Urgencia y presencia de la Filosofía

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Urgencia y presencia de la filosofía

Fernando Savater

"Cultura", La Nación, Buenos Aires, 29 de octubre de 1995.

Desde hace varios meses con motivo de amenazadoras reformas en los planes de

estudio de bachillerato, se habla en España de filosofía. Es un poco triste que la filosofía

sólo logre ser noticia como asignatura, pero buena será esta ocasión para plantearnos

unas cuantas cosas acerca de esta vieja destreza intelectual. La cuestión de cómo ha de

enseñarse la filosofía no creo que pueda separarse de algo previo: qué es para nosotros

la filosofía y por qué consideramos que debe figurar de algún modo en los planes de

estudio de todos los adolescentes, tanto los que van a estudiar letras como los que se

preparan para abordar carreras científicas.

Porque es evidente que hay por lo menos dos modos de acercarnos a una disciplina

que tiene una larga tradición y que también se sigue practicando en nuestro días.

Tomemos, por ejemplo, el caso del arte. Si queremos que se inicie a los bachilleres en este

tema, podemos incluir una asignatura de historia del arte entre sus asignaturas, en la

que se estudien los grandes maestros del pasado, sus obras más notables y la sucesión

de los estilos hasta el presente. Pero también podríamos optar por darles una formación

elemental aunque sustantiva en alguna de las artes (pintura, música, cine...) que les

permitiera comenzar a desarrollar su talento artístico. Por lo general se prefiere la

primera de estas soluciones, dejando el segundo tipo de formación como algo optativo y

complementario, entendiendo que toda persona culta debe conocer la tradición

artística, pero no todo el mundo ha nacido para pintor o para músico.

Pues bien, en el terreno filosófico también se nos presentan estas dos opciones. Con

la importante diferencia que uno puede comprender la historia de la pintura o de la

arquitectura sin practicarlas, pero no se puede entender el sentido de la tradición

filosófica sin practicar al mismo tiempo un poco la tarea de filosofar. Y otra diferencia:

como el tema de la filosofía es el arte de pensar y es el pensamiento racional lo que los

humanos tenemos en común, nadie puede declararse radicalmente exento de vocación

filosófica. Las artes plásticas son manifestaciones insoslayables de la creatividad

humana, pero cabe disfrutarlas como simple espectador.

La filosofía se refiere a la actividad central de los humanos en cuanto tales y por tanto

ninguna educación puede soslayarla, ni siquiera enseñarla como una tarea emprendida

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por otros y que puede ser admirada sin participación activa del educando. La historia de

la filosofía es ya filosofía, actividad filosófica, o resulta incomprensible; pero la filosofía

no puede provenir de !a mera historia sino que tiene que convertirse en biografía de quien

se acerca a ella so pena de reducirse a pedantería ociosa y artificiosa, es decir, repertorio

de venerables tecnicismos. Es por cierto tal pedantería la culpable en buena medida del

relegamiento actual de la asignatura filosófica en los planes de estudio... Intentemos

ahora con toda ingenuidad esbozar las urgencias biográficas que hacen imprescindible

la presencia histórica de la filosofía en la enseñanza.

Hace tiempo, en el coloquio tras la charla que acababa de pronunciar una muy

inteligente antropóloga argentina amiga mía, un oyente juvenil exclamó estrepitosamente:

"¡Pero no me negará usted que esta vida es un asco!" Y ni amiga repuso sin inmutarse:

"¿Comparada con qué?" Esa pregunta, utilizada como respuesta, me parece un estupendo

ejemplo de manifestación filosófica. Para empezar, tiene un benéfico efecto curativo: sirve

para librarnos de un tópico fantasmal, de un falso dogma acongojante, de un brindis a la

sombra depresivo y quizá mañana represivo. Pero, además plantea una inquietud muy

legítima, un problema que no parece tener ninguna utilidad inmediata, pero que, sin

embargo, está lleno de sentido, un interrogante que no se resuelve con una simple

contestación sino que nos remite a muchas otras cuestiones: ¿podemos juzgar si la vida

vale o no la pena? ¿Tiene la vida tuya y mía un valor determinado o todos los valores los

determina la vida? ¿Hay formas de vivir mejores y peores? ¿Por qué? ¿Nos preocupa lo

que la vida es, lo que podría ser D lo que debería ser? ¿Qué podría ser la vida y aún no es o

ya no es? ¿Qué significa decir que la vida no es lo que debería ser? Etcétera, etcétera...

Al conjunto de preguntas como éstas o, aún mejor, al afán de preguntar cosas así es

a lo que llamamos filosofía. Son preguntas enormes, radicales, absolutas, como las que

plantean los niños antes de que los domestiquen en el colegio o las de los borrachos a las

cuatro de la madrugada. Son preguntas imposibles, como las que se hace uno en el

entierro de un ser querido o las que susurran los enamorados, mirándose a los ojos: "¿me

quieres?" Las grandes preguntas de la vida y de la muerte, los interrogantes de la

violencia y el amor. A lo largo de los siglos los filósofos han vuelto a plantearlas una y

otra vez, ofreciendo cada uno sus respuestas peculiares y contradiciéndose unos a otros.

Ante el desbarajuste de tanta diversidad, algunos pueden pensar que la filosofía es un

galimatías del que no hay forma de sacar nada en limpio.