parece que el argumento completo del texto nos inclina mucho más hacia la segunda de estas hipótesis.

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bituales! Ciertamente no es ni en Virgilio ni en las Canciones de Gesta, en donde ha podido tomar prestada esta idea, como tampoco ha podido hacerlo en los cuentos de los clérigos citados más adelante por el señor Faral. Este episodio, de una brutali-dad y de una rareza casi salvajes, evoca im-periosamente la imagen de una civilización mucho más primitiva que la de la Francia o la Inglaterra anglonormanda, y por poco familiarizado que esté uno con los cuentos célticos, irlandeses por ejemplo, es claro que esta historia nos recuerda con una fuer-za irresistible los caracteres de esos cuen-tos, que se ubican desde nuestro punto de vista entre los más desconcertantes. Acce-sorio dentro de la trama general de la na-rración, un tal detalle, —similar a los pe-queños hechos históricos o geográficos de las Canciones de Gesta, cuyo gran interés señalaba recientemente el Sr. Ferdinand Lot—, podría bien, dentro de la perspecti-va de la búsqueda de los "orígenes", reves-tir un valor casi verdaderamente "esencial".

* * * *

Dentro del rudo asalto en contra de la his-toria literaria construida a la manera ro-mántica, que habrá sido uno de los signos intelectuales de nuestra época, la obra vi-gorosa del señor Faral se ubica en las pri-meras filas. Ahí en donde antaño no se quería ver más que multitudes, el señor Faral descubre también a los hombres, a ciertos hombres. Frente a las creaciones de un bru-

moso Volksgeist (espíritu del pueblo), Faral contrapone los esfuerzos limitados de cier-tos escritores, plenamente conscientes de sus fines estéticos o prácticos. No hay duda alguna de que, en una gran medida, tiene perfectamente razón. Pero probablemente, como sucede con frecuencia en este tipo de ataques, quizá se ha ido más allá del objetivo deseado. Existen las multitudes en la historia y existen también los fenóme-nos de masa; la sociología moderna, que tiene también sus propios excesos, se reen-cuentra en este punto, curiosamente, con el romanticismo, que para nada le ha ser-vido de inspiración.

Intenté hace tiempo mostrar que, para interpretar la génesis de una creencia, la noción romántica de lo espontáneo, lo mis-mo que la noción volteriana de lo inventa-do, contradictoria de la primera sólo en apariencia, podían muy bien terminar uniéndose. A los literatos que por su parte han construido, en todas sus piezas, una leyenda, el rey Arturo debe una gran parte de su gloria. Pero sin duda esos "imposto-res" no se habrían ocupado de él, o si lo hubiesen hecho lo habrían pintado a él y a su entorno bajo trazos mucho más banal-mente conformes a los de la poética con-vencional de su tiempo, si no fuese por el hecho de que frente a ellos y alrededor de ellos, ciertos obscuros bretones que en su gran mayoría no eran narradores profe-sionales, no se hubiesen también ocupa-do de ese rey misterioso, en el que ellos veían renacer las vagas esperanzas de su propia raza.

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FERNAND BRAUDEL

La historia operacional: la historia y la investigación del presente. 1 *

Elegí como tema de esta conferencia un problema difícil e inquietante, lo que constituye desde mi punto de vista, una muestra de reconocimiento y de respeto frente a mi auditorio polaco. Sin embar-go, al enfrentarme a esta polémica y complicada temática, tengo la sen-sación de encontrarme como en un cuarto oscuro, cuyos muros me son desconocidos, y en el cual no sé en donde están las ventanas ni las puertas. Así que guiándome con las manos, voy recorriendo el cuarto de una a otra pared. Pero sin embargo, no pierdo la esperanza de que lograremos salir juntos de esta oscuridad, y es a partir de esta convic-ción que intentaré mostrarles a ustedes una nueva perspectiva dentro de las investigaciones históricas.

La historia que ahora llamo "operacional" —y señalo que utilizo por vez primera esta denominación— no figura todavía en ninguno de nuestros diccionarios o nues-tros manuales. Ese término tiene su géne-sis en la terminología militar, la que en el umbral de la última guerra se modificó al aparecer la 3a Sección del Estado Mayor General, es decir, justamente la Sección de Operaciones. Pues ocurrió que la distribu-

ción del material y de los recursos huma-nos exigió considerar de manera más am-plia los problemas de la sicología y tam-bién los de la contabilidad de costos, y fueron los relativos a estos últimos los que se denominaron con ese término de "operacional".

Más adelante, esta palabra perdió su carácter militar. Porque después del fin de las hostilidades se ha impuesto la convic-

1 Este texto ha sido publicado originalmente en polaco, en el libro Historia i trwanie (Historia y Duración), Ed. Czytelnik, Varsovia, 1971. Hasta hoy no existía traducción alguna de este texto a ninguna otra lengua distinta del

polaco. Ni siquiera existe la versión en francés de este ensayo, pues el original de la transcripción en francés se ha extraviado. Contrahistorias lo rescata entonces para ofrecerlo a nuestros lectores. La traducción del polaco al español es obra del Profesor Joaquín R. González Martínez, a quien agradecemos su cuidadoso trabajo en torno a esta versión castellana. * Este es el texto de una conferencia impartida en la Universidad de Varsovia el 23 de abril de 1967. Transcrito sin grandes cambios a partir de la copia de la cinta magnetofónica, hemos conservado el tono original de una charla libre y expresada de manera espontánea, eliminando la forma de un artículo, en el cual muchas ideas y afirmacio-nes hubiesen podido ser objeto de análisis y de reflexiones más rigurosas (Nota de Fernand Braudel).

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ción de que la guerra es una industria como cualquier otra, lo que ha hecho que las "in-vestigaciones operacionales" pueden apli-carse también, por ejemplo, para el cálcu-lo óptimo del reemplazo de las locomoto-ras o de los vagones en una línea de ferro-carriles dada. Y esas investigaciones ope-racionales fueron utilizadas también den-tro de la política. Así que si dichas "inves-tigaciones operacionales" han obtenido ya actualmente su "carta de ciudadanía", no han sin embargo, entrado todavía dentro del campo de las ciencias sociales: pues no se habla aún de la sociología operacional ni de la economía operacional. De modo que no estaría mal plantear, desde el ini-cio de esta plática, qué es lo que entien-do bajo el término usado para darle títu-lo a esta conferencia.

La "historia operacional" significa para mí la historia que participa activamente en las discusiones sobre la actualidad, y que tiene cosas importantes que decir sobre los distintos problemas abordados por todas las restantes ciencias humanas. Hoy, el his-toriador es aceptado sólo con una gran des-confianza en la mesa en donde discuten los representantes de todas esas otras discipli-nas. Pero yo tomo decididamente mi lugar en esa mesa, convencido de que la voz del historiador debe también ser atentamente escuchada allí.

Para el historiador es evidente que el objeto de la investigación histórica no se reduce a los hechos que han ocurrido sólo en el pasado, y que la historia no está en-carcelada dentro del mundo de las cosas muertas. En consecuencia, el historiador puede formular juicios —de una manera totalmente legítima y justificada— también sobre el presente. Sin embargo, nuestros colegas de las disciplinas afines no están plenamente convencidos de esto. Hace diez años participé en una apasionada discu-

sión: junto con otros tres o cuatro histo-riadores me tocó hacer frente a varias de-cenas de jóvenes sociólogos. Los historia-dores, en mi opinión, llevábamos la venta-ja en esa discusión, lo que hizo que los ata-ques de los sociólogos adquiriesen, por momentos, un carácter violento. En cierto momento de la discusión, uno de esos so-ciólogos se levantó y nos dijo: "Ustedes, los historiadores, trabajan sobre temas y cam-pos muertos". ¡Qué inmensa equivocación!

Porque, sin ninguna dificultad, podría-mos demostrar que las personas y los suce-sos del pasado permanecen todavía vivos, y que están al alcance de nuestras manos. Están vivos por el simple hecho de que, para nosotros, no han cruzado aún hacia el otro lado de la puerta. Así, cuando estoy frente al campo de batalla de Lowa, esa ba-talla para mí va apenas a tener lugar, va a comenzar de nuevo, porque dicha batalla no deja de vivir ni deja de acontecer hasta que yo no deje de pensar en ella. Otro ejem-plo: durante muchos años me dediqué al estudio de Felipe II de España, personaje que si no me simpatizó demasiado en un comienzo, terminó en cambio envejecien-do poco a poco junto conmigo. Y es sufi-ciente ahora poner atento el oído, para que podamos escuchar las campanas que llaman a la ceremonia de bautizo de Felipe, para que estemos ahí presentes. De modo que esta resurrección del pasado ocurre sin difi-cultad, e incluso sin necesidad de recurrir al romántico trance del que hablaba Michelet.

Sí, la historia está del lado de la vida, y ella misma es la vida. Y dentro del mundo, en donde la muerte es algo absurdo, ¿acaso no es entonces algo excelente esta fuerza vital que es la historia? Porque nosotros los historiadores no sentimos con tanta preci-sión como sucede dentro de las otras cien-cias del hombre, a esa línea negra que divi-de el pasado del presente. De modo que en

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las investigaciones sobre la sociedad con-temporánea, viva, tenemos por lo tanto el pleno derecho a la voz. Y aún cuando no nos fuese otorgado, aún así nos lo otorga-ríamos nosotros mismos. También desde este momento, quisiera advertirles que aun-que pienso que todas las formas de la his-toria son útiles, me gustaría por mi parte escoger solamente a una cierta forma de historia, a la que considero que es más capaz que las otras para dirigir una confronta-ción leal, inteligente y efecti-va con las restantes y diver-sas disciplinas humanas.

Pero, ¿tengo acaso el de-recho de dejar de lado a la historia tradicional, que es una historia que se dedica ex-clusivamente a narrar los he-chos y acontecimientos? Con-fesaré que estoy dispuesto a cometer esta acción de alejarme de esa his-toria tradicional sin ningún escrúpulo. Por-que según mi concepción de la historia, los meros acontecimientos permanecen siempre sólo en la superficie de los proce-sos más profundos. Esos hechos históricos de corto alcance, sobre los que leemos en los periódicos de cada día, hacen mucho ruido, y estallan en grandes llamaradas, pero al día siguiente se asume que lo mejor es olvidarlos, para poder dejar el sitio a una nueva oleada de similares acontecimientos de corto alcance.

Hace algunos años, en una conferencia dictada en el Colegio de Francia, recurrí a ciertos recuerdos de orden personal para tratar de mostrar esta debilidad de la histo-ria fáctica. Durante mi estancia en Brasil, cierta noche y a causa de una descompos-tura de mi coche, me encontré a la vera de un camino en medio de la selva, en lo más intrincado del país, en las cercanías de la

ciudad de Bahía. Recuerdo que me vi de pronto rodeado de una multitud de lucecillas, cuyo brillo podía verse súbitamente, mirando hacia arriba a una distancia de diez a veinte metros. Las luces brillaban intensamente, para luego apagarse y encen-derse de nuevo, produciendo una pálida luz fosforescente, que nunca pudo en realidad iluminar la oscuridad de la noche. Y algo

parecido ocurre con esos aconte-cimientos que mencionaba: fue-ra de su ámbito luminoso, domi-na triunfante la oscuridad. Rele-

guemos entonces a esa misma os-curidad de la noche, a esos acon-tecimientos considerados limita-damente en cuanto tales.

Quizás más difícil para mí, será rechazar también la siguien-te forma de historia a la que me quiero referir, es decir, a la his-toria de los hechos económicos,

y a la historia de la coyuntura. Esa historia económica nació precisamente en Polonia, en el ámbito de la Universidad de Lwów, en torno al trabajo de un extraordinario historiador que fue el profesor Franciszek Bujak. Él fue uno de los inventores de la historia de los precios, aventajando en esta línea de la investigación histórica, tanto a los anglosajones como a los franceses y a los alemanes. Esta historia de la coyuntura económica me apasionó durante largo tiem-po, aunque tenía ya plena conciencia de que la historia de los tiempos más largos, la historia de "larga duración" exige alejar-se de esos hechos económicos de la coyun-tura como el del crecimiento y la caída su-cesivos del nivel de los precios. Y esto, a pesar de que estoy muy lejos de afirmar que esos movimientos y oscilaciones de precios sean equivalentes perfectos, creyen-do que lo que trae consigo una coyuntura positiva, se pierda nuevamente en el regre-

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so de una coyuntura negativa. Mas simple-mente, y marchando más allá de esas he-rencias de Bujak, de Henri Hauser, de François Simiand, e incluso del pensamiento triunfante y tan cercano al mío de Ernest Labrousse, quisiera buscar todavía otra nue-va dimensión de la historia.

Estoy consciente de que para el histo-riador no resulta fácil liberarse de la diná-mica de esa coyuntura, de la vigencia de ciclos económicos como los de Kitchin y Juglar, o de los hiperciclos de Labrousse o los ciclos de Kondratiev, que son uno de los mar-cos adecuados para la re-flexión sobre el movi-miento mismo de la his-toria. Pero a pesar de esto, y buscando esa otra dimensión de la historia tendré que declarar ante ustedes: "muerte también a la coyuntura". Y más que justificar esa búsque-da, pienso que mi mejor argumento será el propio resultado de la misma. Así pues, rechazo tanto a la historia fáctica o événementielle como a la historia de la coyuntura.

Entonces, lo que resta después de este doble abandono, es la historia que yo he privilegiado y escogido, es decir la historia de los distintos sistemas: de los sistemas sociales o socio-económicos, o culturales, o demográficos, en los que tanto el ritmo de la vida como la duración plurisecular transcurren despacio. Y así, mi alumno Emmanuel Le Roy Ladurie, en su bello li-bro sobre Los campesinos del Languedoc, in-vestigó un ciclo muy largo, que comienza alrededor de 1450 y se termina hacia 1750. Este ciclo incluye, por un lado los proble-mas de la población y de la propiedad de la tierra, y por el otro la estructura interna y

la vida de la sociedad campesina a lo largo de muchos siglos. De manera similar, y desde esta perspectiva de los ciclos largos del desarrollo, debería mirarse por ejem-plo a la historia del Renacimiento, trazan-do sus límites desde ciertas fechas del siglo XIV hasta los tiempos del siglo XVII, o tam-bién la historia de la Revolución Francesa, cuyo principio se remonta mucho antes del año de 1789, y que no se ha podido cerrar al momento de la caída de Robespierre, habiendo más bien continuado, en cier-

ta manera, hasta los principios del siglo XX, los años de mi juventud.

Y aquí los sistemas socioeconómi-cos constituyen los problemas funda-mentales. Por eso resulta pertinente diferenciar, sobre todo, las fluctuacio-nes coyunturales de los procesos lar-gos del desarrollo. Porque estos últi-mos tienen, —como lo ha mostrado también Witold Kula en uno de sus libros—, un carácter acumulativo, mientras que los movimientos coyun-turales, por el contrario, afirman en

una dirección lo que niegan en la segunda parte de la curva o del ciclo, de tal manera que una parte significativa de los resulta-dos, se anulan en principio de manera re-cíproca. Pero sólo en principio, puesto que algunas fluctuaciones que no se logran to-talmente, se constituyen entonces en un claro fracaso.

Poniendo de este modo el acento sobre los sistemas socioeconómicos establezco una relación, desde mi punto de vista, con la que considero es la aportación más du-radera del pensamiento marxista. Y aclaro que no quisiera dar la impresión de que, hablando dentro de un país socialista, es-toy haciendo una concesión a favor de mi auditorio. Pues creo realmente que todos los modelos de Marx son, a fin de cuentas, modelos sobre los procesos largos del de-

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sarrollo, modelos de "larga duración": el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo, el socialismo. Confieso que no soy de los que se interesan demasiado en las etique-tas con las que se bautizan a determinados sistemas, pero esta es una cuestión secunda-ria: porque me parece que estamos de acuer-do en cuanto a lo que, en esencia, debemos entender por sistema socioeconómico.

Sistema que impresiona siempre por su duradera permanencia. Lo que implica que todos los cambios en la historia, como los sucesos espectaculares, o las alteraciones de la coyuntura, igual que las oscilaciones de precios y salarios, no pueden de ningún modo ignorar y ni siquiera menospreciar la existencia de dicho sistema, sin que se-pamos todavía suficientemente las razones de esto. Aunque un buen día, sin embar-go, hasta el sistema se desgasta y todo co-mienza a descomponerse, como si un gra-no de arena hubiese caído dentro del en-granaje de la maquinaria. Por eso es que esos sistemas socioeconómicos exigen es-tudios profundos y específicos. Estudios no orientados tanto hacia la elaboración de juicios de valor sobre esos sistemas, sino más bien encaminados en mi opinión a so-pesar y a contar. Porque la medición y las cuentas precisas pueden liberarnos muchas veces de errores, fantasías e ilusiones.

En la Escuela Práctica de Altos Estudios en París, nos hemos echado a cuestas últi-mamente una gigantesca tarea de investi-gación. Pues resulta que el ejército nos envió para su análisis, una inmensa canti-dad de documentos de la comisión militar de reclutamiento, que abarca un período de alrededor de cien años. Y disponemos para cada año de los datos de una multitud de trescientos mil franceses, quienes se pre-sentan ante nosotros vestidos con sus ro-pas más bien modestas; y conocemos to-das sus tallas, el color de sus cabellos y de

sus ojos, los nombres del padre y de la madre, sus profesiones, su lugar de origen, etc. Se trata de una documentación com-pletamente fantástica, que podría ser en sí misma inútil, porque para su análisis exige la aplicación de las más modernas técnicas de investigación, lo que ha hecho necesa-rio que acudamos para su tratamiento a la ayuda de las máquinas computadoras.

Hemos obtenido ya los primeros resul-tados fragmentarios, resultados que la in-vestigación histórica está tratando de pro-fundizar para llegar en el pasado hasta los tiempos de Luis XIV. El objeto de la inves-tigación es el crecimiento de los reclutas, cuestión para nada banal, ya que constitu-ye un buen índice de cómo era el nivel de vida. Así, en los marcos de un grupo deter-minado, por regla general, cuanto mejor es su alimentación y cuanto más tardíamen-te comienza su etapa productiva, tanto más alta es su estatura. De modo que si toma-mos, para la Francia del siglo XVII, a las coordenadas geográficas de París como una especie de límite, veremos que las personas que vivían al norte del meridia-no parisino tenían una mayor estatura, mientras que para el momento actual, en cambio, la gente de mayor tamaño habi-ta en las regiones situadas al oriente de dicho meridiano.

Si por lo tanto, reconocemos que Fran-cia en el siglo XVII estaba, grosso modo, dividida en dos zonas —la desarrollada y la atrasada— habría que situar a la primera al norte de París, mientras que la segunda se ubicaría al sur de este mismo referente. Pero actualmente, la división se establece-ría en cambio entre el oriente y el occiden-te del país. De esta manera, el historiador se aproxima al abordaje de un problema básico: cada país tiene siempre sus pro-pias zonas atrasadas, cuya existencia es necesaria para el buen funcionamiento del

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organismo económico en su conjunto. Y observamos también que la rueda de la for-tuna es cambiante, porque los más pobres en el siglo XVII no son los más pobres en el siglo XVIII o XIX, y nos preguntamos: ¿es que acaso esto constituye realmente una regla? Vistas así las cosas, estaríamos invo-lucrados dentro de un juego peligroso, aun-que tal vez moralmente reconfortante.

La reflexión sobre los vínculos que tiene la historia con el tiempo presente puede apoyarse en varios ejemplos. El primero en el me gustaría detenerme es en el de la cuestión de la reforma del sistema educati-vo. Tomando en cuenta que a lo largo de los siglos, la enseñanza ha cambiado cons-tantemente de forma, el historiador que no sea ajeno a los problemas pedagógicos, tanto en su práctica individual como en el traba-jo científico, deberá entonces ser conscien-te de las lecciones principales de la expe-riencia. Una lección básica de la historia, que coincide con el sentido común, es el hecho de que la reforma educativa debe comenzar desde su piso más alto, es decir, desde las escuelas superiores. Porque al parecer es imposible, en realidad, llevar a cabo la transformación del sistema educa-tivo comenzando por los niveles básicos y medios: la fuerza de la inercia de este sis-tema en esos niveles, que abarca en nues-tros países a millones de jóvenes, es dema-siado grande. Así que la única posibilidad de una reforma básica de la educación con-siste en golpear con toda la fuerza posible sobre la enseñanza universitaria.

Antes de la última guerra, viví algunos años en un país con el que me unen senti-mientos casi tan fuertes como los que me unen a Polonia, viví en Brasil. El nivel de enseñanza en ese país era, en aquellas épo-cas, algo lamentable. Los exámenes finales de bachillerato constituían una pura for-malidad. Así que cuando en este país se

intentó cambiar el sistema de educación nacional, se comenzó por la organización de varias nuevas universidades. Las univer-sidades, por su parte, comprobaron al poco tiempo que los estudiantes no estaban pre-parados para esos estudios superiores, lo que obligó a crear escuelas universitarias preparatorias anuales, bianuales, manua-les. Con esto, el egresado de las escuelas medias que no eran privadas, se vio forza-do a cursar de nuevo su educación secun-daria. El resultado no tardó en llegar: las escuelas privadas, para mantener su clien-tela, se vieron obligadas a aplicar también los programas y las exigencias requeridas por las universidades.

Este ejemplo de la reforma educativa brasileña confirma que la dirección más efectiva de la reforma de la enseñanza, es-triba precisamente en comenzar el trabajo desde el último piso del edificio de la edu-cación nacional, es decir en las escuelas superiores. Participé también en la última reforma de la escuela francesa, reforma que en 1966 fue objeto de muchas polémicas en mi país. Sólo lamento que tal reforma haya sido tan limitada. Porque a lo largo de los últimos veinte años, el pensamiento científico envejeció más de lo que enveje-ció a lo largo de muchos siglos anteriores. Hoy son más que arcaicas las divisiones tradicionales de nuestros estudios: es por ejemplo un absurdo que la sociología esté relacionada más con la filosofía, mientras que la economía política ha sido enviada a las facultades de derecho. ¡Pero así es Fran-cia! Pero estoy convencido de que no es una cosa anormal tratar de fundir las cien-cias humanas dentro de la estructura de las universidades, como tampoco lo es el in-cluir a la historia en los proyectos de unifi-cación científica de todas estas disciplinas.

Ya que no faltan argumentos para defen-der el papel de la historia dentro de las cien-

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cias humanas. Volvamos una vez más a otro ejemplo. Muchos sociólogos franceses in-vestigan ahora con atención los medios obreros, aplicando para ello innumerables encuestas entre las familias de los trabaja-dores. Investigan así, el aumento y el des-censo de la criminalidad, y tratan de defi-nir el alcance de las actividades delictivas de los jóvenes, igual que se calcula la pro-porción del pago de los alquileres de las casas en relación a la magnitud promedio de los salarios, o se establece la canasta media obre-ra. El resultado de todas estas investigaciones podría ya ¡llenar muchas bibliotecas!

Pero se ha olvidado plantear un problema que de inmediato habría sido abordado por un his tor iador : sucede que en Francia, el mundo obrero se conformó como resultado de tremendas crisis. Ya que cuan-do el campesino se marcha di-rectamente a la ciudad, y vive en ella agru-pado en núcleos que no son muy numero-sos, cae entonces de inmediato bajo la in-fluencia de los inmigrantes de la víspera, que lo introducen en el medio urbano, y que lo van educando de manera efectiva, que le enseñan un oficio y le dicen lo que se debe y lo que no se debe hacer. Pero las cosas suceden de manera distinta cuando el campesino llega de un sólo golpe y en grandes grupos a la ciudad, cuando se trata de masas tan excesivamente numerosas que impiden que la ciudad pueda realmente adaptarlas y asimilarlas como propias. Tal y como aconteció en Brasil en el siglo XVIII, en los tiempos de la gran marcha hacia las minas de oro, en donde llegaron en gran número enormes grupos de escla-vos negros a las pequeñas ciudades del in-terior de Brasil, esclavos que no se adapta-

ron a las nuevas circunstancias y que no tuvieron la influencia de los viejos escla-vos, a quienes les faltó tiempo para educar a los recién llegados. Y el resultado de esta desadaptación fueron las grandes subleva-ciones de esclavos.

Parecidos, aunque de una fuerza dramá-tica diferente, fueron los comienzos de la clase obrera en Francia. El proceso de su conformación original potenció la creación

de su propio 'ghetto'. De manera que el obrero francés, inclu-so en París, t iene como una suerte de sentimiento de perte-nencia a una nación d i ferente . Tiene su propia historia, su propia lengua y su propia memoria co-lectiva. De ahí que las investigaciones reali-zadas, por cierto no

muy buenas, sobre el folclor de la Comuna de París, hayan mostrado que sus últimos ecos vivos duraron todavía hasta el año de 1933. Así pues, desde 1871 hasta 1933 existió una historia viva, que era transmi-tida de boca en boca, y que no tenía nada en común con la historia escrita y oficial de esa Comuna de París.

Y de este mundo obrero diferenciado no nos resulta tan fácil, aún en la actualidad, extraer hijos que no sean también obreros. Porque esos niños asisten a las escuelas primarias, pero la mayoría de ellos no ac-ceden a la educación media. Por supuesto, esto no es a causa de que sean menos capa-ces que los otros, ya que frecuentemente sucede todo lo contrario, y varias veces tuve la ocasión de convencerme de cuan exce-lente inteligencia demuestra la juventud obrera parisina. La causa fundamental no

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es tampoco la falta de medios materiales, ya que los obreros no tienen menos me-dios que los campesinos o los maestros. Entonces, ¿no deberíamos acaso buscar mejor causas más antiguas y más funda-mentales mirando a ese sentimiento de pertenencia a otra comunidad, a ese senti-miento obrero de total diferenciación frente al resto de la sociedad? Porque en este me-dio obrero, el muchacho que abandona a su familia para estudiar en una secundaria, comete algo así como una traición de cla-se. No hace mucho tiempo, en una con-versación, una médica psicologa me con-firmó este diagnóstico, que era fruto de su propia experiencia personal en la investi-gación sobre las dificultades y los conflic-tos de la edad escolar.

Si por lo tanto las ciencias humanas tie-nen que colaborar entre ellas, para acome-ter la solución de los diferentes problemas contemporáneos, sería bueno que dichas ciencias no se olviden de que algunas cues-tiones las entienden mejor y las descubren más fácilmente los historiadores. Por ejem-plo, habría que investigar de qué manera, a partir de 1955, surgen ciertas situacio-nes específicas, como la de que los hijos de los conductores de autos y de los obre-ros de las fábricas Renault comenzaron a ir a estudiar en los liceos. Pero este es un fe-nómeno que se da en una mínima escala, ya que es precisamente el mundo campesi-no, relacionado con la tierra, el que abas-tece casi en su totalidad los cuadros de la intelectualidad francesa. De manera que esos campesinos fueron, en una primera generación, gendarmes, aduaneros o maes-tros, para convertirse en la segunda gene-ración en profesores de las escuelas me-dias y de las universidades, y llegar, en la tercera generación, a ser ¡miembros de la Academia Francesa! Así que este flujo cons-tante de la clase campesina hacia la intelec-

tualidad, es una de las cosas más asombro-sas de nuestra historia nacional francesa.

Como último ejemplo, quiero referir-me al caso del Africa del norte, en donde viví diez años de mi vida. Debo confesar que, cuando abandoné Argelia en 1932, no podía imaginarme la evolución que tendría este país en el futuro. Creo, sin embargo, que esto no invalida la experiencia que tengo en tanto historiador del área mediterránea, de cara a las investigaciones sociológicas que se hacen actualmente en la Argelia in-dependiente. Porque cuando leo un texto sociológico sobre la suerte de un pobre campesino que, desde las montañas baja a la ciudad en Argelia para ser ahí, por ejem-plo, un obrero no calificado de alguna fá-brica, soy consciente, junto con el sociólo-go, de que esto constituye un drama so-cial. Pero también es verdad que, en cierto sentido, conozco ya este drama por antici-pado, porque se trata aquí de la milésima reedición de un muy antiguo drama que es bien conocido en Argelia, lo mismo que en todo el ámbito mediterráneo. Y qui-siera que el sociólogo fuera también cons-ciente de esto.

Alguna vez se acusó a la administración francesa de enfrentar a los beréberes con-tra los árabes. La administración francesa no era, por supuesto, para nada inocente, pero también es real que las raíces de los conflictos entre árabes y beréberes tienen una existencia más lejana y profunda hacia el pasado. El África del norte, en tiempos de la invasión árabe, sobre todo a finales del siglo XI, fue inundada por una masa de recién llegados que venían en animales del desierto, y más precisamente en dromeda-rios. Pero el dromedario, a diferencia del camello de dos jorobas, es un animal muy delicado, que no resiste el frío y que no tiene capacidad para escalar pendientes. Por este motivo entre otros, la población local

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de aquellos tiempos, es decir los berébe-res, fue empujada hacia las regiones mon-tañosas, en dirección a los macizos de Au-ras y Kabyla.

Esta última región era, en el siglo XI, tan sólo un territorio boscoso prácticamente deshabitado. Y es a partir de este tiempo que se desarrollaron las talas de los bos-ques en gran escala, así como los asenta-mientos beréberes, ubicados lejos de los conquistadores ára-bes. De modo que la confrontación de los beréberes que eran la población nativa, con los ad-venedizos árabes, tiene un carácter permanente de viva renovación, ya que ese conflicto deriva en gran medida de las di-ferencias de cultura. Y así, el Islam sólo llegó a las montañas de Kabyla cuando los franceses construyeron ahí la red de cami-nos: con lo cual la aceptación del Islam fun-cionó también como una forma de protes-ta en contra de la ocupación francesa. Sin embargo, nunca logró el Islam enraizar en esta región con la misma profundidad con que si lo hizo en el resto del país.

Es precisamente en estas pobres regio-nes montañosas que tuvo su inicio la co-rriente de obreros que llegaron primero a Francia y luego a toda Europa. Y también entre los beréberes se reclutó a los líderes y a los combatientes de la revolución y de la sublevación en contra del dominio fran-cés en Argelia. Ya que estando mucho me-nos atrapados en la red religiosa del Islam, fueron capaces de entender mejor la reali-dad del mundo contemporáneo. Porque en un país musulmán la modernización total de la sociedad no puede ser concebida sin su paralela laicización. Y la paradoja de la Argelia contemporánea, es que los grupos

laicos de la Kabyla han permanecido aleja-dos de los gobiernos. Así que lo que yo quisiera mostrar aquí sobre todo, es que no es posible concebir esas investigaciones sociológicas sobre la Argelia contemporá-nea de una manera adecuada, sin tomar en cuenta esta barrera, conformada histórica-mente, entre el casi laico y muy abierto mundo de la Kabyla, respecto del mundo árabe. Algo que además, constituye toda-

vía un problema para el futuro desarrollo de la Argelia independiente.

Pienso que después de mostrar estos ejemplos, tendré la aprobación para

afirmar que la historia si está en capacidad de brindar la clave parí entender la actualidad. Porque la historia investiga el mundo de los vivos, y los historiadores no están únicamente en el mundo de los muertos. Hasta por experiencias propias, sabemos que cualquier hecho de nuestra vida presente se relaciona evidentemente con varias dimensiones del pasado, tanto del pasado personal como del pasado por ejemplo de nuestro país. Así, yo pertenezco a un ambiente católico, aunque mis vínculos con la religión los he olvidado hace tiempo; incluso mi padre no fue ya un católico practicante. Y tal vez no me atrevo a decir que soy un librepensador, porque creo que la verdadera libertad es algo muy di-fícil de alcanzar.

En cualquier caso, sin embargo, debo tratar de ser comprensivo con el mundo protestante, aunque debo reconocer que a veces me resulta muy difícil ser cortés ante los protestantes. De modo que no soy ca-tólico, pero con facilidad adopto actitudes antiprotestantes. Así, cuando converso con algún protestante, tengo de inmediato la

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impresión de que, si al principio estábamos sólo nosotros dos, de pronto ha surgido un tercero: nada menos que el Dios del protestante. A pesar de esto, soy plena-mente consciente de que son sólo actitu-des y gestos, que me vienen a mí desde muy lejos, desde el pasado lejano. Y es por eso que nunca me dediqué a la historia de las religiones, porque sentía que en esta rama del saber habría abandonado mi tole-rancia y mi liberalismo, para convertirme en alguien parcial. A pesar de mi simpatía hacia el catolicismo hubiera tomado una actitud en contra de los católicos, ya que precisamente rompí con ellos, y también habría estado en contra de los protestan-tes, ya que frente a ellos me siento católi-co, y quizá hasta habría estado también en contra de los librepensadores, porque no soy demasiado buen librepensador.

Sin embargo, en la búsqueda de esta his-toria viva que nos rodea, no es posible li-mitarse, como es obvio, a las experiencias personales, por más interesantes y diverti-das que puedan ser. Pero lo que si es muy pertinente es ese proceso de buscar sobre todo, estas profundas huellas del pasado, que penetran hasta el presente y en torno de las cuales dicho presente se construye y se teje. Por lo tanto, lo que a mí me intere-sa sobre todo son aquellos ámbitos de la actualidad que todavía no han cambiado, o también los que apenas se han modifica-do. Así que cuando observo alguna de esas permanencias, le llamo la atención sobre su existencia, de inmediato, a los otros es-pecialistas del presente, y en especial a los economistas, ya que la mayoría de las cien-cias sociales están, desafortunadamente,

demasiado convencidas de que el mundo nació apenas ayer.

Aunque debe ser muy claro que no quie-ro negar para nada el hecho de que en los procesos de desarrollo se presentan tam-bién saltos y pausas. Alrededor de 1950 el mundo rural francés comenzó a cambiar, y muy pronto la Francia campesina será irre-conocible, totalmente diferente a la de la víspera, con la gran granja de tipo ameri-cano como su unidad básica y con una población rural con una mentalidad com-pletamente diferente. Estoy convencido también de que a mediados del siglo XVIII, comenzó una transformación fundamental en lo que corresponde al ritmo general de la vida humana. Pues mientras que hasta 1750, el progreso se realizaba apoyado so-bre todo en el crecimiento y la expansión de la población, en los tiempos posteriores a esa misma fecha de 1750 los progresos dependen en cambio mucho más de los avances de la técnica. Así que es claro que la historia no es solamente permanencias y continuidades, sino también grandes cam-bios y mutaciones.

No obstante, existen ciertos métodos que son usados por las ciencias sociales para disminuir el papel de la historia, y entre ellos el procedimiento o propuesta de la sincronía, sobre la que quisiera co-mentar algo en contra de nuestros críti-cos y en defensa de nuestro propio ofi-cio. ¿Sincronía? Se pronuncia la palabra y entonces suena el silbato, para que la película se detenga comple tamente de pronto, y todas las personas del drama histórico permanezcan inmóviles. Así que la esfera terrestre continúa dando vuel-

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tas, pero la gente y las cosas se mantie-nen ahora estáticas.

Pero sucede que aún dentro de este cuadro de ese mundo sincrónico se ob-serva de inmediato que ciertas regiones particulares, o economías, o sociedades, no se encuentran todas en un mismo pun-to, ni tampoco comparten un mismo ni-vel de desarrollo. Y hasta acontece inclu-so que no están en la misma época, que no se ubican en el mismo t iempo. De modo que la situación actual del África negra puede ser entendida a la luz de la sociedad medieval europea. Porque la plaza del mercado situado fuera de la ciu-dad, que los medievalistas conocen por medio de documentos , puede aún hoy observarse en el África contemporánea. El cuadro sincrónico del mundo puede aportarle al historiador muchos argumen-tos todavía vivos.

Supongamos que tratamos de recons-truir los cambios que ha sufrido la ciu-dad francesa en el periodo de la confor-mación del capitalismo. Comprobamos entonces que la clase de los terratenien-tes no abandona de ningún modo la es-cena hasta antes de 1789. Así que en el periodo del célebre sistema de Law, ante la sede parisina del banquero ubicada en la calle Quincampoix, un grupo de terra-tenientes que conforman a un potente grupo de presión, se apresuran a cargar en sus carretas el dinero. ¡Alcanzaron a retirar a tiempo sus depósitos antes del crack! Porque la nobleza se defendió du-rante much í s imo t i empo f r en te a los embates de la clase media o burguesa.

Ahora bien, este mismo espectáculo de la historia de Francia que acabo de evo-car, pude observarlo en vivo durante mi estancia en Brasil en 1935. En contra de los representantes activos del capitalismo industrial, de los hombres de negocios

poseedores de inmensas empresas, se al-zaba la "nobleza", que no era una verda-dera nobleza sino más bien un estrecho círculo de viejas familias terratenientes, que llevaban una vida de gran señor, y que conformaban el elegante mundo de la sociedad de 'buen tono'. Los industria-les, estos advenedizos, no eran acepta-dos por esa "nobleza", la que se designa-ba con el nombre de 'el club'. Así que aquellos industriales esperaban en la puer-ta, y daban dinero y subvenciones para todo, sólo para tratar de obtener el ho-nor de entrar a ese club, sólo para poder cruzar ese alto umbral, aunque fuese ubi-cados en un asiento de segunda fila.

Pero la vida en América Latina posee ritmos de transformación mucho más rá-pidos que en otras partes del mundo. Los biólogos investigan los fenómenos de la herencia y la adaptación en base a las drozofilias, que son moscas que se crían en las frutas y que viven muy poco tiempo, pudiendo nosotros ser testigos de la vida de miles de generaciones de ellas. Podría-mos decir entonces que quizá América Latina puede cumplir, para los historia-dores, el papel de una suerte de drozofilia. Porque aquellos fenómenos sociales que maduraron en Europa a través de todo un siglo, aquí duran apenas unos pocos años. De manera que cuando, después de una década de ausencia, regresé a Bra-sil en 1947, todo el club había ya des-aparecido y en su lugar se encontraba un nuevo club cuyo tono era dado ahora por los industriales, y por los fabricantes de algodón y de productos químicos.

Si aceptamos entonces esta propuesta de la historia operacional será necesario también, y esto desde el comienzo, adop-tar una definición de la historia que será muy diferente a la que hemos utilizado hasta ahora. Pues si hasta hoy la historia

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ha sido concebida solamente como la ciencia que estudia el pasado, la historia operacional no podr ía compar t i r para nada esta misma concepción, ya que ella p ropone una diversa or ientación y un dist into objeto para las investigaciones históricas. Para nosotros, la historia es más bien el es tudio de las sociedades pasadas y presentes, observadas a partir de ese elemento cambiante que el histo-riador utiliza, y que es el de la duración. Porque el tiempo no es único ni lineal, sino que existen muchos tiempos, dife-rentes dimensiones temporales y múlti-

ples duraciones sobrepuestas las unas so-bre las otras. Es muy importante ser ca-paz de comprender como una sociedad envejece simultáneamente mediante diez, quince o veinte ritmos diferentes de tiem-po, para cambiar a veces rápidamente en uno de sus aspectos, mientras que en mu-chos otros sólo cambia de manera mu-cho más lenta. Y tengo claro que tal vez esta definición de la historia no resuelve todos los problemas, pero si en cambio, algo que es todavía más importante, abre el camino para muchos nuevos debates y más profundas discusiones.

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IMMANUEL WALLERSTEIN

La escritura de la historia.

El problema acerca de la escritura de la Historia se hace presente ya desde

el propio tema de este Coloquio, que se nos ha planteado en tres idiomas distintos. En inglés se le ha bautizado como "(Re) construyendo el pasado". Esta versión in-dica una ambivalencia entre construcción y reconstrucción, en donde este último tér-mino parece adaptarse mucho más a una concepción del conocimiento como algo evolutivo o acumulativo que el primer tér-mino. En cambio en francés, el título es "le passé composé" (el pasado compues-to), sin mención aquí a la reconstrucción, pero en donde el título permite una alu-sión a la sintaxis gramatical francesa que se refiere al tiempo verbal que denota un pasado que continúa en el presente y que no está totalmente completado. En francés, esta forma se distingue del pretérito, a ve-ces llamado "le passé historique" (el pasa-do histórico). De modo que en una con-versación cotidiana, uno normalmente usa ese pasado compuesto. Finalmente en fla-menco, el título es "Het verleden als ins-trument" (el pasado como instrumento),

que es un título mucho más estructuralista que los otros dos. No sé si los organizado-res planearon esta ambigüedad delibera-damente. Pero es difícil hablar sobre His-toria, especialmente en estos días, sin am-bigüedades.

Permítaseme señalar todavía otra ambi-güedad. En inglés, story (historia, relato) y history (historia) son palabras distintas, y esta distinción no sólo se considera como algo muy claro sino también como algo fundamental. Pero en cambio tanto en fran-cés como en flamenco, los términos de his-toire y geschiedenis pueden abarcar ambas significaciones. ¿Es entonces esta distinción menos clara en estas tradiciones lingüísti-cas? Dudo un poco para responder. Más bien quiero subrayar que los organizado-res de este Coloquio nos encargaron colec-tivamente, al menos en la versión inglesa de la invitación al mismo, la tarea de llevar a cabo "una reflexión de largo aliento so-bre la utilidad y sobre las desventajas de la historia para la vida". Este me parece un punto de partida inteligente, ya que reco-noce que lo que actualmente hacemos en

1 Este ensayo fue presentado en el Coloquio sobre "Historia y Legitimación. (Re) construyendo el pasado", celebrado en Bruselas del 24 al 27 de febrero de 1999. Aquí, Immanuel Wallerstein aborda el complejo tema del estatuto de la verdad histórica y de sus conexiones con los relatos de ficción y con los relatos históricos desde una clara óptica racional y científica, y por lo tanto abiertamente crítica de los desvarios propios de los puntos de vista posmodernos. Contrahistorias lo ofrece a nuestros lectores en esta traducción del inglés al español que es obra de América Bustamante Piedragil.

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ese campo de la historia, puede no ser ne-cesariamente útil, e incuso hasta podría ser inútil o desventajoso para la vida.

Un último comentario sobre el título. Se afirma que es un "Coloquio sobre Histo-ria y Legitimación". ¿Es la legitimación de algo, el objetivo instrumental que se men-ciona en el título flamenco? ¿Seremos tan foucaultianos como para asumir que todo conocimiento es en primer lugar un ejerci-cio para legitimar al poder? Me siento ten-tado a decir, por supuesto, ¿y qué otra cosa podría ser? Pero pienso también que si ese conocimiento sólo pretendiese ser esa legi-timación del poder, podríamos creer que no ha servido demasiado bien a su objeti-vo, ya que dicho conocimiento tendría mucho más éxito para legitimar dicho po-der, si la gente, es decir todos aquellos que consumen este conocimiento producido por los historiadores, pensaran más bien que ese mismo saber tiene un valor como ver-dad independiente. Lo que quiere decir que ese conocimiento histórico podría ser más útil a la gente que está en el poder, si él es percibido como algo que sólo muy parcial o limitadamente responde a esos requeri-mientos y exigencias de legitimación del poder. Pero por supuesto, de otro lado, ese conocimiento podría ser completamente inútil a los poderosos, si fuese completa-mente antagónico al poder. Entonces, des-de el punto de vista de los que detentan ese poder, la relación con los intelectuales de-dicados a escribir sobre la historia, es más bien una relación muy complicada, mediada y sutil.

Para entender mejor esta última relación, propongo discutir cuáles son y cuáles pue-den ser, las fronteras y los vínculos entre cuatro distintos tipos de producción del conocimiento: los relatos ficticios, la pro-paganda, el periodismo y la historia escrita por esas personas que se llaman historia-

dores. Y después, quisiera relacionar esto con los procesos del recordar y el olvi-dar, y también con los temas de lo priva-do y de lo público, y de la afirmación y de la refutación.

Los relatos ficticios son las más tempra-nas formas de los resultados del conoci-miento a los que la mayoría de las perso-nas están expuestas. A los niños se les cuen-tan o se les leen historias o relatos. Y di-chos relatos transmiten ciertos mensajes. Los padres y otros adultos consideran a estos mensajes como algo muy importan-te. Así que existe una considerable acción de censura por parte de los padres hacia sus hijos, respecto de lo que pueden escu-char o leer. La mayoría de las personas ca-talogan esos posibles relatos dentro de un vasto abanico cont inuo y sucesivo que abarca desde lo que se considera temas tabú y temas grandemente indeseables, hasta temas que son considerados ino-centes, e incluso relatos que incluyen una moraleja virtuosa.

La forma de dichos relatos puede variar, cubriendo desde aquellos que son dulces y/o tiernos hasta aquellos que son atemori-zantes y/o excitantes. Frecuentemente, eva-luamos y reconsideramos el efecto de di-chas historias sobre los niños, y ajustamos lo que hacemos a la luz de dichas evalua-ciones. Esos relatos son por supuesto, fic-ticios, en el sentido de que nadie cree que una persona llamada Cenicienta haya real-mente existido, y de que el lugar en donde ese relato ocurre, no puede ser localizado en un mapa común y corriente. Pero no obstante esto, se considera que ese relato tiene algo de real, que es quizá la existen-cia de adultos malévolos que a veces están a cargo del bienestar de un niño, o tal vez la existencia de adultos buenos (hadas ma-drinas), que contrarrestan a esos adultos malvados, o quizá la realidad de (o por lo

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menos la legitimidad de) la esperanza en situaciones difíciles.

¿Es esta ficción infantil distinta a la fic-ción que se dice está dirigida a los adultos? Si tomamos una obra de Balzac o de Dic-kens, de Dante o de Cervantes, de Shakes-peare o de Goethe, nos daremos cuenta de que todas ellas están describiendo una rea-lidad social por medio de caracteres inven-tados. Y evaluamos la calidad de sus obras no solamente por la belleza del lenguaje que emplean, o por las emociones que desen-cadenan en nosotros, sino también por la medida y el modo en que esa obra nos per-mite reflexionar sobre esa realidad social. E incluso hay gente que proclama que di-chas obras de ficción son más eficaces para darle al lector esa posibilidad de una re-flexión cuidadosa sobre la realidad social allí descrita, que lo que puede aportar una obra de ciencias sociales que analiza esa misma realidad o tema. Y el objetivo de estas obras de ficción bien puede ser el de la legitimación. Pues muy seguramente, ese era el objetivo de las sagas clásicas, como La Iliada, o como el Bhagavad-Gita. Aun-que naturalmente el objetivo puede ser tam-bién, por el contrario, el de deslegitimar. Y quizá el objetivo conciente del autor puede volverse irrelevante, ya que el texto puede alejarse de su autor y las consecuencias de la lectura de su obra pueden convertirse en algo muy distinto a lo que el autor esperaba alcanzar.

Hoy muchos autores niegan explícita-mente esos objetivos sociales de sus rela-tos. Dicen a veces que ellos cuentan un cuento sólo para entretener al lector, o para expresarse ellos mismos, o únicamente para ganar dinero. Pero una vez más, la inten-ción del autor puede ser aquí irrelevante, y nosotros los analistas podemos trascender esa intención, y afirmar que tal o cual tra-bajo de ficción tuvo la consecuencia de le-

gitimar o de deslegitimar, o de ayudar a la reflexión del lector o de dificultarla. Y de hecho, este tipo de análisis literario se rea-liza constantemente.

De otra parte, existen también algunos trabajos de ficción que incorporan elemen-tos históricos, como el libro de Leon Tols-toi La guerra y la paz. Actualmente, las téc-nicas televisivas permiten producir lo que se llama documentales dramáticos, en los cuales filmaciones de acontecimientos rea-les se intercalan con otras escenas o secuen-cias ficticias. Hoy de hecho más gente está en posibilidad, y efectivamente así sucede, de adquirir sus conocimientos de historia, a partir de dichos documentales, y novelas y películas históricas, mucho más que a tra-vés de la lectura de los trabajos de los his-toriadores profesionales. Pero, ¿hay algún modo de que podamos exigirle a los auto-res de dichos trabajos de ficción cuasi-histórica que se ajusten a las exigencias de lo que se llama la objetividad histórica? Y, ¿deberíamos querer hacer esto? ¿Y qué su-cederá si estos autores están recontando la historia de una forma que para los histo-riadores es una forma muy cercana a la fal-sedad? Y no hablamos de algo meramente hipotético. Porque, por ejemplo, existe ya hoy mucha polémica, por lo menos en Es-tados Unidos, sobre el papel que tiene Oli-ver Stone, cuyas películas son considera-das por algunos (pero muy claramente no por otros) como una forma de falsificar la historia, con el objetivo de deslegitimar el poder. ¿O será, como afirman otros, con el objetivo de relegitimar más sutilmente a ese mismo poder?

Si pasamos ahora a la propaganda, nos moveríamos supuestamente más allá del campo de la ficción. Pero, ¿qué tan lejos de esta última? La propaganda se define habitualmente como la construcción de afir-maciones que para su defensor declaran

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hechos verdaderos, pero que algunos otros consideran a veces como falsos. De modo que en algunos casos el defensor de esas afirmaciones sabe que éstas son falsas, o por lo menos exageradas. La propaganda es una actividad política, un intento de in-clinar a la opinión pública sea a favor de, o en contra de, cierta práctica pública. Y deberíamos recordar que la palabra pro-viene de las prácticas de la Iglesia Católica romana, que buscaba la propagación de su fe. Aunque, por supuesto, la Iglesia creía que su fe era la verdad. Y aquellos que no son creyentes, pueden escoger si rechazan esa verdad promovida por la Iglesia con otras verdades, o si ignoran (y entonces toleran) esa propagación.

En la esfera pública de la política, pro-paganda es un término que usamos para condenar las afirmaciones de alguien del bando opuesto. Ninguna figura política actual diría que él está dedicado a hacer propaganda. Más bien, sin duda, se referi-rá a sus propias afirmaciones de manera más positiva, diciendo que lo que hace es contar su propio lado o versión de la histo-ria. Contar una parte de la historia se ha vuelto una actividad legítima, en el contex-to de la creencia ampliamente aceptada de que en política no existe una verdad abso-luta, y de que hay siempre "dos lados de cada historia". La película japonesa Rashmon, ilustra este fenómeno de que existen múltiples visiones de un mismo evento, una diferente por cada uno de los participan-tes. Y esa película lo demostró tan bien, que "Rashmon" se ha convertido ahora en una palabra clave para designar a este tipo de realidad.

Cualquiera que ha trabajado con las de-claraciones públicas de los líderes políti-cos, sabe que la frontera entre alguien como Goebbels diciendo la "gran mentira" y otros que están diciendo la verdad no es una fron-

tera tan simple. Porque existe toda una se-rie de posibilidades intermedias. Y de he-cho, en años recientes, ha sido inventada una frase dentro de la política norteameri-cana para designar a estas situaciones in-termedias, la frase de "putting a spin" (po-niendo un giro a la situación) en los noti-cieros, lo que significa explicar lo que ha sucedido de tal manera que presente al na-rrador o al grupo que él representa bajo una óptica que es la más favorable para la posición de ese mismo grupo o narrador. Así que, si bien podríamos estar todos de acuerdo en que La guerra y la paz de León Tolstoi, no representa completamente una historia objetiva, también podemos sentir que las declaraciones de los portavoces ofi-ciales de los líderes políticos no son dema-siado distintas a este respecto.

Se supone que el periodismo representa un grado mucho más alto del valor de la verdad que la propaganda. Los periodistas tienden a definirse a sí mismos como per-sonas que toman las declaraciones de los diversos actores políticos (y también de otros actores) para confrontarlas con las declaraciones de sus oponentes, y para a partir de allí, contarnos lo que ellos pien-san que en verdad sucedió, supuestamente desde un punto de vista más neutral. Se supone, por lo menos en teoría, que esos periodistas están buscando puntos de vista contradictorios, y sopesándolos frente a cualquier evidencia real que parezca exis-tir, para diseñar una versión independien-te acerca de la explicación de esa realidad. Pero conocemos los múltiples problemas que invalidan este cuadro. Ya que algunos periodistas no son libres para decir la ver-dad y otros no son periodistas honestos. Y aún si excluimos estas dos posibilidades, los periodistas que son honestos y que no se encuentran constreñidos por las autori-dades pueden, no obstante, no tener el ac-

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ceso a la información necesaria, un pro-blema que se agudiza debido a la rapidez y a los estrechos límites de tiempo de su ac-tividad. Se les reclama que nos cuenten lo que sucedió ayer, no hace 50 o 500 años. Esto tiene la ventaja de que ellos pueden entrevistar a los participantes, pero tiene la desventaja de la escasez de tiempo para adquirir más co-nocimientos sobre el problema, sin men-cionar la inevitable falta de perspectiva temporal que de aquí deriva.

De modo que si tratamos de ascender en esta escalera de la objetividad, yendo desde los relatos de ficción hacia la propa-ganda, y luego al periodismo, alcanzamos finalmente el nivel del trabajo de los histo-riadores, es decir el de aquellos que se en-orgullecen de sí mismos, por lo menos desde la llamada revolución historiográfica del siglo XIX, por el hecho de que siguen a Ranke y cuentan la historia wie es eigentlich gewesen ist (describiendo las cosas y los hechos tal y como han acontecido). Para alcanzar este objetivo, la mayoría de los historiadores han aceptado un conjunto de reglas que, según ellos proclaman, están encaminadas a maximizar la objetividad. Así que han tratado de apoyar todas sus afirmaciones en datos, lo que ha significa-do en documentos escritos, aunque en años recientes, los historiadores han comenza-do también a tomar en cuenta otros tipos de datos o de información.

¡Pero no cualquier documento escrito! Los historiadores, por lo menos desde el siglo XIX, han llevado a cabo una distin-ción entre los llamados documentos prima-

rios y los secundarios, dando preferencia a los primeros. Un documento primario es uno que ha sido escrito más o menos en el momento del acontecimiento o hecho que

se encuentra bajo dis-cusión. La presunción aquí es que estos docu-mentos fueron escritos para algún propósito in-mediato, y no con mi-ras a ser descubiertos al-gunos siglos más tarde por un historiador. Esos documentos primarios,

desde luego, pueden ser difíciles de enten-der, puesto que su lenguaje y las alusiones contextuales que contienen se refieren pre-cisamente a ese momento del pasado en que ellos fueron escritos. Por lo cual se asu-me que un historiador competente será aquél que sea capaz de sumergirse en ese ambiente cultural de la época, capacidad que es el resultado de un entrenamiento y de una cantidad de investigación general considerables.

Naturalmente, la confianza en estos do-cumentos primarios se basa en la idea de que ellos no tenían la intención de enga-ñar, o por lo menos de que sólo habrían tenido el objetivo de engañar a otros que vivían en esa misma época. Pero aquí sur-gen toda clase de problemas con este pre-supuesto. Quizá esos documentos sí inten-taron engañar, pero el historiador es inca-paz de descifrarlo. O peor aún, ya que tal vez dichos documentos son falsificaciones, es decir que han sido escritos más tarde y depositados en algún lugar para hacer creer a los historiadores que fueron escritos en otra época. Pero aún después de que tratá-ramos de encontrar salidas a estos proble-mas señalados, queda todavía en pie la cues-tión de la actitud del propio historiador hacia los temas centrales que él o ella están

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analizando. ¿No introduce ciertos sesgos el historiador en el momento de construir las interpretaciones de esa información? A este respecto, y más allá de la confianza que puedan darnos las exhortaciones éticas que se ha hecho a sí misma esta comunidad de historiadores para no introducir esos ses-gos, se asume corrientemente que hay una diferencia estructural, que consiste en que los historiadores son mucho menos dados a involucrarse emocionalmente cuando es-tudian temas del pasado que cuando lo ha-cen sobre temas del presente. Y es éste uno de los argumentos clásicos para restringir la tarea de los historiadores al sólo análisis de los tiempos pasados.

Siempre hemos sabido lo complicadas y discutibles que son todas estas suposicio-nes que hemos estado revisando. Pero te-nemos la tendencia a tratar de manejar es-tas dificultades, simplemente negándolas. En los años recientes, un gran número de académicos han desafiado y puesto en duda abiertamente la veracidad del conocimien-to producido por los historiadores. Algu-nos han ido hasta el final de este camino, argumentando que esa veracidad es intrín-secamente imposible, pero otros simple-mente argumentan que deberíamos de ser muy cautelosos al afirmar algo respecto de este valor de la verdad, ya que cualquier análisis incluye una interpretación, que necesariamente se haya influida por la bio-grafía social y personal del intérprete, y por las presiones de la época en que es cons-truida dicha interpretación.

He llegado muy lejos abordando una ta-rea sencilla. Tratando de ilustrar el hecho de que no existe una línea simple, sólida y rápidamente accesible, que separe la fic-ción del hecho, la fábula de la verdad. Pues la línea que va desde los relatos infantiles hasta la historia profesional, se parece más a una mancha continua que entremezcla la

realidad, la afirmación política, y la fanta-sía utópica. De manera que es intrépido el académico que se involucra en una disputa acerca de lo que es la historiografía legíti-ma y la ilegítima. Pero es sencillo estable-cer esa distinción, como he afirmado an-tes. Aunque ella está lejos de ser completa-mente satisfactoria. Pero es claro que cada uno de nosotros intenta cada día someter-se a la "prueba de la realidad" en nuestros diversos esfuerzos individuales para hacer frente a los desafíos de un mundo muy real. Y recurrimos a la ayuda de otros para ha-cer esto adecuadamente. Así que los histo-riadores no son más que personas que se encuentran comprometidas en la gran ta-rea social de construir interpretaciones plau-sibles de la realidad social, interpretacio-nes que se espera que todos nosotros con-sideraremos útiles, no sólo individualmen-te sino también colectivamente. ¿Por qué preocuparse entonces de las dificultades que esto conlleva, si estamos listos para dedi-carnos a esbozar dichas interpretaciones plausibles? Tenemos que asumir el riesgo.

Así, llegamos a la pregunta nodal: ¿qué es una interpretación plausible? Claramen-te, está aquí involucrada una cuestión so-bre la coherencia interna, que es la parte más sencilla de juzgar, si es que no de al-canzar. Porque es obvio que no necesito para nada compartir una interpretación de alguien, cuando es evidente que la lógica interna de su argumento parece débil o muy dudosa. Y personalmente me siento con la libertad de no prestarle atención a argu-mentos que no son coherentes. Pero esto está lejos de ser suficiente. También nece-sito saber que las preguntas que han sido respondidas por el análisis son preguntas importantes. E igualmente requiero estar convencido de que la unidad de análisis es apropiada para la pregunta contestada. Y finalmente, necesito pensar que ningún fac-

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tor importante o significativo ha sido omi-tido dentro del análisis. Sin embargo, no existen criterios simples, y que sean am-pliamente aceptados por la mayoría de los historiadores o por la mayoría de la gente, respecto a cuáles son esas preguntas importantes, o cuál es esa unidad de análi-sis apropiada para dichas preguntas, o res-pecto de cuáles son dichos factores rele-vantes o significativos. Estas son, todas ellas y en un cierto sentido, decisiones a priori.

Pero lo que podemos hacer con estas decisiones a priori es una de dos cosas. Podemos decir que resulta imposible ele-gir entre estas decisiones, porque ellas re-flejan alternativas básicas de tipo filosófi-co y/o político sobre las cuales podríamos estar o no de acuerdo. O podemos en cam-bio tratar de hacer explícitas y debatir es-tas alternativas u opciones filosóficas/políticas intentando analizar dichas decisiones

a priori en términos de lo que Max Weber llamó "racionalidad sustantiva" (Racionalität materiel), por la cual entendemos análi-sis que parezcan ser capaces de tomar en cuenta el más alto grado posible de varia-ción de las cuestiones empíricas y que tam-bién parezcan dirigirse a resolver esas cues-tiones empíricas centrales de nuestra pro-pia época. Aunque quizá esto sólo desplaza esas divisiones imposibles para llevarlas a un nivel todavía más fundamental, movién-donos desde el terreno de una discusión acerca de la plausibilidad de la interpreta-ción de ciertas preguntas bien delimitadas hasta el espacio de un debate respecto de cuales son esa cuestiones principales filo-sóficas/políticas de nuestro tiempo. Pero si este es el caso, estaríamos al menos pro-vocando un cambio que permite esclare-cer a esa discusión subyacente, haciendo con ello posible que sea abordada por mucha más gente que sólo los historia-dores profesionales.

Tomemos por ejemplo, la cuestión de la memoria. En años recientes ha habido muchas discusiones acerca de esta memo-ria, de lo que recordamos y de lo que de-beríamos recordar, lo mismo que de lo que olvidamos y lo que deberíamos olvidar. Es obvio que eso que recordamos u olvida-mos son decisiones sociales, que se toman todo el tiempo de manera colectiva. Pero esas decisiones nunca son permanentes. Y aún si en un momento dado, decidimos que nosotros debemos colectivamente re-cordar alguna realidad pasada, es muy po-sible que treinta años más tarde, optemos en cambio por olvidar esa misma realidad. ¿Por qué se discute hoy tanto sobre este tema de la memoria? Esto ha sido impulsa-do, obviamente, por ciertos eventos histó-ricos recientes. El tema salió a flote, por primera vez, a causa del exterminio siste-mático que los nazis hicieron de los judíos europeos, es decir, a causa del Holocaus-to. De modo que se ha argumentado que es vital no olvidar lo que sucedió, para que podamos evitar que suceda de nueva cuen-ta, y en consecuencia, es una tarea impor-tante que los historiadores escriban acerca de esto y que enseñen esta trágica historia.

Y esta visión del papel que deben jugar los historiadores, en esta línea de la crea-ción y la preservación de la memoria co-lectiva, se ha difundido muy rápidamente. Así, los armenios argumentan que habría que aplicar este rol de los historiadores para preservar en la memoria la masacre de ar-menios que tuvo lugar en Turquía en 1915. O también, tengo en mi oficina un póster impreso en Argentina, poco tiempo des-pués de la caída de los militares, en el cual se lee en grandes letras: "Nunca más", y en el que se denuncian las desapariciones, las torturas, el miedo, las humillaciones, la miseria moral y material, las mentiras, la censura y el silencio. Sobre todo, el silen-

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ció. Y sabemos muy bien cómo la celebra-ción del Bicentenario de la Revolución Fran-cesa reabrió en Francia el tema de lo que podría ser una memoria adecuada. Final-mente, sabemos también cuantos deba-tes ha habido en la Europa del Este y Central y en la antigua Unión Soviética sobre lo que es útil y sobre lo que es in-conveniente recordar.

En octubre de 1998, en Sudáfrica, fue publicado un reporte de cinco volúmenes, firmado por un organismo llamado "Co-misión para la Verdad y la Reconciliación" (CVR). Este organismo, presidido por el Arzobispo Desmond Tutu, fue constituido por el gobierno post-apartheid y encargado de esclarecer la verdad acerca de las viola-ciones de los derechos humanos que fue-ron cometidas en el periodo de los años 1960-1994. La decisión fue tomada conec-tando tres cuestiones: la verdad, la recon-ciliación y la amnistía. Para llegar a "la ver-dad", se ofreció la amnistía por los críme-nes cometidos, a todos aquellos que conta-ran con detalle y públicamente el crimen que habían cometido.

Los miembros de esa Comisión afirma-ron2 que se encontraron frente a un con-cepto de la verdad muy complejo, y que tuvieron que desglosarlo mediante la ela-boración de cuatro distintas nociones de dicha verdad: la verdad factual o legal, la verdad personal o narrativa, la verdad so-cial o "dialógica", y la verdad curativa o restaurativa. La verdad factual, como ellos la definen, equivale más o menos a lo que los historiadores positivistas llamarían ver-dad —"real, basada en evidencias corro-boradas, . . . obteniendo información verda-

dera mediante procedimientos confiables (imparciales, objetivos)... " La Comisión dijo que sus hallazgos en este nivel de esa verdad legal o factual sirvieron para "reducir el número de mentiras que po-drían estar circulando desmesuradamen-te dentro de los discursos públicos", y que esto fue socialmente útil. Por verdad per-sonal se entendía en cambio la verdad de las víctimas que contaban sus propias his-torias. Estas historias eran "formas de ac-ceso al corazón mismo del dolor", y crea-ron un cierto tipo de "verdad narrativa". Lo que constituyó un acto de "restauración de la memoria".

La verdad social era, sin embargo, la que estaba más cercana a los objetivos de la Comisión, según su propia declaración. Mediante la interacción y el debate, esa Comisión trató de "trascender las divisio-nes y confrontaciones del pasado, a partir de escuchar con cuidado los complejos motivos y los diversos enfoques de todos los involucrados". Y este proceso fue visto como "una base para afirmar la dignidad humana y la integridad de las personas". Finalmente, la verdad curativa era "un tipo de verdad que ubica los hechos y su significado dentro del contexto de las re-laciones humanas —tanto entre los ciu-dadanos mismos, como entre el Estado y sus ciudadanos—". Y fue por estas razo-nes que la Comisión insistió no sólo en el conocimiento sino también en el reco-nocimiento. "El reconocimiento es la afir-mación de que el dolor de una persona es real y digno de atención. En consecuencia, es central para la restauración de la digni-dad de las víctimas".

2 Truth and Reconciliation Commission of South Africa Report, (Ciudad del Cabo, Truth and Reconciliation Commission, 1998), I, pp. 110-114.

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¿Es el reporte de esta Comisión, direc-tamente historia, o es más bien un docu-mento que podrá ser usado por los histo-riadores en su trabajo, sometiéndolo a to-das las habituales revisiones que ellos acos-tumbran aplicar a cualquier documento? Desde luego, esta es una pregunta que de-ben plantearse no solamente los historia-dores, sino muchas otras personas. Porque las cuatro categorías de la verdad que la Comisión utilizó son ya, de hecho, una modificación de los cuatro tipos de verdad propuestos por el Juez Albie Sachs de la Corte Constitucional de Sudáfrica. Sachs no es historiador sino jurista. Y también es un militante del Congreso Nacional Afri-cano, que perdió su brazo en un ataque de bomba realizado por agentes que apoyaban el régimen del Apartheid. En consecuen-cia, él también es una víctima.

Sachs lleva a cabo la construcción de su clasificación de las formas de la verdad3 "en tanto que abogado y juez". Y así, llama a la verdad factual una "verdad microscópica", y señala que normalmente ella es la prime-ra preocupación de una Corte de Justicia: "cuando se da el caso por ejemplo de que una cierta persona es culpable de asesinar injusta e intencionalmente a otra en un momento particular y en una forma parti-cular". Esta es una verdad específica y pre-cisa. A su segunda verdad, la llama la "ver-dad lógica", es decir, "la verdad general de ciertas proposiciones, la lógica inherente de ciertas exposiciones... a la que se llega mediante procesos de deducción y de infe-rencia... " Con lo cual, Sachs ha redescu-bierto por cuenta propia, la distinción en-tre verdad ideográfica y verdad nomotéti-

ca, que hace mucho tiempo fue el tema de una Methodenstreit (discusión en torno al método) entre los científicos sociales.

La tercera verdad de Sachs es "la verdad experimentada", que parecería estar cerca-na a la "verdad personal o narrativa" de la Comisión, aunque no demasiado. Sachs dice que tomó el nombre del libro de Mo-handas Gandhi, My Experiments with Tru-th, a partir de que se dio cuenta de que Gandhi no estaba experimentando en el sentido de un científico de laboratorio, sino que más bien "estaba probando las cosas sobre sí mismo, como algo interno y no como ideas que se encuentran en el mun-do exterior a él". Es decir, que se trataba de un intento de mirar la experiencia sub-jetiva de uno mismo, pero haciéndolo ob-jetivamente, "en una forma verdaderamen-te desprejuciada". Y Sachs menciona que las cortes legales no escucharían nada de este tipo de verdades. Porque esto los "pone en aprietos". Y la pregunta es: ¿debería de poner en aprietos también a los historiadores?

Finalmente, habla de una verdad dialógica, un concepto que la Comisión tomó prestado de él. Esta verdad dialógica inclu-ye elementos de la verdad microscópica, de la experimental y de la lógica, "pero ella se asume y se construye como una noción que corresponde a la existencia de una co-munidad de muchas voces y de múltiples perspectivas. En el caso de Sudáfrica, no existe una sola y única forma correcta de describir las atroces violaciones de dere-chos humanos que aquí se dieron, así como no hay tampoco un sólo narrador que pue-da decir que posee la perspectiva definiti-va que es la única correcta". Y aquí se plan-

3 Juez Albie Sachs, "Fourth D T Lakdawala Memorial Lecture", Institute of Social Sciences, Nehru Memorial Museum and Library Auditorium, Nueva Delhi, dictada el 18 de diciembre de 1998, especialmente pp. 9-11.

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tea un desafío abierto al punto de vista de-fendido por la historiografía rankeana. Pero debemos subrayar que no se trata de la re-petida postura post-moderna que afirma que la verdad objetiva no existe. Más bien es una posición que argumenta que el ca-mino hacia dicha verdad, se construye mediante un diálogo muy intenso y frecuen-temente muy emotivo, aunque atempera-do con un cuidadoso manejo de las evidencias, y cuyo fin es al-canzar esa versión de la verdad que incluye a todas esas múlti-ples voces y múltiples y diversas perspectivas.

Recordar y olvidar, mantener los secretos o exponerlos a la luz pública, son formas diversas de afirmar y de contradecir. Y se tra-ta de una decisión académica y científica. Pero también de una decisión política. Y de una decisión moral. Y debe-ríamos tratar de buscar sin prisas un con-senso, hoy o mañana, en el seno de ese conjunto de personas que se llaman a si mismas historiadores, acerca de cuáles de esas decisiones son las correctas. Todo sa-ber es una actividad del presente, y ade-más de un presente siempre cambiante. De modo que ningún saber puede escapar de las exigencias que le impone ese presente. Pero el presente es, al mismo tiempo, una de las realidades más evanescentes, ya que se acaba en un instante. Entonces, todo saber lo es sobre el pasado, y creo firme-mente que todas las ciencias sociales de-ben ser escritas en tiempo pasado. La his-toria no posee así un derecho especial so-bre el pasado, ya que todas las ciencias deben ser históricas, en el sentido de que el conocimiento de una realidad aconteci-da en cualquier momento del tiempo es siempre la consecuencia de lo que sucedió en los momentos o puntos previos de la

línea temporal, incluyendo desde luego, to-das las transformaciones radicales que ha-yan ocurrido.

Pero puesto que el pasado es infinito en cuanto a sus detalles, se encuentra siempre más allá de la posible capacidad de cual-quiera de nosotros, que no podemos nun-ca tomar en cuenta ese pasado en su totali-dad. De modo que siempre estamos obli-

gados a estar seleccionan-do, y de hecho llevamos a cabo toda una serie de elec-ciones sucesivas. Y para es-tablecer dichas selecciones, nuestra mejor guía la cons-tituye el conocimiento de aquello que hemos tenido que seleccionar al elegir las alternativas históricas más impor tan tes acerca de

nuestro futuro. La primera elección que de-bemos hacer es la de cuál es la unidad de análisis que deberíamos utilizar para esta-blecer nuestras selecciones. En este punto mi opción es muy clara. Pienso que tene-mos que desarrollar nuestros análisis den-tro del marco de lo que llamo "sistemas históricos", es decir de unidades de larga escala, que son realidades de larga dura-ción y que implican cambios sociales que poseen un carácter sistémico, esto es, que tienen una vida histórica que se encuentra gobernada por un conjunto de procesos que podemos analizar y que se mantienen uni-dos porque incluyen una significativa y per-manente división del trabajo. Estos siste-mas son históricos porque evolucionan constantemente, y son sistemas porque re-producen continuamente ciertos patrones de conducta. Esto significa, ante todo, dos cosas: que dichos sistemas históricos tie-nen límites espaciales, aún si estos límites están cambiando todo el tiempo. Y tam-bién tienen límites temporales, es decir, que

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tienen un comienzo, una determinada evo-lución, y finalmente una crisis terminal.

Por ejemplo, yo pienso que hoy estamos viviendo en un sistema-mundo que he cali-ficado como una "economía-mundo capi-talista". Actualmente, este sistema-mundo cubre el espacio de todo el planeta. Pero cuando se originó, hace unos 500 años, sólo cubría un segmento relativamente peque-ño del globo terráqueo. '¿Por qué discuti-mos aún sobre Carlos V? No puedo hablar por otros, pero para mí Carlos V es im-portante en la medida en que simboliza una elección histórica crucial que Europa occi-dental tomó en el siglo XVI. Ya que en los comienzos del sistema-mundo, hubo fuer-zas que buscaban consolidar a la naciente economía-mundo capitalista frente a otras fuerzas que, en cambio, buscaban transfor-mar a esa Europa Occidental en un nuevo Imperio-mundo clásico. Y ésta ha sido una de las tensiones constantes dentro del mo-derno sistema-mundo. Carlos V falló en su intento de crear esa suerte de nuevo Impe-rio-mundo. Si hubiese triunfado, no ha-bríamos conocido nunca el moderno sis-tema-mundo que hemos visto. Y digo esto sin ningún trazo de juicio moral. Porque no estoy del todo seguro de que el mun-do esté mejor debido al fracaso del in-tento de Carlos V. Simplemente subrayo que se t rató de un viraje histórico de enorme importancia.

El análisis de Carlos V, nos recuerda el carácter impredecible de esas elecciones históricas. Porque cuando los sistemas en-tran en crisis se abren periodos de caos y situaciones de bifurcación. Entonces se impone optar por una elección. Una vez realizada esa elección, ella deriva en la cons-

titución de un sistema nuevo, que tiene una vida propia, con sus ritmos cíclicos y con sus tendencias seculares. Más adelante, en cierto momento de su vida histórica, cuan-do esas tendencias seculares han llevado a ese sistema lejos de la situación de equili-brio, los ritmos cíclicos dejan de ser sufi-cientes para mantener al sistema dentro de un orden razonable de reproducción, y en-tonces el sistema entra en crisis. Yo creo que hoy, nuestro sistema histórico actual-mente vigente está atravesando justamente esta etapa de su crisis terminal, pero no argumentaré al respecto en este ensayo. 4

Los historiadores tienen una responsa-bilidad adicional en estos tiempos de crisis sistémicas. Para ser honesto, pienso que lo que los historiadores hacen en los perio-dos del funcionamiento normal de los sis-temas sociales históricos no es en general demasiado relevante. Porque ellos pueden tratar de legitimar al sistema, o a los regí-menes, o pueden en cambio tratar de criti-carlos. Pero en ambos casos puede que sean ampliamente ignorados, o también margi-nados en favor de las alternativas de fuer-zas que son mucho más poderosas. Así que se pide a esos historiadores una cierta do-sis de objetividad, pero no demasiada. Y así su habilidad para navegar bien entre los bancos de arena de las diversas y encontra-das demandas que compiten en sus recla-mos hacia ellos, es sin duda muy impor-tante para los mismos historiadores y para su propia autoestima. Y también es impor-tante, hasta un cierto punto, para las auto-ridades políticas. Pero un historiador que se dedique a analizar el papel que a lo largo del tiempo han jugado históricamente esos mismos historiadores no puede ser otra cosa

4 Veáse mi libro, Utopística o las opciones históricas del siglo XXI, Siglo XXI Editores, México, 1998.

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más que escéptico respecto de la relevan-cia real de ese mismo papel.

Pero si efectivamente estamos hoy den-tro de una crisis sistémica, entonces la si-tuación es bastante diferente. Porque por definición, un sistema en crisis es muy di-ferente a un sistema que está funcionando bien: en este último, las fluctuaciones son relativamente estrechas, y los esfuerzos de los individuos son en general muy limita-dos en sus efectos. Sin embargo, en una situación de crisis, las fluctuaciones son grandes, y en consecuencia cada esfuerzo individual tiene un gran impacto, que al

final determina qué rama de la bifurcación habremos de recorrer. Así que de pronto, lo que escriben los historiadores se vuelve algo cargado de enormes consecuencias. A partir de este momento, sus "verdades" afec-tan las decisiones que toma el pueblo. Sú-bitamente, las tareas científicas que son también tareas políticas y morales se con-vierten en tareas enormes. Y si en esta si-

tuación, nosotros componemos o recom-ponemos el pasado, la historia se vuelve realmente un instrumento. Cui bon (¿útil para quién?).

Concluyo con una afirmación que Pie-rre Chaunu incluyó en el Prólogo de su li-bro sobre Carlos V: "Este libro sobre la España de Carlos V no puede ser, quizá, to-talmente imparcial —sin embargo, ¿qué es la imparcialidad?— pero por lo menos él trata de comprender, de explicar el pasado por el presente, y el presente por el pasa-do, en el marco de la solidaridad de las generaciones que trabajan a partir de sus respectivas herencias. Nos hemos esforza-do por ser coherentes. Pero no disimula-mos para nada nuestras simpatías". 5

Los historiadores deberían de escuchar este llamado a la coherencia que sin em-bargo no esconde ni sus valores ni sus pre-ferencias. Y también esos historiadores deberían de asumir la tarea de contribuir a la construcción de la verdad dialógica.

5 Pierre Chaunu, L'Espagne de Charles Quint, 1ere. Partie, París: S. E. D. E. S., 1973, p. 15.

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El hilo DE ARIADNA

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El hilo de Ariadana

Todos somos como una suerte de Teseos modernos, cuando nos enfrentamos al laberinto complejo del verdadero análisis

crítico de la realidad histórica y del mundo de lo social. Y si lo que queremos, es entender esa realidad no solamente en su

limitada y superficial positividad inmediata, sino también en su siempre inquieta y creadora negatividad, nos hace falta ese hilo de Ariadna de la perspectiva crítica y a contrapelo de los

hechos, fenómenos y procesos que el Minotauro del poder, el sometimiento y la dominación, resguarda para

que se mantenga igual el injusto orden social existente.

Por eso esta sección será una cantera siempre abierta de nuevas pistas, de permanentes búsquedas, de audaces tentati-vas y de constantes ensayos para poder acercarnos a ese 'lado malo de la historia' por el que irrumpe siempre el cambio, y por el que irrumpe siempre el cambio, y por el que se cuelan

todo el tiempo esas Contrahistorias subversivas que aquí habrán de encontrar tanto su foro, como también uno de los

mejores lugares de cultivo y de vasta proyección.

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Paradojas de la

Historia Contemporánea*

LA historia contemporánea está en virtud de su propio objeto de estudio, atravesada más que cualquier otra por todas las diferentes perspectivas de las ciencias sociales, por las miles de interro-gantes de la conciencia presente. Es para-dójico entonces que, por lo menos en Ita-lia, esta historia contemporánea se presen-te como la más repetitiva de todas, como la menos innovadora. Estaría uno tentado a pensar que el historiador de la época con-temporánea parte de un sistema concep-tual de certezas casi absolutas, y que consi-dera el trabajo del historiador no como una operación analítica capaz de descubrir nexos significativos y de proponer interpretacio-nes, sino más bien como una operación política que estaría subordinada a sus cer-

tezas teóricas, es decir, a una interpreta-ción general preexistente que él estaría obli-gado a mantener y sostener o cuando mu-cho sólo a enriquecer.

De este modo, el estatuto de la historia no es sometido, ni siquiera mínimamente, a ninguna discusión: el historiador es un especialista que debe explicar el pasado, y responder a la pregunta banal de "cómo es que hemos llegado hasta aquí". Pero hasta aquí, quiere decir ¿hasta donde? El adver-bio es de hecho intrínsecamente optativo y capaz de determinar elecciones de impor-tancia absoluta: la sociedad democrática, el capitalismo maduro, el Partido, la van-guardia. Imaginemos por ejemplo el día siguiente a una catástrofe nuclear. Es claro que la pregunta sería la misma, pero es fá-

* Este ensayo de Edoardo Grendi fue publicado originalmente en italiano en el libro Dieci interventi sulla Storia Sociale, Ed. Rosenberg & Sellier, Turin, 1981, pp. 67-74. Edoar-do Grendi, uno de los padres fundadores de la corriente de la microhistoria italiana, es un autor que, a pesar de su enorme relevancia intelectual, es prácticamente desconocido en México, y también muy poco conocido en general en el mundo de habla española, con la única excepción del caso de Argentina. Hasta donde sabemos, es este el primer texto que se publica en México de tan importante historiador italiano. Contrahistorias edita enton-ces este interesante ensayo de Grendi, que critica centralmente las insuficiencias de ciertos modelos macrohistóricos y que problematiza con agudeza las posibilidades de la rama de la historia contemporánea, en el ánimo de coadyuvar a la incorporación, dentro de nuestros ámbitos historiográficos mexicano y latinoamericano, de sus principales contri-buciones. La traducción del italiano al español es obra de Carlos Antonio Aguirre Rojas.

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cil intuir que la elección de aquello que es importante sería diferente, o por lo menos esto podemos augurar a los eventuales so-brevivientes.

La noción del "hasta aquí" es siempre una noción retórica, igual que es retórica su proyección educativo-política: se asume que el individuo, el escolar, el ciudadano, aumentarán en algunos centímetros su con-ciencia si tienen conocimiento de "cómo hemos llegado hasta aquí". Una noción re-tórica decía, en cuanto que tiene una capa-cidad de dilatación infinita, tanto en el es-pacio como en el tiempo retrospectivo de la "gran historia", y en tanto que postula una elección de escala que no es reversi-ble, tanto más asombrosa cuanto más es claro que el único "hasta aquí" histórico simple, es el de la personalidad del indivi-duo singular, el de la propia biografía.

La civilización se convierte en cambio y de una manera subrepticia en el sujeto del análisis, y la visión retrospectiva de esta civilización es el desarrollo, sea cual sea el signo de este último, positivo o negativo, y sean cuales sean sus contradicciones. Y esta selección teleologica del tema de la civili-zación procede normalmente como una especie de bulldozer: es perfectamente con-gruente con la curricula de la educación (y con sus alineamientos políticos), y además asimila y unifica en las celebraciones de síntesis los milenios de la conquista cultu-ral: la matemática de los babilonios, la filo-sofía y el arte de los griegos, las leyes de los romanos, los arzobispos, monjes, merca-deres del Medioevo; el arte y la política del Renacimiento, los descubrimientos geográ-ficos, la revolución científica, la revolución política, la revolución industrial, la revolu-ción proletaria.

En la práctica, se trata de una propuesta de aculturación a nuestro eurocentrismo más común: este es el verdadero sentido

político de la historia como una disciplina institucional. Y el historiador es el clérigo de esta institución, un clérigo que se pone "científicamente" al abrigo, proclamando que la historia, de cualquier manera, debe de ser escrita nuevamente en cada genera-ción. El mecanismo de la selección cultu-ral opera de un modo perfectamente para-lelo al mecanismo de la exclusión. La op-ción de la gran escala espacio-temporal res-ponde muy bien a esta exigencia. Cualquier sistema social adquiere de hecho, dentro de una prospectiva interpretativa diacróni-ca, su propia supraracionalidad, la que de-riva de la distribución del poder al interior del propio sistema. Sea cual haya sido la conflictualidad, lo que cuenta en esta vi-sión es su éxito, y esto responde a la lógica de una organización post-factual de los acontecimientos.

Curiosamente, podemos así imputarle al historicismo un defecto análogo a aquel que se ha imputado al funcionalismo. "Todo se sostiene mutuamente entre sí", tanto en un caso como en el otro: mientras en la clave de lectura funcionalista se organiza "todo lo empírico" según la teleología del equilibrio, en la clave de lectura historicista se organizan teleológicamente las jerar-quías de relevancia (los Estados, las rela-ciones de producción) según una sucesión lógica, expulsando el resto, y limitándose así a simplemente registrar la conflictuali-dad (afirmada pero nunca analizada).

Los contemporaneístas aparecen enton-ces como las víctimas predestinadas de este estatuto de la historia, aun cuando no prac-tiquen la ejercitación señalada como "ca-balgata a través de los siglos": la verifica-ción puntual está en el hecho de que ellos responden muy raramente a las interrogan-tes del presente (las que han sido exorciza-das como pertenecientes al "campo de las ciencias sociales"), privilegiando invariable-

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mente sólo uno de esos presentes, el ideo-lógico-político. No es una casualidad que cuando no son ellos mismos diputados, o ministros, o síndicos, estos historiadores contemporáneos están ampliamente invo-lucrados dentro de las instituciones de la información (periódicos, televisión), lo que enfatiza la impor-tancia del mundo de los Partidos y de la política, que aspira así, para-dój icamente , a una hegemonía también cultural. Y el macro-teleologismo historiográfico es el punto de conexión de toda esta homogeneidad.

Pero consideremos empíricamente el tra-bajo histórico corriente. Es mucho más nor-mal y frecuente que sean los historiadores medievales y modernistas los que escogen los temas diferentes, los que abren nuevas canteras de investigación, es decir, los que descubren nuevas fuentes y nuevos sujetos de estudio, los que verifican hipótesis y pre-guntas nuevas, y los que renuevan a veces, a partir de la inspiración de disciplinas hermanas, el aparato conceptual y las in-terpretaciones. El estándar científico del trabajo se encuentra, en este caso, referido a su calidad analítico-imaginativa, capaz de elevar el estudio singular para darle un va-lor ilustrativo general. No está aquí en cues-tión una síntesis que no se llevará a cabo, y el trabajo de un historiador puede ser dis-cutido, impugnado o imitado, pero no re-elaborado en cada generación.

La historia resulta así redimensionada en tanto que experiencia cognoscitiva que es equivalente a cualquier otra, con los mismos elementos de gratuidad, la misma amplitud de opciones temáticas y la posi-bilidad absolutamente libre de seleccionar y de organizar sus criterios de importan-

cia. Por lo demás, no está claro por qué el historiador debería de condenarse a una perpetua esquizofrenia: ocuparse primero de catastros, de fuentes criminales o de huelgas individuales, y después volver a rehacer y repetir el enésimo Manual, vol-viendo a contar el acostumbrado periplo de

la historia del hombre a tra-vés de los si-glos. Y por lo menos en este caso, estamos en presencia

de un contraste entre diferentes estatutos de la historia. Pero en cambio el historia-dor contemporaneista parece ignorar has-ta esta antinomia: el mismo episodio indi-vidual está ya, hasta tal punto cargado de valoraciones ideológicas, que incluso ya no interesa en tanto que tal episodio, y por ende ya no puede convertirse en un campo específico de análisis.

Dentro de este campo de la historia con-temporánea, la diferenciación entre inte-rrogantes más relevantes y menos relevan-tes se encuentra ya establecida, y por lo demás, el esquema de esa relevancia expli-cativa está ya predeterminado. Y también podemos hablar, creo, de un cierto condi-cionamiento ideológico, a condición de que no se entienda esto equivocadamente como una acusación de parcialidad, y más bien se tenga presente que la crítica está referi-da sobre todo al tipo de orientación men-tal que la ideología representa, en tanto una cierta forma de omnicomprensividad de categorías que están ya listas para su uso, es decir, listas para el encuadramiento de los hechos y de los fenómenos históricos. Los temas son entonces exclusivamente lo événementielle, la institución o el debate ideológico: y todo ello dentro de una es-tructura analíticamente agotada y domina-

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da por las clases y por los Partidos, que reproduce dentro de este ámbito el debate político, es decir, una de las manifestacio-nes culturales más deprimentes de nuestro tiempo (los discursos de Aldo Moro, las entrevistas de Berlinguer, entre lo esotéri-co y lo oracular).

Se dirá, a propósito de esta orientación macroteleológica, que toda sociedad civil es autocelebrativa, y esta misma idea es válida también para toda Institución, la que es cómplice interesada de aquel etnocen-trismo del cual deriva su propia autojustificación. Y la historia, y sobre todo la his-toria contemporánea, está involucrada en esta celebración de "ídolos". No se trata aquí de oponer el macroanálisis con el microanálisis. Porque nadie querrá negar el significado del macroanálisis, sobre todo en una época en la cual las estructuras de interdependencia de los fenómenos diver-sos, en la escala mundial, aparecen tan evi-dentes, siendo los soportes analíticos de referencia de algunos de los modelos inter-pretativos de la politología y de la econo-mía actuales.

Pero en cualquier caso, se aceptará tam-bién que la función de la modelística no es la de simplificar mecánicamente, reducien-do realidades de relaciones a simples nexos de causa-efecto: porque en la medida en que un modelo es válido, en tanto que pro-pone una articulación de distintas variables, entonces es claro que los objetivos analíti-cos se alcanzan sólo reconstruyendo rela-ciones en cadena, que no deduzcan los cam-bios a partir de los impactos externos, sino que los verifiquen críticamente dentro del cuerpo social y cultural, que es justamente el sujeto de la propia transformación.

El tema de la economía-mundo hoy tan exitoso, argumentado por Braudel como el mejor motivo de un macroanálisis históri-co (y, no casualmente, convertido en serie

de televisión por los medios de comunica-ción, en una sucesión de imágenes admi-rativas sobre el Hombre Europeo), corre el riesgo, en mi opinión, de terminar re-solviéndose en un gran fresco de racionali-zaciones posfactuales, digamos, en una geopolítica descriptiva del intercambio des-igual, que no llegaría a plantearse el pro-blema del cambio social, problema que no obstante ha planteado a los economistas del crecimiento todo el espesor de las realida-des socioculturales ("etnológicas").

La perspectiva de la gran escala en lo que se refiere a la cuestión del espacio, combinándose con la que se refiere al tema del tiempo, parece fatalmente proponer una teleología de la "civilización", con finalida-des ideológico-políticas. Y la institución educativa se encarga de transmitir la visión confortante de esta pseudoconciencia: en-tendida como una "misión" y no según es-quemas de hipótesis-verificación didácti-cas. Y es desde este punto de vista que el historiador se convierte en clérigo, y que su rol como aculturador se expande uni-versalmente en tanto corifeo de las institu-ciones y de la sociedad civil.

Las ambigüedades de un tal rol son in-agotables. El novelista quiere ser leído, pero en este caso la elección es algo voluntario; en cambio el científico se mueve entre la elaboración analítica y la verificación em-pírica: y en la medida en que se encuentra marginalizado, no obstante, su rol parece encontrar un consenso unánime. El histo-riador, en cambio, oscila entre el carácter gratuito de un trabajo sin lectores y la ridi-cula sacralidad de un educador general que se sustrae a la verificación concreta de su función didáctica. Y esto es posible por la existencia de un genérico consenso retóri-co, totalmente superficial.

Fuera de estas antinomias, me parece que valdría la pena desarrollar las implica-

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ciones de un estatuto alternativo para la historia. Por lo que corresponde al merca-do, el ejemplo francés sugiere que el públi-co prefiere privilegiadamente historias par-ticulares, historias de episodios singulares y de ciertos momentos, biografías, es de-cir, que en cierto modo asimila al historia-dor al papel del novelista. Y sobre el terre-no de la didáctica, se debe observar que ninguna materia dentro de la enseñanza se encuentra más lejana de la fórmula del "la-boratorio" de lo que se encuentra la histo-ria, la que propone una confrontación con una narración que no puede descomponer-se, como sí se descompone un texto litera-rio, y que tampoco es susceptible de ser lógicamente discutida, como sí se discute un texto filosófico.

Las alternativas a esta situación son, entonces, o la tradicional acentuación prag-mática del protagonismo, o el ejercicio complejo que llega hasta sí mismo, o la sim-ple solicitud de curiosidades: todas ellas operaciones confiadas al capricho (o inclu-so a la flojera) del propio docente. Pero es probable que la historia que posee un esta-tuto analítico podría llegar a constituir el nuevo referente idóneo para una verdade-ra refundación de la didáctica. Y esto vale también para la sociedad contemporánea, en donde la retórica se convierte en com-plicidad (es decir, en estupidez y en prove-cho oportunista).

La propuesta del microanálisis históri-co tiene aquí, claramente, un sentido pro-vocador, o por lo menos, como se ha visto, un cierto efecto de provocación. Observe-mos, además, que está ya en marcha un cierto movimiento de convergencia de dis-tintas aproximaciones hacia este nivel mi-cro: cito, por ejemplo, el reciente boom de la historia de la familia, o el modelo de una historia social concebida como prosopografía generalizada, o las técnicas de estu-

dio fundadas sobre el análisis de los microepisodios y sobre la reconstrucción de las biografías ilustrativas, o también las "historias de vida". Un episodio singular de alguna crónica puede también proveer elementos para la determinación de las es-tructuras de una sociedad: lo que equivale a decir que lo repetitivo, es decir la estruc-tura, no está determinada por las matemá-ticas y por el número, ya que normalmente estos últimos se apoyan sobre elementos que son ajenos a los procesos de relación. Y en este sentido, hace falta redescubrir toda la utilidad de las fuentes cualitativo-narrativas, es decir, de las crónicas del pasado.

La elección de la escala del microanáli-sis está determinada justamente en función del sujeto analítico propuesto, es decir, de las relaciones interpersonales: y esto vale tanto para los grupos sociales como para la comunidad. La opción por esta última, que constituye el nexo de correspondencia en-tre agregado social y espacio, ha sido elegi-da en función de una más completa recons-trucción de las estructuras de dependencia internas, aunque reconozca que se mantie-nen en pie para este fin también la relevan-cia crucial de los roles de mediación con la sociedad externa. Y aquí la fidelidad al con-texto tiene un significado heurístico preci-so: ante todo para los fines de la recons-trucción de la estructura social en térmi-nos dinámicos, que postula un sistema de roles y de roles innovadores permitiendo así estudiar concretamente el cambio social.

En segundo lugar está el análisis de la estructura política, que se encuentra vin-culada a una compleja relación constituida por sentimientos de identidad colectiva, por símbolos de prestigio, por ciertas cargas encubiertas, por grupos formales e infor-males de gestión del universitas y de la co-munidad, por alianzas a partir de vínculos de parentesco y familiares, a partir del ele-

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mento primario de la instalación de la po-blación. En tercer lugar, se ubican las tran-sacciones económicas, que involucran ser-vicios y bienes y que presuponen, igual que las otras relaciones, continuidades, fractu-ras, o compensaciones en el tiempo.

La proyección sobre estas relaciones económicas del modelo mercantil (deman-da/oferta=precio) supone un procedimien-to de abstracción que se construye de acuerdo a tres prospectivas ficticias: 1) la ficción de que se trata de una situación tem-poralmente determinada; 2) la ficción de que la transacción es el resultado de una confrontación específica; 3) la ficción de que tal confrontación no tiene determina-ciones espaciales. Partamos de la hipótesis de que la transacción tiene por objeto un bien producido, planteándose así el pro-blema de una relación entre productor y comerciante: entonces es claro que la preventa, la venta vinculada, las compensacio-nes entre débito y crédito, etcétera, am-plían estas transacciones hacia una dimen-sión mayor que es la del tiempo medio, como también es claro, por otra parte, que la razón del cambio está en función de esta profundidad de esas mismas transacciones, en una circunstancia en la que no están pre-sentes alternativas importantes de otras opciones fuera del área social de este mis-mo intercambio. Y es por todos estos ele-mentos que esta evidencia de una transac-ción asume un significado revelador del conjunto de la estructura social, entendida esta última no por casualidad también como una pirámide de rentas.

En cuarto lugar, está también la cultura. La continuidad o la renovación de las for-mas expresivas colectivas plantean cierta-mente un problema porque se trata de com-prender sus significados, pero el problema central es el de la función del fenómeno expresivo y por lo tanto de su significado

sociocultural contextual: sólo de este modo podemos captarlo como una orientación de valores. Naturalmente, tal expresividad no es solamente palabras, o gestos, o ritos, es también acciones sociales, violencias co-lectivas, formas de organización.

Ciertamente, la importancia de estas te-máticas no se refiere solamente al ámbito de los estudios del Antiguo Régimen. El significado de estas temáticas se encuentra de hecho en un coherente proceso que re-plantea al propio sujeto histórico: un nue-vo sujeto histórico que si no es siempre la comunidad (que puede ser una comunidad de productores industriales-textiles, o de mineros, etcétera.), sí lo es ciertamente el grupo social —grupo social en el que se trata siempre de un tejido de relaciones in-terpersonales insertas en contextos socia-les más amplios.

Y todo lo que hemos dicho sobre la tran-sacción de un bien producido vale también para la mercancía-trabajo. ¿Diremos acaso que el precio/salario está fijado por la de-manda/oferta de trabajo? Es cierto que no puede ser ni probado ni tampoco negado que el elemento de una elección voluntarista entra también dentro de la determi-nación del nivel del salario. Por lo demás, demanda y oferta se confrontan en una red de relaciones interpersonales: de una par-te, formas diversas de delegación y de sub-arrendamiento a terceros; de la otra, los mecanismos muy humanos de la inmigra-ción y de la admisión, más o menos liga-dos entre sí. Y todo esto crea la oportuni-dad de la intermediación, que es un tema inesperado. El proletario es, por un lado, también un trabajador deslocalizado, y esto le ofrece la opción de encontrar una con-tinuidad referida a su ambiente de tra-bajo, especialmente a la fábrica, que le otorga entonces la ocasión para una so-cialización específica, sea en el nivel del

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grupo de calificación, sea en el nivel de agregados más amplios.

Formalmente tenemos siempre varias relaciones entre personas que debemos re-construir, tanto en sentido vertical como horizontal, lo que equivale a realizar un análisis dinámico de la estructura social. Mucho más que una teoría general de las clases sociales, el historiador lo que debe intentar verificar es una teoría de los gru-pos sociales. Los mo-delos que se le presen-tan para esta última ta-rea son altamente for-males: y esto precisa-mente para permitirle aquel amplio encuadramiento del conjun-to de las evidencias empíricas (etnológicas) necesarias para ser capaz de llevar a cabo las necesarias construcciones morfológicas.

No es una casualidad que una de las pro-puestas de historia social más sugestivas y discutidas, haya sido y continúa siendo aquella que se refiere a las relaciones entre grupo familiar (o grupo de residencia) y grupo de trabajo, sea referidas a una situa-ción regional de protoindustrialización, o sea, sobre todo, con referencia a la situa-ción de la industrialización. Ya que, en efec-to, el estudio de los grupos sociales impli-ca el análisis complementario de su propia cultura. Y respecto de este punto, es posi-ble observar un singular paralelo entre el uso de la categoría de mercado de trabajo y el uso de la categoría de conciencia de clase, en el sentido de que su simple evoca-ción parecería agotar los objetivos de la investigación, es decir, bloquear toda ulte-rior exploración analítica: una circunstan-cia que resulta asombrosa si se considera que, a la luz de un buen sentido de las co-sas, no es pensable la atribución de una calificación tan típicamente cultural como es la de la "conciencia de clase" fuera de

un estudio de los comportamientos, com-portamientos que a su vez sólo pueden ser derivados de la presencia realmente actuan-te de ciertos valores sociales.

No por casualidad emerge entonces este problema histórico de la cultura, tan difícil para nuestro historiador contemporaneis-ta, que se encuentra gobernado solamente por una suerte de deseo de etiquetarlo todo, sólo un poco más sofisticada que la que

padece también el político, el que sin embargo vale la pena recordar que se dedica a otro oficio: de donde,

por lo tanto, ese necesario ajustamiento del que deriva el alud de hablar todo el tiempo de una cierta "diferencia" y también la eva-siva referencia a la complejidad de las si-tuaciones —que aparecen tan vaga y tan metafísicamente "complejas", precisamen-te porque no han sido verdaderamente con-sideradas de una manera analítica.

Mercado, Estado, clase, conciencia de clase... estas son las categorías de la macrohistoria cuya apología suena como aque-lla de la explicación "en última instancia" o "fundamental" —lo que vale como una suer-te de traducción, no demasiado disimula-da, de una previa elección en términos de la asunción de una cierta jerarquía de lo que es importante. De hecho, aún si admi-timos una función comprehensiva del mer-cado, eso no justifica el determinismo de-rivado a partir de este reconocimiento: la acción social, igual que la acción indivi-dual, comporta siempre una elección opta-tiva en el ámbito de alternativas limitadas, elecciones que constituyen "la fábrica de la realidad social y psicológica del hombre". Y de esta fábrica, el mercado no es más que un sólo componente. Ésta me parece la perspectiva de una coherente inmanen-

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eia, aquella que es capaz de resolver la se-ñalada ambigüedad de algunas categorías interpretativas, como por ejemplo la de la "adaptación".

Algo que normalmente se objeta al microanálisis histórico es que no se puede explicar el comportamiento de un grupo aislándolo. Pero debemos recordar que la reivindicación del microanálisis parte, jus-tamente, de la necesidad de hacer frente a la tendencia triunfante, que se inclina a explicar el comportamiento de los grupos sociales ignorándolos. La hipótesis alterna-tiva es, precisamente, la de una reconstruc-ción de las configuraciones de la sociedad global a partir de la unidad del grupo-co-munidad, es decir, a partir de la recons-trucción analítica de experiencias colecti-vas: los intermediarios mismos se configu-ran como grupos sociales y, bajo el perfil politológico, la clase dirigente se presenta como una composición y recomposición de diversos grupos.

Una nueva prueba de los daños de la ortodoxia historiográfica la reencontramos en la emergencia de las temáticas "anexas", concebidas como un conjunto de elemen-tos que se encuentran temporalmente fue-ra de las síntesis (y que por lo tanto, ten-drían que ser posteriormente asimilados o reintegrados). Así, por ejemplo, el tema de lo "privado" repercute dentro de toda la historiografía: la vida cotidiana, la menta-lidad, las mujeres.. . otros tantos campos de especialización, que sería necesario re-mitir de cualquier modo al fundamento común del contexto sociocultural. Y es a este último espacio de referencia, al con-texto, que responde justamente la hipóte-sis de principio sobre la unidad sociocul-tural que es el grupo-comunidad.

En este sentido, el reclamo de un mi-croanálisis histórico es válido como la medi-

da de una posible coherencia fuerte de una metodología general para la historia social.

E insistamos en la hipótesis de que los resultados de la microhistoria podrían lle-gar a representar algo muy cercano de aquel modelo de didáctica-laboratorio que esta-mos tratando de alcanzar. El elemento-guía es la referencia a un cuadro social global, cuyo tratamiento implica elaboraciones teó-ricas formalizadas, junto a la construcción de cuadros morfológicos, y también a la síntesis entre la lógica histórica y la aten-ción al individuo y al episodio.

¿Quién nos dice que la mente del ado-lescente y del joven (e incluso del adulto) está satisfecha, o que más bien se vería es-timulada a partir de las síntesis interpreta-tivas periódicamente revisadas, las que más bien deberían de enriquecer la conciencia histórica y ciudadana (la aproximación es común) del alumno? ¿Y por qué no?

Lo que realmente es importante en tér-minos del sentido histórico, es la concien-cia de las dimensiones socioculturales que son diversas respecto de la cultura social en la cual nosotros vivimos: reencuentros po-sibles para ponderar un poco más a fondo la especificidad del presente. Y este es, en mi opinión, el sentido profundo de una conver-gencia entre formación histórica y formación antropológica. Todo esto me parece sobrio y sensato. Y es todavía indicativo del univer-so mental de algunos historiadores contem-poraneistas que la historia social se haya conectado con el tema de la Autonomía: lo que, viendo más de cerca las cosas, vale también como una feliz e inesperada con-firmación de mi propio diagnóstico.

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UN PROBLEMA DE ESCALA *

1. ¿Cómo puede un historiador estudiar y describir sistemas de grandes dimensiones, pero sin perder de vista la situación concreta de la gente real y de su vida; o viceversa, cómo puede describir las acciones de una persona y su concep-ción limitada y centrada sobre el ego, pero sin perder de vista las realidades globales que pesan en torno de esa misma persona? Es un problema antiguo, que ha contribui-do de una manera determinante a mante-ner indefinido el estatuto científico del ofi-cio de historiador. E incluso, la imagen misma que en el exterior se tiene de nues-tro trabajo, aparece como algo contradic-torio. Algunos científicos sociales tienden a considerar a la historia como si ella fuese consustancialmente incapaz de teoría, y por lo tanto, de generalizaciones:

"La diferencia entre el estudio his-tórico de las instituciones soc ia -les y su estudio teórico, puede ser fácilmente observada si distingui-

mos entre investigación ideográ-fica e investigación nomotética. En una invest igación ideográf ica, el objetivo es el de establecer como acep tab les c ie r tas proposic iones par t iculares o actuales . Mientras que una investigación nomotética tiene, por el contrario, el objetivo de llegar a proposiciones genera -les aceptables" (Radcliffe-Brown, 1977, pp. 11-12).

Otros, en el extremo opuesto, tienden a considerar a la historia como una discipli-na incapaz de contener en sí, de explicar y de contar, las vicisitudes individuales; dado que lo irrepetible no tendría leyes:

"La ciencia histórica nos deja en la incert idumbre r e spec to de los individuos. Esta ciencia revela so-lamente en qué puntos esos indi-viduos estaban en relación con las acciones generales... en cambio el arte se coloca en el extremo opues-to de esas ideas generales, porque él no describe más que lo indivi-

* Este ensayo de Giovanni Levi fue publicado originalmente en italiano en el libro Dieci interventi sulla Storia Sociale, Ed. Rosenberg & Sellier, Turin, 1981, pp. 75-81. Se trata de uno de los textos más importantes desde el punto de vista metodológico de la propuesta microhistórica italiana. Sin embargo no ha suscitado el interés que ameritaría entre los especialistas dedicados a estos problemas. Contrahistorias lo rescata para sus lectores. La traducción del italiano al español es de Carlos Antonio Aguirre Rojas.

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dual, no desea más que lo único. El arte no clasifica; más bien des -clasifica" (Schwob, 1972, p. 13).

No quiero, ciertamente, ilustrar la his-toria nunca resuelta de un problema como éste, sino más bien avanzar algunas re-flexiones sobre el problema de la dimen-sión, de la definición de un área oportu-na como objeto de estudio, que sea ca-paz de asumir el problema de la escala de los fenómenos como algo relevante.

Me ha causado mucha sorpresa, en es-tos últimos tiempos, la hostilidad con la cual los historiadores italianos han aco-gido la aproximación microanalítica: la presunta petulancia de la microhistoria ha sido interpretada, demasiado fácil-mente, como si ella representara sólo un interés renovado por ciertos contenidos cotidianos e impalpables, y ello en con-tra de un modo de hacer historiográfico tradicional, que estaría más bien atento a los grandes cambios y a los grandes acontecimientos.

Mientras que, de lo que aquí se trata en realidad no es de la relevancia que tie-nen los objetos que se estudian, sino más bien del modo en que esos objetos son insertados en su propio contexto: la fra-gilidad de los mecanismos causales que los historiadores utilizan se encuentra li-gada al hecho de que sus investigaciones se desarrollan "a partir del nombre del asesino", y también de que las causas se convierten en un campo de opinión que no puede tener verificación alguna, por-que los hechos permanecen siempre igua-les, como algo que es indiferente a las premisas, a los orígenes, e incluso a esas mismas causas descritas. Y es dentro de esta misma lógica, creo, que para noso-tros los historiadores ha sido fácil llevar a cabo una asimilación superficial de los instrumentos de las otras ciencias socia-

les. Y también es por esta vía que los con-ceptos macrosociológicos se han instala-do, sin modificarse para nada, dentro de nuestra manera de explicar las cosas: la verificación era, desde este punto de vis-ta, imposible, si en cada experimento las consecuencias estaban ya incluidas en el propio punto de partida.

2. Aquello que tal vez ha sido más olvidado y más dejado de lado

es el mundo de las relaciones interperso-nales, las que pueden contribuir a defi-nir el conjunto de las estructuras y la rea-lidad en la cual los acontecimientos ex-ternos e internos i r rumpen: cada caso concreto dará una respuesta diferente, in-cluso en el largo plazo, respuesta que será comprensible sólo si hemos definido de una manera no mecánica y no externa a ese contexto.

Para dar un ejemplo: estamos habitua-dos a considerar generalmente como vá-lido el modelo de Marx de la transición del feudalismo al capitalismo. La lenta fase de la acumulación primitiva, la ex-propiación de los pequeños productores, la aparición de un empresario capitalista que sustituye al gran propietario feudal. Pero existen, obviamente , diferencias nacionales o regionales. Y me parece que actualmente se puede ir un poco más allá: es decir, que ahora se puede medir más sutilmente el efecto de un proceso am-pliamente difundido, que por sí mismo y asumido como un fenómeno general, no explica la variedad local de los com-portamientos políticos sucesivos.

De este modo, estudiando el fracaso de un empresario capitalista, que ha sido poco atento al tema de la solidez cultural y polí-tica de la organización social clientelar de una comunidad piamontesa del siglo XVIII

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(la comunidad de Felizzano), he tratado de demostrar la relevancia de un microanálisis que asumiese como central las redes sociales comunitarias: con lo cual era posi-ble explicar, entonces, tanto el fracaso de un empresario que no había sabido inser-tarse coherentemente en el tejido social lo-cal, como también las consecuencias de ciertas actitudes políticas de larga duración (como la del voto conservador, en una zona

económica homogénea que sin embargo es-taba normalmente orientada hacia la iz-quierda), inducidas en parte también por la victoria remota de la nobleza local, que aquí sustituye ai señor feudal pero que im-pide la transformación capitalista de las re-laciones sociales.

Aunque es cierto que explicaciones de este tipo, no tienen tanto la función de esclarecer el nacimiento asfixiante del ca-pitalismo en los campos italianos, ni pre-tenden tampoco proponerse como generalizables. En cambio, aquello que si es generalizable es el uso de ejemplos como estos, porque ponen en el centro de la observación problemas antes descuida-dos, y porque permiten mostrar como la aparente uniformidad de las comunida-des del Antiguo Régimen, y el aparente carácter mecánico de la transformación capitalista, ocultan una extraordinaria variedad de formas, llenas de consecuen-cias, y en las cuales las ya mencionadas redes de relaciones interpersonales tie-nen una importante fuerza explicativa.

3. Si no se afronta el problema de la dimensión que es adecuada

para examinar los fenómenos históricos, se tiende a caer en mecanismos automá-ticos de explicación basados sobre dos premisas que no son neutras: la primera es que las situaciones locales, o las situa-ciones personales, no son más que el re-flejo —por lo que se refiere a aquello que

es realmente relevante— del ni-vel "macro", y que, por lo tan-to, esas situaciones sólo pueden ser utilizadas por lo que ellas po-seen de general, o también so-lamente como ejemplos, y ello sólo a falta de una explicación mejor. La segunda premisa es que existe un orden de relevan-

cia que asume como indiscutibles dico-tomías del tipo: ciudad-campo, civiliza-do-primitivo, culto-ignorante, en las cua-les el primer término tiene siempre un predominio sobre el segundo, que deri-va para ese pr imer t é rmino de su co-nexión con el progreso y con el sentido de la historia.

Es un cuadro que tiende a no darle la debida atención a la debilidad de los sis-temas de poder, porque descuida la fuer-za de las respuestas y de las inercias, y también las modificaciones que son in-troducidas en los compromisos elegidos que cada situación individual lleva a cabo sobre las prescripciones que provienen de aquellos que dominan. Resulta así os-curecido, a veces, el significado mismo del ejercicio del poder en la sociedad que estamos estudiando.

La consideración de la pequeña escala se propone, entonces, como un modo de captar el funcionamiento real de meca-nismos que, en un nivel "macro", dejan demasiadas cosas sin explicar. Y la insu-

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ficiencia de esas explicaciones se puede comprobar en los debates sin salida que, continuamente, nos involucran a todos: el consenso popular de apoyo al fascis-mo; una clase obrera que ha asimilado la cul tura de la burguesía victoriana; un mundo campesino arcaico que debe des-aparecer frente al progreso, y temas por el estilo. La escala está aquí evidentemen-te equivocada, porque no puede dar res-puestas sino hasta el momento en el que sea capaz de calar en una situación con-creta, tal vez no generalizable, pero que de cualquier manera sea capaz de permi-tir la elaboración de un instrumental con-ceptual menos burdo que aquel que ha sido construido sobre los agregados de-masiado indefinidos anteriores.

Así, no me parece suficiente, por ci-tar un ejemplo, el hecho de considerar como significativa del conflicto político, durante la época fascista, tan sólo a la lucha abierta: este punto de vista tiende a oscurecer una dimensión que actual-mente ha sido asumida, y que se encuen-tra muy difundida en muchas partes de la historiografía del movimiento obrero americano, es decir, que la medida de la adaptación de la clase obrera a los impe-rativos políticos y económicos debe me-dirse, ante todo, "a partir de las dificul-tades que los capitalistas encuentran en el proceso de imponer a sus obreros las decisiones que no han recibido la sanción de la colectividad" (Gutman, 1979, p. 21).

El efecto de esta perspectiva, es el de trasladar el punto de observación hacia las transformaciones que debe sufrir el sistema de poder para convertirse, por lo menos, en algo soportable. Un punto de vista que permanece oscurecido cada vez que se asume, de manera simplista, que las directivas solamente van desde lo alto hacia lo bajo, y que la única respuesta

de importancia es la del rechazo abierto y total. Y es del mismo tipo, si bien en-cubierta burdamente, y se resuelve en una abierta apología del poder, cada afirma-ción acerca de la total autonomía cultural de las clases populares, una autonomía con-cebida sin puertas y sin ventanas, sin rela-ciones, y por lo tanto incapaz de modificar la realidad y solamente de rechazarla (un ejemplo paradójico reciente se encuentra en Cappelli-di Leo, 1981).

Esto, obviamente, es tanto más verda-dero conforme más se va hacia atrás en el tiempo. Visto desde lo alto, el campo y la ciudad del Antiguo Régimen pare-cen inmóviles, homogéneos, incapaces de influir sobre los cambios sociales, los que así aparecen siempre como propuestos en calidad de modernizaciones que pro-vienen desde el exterior: la gran tradi-ción encarna y modifica, incontamina-da, a la pequeña tradición.

4. Pero el problema no está solamente aquí: seguir los funcionamientos reales y las regularidades no impuestas por el historiador, a través de conceptos externos válidos para todos los usos, no elimina el problema de salir tam-bién de una visión estructural-funciona-lista demasiado rígida, que tamiza las vi-cisitudes individuales, todas ellas en cierto modo "desviadas" respecto de las regula-ridades buscadas. Frecuentemente se ha descrito el mundo popular del Antiguo Régimen como oscuramente gobernado por los poderes fuertes y absolutos de la biología, de la subsistencia, de las insti-tuciones: toda elección parecería estar aquí excluida. Pero desmontar en sus ele-mentos componentes el mundo normati-vo, nos libera del errado y torvo sentido de necesidad que, no sólo las visiones ge-

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nerales, sino incluso también algunas in-vestigaciones microanalíticas, nos han fre-cuentemente sugerido. La hipótesis es en-tonces ésta: ciertamente existen reglas y normas vinculantes; pero se trata de una selva de reglas y de normas que son con-tradictorias entre sí, que se plantean más bien como un cuadro elástico que exige estrategias y elecciones continuas, per-sonales, de grupo, colectivas.

El problema para el historiador no es el de negar la verdad de los mecanismos descubiertos, sino más bien el de inser-tarlos en el contexto —una vez más— de una red menos cons-trictiva que aquella que nuestro sentido común, proclive a resol-ver los problemas del pasado con el passe-partout del progreso, nos permite pensar: debemos tal vez disminuir el peso que el pasado tiene en la simplificación apolo-gética de la acep tac ión del p resente . Nuestros antepasados escogían, luchaban, cambiaban el mundo, dentro de los in-tersticios aún muy amplios del conjunto incoherente de normas que la naturale-za, el poder y las instituciones les impo-nían ambiguamente.

Y aquí nacían infinitas estrategias de defensa y de ataque, cuya importancia histórica no puede captarse si no parti-mos de la asunción de este punto de vis-ta como algo central: no es una lucha en contra del progreso la lucha de la resis-tencia campesina a la introducción del cultivo del maíz, introducción que tras-tornaba los ordenamientos productivos y sociales del campo, en favor de un equi-librio que sin duda multiplicaba las posi-bilidades alimenticias, pero que al mis-mo tiempo favorecía el aumento de la ex-plotación y la enfermedad de la pelagra. Y no son carentes de una importancia car-

gada de consecuencias futuras, las estra-tegias clientelares con las cuales los gru-pos sociales resolvían o afrontaban sus pequeñas y locales relaciones con el Es-tado: el optimismo con el cual se ha atri-buido, de manera moralista, el calificati-vo de atrasado a cada tipo de organiza-ción, de grupo, y de elección de líderes que no coincidiese con el tipo institucio-nal propuesto por los sistemas políticos generales de la sociedad compleja, ha os-curecido la comprensión de los conflic-tos, de las elecciones políticas, y de las

formas sociales que frecuentemente han sido la base sobre la cual las Instituciones y los Poderes han debido poner a prueba y modificar su propio sistema de normas.

Poderes que son intermedios entre el Estado y la comunidad local, poseen to-davía un cierto halo de misterio que no ha sido sometido al proceso de su verifi-cación microanalítica: la Mafia y la De-mocracia Cristiana, la burocracia de Par-tido y su clientela, las Asociaciones reli-giosas y los grupos locales, encuentran su explicación, precisamente, en la rela-ción que une la socialidad de la aldea, del barrio, o del grupo, con el remoto poder central del Estado moderno.

5. Naturalmente no cualquier microanálisis es explicativo; precisamente la escala del problema que uno se plantea es la que nos reenvía hacia una

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correcta dimensión del punto de aplica-ción de la investigación: mecanismos de mercado que trastornan ordenes sociales y productivos en el campo, por ejemplo, deben ser descritos, preliminarmente, en su dimensión mucho más amplia de una familia, de una comunidad, o de una re-gión. Pero el problema permanece: cual-quier fenómeno tiene un cierto impacto sobre los mecanismos sociales, impacto que no solamente puede modificar los efectos de esos mecanismos, sino que también, reclama para ser adecuadamente comprendido, de la verificación local de sus significados, de las resistencias y de las respuestas. Esto me parece evidente en todos los aspectos que tienen que ver con la historia de las instituciones: no es suficiente ciertamente describir las leyes y las normas que las definen. Porque su funcionamiento concreto y su modifica-ción son el resultado de un conjunto de elementos entrelazados que es necesario reconstruir , y que incluyen respuestas locales, modos de aplicación, y conse-cuencias directas e indirectas.

De aquí deriva una consecuencia im-portante que es relativa al modo en que se comunica la investigación. La atención que la escala reducida, elegida por la mi-crohistoria, pone sobre el contexto y so-bre la acción simultánea de los varios sis-temas institucionales y normativos, me parece que permite una más abierta com-prensibilidad de las reglas del juego que sigue el historiador: en cierta forma, los acontecimientos se desarrollan como si sucedieran en un laboratorio, en el cual los elementos individuales están siendo recompuestos, asumiendo una relevancia cuya jerarquía no está definida de mane-ra apriorística, fuera de la propia esce-na. Y no se trata obviamente de reivindi-car una forma de comunicación inmedia-

ta, intuitiva o no controlada: se trata más bien de lo opuesto, y no debe haber res-pecto de este pun to n ingún equívoco, entre un procedimiento de este tipo y ciertas simplificaciones de la exposición y de la narración de las cuales se ha esta-do hablando mucho recientemente.

Muchos de los caminos que hoy son recorridos por la historia social son el fruto de las presiones que ejercen, sobre el trabajo del historiador, ciertas nove-dades conectadas con la crisis de los modos tradicionales de hacer política, o también de aquello que ha sido definido como la aparición de nuevos grupos so-ciales, los que han propuesto temas nue-vos y nuevos problemas. La historia oral es una de estas soluciones provisionales: dos motivos —creo— están en la base de su éxito incontrolado. El primero era la posibilidad de introducir, casi física-mente en la investigación, las voces de los protagonistas, su visión del mundo, la diversa jerarquía de las cosas que eran importantes de contar y de recordar. Los documentos, convertidos ahora en docu-mentos vivos, comunicaban no solamen-te los contenidos, sino también las res-puestas y las valoraciones. El segundo motivo era resultado de la confusa sensa-ción de que la escritura de la historia, hasta este momento, se había planteado con muy poca atención el problema de la comunicación con el lector. El consumi-dor de historia parecía que podía cam-biar, tan sólo por la posibilidad inmedia-ta de comprensión que un narrador vivo daba, a un lector que era extraño a la ha-bitual corporación de los lectores profe-sionales. Y es así que se ha hablado mu-chas veces, discutiblemente, de una de-mocratización de la historia.

En realidad todo esto ha creado mu-chos equívocos: la capacidad emotiva de

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interesar ha sust i tuido rápidamente al trabajo de interpretación, y la responsa-bilidad del historiador ha sido encubier-ta detrás de la pasiva función de recolec-tor de la memoria.

Aunque es ciertamente esencial la apor-tación de las fuentes orales al conocimien-to de los grupos huma-nos, y también de las cla-ses sociales poco docu-mentadas en las fuentes escritas. Pero el mejor uso que se ha hecho has-ta hoy de estas fuentes orales, me parece que es el relativo al modo de contar y de construir la memoria, y al modo de seleccionar los hechos si-guiendo un cierto orden cultural de importancia, mucho más que el uso como documentación fac-tual, salvo para el caso de ciertos aspectos muy es-pecíf icos (como en el caso de las técnicas agrícolas o artesanales), o también para el caso de aquellas relaciones interpersonales que no han dejado ninguna otra traza o indicio do-cumental. Pero el problema de la comu-nicación con el lector debe plantearse en términos muy diferentes respecto a todo lo que en general se ha hecho hasta hoy, y no sólo si se consideran los siglos pasa-dos, en los cuales los testimonios orales no pueden ser reconstruidos por el in-vestigador, sino que deben fundarse so-bre fragmentos que son utilizables sola-mente a partir de una muy sólida malla interpretativa.

Más allá del problema de la relación del historiador con sus fuentes, existe el problema de cómo presentar el material

que ha sido recolectado, y de cuál es el camino, siempre ampliamente ambiguo y alusivo, para lograr instaurar un puen-te entre el discurso del historiador y la comprensión del lector. También aquí creo que debe verse una de las propues-tas significativas de la microhistoria: dado

que esta última ha aban-donado la ilusión de que las generalizaciones no plantean problemas de imprecisión y de malos entendidos, la microhis-toria escoge en cambio, vo luntar iamente , una comunicación de tipo analógico, que no con-cibe al lector como un pasivo receptor de men-sajes definit ivos, sino que lo imagina como al-guien activamente capaz de leer los significados redundantes del cuadro narrado, para confron-tar, incluso a veces en

sentido contrario, otras situaciones, en las cuales no las respuestas, sino más bien los problemas y los conceptos interpreta-tivos puedan ser también aplicables.

El descubrimiento de nuevas fuentes que permanecieron durante mucho tiem-po descuidadas, y que van desde la cultu-ra oral hasta la fotografía, desde las car-tas privadas hasta los procesos crimina-les, proponen entonces una comunica-ción de la investigación que muestre no el rígido funcionamiento de un sistema de normas, sino más bien el proceso con-creto de adaptación de las normas a los funcionamientos reales. De este modo, las historias personales no son ya conce-bidas como patologías desviadas de un mecanismo teórico, sino más bien como

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la ocasión concreta de medir el peso y la ampl i tud de los espacios que se abren entre esas reglas (del individuo, de la fa-milia, del grupo, de la iglesia, del poder político, de la moral) que se encuentran en conflicto entre sí: y es a partir de es-tos fragmentos, que se vuelven realmen-

te comprensibles los procesos de cambio, procesos que las generalizaciones dan hoy y demasiado frecuentemente por senta-dos como simple premisa y como simple conclusión, introduciendo en la historia no la explicación, sino más bien la sim-ple tautología.

OBRAS CITADAS

O . CAPELLI-R. DI LEO,

Letture dei fatti polacchi. Lech Walesa e Alexei Stachanov. en "Laboratorio Político", I, 1981, pp. 171-180.

H . G . GUTMAN,

Lavoro, cultura e società in America nel secolo dell'industrializzazione 1815-1919, Bari, De Donato, 1979.

A . KUPER (ED. ) ,

The Social Anthropology of Radcliffe-Brown, Londres, 1977. M. Schwob, Vite immaginarie, Milán, 1978.

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ENCRUCIJADAS ACTUALES del

NEOZAPATISMO MEXICANO. diez años del 1 de enero de 1994.

A diez años de su aparición pública, y a veinte años de su existencia en general, los verdaderos perfiles de lo que es y de lo que ha representado el Ejér-cito Zapatista de Liberación Nacional han terminado por definirse de una manera mu-cho más clara y nítida, no sólo para el con-junto del pueblo mexicano, sino también para todo ese vasto sector de la comunidad internacional que sigue con atención y sim-patía el decurso de este mismo movimien-to. Pues hoy, es ya muy claro que dicho movimiento neozapatista es, en su esencia más profunda, un amplio movimiento so-cial antisistémico y anticapitalista, de com-posición social mayoritariamente indígena, que lucha frontalmente en contra de los efectos del neoliberalismo y de la así llama-da "globalización", en México y en todo el mundo, al mismo tiempo que reivindica la real vigencia de los valores de la libertad, la justicia social y la democracia, aunque entendidas estas últimas no bajo la limita-da forma tradicional y formal todavía im-perantes, sino en sus modalidades más ra-dicales y genuinamente alternativas.

Porque lejos de ser una "pequeña gue-rrilla", con presencia en sólo "cuatro mu-

nicipios" del Estado de Chiapas, y que ha-bría "aprovechado" los medios del Internet y de la comunicación moderna para "so-bredimensionar" su propia fuerza e impor-tancia, (versión oficial, en un tiempo sos-tenida por el gobierno mexicano, y apun-talada por algunos de sus "intelectuales" or-gánicos), el movimiento del EZLN está más bien constituido, a través de su vasta pirámide de combatientes, milicianos y bases de apoyo, por varias decenas de mi-les de personas, que abarcan a comunida-des enteras, y que están presentes, física-mente, en casi la mitad de los territorios del Estado de Chiapas en México. Aunque ello, sin contar a los miles, decenas de mi-les, centenas de miles y hasta millones de personas que, en muy diversos grados pero de una manera clara e inequívoca, simpa-tizan muy abiertamente con este movimien-to social de los rebeldes indígenas mexica-nos, en México, en América Latina y en todo el mundo.

Un movimiento que además, si bien lu-cha por la reivindicación de los derechos indígenas, y por la defensa de su cultura y de su autonomía —expresadas en su ya cé-lebre lema de que no quieren "nunca más

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un Mexico sin nosotros", los indígenas—, pelea igualmente y desde su propia y salu-dable irrupción pública, por las demandas sociales y por los derechos económicos básicos más elementales que hoy defien-den, en toda América Latina y en todo el mundo, las vastas clases populares golpea-das en todo el planeta por los desastrosos efectos de las políticas económicas neoli-berales: el derecho al trabajo y al pleno empleo, la defensa de la propiedad de la tierra para el que la trabaja, el derecho de una vivienda digna y aceptable, el derecho a servicios completos integrales y adecua-dos de salud, así como el derecho a una educación de calidad y acorde a las circuns-tancias históricas en que ahora vivimos.

Y junto a ello, también pelea este movi-miento indígena neozapatista por ciertas demandas sociales y políticas, igualmente universales e igualmente válidas para las cla-ses populares de todo el mundo, que lu-chan por una verdadera implementación y vigencia de la democracia, entendida como democracia social y no sólo política —es decir como una democracia que debería estar basada en el principio de "mandar obe-deciendo", y no en la lógica de la búsqueda y el cultivo del poder por el poder mismo—, así como por la conquista de una libertad radical expresada en todos los ámbitos de la vida social —desde el derecho a la diver-sidad cultural en todas sus formas, hasta una verdadera y completa libertad de ex-presión, apoyada por ejemplo en una real vigencia del derecho a la información ve-raz—, y por una real justicia, no sesgada por intereses económicos y políticos de cualquier tipo.

Demandas y derechos sociales, econó-micos y políticos, que al ser imposibles de cumplir por los gobiernos neoliberales y capitalistas actuales de México, de Améri-ca Latina y de todo el mundo, convierten a

este movimiento indígena chiapaneco en un claro movimiento antisistémico y antica-pitalista. Un movimiento social antisisté-mico, de hondas raíces históricas y con una indudable presencia local, nacional, latinoa-mericana y mundial, que hoy, a diez años de su conversión en un movimiento pre-dominantemente civil y pacífico, enfrenta varias encrucijadas importantes, derivadas justamente de esa múltiple presencia so-cial recién mencionada. Repasemos breve-mente dichas posibles encrucijadas.

* * * * *

Lejos de las falsas promesas de cambio y de solución del gobierno federal de Vicen-te Fox, y también del gobierno estatal de Pablo Salazar, que en tres años no han he-cho nada importante para resolver las cau-sas del conflicto chiapaneco, el movimien-to neozapatista se ha afirmado claramente, en primer lugar y en ese nivel local de las realidades del Estado de Chiapas, como un actor fundamental e imprescindible de los destinos actuales y futuros de ese mismo universo local y regional del sureste mexi-cano. Pero si esta relevancia local del EZLN es algo ahora obvio, quizá es menos claro el hecho de que, con su reciente iniciativa de fundación de los 'Caracoles' y de las "Jun-tas de Buen Gobierno" que los acompañan, los neozapatistas están creando, en ese mis-mo nivel de sus realidades espaciales más inmediatas, varios espacios que, por la vía del ejemplo, pueden lograr mostrarle y de-mostrarle a la mayoría de los campesinos indígenas chiapanecos todavía no Zapatis-tas, tanto la justeza y legitimidad de la lu-cha zapatista, como también, la verdadera riqueza y posibilidades futuras de la alter-nativa social propuesta por estos mismos indígenas del EZLN.

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Porque al crear estas células locales de los Caracoles Zapatistas, en donde rige el autogobierno realmente democrático de las comunidades , y en donde comienzan a impulsarse desde una educación crítica y mucho más avanzada de los niños y los adultos, hasta proyectos de innovación tec-nológica que incrementan considerable-mente la productividad de la tierra, junto a servicios de salud que por primera vez en toda la historia de Chiapas son ser-vicios decentes y adecuados, y a una justicia racional que intenta dirimir y re-solver los conflictos por medio del diálogo y el debate, al crear estas células de verda-dero "buen gobierno y autogobierno", los neozapatistas apuestan sin duda a "predi-car por medio del ejemplo", mostrándole a los otros campesinos chiapanecos, lo mis-mo que al pueblo mexicano y a las clases populares de todo el mundo, cual es la úni-ca vía actual para tratar de enfrentar con éxito a los gobiernos capitalistas y neolibe-rales. Es decir, la vía de la cohesión y auto-organización sólida de las propias masas, la de la construcción y salvaguarda de nuevos y sólidos espacios propios y autónomos de existencia y de expresión de esas mismas clases populares, la de la clara reivindica-ción de una lógica en la que, frente al "des-gobierno" y a la crisis generalizada de los Estados y de los gobiernos de todo tipo, al margen de la política tradicional y de los políticos tradicionales de derecha, de cen-tro o de izquierda, los movimientos socia-les de nuevo tipo se organizan como fuer-zas sociales conscientes y autónomas, capaces de imponerle en la práctica y de manera cotidiana a esa misma clase política des-gastada y en crisis, los intereses y las de-

mandas más fundamentales de esos mis-mos movimientos, fuerzas y clases sociales subalternos.

Porque es muy probable que hoy, en es-tos inicios del año de 2004, el mejor lugar que existe en Chiapas para vivir y para tra-bajar, sean precisamente estos 'Caracoles' Zapatistas, en donde no sólo se vive y se ejerce una verdadera democracia, una enor-

me libertad en ge-neral y una m u y aceptable justicia, sino donde se res-piran también los extraordinarios ai-res de la iniciativa y de la creatividad

populares, ¡unto a la reivindicación coti-diana del orgullo y de la dignidad de una act i tud y una postura globales que son p r o f u n d a m e n t e rebeldes y radicalmente au tónomas .

Pero, como es bien sabido, estos nue-vos Caracoles Zapatistas se ubican dentro de una realidad local chiapaneca de un Es-tado que, durante décadas y siglos, se ha caracterizado no sólo por la existencia y reproducción sistemáticas de un racismo tenaz y desembozado, sino también por la persistencia de añejas divisiones y friccio-nes importantes de origen y carácter reli-gioso. A lo cual se agregan en los últimos años, los enconos políticos artificialmente promovidos, la existencia de grupos para-militares y los terribles estragos de una gue-rra de baja intensidad, factores todos tole-rados y hasta promovidos por los poderes federales y estatales durante toda la última década transcurrida.

Entonces, en un escenario tan complejo como éste ¿logrará esta especie de 'pedago-gía' neozapatista, desplegada por la vía del ejemplo en dichos Caracoles, propagarse y

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difundirse a todo lo largo y ancho del espa-cio local y regional del Estado de Chiapas? ¿Y será capaz por esta vía, de ir poniendo los cimientos para por lo menos atacar adecuadamente estos problemas seculares del racismo y de las divergencias religio-sas, junto a los problemas más coyuntura-Ies pero no menos graves de la política y la militarización local referidas? Esta es, tal vez, la primera encrucijada esencial del movimiento indígena neozapatista.

Una segunda encrucijada importante del neozapatismo actual es la que se juega en el nivel nacional de la también compleja realidad mexicana. Porque a pesar de sus reiteradas declaraciones de que ellos no son ni quieren ser la vanguardia de ningún gru-po, o clase, o fuerza social, en México o en el mundo, resulta claro que, en los hechos, este movimiento de los dignos indígenas rebeldes chiapanecos es hoy el movimiento social más avanzado en nuestro país. Y ello, no solamente por el protagonismo mundial que, para nada casualmente, han conquis-tado a lo largo de toda esta década, ni tam-poco siquiera por la enorme y muy vasta simpatía que en todos los rincones de Méxi-co les profesan a estos mismos indígenas rebeldes de las montañas del sureste, sino porque desde hace diez años, ellos han es-tado peleando en los puestos de avanzada por las demandas más universales y más urgentes que hoy reclama el conjunto del pueblo mexicano.

Algo que se ha hecho doblemente evi-dente, tanto en la función motora y radi-calmente renovadora que el EZLN tuvo respecto del movimiento indígena nacio-nal —haciendo que el Congreso Nacional Indígena haya secundado sin condiciones las banderas y la lucha neozapatistas—, como también en las reiteradas moviliza-ciones sociales masivas de los últimos diez años en las que cientos de miles y millones

de personas se han organizado y compro-metido prácticamente, para detener la gue-rra genocida del gobierno mexicano, pero también para desplegar las consultas del EZLN a la sociedad civil, lo mismo que para recibir a los Zapatistas en la ciudad de México y en todo el país, o para secundar la apoteótica Marcha del Color de la Tie-rra del año de 2001.

Convir t iéndose así en una suerte de "polo de concentración" de las simpatías de los vastos sectores que en México resis-ten al neoliberalismo y al capitalismo sal-vaje, a la vez que en referente ineludible del debate sobre los posibles destinos na-cionales, los neozapatistas se ubican, quié-ranlo o no, en el frente de vanguardia de todos esos movimientos sociales de la re-sistencia popular mexicana de los últimos dos lustros. Lo que explica el sentido de la frase que afirma que "todo en México es Chiapas", es decir que en la posible solu-ción que en el futuro inmediato y mediato pueda tener este conflicto chiapaneco, se juega también, en gran medida, el destino social y político general de México entero.

Porque si termina por imponerse en Chiapas la "solución militar" por la que abogan ciertos sectores muy conservado-res de la derecha y del establishment mexi-canos actuales, se corre con ello el riesgo de que perdamos de un sólo golpe todas las conquistas que, en los últimos treinta y cin-co años y después del gran movimiento estudiantil-popular de 1968, fueron logran-do lentamente, paso a paso los mexicanos en cuanto al disfrute de ciertas libertades sociales y políticas, y de ciertos derechos ciudadanos hoy todavía vigentes. En cam-bio, si se logra resolver racionalmente este conflicto, y se resuelve de manera pacífica y dialogada, México podría avanzar en for-ma considerable en esta misma ruta, toda-vía muy incipiente, de la vigencia de esos

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derechos y libertades democráticos más ele-mentales. Para lo cual, el primer e ineludi-ble paso sería, sin duda, el respeto y la asun-ción constitucional de los Acuerdos de San Andrés por parte del gobierno, y la re-anudación del diálogo suspendido con los neozapatistas luego del "golpe de Estado parlamentario" que impuso la ridicula y l imitada con t ra r re fo rma indígena hoy todavía vigente.

Sin embargo, una vez más, este rol de vanguardia dentro de los movimientos po-pulares de México que cumple el movi-miento neozapatista, no se da en el vacío ni en la nada, sino en el seno de la compli-cada y muy conflictiva realidad social mexi-cana actual. Una realidad que hoy se carac-teriza, por ejemplo, por una crisis profun-da de toda la clase política mexicana, des-legitimada hasta el extremo de que ella ya no representa a nadie más que a sí misma —al haberse separado de toda conexión po-sible con los movimientos sociales reales y hasta con las fuerzas, sectores, grupos y cla-ses sociales fundamentales de la sociedad mexicana—, tal y como se hizo evidente en las recientes elecciones de julio de 2003.

Así, sumida en un proceso donde los principios políticos se subordinan a las con-veniencias prácticas, e inmersa en un pro-ceso irrefrenable de extraña homogeneiza-ción de sus prácticas y de sus discursos —donde los políticos de derecha, de cen-tro y de la supuesta izquierda hablan cada vez más un mismo lenguaje, ofreciendo fal-samente los mismos cambios, y eludiendo por igual las verdaderas cuestiones torales de nuestra agenda nacional—, esa clase política mexicana, y todos los partidos que la componen, funciona hoy más como un obstáculo que como una posible palanca de solución a esos temas centrales de la agenda que puede definir los destinos futu-ros de nuestro país.

Y frente a esta crisis, global y estructural de esa clase política —que incluye sin duda al actual gobierno federal y a todos los go-biernos estatales—la "sociedad civil" mexi-cana no termina de organizarse y de hacer-se presente en el escenario nacional, de una manera más permanente, más contunden-te, más sistemática y más consciente. Y entonces, reapareciendo sólo de manera intermitente y cíclica, cuando ciertas ca-tástrofes como las de la guerra, o la de las privatizaciones, o la de la subordinación a Estados Unidos, o la de masacres como la de Aguas Blancas o Acteal parecen acer-carnos demasiado al borde del precipicio, esa sociedad civil de México parece no atre-verse todavía a asumir el rol histórico que ahora le corresponde, y que es el de que ella es el único actor realmente capaz de construir una salida viable y racional para los grandes problemas económicos, socia-les, políticos y culturales que hoy enfrenta la nación mexicana.

¿Será entonces capaz el movimiento neo-zapatista indígena, de abanderar de modo más activo y enérgico al movimiento cam-pesino e indígena nacional, que poco a poco se reorganiza y se reactiva en todo el país? ¿Y podrá también, por esta vía y por otras, tejer una red de acción y de coordinación más orgánica con todos los otros movimien-tos sociales de resistencia que existen en México, y que abarcan lo mismo al movi-miento obrero independiente o a los movi-mientos urbano-populares, que a los movi-mientos estudiantiles, al movimiento de El Barzón, o al movimiento campesino radi-cal entre otros varios? ¿Y será capaz enton-ces, a partir de esas alianzas y de esta vasta red de movimientos de oposición, de im-pulsar igualmente a esa hasta hoy cambiante y oscilante sociedad civil mexicana, para que asuma más efectivamente y en sus pro-pias manos la construcción de los destinos

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futuros de todo el pueblo de México? He aquí las aristas de una segunda encruci-jada impor tan te para los neozapatistas chiapanecos.

Un tercer nivel de los desafíos que este movimiento social indígena del EZLN en-frenta, alude a su inserción específica den-tro del ámbito particular de América Lati-na. Porque también es claro que este mo-vimiento social mexicano, radicado prin-cipalmente en Chiapas, forma parte de una familia más amplia de avanzados movimien-tos sociales que hoy se despliegan con una fuerza excepcional a todo lo largo y ancho de nuestra América Latina. Hasta el punto de que es posible afirmar que hoy, en este año de 2004, el frente de vanguardia de los movimientos anticapitalistas del planeta se encuentra claramente ubicado dentro de nuestro semicontinente latinoamericano.

Pues así como la Unión Soviética ocu-paba ese frente de vanguardia en los años veintes del siglo pasado, y China lo ocupó hacia los años sesentas de ese mismo siglo XX, ahora en cambio dicha posición de avanzada le ha correspondido a América Latina, la que no por azar, ha visto desple-garse en su seno, en los últimos lustros transcurridos, tanto al Movimiento de los Sin Tierra en Brasil o al movimiento de los Piqueteros en Argentina, como también a los fuertes y cada vez más visibles movi-mientos indígenas del Ecuador, de Bolivia o de Perú, junto a los movimientos socia-les de la resistencia popular de Chile, de Colombia o de Nicaragua, entre otros.

Y junto a todos ellos, también el movi-miento neozapatista mexicano, el que, de-bido tanto al papel histórico singular que durante décadas ha ocupado México y la cultura mexicana dentro de toda América Latina, como también al carácter más uni-versal de sus demandas y a la profunda legi-timidad moral de sus principales reclamos,

se ha vuelto ya un referente ineludible y siempre presente dentro de todas estas lu-chas latinoamericanas en contra del neoli-beralismo y del capitalismo depredador y salvaje de nuestros países.

Pero si el neozapatismo mexicano se ha convertido ya en ese referente omnipresente de las luchas populares latinoamericanas — y también mundiales— eso no ha provoca-do, sin embargo y de manera extraña, el establecimiento de un verdadero diálogo e intercambio, fraternos y más regulares, de ese neozapatismo con todos esos otros movimientos de la resistencia anticapita-lista latinoamericana. Diálogo que parece-ría casi obligado, por ejemplo, con esos otros movimientos también indígenas y también críticos, radicales y ampliamente populares, que son los movimientos del Ecuador, de Bolivia o del Perú. Así tam-bién, el diálogo con el Movimiento de los Sin Tierra brasileños, hermanado con el EZLN en torno a la añeja lucha por la tie-rra, o al movimiento de los Piqueteros ar-gentinos, que luchan también, como los neo-zapatistas, por trabajo y por una vivienda dignas para los vastos grupos populares so-cialmente mayoritarios.

E igual que en los dos niveles anterio-res, este desafío que hoy enfrenta el EZLN de México, se enmarca dentro de una Amé-rica Latina también acosada por una crisis económica, social, política y cultural de grandes dimensiones. Una América Latina que parece desgarrarse y debatirse entre una nueva derecha belicosa y desvergonzada que ha logrado llegar al poder con Carlos Me-nem en Argentina, con Vicente Fox en México, con Sánchez de Losada en Bolivia o con Alvaro Uribe en Colombia, entre otros, y una extraña y oscilante "izquierda" que cuando llega al poder se comporta a veces de manera más neoliberal que los mismos neoliberales, como es el caso de

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varias medidas tomadas por Lula en Bra-sil. Y si la fuerza de estos movimientos populares latinoamericanos es hoy lo bas-tante grande como para correr a un Presi-dente entreguista como el boliviano Sán-chez de Losada, o como para obligar a un Presidente de claro perfil conservador como Néstor Kirchner a tomar ciertas medidas sociales o económicas más radicales y más cargadas hacia la izquierda, no es sin em-bargo todavía suf ic ien temente grande como para inclinar los des-tinos generales del semicontinen-te latinoamericano hacia la vía de una transformación social radical que se encamine hacia la construc-ción de una sociedad, precisamen-te, más libre, más justa, más igua-litaria y más democrática, pero también una sociedad capaz de proveer de tierra, trabajo, techo, educación y salud adecuadas a la gran mayoría de sus habitantes.

Así, la tercera gran encrucijada de los neozapatistas indígenas mexicanos es la de si serán capaces, en el futuro inmediato, de establecer ese intercambio y diálogo re-gulares con los restantes movimientos po-pulares latinoamericanos, transmitiendo por ejemplo sus lecciones a los indígenas rebeldes ecuatorianos, bolivianos, guate-maltecos o peruanos, y escuchando y apren-diendo de ellos también los resultados de sus propias experiencias de lucha, a la vez que intercambian también experiencias, tác-ticas, evaluaciones, conquistas y lecciones generales con los otros movimientos socia-les radicales de Brasil, Colombia, Argenti-na, Venezuela o Chile, por ejemplo. Y todo esto, naturalmente, en la vía de que sean capaces también de coadyuvar a ese proce-so de la urgente y necesaria transforma-ción global de las actuales e injustas estruc-turas económicas, sociales, políticas y cul-

turales, hoy todavía vigentes dentro de nues-tra América Latina.

Por último, una cuarta encrucijada para el neozapatismo actual, es la que se afirma en el nivel internacional, en donde el mo-vimiento de Chiapas ha despertado, desde su propia aparición en 1994 y hasta hoy, un impresionante eco y una vastísima red de apoyos y simpatías que se extienden a todo lo largo y ancho de nuestro cada vez

más pequeño planeta Tierra. Y ello porque, a partir de su profunda raíz popular y tam-bién del singular choque que se ha produ-cido en su seno entre los saberes occiden-tales expresados en su vertiente crítica, y los saberes populares indígenas, dicho mo-vimiento neozapatista ha podido erigirse en una suerte de "modelo ejemplar" de lo que deben ser y de lo que deben hacer hoy, todo el conjunto de los movimientos antisistémicos y anticapitalistas del mundo.

Así, la enorme, creciente, y constante atención mundial que este neozapatismo ha concitado y concita en todo el mundo no se debe ni a su supuesta "inteligencia" ex-cepcional en el uso de los recursos mediá-ticos más modernos —versión, una vez más, banal y ridicula del gobierno mexica-no y de los "intelectuales" que le hacen eco—, ni tampoco al "sentimiento de cul-pa" que en las sociedades más ricas des-piertan las condiciones de vida de estos in-dígenas mexicanos —como postulan algu-nas personas desde la misma izquierda—,

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sino más bien al carácter claramente uni-versal y profundamente ejemplar que tienen ciertas posturas de la práctica y del discur-so neozapatista, como por ejemplo la de recordarle a todos esos movimientos anti-capitalistas del mundo que el objetivo final no es el de "tomar el poder político" para enamorarse de él y terminar sucumbiendo a su lógica corruptora, sino simple y senci-llamente —¡simple y sencillamente!—, el de cambiar radicalmente este mundo in-justo, explotador y represivo, por un nue-vo mundo libre, igualitario, democrático y tolerante, es decir por "un mundo en el que quepan todos los mundos posibles".

Lo que, naturalmente, tiene consecuen-cias inmediatas y también de valor univer-sal, respecto de la estrategia general de es-tos nuevos movimientos antisistémicos, igual que respecto de sus formas de orga-nización específicas, de sus tácticas y mé-todos de lucha, de sus formas de vincula-ción con las sociedades civiles respectivas, y hasta con los modos de su discurso, de su práctica cotidiana y de su cosmovisión general del mundo.

Porque si el objetivo no es conquistar ese poder político estatal, sino crear y ayu-dar a crear un mundo nuevo a través de ir construyendo poco a poco muchos mun-dos nuevos, entonces la actividad central de esos movimientos anticapitalistas en todo el planeta deja de ser la de crear par-

tidos políticos, y participar en elecciones, y movilizar periódicamente a sus "bases de apoyo" para tratar de ganar esas eleccio-nes, para en cambio volverse la actividad de organizar fuertes, sólidos y coherentes movimientos sociales que sean todo el tiem-po conscientes de sus propias demandas y que trabajen y se movilicen permanente-mente de manera activa y participativa para defender sus intereses y sus reclamos más esenciales. Es decir la promoción de una autoorganización permanente de las masas, que rechazando todo sustituismo y toda delegación pasiva de funciones en sus "po-líticos", devuelve por el contrario el prota-gonismo principal a dichas masas sólida-mente organizadas. 1

Algo que requiere una nueva e inédita forma de la política, que es aquella que se organiza en torno del principio del oxymo-ron del "mandar obedeciendo". Pues si el protagonista principal, activo y fundamen-tal de estos nuevos movimientos son las masas y las clases populares, y no sus "líde-res", ni sus "políticos" "profesionales", ni sus "intelectuales", entonces el rol de todos estos últimos sólo puede ser el de "porta-voces", "voceros", "enlaces" o "representan-tes", que son en todo tiempo y lugar revo-cables, que no buscan esos puestos como posiciones de poder personal o como ins-trumentos de autopromoción individual, sino que son capaces de "mandar" sólo y

1 Lo que, sin embargo, no debe interpretarse como que, por principio, los neozapatistas rechazan tomar el poder . Pues entre recentrar una vez más en torno a lo social y no a lo

político, toda la estrategia de la actividad cotidiana y los objetivos globales del movimiento, y de otra parte erigir en principio rígido e inalterable la 'imposibilidad' absoluta de tomar el poder o de utilizarlo, si en el camino mismo de la lucha este poder cae en sus manos, media un enorme abismo. Pues, de hecho, los Zapatistas ya 'han tomado el poder' en el nivel local, cuando desde hace varios años constituyeron los municipios autónomos Zapa-tistas, y lo refrendan ahora en una escala aún mayor al constituir sus 'Juntas de Buen Gobierno', que son verdaderos embriones de un contrapoder práctico y alternativo al poder capitalista todavía vigente.

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en la justa medida en que "obedecen" real-mente a los intereses genuinos y a las de-mandas específicas de ese fuerte movimien-to social al que representan y expresan.

Un principio político, este de "mandar obedeciendo", que resulta totalmente in-comprensible para los políticos tradiciona-les, de derecha, de centro o de izquierda, que sólo conciben al poder, justamente, como el instrumento del mando vertical y autoritario, como la conquista de una po-sición que les sirve para su autopromoción y su autoprotección personales, y que "ma-reados al haberse subido en un ladrillo" no entienden por qué habrían de "obedecer" a las bases sociales o a las masas que, con sus votos o con su apoyo social, los han llevado justamente a esos puestos, minús-culos, pequeños o grandes, del poder polí-tico tradicional. Principio político neozapatista que, por lo demás, se conecta de manera directa y natural con toda una lar-ga tradición de los anteriores movimientos sociales populares anticapitalistas, como el de la Comuna de París, el de los Soviets rusos, el de los Consejos Obreros italianos o el de la Revolución Cultural China, mo-vimientos todos que en su momento, rei-vindicaron igualmente y bajo múltiples for-mas ese protagonismo activo y central de las masas, y ese rol necesariamente deriva-do y sólo subordinado de sus representan-tes y líderes.

Pero si el neozapatismo mexicano susci-ta hoy esa enorme atención mundial, deri-vada de estas lecciones válidas universal-mente para todos los movimientos antica-pitalistas del globo —lecciones que tienen implicaciones organizativas, discursivas, tác-ticas, estratégicas, prácticas y epistemoló-gicas que no es posible desarrollar en este breve ensayo—, ello se afirma también den-tro de un escenario mundial que, después del 11 de septiembre de 2001, ha agudiza-

do de manera importante la política agre-siva y belicosa de la cada vez más declinan-te potencia norteamericana, la que ha ter-minado por instaurar un verdadero mac-cartismo en escala planetaria.

Y así, inventando un fantasmal enemi-go, indefinido y amorfo que es el del "te-rrorismo internacional", Estados Unidos ha comenzado a desplegar una clara ofensiva mundial que, entre muchas otras cosas, tam-bién intenta criminalizar a ciertas formas de la disidencia y de la protesta social, tan-to en Estados Unidos como en América Latina y en todo el planeta. Y ello, junto a una estrategia de una renovada presión es-pecial sobre toda América Latina, concebi-da una vez más, y más acendradamente después del 11 de septiembre de 2001, como traspatio y zona de refugio del decli-nante poder económico y geopolítico nor-teamericano. Lo que se expresa no sólo en los reiterados intentos de imposición for-zosa del ALCA a todas las naciones de América Latina, sino también en las abier-tas amenazas en contra de Cuba y Vene-zuela, lo mismo que en el vergonzoso ali-neamiento del gobierno mexicano, o en las claras presiones a Brasil, Argentina, Boli-via o Chile, entre otras.

Dentro de este difícil escenario mundial, ¿logrará el neozapatismo integrarse de una manera más orgánica en esa red mundial de movimientos antineoliberales y antica-pitalistas, para poder coadyuvar con más eficacia en esa construcción de muchos mundos nuevos, que empujen cada vez más a la creación de un nuevo mundo global, de un radicalmente diferente orden social mundial? ¿Y podrá este neozapatismo mexi-cano, radicado en las montañas del sureste de nuestra nación, detener en alguna me-dida a ese nuevo diseño maccartista geopo-lítico global, que en México y en América Latina se operacionaliza entre otras formas

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bajo los proyectos de la imposición del ALCA y del Plan Puebla-Panamá? ¿Y po-drán los indígenas rebeldes mexicanos se-guir alimentando con nuevas iniciativas, nuevos ejemplos, y nuevos proyectos alter-nativos ese anhelo mundial de los oprimi-dos de construir "otro mundo posible" y muy distinto al absurdo, injusto, e irra-cional mundo capitalista actual? Confia-mos en que sí.

Y si éstas son algunas de las encrucija-das que, a nivel local, nacional, latinoame-ricano y mundial, enfrentan hoy los indí-genas neozapatistas de Chiapas, el reto en cambio para todos nosotros, ciudadanos

comunes y corrientes de todo el mundo, es justamente el de ser capaces de secundar, no sólo a este movimiento mexicano neo-zapatista, sino también a los otros movi-mientos de la resistencia popular mexica-na, latinoamericana y mundial. Porque sin duda alguna, "otro mundo es todavía posi-ble", pero sólo podrá gestarse y afirmarse sobre el actual, a partir de nuestras accio-nes, de nuestra reflexión y de nuestra res-puesta a esas complicadas situaciones que en Chiapas, en México, en América Lati-na y en el mundo, conspiran todavía en contra de ese otro mundo nuevo, diferente y sin duda muy superior al que ahora vivimos.

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Los hechos dignos de ser recordados y atesorados en la contramemoria de los que no estamos satisfechos con el mundo actual en el que vivimos, los documentos que a pesar del poder

y de la ideología dominante han traspasado la prueba del olvido, las cosas y acontecimientos memorables en tanto que merecedores de ser incorporados en la única tradición que

reivindicamos: la tradición de la lucha, de la rebeldía, de la resistencia permanente en contra de toda forma de

explotación, de opresión y de dominio.

Por eso, esta sección tratará de guardar esos textos y noticias que reclamamos como dignos de sobrevivir a las modas

y a los efímeros brillos del momento, al falso protagonismo y a los fuegos fatuos de la gloria fácil y de la

fama artificialmente creada.

Porque en esta guerra permanente entre el olvido siempre interesado y selectivo de las clases dominantes, y las contramemorias populares de las clases subalternas,

Contrahistorias apuesta sin dudar, en esta suerte de Apomnemoneúmata periódica, por el rescate y la conservación

de dichas contramemorias de la inagotable y siempre viva cultura popular.

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MIGUEL ÁNGEL BELTRÁN V.

U N A VISIÓN HISTÓRICA DEL MUNDO DESPUÉS

DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2001.

ENTREVISTA A

Carlos Antonio Aguirre Rojas

En ocasión de la visita de Carlos Antonio Aguirre Rojas al Departamento de Sociología de la Universidad de Antioquia, en Medellín, Colombia, en

septiembre y octubre de 2003, el profesor Miguel Angel Beltrán le realizó una amplia entrevista que será muy pronto publicada en Colombia, en el libro del mismo Carlos Antonio Aguirre Rojas, La sociología crítica hoy. La contribu-ción de Norbert Elias e Immanuel Wallerstein, a ser editado por la misma

Universidad de Antioquia. Aquí reproducimos, para nuestros lectores de Contrahistorias, sólo las partes III y IV de esa entrevista, que corresponden a la

grabación que se hizo el día 5 de octubre de 2003.

L A S I T U A C I Ó N I N T E R N A C I O N A L

A C T U A L E N PERSPECTIVA H I S T Ó R I C A

MIGUEL ÁNGEL BELTRÁN:

El concepto de globalización ha terminado por imponerse más allá del medio académico para convertirse en una categoría habitual del vasto sentido común, siendo utilizada tanto en los medios de comunicación masiva como en el lenguaje más cotidiano de la gen-te común. ¿Cuál es la utilidad de este térmi-no o concepto para la comprensión adecuada y crítica de las realidades del capitalismo mundial más contemporáneo?

CARLOS ANTONIO AGUIRRE. ROJAS:

Considero que el concepto de globaliza-

ción es un concepto que no es riguroso, ni es un concepto serio, aunque como tú dices es efectivamente un concepto que se ha difundido muchísimo. Todo el mun-do, todos los analistas sociales hablan de globalización, pero pienso que han 'com-prado' por así decirlo, demasiado fácilmen-te, este término que no tiene una filiación intelectual precisa. Si nos preguntamos qué escuela de economistas, qué escuela de historiadores, de antropólogos, o también qué cientista político o qué autor impor-tante o corriente de las ciencias sociales acuñó el concepto de globalización, nos vamos a encontrar con que no existe nin-guna corriente, ni de la historia, ni de la economía, ni de la antropología, ni de la ciencia política que reivindique la pater-nidad de este término.

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Así que pienso que quienes inventaron el término de globalización fueron los pro-pios medios de comunicación, como una ideología y como un concepto autolegiti-mador del rol creciente que ellos han ido ganando en los últimos treinta años, y que se explica a partir de los múltiples efectos que tuvieron las fundamentales revolucio-nes de 1968 en todo el mundo. Desde este punto de vista, el concepto de globaliza-ción no es un concepto riguroso y, por lo mismo, no creo que sea útil para explicar el mundo actual. Porque aunque se reco-nozca o no, el concepto de globalización lleva implícita la idea del progreso lineal, y entonces se piensa —aunque no se afir-me explícitamente—, que el capitalismo comenzó por una etapa de capitalismo mercantil, a la que le siguió una etapa de capitalismo industrial en el siglo XIX, para después presenciar el desarrollo de una etapa imperialista, quizá durante los dos primeros tercios del siglo XX, y terminar en el último tercio del siglo XX y en los años que llevamos del siglo XXI cronológi-co, con esta especie de supuesta nueva etapa del capitalismo que sería la globalización.

Y entonces, lo que se oculta en esta vi-sión implícitamente progresiva, tersa y li-neal de la evolución capitalista, son todos los aspectos y las claras manifestaciones de la crisis terminal que el capitalismo está viviendo ahora. Personalmente, pienso que el capitalismo está realmente llegando a un punto de crisis global o crisis civiliza-toria, en el cual cada vez tiene más difi-cultades para reproducir sus estructuras económicas, en el cual el Estado cumple cada vez menos las funciones históricas para las que fue constituido, en el cual la nación y la idea nacional y todos los sím-bolos nacionales, son cada vez menos ca-paces de concitar una mínima simpatía y mucho menos apoyo por parte de las po-

blaciones de todos los países del mundo. Entonces, frente a esta crisis social, eco-nómica, ecológica, política, civilizatoria en general, el concepto de globalización no nos dice nada, es una visión demasiado tersa del desarrollo capitalista. Así que propondría más bien, tratar de eliminarlo y de sustituirlo por una teorización más rigurosa de esta crisis global que hoy vive el capitalismo actual.

M A B :

A juicio tuyo, ¿cuál sería esa teorización que crítica y propositivamente podría superar el concepto de globalización?

C A A R :

Pienso que, por ejemplo autores como Immanuel Wallerstein, han trabajado bas-tante en ese sentido, planteando que el capitalismo, desde la crisis económica de 1972-73, se encuentra en una situación de bifurcación histórica, en una crisis ter-minal que abarca, entre muchos otros as-pectos también el ecológico. Porque creo que por ejemplo, estamos caminando ha-cia una catástrofe ecológica de grandes dimensiones, si seguimos destruyendo el medio ambiente del planeta con la lógica capitalista depredadora que hoy es vigen-te. No es una casualidad que Estados Uni-dos no haya querido firmar el Protocolo de Kyoto, ni todos los protocolos de las reuniones que tratan de proteger el medio ambiente y de obligar a los gobiernos a res-tituir esa ecología mundial tan deteriorada.

Estamos igualmente caminando hacia una crisis económica de grandes propor-ciones, mucho peor que la de 1929, cuan-do sabemos que por ejemplo Estados Uni-dos, que se supondría es la potencia líder del planeta, tiene la deuda externa más grande del m u n d o , y que asciende a 500, 000 millones de dólares. Y estamos

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viviendo también una crisis social de gran-des dimensiones, que se manifiesta en to-das partes en la destrucción del tejido so-cial, en el renacimiento ubicuo y multipli-cado de la violencia social dispersa y has-ta en una crisis cultural de los viejos valo-res y de los antiguos referentes éticos y morales antes todavía ampliamente acep-tados y vigentes.

Así que es un poco por estas vías que creo debiéramos tratar de teorizar la si-tuación actual, y no en el sentido de esa globalización 'bonita y sólo positiva, que afirma esas falsas y sesgadas imágenes de que a través del Internet uno puede te-ner bienes y mercancías de todo el mun-do —cuando sabemos que esto está limi-

M A B :

¿ Cuál crees tu que sería una alternativa para este sistema?

C A A R :

El crecimiento de los movimientos de re-sistencia en todo el planeta, demuestra sin duda que la gente está cada vez más insa-tisfecha, y que después de 500 años de capitalismo resulta claro que ya no podrán resolverse en términos capitalistas los pro-blemas del desarrollo social, o del bienes-tar de la mayoría de las poblaciones, o de la construcción de una vida verdadera-mente democrática y justa, o de la elimi-nación de la explotación económica. En-tonces esto, que me parece es cada día

tado, obviamente, a una exigua minoría de privilegiados sociales—, o de que las mercancías, los hombres y la información circulan mucho más rápidamente que an-tes —lo que se usa lo mismo de manera positiva que negativa y represiva—, imá-genes que sin duda son parcialmente cier-tas, pero que no aluden a los aspectos que hoy son medulares para definir el futuro del capitalismo o el futuro de las socieda-des hoy. Esa ideología de la globalización, que presenta como algo fatalmente inevi-table al capitalismo actual, suponiendo que es el único modelo económico posible, y que se complementa también con la afir-mación de un discurso político ideológi-co del llamado 'pensamiento único', se hace con ello cómplice de ese capitalismo ac-tual totalmente en crisis, pero que igual-mente sigue causando la miseria de millo-nes de personas en todo el mundo.

más evidente para todo el mundo, plantea la necesidad de construir una alternativa. Pero ¿qué alternativa? No sabemos mucho en positivo cómo pueda ser una sociedad diferente, pero si sabemos muy claramen-te lo que ya no queremos volver a cons-truir: así que pienso que esa alternativa sería un tipo nuevo de sociedad donde no exista ya ninguna explotación económica, donde no exista el despotismo y el avasa-llamiento político de la mayoría de sus miembros, donde no se reproduzcan una vez más las distintas formas de discrimi-nación social y de desigualdad social que caracterizan a la sociedad actual.

¿Cómo llamamos a esta sociedad dis-tinta? No lo sé, y sobre todo después de la crisis que tuvo el proyecto del socialismo real, no sé que término sería el más ade-cuado para utilizar en este caso. Pero si estoy seguro de lo que no queremos ha-

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cer, y si estoy seguro de que queremos avanzar en términos de construir una so-ciedad más justa, sin explotación, más igualitaria y más democrática.

M A B :

¿Qué lecciones ha dejado la experiencia de construcción de una sociedad diferente al capitalismo?

C A A R :

Es interesante esta pregunta, porque des-pués de 1989 se habla mucho del supues-to 'fracaso' de los intentos de crear el so-cialismo, en varias sociedades del plane-ta, a lo largo de todo el siglo XX cronoló-gico. Frente a estas afirmaciones, creo ante todo que debemos matizar. Porque si yo hablara de un fracaso de esos intentos del llamado socialismo real, lo haría sólo en el sentido, sin duda esencial, de que no fueron capaces de construir una sociedad no capitalista. Lo que pienso, se debe al hecho de que hay un problema que carac-teriza a todas esas sociedades que intenta-ron construir una sociedad no capitalista, y que es la situación de que todas ellas eran sociedades muy pobres, eran socie-dades con un desarrollo social, económi-co, político, cultural muy bajo. Entonces, querer brincar de una situación de un de-sarrollo general muy escaso, hasta el pel-daño de construir una sociedad no capi-talista era un paso gigantesco, que efec-tivamente se demostró que no era tan fácil de realizar.

Dicho esto, y es aquí que comienza mi divergencia con ese punto de vista tan di-fundido , no debemos olvidar que hoy Cuba no es Haití (mientras que todavía en 1950, Cuba era más o menos un país parecido a Haití), y en cambio ahora Cuba es líder en América Latina en lo que co-rresponde al desarrollo de los servicios de

salud, y es un país en donde toda la pobla-ción sabe leer y escribir, porque no hay analfabetismo en Cuba, y Cuba gana mu-chísimas de las competencias de los Jue-gos Panamericanos, etc. ¿Por qué Cuba ha logrado un desarrollo tan alto en los planos económico, social y político? Y podríamos decir que sin embargo Cuba no ha podido construir una sociedad no capitalista, pero que al mismo tiempo es claramente una sociedad infini tamente más justa, más desarrollada a nivel cultu-ral, económico, social y político —a pe-sar de todos sus problemas— que una so-ciedad como Haití, que es una las más pobres del mundo. Y lo mismo podría-mos decir si comparamos a Rusia con la India, porque en India la gente se va al río Ganges a morir, por causa del hambre y existen todavía camiones cuya función, cada mañana, es recoger los cadáveres de la gente que se muere de hambre en la India. En cambio en Rusia, si bien hay ahora muchos problemas económicos, ella no es tan pobre como la India. ¿Por qué subrayo esto? Porque aún habiendo falla-do en el objetivo que se habían planteado, de construir sociedades no capitalistas, China, Rusia, Vietnam o Cuba lograron un avance económico extraordinariamen-te grande a partir de estos intentos, diría-mos fallidos, de lo que se llamo el socialis-mo real.

M A B :

¿Cuáles son los rasgos que caracterizan a los movimientos sociales antisistémicos y antica-pitalistas hoy?

C A A R :

Se trata de movimientos que son muy ex-perimentales. Porque en realidad cuando hablamos de estos movimientos sociales antisistémicos nuevos, tendríamos que

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volver a esa fecha emblemática que es 1968. A partir de la ruptura y de la crisis de la vieja izquierda que acompaña a ese parteaguas mundial tan especial que fue el 1968, se empezaron a gestar, en todo el mundo, estos nuevos movimientos socia-les que germinan muy lentamente, y que realmente empiezan sólo a coagularse a partir de los años noventas. Hablo, por ejemplo, del movimiento de los neozapatistas en Chiapas, del Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, del movimiento de los 'piqueteros' en Argentina, pero tam-bién de los movimientos de los desocupa-dos en Francia, por ejemplo.

Todos estos movimientos sociales anti-sistémicos tienen un perfil común impor-tante, que es el de tratar de desarrollar nuevas estrategias de lucha, mucho más inclusivas, y también tratar de desarrollar una izquierda que sea mucho más tole-rante, menos dogmática y menos atada a ciertos cartabones rígidos que en el pasa-do demostraron no ser muy operativos. Y tratar, al mismo tiempo, de ser una iz-quierda muy plural, en el sentido de con-juntar a todas las distintas resistencias so-ciales que en esos últimos treinta años se han generado en todo el mundo. No por azar, las nuevas izquierdas son todas prác-ticamente feministas, e igualmente sensi-bles al problema de la ecología, o a los movimientos de las minorías, y a los mo-vimientos de los homosexuales, lo mismo que a los problemas étnicos, a los proble-mas que plantean los indígenas, a los pro-blemas raciales. En fin, son izquierdas que han dejado de pensar sólo en demandas económicas y políticas, y que se han plan-teado una serie de demandas plurales muy amplias, para lograr aunar movimientos sociales que puedan ser lo más vasto posi-bles, en este combate en contra del capi-talismo y del neoliberalismo actual.

M A B :

¿Puede afirmarse, entonces, que los movi-mientos de naturaleza clasista ya han sido superados?

C A A R :

Antes que superados yo diría más bien ampliados. Nadie puede negar el rol cen-tral que sigue teniendo la clase obrera, los campesinos o los trabajadores agrícolas. Los obreros, que trabajan en condiciones de explotación económica bajo formas de trabajo asalariado, sin duda alguna tienen un rol fundamental que jugar, y siguen sien-do uno de los sectores centrales y mayori-tarios de la sociedad, y por ende de los movimientos anticapitalistas. La cuestión es que no son los únicos sujetos revolu-cionarios, no son los únicos movimientos que están luchando en contra del capita-lismo, y una lección de los movimientos de 1968 es la de que ahora debemos de ser capaces de politizar, por así decirlo, todos los frentes. Así que es muy impor-tante seguir planteando las demandas eco-nómicas de los obreros, del campo y de la ciudad, y es muy importante seguir plan-teando sus demandas políticas y defender a sus sindicatos y a sus organizaciones de todo tipo, pero junto a eso, también tene-mos que dar espacio a las reivindicacio-nes de por ejemplo las mujeres, que exi-gen no ser tratadas como eran tratadas antes por el machismo y por el patriarca-lismo. Y tenemos que dar espacio igual-mente a las minorías, que están exigien-do sus propios derechos , que sufren otras formas de opresión y cuyas deman-das son igualmente legítimas e impor-tantes. De lo que se trata no es de dis-minuir fuerzas, sino de sumar el mayor abanico posible de los movimientos so-ciales existentes que se enfrentan al ca-pitalismo, para organizar con mejores

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condiciones esta lucha que será muy complicada, y que es la lucha en contra del capitalismo.

M A B :

¿Qué ha cambiado en el mundo después de los atentados a las torres gemelas del 11 de septiembre?

C A A R :

Se trata de un cambio realmente muy im-portante, porque después del 11 de sep-tiembre, desafortunadamente, el gobier-no de George Bush Jr. encontró un meca-nismo de legitimación para desatar un nuevo maccartismo, ahora planetario, y similar en varios sentidos importantes al que se vivió en Estados Unidos en los años cincuentas. Porque como bien sabes, el maccartismo fue acompañado de una re-presión indiscriminada y feroz de todo movimiento progresista, de toda alterna-tiva de izquierda, e incluso de todo punto de vista crítico de las políticas norteame-ricanas de aquella época. Personalmente, creo que Bush utilizó el 11 de septiembre como una coartada legitimadora de ese nuevo maccartismo que ahora es mundial, y que es una forma nueva del ya antiguo terrorismo del Estado norteamericano, maccartismo que se ha estado ejerciendo en el planeta indiscriminadamente desde hace casi ya dos años.

A partir de esta tragedia del 11 de sep-tiembre de 2001, Bush encontró la legiti-mación para tratar de perseguir a todos aquellos que no se adhieran y subordinen a la política norteamericana, para estig-matizar a todos los críticos del neolibera-lismo, e incluso para calificar a ciertos grupos que están luchando en contra de la globalización, de ser terroristas. Y resulta verdaderamente sintomático observar que lo mismo que se le atribuía al comunismo

internacional antes, hoy se le atribuye a ese fantasma que se inventó Bush, y que él llama el "terrorismo internacional". Pues antes se decía que los comunistas eran gentes que actuaban en el secreto y en la clandestinidad, sin mostrarse nunca, y aho-ra se dice exactamente lo mismo de los supuestos 'terroristas'. Y se decía que el comunismo era un movimiento interna-cional oscuro, y ahora se dice que los te-rroristas son un movimiento internacio-nal que igualmente se esconde. Y se dijo que los comunistas luchaban contra los valores de la democracia, la justicia, y la libertad, que eran los valores sagrados de los norteamericanos, y ahora se vuelve a decir exactamente lo mismo del terroris-mo internacional. Y se ha hecho, como sabemos todos, una lista verdaderamente ridicula de cuales, según ellos, son los gru-pos terroristas. Pero se trata en el fondo, respecto de ciertos grupos o movimientos anticapitalistas, de una clara criminaliza-ción de la disidencia social y política, lleva-da a cabo de una manera totalmente arbi-traria y abusiva. Y uno se pregunta, si hoy dicen, por ejemplo, que los grupos de au-todefensa armada en Colombia o que la triple frontera de Brasil, Argentina y Para-guay son grupos o nichos de alimentación de ese fantasmal terrorismo, ¿qué nos ga-rantiza que el día de mañana no decidan que también el Ejercito Zapatista de Li-beración Nacional, o en otro caso el Mo-vimiento social de los Sin Tierra, serán también calificados de terroristas, para poder justificar intervenciones injustas o invasiones en México o en Brasil?

M A B :

En esa analogía que tu planteas entre el co-munismo internacional y el terrorismo, no podemos negar que hay elementos nuevos, por ejemplo el hecho de que no tenga una cabeza

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visible, como existía por ejemplo con la Unión Soviética, o el hecho mismo de que el terro-rismo pueda aparecer en cualquier momento y en cualquier parte del mundo. ¿No crees tú que ahí existe algo diferente en la caracteri-zación de ese nuevo enemigo mundial?

C A A R :

Sí, sin duda. Yo estaba tratando más bien de subrayar los elementos comunes, por-que afirmaba que así como el maccartis-mo original se legitimó esgrimiendo el fan-tasma del comunismo internacional, al que caricaturizaba y deformaba, ahora el nue-vo maccartismo planetario esgrime un fan-tasma que es el del terrorismo internacio-

ta que está defendiendo desde hace tres años George Bush hijo, política que se impone esgrimiendo como justificación a ese fantasma del terrorismo internacional. Pero hasta hoy seguimos sin saber, si real-mente fue Osama Bin Laden o no, el que hizo los atentados en Estados Unidos, y cada día hay más gente que piensa que todo esto es muy sospechoso, y que quizá se trató de un autoatentado. Porque si Osama Bin Laden trabajó hace diez años para la gente de la CIA ¿qué nos asegura que no continuaba trabajando para ellos en septiembre de 2001? De modo que nosotros terminamos sin saber cuál es la verdad, porque todo el tiempo se nos ad-

nal. Dicho esto, creo que tienes razón: el terrorismo actual es distinto del comunis-mo internacional. Y creo que todos con-denamos el terrorismo de individuos y de fanáticos que actúan sobre blancos civi-les. Pienso que nadie puede aprobar el hecho de que haya víctimas civiles que no tienen nada que ver con un cierto conflic-to social o político. Así que ciertamente todos condenamos ese terrorismo inter-nacional individual.

Sin embargo, sucede que no se nos dice la verdad, y entonces se afirma la existen-cia de esa especie de complot internacio-nal, que quizá exista realmente y quizá no, lo que para nosotros, el común de la gen-te, resulta muy difícil de descifrar. Pero lo que es muy grave, es que a partir de esa afirmación, hecha por los poderes de Es-tados Unidos, se legitima una política que busca alinear a todos los países del plane-ta al designio norteamericano, a la geopo-lítica norteamericana militarista y belicis-

ministra la información de una manera deformada, y que se deforma conciente-mente para que resulte conveniente a esa justificación de dicha geopolítica norte-americana. Este es el punto sobre el que quería insistir, pero coincido contigo en que se trata de dos fenómenos distintos.

M A B :

Y al mismo tiempo se niega el carácter terro-rista de acciones como las realizadas por Is-rael en contra de los palestinos, en donde mueren niños y mujeres. Acciones que son legitimadas por los mismos Estados Unidos.

C A A R :

Claro, tienes razón. Creo que cuando se habla de terrorismo, debemos decir que el terrorismo individual existe y que lo condenamos claramente, pero habría tam-bién que condenar con la misma energía el terrorismo de Estado. Y en este senti-do, Estados Unidos es el primer terrorista

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del planeta, porque ha sido un gobierno que durante los últimos cincuenta años ha presionado o intervenido en más de 150 países, y ha derrocado gobiernos legíti-mos, como por ejemplo el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende —que acaba de cumplir 30 años de su atroz de-rrocamiento—, y ha presionado por la vía diplomática y por la vía militar a los go-biernos de prácticamente todo el planeta. Además, Estados Unidos se ha pasado decidiendo e imponiendo en su exclusivo beneficio, por encima de las poblaciones del mundo, las políticas económicas del último medio siglo, a través del mecanis-mo del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.

Así que habría que condenar igualmente este terrorismo, lo mismo que el terroris-mo de Israel, que se abroga la posibilidad de masacrar niños con el pretexto de bus-car terroristas palestinos, y que cree que puede atropellar impunemente a activis-tas internacionales de Amnistía Interna-cional, como fue el caso del tanque israelí que aplastó y trituró a una activista norte-americana que se atravesó en su camino, para impedir que ese tanque destruyera la casa de unos niños palestinos. Israel se atreve a lanzar indiscriminadamente cual-quier ataque contra los pueblos palestinos, y sin duda eso también es terrorismo de Estado, y debería ser condenado tan enér-gicamente como el primero.

M A B :

En esta definición de un nuevo enemigo internacional, ¿qué lugar le asignas al nar-cotráfico?

C A A R :

Creo que se trata de dos fenómenos dis-tintos. El terrorismo internacional tiene que ver más con una violencia desespera-

da, de quienes optan por una falsa salida que es el autoinmolamiento. Porque esos hombres palestinos que forran su cuerpo de bombas para atacar un camión israelí, es gente que ha llegado a un grado de des-esperación absoluta, hasta el punto de ser capaces de morirse ellos mismos con tal de matar al enemigo. En cambio, el fenó-meno del narcotráfico está asociado a las desmesuradas ganancias que se obtienen, efectivamente, a partir del comercio ilegí-timo de las drogas. Sin duda, pueden exis-tir puntos de contacto pero insisto en que considero que se trata de fenómenos que responden a lógicas muy distintas. El nar-cotráfico genera esas ganancias desorbita-das, lo que hace que muchos gobiernos que de palabra dicen condenarlo y hasta combatirlo, en realidad y de una manera subterránea, entran más bien en contuber-nio o en arreglo con esos narcotrafican-tes, porque ello les representa una fuente de ganancias muy importante.

M A B :

¿Cuáles son las lecciones que nos dejan para el nuevo siglo el ataque a Afganistán y el más reciente a Irak?

C A A R :

Desafortunadamente, lo que estas injus-tas guerras recientes nos presentan, son los posibles escenarios de lo que puede suceder en otras partes del planeta si Geor-ge Bush Jr. es reelegido en el año de 2004. Bush representa los intereses geopolíticos y económicos del sector de la industria militar norteamericana, que está tratando de producir cada vez más guerras en el mundo, porque vive, lucra y se alimenta de la existencia y de la multiplicación de esas guerras en todo el mundo. Detrás del maccartismo planetario están muy clara-mente esos intereses del complejo indus-

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trial-militar norteamericano. Igual que están también los intereses de la industria petrolera norteamericana, que quiere apo-derarse de la mayor cantidad de los recur-sos petroleros del planeta, por ejemplo de los recursos petroleros de Venezuela, y de ahí las fuertes presiones al gobierno de Hugo Chávez. Pero igualmente deseaba apoderarse de los recursos petroleros de Irak, la segunda reserva mundial en este sentido, y por eso organizó la guerra en contra de este país y el derrocamiento de Saddam Hussein. Y si le fuera necesario —lo que no es el caso, debido a la política dócil y entreguista de Vicente Fox—, tra-taría también de apoderarse por la fuerza de los recursos petroleros de México o de cualquier otro país.

Así que en mi opinión es muy claro que esa industria militar norteamericana está detrás de este maccartismo mundial, ya que es obvio que si aumentan los con-flictos bélicos, entonces más soldados van a la guerra, y los misiles norteamericanos se lanzan en el desierto, y se gastan más uniformes, más aviones, más armas y más balas, y todo ello hace que la industria militar se mantenga y prospere, y eso es lo que está realmente detrás de los ata-ques que Estados Unidos hizo a Afganis-tán e Irak. Con lo cual, una lección im-portante de estos conflictos recientes, es la de que con Bush Junior llegaron a la presidencia de Estados Unidos esos dos grupos, de la industria militar y de la in-dustria petrolera norteamericanas, que son los que ahora están gobernando y definien-do la política interior y exterior de Esta-dos Unidos. Sin embargo, soy optimista y confío en que el pueblo norteamericano se dará cuenta de lo que esto está provo-cando, ahora que la resistencia iraquí está empezando a manifestarse de una manera mucho más seria. Espero que el pueblo

norteamericano, si no quiere ver una suer-te de reedición de la situación que se dio hace varios lustros en Vietnam, tratará de votar por cualquier otro candidato que no sea George Bush Junior en las próximas elecciones de 2004.

M A B :

A propósito de este último punto, en las Con-ferencias y Seminarios que impartiste aquí en la Universidad de Antioquia, insistías en el declive de la hegemonía de los Estados Unidos —-fundamentalmente en lo económi-co— pero advertías a la vez como todavía EU mantenía una hegemonía militar. Sin embargo, mirando esta resistencia armada en Irak, integrada por grupos islámicos, ¿no crees tú que en los hechos la resistencia ira-quí esta ganando la batalla militar a Estados Unidos, donde ya los atentados han provo-cado casi un centenar de soldados estado-unidenses muertos? ¿No será éste un anuncio también del declive militar y por ende ya definitivo de los Estados Unidos?

C A A R :

No, no comparto esta apreciación. Es cier-to que han matado a digamos noventa sol-dados norteamericanos, pero no creo que eso anunciaría el triunfo militar de los ira-quíes. A mi modo de ver, lo que se estaría demostrando con ello es más bien la posi-bilidad de un triunfo político de Irak so-bre la intervención militar de Estados Unidos. Porque en el plano militar, no puedes hacer ni siquiera una mínima com-paración. Los iraquíes, en términos mili-tares y de armamentos no tienen casi nada, ya que las pocas armas que tenían fueron destruidas, justamente, durante la recien-te invasión a Irak. Pero lo que si creo es que se trata de un claro triunfo político de la resistencia iraquí, cuando vemos que la gente sale a las calles a gritarles a los sol-

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dados norteamericanos, y cuando esa pre-sión popular es tan fuerte y tan difundida que obliga a esos soldados a quedarse den-tro de los cuarteles.

Así, cuando esos soldados de Estados Unidos ya no pueden salir a la calle si no es en grupos de 15, 20 o más, porque si sale un soldado sólo se arriesga a sufrir un atentado, estamos frente a una clara vic-toria política de la resistencia a la inva-sión, ya que Estados Unidos afirmó que ellos iban a 'liberar' al pueblo de Irak del 'tirano' Saddam Hussein y que serían re-cibidos por la población con flores y con los brazos abiertos. Pero los hechos recien-tes están más bien demostrando que la re-sistencia del pueblo iraquí a ser goberna-da por Estados Unidos es muy grande, y que se va a mantener de una manera muy activa. Entonces, más que en un posible triunfo militar futuro, pienso que podría-mos hablar de un posible triunfo político mayor —que todavía no se ha dado, pero que bien puede darse en el futuro— del pueblo iraquí, el que hoy está tan reacio a la ocupación norteamericana y se mani-fiesta tan opuesto a ser gobernado por los norteamericanos, que bien podría revertir muy pronto la situación actual, y quizá obli-gar efectivamente a que se abran nuevas elec-ciones dentro del propio Irak, por ejemplo.

Dicho esto, es claro que Estados Uni-dos está en un proceso de decadencia eco-nómica fuerte, y eso se puede ver compa-rando las cifras del comercio, de la red del comercio mundial: Estados Unidos juega cada vez un papel menos importan-te dentro de esas redes y flujos globales del comercio mundial. A partir de los años setenta y hasta hoy, es manifiesto que Es-tados Unidos tiene cada vez más un rol evidentemente decreciente a nivel de las finanzas mundiales, y cada vez más la tec-nología de punta ya no se inventa en Esta-

dos Unidos, sino en Alemania, en Fran-cia, en Holanda, o en Japón. Así que este encogimiento del poder económico de los EU., tarde o temprano tendrá que rever-tirse en un encogimiento de su potencia militar. Lo que pasa es que Estados Uni-dos vive hoy de sus glorias pasadas, por-que mientras fue el país hegemónico a nivel económico, construyó un armamen-to tan poderoso que, como sabemos, po-dría destruir diez veces al planeta, y ahora está viviendo apoyado en ese poder mili-tar. Pero cuando la industria económica nor teamericana empiece a colapsarse, cuando la economía norteamericana no pueda sostenerse más —algo que está mu-cho más cercano en el tiempo de lo que comúnmente imaginamos—, la industria militar va a entrar, también necesaria-mente en crisis. Y entonces el poder militar de Estados Unidos va empezar a declinar. Desafortunadamente, para que esto acontezca, quizá todavía falten al-gunos lustros o décadas.

M A B :

Es clara la actitud de algunas potencias por ignorar sistemáticamente los acuerdos exis-tentes en materia de derecho internacional. Gobiernos como el de Gran Bretaña, o el de España, entre otros, han sido cómplices de la ilegítima guerra contra Irak. ¿Se podría con-cluir de lo anterior que las Naciones Unidas han dejado de cumplir el papel para el que fueron creadas, y que finalmente sería mejor que dejaran de existir, como lo han venido pregonando algunas voces?

C A A R :

Efectivamente. La O N U es una de las tan-tas víctimas de los atentados del 11 de sep-tiembre, y lo es en el sentido de que el papel que tuvo Kofi Annan en particular, y en general las Naciones Unidas después

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del 11 de septiembre, fue un papel bas-tante triste y bastante pobre. No hay que olvidar que Kofi Annan se hizo inmedia-tamente eco de la postura de Estados Uni-dos, y se posicionó como cómplice de la guerra y de la invasión de Estados Unidos a Afganistán. Esto demuestra que la Or-ganización de Naciones Unidas ha dejado de tener un papel independiente, y más allá de las declaraciones puramente retó-ricas en el momento previo a la invasión de Irak —determinadas además, por las tibias presiones de Francia y Alemania,

Estados Unidos lo haya hecho, pero ojalá no sea demasiado duro, y ojalá no dure tanto tiempo"? Me parece que esa no es una oposición ni real, ni seria, ni efecti-va. Así que pienso que las Naciones Uni-das están en una crisis total. Ahora, no estoy tan seguro de si deberían desapare-cer. Lo que en cambio si creo es que de-beríamos tratar de pelear seriamente por la formación de nuevos organismos multi-laterales y multinacionales, verdaderamen-te autónomos y verdaderamente indepen-dientes, que trataran, por lo menos en el

entre otros—, se observa que las protes-tas de la O N U se parecen un poco a las de una persona que grita y patalea un poco, y que parece rebelarse tibiamente frente a una cierta situación, pero que, cuando se le presentan los hechos consumados, ter-mina por aceptarlos siempre de modo muy placentero y tranquilo.

La O N U protestó, como protestaron retóricamente Francia y Alemania, y al día siguiente de que se había dado la invasión de Irak, todos ellos dijeron algo así como: "Ojalá que por lo menos la invasión dure el menor tiempo posible, para evitar el gasto de pérdidas humanas". ¿Qué clase de verdadera oposición es ésta, que cuan-do un país como los Estados Unidos, que se encuentra en una posición opuesta a la de la inmensa mayoría de las restantes naciones, y que hace precisamente lo que toda la Organización de Naciones Unidas le está diciendo que no debe de hacer, sólo provoca que esa misma O N U salga rápi-damente a declarar: "Es una lástima que

plano diplomático, de ser un contrapeso real a esta política belicista y maccartista norteamericana.

M A B :

El pasado 14 de septiembre, justamente en México, y más específicamente en la ciudad de Cancún, se celebró la Quinta Conferen-cia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio. Muchos medios calificaron esta reunión como un verdadero fracaso, ¿puede hablarse, como lo estamos haciendo de las Naciones Unidas, de un debilitamiento de la Organización Mundial del Comercio?

C A A R :

Sí. Pienso que esa Organización Mundial del Comercio está empezando a vivir un período de debilitamiento, como tu dices, por dos razones: por razones externas, ya que a pesar de todo y aunque sea de ma-nera lenta, pero que se ha revelado como muy constante y sistemática, la oposición de la gente en todo el planeta a estas polí-

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ticas neoliberales que impulsa esa Orga-nización Mundial del Comercio ha ido creciendo, y ha ido haciendo mella sobre dicha O M C . No es una casualidad que los Foros Sociales Mundiales, tanto los tres primeros celebrados en Porto Alegre, como el cuarto foro que está programado para celebrarse el año próximo en la India, ha-yan ido cobrando cada vez más fuerza y representatividad. Así que ya no existe lu-gar en el mundo en donde se reúna la OMC, que no tenga a muchas gentes y a muchas organizaciones protestando en las calles, haciendo campañas en su contra, movilizando a la opinión pública. Esta si-tuación, sin duda, está debilitando la ima-gen y la credibilidad de la O M C en térmi-nos externos. Sin embargo, es importante considerar también que en términos in-ternos, los propios países que participan y que de alguna manera hegemonizan a la Organización Mundial del Comercio — otra vez, las potencias capitalistas más ri-cas del mundo— cada vez son menos ca-paces de ponerse de acuerdo en las políti-cas a seguir, porque sus propios intereses nacionales y de bloques económicos, que cada día se enfrascan en una competencia económica más y más feroz, están empe-zando a chocar. El proceso de la unifica-ción europea y el creciente rol comercial que tiene Europa en el mundo, están em-pezando a hacer colisión y a entrar en cri-sis con el papel que tiene Estados Uni-dos y con el que está buscando tener también Japón.

Entonces, estas luchas de los bloques intercapitalistas están haciendo que cada vez sea más difícil que ellos establezcan acuerdos sobre las políticas mundiales a imponer al resto de las naciones. E insisto en este punto porque, si en esa reunión de Cancún no lograron ya ningún acuer-do sustantivo, es porque se esta desple-

gando una disputa interna fuerte entre esas mismas naciones ricas y hegemónicas del mundo, cuando los intereses económicos de Francia y de Alemania, frente a los in-tereses económicos de Japón y de Estados Unidos, ya no están concordando fácilmen-te. Y es también significativo que hay ya incluso voces, dentro de los propios orga-nismos financieros internacionales, que se están dando cuenta de que si se sigue pro-piciando la miseria de las gentes, esto va a deprimir evidentemente al consumo ge-neral y con ello a la salud de los mercados tanto internos como internacionales. Si se continúa estrangulando el salario de la gen-te, y si a la gente cada vez le alcanza me-nos para comer, entonces esos mercados se comprimen, lo que naturalmente agu-diza aún más la competencia por esos mercados entre esas naciones y bloques capitalistas ricos. Y es cuando empiezan a irrumpir esas contradicciones internas, que esperamos que se sigan agudizando toda-vía más en el futuro.

— II —

M É X I C O Y A M É R I C A L A T I N A D E S P U É S

D E L 11 D E S E P T I E M B R E D E 2 0 0 1

M A B :

¿Qué concepto te merecen los proyectos ma-cros para América Latina: el ALCA, el "Plan Colombia", la "Iniciativa Andina", "El Plan Puebla-Panamá '?

C A A R :

Estos proyectos se vinculan a algunos de los puntos que mencionamos antes. Creo que si Estados Unidos ha entrado en un proceso de decadencia económica fuerte, y si cada vez más se reduce su papel en las redes comerciales actuales, lo mismo que

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en las finanzas internacionales, junto a su rol como generador de las nuevas tecnolo-gías de punta, es decir, si asistimos a este proceso de decadencia económica, y tam-bién social y geopolítica de Estados Uni-dos, resulta natural que se reactive la vieja doctrina Monroe, es decir la doctrina que desde el principio del siglo XIX afirmaba "América para los (norte)americanos". Estoy naturalmente jugando, y modifican-do un poco la frase original, pero es obvio que históricamente éste fue siempre su sentido real.

Los Estados Unidos ven que su presen-cia en el comercio internacional se redu-ce cada vez más, y por lo tanto han deci-dido que América Latina, que ha sido siempre su traspatio económico, debe ahora ser reconectada de una manera mucho más orgánica y sistemática a las necesidades y requerimientos de los mer-cados norteamericanos. Este es el sentido profundo del ALCA. En otras palabras, Estados Unidos quiere, a través del meca-nismo de este Acuerdo de Libre Comer-cio para todas las Américas, definir cuán-do, cómo, dónde y en qué tiempo, la fuer-za de trabajo latinoamericana entra a tra-bajar en sus campos, en sus empresas agrí-colas, en sus ciudades y en sus industrias. Dicho Acuerdo quiere definir también cuándo, cómo y en qué niveles se estable-cen los salarios que se le paga a esa fuerza de trabajo que emigra desde Latinoamé-rica hacia el norte, y qué mercancías cha-tarra, que ya no se venden en el mercado norteamericano, y que ya no pueden ven-derse tampoco en los mercados asiáticos y europeos, van a ser las que ahora inun-den nuestros propios mercados.

El ALCA busca entonces redefinir una nueva estrategia, o una nueva forma, de la viejísima y secular dependencia económica de América Latina respecto de los pro-

pios Estados Unidos. Pienso que en este sentido tanto el "Plan Puebla-Panamá", que ha provocado tanta oposición en México, como el "Plan Colombia", cons-tituyen los mecanismos estratégicos prin-cipales para implementar precisamente esta nueva dependencia de América Lati-na respecto de Estados Unidos.

M A B :

En las elecciones de octubre del año pasado el pueblo brasilero dijo no al neoliberalismo y votó por cambiar el modelo neoliberal. Pero aún no queda muy claro cuál es el otro mo-delo a adoptar. ¿No es esto una expresión de vacío de ideas en la actual izquierda lati-noamericana?

C A A R :

No lo creo. La complejidad del mundo actual es muy grande, y no es una casuali-dad que haya tantos teóricos y tantos de-bates que están tratando de plantearse el problema de cómo podríamos caracteri-zar adecuadamente al capitalismo contem-poráneo. Antonio Negri, por ejemplo, habla de que ya no estamos en una etapa imperialista sino en la etapa del 'Imperio', y hay quienes defienden la idea de la glo-balización que mencionamos antes, mien-tras que otros más dicen que seguimos viviendo dentro de una etapa imperialis-ta. Otros, como Immanuel Wallerstein — y yo coincido mucho más con su punto de vista—, pensaríamos más bien que es-tamos en la etapa de la crisis terminal del capitalismo como sistema histórico. Sin embargo, se trata de una situación muy compleja. Pienso que se está debatiendo este problema y que se está tratando de plantear soluciones y caracterizaciones críticas de esta situación.

En mi opinión, lo que Lula representa, es en primer lugar la fuerza del Movimien-

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to de los Sin Tierra, y en segundo lugar, la fuerza de un movimiento popular que vino trabajando lentamente y que durante los últimos 20 años construyó un partido de nuevo tipo, que era el Partido de los Tra-bajadores, que construyó redes sociales muy fuertes, como son las Comunidades Eclesiales de Base y que a partir de todo esto logró revertir en un momento dado la situación política imperante. Pero, ¿cuál es la encrucijada que está viviendo ahora Lula? Lula está sintiendo que la presión y el poder que tienen los grandes mecanis-mos económicos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Ban-co Mundial, es tan grande que no basta con afirmar la vocación política de un cam-bio, y se está dando cuenta de que si quie-re hacer frente a esas presiones y a ese gran poder del capital internacional, sólo podrá hacerlo siendo más creativo, más audaz, y al mismo tiempo más radical, apelando directamente a un apoyo más abierto de las propias organizaciones populares.

Y es en este punto que Lula ha cometi-do un error, porque para no enemistarse con los sectores de empresarios que lo apoyan, y para no desencadenar un con-flicto abierto con estos organismos inter-nacionales, lo que ha estado haciendo es pactando, cediendo espacios, y aceptan-do una serie de compromisos que, en el fondo, empiezan a manifestarse otra vez como la aplicación de medidas neolibera-les. Ahora, desde una perspectiva de iz-quierda, esto es un error muy grande, y Lula debería de tratar de corregirlo. Por-que si no vuelve a vincularse con los mo-vimientos populares, y si no le apuesta al apoyo de los grandes grupos sociales y de las clases populares brasileñas, tratando de-tener una posición más firme y diversa frente al Fondo Monetario Internacional

y el Banco Mundial, y si además de todo, no atiende las demandas de una verdade-ra reforma agraria radical que él mismo prometió, y no da satisfacción al conjun-to de los postulados integrales fundamen-tales del Movimiento de los Sin Tierra, —satisfacción que ha estado postergan-do—, todo su proyecto de cambio social va a terminar naufragando, y él va a ter-minar convirtiéndose tan sólo en un pre-sidente que llegó sin duda al poder con un apoyo popular extraordinario, pero que una vez que estuvo en el poder, volvió a implementar políticas muy parecidas a las viejas políticas neoliberales, aunque con una retórica un poco más socializante. Este es el riesgo que ahora enfrenta Lula, y con-fiamos en que no continúe por este equi-vocado rumbo mencionado.

Pero yo creo que esa es la encrucijada que se estaría planteando, por otro lado, también para esta izquierda latinoameri-cana en general. Ya que no es fácil plan-tear políticas alternativas, pero creo que el trabajo que están haciendo, entre mu-chos otros, los Foros Sociales Mundiales —y no es una casualidad que sea también en Brasil que se dieron los tres primeros encuentros de dichos Foros— apuntan igualmente en esta perspectiva. Por todo ello, no creo que haya un vacío de ideas en la izquierda.

M A B :

Tras 71 años de hegemonía del Partido Re-volucionario Institucional, del PRI, por pri-mera vez un candidato ajeno a sus filas asu-me la jefatura del Estado mexicano. Al cabo de tres años de este significativo suceso polí-tico, ¿cuál es el balance que puedes estable-cer del gobierno de Fox?

C A A R :

El balance que establecería, y que está es-

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tableciendo la mayor parte de la población mexicana, es el vivir una gran decepción. Porque Fox llegó al poder por medio de una campaña en la cual prometía un go-bierno más eficiente, que iba poner fin a la corrupción y a impulsar un gran cam-bio social, que haría crecer la economía al 7% cada año y que resolvería el proble-ma de Chiapas en 15 minutos, según de-cía él, etcétera. Y lo que hemos visto es exactamente todo lo contrario: la econo-mía mexicana está cada vez más en crisis, y cada año ha estado incrementándose el desempleo, perdiéndose entre 600, 000 y 800, 000 puestos de trabajo. Así que en estos tres años, los mexicanos hemos te-nido no crecimiento sino decrecimiento

la que un día es capaz de decir que el cam-po mexicano es la esfera de actividad eco-nómica más desarrollada, y al día siguien-te reconocer que está en una crisis terri-ble. Y un día afirma que lo más importan-te es promover la industria mexicana, y al día siguiente dice que el comercio y las finanzas son las prioridades esenciales para su gobierno.

Existe entonces la sensación en todo México de que Fox tiene una política poco clara, de que no ha podido y no ha queri-do definir un proyecto de nación, y de que no tiene un proyecto político global para conducir cotidianamente al país. Así que pienso que la sensación generalizada que se tiene en México hoy, es la de una

económico: el peso se sigue devaluando cada vez más frente al dólar y estamos vi-viendo una situación de verdadera crisis económica general, en donde la desindus-trialización se acelera cada vez más, y en donde la pequeña y mediana industria son incapaces de sobrevivir a la invasión de nuestros mercados por parte de las mer-cancías norteamericanas, justamente en virtud del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos.

En el plano social, los problemas de la violencia social y de la inseguridad han crecido en la misma medida, o quizá más, que bajo los gobiernos priístas. En térmi-nos políticos, el problema de Chiapas no se ha resuelto aún y siguen sin respetarse los Acuerdos de San Andrés, al mismo tiempo que, más en general, Fox desarro-lla una política completamente errática, en

gran decepción. Porque mucha gente abri-gó muchas expectativas y apoyó a Fox en las urnas en julio del año 2000, para luego venir a darse cuenta de que tanto el Parti-do Acción Nacional (PAN) que llegó tam-bién al poder con Fox, y este último son claramente incapaces de resolver los pro-blemas cruciales urgentes de la sociedad mexicana, y de empezar por lo menos a sentar las condiciones para resolver los problemas estructurales que México ha arrastrado durante décadas, y que pade-ció justamente durante esos 71 años de los gobiernos priístas que tu mencionas-te. Este sería dicho balance general.

M A B :

¿Cuál ha sido el papel de la oposición, encar-nada concretamente en el Partido de la Re-volución Democrática, el PRD? ¿Qué ha sig-

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nificado el control del poder local en la ciu-dad más grande del mundo, por parte de este partido de izquierda?

C A A R :

La pregunta no se puede responder de una manera única, porque el PRD ha atrave-sado muchas etapas. Creo que durante el momento de su surgimiento, después de 1988, el PRD logró conjuntar en su seno a una serie de franjas importantes de cier-tos movimientos sociales de oposición, de movimientos populares de resistencia, lo que hizo que en un momento dado llegara a representar efectivamente una cierta al-ternativa de izquierda a las políticas gu-bernamentales y a los gobiernos del PRI. Desafortunadamente, en el último tiem-po, muchos de los políticos del PRD han empezado a tener una actitud alejada de los movimientos populares y se han en-frascado en una suerte de "lucha de tri-bus", como dicen en México, donde lo único que se reparten son las cuotas de cuántos d iputados , cuántos senadores, cuántos puestos de mando y de poder les van a tocar a cada una de esas fracciones del partido o tribus.

Y por estar pensando sólo en estos pro-blemas del reparto de los puestos y de la obtención del control dentro del propio partido, se han olvidado de su vinculación con los movimientos sociales populares. Así que no es una casualidad que no haya habido hasta hoy claros pronunciamien-tos por parte del PRD respecto a las alter-nativas globales de solución del conflicto chiapaneco, y tampoco es una casualidad que no se tenga una política clara respec-to de la privatización de la energía eléctri-ca que está ya en curso. Y el PRD no se ha pronunciado tampoco claramente res-pecto del problema actual que vive el cam-po mexicano, o respecto de la entrega gra-

dual y subterránea de nuestra industria del petróleo, etcétera. En este sentido, el PRD está perdiendo el rumbo, y aunque gobier-na la ciudad más grande del mundo, que es la Ciudad de México, creo que no está cumpliendo con las expectativas que un verdadero par t ido de izquierda debería ofrecer y presentar al conjunto de las cla-ses populares, en un país tan complejo como es el México de hoy.

M A B :

¿Qué significado ha tenido para México, para América Latina y para el mundo, el levanta-miento del movimiento Zapatista del prime-ro de enero de 1994?

C A A R :

Los analistas sociales debiéramos pregun-tarnos, de una manera más seria, por qué el movimiento neozapatista suscitó desde su origen, y suscita hasta ahora, tanta aten-ción internacional, y por qué hay gente de todo el mundo dispuesta a ayudar en las comunidades Zapatistas, a colaborar con su experiencia y a tratar de aprender del desarrollo de las propias comunidades Za-patistas. Pienso que una de las razones que explican esto, es la de que el neozapatis-mo se constituye como una suerte de mo-delo universal de cómo deberán funcionar los nuevos movimientos antisistémicos en los próximos 20, 30 o quizá 50 años. Por-que se trata de un movimiento que asume centralmente y que intenta concientemente dar una salida a la crisis profunda que está viviendo, ya no solamente el Estado con-temporáneo, sino más en general todo el nivel de esa actividad humana que es la política y lo político moderno. Porque to-dos los partidos del mundo, sean de dere-cha, de centro, o de izquierda, están en una crisis absoluta, determinada en parte por la situación de que la inmensa mayo-

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ría de las poblaciones de todo el planeta han comenzado hace varios lustros a pen-sar que la política es algo idéntico al tráfi-co de influencias, a los malos manejos, al nepotismo, y más en general a cosas su-cias y oscuras.

Frente a esta crisis de la manera de fun-cionar la política moderna contemporá-nea, y concomitantemente a ello de todo tipo de partidos, los neozapatistas están proponiendo que desplacemos el eje de los nuevos movimientos sociales y políticos, y que dejemos de pensar en su estructura-ción como partidos, y en el clásico objeti-vo de la toma del poder político, y que frente a todo ello volvamos más bien a asumir las consecuencias de que, como lo dijo Marx hace ya 150 años, detrás de lo político está y debe estar siempre lo so-cial. Ya que cualquier partido político que no tiene realmente un movimiento social fuerte detrás de él, no es más que un sim-ple y vulgar cascarón vacío, igual que cual-quier fuerza o personaje político que no representa realmente a una fuerza social importante que lo apoye y soporte, no tie-ne absolutamente ningún significado real. Y en la medida en que la política entra en crisis, los políticos y los partidos políticos tienden a girar sólo sobre sí mismos, como en una especie de carrusel, y empiezan a adorar el poder por el poder mismo, y a creer que la política es un nivel de reali-dad y de relaciones autosuficientes y exis-tentes de manera autónoma, por y para sí mismas.

Pero los Zapatistas nos están recordan-do que para que esa actividad de la políti-ca tenga sentido, lo político debe volver a reconectarse con lo social y subordinarse a él. Así que las gentes que ocupan pues-tos políticos y que en verdad no represen-tan a grupos sociales importantes, y no responden de modo efectivo a los intere-

ses y a las demandas de los movimientos y de las diversas fuerzas sociales, no tienen s implemente n inguna razón de existir. Entonces, cuando esos dignos indígenas rebeldes nos dicen que debemos de hacer una nueva forma de política, en la que todos los políticos aprendan en serio a "mandar obedeciendo", afirman un principio que para todos los políticos tradicionales re-sulta incomprensible. Porque para ellos, la política es el arte sólo del mando y no de la obediencia.

Y lo que sucede es que con este oxymo-ron, que pone de cabeza y transforma de raíz toda la lógica perversa, verticalista y parásita de la política burguesa tradicio-nal, lo que los neozapatistas nos está di-c iendo es que debemos revincular eso político con lo social, reubicando además como eje central de esta vinculación a lo social, a las fuerzas sociales, a los movi-mientos sociales y a la organización de la sociedad civil misma, poniendo como el elemento subordinado a toda posible con-figuración de ese nivel de lo político, des-de los modernos partidos políticos hasta las más diversas formas de las organizacio-nes y de las estructuras políticas de todo tipo.

Creo, por lo demás que éste es sólo un ejemplo, entre muchos otros posibles, de las complejas razones por las que el neo-zapatismo se ha logrado constituir en esa especie de 'modelo' de lo que podrían em-pezar a ser y a hacer, o quizá de lo que ya están siendo y haciendo otros movimien-tos antisistémicos a lo largo y ancho del planeta. Porque en mi opinión, este trazo que los neozapatistas han reivindicado con tanta fuerza, respecto de una forma radi-calmente nueva y radicalmente otra de la política se reproduce también en el seno de las posiciones del Movimiento de los "Sin Tierra", lo mismo que en los movi-mientos de "los piqueteros" argentinos,

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movimientos ambos que miran mucho más hacia la organización de la gente y a las demandas reales y sociales de esa gen-te, que a la lucha por los puestos políti-cos, o a los acuerdos cupulares, o las siem-pre sospechosas negociaciones a puerta cerrada de todo tipo de líderes o de repre-sentantes, o al reparto de cuotas y lugares dentro de las representaciones internas de las estructuras políticas.

M A B :

¿Qué ha sucedido con el EZLN, después del arribo de la caravana zapatista al D. E. que moviliza hace más de dos años a la sociedad mexicana en un reclamo por la automonía y la dignidad indígena? Te pregunto esto por-que a veces uno tuviera la impresión de que el movimiento zapatista ha tenido unos mo-mentos "de gran auge" y otros momentos "de declive", y justamente después de esta cara-vana el movimiento pareciese que ha guar-dado un largo silencio.

C A A R :

En efecto, los neozapatistas han tenido momentos de mayor protagonismo y mo-mentos en que efectivamente han estado un poco menos visibles. Pero esta diná-mica no puede interpretarse automática-mente como un síntoma de auges y de reflujos, porque su falta de visibilidad ex-terna en un cierto momento, no quiere decir que no estén trabajando de una ma-nera muy continua, y que no estén al mis-mo tiempo teniendo grandes e importan-tes debates internos. Ciertamente, como tú señalas, durante la marcha del año 2001 los neozapatistas lograron demostrar que cuentan con un gran apoyo popular de inmensas capas de la población mexica-na. Quiero repetir un dato que todo el mundo conoce, pero que es importante volver a mencionar: la movilización de las

gentes que salieron a las calles a ver y apo-yar a los Zapatistas, j un to a las que parti-ciparon en la organización logística de las manifestaciones, en los 14 estados de la República Mexicana que ellos recorrieron entre febrero y abril de 2001, fue de 10 millones de gentes. Es decir que uno de cada diez mexicanos, una décima parte de la población total de México se movilizó para mostrar su apoyo a los neozapatistas.

Insisto en este punto porque es innega-ble que los zapatistas gozan de una simpa-tía popular muy grande dentro de Méxi-co, y también fuera de México, y es gra-cias a ese doble apoyo popular que han logrado sobrevivir a los embates e incluso a las traiciones de los gobiernos de Méxi-co. Si señalo esto, es porque la gran de-cepción que los zapatistas tuvieron, y con ellos, la decepción que también tuvimos muchísima gente después de la Marcha del Color de la Tierra, fue precisamente que el presidente Vicente Fox, que había prometido desde su propio discurso de toma del poder resolver el problema de Chiapas, y que parecía haber dado un sín-toma positivo en ese sentido al permitir que la Marcha se organizara y llegara a la Ciudad de México, dejó finalmente nau-fragar a ese fundamental proyecto de res-petar los Acuerdos de San Andrés, simu-lando que dejaba inocentemente la deci-sión del asunto en manos de las Cámaras y del Congreso.

Pero entonces, lo que se escenificó en esas Cámaras y en ese Congreso fue una especie de golpe de estado parlamentario' en el que varios de los líderes de los sena-dores, todos ellos de muy dudosa reputa-ción —y que incluían lo mismo a senado-res del PRI y del PAN, como también del PRD—, votaron en contra de los Acuer-dos de San Andrés, para promover una contrarreforma indígena que volvió a em-

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pantanar toda la situación y a hacer toda-vía más difícil la situación en Chiapas. Pero durante todo el tiempo que siguió a esas falsas promesas de Vicente Fox y a esa decisión regresiva y nefasta de los senado-res, los neozapatistas no estuvieron inmó-viles, y no estaban para nada en reflujo. Por el contrario, se sumergieron en un intenso debate interno, muy fuerte, preci-samente para redefinir como reorganizar-se y como volver a reposicionarse dentro de la escena política mexicana.

Y el resultado de esos debates, después de más de dos años, fue precisamente el de decidir fundar las "Juntas de Buen Go-bierno", que acaban de lanzarse hace un

blica y de los hospitales, o de la educa-ción y la alfabetización en esas comuni-dades indígenas.

De modo que en los caracoles neoza-patistas, estas Juntas de Buen Gobierno ya están funcionando de una manera prác-ticamente autosuficiente, y están empezan-do a ver cómo se educa y cómo se debe de educar a los niños Zapatistas, y por lo tanto cómo se pueden formar nuevos maestros, para que eduquen a los niños no sólo con la vieja historia patria, tradi-cional, que resulta siempre abstracta y le-jana para los niños, sino que los eduquen explicándoles al mismo tiempo qué cosa quiere decir vivir hoy en Chiapas, y por-

mes, y que constituyen una nueva e inteli-gente iniciativa que pretende crear órga-nos de autogobierno popular, ante la inca-pacidad de los gobiernos federal y estatal de cumplir con las funciones elementales para las cuales fueron elegidos. Se trata entonces de organizar desde abajo institu-ciones de gestión local, conformadas por gente que ellos mismos eligen de una ma-nera democrática, y que son revocables en cualquier momento. Esa gente y esas Juntas de Buen Gobierno, tienen que em-pezar a organizar los asuntos que atañen a toda la comunidad, como los asuntos eco-nómicos —por ejemplo la cuestión de cómo se introducen las nuevas tecnologías, o se buscan nuevos mecanismos de co-mercialización de sus productos que eli-minen a los intermediarios, permitiendo con ello una mayor ganancia para los pro-pios productores indígenas—, pero tam-bién los cruciales asuntos de la salud pú-

qué en esta región de México se vive des-de hace varios años un conflicto social importante y una guerra de baja intensi-dad, y porqué ven pasar a los aviones y a los helicópteros del Ejército mexicano todo el tiempo. Que les expliquen lo que quie-re decir ser chiapaneco ahora y ser tam-bién neozapatista, y tratar de luchar por un mundo más justo y por una sociedad más igualitaria. Este proceso es muy largo y complejo, pero los Zapat istas y a están echándolo a andar.

Entonces, el sentido general de estas Jun-tas de Buen Gobierno es empezar a resol-ver los asuntos públicos, económicos, so-ciales, políticos y culturales de las comu-nidades, desde una perspectiva en la cual, frente al vacío de poder que crea un go-bierno débil, errático y que no está efecti-vamente sabiendo llevar por un rumbo cla-ro a México, los neozapatistas proponen que nosotros nos organicemos desde aba-

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jo. Y vuelvo a lo que había dicho antes, es decir que el objetivo fundamental de los Zapatistas es el de que la gente esté organi-zada, mucho más que fundar un partido político, o que pelear por puestos dentro del parlamento. La idea es así que la gente misma debe comenzar a organizarse des-de abajo, sin esperar la iniciativa ni el apo-yo del gobierno, y debe también empezar a autogobernarse, como un mecanismo de presión y al mismo tiempo como una al-ternativa racional frente a un gobierno estatal o federal que no es capaz de res-ponder mínimamente a las tareas que son históricamente su responsabilidad. Así, frente al desgobierno total que ahora pa-decemos en México, la única salida posi-ble es la de la promoción de estas formas de autogobierno organizado por la misma sociedad civil desde abajo y con sus pro-pias fuerzas y recursos.

M A B : En diferentes ocasiones el Subcomandante Marcos se ha referido críticamente al accio-nar militar de movimientos armados como el movimiento separatista vasco (ETA), y más cercanamente el caso de la guerrilla colom-biana de las FARC-EP o los mismos movi-mientos insurgentes diferentes al EZLN en México. ¿No crees que el Subcomandante Marcos incurre en un error al pretender ge-neralizar un modelo exitoso de resistencia, desconociendo las condiciones específicas en que se desenvuelven otras luchas?

C A A R : No, no estoy muy seguro de esto que afir-mas. Porque el debate se ha planteado en otros términos. La intervención que hizo el Subcomandante Marcos respecto de la ETA se debió sobre todo al hecho de que, como el mismo lo reveló después, y hay documentos que prueban esto, Felipe

González y otros políticos españoles im-portantes habían estado interviniendo di-rectamente en los asuntos de la política externa mexicana, asesorando al presiden-te Ernesto Zedillo, y asesorando las políti-cas de contrainsurgencia del propio go-bierno de Vicente Fox. El Subcomandan-te dice que esta situación fue la que hizo que él se animara a intervenir en la escena política española, es decir el hecho de que sabía que había gente prominente de la política española que estaban actuando, justamente, en contra de los Zapatistas. Y de ahí sus primeras declaraciones críticas.

En segundo lugar, hay que subrayar una cosa, sobre la cual el Subcomandante Marcos ha insistido mucho: cuando se proponía este diálogo con ETA, el objeti-vo era el de crear condiciones para que se estableciera una nueva situación que per-mitiera destrabar la fuerte polarización y la creciente violencia que se vive en el País Vasco y en España desde hace mucho tiem-po. No conozco las declaraciones del Sub-comandante Marcos sobre la guerrilla co-lombiana, pero pienso que quizá el senti-do de su propuesta sería el mismo, es de-cir no tanto el de pronunciarse a favor o en contra de ninguno de los grupos, ni tampoco de tratar de pontificar o de decir cómo hay que hacer las cosas en otros países, pero si en cambio decir en que sentido y qué lecciones nos ha dado la experiencia particular de los Zapatistas.

El mismo Subcomandante ha repetido muchas veces, jugando un poco con las palabras, que "nosotros los Zapatistas so-mos la guerrilla más pacífica del mundo". Y afirma eso porque ellos han aprendido que son 10 veces, 30 veces, 50 veces más efectivas las armas de la política que las armas militares. Y sobre todo las armas de la política cuando esta última es conce-bida no como la política tradicional, sino

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como la organización prioritaria de las fuerzas y de los movimientos sociales po-pulares. Este es, creo yo, el sentido de la intervención de Marcos, tanto en el caso de ETA, como supongo también en el caso colombiano, aunque insisto en que no conozco esas declaraciones suyas sobre la guerrilla colombiana. Debiéramos buscar espacios que le abran más oportunidades al trabajo político y menos al trabajo mili-tar. Porque no podemos basarnos solamen-te en la fuerza de las armas mismas, y de-biéramos pensar más bien en los nuevos espacios políticos que pueden ir conquis-tando e imponiendo los distintos movi-mientos sociales populares.

M A B :

¿Cómo ven los universitarios de México al actual gobierno del presidente Alvaro Uri-be Vélez?

C A A R :

Desafortunadamente, no se conoce sufi-ciente la situación de Colombia en Méxi-co. De todas formas, habría que decir que en general, la caracterización que se hace del gobierno de Uribe es que él forma parte de esa más amplia familia de personajes que han estado llegando al poder en los últimos lustros, y que representan posi-ciones muy conservadoras y muy de dere-cha. Diríamos así que Uribe no es un fe-nómeno ni aislado ni exclusivo de Colom-bia, porque lo mismo que representa Uri-be en tu país es lo que representa Vicente Fox en México, o Aznar en España, o Ber-lusconi en Italia, o Jörg Haider en Austria y también George Bush en Estados Uni-dos. Hace unos 15 o 20 años, la derecha rompió con el consenso liberal y empezó a tener una actitud mucho más beligeran-te de participación política. Y esta dere-cha beligerante, e incluso me atrevería a

decir desvergonzada, ha estado últimamen-te ganando algunas elecciones, y esta im-plementando políticas abiertamente con-servadoras y de derecha en toda una serie de países no sólo de América Latina sino de todo el mundo.

En México estamos muy preocupados viendo los efectos catastróficos que, por ejemplo en el ámbito de la cultura, pero también mucho más allá, tiene esta políti-ca conservadora y neoliberal que impulsa Vicente Fox. Sin conocer demasiado la situación colombiana, vemos que Colom-bia está caminando por ese mismo rum-bo. Y ya sabemos que lo único que produ-cen estas políticas es una mayor polariza-ción social, un agravamiento de los con-flictos políticos, una clara regresión cultu-ral y un deterioro creciente de la situa-ción económica.

M A B :

¿Qué opinión te merecen las guerrillas co-lombianas, como una de las expresiones de lucha y resistencia de sectores de la pobla-ción colombiana?

C A A R :

Quizá diría lo mismo que estaba plantean-do en relación al movimiento neozapatis-ta. Ningún movimiento puede apoyarse exclusivamente en la fuerza de las armas, y ésta no debiera ser el pivote principal ni el elemento decisivo de ningún movimien-to social. El eje fundamental debe ser la organización social de la gente, así como la claridad política del movimiento, junto a la reivindicación de una forma de orga-nización interna genuinamente democrá-tica. Pienso que en Colombia habría que buscar alternativas que despolaricen la actual situación, que efectivamente pare-ce haberse venido agudizando todavía más a partir del gobierno de Uribe. Es necesa-

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rio construir alternativas que fortalezcan a los movimientos sociales, que abran es-pacios de real expresión de la sociedad civil, para que esta última no se vea forza-da a tener que tomar ese camino militar. Creo que siempre debemos apostar mu-cho más a la política que a las armas, y considero que esa es una de las lecciones importantes del movimiento zapatista, cuyo principio comparto plenamente.

MAB: ¿Qué impresión te llevas de Colombia y de los colombianos después de esta breve estan-cia en el país?

C A A R :

Bueno, veo que en Colombia, como en toda América Latina, se están viviendo contradicciones sociales, conflictos polí-ticos y situaciones económicas sumamen-te complicadas, pero veo también que hay mucha gente crítica, inteligente, que esta tratando de buscar alternativas a esta si-tuación. Veo que la gente no está, obvia-mente, conforme con este estado de co-sas, y que también se organiza, y soy opti-mista, porque pienso que estamos llegan-do a una situación en la cual seguir repro-duciendo este tipo de políticas neolibera-

les es cada vez más absurdo, y más anti-popular. Soy tenazmente optimista, y pien-so que tanto el caso de Lula en Brasil, como incluso el caso del gobierno del PRD en la ciudad de México, demuestran muy cla-ramente que la gente está realmente can-sada de este tipo de políticas neoliberales, y que está buscando otras alternativas. Así que pienso que en el futuro inmediato podrán irse consolidando y abriendo más espacios democráticos, y cambiando poco a poco las cosas para que en América La-tina tengamos gobiernos no neoliberales, sino gobiernos más progresistas. Y en un mediano plazo, quizá hasta gobiernos más radicalmente inclinados hacia un verda-dero cambio social y hacia una genuina transformación radical de todas la socie-dades de la propia América Latina.

M A B :

Muchas gracias a ti, Profesor Carlos Anto-nio Aguirre Rojas, y esperamos volver a verte de nuevo aquí en Colombia.

C A A R :

Muchas gracias a ti, Miguel Ángel, por esta entrevista. Con gusto volveré a Colom-bia en cuanto sea nuevamente posible.

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IRENE RODRÍGUEZ

RESEÑA CRÍTICA DEL LIBRO:

Ensayos sobre microhistoria

En el marco de la distancia crítica que han tomado las ciencias sociales respecto a los enfoques macro, los debates en torno a las propuestas metodo-lógicas de la microhistoria italiana o del microanálisis radical han cobrado y siguen suscitando el interés de quienes intentan asir un pasado más extraño, más comple-jo y menos lineal de lo que la mirada estructuralista supuso.

Los trabajos que forman parte de esta compilación fueron editados en 1999 como un dossier de la Revista Prohisto-ria y hoy, gracias al esfuerzo editorial

de jitanjáfora Morelia Editorial, se ree-ditan en formato de libro, renovando el interés por las discusiones, en absoluto agotadas, en torno a la relación entre lo micro y lo macro, lo local y lo global; a los actores sociales; a las for-mas de exposición y al abor-daje de nuevas temáticas así como a la capacidad de la historia de analizar las des-viaciones o las excepciones a los grandes modelos so-ciológicos.

Esta edición incluye dos nuevos artículos de Darío Barriera, quien tuvo a su cargo la compilación de los trabajos. Por un lado, y en la parte final del libro, ofre-

ce una extensa bibliografía sobre el tema que, junto a la presentada por Justo Ser-na y Anaclet Pons en una publicación de la Universidad de Valencia, confor-ma la bibliografía editada más impor-tante sobre la experiencia microhistórica. Por el otro, un trabajo que introdu-ce nuevamente el volumen ahora edita-do por jitanjáfora.

En este primer artículo, que titula Des-pués de la microhistoria. Escalas de obser-vación y principios de análisis: de la mi-crohistoria al microanálisis radical, Barrie-ra analiza los lugares comunes a los que se asocia la microhistoria, señalando las grandes diferencias y los pequeños ma-tices que separan a las distintas propues-tas metodológicas de quienes fueron parte de esta experiencia. Por otro lado,

despeja con impecable cla-ridad otra de las confusio-nes más frecuentes en tor-no al tema, tales como las equívocas asociaciones en-tre microhistoria e historia local o regional, o la no menos errada identif ica-ción de microhistoria con microanálisis.

En Las "babas" de la mi-crohistoria. Del mundo segu-ro al universo de lo posible, la introducción al dossier de

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1999, Barriera apuesta a la metáfora de la baba del diablo (la telaraña) para dar cuenta de dos de los aspectos más ricos de la propuesta microhistórica: por un lado la posibilidad de ver en esa . . . silue-ta liviana y delgada... una trama densa que, algunas veces, atrapa a las moscas en medio de su vuelo. Y por el otro, mos-trar que en ocasiones esa s i l u e t a . . . se adhiere al rostro o la cabellera de alguien, obcecada y perturbadoramente, constitu-yen una imagen acertada para describir un t rabajo his tor iográf ico minucioso que pone en evidencia situaciones de tensión y conflicto, que desde otra pers-pectiva, serían difíciles de percibir.

Matti Peltonen, en Indicios, márgenes y mónadas. Acerca del advenimiento de la "Nueva Microhistoria", señala la coinci-dencia en la utilización de la metáfora espacial por parte de Ginzburg y Levi así como de otras ciencias sociales don-de opera la distinción entre los enfoques macro y micro, como es el caso de la economía y la sociología, disciplinas que se han preocupado por este vínculo an-tes que la historia. Si bien en economía ha prevalecido el aspecto temporal, los trabajos de Carlo Ginzburg también es-tarían basados, según Peltonen, en una tensión temporal a partir de un aconte-cimiento excepcional que colisiona con la estructura de la cultura popular, reve-lando aspectos imposibles de percibir en otra temporalidad. El famoso oxymoron de lo 'excepcional-normal ' lleva en el seno de su misma paradoja la relación entre lo micro y lo macro como con-trastes analíticos y no como unidades empíricas antagónicas. Los indicios de Ginzburg, los márgenes de De Certeau y las mónadas tomadas de Leibniz por Ben-jamín —microenfoques distintivos de la historia por su carácter concreto— cons-

tituyen, señala este autor, unidades que reúnen dentro de sí ambas dimensiones.

Respecto a las discusiones sobre las características del proyecto de la micro-historia italiana, el artículo de Carlos Aguirre Rojas ayuda también a despejar algunas dudas al respecto al afirmar ca-tegóricamente que los trabajos de Luis González y González, asociados a la eti-queta "microhistoria", estarían en las antípodas absolutas de la microhistoria italiana. Los trabajos de González y Gon-zález estarían enmarcados en un explíci-to retorno a una nueva y fructífera his-toria local que sería la respuesta mexi-cana al agotamiento de las historias ge-nerales. La microhistoria italiana, a di-ferencia de esta historia regional, pro-mueve la utilización de la reducción de escala sólo a nivel metodológico, es de-cir, como un procedimiento que intenta enriquecer el análisis histórico. Se trata de una reducción en la escala de la ob-servación y no del objeto estudiado.

Bernard Vincent en Microhistoria a la española realiza un recorrido por las obras de Jaime Contreras, Tomás A. Mante-cón Movellán, Ángel Rodríguez Sánchez y José Javier Ruiz Ibáñez. Con respecto al primero de ellos, señala cómo la esca-la microhistórica pudo poner en eviden-cia estrategias individuales que resulta-ron más significativas que otras opcio-nes a la hora de resolver una cuestión central para este historiador como es el lugar de los judeo-conversos en la socie-dad española del siglo XVI. Por otro lado, cuenta cómo Mantecón, a través de un proceso excepcional como el que desencadena el asesinato de una mujer en un pueblo del norte de España, reve-ló los comportamientos y los procesos de regulación de una comunidad aldea-na. Por su parte Ángel Rodríguez, a par-

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tir de un exhaustivo trabajo sobre 303 confesiones de fieles que habían sido invitados a responder a trece preguntas precisas y a delatar a quienes hubieren cometido pecados, logró ver un proceso parainquisi torial de aplicación de los preceptos de Trento y de imposición de una estricta moral social. Finalmente, el texto de José Javier Ruiz Ibáñez —que caracteriza como un trabajo, ya no de historia sociocultural como los anterio-res, s ino de h i s to r ia soc iopo l i t i ca— aborda el tema de la soberanía a partir de hechos que tuvieron lugar en la pe-queña ciudad de Cambrai en 1595. De este modo pudo reconocer las corrien-tes de pensamiento político en las que abrevaban los habitantes de esta ciudad y las figuras jurídicas que los conseje-ros reales inventaron para no restituir las prer rogat ivas de 1595. Así logró mostrar la relación dinámica entre la práctica y la teoría, a partir de esta cir-cunstancia concreta donde la primera subvirtió a la segunda.

El trabajo de Justo Serna y Anaclet Pons, El historiador como autor. Exito y fracaso de la Microhistoria, realiza un recorrido por los avatares de la casa edi-torial Einaudi como una forma de com-prender el porqué de la identificación de la microhistoria con la obra de Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos. La ver-sión más difundida internacionalmente es la que identifica el paradigma indi-ciarlo con microhistoria, sin embargo, como señalan los autores, esto no es así en Italia donde se pueden identificar por los menos dos modos de entender la mi-crohis tor ia : la que encarna Edoa rdo Grendi y la que se identifica con Carlo Ginzburg. Quizás esto explique la para-doja del decreto de la muerte de la mi-crohistoria por parte de sus oficiantes

en el momento en que los historiadores del mundo celebran la actualidad de sus planteos. A continuación, entonces, ana-lizan minuciosamente las diferencias que separan las propuestas de Grendi de las de Ginzburg, señalando la centralidad que el contexto y las relaciones sociales ocupan en el primero y la ampliación por parte de Ginzburg y Poni del senti-do original que Grendi había dado al oxy-moron de lo ' excepcional -normal ' así como la recuperación del método abduc-tivo propuesto por el pensador pragmá-tico Charles S. Pierce. Una propuesta que desplaza al método deductivo —que prueba que algo necesariamente es— por el método indiciario para el que —pen-sando en la historia como una discipli-na de lo concreto— algo puede ser.

La inclusión en el libro de las entre-vistas a dos de los principales protago-nistas de la experiencia microhistórica, Giovanni Levi y Carlo Ginzburg, enri-quecen las reflexiones de los autores re-unidos en este volumen. Interrogado el pr imero de ellos sobre los pr incipios metodológicos de esta experiencia fue muy concreto: . . . Es un problema de esca-la. La microhistoria no es estudiar cosas pequeñas sino mirar en un punto específi-co pequeño, pero proponerse problemas generales, pon iendo de este modo en perspectiva no sólo la relación entre lo micro y lo macro sino, y sobre todo, la posición que toma el historiador en la investigación. Una perspectiva que im-plica cambios tanto en la forma de cons-truir el objeto como en la forma de or-ganizar el relato, privilegiando la espe-cificidad del pun to de vista sobre "la verdad" autorizada del historiador. La escritura de la historia, las fuentes ora-les, los estudios de redes, la historiogra-fía l a t i noamer i cana y a rgen t ina , los

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trabajos de síntesis, disrupción y nueva síntesis son algunos de los temas que se repasan en esta rica entrevista que se ofrece a los lectores interesados en el tema.

Finalmente, la charla de Adriano Sofri con Cario Ginzburg, que data de 1982, es una entrevista excepcional que el mismo Ginzburg ha calificado como e l . . . texto autobiográfico que a mi me gusta más, por-que la persona que me ha entrevistado es mi amigo Adriano Sofri... Y que no sólo nos permite recorrer propuestas, anécdotas, reflexiones, conceptos, antecedentes inte-lectuales y bibliográficos del entrevistado, sino que además se propone como una forma de protesta contra la injusta prisión que hoy padece este intelectual crítico de izquierda que ha oficiado en esta especial ocasión de entrevistador.

Como señalan Serna y Pons . . . la 'mi-crostoria' es una voz italiana de creciente éxito internacional pero de ambiguo sig-nificado. De aquí la importancia de los trabajos reunidos en este volumen ya que una lectura atenta despejará en el lector muchos de los puntos confusos que han sido fruto de esquematizaciones y sim-plificaciones propias de la amplia difu-sión que la experiencia microhistórica ha tenido en las universidades del mun-do. La densidad de sus propuestas, que se recupera a partir de la lectura de este volumen, permite reconocer en ellas una excelente herramienta para quienes in-tentan acercarse a un pasado cuya com-plejidad requiere de toda la capacidad creativa de la interpretación histórica.

BARRIERA, DARÍO (COMPILADOR).

Ensayos sobre microhistoria, jitanjáfora Morelia Editorial / prohistoria,

Morelia, 2002, 286 pp.

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Noticias DIVERSAS

Reiteramos la invitación para que conozcan la nueva revista electrónica Eppur, en el sitio: http: //www.revista-eppur.com. El número 1 está dedicado al tema del 'Balance crítico del siglo XX', y contiene ensayos de Bolívar Echeverría, Immanuel Wallerstein, Jürgen Habermas, Michael Lowy, y Carlos A. Aguirre Rojas, además de una entrevista a Car-los Monsivais.

Está ya circulando el nuevo libro de Carlos Antonio Aguirre Rojas, Immanuel Wallerstein. Crítica del sistema-mundo capitalista, publica-do en México por Ediciones Era. Se anuncia su próxima aparición en Chile, por parte de la Editorial Lom, y en Uruguay por la Edito-rial Trilce. La Introducción de este libro será incluida también en un libro de la Universi-dad de Antioquia en Medellín, Colombia.

La Universidad de Guadalajara prepara la próxima edición en español del libro de Car-

lo Ginzburg, I Benandanti. Mientras tanto, tal y como lo anunciamos en el número 1 de nuestra revista, la Uni-versidad Juárez Autónoma de Tabasco le otorgó el Doctorado Honoris Cau-sa al mismo Carlo Ginzburg, además de publicar su libro Ninguna Isla es una Isla.

Fue publicado en Rosario, en Argenti-na, el libro de Carlos Antonio Aguirre Rojas, Historia de la microhistoria ita-liana. Ese libro es el texto del ensayo publicado en el número 1 de Con-trahistorias, ahora publicado de mane-ra independiente como un pequeño li-bro, por la Editorial Prohistoria.

La Universidad Juárez Autónoma de Ta-basco editó también recientemente el libro de Etienne Bloch, titulado Marc Bloch. El historiador en su laborato-rio. Testimonios e Interpretaciones.

El Centro de Investigaciones sobre la Cultura Cubana 'Juan Marinelo' publi-cará pronto el libro de Carlos Antonio Aguirre Rojas, titulado Para compren-der el mundo actual. Una gramática de larga duración.

En marzo de 2004 saldrá publicado un nuevo libro de Immanuel Wallerstein, con el t í tu lo The Uncertainties of Knowledge, que será editado por Tem-ple University Press.

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Carlo Ginzburg impartió en septiembre pa-sado, en Guadalajara, la Cátedra 'Julio Cortázar'. Fue la cátedra más concurrida en toda la historia de este foro, teniendo más de 500 asistentes durante los tres días de esta activi-dad. Felicitamos calurosamente al Dr. Ginz-burg, miembro de nuestro Comité Científi-co Internacional.

Se publicó en Guatemala el libro del Profe-sor Edeliberto Cifuentes Medina, La Aventu-ra de Investigar. EL Plan y La Tesis, por parte de la Editorial Magna Terra.

La respuesta social que tuvo la aparición de nuestra revista Contrahistorias. La otra mi-rada de Clío fue verdaderamente extraordi-naria. Hasta el punto de que los 2000 ejem-plares de la primera edición se agotaron en un mes. Decidimos reimprimir, en octubre de 2003, 1000 ejemplares más, que volvie-ron a agotarse rápidamente, lo que nos llevó a realizar una segunda reimpresión en no-viembre de 2003 de otros 1000 ejemplares más. Y todo esto, sólo gracias al apoyo soli-dario de toda la red de amigos de Contrahis-torias, los que a través de los circuitos infor-males del 'correo del Zar' —es decir lleván-dolos directamente y distribuyéndolos tam-bién de manera personal— difundieron la revista no solamente en todas las Escuelas de Historia importantes del Distrito Federal, sino también en Toluca, Puebla, Jalapa, La Paz, Guadalajara, Querétaro, Tlaxcala, Tepic, Villahermosa, Cuernavaca, Monterrey, Celaya, Uruapan, Mérida, Sonora, Campeche, Gua-najuato, Aguascalientes, Morelia, San Cris-tóbal de las Casas, Tuxtla Gutiérrez, Pachuca, Zamora, Chilpancingo, San Luis Potosí, y

Tijuana. Además, nuestra revista se dis-tribuyó también en la más importante reunión nacional de los futuros histo-riadores mexicanos, el Encuentro Na-cional de Estudiantes de Historia, lo que permitió que la revista llegara se-guramente a muchas otras ciudades de México no mencionadas en la lista an-terior. Naturalmente, esta vastísima di-fusión nacional sólo fue posible gracias a ese 'trabajo voluntario', totalmente desinteresado y fraterno de esta red de amigos, a la que el Colectivo Con-trahistorias agradece infinitamente ese apoyo. Aunque no es posible mencio-nar por su nombre a toda la enorme lista de esta red de amigos, ellos saben muy bien quienes son, y reciben sin duda nuestro reconocimiento profundo.

Contrahistorias se distribuyó también en el II Encuentro Latinoamericano de Estudiantes de Historia celebrado en Uruguay. Igualmente se difundió de manera significativa, especialmente en Colombia, Guatemala y Argentina, y un poco en Belice, Perú y España, ade-más de la difusión que todos los miem-bros de nuestro Comité Científico In-ternacional le dieron en las Bibliotecas de los 13 países en donde ellos traba-jan y habitan.

Una cuestión de orden práctico. He-mos recibido muchos correos pregun-tando como es posible adquirir Con-trahistorias en muchas ciudades del país y en varios lugares de América Latina y de España. El problema es que no

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resulta viable pagar 20 pesos por un ejemplar de la revista y 80 pesos por el envío por medio del servicio de Estafeta, o hasta 15 ó 20 dólares por el envío mediante mensajería internacional a otro país. Y el correo mexica-no no parece ser en este sentido una vía suficientemente segura. En cambio, puede ser más fácil enviar 20, 30 ó 50 ejemplares juntos a cualquier destino, nacional o internacional, pues de ese modo el pago del costo del envío se justifica mucho más.

Por ello, invitamos a todos los potenciales lectores de Contrahistorias que viven en ciudades en donde aún no llega la revista, a agruparse en general, para que puedan hacer esos pedidos colectivos a través de nues-tro correo electrónico, y mediante un sencillo depósito bancario.

La simpatía mostrada hacia nuestro proyecto, nos confirma en la necesi-dad y urgencia de continuar, en México, en América Latina y en todo el planeta, impulsando los principales resultados de la historia y de las cien-cias sociales genuinamente críticas, las únicas que en este mundo compli-cado en el que nos ha tocado vivir, son capaces de darnos algunas herra-mientas verdaderamente útiles para la comprensión y para la transforma-ción reales de este mismo mundo.

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jitanjáfora Morelia Editorial

FILOSOFÍA Antolín C. Sánchez Cuervo

Krausismo en México

Mauricio Beuchot Universalidad e individuo

Raúl Trejo Villalobos Ensayos y anticipaciones

Horacio Cerutti G. Experiencias en el tiempo

Mario Magallón Anaya Pensar esa incómoda posmodernidad desde

América Latina

Guadalupe Elizalde Gallegos Sor Juana Inés de la Cruz, fénix de América /

Elina Vuola Sor Juana: racionalidad y género

Miguel Mandujano Esto no es un libro de filosofìa

Jorge Vázquez Pifión Aforismos poético-filosóficos

Bolívar Echeverría / Horst Kurnitzky Conversaciones sobre lo barroco

Antonio Zirión Quijano Historia de la fenomenología en México

Nicolás G. Contreras El aspecto trágico de la cultura en México.

La condición humana en la obra de José Revueltas

Lester Embree Análisis reflexivo. Una primera introducción a la

investigación fenomenológica

HISTORIA E HISTORIOGRAFIA

Carlos Antonio Aguirre Rojas América Latina: historia y presente

Juan Álvarez-Cienfuegos La cuestión del indio: Bartolomé de las Casas frente a Ginés de Sepúlveda... la polémica de Valladolid, 1550

Darío G. Barriera (comp. ) Ensayos sobre microhistoria

Darío G. Barriera / Gabriela Dalla Corte (comps. ) Espacios de familia... España y América, siglos XVI-XX

Laura Eugenia Solís Chávez Las propiedades rurales de los agustinos en Obispado

de Michoacán. Siglo XVIII

Karina Vázquez Bernal / Vandari M. Mendoza Solís Entre oficios y beneficios.

Historia de los oficios en Morelia. Siglos XVI-XX

Salvador Borrego Los monitoreos SABA: un ejemplo ilustrativo

Juan Manuel Salceda Olivares Las casas de los estudiantes en Michoacán

L I T E R A T U R A • H I S T O R I A E H I S T O R I O G R A F Í A • D I C C I O N A R I O S • F I L O S O F I A • A R T E Y C U L T U R A

C A M I N E R Í A : C I E N C I A S . H U M A N I D A D E S Y T E C N O L O G I A • A N T R O P O L O G I A , G E N Ó M I C A Y N E U R O C I E N C I A S

E D U C A C I Ó N • D I S C I P L I N A S P O L Í T I C A S • I M P R E N T A , A R T E S G R Á F I C A S , V I S U A L E S Y E D I T O R I A L E S

tolle lege Teléfono; [443] 3121828, Corregidora 712, Centro Histórico 58000

Morelia, Michoacán, México Información y ventas: redutac@hotmail. com

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Contrahistorias. La otra mirada de Clío

contrahistorias@hotmail. com