Valeria Luiselli, Entrevista
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Valeria Luiselli:
“La literatura alemana está formada de otras literaturas”
Es uno de esos días en los que la nieve no perdona. Y mucho menos el frío.
Son ya casi las doce del mediodía pero ni siquiera el barrio berlinés de
Kreuzberg, donde siempre todo es una fiesta, hay signos de vida. Desde el
ventanal de una discreta cafetería, Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983)
deja que su mirada se pierda en el paisaje.
“Nosotros también tuvimos un invierno muy blanco”, confiesa, y después pide
a la camarera un poco de agua caliente sobre la que deposita una bolsita de té.
Para ser sinceros, la hostilidad del clima no debe parecerle un tema ajeno,
mucho menos si se consideran las terribles olas de fría que maltrataron la
costa este de Estados Unidos en tiempos recientes, incluida, por supuesto,
Nueva York, ciudad en la que Luiselli reside desde hace varios años.
De hecho fue precisamente allí donde comenzó a escribir Los Ingrávidos
(Editorial Sexto Piso, 2011), novela que el año pasado se publicó en alemán
bajo el título Die Schwerelosen (Editorial Antje Kunstmann) y cuya excelente
recepción tomó por sorpresa a muchas personas, entre ellos, o para empezar, a
la propia escritora: “creo que después de México y los países hispanos, donde
es obvio que tu libro se lea bien, Alemania es el lugar en donde mi libro ha
sido mejor leído o interpretado, tanto a nivel de la crítica como de lectores”,
asegura Luiselli, cuya presencia en el país germano fue requerida el verano
pasado, luego de que el manuscrito en cuestión recibiera sendas nominaciones
a dos premios literarios importantes.
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(© Zony Maya)
De esos calurosos días no queda nada pero ciertamente, y por fortuna,
tampoco hay evento atmosférico que pueda con la programación de las
agendas culturales. Fue así que la también autora de Papeles Falsos recibió la
invitación de regresar en el presente invierno. Su itinerario incluyó la
participación en un encuentro de literatura centroamericana que tuvo lugar en
Frankfurt y la impartición de lecturas por varias ciudades alemanas.
Sin dejar de dar devotos sorbitos a su té, ni miradas intermitentes al paisaje
invernal, Luiselli nos comparte los pormenores de esta afortunada relación que
ha generado con Alemania y que inclusive podría desembocar en un plan de
estancia de mayor duración.
En Berlín, por supuesto.
Aquí la charla:
CAI: ¿Te alegra el haber vuelto?
Valeria Luiselli: Sí, mucho. Me siento muy afortunada de que mi obra haya
sido recibida en Alemania de una manera tan satisfactoria y positiva.
CAI: Algo de lo que sinceramente no podría presumir cualquier escritor…
Valeria Luiselli: Lo sé. Es sorprendente, algo que jamás en mi vida me habría
imaginado. Los Ingrávidos fue nominada a un par de premios alemanes el año
pasado, incluyendo uno que otorga La Casa de las Culturas del Mundo en
Berlín y fue muy gratificante. Y hay que decir que ha sido a partir de ese buen
recibimiento que establecí una relación más estrecha con Alemania, lo que
también se ha traducido en más viajes.
CAI: Incluyendo el encuentro literario que hubo en Frankfurt a fines de
enero…
Valeria Luiselli: Sí, aunque no solamente vine por ello. También vine a hacer
lecturas a Munich, Heidelberg y Berlín. También fui a Zurich, en Suiza, y
tenía planeado ir a Colonia pero ya no tuve energías para hacerlo. Fue una
especie de tour de lecturas por Alemania que me permitió recopilar
experiencias muy gratas.
CAI: ¿Cómo cuáles?
Valeria Luiselli: Como comprobar, por ejemplo, que en este país se toma muy
en serio la traducción. Aquí hay una tradición muy sólida de traductores que
empieza, supongo, con los trabajos de Friedrich Schleiermacher y con las
teorías de la traducción del siglo XIX. Y digamos que toda esta tradición ha
arraigado y al tiempo ha desembocado en que haya una serie de traductores
literarios magníficos. Incluso se otorgan premios para traductores. Además, he
constatado que las lecturas son dadas en ambos idiomas con una traducción
simultánea de un profesionalismo impresionante, dotadas de un nivel que yo
no he visto en ningún otro lado. Me parece que en Alemania la traducción es
considerada una disciplina mayor. Eso, me parece, le da mucha vida a la
literatura alemana, pues es una literatura que está formada de otras literaturas.
CAI: En tu caso, ¿cómo se dio el acercamiento para que tu primera novela,
Los Ingrávidos, se tradujera al alemán?
Valeria Luiselli: Se dio a través de mi agente una vez que yo ya había
terminado el manuscrito en español. Ella lo leyó y lo movió donde consideró
que valía la pena. Aquí en particular encontró una muy buena casa editorial
llamada Antje Kunstmann Verlag. Es independiente pero muy sólida y nada
pequeña. Su editora y fundadora, Antje, es un titán, un personaje de la cultura
alemana muy interesante. Empezó el negocio en su departamento, el mismo en
donde vive ahora. La suya es una de las editoriales independientes alemanas
de más prestigio.
CAI: El éxito de tu libro y otros autores hispanoamericanos, ¿no delata una
curiosidad latente del lector alemán por la literatura de estos países?
Valeria Luiselli: Totalmente. Las lecturas además han sido un espacio perfecto
para comprobarlo. La gente acude a ellas para escuchar tu texto, sin pre-
concepciones de ningún tipo, contrario a lo que a veces sucede en los
festivales grandes. Eso permite establecer un diálogo rico con el público, lo
que incluso da lugar a preguntas cómicas. En una de estas lecturas, por
ejemplo, un viejito me preguntó qué opinaba sobre la Revolución Mexicana
(risas). Asimismo, constantemente se me cuestionó acerca de los temas sobre
los que están escribiendo los jóvenes latinoamericanos.
CAI: ¿Por qué crees que Los Ingrávidosha tenido este éxito entre los lectores
alemanes?, ¿cómo es el libro ha logrado conectar con ellos?
Valeria Luiselli: Primero tengo que decir que también se acaban de traducir
mis ensayos, Falsche Papiere (Papeles Falsos) y probablemente pronto
ocurrirá lo mismo con mi novela más reciente, La historia de mis dientes. Hay,
por fortuna, señales de continuidad. Lo que no puedo explicarte son las
razones que hay detrás de esta conexión que mencionas. Es un misterio. No es
algo que pueda responder. Yo escribo con los poros muy abiertos a lo que
sucede en mi entorno, en mi época, pero elijo muy conscientemente no
representar la realidad noticiosa de nuestra era. No escribo sobre el narco o
fenómenos que ocurren y leemos en los periódicos aunque, repito, sí lo hago
muy al tanto de lo que me rodea. Supongo que eso conecta de alguna manera
con los lectores de ahora. O, pensándolo de otra manera, escribo pensando en
nuestra época pero a través de figuras del pasado, como sucede en Los
Ingrávidos.
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(© Zony Maya)
CAI: ¿Pero esa conexión, cualquiera que sea la razón que la sustenta, se ha
dado sobre todo con los lectores alemanes jóvenes?, ¿son ellos los que más
atienden las lecturas que brindas?
Valeria Luiselli: Es una pregunta interesante. No, para nada, no suelen ser
jóvenes. En mi primera visita a Berlín sí que había una mezcla de edades, pero
en Zurich, por ejemplo, la mayor parte era gente de edad avanzada. Aunque no
sé si eso se debió al espacio o a los horarios en que fue programada. En
cualquier caso, me enorgullece que los mayores me lean. El que una persona
de poco más de treinta años pueda compartir algo con alguien que posee
bastante más experiencia me parece chingonsísimo. Aunque no veo un patrón.
Quizá tenga que ver con la naturaleza de los eventos o las dinámicas propias
de cada ciudad que visité.
CAI: Previo a tu visita del año pasado, ¿ya habías venido a Berlín o a
Alemania?
Valeria Luiselli: Sí. Había venido una vez hace mucho tiempo con mi madre.
Era invierno y estuvimos solo por unos días. Aquella vez no conecté con la
ciudad por el poco tiempo y porque me la viví metida en la Staatsbiliothek de
Berlín escribiendo un ensayo. Hacía además un frío terrible.
CAI: Por fortuna mejoró tu concepto de la ciudad…
Valeria Luiselli: Sí, gracias a la visita del año pasado. Y a ésta. Este año
vendré además muchísimo. Regresaré en mayo porque me dieron una beca de
la Junge Akademie. Generalmente se la proporcionan a artistas plásticos pero
a veces también a escritores. Por eso vuelvo a una reunión preliminar con el
jurado para exponer mi proyecto de trabajo y demás. Así pues, estaré dos o
tres meses en Berlín, con todo y la familia. La idea de Álvaro (Enrigue,
también escritor) y la mía es estar aquí para cuando empiece el mundial de
fútbol porque en Estados Unidos difícilmente se puede ver un partido (risas).
CAI: Entonces Berlín es una ciudad que te despierta un gran interés…
Valeria Luiselli: Sin duda. Desde hace varios años hemos pensado en venir a
vivir por un tiempo largo. Tal vez en el futuro esto sea posible.
CAI: Para terminar, ¿podrías decirnos qué autores o artistas alemanes han sido
importantes para ti, para tu literatura?
Valeria Luiselli: Varios alemanes han sido importantes para mí. Y en todos los
campos. Estudié filosofía, así que me formé leyendo a los filósofos alemanes o
que escribieron en lengua alemana. Una de mis grandes obsesiones es la
traducción, doy clases de eso en la Universidad de Columbia y siempre ando
metida en algún proyecto de traducción, así que mi formación intelectual o
teórica en este tema proviene de Alemania, con Schleiermacher, a quien ya
mencioné, con Schopenhauer, con Humboldt. Luego, por supuesto, está la
figura de Walter Benjamin, quien se ha transformado en una lectura
indispensable del siglo XX, cercano a Borges, a Kafka. Robert Walser, que
creo que nació en Suiza pero escribía en alemán, o Kafka… es ineludible el
encuentro con la germanidad, me parece.
CAI: ¿Has leído a algún autor alemán contemporáneo?
Valeria Luiselli: Mencionaría a W. G. Sebald. Aunque no dejo de preguntar
sobre autores nuevos alemanes cada vez que vengo aquí. Por desgracia, se está
traduciendo poco del alemán al inglés y del alemán al español, lo que
evidencia que el acto de la traducción del que he hablado lamentablemente no
se realiza de manera recíproca.
CAI: Muchas gracias por tu tiempo…
Valeria Luiselli: La agradecida soy yo.
Carlos Jesús González, en exclusiva para CAI, febrero de 2014
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Cruces fantasmales, desde Chile: una entrevista a Valeria Luiselli
Por: Juan Carlos Echazarreta
valeria luiselli
Juan Echazarreta conversa en vivo y en directo con la aclamada autora
mexicana, sobre Chile, las generaciones literarias, su proceso de escritura y los
momentos rulfianos de su vida.
Valeria Luiselli tiene apenas 30 años y ya ha vivido en más de 8 países, tiene
una hija, 2 hijastros, una carrera fallida como bailarina de ballet y 2 libros
publicados (Papeles falsos y Los ingrávidos) que han sido indiscutiblemente
aclamados por la crítica y los lectores de todo el mundo, ha colaborado con el
New York Times y ha escrito libretos para el New York City Ballet, su obra
Los ingrávidos ha sido recientemente adaptada al teatro y está muy cerca de
finalizar su doctorado en Columbia University. La semana pasada fue
invitada, ni más ni menos, que por nuestra Biblioteca Nacional con ocasión de
su Bicentenario. Valeria tiene 170 años menos que nuestra Biblioteca y sin
embargo parece habérselo leído todo. Si esto pudiese leerse como un
prontuario policial, no cabe duda que sería la mujer más buscada de
Sudamérica. A pesar de esto, Valeria todavía es accesible a lectores comunes
y corrientes como yo. Le propuse una entrevista en mi lugar de trabajo y ella,
con una humildad espartana, me ha concedido este privilegio. Viene entrando
a mi oficina. Tiene los ojos grandes y unas ojeras hondas. Pide un café y le
pongo rec a la grabadora.
¿Cuál es tu relación con Chile?
Es una relación larga, emotiva y profunda, que se ha ido alimentando además
con los años. A Chile me ligan muchas amistades, amistades que nacieron en
la época de mi infancia, en los años que había muchas familias exiliadas,
luego, cuando estas familias volvieron, yo vine a visitarlos aquí. De hecho,
éste fue el primer país al que viajé. También el primer país en donde presenté
un libro.
Cuéntanos algo de eso.
Era un viaje de familia. Venía acompañando a mi marido, que también es
escritor, por un asunto de trabajo.En Chile había una oficina de Sexto Piso y
decidimos que tenía sentido hacer una presentación acá. Fue una coincidencia.
El problema fue que el libro todavía no acababa de imprimirse, incluso lo
apuramos para que pudiese presentarse aquí. Y el libro no llegaba. Imagínate,
iba a presentar mi libro sin ni un solo libro. Pero bueno, al final llegó, creo que
una hora antes. Y todo salió bien.
Sabemos que te fuiste de México muy chica. ¿Te sientes una escritora
mexicana?
Es complejo el tema de las identidades. Las identidades, creo yo, no son sólo
múltiples sino además cambiantes: sostengo que a lo largo de una vida se pude
mudar varias veces de identidad. Por supuesto que yo, en cierto momento,
decidí concebirme a mí misma como una escritora mexicana, a pesar de que
he pasado casi toda mi vida fuera de México.Yo ya llevo algún tiempo en
Estados Unidos y mi hija se considera a ella misma de Harlem, y por más que
yo le digo: «tú eres mexicana» ella me dice: «no, mama, i’m from
Harlem».Eso me pone en una situación compleja. Pero sí, creo que soy una
escritora mexicana, una escritora mexicana que a veces escribe en inglés, una
escritora mexicana con algo de sudafricana. En fin.
¿Cuál es el territorio que marca a tu generación?
Yo me siento estrechamente vinculada con una serie de escritores más o
menos de mi edad. En este sentido, sí, pueden ser que vayamos conformando
una generación. Pero ya lo he dicho, las generaciones son un invento de los
editores y los agentes, los cuales incorporan estas categorías, bastante etéreas,
por lo demás, para ejecutar la mercadotecnia implícita en la necesidad de
vender libros. Muchas instancias tratan de hacer listas polémicas y,
eventualmente, canónicas. Las listas canónicas las ha hecho tradicionalmente
Granta, y además de ser bastantes ridículas y arbitrarias, no reflejan para nada
la realidad literaria de todo un continente. Es cierto, las listas ayudan a que
ciertos escritores puedan ser leídos, pero se quedan cortas, muy cortas, los
criterios de selección no suelen ser, por así decirlo, muy criteriosos.
Además son listas que terminan excluyendo a muchos escritores, ¿o no?
Naturalmente, pero aunque indirectamente pretendan ser excluyentes,
tampoco creo que logren ser tan influyentes. Es algo un poco absurdo, nada
más. Volviendo a tu pregunta inicial, más que hablar de «generación», creo
que sería más preciso sostener que hay ciertas afinidades. Yo leo manuscritos
de los escritores de mi edad, tenemos un intercambio real, concreto, nos
influenciamos, estamos pendientes, tenemos un dialogo constante acerca de
nuestro trabajo, de lo que pensamos hacer con nuestro trabajo, y en ese sentido
sí compartimos un mundo.
Eres madre, eres escritora y además estás haciendo un doctorado en Columbia
¿En qué momento escribes? ¿Ese modo fragmentario de escribir tiene algo
que ver con la velocidad y las exigencias de la vida actual?
Bueno, la verdad es que tengo una vida muy ajetreada, pero no sé si se refleje
necesariamente en el formato de mi escritura, creo que Los ingrávidos sí es un
libro donde se refleja la manera en que yo usaba el tiempo cuando era madre y
tenía momentos muy cortos para escribir, y entonces escribía como a ráfagas,
escribía en notas, en tarjetas… también escribía fragmentos cortos que luego
imprimía y desplegaba horizontalmente en el piso. Una de las ideas del libro
sobre el libro mismo es que se quiere escribir una novela vertical escrita
horizontalmente, y Word es un sistema vertical en el cual no siempre se logra
ver bien la estructura de un libro, entonces yo desparramaba mis ideas en el
piso y desde allí les iba buscando cierto orden.
¿Puede tu narrativa decirnos algo sobre la tradición literaria mexicana? ¿Cómo
y desde dónde traza diálogos, filiaciones, recuperaciones o rupturas con esa
tradición?
Papeles falsos se circunscribe a la importante tradición ensayística que hay en
México, un país donde el ensayo literario arraigó como en ningún otro país de
Latinoamérica. Me refiero al tipo de ensayo que viene de Montaigne,
Rousseau, y que luego pasó por la tradición ensayística de los ingleses, pienso
en Chesterton, Lamb, Stevenson. Por alguna razón este linaje ensayístico se
enraizó en México y propició el brote de otros grandes ensayistas, como
Alfonso Reyes, Salvador Novo, Julio Torri, quienes continuaron afianzando
está enorme tradición. Y bueno,mi libro de ensayos (Papeles falsos) creo que
conversa con esa tradición. Los ingrávidos, al contrario, traza un dialogo con
la literatura anglosajona, aunque es un libro que jamás hubiese podido ser
escrito si no existiese Pedro Páramo.
Precisamente en “Los ingrávidos” señalas una cita de Saul Bellow: “La
diferencia entre estar vivo y estar muerto radica solo en el punto de vista: los
vivos miran desde el centro hacia afuera, y los muertos desde la periferia hacia
algún tipo de centro.” En este sentido, ¿cómo miras tú?
Creo que no te podría responder de una manera genérica, porque cada libro
exige su manera de mirar, y escribir un libro te obliga a darte cuenta cómo
estás mirando, y sobre todo a encontrar un punto de vista, creo que una vez
que encuentras ese punto de vista puedes contar lo que sea. Yo no miro de una
manera particular y fija, pero creo que Los ingrávidos es un libro que se
construye muy desde adentro hacia afuera, digamos, como querían los
arquitectos funcionalistas, si se quiere, un libro que se cuenta desde el interior
inmóvil de una casa, o de un árbol, es decir desde ejes muy sólidos e
inmóviles, a partir de los cuales la mirada se va moviendo hacia afuera, y
aunque ésta se desplaza en el tiempo y en el espacio, siempre hay un lugar fijo
del cual la narradora nunca sale.
¿Le tienes miedo a la muerte?
Mi relación con la muerte ha cambiado mucho desde que soy madre. Te diría
que mi relación con la muerte era mucha más frívola antes. Durante cierto
período de mi vida, cuando empecé a escribir Los ingrávidos, que fue antes de
estar embarazada, tenía constantemente la sensación de que me iba a morir.
Tenía visiones muy concretas de mi muerte. Fue un período en que la muerte
estaba muy presente. Y no me asustaba necesariamente.
También tuviste un accidente, ¿no?
Sí, fue un accidente en automóvil en el que casi me muero, y no pasó nada por
un milagro. Sucedió en una carretera de México, el coche cayó por una
barranca y luego nos estrellamos. Mientras intentábamos salir a gatas
aparecieron dos campesinos y lo primero que les escuché decir fue: «Uy, ya se
murieron». Tuve un momento muy rulfiano. Ahora soy más miedosa, ahora sí
le temo a la muerte.
¿A quiénes puedes mencionar como tus principales influencias literarias?
Debo confesar que he sido bien polígama en mis influencias, poligamia que
ejercito con un alto sentido de la lealtad, eso sí. A veces siento cierta nostalgia
por esas lecturas monogámicas de mi adolescencia, lecturas inocentes,
desinteresadas…Como escritor las influencias cambian según el libro que
estas escribiendo,uno se vuelve un lector un poco parasitario a medida que
escribe más y más.No creo que sea necesariamente mejor la manera de leer
cuando uno se profesionaliza como escritor, porque, todo lo que uno lee, lo lee
pensado en cómo te sirve para lo que estas escribiendo.
¿A quiénes les ha sido más leal?
A Joseph Brodsky, por ejemplo, él fue muy importante para que pudiera
escribir Papeles falsos. Incluso visité su tumba en Venecia.
¿Cómo una viuda?
No necesariamente. —ríe—.
¿Donoso o Bolaño?
Bolaño. Aunque no es una contienda justa, porque he leído mucho menos a
Donoso.
En un pasaje de “Los ingrávidos” la narradora dice: “Leí el artículo de White a
la mañana siguiente, en el departamento vacío Owen se convertiría, sin duda,
en un nuevo Bolaño. O, mejor, en un nuevo y perdurable Neruda. ¿Qué es lo
que hace perdurable a un autor?
Yo creo que Bolaño será perdurable, no lo podemos saber todavía… Creo que
las cosas que hacen perdurables a los escritores no son necesariamente las
correctas, la manera que se forma el canon depende de muchos factores
extraliterarios, y primero, por supuesto, está el mercado y toda esa barbarie de
dinero que las editoriales gastan en la mercadotecnia. Al otro lado, muy al otro
lado, diría, está la crítica que se da en el ambiente académico, ahí se realiza
una verdadera labor para hacer perdurable o desintegrar la importancia de
autores. No creo que sea algo intrínseco lo que haga a un autor perdurable. En
efecto, hay muchos autores malos que son perdurables, como Pablo Coelho.
Estudias un Doctorado en Literatura en Columbia University. Desde allí,
desde el saber académico, ¿Cómo piensas tu narrativa? ¿Es el saber y el
discurso académico sobre la literatura una fuente determinante para tus
ficciones?
Mis lecturas académicas todas informan mi escritura. Ahora mismo estoy
escribiendo mi tesis doctoral, que examina un fenómeno que se dio en los años
20 y 30 en la Cuidad de México, cuando por primera vez se tradujo en revistas
mexicanas la poesía y la narrativa anglosajona, a partir de allí, busco analizar
el impacto que causaron esas traducciones en el ámbito cultural, y como éstas
se relacionan a su vez con los cambios arquitectónicos y urbanos de la Cuidad
de México, donde se deja atrás el estilo neocolonial francés y se incorpora el
funcionalismo y la arquitectura modernista. Como te darás cuenta, eso no
tiene mucho que ver con mi trabajo de ficción. Para mí el espacio ha sido
siempre una especie de obsesión, tratar el espacio desde distintos ángulos,
construirlo, teorizarlo, y eso tal vez sea el puente que comunica mi trabajo
como académica, pero no tengo teorías académicas sobre mi trabajo como
novelista; no escribo ficción a partir de ninguna clase de teoría general.
Sabemos que el Chile se lee poco, lo mismo ocurre en Sudamérica en general
¿Cómo crees que podríamos dar vuelta esta situación, cómo acercar a las
nuevas generaciones a la lectura?
Yo lo veo muy claro con mi hija a la que le leo todos los días desde que nació,
y ella no se duerme sin que yo le lea un cuento, en las mañanas yo me
despierto y ella está mirando sus libros. Yo no entiendo por qué hay gente que
no deja que sus hijos lean las cosas que les interesan, la única manera que uno
se anime a leer es leyendo cosas que te interesen, y estas no necesariamente
tienen que ser intelectuales.Yo fui una lectora voraz de Stephen King, y era
realmente un horror. Pero esa fue la puerta de entrada a otras más. Si no te
dejan abrir esa primera puerta es probable que te quedes fuera de la casa,
desnutrido, a la intemperie. Mi hijastro, sin ir más lejos, es un tremendo lector,
y lee básicamente a Garfield.
En tu primer libro, “Papeles falsos” miras desde el cielo, desde los aviones, en
“los ingrávidos”, en cambio, miras desde los subterráneos. ¿Desde dónde mira
Valeria Luiselli su próxima novela?
Pues yo te diría que Papeles falsos mira mucho también desde la bicicleta,
pero si tienes razón que es un libro que observa harto desde las alturas, hay
una bird’s-eye view, como dicen en EU… no sé, es una buena pregunta…
supongo que no lo sabré hasta que lo termine. Por ahora, no sé si sea
espacialmente identificable.
¿Nos podrías contar algo acerca de ese nuevo proyecto?
Se trata de un tipo que colecciona dientes de escritores, un chanta, un
charlatán que organiza subastas para vender los dientes de Montaige, de
Rosseau, entro otros, es una nouvelle que pretende contar la historia del
ensayo literario a través de los dientes de una serie de escritores cuyos piezas
van siendo subastadas. También estoy escribiendo una novela que tiene que
ver con mi pasado sudafricano.
Por último, ¿el metro o lo aviones?
Ninguno. Desde hace algunos años tengo ataques de pánico en ambos.
¿Y cómo lo haces?
Me tomo un par de copas de vino y respiro hondo.
Off.
*
Gracias, Valeria, eres muy generosa y amable. Buen viaje, y buenos vinos.
Hasta la próxima novela.
Foto: Dan Callister, kunstmann.de
Valeria Luiselli muestra los dientes en un ejercicio literario cargado de humor
e imaginación Por: Mónica Maristain - diciembre 7 de 2013 - 0:30 Cultura y
Entretenimiento, De revista, TIEMPO REAL, Último minuto - Sin
comentarios La autora en firma de libros en el Hay Festival. Foto: Hay
Festival Ciudad de México, 7 diciembre (SinEmbargo).- En La historia de mis
dientes, libro recientemente editado por Sexto Piso, la escritora mexicana
Valeria Luiselli abandona toda voluntad ensayística y se entrega de lleno al
placer de la ficción para elaborar una fantasía desopilante, donde el humor y la
imaginación resultan materia prima hechicera. La memoria personal, la
pulsión autobiográfica, quedan esta vez de lado para ser reemplazados por el
goce de la creación literaria, un ejercicio narrativo en manos de un personaje
fronterizo, hombre peludo nacido con cuatro dientes, especie de criatura
habitual en la literatura del siglo XIX, cuando pululaban los hombres elefante
y los fantasmas de la ópera. El señor Carretera, orgulloso de su fealdad y de su
corbata de seda italiana, ocupa con plenitud y señorío el primer libro
totalmente de ficción de Luiselli, nacida en 1983 y cuya novela anterior, Los
ingrávidos, sorprendió gratamente tanto en el medio literario nacional como
extranjero. Autora también del libro de ensayos Papeles falsos en 2010,
Valeria colabora regularmente con galerías de arte como la Serpentine Gallery
en Londres y la Colección Jumex en México. Precisamente, de un trabajo con
los obreros de la Jumex nació y creció este libro, motivo de la entrevista que
sigue. LA POCA FRECUENCIA FICCIONAL Su novela nació de un
intercambio con los obreros de la Jumex. Foto: Facebook En el contexto de
una literatura contemporánea atravesada por la autobiografía o lo que los
españoles llaman “autoficción”, La historia de mis dientes resalta con toda la
fuerza de una fantasía. El libro nació luego que Valeria abandonara una novela
sobre Pretoria, donde creció. “Hubo un momento en que me sentí un poco
aburrida de la autobiografía y tuve que guardar la novela un rato en el cajón. Y
justo me llegó una invitación de la Fundación Jumex a escribir un texto de
ficción para una exposición que iban a hacer y como contrapartida lo que les
propuse fue escribir un texto por entrega para la fábrica Jumex”, cuenta la
autora. Para su sorpresa, aceptaron y más temprano que tarde comenzó a
mandar capítulos de una incipiente novela por entregas a los trabajadores.
“Luego de las primeras entregas se consolidó un grupo de lectores que se
reunía al final de la jornada laboral y comentaba o criticaba, siempre
terminaban hablando de comida, y me mandaban ese intercambio junto con
algunas sugerencias en un archivo Mp3”, relata Valeria. - Así que esta
novela nació de esa experiencia - Sí, al menos el primer borrador sí.
Luego la seguí trabajando. Fue muy divertido, porque escribí bajo seudónimo
porque no quería revelar mi sexo. Me pareció que una mujer y joven
escribiendo historias para los obreros de una fábrica, no me iban a tomar muy
en serio. Al final de la experiencia, cuando me di a conocer se sorprendieron
mucho. - Ya vimos que la memoria no es la única materia literaria.
También lo es la imaginación y si esa imaginación es con humor se pone
mejor… - Lo que escribo siempre dialoga con lo que leo. No hago esa
diferencia tan frecuente: por un lado el escritor de la calle que sólo escribe
sobre sus vivencias en el camino, por el otro el escritor con pantuflas que lee y
sólo escribe alrededor de su biblioteca. No siento que los libros estén
divorciados de mi experiencia vital, ni que sean menos intensos que las cosas
que vivo. Quizás parir sea la única experiencia más intensa que todo. Derivo
tanta experiencia de la lectura como de la calle. En esta novela, los personajes
y las historias son muy literarios. Hay una subasta de dientes, por ejemplo. Lo
que traté de hacer es entender de una manera distinta el ensayo literario, un
género que me interesa mucho, donde suele haber humor pero que al mismo
tiempo se piensa despojado del humor. Quería que mi historia tuviera la
frescura de los ensayistas que hablo en La historia de mis dientes. -
Aparecen también muchos nombres de escritores - Sí, quise
descontextualizarlos; Margo Glantz aparece como costurera, Julio Cortázar
como el vecino del protagonista y que muere de tétano, dejando como
herencia el sillón verde… - ¡El sillón de terciopelo verde! - Sí, del
cuento de Cortázar “Continuidad de los parques” - Hay tres autores
unidos por la falta de dientes: Vladimir Nabokov, Martin Amis y Roberto
Bolaño… - Sí, de hecho Amis aparecía en la novela como el modelo a
seguir del Señor Carretera, pero tuve que cambiarle el nombre porque mi
agente no quiso saber nada con usar el nombre de Amis, parece ser que en
Inglaterra es bastante peligroso. Son muy estrictas las leyes de copyright y de
uso de nombres conocidos, así que lo cambié a Samuel Pickwik, pero es la
historia de Martin Amis. EL PRECIO DE LA FAMA Foto: Sexto Piso La
salida de Los ingrávidos en 2012 provocó un pequeño tumulto en el ambiente
literario, donde la novela comenzó a ser leída desde una perspectiva de género
y con una clave autobiográfica que no constituían la intención de la autora. Sin
embargo, sirvió para poner a la joven Luiselli en la boca de todos, al punto de
que con resultados discretos se llevó la historia al teatro, en una producción en
la que participaron entre otros los actores Haydé Boetto y Joaquín Cosío. La
literatura está atravesada como sabemos por la vanidad, un elemento que se ha
convertido en una verdadera epidemia que ha infectado a la mayoría de los
autores. La vanidad es una máquina que todo lo devora y cuyo combustible lo
aporta en grandes cantidades el mercado editorial, decidido a vender como
sea, lo cual si se lo mira bien también resulta lógico y entendible. En ese
estado de las cosas, el surgimiento de Luiselli fue tan intempestivo que pudo
haber sido visto al principio como otra de las muchas maniobras reflejo de la
industria librera, esa criatura traviesa que todos los días descubre al inventor
del hilo negro. Pero hay una escritora sólida y tenaz en la joven mexicana.
Para ella lo del mentado éxito se fue dando en forma paulatina y por tanto no
influye en su escritura ni en su vida. “Las preocupaciones cotidianas son otras,
ir al super, pagar la renta, por ejemplo”, afirma. “Para mí lo más importante en
torno a este libro fue dejar en claro que como escritora mujer no estoy
dispuesta a hacer lo que se espera de mí, si lo que se espera de mí es una
literatura intimista, femenina”, dice Valeria con voz clara en la entrevista con
SinEmbargo. Queda, mientras tanto, nuestra propuesta: La historia de mis
dientes, un libro raro como una joya exótica que viene a recordarnos que la
literatura es también gozosa.
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Valeria Luiselli: una voz entre la multitud
Tiene 30 años, pero con La historia de mis dientes confirma que su estilo y
versatilidad son únicos.
Por María Teresa Hernández | Fecha: 11/09/14
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Valeria Luiselli dice que la única crisis de identidad nacional que ha sufrido
fue culpa de una palmera. Todo inició cuando su padre decidió realizar un
curioso homenaje: darle a un trío de árboles los nombres de sus hijas. Un
domingo de verano, el exembajador de México en Sudáfrica convenció a
Valeria y a sus hermanas de visitar los cocoteros que -a modo de donación-
consiguió para adornar una plazoleta rodeada de autos en la frontera de las
avenidas Altavista y Periférico, en el sur de la ciudad de México. La anécdota
hubiera concluido como un gesto enternecedor, si no hubiera sido porque
sobre el triángulo de pasto que Valeria tenía ante sus ojos no había tres, sino
dos palmeras. La suya ya no estaba y eso, pensó ella, sólo podía significar una
cosa: que compartiría el destino de su pequeño árbol y tampoco lograría echar
raíces en México.
Valeria se equivocó. No creció en el DF y su estancia ha sido intermitente,
pero en los tres libros que ha publicado está la esencia del país que extravió a
su palmera. La historia de mis dientes -su segunda novela- es una especie de
México descompuesto en elementos dentro de una gran vitrina. Hay un
cuaderno Scribe de raya ancha. Están José Vasconcelos y Salvador Novo. El
Hospital General La Raza. El metro Balderas. La colonia Portales. Un boleto
ciudad de México-Acapulco a bordo de un camión Estrella de Oro. Un
párroco que promete recompensas espirituales a quien salve a su iglesia de la
catástrofe económica. Las calles de Ecatepec.
La escritora nació en 1983, pero un año después dejó el país con su familia.
En menos de dos décadas vivió en Estados Unidos, Costa Rica, Corea del Sur
y Sudáfrica. Sin embargo, nunca se olvidó de México. En Papeles falsos -su
primer libro, una antología de ensayos- dice que desde niña aceptó su
mexicanidad "como muchos aceptan el cristianismo, el islam o la papilla".
Quizá por eso a los seis años, cuando residía en Centroamérica, quiso regresar
cavando un túnel desde el jardín de su casa. Y luego a los doce, durante un
concierto que Luciano Pavarotti ofreció en Pretoria, se plantó frente a Nelson
Mandela para preguntarle si se acordaba de ella, la mexicana que unos meses
antes había estado en su casa, y también si ya había leído Las batallas en el
desierto, de José Emilio Pacheco. Madiba la miró con esos ojos grises "que se
parecían un poco a los de los recién nacidos" y le respondió que no, que
todavía no.
Antes de sentarse a escribir su nueva obra, La historia de mis dientes, Valeria
empezó a redactar una novela que bautizó con el nombre de la ciudad donde
su padre trabajó como embajador y donde un chofer llamado Sam Bomba le
enseñó a entonar el himno nacional sudafricano. Pero al cabo de un tiempo
abandonó el proyecto. Algo faltaba en los primeros borradores de Pretoria. Lo
descubrió cuando una traductora trasladó una primera versión del texto al
inglés: la novela se sentía ajena al mundo que retrataba -su infancia en el sur
de África- porque la había escrito en español.
La mexicana recibió su primera educación en colegios militares donde se
hablaba inglés. Durante la etapa más temprana de su vida, el castellano fue un
asunto privado: sólo lo hablaba en casa, con sus padres y sus dos hermanas. Ni
siquiera con su primer novio -un afrikáner llamado Clarence Coetzee- se
comunicaba en español.
Cuando volvió a México, a los 14, Valeria comenzó a sentirse atormentada
por su voz. En aquella época se volvió consciente del acento que permea su
español -"un poco raro y extraterritorial"- y se sintió incapaz de lidiar con los
albures con que sus compañeros la torturaban en el patio de la escuela.
"Empecé a hablar español en mi vida intelectual y pública cuando me fui a
vivir a India, a los 16, y conocí a un grupo de estudiantes latinoamericanos.
Comencé a utilizarlo para pensar, para hablar de libros y temas políticos, de
cosas que iban más allá de las sobremesas de mi familia". En ese país Valeria
no sólo se reconcilió con la oralidad, sino con la palabra escrita. Ahí leyó a
Juan Rulfo, a Julio Cortázar y a Gabriel García Márquez, y volvió a
preocuparle su relación con México. Regresó para estudiar Filosofía en la
UNAM. Hoy dice que es muy Puma y muy chilanga gracias a esos años,
aunque decidió reescribir Pretoria en inglés sudafricano, la lengua de los
recuerdos de su niñez.
En la voz de Valeria Luiselli no existe la prisa. Cuando uno está frente a su
delgadísima figura, se siente como si ella le estuviera confesando un secreto.
Su conversación está al borde del susurro y resulta casi imposible imaginarla
gritar. Al platicar, desvía la mirada -ojerosa, sin una gota de maquillaje- como
buscando anécdotas en su memoria. Mueve las manos como si quisiera dibujar
en el aire. Sonríe como si acabara de recordar una travesura.
La voz de Valeria se filtra en sus publicaciones: leerla es como escucharla
hablar porque en sus textos siempre hay lugar para las pausas y los silencios.
En cada oración se advierte la musicalidad tan peculiar de su habla y se
adivina su obsesión por la perfección. Hasta el momento, la mexicana ha
escrito un libro de ensayos (Papeles falsos, 2010), dos novelas (Los
ingrávidos, 2011, y La historia de mis dientes, 2013), críticas literarias para
revistas como Letras Libres y un perfil donde cuenta que las aficiones que no
comparte con su marido, el escritor mexicano Álvaro Enrigue, son la ópera y
el beisbol.
Valeria dice que la autocrítica siempre aplasta su autoestima: ella es su más
severa juez. Sus primeros escritos fueron "poemitas adolescentes que por
suerte se han perdido para siempre". Hoy detesta dar entrevistas y hablar en
público porque en ambos casos se clausura la posibilidad de autoeditarse, de
pulir y reformular sus frases. Cuando escribe su manía es "apretar cada tuerca,
llenar todos los vacíos". Por eso sus libros no pasan de 200 páginas, nunca ha
tenido un blog y rara vez tuitea. También por eso escribir su última novela le
resultó aterrador: por primera vez en su vida tuvo que mostrar un libro a
medio terminar.
Valeria ríe mientras platica que los primeros lectores de La historia de mis
dientes pensaron que era hombre. Durante cinco meses, los trabajadores de
una fábrica de jugos del Estado de México revisaron los manuscritos de su
libro, donde un tal Carretera se identificaba como subastador, dueño de la
dentadura de Marilyn Monroe y padre de un niño llamado Ratzinger.
Esto ocurrió cuando la Fundación Jumex le pidió que redactara el texto central
de un catálogo cuyo fin sería conectar tres elementos: la colección de arte de
la institución, la fábrica de jugos y la esencia de Ecatepec. Sin embargo, el
encargo se transformó en una novela por entregas: una noche a la semana, los
obreros leían las ocurrencias de Carretera en voz alta. Al final intercambiaban
comentarios y todo quedaba registrado en una pista de audio que viajaba hasta
el estudio de una casa en Harlem, Nueva York, donde Valeria vive y pasó
meses incorporando correcciones. Cuando la mexicana terminó de escribir,
casi un año después, envió un último paquete a la fábrica: un mp3 que grabó
para agradecer la paciencia de quienes leyeron sus primeros borradores.
"¡No mames!", gritaron algunos.
Era inconcebible que la voz que emanaba de la grabadora -y que escuchaban
por primera vez- no fuera la de un hombre, sino la de una escritora de 29 años.
En el mundo de las letras, encontrar una fórmula narrativa es como hacerse de
la espada en la piedra: un estilo de escritura legible y fácilmente identificable
se traduce en best sellers. Sin embargo, Valeria abomina la idea de repetirse.
Aunque Margo Glantz -novelista, cuentista y crítica mordaz desde los sesenta-
dijo que su primer libro era casi perfecto, Luiselli se prohibió reproducir la
receta en sus siguientes publicaciones. Su voz está en todo lo que escribe, pero
la estructura -los pequeños ladrillos que como un juego de Lego construyen
una figura- varía en cada caso: "Cada libro exige un mecanismo, un ritmo y un
procedimiento muy distintos".
Valeria Luiselli tiene algo de Georges Perec, el escritor que con su
complejísima obra maestra orientó la mirada internacional hacia la literatura
francesa contemporánea. Como el autor de La vida, instrucciones de uso
(1978), la mexicana es docta en la manufactura de rompecabezas. Sus libros
no pueden valorarse como ideas o párrafos aislados, sino como un todo.
Cuando se sienta a escribir en el estudio que -"menos por amor que por falta
de espacio"- comparte con su marido, descompone sus ideas. Se vuelca en su
librero de nueve de la noche a tres de la mañana para buscar información que
sostenga el andamiaje de sus historias. Toma prestados los recursos narrativos
de los autores que admira para resolver un problema. Leerla es también un
acto de espera: sólo hasta que se llega al punto final de sus libros, se acomoda
la última pieza del puzzle.
Papeles falsos, el tomo que Margo Glantz elogió, parece un ornitorrinco.
Tiene un poco de ensayo -su género predilecto- y un poco de crónica, porque
nos presta sus ojos para recorrer con ella un panteón de Venecia y la Mapoteca
de la ciudad de México. Si se lee de corrido, también tiene un poco de novela:
es la travesía de Valeria por cementerios, ciudades y mapas en lo que inicia
como una indagación en la vida del poeta ruso Joseph Brodsky (otra de sus
obsesiones), y termina como la denuncia de todo lo que está a la vista y no
vemos: buscar una tumba es como querer hallar un rostro conocido entre la
multitud; la bicicleta es el único medio de transporte que, a diferencia de un
coche o un avión, puede reproducir el ritmo del andar humano; un libro sobre
el buró es un amante de paso, pero uno sobre el sillón es una almohada para la
siesta.
Desde su aparición, su primera novela también fue insólita: Los ingrávidos se
presentó en la Feria del Libro de Frankfurt -una de las más importantes del
mundo- cuando apenas era un manuscrito y en pocas horas varias editoriales la
adquirieron para traducirla al inglés, portugués, alemán, francés, italiano,
holandés y hebreo. Eduardo Rabasa, editor de Sexto Piso -firma que ha
publicado su obra en español- cuenta que nunca había visto un fenómeno
parecido. Una vez que la novela llegó a México, la voz narrativa de Valeria
volvió a intrigar a sus lectores: dado que inicia con los relatos de una escritora
que vive en Nueva York, tiene un "niño mediano", una bebé y un marido que
cree que ya perdió la vitalidad para crear poemas, algunos pensaron que se
trataba de una obra autobiográfica. Sin embargo, Valeria aclaró una y otra vez
que no, que se le ocurrió un día que se subió al Metro y observó dos trenes que
aparecían al mismo tiempo, pero transitaban por diferentes vías. Esta obra,
como su libro de ensayos, es un mosaico de escenas que entrelaza la narración
de la mamá del "niño mediano" con las narraciones del otro protagonista, el
poeta sinaloense Gilberto Owen. Además, parece una cebolla: hay que quitar
una y otra capa para comprender por qué las voces de ambos se funden a pesar
de que pertenecen a épocas y ciudades distintas.
Valeria asegura que Papeles falsos le debe mucho a El arte de la fuga, de
Sergio Pitol, pero La historia de mis dientes está en deuda con el anecdotario
familiar: todos los días, a las ocho de la mañana, su hija de cuatro años le pide
que ponga "Highwayman", interpretada por Johnny Cash, para ponerse a
bailar. Por eso el protagonista de su segunda novela se llama Carretera.
La mexicana vive en una casa de libros. Su marido es el escritor que ganó el
Premio Herralde de Novela en 2013 por Muerte súbita. Su hijastro de 17 años
pasa sus días tirado en el piso devorando lecturas de sol a sol. Su hija, Maia,
no se va a dormir a menos que ella o Álvaro le lean una historia.
Valeria dedica la mañana al cumplimiento de compromisos editoriales y
académicos, pero consagra sus noches a la literatura en el espacio que
comparte con su esposo: un desván que la pareja utiliza como estudio, cuarto
de huéspedes y rincón de lectura para sus hijos. Ella cuenta que no le molesta
trabajar en el mismo lugar que él. "Somos muy respetuosos del espacio y el
silencio del otro. Cuando Álvaro no está, siento que falta algo. Es como si
faltara música. El estudio es un espacio de soledad que compartimos." Álvaro
cierra los ojos y sonríe cuando habla de Valeria. Dice que le angustia estar
casado con una mente tan brillante, que se siente una persona poco sofisticada
porque ella, además de ser filósofa, escribe novelas.
En esa casa de libros, los escritorios de Valeria Luiselli y Álvaro Enrigue
están en extremos opuestos. Él piensa que su estudio se parece a una cancha
de tenis. Ella tiene un escritorio impecable; él, un caos. Ella le muestra
borradores de sus textos conforme evolucionan. Él no la deja leer lo que
escribe sino hasta que teclea el punto final. Ella le confía sus borradores
leyendo en voz alta. Él le entrega manuscritos en papel. Ella escribe de noche;
él, de día. A las ocho de la mañana, él ya está bañado, rasurado y leyendo el
periódico y sus correos electrónicos. A las ocho de la noche, ella acuesta a
Maia y empieza a trabajar. Cuando no están en la cancha de tenis, Valeria y
Álvaro comparten pequeñas pasiones: un cigarro antes de subirse a un avión,
recorrer Nueva York en bicicleta, quedarse en casa cuando el invierno golpea
con furia. Es una vida inmejorable, dice él.
Hace años que Valeria vive lejos de la ciudad que no vio crecer a su palmera,
pero con su voz -sus libros- logró enraizarse en México. En el perfil que
escribió de su marido dice que hoy siente la ciudad más familiar, más suya,
por el palimpsesto de historias que Álvaro le cuenta cuando vienen de visita y
manejan juntos por el Distrito Federal. Quien lee a Valeria Luiselli
experimenta un efecto similar: se zambulle en un mundo de ficción que no le
es propio, pero que es posible visualizar y comprender cuando su voz calla y
se acomoda la última pieza del rompecabezas.
Fotos de Alejandro Villalobos