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TRADICIÓN ORAL, COSTUMBRISMO Y LITERATURA POPULAR EN ARAGÓN ANTONIO BELTRÁN Universidad de Zaragoza I. Ideas generales. El pueblo como creador. Bases etnográficas. Tradición oral y escrita El tema del V Curso sobre Lengua y Literatura en Aragón («localismo, cos- tumbrismo y literatura popular») no necesita largas aclaraciones, pero sí, tal vez, puntualizaciones más que para explicarlo para precisar el conteni- do de nuestra ponencia dentro de la convocatoria y subrayar la ambigüe- dad en el uso de términos como «localismo» y «popular» aplicados al con- cepto de «literatura». El pueblo, en el sentido que a la palabra otorgaron las ideas de la Revolución Francesa y, aunque parezca un contrasentido, del «despotismo ilustrado» y del «romanticismo», imita, adapta o conserva, raras veces inventa y siempre intemporaliza y hace anónimo cuanto incor- pora, y simplifica y deforma lo que asimila a través de un peculiar proceso de aculturación. Lo «popular» se traduce a la versión que de la cultura de las clases rurales, de campesinos y pastores, o urbanas de menestrales y obreros y hasta de pequeños burgueses, las decantadas «clases medias» con resabios del «tercer estado» francés, ofrecen la alta burguesía adinera- da y la aristocracia, aunque sea la del pensamiento, y, como síntesis, los eruditos que crean alrededor de la idea del «folk-lore» como ciencia con- ceptos que son usuales en el tratamiento, que se pretende científico, de estas cuestiones 1 . 1 Los principios generales acerca de estas cuestiones en A. BELTRÁN, Introducción al fol- klore aragonés. Lo popular aragonés. Literatura popular, Zaragoza, 1979, y Aragón y los aragoneses. Un ensayo sobre su personalidad, Zaragoza, 1995. 19

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TRADICIÓN ORAL, COSTUMBRISMO Y LITERATURA

POPULAR EN ARAGÓN

ANTONIO BELTRÁN

Universidad de Zaragoza

I. Ideas generales. El pueblo como creador. Bases etnográficas. Tradición oral y escrita

El tema del V Curso sobre Lengua y Literatura en Aragón («localismo, cos­tumbr ismo y l i teratura popular») n o necesita largas aclaraciones, pe ro sí, tal vez, puntualizaciones más que para explicarlo para precisar el conteni­do de nues t ra ponenc ia den t ro de la convocatoria y subrayar la ambigüe­dad en el uso de términos como «localismo» y «popular» aplicados al con­cepto de «literatura». El pueblo , en el sent ido que a la palabra o torgaron las ideas de la Revolución Francesa y, a u n q u e parezca u n cont rasen t ido , del «despotismo ilustrado» y del «romanticismo», imita, adapta o conserva, raras veces inventa y siempre intemporaliza y hace a n ó n i m o cuanto incor­pora, y simplifica y deforma lo que asimila a través de un peculiar proceso de aculturación. Lo «popular» se t raduce a la versión que de la cultura de las clases rura les , de campes inos y pastores , o u r b a n a s de menes t ra les y ob re ros y hasta de p e q u e ñ o s burgueses , las d e c a n t a d a s «clases medias» con resabios del «tercer estado» francés, ofrecen la alta burguesía adinera­da y la aristocracia, a u n q u e sea la del p e n s a m i e n t o , y, c o m o síntesis, los erudi tos que crean a l rededor de la idea del «folk-lore» como ciencia con­ceptos que son usuales en el t ra tamien to , que se p r e t e n d e científico, de estas cuestiones 1 .

1 Los pr incip ios genera les acerca de estas cuest iones en A. BELTRÁN, Introducción al fol­klore aragonés. Lo popular aragonés. Literatura popular, Zaragoza, 1979, y Aragón y los aragoneses. Un ensayo sobre su personalidad, Zaragoza, 1995.

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C u a n d o se habla de tradición oral hay que tener en cuen ta que la fija­ción de ideas, textos o datos p o r m e d i o de la escr i tura y de sus sucesivas copias , p u e d e ser s o m e t i d a a las mi smas c o n s i d e r a c i o n e s teór icas q u e cuan to h a persis t ido en el «subconsciente» o «memor ia histórica» de las gentes, de forma irracional y sin necesidad de fijación. Es el caso de todas las sacralizaciones que n o necesi tan de u n c u e r p o escrito para persistir a part ir de u n pr incipio identificable o no ; po r ejemplo, la de los números , sobre t o d o el t res y el siete, p e r o t a m b i é n el d o c e o el cua ren t a ; d e los colores, como el blanco para la inocencia, el negro para la muer te , el ver­de para la esperanza 2 . Y puede serlo de las leyendas, tradiciones, narracio­nes, refranes, timos, frases ocasionales que , aun ten iendo u n origen erudi­to y conoc ido , se p i e rden , se t ransmite su forma exter ior y conservan n o obs tan te el sent ido original; hasta hace muy poco en Aragón, c u a n d o se deseaba maldecir y propinar un mal encuen t ro a cualquier interlocutor se le desped ía con u n r o t u n d o «Con d o n Antón te topes», muy ajeno qu ien lo decía a que se refería a Antón de Luna, asesino en La Almunia del arzo­bispo de Zaragoza García Fernández de Hered ia , nada menos que en los pr imeros años del siglo XV.

Y respecto de «literatura» no nos referimos específicamente ni de m o d o exclusivo a la q u e e m a n a de los erudi tos sobre temas «populares», lo q u e puso de moda el siglo XVIII en las «literaturas regionales» o en los «artículos de costumbres», mucho menos a la emanada sobre cualquier tema del inge­n io de escri tores aragoneses, sino a lo que el pueb lo h a inco rporado a su pa t r imonio espiritual i ndepend ien t emen te de su procedencia , al mecanis­m o de aglutinación y conservación y a la valoración que de ello hace desde un pun to de vista humanístico, en el que los conceptos de preceptiva, técni­ca o estética quedan muy al margen de las consideraciones esenciales.

Por estas razones n o nos referimos a la l i teratura popular en el sentido que Francisco Yndurá in le daba («la q u e vive en la t radic ión oral d e u n pueb lo sin au to r conoc ido y somet ida a las modificaciones que el m e d i o de difusión y pe rmanenc ia supone») , sino, de m o d o más general e incon­creto, a lo que Menéndez Pidal, con b u e n acuerdo, l lamaba «literatura de tipo tradicional». Es decir, aunque u n tema o u n a narración cor respondan a u n autor conocido, el «pueblo» p u e d e apoderarse de ellos y desvincular­los de su estricto carácter erudito. El olvido del autor n o alterará el conte­n ido de su creación y la t ransmisión presc ind i rá de él sin impor t a r g ran cosa para el resultado.

P u e d e p o n e r s e c o m o e j emplo a P e d r o S a p u t o , c r eac ión de Brau l io Foz sobre u n i n c o n c r e t o personaje popu la r , ap l i cándole lo r ecog ido de

2 La apl icación de lo sacro a la rel ig ios idad popular, en A. BELTRÁN, «Religiosidad popular. Algunos antecedentes prehistóricos y clásicos de la religiosidad y las devociones en el m u n d o medi terráneo español», Boletín del Centro de Estudios del Maestrazgo (Benicarló) , segundo semestre de 1996.

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las tradiciones populares o inventado por sus talentos en u n amplio terri­tor io de Aragón p e r o polar izado en Almudévar , pa ra q u e luego el «pue­blo» repi ta u n a y otra cosa como de su propia cosecha. Mosén Bruno Fie­r r o exis t ió y fue c u r a de Saravil lo, p e r o en t o d o A r a g ó n c u a n d o n o se sabe a quien atr ibuir u n a picardía se le adjudica a este cura de la monta­ña que acaba convi r t iéndose en u n a especie de s ímbolo que n a d a t iene q u e ver con la r e a l i d a d d e la q u e , p o r o t r a p a r t e , s a b e m o s b i en p o c o . Cuando redacté u n librito sobre los conocimientos que atesoraba un pas­tor de Ejea, Félix Sumelzo, m e con tó como exper iencias propias algunas que lo eran, ve rdade ramen te , y otras que hab ía a p r e n d i d o en los libros y hasta n a d a m e n o s que en a lguna de mis publ icaciones 3 ; y leyendas sobre el Monasterio de Piedra que p u d e recoger «in situ» c o m o populares , eran invención de Feder ico Tor ra lba . La i n t e m p o r a l i d a d de lo p o p u l a r hace que el t é r m i n o de «muy ant iguo» se r e m o n t e c o m o m á x i m o a los abue­los, es decir, a la generac ión en la que se p r o d u c e el paso de lo conocido d i rec ta y p e r s o n a l m e n t e a lo q u e se p i e r d e en la n o c h e de los t i empos , s enc i l l amen te p o r q u e n o se t i ene r e fe renc ia d i r ec t a d e e l lo . Y c u a n d o p r e g u n t o el p o r q u é de u n m o d o de hacer o de pensar o de decir, la res­p u e s t a h a b i t u a l es: «Así se h a h e c h o s i e m p r e » , d a n d o al «s iempre» el valor que anotamos.

Claro que hay improvisadores popu la res y hasta poe tas que , carentes de técnica, «se sacan de la cabeza» prosas o versos, c o m o Susín de Sariñe-na, J u a n e r de Pal laruelo de Monegros o cualquiera de los danzantes que c o m p o n e n dichos o revistas orales; pe ro que p roceden , en tal caso, como escritores erudi tos . Las «Tentaciones» de San Anton io Abad es u n a pieza escénica de tea t ro «popular» que se r ep re sen tó en todo el Matarraña , el Maestrazgo y la comarca de Tortosa, en castellano den t ro de u n a comarca de habla aragonesa antigua semejante al lemosín (por lo tanto con origen erudito) y los textos se transmitieron por escrito par t i endo de las composi­ciones originales. Duran te la guer ra civil de 1936 se pe rd i e ron temporal­men te la representación y los escritos y Ángel Martí Esteve oyó y aprend ió de su padre el reci tado de todos o de par te de ellos, los acomodó a su gus­to y c o n o c i m i e n t o s y rest i tuyó la pieza, con g r a n d e s i r r egu la r idades d e met ro y de r ima y con los añadidos que juzgó opor tunos para darle mayor prestancia según su gusto, a u n q u e se recobrase luego el manuscr i to , con lo cual la r e p r e s e n t a c i ó n actual m u e s t r a u n a t ransmis ión del tex to con u n a intervención personal de un «arreglador» que se incorpora de lleno a la tradición original.

3 Braulio Foz, Vida de Pedro Saputo, natural de Almudévar, hijo de mujer, ojos de vista clara y padre de la agudeza. Sabia naturaleza su maestra, Zaragoza, 1844, y la 4ª ed . preparada por F. YNDURÁIN, Barcelona, 1973; José LLAMPAYAS, Mosén Bruno Fierro (Cuadros del Alto Aragón), Madrid, 1924; Antonio BELTRÁN, La vida de los pastores de Ejea a través de Félix Sumelzo, Zarago­za, 1989.

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Otra cosa es que los escritores e rudi tos ac túen t r aduc iendo , in te rpre­t ando y e jecutando lo que suponen que es p rop io del pueblo , d e n t r o del proceso de «normalizaciones» que son m o d a abusiva de nues t ro t iempo, o s e n c i l l a m e n t e c r e a n d o o b r a s l i t e ra r i as s o b r e t emas p o p u l a r e s . Este aspec to es el q u e m e n o s nos in te resa en nues t r a p o n e n c i a a u n q u e , evi­d e n t e m e n t e , supone u n a e n o r m e apor tac ión para el conoc imien to de lo q u e , en el f o n d o , se p r o p o n e . De aqu í q u e pa rezca más i m p o r t a n t e la cons ide rac ión de leyendas y t r ad ic iones q u e la de novelas o cuen to s , y que tengan interés considerable manifestaciones tan parvas como los can­tos infantiles, las anécdotas , frases ocasionales, aforismos, romances , vitu­perios , t imos, adivinanzas, exclamaciones , etc. , a u n q u e los romances , el tea t ro popu l a r de pastoradas y dances y el c u e n t o sean de m u c h a mayor ent idad.

Y por descontado, no incluimos las composiciones en lenguas o dialec­tos que se hablan en Aragón, sea el viejo llemosí que hablaba Pedro IV lla­mándo lo aragonés, como las hablas que hoy se conservan en la zona fron­tera con Cata luña desde la Ribagorza al Bajo Aragón y en los valles pire­naicos. Queremos decir que no las anotaremos por el mero hecho de estar escritas t raduciendo tales hablas, s iendo indiferente para nuestro propósi­to que usen del castellano o imiten el supuesto m o d o de hablar de las gen­tes i letradas o alcancen la d imens ión que , po r ejemplo, t ienen las obri tas en cheso de Domingo Miral o de V e r e m u n d o Méndez 4 .

II. La novela y el cuento. La degeneración en el chascarrillo

Prescindimos de cuanto se refiere a la historia de la l i teratura en Ara­gón o de los escritos de autores aragoneses, fuera de nues t ro propósi to y sobradamente tratado con solvencia por muchos autores a quienes remiti­mos 5 . Advirtamos que está por hacer el t ra tamiento sistemático y crítico de lo «popular» de cada época en el con ten ido de las obras eruditas, aunque se haya aprovechado esporádicamente tan inestimable tesoro de informa­ciones y exista algún trabajo sobre los l i teratos costumbristas aragoneses,

4 Veremundo MÉNDEZ COARASA, LOS míos recuerdos, Zaragoza, 1996. En la introducción, Tomás BUESA las plantea los problemas del dialectalismo, s iguiendo a Manuel ALVAR, Textos hispánicos dialectales, Madrid, 1960, y Poesía española dialectal, Madrid, 1965, c o n cita de Domingo Miral, con sus comedias en cheso Qui bien fa nunca lo pierde y Tomando la fresca en la cruz de cristiano, de Braulio Foz y Veremundo Méndez, a ludiendo despectivamente, a estos efectos, a «copleros y baturristas».

5 Varios autores, Enciclopedia temática de Aragón: Literatura, Zaragoza, 1988. Otro aspec­to marginal al tema en L. Horno Liria, Lo aragonés en algunos escritores contemporáneos, Zara­goza, 1978.

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en lo que n o vamos a insistir ni en cuan to expusimos sobre p lanteamien­tos generales o cuentistas aragoneses en el cap. III de nuest ro librito sobre Literatura popular, ya ci tado 6 .

Pocas novelas «aragonesas» de i m p o r t a n c i a p u e d e n inc lu i r se en la l i teratura románt ica y «regionalista» iniciada en diversas partes de España en el siglo XIX; apenas Capuletos y Montescos, de López Allué, y Sarica la bor­da, de Blas y Ubide . Como contraste, hay u n a amplia floración de cuentis­tas de muy diversa calidad, que aprovechan a rgumen tos o anécdotas que p u e d e n c o r r e s p o n d e r a u n fondo c o m ú n , incluso al viejísimo or ienta l o i n d o e u r o p e o que está en la raíz de tantos cuentos 7 . En otra ocasión pusi­mos el ejemplo de «la esposa desobediente», asignado a Zamora, que repi­te y acomoda López Allué; y narraciones como la del he r r e ro de San Feli­ces nacieron del «Bertoldo» de Delia Croce, o el de «os figos de Lobarre» de un cuenteci l lo g r anad ino del siglo XV, que también recogió Grimmel-hausen en Simplicissimus sobre el barón de Münchhausen .

Ante la imposibilidad de tratar po rmenor i zadamen te en u n a ponenc ia genera l de t odo lo re fe ren te a los cuentos , subrayar íamos los p rob lemas de cronología, or igen y transmisión y el f enómeno de aculturación o sim­ple atr ibución a u n a localidad de te rminada , p u d i e n d o aceptarse la mani­festación de Eusebio Blasco de que «a veces, el cuen to popular da la vuelta a Europa (yo añadir ía po r mi cuenta que va y viene a América) y en cada país po r d o n d e pasa le dan carta de na tura leza y le p o n e n su sello» 8 . En muy pocas ocasiones los recopiladores anotan el lugar de procedencia del cuento , na tu ra lmente po rque no lo saben ni están seguros de que sea ori­ginal del lugar d o n d e lo hal laron y po rque , casi s iempre , pasan al acervo de la «cultura popula r» con todas sus indef iniciones . El genera l Nogués asegura q u e r ecog ió los c u e n t o s q u e escr ibió en la falda del Moncayo ,

6 Francisco YNDURÁIN, «Literatura popular aragonesa», II Jornadas de Estudios Folklóricos aragoneses, Zaragoza, 1 9 6 6 , p. 1 5 ; Luis H O R N O LIRIA, «El tópico literario aragonés», Revista Zaragoza, v ( 1 9 7 3 ) , p. 8 3 ; Manuel ALVAR, Aragón: literatura y ser histórico, Zaragoza, 1 9 7 6 ; José Augusto SÁNCHEZ PÉREZ, Mosaico baturro. Notas sobre la literatura aragonesa. Datos para un estudio del dialecto de Aragón, Madrid, 1 9 5 3 ; A. BELTRÁN, Introducción al folklore aragonés cit., I, pp. 1 2 1 -2 1 4 .

7 No es necesario que profundicemos en las cuestiones del cuento del mundo indoeu­ropeo y su transmisión, de la herencia recogida por los fabulistas clásicos, Esopo o Fedro, de los c u e n t o s de hadas , de las acu l turac iones e n Alemania que subrayaron los h e r m a n o s Grimm, que hacían llegar una buena parte de las narraciones populares fantásticas hasta la Edad del Bronce e incluso tal vez hasta el Neolítico, con aparición de animales fantásticos o desaparecidos en Europa; ni a los precedentes desde el siglo XII al Renacimiento, la Disciplina Clericalis, Calila e Dimna, Sendebar, Conde Lucanor o los cuentos de Boccaccio, porque nos refe­rimos a la faceta particular de los cuentos populares y sus problemas.

8 Eusebio BLASCO, Cuentos aragoneses, Barcelona, s. a., pero de 1 9 0 2 ; Romualdo NOGUÉS («Un soldado viejo natural de Borja»), Cuentos para gente menuda, Madrid, 2ª ed., 1 8 8 7 . Sobre las bases c o m u n e s de los mitos traducidos a narraciones, cf. José Manuel DE PRADA, Mitos, cuentos y leyendas de los cinco continentes, Barcelona, 1 9 9 5 .

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pero «El he r re ro de Calcena», «El Pelao de Ibdes» o «El tío Cerote» corres­p o n d e n a un fondo universal. Una excepción notable es López Allué cuan­do redactó cuentos sobre temas concretos o instituciones casi jur ídicas de la zona pirenaica como «El aponderador» o «Martín el donado».

Estas cuestiones enlazan con las de localismo, particularismo o definición étnico-cultural, enlazando con los «rasgos raciales», es decir, buscan estable­cer que el cuento o la narración son la expresión de un particular m o d o de ser que puede derivar, sin duda, de factores culturales o, cuando se mezclan lengua-raza-religión-cultura, de nacionalismos étnicos o de tribalismos. Inde­fectiblemente, cada vez que se alega una conseja, un cuento o una sentencia o dicho se trata de sacar la consecuencia de que son la expresión del «tempe­ramento» aragonés, cuando no de la raza. Hay un cuento cuyo origen desco­nocemos, el de Juana la Lista, que aclara esta cuestión. Juana bajó a la bode­ga a buscar vino, t a rdaba en subir, e i n q u i r i e n d o lo que p u d i e r a habe r l e pasado, la hallaron ante la puerta, de cuyo dintel colgaba un hacha, sumida en u n ruidoso llanto. Explicó, s iendo soltera, que podr ía casarse, tener u n hijo, mandarlo con un jar ro por vino, pararse ante la puerta, que le cayese el hacha enc ima y lo desgraciase. P u d o nacer la conseja c o m o bur la y sátira contra los «saputos», o en este caso la marisabidilla, pero aparece en la rela­ción un hacha con valor apotropaico, que se atribuye aún por los pastores de Layana a las pulidas neolíticas o que ponían como protección sobre las puer­tas de sus cabañas los carboneros; y na tura lmente la fantasía de Juana , que p o r algo era l lamada la «lista» con re t in t ín , t iene bastante que ver con el encadenamiento del viejo cuento de la lechera y sus esperanzas. O dicho de otro modo , para abreviar, es ext remadamente peligroso tratar de establecer una vinculación estrecha entre etnias y manifestaciones «literarias».

Cuenta Gracián que al preguntar le u n o si era verdad que el más tonto de Calatayud era más listo que el que más del pueblo del interlocutor, res­pond ió : «No tal, p o r q u e n o hay n i n g ú n ton to en Calatayud ni listo en su pueblo». Claro que hablando de laconismo y convirt iendo en máxima uni­versal lo de «lo bueno , si breve, dos veces bueno» le hará decir a u n mon­tañés del c a m p o de Jaca: «Alabanza prop ia , vetuper io»; o de u n o que se negaba a par t ic ipar en el j u e g o de cartas de u n t ruhán q u e p rome t í a u n du ro por u n a peseta adivinando bajo cuál de las tres rituales se escondía y, al preguntar le la razón, explicó al m o d o espartano: «Dan mucho». Con lo que vale más dejar a J u a n a la Lista y a todos los personajes de cuento en la simple condición de creaciones literarias sin propósitos adoctr inadores.

Sí que que remos insistir, a u n q u e n o parezca necesario a p r imera vista po r sobradamente sabido, sobre la degeneración del cuento en el l lamado «cuento baturro» o en el «chascarrillo» inserto en el general concepto del «ba tur r i smo» y en las de fo rmac iones q u e el tóp ico , n a c i d o a pa r t i r de l siglo XVIII, pe ro que ya existía desde la ant igüedad en el «Epítome oveten­se» a la ho ra de calificar a los «pueblos» y a las «etnias», ha desarrollado al tomar c o m o protagonistas al rústico, pa tán , labriego o pastor, ocasionan­do lugares c o m u n e s como el o p o n e r lo u r b a n o a lo rural , bautizar c o m o

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«urbanidad» el cód igo de «buenas maneras» y s u p o n e r el más nec io de u n a ciudad que , po r el hecho de vivir en ella, p u e d e dar lecciones de todo al isidro, paleto, ba tu r ro o llauro de cualquier par te del campo o la monta­ñ a d e las dis t intas r eg iones de España. Lo «pintoresco» a ñ a d i d o a estas deformaciones p u e d e dar lugar a la locución «clavar clavos a cabezazos» po r los cabeza-duras aragoneses sust i tuyendo al original «clavarlos po r la cabeza en vez d e p o r la p u n t a » . Vicen te Lafuen te c u a n d o escr ibe , con desigual fortuna, estampas aragonesas, se disculpa dic iendo que los arago­neses que p in ta son los campesinos y pastores y n o los hijos de la c iudad q u e p u e d e n p a r a n g o n a r s e en lo tocan te a educac ión y finura con cual­qu ie ra d e España 9 . Se t ra ta de provocar la risa d e los lec tores a costa de pone r en ridículo al ba tur ro o rnado de todos los tópicos, tozudería, noble­za, rec t i tud , f r anqueza has ta la insolencia , etc. , a p e l a n d o , a veces, a los recursos defensivos del «somarda». El chascarrillo será por antonomasia el «baturro» y su versión r i m a d a invadirá los ambien t e s de u n públ ico ele­menta l (tacos de ca lendar io , envoltorios de caramelos) , p e r o acabará en antologías o colecciones, en secciones fijas en los periódicos, y encont ra rá cultivadores asiduos en t re nosotros c o m o Alberto Casañal y T e o d o r o Gas­cón . El «Chufla chufla, c o m o n o te apar tes tú» o el Colás t ozudo de «A Zaragoza o al Charco» se combinarán con el «En mi pueb lo los malacato-nes son tan gordos que n o en t ran más que diez en cada docena» y, natu­ra lmente , encont ra rán vehículo adecuado en la cuarteta de la jota .

Lo q u e o c u r r e es q u e ese t ipo de «baturro» q u e se fundi rá con el de «jotero» c o m o expres ión de lo aragonés , acabará p o r convert irse en u n a caricatura, m o d e l o para imitar po r cuantos qu ie ran aparecer an te sí mis­mos o an te los d e m á s c o m o aragoneses de p u r a cepa. Así p u d o nace r la canta: «Tienes los mor ros de vaca / y la t r ipa de t e rne ra / si en algo t 'h i o fendido / p e r d o n a , patas de yegua», recogida en Retascón y que pode ­mos estar bien seguros de que fue invención de u n señori to de ciudad que se p ropon ía remedar , a su modo , lo que suponía que eran sus rústicos pai­sanos. Yo alegaría como ant ídoto a la hora de escoger requiebros r imados u n a albada turolense y popular : «Cuando María va a misa / al ladico de su madre / parece u n pimpollo de oro / que lo bambolea el aire».

Y p e n s a m o s q u e n o vale la p e n a insist ir más en el t ema , n i s iqu ie ra incluir en u n índice de cuest iones sobre l i tera tura p o p u l a r tales subpro­ductos sean escritos en prosa o en verso.

9 Sobre este tema, conexo con otros muy profundos, cf. Antonio BELTRÁN, Aragón y los aragoneses, Zaragoza, 1997. Y sobre el de los cuentos y su génesis, VAN GENNEP, Manuel de fol­klore français contemporain, I, París, 1944; GRIMM, Kinder und Hausmärchen, Berlín, 1812-1814, y Deutsche Sagen, Berlín, 1818; Aurelio M. ESPINOSA, Cuentos populares españoles recogidos de la tra­dición oral de España, 3 vols., Madrid, 2ª ed., 1946; F. OLIVÁN BAYLE, Cuentos aragoneses, Zarago­za, 1967; Romualdo NOGUÉS, Cuentos, dichos, anécdotas y modismos aragoneses, 2ª serie, Zaragoza, 1887; D . V . , «Cuentos aragoneses», El averiguador universal, 79, 15 de abril de 1882; A. LARREA PALACÍN, «Cuentos de Aragón», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, xxx , 1974, p. 276; Juan DOMÍNGUEZ LASIERRA, Cuentos infantiles aragoneses, Zaragoza, 1978.

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III. Leyendas y tradiciones

Para nues t ro objeto presentan u n singular interés la leyenda y la tradi­c ión 1 0 que , al objeto de la presente reunión , queremos plantear a través de u n a serie de cuestiones, en b u e n a par te metodológicas, en las que importa c o n s i d e r a b l e m e n t e la invest igación his tór ica sobre o r igen y c rono log ía e m p a r e n t a d o s con la e s t ruc tu ra de los mi tos q u e las o r ig inan , el de su difusión geográfica y la cons igu ien te acu l tu rac ión , y su inf luencia en la realización de ritos, en la simbología, las «señas de ident idad» y las bases de compor tamien to . Y, po r descontado, el papel de la erudición, en cada u n o de los casos, y la asimilación «popular» en todos.

Las l eyendas o t r a d i c i o n e s p o p u l a r e s p u e d e n o r ig ina r se en : a) u n h e c h o real ; b) c o m o expl icación de algo «inexplicable» p o r los med ios ord inar ios de pe rcepc ión o in te rpre tac ión; c) de u n a anécdo ta histórica deformada; d) partir de una idea religiosa, su sacralización y su conversión en devociones o prácticas; e) nacer de u n a simple invención fabulosa y n o histórica; f) de u n a superstición; g) ser consecuencia de u n a deformación de creaciones eruditas reales o no, históricas o inventadas.

Valgan c o m o ejemplos de e n o r m e po tenc ia , de esta var iedad, la p re ­sentación de la Virgen del Pilar a Santiago es tando aún viva, o la conver­sión en pa t rón de Aragón de San Jo rge de Capadocia, t rasunto de j ine tes he ro i cos clásicos, con p e r s o n a l i d a d real n e g a d a p o r la Iglesia. En o t r o o r d e n d e cosas debe r í amos incluir la sacralización de los símbolos c o m o banderas o blasones y la aplicación de un m o d o u otro del concepto de lo «sacro» a c u a n t o nos r o d e a y, a t í tulo de e jemplos apenas indicados , las invenciones sobre Goya en su supuesta casa natal de Fuende todos , las de u n qu imér ico Aben Aljafe c o m o fundador de la Aljafería de Zaragoza, la a tr ibución a los moros de cuan to se supone ant iguo y n o se conoce autor (como en t re los moros norteafricanos se atribuye a los por tugueses) , con

10 Los términos "leyenda" y "tradición" se confunden injustamente o se definen ambi­g u a m e n t e inc luso por los d icc ionarios de la l engua . Leyenda, que es e t i m o l ó g i c a m e n t e «acción de leer», puede significar la vida de un santo, pero también la narración en la que intervienen la imaginación o la tradición más que la realidad histórica, en tanto que tradi­ción es «el m o d o de transmisión de historias, noticias, narraciones, costumbres, etc.». En sen­tido vulgar y aun académico se habla de leyendas o tradiciones c o m o s inónimos y el valor adjetivo de "tradicional" añadido a "uso" hace que muchas veces la confusión alcance tam­bién al costumbrismo o los usos. El problema nos lo planteamos, sin solución satisfactoria, recurriendo a una convencional , al tener que redactar para la Editorial Everest, necesaria­mente en tres volúmenes distintos, temas de leyendas, tradiciones y costumbres de Aragón, que distribuimos con criterios absolutamente discutibles, pero c ó m o d o s ; cf. A. BELTRÁN, Leyendas aragonesas. Tradiciones aragonesas. Costumbres aragonesas, 3 vols., León, 1990. Cuando Sender recibió el encargo de hablar de estos temas escribió «Leyendas, costumbres y tradicio­nes aragonesas», Libro de Aragón, Zaragoza, 1976, p. 83. Otras veces se identifica leyenda con mito: Juan DOMÍNGUEZ LASIERRA, Aragón legendario, I-II, Zaragoza, 1984-1986, o José R. MARCUE-LLO, Mitos, leyendas y tradiciones del Ebro, Zaragoza, 1996.

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preferencia a señalar al diablo c o m o c reador de edificios, puen tes , acue­ductos, en exigido y breve plazo de t iempo. Por otra parte hemos advertido repe t idamente que en los cuentos populares aragoneses y en las leyendas que los provocan o se derivan de ellos, el diablo es engañado cont inuamen­te por las doncellas, los her re ros o los niños de la escuela, en San Felices, Bujaraloz, Los Bañales o Calcena, y se gana a pulso el ep í te to de «pobre diablo» con el que el pueblo bautiza a los desventurados, pobres de espíri­tu o indigentes.

S e g u i r e m o s con los e j emplos , p u e s n o hay e spac io p a r a más , p e r o in ten taremos que cada g r u p o de ellos aclare los p rob lemas generales que el tema plantea.

A nues t ros efectos t i enen m u c h o in terés las leyendas vinculadas con lugares u objetos arqueológicos, a u n q u e hay que advertir que explicacio­nes análogas pa ra d ó l m e n e s o para la Naveta d 'es T u d o n s h e m o s encon­trado en Cerdeña o en el Medi te r ráneo oriental . En este caso desempeña u n papel esencial la idea de «lo inexplicable», y lo mismo se llamará «altar de los moros» al sepulcro r o m a n o de los Atilios en Sádaba que «roca dels moros» al friso p i n t a d o l evan t ino de Calapa tá , a ñ a d i e n d o el c o n c e p t o complementa r io del tesoro oculto que u n o de los ciervos señalaba con el mor ro , con lo que o t ro será «roca dels cuartos». El tesoro ocul to se rela­cionará con el toro de o ro que me aseguraron formalmente que se escon­día en el pasadizo secreto q u e un ía Sádaba con su castillo o en el de los Tres Vallejos en la sierra de Albarracín, que desapareció mister iosamente y que a lo mejor habr ía que enlazar con el toro de los santuarios ibéricos de Javalambre , en t ron i zado c o m o e m b l e m a herá ld ico en Terue l y c o m o centro de la plaza del «Torico».

El e l emen to sacro del agua y de las fuentes, agudizado en las intermi­tentes que manan o in te r rumpen el nacimiento caprichosamente , origina­rá la leyenda de La Fenellosa, en los puer tos de Beceite, pe ro ya con pin­turas rupestres de la Edad del Bronce marcando el lugar; y se repet irán las mismas expl icaciones en Santa Elena, que se sacralizará con un d o l m e n desaparecido y con u n a cristianización median te la ermita; o en la Menti­rosa de Frías de Albarracín con leyenda de pr incesa m o r a y de aguas que se re t i ran an te su p resenc ia y c o m o castigo. O la fuente de Celia, tal vez romana , con seguridad en funcionamiento en el siglo XII. Y con un senti­do críptico, las «queseras», po r seguir el n o m b r e que se les da en el archi­piélago canario, de Chilo, en Lumpiaque , oquedades y canalillos abiertos en la roca para forzar movimientos del agua de lluvia o de la artificialmen­te vertida.

Y siguiendo con ejemplos aislados a los que pod r í an añadirse muchos más, el muy expresivo de las «piedras de rayo», los sílex que tanto p u e d e n ser prehistóricos c o m o desechos de talleres para ob tene r pederna les con los que hacer saltar chispas con el eslabón o cebos para las armas de fuego q u e se valían de tal a rb i t r io , p e r o q u e se r e p i t e n en t o d o Aragón (y n o sólo ent re nosotros) convirt iendo las puntas prehistóricas en amuleto, con

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el caso especial, que comprobé d i rec tamente , de u n a eneolítica, de bron­ce, de Bujaraloz, que era, como los sílex, u n rayo solidificado, después de h a b e r p e n e t r a d o c inco «estados» en el suelo, u n o p o r a ñ o , y volver a la superficie med ian te las mismas etapas y plazos 1 1 . La Fuente del Diablo de Malpica expl ica u n a c u e d u c t o r o m a n o , t an to la c o n d u c c i ó n c o m o «Los Pilarones» que sostenían el canal; el pozo de Los Bañales, para cuya conse­c u c i ó n u n a d o n c e l l a p r o m e t i ó c e d e r su a lma al d i ab lo , al q u e e n g a ñ ó d i c i é n d o l e q u e la p e r d e r í a si n o es taba t e r m i n a d o al c a n t a r el gal lo , y e n g a ñ ó al an ima l p a r a obl igar le a sol tar u n kikirikí p o n i e n d o el candi l delante de sus ojos antes del alba, q u e d a n d o u n a piedra por colocar en el inacabado m o n u m e n t o , como cuentan en todos los lugares del Mediterrá­n e o ante cualquiera al que falte u n a piedra.. .

Menos complicación t ienen las leyendas históricas, invenciones o defor­maciones, sobre hechos reales, de las que contamos con u n amplio reper­torio que casi cubre todas las posibilidades; muchas veces son aplicaciones de mitos clásicos de sacralización de m o n t a ñ a s o de cuevas: sobre el Piri­n e o con el Nei t in de la estela ibérica d e Binéfar r e c o r d a d a en el m o n t e Aneto , al que todavía los franceses l laman Netou; o Polifemo en Graus; o Caco, Cesarón y Pierres c o m o héroes del Moncayo plasmados en relieves de la fachada de la casa consistorial de Tarazona; o s implemente acciden­tes na tura les convert idos en el «Salto de Roldán», que con tan to gracejo h a c e Foz q u e exp l i que Sapu to ; o la «Brecha de Roldán» ab ie r t a p o r la espada D u r a n d a r t e ; la expl icación del n o m b r e de Mon te Pe rd ido c o m o n ido de genios maléficos; o el Tu rbón y su aquelarre .

Pe ro o t ro aspecto p resen ta rá la argucia de Ser tor io f ingiendo hablar con u n a cierva, la «Via lata» o amplia en t re Huesca y Zaragoza, que origi­na rá las leyendas amatorias de La Violada y se encargará la l i teratura eru­di ta de conver t i r en «la descolor ida» . O la descr ipc ión en el r e t ab lo de maese Pedro de las aventuras de Melisenda, los moros y Gaiferos, tal como incluirá Cervantes en su Quijote.

Un especial estímulo representó, especialmente en el siglo X V I I I , la bús­q u e d a de personajes míticos, r emo ta an t igüedad y famosos an teceden tes pa ra la fundación de las c iudades , a t r ibución de n o m b r e s conocidos p o r las fuentes a poblaciones mode rnas y otros desat inos aireados por los fal­sos c ron icones y p o r los autores de historias locales de glorificación que llegarán a falsificar inscripciones o monedas o a inventar noticias. La Cen­sura de historias fabulosas de Nicolás A n t o n i o o la p o r t e n t o s a o b r a del P. Traggia pa ra nues t ra historia, p u e d e n ser p u n t o de par t ida para la consi­d e r a c i ó n d e estas leyendas y de o t ras m u c h a s p iadosas . N o vale la p e n a

1 1 He rectificado en diversos lugares una opinión equivocada que publiqué hace años s u p o n i e n d o que la m e n c i ó n de estados se refería al estadio, med ida de long i tud griega, c u a n d o en real idad es una referencia a medida , por la estatura aprox imada del c u e r p o humano.

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desmitificar lo que aún aparece en muchos libros de uso genera l y conti­n u o ; p e r o a ludamos a Tuba l y Tarsis, al sueño de Augus to y al impues to que pagó incluso la Sagrada Familia para fundar Caesaraugusta, a Hércu­les y Tuba l ca ín r e sponsab le s de l n a c i m i e n t o d e Tur i a so c o m o p r e g o n a aún su escudo, a Arse en Híjar, a Ercávica en Alcañiz, etc.

Y semejante p l a n t e a m i e n t o , a u n q u e m e n o s conc rec ión , ha l lamos en otros or ígenes legendar ios como al hablar de Sancho Abarca y los oríge­nes del re ino de Aragón, de guerras con aparición de San Jorge , de García Íñiguez e Iñ igo Arista, de d o ñ a Ur raca o de San J u a n de la Peña con los santos ermitaños Voto y Félix y el caballo de ten ido milagrosamente al bor­de del precipicio. Pero seleccionando épocas distintas y muy diversas situa­ciones podr íamos añadir «Las cuatro cabezas de moro» de Alcoraz, Manri­que de Lara y el Trovador del Castellar hasta convertirse en d rama de Gar­cía Gut ié r rez y en ópe ra , y da r n o m b r e a u n t o r r e ó n de la Aljafería, las campanas de Velilla que tañían solas, las torres mudéjares de Teruel en las pugnas en t re arquitectos por el amor de u n a mujer, el ganado petrificado de Paderna en el Pir ineo ante la dureza de corazón de los pastores despre­c iando a u n m e n d i g o , Jesús pe reg r ino en la t ierra, c o m o Zeus en la idea de los griegos, o la batalla de Chío y Luchente y el prodigio de los Corpo­rales de Daroca y su traslado, etc.

N o es el m o m e n t o de t ratar sobre las consecuencias fecundís imas de muchos de estos hechos legendarios y de la historia que se construye con ellos y que p u e d e resul tar más impor t an te q u e los verídicos y comproba­dos. Pe ro tal vez sí el de insistir en las raíces legendar ias de los mitos de los que seleccionamos a lgunos con sus consecuencias . El mi to de Pyrene ha dejado vivo el n o m b r e de los Pirineos; en cambio nada ha quedado del mito del conde d o n Jul ián, traidor en t re los visigodos ante los sarracenos, cuando se le hace mori r o enterrarse en Loarre.

La «Campana de Huesca» explica la polí t ica de Ramiro II y la «Torre de d o ñ a Blanca de Albarracín», la belleza y el misterio de la hoz del Gua-dalaviar y de las noches de pleni lunio; y los Amantes de Terue l y las aven­turas de Segura, Marcilla y los Azagra, convert irán a Terue l en «la c iudad del amor» , a u n q u e se ape le al «Girolamo e Salvestra» de Boccaccio o al d rama de Hartzenbusch, po rque provocarán investigaciones históricas y se hallarán, como en el fondo de cualquier narración, las bases que sirvieron para redactar el relato aunque se le añadiesen detalles y ornamentaciones .

En nuest ras t ierras p resen tan s ingular idades especiales la leyenda del San to Grial y sus a n d a n z a s de sde San J u a n d e la P e ñ a y Bailo al t e soro real, con seguridad arqueológica de que la taza es obra de taller oriental y de los t iempos con temporáneos de Jesús, a u n q u e se rodee de oscuridad el tránsito desde Jerusalén hasta Roma y se haga que llegue de Roma a Hues­ca por manos de San Lorenzo; las de gigantes de muy diversas calañas y no s iempre co r re spond ien te s a relatos infantiles («Pelao de Ibdes», «Home grandizo» de la Val de Onsera ) ; o de brujas con cuantas se inventaron en los procesos de la inquisición, «mujeres latrantes», incluso alguna de Alba-

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rracín usando del apelativo «maña» como las literarias de Trasmoz, exclui­da la tía Casca de Tarazona, magnificadas por la narraciones de Bécquer , a u n q u e Zurita ya advirtiese, sin que nadie le haya hecho caso al hablar de aquelarres, que la invención fue treta de monede ros falsos para alejar po r el m i e d o a sus delictivas actividades la curiosidad de las gentes 1 2 ; y las de p e r s o n a s i r rea les y fantást icas. La c i tada tía Casca, conver t ida en bru ja mítica p o r Bécquer , existió y fue sacrificada p o r la ignorancia de las gen­tes, pe ro se ha convertido en protot ipo de las brujas, como si fuera un per­sonaje fantástico. Un caso para le lo , salvando las distancias, al de mosén Bruno Fierro, interesante para el proceso de aculturación de lo popular .

Tradición y transmisión oral

Antes de r e s u m i r lo relat ivo a las t r ad i c iones y a su e x p r e s i ó n en la l i teratura popular , que referimos esencia lmente en este apar tado a las de carácter religioso, conviene insistir sobre la «tradición» en sentido estricto, al sent ido que se le otorga como valoración de algo pasado y a las críticas que, como anticipamos, realizó a t inadamente el escolapio, luego exclaus­trado, J o a q u í n Traggia 1 3 , pa r t i endo de su concep to de finalidad de la his­tor ia . Pa rece q u e n o l legó a t e r m i n a r u n a « In t roducc ión» p a r a m e d i a r en t r e «la sencilla c redul idad de unos , la excesiva y desp iadada crítica de otros, las fábulas esparcidas en la historia...», sentando la siguiente lumino­sa conclus ión: «La verdad es la a lma de la historia: todos desean encon­trarla y son pocos los que no viven satisfechos de su hallazgo. Con todo las historias verdaderas son rarísimas y, hab lando ingenuamente , a excepción de los l ibros divinos, n o hay tal vez h i s tor iador a lguno que n o se apar te más o menos de la verdad de los hechos que escribe y de los que fue testi­go ocular . N o hab lo de los que h i c i e ron profes ión de escribir fábulas y e n g a ñ a r a la pos te r idad . H a b l o de los q u e t i enen c réd i to de verídicos y con todo faltan a la verdad en varios modos o por omitir muchas circuns-

12 Sin ánimo de agotar la bibliografía, citamos los trabajos en los que se desarrolla lo e x p u e s t o casi te legráf icamente: A. BELTRÁN, Pinturas esquemáticas de La Fenellosa, Beceite (Teruel), Zaragoza, 1960; «Amuletos prehistóricos con uso en el siglo XX» , Correo Erudito, II (1943) , p. 297; «Las obras hidráulicas de Los Báñales (Uncasti l lo, Zaragoza)», Segovia y la arqueología romana, Barcelona, 1977, p. 9; «La Antigüedad», Historia de Zaragoza, Zaragoza, 1976, p. 13; El Santo Cáliz de la catedral de Valencia, Valencia, 2ª ed., 1984, y «El Santo Grial y Aragón», Aragón en el mundo, Zaragoza, 1988; E. J. TABOADA, Mesa revuelta. Apuntes de Alcañiz, Zaragoza, 1980, y edición de 1969 de A. BELTRÁN; José M. SANZ ARTIBUCILLA, Historia de la fide­lísima y vencedora ciudad de Tarazona, I, Madrid, 1929; A n t o n i o U B I E T O , «La campana de Huesca», Revista de Filología Española, xxxv (1951) , p. 29; José L. SOTOCA GARCÍA, Los amantes de Teruel. La tradición y la historia, Zaragoza, 1979, con la bibliografía anterior; J e r ó n i m o LÓPEZ DE AYALA Y DEL HIERRO, Las campanas de Velilla. Disquisición histórica de esta tradición ara­gonesa, Madrid, 1868; Tomás LAGUÍA, «Leyendas y tradiciones de la sierra de Albarracín», Teruel, 12 (1954), p. 145; Nieus-Luzía DUESO LASCORZ, Leyendas de l'Alto Aragón, Huesca, 1985.

1 3 Aparato a la historia eclesiástica de Aragón, impreso por Sancha, en Madrid, en 1791.

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tancias o por dar lo que refieren (pe rmí taseme la expres ión) t eñ ido del h u m o r que entonces les dominaba».

Hace años escribíamos que hablar de tradiciones y, fundamenta lmente de tradiciones religiosas, es caer en el peligro de valorar lo que el pueblo ha t o m a d o de los e rud i tos pa ra m a n t e n e r o r a l m e n t e not icias q u e quizá fueron falsas en su or igen y que, por lo menos , se han visto adornadas en el t ranscurso del t i empo con añadidos o modificaciones que n a d a t ienen que ver con la rea l idad histórica. C o m o dice Traggia: «A este g é n e r o de historias p o d e m o s reduci r las que l lamamos t radic iones que n o son otra cosa q u e noticias conservadas p o r oídas de sucesos an t iguos con la sola diferencia de que en las historias se conservan por escrito y en la tradición po r la m e m o r i a y pa labra de los hombres . . . Mas n o p o r q u e en esta tradi­ción de S. M e d a r d o hayamos ha l lado de smen t ida la t radición m o d e r n a , debemos afirmar que todas son falsas».

Insistiendo en conceptos ya expuestos, la transmisión oral de las leyen­das y t rad ic iones es semejante a la de cua lqu ie r o t ra na r r ac ión a u n q u e , con frecuencia, se acentúe su difusión local, pues to que p u e d e n nacer de la explicación de u n h e c h o que se antoja misterioso. La transmisión oral descuida el n o m b r e del au to r o del in formante y, desde luego, cualquier t ipo de conno tac ión geográfica y cronológica, l imitándose a decir que el hecho sucedió «hace muchos años», o «en t iempos antiguos» o algo seme­j an t e . Si lo t ransmit ido es breve, como refranes, aforismos, dichos, timos, etc., en tonces la difusión po r vía oral alcanza p ropo rc iones ex t raord ina­rias, incluso c u a n d o desaparecen las razones que d ie ron or igen al d icho: «No todo en el m o n t e es orégano» sigue uti l izándose c u a n d o el o r égano se usa poco en cocina. Es capaz de establecer deformaciones, como en las p r o x i m i d a d e s de La A l m u n i a de D o ñ a G o d i n a (Zaragoza) , j u n t o al r ío Grío: el paraje l lamado Mularroya me fue expl icado po r un pastor como tea t ro de u n ep isod io con p r o t a g o n i s m o de u n a m u l a q u e ten ía el pe lo «royo»; p e r o la d o c u m e n t a c i ó n medieval sobre las t ierras de tal pa r t ida habla de la «mola rubea» o «peña roja» degenerada cuando se produjo el olvido del latín y su significado. Ot ras veces la t radic ión oral repe t i rá en sitios distintos u n a noticia sin fundamento: así con el p r imer oro que vino de América lo mismo se do ró el salón del t rono de la Aljafería de Zarago­za que el relicario pagado por los Reyes Católicos con destino a los Corpo­rales de Daroca. Y podr íamos aducir muchos ejemplos como éstos.

La transmisión oral convierte de h e c h o las leyendas en tradiciones sin necesidad de muy largo transcurso de t iempo. Quizá el ejemplo más pinto­resco es el de la tradición de amores desdichados de Alfonso II, en los para­jes del río Piedra, con una moza llamada Lucía, que terminó ahogándose en el río, motivando la fundación del monasterio de Piedra, según hemos oído decir a las mujeres del contorno que no ponen en duda la veracidad de esta conseja, «porque ya lo contaban sus abuelos»; y, en realidad, se trata de una muy reciente invención de Federico Torralba, quien adornó con tan román­tico episodio literario una descripción artística del monumen to .

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La transmisión oral de los e lementos locales p u e d e produc i r deforma­ciones cons iderab les a u n q u e ac túe sobre da tos his tór icos o geográficos seguros; así, la figura de los Pares de Car lomagno, en Sariñena, en el dan­ce, c u a n d o en el diálogo de moros y de defensores de Cristo el sarraceno inc repe con tal n o m b r e al genera l crist iano o n o m b r e a Oliveros, ambas m e n c i o n e s c o n u n a i n t e g r a c i ó n m í n i m a e n el t ex to . E r u d i c i o n e s tales como fundaciones religiosas míticas, hechos prodigiosos y milagros, inven­c iones de los falsos c ron icones , d a n lugar a leyendas q u e se t r ansmi ten con progresivas a l te rac iones . En todos estos casos n o es fácil separa r la invención del iberada de hechos o de detalles a cargo de eruditos interesa­dos , d e la d e b i d a a la u s u r a d e da tos p o r cu lpa de la t r ansmis ión ora l . C u a n d o ésta repi te poesías o cantos la deformación p u e d e nacer del uso de palabras cuyo significado se desconoce : así, en el dance de Salillas de Ja lón se l lama «octavianos» a los «otomanos», d e f o r m a n d o la palabra; o s i m p l e m e n t e se r e c i t a n p a l a b r a s sin s e n t i d o , c o m o el «Ángel , rús t i co color» del dance de Sar iñena, copiada tal expres ión del de Sena, p u e b l o p róx imo, que lo dedica al Ángel Custodio, p u d i e n d o llegar en las adapta­ciones de u n pueb lo a o t ro a verdaderos disparates, como al l lamar a San R o q u e «Virgen y M a d r e d e Dios», s i m p l e m e n t e p o r q u e se i n t rodu jo el n o m b r e del pa t rono del pueblo que adapta el dance tomando u n o dedica­d o a Santa Ana.

No pocas veces la t ransmisión se corr ige con renovaciones o intrusio­nes eruditas, como ocurre en el caso del famoso milagro de la campana de Velilla, o en los Corporales de Daroca o en los Amantes de Teruel . Puede servirnos como ejemplo paradigmático la aparición de los Dioscuros, Cás­tor y Pólux en la batalla del r ío Regillo, en Italia, para ayudar a los roma­nos, s iendo vistos luego en el foro de Roma abrevando sus caballos en la fuente Iu tu rna , d o n d e se erigió luego u n t emplo en su h o n o r ; apar ic ión que es semejante a las de San Jorge o de Santiago.

U n a peculiar forma de tradición es la literaria, sean cuentos, anécdotas o sucedidos lo que se transmite, cuya difusión p u e d e seguirse a veces des­de los o r ígenes i n d o e u r o p e o s a la a c o m o d a c i ó n á rabe p o r el c a m i n o de Oriente , repi t iéndose luego el mismo cuento en los más diversos países de idéntica forma. Cierto que las recopilaciones de la segunda mitad del siglo X V I I I y las de pr inc ip ios del X I X con t r ibuye ron a u n a s egunda r ecepc ión p o r el p u e b l o de viejas na r rac iones repr is t inadas p o r los erudi tos , c o m o p u e d e suceder con los cuentos de los h e r m a n o s Grimm, de Perraul t o de A n d e r s e n , cons igu i endo q u e na r r ac iones c e n t r o e u r o p e a s o nórd icas se difundan po r todas partes y den lugar al nac imiento de otras derivadas de ellas. En España la Disciplina clericalis de Pedro Alfonso o la traducción cas­te l lana del Calila e Dimna mues t r an la comple j idad de la r ecepc ión y las pos ib i l idades de la difusión. Si se a ñ a d e la apar ic ión de las na r r ac iones piadosas de los siglos X V I I y X V I I I y de la l i teratura «regionalista» del X I X , la adaptación de tradiciones de unas zonas a otras será habitual.

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Tradición oral, costumbrismo y literatura popular en Aragón

La transmisión oral consigue que refranes o frases breves ganen carta de naturaleza como propias y de s iempre en localidades determinadas. Así la copla «No compres caballo cheso / ni te cases en Canfranc / ni trates con los de Biescas / mira que te j o d e r á n » , se repi te cambiando los nom­bres de las loca l idades en La Rioja o en La Alcarr ia , sin q u e p o d a m o s saber d o n d e se inventó, p o r q u e en las tres zonas j u r a n que allí se conoce de s iempre . La Dolores de Calatayud p u e d e ser u n a invención, p e r o hay qu ien ha e n c o n t r a d o el mesón d o n d e sirvió, la pa r t ida de nac imien to y todas las vicisitudes de la desdichada moza. Las deformaciones pueden ser profundas: una copla decía «A Velilla por higos / a Gelsa por p imentones / a La Almunia po r botejas / y a Castejón por amores», y es deformación de la original que a ludía a las botejas y bote jones de La Almolda y n o de La Almunia. El canto de Bujaraloz en d o n d e se afirma que llevan «a Foro en la procesión» es de Pina, d o n d e los matutes llevan «al toro delante San Juan» , cosa que n o cabía en la cabeza en Bujaraloz d o n d e tal cos tumbre pagana n o existía y tuvieron que inventar un Telesforo llevado a rastras al sagrado cortejo.

Si insistimos en estos efectos de la transmisión oral es p o r q u e p u e d e n explicar muchas de las fantasías inverosímiles que hal laremos en determi­nadas tradiciones. Un refrán decía: «El aragonés fino / tras de comer tiene frío»; pe ro se repite igual en todos los r incones de España. Recopilaciones de refranes como las de Pedro Vallés o Gonzalo Correas han contr ibuido a estas c o n t a m i n a c i o n e s . U n tosco aforismo a r agonés («Tira más pe lo de mujer que sirga de barca») seguramente dulcificó u n o más brutal de Valen­cia («Tira mes pel de figa que maroma de barco») y debe ser originario de las tierras marineras del noroeste de España, d o n d e se habla de «calabrote de barco», m u c h o más congruen te . «Mas sabido que el chiste de Saputo» se dice en el siglo XVI; seguramente el chiste o cuen to se olvida después y cobra nueva fuerza con la obra de Foz. La pé rd ida de sent ido se advierte c laramente en el «Entrar como Pedro por su casa» como sinónimo de faci­lidad o desfachatez, or ig inado en «Entróse como Pedro en Huesca», cele­b rando la conquista de la ciudad por el monarca aragonés.

Resulta imposible a ludi r a todas las t radic iones religiosas aragonesas que se expresarán en vidas de santos, gozos, na r rac iones de muy diverso conten ido e incluso en oraciones para recitar o cantar. Se recogen relacio­nes relativas a la presencia de imágenes de vírgenes y santos en las devo­ciones populares , con especial interés en las hal ladas y aparecidas , siem­pre con semejante mecanismo, presentándose ante niños o seres sencillos, pas to res , q u e n o son c r e ídos c u a n d o c u e n t a n el h e c h o , p i d i e n d o u n a «señal» que con f recuencia es que se q u e d e la m a n o pegada a la mejilla sin q u e nad ie p u e d a separar la , el q u e se i n t e n t e llevar la imagen desde descampado a la iglesia o sitio de mayor h o n o r y que vuelva por sí sola tres veces al l uga r d e a p a r i c i ó n d o n d e se levanta u n a e r m i t a e n su h o n o r . Influyen en la redacción de estas leyendas el proceso de la Reconquista y la cristianización de los territorios ocupados por los moros , muchís imo el camino de Santiago y las influencias europeas y especialmente los cambios

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en las devociones nacionales del siglo XVI y en la agudización de las prácti­cas religiosas en el siglo XVII. Se crea así u n a li teratura piadosa, muy pecu­liar, apologética y de escaso fundamento histórico.

Podr í amos citar en t re sus a rgumen tos los referidos a Sigena y el buey que se dirigía a arrodillarse delante de la imagen o al que en Pina llevan los matutes, como herencia del viejo culto al toro del valle del Ebro y la comar­ca de Sos. La extensa literatura de descripción de milagros, como los de la Virgen del Pilar, los referentes a la predicación de Santiago y de los Varones Apostólicos (Indalecio de Caspe, Eufrasio de Sariñena, Tesifonte de Tauste, T o r c u a t o y Hes iqu io de Ca la tayud) , la pe r secuc ión de Dac iano con los Innumerab le s Mártires de Zaragoza ( rea lmente 18 según Prudenc io) y el prodigio de las Santas Masas, la traslación de Valerio y Vicente hasta Valen­cia y las numerosas creaciones literarias sobre su conducción, San Lorenzo, Orencio y Paciencia en Huesca, San Jorge, San Voto y San Félix, Nuni lona y Alodia, Orosia de Jaca y su curación de endemoniados , la Virgen de Maga-llón en Leciñena, las de Cogullada, El Portillo, etc., o Santo Dominguito de Val, San Ped ro Arbués, Santa Isabel de Portugal o cuan to se refiere a reli­quias y objetos sagrados como la Sábana Santa de Campillo 1 4 .

IV. El teatro popular

Las manifestaciones de teatro popu la r a ragonés que todavía se repre­sentan son el dance , c o m ú n a todo el terr i torio, y «las tentaciones de San Antonio Abad» de la zona del Maestrazgo, ambas al aire libre y con sentido religioso, aparte de las escasas muestras de escenificación litúrgica de deter­minadas ceremonias , fundamen ta lmen te en los oficios de Semana Santa, c o m o el «abajamiento» o d e s c e n d i m i e n t o de Cristo, q u e se r e c u e r d a en Monrea l y o t ros lugares de la comarca , p e r o q u e se realizó espectacular­mente en otros lugares como Calatayud o Caspe, y reducido a un rezo con acción de descolgar una imagen de la cruz en la mayor parte de las iglesias.

El dance , p o r u n cur ioso f e n ó m e n o de b ú s q u e d a de señas de ident i­dad, se ha conver t ido en u n o de los objetivos de recuperac ión (y a veces de «normal izac ión» y falsificación) de estos ú l t imos t i empos p o n i e n d o

1 4 P. FACI, Aragón Reyno de Christo y dote de María Santísima..., Zaragoza, 1 7 3 0 ; P. HUESCA, Teatro histórico de las iglesias del Reyno de Aragón, (I-IX), Pamplona, 1 7 8 0 - 1 8 9 7 ; RINCÓN Y ROMERO, Iconografía de los santos aragoneses, Zaragoza, 1 9 8 2 ; J . F . DE AMADA, Compendio de los milagros de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, Zaragoza, 1 7 9 6 ; M . CARRILLO, Historia del glorioso San Valero obispo de la ciudad de Çaragoça. Con los martyrios de San Vicente y Santa Engracia y San Lamberto, Zaragoza, 1 6 1 5 ; Andrés DE UZTARROZ, Defensa de la Patria del invencible mártir S. Laurencio, Zara­goza, 1 6 3 8 ; F . MARCO y A. CANELLAS, San Jorge de Capadocia, Zaragoza, 1 9 8 7 ; G. FATÁS Y G. REDONDO, San Jorge, la leyenda y Aragón, Zaragoza, 1 9 8 3 ; T . ORRIOS DE LA TORRE, Compendio sagrado de la peregrina historia de los Santísimos Corporales y Misterios de Daroca, Zaragoza, 1 7 3 9 .

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cada vez más cu idado en resucitar el texto y el movimiento escénico, po r encima de la espectacularidad de los bailes de palos o de espadas. El pro­ceso de degradación y pérd ida ha conseguido que se hayan olvidado antes los diálogos, las loas y las re lac iones que las danzas; p e r o en Gallocanta, Cubel, Borja, Bujaraloz, Las Tener ías de Zaragoza o La Almunia de Doña God ina se ha recons t i tu ido la to ta l idad del con jun to , d e b i e n d o advert ir q u e la p a r t e ba i lada («¿Viste d a n c e n o bai lado?», expl ica el mayora l al rabadán en el de las Tenerías en el pr imer tercio del siglo XIX) es añadido postizo, aunque p robab lemente tan ant iguo como el diálogo, y se introdu­ce ent re las distintas partes habladas de un m o d o convencional 1 5 .

En síntesis, el e squema de la pieza tipo se c o m p o n e de diálogos relati­vamente i ndepend ien t e s , p e r o encadenados . Bás icamente u n a pastorada que p u d o ser i n d e p e n d i e n t e y que , de hecho , existe en la Ribagorza con ausenc ia de las o t ras dos , u n d iá logo d e m o r o s (o turcos) y cr is t ianos y o t ro e n t r e el b ien y el mal s imbolizados p o r u n ángel , s i empre u n n i ñ o con cortísimos recitados, y u n diablo también con escasos parlamentos. Se enlazan dichas par tes hac iendo que los pastores se conviertan en soldados cristianos para luchar con los moros que in ten tan estorbar las celebracio­nes re l igiosas , r o b a r la i m a g e n o d e f e n d e r su r e l ig ión y, l ó g i c a m e n t e , aquéllos encarnarán la defensa del bien, como el ángel, y éstos la del mal, con el diablo como protagonista. A estos diálogos se añadirán «mudanzas» (por los cambios de lugar de cada danzante o c u p a n d o el de cada u n o de sus compañeros de baile), danzas de espadas, de palos, de cintas trenzadas sobre u n a «palanca» o de arcos y, por un fenómeno de degradación cultu­ral, la presión de las devociones magnificará las «loas» dedicadas a la Vir­gen o al p a t r o n o y p o d r á e l iminar a lguna de las otras par tes y a u n susti­tuirlas en su totalidad.

Es necesario advertir que tal como lo describimos, el dance es peculiar de Aragón, pues a u n q u e se encuen t r en en toda España las «loas», los bai­les de bastones o espadas y, na tura lmente , los dieciochescos de cintas o de arcos floridos, la fusión de todos ellos es f enómeno exclusivamente arago­nés , s e gu ra men te o r ig inado a par t i r del siglo XVII y pos ib l emen te c o m o just if icación de la i m p o p u l a r m e d i d a de expuls ión de los moriscos . Los ejemplos que se semejan r emotamente a los aragoneses son de tierras limí­trofes, por ejemplo el de Mota del Cuervo, y no impor ta para nada a nues­tros efectos que las danzas de palos puedan tener un r emoto origen en las neol í t icas de f ecund idad o las de sables en las g u e r r e r a s de la E d a d de l Bronce, ni las connotac iones de la mudanza del «degollau». En las comu­nidades indoeuropeas aparece la figura del «señor de los granos», en rela­ción con el mito de la redención, que debe perecer para ser fecundo, que p o d r í a muy b ien r e l ac iona r se con la m u d a n z a en la q u e el mayora l es

1 5 Hemos tratado el tema monográficamente en A. BELTRÁN, El dance aragonés, Zarago­za, 1982, poniéndolo al día en la introducción a Los dances de Cinco Olivas, Salillas de Jalón y Pastriz y los bailes procesionales, Zaragoza, 1990.

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sacr i f icado r o d e a n d o su cue l lo con las e spadas p a r a q u e sobre ellas se levante el Ángel c o m o represen tac ión de la verdad y de la luz o de la fe. La « c o n t r a d a n z a de Cet ina» es, sin lugar a d u d a s , u n a d a n z a d e p len i ­lun io , q u e se desar ro l la d e fo rma mímica , y su esp í r i tu p u e d e a lcanzar muy remotas épocas, pe ro el baile es u n t rasunto popula r de los de salón del siglo XVIII y el diablo-bastonero debe ser situado en dicha época, aun­que se p roduzca la anomal ía de ser sacrificado p r o r r u m p i e n d o en desga­rrados gritos «reidores», como allí dicen.

Es fácil establecer comparaciones del texto de los diálogos y mudanzas del dance con piezas, letrillas o músicas de tiempos conocidos, pero no tanto determinar si son contemporáneas del autor que las transmite. Por ejemplo, la mudanza de Sariñena, Bujaraloz y Castejón de Monegros «Baila la gitanilla / de lante del rey / y la re ina por celos / la m a n d ó prender» es idéntica al baile de gitanas que Cervantes incluye en su Pedro de Urdemalas: «Bailan las gitanas / delante del rey / y la re ina de ce los / las m a n d a p render» . No es lícito suponer que la mudanza aragonesa sea consecuencia directa de la ano­tada por Cervantes, ni fecharla en tal t iempo, pudiendo ser mucho más anti­gua, pues es sabido que las músicas populares son repetidas y aprendidas por el pueblo que las transmite sin limitaciones de tiempo, como puede compro­barse con el «Levanta Pascual» de Juan del Encina, o con el anónimo «De los álamos vengo, madre». Un marizápalos del siglo XVIII «Arrojóme las naranji-tas / desde el alto naranjal / arrojómelas y arrójeselas / y volviómelas a arro­jar» lo encont ra remos en Yebra de Basa, in terpretado por los danzantes de Santa Orosia, aunque con degeneración del nombre en «marizápolis».

Las p u g n a s de m o r o s y cr is t ianos las ha l lamos en toda España desde fines del siglo XVI; a p a r e c e n bailes de espadas en el Quijote y Estebanillo González. Pe ro nos interesa más la presenc ia en t ierras n o aragonesas del conjunto de teatro y bailes que en nuestros días es peculiar de Aragón. Un caso de singular importancia es el de Mota del Cuervo (Cuenca) 1 6 , d o n d e existió u n a organización de danzantes en cofradía con capitanes, alféreces y a b a n d e r a d o s , cargos de alcaide y esc r ibano , q u e ac tuaban en la fiesta pa t rona l , m o d e r n a m e n t e sustituidos los h o m b r e s po r mujeres. En Ped ro Muñoz, pueb lo vecino, existe u n a cofradía de ánimas análoga l lamada «la Soldadesca», que contaba con su capitán y alférez y recogía limosnas para las án imas en carnaval, r e m o n t á n d o s e a 1616. El mismo n o m b r e de «sol­dadesca» reciben los diálogos de muchas localidades del valle del Ebro.

En 1585 y en Zaragoza existían bailes «de dançantes con un atamborci-11o y flauta y otros inst rumentos viles», según describe el a rquero Cock, del séquito de Felipe II, quien se refiere también a u n a lucha fingida de moros y cristianos por la posesión de u n castillo, que describe minuciosamente 1 7 .

1 6 Arcadio LARREA PALACÍN, loc. cit., p. 17.

1 7 Henrique COCK, Relación del viaje hecho por Felipe II, en 1585, a Zaragoza y Valencia, edi­ción de Madrid, 1876.

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Por su parte , en el Estebanillo González18 se n o m b r a la conquista de un casti­llo const ru ido de madera , en la plaza, con part ic ipación de unos danzan­tes que venían en la procesión, repi t iéndose el rito de que p r imero acom­p a ñ e n al s an to b a i l a n d o y luego r e p r e s e n t e n el d a n c e con la l u c h a de moros y crist ianos c o m o eje. Se refiere a u n p u e b l o ce rcano a Zaragoza, en el año 1645, y textualmente narra: «... llegamos a la aldea a la u n a de la tarde y hallamos en su plaza dos compañías de labradores, la una de moros con ballestas de bodoques , otra de cristianos con bocas de fuego. Ten ían hecho de madera, en la mitad de dicha plaza, un castillo de mediana capa­cidad y altura, a d o n d e habían de estar los moros; y el día venidero, cuan­do la procesión llegase a su vista, la compañía de cristianos le había de dar el asalto general y después de haber lo ganado a los moros , los que habían de llevar cautivos y mania tados po r todas las calles, d a n d o muchas cargas de arcabuzazos en señal de victoria. Tenían dos danzas, la u n a de espadas, la o t ra de cascabel gordo. . .»; y más ade lan te n o m b r a el dance al «son de chiflo y paloteado» en forma análoga a la que cita Covarrubias en Toledo. Cock explicaba respecto del castillo: «Estaba hecha u n a torre de tablados y madera , frontero en la r ibera de Ebro... y para ganar y defender ésta salían dos cuadrillas de c iudadanos . Los moros la defendían y los christ ianos la tenían cercada por mar y por tierra. Los pescadores, muy hábiles y diestros, fingían a los moros; los christianos hacían muchos asaltos en ella, de mane­ra que algunas veces venían a las manos las cuadrillas... Por la tarde fue des­truida la torre y vencidos los moros». No ofrece duda que éstos son los pre­cedentes de las fiestas levantinas de moros y cristianos.

Ejemplos análogos hallamos en la Morisma de la Aínsa (Huesca) rela­cionada con los míticos orígenes de Aragón, y en Torres del Obispo (en la Ribagorza) , con la conquis ta de u n castillo, sin que valga la p e n a insistir aquí en lo que ya expusimos en nuest ra obra general ya citada 1 9 . Y tampo­co en las relaciones con las fiestas semejantes de Valencia y Andalucía que, en cua lqu ie r caso, cubr i r í an u n solo e l e m e n t o de los q u e c o m p o n e n el dance aragonés. La Morisma se separa del dance en sentido estricto acen­t u a n d o el h is tor ic ismo respec to de la victoria de García Arista sobre los moros el año 724 ante los muros de la ciudad, incluyendo la aparición de la cruz roja de Sobrarbe , con m u c h o s personajes y diálogos y ausentes la p a s t o r a d a y el c o l o q u i o de l b i en y el mal . La c o n q u i s t a de l cast i l lo de Torres del Obispo p u e d e tener u n or igen c o m ú n y, po r descontado , u n a divergencia con la representación de teatro popular .

Tales hechos nos permi ten suponer que algunos de los e lementos que hoy se in t eg ran en el d a n c e son más an t iguos q u e el con jun to tal c o m o

18 Vida y hechos de Estebanillo González, hombre de buen humor, edición de Madrid, 1978, II, p. 47.

1 9 A. BELTRÁN, loc. cit., p. 19. Los dances de Torres del Obispo y Aínsa en R. DEL ARCO, revista Aragón, Zaragoza, 1943, p. 112 ; A. BELTRÁN, «La morisma de Aínsa (Huesca)», De nues­tras tierras y nuestras gentes, III, Zaragoza, 1972, p. 193.

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hoy lo conocemos . Tal ocur re con los p receden tes litúrgicos que se reve­lan en las vestiduras de enagüil las que hal lamos tan to en los volantes de S a r i ñ e n a c o m o en los d a n z a n t e s de Alloza ( d o n d e se llevan c o r p i ñ o s y capitas) o de diversos pueblos del somontano del Moncayo (con las falde-tas sobre el calzón). En las funciones litúrgicas como «el abajamiento» de S e m a n a Santa , los sacerdo tes i n t e r p r e t a b a n sus pape les vestidos con el alba; la Real C é d u l a de Carlos III de 1777 d e n u n c i a b a «la c o s t u m b r e o corruptela de baylar los días de fiesta delante de alguna imagen a la que se p re t ende dar culto en aquel día o bien den t ro de la iglesia o en su atrio o c e m e n t e r i o o, c u a n d o n o se pe rmi t e en estos sitios, sacándola a la plaza pública con las insignias de la Cruz, p e n d ó n o capa pluvial u hac iendo allí sus bayles que t e rminan en a lguna ofrenda o l imosna con que se a t iende n o sólo cohones tada la irreverencia, sino convert ida en acto piadoso y de devoción... No toleréis haya bayles en las Iglesias, sus Atrios y Cementer ios ni con el pre texto de celebrar su festividad, darles culto, ofrenda, l imosna ni o t ro a lguno. . . g u a r d a n d o la reverencia, el respe to y de lan te las imáge­nes la veneración que es debida conforme a los principios de la Religión». El fo rmar los danzan te s a rco con las espadas p a r a el paso bajo él de las a u t o r i d a d e s en el o fe r tor io c o m o hac í an en Apiés los m a y o r d o m o s , las mozas del pan bendi to o «panbenditeras» y los fieles, y los bailes procesio­nales con espadas o castañuelas se insertan en estas fórmulas generales de las devociones traducidas en bailes. Carlos III y sus asesores p re tend ían así «modern iza r» la soc iedad españo la , q u e a f o r t u n a d a m e n t e , «obedec ió , pe ro n o cumplió» tales disposiciones.

Las relaciones de fiestas reales celebradas en Aragón y, sobre todo, las de 1828, en Zaragoza, con intervención del baile de las Tenerías , propor­cionan datos muy impor tantes 2 0 . El dance en su par te de bailes incorpora­ba los ins t rumentos dominan tes en las músicas populares , esencia lmente la gaita de fuelle y la dulzaina, gaita, pi to o chiflo, además del salterio, y las letril las d e m o d a con le t ra p ro fana servían p a r a acompasa r el bai le; t en ían le t ra can tab le sin excepc ión y, al conver t i rse en «mudanzas» del dance , se fijaban de suer te que mien t ras las demás cambiaban , éstas po­dían conservarse indef inidamente al ser repet idas anua lmente en las cele­b r ac iones rel igiosas pa t rona l e s , a u n q u e las le tras se p e r d i e s e n . Lo q u e ac tua lmente conocemos n o es, en n ingún caso, muy ant iguo, s iendo muy difícil sobrepasa r el siglo XVII pa ra la in tegrac ión del con jun to , a u n q u e ins is tamos en q u e a lgunos de los e l e m e n t o s p u e d e n t e n e r m u c h o más remoto fundamento . La sección moros-cristianos puede llevarse al siglo XVI en su forma de a taque y defensa de castillos, e l iminándose luego la par te

2 0 Francisco FABRO BREMUNDAN, Viage del rey nuestro señor D. Carlos II al Reyno de Aragón, Madrid, 1680; Manifiesto que la M. N. L. y H. Ciudad de Zaragoza ofrece al público de los principales regocijos que esplicó su alborozo durante la permanencia en la misma de sus amados soberanos al regreso del Principado de Cataluña para la Corte (Zaragoza, año 1828) , edic ión de Zaragoza, 1980; A . BELTRÁN, «Fiestas aragonesas en 1789 y 1790», De nuestras tierras y nuestras gentes, III, Zaragoza, 1972, p. 212.

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espectacular que se ha conservado en Levante y Andalucía y reforzándose el diálogo y la conversión de los infieles. La Morisma de Aínsa ya era cele­b r a d a c o m o a n t i g u a t r ad ic ión en 1678, c u a n d o las Cor tes de Zaragoza concedieron diez libras jaquesas anuales para m a n t e n e r el esplendor de la celebración, tanto que Felipe V ratificó la concesión en 1716.

Sería así este t ipo de representación el más ant iguo conocido, a u n q u e en lo que se refiere a la es t ructura del dance tal c o m o hoy lo conocemos parece más antigua la pastorada que las soldadescas, loas y guirnaldas que se asientan en el siglo XVIII y que el p rop io diálogo de moros y cristianos que se zurce con la pastorada a veces de m o d o u n tanto artificioso, hacien­do que el r abadán se asuste de u n a ex t raña gen te que divisa, ha l lándose en el campo con el ganado . Seiscentistas p u e d e n ser las más antiguas pas-toradas, originarias de la Ribagorza, pues nada significa que la de Capella registrada por Ricardo del Arco sea de 1736 o la de Besians dada a cono­cer p o r M e r c e d e s Pueyo se conozca sólo a través de u n m a n u s c r i t o de 1799. Los bailes de espadas se citan en toda España y re i te radamente en el siglo XVII, y Cotarelo Mori anota que de los bailes entremesados de la indi­cada cen tur ia éstos y los de palos son los únicos que sobreviven, induda­b lemente aislados de u n contexto general que h a desaparecido. Cervantes los hace figurar c o m o e n t r e t e n i m i e n t o en las bodas de C a m a c h o y pa ra Aragón quizá la noticia más ant igua es la de 1150, en la que ambos bailes, de palos y de espadas, se ejecutaron para solemnizar las nupcias de Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, con doña Petronila, re ina de Aragón 2 1 .

P u e d e resul tar forzado e m p a r e n t a r d i r e c t a m e n t e las pas to radas o el dance completo con el teatro medieval, a u n q u e algo debió quedar de «las moral idades» de carácter li túrgico, de la segunda mi tad del siglo XIV. No deben descuidarse las extrañas referencias a Car lomagno como general de los cristianos opuesto a los moros y sus pares en el dance de Sariñena y los restos aislados que p u e d e n ent roncar con el romance ro 2 2 .

El origen debe estar en la zona del Pirineo d o n d e quedar ía el baile con chicotén y chiflo de Yebra de Basa y las pastoradas sin otros e lementos de Ribagorza y en el núc l eo de Sariñena-Sena-Pal laruelo con el de Huesca-Almudévar 2 3 , algunos con pérd ida de la representación dialogada en tiem­po del que n o se t iene ni memor ia y con las estructuras más completas en

21 R, DEL ARCO, El Ribagorzano, Graus, 1905, y Revista Aragón, 1930. En estas pastoradas ribagorzanas se mezcla el dialecto de la tierra con el castellano y se alude a la «gaita gallega» de forma incongruente, puesto que los gaiteros de boto o fuelle actuaban habitualmente en la zona de la Ribagorza y en todo el Aragón septentrional y central; J. AMADES, Las danzas de espadas y palos en Cataluña, Baleares y Valencia, Barcelona, 1955; A. BELTRÁN, «Digresiones sobre los danzantes de Peñíscola», Peñíscola, I, s. a.; COTARELO MORI, I, Madrid, 1911.

2 2 José GELLA ITURRIAGA, Romancero aragonés. Quinientos romances histórico-legendarios, líri­cos, novelescos y religiosos. Estudio, selección y notas por..., Zaragoza, 1972.

2 3 José Luis ALIOD GASCÓN et alii, Los danzantes de Almudévar, Barbastro, 1981.

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los que la conservan. Numér icamente la mayor par te de dances completos se e n c u e n t r a en Huesca, proliferan en el siglo XVIII las soldadescas y loas en el valle med io del Ebro, disminuyen en la zona de Teruel , d o n d e ade­más a lgunos de ellos p resen tan características que los separan, en cier to m o d o , de los núcleos or iginales 2 4 y n o alcanza n ingún dance a Valencia o Caste l lón, h a l l a n d o en la zona del Maes t razgo y en Peñíscola bai les d e palos re lacionados con Aragón en Todolella, p e r o también con los «balls de bastons» de Cataluña y todo el Levante peninsular.

En síntesis, es tamos convenc idos de q u e el d a n c e a ragonés refleja la tens ión político-religiosa cons iguien te a la expuls ión de los moriscos, el t e m o r a las p i ra ter ías de los berber i scos y el c l ima genera l de i n q u i e t u d f ren te a los turcos . Más t a rde cabr ía el m i s m o pape l a a con t ec imien to s c o m o las gue r ras de Por tuga l y Ca ta luña , con referencias a Eugen io d e Saboya o al general Villiers, todo lo cual, al figurar en el texto de los dan­ces, permi te establecer fechas «ante quos».

Respecto de los e lementos formales, el m e t r o y la r ima son el roman­ce octosí labo y la asonancia, bas tante incorrectos , t ransmit idos ora lmen­te o en c u a d e r n o s cop iados con n u m e r o s a s d e g r a d a c i o n e s . A p a r t e de l texto que se repi te en cada representac ión , se añaden reci tados que varí­an en c a d a caso, c o m o las «motadas» o «mat racadas» de cr í t ica d e las au tor idades o los danzantes y los «dichos» de cada u n o de ellos. Mayora­les c o m o Susín de Sar iñena o J u a n e r de Pal laruelo de Monegros fueron versificadores afor tunados , y el p r i m e r o redactaba , c o m o siguen hacien­do sus sucesores, u n a «revista oral» de los acontec imientos del a ñ o ante­rior en el pueblo .

Las degene rac iones debidas a la t ransmisión se expl ican pocas veces; en S a r i ñ e n a u n p a r l a m e n t o t o m a d o de l d a n c e de Sena i n t r o d u c e u n «Ángel, rústico color», sin sentido en el dance de San Antolín, o las adap­taciones de los textos de un pueb lo a o t ro con el simple cambio del nom­bre del pa t rón dan lugar a chuscas si tuaciones. En Salillas aparece Santa Quiteria como abogada de los males de garganta cuando lo era de la rabia, p o r q u e el texto original procedía de Pina y San Blas; en Maleján se l lama «apóstol» al arcángel San Gabriel y se le hace mor i r despellejado, p o r q u e la letra p r o c e d e de Borja en h o n o r de San Bar to lomé, etc. En Bujaraloz, Alfinete, Cireón o Plantón son corrupción de Anfitrite, Cicerón o Platón.

El lugar de representac ión era s iempre la plaza, an te la iglesia, con la imagen del p a t r o n o p r e s i d i e n d o el ac to y los diálogos t en ían lugar con los d a n z a n t e s d i spues tos e n dos filas, f r en te a f ren te , y los d i a logan te s a n d a n d o en t re ellos. El reci tado, mecánico , sin apun tador , con u n «con-

2 4 Lucía PÉREZ GARCÍA OLIVER, «Dances de la provincia de Teruel», V Jornadas sobre el estado actual de los estudios sobre Aragón, Zaragoza, 1984; «El dance de Mora de Rubielos», Temas de Antropología aragonesa, I (1983); El dance de Jorcas, Teruel, 1983; El dance de Alcalá de la Selva, Zaragoza, 1988.

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sueta» c o m o base. Los textos t radicionales son a n ó n i m o s y so lamente se conocen autores de algunas versiones modernas ; el de Ambel fue escrito por un maes t ro de escuela l lamado Francisco Górriz y el de las Tener ías a comodado por u n escolapio cuyo n o m b r e n o r eco rdaban ya hace med io siglo; el d e L e c i ñ e n a fue esc r i to p o r J e r ó n i m o B o r a o i m i t a n d o o t r o s an te r iores . En genera l , la poesía del d a n c e es de escasa cal idad y p o b r e versificación, p e r o de m u c h o interés etnográfico y costumbrista y para la t ransmis ión, lo q u e hace q u e po r e jemplo , C a r l o m a g n o u Oliveros apa­rezcan en el d a n c e de Sar iñena c l a ramente vinculados a los cantares de ges ta . El a s p e c t o p o p u l a r se sub raya e n las « m o t a d a s » , m a t r a c a d a s y romances de acontec imientos , en los dichos, que se separan de la t rama escénica, s iempre , p o r o t ra par te , muy e lementa l . Los diálogos se acom­p a ñ a n e n S a r i ñ e n a d e tajos q u e el g e n e r a l m o r o d e s c a r g a s o b r e u n a h iguera . Las motadas , «envidias» en Ribagorza, «competencias» en Bor-j a , Pradi l la o Ambe l , «motes» en las T e n e r í a s , «habladas» en El Buste , «dichos y contradichos» en Sar iñena, Salillas y ot ros lugares, se mezclan con alabanzas («Este si qu ' e s guapo chico.. .»). Con frecuencia con t ienen críticas a las au tor idades , a los viejos, a las mozas manifeceras , etc., y así se incluyen en la re lación que en Sar iñena se hace de los acontec imien­tos del a ñ o t ranscurr ido .

Las tentaciones de San Antón

Otra forma muy pecul iar del tea t ro popu l a r a ragonés es la represen­tación de la vida de San An ton io Abad, en rea l idad la escenificación de las tentac iones que sufrió el santo eremita , que se r ep resen ta en La Por-tellada, en el Maestrazgo turolense. Las escenas popu la res de la vida y de las t en tac iones d e San A n t o n i o se e x t e n d i e r o n con c ier ta u n i f o r m i d a d po r amplias zonas de Cataluña y Castellón fronteras con Aragón y po r la Tierra Baja turolense, especialmente por el valle del Matarraña, y fueron r ep resen tadas a n u a l m e n t e hasta n o hace m u c h o 2 5 . En t é rminos genera­les, consist ía ésta h e r e n c i a de los medievales «autos» en el r ec i t ado d e las t en t ac iones a q u e fue some t ido el san to a n a c o r e t a , l evan t ando u n a «barraca» o «ermita» en el cen t ro de la plaza, q u e r ep re sen t aba el refu­gio del santo, con cua t ro postes que sostenían u n a t e c h u m b r e de rama­

j e , p e r o q u e d e j a b a n ver c u a n t o suced í a en el i n t e r i o r d e esta choza . Qu ien hacía el pape l de santo por taba u n tosco sayal y llevaba a la cintu­ra largo rosario de gruesas cuentas que le a r ras t raban po r el suelo. Des­

2 5 Antonio BELTRÁN, San Antón en las fiestas bajoaragonesas, Zaragoza, 1995, y Las tentacio­nes de San Antonio en La Portellada, La Portellada, 1997; Montserrat MARTÍNEZ, «La Sanantona-da de Mirambel. Introducción a su estudio», Teruel, 63 (1980) , pp. 55-87; A. GONZALVO, «La fiesta de San Antón en el Matarraña», Teruel, 20, 1 (1989), p. 46; Salvador PALOMAR y Mont-sant FONTS, La festa de Sant Antoni al Matarranya, Calaceite, 1993; Joan AMADES, Costumari català. El curs de l'any, Barcelona, 1982, I, p. 500.

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de m u c h o antes de que se celebrase la fiesta n o se rasuraba la cara pa ra m o s t r a r la b a r b a más la rga y d e s c u i d a d a q u e se p u d i e r a consegu i r . Se s en t aba sobre u n t a b u r e t e o en u n a tosca silla a n t e u n a rús t ica mesa y esperaba la l legada del d iablo q u e acudía p u n t u a l m e n t e con las vestidu­ras más grotescas a su a lcance , c u e r n o s de m a c h o cabr ío adosados a su f ren te y u n la rgo r a b o f o r m a d o f r e c u e n t e m e n t e p o r u n a r is t ra de ajos t e rminada p o r u n cascabel, p rovocando las risas de los espectadores con su a t u e n d o y ademanes .

La p r i m e r a t en tac ión a q u e somet ía a San A n t ó n e ra la del j u e g o d e cartas; el d iab lo gest iculaba os t ens ib l emen te p a r a mos t ra r q u e el san to e remi ta le ganaba todas las par t idas hasta que , abur r ido , a b a n d o n a b a su e m p e ñ o . Los diablos del cortejo rodeaban el lugar, a lborotaban e insulta­ban al santo que , impasible, se en t regaba a la oración. Volvía el diablo a la carga y esta vez lo hacía c o m o atractiva mujer, vestido con faldas estra­falarias y provocaba al santo con gestos lúbricos exagerados que n o hacían me l l a e n la cas t idad de San A n t o n i o Abad . C e g a d o p o r la ira, Sa tanás convocaba a sus diablos pa ra q u e p r e n d i e s e n fuego a la ba r r aca con el santo d e n t r o . Aparecía , o p o r t u n a m e n t e , u n ángel personif icado p o r u n n iño que prevenía al e rmi taño del pel igro y lo salvaba llevándolo consigo. Ardía la cabaña y a l rededor de la hoguera bailaban un «rodat» los diablos y con ellos todo el pueblo . La representación era mímica, exagerando los gestos, sin p ronunc ia r u n a palabra, unas veces, y dialogada en la zona de Tortosa, d o n d e el texto era castellano y po r lo tan to de impor tac ión . En otros lugares se hacía hui r a San Antón al bosque y salir todos los vecinos a buscar lo , e scondiéndose y d a n d o lugar esta especie de escondecucas a las más divertidas peripecias. Y en Artá, en Mallorca, en cómicos desfiles po r las calles, diablos malcarados con a tuendos fantásticos perseguían al San to , t i r á n d o l e d e las r o p a s y f i ng i endo q u e r e r l levarlo cons igo . U n a situación especial reflejan los diablos de la zona del Matar raña , con fan­tást icos y d iver t idos trajes, lo p r o p i o q u e o c u r r e en Forcal l y los o t ros lugares , d o n d e se convier ten en u n a especie de máscaras fustigadoras y v i e n e n a d e s e m p e ñ a r el m i s m o p a p e l q u e los n i ñ o s q u e a l b o r o t a n las calles con cencerros 2 6 .

En La Por te l lada, p u e b l o turo lense de 360 habi tan tes , h a n recupera ­do esta t radición que se celebraba antes cada t re inta años, s iendo la últi­ma representac ión el 16 de e n e r o de 1993, t ranscurr idos nueve años des­de la an te r io r de 1984. Se conocen sus an teceden tes desde el siglo XVIII,

a u n q u e la prác t ica ha de ser más an t igua , y el texto es u n a r reg lo com­pues to de memor i a por Ángel Martí, que ap rend ió de su padre y éste de los suyos los r ec i t ados q u e le h a n p e r m i t i d o resca ta r los según vers ión

2 6 Luis RAJADELL, «San Antón, la fiesta de los demonios», Heraldo de Aragón, 16 de enero de 1994.

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recopi lada tras la Guer ra Civil, con n o pocos añadidos . In tervienen como actores prác t icamente u n a persona de cada casa. Es La Portel lada el úni­co p u e b l o del Bajo Aragón que conserva la t radic ión d e r ep re sen t a r las t e n t a c i o n e s de San A n t o n i o d e n t r o de los más castizos t é r m i n o s de lo popula r . Los e l emen tos escénicos esenciales q u e han susti tuido a la pla­za y la bar raca c o m o escenar io son u n tablado con decorac iones de fon­do, con la pue r t a del infierno a un lado y la «barraca» (vivienda del ana­coreta) al o t ro . Las ten tac iones las u r d e n ca torce diablos, cada u n o con su n o m b r e , d e feroz c a t a d u r a , en el a c o m p a ñ a m i e n t o de Lucifer con L u z b e l d e s e g u n d o d e a b o r d o y B e l c e b ú c o m p l e t a n d o el t r í o ; t o d o s q u i e r e n alejar al san to d e su r e t i ro y de la o r a c i ó n y des t ru i r lo p o r tal m e d i o sin consegui r lo ; el más r o t u n d o fracaso sufren c u a n d o apa recen e n t r e es t rép i to y ch i spo r ro t eo de bengalas y cohe tes o c u a n d o a d o p t a n disfraces de n i ñ o c a n d o r o s o , de cazadores , d e caba l le ro q u e t rae falsas no t i c i a s de l r a p t o d e la h e r m a n a de l s a n t o o d e u n a r e i n a , capaz d e sanar enfe rmos y de convert i r el des ier to en vergeles y palacios. Pre ten­den los diablos acabar con el santo apa leándolo o man teándo lo , pe ro u n juven i l ángel d e albas vest iduras y r e luc i en t e e spada lo salva. Cu ra a la paralí t ica hija de Maximiano (convert ido de e m p e r a d o r pe r segu idor en cr is t iano converso) y t o d o cont r ibuye a q u e los satánicos personajes , al n o lograr su in ten to , p r e n d a n fuego a la bar raca del eremita , con él den­tro, a u n q u e n o pe rece rá en t r e las l lamas salvado de nuevo po r el ángel . Hace tes tamento con muy joviales versiones de las mandas dis t r ibuyendo sus escasas p r o p i e d a d e s , m u e r e y es e n t e r r a d o en el p r o p i o e scena r io . In tervienen en la fiesta, fantástica e inesperada, viejos y mozos, mujeres y niños, como en u n rito; cantan y danzan con singular donosura y consti­tuyen u n maravilloso con jun to de la más s impát ica manifestación popu­lar que p u e d a imaginarse.

No existen datos seguros sobre la an t igüedad de la ce lebración de la Sanan tonada en la zona del Bajo Aragón y, sobre todo , en la cuenca del Matar raña , r ep re sen t ándose en castellano incluso en las zonas del habla que P e d r o IV l l amaba a ragonés c u a n d o expuso «que ha en t r ega t al seu p r o c u r a d o r el l l ibre Suma de las Historias t r adu i t al a ragonés ; que fará t a m b é t r e s l l ada r les c r ó n i q u e s de ls Reys d ' A r a g ó p r e d e c e s s o r s seus y q u e li e n v i a r á la c o p i a , p a r a q u ' e l faci c o n t i n u a r e n la g r a n c r ó n i c a d 'Espanya y p e r u l t im q u e li envie el l l ibre q u e li va a de ixar el Rey de França pa ra ferio aixi mate ix t radui r a l ' a ragonés». Las p r imeras r ep re ­sentaciones de este tea t ro popu la r n o d e b e n ser an te r iores al siglo XVI o XVII y su es tudio n o d e b e separarse del de las piezas escénicas del mun­do de los autos sacramenta les o de o t ro t ipo y del tea t ro religioso medie­val, a u n q u e const i tuya u n a de sus úl t imas manifes tac iones . La versifica­ción es simple y en la versión actual incorrecta , a u n q u e d e b e tenerse en c u e n t a q u e fue r e c o g i d a d e la m e m o r i a d e las g e n t e s . Su va lo r es tá p o r c o n s i g u i e n t e n o e n las galas l i t e ra r ias , d e q u e c a r e c e , s ino en el con t en ido etnográf ico y en la in tegración de la pieza escénica en la fies­ta global.

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V. Los romances

E n t r e los r o m a n c e s p o p u l a r e s se c o n o c e n en Aragón bas tan tes q u e c u e n t a n aventuras y desventuras amorosas o guer re ras , apar te de los lla­mados de «ciego» y la acu l tu rac ión de muy diversas re lac iones en verso octosí labo a sonan te , c o m u n e s a toda España. Respecto de los de or igen erudi to , Gella I turr iaga ha realizado u n e s tud io 2 7 que demues t ra que hay viejos temas aragoneses olvidados, c o m o el re ferente al c o n d e B e r n a r d o de Ribagorza o a la C a m p a n a de Huesca , r ecog ido po r la Crónica de San Juan de la Peña, p rocedente sin duda de u n cantar de gesta no conservado, o el del mismo carácter y también desconocido, salvo en alguna par te , de Sancho Abarca «Ya se asienta el rey Ramiro». En 1550, la Silva zaragozana inauguró u n a serie de romances que , en definitiva, p u d i e r o n ser aprove­chados en los textos de algunos dances.

Pod r í an añadi rse los de Bravonel de Zaragoza, cabal lero del siglo I X , en la época musu lmana de Medina Albaida Saraqusta, «valiente y enamo­r a d o » , e n t r o n c a n d o su h i s to r ia con C a r l o m a g n o , Alfonso I I de L e ó n y Roncesvalles. U n t ema apas ionante es el de los Amantes de Teruel , desa­r ro l l a do p a r t i e n d o de u n a t r ad ic ión ora l p o r el n o t a r i o J u a n Yagüe de Salas, que califica la historia de «verdaderísima» según «voz común y fama pública», y el de Girineldos o Girinelo, que tuvo amores con Ema, hija de Car lomagno; «la doncel la guer re ra» , «la d a m a de Aragón», «Rodamonte aragonés» podr ían completar esta breve mención . Y aún podr ían añadirse los modernos y populares relativos a la gesta de los Sitios de Zaragoza por los ejércitos napoleónicos.

T i e n e n cons ide rab l e in te rés los r o m a n c e s rel igiosos, c o m o el de La Codoñera , t i tulado «La cadena del oro», «La enmascarada de Santolea», d e d i c a d o a San An tón , o «El escapular io» de To r r e s de Albar rac ín p o r citar unos ejemplos.

Carecen de él los l lamados «romances baturros» y, en cambio, en t ron­can con u n a l i teratura peculiar piadosa los que cuen tan vidas de santos o milagros: p o r e jemplo, los numerosos sobre el de Miguel Pellicer, vecino de Calanda que tenía una pierna muer ta y enter rada y fue restituido de ella por obra de la Virgen del Pilar. Los romances impresos en pliegos sueltos eran de general lectura y e n o r m e difusión y de mucha trascendencia en la l i teratura popular . Den t ro de ellos p o d e m o s incluir los «cantos de ciego» de los que conocemos pocos, pero que eran frecuentes; Feliu y Codina oyó a u n o de ellos el romanci l lo que le sugirió la historia de la Dolores, y los ciegos los cantaban para agradecer las limosnas que recibían.

2 7 José GELLA ITURRIAGA, Romancero aragonés. Quinientos romances histórico-legendarios, líri­cos, novelescos y religiosos, Zaragoza, 1972.

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Y, en cierto modo , los gozos, h imnos y demás versos próximos a oracio­nes que las gentes ap rend ían de memor ia y reci taban en las fiestas, influ­yeron ext raordinar iamente en la cultura popular .

VI. Lírica popular religiosa y profana

Es éste un capí tulo de la ponenc ia que necesitaría un larguísimo estu­dio, todavía p o r real izar , p o r lo que h a b r e m o s de l imi ta rnos a e x p o n e r u n a síntesis de las cuest iones. I n d e p e n d i e n t e m e n t e de su evidente carác­ter erudi to , la ejecución popular , el ir añadidas las poesías a los cantos, a las rondas y episodios amatorios o lúdicos, les prestó u n a especial difusión y gran trascendencia en la vida corriente. Disponemos de cancioneros y en n u m e r o s o s e s tud io s inc luso h e m o s avanzado s íntes is sob re el t e m a 2 8 . A ellos nos r emi t imos l im i t ándonos a e x p o n e r u n a breve síntesis sobre cantos, albadas y jotas , sin olvidar algunos cantos religiosos con letras pia­dosas como «El reloj de la pasión» o los citados gozos, oraciones, auroras, salves, dichos y jaculatorias, de diversa extensión y propósito.

Casi en una enumerac ión nos referimos a las «auroras» religiosas, ejecu­tadas de madrugada , den t ro de la devoción del rezo del rosario, sirviendo para despertar a los fieles incitándoles a asistir a dichas procesiones; exten­dida esta práctica a part ir del siglo XVII, n o faltan coplas inspiradas y algu­nas extrañas, c o m o la de los «matutes» de Pina, u n pasacalles, en relación con San Juan , y el r i to de llevar un toro ensogado en la procesión ante la peana del santo. Ot ro carácter tenían las coplas de Semana Santa, como las «saetas» de Híjar, y en el Bajo Aragón se conocen cofradías, po r e jemplo las de Calanda con estatutos que remontan a principios del siglo XVI.

Los «gozos» q u e ensalzaban a la Virgen o a los pa t ronos a d o p t a n for­mas muy var iadas , con los m e t r o s más sencil los, r o m a n c e s , seguidi l las , r ima a sonan te y t emas d e a labanza q u e , f r e c u e n t e m e n t e , r ep i t en temas populares de cancioncillas. Así, de Bujaraloz: «La Virgen de las Nieves / la aurora, señora, / t iene un manzano / para dar manzanitas / a sus herma­nos». Hay numerosas coplas.

Menor interés l i terario, p o r q u e repi ten las letras de las oraciones, tie­nen las avemarías, salves e incluso los cantos de rogativa y de procesión. Se

2 8 Anton io BELTRÁN, Introducción al folklore aragonés, II («Cantos y bailes»), Zaragoza, 1 9 8 0 ; Miguel ARNAUDAS, Colección de cantos populares de la provincia de Teruel, Zaragoza, 1 9 2 7 ; Ángel MINGOTE, Cancionero musical de la provincia de Zaragoza, Zaragoza, 1 9 5 0 , reimpresión de 1 9 7 4 con prólogo de A. BELTRÁN; J . M U R BERNAD, Cancionero altoaragonés, Huesca, 1 9 7 0 ; L . BAJÉN GARCÍA y Mario GROS HERRERO, La tradición oral en las Cinco Villas, Valdonsella y Alta Zaragoza, Zaragoza, 1 9 9 4 .

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s ingular izan los «cantos de pen i tenc ia» y «de S e m a n a Santa», e n t r e los que vale la p e n a subrayar «El reloj de la pasión», en el q u e se glosan los do lo res de Jesús en cada u n a de las ho ra s del d ía y de la n o c h e ; h e m o s citado las saetas de la pasión de Calanda e Híjar.

Un acusado sentido lírico t ienen los cantos que Arnaudas llamó «profa­n o s d e i n t e n c i ó n rel igiosa», es dec i r , los e jecu tados fuera de func iones sacras, pe ro ensalzando fiestas, costumbres y devociones como las Navida­des, con el amplio capítulo de «villancicos» y otros cantos de Navidad que conocemos a través de los popu la res del siglo XVII, o los compues tos po r Ana Francisca Abarca de Bolea, abadesa del monas ter io de Casbas, r eme­d a n d o el hab la popu la r , r espec to de los q u e hay que preveni r c o n t r a la idea de que sean aragoneses aquellos recogidos en cuadernos de conventos de monjas, como los publicados por Mingote de Calatayud o Daroca, pues podemos asegurar que fueron copias de otros; por ejemplo, el que comien­za «Madre en la puer ta hay un niño» o «Dime niño, de quién eres». La últi­ma y quizá la más interesante aportación a estas composiciones es la reali­zada p o r la Orques t ina del Fabirol, a c o m p a ñ a n d o trabajos sobre la Navi­dad tradicional en Aragón de Ricardo Mur, Josefina Roma, María Elisa Sán­chez, Pedro Calahorra, Miguel Manzano, Luis Prensa y José M. Pisa29.

Desde el p u n t o de vista de la lírica popular , las composiciones de más i m p o r t a n c i a son las «albadas» amator ias , de r o n d a de m a d r u g a d a , con sa lu tac ión , cop la y de sped ida , c o n t e n i d o s poé t icos , semejan tes a o t ros como la «alboreá» gitana, los «parabienes» americanos, nupciales, de ala­banza de las gracias de u n a desposada c o m o la de Vil lanúa y a lgunas de ext raord inar ia belleza, sobre todo en la provincia de Teruel , d o n d e exis­ten numerosas redactadas en el habla p rop ia de la zona oriental . P u e d e n incluirse t ambién algunas rondas y serenatas c o m o «La baraja», de Alba-rracín, que t iene u n a vertiente religiosa a ñ a d i e n d o comentar ios piadosos a cada u n o de los naipes que se n o m b r a n . Se h a n e ternizado «tonadas» y «tonadil las» c o m o le t ra de m u c h a s m u d a n z a s de l d a n c e en u n a fo rma especial , c o m ú n a zonas de Castilla, «los mandamien tos» para f raseando los de la ley divina para aplicarlos a los amores m u n d a n o s y otros seme­jantes ; t ambién hay que hacer menc ión de las «serranillas del Moncayo». Poca segur idad existe respecto del p u n t o de p rocedenc i a de los «cantos de cuna» que se cantan en Aragón, de e n o r m e difusión y s iempre de ori­gen incierto, como ocurre con los «cantos infantiles», los de niñas de com­ba y corro y los muy variados y para diversas ocasiones propios de niños.

En cambio son de considerable interés y bastantes de ellos pecul iares los «cantos de trabajo», como los que a c o m p a ñ a n el hilar de las mujeres, los de trilla o de a r ada y de o t ros trabajos agrícolas d e los h o m b r e s , los prop ios de las cuadril las de segadores , de esqui leo, de pastores , oliveras

2 9 Albada de Navidad, libro y disco, Zaragoza, 1995.

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Tradición oral, costumbrismo y literatura popular en Aragón

como la de Calanda («Pulidas olivericas / que cogen con escaleras / en la orilla del camino / y las varean, varean»), las «sanjuanadas», las líricas de salutación como la dedicada a una desposada, de Argente («Tome señora este r amo / con las cintas muy oscuras, / son malos de desatar / los nudos que echan los curas»), etc.

Muy peculiares y de vieja raigambre, relacionados con canciones y textos goliárdicos cuyos precedentes alcanzan a los t iempos de la literatura latina, son los «cantos de bodega», bufos y fingiendo en las letras el habla inconexa de los bo r rachos o el latín maca r rón ico , muy ant iguos en la comarca de Alcañiz, casi s iempre pasando la bota o el po r rón de m a n o en m a n o mien­tras se canta o recita, como por ejemplo «El rulé» de Castelserás o de Pani-za, «La novena del vino» o «El artillero» de La Codoñera; y con ellos los de «hogueras», con acompañamiento de «rodats» en el Bajo Aragón.

Merecerían larga atención los «mayos» comunes a u n a amplia zona del interior de la Península, Guadalajara, Cuenca, m o n t a ñ a de Valencia y con p rofundo arraigo en la sierra de Albarracín; suelen relacionarse con u n a cantiga de Alfonso X el Sabio («Ben venna mayo») y se conoce u n a prohi­bición sinodal de Sigüenza, del siglo XV, p o r q u e los cantos se acompaña­ban de «matrimonios fingidos» y emparejamientos con muy diversas mani­festaciones de r e q u i e b r o y con t ac to q u e nos h a n l l egado a través de la novelita «Los mayos» de Polo Peyrolón. Son, sin duda , t rasunto de viejas fiestas de primavera y de los ritos agrícolas consiguientes; se cantan el día p r imero de mayo y, aparte de permisos, salutaciones y despedidas, se cum­plen líricas a labanzas de las gracias físicas y mora les d e las e n a m o r a d a s : «Ya estamos a t reinta / del abril cumpl ido , / alegraos damas / que mayo ha venido», y se le hace l legar r e g a n d o cañadas y casando doncel las . El tema es de considerable interés, se relaciona con coplas amatorias y enca­denadas que han conservado los sefardíes y los epítetos que se utilizan y la construcción de los versos denotan un origen erudi to 3 0 .

Significación especial t i enen las «coplas de la jo ta» con muy pocas de ellas que puedan llevarse a antes de la mitad del siglo XIX, de creación eru­dita a u n q u e se t rate de imitar los m o d o s del p u e b l o a través de los poco aconsejables caminos del ba tur r i smo y el chascarril lo y, po r consiguiente , resultan de dudosa importancia para conocer el pensamiento de quienes las cantan y de n inguna para de te rminar el «carácter» aragonés. No faltan las improvisadas y muchas son de creación popular . Las cuartetas con versos

3 0 Cf. Antonio BELTRÁN, Introducción al folklore aragonés, cit., II, pp. 25-91; Emilio REINA, «La música tradicional aragonesa al margen de la jota», Cuadernos de Zaragoza, 16 (1977); Fernando SOLSONA, La jota cantada, Zaragoza, 1978; Elisa SANCHO IZQUIERDO, «Despertadores del Bajo Aragón», Costumbres y tradiciones, Zaragoza, 1949; Julio BRIOSO, «Navidad en el Altoa-ragón. Literatura, costumbres y tradiciones populares», Cuadernos de Zaragoza, 43 (1979); A. BELTRÁN, «Villanúa y sus albadas», De nuestras tierras y nuestras gentes, IV, Zaragoza, 1973, p. 149, «De Zaragoza a Soria» y «De nuevo sobre el Moncayo», ibídem, Zaragoza, 1972, pp. 83 y 87 (sobre las serranillas).

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octosílabos de r ima asonante que las c o m p o n e n son muchas veces adapta­ciones de modelos de cantares de otras zonas según la fácil difusión de este tipo de composiciones. No obstante, aparecen en ellas localismos, adapta­ciones a pun tos concretos de coplas generales, alusiones a modos propios de cada lugar, etc., descripciones y, en cambio, escasas referencias historicis-tas, muy interesantes, pero que son la faceta menos estudiada de estas «can­tas», como quería García Arista que fueran llamdas 3 1 .

Complementar ios de la jota, pe ro independientes de ella, son los «estri­billos», en realidad seguidillas dieciochescas, semejantes a las «sevillanas», de o c h o versos p e n t a y hep tas í l abos ; e s p e c i a l m e n t e famosas son las de Leciñena, en tonadas como canto religioso dedicado y bailado ante la Vir­gen de Magallón; hay otras picaras e in tencionadas («A la boticaria / l 'hi visto el rodete ; / vaya una anillica / para un clarinete», de Daroca) .

VII. Otras manifestaciones de literatura popular

Fina lmen te hay manifestaciones l i terarias en prosa y verso, breves en general , a veces de escaso interés desde el p u n t o de vista de la preceptiva l i terar ia o d e la estética, p e r o fundamen ta l e s pa ra su a p r o v e c h a m i e n t o e tnográf ico y aun sociológico y pa ra el es tudio de los mecan i smos de la t rad ic ión oral , has ta el p u n t o de q u e cons t i tuyen u n a reserva q u e , con todas las salvedades, se ha d e n o m i n a d o «sabiduría popular». Incluiríamos en este complejo capítulo anécdotas, frases ocasionales, mazadas, dicterios o vi tuperios, refranes, proverbios y sentencias , t imos, wellerismos, adivi­nanzas, etc.

El p r o b l e m a técnico esencial respecto de ellas estriba en establecer la or ig ina l idad de estas creaciones , raras veces v e r d a d e r a m e n t e popu la res , en muchas ocasiones de procedencia exterior, aprendidas e incorporadas como propias con suma facilidad.

Como una simple enumeración , podemos referirnos a las manifestacio­nes de «sociocentrismo» y «nosocentrismo» que prestan ejemplos evidentes de lo que indicábamos. No estamos seguros de que sea aragonesa de origen «No compres caballo cheso / ni te cases en Canfranc, / ni trates con los de

Antonio BELTRÁN, «La jota c o m o ejemplo de la conveniente refutación de todos los tópicos», en Aragón y los aragoneses, Zaragoza, 1997, e Introducción al folklore aragonés, cit., II («Las coplas de la jota», p. 114); Juan DOMÍNGUEZ BERUETA, «Les couples et la musique de la

jota aragonaise», Art populaire. Congreso Internacional de Praga (1928), París, 1931, II, p. 187; Demetrio GALÁN BERGUA, El libro de la jota aragonesa. Estudio histórico, crítico, analítico, descriptivo y antológico de la jota en Aragón, Zaragoza, 1966; F. SOLSONA, La jota cantada, Zaragoza, 1978; Alfonso ZAPATER, La jota aragonesa, varios volúmenes; M. SANCHO IZQUIERDO, El carácter arago­nés y las canciones de jota, Zaragoza, 1945.

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Biescas, / mira que te joderán», porque en forma idéntica aparece respecto de otras localidades en La Rioja y La Alcarria, con un añad ido explicativo que indica una mayor congruencia y posiblemente antigüedad. La contami­nación de coplas recogidas en Sallent-Panticosa con las de Cenicero-Fuen-mayor podr ía constituir otro ejemplo. Las peleas y los vituperios entre veci­nos llegaban a esta literatura menuda y chocarrera con burla de los pueblos g randes sobre los vecinos más p e q u e ñ o s y con las réplicas consiguientes: «Los tontos de Zaragoza / y los agudos de Utebo / fueron a pescar un bar­bo / y pescaron u n madero»; y allí añadían: «Los listos de Zaragoza / vení­an en coche a verlo». En Ricla cuentan que un paisano pasó a La Almunia a una diligencia vadeando el Ja lón y, sorprendido por u n a avenida del río, se ac lamó a la Magdalena, de su pueblo , al Cristo de Calatorao y c u a n d o n o tuvo más r e m e d i o a Santa Pantaria , pa t rona de La Almunia . C u a n d o , después de sus «¡Váleme que soy de La Almunia , pasame el r ío!», logró salir, se volvió hacia la sede de la santa y le espetó: «¡Te jodes , que soy de Ricla!». Y en La Almun ia m e con ta ron que Santa Pan ta r ia le r e spond ió : «¡Te jodes tú que te has dejado las albarcas en la otra orilla!»; y para arre­glar lo u n a muje r m e expl icó q u e t odo e ra c o n s e c u e n c i a de los d imes y diretes de Santa Pantar ia de La Almunia y la Magdalena de Riela para ver cuál e ra más g u a p a d e las dos . Cap í tu lo es éste q u e p e r m i t i r í a q u e nos alargásemos cons iderab lemente , y en a lgunos casos tan di fundido como: «Si vas a Cala tayud / p r e g u n t a p o r la Dolores , / q u e es u n a ch ica muy guapa / y amiga de hacer favores» 3 2.

O t r o t an to p o d r í a dec i rse de los «refranes», «dichos», «aforismos», «frases ocasionales» y «timos», muestra del ingenio popular , de modas, de contaminaciones y difusiones y del in tento de convertir la exper iencia en fórmulas o máximas, de apoyarse en muletillas o de crear modos peculia­res de expres ión . Cada u n o de ellos merece r ía u n a monograf ía y cuen ta con u n a amplia bibliografía, aunque desde el p u n t o de vista de la literatu­ra y la preceptiva parezcan parvas manifestaciones de la expresión escrita de lo que fue t ransmit ido en estos casos, incesantemente , de boca a oreja por medio de la transmisión oral y siempre con u n a e n o r m e carga local 3 3 .

3 2 A . BELTRÁN, Introducción al folklore aragonés, cit., I, IV («Dicterios, vituperios, sociocen-trismo», pp. 2 1 5 - 2 2 7 ) .

3 3 A . BELTRÁN, en el lugar de la cita 3 1 , capítulo v, pp. 2 2 9 - 2 5 3 ; Pedro VALLÉS, Libro de refranes, Zaragoza, 1 5 4 9 ; Gonzalo CORREAS, Vocabulario de refranes y frases proverbiales... escrito en el siglo XVII e impreso en Madrid en 1906; Pedro ARNAL CAVERO, Refranes, dichos, mazadas... en el Somontano aragonés, Zaragoza, 1 9 5 3 ; Fernando y Ramón ZUBIRI, Refranes médicos oídos en Ara­gón, Zaragoza, 1 9 7 8 .

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