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UNIDAD 12 LA LEY INTERNACIONAL, EL GOBIERNO MUNDIAL Y LA ECONOMÍA POLÍTICA MUNDIAL 43. Prolegómenos a The Law of War and Peace (La ley de la guerra y la paz) HUGO GROCIO 1. La ley municipal de Roma y de otros estados ha sido tratada por muchos que han emprendi- do la tarea de elucidarla mediante comentarios o de reducirla a un cómodo compendio . Sin embargo, ese cuerpo de leyes que se centra en las relaciones entre estados o en dirigentes de estados , ya sea derivadas de la naturaleza o establecidas por mandato divino, o incluso ge- neradas por la costumbre o el acuerdo tácito, se ha visto poco aludido. Hasta hoy, nadie lo ha tratado de modo sistemático y exhaustivo. No obstante, el bienestar de la humanidad de- manda que esa tarea se realice . .. 3. Tal empresa es de lo más necesaria, ya que en nuestros días, al igual que en tiempos anterio- res, no faltan hombres que observen con desdén esa rama de las leyes, pensando que no tiene otra realidad fuera de la de un nombre vacío. Condensado de Tbe Law of War and Peace, de Hugo Gracia. Traducido por Francis W. Kel- sey, en 1925, para la Carnegie Endowment for International Peace (Fundación Carnegie para la Paz Internacional). Reimpreso con autoriza- ción de los editores. (Notas al calce suprimidas.) Con demasiada frecuencia está en boca de los hombres la máxima de Eufemio, citada por Tuá- dides: "Tratándose de un rey o de una ciudad imperial, nada es injusto cuando es convenien- te." Algo parecido implica la afmnación .de que, en aquéllos a quienes favorece la fortuna, el poder establece el derecho, y que la adminis- tración de un estado no puede llevarse a efecto sin injusticia. Además, las controversias que se generan entre pueblos o reyes por lo general tienen co- mo árbitro a Marte. Que la guerra, pues, es irre- conciliable con cualquier ley, es una opinión sostenida no sólo por el pueblo ignorante; a me- nudo, hombres sesudos y bien informados des- lizan expresiones que apoyan ese punto de vista. Así, nada resulta más común que la afirmación del antagonismo entre la ley y la guerra ... 5. En razón de que nuestro debate acerca de las leyes se habría emprendido en vano de no existir ley alguna, para propiciar una recep- ción favorable de nuestro trabajo y, al mismo tiempo, para fortificarlo contra cualquier ataque, este grave error debe ser refutado, aunque sea brevemente. Con el fin de no vernos obligados a 375

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UNIDAD

12 LA LEY INTERNACIONAL, EL GOBIERNO MUNDIAL Y

LA ECONOMÍA POLÍTICA MUNDIAL

43. Prolegómenos a The Law of War and Peace (La ley de la guerra y la paz)

HUGO GROCIO

1. La ley municipal de Roma y de otros estados ha sido tratada por muchos que han emprendi­do la tarea de elucidarla mediante comentarios o de reducirla a un cómodo compendio. Sin embargo, ese cuerpo de leyes que se centra en las relaciones entre estados o en dirigentes de estados, ya sea derivadas de la naturaleza o establecidas por mandato divino, o incluso ge­neradas por la costumbre o el acuerdo tácito, se ha visto poco aludido. Hasta hoy, nadie lo ha tratado de modo sistemático y exhaustivo. No obstante, el bienestar de la humanidad de­manda que esa tarea se realice . ..

3. Tal empresa es de lo más necesaria, ya que en nuestros días, al igual que en tiempos anterio­res, no faltan hombres que observen con desdén esa rama de las leyes, pensando que no tiene otra realidad fuera de la de un nombre vacío.

Condensado de Tbe Law of War and Peace, de Hugo Gracia. Traducido por Francis W. Kel­sey, en 1925, para la Carnegie Endowment for International Peace (Fundación Carnegie para la Paz Internacional) . Reimpreso con autoriza­ción de los editores. (Notas al calce suprimidas.)

Con demasiada frecuencia está en boca de los hombres la máxima de Eufemio, citada por Tuá­dides: "Tratándose de un rey o de una ciudad imperial, nada es injusto cuando es convenien­te." Algo parecido implica la afmnación .de que, en aquéllos a quienes favorece la fortuna, el poder establece el derecho, y que la adminis­tración de un estado no puede llevarse a efecto sin injusticia.

Además, las controversias que se generan entre pueblos o reyes por lo general tienen co­mo árbitro a Marte. Que la guerra, pues, es irre­conciliable con cualquier ley, es una opinión sostenida no sólo por el pueblo ignorante; a me­nudo, hombres sesudos y bien informados des­lizan expresiones que apoyan ese punto de vista. Así, nada resulta más común que la afirmación del antagonismo entre la ley y la guerra ...

5. En razón de que nuestro debate acerca de las leyes se habría emprendido en vano de no existir ley alguna, para propiciar una recep­ción favorable de nuestro trabajo y, al mismo tiempo, para fortificarlo contra cualquier ataque, este grave error debe ser refutado, aunque sea brevemente. Con el fin de no vernos obligados a

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tratar con una multitud de opositores, permíta­senos asignarles un mediador. ¿Ya quién mejor podríamos elegir que a Carneades? . ..

Sea, pues, Carneades, quien habiéndose en­cargado de sostener un alegato contra la justicia -en partiCular, contra esa fase de la justicia en la que nosotros nos hallarnos interesados- no pudo ofrecer argumento más sólido que el que asienta que, por razones de conveniencia, los hombres se imponen leyes, mismas que varían de acuerdo con las costumbres y que, a menu­do entre los mismos pueblos sufren cambios cuando los tiempos cambian, y por otra parte, que no hay ley de la naturaleza, puesto que todas las criaturas -tanto hombres corno animales­se ven impelidas por naturaleza hacia aquellos fmes que les resultan ventajosos; y que, conse­cuentemente, no hay justicia y, si la hubiese, ésta sería una suprema locura, puesto que U!io ejer­ce la violencia en favor de sus personales inte­reses si advierte la ventaja de los otros.

6 . . .. El hombre es, pues, sin duda, un ani­mal; pero un animal de clase superior, más ale­jado de cualquier otro animal de lo que lo están las diferentes familias de animales entre sí. Las pruebas sobre este punto pueden hallarse en los muchos rasgos que son peculiares de la espe­cie humana. Pero entre los rasgos característicos del hombre está su imperioso deseo de socie­dad; es decir, de vida social no de cualquier tipo ni de todos los tipos, sino de una vida pacífica, y organizada de acuerdo con la medida de su inteligencia, con aquellos que son de su propia especie. Los estoicos llamaban a esta tendencia social "sociabilidad". Establecida, por tanto, co­rno verdad universal, la afirmación de que ca­da animal se ve impelido por naturaleza a buscar

. sólo su propio bien no puede ser aceptada ... 8. Esta conservación del orden social, que

tan burdamente hemos bosquejado y que resul­ta en armonía con la inteligencia humana, es la fuente de la ley, propiamente dicha. Ya esta es­fera de la ley pertenecen el abstenerse de aque­llo que es de otro; la restitución a otro de algo suyo que tal vez nosotros tenemos, junto con alguna ganancia que quizá hayamos logrado de ese algo; la obligación de satisfacer las prome­sas, el reparar debidamente un daño ocurrido

por nuestra culpa, así corno el infligir castigo a los hombres, de acuerdo con su merecimiento.

9. A partir de este significado de la palabra ley, ha surgido otro más amplio. Puesto que so­bre otros animales el hombre tiene la ventaja de poseer no sólo una fuerte propensión hacia la vida social, sino además el poder de discri­minación que lo capacita para decidir qué co­sas son convenientes o dañinas (tanto las del presente corno las que habrán de venir), y qué puede conducirlo a cualquiera de las dos alter­nativas; en tales cosas el hombre por su naturale­za, está destinado -dentro de las limitaciones de la inteligencia humana- a seguir la dirección de un juicio bien dispuesto, que no sea llevado fuera del camino ni por el temor ni por la fasci­nación del placer inmediato, ni arrebatado por imprudente impulso. Cualquier opinión que es­té claramente en desacuerdo con tal juicio se entiende que también será contraria a la ley natural; es decir, a la naturaleza del hombre mismo.

10. A este ejercicio del criterio pertenece, además, la distribución racional para cada hom­bre, o para cada grupo social, de aquellas cosas que son propiamente suyas, y en tal forma que se dé preferencia a quien es más sabio, sobre el que lo es en menor grado; a un consanguí­neo más que a un extraño; a un pobre, más que a un hombre de medios; según sugiera la con­ducta de cada quien o la naturaleza de cada ca­sa. Tiempo atrás, muchos llegaron a sostener la opinión de que esta asignación discriminatoria es parte de lo que propiamente y estrictamente se llama ley. No obstante, la ley, propiamente de­finida, tiene una naturaleza muy distinta, pues su esencia radica en dejarle a otro aquello que le pertenece, o en cumplir nuestra obligación hacia él.

11. Lo que hasta aquí hemos expresado ofre­cería un grado de validez incluso si tuviéramos que aceptar aquello que no puede aceptarse sin la mayor iniquidad: que no hay Dios, o ql}e los asuntos humanos no son incumbencia de EL. . .

15. Nuevamente, dado que es regla de la ley de la naturaleza guiarse por pactos (ya que se hacía necesario que entre los hombres existie­ra algún método de obligarse uno al otro, y no

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puede imaginarse otro método natural), de esta fuente han emanado los cuerpos de la ley mu­nicipal, pues aquellos asociados con algún gru­po, o sujetos a uno o a varios hombres han pro­metido expresamente -o de la naturaleza de la transacción debiera colegirse implícitamente que han prometido- que acatarán lo que haya de determinar la mayoría, en un caso y, en el otro, aquéllos a quienes se ha conferido auto­ridad.

16. Lo que se dice pues, de acuerdo con la opinión no sólo de Carneades, sino también de otros, de que

La conveniencia es, hoy como siempre la madre de lo justo y razonable.

no constituye verdad, si deseamos hablar con precisión. Porque la propia naturaleza del hom­bre, misma que 2unCjue nada nos faltara habría de conducirnos a las relaciones recíprocas de sociedad, es la madre de la ley natural. Pero la madre de la ley municipal es esa obligación que emerge del consentimiento mutuo; y puesto que tal deber deriva su fuerza de la ley de la na­turaleza, la naturaleza misma puede considerarse -digamos- bisabuela de la ley municipal.

No obstante, la ley de la naturaleza cuenta con el refuerzo de la conveniencia, ya que el Autor de la Naturaleza quiso que, como indivi­duos, nosotros fuésemos débiles y careciésemos de muchas cosas necesarias para vivir adecua­damente, a fin de que nos viésemos mayormen­te impelidos a cultivar la vida en sociedad. Pero la conveniencia proveyó también la oportuni­dad para la ley municipal, ya que el tipo de aso­ciación de la que hemos estado hablando, y la sujeción a la autoridad tienen ambas, sus raíces en la conveniencia. De esto se desprende que aquellos que dictan las leyes para otros, al ha­cerlo se acostumbran a tender, o deben tener, en la mira alguna ventaja.

17. Pero justamente como las leyeS de cada estado tienen en la mira la ventaja de dicha comu­nidad, así -a través del consentimiento mutuo­ha sido posible que ciertas leyes se generen en todos los estados o en muchos de éstos, y se ha hecho patente que las leyes así originadas tuvieron presente la ventaja no de un estado en particular, sino de una sociedad de estados. Y ésta es la llamada ley de las naciones, siempre y cuando la diferenciemos de la ley de la natu­raleza ...

Así, pues, con su propia anuencia, aquel na­cional que en su respectivo país obedece las leyes del mismo, no es un tonto, pese a que mediante la observancia de la ley tal vez se vea obligado a abstenerse de ciertas cosas que le reportarían ventajas . Por tanto, tampoco es necia la nación que no presiona en favor de sus propias venta­jas al punto de no observar la leyes comunes a todas las naciones. La razón, en cualquiera de los casos, es la misma; pues así como el nacio­nal que viola la ley de su país, a fin de obtener una ventaja inmediata, rompe el espíritu por el cual sus propias ventajas y aun su posteridad se hallan aseguradas para siempre, así el estado que transgrede las leyes de la naturaleza y las de las naciones cercena también los bastiones que sal­vaguardan su paz futura. Incluso, si no llegara a lograrse ventaja alguna con la observancia de la ley, sería un toque de cordura, no de extra­vío, permitir que se nos encauce hacia donde sentimos que nuestra propia naturaleza nos guía.

19. Por lo anterior, yen general, de ningu­na manera es verdad aquello que señala:

Confesemos, pues, que las leyes fueron formuladas Por temor a la injusticia,

pensamiento, éste, que alguien explica así en Platón: "las leyes se inventaron por miedo al agravio, y los hombres se han visto impelidos por una fuerza extraña, a cultivar la justicia ...

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44. De World Peace Through World Law (Paz mundial mediante una ley mundial)

GRENVILLE CLARK y LoUls B. SOHN

INTRODUCCIÓN Grenville Clark

Este libro expone un plan completo y detallado para la conservación de la paz mundial, dentro del esquema de una propuesta de modificación a la Carta de las Naciones Unidas. Su objetivo es contribuir con material para las discusiones a nivel mundial que deben preceder a la adap­tación del desarme universal y total y al esta­blecimiento de instituciones realmente eficaces para la prevención de la guerra.

Por principio, quizá sea útil explicar: en pri­mer término, los conceptos fundamentales de este plan para la paz; y, en segundo, los rasgos principales del plan, mediante los que tales ideas serían llevadas a cabo.

Reimpreso con autorización de los editores, a partir de World Peace Through World Law, tercera edición. Grenville Clark y Louis B. Sohn (Cambridge, Mass .: Harvard University Press , 1966), pp . xv-xvii. Copyright © 1958, 1960, 1966, a cargo del Presidente y Catedráticos del Harvard College.

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La premisa central del libro es idéntica a la declaración del presidente de los Estados Uni­dos de Norteamérica, del 31 de octubre de 1956: "Sin leyes no puede haber paz." En este contexto, el término leyes implica, necesaria­mente, a las leyes de una autoridad mundial; es decir, leyes que serían aplicables uniformemen­te a todas las naciones y a todos los individuos del mundo y que prohibirían, definitivamente, la violencia -o la amenaza de ésta- como un medio para tratar cualquier disputa internacio­nal. Dichas leyes mundiales deben ser leyes que se puedan hacer cumplir, y no que sólo repre­senten un mero conjunto de exhortaciones y preceptos que es deseable observar pero para cuya ejecución no existan mecanismos efec­tivos.

La proposición que asienta "sin leyes no hay paz" representa también la idea de que la paz no puede asegurarse a través de una permanente carrera armamentista, ni de una idefinida "ba­lanza de terror"; ni aun mediante maniobras

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políticas, sino solamente a través del desarme na­cional total y universal y del establecimiento de instituciones que correspondan, en el ámbito mundial, a aquéllas que mantienen la ley y el orden dentro de las comunidades locales y las naciones .

Una de las motivaciones principales para la elaboración ha sido el hecho de que el mundo resulta mucho más susceptible de realizar pro­gresos hacia una paz genuina (y no hacia una precaria tregua de acción militar) cuando se dis­pone de un plan detallado y adecuado para tal propósito, de manera que la estructura y las fun­ciones de las instituciones mundiales indispen­sables puedan ser plenamente discutidas sobre una base de alcances mundiales. En consecuen­cia, este libro comprende un grupo de propues­tas específicas e interrelacionadas para llevar a cabo un desarme universal y total y para fortale­cer la acción de las Naciones Unidas a través del establecimiento de tantas instituciones legisla­tivas, ejecutivas y judiciales como sean necesarias para la conservación del orden mundial.

PRINCIPIOS IMPLíCITOS

He aquí los principios básicos por los que el pro­fesor Sohn y yo nos hemos regido:

Primero: es ingenuo confiar en lograr una paz genuina, si no se ha puesto en marcha un sistema eficaz de leyes mundiales, de índole exi­gible, dentro del limitado campo de la preven­ción de la guerra. Esto implica: a) el desarme total, bajo controles eficaces, de todas y cada una de las naciones, y b) la adopción simultánea, en todo el mundo, de aquellas medidas e insti­tuciones que la experiencia de siglos ha fincado como esenciales para conservar la ley y el orden; en especial, una ley clarameme establecida contra la violencia, tribunales para interpretar y aplicar dicha ley, y policía para hacer que se cumpla. Entendemos que todo lo demás depende, sin duda de la aceptación de este enfoque.

Segundo: la ley mundial contra la violencia debe establecerse explícitamente, en forma cons­titucional y estatutaria. Debe prohibir, con ba­se en penas apropiadas, el empleo de la fuerza

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por parte de alguna nación contra otra, salvo en caso de defensa propia, y debe ser aplicable a todos los individuos y a todas las naciones, sin excepción.

Tercero : deben establecerse y mantenerse tri­bunales jurídicos que interpreten y apliquen las leyes mundiales contra la violencia internacio­nal, y órganos de mediación y conciliación, a fin de instituir los medios pacíficos de fallo y arreglo en vez de la violencia -o la amenaza de ésta- como vía para tratar todas las dispu­tas internacionales.

Cuarto: debe crearse y mantenerse una fuer­za policíaca mundial permanente que, al tiempo que salvaguarde -con el mayor cuidado- de usos indebidos, resulte adecuada para adelan­tarse a (o para sumprimir) cualquier violación de la ley mundial contra la violencia interna­cional.

Quinto: el desarme total de todas las nacio­nes (más que la mera "reducción" o "limita­ción" de armamentos) es esencial para toda paz que se quiera sólida y duradera. Y, además, que este desarme se realice de modo simultáneo y proporcionado en etapas cuidadosamente veri­ficadas , y esté sujeto a un sistema de inspección pefectamente organizado. Hoy en día general­mente se acepta que el desarme debe ser uni­versal y exigible. También es necesario que sea total, puesto que: a) en la era nuclear, ninguna simple reducción en los nuevos medios de des­trucción masiva podría eliminar de manera efi­caz el temor y la tensión; y b) si se conservara una cuantiosa proporción de armamento nacio­nal, incluso si sólo se tratara del diez por ciento de los armamentos de 1960, resultaría imprac­ticable sostener una vigorosa fuerza policíaca mundial que pudiera manejar cualquier posible agresión o revuelta contra la autoridad de la or­ganización mundial. Debemos afrontar el hecho de que hasta realizar el desarme total de todas las naciones, sin excepción, puede haber la se­guridad de una paz genuina.

Sexto: debe crearse una maquinaria mundial eficaz, a fin de mitigar las "astas disparidades en las condiciones económicas de las varias regio­nes del mundo, cuya continuidad tiende a la inestabilidad \. al cémf1icto.

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También nos han guiado los siguientes prin­cipios complementarios:

La participación activa en el ámbito de la autoridad de la paz mundial debe ser universal, o casi universal. Y aunque a pocas naciones se les puede permitir el declinar la membrecía ac­tiva, cualquiera de las que no sean miembros debe estar igualmente obligada a abolir sus pro­pias fuerzas armadas, y a respetar todas las leyes y reglamentaciones de la organización mundial, en relación con la guerra. De ello se desprende que la ratificación del documento constitucio­nal que cree la organización para la paz mun­dial (sea en la forma de la Carta de las Naciones Unidas modificada o en alguna otra) debe lograr­se mediante una mayoría preponderante de to­das las naciones y pueblos del mundo.

Le ley mundial, en el limitado campo de pre­vención de la guerra al cual aquélla tendría que restringirse, debe aplicarse a todos los habitantes del mundo, lo mismo que a todas las naciones, a fin de que, en caso de violaciones por parte de individuos sin el apoyo de sus respectivos gobiernos, dicha ley mundial pudiera invocar­se directamente contra aquéllos, sin necesidad de enjuiciar a una nación entera o a un grupo de naciones.

Los derechos y obligaciones básicos de to­das las naciones, respecto a la conservación de la paz, deben estar claramente definidos, no en las leyes promulgadas por un campo legislativo mundial, sino en el propio documento consti­tucional, mismo que además tendría que esta­blecer cuidadosamente la estructura y poner en marcha los poderes más importantes de las di­versas instituciones mundiales establecidas o autorizadas en él. Y, desde luego, en dicho do­cumento tendrían que definirse los límites de esos poderes, y ofrecerse salvaguardas especí­ficas para garantizar la observancia de tales lin­des y la protección de los derechos individuales contra el abuso del poder. A través de este mé­todo de "legislación constitucional" las nacio­nes y los pueblos conocerían, por adelantado y dentro de límites definidos, qué obligaciones

tendrían que asumir al aceptar el nuevo sistema mundial, y sólo se dejaría un ámbito de discre­ción restringido a la rama legislativa de la auto­ridad mundial.

Los poderes de la organización mundial ten­drían que limitarse a asuntos directamente re­lacionados con la conservación de la paz. Todo tipo distinto de poder se reservaría a las naciones ya sus respectivos pueblos. Tal definición de

los poderes y la restricción de los mismos re­sultan aconsejables no sólo para evitar la opción basada en el temor a la interferencia en los asun­tos internos de las naciones, sino incluso por­que es sabio que esta generación se limite a la singular tarea de evitar la violencia internacional o la amenaza de ésta. Si pudiéramos conseguir eso, nos sentiríamos satisfechos y bien podría­mos dejar a generaciones posteriores alguna prolongación de los poderes de la organización mundial que ellas pudieran acoger con bene­plácito.

Cualquier plan para prevenir la guerra a través del desarme total y el establecimiento de una ley mundial contra la violencia internacional deben ser completamente adecuado para el propósito a la vista, pero debe, además, ser aceptable para es­ta generación. Proponer un plan que carezca de estos rasgos fundamentales para la prevención de la guerra sería cosa fútil. Por otro lado, un plan que sin importar su concepción ideal, tras­pasara los límites de la época y suscitara férrea e insalvable oposición sería igualmente vano. Así, pues, hemos tratado con ahínco de hallar un equilibrio perfecto al proponer un plan que, además de que realmente sería adecuado para prevenir la guerra, tendría ai mismo tiempo una salvaguarda tan cuidadosa que necesariamente sería aceptable para todas las naciones.

No se descarta la posibilidad de realizar un desarme universal y total, y establecer nuevas y necesarias instituciones, a través de una autori­dad mundial completamente, nueva pero parece más normal y sensato realizar las modificacio­nes indispensables a la Carta de las Naciones Unidas que rige en la actualidad.

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45. Gobierno mundial

INIS L. CLAUDE, JR.

LA ANALOGíA ENTRE ESTADO NACIONAL Y ESTADO MUNDIAL

La teoría de un gobierno mundial es esencialmen­te analógica; propone reproducir el estado nacio­nal, sólo que a escala internacional, y considera la operación gubernamental como un instrumen­to de orden, dentro de la comunidad nacional,

. en busca de pistas hacia medios a través de los cuales podría lograrse el orden mundial. Esto indica claramente que el problema preliminar de quienes estructuren los procesos y las ins­tituciones mundiales estriba en desarrollar una comprensión de procesos e instituciones nacio­nales. ¿Cómo funciona un gobierno dentro de un estado nacional? ¿Cómo podría, por tanto, fun­cionar un gobierno dentro del estado mundial?

Debe reconocerse que ese gobierno quizá no funcionará en la misma forma o con el mismo

Condensado de Power and International Re­lations, de Inis L. Claude, Jr. (New York: Random House, 1962), pp. 255 a 271. Copyright © 1962, Random House, Inc. Reimpreso con autorización de la editorial y del autor. (Notas al calce, su­primidas.)

nivel de éxito, ya fuera en un ámbito mayor o en uno menor, y que medios y técnicas total­mente distintos de los normalmente asociados con un gobierno tal vez se consideraran apro­piados para la conservación del orden interna­cional. A menudo, los defensores del gobierno mundial parecen demasiado interesados en la persuasión y promoción de tal reconocimiento. Esa dogmática seguridad de que eficaces insti­tuciones globales pueden definirse simplemente como un mandato de gobierno nacional es tan lamentable en términos intelectuales como puede resultar satisfactoria en términos emotivos. Así, uno podría, con razón, exigir menos dedicación y más capacidad. Con todo, debe destacarse que este tipo de exuberancia ideológica no es inhe­rente a la posición misma. Uno puede, legítima­mente, preguntar qué puede aprenderse de la' experiencia del gobierno nacional que pudiera adoptarse con provecho o adaptarse al propó­sito de construir un sistema de orden mundial, sin recrearse en la ilusión de que los problemas nacionales e internacionales son perfectamen­te comparables, o que las soluciones resultan del todo transferibles de un nivel a otro. En rea­lidad, yo debería sostener que uno tiene que

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hacerlo así, puesto que no estamos tan bien aprovisionados de ideas promisorias en lo que toca a resolver el problema de la guerra como para darnos el lujo de olvidar la posibilidad de que, en esa forma, podrían ganarse tan valiosas concepcioaes. Haciendo caso omiso de sus de­fectos, a la escuela de pensamiento del gobierno mundial debe reconocérsele el logro de haber encauzado la atención hacia tan importante tema. Es impresionante el hecho de que la mayoría de los comentaristas, ya sea los que se cuentan en­tre los decididos promotores del movimiento para un gobierno mundial o entre los que con menos pasión consideran la teoría del gobierno mundial, tiendan a visualizar el gobierno nacio­nal como una instrumentación para tratar con individuos, al considerar el tema de la transfe­ribilidad de las técnicas de gobierno a niveles mundiales. Al preguntar: "¿qué es aquello, si acaso hay algo, que podemos aprender del go­bierno nacional que pudiera resultar pertinen­te para el problema del orden mundial?", ellos comienzan por señalar que los estados tienen jueces y cuerpos policíacos encargados de la ta­rea de tratar con delincuentes individuales. Exis­te poca diferencia a este respecto entre aquellos que conciben al gobierno mundial como el que trata exclusivamente con infractores individuales de la ley y aquellos que lo consideran como una organización mundial interesada en imponer una conducta ordenada y pacífica a los estados, en vez de (o además de) los individuos. Supues­tamente, el ideal estriba en capacitar al gobierno mundial para que se relacione con los objetos de su acción reguladora, sean estos individuos, estados, o ambos, tal como lo hace un efectivo gobierno nacional con cada individuo ...

Es extraño que aquellos que han sido más ape­gados a la idea de que la solución del problema de las relaciones entre los estados se descubrirá en la versión mundial del estado nacional hayan desplegado tan escaso interés en el aspecto de "paz entre grupos" del gobierno nacional. Pare­cería casi obvio que las sociedades nacionales son más comparables con la sociedad interna­cional cuando se les observa como comuni­dades pluralistas, y no fragmentadas, y que el problema de la guerra civil constituye la más

cercana analogía al problema de la guerra inter­nacional. Si uno está interesado en prevenir que un estado agresivo provoque la ruptura de la paz mundial, sugiero que resultaría más natural vol­ver a nuestras ideas sobre la prevención de la rebelión a gran escala en contra del orden pú­blico en un sistema federal, que a la prevención del robo a mano armada, en una ciudad bien gobernada. ¿Cómo, entonces, va uno a expli­car la concentración del interés en la analogía de un gobierno nacional como regulador de las conductas individuales?

En algún grado, este singular enfoque parece el producto de un concepto de gobierno com­pletamente sencillo. Cuando escolapios, conce­bimos el gobierno como una legislatura, como un conjunto de leyes, un policía, un juez y una cárcel. Aquellos que se portan mal son arrestados y castigados. La disciplina social del gobierno se ubica esencialmente en la macana que usa el policía de la esquina. Si esto funciona en Kala­mazoo, ¿por qué no habría de hacerlo en una escala mundial?

Esta explicación no debe llevarse demasia­do lejos. Muchos defensores prominentes del gobierno mundial saben perfectamente de la complejidad del proceso gubernamental moder­no; .. . ¿Cómo es, entonces, que tales hombres consideran el problema del gobierno mundial cual si se tratara de una reproducción a gran escala del problema nacional de hacer cumplir la ley a los individuos?

Puede, quizá, hallarse un indicio de la ínti­ma relación entre la idea del gobierno mundial y el tema de moda de un código mundial de le­yes. Leyes un término clave en el vocabulario del gobierno mundial. Uno reacciona contra la anarquía -desorden, inseguridad, violencia, in­justicia infligida por el fuerte sobre el débil. En contraste, uno postula la ley -símbolo de lo que se opone a esos repugnantes y peligrosos males. La ley sugiere una autoridad debidamente constituida y un control eficazmente implanta­do; simboliza la suprema voluntad del conglo­merado, el propósito de mantener la justicia y el orden público. Este concepto abstracto se ve muy fácilmente transformado, mediante respe­tuosa observancia, de uno de los dispositivos

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a través de los cuales las sociedades tratan de ordenar las relaciones internas en una clave sim­bólica para una buena sociedad. Cuando sucede dicha transformación, la ley se convierte en un término mágico para quienes abogan por un go­bierno mundial, y para quienes comparten con aquéllos los vínculos ideológicos de dedicación al imperio de la ley ... Y, en modo más signifi­cativo, esto los lleva a olvidarse de la política, a restar importancia a la función del proceso po­lítico en el manejo de los asuntos humanos, y a imaginar que de algún modo la ley, en toda su pureza, puede desplazar a las sucias tretas po­líticas.

De manera inexorable, el énfasis en la ley ca­racterístico de quienes se pronuncian por un go­bierno mundial conlleva la tendencia a centrarse en las relaciones de los individuos con el go­bierno; pensando en términos legales, uno vi­sualiza al individuo aprehendido por la policía y conducido ante el juez. Rechazar o ignorar la política implica el descuido del aspecto plura­lista del estado, puesto que el proceso político está preeminente mente interesado en el orde­namiento de las relaciones entre los grupos que constituyen una sociedad. En resumen, parece­ría que la orientación jurídica de la teoría del gobierno mundial es la que produce su carac­terística propensión a no contemplar al gobier­no como un instrumento para tratar con grupos.

El efecto del enfásis en el imperio de la ley para desalentar la atención sobre la política, con sus implicaciones pluralistas, se ilustra con el argumento de Clark y Sohn que establece que los representantes que constituirían la Asamblea General de su proyectada organización mun­dial, luego de un periodo de transición votando ampliamente a lo largo de las líneas nacionales, "tenderían más y más a votar de acuerdo con su juicio individual en lo que se refiere a los más legítimos intereses de todos los pueblos del mundo, como en el caso de los parlamentos na­cionales, en que los intereses de toda la nación se consideran generalmente de igual importan­cia que los intereses de una determinada sec­ción o de un grupo". Uno no puede negar que en ocasiones los legisladores ejercen el juicio individual, y que en otras muestran profunda

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devoción hacia el interés general, aunque uno esperaría que los comentarios sobre el tema re­flejaran conocimiento del fenómeno de los par­tidos políticos ...

El proceso político mediante el cual los go­biernos intentan manejar las relaciones de los segmentos de la sociedad entre sí y con la so­ciedad misma como un todo, junto con el estira y afloja, y la disputa y la lisonja que ello impli­ca, no es tan limpio y ordenado, dignificante y generador de admiración, como el proceso de hacer cumplir la ley mediante el cual tales gobier­nos afirman su autoridad sobre los individuos. Sin embargo, es un aspecto vitalmente impor­tante de la función del gobierno, y es el que guarda una más estrecha relación con el pro­blema de establecer el orden en los asuntos in­ternacionales. Resulta irónico, pues, que aque­llos que'han hecho más para estimular la consi­deración de una posible aplicabilidad de las lecciones emanadas de la experiencia guberna­mental nacional al problema del orden mundial hayan estado tan enamorados del concepto ley como para haber rechazado y desalentado la consideración del aspecto pertinente de esa ex­periencia .. .

Concentrándonos exclusivamente en los Es­tados Unidos, sugiero que los tributos que por lo común se rinden al "imperio de la ley" de manera más realista se le rindan al "imperio de la política". En una sociedad de grupos en disputa, la ley no constituye el único modo efi­caz de prevenir la violencia; menos aún el mé­todo más importante. La política es el medio que ha demostrado ser más útil. La Guerra Civil de los Estados Unidos fue el resultado de un fraca­so con el arreglo político entre las fuerzas loca­les, y no de una falla en la acción legal contra los individuos .. .

Los norteamericanos ven hoy la guerra civil como algo inconcebible; la amenaza y la reali­dad de tal desorden interno se han convertido en memoria histórica. Este cambio fundamen­tal es la manera de ver las cosas no deriva de la convicción de que el gobierno de los Esta­dos Unidos es mayormente capaz de ejecutar la ley contra los individuos o contra segmen­tos de sociedad en la década de 1960 de lo que

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lo fue en la de 1860. Me parece más bien que dicho giro se basa en la confianza en torno a la suficiencia de nuestro proceso político para producir acuerdos y promover arreglos de in­tereses entre los diversos grupos que constituyen la sociedad norteamericana, sean completamen­te opuestos o parcialmente coincidentes.

Una de las lecciones de la experiencia guber­namental es que la coerción raras veces puede instrumentarse con éxito contra grandes colec­tividades que demuestran resueltas a defender sus intereses, según los conciben ellos, contra las autoridades públicas. La función del gobier­no de guardar el orden no se cumple ganando una guerra civil, sino evitándola. Si los grupos no pueden ser reprimidos sin la ruptura del or­den que el gobierno está llamado a mantener, de esto no se desprende que sea la táctica alterna­tiva de someter a los individuos la que tenga que adoptarse sino, más bien, que debe intentarse la ardua tarea de ordenar las relaciones entre grupos, a través de medios políticos ...

Yo concluiría diciendo que los teóricos del gobierno mundial no están errados al insistir en que se debería recurrir a la experiencia del go­bierno nacional en la búsqueda de pistas hacia caminos más promisorios para lograr el orden mundial, pero que tales autores tienden a inter­pretar equívocamente las lecciones de esa ex­periencia. En algunos casos, tratan el problema nacional de la prevención contra el delito como si fuera comparable con el problema internacio­nal de la guerra, y extraen como conclusión a partir de la experiencia nacional que la función central de un gobierno mundial sería mantener el orden, imponiendo -para tal fin- restric­ciones legales sobre la conducta individual. En otros casos, destacan el problema nacional de tratar con grupos disidentes, reconocen que es comparable con el problema de tratar con es­tados agresivos, y sugieren que el modelo gu­bernamental requeriría que la autoridad central se equipara con la fuerza militar pertinente, a efecto de reprimir cualquier posible rebelión dentro de una comunidad mayor.

En contraste, yo sostendría que la preven­ción de la guerra civil es la función más impor­tante del gobierno nacional en lo que se refiere

al problema del ordenamiento de las relaciones internacionales; que los gobiernos no pueden ni deben ejecutar esta función apoyándose fun­damentalmente en la acción policíaca contra los individuos, ni en el operativo militar contra fuertes segmentos de sus propias sociedades; y que los gobiernos consiguen sus propósitos en esta tarea de vital importancia sólo cuando son capaces de instrumentar un eficaz sistema de arreglos políticos . ..

Esta concepción trata al gobierno no como un monopolio del poder, que instaura un im­perio de la ley, sino como punto focal de un proceso político. Si la historia del gobierno na­cional nos dice algo acerca del problema de lo­grar el orden internacional, me parece que es esto: No existe substituto para el arreglo políti­co como medio para administrar las relaciones entre aquellas unidades que constituyen com­plejas sociedades humanas, ni existe fórmula mágina alguna para producir ya sea el tipo de sociedad que se preste a ordenarse en esta for­ma o el tipo de sistema institucional que pueda dirigir, eficazmente, el proceso de arreglo.

Yo no sostengo que este análisis demuestre la invalidez del concepto, ni que refute la con­veniencia de un sistema de gobierno mundial. Creo, más bien, que pone en tela de juicio la idea de que la tarea de proyectar un adecuado esquema teórico para el orden mundial ya se ha concluido -que conocemos la solución al pro­blema, y hoy sólo encaramos la disyuntiva de si esa solución puede llevarse de la teoría a la realidad, y cómo hacerlo. Afirmar que la insti­tución del gobierno en los asuntos internacio­nales transformaría al mundo de la política en un mundo de la ley me parece que niega las lec­ciones de la experiencia obtenida en las socie­dades nacionales sujetas a gobierno, y lleva a falsas expectativas respecto a los medios con que pueden regularse las relaciones entre esta­dos. Decir que la administración del poder den­tro de las relaciones internacionales no puede lograrse si no es mediante la concentración de un monopolio de poder en una agencia central que llegue a ser capaz de mantener el orden me­diante la amenaza de ejercer una aplastante coer­ción contra cualquiera de los disidentes o contra

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todos ellos, me parece que ubicaría erróneamen­te la posición que ocupan los gobiernos en las sociedades nacionales y exageraría tanto los re­quisitos como las posibilidades de centralización de la capacidad coercitiva dentro de la socie­dad global. Afirmar que los gobiernos salen airo­sos (cuando 10 hacen) en mantener el orden mediante una inteligente y hábil operación de los mecanismos de arreglo político me suena co­rrecto -aunque ello no apunta el camino hacia un nuevo sistema revolucionario de relaciolles internacionales ni promete un impresionante es­cape de los peligros del conflicto internacional. El concepto idealizado de gobierno que exponen quienes están en favor de un gobierno mundial existe sólo en la mente de éstos. Pocos gobier­nos reales lo son en los térmínos de dichos de­fensores . La versión más mundana de gobierno que yo he descrito no está por completo ausente incluso en la esfera internacional; en mi opi­nión, las Naciones Unidas no constituyen total­mente un "no gobierno" .. Definido en términos de la función promotora del orden a través de

Gobierno mundial 385

la administración política de las relaciones in­tergrupales, el gobierno es un asunto de grados. Viéndolo, pues, en esa forma, podemos decir que la sociedad británica goza de un elevado grado de gobierno; que la Indonesia padece por haber logrado sólo un mínimo de gobierno, y que la comunidad internacional se hal1a en abru­mador peligro, a causa de la manifiesta insufi­ciencia de nivel de gobierno que hasta ahora ha alcanzado.

En el análisis fmal, parece que la teoría del gobierno mundial no responde a la interrogan­te de cómo podemos salvar al mundo de un conflicto internacional catastrófico; más bien, nos ayuda a replantear esta otra pregunta: ¿có­mo puede el mundo alcanzar la seguridad de que los conflictos intergrupales se resolverán o se contendrán por medios políticos, y no violen­tos, que se ha 199rado en los estados eficazmente gobernados? Este es un valioso y tentador re­planteamiento del tema, pero de ninguna ma­nera debe considerarse erróneamente como una respuesta definitiva.

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46. De Polítical Community and the North Atlantic Area (La comunidad política y la

zona del Atlántico Norte)

KARL W. DEUTSCH y COLABORADORES

EL PROBLEMA

Emprendemos esta investigación como una con­tribución al estudio de las posibles formas en que los hombres pudieran algún día abolir la guerra. De entrada, nos damos cuenta de la com­plejidad del problema. Es difícil relacionar níti­damente la "paz" con otros valores fundamen­tales como son la "justicia" y la "libertad". No hay un consenso general sobre las alternativas aceptables respecto a la guerra, y sí mucha am­bigüedad en el uso de los términos "guerra" y "paz". Con todo, podemos partir del supuesto de que la guerra es hoy tan peligrosa que la hu­manidad debe eliminarla; debe ubicarla más allá de una grave posibilidad. Y tal intento puede fallar. Pero en una civilización que desea sobre­vivir, el problema central en el estudio de la or­ganización entre naciones, se plantea así: ¿en qué forma pueden los hombres aprender a actuar

Tomado de Polítical Community and tbe NortbAtlanticArea, de Karl W. Deutsch ycola­boradores, pp. 3-9. Copyright © 1957 Princeton University Press. Reimpreso con autorización de la Princeton University Press.

386

conjuntamente para eliminar la guerra como ins­titución social?

... Estamos buscando, pues, una nueva luz que apunte hacia las condiciones y procesos de una paz duradera o permanente, aplicando para ello nuestros hallazgos a un problema contem­poráneo que, sin ser tan difícil como el que hay entre Oriente-Occidente, de ninguna manera es simple: la paz dentro de la zona del Atlántico Norte.

Siempre que emerge un problema político candente, los hombres se vuelven a la historia en busca de claves para la solución del mismo. Y hacen esto conscientes de que no encontrarán ahí la respuesta plena. Cada problema político es único, desde luego, porque la historia "no se repite". Pero a menudo la mente reflexiva des­cubrirá en el pasado situaciones esencialmente similares a aquella que se somete a considera­ción en el momento. Por lo general, con tan burdos paralelos sugerentes analogías, el proble­ma no consiste tanto en dar con los aconteci­mientos, sino en decidir cuál resulta en esencia el mismo, y cuál es -también en esencia- di­ferente, entre los hechos históricos y los del presente.

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De Political Community and tbe Nortb Atlantic Area 387

Cuando una mayoría de individuos discuten la guerra y la historia a una misma luz, es probable que adopten una de dos posturas extremas. Algu­nos afirman que si la historia ofrece un registro continu0 de guerras, eso indica que habrá más de lo mismo en el futuro . Otros dicen que la historia muestra un persistente crecimiento de las comunidades en que los hombres se organi­zan, y que tal tendencia continuará hasta que el mundo esté por fin viviendo en paz en una comunidad única. Ninguna de estas conch.!sío­nes parece aceptable por sí misma, pese a que ambas contienen algo de verdad.

Priva un gran vacío entre una y otra inter­pretación; con todo, no sabemos de alguna in­vestigación exhaustiva acerca de las formas en que ciertas áreas del mundo hayan eliminado "permanentemente" la guerra en el pasado. Los historiadores, en especial los del ámbito diplo­mático, han cubierto un extenso trecho al expli­car cómo se evitaron las guerras durante perio­dos largos y breves pero no han encontrado en detalles que expongan cómo y por qué ciertos grupos han dejado, en forma pernamente, de combatir. Quienes piensan que la guerra inter­nacional ha llegado para quedarse pueden estar en lo correcto. Pero nosotros podemos seña­lar que la guerra ha sido eliminada permanen­temente, para todo propósito práctico, en am­plias zonas . Si Pudiéramos estar seguros de los resultados, sentiríamos que vale la pena nues­tro esfuerzo y el gasto de muchos millones de horas-hombre y muchos millones de dólares en el estudio de cómo se dieron esas condiciones y cómo podrían extenderse sobre zonas más y más extensas del mundo. Sin embargo, aún no se ha realizado ese esfuerzo, ni se han perfeccio­nado las técnicas correspondientes. Por tanto, en el curso del presente estudio hemos tenido que desarrollar nuestras propias técnicas. Este libro es el primer resultado de una investigación limi­tada pero original.

Estamos, pues, tratando aquí con comuni­dades políticas, mismas a las que observamos como grupo sociales con un proceso de comu­nicación política, con alguna maquinaria para hacer cumplir y ciertos hábitos populares de su-

misión. Una comunidad política no está necesa­riamente capacitada para prevenir la guerra den­tro del área que abarca: los Estados Unidos de Norteamérica fueron incapaces de hacer lo pro­pio en la época de la Guerra Civil. Sin embar­go, algunas comunidades políticas si eliminan la guerra dentro de sus fronteras; incluso, la ex­pectación de guerra. Y esto es lo que demanda un estudio exhaustivo.

Nos hemos concentrado, por tanto, en la creación de "comunidades de seguridad", en algunos casos históricos. El uso de este término da lugar una serie de definiciones. Y aquí debe­mos hacer un alto, a fin de introducir las otras conexiones principales necesarias para una más plena comprensión de nuestros hallazgos.

Una COMUNIDAD DE SEGURIDAD es un grupo hu­mano que ha llegado a "integrarse".

Por INTEGRACIÓN entendemos el logro dentro de un territorio, de un "sentido de comunidad", así como de instituciones y prácticas lo sufi­cientemente vigorosas y difundidas como para asegurar, durante un "largo" periodo, expectativas confiables de "cambios pacífi­cos" entre su población.

Por SENTIDO DE COM UNIDAD debe entenderse la convicción, por parte de los individuos de un grupo, de que han llegado a un acuerdo, a! meno en un punto: los problemas comunes de índole socia! deben y pueden resolverse mediante los procesos de "cambio pacífico".

Por CAMBIO PACÍFICO entenderemos la solución de problemas sociales, normalmente median­te procesos institucionales, sin recurrir a la fuerza física en gran escala.

Una comunidad de seguridad es, por tanto , aquélla en la que existe verdadera certeza de que sus miembros no combatirán físicamente uno contra otro, sino que arreglarán sus disputas en alguna otra forma . Si el mundo entero estu­viera integr:¡,do como una comunidad de segu­ridad, las guerras quedarían automáticamente eliminadas. Pero puede haber confusión respec­to al término . (integración" .

En nuestro vocabulario, el término "integra­ción" no significa necesariamente la fusión de pueblos o grupos gubernamentales en una sola

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388 La ley internacional, el gobierno mundial y la economía política mundial

unidad. Más bien, nosostros dividimos a las co­munidades de seguridad en dos tipos, "fusio­nadas" y "pluralistas".

Por FUSIÓN entendemos la fusión formal de dos o más unidades que previamente fueron in­dependientes y forman ahora una sola y más amplia unidad, con algún tipo de gobierno común después de la fusión . Dicho gobier­no puede ser unitario o federal. En la actua­lidad, los Estados Unidos de Norteamérica son un ejemplo del tipo fusionado. El país se con­virtió en una unidad gubernamental única mediante la fusión formal de varias unidades que habían sido independientes, y posee un centro supremo de toma de decisiones.

La comunidad PLURALlSTA de seguridad, por otro lado, retiene la independencia de los gobier­nos separados. El territorio combinado de los Estados Unidos de Norteamérica y Canadá constituye un ejemplo del tipo pluralista: sus dos unidades gubernamentales separadas for­man una comunidad de seguridad, pero sin es­tar fusionada. Dicha comunidad cuenta con dos centros supremos de toda de decisiones. Cuando ocurre la fusión sin integración, des­de luego que la comunidad de seguridad no llega a existir.

Ya que nuestro estudio trata el problema de ase­gurar la paz, debemos decir que cualquier comunidad política fusionada pluralista, es fi-

NO FUSIÓN

Z Comunidad -O pluralista de O seguridad ;2

(EJEMPLO: <-' ¡,..¡ z ¡- Noruega y Suecia, -O 25 actualmente) Vi

::> ¡,..

nalmente EXITOSA si llega a constituir una comunidad de seguridad -es decir, si logra la integración- y que se convierte en FRACA­SO si alguna vez llega a la secesión a la guerra civil.

Quizá debamos señalar aquí que ambos tipos de integración requieren, a nivel internacional, al­guna clase de organización, aunque ésta pueda resultar muy laxa. No damos crédito alguno al viejo aforismo que dice: "entre amigos no es necesaria una constitución, y entre enemigos no sirve de nada" . El área de viabilidad se tiende, pues, en medio.

La integración es un asunto de hechos, no de tiempo. Si la gente de ambos bandos no teme a la guerra y no se prepara para ella, poco impor­ta cuánto tiempo les haya tomado alcanzar ese nivel. Pero una vez que se ha llegado a la inte­gración, el tiempo durante el cual persiste puede contribuir a su consolidación.

Debe destacarse que integración y fusión se traslapan, aunque no completamente. Esto signi­fica que puede haber fusión sin integración, e integración sin fusión [véase la figura 12.1) . . .

Una de nuestras premisas básicas establece que cualquier cosa que podamos aprender acerca del proceso de formar comunidades de seguridad rendría que resultar útil no sólo para los plani-

FUSIÓN

Comunidad de seguridad fusionada

(EJEMPLO :

Estados Unidos de Norteamérica, hoy)

UMBRAL DE INTEGRACIÓN ¡,..¡

Ausencia de fusión el Fusionada, pero z Ausencia de ...< sin ser comunidad 'o comunidad de ;2

de seguridad O C!l

;2 seguridad ::a ::>

<-' (EJ EMPLO : (EJEMPLO: ¡,..¡ ¡-

Estados Unidos de z Imperio de los O Norteamérica y U.R.S.S., Habsburgo, 191 4) 7- aClUalmente)

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De Political Community and tbe Nortb Atlantic Area 389

ficadores, sino también para las organizaciones internacionales en activo. Si e! camino a la in­tegración nacional o internacional es a través del logro de un sentido de comunidad que apuntala a las instituciones, parece probable entonces que un creciente sentido de comunidad ayudaría a ampliar cualesquiera instituciones -supranacio­nales o internacionales- que ya estén operando. Cuando dichas instituciones son dependencias para hacer cumplir la voluntad pública, nos topa­mos con ese antiguo y exasperante acertijo que apunta: ¿quién vigila a la policía.

¿Podemos estar ciertos de que los acuerdos en que se ha entrado libremente habrán de ha­cerse cumplir de modo confiable o podrán cam­biarse pacíficamente? No será sino hasta que contemos con la capacidad de lograr esto cuando se deje de convocar a la guerra para que realice e! trabajo liquidando a las partes en disputa, y no a la disputa en sí.

Todos sabemos que ya existe la maquinaria política necesaria para crear decisiones de ca­rácter internacional, y que tales decisiones no siempre pueden ser ejecutadas luego de haber­las determinado. Asimismo, existe también una maquinaria judicial que podría emplearse para dirimir cualquier querella internacional sin el empleo de la fuerza. Sin embargo, los estados no pueden ser llevados ante un tribunal contra su voluntad, ni se les puede obligar a que guar­den e! juicio de aquél. Resulta igualmente cierto que e! hacer cumplir o el acatamiento pueden

lograrse durante algún tiempo, aun sin la acep­tación voluntaria, como en e! caso de un estado fuerte contra uno débil. Pero sin la permanente aceptación por parte de un nutrido grupo de in­dividuos, el acatamiento queda condenado a re­sultar temporal e ineficaz.

Una circunstancia de acatamiento presupone, pues, un acuerdo general en torno a algo espe­cífico. Ese "algo", quizá deba ser la substancia de! asunto sobre e! que se conviene, o tal vez só­lo la legitimación del agen te que hará cumplir, o incluso la legalidad del procedimiento que se use. Una vez que los hombres han llegado a es­ta condición de acuerdo por lo que respecta a una institución social encargada de imponer la voluntad popular, y que se ha estabilizado tal circunstancia, dicha institución parece quedar respaldada de manera confiable: la policía es ob­jeto, pues, de una vigilancia adecuada. Este tipo de institución -tal vez la más crucial de todas­representa la fuerza organizada en favor de la comunidad. En nuestros propios términos, el sentido de comunidad habrá alcanzado el gra­do más elevado, suficiente para considerarlo co­mo una integración.

El objetivo de nuestra investigación es apren­der tanto como sea posible acerca de cómo se ha logrado tal condición, bajo diversas circuns­tancias y en distintas ocasiones. A través de es­te estudio, esperamos llegar a comprender la forma en que la dicha condición podrá abordar­se más de cerca en el mundo actual.

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47. Surgimiento y futura desaparición del sistema capitalista mundial:

conceptos para un análisis comparativo

IMMANUEL WALLERSTEIN

. . . Excluyendo a los ya muertos minisistemas [por ejemplo, sociedades de caza y recolección­ED.], el único tipo de sistema social es un sistema mundial, mismo que podemos definir llanamente como una unidad con una división única del tra­bajo y múltiples sistemas culturales. Por lógica se deduce que, sin embargo, pueden existir dos va­riedades de tales sistemas mundiales: una que in­cluya un sistema político común, y otra que ca­rezca de éste. Dichas variedades las designaremos como imperios mundiales y economías mundia­les, respectivamente .. .

Lo que sucedió en Europa en el periodo com­prendido entre los siglos dieciséis y dieciocho fue que a lo largo de una inmensa zona geográ­fica -que abarcaba desde Polonia en la punta noreste hacia el oeste y el sur recorriendo to­da Europa, incluyendo asimismo importantes regiones del Hemisferio Occidental- floreció una economía mundial con una división única

Reimpreso a partir de Comparative Studies in Society and History 16/4 (septiembre, 1974), pp. 390,399-403, 406-415, con autorización de la Cambridge University Pres y del autor. No­tas al calce, suprimidas .

390

del trabajo, dentro de la cual señoreaba un mer­cado mundial para el que los hombres producían en su mayoría mercancías agrícolas destinadas a la venta y al lucro. Considero que para evitar ma­yores complicaciones, a este tipo de economía podríamos llamarla capitalismo agrícola . ..

Gracias a una serie de afortunados accidentes -históricos, ecológicos, geográficos-la Europa Noroccidental gozaba de una mejor ubicación en el siglo dieciséis, que le permitía diversificar su especialización agrícola y enriquecerla con cier­tas industrias (textileras, astilleras y metalíferas), colocándose por encima de otras regiones euro­peas. La Europa Noroccidental se erigió como el área central de esta economía mundial, especiali­zándose en una producción agrícola sofisticada, misma que favoreció la tenencia de la tierra y la mano de obra asalariada (nuevamente por ra­zones demasiado complejas para desarrollar aquO como sistemas de control laboral. Europa Orien­tal y el Hemisferio Occidental se convirtieron en áreas periféricas especializadas en la exporta­ción de granos, lingotes de metales preciosos, madera, algodón, azúcar -todo lo cual propi­ció el empleo de la esclavitud e impuso la mano de obra contratada por cosecha como sistemas

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Surgimiento y futura desaparición del sistema capitalista mundial 391

. I

de control laboral. La Europa Mediterránea se fracasó por el vertiginoso impulso económico-erigió en área semiperiférica de esta economía demográfico-tecnológico que bullía desde el siglo mundial, y se especializó en productos industria- anterior y que provocó que la empresa implicara les de costo elevado (sedas, por ejemplo), así co- gastos insostenibles para la base imperial, sobre mo en transacCiones de crédito y numerarias, lo todo por el sinfín de insuficiencias estructura­cual repercutió en el ámbito agrícola al estable- les del desarrollo económico de Castilla. Espa­cerla aparecería como sistema de controllabo- ña no pudo costear ni el aparato burocrático ni ral y, además, provocó exportaciones escasas el ejército necesarios para llevar a buen término hacia otras zonas. la empresa y, finalmente, cayó en bancarrota, al

Hacia 1640, aproximadamente, se estabili- igual que los monarcas franceses que realizaron zaron las tres posiciones estructurales de una" un intento semejante aunque menos plausible. economía mundial: centro, periferia y semiperi- Una vez que feneció el sueño Habsburgo de feria . un imperio mundial-sueño que quedó enterca-

. . . No es posible ofrecer una explicación do para siempre en 1557-la economía mundial razonable del poderío de diversas maquinarias capitalista s~ convirtió en un sístema estableci­de estado en momentos específicos de la histo- do casi imposible de desequilibrar. Pronto 10-ria del sistema mundial moderno fundamentán- gró un punto de equilibrio en sus relaciones con donos principalmente en una línea de debate otros sistemas mundiales: los imperios mundia­genético-cultural; resulta más conveniente basar- les otoman~ y ruso, la economía protomundial nos en la función estructural que el país desem- del Océano Indico. Cada uno de los estados rea­peña en la economía mundial en ese momento les o potenciales que integraban la economía específico. . . mundial europea se sumó rápidamente a la ca-

Ahora nos encontramos en la posición idó- rrera por asentar una burocracia, conjuntar un nea para contemplar la evolución histórica de ejército permanente, homogeneizar su cultura esta economía mundial capitalista en sí, y ana- y diversificar sus actividades económicas. Hacia lizar hasta qué grado resulta fructífero hablar 1640, las naciones del noroeste de Europa logra­de las distintas etapas de su evolución como un ron reafirmarse como los estados centrales; España sistema. Una coyuntura histórica propició el sur- y las ciudades-estado del norte de Italia acepta­gimiento de la economía mundial europea en ron una posición semiperiférica; el noreste de el transcurso del "prolongado" siglo dieciséis Europa e Hispanoamérica se convirtieron en la (1450-1640): sobre esas tendencias a largo plazo periferia. En este punto, aquéllos en la posición que fueron la culminación de lo que se ha dado en semiperiférica habían llegado a ella en virtud llamar ocasionalmente la "crisis del feudalismo" de su decadencia desde otra posición de mayor se superimpuso una crisis cíclica más inmediata preminencia. aunada a cambios climáticos. Todo ello engen- La recesión de 1650-1730, que afectó a to­dró un dilema cuya única resolución podía ser do el sistema, consolidó la econQmía mundial la expansión geográfica de la división laboral del europea e inició la fase dos de la economía mun­trabajo. Por otro lado, el equilibrio de las fuer- dial moderna: las restricciones impuestas por zas intersistémicas fue tal que permitió que ésta la recesión y el declive del superávit relativo se llevara a cabo. Así, se registró una expansión dejaron lugar para la sobrevivencia de un solo geográfica en conjunción con una expansión de- estado-central. El mercantilismo se convirtió en mográfica, acompañadas de un alza de precios. el sistema de combate, al ser un medio de aisla-

Lo notable no es que a partir de esto se haya miento parcial y de retiro del mercado mundial creado la economía mundial europea, sino que por parte de vastas áreas construidas jerárqui­haya sobrevivido a los esfuerzos de los Habsbur- camente -es decir. por parte de imperios den­go por transformarla en un imperio mundial, es- tro de la economía mundial 00 cual difiere mucho fuerzos seriamente protagonizados por Carlos de los imperios mundiales). En medio de esta V. La tentativa de España de absorber el total pugna, Inglaterra expulsó en primera instancia

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392 La ley internacional, el gobierno mundial y la economía política mundial

a Holanda de su puesto de primacía comercial, y posteriormente logró resistir los embates de Francia, que intentaba igualarla. Cuando Inglate­rra se lanzó de lleno al proceso de industrializa­ción -desp'ués de 1760- se registró un último intento, por parte de esas fuerzas capitalistas ubi­cadas en Francia, de interrupir la inminente hege­monía británica. Esta tentativa halló su primera expresión en el derrocamiento y posterior sus­titución de los cuadros del régimen por parte de la Revolución Francesa y, más tarde, en el bloqueo continental ejecutado por Napoleón. Todo fracasó.

En ese punto comienza la etapa número tres de la economía mundial capitalista, una etapa de capitalismo industrial, no agrícola. De aquí en adelante, la producción industrial ya no es un aspecto menor de la economía mundial, sino que abarca un porcentaje cada vez mayor de la producción bruta mundial -y lo que es más importante, del superávit bruto mundial. Esto im­plica toda una serie de consecuencias para el sis­tema mundial.

En primer lugar, indujo a una mayor expan­sión geográfica de la economía mundial euro­pea, que ya incluyó a todos los confines del mundo. En parte, esto fue resultado de su fac­tibilidad tecnológica, tanto en términos de un poder militar superior como de mejores recur­sos navales que hicieron viable el comercio re­gular en razón de los bajos costos. No obstante, la producción industrial precisaba además del acceso a materias primas de naturaleza y en can­tidades tales que ya no era posible satisfacer las necesidades dentro de los confines del pasado. En un principio, empero, la búsqueda de nuevos mercados no fue una consideración primaria en la expansión geográfica, dada la mayor disponi­bilidad de mercados nuevos dentro de las fron­teras antiguas, tal como veremos en líneas si­guientes.

La expansión geográfica de la economía mun­dial europea significó la eliminación de otros sistemas mundiales, así como la absorción de los mini sistemas restantes. El sistema mundial más imponante hasta entonces -fuera de la eco­nomía mundial europea- Rusia, ocupó una po­sición semiperiférica, como consecuencia del

poderío de su maquinaria de estado (incluido el ejército) y del grado de industrialización alcan­zado ya en el siglo dieciocho. Los movimientos independentistas de los países latinoamericanos no hicieron nada por cambiar su posición peri­férica. Simplemente eliminaron los últimos ves­tigios de la función semi periférica de España, y dieron fin de algunos focos de no participación en la economía mundial que prevalecía en el in­terior de América Latina. Asia y Africa fueron absorbidas a la periferia en ei transcurso del siglo diecinueve, aunque Japón -gracias a la combi­nación del poderío de su maquinaria de estado, a la pobreza de su base de recursos (que produjo cierto desinterés por parte de las fuerzas capi­talistas mundiales) y a su lejanía geográfica de las áreas centrales- pronto pasó a una posición semiperiférica.

La absorción del continente africano como integrante de la periferia significó el fin de la es­clavitud en todo el mundo por dos motivos. Pri­mero, la mano de obra que se destinaba a la esclavitud, ahora se necesitaba en el propio te­rreno africano para que se encargara de la pro­ducción de granos básicos, pese a que los eu­ropeos, en el siglo dieciocho, habían procurado desalentar exactamente ese tipo de,producción. En segundo término, una vez que Africa se con­virtió en parte de la periferia y dejó de ser una zona externa, la esclavitud ya no resultó económi­ca. Para comprender esto cabalmente, debemos analizar la economía de la esclavitud. Los escla­vos que reciben la remuneración más baja posi­ble por su trabajo constituyen la mano de obra menos productiva y tienen el periodo de vida más corto, tanto por la desnutrición y el mal­trato de que son objeto como por la mermada resistencia psicológica a la muerte. Por otra par­te, si se les recluta de áreas cercanas al lugar de trabajo, el índice de fugas es sumamente ele­vado. Por ende, el costo de transportación re­sulta demasiado elevado para una mercancía de tan escasa productividad. Desde un punto de vista netamente económico, esto sólo hace sen­tido si el precio de compra es virtualmente nulo . Dentro del comercio de un mercado capitalista, la compra siempre tiene un costo real. Sólo en el comercio a larga distancia, en el intercambio de

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Surgimie'1to y futura desaparición del sistema capitalista m1fndial

mercancías preciosas, puede ser casi nulo el pre­cio de compra dentro del sistema social del comprador. Tal fue el comercio de esclavos. Los esclavos eran comprados a bajo costo inmediato (de hecho se intercambiaba el costo de produc­ción de los artículos), sin ninguno de los habi­tuales gastos invisibles. Es decir, el hecho de que se mermara el potencial productivo de la región al remover a un hombre del África Occidental representaba cero costos para la economía mun­dial europea, dado que estas zonas no eran par­te de la división del trabajo. Por supuesto, si el comercio de esclavos hubiera despojado por com­pleto al África de toda posibilidad de abastecer más cantidades de mercancía humana, efecti­vamente se habría generado un costo real para Eu­ropa. Sin embargo, la historia jamás llegó a ese punto. Cuando Africa se convirtió en parte in­tegrante de la periferia, empero, el costo real de un esclavo en términos de la producción del su­perávit en la economía mundial se disparó a tal grado, que resultó mucho más económico em­plear mano de obra asalariada, inclusive en plan­taciones azucareras o algodoneras, que abundan en el Caribe del siglo diecinueve y en otras re­giones esclavistas.

La creación de nuevas y vastas zonas como pe­riferia de la economía mundial ampliada permitió un cambio en la función que otras desempeñaban. De manera específica, tanto los Estados Unidos como Alemania (en su denominación actual) amalgamaron regiones previamente periféricas y semiperiféricas. En cada una de ellas, el sector manufacturero pudo lograr influencia política, a medida que las sub regiones periféricas decre­cieron en importancia económica para el ámbito mundial. Así, el mercantilismo se convirtió en el instrumento principal de aquellos países semi­periféricos que aspiraban alcanzar la posición central, realizando una función análoga a la de los impulsos mercantilistas de fines de siglo dieci­siete y del siglo dieciocho en Inglaterra y Fran­cia. Indudablemente, la pugna de los países se­miperiféricos por lograr la "industrialización" varió en el grado de éxito alcanzado antes de la Primera Guerra Mundial: total en los Estados Unidos; parcial en Alemania; nulo en Rusia.

Bajo el capitalismo industrial, la estructura interna de los estados centrales registró tambi~n cambios fundamentales. Para una mna central, el industrialismo implicaba desviarse casi por com­pleto de toda actividad agrícola (con la excep­ción de que en el siglo veinte los adelantos en la mecanización crearían un nuevo procedimiento de labranza de la tierra; tal mecanización fue tan grande que ya se le pudo calificar de industrial). Por tanto, mientras que en el periodo compren­dido entre 1700 y 1740 Inglaterra no sólo era el principal exportador industrial de Europa, si­no también el principal exportador agrícola del continente -esto cobró dimensiones superiores en la recesión que afectó a la economía global-, hacia 1900, menos del 10 por ciento de la po­blación inglesa seguía ocupándose de labores agrícolas.

En un prindpio, bajo el capitalismo industrial, el centro intercambió productos manufacturados por productos agrícolas de la periferia -de ahí que, de 1815 a 1873, Gran Bretaña fuese cono­cida como el "taller del mundo". En dicho pe­riodo, Inglaterra proveyó casi el cincuenta por ciento de las necesidades de bienes manufactu­rados incluso a aquellos países semi periféricos que contaban con cierta planta fabril (Francia, Alemania, Bélgica, EE.UU.). Sin embargo, como las prácticas mercantilistas de este último grupo restringió los mercados a Gran Bretaña e inclu­so creó competencia a sus ventas hacia zonas periféricas -competencia que provocó la "pe­lea por África" hacia fines del siglo diecinueve-, se redistribuyó la división mundial del trabajo para garantizar una nueva función especial al nú­cleo: menos provisión de productos manufactu­rados, mayor abastecimiento de la maquinaria necesaria para producir dicha manufactura, así como mayor abastecimiento de infraestructura (de ferrocarriles, especialmente, en este periodo).

Por vez primera bajo el sistema capitalista, el surgimiento de la manufactura generó un pro­letariado urbano a gran escala. Asimismo y en consecuencia, por vez primera surgió eso que Michels ha llamado el "espíritu de masivas an­ticapitalistas", mismo que se tradujo en formas de organización concretas (sindicatos lahorales.

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partidos socialistas). Este desarrollo impuso un nuevo factor que amenazaba a la estabilidad de los estados y de las fuerzas capitalistas, que aho­ra los controlaban con mano tan firme como lo habían hecho en el siglo diecisiete las previas embestidas centrífugas de los elementos terra­tenientes anticapitalistas regionales.

Al tiempo que las burguesías de los países medulares fueron confrontadas por esta ame­naza a la estabilidad interna de sus estructuras estatales, tuvieron que resistir también los em­bates de la crisis económica que prevaleció en el último tercio del siglo diecinueve, resultado de un rápido incremento en la producción agrí­cola (y de manufactura ligera) que superó a la expansión de un mercado potencial para tales mercaderías. Había que redistribuir algo del ex­cedente a algún grupo, para que se facilitara la adquisición de estos productos y, simultánea­mente, el retorno de la maquinaria económica a una operación libre de obstáculos. Al aumentar el poder de adquisición del proletariado indus­trial de los países centrales, la economía mun­dial se deshizo de dos problemas a la vez: el cuello de botella en que se ahogaba la deman­da, y del perturbador "conflicto de clases" que padecían los estados centrales -de ahí parte el liberalismo social o ideología del estado bene­factor que surgió justo en ese momento.

La Primera Guerra Mundial significó -según apuntaron hombres de ese tiempo- el fin de una era; la Revolución Rusa de octubre de 1917 marcó, por su parte, el inicio de otra nueva era -nuestra etapa número cuatro. Indudablemen­te, esta etapa se acompañó de una verdadera tur­bulencia revolucionaria pero, como aparente paradoja, señaló también la consolidación de la economía mundial capitalista e industrial. En esencia, la Revolución Rusa fue la revolución de un país semiperiférico cuyo equilibrio interno de fuerzas hacia fines del siglo diecinueve era de índole tal que inició la decadencia hacia una po­sición periférica. Ese fue el resultado de la férrea penetración de capital extranjero en el sector in­dustrial, que ya se proponía eliminar toda fuerza capitalista ajena, así como de la resistencia a la mecanización por parte del sector agrícola y de la decadencia del poder militar relativo (prueba

de lo cual es la derrota sufrida a manos de los japoneses en 1905). La revolución impuso en el poder a un grupo de administradores del estado que hicieron revertir cada una de estas tenden­cias, mediante el empleo de la clásica técnica de semiretiro mercantilista de la economía mundial. En dicho proceso, la U.R.S.S. movilizó un mag­no apoyo popular, particularmente en el sector urbano. Hacia el final de la Segunda Guerra Mun­dial, Rusia se instaló nuevamente como un miem­bro superpotente de la semiperiferia, y pudo emprender nuevamente la tarea de establecerse como país central.

Entretanto, quedó confirmada la decadencia de la Gran Bretaña -que se remontaba al año de 1873-, y los Estados Unidos asumieron su fun­ción hegemónica. Mientras que así se erguían los EE.UU., Alemania retrocedía aún más, como resultado de su derrota militar. En la década de 1920, lJemania realizó diversos intentos por en­contrar nuevos mercados industriales en el Me­dio Oriente y en Sudamérica, pero todos ellos fracasaron a ante el embate norteamericano, combinado con el constante poder relativo de la Gran Bretaña. El impulso desesperado de Ale­mania por recuperar el terreno perdido adoptó la nociva y fallida forma del nazismo.

La Segunda Guerra Mundial fue la que per­mitió que los Estados Unidos -por breve pe­riodo (1945-1965) alcanzaran el mismo nivel de primacía del que Inglaterra había gozado en la primera parte del siglo diecinueve. En este periodo, el crecimiento de los Estados Unidos fue verdaderamente espectacular, y creó así una necesidad imperiosa de expander los mercados comerciales. El cierre impuesto por la Guerra Fría, no sólo impidió las exportaciones de los EE.UU. a la U.R.S .S. , sino también a la Europa Oriental. La Revolución China, por su parte, sig­nificó que también se aislara dicha región, detina­da por largo tiempo a una exhaustiva actividad de explotación. Quedaron tres zonas alternativas dis­pofÚbles, cada una de las cuales fue materialmente asediada. En primer lugar, tenía que llevarse a cabo la "reconstrucción" inmediata de la Euro­pa Occidental, yel Plan Marshall permitió que esta zona desempeñara una función primordial en la expansión de la productividad mundial.

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Surgimient0 y futura desaparición del sistema capitalista mundial ,395

En segundo término, América Latina se convirtió en reserva de la inversión estadounidense, una vez que Inglaterra y Alemania quedaron totalmente excluidas. Como tercera alternativa, había que descolonizar al sur de Asia, al Oriente Medio y al continente africano. Por una parte, esta era una tarea necesaria para reducir la proporción del excedente que se llevaban los intermedia­rios de Europa Occidental, del mismo modo en que Canning había apoyado en secreto a los re­volucionarios latinoamericanos contra España en la década de 1820. Pero además, había que descolonizar a estos países con el fin de movi­lizar el potencial productivo como nunca antes se había logrado en la era colonial. Después de todo, el régimen colonial había sido un méto­do inferior de relación entre centro y periferia, provocado por el extenuante conflicto de fines del siglo diecinueve entre estados industriales, pero que ya no resultaba deseable desde la perspectiva de la nueva potencia hegemónica.

Sin embargo, una economía capitalista mun­dial no permite la creación de un imperio en toda la extensión de la palabra. Carlos V vio frustra­do su sueño de un imperio mundial. La Pax Bri­tannica estimuló su propia desaparición. De igual manera sucedió con la Pax Americana. En cada caso, el costo del imperio político representaba gastos económicos excesivos y, en el seno de un sistema capitalista, cuando las ganancias decaen al mediano plazo, se buscan nuevas fórmulas po­líticas. En este caso, los costos se acumularon en distintos frentes. Los esfuerzos realizados por la U.R.S.S. para incrementar su propia industria­lización, proteger una zona mercantil privilegia­da (Europa Oriental) y forzar su entrada a otras áreas mercantiles provocaron una espiral inter­minable de gasto militar, que en el lado sovié­tico prometía réditos a largo plazo mientras que para los Estados Unidos sólo significaba un ace­leramiento desbocado para detenerse en un punto muerto. El resurgimiento económico de la Euro­pa Occidental, indispensable tanto para la crea­ción de mercados para las ventas e inversiones de los EE.UU. como para contrarrestar el embate militar de la U .R.S.S. significó, al correr del tiem­po, que las estructuras estatales de Europa Occi­dental adquirieran, de manera colectiva, la misma

capacidad de poder que las de los EE.UU.; esto produjo, a fines de la década de 1960, la "crisis del dólar y del oro", así como el retiro de Ni­xon de la postura de comercio libre, sello defi­nitivo del líder que confía plenamente en un sistema mercantil capitalista. A medida que se fueron sumando las presiones del Tercer Mundo -sobre todo las de Vietnam-, se hizo inevita­ble una restructuración de la división mundial del trabajo, lo cual probablemente involucra en la década de 1970 una división cuadripartita de la mayor parte del excedente mundial entre los EE.UU., el Mercado Común Europeo, elJa­pón y la U.R.S.S.

De hecho, esa decadencia de la hegemonía de los EE. UU. como estado aumentó la libertad de acción de las empresas capitalistas, de las cuales las más grandes han adoptado la forma de cor­poraciones multinacionales que cuentan con la capacidad de realizar maniobras en contra de bu­rocracias estatales, cada vez que los políticos na­cionales reaccionan con exageración a las presio­nes internas de la planta laboral. Aún está por verse si se pueden establecer vínculos eficaces entre corporaciones multinacionales -actual­mente restringidas a operar en ciertas zonas- y la U.R.S.S., aunque no es del todo imposible.

.. . Así, nos enfrentamos a proyecciones del futuro, el juego que desde siempre ha subyuga­do al hombre, su verdadero hibris, el argumen­to más convincente.para el dogma del pecado original. Puesto que ya hemos leído a Dante, se­ré breve.

A mi parecer, hay dos contradicciones fun­damentales implicadas en el funcionamiento del sistema mundial capitalista. En primer lugar, existe la contradicción señalada por el cuerpo marxista del siglo diecinueve, misma que defi­niré como sigue: mientras que, al corto plazo, la maximización de los beneficios demanda la maximización del retiro del excedente del con­sumo inmediato por parte de la mayoría, a la larga, la producción continua de excedentes precisa de una demanda masiva que sólo puede ser creada mediante la redistribución del exce­dente retirado. Puesto que estas dos considera­ciones se desplazan en direcciones opuestas (una "contradicción"), el sistema presenta crisis

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constantes que, a la larga, lo debilitan y pro­pician que los privilegiados sientan menor atrac­ción hacia este juego.

La segunda contradicción fundamental, hacia la cual apunta el concepto de Mao en torno al socialismo como un proceso, es la siguiente: cada vez que los poseedores del privilegio procuran apropiar un movimiento de oposición, incluyén­dolo en una proporción menor del privilegio que detentan, sin duda pueden eliminar opo­nentes a corto plazo; no obstante, al así proce­der, ponen la apuesta inicial para el próximo movimiento de oposición que se engendre en la próxima crisis de la economía mundial. Así, los costos de esa "apropiación" se elevan cada vez más, y las ventajas que representa pierden más y más su valor.

Hoy en día, no existen sistemas socialistas en la economía mundial, del mismo modo que tam­poco los hay feudales, en razón de que sólo existe un sistema mundial. Se trata de una economía mundial y, por definición, capitalista. El socia­lismo implica la creación de un nuevo tipo de sistema mundial, -no de un imperio mundial redistributivo ni de una economía mundial ca­pitalista, sino de un gobierno mundial socialista. De ninguna manel'Cl: considero que tal proyección sea utópica en lo más mínimo, pero tampoco siento que su institución sea un hecho inminen­te. Será el resultado de una lucha prolongada, mediante procedimientos que tal vez resulten familiares o, probablemente, mediante formas verdaderamente novedosas; dicha pugna se ges­tará en todas las zonas de la economía mundial (la continua "lucha de clases" de Mao). Los go­biernos pueden estar en manos de personas, grupos o movimientos que simpaticen con esta transformación, pero los estados, como tales,

no son ni progresistas ni reaccionarios . Son los movimientos y las fuerzas los que merecen ta­les juicios de evaluación.

Una vez llegado al punto máximo que me in­teresa en cuanto a la proyección del futuro, per­mítaseme regresar al presente y a la labor de erudición, que jamás presenta una postura neutral pero que sí posee su propia lógica y, en cierta me­dida, sus prioridades. Hemos bosquejado -como nuestra unidad básica de observación- un con­cepto de sistemas mundiales que presentan partes estructurales y etapas de evolución. Mi argumen­to es que, dentro de dicho esquema, podemos realizar fructíferos análisis comparativos- tanto del todo como de las partes del todo. Las con­cepciones preceden y rigen a las mediciones. Yo me declaro absolutamente en favor de indicado­res cuantitativos minuciosos y sofisticados. Me pronuncio de lleno en pro de una labor de archi­vo minuciosa y diligente que permita dar segui­miento a una serie histórica de acontecimientos en términos de toclas sus complejidades inmedia­tas. No obstante, la importancia de cada una de estas alternativas estriba en que nos permitan contemplar con mayor precisión tanto aquello que ha sucedido como los acontecimientos ac­tuales. Para esto requerimos lentes especiales con los cuales poder discernir las dimensiones de la diferencia, precisamos de modelos con los cuales podamos sopesar su trascendencia; nece­sitamos conceptos de abstracción para crear y dar forma al conocimiento que, posteriormente, intentaremos comunicarnos mutuamente. Todo ello, en suma, porque somos seres humanos pro­ductos del hibris y del pecado original y, en consencuencia, nos lanzamos a la búsqueda del bien, de la verdad y de la belleza.

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48. De After Hegemony (Después de la hegemonía)

ROBERT o. KEOHANE

REALISMO, INSTlTUCIONALlSMO y COOPERACIÓN

Los observadores, anonadados ante las dificulta­des qut plantea la cooperación, han compara­do frecuentemente a la política mundial con un "estado de guerra". En este concepto, la políti­ca internacional es "una competencia entre uni­dades -en su estado natural- que no conoce mayores impedimentos que aquellos impuestos por las necesidades cambiantes del juego y por las triviales conveniencias de los participantes" (Hoffmann, 1965, p. vii). Resulta anárquica en el sentido de que carece de un gobierno auto­ritario con la capacidad de promulgar y hacer cumplir reglas de conducta. Los estados se ven obligados a depender de "los medios que pue­dan generar y de los arreglos que puedan lograr

Tomado de After Hegemony, Roben O . Keo­hane, pp. 7-10, 3 1-3 5, 39, 136- 139, 244-247. Copyright © 1984, Princeton University Press . Reimpreso con autorización de la Princeton Uni­versi ty Press y del autor. Notas al calce y algunas citas, suprimidas.

en su beneficio propio" (Waltz, 1979, p. 111). En consecuencia sobrevienen el conflicto y la gue­rra, dado que cada estado se erige en juez de su propia causa y puede hacer uso de la fuerza para materializar sus juicios (Waltz, 1959, p. 159). La discordia prevaleciente se explica por los con­flictos fundamentales de intereses (Waltz, 1959).

De ser correcta esta representación de la po­lítica mundial, todo acto de cooperación que se suscitara sería un simple derivado de patrones generales de conflicto. Sería sencillo explicar la cooperación por alianza como resultado del fun­cionamiento de un equilibrio del poder, no así los patrones de cooperación que privan en to­do el sistema y que benefician a un sinnúmero de países sin estar enlazados a un sistema de alianza dirigido en contra de un adversario. Si la política internacional fuese realmente un es­tado de guerra, no deberían existir los patrones institucionalizados de cooperación con base en propósitos compartidos, salvo como parte de una pugna de mayores dimensiones por el po­der. Los amplios patrones de acuerdo intena­cional que observamos en asuntos tan diversos como el comercio, las relaciones financieras, la

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salud, las telecomunicaciones y la protección del medio ambiente serían elementos ausentes.

En el extremo opuesto de estos "realistas", se ubican los escritores que consideran que la cooperación es un factor esencial en un mundo de interdependencia económica, y que sostie­nen que los intereses económicos compartidos generan una demanda de instituciones y nor­mas a nivel internacional (Mitrany, 1975). Dicho enfoque -al que calificó de "institucionalista", dado el énfasis de sus seguidores en las funciones que desempeñan las instituciones internaciona­les- corre el grave riesgo de ser un tanto inge­nuo en cuanto al poder y al conflicto. Con suma frecuencia, sus exponentes incorporan a sus teo­rías algunas conjeturas exageradamente optimis­tas con respecto al papel que juegan los ideales en la política mundial, o a la capacidad de los estadistas para aprender aquello que los teóri­cos denominan las "lecciones correctas". No obstante, los estudiosos de las instituciones y de las normas que emprenden análisis más so­fisticados tienen mucho que aportar a la disci­plina. Ellos no contemplan a las instituciones como simples organizaciones formales, provistas de instalaciones centrales y de personal especia­lizado: en realidad, las conciben en un sentido más amplio, como "patrones reconocidos de práctica alrededor de los cuales convergen las expectativas" (Young, 1980, p. 337). Les con­fieren importancia a dichos patrones de prácti­ca porque afectan la conducta del estado. Los institucionalistas "sofisticados" no esperan que prevalezca invariablemente la cooperación, pe­ro están conscientes de la maleabilidad de los intereses, y sostienen que la interdependencia genera intereses en cooperación.

Durante los primeros veinte años (aproxi­madamente) posteriores a la Segunda Guerra Mundial, estas opiniones -pese a diferir enorme­mente tlntO en su orígenes intelectuales como en sus implicaciones más amplias en torno a la sociedad humana- arrojaron predicciones simi­lares en cuanto a la economía política mundial y, en particular, respecto al tema sobre el que versa esta obra: la economía política de los países que imperan en la economía de mercado. Los

institucionalistas esperaban que la cooperación exitosa en un ámbito se "derramara" sobre otros (Haas, 1958). Los realistas anticiparon un orden económico internacional relativamente estable como resultado del predominio de los Estados Unidos. Ninguno de los dos grupos de observa­dores se asombró ante lo que realmente sucedió, aunque interpretaron los acontecimientos de manera distinta.

Los institucionalistas pudieron interpretar los acuerdos internacionales liberales para el comer­cio y las finanzas internacionales como respuestas a la necesidad de una coordinación política, ge­nerada por el factor de interdependencia. Tales arreglos, que denominaremos "regímenes inter­nacionales", contenían reglas, normas, principios y procedimientos de toma de decisionf's. Los realistas, por su parte, pudieron argumentar que estos regímenes se construyeron con base en principios defendidos por los Estados Unidos, y que el poderío norteamericano fue un elemento esencial tanto para su construcción como para su preservación. Según los realistas, en otras pa­labras, los regímenes de la primera etapa de la posguerra se fundamentaron en la hegemonía política de los Estados Unidos. De este modo, tanto realistas como institucionalistas se vieron en la posibilidad de emplear los acontecimien­tos de la etapa temprana de la posguerra como apoyo a sus respectivas teorías.

A mediados de la década de 1960, el predo­minio norteamericano en la economía política mundial fue desafiado por la recuperación eco­nómica y por la creciente unidad del continente europeo, así como por el vertiginoso desarro­llo económico del Japón. Sin embargo, la inter­dependencia económica siguió reafirmándose, e incluso se aceleró el ritmo de la participación de los EE. UU. en la economía mundial después de 1970. Por ende, en ese momento comenza­ron las divergencias en las predicciones reali­zadas por institucionalistas y reaEstas. Desde una perspectiva estrictamente institucionalista, la creciente necesidad de-una coordinación polí­tica, generada por la interdependencia, debió inducir a una mayor cooperación. Por el con­u'ario, desde el punto de vista de los realistas,

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De After Hegemony (Después de la hegemonía) 399

la difusión del poder debió haber contribuido a socavar la capacidad de cualquiera para im­poner el orden.

A simple vista, parecería que los realistas hicie­ron la predicción más exacta. Desde fines de la década de 1960, se han presentado signos de de­cadencia en la magnitud y en la eficacia de los esfuerzos de cooperación en la economía polí­tica mundial. Conforme se erosionaba el poderío norteamericano, se desmoronaban los regíme­nes internacionales. Por supuesto, el desgaste sufrido por estos regímenes después de la Se­gunda Guerra Mundial refuta la ingenua versión de la fe institucionalista en la interdependencia como factor de resolución de conflictos y crea­dora de cooperación. Sin embargo, no prueba de ninguna manera que sólo es válido el énfasis realista en el poder como generador de orden. Cabría la posibilidad -después de la decaden­cia de los regímenes hegemónicos- de que evolucionaran patrones más simétricos de coo­peración después de un periodo de transición en el que privara la discordia. De hecho, la per­sistencia de los intentos de cooperación durante la década de 1970 sugiere que el declive de la hegemonía no significa precisamente un presa­gio de muerte para la cooperación.

Así, nos siguen intrigando la cooperación in­ternacional y la discordia. ¿Bajo qué condicio­nes pueden cooperar los países independientes en la economía política mundial? En particular, ¿puede darse la cooperación en ausencia de he­gemonía y, si es así, cómo? Este libro ha sido expresamente elaborado para apoyarnos en la búsqueda de respuestas a estas interrogantes. Parto de enfoques realistas en torno a la función del poder y a los efectos de la hegemonía. No obstante, mis argumentos centrales giran máS alrededor de la tradición institucionalista, pues afirman que, bajo ciertas condiciones, la coo­peración puede crearse con base en intereses complementarios, y que las instituciones -sin entrar en detalles- afectan a los patrones de cooperación que surgen.

Es poco probable que los Estados Unidos, o cualquier otra nación, reviva en este siglo el lide­razgo hegemónico. Según la historia, los poderes hegemónicos sólo han cobrado vida después de

confla,gracio?es !ll\lndiales; en tiempos de paz, los paises mas debiles han presentado una ten­dencia a ganarle terreno al poder hegemólÚco, en vez de que suceda lo contrario (Gi!pin, 1981). Se antoja imposible creer que la civilización mundial -y mucho menos una economía in­ternacional compleja- sobreviva a una guerra semejante en esta era nuclear. Por supuesto, no es probable que surja ningún poder hegemóni­co próspero después de un cataclismo como ése. En consecuencia, mientras perviva una eco­nomía política mundial, su dilema político cen­tral estribará en cómo organizar la cooperación en ausencia de la hegemonía . . .

LA HEGEMONíA EN LA ECONOMíA POLíTICA MUNDIAL

Actualmente, no es nada raro que los acongojados seguidores del capitalismo liberal se remonten con nostalgia a los tiempos de la prepod~ran­cia británica en el siglo diecinueve y del predo­minio norteamericano después de la Segunda Guerra Mundial. Se suele pensar que fueron más sencillas aquellas épocas en que una sola poten­cia, superior tanto en recursos económicos co­mo militares, ponía en práctica un plan relativo al orden internacional basado en sus propios in­tereses y en su visión muy particular del mun­do. Según Roben Gilpin, "La Pax Britannica y la Pax Americana, al igual que la Pax Romana, hicieron prevalecer un sistema internacional de paz y seguridad relativas . Gran Bretaña y los Es­tados Unidos crearon e impusieron las reglas de un orden económico internacional de índole li­bera!" (1981, p. 144).

Detrás de esta declaración se halla una de las dos proposiciones centrales de la teoría de la estabilidad hegemónica: que el orden dentro de la política mundial es típicamente generado por un solo poder predominante. Dado que los regímenes constituyen elementos de orderi in­ternacional, ello implica que la formación de re­gímenes internacionales depende habitualmente de la hegemonía . El otro pl.Jntal de la teoría de la estabilidad hegemónica señala que la pre­servación del orden precisa de una hegemonía

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continua. Tal como ha dicho Charles P. Kind­leberger, "para que se estabilice la economía mundial, es menester que exista un estabilizador, un estabilizador" (1973, p. 305). Lo anterior da a entender que la cooperación, misma que de­finimos ... como compaginación mutua de po­líticas de estado entre sí, depende también de la perpetuación de la hegemonía.

Me he aplicado a analizar la hegemonía antes de elaborar mis definiciones de cooperación y regímenes, porque mi énfasis en la forma en que las instituciones internacionales -por ejemplo los regímenes- facilitan la cooperación sólo tie­ne sentido si la cooperación y la discordia no son meros productos de los intereses y del po­der .. . Sostengo que una versión determinista de la teoría de la estabilidad hegemónica, que sólo se fundamente en los conceptos realistas de intereses y poder, es del todo incorrecta. Hasta cierto punto, la primera proposición res­pecto a la teoría de la estabilidad hegemónica -es decir, que la hegemonía puede facilitar un tipo específico de cooperación- tiene algo de validez, pero no existe razón suficiente para creer que la hegemonía sea una condición ne­cesaria, o suficiente, para el surgimiento de re­laciones de cooperación. Por otra parte, y de mayor importancia todavía para el argumento que aquí se expone, la segunda proposición principal de la teoría es errónea: la cooperación no exige necesariamente la existencia de un lí­der hegemónico cuando los regímenes interna­cionales han sido establecidos. También es posible la cooper~ción poshegemónica . ..

Evaluación de la teoría de estabilidad hegemónica

La teoría de estabilidad hegemónica, tal como se aplica a la economía política mundial, defi­ne a la hegemonía como una preponderancia de recuersos materiales. Son cuatro los grupos de recuersos que tienen especial importancia .. . Un país, para que se le considere hegemónico en el marco de la economía política mundial. . . debe tener acceso a materias primas vitales, con­trolar las fuentes principales de capital, mantener un amplio mercado para las importaciones y

presentar ventajas comparativas en bienes con un elevado valor agregado, produciendo así sa­larios y ganancias relativamente altos. Además, tomando estas dimensiones como un todo, debe ser más fuerte que cualquier otro país. La teo­ría de la estabilidad hegemónica predice que entre mayor dominio ejerza tal poder sobre la economía política mundiai, mayor índice de cooperación registrarán las relaciones entre es­tados. He aquí una teoría frugal en exceso, que se fundamenta en ... un "modelo básico de fuerzas", donde los resultados reflejan las ca­pacidades tangibles de los actores.

No obstante, al igual que tantos modelos bá­sicos de fuerzas, esta rudimentaria teoría de la estabilidad hegemónica arroja predicciones im­perfectas. En el siglo veinte, anticipa correcta­mente la relativa cooperación que privó en los veinte años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, presenta cierto grado de error respecto a las tendencias de cooperación cuando se acaba la hegemonía. Entre 1900 y 1913, la decadencia del poderío británico coin­cidió con una baja -y no con un incremento­de conflictos en torno a asuntos comerciales . . . Los recientes cambios que han afectado a los regímenes internacionales pueden ser atribuidos sólo parcialmente a la decadencia del poderío norteamericano. Es difícil interpretar el predomi­nio de la discordia en los periodos interbélicos, dado que no podemos dilucidar con claridad si algún país detentó hegemonía real, en términos materiales, durante esas dos décadas. Los Estados Unidos, pese a su notable desarrollo en cuanto a productividad, no pudieron desplazar a la Gran Bretaña como centro financiero de mayor im­portancia, y quedaron rezagados en su volumen comercial. A pesar de que la producción inter­na de petróleo en EE.UU. era más que suficien­te para cubrir las necesidades del país durante ese periodo, la Gran Bretaña seguía controlan­do la mayoría de los principales yacimientos pe­troleros del Oriente Medio. No obstante, lo que impidió que en esos años el liderazgo nortea­mericano creara una economía política mundial cooperativa no fue tanto la falta de recursos eco­nómicos sino la ausencia de voluntad política para formular y hacer cumplir reglas acordes

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De Alter Hegemony (Después de la begemoniá) • '¡ t 401

al sistema. Gran Bretaña, pese a sus esfuerzos, estaba demasiado debilitada como para empren­der esa tarea con éxito (Kindleberger, 1973). El factor crucial en la generación de discordia es­tribó en la política norteamericana, y no en los factores materiales que la teoría señala.

A diferencia del imperfecto modelo de fuer­zas básicas, la versión refinada de la teoría de estabilidad hegemónica no garantiza un víncu­lo automático entre poder y liderazgo. La he­gemonía se define como una situación en la cual "un estado tiene el poder necesario para hacer prevalecer las reglas esenciales que gobiernan las relaciones entre estados, y la voluntad para llevarlo a cabo" (Keohane y Nye, 1977, p. 44). Este marco de interpretación conserva un én­fasis en el poder, pero conceptúa con mayor seriedad que la teoría elemental del poder las características internas de un estado fuerte. No presupone que la fuerza crea automáticamente incentivos para proyectar el poder propio al extranjero. También son importantes las acti­tudes que prevalecen dentro del país, las es­tructuras políticas y los procesos de toma de decisiones.

La dependencia de este argumento tanto de decisiones de estado como de las capacidades de poder lo colocan en la categoría de aquello que [James] March denomina' 'modelos de acti­vación de fuerzas". Se precisa de decisiones para ejercer el liderazgo, con el fin de "activar" la supuesta relación entre capacidades de poder y resultados. Los modelos de activación de fuerzas son esencialmente post hoc, y no a priori, dado que uno siempre puede "guardar" esa teoría pa­ra después de que suceda el hecho, elucubrando motivos por los cuales un actor no ha querido hacer uso pleno de su potencial disponible. En efecto, esta modificación de la teoría dicta que los estados con preponderancia de recursos serán hegemónicos, salvo cuando decidan no com­prometer el esfuerzo necesario con las tareas del liderazgos; sin embargo, no nos dice qué es lo que pude determinar esta última decisión. Co­mo teoría causal no aporta mucho, puesto que permanece nebuloso si una configuración dada de poder provocará o no que el líder hegemó­nico potencial haga prevalecer un conjunto de

reglas, a menos que poseamos un buen cúm:UJo de conocimientos acerca de su política interna ..

Sólo la teoría más elemental genera predic­ciones. En conSecuencia, cada vez que haga referencia a la teoría de estabilidad hegemónica sin la debida aplicación, aludiré a este modelo básico de fuerzas. Ya hemos apreciado que el argumento más impresionante de esta teoría -:-que declara que la hegemonía es condición tanto necesaria como suficiente para la coope­ración- no cuenta con el apoyo contundente de la historia del presente siglo. Ahora bien, si contemplamos un periodo más prolongado de

. aproximadamente 150 años, el registro presen­ta aún ciertas ambigüedades. Las relaciones eco­nómicas internacionales fueron cooperativas hasta cierto punto, tanto en la época de la he­gemonía británica -entre mediados y fmes del siglo diecinueve- como en las dos décadas de predominio norteamericano tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, sólo en el segun­do de estos periodos se presentó una tenden­cia hacia ese quebrantamiento -anteriormente predicho- de las reglas establecidas, así como una exacerbación de la discordia. Un examen más profundo de la experiencia británica arro­ja ciertas dudas en cuanto a que la hegemonía británica haya sido una causa de cooperación en el siglo diecinueve ...

La teoría rudimentaria de la estabilidad he­gemónica establece un punto de partida útil -aunque un tanto simplista- para el anáiisis de los cambios registrados en la cooperación y en la discordia a nivel internacional. Su versión refinada plantea una serie de cuestiones inter­pretativas, imprecisas pero sugerentes, con mi­ra~ al análisis de algunas eras de la historia de la economía política internacional. Tal esque­ma interpretativo no constituye de manera al­guna una teoría sistémiCa y explicativa, pero efectivamente nos puede ayudar a concebir la hegemonía desde otro ángulo -ya no tanto como un concepto que contribuye a explicar los resultados en términos de poder, sinoco­mo un medio para describir un sistema inter­nacional donde el liderazgo lo ejerce un estado único. En vez de integrarse como componente de una generalización científica -es decir, que

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el poder es condición necesaria o suficiente para la cooperación- el concepto de hegemonía, de­fmido en función de la voluntad y de la capaci­dad para erigirse en líder, nos permite cavilar en torno a los incentivos que confronta el he­gemónico en potencia. ¿Bajo qué condiciones -tanto a nivel nacional como internacional­decidirá tal país invertir en la construcción de reglas y de instituciones? ...

COOPERACiÓN HEGEMÓNICA EN LA ERA DE LA POSGUERRA

Los estados poderosos procuran construir eco­nomías políticas internacionales que convengan tanto a sus intereses como a sus ideologías. No obstante, como ya hemos podido apreciar, la conversión de recursos en resultados dista mu­cho de ser un procedimiento automático en la política mundial. Incluso la postura neorrealis­ta -altamente válida-o . . que dicta que la he­gemonía puede facilitar la cooperación, exige en consecuencia una respuesta a la interrogan­te de: ¿cómo traducen los poderes hegemóni­cos sus recursos -materiales e ideológicos­en reglas para el sistema? ¿Cómo erige el poder hegemónico regímenes internacionales que fa­ciliten el "tipo correcto" de cooperación, des­de la propia perspectiva de dicho líder? En otras palabras, ¿cómo opera el liderazgo hegemónico?

Esta interrogante surge del énfasis que el rea­lismo aplica al poder, así que mi análisis par­tirá de este punto. Sin embargo, al explicar los cambios registrados en la economía política mun­dial, recalco las fuentes económicas del poder. . . y no la fuerza militar. Efectivamente, un poder militar suficiente para proteger a una economía política internacional de cualquier incursión por parte de potencias hostiles es condición nece­saria para una hegemonía triunfante. Desde la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos han mantenido un poderío de esa índole, en pos de una estrategia de "contención" dirigida ha­cia la Unión Soviética. Bajo el amparo de su ca­pacidad militar, los Estados Unidos construye­ron una economía política mundial del tipo li­beral-capitalista, que se basa en principios mul­tilaterales e incluye reglas que los mismos Esta-

dos Unidos aprobaron. . . El poderío militar nor­teamericano hizo las veces de un escudo protector de esa economía política mundial a la que do­minaba, y permaneció tomo factor decisivo en el transfondo de toda negociación sobre asun­tos económicos; sin embargo, no siempre inter­firió de manera directa en tales negociaciones. Por ende, . . . es justificable centrarnos princi­palmente en la economía política de los países altamente industrializados, sin tener que refe­rirnos continuamente a la política de la seguri­dad internacional. . .

Exploramos en detalle las características de los recursos de poder económico en el mundo de la posguerra, y la forma en que tanto su dis­tribución como su utilización se modificaron al transcurrir el tiempó. Sin embargo, para dar respuesta a nuestra interrogante acerca del fun­cionamiento de la cooperación hegemónica, de­bemos considerar también los intereses y las instituciones. El liderazgo hegemónico no par­te de una tabla rasa, sino que se basa en los intereses de los estados. El poder hegemónico pretende persuadir a otros para que se apeguen a su visión del orden mundial y acepten su li­derazgo. En el periodo de la posguerra, ellide­razgo hegemónico norteamericano presupuso un accidentado consenso en la zona del Atlán­tico Norte, y posteriormente con Japón, respecto a la preservación del capitalismo internacional, como antagónico al socialismo o a un patrón de capitalismos nacionales semiautocrático. En tér­minos gramscianos, dicho consenso se puede ver como la aceptación de la hegemonía ideo­lógica de los Estados Unidos por parte de sus asociados. A su vez, dicha aceptación se susten­tó en la creencia compartida por los líderes de estados secundarios de que eran favorecidos por esa estructura del orden en gestación. Así, privó un alto grado de complementaridad percibida en­tre los Estados Unidos y sus asociados. Los Esta­dos Unidos buscaron consolidar este sentido de complementaridad creando regímenes interna­cionales que proveyeran beneficios específicos a sus asociados y redujeran también la incerti­dumbre, dando así un impulso a la cooperación.

El poder hegemónico y los regímenes inter­nacionales establecidos bajo condiciones de hegemonía, se combinan para facilitar la coo-

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peración. La hegemonía, en sí, reduce los costos de transacciones y mitiga la incertidumbre, da­do que cada aliado puede negociar con el líder hegemónico y abrigar la esperanza de que éste garantice congruencia para el sistema como un todo. La formación de regímenes internacionales puede garantizar legitimidad para aquellos patro­nes de comportamiento en cuya preservación el líder hegemónico desempeña una función cla­ve . En consecuencia, por lo que respecta a las áreas monetaria y comercial-donde era indis­pensable la cooperación de sus aliados-, los líderes norteamericanos invirtieron recursos destinados a crear arreglos internacionales es­tables, bajo reglas conocidas. Los Estados Unidos consideraron sensato adoptar un compromiso serio -en compañía de los demás- para inducir a los estados más débiles a que se apegaran, por propio consentimiento, al mando norteameri­cano.

Los líderes de los Estados Unidos, empero, no erigieron regímenes hegemónicos limitándose a ordenar a sus asociados menos poderosos que siguieran los patrones de conducta prescritos. Por el contrario, tuvieron que emprender una búsqueda de intereses mutuos con sus asociados, y someterse a ciertos ajustes, además de exigir que otros se apegaran a sus designios. Se vieron obligados a invertir un porcentaje de sus recursos de poder en la construcción de instituciones. Al proceder así, se toparon con un sinnúmero de frustaciones . Según nos recuerda William Diebold, "no contamos con memoria alguna lla­mada 'mis días dorados como líder hegemóni­co feliz" '. Cabe recalcar que no se debe exagerar la facilidad con que los Estados Unidos pudieron formular y hacer cumplir las reglas. Pero nunca les faltaron recursos para triunfar finalmente en la consecución de sus objetivos cruciales. Las frustraciones sufridas en asuntos específicos se fusionaron en un gratificador patrón global de cooperación hegemónica. Todas las nociones simplistas respecto a la hegemonía, que la califi­can de medio de dominio absoluto, o de liderazgo desprendido y abnegado, imponen una barrera a la comprensión histórica, en vez de alentarla.

Pese a que Henry Luce previó un Siglo Nor­teamericano, el periodo de cooperación hege-

mónica basado en la premisa de un comp.romi­so común respecto con la apertura y, la no dis­criminación, sólo duró veinte años. Esta era dio inicio en 1947, el año de la Doctrina Truman y del Plan Marshall. Hacia 1963, comenzaba ya a mostrar señales de debilitamiento en algunos rubros; ese fue el año del Impuesto por Ecuali­zación de Intereses, el primer intento realizado por los Estados Unidos para proteger el nivel del dólar contra las consecuencias de esa eco­nomía mundial abierta por la que anteriormente había pugnado. Por lo que respecta al petróleo y al comercio, ya habían aparecido los primeros indicios de novedosas iniciativas proteccionistas y selectivas. En 1959 se impusieron cuotas obli­gatorias de importación de petróleo y, en 1961, los Estados Unidos consiguieron un Acuerdo a Corto Plazo sobre Textiles de Algodón, mismo que, con el tiempo, produjo una serie de acuer­dos restrictivos sobre fibras textiles. En algunos asuntos, tales como reducción de impuestos arancelarios, la década de 1960 fue testigo de una mayor liberalización. Hacia 1971 , empero, cuando los Estados Unidos deshicieron el vínculo entre dólar y oro, fue obvio que algo fundamen­tal había cambiado. Ahora bien, resulta arbitra­rio fijar fechas exactas ... Nos concentramos en el periodo aproximado de veinte años posterio­res a 1947 y, particularmente, en la década de 1950, con el fin de descubrir el funcionamien­to de la cooperación hegemónica. No importa qué fecha escojamos entre 1963 y 1971; segui­rá siendo patente que una de las características más importantes de la hegemonía norteameri­cana fue su brevedad.

Hacia el ocaso de la Segunda Guerra Mun­dial, era un hecho contundente que los Estados Unidos constituían el poder líder de la econo­mía política mundial, con respecto a cada uno de los recursos . . . esenciales para la hegemonía: productividad en manufactura, y control sobre capital, mercados y materias primas. Después de la guerra, los Estados Unidos emplearon la mayoría de estos recursos para obtener aquello que Albert Hirschman ha calificado de "efecto de influencia" del abastecimiento de algo valio­so a otro país . De manera específica, la influen­cia norteamericana se apoyó en tres conjuntos

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404 La ley internacional, el gobierno mundial y la economía política mundial

principales de beneficios, a los que sus asocia­dos se hicieron acreedores luego de unirse a re­gímenes satélites de Norteamérica y rendir pleitesía al liderazgo de los Estados Unidos ...

1. Un sistema monetario internacional estable, di­señado expresamente para facilitar comercio y transferencias internacionales libres. Esto implicaba que los Estados Unidos administrarían el sistema monetario con un sentido de responsabilidad, brin­dando liquidez internacional suficiente, mas no ex­cesiva.

2. Abastecimiento de mercados abiertos para los productos. Los Estados Unidos trabajaron activa­mente para reducir aranceles, y encabezaron las presiones tendientes a eliminar toda restricción de carácter discriminatorio, aunque toleró la discri­minación regional por parte de países europeos y permitió a estos últimos que levantaran barreras temporales de posguerra durante el periodo de es­casez de dólares.

3. Acceso al petróleo a precios estables. Los Estados Unidos, y las compañías norteamericanas, sumi­nistraron a Europa y al]apón petróleo provenien­te del Oriente Medio, donde las corporaciones petroleras norteamericanas tenían manga ancha, y en emergencias tales como la que se presentó en­tre 1956-1957, lo suministraron los propios pozos de los Estados Unidos.

CONCLUSiÓN: EL VALOR DE LAS INSTITUCIONES

· . . [L]a capacidad y la voluntad de los Estados Unidos en cuanto a destinar cuantiosos recur­sos a la preservación de regímenes económicos internacionales han mostrado una severa deca­dencia desde mediados de la década de 1960. · . . Parece poco probable que los Estados Unidos vuelvan a asumir esa posición de predominio de que gozaron durante la década de 1950. · .. En consecuencia, si hemos de vivir en coo­peración, ésta habrá de ser una cooperación ca­rente d~ hegemonía.

La cooperación no hegemónica resulta difí­cil, dado que tiene que suscitarse entre estados independientes más motivados por sus propios conceptos respecto al interés propio que por una especie de devoción al bienestar común. No

hay una sola línea en este libro que menospre­cie dicha dificultad, ni tampoco predigo una nueva era maravillosa de perfecto ajuste mutuo de políticas; mucho menos una era de armonía. No obstante, pese a la tenaz persistencia de la discordia, la política mundial no es un estado de guerra. Efectivamente, los estados presentan intereses complementarios, que hacen potencial­mente benéficas algunas formas de cooperación. A medida que la hegemonía se desmorone, es probable que incluso se incremente la deman­da de regímenes internacionales, tal como lo sugieren la carencia de un régimen formal e in­tergubernamental respecto al petróleo en la dé­cada de 1950, así como la institución del mismo en 1974. Por otra parte, persiste el legado de la hegemonía norteamericana, en la forma de una serie de regímenes internacionales. Éstos crean un ambiente institucional mucho más favorable para la cooperación que el que pudiese existir bajo otros medios; resulta más fácil mantener dichos regímenes que crear otros nuevos. Su importancia radica no en que constituyen cua­sigobiernos centralizados, sino en que tienen la capacidad de facilitar acuerdos, así como la puesta en vigor descentralizada de los mismos entre gobiernos. Aumentan la probabilidad de la cooperación, mediante la reducción de los costos que implica la realización de transacciones congruentes con los principios del régimen. Crean las condiciones necesarias para nego­ciaciones multilaterales ordenadas, revisten o despojan de legitimidad a los distintos tipos de acción estatal, y facilitan el establecimiento de vínculos entre asuntos intra e interregímenes. Incrementan el grado de simetría y mejoran la calidad de la información que reciben los go­biernos. Mediante la agrupación de asuntos en los mismos foros durante un periodo prolon­gado, contribuyen a fomentar la interacción continua entre gobiernos, reduciendo cualquier incentivo de fraude, y aumentando el valor de la reputación. Mediante el estab1ecimiento de pa­trones legítimos de conducta a observar por parte de los estados, y el suministro de medios propicios para vigilar su cumplimiento, sientan las bases de una puesta en vigor descentralizada, fundamentada en el principio de reciprocidad.

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De Alter Hegemony (Después de la begempnfa) "'05 ff ,

La red de regímenes internacionales legada por la hegemonía norteamericana a la economía polí­tica internacional contemporánea ofrece una ba­se valiosa para la construcción de patrones de cooperación poshegemónicos, que puedan em­plear aquellos políticos interesados en cristalizar sus objetivos mediante la acción multilateral.

La importancia que revisten los regímenes para la cooperación, sustenta la afirmación ins­titucionalista ... de que las instituciones inter­nacionales contribuyen a hacer efectivos los intereses comunes en la política mundial. Aquí, se ha planteado un argumento en favor esta perspectiva, sin piratear preferencias cosmopo­litas bajo la rúbrica de "bienestar mundial" o de "intereses mundiales", sino con base en la hipótesis realista de que los estados son actores egocéntricos y racionales que operan siguien­do sus conceptos muy particulares del interés propio. Las instituciones son necesarias -incluso sobre estas premisas restrictivas- para poder lograr los propósitos de estado.

El realismos brinda un punto de partida con­veniente para el análisis de la cooperación y la discordia, puesto que su tirante estructura ló­gica y sus conjenturas pesimistas acerca del comportamiento de individuo y el estado fun­gen como barreras en contra de las vanas ilu­siones. Lo que es más, sugiere valiosos enfoques que nos permiten interpretar la evolución de la economía política mundial desde el fin de la Se­gunda Guerra Mundial. No obstante, precisa de revisión dado que no toma en cuenta que los conceptos de los estados en torno a sus intereses y la forma en que deben perseguir sus objetivos no sólo dependen de los intereses nacionales y de la distribución del poder mundial, sino tam­bién de la cantidad, calidad y distribución de la información. Aquellos acuerdos que resulta imposible concretar bajo condiciones de gran incertidumbre pueden hacerse factibles cuando dicha incertidumbre decrece. Los seres huma­nos, como los gobiernos, presentan conductas distintas cuando se mueven en ambientes ricos en información y cuando lo hacen en medios donde la información es escasa. La información, al igual que el poder, constituye una importante variable sistemática en la política mundial. Es

probable que los sistemas internacionales que engloban instituciones que generan un cúmulo de información de alta calidad -y que la distri­buyen sobre una base razonablemente indiscri­miada a los principales actores- experimenten un mayor grado de cooperación que aquellos otros sistemas que no incluyen tales instituciones, aun cuando los intereses de estado fundamentales y la distribución del poder sean las mismas en cada sistema. No se debe eliminar al realismos, dado que sus enfoques son fundamentales pa­ra la comprensión de la política mundial; no obstante, es preciso someterlo a una nueva for­mulación que refleje el impacto que ejercen las instituciones proveedoras de información en el comportamiento del estado, incluso ante la per­sistencia de un egoísmo racional.

Así, al considerar la cooperación después de la hegemonía, necesitamos pensar en las insti­tuciones. Toda teoría que califica a las institu­ciones internacionales de insignificantes nos impide la comprensión de aquellas condiciones bajo las cuales los intentos de cooperación de los estados, en favor de sus propios intereses, serán fructíferos. Esto es especialmente cierto en la economía política mundial contemporá­nea, puesto que se encuentra provista de una serie de regímenes internacionales de importan­cia, creados bajo condiciones de hegemonía norteamericana pero que, pese a esto, facilitan la cooperación incluso despúes del desgaste del predominio de los EE.UU. Aparentemente, aho­ra nos encontramos en un periodo de transición potencial entre la cooperación hegemónica de las dos décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial y una situación innovadora, trátese del predominio de la discordia o de la cooperación poshegemónica. El predominio de la discordia o de la cooperación dependerá en gran medida de la eficacia con la que los gobiernos aprove­chen los regímenes internacionales ya estable­cidos para realizar nuevos acuerdos y garantizar el cumplimiento de los anteriores.

No obstante, la toma de conciencia en cuanto a la importancia de las instituciones -definidas a grandes rasgos como ~onjuntos de prácticas y de expectativas, y no en términos de organiza· ciones formales con impresionantes edificios

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406 La ley internacional, el gobierno mundial y la economía política mundial

sede- no. debe inducirno.s a caer en el error de viejo.s hábito.s co.nceptuales. No. es benéfico., de ninguna manera, pensar en las institucio.nes en término.s de "la paz mediante la ley" o. de un go.bierno. mundial. Aquellas institucio.nes que propician la cooperación no. o.rdenan lo. que lo.s go.bierno.s deben hacer; po.r el co.ntrario., apo.­yan a lo.s go.bierno.s en la búsqueda de sus pro­pio.s intereses, mediante la co.o.peración. Lo.s regímenes suministran info.rmación y reducen lo.s Co.sto.s de aquellas transaccio.nes co.ngruentes co.n sus precepto.s, facilitando. así lo.s acuerdo.s entre estado.s y su puesta en vigo.r descentrali­zada. Po.r ende, es engaño.so. evaluar lo.s regíme­nes co.n base en su capacidad para centralizar eficazmente la auto.ridad. Tampo.co. es necesa­rio. que las institucio.nes que promueven la Co.o.­peración sean de carácter universal. De hecho., dado. que lo.s regímenes dependen de intereses co.mpartido.s, así co.mo. de co.ndicio.nes que per­mitan la superación de problemas de acción colectiva, suelen ser más útiles cuando. una canti­dad relativamente escasa de países de o.rientación similar asumen la respo.nsabilidad de formular las reglas esenciales y de mantenerlas. Finalmen­te, las institucio.nes internacio.nales no. necesi­tan estar integradas a una red co.herente. Po.r lo. general, en la po.lítica mundial la co.o.peración es de índo.le fragmentaria: no. todas las piezas del rompecabezas se ajustarán al mo.lde.

La creación de institucio.nes en el ámbito. de la po.lítica mundial co.nstituye una empresa frus­trante y difícil. Frecuentemente, lo.s intereses Co.­munes se o.cultan a la vista del o.bservador, o. no. se pueden mantener fácilmente. Po.r o.tra par­te, la acción co.lectiva invita al proceder mio.pe: al igual que en la célebre fábula de Ro.usseau, es más pro.bable que lo.s cazado.res persigan in­dividualmente a lo.s co.nejo.s, a que co.o.peren mutuamente para capturar al venado.. Pese a to­do., po.r lo. general vale la pena co.nstruir insti­tucio.nes, dado. que su presencia o. su ausencia puede determinar el hecho. de que lo.s go.bierno.s co.o.peren o. no. co.n eficiencia en po.s de o.bjeti­Vo.S co.munes. De mayo.r impo.rtancia aún es pro­curar la co.nservación de las valio.sas institucio.nes internacio.nales que co.ntinúan existiendo., pues­ro. que exige un meno.r esfuerzo preservarlas que

co.nstruir o.tras nuevas; si aquéllas no. existieran, habría que inventar a la gran mayo.ría de las mis­mas. Las institucio.nes que po.seen un caudal de info.rmación y que co.ntribuyen a reducir el grado. de incertidumbre pueden propiciar el co.nsenso. en una futura crisis. Lo.s regímenes internacio.­nales, gracias a que pueden facilitar la co.o.pera­ción en asunto.s que no. se co.ntemplaro.n en la épo.ca de su creación, tienen un valo.r po.tencial que so.brepasa sus propósito.s co.ncretos. Po.r tanto., no. es po.sible evaluar tales institucio.nes exclusivamente co.n base en su desempeño. en favo.r del interés nacio.nal que se percibe en un mo.mento. dado.; muy po.r el co.ntrario., el juicio. adecuado. de su valía depende del cálculo. de la co.ntribución que po.drían o.frecer, en el futu­ro, para la reso.lución de problemas que aún no. se pueden definir co.n precisión. Tales cálculo.s deben reflejar la co.nciencia de que, en la po.lítica mundial, es probable el surgimiento. de aCo.nte­cimiento.s inesperado.s -trátese de asesinatOs, go.lpes de estado. o. incumplimientos del pago. de deudas-, y que es indispensable asegurar­no.s co.ntra tales riesgo.s.

La impo.rtancia que tienen la info.rmación y las institucio.nes, no. se limita a las relacio.nes po.lítico.-eco.nómicas entre lo.s países altamente industrializado.s, aunque éste sea el fo.co. prin­cipal del presente libro. La teo.ría que aquí se expo.ne aduce a cualquier situación de po.lítica mundial en la cuallo.s estado.s tengan intereses co.munes o. co.mplementario.s que sólo. puedan cristalizarse mediante mutuo. acuerdo.. Tal Co.­mo. hemo.s visto, también en este tipo. de reia­cio.nes privan elemento.s casi invariablemente co.nflictivo.s. Co.mo. en el "dilema del prisio.ne­ro", la mayo.ría de estas situacio.nes representaráL "mo.delo.s de mo.tivo.s mixto.s", caracterizado.s po.r una combinación de intereses co.nflictivo.s y co.mplementario.s. La creación de institucio.­nes ricas en info.rmación es tan importante en las relacio.nes entre superpotencias, do.nde la confianza es una variable clave, y en las nego.­ciacio.nes de control de armamento., do.nde el monitoreo y la verificación son esenciales, como. en la administración de las relaciones po.Htico­eco.nómicas entre lo.s países altamente industriali­zado.s. Es po.sible que la creación de instituciones

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encuentre mayores obstáculos en aquellos ca­sos donde se incluyan asuntos de seguridad, pe­ro sigue siendo igualmente indispensable para poder lograr la cooperación.

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