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Todos los derechos son de creación humana Todos los derechos son de creación humana. No hay derechos naturales. Ni siquiera el derecho a la vida es un derecho natural, sino una elaboración histórica de la inteligencia humana. Así como suena. La naturaleza es muy cruel y lo ha demostrado en multitud de ocasiones, aunque también se muestra benévola a diario. De cualquier modo, ha habido que hacer frente a grandes embates de la naturaleza a lo largo de la historia, ha habido que adoptar medidas constantemente para evitar sucumbir ante sus ataques. El ser humado ha gastado y sigue gastando muchísima energía para domesticar y amansar a la naturaleza. Decíamos que ni siquiera existe un derecho a la vida. Yo, al menos, así lo creo. El derecho a la vida se ha consagrado gracias a un contrato social, tácito o no. Los seres humanos hemos creado ese derecho por respeto o miedo mutuo. En el fondo hay dos motivos principalmente. Por un lago, el hombre conoce su vulnerabilidad y el límite de sus fuerzas, y, si quiere sobrevivir, tiene que añadir una estrategia compensatoria de su debilidad. La estrategia principal es el contrato formalizado con sus semejantes: «Tú no me mates y yo no te mataré. En caso de que una de las parte no cumpla la palabra, un árbitro de confianza dirimirá nuestro caso», y así nacen la ley y la justicia. En segundo lugar hay que destacar un hecho primordial: las ciencias humanas han avanzado muchísimo. Gracias a ese avance hemos ido tomando conciencia de los valores que deben guiar nuestra estancia en el planeta, y entre esos valores hay que reseñar el respeto a lo que nos rodea, especialmente a la persona humana, y de modo muy particular su derecho a la vida.

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Todos los derechos son de creación humana

Todos los derechos son de creación humana. No hay derechos naturales. Ni siquiera el derecho a la vida es un derecho natural, sino una elaboración histórica de la inteligencia humana. Así como suena. La naturaleza es muy cruel y lo ha demostrado en multitud de ocasiones, aunque también se muestra benévola a diario. De cualquier modo, ha habido que hacer frente a grandes embates de la naturaleza a lo largo de la historia, ha habido que adoptar medidas constantemente para evitar sucumbir ante sus ataques. El ser humado ha gastado y sigue gastando muchísima energía para domesticar y amansar a la naturaleza.

Decíamos que ni siquiera existe un derecho a la vida. Yo, al menos, así lo creo. El derecho a la vida se ha consagrado gracias a un contrato social, tácito o no. Los seres humanos hemos creado ese derecho por respeto o miedo mutuo. En el fondo hay dos motivos principalmente. Por un lago, el hombre conoce su vulnerabilidad y el límite de sus fuerzas, y, si quiere sobrevivir, tiene que añadir una estrategia compensatoria de su debilidad. La estrategia principal es el contrato formalizado con sus semejantes: «Tú no me mates y yo no te mataré. En caso de que una de las parte no cumpla la palabra, un árbitro de confianza dirimirá nuestro caso», y así nacen la ley y la justicia. En segundo lugar hay que destacar un hecho primordial: las ciencias humanas han avanzado muchísimo. Gracias a ese avance hemos ido tomando conciencia de los valores que deben guiar nuestra estancia en el planeta, y entre esos valores hay que reseñar el respeto a lo que nos rodea, especialmente a la persona humana, y de modo muy particular su derecho a la vida.

Pero el que los derechos no sean naturales no quita ni un ápice de importancia. La medicina, salvo muy pequeñas excepciones, no es natural –hasta una infusión hay que cocerla–, pero nadie duda de la necesidad y utilidad de la medicina. El que los derechos hayan sido creados por el hombre no significa que no sean legítimos, claro que lo son. Ahora bien, ¿todos los derechos tienen el mismo rango? No. Algunos, cronológicamente, son anteriores a otros. Ya dijo el filósofo: «Primum vivere.» Es una evidencia indiscutible, por intersubjetiva y ratificada por el sentido común, que el primero y mayor derecho del ser humano es el derecho a la vida, a una vida digna. Los seres humanos, a lo largo de la historia, hemos acordado que sea así.

Los derechos, igual que las necesidades, se pueden clasificar en derechos esenciales y en derechos políticos. Todos serán muy legítimos , pero habrá que establecer un orden de prioridades. Por decir de alguna forma y, no se me entienda mal, el derecho a la educación es un derecho esencial, inaplazable, y el derecho de autodeterminación es un derecho político, muy loable pero está sujeto a una dinámica diferente a la del derecho de educación y es de segundo orden salvo que la falta de este último derecho esté lesionando gravemente a los demás derechos. Pienso que no es el caso. Lo cual no quiere decir que no se pueda luchar políticamente por la autodeterminación, cada cual con su estrategia, su representación y relación de fuerzas. Hay derechos que se tienen que ejercer día a

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día, independientemente del marco político y hay derechos políticos que afectan al cambio del marco, pero en democracia en cualquier marco político la educación debe de estar garantizada, de acuerdo con las competencias de cada comunidad autónoma.

En este país tenemos un drama terrible con los derechos humanos. Aunque también podría hablarse igualmente de otras épocas, voy a ceñirme a lo reciente, a la utilización de la violencia por parte de ETA para conseguir fines políticos, una violencia que siempre ha merecido nuestro más enérgico rechazo. ¡Las horas que hemos tenido que pasar en los bajos de ayuntamiento, frente a la iglesia de San Pedro, de Lasarte-Oria, viendo el lento discurrir de su reloj, de doce a doce y cuarto, y campanada final, coincidiendo con el deseo de que fuera la última vez, pero hubo demasiadas “últimas veces”!

Ahora que parece vislumbrarse la luz de la paz en el horizonte, ¿cómo gestionamos el final definitivo? No hay la menor duda de que las víctimas deben ser resarcidas en todo lo que corresponda, sin perjuicio de las decisiones políticas que siempre estarán en manos de los representantes políticos. Por tanto, toda la consideración y apoyo sí, pero sin interferir en las decisiones políticas. Aparte de eso, en este primer escenario no puede haber temas políticos encima de la mesa. ¿Cómo resolver el tema de los presos? Desde luego, no con cadenas perpetuas camufladas. Los partidos políticos tienen mucho trabajo y los tiros –perdón por la metáfora– tendrán que ir, más o menos, por donde está marcando Egiguren.