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1 01. Las megalópolis como ciudades multiculturales. Como megalópolis, México es una gran concentración urbana entretejida con ciudades próximas. Su multiculturalidad remite a las diversas historias que convergen en la capital mexicana. Se analizan en este artículo cuatro periodos: a) el histórico-territorial; b) el de la industrialización y la metropolización; c) el de la ciudad global; c) el de la hibridación multicultural y de la democratización. Pero si México es un caso elocuente de multiculturalidad es precisamente porque esos cuatro periodos no se suceden, sino que coexisten y compiten en la actualidad de la ciudad. La diversidad urbana se presenta en la actualidad como una sedimentación de etapas coloniales y posteriores a la independencia, es decir, por las distintas configuraciones establecidas en los proyectos de modernización. Además, la multiculturalidad se construye a través de la copresencia de formas de cultura locales, nacionales y transnacionales. Esta multiculturalidad se hace tan evidente porque se complejiza con respecto al pasado; la heterogeneidad multiétnica ya no está subordinada a un proyecto nacional en el que se “resolverían” sus contradicciones. 02. La ciudad histórico-territorial. Fundada en 1324 durante el periodo de Moctezuma I, la ciudad ha ido acumulando espacios y construcciones. La época colonial se inicia en 1521 y aporta la traza cuadrangular de muchas zonas. Hasta hace cincuenta años, la vida de la ciudad se organizaba en un territorio claramente delimitado cuyo centro geográfico, político y cultural se hallaba en el núcleo histórico (constituido por los edificios coloniales). La política cultural post-revolucionaria buscó la preservación de los bienes históricos y su integración en un sistema nacional de museos centrado en la ciudad de México. A pesar de las críticas hechas a esta centralización, la vasta intervención estatal logró que los símbolos, artesanías y saberes regionales y distantes trascendieran su reclusión local y se integraran en una identidad nacional. A finales del siglo XIX, la ciudad de México se articula en torno a una ritualidad oficial (la traza urbana, los monumentos y las celebraciones históricas) y además, en torno a otro modo de experimentar y representar la ciudad: el paseo por ella y la crónica que lo documenta. El paseo es, para W. Benjamin, un modo de entretenimiento asociado a la mercantilización moderna y la espectacularización en el consumo. El sujeto se acerca a la ciudad con la mirada de quien ve un objeto de exhibición. Mediante lo que Ramos llama “la retórica del paseo”, la ciudad adquiere un orden. Pero las narraciones que organizaban las experiencias urbanas en la ciudad histórico-territorial se desestructuran cuando la megalópolis se vuelve inaprensible. Los escritores ahora recortan “su” ciudad (como los antropólogos realizan estudios en la ciudad, pero no de la ciudad). Se piensa ahora la ciudad, por un lado, como fragmentos disgregados y, por otro, como conjunto multicultural de procesos que se intersectan. El desafío es entender la tensión entre estos dos polos. 03. La ciudad industrial y la metropolización. Aun siendo el primer centro económico del país durante la colonia, no superaba notoriamente a otras ciudades. El gran cambio ocurre en torno a la década de los cuarenta, cuando se da un vertiginoso proceso de industrialización. El aumento de población es grande: de un millón y medio de “Las cuatro ciudades de México” (Nestor García Canclini) Resumen de texto: Antropología I (Tema 6)

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01. Las megalópolis como ciudades multiculturales.

Como megalópolis, México es una gran concentración urbana entretejida con ciudades próximas. Su multiculturalidad remite a las diversas historias que convergen en la capital mexicana. Se analizan en este artículo cuatro periodos:

a) el histórico-territorial; b) el de la industrialización y la metropolización; c) el de la ciudad global; c) el de la hibridación multicultural y de la democratización.

Pero si México es un caso elocuente de multiculturalidad es precisamente porque esos cuatro periodos no se suceden, sino que coexisten y compiten en la actualidad de la ciudad.

La diversidad urbana se presenta en la actualidad como una sedimentación de etapas coloniales y posteriores a la independencia, es decir, por las distintas configuraciones establecidas en los proyectos de modernización. Además, la multiculturalidad se construye a través de la copresencia de formas de cultura locales, nacionales y transnacionales. Esta multiculturalidad se hace tan evidente porque se complejiza con respecto al pasado; la heterogeneidad multiétnica ya no está subordinada a un proyecto nacional en el que se “resolverían” sus contradicciones.

02. La ciudad histórico-territorial.

Fundada en 1324 durante el periodo de Moctezuma I, la ciudad ha ido acumulando espacios y construcciones. La época colonial se inicia en 1521 y aporta la traza cuadrangular de muchas zonas. Hasta hace cincuenta años, la vida de la ciudad se organizaba en un territorio claramente delimitado cuyo centro geográfico, político y cultural se hallaba en el núcleo histórico (constituido por los edificios coloniales). La política cultural post-revolucionaria buscó la preservación de los bienes históricos y su integración en un sistema nacional de museos centrado en la ciudad de México. A pesar de las críticas hechas a esta centralización, la vasta intervención estatal logró que los símbolos, artesanías y saberes regionales y distantes trascendieran su reclusión local y se integraran en una identidad nacional.

A finales del siglo XIX, la ciudad de México se articula en torno a una ritualidad oficial (la traza urbana, los monumentos y las celebraciones históricas) y además, en torno a otro modo de experimentar y representar la ciudad: el paseo por ella y la crónica que lo documenta. El paseo es, para W. Benjamin, un modo de entretenimiento asociado a la mercantilización moderna y la espectacularización en el consumo. El sujeto se acerca a la ciudad con la mirada de quien ve un objeto de exhibición. Mediante lo que Ramos llama “la retórica del paseo”, la ciudad adquiere un orden.

Pero las narraciones que organizaban las experiencias urbanas en la ciudad histórico-territorial se desestructuran cuando la megalópolis se vuelve inaprensible. Los escritores ahora recortan “su” ciudad (como los antropólogos realizan estudios en la ciudad, pero no de la ciudad). Se piensa ahora la ciudad, por un lado, como fragmentos disgregados y, por otro, como conjunto multicultural de procesos que se intersectan. El desafío es entender la tensión entre estos dos polos.

03. La ciudad industrial y la metropolización.

Aun siendo el primer centro económico del país durante la colonia, no superaba notoriamente a otras ciudades. El gran cambio ocurre en torno a la década de los cuarenta, cuando se da un vertiginoso proceso de industrialización. El aumento de población es grande: de un millón y medio de

“Las cuatro ciudades de México” (Nestor García Canclini)

Resumen de texto: Antropología I (Tema 6)

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habitantes en 1940 a casi dieciocho en el 2000 y veintidós millones en 2010. El Distrito Federal se diluye al mezclarse con otras ciudades y zonas rurales, siendo las poblaciones de la periferia las que registran tasas de crecimiento más elevadas. Así se formó el Área Metropolitana, donde la ciudad de México va siendo un núcleo declinante.

El crecimiento apenas comienza a ser regulado a partir de 1979, por lo que el crecimiento resulta desordenado y engendra graves problemas de habitación, desempleo, contaminación, etc.

Un primer cambio cultural suscitado por la industrialización ha sido proponer la vida urbana como modelo de desarrollo colectivo y éxito personal. Una segunda consecuencia, el surgimiento de culturas obreras con redes de solidaridad, hábitos de trabajo y consumo que son partes significantes de la cultura nacional moderna (la radio, la prensa, la televisión, un tipo de música propios del estilo urbano de vida organiza, desde la capital, gran parte de la cultura nacional y sus signos identitarios).

En un movimiento centrípeto, la metrópolis subordina y homogeniza las culturas regionales traídas por los migrantes, las fusiona bajo patrones estéticos “modernos” y las estiliza para que circulen por los medios masivos. A la vez, la megaciudad propicia la convivencia de grupos que se niegan a disolverse. Es decir, surgen distintos modos de situarse en la ciudad, modificándose los vínculos entre lo público y lo privado. Hay diferencias entre la periferia oriental, la zona norte y el poniente.

Los bienes culturales están focalizados en el centro de la ciudad, desde el Zócalo hasta el Parque Chapultepec, y se extiende últimamente hacia el sur (la Ciudad Universitaria). Por tanto, junto con las diferencias de capital económico y educativo, las diferencias en el acceso a los centros culturales también se explican por la desigual disponibilidad de éstos.

Mientras que los espectáculos requieren asistir a lugares alejados, el 95% de los hogares tiene televisión y radio. Surge así una tendencia a usar la ciudad como lugar de trabajo, una desconexión entre los habitantes compensada por la reinvención de lazos sociales y culturales fabricados por la radio y la televisión. La identificación social se establece cada vez más en relación con los modelos de las industrias culturales que con las estructuras de significación del territorio barrial.

Anahí Ballent distingue cuatro periodos en la modernización de la ciudad: - el porfiriato, que incorporó nuevos tipos de viviendas destinados a sectores altos (chalet, casa); - los años 20 y 30 con nuevos lenguajes arquitectónicos (Art Decó); - a partir de los años 40, con cambios arquitectónicos y urbanos derivados de la apertura

económica y cultural de México al mundo; - construcción de grandes conjuntos habitacionales, el metro y las vías rápidas.

Ballent examina cómo varió entre los 40 y los 60 lo que se entendía por “vivir bien”. Las familias de clase media comienzan a asignar espacios privados para cada miembro y a separar funciones en sectores distintos de la casa.

04. La ciudad comunicacional.

El desarrollo industrial desbordó los límites del Distrito Federal, integró poblaciones y estableció nuevas vías de comunicación. A esa expansión de formas físicas de instalarse y comunicarse, se agregó la explosión de las redes de comunicación audiovisual. A la ciudad espacial se sobrepone la ciudad comunicacional. Con ella, se conectan las experiencias macrourbanas y transnacionales (forman parte de la cultura las fiestas patronales y los programas extranjeros).

Manuel Castells habla de “ciudad informacional” y de “espacio de flujos”. Para él, la gente vive en lugares, pero el poder domina mediante flujos.

En las últimas décadas, los impulsos de desarrollo proceden, más que de la industrialización, de los procesos informacionales y financieros. La periferia es el territorio de la industria y los obreros mientras que D. F. se dedica cada vez más al comercio y los servicios.

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El estudio comparado de la asistencia a espectáculos en lugares públicos y las audiencias radiales y televisivas conducen a una conclusión sorprendente: una quinta parte de los habitantes del país parece haberse reunido en la ciudad para no usar la ciudad. Si se analiza lo que los habitantes de la ciudad de México hacen en su tiempo libre, vemos que seis de las actividades más mencionadas por los encuestados se realizan dentro de casa.

05. La ciudad de la hibridación intercultural y la democratización.

Pero no se trata de un proceso evolucionista: la multiculturalidad consiste en la convivencia e intersección de estas diversas ciudades. Seguimos habitando la ciudad histórica, la industrial y la de los servicios y las comunicaciones.

Las grandes urbes como México parecen no adaptarse del todo al concepto de ciudad (no puede definirse como una mono-funcional de tipo portuario, industrial, capital-política). La copresencia de muchas funciones y actividades es algo distintivo de la estructura urbana actual. La heterogeneidad provocada por la contigüidad de construcciones y modos de organizar el espacio en distintas etapas históricas se suma a la coexistencia de migrantes de otras zonas o países. Se incorporan lenguas, comportamientos, estructuras espaciales surgidas de culturas antes desconectadas.

Si bien las ciudades actuales se homogeinizan por la planificación macrosocial, la estandarización arquitectónica y el desarrollo unificado del mercado capitalista, esos tres factores no impiden que la diversidad emerja y se expanda como una especie de ideología descentralizadora. Pero distingamos:

Si en países que entraron en el siglo XX con baja natalidad, ciudades planificadas y gobiernos democráticos, la desviación y la pérdida de poder de los órdenes totalizadores puede ser entendida como parte de una lógica democratizadora, en ciudades como Caracas, México o Río de Janeiro, la diseminación aparece como la multiplicación del desorden a punto de explotar. La ideología descentralizadora logra a menudo aglomeraciones ingobernables. Por eso se intenta muchas veces justificar la perpetuación de gobiernos autoritarios y centralizados reticentes a que los ciudadanos decidan. Son muchas las ciudades latinoamericanas en las que la debilidad reguladora no aumenta la libertad sino la inseguridad y la injusticia.

En las ciudades latinoamericanas, las formas modernas de segregación se organizan hasta los años cuarenta separando a los grupos sociales en distintos barrios. Luego, para ordenar la expansión urbana migratoria, se generó la oposición centro/periferia. Y aunque ese modelo sigue operando, al volverse los grupos demasiado próximos en muchas zonas de la ciudad, se elevan muros, portones, puestos de vigilancia, se cierran barrios residenciales. Tres procesos gobiernan este reordenamiento espacial:

- La recesión de las sociedades latinoamericanas desde los años ochenta (aumento de desempleo, debilitamiento de la cohesión identitaria, pérdida de expectativas).

- La caída de la producción industrial y el crecimiento del sector terciario, que implica el predominio de lo financiero sobre lo productivo, de lo irregular sobre lo regulado.

- El aumento de la violencia y la delincuencia.

En consecuencia, se adoptan nuevas estrategias de protección: en los barrios populares, los vecinos se organizan para cuidar la seguridad; en sectores económicamente poderosos, se establecen conjuntos residenciales de acceso restringido.

El imaginario se vuelve hacia el interior, rechaza la calle, fija normas cada vez más rígidas de inclusión y exclusión. El espacio público queda como espacio abandonado. De las ciudades a las que los provincianos llegan fascinados por las luces de la ciudad, nos dirigimos a urbes ensombrecidas, rehechas para ocultarse, para no ver y no ser vistos.

Se trata de decidir si lo que va a prevalecer es la vigilancia o la imaginación participativa. Una megaciudad es también un circuito por el que viajan las demandas en forma de protestas que llegan de

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otras partes del país. La marcha es la civilidad entendida como ritual. Si tanta gente busca en la calle un espacio para participar, es porque no logran entrar en los mecanismos institucionalizados de representación ni en los medios de la simbólica masiva.

06. Cuestiones de método.

Hablar a la vez de lo privado y lo público, de lo residencial y lo itinerante, de la multiculturalidad local y la que genera la globalización, exige rediseñar las herramientas de estudio. La teoría y la política urbana deben trabajar de forma flexible en distintos “tamaños”. Ya no podemos habitar disciplinas fortificadas; la descripción etnográfica intensiva no tiene por qué reducirse al barrio o al fenómeno cultural priorizado. Si se quiere entender lo que sucede en estos espacios, hay un momento en que debemos incorporar información sobre el conjunto urbano en que tales hechos se inscriben.