Todo lo que sé sobre ser gigante

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Proyecto Editorial sobre un documental realizado en colabroación con Bonette.

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Día normal, sonidos fuera del re-molque, los perros ladrando como

siempre, esos perros, ¿en qué momento nos comenzaron a seguir?, un día co-mida para uno, otro día viaja con noso-tros, y cuando menos te das cuenta ya perdiste la noción de ellos. Mi hijo en la habitación de al lado platicando con no sé quién. Me pregunto en qué momento esto se convirtió en normal para mí.

Platicaba con el Bronco la otra noche, me ofrecieron trabajo fuera de aquí. Me habían hablado por teléfono al mismo tiempo que el contrato había llegado por el correo ambulante, siempre tuve la impresión de que era imposible que una carta llegara realmente a casa, pero éstas lograban llegar de alguna u otra forma. Bronco había olvidado lo que era tra-bajar, el sonido de los aplausos al final de todo, las risas de la gente, pero aún conservaba en él una sonrisa maliciosa de persona que ha pasado por muchas cosas. Me decía que le daba gusto, que no se imaginaba él a su edad viajando, que los jóvenes de hoy en día y sabe cuánta cosa. Me preguntó por mi hijo, el que vive y trabaja en Estados Unidos. Yo también me pregunté por él, tenía más de dos meses sin saber de él en medio de tanto viaje. Lo último que supe fue de su caída y de su hospitalización. Afortunado él, que tiene el amparo de una sociedad diferente. Por mí, una caida y listo, des-amparado de por vida, un día aplausos y otro día soledad en mi casa sin comida.

¿La función de hoy? claro, claro, en una hora comienza, deberíamos de tener listas las luces y el sonido. Pregúntele a Ernesto que si va bien eso de las entra-das, que si hoy tumbamos todo, que si mi asistente ya está arreglada. ¿Y usted Don Bronco?, ¿qué pasó con todas sus ambi-ciones?

Para mí todo este ambiente tenía un aire tan familiar desde un inicio. Uno no nace precisamente para esto, nace y muere dentro de esto. Se abren los ojos y a los cuatro años ya se tiene el primer acto. Recuerdo cuando llegaron Aldo y Elitania, ¿usted lo recuerda Bronco? eran pequeños, allá dentro de la carpa. Como uno no tiene la noción de algo fue-ra de esto, nunca tuvieron miedo, hasta recuerdo que estaban emocionados. ¿Se acuerda del mitote que se traían esa ma-ñana?, Elitania estaba más emocionada que en los días de su cumpleaños. Co-menzaron por algo pequeño, claro. Un día los vemos haciendo malabarismos y luego gigantes, se erigen por encima de nosotros, por las alturas Bronco, ¿re-cuerda esas alturas? por allá donde las luces sólo lo ciegan a uno y no a los es-pectadores. El buen Aldo siempre tan sereno, ahora ya todo un muchacho, ya no le teme a las alturas, hasta se le ve más cómodo sobre un cable tenso que sobre la misma tierra. La otra vez hablé con él y lo vi contento, ya va terminando la secundaria, afortunados nosotros que la escuela llega hasta donde vamos. Acá tiene su familia Bronco, pero yo ya la voy dejando Bronco, le digo. Ésto parece un eterno devenir de holas y despedidas que no se sabe cuándo empiezan.

¿Que entro en veinte minutos? Cla-ro, ya estoy listo, Ernesto ya tenía todo preparado desde hace rato. Pero Bron-co, ¿recuerdas la cara que puso Elitania cuando la colgamos de su cabello por los aires? Yo sí, me recordó a mi hijo que ahora está lejos, en alguna cama proba-blemente solitario. Son ellos Bronco, us-tedes son mi familia, pero ahora, un acto y nos vamos. Yo me tengo que mudar y nos vemos en otro lado. Esto del circo no va con uno, uno tiene que ir con él. ¿Us-ted me va a extrañar Bronco?

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Desde que el hombre ha asimi-lado, repartido y organizado

las estructuras de trabajo a nivel social, ha tenido la capacidad y el privilegio de tener tiempo libre, tiempo de ocio, tiempo para pensar y para asimilar todo lo que le rodea. Es en base a este tiempo libre con el que deja atrás una jornada com-pleta de trabajo para utilizar el tiempo restante en actividades intelectuales, artísticas y de di-versión. Es en base a esto que nacieron las ciencias, la filoso-fía y la intención por descifrar y asimilar cada vez más estos procesos para balancear su vida entre el trabajo y lo hedó-nico. Es precisamente con este tiempo de placer o de diver-sión, que ha buscado descanso en teatros o lugares predeter-minados para poder congre-garse y gastar tiempo en una actividad de esparcimiento.

El circo se nos presenta con antecedentes misteriosos, des-de las prácticas místicas de la adivinación, las artes oscuras, la magia, hasta los actos físicos de

riesgo que pretenden entretener al espectador por el tiempo que le sea posible.

En nuestro país el circo se ha venido deteriorando y mitifican-do dentro del concepto de toda esta vida “bohemia” en la que se ven inmersas todas las personas

que de una u otra manera colabo-ran dentro de él. Para nosotros, una comunidad relativamente

cerrada y altamente influen-ciada por estereotipos anglo-sajones e internacionales, es común que se pierda de cate-goría la verdadera disciplina y el arte que conlleva el elegir este trabajo como una profe-sión de por vida.

Tuvimos la oportunidad de acercarnos a una de estas comunidades errantes, con la cual convivimos durante un día completo para conocer más a fondo qué hay detrás de ella. Cuáles son sus misterios, cuál es la verdadera cara que se refleja detrás de un acto o un escenario para poder tener una noción verdadera en lo que se refiere a la profesión.

El Circo Kristiany es for-mado por alrededor de veinte

personas que están en un cons-tante ir y venir de integrantes y de historias que contar. Su es-tructura es celosamente guarda-da por la tradición familiar y por

Faltan cinco horas para la primera función, y para los residentes, el circo es también su hogar, las gradas son tan buen tendedero como cualquier otro.

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el conocimiento heredado entre generación y generación que ha pasando por su carpa durante más de treinta años.

La tradición familiar, y su in-tegridad, parecen vivir en una parsimonia ficticia, como alar-deando de una tranquilidad o mundo encapsulado muy ajeno a la realidad que nosotros vivi-mos, “Un niño de doce años aún te cree en los reyes magos”, nos comenta Renzo el gitano. Los valores familiares, la unidad de sus partes. Esta imagen parece dejarnos fuera de lugar si consi-deramos que en nuestra sociedad se vive un gran problema de des-integración familiar, éste como el núcleo de nuestra sociedad, y a gran escala, la causa de muchas problemáticas dentro de nuestra cultura. “Su vida es más dura que la nuestra, a nosotros nos pagan por viajar mientras que ustedes deben ahorrar para poder hacer-lo” afirma Renzo.

Si bien la integración familiar es algo a envidiar dentro de estas ciudades errantes, su unión y el estereotipo de un trabajo de fa-milia ponen en tela de juicio la li-bertad y la capacidad de elección de vida de los pequeños dentro de estas familias. “Ellos eligen si quieren estudiar o si quieren permanecer en el circo” nos ase-gura Francisco Javier Morales, mejor conocido como “El Bron-co”. “Uno nace y muere dentro de esto”, nos comenta Renzo, “A ellos (los pequeños de la familia) los ves más felices viviendo en el circo que fuera de él”. “Cuando éramos pequeños jugábamos a que trabajábamos en el circo, y a la vez, vivíamos en el circo”, nos comenta Elitania, la acróbata de catorce años que hace el acto de colgarse a más de cinco metros de altura de su cabello.

Los artistas más jóvenes del circo, los cuales trabajan como “seguridad” en el show del payaso, se acercan a platicar y a preguntarnos qué hacemos.

“El circo es el lugar donde pierdes tus miedos”. Aldo es un artista de catorce años en el cierco. Sin darnos cuenta ya estaba trepado en la carpa para colgar una línea.

Un circo es una vecindad ambulante. Cada familia tiene su remolque, a los que viajan solos se les ofrece un contenedor de los trailers.

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El gobierno federal por me-dio del Consejo Nacional

de Fomento Educativo, CONAFE, les brinda la oportunidad a estas comunidades errantes de acceder a una educación digna. Dentro del mismo circo tienen derecho a pedir un profesor que viaje por ellos durante el ciclo escolar para que le enseñe a los niños circenses lo necesario como para obtener sus certificados de primaria y de secundaria. “Terminé la prima-ria, quiero ahora empezar con la secundaria, pero dentro del circo tenemos que haber más de cinco niños para que la CONAFE nos mande a un profesor”, nos co-menta Aldo, hijo del administra-dor del circo y acróbata principal del alambre tenso del circo.

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El estilo de vida dentro del circo fácilmente se puede

confundir con el de una sociedad o cultura marginada de cualquier urbe. Las características que comparten son muy estrechas, dentro del circo cada uno de sus integrantes no tiene más que las posesiones con las que carga den-tro de su remolque, tienen que estructurar su vida dentro del mismo, bañarse, cocinar, lavar la ropa, incluso ver la televisión. Cada uno de los remolques tiene, sin falta, una antena de televisión satelital fuera del mismo. Histo-ria de una sociedad marginada

dentro del mismo núcleo de una ciudad. “Lo más bonito del circo, es que viajamos mucho y conoce-mos mucha gente”, nos comenta Virginia Zulema, acróbata y ma-labarista de varios actos en la función.

Uno entra al terreno sobre el cual está ubicado el circo, y tiene la impresión de entrar a un lugar donde el tiempo no transcurre, donde le es igual a todos y cada uno de sus integrantes. Un lugar en el que no importa si se tiene ca-torce o sesenta y dos años, todos comparten el mismo pensamien-to, la misma educación. Son una especie de todólogos dentro de su comunidad, desde el más pequeño hasta el más grande de cada una de las familias tiene que trabajar en alguna actividad del circo.

Los más pequeños empiezan a entrenar su cuerpo desde los cua-

tro o cinco años, en los que por lo general los padres, les dan activi-dades de gimnasia, estiramiento y malabarismos. “Yo empecé con el acto de las cuerdas marinas a los cinco años, (…) llevo toda mi vida en el circo”, nos comenta Aldo so-bre su infancia dentro de la carpa.

Por una parte, el trabajo de los menores dentro del circo puede ser cuestionado, sin embargo, a los niños se les ve realmente fe-lices trabajando entre función y función. Aunque en realidad, ésta no es precisamente lo más cues-tionado dentro de la profesión del circense.

Maltrato a los animales, reali-dad o estereotipo. Si bien todos los integrantes del circo coin-cidieron en señalar que todos y cada uno de los animales son legales, están normalizados y tienen un trato digno, cualquier transeúnte puede dudar de las in-tenciones de estas palabras. “Uno tiene que pegarle a los animales, pero no por ninguna razón, uno debe de corregir sus conduc-tas para que se comporten de la manera que debe de ser. Pero la gente no entiende eso porque no vive dentro de un circo”, nos co-mentó Virginia sobre el tema. En realidad, al pertenecer a culturas tan diferentes, existe una manera objetiva de compararlas?

A varias horas de la primera función, los niños en el circo pasan el tiempo jugando. Los animales que abundan por ahi son su distracción preferida, y la cabra más

pequeña de todas es su primera elección.

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Francisco Javier Morales mejor conocido como “El

Bronco” fue maestro de ceremo-nias del circo durante años, ha trabajado en el circo cuarenta de sus sesenta y un años. Argumen-ta que su estadía en el circo fue un giro del destino. Cuando era joven, tenía un tío que trabajaba en una plataforma petrolera de Pemex, por lo que cada que era vacaciones lo visitaba para dis-traerse un poco de sus ocupacio-nes diarias. En uno de esos viajes fue que se encontró y le llamó la atención el mundo del circo. Por accidente o mera curiosidad se vio inmerso en una discusión entre el dueño de aquel circo y el concesionario de una conocida marca de refrescos. “Yo en rea-lidad estaba viendo cómo desar-maban el circo, ése día les tocaba trasladarse a otra ciudad y ellos estaban trepándose por las es-tructuras quitando cada una de las piezas. El administrador del circo se volteó conmigo y me pi-dió que hiciera unas cuentas y yo las hice. Cuando el camión se fue, me preguntó si en realidad yo trabajaba con ellos y le contesté que no. Fue ahí cuando me ofre-ció trabajo haciendo cuentas en el circo”.

Así de espontánea fue la mane-ra en que el Bronco se vio inmer-so en este mundo, cuando menos se dio cuenta ya llevaba años viajando con ellos y aprendiendo cada uno de los secretos de los ar-tistas. “Es una pena que la gente de fuera no valore esta profesión, hoy en día es bien común encon-trar a taxistas que terminaron su carrera en medicina”. Para don Bronco, todo esto tiene relación con la hipocresía de la gente. “Ves a todos los jóvenes en la ca-

lle hablando de la chingada, pero bien que los ves en casa y todos tranquilitos. Hasta uno podría pensar que no son ellos mismos”.

El Bronco es una parte vital del desarrollo de este circo, pos-teriormente descubrimos que él fue uno de los fundadores de él. Ahora, a sus sesenta y un años, ya no trabaja tan intensamente dentro del circo, ya sea por el respeto que le mantienen todos los demás, o simplemente por su edad y carisma.

Renzo el gitano, quien es lan-zador de cuchillos, nació y

creció en el circo. Su familia, como la de todos los demás, también vie-ne de un largo linaje de personas que han pasado por el circo.

Su vida parece dispersa, tie-ne un hijo actuando en estados

unidos, y otros dos viviendo en Centroamérica. Lo cual en gran medida parece conmoverlo, ya que fue quien más habló de las costumbres e integración de la familia dentro del circo.

Nos contó sobre uno de sus hijos, quien tuvo un accidente hace tres años por el cual estuvo inactivo durante un año comple-to. “Se despedazó los brazos y las manos… se recuperó y ahora sigue trabajando en Centroamérica”.

Los artistas circenses no tie-nen amparo de nadie cuando se lastiman. Es muy común que los administradores les digan que re-gresen a casa y que ellos les man-dan dinero para su manutención, pero eso nunca pasa. “Entre lo bueno y lo malo, lo bueno fue que pasó allá (Estados Unidos)” nos comentó sobre la delicada situación en la que vivió su hijo y el apoyo que la sociedad norte-americana le brinda a todos sus trabajadores.

Renzo, además de parecer una persona muy seria, es una de las que más inspira profesionalismo dentro de la carpa.

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Habla del circo como la mejor cosa que le pudo pasar en su vida, cree en la actitud del artista para cambiar el estado de ánimo del espectador “La gente siente esa vibra cuando sales, la gente siente la forma en que tú sales a trabajar. La vibra que tú vas a dejar en la pista. Es un arte, es lo más mara-villoso” nos dice.

Sus pasos dentro de esta carpa son contados. Dentro de unos me-ses partirá hacia Centroamérica a participar en la organización del circo en el que sus hijos trabajan.

Tras bambalinas, “El Gitano” prepara y revisa sus cuchillos antes de salir a escena.

“El Gitano” está en escena. Se le pide al público guardar silencio, pues se prepara para lanzar sus llameantes cuchillos a su asistente. Todo esto con los ojos vendados.

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Para Ernesto, la vida del cir-co es algo totalmente dife-

rente. Él no es artista de ninguno de los actos, no tiene a ningún in-tegrante de su familia en el circo sino que está “juntado” a los de-más. Comenzó viviendo dentro de uno de los camiones de carga. “Me tenía que bañar debajo de las gra-das, tenía que ingeniármelas para cocinar dentro del contenedor”.

Nos comenta que los días más complicados dentro del circo son los días en los que se tiene que montar y desarmar la carpa. “Por la noche quitamos las estructu-ras, y en la mañana a las nueve en punto quitamos parte por parte cada cosa de la carpa para guar-darla dentro de los contenedores entre cuatro personas”

Los primeros meses fueron los más complicados para él, no dejó de repetirnos que “uno extraña mucho a su familia”. Constante-mente pensó en regresar a casa, pero ahora, que ya cumplió más

de un año en esta comunidad errante, ya ve complicado regre-sar a casa con su familia. “Ya ten-go todo establecido aquí, ya ten-go un espacio propio dónde vivir y ya puedo bañarme dentro de una casa rodante, las cosas han ido mejorando”

Lo más interesante de Ernes-to, es su especie de existencia inadvertida que se tiene durante el espectáculo y antes de. Es él quien tiene que limpiar la carpa por dentro, es él quien tiene que dar de comer y limpiar a los ani-males, es él quien se encarga de auxiliar a los artistas teniendo todo listo antes de cada una de sus funciones, copera como tra-moyista, se asegura de que la red de seguridad esté bien amarra-da a los postes, y, sin embargo, dentro de sus ropas negras, pasa totalmente inadvertido dentro de una marea constante de sonidos y de colores. Es una especie de fantasma imprescindible dentro de la comunidad errante.

“El payasito más jóven se coló al show del gimnasta. Ahora se ha trepado a la cuerda floja para ser parte del show.

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La vida del circo, sin duda, es un intenso revolo-teo de excentricidades en torno a un pequeño

núcleo familiar. La diversidad y el paso efímero de personas entre su alineación principal constituye, en menor medida, la costumbre general y el arquetipo que reina todo el sistema de sus vidas. Un grupo de personas cerradas entre sí para los demás, un lujo de una comunidad viajante que se inserta esporádica-mente en la vida de una ciudad, dejando huella, para luego simplemente irse.

Los valores familiares, morales y éticos se redefi-nen en esta comunidad, se autodefinen por las carac-terísticas de un grupo hasta cierto punto homogéneo sin importar la edad, el género o su ocupación. Se proyectan en cada una de sus funciones, la seriedad del acto, el profesionalismo de sus participantes in-cluso detrás del escenario, un estilo de vida sencillo e independiente que se ve forzado a sobrevivir a las inclemencias de una sociedad externa que lo aplaude con cada vez menos fervor. Si bien los medios de en-tretenimiento han evolucionado, es complicado ase-gurar que el circo terminará algún día, tal vez no sólo porque mientras exista un niño exista un circo, sino porque lo tradicional tiene cierta tendencia a sobre-vivir en el inconsciente de las personas. El circo es, y será, siempre uno de los encantos más sencillos y originales que nuestra mente nos pueda proporcio-nar. Así como la gente aseguró que la pintura estaba destinada a desaparecer con el invento de la fotogra-fía, estaba equivocada, nos atreveremos a decir que el circo contará con la misma suerte.

La experiencia y la calidez de esta gente es lo que más nos aturde, tal vez porque en realidad nosotros somos los que estamos excluidos en nuestro interior, o en uno pseudo-metafísico-mediático. La sencillez y la absoluta seguridad de saber que lo que haces está bien, es una de las cosas que una cultura tan despren-dida y desinteresada debería envidiar. El arte de vivir como a uno le parece, el arte de sobrevivir como uno quisiera.

Incluso la inocencia parece salvarse aquí dentro, en esta carpa donde las sonrisas suceden, y las luces no se apagan.

Todo el material recaudado tomó lugar el día 4 de abril del 2011 en La Loma, San Andrés Cholula

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“Sed felices un momento, del circo saldréis soñando”

Anónimo