UN LIBRO DE RECUERDOS Y NOSTALGIAS

1
EL DÍA, Tenerife, domingo, 27 de enero de 1985 ENCUENTROS Temas isleños Un libro de recuerdos y nostalgias Hay libros que tienen la vir- tud de sacarnos la niñez y pe- quenez a flor de alma. Son li- bros —como «Inmerso en la du- da», de Agustín Quevedo Mar- tín— que, en sus páginas, nos traen evocaciones fecundas, de las que vienen envueltas en poesía viva. Con «Inmerso en la duda» volvemos al alma blanca y fres- ca de la infancia, a la paz case- ra y dormida que, luego, se quebró en larga guerra. Es li- bro escrito con la mano r el co- razón, buen libro cíe recuerdos y nostalgias de Santa Cruz —en especial del barrio del Tosc^W y Las Palmas, En sus páginas encontramos tardes de cristales rotos, tardes con silencio de oro y donde to- do era claro en la soledad. Re- tornamos a las viejas y estre- chas calles, a las casas con pa- tios que eran verdaderos cora- zones de sol y, también, a los tristes años de guerra y penu- ria. Día de Corpus Christi en La Laguna, días de juegos infanti- les —piola, la gallina ciega, el escondite, etc.— y, siempre al fondo, la queja azul de toda la mar isleña. En la novela reco- nocemos a don Eliseo, el buen marino de Gran Canaria —de todas las Canarias— cuyo nom- bre lleva, con orgullo legítimo, una calle de Santa Cruz de Te- nerife. Con la obra de Agustín Que- vedo Martín volvemos a claros atardeceres de lejana infancia, a canciones, campanas, ale- grías, penas y ansias, a aquella etapa de generosa y noble bou- dad. De todo aquello queda el olor y el temblor en la memo- ria. Volvemos al carrito de las verduras y a la ya olvidada lla- mada de «póngame un potaje de siete perras»; como bien re- cuerda el autor, el verdulero ambulante, empujando su ca- rro, iba de casa en casa prego nando su mercancía: «Traigo bubangos tiernos como la man- teca; calabaza ¡miren qué color tiene, parece yema de huevo de gallina criada con millo trom- ütí^érW,°ftje1isé cómo 1 crujen al partirse, ¡sin una hila!; coles dulces, lechugas estallonas, pa- pas redondas buenas de comer, papas bonitas pa arrugar». Los muelles Sur y de Santa Catalina con los correillos de la Trasmediterránea —«Viera y Clavijo», «León y Castillo», «La Palma», etc.— y la multitud in- fantilmente curiosa; también, en aquellas calles —en aquellas piedras y luz gastada— el dolor, pan de hombre, se mezclaba con alegrías en la ciudad que aún tenía y bien maüí^nía huertas con surcos de tierra lu ciente, tierra sonora y envuelta en sombra y aroma. Vuelve el protagonista de \Gjj2iífc!ra&?s!!i 1 ia úuüa» desde Las Palmas a Santa Cruz y, dice el autor: «En un gran vapor reali- za el viaje en esta ocasión, el «Dómine», acompañado por un matrimonio, maestros los dos —no podía faltar esta circuns- tancia— amigos de sus padres, destinados al barrio santacru- cero de San Andrés. Se durmió prontamente antes de la salida del buque y ha descansado to- da la noche de un tirón. Des- pierta, aún no ha amanecido, frente a los Roques de Anaga. El capitán ha tenido que hacer una parada y fondear debido a que una flotilla de submarinos alemanes, arribada la tarde anterior, está abandonando la bahía de Santa Cruz». En estas líneas, Agustín üue- vedo Martín bien evoca aquel día de octubre de 1938 en que, con el «Deutschland» —el pri- mero de los célebres «acoraza- dos de bolsillo» de la Marina de Guerra alemana— arribaron los submarinos «U-2 7» y «U-3O» y el petrolero «Samiand» que les acompañaba en su crucero por aguas del Atlántico. El acora- zado fondeó frente a Valleseco y, con el petrolero amarrado a una boya frente a la playa de La Peñita, los submarinos atra- caron casi a la sombra de la fa- rola que ahora renace. Agustín Quevedo nos vuelve a las dos ciudades con calles que vienen de la mar, de todas las tierras, de todos los idio- mas. Nos viene con un libro de recuerdos y nostalgias, harinas á p InQ m.io,e« K "* *—'— i— e la poesía. Juan A, Padrón Albornoz Leoncio Rodríguez. El editor y el escritor La E he limitado a dar cuenta al curioso lector solamente de las edicio- nes extraordinarias que Prensa conservo, pero hubo, por supuesto, muchas más, como la dedicada en 1920 a la muerte de Caldos; a la isla del Hierro, en 1921, y a la de Lanza- rote, en ese mismo año; en 1922 salió el dedicado a La Gomera, y también otro en 1926, así como a Fuerteventura, año en el que dedica, de nuevo, otro extra a La Palma; en 1931, a Santa Cruz, sin contar las páginas especiales a diversos pueblos, que, repito, se- ría labor útil para que un estu- dioso elaborara con buenos ín- dices y detallada exposición la vida del importante diario tiner- feño y no mero expediente para lograr un «summa cum laude», de esos tan prodigados que aho- ra se usan y que se califican so- los. Pero la empresa de editor tam- bién tentó a Leoncio Rodríguez y con el mismo sentido regional de servir a su país. Desde 1925 intentó publicar colecciones que no pasaron de inicios en este año de unos folletos como Las lágri- mas de Cumella, de Pérez Ar- mas, y las dos partes de El loco de la playa, de Don Leocadio Machado, En formato de libro editaría, seguidamente, Rosalba y La vida, juego de naipes, de Pérez Armas; Nazir, de Rodrí- guez Figueroa y Tenerife, visto por los grandes escritores. En dimensiones de octavo apa- recen en 1926 novelitas de 68 ó 64 páginas que nuestro editor publica a Nijota, Jacinto Terr'y, Francisco Cañellas, Víctor Zuri- ta, José Manuel Guimerá, Felipe Ravina y Doña María Bethen- court. Valían treinta céntimos y las conservo casi todas, No pretendo una relación completa de la estimable labor editorial emprendida por Leon- cio, de 1914 a los años treinta de este siglo, pero creo anotar lo más importante de ella. Al llegar los años de la guerra civil y es- tar privado de la dirección da &i\ enano, ideó una extensa colec- ción que tituló Biblioteca Cana- ria, aparecida en torno a 1940, aproximadamente, nutrida con diverso material editado en ios largos años de vida de La Pren- sa y aún de las publicaciones del siglo XIX, como la Revista de Canarias o Ilustración de Cana- rias. Recuerdo que me llevaban a mí los diables, porque me in- teresaba la reproducción de los trabajos completos, con fechas en las entregas y precisiones edi- toriales que tan necesarias le son al estudioso, pero Leoncio me re- plicaba que él no era un erudi- to, ni pretendía serlo, y las edi- ciones salían, pues, a su gusto y a mi disgusto, por supuesto. Como fuere, la Biblioteca Ca- naria sumó más de ochenta fo- lletitos en octavo, impresos en el mismo papel periodístico de EL DÍA. Aparecieron novelas y cuentos de autores como Pérez Armas, al que reeditó la noveli- ta, agotada desde 1901, De pa- dres a hijos, para mí la mejor del novelista, así como otros cuentos del mismo Pérez Armas; de Mi- guel Sarmiento, Ángel Guerra, Millares Torres y sus hijos, los hermanos Millares, Luis Maffiot- *-3p Rafael Arocha, Fernández ^jGaazálüz Díaz, etc., que ^"^f'oduce en la actuali- da, e ^ páginas dominicales. Asimigniu salieren poesías de Diego Esíévanez, Tornas Mora- les, Antonio Zerolo, Manrique, Tabares Bartlett, Guillermo Pere- ra, AJ.dnso Quesada, Martín Necia,; Pedro Pinto de la Rosa, etc. Biografías y siluetas de per- soríÉs diversas, desde autores del siglo XVII a los del presente si- pjlo» ÍO mismo de escritores que de pintores y de algún músico. Aparte, y siempre en papel de periódico, reeditó las Noticias de Viera, la Historia del'R Espi- nosa, Le Canarien, y muchos trabajos de tipo histórico, natu- ralista, anecdotario y leyendas, algunos de difícil consulta en- tonces, pero en ediciones defec- tuosas, claro está. No podemos exigir a una persona de gran ta- lento periodístico, pero un auto- didacta, de indudables méritos, que fuera un cumplido editor, I^W^LO Jojmcnoíaclo ptuiidu le sacó a sus estudios de bachille- rato. Leoncio Rodríguez no hizo carrera universitaria, ya lo sabe- mos,^ sin duda una labor edito- rial de tipo histórico-regional como él emprendía, precisaba de una asesoría competente en se- mejante especialidad, pero tal empresa fue para él su «violín de Ingres» en aquellos decenios fi- nales de su vida que deseaba ocupar en lo que le distrajera de no poder hacer lo que él quería. Sus maestros o mentores habían sido, en la afición histórica, Don José Rodríguez Moure; en la preocupación gramatical, Don Ireneo González (1842-1918), y como figura admirada en políti- ca, la de Don Benito Pérez Ar- >! ?s. El propio Leoncio, que nos da a entender con tacto discreto las fallas escrituarias del buenísimo Rodríguez Moure, subraya, en cambio, la gran preparación gra- matical de Don Ireneo y alude al diálogo que éste tuvo con el pro- fesor del Instituto, Don Francis- co Ruiz Macías, sobre las formas verbales de asolar: asóla y asue- la, según Don Ireneo, con razón (asolar diptonga, como contar, en las formas fuertes, por supuesto) y el de mayores vuelos con el gra- mático Don Francisco Comme- leran (1848-1919), acerca de la or- tografía de la palabra armonía, que Don Ireneo defendía sin h y Commeleran, con ella. Como muchos lectores saben, armonía es voz griega que, naturalmente, carece de h, pero los latinos sí la escriben; el francés hereda esa ortografía y, siguiéndole, el in- glés; el castellano y, por supues- to el italiano, siguen el criterio etimológico griego. Cosas así preocupaban entonces incluso al gran público y Leoncio se hace eco de la suficiencia filológica de Don Ireneo. Como escritor, Leoncio Rodrí- guez afina y perfila sus dotes de prosista excelente en la soledad armónica de su finca de Gene- to, frente al drago de Isabelita, aquella amable y educadísima genetera que conocí en mi juven- tud. La soledad de Leoncio digo armónica, porque no lo era de compañía, pues su bondadosa esposa lo cuidaba y mimaba con gran solicitud. A veces iba a ver- lo a su casa de Santa Cruz y él y Doña Aurelia querían regalar- me un gato siamés, uno de aque- llos maravillosos gatos que me fascinaban, pero en mi casa ha- bía ya dos de Angora y si llevo un siamés, mi madre me habría partido el lomo. Comenzó por aquellos años a escribir Leoncio en EL DÍA her- mosas páginas que darían mate- rial para libros futuros. De 1938 es la primera parte de Los árbo- les históricos y tradicionales de Canarias, de 217 páginas, y la se- gunda aparecería en 1946» con un total de245. También le atrajo a Leoncio Rodríguez la aventura teatral Ya en su madurez estrenó en mar- zo de 1930 su comedia dramáti- ca Ajijí, aunque las reseñas pe- riodísticas del momento escri- bieran Ajijides, por la costumbre campesina, casi siempre brutal, de los famosos «lloros» que en anocheceres un grupo pregona- ba murmuraciones sobre la hon- ra femenina. Es costumbre his- pana que remonta al siglo XV, al parecer, y no hace mucho hubo en Cáceres un suceso ruidoso, en uiiu sus pueblos, referente al caso que allí llaman de «la cam- panilla». La obra de Leoncio, si bien no escenifica el pregón del «lloro», alude a él, aunque el nudo dramático radica en la fal- ta de voluntad del protagonista o antihéroe, para dar paso a la hombría paterna y a la abnega- ción de la esposa. De 1933 es la segunda obra, Plataneras, que la compañía de Pepe Romeu le estrenó a Leon- cio por febrero, en el Guimerá; es una comedia en tres actos que destaca el despotismo del hom- bre de dinero y la revancha que toman los buenos, ofendidos. Por último, la figura del vizconde de Buen Paso, Don Cristóbal del Hoyo (16774762) interesó mucho a.Leonpjc, desde que corregía originales del primer tomo de la novela de Rodríguez Moure, pu- blicada en 1904 sobre el perso- naje. Este primer tomo y su con- tinuación lo incluína Leoncio en el folletón de La Prensa desde 1924 y a Don Cristóbal dedicó di- versas páginas. Con la base no- velística de Moure hizo Leoncio una novela escénica, nunca re- presentada, conforme el autor nos explica en el prólogo de la misma, editada en 1947, en un tomito de su Biblioteca Canaria; recoge la época de la prisión y fuga del vizconde, desde Paso Alto. Tal vez la brillantez de la pro- sa impresionista de Leoncio Ro- dríguez culmine en el libro Es- tampas tinerfeñas, aparecido en 1940, con prólogo de José Ma- nuel Guimerá; en la citada Bi- blioteca Canaria recogió dos fo- lletos: La Laguna mística (publi- cada en Estampas tinerfeñas) e Hidalgos. De 1948 es el librito La Laguna, ciudad de recuerdos, con portada de Crosa y prólogo también de José Manuel Guime- rá. Del mismo año es su Episto- lario íntimo,, Con las 34 sem- blanzas que publicó en EL DÍA por los años cincuenta hicieron sus herederos un libro de 348 pá- ginas, prologadas por Ernesto Salcedo. Es un libro postumo, d.cr 1970, Perfiles, efectivamente bosquejos de personajes de su tiempo, nías que biografíes. Leoncio era un escritor sentí- mental, afectivo; si él sabe un dato o una fecha la consigna, pero no se preocupa por su bús- queda, por datar y encuadrar al personaje en el rigor temporal que una vida ocupa, así que más que biografías, repito, son apun- tes, semblanzas de la gente que conoció, admiró e interpretó a través de sus emotividades, sen- timientos y nostalgias. Guardo me fui a Venezuela fui a despedirme a su casa de Gene- to y ya andaba, como uno de sus cantados árboles históricos, ata- cado por el tiempo y la desven- tura física y a Venezuela me lle- la triste nueva de su muerte, acusada en un artículo enviado a este periódico y recogido en mis Papeles tinerfeños. Fue Leoncio Rodríguez un hombre noble y bueno. Un apasionado de Tenerife, a cuyo servicio puso todas las actividades de su vivir sereno y firme. Era un ejemplar representativo de lo que fue la Isla hasta la primera mitad de nuestro siglo. Allí lo dejé, con Doña Aurelia, frente al drago de Isabelita, en Geneto. No volvería a verlo nunca más. María Rosa Alonso FERNANDO SALAZAR GONZÁLEZ COMUNICA a sus amigos, clientes y público en general la INAUGURACIÓN DE LA ESTACIÓN SHELL ARONA, en la autopista del Sur, Km. 65,5 el pró- ximo día 28 del corriente, a las 18 horas. A con- tinuación se servirá un refrigerio. V T Agente oficial para SANTA CRUZ DE TENERIFE VISITE NUESTRA NUEVA EXPOSICIÓN c / <Gneral : 2242Q1 CENTRO DE ADAPTACIÓN DE LENTES DE CONTACTO DE CANARIAS PÉREZ CALDOS. 20-1- EX DIBUJO y PINTURA MÉTODO EFECTIVO

description

Artículo de Juan Antonio Padrón Albornoz, periódico El Día, sección "Temas isleños", 1985/01/27

Transcript of UN LIBRO DE RECUERDOS Y NOSTALGIAS

Page 1: UN LIBRO DE RECUERDOS Y NOSTALGIAS

EL DÍA, Tenerife, domingo, 27 de enero de 1985 ENCUENTROS

Temas isleñosUn libro de recuerdos y

nostalgiasHay libros que tienen la vir-

tud de sacarnos la niñez y pe-quenez a flor de alma. Son li-bros —como «Inmerso en la du-da», de Agustín Quevedo Mar-tín— que, en sus páginas, nostraen evocaciones fecundas, delas que vienen envueltas enpoesía viva.

Con «Inmerso en la duda»volvemos al alma blanca y fres-ca de la infancia, a la paz case-ra y dormida que, luego, sequebró en larga guerra. Es li-bro escrito con la mano r el co-razón, buen libro cíe recuerdosy nostalgias de Santa Cruz —enespecial del barrio del Tosc^Wy Las Palmas,

En sus páginas encontramostardes de cristales rotos, tardescon silencio de oro y donde to-do era claro en la soledad. Re-tornamos a las viejas y estre-chas calles, a las casas con pa-tios que eran verdaderos cora-zones de sol y, también, a lostristes años de guerra y penu-ria.

Día de Corpus Christi en LaLaguna, días de juegos infanti-les —piola, la gallina ciega, elescondite, etc.— y, siempre alfondo, la queja azul de toda lamar isleña. En la novela reco-nocemos a don Eliseo, el buenmarino de Gran Canaria —detodas las Canarias— cuyo nom-bre lleva, con orgullo legítimo,una calle de Santa Cruz de Te-nerife.

Con la obra de Agustín Que-vedo Martín volvemos a clarosatardeceres de lejana infancia,a canciones, campanas, ale-grías, penas y ansias, a aquellaetapa de generosa y noble bou-dad. De todo aquello queda elolor y el temblor en la memo-ria. Volvemos al carrito de lasverduras y a la ya olvidada lla-mada de «póngame un potajede siete perras»; como bien re-cuerda el autor, el verduleroambulante, empujando su ca-rro, iba de casa en casa pregonando su mercancía: «Traigobubangos tiernos como la man-teca; calabaza ¡miren qué colortiene, parece yema de huevo degallina criada con millo trom-ütí^érW,°ftje1isé cómo1 crujenal partirse, ¡sin una hila!; colesdulces, lechugas estallonas, pa-

pas redondas buenas de comer,papas bonitas pa arrugar».

Los muelles Sur y de SantaCatalina con los correillos de laTrasmediterránea —«Viera yClavijo», «León y Castillo», «LaPalma», etc.— y la multitud in-fantilmente curiosa; también,en aquellas calles —en aquellaspiedras y luz gastada— el dolor,pan de hombre, se mezclabacon alegrías en la ciudad queaún tenía y bien maüí^níahuertas con surcos de tierra lucien te, tierra sonora y envueltaen sombra y aroma.

Vuelve el protagonista de\Gjj2iífc!ra&?s!!i1ia úuüa» desde LasPalmas a Santa Cruz y, dice elautor: «En un gran vapor reali-za el viaje en esta ocasión, el«Dómine», acompañado por unmatrimonio, maestros los dos—no podía faltar esta circuns-tancia— amigos de sus padres,destinados al barrio santacru-cero de San Andrés. Se durmióprontamente antes de la salidadel buque y ha descansado to-da la noche de un tirón. Des-pierta, aún no ha amanecido,frente a los Roques de Anaga.El capitán ha tenido que haceruna parada y fondear debido aque una flotilla de submarinosalemanes, arribada la tardeanterior, está abandonando labahía de Santa Cruz».

En estas líneas, Agustín üue-vedo Martín bien evoca aqueldía de octubre de 1938 en que,con el «Deutschland» —el pri-mero de los célebres «acoraza-dos de bolsillo» de la Marina deGuerra alemana— arribaron lossubmarinos «U-2 7» y «U-3O» yel petrolero «Samiand» que lesacompañaba en su crucero poraguas del Atlántico. El acora-zado fondeó frente a Vallesecoy, con el petrolero amarrado auna boya frente a la playa deLa Peñita, los submarinos atra-caron casi a la sombra de la fa-rola que ahora renace.

Agustín Quevedo nos vuelvea las dos ciudades con callesque vienen de la mar, de todaslas tierras, de todos los idio-mas. Nos viene con un libro derecuerdos y nostalgias, harinasáp InQ m.io,e« K "* *—'— i—

e la poesía.Juan A, Padrón

Albornoz

Leoncio Rodríguez. El editory el escritor

La

E he limitado a darcuenta al curioso lectorsolamente de las edicio-nes extraordinarias que

Prensa conservo, perohubo, por supuesto, muchas más,como la dedicada en 1920 a lamuerte de Caldos; a la isla delHierro, en 1921, y a la de Lanza-rote, en ese mismo año; en 1922salió el dedicado a La Gomera,y también otro en 1926, así comoa Fuerteventura, año en el quededica, de nuevo, otro extra a LaPalma; en 1931, a Santa Cruz, sincontar las páginas especiales adiversos pueblos, que, repito, se-ría labor útil para que un estu-dioso elaborara con buenos ín-dices y detallada exposición lavida del importante diario tiner-feño y no mero expediente paralograr un «summa cum laude»,de esos tan prodigados que aho-ra se usan y que se califican so-los.

Pero la empresa de editor tam-bién tentó a Leoncio Rodríguezy con el mismo sentido regionalde servir a su país. Desde 1925intentó publicar colecciones queno pasaron de inicios en este añode unos folletos como Las lágri-mas de Cumella, de Pérez Ar-mas, y las dos partes de El locode la playa, de Don LeocadioMachado, En formato de libroeditaría, seguidamente, Rosalbay La vida, juego de naipes, dePérez Armas; Nazir, de Rodrí-guez Figueroa y Tenerife, vistopor los grandes escritores.

En dimensiones de octavo apa-recen en 1926 novelitas de 68 ó64 páginas que nuestro editorpublica a Ni jota, Jacinto Terr'y,Francisco Cañellas, Víctor Zuri-ta, José Manuel Guimerá, FelipeRavina y Doña María Bethen-court. Valían treinta céntimos ylas conservo casi todas,

No pretendo una relacióncompleta de la estimable laboreditorial emprendida por Leon-cio, de 1914 a los años treinta deeste siglo, pero sí creo anotar lomás importante de ella. Al llegarlos años de la guerra civil y es-tar privado de la dirección da &i\enano, ideó una extensa colec-ción que tituló Biblioteca Cana-ria, aparecida en torno a 1940,aproximadamente, nutrida con

diverso material editado en ioslargos años de vida de La Pren-sa y aún de las publicaciones delsiglo XIX, como la Revista deCanarias o Ilustración de Cana-rias. Recuerdo que me llevabana mí los diables, porque me in-teresaba la reproducción de lostrabajos completos, con fechasen las entregas y precisiones edi-toriales que tan necesarias le sonal estudioso, pero Leoncio me re-plicaba que él no era un erudi-to, ni pretendía serlo, y las edi-ciones salían, pues, a su gusto ya mi disgusto, por supuesto.

Como fuere, la Biblioteca Ca-naria sumó más de ochenta fo-lletitos en octavo, impresos en elmismo papel periodístico de ELDÍA. Aparecieron novelas ycuentos de autores como PérezArmas, al que reeditó la noveli-ta, agotada desde 1901, De pa-dres a hijos, para mí la mejor delnovelista, así como otros cuentosdel mismo Pérez Armas; de Mi-guel Sarmiento, Ángel Guerra,Millares Torres y sus hijos, loshermanos Millares, Luis Maffiot-*-3p Rafael Arocha, Fernández

^jGaazálüz Díaz, etc., que^"^f'oduce en la actuali-

da, e^ páginas dominicales.Asimigniu salieren poesías deDiego Esíévanez, Tornas Mora-les, Antonio Zerolo, Manrique,Tabares Bartlett, Guillermo Pere-ra, AJ.dnso Quesada, MartínNecia,; Pedro Pinto de la Rosa,etc. Biografías y siluetas de per-soríÉs diversas, desde autores delsiglo XVII a los del presente si-pjlo» ÍO mismo de escritores quede pintores y de algún músico.

Aparte, y siempre en papel deperiódico, reeditó las Noticiasde Viera, la Historia del'R Espi-nosa, Le Canarien, y muchostrabajos de tipo histórico, natu-ralista, anecdotario y leyendas,algunos de difícil consulta en-tonces, pero en ediciones defec-tuosas, claro está. No podemosexigir a una persona de gran ta-lento periodístico, pero un auto-didacta, de indudables méritos,que fuera un cumplido editor,I^W^LO Jojmcnoíaclo ptuiidu lesacó a sus estudios de bachille-rato. Leoncio Rodríguez no hizocarrera universitaria, ya lo sabe-mos,^ sin duda una labor edito-rial de tipo histórico-regionalcomo él emprendía, precisaba deuna asesoría competente en se-mejante especialidad, pero talempresa fue para él su «violín deIngres» en aquellos decenios fi-nales de su vida que deseabaocupar en lo que le distrajera deno poder hacer lo que él quería.Sus maestros o mentores habíansido, en la afición histórica, DonJosé Rodríguez Moure; en lapreocupación gramatical, DonIreneo González (1842-1918), ycomo figura admirada en políti-ca, la de Don Benito Pérez Ar-

>!?s.El propio Leoncio, que nos da

a entender con tacto discreto lasfallas escrituarias del buenísimoRodríguez Moure, subraya, encambio, la gran preparación gra-matical de Don Ireneo y alude aldiálogo que éste tuvo con el pro-fesor del Instituto, Don Francis-co Ruiz Macías, sobre las formasverbales de asolar: asóla y asue-la, según Don Ireneo, con razón(asolar diptonga, como contar, enlas formas fuertes, por supuesto)y el de mayores vuelos con el gra-mático Don Francisco Comme-leran (1848-1919), acerca de la or-tografía de la palabra armonía,

que Don Ireneo defendía sin hy Commeleran, con ella. Comomuchos lectores saben, armoníaes voz griega que, naturalmente,carece de h, pero los latinos sí laescriben; el francés hereda esaortografía y, siguiéndole, el in-glés; el castellano y, por supues-to el italiano, siguen el criterioetimológico griego. Cosas asípreocupaban entonces incluso algran público y Leoncio se haceeco de la suficiencia filológica deDon Ireneo.

Como escritor, Leoncio Rodrí-guez afina y perfila sus dotes deprosista excelente en la soledadarmónica de su finca de Gene-to, frente al drago de Isabelita,aquella amable y educadísimagenetera que conocí en mi juven-tud. La soledad de Leoncio digoarmónica, porque no lo era decompañía, pues su bondadosaesposa lo cuidaba y mimaba congran solicitud. A veces iba a ver-lo a su casa de Santa Cruz y ély Doña Aurelia querían regalar-me un gato siamés, uno de aque-llos maravillosos gatos que mefascinaban, pero en mi casa ha-bía ya dos de Angora y si llevoun siamés, mi madre me habríapartido el lomo.

Comenzó por aquellos años aescribir Leoncio en EL DÍA her-mosas páginas que darían mate-rial para libros futuros. De 1938es la primera parte de Los árbo-les históricos y tradicionales deCanarias, de 217 páginas, y la se-gunda aparecería en 1946» conun total de 245.

También le atrajo a LeoncioRodríguez la aventura teatral Yaen su madurez estrenó en mar-zo de 1930 su comedia dramáti-ca Ajijí, aunque las reseñas pe-riodísticas del momento escri-bieran Ajijides, por la costumbrecampesina, casi siempre brutal,de los famosos «lloros» que enanocheceres un grupo pregona-ba murmuraciones sobre la hon-ra femenina. Es costumbre his-pana que remonta al siglo XV, alparecer, y no hace mucho huboen Cáceres un suceso ruidoso, enuiiu dü sus pueblos, referente alcaso que allí llaman de «la cam-panilla». La obra de Leoncio, sibien no escenifica el pregón del«lloro», sí alude a él, aunque elnudo dramático radica en la fal-ta de voluntad del protagonistao antihéroe, para dar paso a lahombría paterna y a la abnega-ción de la esposa.

De 1933 es la segunda obra,Plataneras, que la compañía dePepe Romeu le estrenó a Leon-cio por febrero, en el Guimerá;es una comedia en tres actos quedestaca el despotismo del hom-bre de dinero y la revancha quetoman los buenos, ofendidos. Porúltimo, la figura del vizconde de

Buen Paso, Don Cristóbal delHoyo (16774762) interesó muchoa.Leonpjc, desde que corregíaoriginales del primer tomo de lanovela de Rodríguez Moure, pu-blicada en 1904 sobre el perso-naje. Este primer tomo y su con-tinuación lo incluína Leoncio enel folletón de La Prensa desde1924 y a Don Cristóbal dedicó di-versas páginas. Con la base no-velística de Moure hizo Leonciouna novela escénica, nunca re-presentada, conforme el autornos explica en el prólogo de lamisma, editada en 1947, en untomito de su Biblioteca Canaria;recoge la época de la prisión yfuga del vizconde, desde PasoAlto.

Tal vez la brillantez de la pro-sa impresionista de Leoncio Ro-dríguez culmine en el libro Es-tampas tinerfeñas, aparecido en1940, con prólogo de José Ma-nuel Guimerá; en la citada Bi-blioteca Canaria recogió dos fo-lletos: La Laguna mística (publi-cada en Estampas tinerfeñas) eHidalgos. De 1948 es el librito LaLaguna, ciudad de recuerdos,con portada de Crosa y prólogotambién de José Manuel Guime-rá. Del mismo año es su Episto-lario íntimo,, Con las 34 sem-blanzas que publicó en EL DÍApor los años cincuenta hicieronsus herederos un libro de 348 pá-ginas, prologadas por ErnestoSalcedo. Es un libro postumo, d.cr1970, Perfiles, efectivamentebosquejos de personajes de sutiempo, nías que biografíes.Leoncio era un escritor sentí-mental, afectivo; si él sabe undato o una fecha la consigna,pero no se preocupa por su bús-queda, por datar y encuadrar alpersonaje en el rigor temporalque una vida ocupa, así que másque biografías, repito, son apun-tes, semblanzas de la gente queconoció, admiró e interpretó através de sus emotividades, sen-timientos y nostalgias.

Guardo me fui a Venezuela fuia despedirme a su casa de Gene-to y ya andaba, como uno de suscantados árboles históricos, ata-cado por el tiempo y la desven-tura física y a Venezuela me lle-gó la triste nueva de su muerte,acusada en un artículo enviadoa este periódico y recogido enmis Papeles tinerfeños. FueLeoncio Rodríguez un hombrenoble y bueno. Un apasionadode Tenerife, a cuyo servicio pusotodas las actividades de su vivirsereno y firme. Era un ejemplarrepresentativo de lo que fue laIsla hasta la primera mitad denuestro siglo. Allí lo dejé, conDoña Aurelia, frente al drago deIsabelita, en Geneto. No volveríaa verlo nunca más.

María Rosa Alonso

FERNANDO SALAZARGONZÁLEZCOMUNICA

a sus amigos, clientes y público en general laINAUGURACIÓN DE LA ESTACIÓN SHELLARONA, en la autopista del Sur, Km. 65,5 el pró-ximo día 28 del corriente, a las 18 horas. A con-tinuación se servirá un refrigerio.

V TAgente oficial para

SANTA CRUZ DE TENERIFE

VISITE NUESTRANUEVA EXPOSICIÓN

c/ <Gneral : 2242Q1

CENTRO DE ADAPTACIÓNDE LENTES DE CONTACTO DE

CANARIASPÉREZ CALDOS. 20-1- EX

DIBUJO yPINTURA

MÉTODO EFECTIVO