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LA POLITIZACION DEL NIÑO CAMPESINO ÉN MEXICO. Notas sobre el libro “La politización del niño mexicano” y el estudio de la cultura política en el campo. E steban K rotz Universidad Autónoma Metro- folitana/Iztapalapa La Revolución no ha hecho de nues- tro país una comunidad o, siquiera, una esperanza de comunidad: un mundo en el que los hombres se re- conozcan en los hombres y en donde el “principio de autoridad” —esto es: la fuerza—, cualquiera sea su ori- gen y justificación ceda d sitio a la libertad responsable. Octavio Paz Los resultados de las pasadas elecciones para dipu- tados federales han sido comentados principalmente en términos de consideraciones explicativas acerca de la dis- tribución de los votos entre los diversos partidos y del abstencionismo, que gobierno y oposición tratan de pre- sentar como aprobación de sus respectivas posiciones. Es significativo que la gran mayoría de los comentarios de funcionarios, observadores y editorialistas coincidan en una doble característica: por una parte, tienen un grado muy elevado de generalidad en la categorización de los electores ( “la ciudadanía”, “los mexicanos”, "el pueblo”, “las masas”, “los marginados”, etc.); por otra, la base prin- cipal de sus intentos explicativos parece a menudo ser la introspección, la intuición, postulados doctrinales o inte- reses de clase explicitados y no tanto un análisis sistemá- tico de los datos.

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LA POLITIZACION DEL NIÑO CAMPESINO ÉN MEXICO. Notas sobre el libro “La politización del niño mexicano” y el estudio de la cultura política en el campo.

E steba n Kro tz

Universidad Autónoma Metro- folitana/Iztapalapa

La Revolución no ha hecho de nues­tro país una comunidad o, siquiera, una esperanza de comunidad: un mundo en el que los hombres se re­conozcan en los hombres y en donde el “principio de autoridad” —esto es: la fuerza—, cualquiera sea su ori­gen y justificación ceda d sitio a la libertad responsable.

Octavio Paz

Los resultados de las pasadas elecciones para dipu­tados federales han sido comentados principalmente en términos de consideraciones explicativas acerca de la dis­tribución de los votos entre los diversos partidos y del abstencionismo, que gobierno y oposición tratan de pre­sentar como aprobación de sus respectivas posiciones. Es significativo que la gran mayoría de los comentarios de funcionarios, observadores y editorialistas coincidan en una doble característica: por una parte, tienen un grado muy elevado de generalidad en la categorización de los electores ( “la ciudadanía”, “los mexicanos”, "el pueblo”, “las masas”, “los marginados”, etc.); por otra, la base prin­cipal de sus intentos explicativos parece a menudo ser la introspección, la intuición, postulados doctrinales o inte­reses de clase explicitados y no tanto un análisis sistemá­tico de los datos.

Esta característica es, de alguna manera, también consecuencia de un desconocimiento generalizado de la cultura política de los diferentes grupos y estratos sociales cuya participación electoral —en términos cuantitativos y cualitativos— tiene que considerarse como una expresión importante.

El libro de Rafael Segovia, La 'politización del niño mexicano, constituye uno de los primeros intentos de abordar científicamente un aspecto de esta vasta y com­pleja problemática. Desde su aparición hace cuatro años el libro ha sido comentado repetidas veces en diversas pu­blicaciones y se han hecho críticas a su enfoque teórico, sus datos y sus conclusiones, reconociendo siempre, sin embargo, su importancia como estudio empírico pionero.

No se pretende hacer aquí una crítica global de este estudio o de sus diferentes aspectos. En cambio quieren presentarse aquellos datos que se refieren específicamente al campo mexicano, es decir, los que contienen informa­ción específica sobre el proceso de politización del niño campesino. Se persigue un doble propósito. Por una par­te, quiere proporcionarse una cierta orientación a los es­tudiosos de la problemática política del agro mexicano; en vista de las características generales de la investigación presentada en el libro mencionado, estos datos dejarán más preguntas abiertas (y originarán nuevas) de las que contesten, de manera que su valor parece más bien heu­rístico que explicativo. Pero en su conjunto esta inves­tigación indicará un campo de estudio que las ciencias sociales en México han descuidado durante mucho tiem­po: el estudio de los fenómenos cultural-ideológicos. Con­tribuir a llamar la atención sobre este aspecto complemen­tario e indispensable del análisis político del campo me­xicano es el segundo propósito de este artículo.

En la primera parte de este trabajo se presentará bre­vemente y en términos muy generales la investigación

cuyo resultado es el libro La 'politización del niño mexi­cano. En el segundo apartado se describirán los elemen­tos del proceso de politización del niño campesino tal y como se puede extraer del libro mismo. El último apar­tado del artículo consiste en algunas observaciones que se desprenden del libro mismo y que parecen tener cierta importancia para cualquier estudio de los fenómenos cul- tural-ideológicos en el campo mexicano.

E l m a r c o g e n e r a l d e l e s t u d i o

El universo de los datos. El libro es el resultado de una encuesta sobre las actitudes políticas de los escolares me­xicanos.2 Se efectuó en escuelas públicas y privadas (re­ligiosas y laicas), presentando cuestionarios a un total de casi 3 600 estudiantes que cursaban quinto y sexto de primaria y primero, segundo y tercero de secundaria. Se escogieron entidades federales con niveles de desarrollo bastante diferentes: Jalisco, Nuevo León, Tabasco, Oa- xaca, México y el Distrito Federal.3

La investigación se realizó a fines de 1969. Esto es significativo por dos razones. Por una parte podrían espe­rarse ciertos cambios en los resultados de repetirla en la actualidad, por ejemplo en lo que se refiere a actitudes relacionadas con la política exterior (tercer mundismo, anticomunismo) o educativa (libros de texto gratuitos) del sexenio pasado. No pueden aventurarse hipótesis res­pecto al alcance de estos elementos sobre las actitudes de los niños mexicanos hacia el régimen político y/o el sistema político; algo semejante puede afirmarse acerca de la situación actual en lo referente a la llamada "refor­ma política”. Pero, por otra parte, hay que tener en mente que los niños entrevistados tenían entonces 10 y 15 años, esto significa que hoy en día forman parte del estrato de la población adulta entre 20 y 25 aproxima­damente.

El enfoque. El libro se inscribe dentro de un marco con­ceptual y teórico de análisis político que gira en torno a las nociones de sistema, cultura, socialización políticas. La atención principal se centra en la construcción de la legitimidad en un sistema político como el mexicano. Este es caracterizado como un sistema “autoritario”,4 ubicado entre la dictadura y la democracia occidental. Los ele­mentos coercitivos que lo sustentan se encuentran en una relación muy particular con el 'proceso de interiorización de las normas que regulan la vida política de tal forma que contribuyen al fortalecimiento continuo del sistema. Esta relación se caracteriza, concretamente, por la im­portancia creciente de una “aceptación volutaria” de las características, reglas, valores y límites de la estructura política y “ésta no es sino el resultado de un proceso de aprendizaje político, llamado socialización” (:3 ).5

La noción de socialización política se refiere enton­ces a “la adquisición de disposiciones hacia el comporta­miento que son valuadas de manera política por un grupo, y la eliminación de disposiciones hacia un com­portamiento que es valuado negativamente por el mismo grupo” (:141). La socialización política, en otras palabras, es concebida como un proceso cultural cuya finalidad es insertar al individuo en una sociedad política, eliminando posibles conflictos y garantizando la estabilidad del sis­tema. De acuerdo con esta orientación teórica6 “lo que en este trabajo se ofrece no es pues sino una serie de ras­gos de la cultura política mexicana transmitida a los es­colares a través de sus padres, de la escuela, de los amigos, de los medios de comunicación” (:3), además del esta­blecimiento de ciertas hipótesis acerca de las visiones y evaluaciones que estos niños hacen de su propio futuro. Un elemento de fundamental importancia que está ínti­mamente relacionado con las posibilidaddes de acción de los diferentes agentes de politización es la ubicación es­tructural de las familias de los niños entrevistados; ésta,

a Io largo del estudio, es expresada c r í 'rminos de cate­gorías ocupacionales.

El estudio 'presentado. El primer capítulo se ocupa del interés de los niños por los fenómenos políticos y las fuen­tes de su información política. El segundo capítulo abor­da el contenido de la información política de estos niños y muestra su diferenciación por sexo, edad, ocupación del padre, localización geográfica de la escuela, etc. El capí­tulo tercero trata la representación y valorización por parte de los niños del sistema presidencial mexicano. En el cuarto se estudia la concepción que tienen los niños de ios partidos políticos, sindicatos y elecciones y se indican los posibles niveles de su participación futura en estas instituciones. El capítulo quinto presenta la visión que tienen los niños de su propio país y del mundo exterior y relaciona esta visión con el efecto de los símbolos, héroes y mitos del nacionalismo y la historia nacional. El sexto muestra cómo los niños mexicanos perciben “la. influencia política, o sea la capacidad de modificar una decisión po­lítica en favor de un grupo, dentro de una escala jerár­quica que corre desde el Presidente de la República hasta la Iglesia” (:111). El capítulo séptimo trata de estable­cer rasgos de cultura política comunes a los diferentes sectores sociales que conviven bajo el mismo sistema po­lítico autoritario de México; son presentados en términos de actitudes y evaluaciones de ciertos roles y procesos. El último capítulo muestra cómo las aspiraciones futuras de estos niños son básicamente congruentes con el sis­tema mexicano, que queda definido comò sociedad fun­damentalmente tecnocratica. Las conclusiones .( : 14T-53)¿ finalmente, intentan resumir los resultados ^iíás impor^ " tan tes que arroja el análisis de los cuestionarios en Sú con­junto. - ^ ' '■

L a p o l i t i z a c i ó n d e l n iñ o c a m p e s in o

Las categorías sociales

El autor señala cómo, en base a las respuestas de los niños, se establecieron seis categorías ocupacionales de sus padres para indicar, de esta manera, su ubicación estruc­tural dentro de la sociedad. Eran éstas: profesionales li­berales, empresarios, empleados, funcionarios, obreros, cam­pesinos. Estas categorías son, desde luego, arbitrarias y fueron escogidas para detectar variacione¡s significativas entre los entrevistados.

El problema mayor se presentó en la categoría “campesino”. El autor reconoce que “bajo la categoría campesinos. . . se agrupan los ejidatarios, los pequeños propietarios, los peones agrícolas, los ganaderos, y a na­die se le esconde la diferencia abismal que media entre un ganadero de Nuevo León y un jornalero agrícola oa- xaqueño...” (:9). Por razones técnicas del proceso de investigación no fue posible desglosar esta categoría, de modo que la noción de “campesino” queda reducida a algo así como población rural no comprendida en las demás categorías ocupacionales\

Las fuentes de la información 'política

Ante todo se indica que en México el interés de los niños por la política es relativamente bajo: sólo el 55% de los entrevistados dijo hablar de política con alguien. No parece haber diferencia marcada entre zonas rurales y urbanas, aunque sí entre entidades federativas. Á la, pregunta “¿con quién hablas tú de política?” (con más*, de una respuesta posible), contesta el 45% de los niños del medio rural “no hablo de política”, el 23% con “los padres”, el 11% con “los hermanos”, el 23% con “los ma­estros”, el 23% con “los amigos”. La pregunta “¿dónde hablan de política?” fue contestada por el 26% con. “en casa”, por el 30% con “escuela”, por el 12% con “calle”.

“En las zonas rurales la escuela es el lugar donde más se habla de política —más que en la casa— y padres, ma­estros y amigos son fuentes de conversación de importan­cia similar” (:15) indica el autor. La importancia que tiene el padre en estas conversaciones (y en toda la orien­tación de los hijos e hijas hacia la política) se encuentra directamente relacionada con su ocupación: “cuanto más alto es el prestigio de la profesión. .. más se busca a dos interlocutores, a los padres y a los amigos; los maestros, en estos grupos, pierden relativamente la función de con­servadores políticos de los escolares” (:16). Es obvio que lo anterior vale también para los hijos de obreros y cam­pesinos.

Los hijos de los campesinos que asisten a las escue­las públicas, al igual que los hijos de los obreros, encuentran en la escuela un lugar más propicio que su casa para exponer sus ideas políticas y prefieren el maestro al padre para estos intercambios — son el único caso donde el maestro es la fuente de in­formación oral más importante. En las escuelas pri­vadas, aunque en proporciones menos importantes, los hijos de los campesinos siguen las pautas de información de los grupos de alto status social (qui­zás porque los hijos de estos campesinos realmente pertenecen a tales grupos) (:1 8 ).

Finalmente hay que agregar otros tres datos intere­santes. Se indica que en el nivel de toda encuesta, o sea, sin diferenciación regional, el interés de niños y niñas en la política es prácticamente igual. Sin embargo, apa­rece una diferenciación en cuanto a los agentes preferidos de la socialización política: mientras que los varones bus­can especialmente al grupo de iguales, las niñas prefieren interlocutores investidos de autoridad como son los pa­dres o los maestros (:15). En segundo lugar, “las fuen­tes de información y, por añadidura, de socialización y politización, son mucho más diversificadas y se acumulan entre los escolares de los establecimientos privados” (:19);

hay que recordar, naturalmente, que solamente una mí­nima parte de los Campesinos asisten a tales estableci­mientos. En tercer lugar, parece que la progresión más llamativa en el grado de interés en la política se da entre el segundo y tercer año de secundaria (:19), hecho que para el autor se relaciona directamente con el sistema es­colar y no con la edad (:21).

El contenido de la información política

Aunque en la mayoría de las tablas presentadas por el autor no suelen indicarse diferencias entre zonas rura­les y zonas urbanas, queda bastante claro que el estrato de niños campesinos es el que menos conocimiento tiene de los llamados “objetos políticos” más importantes, o sea, de las personas, instituciones, procesos y acciones de la vida política. Participan, sin embargo, en la jerarquiza- ción de la información que hacen los niños en general y que corresponde acertadamente a la realidad del sistema político, mas no al orden constitucional.

Así, las dos instituciones más conocidas son el Pre­sidente de la República y el Partido Revolucionario Ins­titucional (PRI), mientras que al proceso de elección del Presidente y más todavía, al proceso de la elección de diputados y senadores se suele asignar un rango bastante inferior. En cuanto a otros roles políticos, las zonas rura­les se distinguen de las urbanas por el hecho de que es más conocido el presidente municipal que el gobernador en las primeras y que esta relación se invierte en las se­gundas. Una situación semejante se presenta si se orde­nan los datos de acuerdo al grado de desarrollo de las entidades federativas: “cuanto más desarrollado está un estado, menor es la distancia que media entre el presi­dente municipal y el gobernador” (:37). Dado que los partidos de oposición son fenómenos fundamentalmente urbanos, no resulta extraño que sean más conocidos entre los niños urbanos, aunque lo que aumenta significativa-

mente es, más que nada, la información acerca de la exis­tencia del Partido Acción Nacional (PAN).

El desarrollo diferencial de las entidades federativas puede relacionarse también con el conocimiento acerca del proceso electoral:

En los estados menos desarrollados se encuentra una orientación más marcada hacia el conocimiento de una figura política, de un nombre, que hacia el proceso que le lleva a ocupar el cargo. En el caso de los gobernadores resulta muy claro: cuanto ma­yor es el desarrollo de un estado, menor es la dife­rencia entre los niños que conocen el nombre del gobernador y aquellos que saben que es e'legido(:3 8 ).

Un declive parecido se muestra, nuevamente, de acuerdo a la ocupación del padre:

Los hijos de los profesionistas liberales y de los em­presarios están más atentos a un cambio que les favorece: los que tenían 12 años o más durante la encuesta podrán votar en la elección presidencial futura (1976) y su interés lo prueban en su alcance más rápido de la información. . . mientras obreros y campesinos, más atentos proporcionalmente a los nombres ya establecidos en el sistema político, ma­nifiestan un interés menor por el hecho político en s í . . . ( :41).

Un punto de suma importancia es recalcado por el autor al final del segundo capítulo: “La escolaridad in­terviene decisivamente en la amplitud de los conocimien­tos de los alumnos (a mayor escolaridad mayor informa­ción)” (:44). Es más, las distancias existentes en la infor­mación política atribuible a la ocupación del padre no desaparece con la edad, pero sí desaparece paulatinamen­te con el aumento de escolaridad 043).

Un último dato de importancia a este respecto: en general, la información política de las niñas suele ser de carácter localista y, en conjunto, marcadamente más limi­tada que la de los niños: “El fundamento mínimo de la intervención política, la información, es masculino” (:35).

El sistema presidendalista

Entre las posibilidades de elegir la función más im­portante del Presidente de la República de una de estas tres —conservar el orden, legislar o representar la volun­tad popular— prácticamente la mitad de los niños campe­sinos escogió la primera, el 10% la segunda (estas ten­dencias se acentúan con el aumento de la escolaridad) y algo más de una tercera parte se decidió por la última. La mitad de ellos, en cambio, identifica a los diputados como meros ayudantes del Presidente, alrededor de la ter­cera parte les atribuye funciones meramente ceremonia­les ( “pronuciar discursos en la Cámara”) y sólo entre 6 y 9% les atribuye función legislativa.

Esto parece confirmar la congruencia de la percep­ción infantil con el orden político real. Pero lo * impor­tante no es solamente que se identifiquen las funciones de acuerdo con la realidad del sistema presidencial sino que se escoja justamente aquel rasgo de la función pre­sidencial que es propio de un sistema autoritario: “Darle una primacía a la conservación del orden revela... una visión autoritaria del poder y de su depositario” (:50). Por lo general, la autoridad presidencial es enjuiciada favorablemente. “Esta autoridad es convertida en el ele­mento más favorable del Presidente por los niños rurales mucho más que entre los urbanos” (:57). De acuerdo con la edad aparecen también juicios negativos acerca del Presidente, pero nunca llegan a superar a los juicios po sitívoS:

Los grupos de bajos status, obreros y campesinos, son los que se orientan de manera más franca ha­cia la autoridad del Presidente, y junto con ellos los hijos de los empresarios; esos dos primeros grupos son, ya se ha señalado, los menos críticos del jefe del Ejecutivo, pero pese a estas actitudes dominan­tes en estos grupos, con la edad van apareciendo los juicios puramente negativos, sobre todo en el transcurso de los estudios secundarios ( :57) .

Es de señalar que —influenciados por los sucesos de la represión del movimiento estudiantil en 1968— “los niños de las ciudades que rechazan al Presidente son tres veces más abundantes que los rurales” (:55).

Congruente con esta percepción de los rasgos fun­damentales del sistema político mexicano es también la concepción generalizada de la ley entre los niños mexi­canos: “la ley es algo dado, que está ahí, a la que se obe­dece o se resiste, y que sólo unos cuantos piensan puede ser modificada” (:51). Entre los niños campesinos sola­mente entre el 6 y el 11 % piensa que “el pueblo puede cambiar las leyes si no le parecen” (:54); éste es el por­centaje más bajo de todos los estratos ocupacionales. Para los niñps de bajo status la escuela se convierte en un po­sible mecanismo para adquirir actitudes que no son do­minantes en su medio de origen.

La 'participación futura

Según los datos arrojados por la encuesta, la abru­madora mayoría de los niños acepta el sistema vigente de partidos; apenas un 10% está en favor de suprimirlos, tendencia que disminuye con el aumento de la escolari­dad. Los niños campesinos participan proporcionalmente en esta aceptación.

En quinto de primaria, el 38% de los niños campe­sinos opinan que “los partidos políticos deben ser inde­pendientes del gobierno”, mientras que el 25% opina que

“los partidos políticos deben elegir a sus líderes, pero el gobierno guiar a los partidos”; en tercero de secundaria estos porcentajes alcanzan el 31% y el 39% respectiva­mente. Aparentemente, la influencia de la escuela impul­sa a tomar aquella posición paternalista que es la mayo- ritaria en todos los estratos, posición que es el reflejo de un sistema autoritario: “El autoritarismo que permea a toda la cultura política y a la cultura social mexicanas es desde luego un elemento opuesto a la plena libertad de una organización política frente a instituciones guberna­mentales” (:69).

En cuanto a las actitudes frente a los sindicatos se constata que “la enseñanza, en conjunto, acarrea una vi­sión favorable de los sindicatos en aquellos niños que, en principio, les son más hostiles” (:75), pero por la situa­ción actual de organizaciones y sindicatos campesinos pa­rece difícil poder afirmar detalles para los niños campe­sinos en particular.

Esta evaluación positiva de la existencia de partidos y sindicatos (hay que mencionar aquí que el niño necesi­ta adquirir cierto desarrollo de su visión del mundo social para poder comprender la existencia de relaciones imper­sonales e indirectas al lado de las conocidas relaciones personales y directas) no tiene una correlación igualmen­te positiva con el deseo de ingresar a estas instituciones. “Es más, la correlación es negativa: a mayor escolaridad, menor deseo de adherirse a las organizaciones políticas o laborales” C: 39). Las razones son claras para el autor porque esta correlación es mucho más positiva entre los niños de estratos bajos: “la mala situación escolar —mu­chos años y poca escuela—, la imposibilidad de ver cum­plidas las aspiraciones sociales —la profesión liberal— con­duce hacia nuevos .caminos: el sindicato y el parti­do. . .” C: 78).

Algo semejante vale también para la participación electoral, principalmente centrada en las elecciones pre­

sidenciales. Aunque el autor no quiere pronunciarse por una explicación de esta orientación positiva hacia el voto como acto de participación política mínima, señala una aceptación creciente del sistema mexicano de partido y sindicatos y la disposición —en tercero de secundaria— de un porcentaje entre el 84% (campesinos) hasta el 92% (profesionales) de los niños que quieren votar en las elecciones (aunque no necesariamente por los mis­mos candidatos).

El nacionalismo

En el capítulo quinto encontramos una serie de con­sideraciones interesantes sobre el nacionalismo (aquí en­tendido como “un sistema de pensamiento, de sentimien­tos o de emociones esencialmente centrado en la defensa o exaltación de la idea nacional”), sus símbolos, héroes y mitos. El estado mexicano es la principal fuente de los símbolos y mitos nacionalistas (o nacionales), además es su transmisor más poderoso y el “gran vigilante de su aceptación” (:89), pero su efecto no es absoluto. De la misma manera que los estados de la República mantienen vivas sus tradiciones locales, a pesar de la fuerza unifica- dora del centro, así existen estratos y grupos sociales que mantienen ideologías políticas diferentes y hasta opues­tas a la oficiar.

Más de una tercera parte de los niños campesinos de tercero de secundaria escogió a Maximiliano (entre ocho posibilidades) como aquel personaje “que haya ser­vido peor a México”, una cuarta parte a Hernán Cortés y sólo una quinta parte a Porfirio Díaz (:93).

De la misma lista, entre dos y tres cuartas partes escogieron a Juárez entre aquellos que han “servido me­jor a México”; Morelos, el siguiente personaje, no alcan­zó más del 10% (:91).

De los tres grandes acontecimientos de la historia nacional que legitimitan la distribución actual del poder

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político —Independencia, Reforma y Revolución— el úl­timo es el más importante. Para ios escolares mexicanos la Revolución es un movimiento que ayudó a quienes más habían padecido durante el régimen anterior, es de­cir a obreros y campesinos. El 73% de los niños campe­sinos acepta esta visión mientras que sólo el 16% cree que sirvió sólo a aquellos que la hicieron (:97).

Viendo su país en medio del conjunto de otros paí­ses, los niños campesinos pertenecen al grupo que más cree que México es el país donde hay más libertad 099) y donde se vive la democracia (:102). En la valoración de otros países no parecen juzgarse caracteres nacionales sino sistemas políticos y es en “los grupos de bajo status social como los obreros y campesinos donde se dan los mayores niveles de intolerancia” (:105), especialmente frente a regímenes comunistas totalitarios. “El rechazo del socialismo se produce, como era de esperarse, tam­bién en los estados menos desarrollados del país” C: 105).

Todo este capítulo hace, una vez más, evidente el papel central de la escuela en la politización de los niños en el sentido de integración al sistema. Por otra parte, define a los hijos de obreros y campesinos como los mejor socializados, “o sea, los que más han interiorizado los va­lores, símbolos y mitos nacionales.. .” C: 109). De esta manera aparece aquí también, con toda la aparente uni­formidad de la socialización política de los niños mexi­canos, una“división cada vez más acentuada de la nación entre élites y masas” (:109).

La jerarquía de la influencia

Aunque no puede afirmarse que la jerarquía de la influencia sea bastante clara, en cuanto a sus dos polos de la escala —la cima es el Presidente y la sima es la Iglesia— existen algunas diferencias en -cuanto5 a los es­tratos de menor prestigio social que vale la pena anotar.

En general, el estudio indica que en cuanto a la in­fluencia estimada en ciertos grupos sociales “en las ciu­dades domina un realismo político superior al del campo” ya que, en este último, se tiende a magnificar la influen­cia de grupos no bien conocidos como los estudiantes o la prensa. Sin embargo, resulta interesante la observa­ción de que los niños campesinos constituyen el único grupo que valora a “los ricos” como “claramente más in­fluyentes jjue sus asociaciones sindicales” (:115): su in­fluencia es la segunda después de la del Presidente de la República.

“El paso por la edad no parece afectar mayormente las pautas de la percepción de la influencia.. (:118). La única diferencia marcada en este sentido se refiere a la Iglesia. Su poder tan reducido es un hecho cada vez más incontrovertible conforme avanza la edad de los es­colares entrevistados. Sólo en los grupos de menos pres­tigio ocupacional reúne unos cuantos puntos en la escala pero sin perder en ningún momento su ínfima categoría. De manera general, todo esto tiene que ser visto en una íntima relación con la estimación mínima (ocupa el pe­núltimo lugar) de la fuerza política atribuida a la ciuda­danía; esta estimación se acentúa con la edad. Represen­ta, según el autor, nuevamente una prueba de la domi­nancia de los rasgos autoritarios en el universo político de los niños mexicanos (: 120)

El autoritarismo

En el capítulo que se refiere al autoritarismo se vuel­ve a afirmar que la cultura política mexicana no es ho­mogénea sino que se encuentra fraccionada en diversas subculturas. Sin embargo, no se hace ninguna referen­cia a subculturas específicas —por ejemplo, de estratos ocupacionales. o de zonas geográficas— más bien se esbo­zan los rasgos comunes de k eultata política mexicana.

En este sistema autoritario están presentes ciertas actitu­des democráticas, pero dominan claramente los rasgos au­toritarios.

Los dos rasgos esenciales son: la desconfianza (el no poder confiar en los demás) y la tendencia a atribuir los fracasos exclusivamente a la falta de esfuerzo perso­nal (:125).

El autoritarismo político infantil se manifiesta en el apego al “líder fuerte” (por excelencia el Presidente), la desconfianza en los partidos y “las actitudes intolerantes ante los disidentes políticos por antonomasia, los comu­nistas' (:126).

La creencia que se tiene en el valor del voto es ca­lificada de “mediana”, pero, de todas maneras, se piensa cumplir con la ley e ir a las urnas. Esta restricción típica del sistema autoritario de la participación ciudadana a la esfera simbólica —no decisiva— contribuye a la creación del sentimiento de ineficacia política; ésta, a su vez, es una de las causas para reforzar las actitudes positivas fren­te al sistema autoritario.

Las conclusiones

El capítulo octavo y las “conclusiones” se ocupan de caracterizar a la sociedad mexicana en su conjunto como una sociedad típicamente “tecnocrática”. Una de sus ca­racterísticas consiste en que la habilidad profesional se ha­ce más importante que la riqueza. Por consiguiente, las profesiones liberales —el ingeniero como su representan­te más prestigiado y codiciado— representan el punto cul­minante de la jerarquía ocupacional, mientras que su si­ma la constituyen, naturalmente, las actividades manua­les.

Este cambio frente a las pautas tradicionales de pres­tigio profesional tiene tres consecuencias importantes. Por un lado, los niños campesinos —al igual que los niños obre­

ros e hijos de empresarios— no quieren tener la ocupación de sus padres; a los quince años de edad ningún niño en­trevistado quería ser campesino. Por otra parte, la activi­dad política, es decir el papel del Estado, se convierte en algo subordinado a los procesos y las decisiones técnicas. Así, por ejemplo, el gobierno es un “promotor del desarro­llo pero un promotor al que se le van a poner límites” bas­tante definidos (:136).

Por último, se pone de manifiesto, cómo “el tecnó- crata (y los niños escolarizados en México son tecnócra- tas en ciernes) exige un mundo de relaciones seguras, nor­madas, un marco de referencia al cual remitirse y que, a la par, le sea favorable” (:137).Como consecuencia

el niño que busca ser el dueño de la técnica, ansia una sociedad sin trabas políticas a su actividad y, al ser éstas consideradas como una necesidad, supo­ne el niño que lo mejor es que el gobierno las esta­blezca. . . Autoridad y democracia son pues dos fac­tores indispensables en la sociedad tecnocrática aun­que la influencia tenga un sólo origen (: 138).

Aunque puede afirmarse que los niños mexicanos en­trevistados tienen una cultura política común, ésto no sig­nifica que exista un proceso uniforme de socialización po­lítica. El agente socializador fundamental y directo, el Estado mexicano, que es al mismo tiempo un agente de control de mucha aunque variada eficacia en este proceso, no ha podido vencer todas las barreras que significa la es­tructura social mexicana tan diferenciada. De esta mane­ra surgen subculturas, de límites borrosos e inciertos.8 La división más importante, sin embargo, puede marcarse en­tre una subcultura política de las élites, contrapuesta a una subcultura de las masas. El sistema nacional de enseñan­za, especialmente la escolarización restringida de acuerdo con la categoría ócupacional y la capacidad econ^m&sa de

los padres y el aumento de la edad de los niños se con­vierte en un factor selectivo de primera importancia.

Ante este trasfondo del proceso de socialización po­lítica logrado —en términos generales— para poder garan­tizar a un plazo razonable la supervivencia del sistema po­lítico de México, los niños campesinos se distinguen por una actitud especialmente positiva:

Los grupos de menor prestigio y status ■—obreros y campesinos— perciben de manera menos clara la distribución del poder, son más autoritarios, menos democráticos —y están mejor adaptados al sistema político: aceptan en mayor grado sus instituciones — partidos y sindicatos— , se muestran más atentos a las decisiones del gobierno que a su posible formu­lación ( :117) .

En el contexto de los demás datos ésto sugiere que los dos elementos principales en el proceso de socialización política, la escuela (en este caso, casi siempre pública) y el nacionalismo mexicano han sido particularmente efica­ces. La importancia de éste se pone de manifiesto si se tiene en cuenta que los niños campesinos, junto con los niños obreros, no son “quienes más cuentan en la estrate­gia o en el proyecto nacional” (: 109). Así es entendible la conclusión fundamental y global del autor al finalizar la presentación de los resultados de la investigación:

El mantenimiento del sistema, la razón de Estado de los clásicos, no parece, en lo que se refiere al futuro inmediato, correr ningún peligro serio. La socialización, en gran parte, responde a ello (: 153).

C o n s id e r a c io n e s f in a l e s

Es obvio que este resumen de los resultados del tra­bajo de Segovia y sus colaboradores no puede sustituir la lectura del libro; más bien quiere ser una invitación a es­ta lectura. Por otra parte, resulta obvio también que sus

conclusiones sobre el “campesinado” mexicano subrayan ante todo la necesidad urgente de más estudios empíricos sobre cultura y socialización política entre niños y adul­tos de las diferentes capas sociales que existen en el agro mexicano. Para estos estudios, el trabajo presentado pue­de tener una cierta función heurística, incluso en los ca­sos en que se opte por un marco teórico diferente (como lo sería un análisis de estos fenómenos a partir de una teo­ría de la ideología), ya que llama la atención sobre datos empíricos relevantes, presenta problemas técnicos y meto­dológicos y representa un reto para investigaciones alter­nativas y complementarias.

En lo que sigue quieren presentarse algunas conside­raciones de tipo teórico-metodológico que se desprenden del trabajo reseñado y que podrían resultar interesantes para los estudiosos de la problemática política en el agro mexicano.

a) Uno de los elementos críticos en el estudio de las superestructuras culturales o ideológicas ha sido siempre el valor explicativo de las conclusiones respectivas. Esto vale tanto para los estudios de cultura y participación po­lítica de la politología norteamericana10 como para los es­quemas macrosociológicos y macrohistóricos de tipo mar- xista.11 Además, ambos tipos de enfoques tienen en co­mún que su análisis se suele centrar principalmente en las estructuras de tipo estatal nacional y que éste contiene poca información —y menos explicación— sobre estos fe­nómenos “en el nivel local”.12 Es decir, el estudio de los fenómenos superestructurales llama una vez más la aten­ción sobre la problemática que resulta de los intereses de relacionar los estudios de tipo macro’ de la sociología y politología con los estudios micro' de la antropología.

b) Este problema se vuelve más importante en la medida en que las ciencias sociales han descuidado duran­te mucho tiempo la población rural ya que ésta no pare­

cía constituir un factor relevante en la configuración de las estructuras políticas nacionales; este punto de vista lle­gó incluso a la afirmación de una supuesta apatía política de la población rural, y, particularmente, del campesina­do. Esta actividad política, sin embargo, se desarrolla —co­mo en el caso de cualquier otro grupo social— principal, más no exclusivamente, “en el nivel local”; al menos en este nivel constituye una actividad sumamente intensi­va.19 Sin embargo, los estudios políticos de la población campesina son relativamente recientes en México y es sig­nificativo el que prácticamente ninguno haya analizado seriamente el problema de la cultura y la socialización po­líticas.

c) De una manera semejante a como ciertos estudios de diversas orientaciones teóricas suelen concebir una re­lación de dependencia casi absoluta del nivel local respec­to del nivel nacional, se ha tendido no pocas veces a estu­diar la ideología en el nivel local casi exclusivamente co­mo reflejo de la ideología dominante en el nivel nacional, lo que muchas veces es lo mismo, como el resultado de un proceso de difusión de un centro generador supralocal. Naturalmente no puede subestimarse la fuerza de estos centros —al igual que la importancia de las estructuras na­cionales con respecto a las del nivel local—, si no se quie­re caer en lo que se ha llamado “individualismo metodo­lógico”.14 En este contexto es interesante que en el tra­bajo reseñado se indique la existencia de subculturas que se refieren a ciertas regiones o a ciertos grupos, pero que no se haga mayor énfasis en ellas. Hay que recordar aquí que también desde los primeros escritos de esta corriente, la relación entre cultura política nacional y las subcultu­ras de tipo regional (y aún otras) así como la configura­ción particular de cada una de ellas ha quedado relati­vamente difusa.15 Este problema, sin embargo, se presen­ta no sólo en el nivel local con respecto a los niveles su- pralocales, sino también, en la mayoría de los casos, en el

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nivel local mismo ya que la integración nacional progre­siva (lo que significa ante todo la penetración del capita­lismo en el campo y la consiguiente acentuación de la es­tratificación social así como la expansión de las relaciones políticas formales y la consiguiente centralización del po­der) vuelve cada vez más imposible considerar como po­blación rural solamente a los productores agropecuarios; además, al interior de estos mismos se da un proceso ca­da vez más marcado de diferenciación que debe tenerse en cuenta al estudiar los procesos de socialización y la cul­tura política.10

Aunque la heterogeneidad social no necesariamente significa la imposibilidad de establecer estructuras ideo­lógicas comunes para grandes grupos de la población ru­ral, ésta no debe pasarse por alto sino que debe constituir el punto de partida para el estudio de la ideología política y los procesos de socialización.17

d) Otro punto importante sobre el cual el estudio reseñado llama la atención es la necesidad de estudiar con­juntos de fenómenos y rasgos aislados ya que la interpre­tación de estos puede llevar fácilmente a conclusiones erróneas. Así, por ejemplo, se encuentra en el capítulo sexto una convicción generalizada de la poca eficacia del voto para la formulación de decisiones, pero en el capí­tulo séptimo se indica el deseo mayoritario expreso de participar en las elecciones. La interpretación correcta de estos fenómenos tiene que relacionarlos entre sí y con otros datos y enmarcarlos dentro de un contexto más am­plio. La determinación de este contexto es, sin duda, problemática, pero parece que la elaboración d e . perfiles ideológicos no puede realizarse adecuadamente sin con­sideraciones relativamente extensas sobre aspectos básicos de las esferas de la producción.

e) En vista de lo anterior no puede extrañar la afir­mación de que lo que muchos estudios sobre fenómenos

cultural-ideológicos pretenden indicar como resultado, es algo que más bien debe considerarse como punto de parti­da: la relación condicionan te-condicionado entre “sistema” y “cultura”, entre “estructura” y “superestructura”, entre “realidad material-social” y “representaciones colectivas”.18 Es decir, los conceptos de la “determinación en última ins­tancia” o de la “congruencia ideológica fundamental” de­ben utilizarse más bien como indicaciones heurísticas que como elementos explicativos. Nuevamente parecen ser precisamente la política en el nivel local y la cultura política correspondiente las que constituyen una piedra de prueba poco tomada en cuenta por muchos estudios de este tipo.

f)Cirese ha indicado que “la oposición estructura- superestructura es mal visualizada cuando se le represen­ta como agua y aceite en un vaso inmóvil: una arriba y otra abajo, y quizá se representa mejor cuando, agitado el vaso, se obtiene una emulsión de la que en cada partícula de agua se inserta otra de aceite”.19 Si el nivel local es sumamente significativo para la configuración de la cul­tura política campesina, entonces esto significa que tiene que ser el proceso de trabajo mismo y las relaciones que se establecen en torno a él (en este caso del análisis polí­tico: los procesos de conflicto, la distribución del poder, la construcción, revalidación o el rechazo de posiciones de autoridad, etc.) las que tienen una importancia primordial para el análisis de esta cultura política.20 De una manera paralela habrá que estudiar la vida de los niños campesinos para comprender más plenamente el proceso de socialización política —que no puede que­dar referida solamente a las estructuras políticas forma­les— y su integración a uno de los universos simbólicos que contribuyen de manera fundamental a la estabilidad del sistema político mexicano.

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1 Rafael Segovia, La politización del niño mexicano. El Colegio de México, 1975, 164 pp. (En lo que sigue, las indicaciones de páginas se refieren a este libro). El capítulo cuarto del «libro apareció en el número 1 (julio-sejptiembre de 1975, pp. 27-43) de la revista Trimestre Politico bajo el título “La participación futura de los niños mexicanos: partidos, sindicatos y voto".

2 Esto implica, como el autor advierte, dos limitaciones. Por tina parte, no se tomaron en cuenta a los niños que no asistían a la escuela. Por otra parte, surge toda una seriq de problemas por el hecho dql desfase entre edad y grado escolar, o sea, el hecho de que en México rural el mismo grado escolar no siejmpre co­rresponde al mismo grupo dq edad.

3 Paira más detalles véase "Advertencias sobre el método utiliza* do” (:5-10).

4 Véase pág. 2 y también: “El tipo de sistemas políticos ¡llamados autoritarios son formas imperfectas ya sea de sistemas democrá­ticos o totalitarios...” (:122). Véase al respecto también la en­trevista con el politòlogo francés M. Duvergqr en el número 19 de la revista Proceso (: 10-13).

5 Se emcuentran más elementos para la comprensión de este enfo­que en el “Prólogo” (: 1-3), en el capítulo séptimo (: 121-2) y al comienzo dq las “Conclusiones” (: 141 y sig.).

6 Hay que recordar aquí que la intención de esta reseña no con­siste en la crítica de esta orientación teórica, en quq se combi­nan elementos de la sociología funcionalista norteamericana con elemeintos de l!a teoría sistemática en ciencias políticas y los in­tentos de integrarlos en un ejsquema psico-cultural de la evolu­ción y el funcionamiento de la sociedad política. Una buena crítica accesible que resume; los argumentos principales que se refieren a la incapacidad de, este enfoque para explicar ciertos procesos de cambio la presenta Miguejl Sandoval bajo el título “La revolución mexicana y el alma dei l°s niños” en el núme­ro 5 de la revista Cuadernos Políticos (: 104-6).

7 Por lo visto, el autor sue¡le tomar “los padres” como expresión sinónima de “el padre” y no distingue entre intervenciones es­pecíficas dejt padre y de la madre.

8 En las últimas páginas del libro se tratan de esbozar cuatro ti­pos de participación política, entrei ellos Xa de un niño campe­sino (: 150-1).

9 Véase nota 6.—Otra reseña crítica al trabajo de Segovia apare* ció en la revista Foro Internacional, No. 62 (1975):252-4.

10 Véase, por ejemplo, lia crítica en este\ sentido que hace Varela en su ponencia “The) lim its of Latin American Political Parti- cipation: A critique of the Revisionist Literature”, dondei reco­noce que este| tipo de estudios suele revelar interesantes datos sobre la problemática (en: M.A. Seligson/J. A. Booth, qds.f Political Participation in Latin America, vol. 2:147-52; Holmes and Meiejr, Nueva York 1979).

11 Un interesante intento de estei tipo lo constituyen lias coosi- deracionejs de N . Poulantzas, Poder político y clases sociales en el estado capitalista, Siglo XXI, México 1969; véase sobre todo da parte III y los trabajos de L. Althusse,r (“Ideología y apara­tos ideológicos de estado”, Revista Mexicana de Ciencia Política, No. 78 (1974); “Nota sobrq los aparatos ideológicos de estado”, Nuevos escritos, Laia, Barcelona 1978).

12 Sobre el ooncepto de “política qn el nivel local”, que se distin­gue por su carácter de incompleto y su necesidad de comple- mentación por la política en niveles de integración más com­prehensivos), véanse las notas de M. Swartz qn su “Introduction” a la antología Local-level politics, editado por él (Aldine, Chica­go 1968).

13 Así habla Warman dei “la gran importancia que la políticaTTene en la vida cotidiana de los campesinos, su enorme peso especí­fico” (e(n la “presentación” a E. Azaola/E. Krotz, Los campesi­nos de la tierra de Zapata, vol. 3; Política y conflicto: 7-12, Sep- Inah, Méxiqo 1976). Pero hay que recordar aquí también los trabajos dq Eric Wolf sobre la participación campesina en las revoluciones más importantes de nuestro siglo (Las luchas cam­pesinas del siglo XX, Siglo XXI Editores, México, 1969).

14 Véase para este concepto en relación a la crítica del enfoque procesualista el trabajo de¡ H. Alavi “Peasant Classes and Pri­mordial Loyalties” en la revista The Journal of Peasant Studies, vol. 1 (1973), N<? 1:23-62.

15 Véanse, por eje¡mplo, G. A. Almond/G. B. Powell, Comparative Politics: A Developmental Approach, Littlq, Brown and Co., Bos­ton, 1966; G. A. Almond/S. Verba, The Civic Culture: Political Attitudes and DemOcracy in five Nations, Princeton University Press, Princeton 1963»; L. W . Pye/S. Verba, eds. Political Culture and Political Development, Princeton University Press, 1965,

16 Recuérdese) aquí solamente las implicaciones que tiene para el estudio de la ideología política campesina la utilización de las categorías de “trabajadorejs campesinos” (G. Esteva, “¿Y si los campesinos existen?” Comercio Exterior, vol. 28 (1978) N*? 6: 706-707; véasej también A. Bartra, “Sobre las clases sociales en el campo mexicano”, Cuadernos Agrarios, vol. 1 (1976) N<? 1:7-28).

17 En este contexto hay que llamar la atención sobre la importan­cia que según el estudio señalado tiene la ocupación del padre para la captación de los fenómenos políticos por parte de sus hijos.

18 En vista de que gran parte de estos estudios parecen presentar más bien concomitancias —y a menudo sólío a posteriori— en vez de las pretendidas relaciones causales, puede esperarse en el marco de los estudios de los fenómenos cultural-ideológicos también un nuevo acercamiento al concepto de causalidad en cuanto categoría explicativa de fenómenos sociales. Por otra parte hay que subrayar aquí la insuficiencia por principio de muchos aná­lisis de tipo lingüístico de estos fqnómenos.

19 Ensayos sobre las culturas subalternas, p. 18, Cuadernos de la Casa Chata, México 1979.

20 Véase aquí también las notas que relacionan ciertas formas de organización del trabajo entre el campesinado con determinadas coyunturas políticas nacionales que también tie¡nen implicacio­nes de tipo ideológico (E. Krotz, "Las cooperativas en el campo mexicano: perspectivas", Controversia, Tomo I (1977) 5-72-77Y-