Transformaciones económicas y cambios sociales en el siglo XIX en España

105

Transcript of Transformaciones económicas y cambios sociales en el siglo XIX en España

1. Transformaciones económicas.

1.1 La desamortización y los cambios agrarios.

España siguió siendo durante el siglo XIX un país agrario. Además, el sector agrícola no sufrió una revolución agrícola impulsora de la industrialización. Las razones de este retraso son estructurales, sociales y económicas.

Como factores estructurales del atraso está el relieve abrupto, la baja calidad de los suelos y la escasez hídrica. Los factores sociales se deben a la desigual distribución de la estructura de la propiedad por la que muchas grandes propiedades quedaban sin trabajar. Los factores económicos fueron la falta de demanda interna y la tardanza de la creación de una red de infraestructuras.

A pesar de que España tuvo una revolución agrícola en el siglo XIX, sí se produjeron cambios en la agricultura gracias a los procesos de desamortización y a la expansión agraria debido a la extensión de los cultivos.

La desamortización fue la expropiación y venta en subasta pública de tierras vinculadas (amortizadas) a la Iglesia (manos muertas) y a los municipios (bienes de propios, cedidos por el Ayuntamiento a particulares, y bienes comunales, de aprovechamiento común). Con ello se fortaleció la economía de mercado.

Las causas de la desamortización fueron promover una economía liberal de mercado (compra – venta de propiedades), mejorar la productividad agraria (al reducir las manos muertas), aumentar el número de medianos propietarios, disminuir la deuda pública del Estado y restar apoyos al carlismo (al disminuir el patrimonio de la Iglesia y crear propietarios fieles a la causa liberal).

Hubo distintas fases dentro de la desamortización. Fue iniciada en el reinado de Carlos IV, impulsada Manuel Godoy, ante los continuos gastos de guerra, afectando a los bienes de los jesuitas. Durante la Guerra de la Independencia Española tanto José I Bonaparte como las Cortes de Cádiz impulsaron una desamortización eclesiástica.

En el Trienio Liberal (1820-1823) las Cortes impulsaron la desamortización de bienes del clero y municipales con resultados escasos. La primera amplia desamortización tuvo lugar durante la regencia de María Cristina de Borbón, siendo impulsada por el ministro de Hacienda Juan Álvarez de Mendizábal a partir de 1836. Se enajenaron entonces los bienes del clero regular.

En 1841, durante la regencia del general Baldomero Espartero, se promovió la desamortización de los bienes del clero secular. La última etapa se desarrolló durante el Bienio Progresista a partir de la Ley General de Desamortización promovida en 1855 por Pascual Madoz, que ponían a la venta los bienes municipales, así como los de la Iglesia no vendidos.

Las consecuencias de la desamortización fueron que mitigó la deuda del Estado (en algo más del 25 %) y se produjo un leve crecimiento de la producción agraria al aumentar la superficie cultivada, pero no estimuló las innovaciones técnicas. En el ámbito social, fue una oportunidad perdida para equilibrar la propiedad de la tierra en España, al consolidar los latifundios y perjudicar al campesinado que perdió las tierras municipales.

El crecimiento agrícola registrado en España en el siglo XIX fue el resultado del crecimiento de la superficie cultivada, no de mejoras tecnológicas. Se produjo especialmente a partir de 1870.

La producción de cereal aumentó (en 1860 era el 80 % del suelo agrario), también la producción vitivínicola (al verse favorecida su exportación ante la crisis de los viñedos franceses) y la producción de aceite, al extenderse el olivo desde Andalucía hacia La Mancha. Por último, aumentó la ganadería porcina, al crecer las ciudades y desaparecer la Mesta (lo que provocó la reducción del ganado ovino y de la trashumancia).

El desarrollo del ferrocarril desde mediados del siglo XIX, favoreció la articulación de un mercado nacional, lo que conllevó la especialización agrícola. En el norte de España, predominó la expansión del maíz y la patata. En el interior de España se consolidó la exportación de cereal. Por último, en la costa mediterránea se expandió el viñedo y los cultivos frutales (especialmente los cítricos), cultivos dirigidos a la exportación.

Frente a la aparición de una economía agraria mundial, los agricultores españoles optaron por exigir medidas proteccionistas (como ocurrió con los grandes propietarios castellanos de cereal) o por apostar por cultivos de exportación (como ocurrió en la costa mediterránea, donde aumentó el cultivo de vid, olivo y cítricos).

La expansión agraria tuvo limitadas repercusiones sociales pues la rentabilidad agrícola se mantuvo repartida de forma muy desigual. Los propietarios vieron como se elevaban sus ingresos, pero los campesinos sin tierras, los jornaleros, padecieron unos salarios o jornales temporales muy bajos. Sus duras condiciones de vida contribuyeron a que pasaran a organizarse en asociaciones anarquistas que buscaban acabar con el desigual reparto de la tierra.

1.2 El desarrollo industrial en España.

La industrialización de España durante el siglo XIX fue tardía, incompleta y desequilibrada en comparación con Reino Unido, Francia y Bélgica.

El desarrollo industrial en España se produjo durante el reinado de Isabel II, gracias a la compra de tecnología extranjera. Al final del reinado, con la crisis financiera se 1866, se produjo un periodo de crisis. En el último cuarto del siglo el crecimiento industrial fue mayor hasta la pérdida colonial de 1898.

El retraso de la industrialización en España, unido a que esta fue parcial, tanto respecto a las zonas geográficas afectadas (Cataluña, País Vasco,...) como a los sectores desarrollados, provocaron el atraso o fracaso de la misma, provocado por múltiples causas.

Entre las causas demográficas destaca el limitado crecimiento de la población que no permitió aumentar la demanda.

Como causas económicas destaca la falta de una revolución agrícola (que no aumentó ni mano de obra ni demanda). Además, no hubo burguesía emprendedora, por ello, los capitales provinieron del Estado (que tenía una gran deuda) y del exterior. Por último, el proteccionismo comercial hizo poco competitivos los productos españoles con los productos exteriores, más baratos y de mejor calidad.

Entre las causas naturales y técnicas destaca la falta de algunas materias primas (como el carbón) y el atraso tecnológico y de la red de comunicaciones que generó dependencia exterior.

Por último, entre las causas políticas destaca la falta de seguridad jurídica para las inversiones ante la inestabilidad política reflejada en las sucesivas guerras, pronunciamientos y revoluciones.

No obstante, algunas regiones de España se industrializaron. Así, la existencia de mejoras agrarias, un aumento de la demanda interior y un destacado comercio con América (a través del puerto de Barcelona) facilitaron el desarrollo industrial de Cataluña.

El desarrollo industrial catalán se basó en la incorporación de máquinas de hilar, telares mecánicos y selfactinas en la industria textil algodonera (que fue incorporando. Este desarrollo fue favorecido por la política proteccionista, que aseguraba la venta del textil catalán en los mercados interiores, lo que provocó la unión entre la burguesía catalana y los políticos moderados.

El crecimiento textil catalán se vio limitado por la dependencia del carbón, que era importado desde Inglaterra. A partir de 1860 fue sustituido por energía hidraúlica, por lo que las colonias industriales se desplazaron desde Barcelona a las cuencas de los ríos Ter y Llobregat.

Por su parte, Andalucía fue la región pionera en la apertura de altos hornos. Los primeros se abrieron en Marbella en 1830 gracias al puerto de Málaga, el uso de carbón vegetal y a las minas de hierro de la región. Al esquilmarse los bosques mediterráneos de los que se obtenía el carbón vegetal, se pasó a exportar carbón asturiano, encareciendo la producción.

Desde 1850 Asturias sustituyó al foco siderúrgico andaluz gracias al aprovechamiento de los yacimientos hulleros del Nalón (Mieres y La Felguera). La hulla extraída de Asturias, gracias a los aranceles proteccionistas, hizo que su consumo fuera más barato que la importación de carbón.

En el último tercio del siglo, Vizcaya inició su despegue industrial gracias a sus yacimientos de hierro y a la exportación de carbón galés más barato y de mejor calidad que el asturiano. El uso del sistema Bessemer y la entrada de capital inglés aumentó la producción de acero. El desarrollo siderúrgico vasco se concretó en la creación de Altos Hornos de Vizcaya (1902) e impulsó una pujante industria naval.

Además de las regiones y sectores señalados, en el resto de España los antiguos talleres artesanales convivían con fábricas más modernas. En La Mancha, Andalucía y Aragón destacó la industria agroalimentaria (harinas). En Madrid se desarrolló la industria tipográfica y editorial, además de fábricas de bienes de lujo como la Fábrica de Tabacos.

La industria minera creció a partir de la Ley de Minas de 1868 que permitió la venta de los bienes del subsuelo, facilitando su compra por ingleses. Destacó la explotación de las minas de mercurio de Almadén (que pasaron a manos de la familia Rotschild) y las minas de plomo y cobre de Riotinto (explotadas por la compañía inglesa Rio Tinto Company Limited).

1.3 Modernización de infraestructuras: el impacto del ferrocarril.

El ferrocarril llegó con retraso a España debido a causas políticas (guerra carlista), económicas (escasez de capitales interiores), y técnicas (difícil orografía peninsular y reducida capacidad tecnológica española).

Casi veinte años después de la inauguración de la primera línea ferroviaria del mundo, se inauguró la primera línea férrea en la península ibérica entre Barcelona y Mataró (1848) y poco después se inauguró el ferrocarril entre Madrid y Aranjuez (1851).

La Ley de Ferrocarriles de 1855 impulsó el desarrollo del ferrocarril a través de las subvenciones estatales. Además, la Ley de Sociedades de Crédito de 1856 incentivó la entrada de capital extranjero para financiar la construcción ferroviaria. De este modo se crearon numerosas empresas ferroviarias, como la Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España.

La red ferroviaria española fue radial (a causa de la política centralista liberal); con un ancho de vía de 1,67 metros, mayor que el europeo (debido a la orografía abrupta y por motivos de seguridad nacional); por lo que no se facilitó las comunicaciones de España con Europa. En 1896 se había construido 13.000 kilómetros de vías, conectando Madrid con las principales ciudades costeras y fronterizas.

Como consecuencias del desarrollo del ferrocarril se consolidó un mercado nacional (conectando los diferentes centros productores con los centros de consumo), pero no impulsó la producción siderúrgica española (ya que la mayoría del material ferroviario fue importado desde Europa). En la construcción de las lineas ferroviarias se usaron materiales de baja calidad, lo que exigió un caro mantenimiento.

Respecto a las comunicaciones, el correo había dado sus primeros pasos como servicio público en el siglo XVIII, pero se modernizó con la aparición del sello (1850), que abarató las tarifas, y por el empleo del ferrocarril y la bicicleta en su distribución.

El telégrafo jugó un papel muy importante en la modernización de las comunicaciones. El telégrafo óptico se basó en señales codificadas transmitidas entre torres. En 1844 se construyeron las primeras lineas entre Madrid y los principales puestos fronterizos o costeros, sirviendo para usos militares.

Entre 1853 y 1863 se desarrolló el telégrafo eléctrico, gracias a una red de cables radial por los que se trasmitían señales codificadas. Facilitó el desarrollo de la Bolsa, el comercio, y la prensa de información.

A finales del siglo XIX el teléfono empezó a sustituir tímidamente al telégrafo. Las primeras pruebas telefónicas se realizaron en España en 1877 en Cuba y Barcelona. Sin embargo, hasta la creación en 1924 de la Compañía Nacional Telefónica, no se consolidó el desarrollo de la red telefónica, al no desarrollarse un marco legal propicio.

2. Transformaciones sociales.

2.1 El crecimiento demográfico.

En el siglo XIX la población española creció de 11 millones de habitantes en 1800 a 19 millones en 1900. Sin embargo este crecimiento fue más limitado que en otros países de Europa, ya que persistió el régimen demográfico antiguo.

Las tasas de natalidad y mortalidad se mantuvieron elevadas. La natalidad elevada se explica por la férrea moral religiosa y por la consideración de los hijos como fuerza de trabajo. La alta mortalidad se debía a las precarias condiciones sanitarias, y a la persistencia de muertes catastróficas provocadas por crisis de subsistencia y epidemias reiteradas como el cólera.

A partir de 1870 se inició en España la transición demográfica, con un crecimiento sostenido, al disminuir la mortalidad catastrófica gracias a la articulación de un mercado nacional que acabó con las crisis de subsistencia, y a las mejoras sanitarias (mejoró la preparación de los médicos y se desarrollaron las instalaciones sanitarias). La última gran epidemia de cólera fue la de 1885.

La estructura demográfica por sectores económicos reflejaba el escaso desarrollo industrial y urbano: dos tercios de la población trabajaba en el sector primario, mientras que el sector secundario sólo ocupaba a un 14 % de la población y el terciario a un 20 %.

A partir de 1860 tuvo lugar un destacado éxodo rural a Barcelona, País Vasco y Madrid, ante las expectativas laborales por el desarrollo industrial y las demandas de construcción y servicio doméstico). Este proceso generó un aumento de la población urbana.

El aumento de la población urbana estuvo unido al lento y reducido crecimiento de las ciudades, que conllevó el derribo definitivo de sus murallas y el desarrollo de infraestructuras (abastecimiento de agua y alcantarillado, alumbrado, y transporte público).

En 1860 se planificaron y construyeron los ensanches, sistema de crecimiento urbano planificado que ordenó el trazado urbano mediante planos geométricos ortogonales o en cuadrícula. En España el ingeniero Ildefonso Cerdá fue el autor del plan de ensanche de Barcelona y el ingeniero Carlos María de Castro fue el autor del plan de ensanche de Madrid. Otras ciudades (como Bilabo, Valencia o Zaragoza) también derribaron sus murallas y elaboraron sus proyectos de ensanche.

La demografía española del siglo XIX también se vio afectada por las migraciones exteriores, aunque estas estuvieron prohibidas en la primera mitad del siglo. Esto llevó al desarrollo de una emigración clandestina por las malas condiciones internas y la atracción generada por conocidos emigrados, sin olvidar la emigración política (exilio) a la que se enfrentaron especialmente liberales, carlistas y republicanos.

La migración de población española se incrementó a finales del siglo XIX, cuando se permitió libremente la emigración. El destino de esta emigración fue principalmente América Latina, debido a los lazos históricos y culturales. La mayoría de los emigrantes procedían de Galicia (con medio millón en la segunda mitad del siglo) y Canarias. La emigración dio lugar a la aparición de los indianos (emigrantes retornados que consiguieron “hacer las Américas”).

2.2 De la sociedad estamental a la sociedad de clases.

Con el triunfo del liberalismo en el siglo XIX se desarrolló la sociedad de clases que acabó con la estática sociedad estamental al basarse en la igualdad ante la ley y permitir la movilidad social según el enriquecimiento. Sin embargo, en España el ascenso social sólo benefició a un grupo reducido.

En función de la renta se establecieron tres clases sociales: la alta (integrada por la vieja nobleza y la alta burguesía), la media (prácticamente inexistente) y la baja (formada por los trabajadores urbanos u obreros y los campesinos).

La clase alta concentraba las grandes propiedades y controlaba el poder político. Dentro de ella estaba la antigua nobleza terrateniente; la burguesía industrial, financiera y banquera (que compró fincas desamortizadas y se desarrolló en Cataluña, País Vasco, Madrid y Cuba); los altos cargos del Estado; y la Iglesia (gracias al Concordato de 1851).

La clase media era escasa en número (en 1870 suponía un 5 % del total) y estaba concentrada en las ciudades. Englobaba empleados públicos, pequeños comerciantes y fabricantes, profesionales liberales y pequeños propietarios agrarios. Fue un grupo asociado al liberalismo progresista.

Las clases populares siguieron siendo mayoritarias. Incluían a los campesinos y a la población asalariada urbana. Los campesinos suponían dos tercios de la población. Fueron perjudicados por la desamortización, convirtiéndose muchos en jornaleros, con salarios bajos, mala alimentación y paro estacional. Muchos emigraron a las ciudades o a América.

Los asalariados urbanos incluían a los criados y los trabajadores de talleres y fábricas (obreros), que unidos a través de los sindicatos consiguieron algunas mejoras. Los obreros se concentraron en la ciudad de Barcelona.

Los marginados (mendigos, vagabundos, prostitutas,...) fueron excluidos de la sociedad por la falta de trabajo o por llevar una vida rechazada por la moral de la época. Entre ellos también se encontraban los “tullidos”, que excluidos del mundo laboral vivían de la caridad de la Iglesia o del robo.

La sociedad liberal mantuvo la discriminación hacia la mujer. Durante el siglo XIX se creó una imagen ideal de la mujer como ángel del hogar, recluida al ámbito reproductivo familiar privado, especialmente entre las clases altas. No obstante, en las clases bajas, por necesidad, el trabajo de la mujer en el campo era habitual, mientras que en las ciudades sólo ocupaba puestos de baja cualificación y remuneración.

En la segunda mitad del siglo XIX aparecieron en España dos escritoras que reivindicaron la extensión de los derechos a las mujeres: Concepción Arenal, que reivindicó la educación de la mujer, y Emilia Pardo Bazán, escritora naturalista que promovió la publicación de reivindicación feminista “La Biblioteca de la Mujer”.

2.3 Génesis y desarrollo del movimiento obrero en España.

Las primeras protestas obreras se desarrollaron en Barcelona, donde se inició la industrialización en España. En 1835, siguiendo el ejemplo de los ludistas ingleses, los obreros quemaron las fábricas de telas «Bonaplata y Compañía» y «El vapor», con el fin de destruir las nuevas máquinas que generaban paro. 

También en la década de 1830 se crearon las primeras agrupaciones de trabajadores, las sociedades de auxilio mutuo (o sociedades mutualistas). Estas sociedades buscaban ayudar a los afiliados en paro, enfermos o inválidos.

Las revoluciones liberales europeas de 1848 (cuyo reflejo en España fueron las jornadas de junio de 1854) agotaron la alianza contra el Antiguo Régimen entre la burguesía y los sectores populares, pues la primera acabó conquistando el poder y percibió como amenaza la las clases populares obreras, que en España impulsaron los partidos demócrata y republicano.

A partir del Sexenio Democrático el movimiento obrero tuvo su empuje definitivo en España, gracias al reconocimiento del derecho de asociación en la Constitución de 1869, que facilitó el desembarco en España de la Primera Internacional o Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), que fue fundada en 1864 en Londres promoviendo la solidaridad obrera internacional para conseguir mejoras en las condiciones laborales de la clase obrera.

En 1868 el anarquista italiano Giuseppe Fanelli introdujo en España la Primera Internacional, creándose en 1869 la Sección Española de la AIT (Federación Regional Española). Fue en su mayoría anarquista como demostró su participación en los levantamientos cantonales de 1873.

La ilegalización de la AIT en España en 1874 y la prohibición del asociacionismo al inicio de la Restauración, condujo a la clandestinidad al movimiento obrero, que con la Ley de Asociaciones de 1887 recuperó la visibilidad.

Dentro del movimiento obrero los anarquistas, cuyos apoyos se centraron en Cataluña y Andalucía, desarrollaron una actividad sindical a través de la Federación de Trabajadores de la Región Española o FTRE (1881) y después de la Confederación Nacional del Trabajo o CNT (1910). Otra línea de actuación anarquista fueron los atentados contra miembros de las elites políticas y económicas.

Los marxistas, cuyo pensamiento fue introducido en España por Paul Lafargue, yerno de Karl Marx que visitó España en 1872, fundaron en la clandestinidad en 1879 en Madrid el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que se implantó en Madrid, Vizcaya y Asturias. En 1888 se creó el sindicato socialista Unión General de Trabajadores o UGT. Por último en 1910 Pablo Iglesias se convirtió en el primer diputado socialista en España.

3. Transformaciones culturales.

3.1 Transformaciones culturales y artísticas.

Durante la primera mitad del siglo XIX, en los ámbitos oficiales se mantuvo el neoclasicismo, una vuelta a la tradición artística clásica asociada al racionalismo ilustrado. En la arquitectura se manifestó en edificios como el Congreso de los Diputados construido durante el reinado de Isabel II por Narciso Pascual Colomer.

Durante la primera mitad del siglo XIX el exilio liberal permitió el acercamiento de los artistas e intelectuales a las corrientes culturales y artísticas europeas de Reino Unido y Francia.

Entre 1830 y 1850, en pleno reinado de Isabel II, se desarrolló el romanticismo como contrapunto al neoclasicimso al basarse en las emociones, en un pasado más o menos idealizado, y en la libertad del individuo, estando asociado al nacionalismo y el liberalismo.

España se convirtió en un referente romántico europeo por su exotismo (pasado islámico, toros, gitanos,...) como quedó plasmado en la obra del escritor francés Prosper Merimée Carmen.

En literatura romántica sobresalieron poetas como José de Espronceda (Canción del pirata), Gustavo Adolfo Bécquer (Rimas y leyendas) y Rosalía de Castro (Cantares gallegos), autores de teatro como José Zorrilla (Don Juan Tenorio) y el Duque de Rivas (Don Álvaro o la fuerza del sino) y ensayistas como Mariano José de Larra (Artículos de costumbres).

En la pintura romántica destacó el desarrollo de la temática histórica y costumbrista, con artistas como José Casado del Alisal (La rendición de Bailén) o Federico de Madrazo (pintor de cámara de Isabel II).

En la música romántica, los princiapales compositores españoles desarrollaron su obra a finales del siglo XIX, destacando Isaac Albeniz o Enrique Granados, inspirados en la música popular española.

Durante la segunda mitad del siglo XIX se desarrolló el realismo y el naturalismo. Frente a la ensoñación romántica se basó en la observación rigurosa de la realidad convirtiéndose la creación artística en un ejercicio científico. En España destacaron escritores como Benito Pérez Galdós (Episodios Nacionales) o Leopoldo Alas Clarín (La Regenta).

El realismo y el naturalismo fueron el reflejo artístico del desarrollo del pensamiento positivista promovido por Auguste Comte, que buscaba el progreso a través de la ciencia. El positivismo se difundió en España a través del krausismo, filosofía alemana que llegó a España gracias a Julián Sanz del Río.

Los krausistas fueron expulsados de la Universidad Central de Madrid y crearon la Institución Libre de Enseñanza, apostando por una escuela laica, mixta y experimental.

En las ciencias destacó la figura de Santiago Ramón y Cajal, que a partir de estudios de anatomía microscópica, desarrolló las teorías neuronales. Sus investigaciones le valieron el Premio Nobel de Medicina en 1906, convirtiéndose en el primer español en recibir este prestigioso premio. Gracias a este premio, Ramón y Cajal pudo fomentar la investigación en España mediante la creación del Laboratorio de Investigaciones Biológicas y la Junta para la Ampliación de Estudios.

A finales del siglo XIX se desarrolló el modernismo, corriente artística impulsada por el irracionalismo a partir de postulados decadentistas provocados por la pérdida de fe en el progreso y la búsqueda del arte por el arte. En arquitectura dio lugar a una exhaustiva decoración interior y exterior con motivos orgánicos. En España se desarrolló entre la buruesía catalana, destacando la obra de Antoni Gaudí (La Sagrada Familia).

El modernismo, a través del simbolismo impulsado por Charles Baudelaire, tuvo también una importante huella en la poesía de la época, siendo el nicaragüense Rubén Darío quién lo introdujo en España.

Por último, la pérdida de las últimas colonias españolas en 1898, impulsó en España el regeneracionismo, que planteó la necesidad de una profunda reforma de las estructuras económicas y sociales de España. En este sentido, destacó la obra del aragonés Joaquín Costa Oligarquía y caciquismo.  

Por otra parte, los hechos de 1898 marcaron a una serie de escritores renovadores muy heterogéneos englobados en la generación del 98 (Pío Baroja, Azorín, Miguel de Unamuno, Antonio Machado o Ramón María del Valle – Inclán,...). Compartieron una visión pesimista de España, siendo sus escritos renovadores, melancólicos o sarcásticos,...

En música dentro de la generación del 98 se puede incluir a Manuel de Falla, que con obras como El amor brujo, representó la cumbre del renacimiento musical español, en estrecho contacto con los ambientes musicales vanguardistas de París.

3.2 Cambio de mentalidades.

Durante el siglo XIX chocaron dos mentalidades, una tradicional, heredada del pasado, y otra innovadora, relacionada con las triunfantes nuevas ideas liberales. El tradicionalismo, asociado al mundo rural, se basó en los valores propios del Antiguo Régimen. Identificaba España con el catolicismo y se basaba en los valores nobiliarios (propiedad de la tierra).

El tradicionalismo fue defendido por los carlistas y por el liberalismo más conservador (Juan Donoso Cortés, Jaime Balmés y Marcelino Ménendez Pelayo), que reivindicó el catolicismo como el eje de la cultura nacional española.

A nivel social, el tradicionalismo contó con el apoyo de las clases altas, que siguieron conservando viejas actitudes aristocráticas (ostentación de la riqueza), apareciendo nuevas costumbres como el teatro y la ópera. Las clases bajas campesinas mantuvieron una mentalidad tradicionalista basada en el seguimiento de las fiestas religiosas y la falta de acceso a los avances culturales urbanos debido al analfabetismo.

Frente al tradicionalismo se desarrolló el liberalismo como pensamiento innovador, asociado a las ciudades. Fue defendido por los liberales progresistas, basándose en una cultura secularizada y laica desarrollada a partir de los avances científicos. Estaba abierto a las novedades del pensamiento europeo (como el positivismo de Auguste Comte, la teoría de la evolución humana desarrollada por Charles Darwin,...).

La nueva mentalidad liberal fue apoyada por las clases medias, que desarrollaron centros de reunión y debate (cafés, tertulias, casinos,…) y por las clases populares urbanas, que defendieron el liberalismo radical, asociado al desarrollo del anticlericalismo, y el movimiento obrero anarquista y marxista, que a través de las casas del pueblo y ateneos, difundieron una nueva cultura racionalista, popular y anticlerical.

3.3 La educación y la prensa.

En el siglo XIX el número de analfabetos en España descendió del 50 % en 1800 al 36 % en 1900, situándose entre los países europeos con mayor tasa de analfabetismo.

Hubo diferencias regionales, Madrid y el norte de España tuvieron un número de analfabetos menor que el sur de España, estando en relación con la riqueza. También hubo un analfabetismo mayor entre las mujeres que entre los varones, debido a la mentalidad machista que recluía a la mujer en el hogar para desarrollar las tareas domésticas.

La expansión de la enseñanza primaria y el desarrollo de la prensa escrita impulsaron la progresiva erradicación del analfabetismo. La educación fue una preocupación constante liberal desde la Constitución de 1812. En 1857 Claudio Moyano promovió la Ley de Instrucción Pública que estableció un sistema educativo organizado en tres niveles.

La educación primaria fue obligatoria, financiada por unos Ayuntamientos con recursos limitados. Más allá de la enseñanza pública, se permitió la enseñanza privada (dominada por la Iglesia católica), que consiguió impartir el 33 % de la enseñanza primaria. En 1900 sólo el 50 % de la población cursaba estudios primarios.

La educación secundaria ocupó al 1,6 % de los niños que habían estudiado primaria (casi en exclusiva varones). En general había un instituto en cada capital de provincia, siendo financiada la enseñanza pública por las Diputaciones Provinciales. Sin embargo, casi el 80 % de la educación secundaria estuvo en manos privadas de la Iglesia católica. 

Los estudios superiores o universitarios quedaron en manos exclusivas del Estado, siendo la Universidad Central de Madrid la única que impartía todos los estudios y permitía cursar estudios de doctorado. Poco más de la mitad de los estudiantes de secundaria proseguía sus estudios. Los gobiernos conservadores trataron de controlar la libertad de cátedra hasta 1881, llegando a expulsar a profesores universitarios.  

Frente al conservadurismo de la enseñanza oficial y religiosa, Francisco Giner de los Ríos fundó en 1876 la Institución Libre de Enseñanza (ILE), una escuela e instituto privado laico que buscaba la formación integral de personas libres, fomentando la tolerancia, el espíritu crítico y el contacto con la naturaleza, lo que impulsó el desarrollo del montañismo. 

Además, en 1907 Santiago Ramón y Cajal creó la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, que fomentó la investigación mediante becas en el extranjero y la creación de nuevos centros de investigación.  

En 1910 se creó la Residencia de Estudiantes como centro de intercambio cultural, científico y artístico nacional e internacional, pasando por la misma destacados intelectuales como Albert Einstein, así como grandes artistas y científicos españoles (Luis Buñuel, el Federico García Lorca, Salvador Dalí, Severo Ochoa,...). 

Otra institución renovadora fue el Instituto Escuela de Madrid (creado en 1918), que otorgó gran importancia al carácter experimental de la educación y al fomento de la creación artística.  

Dentro del movimiento obrero se crearon escuelas de alfabetización en las Casas del Pueblo y los Ateneos obreros, destacando la innovadora Escuela Moderna creada en 1901 en Barcelona por el anarquista Francisco Ferrer Guardia.  

Respecto a la prensa, esta fue decisiva en la difusión de las ideas liberales, aunque tuvo que hacer frente a la censura, durante los periodos absolutistas y de gobiernos liberales moderados o conservadores. La prensa tuvo sus primeras etapas de desarrollo de la mano de la libertad de prensa aprobada por las Cortes de Cádiz y restaurada durante el Trienio Liberal. 

Los periódicos no superaron ediciones de más de 15.000 ejemplares, ya que el público lector era limitado. A pesar de ello, los periódicos tuvieron influencia más allá de la población alfabetizada, pues se hicieron frecuentes las lecturas colectivas, especialmente en los centros culturales obreros. 

Algunos de los principales periódicos de la época fueron: los conservadores La Vanguardia (1881), periódico de la burguesía catalana, y ABC (1905), periódico de ideología monárquica; los progresistas El Heraldo de Madrid y El Imparcial; la prensa obrera marxistas (El socialista) o anarquista (Tierra y Libertad); y las revistas ilustradas satíricas (La Flaca).