Trabajo Práctico 1 - 2014

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Teoría de la Historia Año 2014, Plan 2010 Trabajo Práctico N° 1: Sobre la Historia como ciencia y la narrativa histórica En los últimos años, algunos historiadores, las novelas de divulgación histórica y las películas “basadas en hechos reales” han logrado un fuerte impacto en un significativo número de argentinos. Uno de los historiadores más conocidos es Felipe Pigna. En este trabajo práctico nos proponemos recuperar algunos argumentos vertidos en una entrevista a un medio de difusión masiva, y comparar su posición con la de otros historiadores. Podremos observar, entonces, que la tarea historiográfica, también es, un espacio de polémica. ENTREVISTA A FELIPE PIGNA, HISTORIADOR 1 En esta actividad deseamos estimular algunas reflexiones en torno a la narración como forma de transmisión, construcción y puesta en valor del pasado. La narración oral y escrita fue, hasta el siglo XX, el modo privilegiado de hacer historia, la crítica al “escaso rigor científico” de la ciencias sociales en pleno auge del positivismo, implicó su parcial abandono. A comienzos del siglo XXI, son cada vez más, los historiadores que recuperan a la narrativa como un método válido y necesario para el que hacer historiográfico. Doña Rosa es una víctima del sistema" Engendra un historiador último modelo que pone en juicio la versión oficial de los hechos. Trabaja con Mario Pergolini y da conferencias donde los jóvenes le gritan “¡aguante!”. Se define a sí mismo como un ‘socialista libertario’ y a su trabajo como una ‘tarea de detective’, apasionada, y con una mirada crítica que conecta el pasado con la actualidad. “Cuando estoy trabajando pierdo noción del tiempo y el espacio, me traslado a esa época...”, confiesa.

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Teoría de la Historia

Año 2014, Plan 2010

Trabajo Práctico N° 1: Sobre la Historia como ciencia y la narrativa histórica

En los últimos años, algunos historiadores, las novelas de divulgación histórica y las películas “basadas en hechos reales” han logrado un fuerte impacto en un significativo número de argentinos.

Uno de los historiadores más conocidos es Felipe Pigna. En este trabajo práctico nos proponemos recuperar algunos argumentos vertidos en una entrevista a un medio de difusión masiva, y comparar su posición con la de otros historiadores. Podremos observar, entonces, que la tarea historiográfica, también es, un espacio de polémica.

ENTREVISTA A FELIPE PIGNA, HISTORIADOR

Por Marcela Mazzei / Fotos: Javier Elliot. [email protected] *

P: ¿Se puede revisar la historia si no hay más elementos de los que siempre hubo?

R. Es que siempre hay más elementos. El tema es cómo los buscás, con qué curiosidad, y qué preguntas te hacés. Cuando estás muy marcado desde una realidad presente, y uno siempre escribe desde el presente obviamente, el interés está puesto en las cosas que te rodean. Entonces, quizás la crisis, la corrupción en la clase política,

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En esta actividad deseamos estimular algunas reflexiones en torno a la narración como forma de transmisión, construcción y puesta en valor del pasado. La narración oral y escrita fue, hasta el siglo XX, el modo privilegiado de hacer historia, la crítica al “escaso rigor científico” de la ciencias sociales en pleno auge del positivismo, implicó su parcial abandono. A comienzos del siglo XXI, son cada vez más, los historiadores que recuperan a la narrativa como un método válido y necesario para el que hacer historiográfico.

Doña Rosa es una víctima del sistema"Engendra un historiador último modelo que pone en juicio la versión oficial de los hechos. Trabaja con Mario Pergolini y da conferencias donde los jóvenes le gritan “¡aguante!”. Se define a sí mismo como un ‘socialista libertario’ y a su trabajo como una ‘tarea de detective’, apasionada, y con una mirada crítica que conecta el pasado con la actualidad. “Cuando estoy trabajando pierdo noción del tiempo y el espacio, me traslado a esa época...”, confiesa.

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son temas de hoy que uno va a mirar con un ojo más fino porque está marcado por lo que está pasando. Así como en el 30, por ejemplo, los historiadores estaban muy preocupados por el tema del imperialismo. El pacto Roca-Runciman había marcado a aquella generación del 30, de la cual formaron parte Lisandro de la Torre y Jauretche, desde distintas perspectivas político-históricas. Los tipos estaban fundamentalmente interesados en la historia del imperio británico, en las relaciones con Gran Bretaña. Es decir, que antes no se les prestaba atención, se las había pasado por alto, se las consideraba normales y positivas. Los documentos siempre estuvieron, el tema es la mirada que vos arrojás sobre un documento. Absolutamente subjetiva y parcial, como es la historia. La historia no puede ser imparcial, debe ser honesta.

P: ¿Qué es lo que te aportó trabajar con Mario Pergolini?

R: A mí Mario me aportó una visión muy crítica e irónica de la vida. Pone constantemente en cuestionamiento mis principios y yo los de él. Hay un desafío de que nadie se va a bajar de sus posiciones... Aunque lo voy convenciendo de varias cosas. Y le estoy devolviendo cierto romanticismo necesario, según él mismo dice. Creo que él me aporta todo este contacto con el público juvenil que es impresionante, y que es suyo claramente. Los chicos me están considerando alguien que tiene que ver con ellos, con su discurso. Lo veo mucho en las charlas o en las presentaciones de libros multitudinarias, donde la mitad son jóvenes, seguidores de Mario evidentemente, que me escuchan, piden que no cambie, que "aguante" y esas cosas que dicen los chicos, y que a uno lo comprometen maravillosamente. Es el compromiso que uno no siente como una carga sino, al contrario, como un lindo compromiso.

P: ¿Te llamaron los descendientes de algún prócer?

R: Sí, permanentemente, y me encanta. Gente de la línea de Belgrano, la familia de Rosas, la gente de Balcarce. Algunos enojados, otros contentos. Los descendientes de Rondeau se enojaron porque yo contaba una anécdota muy cierta, que Rondeau había sido un gobernante corrupto, y ponía esos datos. Inclusive me llegaron a admitir off the record -algunos, no el caso ese, pero otros que no quiero nombrar porque me pidieron reserva- que no sabían y que de buena fe creían que era un pro-hombre. Y cuando les mostré todas las cosas lo admitieron y se disgustaron mucho con su antepasado, más que conmigo. El primer enojo fue conmigo, pero después me terminaron agradeciendo saber la verdadera historia de ese personaje, que siempre estuvo, como decías vos al principio. Quizás no la quisieron ver o no se las mostraron. Ese es el tema.

P:¿Es necesario que pasen 50 años para que un hecho sea considerado historia, como dice la Academia?

R: Y yo creo que la Academia ya tampoco, sino algunos académicos o seudo académicos. El tema dictadura, por ejemplo, ya es parte de la historia, mal que les pese a los conservadores o a los reaccionarios... Es inmoral que esté en discusión porque en ninguna universidad seria del mundo, empezando por las más conservadoras, se considera que un hecho que transcurrió hace 20 años no es historia. Ya la historia inmediata se está trabajando y el tema es el equilibrio, la tolerancia, el que estén presentes todas las voces. Por ejemplo, en mis documentales de la dictadura traté de que hablaran todos, inclusive los claramente impresentables. Pero es importante que se conozcan los testimonios, no para estar de acuerdo sino para que esa gente diga lo que tenga que decir... y quedan muy en evidencia.

P: ¿Cuál es tu idea política?

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R: Mi idea política es una idea que evidentemente va para el lado del progreso social y del cambio de este país, que considero absolutamente injusto, y que ya se va adaptando un poco a los cambios de paradigma. Yo fui militante en los 70, con aquella Juventud Peronista. Empecé en la escuela secundaria y mantengo muchos ideales de aquella época, entendiendo que el contexto mundial cambió, que aquellos métodos eran probablemente equivocados. Hoy sigo pensando en una sociedad justa. Y bueno, si eso se llama socialismo será socialismo, si se llama peronismo será peronismo. Pero tiene más que ver con una idea humanista que yo definiría como socialismo libertario, es decir, un socialismo no autoritario. No encarna en este momento en ningún Estado en el mundo, por supuesto, no hay ningún modelo y eso también lo hace interesante, lo hace utópicamente interesante. Yo creo que todas las ideas son románticas.

P: ¿Y cuáles son las ideas que predominan en el país?

R: Lo que hay acá es una distinción momentánea e interesante entre poder y gobierno, me parece a mí. Es decir, evidentemente el discurso del gobierno es un discurso progresista. El presidente y su mujer parecen ser personas de esas ideas, que hacen algunas cosas en ese sentido. Pero el poder económico está absolutamente intacto, que es el verdadero poder de este país. Y cuando apenas se lo amenaza, reacciona violentamente. Tenemos la suerte de que haya una derecha muy mediocre, gente que no resiste un debate. Macri no puede discutir con nadie, no tiene capacidad política; López Murphy es un contador público. No hay, desgraciadamente, del otro lado nada extraordinario. La clase política argentina es muy mediocre en términos generales. Y creo que la clase media encontró una causa en el fenómeno Blumberg, la inseguridad y tal, y una derechización evidentemente del discurso, esto de buscar seguridad, no entendiendo que la mayoría de los secuestros viene justamente de manos de la "seguridad". En el propio secuestro de Blumberg está implicada la Policía de la provincia de Buenos Aires. Entonces, es un discurso muy pobre el de la clase media que compra esto, muy poco reflexivo, donde no se analizan cosas básicas.

P: ¿Dónde está la falla, entonces? ¿No es la clase media la que tuvo la oportunidad de estudiar, la que compra tus libros?

R: Sí, hay de todo. La clase media es una enormidad, es una cosa muy grande. La que compra mis libros son 120 mil, que no está nada mal, pero no es "la" clase media. En la clase media hay de todo: hay muchísima gente que escucha Radio 10, un público claramente reaccionario, o distraído... porque el que escucha a González Oro ya tiene bastante castigo con escucharlo a él, ¿no? O a Baby Echecopar, el enano fascista por excelencia, inclusive físicamente... Ahora, ¿por qué lo escuchan? Yo creo que hay varias cosas. La dictadura tuvo un alto porcentaje de adhesión, el menemismo tuvo un alto porcentaje de adhesión, la salida de la crisis fue por derecha en la Argentina, cuando todo el mundo esperaba que fuera por izquierda. Es un país conservador, en muchos aspectos. Uno debe admitirlo y comportarse en consecuencia. Y eso no debe generar ningún tipo de resentimiento, es muy imbécil desde la progresía argentina para con el pueblo. Es una estupidez, ¿cómo te vas a resentir con el pueblo? Hay que trabajar para cambiar y no enojarse con Doña Rosa. En todo caso, Doña Rosa tendrá que hacer su proceso, ver ciertas cosas. Hay que enojarse con otra gente, no con las víctimas. Porque en definitiva está claro que Doña Rosa es una víctima del sistema, por más que lo defienda. Es así.

* En Diario Clarín, suplemento conexiones, 20 de abril de 2005, pág. 22.

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Polémica.Hazañas de ayer y hoy.

Del boom de la novela histórica a la consagración mediática de la historia en la televisión. Ante este fenómeno, los profesionales de la historia miran con desconfianza. ** En Diario La Nación, suplemento enfoques, viernes 7 de abril de 2006¿Cuánto midió Manuel Belgrano?.

Si alguien hace semejante pregunta por estas horas, lo más probable es que no esté interesado en la estatura moral del prócer ni en saber qué tan alto era. De haber sido de ese modo, además, habría correspondido el pretérito imperfecto, medía. Pero Belgrano midió. ¡Y cómo! Junto con Beresford, Sobremonte, Liniers, los demás miembros de la Primera Junta, los patriotas, los españoles, Rivadavia, Rosas, en fin, decenas de protagonistas de nuestros cimientos, ejemplares y de los otros, Belgrano ingresó al panteón más venerado de hoy, el panteón del rating, gran sala de los dos dígitos. Ya son sujetos, pues, del pretérito indefinido de medir, verbo televisivo por antonomasia. Sujetos con gloria cenital: han demostrado que sus hazañas pueden ganarles a los engullidores de huevos de Susana Jiménez y al futbolista más famoso del mundo, héroe contemporáneo.

En el principio fue la novela histórica, a la manera de las de María Esther de Miguel. Y la biografía novelada, género en el que Félix Luna marcó el surco con su multivendido Soy Roca. Luego vino una temporada en la que llevaderos anecdotarios pulieron el bronce de los prohombres en busca de carne y hueso, con Pacho O´Donnell, por ejemplo. Después aparecieron los libros sobre historia argentina firmados por personas insospechadas de académicas, con cierta transgresión garantizada en la marca (Jorge Lanata) o de autores reconocidos -provenientes de la radio y las revistas- por el uso de un lenguaje periodístico ágil, contundente, volcado a desalmidonar la historia (Felipe Pigna). La masividad fue in crescendo. Hasta que el fenómeno de la historia argentina tratada según convenciones más populares que las del aula accedió al altar de la televisión (Pigna asociado con Mario Pergolini). No cualquier televisión sino ésta, la que bate circo, erotismo, noticias sensibleras, crímenes frescos y crímenes añejados, quirófanos a la intemperie, guerras de vedettes, chimentos, novelas con y sin sexo violento, reciclaje burlesco de fragmentos televisivos hasta la fatiga: un mundo multiforme llamado sobre todo a entretener, que se autoevalúa frenéticamente con una única vara.

Los cuatro programas del ciclo "Algo habrán hecho" -combinación de géneros sobre el período histórico 1806-1852 con una pizca de la irreverencia de CQC y ese ritmo de videoclip que ahuyenta octogenrarios- llegaron a un pico de 23,3 puntos de rating (el primer lunes), con un piso de 17 (el último). Augurios, según entendidos, de mucha más historia por TV a partir del año próximo, quién sabe si para replicar un boom como el de las canchas de paddle ochentistas, boom curvado, o la propagación porteña del sushi, en boga.

Ahora bien, el éxito de estos nuevos lenguajes para hablarles de historia a millones de almas -ya sea con el formato de libros que compiten con los best sellers de ficción o con el sello de la alta calidad estética de la televisión que hace Pergolini-, ¿supone que hay un redescubrimiento colectivo del sabor de la historia? ¿Es eso una muy buena noticia? ¿Merece ser festejado como una victoria sobre la frivolidad? ¿No importa cuál historia sea

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contada ni cómo, lo que importa -si se permite decirlo así- es que la historia importe? ¿O el formato mediático obliga a entregar versiones predigeridas, libres de complejidad, fáciles de contar?

Tulio Halperín Donghi, tal vez uno de los historiadores más prestigiosos de la Argentina, lo piensa sin dogmatismos: "Siempre me molestaron un poco los que pontifican sobre cuál es la manera correcta de hacer historia, y estoy tentado de contestarles como en una pelea entre verduleras en el mercado: ?Si sabe tan bien cómo hay que hacerlo, por qué no lo hace´".

Académicos v. mediáticos.

El enfoque mediático de la historia argentina tiene fascinada a una considerable cantidad de gente entre la cual no figura la mayoría de los estudiosos formales de esta ciencia social. Los que han consagrado su vida a la investigación y el estudio de la historia en general miran con alguna reserva el fenómeno gestado a lo largo de poco más de una década, que llegó a su clímax en las últimas semanas con el programa de Pigna y Pergolini.

El más tajante es Luis Alberto Romero, investigador del Conicet y profesor de Historia Social General de la Universidad de Buenos Aires, Flacso y la Universidad Torcuato Di Tella. Su posición es conocida en los cenáculos historiográficos y literarios, especialmente a partir de una severa crítica sobre el segundo tomo del libro Argentinos, de Jorge Lanata, publicada en el Suplemento Cultura de este diario.

A Romero le parece inadmisible que se aprecien los episodios históricos con coordenadas del presente, como cuando Pigna considera a Mariano Moreno el primer desaparecido (Pigna dirá, a su turno, que sólo usó una metáfora y acusará a Romero de no haberlo leído). En la exitosa versión mediática Romero entrevé una especie de remake del revisionismo, corriente amplísima en la que estuvieron desde un Ernesto Palacio hasta un Rodolfo Puiggrós y que el público encuentra ahora familiar al escuchar a Pigna (quien, es cierto, se nutrió en su juventud de Arturo Jauretche, entre otros autores, y del marxista Milcíades Peña). Romero, además, defiende la figura del historiador profesional. Dice que Pigna no es historiador sino alguien que escribe sobre el pasado.

Y Félix Luna, el gran divulgador de la historia argentina a quien hoy todos respetan, ¿acaso no es abogado? "El problema no es el título -responde Romero-, hay muy buenos historiadores sin título. Luna sabe mucho, es un lector voraz y eso le da una sustancia del pasado muy propia del historiador. El 45, por ejemplo, es un libro fantástico."

Pigna, que durante veinte años fue profesor en el colegio Carlos Pellegrini y en el ciclo básico de la UBA y que actualmente es jefe del Departamento de Historia de la Universidad de Lomas de Zamora, no duda en definirse como historiador. En su pequeño departamento de Caballito, donde termina de posar para el fotógrafo de una revista de actualidad, desgrana uno tras otro sus argumentos ante LA NACION con la solvencia de alguien entrenado en las artes de la defensa. Evoca a Eric Hobsbawm ("el historiador más importante del mundo practica la divulgación"), dice que ningún historiador es aséptico ("no pretendo que la gente piense como yo, sino que piense"), admite que la masividad lo compromete porque le da una influencia que otros no tienen ("sé de la responsabilidad

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que esto implica") y asegura -hablando de sí mismo en tercera persona- que sus críticos "han hecho de Pigna una caricatura, como si quisiera voltear el monumento a Roca" (aunque ratifica su opinión de que Roca fue "un genocida"). Con 46 años, militante de la izquierda peronista en los años setenta, el autor de Los mitos de la historia argentina I y II (el primero lleva vendidos, según editorial Norma, 170 mil ejemplares, y el segundo, editado por Planeta, va camino de ser otro suceso) piensa que algunos de sus críticos simplemente le tienen envidia, no hace falta preguntar por qué. "En todo caso es más respetable lo de Tulio Halperín Donghi, pese a que no comparto su opinión sobre mi trabajo, en el sentido de que yo me dedico a lo episódico."

Más allá del éxito.

Admite muchas lecturas, se ve, esta historia de la historia en un país que arrastró hasta el siglo XX, y aun hasta el XXI, tantas disputas del siglo XIX; que vio voltear bustos, profanar cadáveres, eternizar exilios post mortem y que, ya en tiempos actuales, practicó la gimnasia de encantarse con gobernantes devenidos abominables un par de turnos más tarde. Quizás la lectura más trascendente no se agote ni en el hostigamiento a los historiadores vinculados al ámbito académico -que tal vez no lograron llevar más allá de sus gabinetes univesitarios el fruto de sus investigaciones- ni en el costado mercantil que varios le descubrieron a la historia. En todo caso, sí parece más rico lo que todo este fenómeno nos dice acerca del conocimiento colectivo del pasado y la calidad de ese conocimiento.

El problema es que la idea de que la comprensión del pasado tiene utilidad directa para diseñar el presente y proyectar el futuro, en algunos casos, parece haber sido entendida en forma mecánica. Luego, estamos como estamos, se inferirá, por culpa del Empréstito con Baring Brothers de Rivadavia. Siempre -en los tiempos de Derqui y de Juárez Celman, de Irigoyen o de Frondizi y quizás hasta la semana pasada- hubo un poder agazapado, se dirá, que manejó el destino nacional. Conspiradores. Nada de complejidades para interpretar los hechos de acuerdo con las épocas. Después de todo, si el gran público sospecha que las manos negras prevalecen y que alguien nos contó a los próceres en forma tendenciosa, militarizada o lo que sea, ¿por qué desilusionarlo? ¿No se trata de acercar la historia a la gente, como puede leerse en las contratapas de libros que incluso merecerían ser llevados a la playa?

También el politicólogo Carlos Floria es de los que alertan sobre cierto auge de las visiones conspirativas de la historia, a las que se opone. Floria aporta una visión tan sintética como interesante sobre los cuestionamientos de los historiadores académicos a los mediáticos, en especial al más visible de ellos. "Sucede que Pigna sostiene que él es historiador y lo toman con más seriedad porque lo consideran un par que está rompiendo las reglas de juego". Como muestra accesoria de que el conflicto no es bipolar sino que despliega incontables matices, Floria defiende la potestad del historiador de meterse con la historia contemporánea sin necesidad de dejar que los hechos sedimenten durante 30 años o más, un reproche que a veces surge del mundo académico contra quienes no esperan para abordar el presente cercano.

Pero, finalmente, ¿hay contradicción entre historia académica e historia mediática? "No necesariamente hay contradicción -dice el autor de El espejo de la historia-, porque se mueven en planos distintos. Lo que ahora se llama historia mediática es una mutación de

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la que antes tuvo por vehículos a semanarios o revistas mensuales que, por ejemplo en Francia, descubrían todavía más amantes de Luis XV o discutían si el hijo de Luis XVI había muerto de veras en la cárcel del Temple. Es la revolución de los medios la que le ha dado una repercusión mucho mayor. En los Estados Unidos, el History Channel es hoy uno de los canales más populares de cable, con reconstrucciones tremebundas de las guerras púnicas y cosas por el estilo, y una insistencia en ocuparse de los crímenes del nazismo que hace que algunos lo llamen Hitler Channel."

Pero, ¿cómo influyen en la Argentina los enfoques ideológicos a la hora de hacer interpretaciones sobre la historia? "Los que hacen historia sin ser historiadores profesionales -reflexiona Halperín Donghi- suelen haber entrado en la disciplina con una fuerte motivación ideológica. En cuanto a quienes cultivan la historia mediática, me parece que influye sobre ellos el modelo de historiografía contestataria que ofreció el revisionismo histórico a partir de los treinta, pero mientras el revisionismo rechazaba una versión canónica del pasado argentino para proponer otra de reemplazo, me parece que la actual historia mediática proyecta hacia el pasado la visión del presente que inspiró el "que se vayan todos", que me pareció ver reflejada también en un discurso de campaña de la senadora Cristina Fernández de Kirchner que vi en la televisión, en el que comenzaba con gran brío cobijándose en la tradición de Moreno, Belgrano y, desde luego San Martín, pero, tras unos brevísimos segundos de aparente perplejidad, la conectaba directamente con la de Eva Perón y Perón, supongo que porque no había encontrado  a nadie mencionable  entre 1820 y 1945."

Que Lanata hizo historia, cuanto menos en la industria editorial, nadie lo discute. Con Argentinos I y II lleva vendidos alrededor de 320 mil ejemplares. ¿Son libros de historia? "No me importa cómo lo definan, ése es un problema de góndolas -dice el autor-; yo no creo que Argentinos sea un libro de historia, es un reportaje -en el sentido tradicional de la palabra- sobre la historia argentina."

La discusión, cree Lanata, está teñida de enconos personales. "Las ciencias históricas no le pertenecen a nadie, a menos que la hayan comprado y no me hayan avisado; y la historia no fue escrita por historiadores sino por periodistas, como Moreno, Mitre, Sarmiento."

Con argumento similar se ataja Pacho O´Donnell: "Yo no me reivindico como historiador, soy escritor y dramaturgo". Para este exitoso autor de libros que hacen punta en la ola, ex secretario de Cultura y lector asiduo de José María Rosa, "la historia argentina es imaginativa, hasta delirante; siempre apasiona lo que se desliza fuera de lo normativo". O´Donnell valora en Pigna lo mismo que Pigna aprecia de Lanata: el haber despertado tanto interés popular. Subordinan, incluso, la discusión sobre el rigor historiográfico a ese mérito. Varios miembros del bando académico también reconocen alguna gratitud hacia los mediáticos por haber instalado la historia en la cotidianidad, pero su ecuación sobre el rigor es otra. Se debaten entre la mala opinión que tienen sobre los autores hipervendedores y el cosquilleo que les produce ver gente joven interesada en 1810.

Romero, sin embargo, señala que nunca le escuchó decir a un estudiante de historia que había elegido la carrera después de haber leído a Pigna. Es cierto que las matrículas universitarias no parecen acusar recibo del estrellato bibliográfico y televisivo de la disciplina. En 1986 ingresaron en la Carrera de Historia, en la Universidad de Buenos

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Aires, 395 alumnos. Hubo una notoria disminución del número de ingresantes entre 1990 y 1995 (138, 112, 112, 115, 111 y 173), en 1999 se llegó a 374, 370 en 2000, 336 en 2001, 350 en 2002, 412 en 2003 y 401 en 2004. En la Universidad de La Plata, otro ejemplo, los ingresantes pasaron de 112 en 1995 a 381 en 2005. Ninguna explosión.

Conectar dos mundos.

¿Lo popular y lo científico deberían retroalimentarse? Tal vez en materia de historia nadie como Félix Luna logró conectar ambos mundos, aunque terminó por aceptar el académico recién en 1990 (literalmente: ingresó en la Academia de Historia) cuando ya llevaba ¡sesenta años de trabajo! Luna habla con tono ecuménico: "Me parece bien que se estimule el conocimiento; uno no puede poner piedras en el camino". No hace nombres, pero explica: "Se hace historia de diversas maneras, unos cumplen reglas historiográficas y otros trabajan de otro modo, pero la historia académica es indispensable incluso para los que se dedican a la divulgación". Y si se le pregunta qué cosas no deberían hacerse jamás, enumera: "Mentir, meter el perro, engañar, dar por hechas cosas que no han ocurrido? y lamentablemente eso a veces sucede"...

El poder, la forma de ver el presente, los recortes sobre el pasado, el desfile de figuras veneradas? hay un sabor conocido en todo esto. Palpable para ninguno como para el presidente de la Nación -sea el actual o cualquier otro-, que llega a la Casa Rosada cada mañana y lo primero que debe hacer es atravesar el Salón de los Bustos. Allí donde, contra lo establecido por la norma que dispone esculpir a los presidentes una vez transcurridos ocho años de su partida, están unos y faltan otros, sin ningún criterio preciso aparte de patear el problema para adelante.

Hay algo más difícil que conocer la historia: digerirla.

Por Pablo Mendelevich .

Actividades en forma individual:

- Seleccione las ideas principales de los artículos periodísticos.

- Recupere las críticas a otras corrientes historiográficas en las posiciones de Pigna y Mendelevich.

- Recupere los argumentos centrales de justificación de ambas posturas.

- Organice conceptos, metáforas, ideas fuerza, en un esquema explicativo que puedas reproducir de manera relativamente rápida en el pizarrón.

Actividades en forma grupal:

- Comparta y compare sus conclusiones con la de sus compañeros.

- Organice un plan de debate con otro grupo asumiendo como propia la posición de......

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