UNA RE-INTERPRETACION CRÍTICA DEL ESTRÉS POS-TRAUMATICA DESDE UNA ... · En español: (2003) Una...

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UNA RE-INTERPRETACION CRÍTICA DEL ESTRÉS POS-TRAUMATICA DESDE UNA PERSPECTIVA COMUNITARIA E INTERCULTURAL 1 M. Brinton Lykes Introducción En 1983 el Simposio Internacional del Niño y la Guerra reportó que el 5% de todas las víctimas de la Primera Guerra Mundial fueron civiles, mientras que la proporción ascendió al 50% en la Segunda Guerra Mundial y aún más, la figura sobrepasó del 80% en la guerra de Vietnam (UNICEF, 1986, en Summerfield, 1995). El fondo para los Niños/as de las Naciones Unidas (UNICEF) ha documentado los cambios operados en las características de las víctimas de la guerra moderna y sostiene que hoy en día el 90% de las víctimas son civiles (UNICEF, 1996). Aquellos que están marginados del poder y los recursos en la sociedad son afectados de manera desproporcionada por las guerras. El discurso que enmarca la Guerra Fría y la Doctrina de la Seguridad Nacional, que han legitimizado violaciones de los derechos humanos tales como la tortura, las masacres, las desapariciones, etc. de aquellos que son acusados de ser “comunisto” o “en contra del proyecto nacional” ha dado lugar a múltiples interpretaciones y narraciones que han surgido de conflictos contemporáneos dirigido a los intersticios de los conflictos económicos, políticos, étnicos, o raciales. Una de las múltiples narraciones que predomina en el discurso de la “pos-guerra” en el Occidente es aquella de la 1 Lykes, M.B. (2001) A critical re-reading of PTSD from a cross-cultural/community perspective. In Derek Hook and Gillian Eagle (Eds.), Psychopathology and social prejudice. Cape Town, South Africa: UCT Press/JUTA, pp. 92-108. En español: (2003) Una re-interpretación crítica del estrés pos-traumático desde una perspectiva comunitaria e intercultural. En Psicología social y violencia política. Compilado por ECAP. Guatemala City, Guatemala: Editores Siglo Veintiuno, pp. 211-240 Psychopathology and social prejudice. Cape Town, South Africa: UCT Press/JUTA, 2001, pp. 92-108.

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UNA RE-INTERPRETACION CRÍTICA DEL ESTRÉS POS-TRAUMATICA

DESDE UNA PERSPECTIVA COMUNITARIA E INTERCULTURAL1

M. Brinton Lykes

Introducción

En 1983 el Simposio Internacional del Niño y la Guerra reportó que el 5% de

todas las víctimas de la Primera Guerra Mundial fueron civiles, mientras que la

proporción ascendió al 50% en la Segunda Guerra Mundial y aún más, la figura

sobrepasó del 80% en la guerra de Vietnam (UNICEF, 1986, en Summerfield, 1995). El

fondo para los Niños/as de las Naciones Unidas (UNICEF) ha documentado los cambios

operados en las características de las víctimas de la guerra moderna y sostiene que hoy en

día el 90% de las víctimas son civiles (UNICEF, 1996). Aquellos que están marginados

del poder y los recursos en la sociedad son afectados de manera desproporcionada por las

guerras. El discurso que enmarca la Guerra Fría y la Doctrina de la Seguridad Nacional,

que han legitimizado violaciones de los derechos humanos tales como la tortura, las

masacres, las desapariciones, etc. de aquellos que son acusados de ser “comunisto” o “en

contra del proyecto nacional” ha dado lugar a múltiples interpretaciones y narraciones

que han surgido de conflictos contemporáneos dirigido a los intersticios de los conflictos

económicos, políticos, étnicos, o raciales. Una de las múltiples narraciones que

predomina en el discurso de la “pos-guerra” en el Occidente es aquella de la

1 Lykes, M.B. (2001) A critical re-reading of PTSD from a cross-cultural/community perspective. In Derek

Hook and Gillian Eagle (Eds.), Psychopathology and social prejudice. Cape Town, South Africa: UCT

Press/JUTA, pp. 92-108. En español: (2003) Una re-interpretación crítica del estrés pos-traumático desde

una perspectiva comunitaria e intercultural. En Psicología social y violencia política. Compilado por

ECAP. Guatemala City, Guatemala: Editores Siglo Veintiuno, pp. 211-240 Psychopathology and social

prejudice. Cape Town, South Africa: UCT Press/JUTA, 2001, pp. 92-108.

“víctima/sobreviviente” quien padece del estrés pos-traumática (PTSD) (American

Psychiatric Association, 1994). De esta manera, en el contexto del campo de la guerra

moderna, los trabajadores en el área de la salud mental (que incluyen psiquiatras,

psicólogos y trabajadores sociales) se pueden encontrar en las zonas de conflicto armado

y, más específicamente, como protagonistas en los múltiples campos de recuperación,

restauración, y reconciliación que caracterizan el surgimiento de tal terror.

Los psicólogos contemporáneos y los trabajadores de salud mental ofrecen un

determinado número de respuestas a los sobrevivientes del tipo de horror vivido en la

guerra moderna. Normalmente ellos enfocan sus intervenciones sobre los efectos de la

guerra en las poblaciones civiles, describiendo síntomas psicológicos y comportamientos

observados. Este grupo de respuestas primero se dio en el estudio de las reacciones de

soldados a la guerra y tiene una larga tradición dentro de la psicología y la psiquiatría.

Entre otros, Starcevic y Durdic (1993), trazan su origen a los “corazones irritables” de

los soldados, al inicio de la guerra civil en Estados Unidos. Hay consenso (ver, por

ejemplo, Kleinman, 1995; Bracken, et al., 1995, entre otros) que las caracterizaciones de

los efectos psicológicos de la Primera Guerra Mundial para los soldados descritos como

“capa protectora del impacto” ó “neurosis de la guerra” y también de los combatientes de

la Segunda Guerra Mundial como “síndrome de sobreviviente,” “fatiga de combate” ó

“cansancio de la batalla,” son antecedentes clínicos de los síntomas y síndromes que ser

reflejan en el diagnóstico conocido como estrés pos-traumática (PTSD). Los demás

antecedentes se han trazado a, por ejemplo, la discusión de Lindemann de las secuelas

psicológicas de sobrevivir el incendio del club nocturno en Boston en la década de 1940

(Lindemann, 1979).

Cuando los que crearon la tercera edición del Manual Diagnostico y Estadística de

los Desordenes Mentales (DSM-III) (American Psychiatric Association, 1980)

presentaron el término en 1980 asociándolo con mayores causantes de tensión, que

incluye experiencias en los campos de concentración, tortura, bombardeos y desastres

naturales, incluyeron categorías diagnósticas previas tales como el síndrome pos-tortura y

el síndrome del trauma de violación bajo PTSD. Consecuentemente, este discurso

aparentemente contemporáneo sobre la enfermedad de los sobrevivientes de la violencia

política no es de ninguna manera nuevo ó reciente. Lo que sí es verdad es que tal vez lo

nuevo es la medida en que esto se ha popularizado en la cultura occidental, y la medida

en que los psicólogos, psiquiatras y otros trabajadores de la higiene mental han

convencido las agencias internacionales, incluyendo Las Naciones Unidas, de la

importancia de incorporar el trabajo de la salud mental dentro de las respuestas rápidas y

de largo alcance a la guerra, desastres naturales, y otras “circunstancias excepcionalmente

difíciles.”

Esta estrategia de tratar con los efectos del trauma, aplicado en muchas partes del

mundo tanto a niños y niñas como a adultos en situaciones de violencia organizada, está

imbuida en las concepciones médicas anglosajonas de enfermedad, donde los síntomas

seleccionados e indicios de comportamiento proveen evidencia de PTSD u otras

“enfermedades.” Sin embargo, aunque superficialmente esto no sea una cuestión mala ó

problemática, muchos han sugerido que la tendencia a comprender los efectos de la

guerra, la violencia patrocinada por el estado, y la opresión estructural, basada en el

marco biomédico del desorden del estrés-pos traumático (PTSD), limita gravemente el

entendimiento disponible a aquellos que tratan de acompañar a los sobrevivientes,

categorizando como problemas mentales ó enfermedades lo que fundamentalmente son

fenómenos económicos, políticos, culturales, y psicológicos.

Bracken et al. (1995), entre otros, han criticado los supuestos sobre los cuales se

basa el modelo del estés pos-traumática (PTSD) en psiquiatría y medicina. En síntesis,

esta crítica demuestra que la ontología del modelo nos pone al individuo al centro de la

moralidad y la cosmología, lo mismo que asume la universalidad de los contenidos y

formas del desorden mental. Sin embargo, como observa Kleinman (1987), por el hecho

de poder identificar un fenómeno similar en diferentes situaciones no significa que ello

sea universal. A pesar de esto, las modalidades terapéuticas desarrolladas en respuesta a

estos síndromes, que se basan en “la curación por medio del habla” ó “intervenciones

biomédicas,” son consideradas importantes a través de las culturas. Lock (1982),

Marsella y White (1982/1989), Bracken (1993) y Kleinman (1995), entre muchos otros,

han argüido lo contrario (Ver también el ensayo por Eagle en este volumen). El presente

capítulo contribuye al debate actual sobre el PTSD con un enfoque en recursos

seleccionados dentro de la psicología y las ciencias sociales, más ampliamente, que busca

romper el conjunto epistemológico y ontológico con los usos normativos actuales con el

PTSD. Esto sostiene que podemos entender mejor y podemos responder con más

efectividad a la guerra y la violencia patrocinada por el estado y sus secuelas

psicosociales a través de una lectura crítica de los diferentes contextos, el socio-político,

cultural, e histórico que definen y son definidas por estas experiencias de la violencia.

Específicamente, este capítulo sugiere algunas formas por las cuales las representaciones

simbólicas, las teorías constructivistas, el discurso de los derechos humanos, y la

psicología de la liberación constituyen recursos para la reubicación del trauma. Por

medio de un ejemplo específico de investigación intercultural y participativa, basada en

la comunidad, entre mujeres Maya-Ixiles de Guatemala, el presente capítulo demuestra la

forma en que la perspectiva crítica, que describe, informa una intervención con

sobrevivientes locales y la manera en que esta intervención contribuye a rehacer vida en

una comunidad local y volver a teorizar lo que es el trauma. Finalmente, este capítulo

explora posibilidades similares de construir significados y praxis en el Cono Sur del

continente Africano.

Rompiendo el conjunto epistemológico

Pese a las contribuciones hechas a través del reconocimiento de las necesidades

psicológicas de los sobrevivientes de la guerra y la violencia patrocinada por el estado,

muchos investigadores y trabajadores de campo han mantenido que las actuales

construcciones de las secuelas de la guerra, son inadecuadas ó no representan las

realidades complejas referentes a dichas experiencias. Inicio mi discusión con la

clarificación de algunas limitaciones del PTSD sugeridas por aquellos que estudian los

efectos de la guerra desde dentro de este ambiente discursivo limitado.

Contextualizando al sujeto

La revisión de los trabajos de investigación realizada por Jensen y Shaw (1993)

sobre los efectos de la guerra en los niños, niñas, y jóvenes, concluyó que se ha avanzado

en corregir errores metodológicos en el área, por ejemplo, la falta de grupos adecuados de

control y problemas de auto-reportaje y datos retrospectivos, de esta manera facilita

mejor entendimiento de la dimensión compleja de las reacciones de los niños, niñas, y

jóvenes en las situaciones de guerra. Estos autores recomiendan ampliar el enfoque

individual sobre los niños y jóvenes e incluir la familia y la comunidad, es más, ellos

también recomiendan que cambiemos nuestro interés predominante en las consecuencias

psicopatológicas de la guerra (que predomina en la literatura) a estudiar los efectos de la

guerra en el comportamiento, los valores, y el desarrollo de los niños. Cairns (1996) da

sugerencias similares en sus estudios múltiples de “los niños y las niñas de las

dificultades” (The Troubles) en el norte de Irlanda. Este autor recomendó un enfoque en

un modelo contextualizado (siguiendo a Bronfenbrenner, 1979) y en variables más

positivas que incluyen las creencias y los valores sociales, que constituyen un paso que se

aleja de patologizar a la víctima descrita con anterioridad y en investigaciones anteriores

que evalúan el PTSD en los niños, pero que sin embargo tiende a perpetuar un enfoque en

un individuo quien es afectado por variables exógenos de un contexto social y quien

posee o no posee una característica resultante. De esta forma, a pesar de los avances, el

discurso permanece limitado por el individualismo de la ideología occidentale, la cual fue

objeto de crítica anteriormente.

Ubicación histórica del PTSD

Judith Herman analizó el surgimiento del PTSD como un modelo de

construcción-de-significados sobre los efectos de la violencia política y doméstica en el

contexto de dos movimientos sociales en los Estados Unidos: la resistencia popular a la

guerra de Vietnam y los movimientos contemporáneos sociales de mujeres,

particularmente los movimientos contra la violencia a la mujer. La autora mantiene que:

El estudio sistemático del trauma psicológico en consecuencia depende del

soporte de un movimiento político. En efecto, si tal estudio puede llevarse a cabo

o puede discutirse en público constituye en sí una cuestión política. El estudio del

trauma de la guerra se legitimiza solamente en un contexto que desafía el

sacrificio de la gente joven en la guerra. El estudio del trauma en la vida sexual y

doméstica se legitimiza solamente en un contexto que desafía la subordinación de

la mujer y los niños (Herman, 1992, p. 9).

La ubicación histórica de la autora, de los orígenes de esta teoría, clarifica una

contribución importante en la reconstrucción del PTSD, como reacción a las teorías

psiquiátricas tradicionales que no pudieron reconocer los recursos ambientales del trauma

extremo. El análisis que ella hizo fue de los primeros que pusieron en claro la naturaleza

social e histórica de esta “construcción científica,” esto está en contraste a aquellos que

atribuyen el desarrollo del sistema de clasificación exclusivamente a la reflexión

científica, profesional, y objetiva. A través de su propia investigación y práctica clínica,

Herman también amplió los conocimientos existentes de trauma al enfatizar su carácter

continuo y crónico en contextos, por ejemplo, de guerra continua y abuso en la familia.

Sin embargo, pese a estas contribuciones, ella soporta el modelo médico en la

construcción de significados en el trauma y sus efectos y ella no capta las dimensiones

sociales y comunitarias del trauma, características que permanecen como variables

exógenos en su modo.

Hacia la aproximación de un nuevo marco teórico: La ubicación histórica del sujeto.

La investigación sobre el Holocausto (Fine, 1998) y la detención, por Estados

Unidos, de aquéllas personas de descendencia japonesa durante la Segunda Guerra

Mundial (Nagata, 1993) nos provee una percepción crítica en la forma en que el trauma

político del pasado se vive en la actualidad, en la psique y en el curso de vida de aquellos

que experimentaron el trauma directamente, lo mismo que sus descendientes. El pasado

vuelve al presente a través de la dinámica ínter-generacional de las familias. En ambos

casos se ha encontrado el silencio, paradójicamente tal vez para ser un recurso de

transmisión de lo que hay no puede decirse. El silencio protege al sobreviviente y aún

así, el silencio "da voz" en la imaginación de los hijos de sobrevivientes y es más, en los

descendientes de éstos se dan fantasías y especulaciones que en veces se aproxima o

sobrepasan los horrores históricos y las experiencias vividas.

Las vidas privadas de individuos y períodos significativos de conflictos políticos

y traumas sociales se analizan conjuntamente en este proyecto de investigación. En

términos de Erikson, según Hareven (1992), éstos volvieron a enfocar la atención sobre

“el encuentro entre la historia de la vida personal y el movimiento histórico” (p.271).

Visto desde la perspectiva de la psicología crítica, ellos se han adherido al individuo

descontextualizado de la investigación psicológica moderna (Gergen y Davis, 1985) y la

experiencia histórica y colectiva de grupos proveedores de identidad (Ver Liem, 1999

para la elaboración de estas ideas y otros ejemplos).

Trauma: Experiencia vivida colectivamente

La presentación que hace Punamaki a una serie especial de tres volúmenes de la

Revista internacional de la salud mental (International Journal of Mental Health)

identificó varias limitaciones graves de la psicología tradicional y teorías psiquiátricas de

trauma y tensión. Ella sugiere que las teorías tradicionales (por ejemplo, las

anglosajonas) “presentan la esencia de ser víctima de la violencia y la represión inducida

políticamente (1989, p. 4; énfasis mío). “El concepto implícito del ser humano, el asumir

la universalidad de las respuestas psicológicas y la incapacidad de describir con precisión

la interacción del desarrollo que se da entre los campos psicológicos y socio-políticos, lo

mismo que para captar tanto la dimensión colectiva como la dimensión individual de la

psique humana” (Punamaki, 1989, p. 5) de las teorías, limitan su utilidad para entender la

guerra y sus efectos. La incapacidad de describir lo que Punamaki llama “la[s]

dimensión[es] colectiva [as] de la psique humana” se hace evidente en un trabajo reciente

de Summerfield (1995), quien deduce de sus experiencias en Nicaragua lo mismo que de

sus lecturas sobre los sobrevivientes de Vietnam, la guerra de Falklands/Malvinas de

1982, la Intifadah de Palestina en Gasa y en el territorio de occidente (West Bank), y la

guerra racista patrocinada por el estado en contra los habitantes de Soweto. Él mantiene

que en cada uno de estos contextos no es solamente el individuo quien se traumatiza pero

incluye el ambiente, en donde las instituciones sociales y culturales sufren rupturas. Por

lo tanto, cualquier entendimiento de trauma debe entenderse desde su contexto social,

cultural, y político a través del tiempo y no debe interpretarse como una entidad

relativamente estática localizada que debe entenderse solamente en los individuos. En lo

que queda de este capítulo yo mantendré que en orden a desarrollar dicho entendimiento

de trauma, uno tiene que volver a tomar su posición como un conocedor de los contextos

histórico, cultural, y político de aquello que uno busca conocer, situando el trabajo de uno

dentro de un marco interdisciplinario y basándose sobre epistemologías psicológicas

alternativas y prácticas con los sobrevivientes.

Análisis profundo y reconstrucción: Posicionalidad de los conocedores y lo

conocido2

Siendo mujer, blanca y educada de Estados Unidos, cuyo gobierno patrocinó el

golpe de estado del gobierno electo democráticamente de Guatemala en 1954, soy

consciente de mi ubicación de “extranjera” en mi trabajo de campo en el área rural de

Guatemala. Esta ubicación dentro de una praxis de solidaridad y lucha colectiva informó

el desarrollo de una metodología de acción-investigación participativa en el campo que

me ha permitido reinterpretar lo que es el trauma en el área rural de Guatemala,

explorando algunos de los aspectos no-funcionales ó simbólicos del terror y múltiples

significados de trauma conjuntamente construidos con mujeres Mayas y menores a

quienes he acompañado desde mi posición de científica social y activista en solidaridad.

Las investigaciones basadas en premisas positivistas y en un modelo médico

formulan hipótesis de un sujeto separado (por ejemplo, el niño) que vive un objeto (por

ejemplo el terror), en un espacio sin tiempo y crea significados desde las atrocidades y

terror por medio de las descripciones de sus efectos, a nivel individual, confiando en un

número delimitado de instrumentos para informar el entendimiento. En contraste, las

interacciones construidas entre el investigador y el sujeto a través del tiempo constituyen

recursos de los datos que se aproximan más a las bases adecuadas del conocimiento que

los datos recogidos con instrumentos de investigación más tradicionales. E igualmente

2 Algunas palabras de cautela: He escrito y he hablado de muchos ejemplos de guatemaltecos involucrados

en resistencia basada en participación –organizada en uniones de trabajadores, organizaciones campesinas y

Mayas, grupos de iglesias y en las comunidades de poblaciones en resistencia en el altiplano guatemalteco

y otros más. Las ideas presentadas aquí, de ninguna manera niegan mi profundo respeto y admiración por el

testimonio de esta gente valiente quienes rompen el silencio por medio de resistencia pública y/ó

sublevación ó para aquéllas comunidades Mayas, ejemplo, algunos pueblos Ki´che´s que no fueron muy

directamente impactados por la guerra y respondieron por medio de mayor unidad. En este capítulo yo trato

más bien de explorar una cara menos tratada, pero de importancia, del terror y otras versiones de

sobrevivencia, silencio, y la voz.

importante es la interacción entre el investigador y el sobreviviente porque crea un

contexto por el cual algunas de las múltiples versiones de la sobrevivencia de éste son

construidas y/ó expresados. En la subsiguiente discusión hago un sumario breve de las

contribuciones para reubicarme dentro de un marco interdisciplinario y describo cómo

mis interacciones de investigadora-activista en una comunidad de sobrevivientes han

contribuido a facilitar una reinterpretación de los significados del trauma en un contexto

rural Maya. Finalmente exploro las implicaciones o posibles aplicaciones de tal trabajo

en el contexto de Sudáfrica.

Comprendiendo lo que es el terror: Inscripciones en el cuerpo

Como indiqué anteriormente, los civiles constituyen la mayoría de aquellos

afectados por la guerra contemporánea y las desigualdades en las relaciones sociales del

poder y los recursos que han dado lugar al origen de muchas guerras civiles en la

actualidad. Los reportes anuales de UNICEF (ver http://www.unicef.org/sow00), lo

mismo que una gran variedad de estadísticas publicadas (ver, por ejemplo, Kidron &

Segal, 1995; Seager, 1997; Smith, 1997) documentan tasas altas de mortalidad infantil,

niveles dramáticos de pobreza extrema y absoluta, expectativas de vida reducidas,

pobreza en el cuidado de la salud, y altos niveles de analfabetismo, particularmente en las

áreas rurales y entre las mujeres en la mayor parte del mundo, en los lugares donde

muchas de las luchas armadas se han llevado a cabo en las décadas a finales del siglo XX.

La naturaleza engendrada de la violencia en estas guerras ha sido puesta en relieve

recientemente (Ver Agger, 1994; Aron et al., 1991; Lykes et al., 1993), y el caso de

Guatemala no es excepción. La extrema pobreza de las mujeres lo mismo que las

violaciones serias de los derechos humanos de ellas han sido ampliamente documentadas

por La Comisión del Esclarecimiento Histórico (CEH, 1999) y el informe de la

arquidiócesis de Guatemala, Nunca Más (ODHAG, 1998). Debido a su arraigamiento en

las comunidades locales y la marginalización histórica, muchas mujeres similares a

aquéllas de Guatemala tendrán menos posibilidades de dar testimonio sobre la violencia

cometida contra ellas mismas, enfocando más bien en sus familias y las comunidades

como sitios de violación. A pesar de todo esto, tenemos conocimiento, por medio de

informantes claves, que tanto niñas como mujeres fueron repetidamente violadas, fetos

arrancados de los vientres de mujeres en cinta que fueron golpeados contra árboles para

darles muerte y mujeres torturadas frente a sus hijos y menores torturados frente a sus

padres (ODHAG, 1998, 1, pp. 91-2, entre otros). Además, las mujeres tuvieron más

probabilidades de sobrevivir estos actos de terror, frente al peso agregado de las

consecuencias de la violencia en el orden material y psicológico.

Comprendiendo lo que es el terror: Entendiendo lo simbólico

Tales indicadores económicos y de derechos humanos sitúan los costos materiales

de la guerra. Algunos antropólogos han tratado de entender el significado simbólico de

tales inscripciones dentro de su contexto, ofreciéndonos imágenes importantes que han

informado el pensamiento y la práctica de un pequeño pero creciente número de

psicólogos quienes buscan modelos alternativos para conceptualizar el trauma. Por

ejemplo, en su análisis de la contra-insurgencia guatemalteca, Davis describe los

“objetivos” del terror “para generar una actitud de terror y miedo –una cultura del miedo

–en la población indígena, asegurando que nunca más daría soporte o se aliaría a un

movimiento guerrillero marxista” (1988, p. 24). Adams (1988, 1989) describe el

funcionamiento de la “cultura del miedo” que permea la vida en Guatemala alrededor de

medio siglo como parte de la dinámica de las interacciones Maya-ladino que han sido

intencionalmente manipuladas por la fuerza armada. El origen de esto según Adams se

da en la conquista que buscó no solamente conquistar pero también asegurar la

sobrevivencia de la labor nativa.

Falla (1984) se refiere a experiencias similares de terror como el “genocidio

parcial.” Este término sugiere tanto la intención militar de destruir y sembrar el miedo,

por lo tanto controlando la población entera, como mantener mano de obra barata para

soportar un sistema económico de desigualdad y represión en el país. El “programa de

armas y frijoles” del ejército de la década de 1980 –represión intensa acompañada de

asistencia – ejemplifica estos objetivos duales (ver, por ejemplo, America’s Watch

Committee, 1982), y para muchos Mayas contemporáneos significa no solamente

estrategias contemporáneas de contra-insurgencia pero resimboliza relaciones represivas

anteriores entre los españoles y ancestros. Además, “Una conquista que falla en

exterminar o asimilar a los conquistados inevitablemente deja como saldo una población

con identidades divididas” (Adams, 1988, p.284).

Uno no puede entender la guerra en Guatemala sin aproximarse a un

entendimiento de sus significados simbólicos como se manifiestan a través del tiempo en

el punto donde el pasado y el futuro convergen, por ejemplo, el aparente presente que

nunca deja de ser. El terror, crea de esta manera una situación de “anormalidad-normal”

(Martín-Baró, 1989; Taussig, 1986/1987) ó “terror como siempre.” El estado calla la

población por medio del terror, explorando el miedo de una forma particular.

En su exploración del terror y las funciones del mismo, en los años de la dictadura

más reciente en Argentina (1976-1983), Suárez-Orozco (1990, 1991) considera la

capacidad simbólica del terror de amenazar la cultura y la subjetividad social. Su trabajo

abarca tanto la dimensión espacial como la temporal dentro de las cuales el terror se

conceptualiza tradicionalmente. Las fuerzas destructivas del terror afectan a la

comunidad y la cultura a través de las generaciones, no solamente el individuo en el

tiempo en que vive (Danieli, 1998). Como mantenía, con anterioridad (Lykes, 1996), el

terror no sólo destruye el presente pero forja repensar sobre el pasado y amenaza

profundamente el futuro por medio de sus efectos destructivos e incapacita la próxima

generación de afirmar su ser cultural.

Reinterpretación del trauma desde una perspectiva liberadora

Dentro de tales contextos, la psicología de la liberación y las estrategias de

acción-investigación participativa, con base en la comunidad, fundamentado en el

protagonismo de actores locales, desafía un modelo médico y positivista, universalista,

estrategias de investigación objetivas y basadas en el laboratorio y sus aplicaciones.

Martín-Baró (1990), psicólogo social salvadoreño, mantuvo que los efectos posteriores de

la represión política llevada a cabo por el gobierno fue uno de los problemas más

espeluznantes que confrontan los estados latinoaméricanos en espera de poder establecer

gobiernos democráticos. Él enfatizó que además del daño a las vidas personales, se han

dañado también las estructuras sociales mismas, por ejemplo, las normas, los valores y

principios por los cuales la gente se educa y se dañan las instituciones que gobierna la

vida de los ciudadanos. “El trauma social afecta a los individuos precisamente en su

carácter social, es decir, en su totalidad, como un sistema”(Martín-Baró, 1994, p. 124).

Se han identificado similitudes entre los trabajos de Martín-Baró y los escritos

anteriores de Fanon (1967) en Argelia y más recientemente, entre aquellos y la psicología

de la liberación en los movimientos anti-separatistas de Sudáfrica (ver Dawes, 2001;

Lykes, et al., en prensa). Estos trabajos sitúan las luchas de la gente oprimida dentro de

relaciones estructurales y sistémicas, se separa de construcciones individualizadas, de

problemas característicos de los paradigmas psicológicos y enfocan en las relaciones

colaborativas entre las comunidades locales y psicólogos. A éstos se les recomienda

desarrollar nuevas habilidades y papeles a jugar que incluyen, pero que no se limitan a ser

defensores y partidarios.

Dentro de este marco alternativo, el trauma no es principal ó exclusivamente un

fenómeno intrapsíquico, más bien se concibe como psicosocial. El trauma psicosocial

refleja un proceso dialéctico, por ejemplo, esto “reside en las relaciones sociales, de los

cuales, el individuo forma solamente una parte” (Martín-Baró, 1994, p. 124). Martín-

Baró sostiene además que “el trauma psicosocial puede ser una consecuencia normal de

un sistema social que se basa en relaciones sociales de explotación y opresión

deshumanizante” tales como aquellos en los tiempos de guerra del Salvador (1994, p.

125). El trauma se convierte en un evento normal, no en una aberración. Bajo

circunstancias normales, el asesinato de individuos, la desaparición de seres amados, la

inhabilidad de distinguir la experiencia de uno de lo que dice la gente que es tal

experiencia (y cuando uno hace la diferencia, el temor de dar su punto de vista), la

militarización de las instituciones, y la polarización extrema de la vida social se toman

como normales. Uno de los efectos de la guerra del Salvador según Martín-Baró (1994)

es que la persona típica acepta estas experiencias como normales.

Basándose sobre la teología y la educación de la liberación en América Latina

(ver por ejemplo, Freire, 1970, 1973; Gutiérrez, 1973/1988), Martín-Baró sostuvo que

una psicología que podría explicar y responder a estas realidades deberían incluir: (1) un

enfoque sobre la liberación de todo un pueblo (por ejemplo, la colectividad) lo mismo

que una liberación personal; (2) una nueva epistemología en la cual la verdad de la

mayoría popular no es encontrada, pero es creada, en donde la verdad es construida

‘desde abajo’; y (3) una nueva praxis, en donde nosotros nos colocamos dentro del

proceso de acción-investigación junto al dominado u oprimido y no al lado del opresor ó

dominante (Martín-Baró, 1994).

Reflexividad y construcciones contemporáneas de trauma

Dentro de una psicología liberadora se nos presenta el desafío de clarificar los

significados que hacemos desde abajo. Los constructivistas sociales consideran que estos

significados no son representados adecuadamente al categorizar los síntomas o síndromes

(Aron et al., 1991). Más bien ellos son co-construidos por aquéllas personas que las

viven en las interacciones (por ejemplo, el terapeuta con su cliente) en un tiempo, cultura,

y espacio sociohistórico particular (Agger, 1994; Gergen, 1994, 1997). El diálogo y la

participación son estrategias críticas para la construcción del conocimiento y

entendimiento que son inherentemente cargados de valores, no son neutros de valor. Este

proceso de construir significado puede por lo tanto, ser mejor comprendido dentro de los

contextos histórico y cultural de los actores, por ejemplo, por medio de una descripción

detallada de los eventos o la representación de experiencias como fueron construidas o

reconstruidas por los sobrevivientes en diálogo y/ó interacción con aquellos quienes los

acompañan, en nuestro caso, psicólogos (Lykes, 1996).

Los psicólogos feministas y teóricos críticos mantienen que, siendo psicólogos,

somos desafiados a analizar los efectos que encontramos dentro de los contextos de la

generación de conocimientos, en los cuales trabajamos, cuando entramos en contacto con

clientes en actividades terapéuticas o con participantes en nuestros trabajos de

investigación (ver Fine, 1992; Lather, 1991; Maguire, 1987, entre otros). La práctica de

la reflexividad dentro de las comunidades locales en contextos de guerra y hacer la paz ha

contribuido en forma particular hacia el entendimiento de lo que es el trauma psicosocial

(ver por ejemplo, Lykes, 1996; Zur, 1998). Un ejemplo del Perú aclara este punto dentro

del discurso terapéutico.

Kreimer (1994), una antropóloga y terapeuta peruana sostiene que, como “otra”,

ella frecuentemente representa y vuelve a simbolizar el opresor para sus clientes, por

ejemplo, el origen de la marginalización, opresión o violencia que creó la situación del

sobreviviente. Desde su lugar de “foránea” ella tuvo que aprender a estar dentro de los

múltiples sistemas de significados del marginado, por ejemplo, el significado de

enmendar o recuperación dentro de sus experiencias culturales. Para acompañar en un

proceso de reparación o recuperación en las comunidades Quéchuas, afectadas por la

violencia de estado en el Perú, fue necesario para ella entender que para estas

comunidades, la recuperación puede significar la reconsideración de todos los aspectos de

la vida y efectivamente comenzando todo nuevo. Este entendimiento está enraizado en

su idioma y se encuentra en el centro de sus experiencias sociales. El fracasar en el

entendimiento de la lógica interna y la visión de la vida de la gente con quienes

trabajamos arriesga mal entender los “problemas” ó hacer lo contrario de lo que

esperamos emprender.

Kreimer encontró que pensar culturalmente y reflexivamente sobre el trabajo

entre las comunidades indígenas también de manera implícita, afirma los derechos de

estos pueblos indígenas a sus creencias colectivas, por ejemplo, su visión de la vida. Sin

embargo, como Long y Zietkiewicz (2001) nos advierten que nosotros, no debemos de

reemplazar un pensamiento biomédico reduccionista con una interpretación igualmente

reduccionista de sistemas de significados tradicionalistas o indígenas. Como “foráneos”,

nosotros los occidentales necesitamos estar atentos a las múltiples interpretaciones

presentes en el contexto del trauma psicosocial, interpretaciones que incluye cómo somos

interpretados como el “otro” y cómo reinterpretamos a nuestros colegas, nuestros

colaboradores y a nosotros mismos en este espacio co-construido.

Construyendo significados alternativos de trauma con comunidades locales

Mi acceso a la construcción de significado Maya es limitado pero también

facilitado por muchos años de conocer a sobrevivientes en Guatemala. Estas

interacciones han orientado profundamente mis experiencias de Guatemala, de esta

manera han contribuido a mi entendimiento sobre la vida en un contexto de guerra a la

vez que me recuerdan de los límites de mi conocimiento.

Los investigadores que me anteceden han encontrado que los efectos psicológicos

que se han identificado en los niños y niñas sobrevivientes de Guatemala, por ejemplo, no

difieren significativamente de aquellos que se han identificado en sobrevivientes de otros

países (ver Lykes, 1994, para un resumen de estas conclusiones). Sin embargo, como he

mantenido en párrafos anteriores, enlistar los síntomas ó diagnosticar los síndromes,

apenas si toca algo de esta realidad. ¿Qué significa para el niño o la niña Maya perder su

tierra, ver su casa y las siembras y su traje tradicional quemar? Esto no es simplemente el

efecto acumulativo de la experiencia traumática. El cuerpo Maya colectivo ha sido

profundamente herido, es decir, un cuerpo que constituye en su profunda particularidad

en la vida individual de sobrevivientes, un cuerpo que es profundamente comunal. Es esa

vida colectiva, -hecha de las hormigas, los árboles, el maíz, los animales domésticos y los

seres humanos unidos a través de las generaciones –que ha sido arrancada de sus raíces y

es errante en la tierra. Y esta tierra ha sido quemada, con cicatrices, que no sólo refleja

sino también marca las cicatrices de las comunidades. La quema de siembras no sólo

refleja la destrucción de la subsistencia ó la sobrevivencia física pero representa también

un ataque a un símbolo que sobre todo representa a la gente, por ejemplo, que representa

la subjetividad social Maya. Por lo tanto, lo que ha sido destruido es más amplio en su

dimensión que la noción de trauma interno e individual, por ejemplo, esto es cultural y

colectivo. E igualmente importante es el hecho de que el trauma psicosocial se extiende a

través del tiempo. La destrucción de arquetipos culturales y metáforas, aniquila ó limita

profundamente la posibilidad de la próxima generación de afirmar aspectos de su vida

cultural. Solamente un entendimiento profundo de la vida Maya y sus tradiciones puede

producir teorías más adecuadas para trabajar con estos niños sobrevivientes.

Las metodologías de las ciencias sociales tradicionales recomiendan estudios

longitudinales, controlados, con muestras representativas para someter a prueba hipótesis

que son derivadas de teoría y/ó trabajos de campo. Dadas las realidades políticas,

económicas y éticas de la guerra y las críticas descritas con anterioridad del modelo

médico y los métodos positivistas de las ciencias sociales, en contraste, yo he propuesto

la “investigación participativa activista” ó “estudio apasionado” (ver Dubois, 1983;

Lykes, 1989). De una manera más simple, esto es un proceso por medio del cual el

investigador acompaña al participante o al sujeto a través del tiempo, participando y

observando mientras provee recursos al participante y su comunidad. Esto refleja un

interés de entrar en el espacio de vida de otro y permitiéndole entrar lo de uno. El

entendimiento y las posibilidades de continuar en el compromiso, son construidos en

experiencias de conflicto y contradicción lo mismo que en la subjetividad compartida.

Breve descripción del contexto: Ubicando el trabajo colaborativo

El pueblo de Chajul, en donde trabajé con mujeres y niños y niñas Mayas entre

los años 1992 y 2000, está ubicado en el altiplano de Guatemala. Este es uno de los tres

pueblos que comprende un área que la fuerza armada guatemalteca designó como el

“Triángulo Ixil” en las décadas de 1970 y 1980, y se refiere a la lengua y cultura Ixiles

del área de los tres pueblos más grandes, Nebaj, Cotzal y Chajul. La población de Chajul

es predominantemente Maya-Ixil, comprende sobrevivientes locales, refugiados

retornados de México, gente que ha bajado de las Comunidades de Poblaciones en

Resistencia y otros que han sido desplazados en el país y más allá de sus fronteras. A

nivel local, los miembros de la comunidad están trabajando a través de muchas de las

dinámicas regionales y nacionales que profundamente han marcado sus vidas y han

surgido en nuevas formas después de finalizar una guerra alargada.

No hay espacio aquí para una discusión amplia de estos ocho años de

colaboración, que iniciaron con talleres basados en drama, arte, movimiento, y

creatividad con un pequeño grupo de mujeres Mayas, sobrevivientes de la violencia

descrita anteriormente. Ellas trataron de responder a sus necesidades económicas, las de

otras mujeres, niños, y niñas, sin embargo se dieron cuenta de que las múltiples heridas

inscritas en sus cuerpos y en sus comunidades les limitó. Ellas tenían la esperanza de

instalar un molino para maíz, esto permitiría a las mujeres moler el maíz por medio de

máquina, en vez de trabajo manual, a un costo bajo, por lo tanto liberándolas para otras

actividades de generar dinero. En un trabajo reciente, donde he sido co-autora, yo y mis

colegas autores describen los inicios de este proyecto, los otros dos proyectos de

desarrollo económico que nosotras iniciamos, lo mismo que otros dos proyectos

psicosociales y educativos, uno para niños y niñas y el otro con y para las mujeres de La

Asociación de Mujeres Maya-Ixiles – Nuevo Amanecer (ADMI) (Lykes et al., 1999).

Este último proyecto fue llamado FotoVoz por las mujeres.

El cambio de las realidades históricas crea nuevas oportunidades

Los acuerdos de paz firmados por el gobierno guatemalteco y las fuerzas

guerrilleras (URNG) en diciembre de 1996 incluyó el establecimiento de una Comisión

para el Esclarecimiento Histórico, que complementó el Comité arquidiocesano para la

Recuperación de la Memoria Histórica (ODHAG, 1988) y creó más espacios para hablar

de la guerra y las múltiples violaciones de los derechos humanos y el trauma sufrido en

muchas partes del país. Personal entrenado para entrevistar se dispersaron hacia el

interior de Guatemala para registrar los testimonios de sobrevivientes, esperando crear

contextos en donde aquellos callados por la guerra podrían hablar de sus realidades y

comenzarían procesos complicados de recuperación, reintegración y reconciliación.

Algunos chajulenses negaron participar –algunas debido al miedo crónico que sentían,

otras debido al personal que entrevistaba porque representaba grupos religiosos ó

tendencias políticas que no eran aceptadas o compartidas por ellos. Algunas de este

grupo, que incluían algunas mujeres de ADMI, indicaron que la gente que entrevistaba

estaba interesada en la violencia que había ocurrido hace algunas décadas, su enfoque no

era la violencia del hambre que ellas y sus familias sufrían continuamente en el momento

y donde vivían. Ellas expresaron un interés de documentar las experiencias de “la

violencia” y sus efectos en Chajul, para compartir entre sí lo que les había pasado de una

manera que les permitiría entender mejor las causas de tal horror, y a desarrollar

respuestas hacia la reconstrucción de las comunidades locales. Ellas también buscaron

comunicar sus experiencias de horror y sobrevivencia a las generaciones futuras quienes

no las vivieron personalmente y aquellos fuera de Chajul que tenían conocimiento

general de estos sucesos. De esta manera ellas trataron de “dar testimonio,” ofreciendo

espacios para compartir y recuperar a mujeres quienes aún no habían contado sus

realidades, lo mismo que recordar su pasado personal como recursos para prevenir la

repetición de dicha violencia en el futuro. La existencia de diferencias en las lenguas y la

limitada capacidad de leer y escribir, lo mismo que las tradiciones locales de contar

historias y dramatizaciones, han contribuido a que las mujeres adopten recursos creativos

de los talleres previos. Yo les presenté un proceso desarrollado por Ximena Bunster

‘fotografías hablantes’ (Bunster & Chaney, 1989) y un método de fotografía comunal

conocido como “FotoVoz” (Wang & Burris, 1994; Wang, et al., 1996), que ha sido

desarrollado en China con mujeres sin educación formal en donde se utilizaron

fotografías para influenciar las políticas de educación y salud, locales. Las imágenes

visuales no son como las otras formas de comunicación, en la medida en que las cámaras

son cada vez más accesibles y las fotografías son universalmente inteligibles y pueden ser

medios para facilitar la discusión, documentar experiencias y facilitar análisis crítico de

la realidad social y solución de problemas.

Nosotras decidimos utilizar una variación de la técnica FotoVoz para contar la

historia de las mujeres Ixiles y para documentar y comunicar las realidades de los Ixiles

por medio de imágenes y textos que las mujeres de ADMI crearían. Nosotras teníamos

interés en documentar las experiencias de la violencia, desplazamiento y pérdida,

descritas anteriormente, y sus efectos entre las mujeres y niños que ahora viven en Chajul

y aldeas vecinas. Nosotras adoptamos estrategias de investigación participativa y

FotoVoz a las realidades locales, tomando las fotografías como vehículos para reflexión

personal y comunal, comenzando en el grupo de participantes y luego, entre círculos que

cada vez aumentan más, de mujeres de Chajul y más allá de este pueblo.

A través de sus experiencias de “contar sus historias,” de sus fotografías, las

participantes han aprendido a poner las imágenes visuales en palabras e igualmente

importante es el hecho de que han aprendido a mover de una imagen internalizada y

personal, muchas veces desarrollada en un sistema de silencio impuesto por el estado, a

un entendimiento compartido de su realidad social desarrollada con otras. El contenido

particular de muchas de las fotografías ha facilitado compartir los sentimientos

profundamente retenidos sobre la violencia y sus efectos, algunos de los cuales no habían

sido socializados en la comunidad. La participación, por lo tanto, ha sido una

oportunidad de crecimiento y desarrollo personal a través del compartir historias, donde

compararon diversas versiones de sobrevivencia y reconectando y reintegrando la

comunidad por medio del desarrollo de una visión compartida hacia una acción conjunta,

para el cambio. Ana Caba Mateo, una de las participantes, describe el proyecto de la

siguiente manera:

El proyecto FotoVoz nos es muy importante porque como su nombre lo explica

Foto y Voz integra las fotografías y la voz. La voz explica lo que es la fotografía

y lo que significa. Es un camino, un guía que nos da la dirección para la solución

de nuestras necesidades como mujeres. Porque a través de las fotografías que

pueden ser leídas en un libro, uno puede ver lo que las mujeres hacen, cómo es la

rutina de su trabajo, cuáles son sus necesidades y cuáles son sus problemas. Por

medio de las fotografías con las que están trabajando, las mujeres mismas hablan

de su realidad...

Nosotras las mujeres u otra gente que ha sufrido la violencia estamos

recordando, por medio del proyecto FotoVoz, lo que hemos visto o hemos vivido

y nosotras estamos estableciendo una memoria de esto. Esto es muy importante

porque hay mucha gente joven que ahora está creciendo y no vieron este

sufrimiento y porque no lo vivieron, dudan si esto pasó. En contraste, la gente

como nosotras, quienes sufrieron y vivieron en carne propia, recuerdan esto muy

bien. Así, el entrevistar a la gente quienes lo sufrieron y vieron a sus familiares

morir, les ofrece una especie de alivio, porque cuentan lo que sucedió a otra

persona. Usted piensa ó siente que al compartir, aquélla persona está preguntando,

esperando que la violencia, esta guerra, jamás vuelva otra vez... Este proyecto

FotoVoz es nuestra búsqueda de una forma para que la gente de todas partes del

mundo nos dé su apoyo para que esta violencia y las masacres que se hicieron

jamás vuelva a pasar. Es por esto que este proyecto es de suma importancia para

nosotras (Mujeres de FotoVoz/ADMI y Lykes, 2000, p. 103).

Comparaciones más allá de Guatemala: Indagaciones del futuro

Este capítulo da el bosquejo de los pasos iniciales en un proceso de la

reinterpretación de trauma, desde la práctica concreta, con y entre los Mayas

sobrevivientes de la guerra y terror patrocinadas por el estado. Este entendimiento se

basa principalmente sobre teorías y construcciones desconocidas por los Mayas con

quienes he estado trabajando. En vez de imponer estos marcos en nuestras prácticas, he

tratado de usarlos para interpretar los discursos psicológicos dominantes sobre el trauma,

en los cuales he sido socializada como estadounidense, de la clase alta, blanca y

psicóloga académica. Yo he tratado de crear una estrategia que nos permita, como

colaboradores que cruzan las fronteras, de recontar las historias en donde desarrollamos

un discurso complejo y de textura áspera que puede ser leída por otros (Ver Mujeres de

FotoVoz/ADMI & Lykes, 2000, para un ejemplo concreto de esto). Nuestra práctica de

colaboración ha generado espacios en los cuales los sobrevivientes han dado privilegio a

su lengua y a sus sistemas de conocimiento por medio de su acceso a recursos que han

surgido en el mundo profesional del capitalismo post-moderno, tales como la cámara y la

fotografía. A través de este trabajo hemos comenzado a cuestionar los discursos

dominantes, en el Triángulo Ixil de hoy, por ejemplo, los discursos de la guerra, la

represión militar, la guerra de guerrilla, los nacionalismos Mayas, la represión

económica, los papeles tradicionales de las mujeres, y discursos reprimidos, violencia de

género, conflictos raciales entre grupos étnicos, y diferencias religiosas.

Este no es un proceso simple o directo de “dar la palabra,” pero más bien una

exploración colaborativa que está informada por múltiples discursos dentro de la

psicología, trabajos de derechos humanos, teoría del desarrollo comunitaria, y las

prácticas y los sistemas de conocimiento indígenas de las comunidades rurales Mayas.

Mujeres de diversas experiencias de vida han trabajado juntas y han generado prácticas

concretas que han sido informadas por y han informado maneras de pensar sobre el

trauma y sus efectos particulares y colectivos en Chajul. De esta manera, nosotras

estamos desarrollando y documentando formas de responder de algunas mujeres a estas

formas de trauma psicosocial. Es igualmente importante hacer ver que nosotras estamos

cambiando las condiciones materiales de algunas mujeres y sus niños y niñas de estas

comunidades.

Casos similares se pueden derivar de Sudáfrica. Como he sugerido anteriormente,

contribuciones teóricas de África del Norte informan una psicología de la liberación e

informó a psicólogos comprometidos en el movimiento anti-sectarista de Sudáfrica. Es

también significativo que una red local de grupos de ayuda mutua de sobrevivientes, con

base en la comunidad, Khulumani, ha contribuido a elevar las voces de sobrevivientes

dentro de procesos al nivel nacional, buscando la verdad y reconciliación en Sudáfrica en

el período post-1994. El trabajo de los Khulumani (ver Hahn & Segal, 1995; Segal et al.,

1997; Hamber et al., 2000) ejemplifica más la construcción social de la sobrevivencia y la

naturaleza mediadora de toda la lengua (ver Lykes et al., en prensa, para comparaciones

adicionales y discusión de este punto). Es muy significativo notar que a pesar de las

diferencias dramáticas culturales y políticas entre Guatemala y el África del Sur, la

mayoría de las poblaciones de cada país ha dado voz a sus experiencias de opresión y

resistencia, hablando en contra de la represión y la marginalización.

Mi trabajo en Guatemala y más recientemente en el Sur de África me ha ayudado

a “pensar culturalmente” sobre las experiencias de terror y sobrevivencia y a identificar

tres contribuciones teóricas diferentes hacia la reconceptualización del trauma y la

recuperación. Primero, al desafiar el enfoque de la psicología tradicional occidental en la

identidad individual, “el ser” toma voz y es representado por medio de la historia y en su

interacción como inherentemente social. Para hablar de “quién soy,” invoca la familia, la

comunidad, la fauna, la lengua, y las tradiciones de uno y la tierra. La subjetividad es

constituida colectivamente y las experiencias aquí resumidas sugieren que él “ser” del

Maya ó el Sudafricano negro del área rural se caracteriza como “subjetividad social.” A

pesar de que existe una creciente crítica de las teorías occidentales tradicionales del ser

que, aunque extensiva (por ejemplo, Gergen, 1991; Hermans & Kempen, 1993; Markus

& Kitiyama, 1991; Sampson, 1993), no ha influenciado significativamente las teorías del

trauma y sus efectos. El trabajo con los Mayas en Guatemala y entre los negros en

Sudáfrica sugiere una conexión que podría desarrollarse productivamente para ampliar

dicha crítica.

Segundo, además de las funciones comunes del terror, identificadas por activistas

de los derechos humanos y escolares, la consideración de las dimensiones simbólicas del

terror esclarece la amenaza del terror a la cultura y a la subjetividad social. Este trabajo

amplía tanto la dimensión espacial como la temporal sobre las cuales nosotras

conceptualismos el terror. Las fuerzas destructivas del terror afectan a la comunidad y a

la cultura, no solamente el bienestar interno e individual. Además, el terror no solamente

destruye el presente y forza repensar en el pasado sino que amenaza profundamente el

futuro por medio de sus efectos destructivos sobre la capacidad de la próxima generación

de afirmar aspectos de su vida cultural. La atención a las dimensiones simbólicas del

terror es, por lo tanto, crítica para aproximarse al conocimiento de las historias Mayas de

victimización y sobrevivencia y contribuye en nuestra teorización amplia sobre el trauma,

sus consecuencias y el proceso de curación.

Tercero, el trabajo entre las mujeres, niños, y niñas de Chajul lo mismo que el

trabajo de otros con familias de prisioneros políticos y negros torturados y asesinados en

África del Sur desafía críticamente aquellos que patologizan y medicalizan a los

sobrevivientes de la guerra y la violencia patrocinada por el estado. Si bien algunas de

las mujeres participantes en el proyecto aquí descrito u otras en grupos de sobrevivientes

en Sudáfrica pueden presentar síntomas característicos que pueden considerarse bajo el

criterio de PTSD, este conjunto de reacciones físicas y psicológicas capta solamente una

pequeña dimensión de lo que ellas o ellos son y en lo que van a convertirse. Es también

importante como Summerfield ha defendido “los síntomas post-traumáticos constituyen

no solamente un problema privado e individual pero también una acusación a los

contextos sociales que le han dado origen” (1995, p. 26).

Los psicólogos que tratan de trabajar en el contexto del trauma psicosocial y su

surgimiento tienen que ver más allá de los discursos de la victimización, que predomina

en nuestro campo y en nuestra sociedad, deben de participar con los sobrevivientes en

trabajos que les permita reconstruir los enlaces sociales y económicos y sus identidades

culturales. La recuperación psicológica es hilvanada en la trama de la reparación y la

justicia sociales y el tejido resultante es elaborado de las vidas de sobrevivientes y

aquellos que trabajan en la higiene mental, quienes tratan de acompañarlos. Es también

importante que estos esfuerzos cambian a medida que pasa el tiempo. Ninguno de los

sistemas ó estructuras constitutivas sociales o culturales permanecen estáticos. Los

ambientes de la pos-guerra limitan, aunque también facilita co-construcciones de nuevas

estructuras sociales e identidades sociales. Nuestros trabajos de colaboración como

mujeres EstadosUnidenses y Maya Ixiles y Ki´che´s, lo mismo que niños y niñas de

Chajul y caseríos vecinos proveen una pequeña muestra de estos procesos que se están

llevando a cabo, de recuperación, reintegración, y reparación social.

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