Tranquilidad en Botella “Narcótico Encantador” … · sobre Celso –el famoso pensador de la...

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Tranquilidad en Botella “Narcótico Encantador” Misteriosos Cristales Grises El Fármaco de Morfeo

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Tranquilidad enBotella

“NarcóticoEncantador”

MisteriososCristales Grises

El Fármaco deMorfeo

Benzodiacepinas: La Revolución de la Calma

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Edad Moderna:DEL ALAMBIQUE A LA PROBETA

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Durante siglos, el opio y sus derivadoscarecieron del halo proscrito que losrodea en la actualidad. Los médicos

los recetaban para un sinfín de dolencias, sinreparar en los devastadores efectos adictivosque podían ocasionar. Sin embargo, con eldesarrollo de la química en un principio, ycon las leyes restrictivas después, el uso delos opiáceos fue dejando lugar a unainvestigación cada vez más precisa yacuciosa sobre los sedantes e hipnóticossintéticamente elaborados.

Philippus Aureolus TheophrastusBombastus von Hohenheim, autoapodadoParacelso para señalar su superioridadsobre Celso –el famoso pensador de laAntigüedad–, fue un personaje muydiscutido en su época, y hasta hoy susideas sobre la medicina y el hombresiguen siendo motivo decontroversia. Para algunos, un genioiluminado y revolucionario que seadelantó al conocimiento científicode su tiempo. Para otros, poco másque un arrogante y fantasiosocharlatán de feria.

Parado en el umbral delRenacimiento, se sitúa a mediocamino entre la Edad Media yla Edad Moderna. Su trabajoabarca la teología, laastrología y la magia, perotambién la medicina, lainvestigación empírica yla preparación de

medicamentos a partir de procedimientosalquímicos.

Entre otras innovaciones, fue un pionero delos tratamientos con remedios minerales yrevolucionó las ideas imperantes en su épocaal proclamar el origen externo de la mayoríade las enfermedades y establecer comomisión más importante del médico labúsqueda de un medicamento específico(arcanum) para el origen de cada enfermedad(semilla morbosa). Los preparados químicos seusaban desde la Antigüedad en aplicacionesexternas, aunque Paracelso fue el primero enutilizarlos también para tratamientos internos.

La química modernatiene en Paracelso a uno

de sus precursores.

Es innovador además al establecer unafusión entre las prácticas clásicas de lamedicina y los hallazgos de lascuranderas medievales.

Paracelso fue el creador dellegendario láudano, que es no másque una disolución del opio –del cualel científico era acérrimo partidario–.Siempre llevaba consigo una pequeñacantidad en el pomo de su silla demontar, que administraba con los másdiversos fines a sus pacientes.

Lo mismo hicieron los farmacéuticosque lo sucedieron –Platter, Gessner yHostium–, quienes formaban eldenominado “triunvirato del opio” porla frecuencia con que lo utilizaban.Muchas veces, además, laadministración del jugo de adormiderase acompañaba de costosas sustanciascomo perlas pulverizadas, platino, jade,ámbar y polvos de oro. Numerososliteratos hicieron mofa de dichapráctica, denunciando con sorna laambición de los médicos y lopresuntuoso de los pacientes.

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De 1491 es este grabado que muestrael procesamiento de las piedras

preciosas que acompañaban al opio.

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En aquella época, la sustancia carecíade todo carácter proscrito. Así, porejemplo, el clínico de los Países Bajos

H. De Boerhaave, cuyos discípulos ocupanlas principales cátedras de medicina enEuropa, afirmaba que “el opio es un inmensodon de la Providencia”.

Por su parte, el londinense Thomas Syndenham,considerado por sus agudas observacionesclínicas como el médico inglés de todos lostiempos, elaboró en el siglo XVII un exitosoláudano-opio disuelto en vino de Málaga,azafrán, polvo de canela y clavo al que diosu nombre. A quien deseara escucharlo,Syndenham aseguraba que jamás habría sidomédico si no hubiese dispuesto de aquelladroga, y que su falta habría dejado a la me-dicina “manca y coja”: “Entre los remediosque el Todopoderoso tuvo a bien concederal hombre para alivio de sus sufrimientos,ninguno es tan universal y eficaz”. Decía to-mar diariamente 20 gramos de su preparado,además de recetarlo personalmente en unacantidad sideral –cerca de ocho mil litros– aencumbrados pacientes como Oliver Crom-well o el rey Carlos II.

Y en sus “Confesiones de un ConsumidorInglés de Opio”, el escritor Thomas deQuincey relata lo que le aconteció al ingerirláudano para aliviar su reumatismo: “He aquíuna panacea... he aquí el secreto de la felici-dad, sobre la que los filósofos habían debatidodurante tantos siglos, descubierta de pronto;la felicidad podría comprarse ahora por unpenique, y llevarse en el bolsillo del chaleco;el éxtasis portátil podría encerrarse en unabotella; y la tranquilidad del espíritu podríaenviarse por correo”.

En cierto tratado de 1700 se lee textualmen-te que la sustancia “Hace el don de sueñosagradables, libera del miedo, el hambre y eldolor, y asegura al que lo consume regular-

mente puntualidad, tranquilidad deespíritu, presencia de alma, rapidezy éxito en los negocios, seguridad ensí mismo, esplendidez, control de espí-ritu, valor, desprecio por los peligros,cordialidad, fuerza, satisfacción, paz de con-ciencia e imparcialidad”.

Por su parte, se conserva aún el testimoniode una insomne dama de sociedad que, en1773, escribe a su amante lo siguiente: “Elsufrimiento ha suavizado mi alma, y me rindoante él. A las cinco de la mañana tomé dosgranos de opio. Obtuve de ello algo de calmaque me benefició aún más que el sueño”,expresaba la señora, aquejada de violentasturbulencias sentimentales.

Tranquilidad en botellaTranquilidad en botella

Para Thomas Syndenham, el opioera un obsequio divino.

El opio era un protagonista más en las intrigassentimentales de la aristocracia dieciochesca.

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Thomas Syndenham tuvo un curioso discí-pulo, el médico y ex filibustero ThomasDover, quien inventó los archiconoci-

dos “polvos de Dover”, mezclando opio conun vegetal de ipecacuana. Este era especial-mente efectivo para curar la disentería, peroservía también para un amplio espectro detrastornos, desde las contracciones uterinasal insomnio.

El láudano, sin embargo, seguía consumién-dose en numerosos círculos. El Fausto, deGoethe, elogiaba el “encantador jugo narcó-tico”; quizás inspirado en sus efluvios fueque el artista español Francisco de Goya yLucientes concibió sus terribles pinturas ne-gras –a partir de su consumo, sus cuentas de

botica ascendían a cifras astronómicas–;también el novelista británico Walter Scottingería altísimas dosis, así como el mismoGoethe, Novalis, Coleridge, Shelley, Byron,Wordsworth y Keats.

Ninguno de ellos, sin embargo, llamaba a es-cándalo por su afición al medicamento. Másaún, el botiquín de toda familia que se respe-tara lo incluía entre sus haberes, acompañadode elixires y grageas varias para los nervios.Si la dueña de casa era además una dama dela sociedad europea entre los siglos XV alXVII, es posible que en su tocador hubiesetambién algún ungüento elaborado sobre labase de solanáceas, cuya aplicación asegura-ba un sopor voluptuoso y placentero.

“Narcótico encantador”“Narcótico encantador”

El mismo Goethe era un asiduoconsumidor de láudano. Aquí en

una pintura realzada por sucontemporáneo Heinrich

Tischbein.

Acomienzos de 1709, un joven náufra-go escocés llamado Alexander Selkirk–recreado luego en el legendario Ro-

binson Crusoe– fue rescatado en las inhóspi-tas costas de la isla de Juan Fernández, frentea las costas chilenas. Quien lo recogió fue elcorsario Thomas Dover a bordo de su nave, elDuke, que arribó a Londres en 1710 cargadacon un cuantioso botín de 21 pistolas y algomás, obtenido a partir de la captura de unanave española.

El filibustero sorprendió a sus conocidos ase-gurando que, a partir de entonces, cambiaríade actividad y se dedicaría a la medicina. Laspomposas sociedades científicas londinensesle declararon la guerra, pero Dover los man-dó a paseo e inventó sus famosos polvos,con los cuales se hizo más millonarioaún. Fue además el primer médicoque atendió a los pobres en for-ma gratuita en su pintorescaconsulta ubicada en un céntri-co salón de té londinense.

Médico y filibustero

Thomas Dover rescató aAlexander Selkirk de la islaJuan Fernández, en el OcéanoPacífico.

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Afines del siglo XVIII, en el puebloalemán de Paderborn, el jovenFrederick Wilhelm Sertuerner te-

nía fama de holgazán; de ser un soña-dor bueno para nada. Su madre le consi-guió un puesto como aprendiz de farmacia,pero lo que él realmente deseaba era con-vertirse en ingeniero.

No obstante, el boticario Cramer –su maestro–lo introdujo en los secretos de la químicamediante una bien pensada estrategia. Lepedía, por ejemplo, que ordenara el dispen-sario y que reparara los delicados instrumentospara pesar las drogas, con lo cual el jovenfue memorizando sin quererlo sus complica-dos nombres en latín.

Un cierto día se supo de una niña pequeñaque, en un accidente doméstico, había quema-do gran parte de su cuerpo. El médico local leadministró opio para aliviarle los dolores, perola medicación no tuvo efecto alguno, tal co-mo había ocurrido con otros varios pacientesen el pueblo.

Fue el joven Sertuernerquien discurrió que, en lugar

de mezclar la droga con innume-rables sustancias ajenas que podían anularsu acción, quizás resultaba tanto más eficien-te aislar en la cantidad justa y precisa aquellaporción del opio que actuaría como calmante.“Si es que existe tal sustancia, no sabemos có-mo extraerla”, retrucó el maestro Cramer.“Además, no tengo equipamiento suficienteen mi humilde botica. Sin embargo, HerrSertuerner, si de todos modos decide deso-bedecer mis consejos y se empeña en prose-guir con su experimento, sepa que guardoalgo de opio extra en la repisa superior deldispensario”, comentó con astucia.

Pasaron incontables meses durante los cualesel joven Sertuerner se quemó las pestañas in-tentando dilucidar los misterios químicos de laadormidera. Hasta que una noche discurrióun método que, de tan sencillo, nunca antespensó en abordar: disolvió unos gramos deopio en ácido, que después neutralizó conotra solución alcalina. Luego de algunos mi-nutos, se formaron cristales grises que ennada se parecían al opio, opaco y marrón.En poco tiempo, el joven descubriría queaquella translúcida materia escondía otrasustancia, tan extraña y portentosa que al-gún día revolucionaría la práctica misma dela medicina.

Misteriosos cristales grisesMisteriosos cristales grises

Medalla conmemorativacon la figura de FrederickW. Sertuerner.

Semejante a éste, en la reconstrucción de unlaboratorio químico de los siglos XVII a XIX,podría haber sido el equipamiento con el quetrabajó Sertuerner.

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Dicha sustancia era un alcaloide tan po-deroso que mataba indefectiblemente asus conejillos de Indias –perros y gatos

domésticos–, lo cual lo obligó a disminuir ladosis a cantidades infinitesimales. Finalmen-te obtuvo la quintaesencia del opio, a la quellamó “morfina” por el proverbial Morfeo,dios del sueño.

Escribió a las publicaciones científicas localesque, sin embargo, no dieron importancia asus descubrimientos. Y es que la medicinano estaba del todo desarrollada en la Ale-mania de la época, pues no existían labora-torios de importancia en comparación conlas instalaciones existentes en otros paíseseuropeos.

Con gran desilusión, Sertuerner abandonólos experimentos y se dedicó a investigar

la soda cáustica, a la galvanización ya la fabricación de explosivos leta-les contra el odiado Napoleón.

Pero una noche, desesperado porel dolor de una muela rebelde, decidió

ingerir él mismo los cristales, que lo in-dujeron a un sueño prolongado y repara-dor. Retomó entonces los experimentos–esta vez con humanos–, ante la suspi-cacia de sus vecinos.

Nuevamente escribió sobre sus investi-gaciones a las publicaciones científicas,y esta vez llamó la atención del granJoseph Luis Gay-Lussac en Francia. Esteelogió profusamente sus investigacio-nes, al punto que Sertuerner se hizo fa-

moso en toda Europa, desde San Pe-tersburgo a Lisboa.

El fármaco de MorfeoEl fármaco de Morfeo

Esta litografía, fechada enFrancia en 1897, muestra los

efectos de la morfina enuna dama de la bohemia.

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La utilización social de la morfina pron-to comenzó en círculos de la farándu-la y el espectáculo. En los salones

de la alta sociedad se regalaban es-tuches firmados por prestigiososorfebres que contenían los utensi-lios para administrarla por vía ve-nosa. Las damas formaban filaspara ser inyectadas, y llegó a ha-ber comportamientos de francaobscenidad. Un cronista de la épo-ca señala que muchas aristócratasguardaban diminutas jeringuillasde oro para no perder una dosis, niaun durante las visitas. Si un invitadose ausentaba durante algunos minu-tos, nadie se sorprendía y, por elcontrario, resultaba de cierto buentono practicar el “morfinismo”. Fa-mosos drogados parisinos hacían os-tentación de su hábito y muchos lle-vaban siempre una aguja de oro cla-vada debajo de un apósito. Se dice queWagner y el emperador Maximiliano ce-dieron a la morfina, así como también elesposo de Sara Bernhardt –quien habríaingerido una dosis letal– y el marqués Bis-marck, quien se inyectaba morfina variasveces al día antes de la guerra francopru-siana. Algunas estadísticas indican que el25 por ciento de las adictas eran mujeres,en un grupo compuesto por cónyugesde médicos y farmacéuticos, comadro-nas y aun algunas monjas enfermeras.En sectores menos adinerados, secuentan incluso marinos y miembrosdel clero.

Se dice que el compositoralemán Richard Wagner cedióen ocasiones a la morfina.

Jeringuillas diminutas

Ya a fines del siglo XIX, el desarrollo dela farmacología había dado espaciopara la elaboración de sustancias

sintéticas que modificaron el consumo demedicamentos en la población. A partir deuna muestra reducida –cerca de 16 mil pres-cripciones procesadas en nueve farmaciasdel estado norteamericano de Illinois–, laEbert Prescription Survey (estudio farmaco-lógico realizado en 1885) ofrece luces acercade los productos que se almacenaban en lasboticas de la época.

La encuesta registra que, además del aguadestilada, el jarabe y la glicerina, uno de losingredientes más habitualmente utilizados enla elaboración de medicamentos era el sulfa-to de morfina, que formaba parte de 519prescripciones en diez mil. Continuaban enla lista el yoduro potásico (473 veces) y latintura de opio (463), luego de los cuales semencionaba al fenol, el cloruro mercurioso yla ipeca; el polvo de ipeca y opio, el bromu-ro potásico y la tintura de opio alcanforada.Estos se utilizaron en más de trescientasrecetas, seguidos por el jarabe de Tolú, lavaselina y la nuez vómica, entre otros, que se

prescribieron en alrededor de 250 ocasiones.

Pese a algunas manifestaciones aisladas, aúnno había consenso acerca de los poderesadictivos de los opiáceos, que se consumíanpor centenares en todo tipo de presentacio-nes. Más aún, a fines del siglo XIX se elabo-ró por primera vez la diacetilmorfina, queluego se puso a la venta masivamente con elnombre de heroína. Se publicitaba para dece-nas de trastornos, se proclamaban su extraor-dinaria acción analgésica y tranquilizante, sealababa la facilidad de su uso y se asegurabasu carencia de propiedades formadoras dehábito. Por todo ello, fue excluida en los pri-meros cuerpos legales sobre narcóticos, ysólo se comenzó a fiscalizar internacional-mente en la década del 20.

Surtidas boticasSurtidas boticas

Fachadade unabotica

francesaen 1910.

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Aviso de alcaloides de la New York Quinineand Chemical Works (Limited) de 1901.

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Además de la heroína, durante untiempo se utilizó también la codeínacomo tranquilizante menor, además

del cloroformo –derechamente anestésico–,el cloral y del paraldehído, recomendadospara todos los trastornos en los que se indica-ba la morfina. El primero –hidrato de cloral–,sintetizado por Justus von Liebig en 1832,fue introducido en medicina como hipnóticoy anestésico por Oscar Liebreich en 1869; elsegundo fue elaborado un poco más tarde, en1882, por el químico Oswald Schmiedeberg.

Los individuos con trastornos de sueño solíanser aficionados al cloral, incluyendo algunosinsignes insomnes como el mismo Nietzsche,a quien le fue recomendado por sus efectos“milagrosos”.

Por 1920, la escritora Virginia Woolf recono-ce haberlo consumido, en medio de un epi-sodio sentimental que le quitaba en aquellosdías la paz de espíritu: “Te doy las buenasnoches”, escribe a la escritora británica VitaSackville-West –de quien se decía era suamante–. “Me encuentro en medio de unaenorme somnolencia, con el cloral que bulle

a lo largo de mis vértebras”. Los folletospublicitarios aseveraban que éste “ase-

gura un veloz efecto de relajaciónfrente a la tensión y al vertiginosoritmo de la vida moderna”. Y nu-merosas novelas de misterio uobras de teatro de la época ha-

cían referencia al fármaco, con elcual siempre se drogaba a la pro-tagonista antes de arrebatarle su

virtud.

Existían también otros métodosen boga para curar padecimien-tos “nerviosos” –como se deno-

minó a un enorme espectro de enfermeda-des siquiátricas aun entrado el siglo XX–.Quizás uno de los más conocidos fue el delas curas termales, que investía además decierto prestigio social a quienes recurrían aellas.

Un testimonio elocuente es el del escritor yparlamentario inglés Edward Bulwer-Lytton,huésped habitual de cierto “spa” en la lo-calidad de Malvern: “Al enorme cansanciopor exceso de trabajo y de estudios seañadió una gran ansiedad (...). Mis nervioscedían ante la menor alteración del ritmocotidiano”.

Para la neurastenia –el también llamado“agotamiento nervioso”– se aplicaban“duchas sedantes, en las que se aumenta pro-gresivamente la temperatura. Para la histeriaes necesario emplear la ducha escocesa (alter-nativamente caliente y fría)”, aseguraba elhidroterapista Alfred Béni-Barde en Francia.

Ducha escocesaDucha escocesa

La hidroterapia se utilizaba para trastornospsíquicos. En la fotografía, una paciente en unainstitución norteamericana.

La escritora inglesa Virginia Woolf sentía al cloralbullir por su espina dorsal.

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No obstante, continuaba la investigación en loslaboratorios, que condujo al descubrimientodel poder tranquilizante de los bromuros. Estos

fueron utilizados al comienzo para diversas enfermeda-des sobre las cuales no tuvieron ningún efecto. Noobstante, los científicos advirtieron pronto sus propie-dades sedantes, por lo cual la sustancia reemplazó rá-pidamente al cloral.

Uno de los más renombrados preparados de bromurofue el Sedobrol Roche, de acción tranquilizante; sepresentaba en forma de cubitos de caldo, como condi-mento de una dieta pobre en sal de cocina. Desa-rrollado originalmente para epilépticos, pronto se hizoconocido como “sedante para enfermos nerviosos”.

El mismo año en que se anunció el descubrimiento delcloral, el joven Emil Fischer, de 17 años, comenzó atrabajar con su padre en la industria de la madera. Sinembargo, él quería estudiar química en la universidad,lo cual consiguió –en Bonn al inicio y luego en Estras-burgo– luego de numerosos ruegos a su progenitor.

Ya a los treinta fue nombrado profesor y era calificadocomo una de las promesas científicas de la época,dedicándose al estudio de los azúcares, por lo cual re-cibió nada menos que el Premio Nobel en 1902.

Por su parte, el antiguo condiscípulo de Fischer, doctorJoseph von Mehring, dejaba de atender pacientes,obsesionado por el hallazgo de un somnífero eficaz ysin los efectos secundarios que poseían los que se ha-bían utilizado hasta entonces. Como médico, percibíala importancia del sueño y del descanso para el man-tenimiento de la salud. Por ello, desarrolló diversasinvestigaciones acerca del cloral sobre los presos dela cárcel de Estrasburgo. Trabajó incansablementecon los principios activos de los tranquilizantes enuso y con el ácido barbitúrico descubierto pre-viamente por un químico alemán, pero no lo-graba concebir una fórmula que lo dotara deacción sedante.

Trágico fin

Von Mehring recurrió a su viejo amigo Emil Fischerque, no obstante ya haber recibido el Nobel, mos-tró gran interés en sus investigaciones. En conjunto,ambos sintetizaron en 1903 el ácido dietil-barbitúrico,el primer barbitúrico de acción terapéutica. Este fuecomercializado como Veronal, en supuesto homena-je al espíritu pacífico de la ciudad de Verona.

Tanto Fischer como Von Mehring acudían en ocasio-nes al Veronal para un buen descanso. Pero si hu-biesen sido supersticiosos, sin embargo, se habríandetenido por un momento a pensar en el trágicodestino de Oscar Liebreich. En medio de terriblesdolores causados por una grave enfermedad, ésterecurrió a su propia droga –el cloral– como alivio,aunque, al parecer, la dosis fue excesiva y lo llevó ala muerte.

Pero los descubridores del ácido dietil-barbitúricoeran científicos y, por lo tanto, la superstición noentraba dentro de sus esquemas mentales. Sinembargo, la suerte de ambos se selló con simila-res visos dramáticos, pues ambos murieron porlos efectos del fármaco: luego de un viaje a Italia,Von Mehring regresó con un cruel ataque de neu-monía y con un intenso ataque de la gota que lohabía atormentado durante años. Recurrió al Veronal

para mitigar sus sufrimientos, aunque ladosis fue excesiva y fatal. Fischer,

por su parte, también recurrió almedicamento para calmar sus an-gustias, y encontró el mismo finque su compañero.

El médico y el NobelEl médico y el Nobel

El Sedobrol de Roche, uno de lospreparados de bromuro más eficaces.

El Premio Nobel Emil Fischer fue uno de losdescubridores del ácido dietil-barbitúrico.

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En los años que siguieron, la in-vestigación de barbitúricos con-tinuó un ascendente desarrollo.

Se sintetizaron más de dos mil 500,de los cuales hallaron utilización clínicaaproximadamente cincuenta. Así, porejemplo, en 1885, Eugen Baumann sin-tetizó el sulfonal, que se incluyó en laterapéutica tres años más tarde. En1910, Heinrich Hörlein logró obtener elluminal, que se comenzó a utilizar en1911 como un exitoso hipnótico. Final-mente, se introdujo el fenobarbital y elsecobarbital ya entrado el siglo XX, en1941 y 1945, respectivamente.

A medida que entraban enacta cada vez más cuerpos

legales que restringían eluso de la morfina y de

la heroína, aumentabaen enormes propor-

ciones el consumo debarbitúricos. En igual medida

crecía también el de anfeta-minas, que contrarrestaban

los efectos hipnóticos de losprimeros. Las cifras son decidoras:por aquellas fechas, se produ-cían sólo en Estados Unidoscuatrocientas toneladas debarbitúricos y quinientas deanfetaminas.

Dicho aumento acarreófatales consecuencias pa-ra un gran número de indi-

viduos que se hizo adicto,

que mezclaba el consumo de dichas drogascon alcohol –redoblando sus efectos– o que,simplemente, ingería una dosis y luego otrasin reparar en ello.

Apareció además una amplia gama de losllamados “tranquilizantes menores”. Se tra-taba de soporíferos cuya acción se basaba amenudo en la simple reducción del oxígenoen las células del cerebro. Sus nombres sonreveladores: Oblivón, Equilium, Atarax,Dominal, Procalmadiol, Decontractil, Placidil,Quietal, Dogmatil, Pertranquil, Oasil, Harmonín,Calmirán... A diferencia de los opiáceos, noinvolucraban ningún tipo de ensoñaciónalucinatoria, y no suponían tampoco el altonivel de toxicidad de los barbitúricos. Sóloaseguraban una suerte de desapego del in-dividuo frente a sus escollos cotidianos, ydisfrutaban de cierto prestigio por su apa-rente calidad de inocuos.

Cientos de toneladasCientos de toneladas

Marilyn Monroe, una de lasvíctimas de la sobredosis de

barbitúricos.

Ya en los años ’50, el consumo particular deopiáceos estaba penado en Estados Unidos.

ep EUROPA PRESS

COMUNICACIONES

Editora: Verónica Waissbluth G. Edición Gráfica: Juan José Ortega, Erika Ruz Dittus

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