Una noche como cualquier otra. Verónica Pinciotti

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Plaquette literaria Edición Nº6 Verónica Pinciotti Mariana Nakama Publicación periódica breve de escritores e ilustradores independientes, disponible en su versión digital e impresa. Plaquette Nº 6 Texto de Verónica Pinciotti. Ilustrado por Mariana Nakama.

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Ediciones Piaf lo invita a formar parte de un proyecto colectivo de difusión, generando propuestas novedosas, elegantes y artísticas; creando una cadena de comunicación alternativa y masiva. Lo invitamos a formar parte de la edición digital de Plaquettes de forma gratuita. Sólo envíenos sus cuentos o poemas y adjunte una breve biografía. Pronto contará con su plaquette en nuestra página, y la difusión de la misma en ferias independientes y la vía pública. La difusión la hacemos entre todos. [email protected]

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Plaquette literaria

Edición Nº6Verónica PinciottiMariana Nakama

Publicación periódica breve de escritores e ilustradores independientes, disponible en su versión digital e impresa.

Plaquette Nº 6Texto de Verónica Pinciotti.Ilustrado por Mariana Nakama.

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Ediciones Piaf!Diseño e ilustraciones: Brenda Eliana Redacción: Emanuel Sacomani

Ilustrador invitado:Mariana Nakama

Mi nombre es Mariana Nakama, estu-dié Bellas artes en la Universidad de La Plata donde pude, gracias a los profesores, experi-metar plásticamente; al igual que en el taller de Hugo Balmaceda (primer maestro que me alentó a seguir en este camino).

Realicé exposiciones grupales e indivi-duales, tanto en circuitos tradicionales como alternativos. Mi última exposición fue en el Centro Cultural Recoleta en una muestra co-lectiva llamada “Mixturas”. Actualmente sigo aprendiendo este oficio tan arduo y gratifican-te, a la vez permitiendome también alimentar-me de otros ambitos plásticos.

Me gustó mucho haber podido participar en esta revista porque me permitió tratar de unir dos mundos que, para mí, son muy impor-tantes: la plástica y la literatura.

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NUES-TROPRO-YECTO

¿Dónde nos encontrá[email protected]: piaf.graphicdesigners

Piaf! surge como la simple idea de la coo-peración entre escritores e ilustradores para su difusión. Aquella idea nos llevó a la edición de un libro, “El Bostezo”, escrito por Emanuel Sacomani e ilustrado por Brenda Rodríguez.

Lo que comenzó como un desafío lúdi-co, terminó por fascinarnos y es nuestro de-seo la realización de una verdadera editorial que apoye y difunda de un modo verdadera-mente económico y campechano, la literatura y la ilustración.

Para alcanzar ese deseo se necesita com-promiso, entusiasmo, ganas de compartir y conocer movidas. Lamentablemente nosotros somos dos campesinos y es por eso que lo primero que se requiere para comenzar a di-fundir arte, es buscar artistas. Por eso lo invi-tamos a formar parte de un proyecto colectivo de difusión, generando propuestas novedo-sas, elegantes y artísticas; creando una cadena de difusión alternativa y masiva. Y si tenemos suerte, generar los mangos suficientes como para que pensar, jugar, idear y crear; sean una prioridad en este mundo capitalista. Y si no tenemos suerte, seguir peleando con alegría; como artistas es nuestra obligación seguir buscando la forma de materializar los senti-mientos y lógicas en palabras, música o trazos.

¡BIENVENIDOS A PIAF! ¡UN SENTIMIENTO Y UNA LÓGICA QUE BUSCA MATERIALIZARSE!

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5(Ciudad de México, 1986). Escritora en Whisky en las rocas. Estudió Administración de empresas en el Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México. Ha publicado en sendas revistas impresas y digitales de lati-noamérica, y es autora del libro “Más o menos así es el hombre”.

Escritor invitado:Verónica [email protected]

Podés ver su trabajo en:http://www.whiskyenlasrocas.com/

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Una noche como cual-quier otra, Oropeza se reúne con Clara en un café de la co-lonia Juárez, al que nunca han ido antes; el café al que sí han ido antes, el que frecuentan para reunirse una vez por se-mana aproximadamente, está cerrado; lo que les hace le-vantar sospechas. laboran un montón de hipótesis sobre el caso, pero ninguna tiene va-

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8 lor, ninguna está realmente sustentada en algo que pese: especulan, como lo haría cual-quiera, sobre la posible quiebra del lugar, mientras recorren las calles de la Zona Rosa… y, en fin, entran a otro café, donde ordenan café con ron, pero en este otro café no sirven ron ni ningún tipo de bebida alcohólica y Oro-peza se ve obligado, entonces, a ordenar un expreso, que es lo más fuerte que hay (Orope-za es proclive a los extremos) y Clara, un ame-ricano, que es lo segundo más fuerte que hay (Clara le hace segunda en la proclividad); se quejan, aunque no demasiado, les incomoda, sobre todo, tener que acoplarse a un nuevo lugar, con sillas a las que sus traseros y espal-das no están acostumbrados, pero pocos mi-nutos después, se acomodan y hablan sobre sus pasados, que es un tema que no han aca-bado de contarse desde hace cuatro salidas al café donde sí sirven ron; tienen treinta años, hace quince años fueron novios, hace quince años se amaron, si eso es posible, piensa Cla-ra; es completamente posible, piensa Orope-za, quien amó más, porque en una relación de pareja siempre hay uno que ama más, y otro que, tarde o temprano, termina siendo un hijo de puta o una hija de puta, y se va con otro, o se va, o deja de amar (si alguna vez amó), o lo que sea; el caso de Oropeza y Clara no fue la excepción: Clara se fue con otro, con un chico poco mayor que ellos, que nacieron bajo los mismos astros, el mes de Julio, del día 12 y 13, respectivamente; somos almas gemelas, solía decir Oropeza y Clara lo creyó un tiem-po, pero luego conoció a Luis, que era poco

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9mayor, como ya dije, y además, tenía una moto a los diecinueve años, la hacía rugir por la ca-lle donde Clara vivía con su madre; el corazón de Clara se excitaba al escuchar el motor de la moto de Luis y verle aparcar y bajar de ese trasto para irse a meter a su casa (eran veci-nos), y salir poco después, e irse en su moto a toda prisa, a quién sabe dónde: Clara juró que descubriría a dónde, y lo hizo: Luis, en aquel entonces, se iba a reunir con un grupo de chi-cos fanáticos del rock, en casa de uno de ellos, en la colonia Doctores; la primera vez que Cla-ra fue con ellos no pudo creerlo porque ella tenía diecisiete años (casi dieciocho, repetía cada que alguno le preguntaba le edad), y nunca había bebido, ni escuchado música tan estruendosa, ni fumado marihuana, ni… bue-no, sí, sí había hecho el amor, se había acosta-do con Oropeza, pero no gustaba hablar de ello, no con Luis, para que no fuese a pensar que ella estaba atada a su novio, o que le ama-ba más que a él, al que no conocía, pero ya amaba, o que no lo dejaría en el instante que él se lo pidiera (u ordenase, porque ante Luis, Clara era una mujer sumisa y dispuesta, mien-tras que con Oropeza era mandona, capricho-sa y cruel, hasta cierto punto, porque le consi-deraba lento y odiaba esa capacidad suya de leer un libro por semana y de entender los tratados fenomenológicos de Kant, como si se tratase de cuentos de Andersen, o de una no-velita de Spota, y los halagos que recibía de los profesores y de casi cualquier adulto que le conociera y le escuchara expresarse o reci-tar de memoria los poemas de Keats, Whit-

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10 man, Rilke ,Auden, como si fueran tablas de multiplicar, o algo, pensaba Clara, y aunque le “amaba”, no contenía ciertos sentimientos de envidia y repulsión), sin pensarlo dos veces; Luis la excitaba realmente, y, como las cosas que suceden inevitablemente, es decir, impul-sada por instintos humanos profundos e irre-futables, un buen día, se fue con Luis, en su moto, a Cuernavaca, y en algún punto de la carretera aparcaron, bajaron, miraron al cielo y a la Ciudad de México desde aquella altura, se besaron e hicieron el amor sobre un cés-ped húmedo, frío; Luis colocó su chaqueta de motorista sobre ello, pero no fue suficiente para no llevarse raspones en las rodillas y en las nalgas, después de lo cual las presumió a todos sus amigos, como prueba de su supre-macía con las mujeres, ya que, en alguna oca-sión de aquellas donde llevó a Clara con su grupo de colegas, dijo de ésta: esa mujer será mía, y bueno, ahora tenía esos raspones y Cla-ra había aceptado ser su novia aquella maña-na en la carretera federal a Cuernavaca, y na-die podía decir de Luis que era un incapaz, y Clara lo reforzaba a cada beso delante de ellos, de los amigos de Luis, mientras Oropeza se revolcaba en su lecho, con el corazón palpi-tante y adolorido porque Clara, una noche an-tes, una noche como cualquier otra, le había terminado, le había dicho que ya no sentía algo por él y, lo peor, había confesado que al-guien más (no quiso dar nombre ni detalles) le traía loca, a lo cual Oropeza respondió con lágrimas, y no paró de llorar en dos semanas; realmente amaba a Clara, era el primer y úni-

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11co amor de su vida y hubiese dado la vida por ella, y amádola toda la vida, hasta que la muerte…, etc., porque Oropeza era un hombre noble y sensible que se entregaba, mientras Clara era mujer, y ya por ahí comenzamos, sin ir muy lejos, a entender la situación: la mujer, Dios, madura más rápido que el hombre, lo que equivale a decir: “la mujer se pervierte antes que el hombre”, desde Eva, pervertida, que cedió a la ambición antes que su compa-ñero, y probó ella primero, y se condenó ella primero; la mujer da siempre el primer paso al mal, o, al menos, así lo pensó Oropeza cuatro años después, cuando, finalmente, pudo su-perar su ruptura con Clara; para ese entonces había terminado la Universidad y se había en-noviado con otra mujer, a la que amaba tanto como a Clara, porque él no sabía amar de otro modo, y Clara, de la que no sabía nada, se ha-bía embarazado y había dado a luz con un hombre que pocos meses después le abando-nó; Oropeza la consolaba en el café, ahora que se habían reencontrado gracias a las redes so-ciales (y a Dios, pensó Clara, porque ya no so-portaba la idea de estar sola y de enamorarse de hombres que jamás llegan a amarla, como ella no amó a Oropeza), y se contaban los pa-sados, apacible el de Oropeza, trágico el de Clara, entre cafés con ron (o expresos) y cafés americanos, como si fuesen un par de desco-nocidos con un secreto lazo: Clara no era la misma Clara, Oropeza no era el mismo tampo-co, no sabían nada el uno del otro; la noche que clara terminó con él, se distanció y se per-dió para siempre y aunque Oropeza le llama-

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12 ba y le rogaba consideración, ésta nunca ce-dió, llena de orgullo, pensó que jamás volvería a pensar en Oropeza, y mucho menos, en vol-ver a amarlo, si es que lo amó, o amarlo, en todo caso, como ahora sentía que sucedía, en el fondo de su corazón, y pensó: es mentira que las mujeres maduramos más rápido, yo tardé quince años en aprender a amar, y Oro-peza, que no escuchaba aquellos pensamien-tos, pensaba: tardé quince años en compren-der a Clara, como si hubiese más verdad en una u otra perspectiva de la vida, ambos se consideraban equivocados, como si en la vida uno se pudiese equivocar, y a veces Oropeza pensaba en los ciclos biológicos del ser hu-mano, en la química, en toda esa parte que solemos olvidar de nosotros mismos y nos im-pide comprender por qué una mujer con culo nos atrae más, o por qué las caderas anchas y los senos voluminosos nos obligan a reprodu-cirnos, y todo ese rollo, pero se detenía en aquellos pensamientos, los censuraba y se decía que él amaba, no desde la voluntad de su naturaleza, sino desde la voluntad de su corazón, como si eso fuese posible, pensaba, y se volvía loco de pensar y contradecirse, pero al menos, pensaba, una cosa es segura: Clara está aquí, frente a mí, vagamente arre-pentida de su pasado, y, con humilde esperan-za, esperaba que, dispuesta a ser amada por él, que no había dejado de amarla ni un solo instante, a pesar de sus relaciones, parcas, con mujeres y, sobre todo, de su relación actual, a la que estaría dispuesto, si Clara dejaba entre-ver una veta de esperanza, a abandonar, como

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13ella, Clara, le abandonó a él por Luis, y des-pués por tantos otros, aunque ello significase de él ser tonto, muy tonto, pues abandonaría a una mujer que le amaba por otra que alguna vez no supo amarlo, y si algo fallaba sería caer dos veces en el mismo hoyo, y no se lo perdo-naría jamás, ni su actual pareja, ni él, ni sus padres, ni nadie, y en adelante sería un hom-bre solo para el resto de su vida, o, claro está, el hombre más feliz si Clara resultaba ser como decía ser en aquellas charlas de café, donde se confesaba realmente dispuesta a rectificar su vida de promiscuidad (confesó una promiscuidad desmedida los últimos años), su falta de confianza en sí misma y en Oropeza, que le amaba, y estaría dispuesta a regresar con él y formar una familia con él y su hija Sandra y, si Oropeza lo deseaba, un hijo más, de ambos, nacido en el seno de una pare-ja amorosa; aunque Oropeza dudara, era ver-dad, es verdad, decía Clara, ahora con más vo-luntad que nunca, en esta quinta entrevista, que sería la última antes que Oropeza se deci-diera y abandonase a su mujer por Clara, la mujer que más amó y más odió en su vida an-tes de los treinta años, y por la que siempre estuvo dispuesto a todo, incluso a romper el corazón de Bella, ella que le había dado todo hacía cuatro años, que había curádole el odio que manchaba su corazón gracias al desprecio de Clara, y le había impulsado en su carrera de escritor, sobre la que Clara nunca estuvo de acuerdo porque le aburría leer y escuchar a Oropeza hablar sobre todas esas teorías lite-rarias, que se le antojaban basura, no más que

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14 eso, irrealidades, tonteras, cosas con las que un hombre nunca va a ganarse la vida, aunque ahora, Oropeza, se ganaba la vida con ello, con la publicación de sus libros y sus artículos so-bre teoría literaria, y Bella había sido la única mujer que le escuchó y creyó en él, a pesar de la adversidad de su oficio y su destino, que, desgraciadamente, no la incluía a ella, a Bella, en la vida del escritor Edgardo Oropeza San-tos, catedrático de la Universidad Autónoma Nacional de México, a sus treinta años, consi-derado un cerebro privilegiado, pero con un corazón sufrible, pensó Oropeza al pensar en sí mismo y en lo que haría la noche siguiente, que era, ya se sabe, cortar con Bella, en nom-bre de un marchito amor pasado, estéril y de-cadente ya hace quince años, arrepentido y arriesgado, una noche como cualquier otra.

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Próximo número. Edición Nº7:

Bestiario incompletoOmar Ochi

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Lo invitamos a formar parte de la edi-ción digital de Plaquettes de forma gratuita. Sólo envienos sus cuentos o poemas y adjunte una breve biogra-fía. Pronto contará con su plaquette en nuestra página, y la difusión de la misma en ferias independientes y la via pública.

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