Tinta de Luz

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Unas diademas UNO “La Meditación de los Grillos” Tiza de Luz ?span class="style6"> “El diablo no oye más que truenos, crujidos y alboroto: de ahí que puedas con placer, aturdirlo a través de la dulzura.” Angelus Silesius ?span class="style6"> Nosotras, que vamos hacia la niñez desde que vinimos, descreemos de las ventajas del día sobre la noche, así como desterramos la trivial y genérica asimilación de la mujer a la luna. ¿Qué sería sino de la mujer-sol de los cátaros montunos, a quienes ninguna estafa soborna, y del hombre-luna de los Wirikuta amazónicos, a los que ni el jesuita persuade? Cualquier hombre que entiende sabe que tendrá que devenir Miryai-Luna para extraer al Niño de sí: “Debo ser María y alumbrar a Dios de mí”, escribió un peregrino querubínico. Pero en cambio se nos dice: menstruación = luna, por lo tanto mujer = luna, y tantas otras frivolidades de semanario para teósofas. Pero nosotras, Señoras del Arco Iris que propugnamos el único ciclo pedagógico regido lunarmente, La Escuela Nocturna, sabemos de la existencia, en nuestras aulas diminutas, de los Hombres-Luna que sangran cada 14 días. Todos ellos entrenados cálidamente en la Meditación de los Grillos durante los meses de Otoño en los bosques de Oriente.

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Unas diademas 

     UNO

     “La Meditación de los Grillos”

     Tiza de Luz?span class="style6">  

     “El diablo no oye más que truenos, crujidos y alboroto:

     de ahí que puedas con placer, aturdirlo a través de la dulzura.”

     Angelus Silesius

?span class="style6">  

     Nosotras, que vamos hacia la niñez desde que vinimos, descreemos de las ventajas del día sobre la noche, así como desterramos la trivial y genérica asimilación de la mujer a la luna. ¿Qué sería sino de la mujer-sol de los cátaros montunos, a quienes ninguna estafa soborna, y del hombre-luna de los Wirikuta amazónicos, a los que ni el jesuita persuade? Cualquier hombre que entiende sabe que tendrá que devenir Miryai-Luna para extraer al Niño de sí: “Debo ser María y alumbrar a Dios de mí”, escribió un peregrino querubínico. Pero en cambio se nos dice: menstruación = luna, por lo tanto mujer = luna, y tantas otras frivolidades de semanario para teósofas. Pero nosotras, Señoras del Arco Iris que propugnamos el único ciclo pedagógico regido lunarmente, La Escuela Nocturna, sabemos de la existencia, en nuestras aulas diminutas, de los Hombres-Luna que sangran cada 14 días. Todos ellos entrenados cálidamente en la Meditación de los Grillos durante los meses de Otoño en los bosques de Oriente.

     Hace tiempo que las Señoras echamos a los Sacerdotes por su déficit de Espíritu. Al tiempo encontramos que empezábamos a entender los alfabetos de los árboles que hasta hacía poco reculaban a nuestro paso, cuando seguíamos los instructivos de los togados. Un poco después (¿un año, siete?) las lenguas que algunos llamaban angélicas surgieron lenta y persistentemente sin el menor comando, al contemplar vívidamente el entorno siderúrgico. Y uno de los más rotados metales lo fundían nuestros aliados los grillos y sus primos, los batracios de la cosmocharca, elevando la Tierra durante las noches de plenilunio desde sus ricos pantanos nilóticos cerca del mar.   

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     A las Señoras nos gustan los brujos elegantes, el mago descastado, el cabalista errante, el chamán obsceno, el alquimista venéreo, el artesano célibe, todos los que atraviesan la Risa perdiendo la llave (cualquier Señora está por encima de la llave). Sin embargo las recogemos ciertas noches, les damos de comer de sus propias limaduras –por eso nos llaman las tubalas: las virutas– ya que algunos inhibidos no las alimentan arguyendo que si comen, caen, cuando lo cierto es que caer es una forma de bajar, según dijo un hijo del Lodo, un evidente logro tras eones de no encarnar ni un asterisco. ¿Cuántos millones de ciclos creerán que les llevó a nuestras antenas crearse la ciudadela de esta fisiología radiante, todas estas células de agua sabia? Tulia Tormenta versifica:

     “En areneo antiguo decimos: ¡Tocar, tocar, hay todo un sol que nos lo pide! La perfección de hacerse el vehículo mortal y ya no sermonear con el ultra-plano. Poblarse de carnes cercanas y tangibles, la bendición de alcanzar las mortalidades inhumanas, infantiles. Haber llegado aquí no fue caída sino logro, que no descarta el logro inverso del parasubidas”.

     Si quisiéramos ser francas con los simplones dobleces arriba-abajo, no sólo habría que decir que el alma está encerrada, sino sobre todo que el animal está enjaulado, y que ambos se espían a través de la cerradura deseando converger. 

     Nuestra Segunda Madre, Pantana, enseñaba: “Lo que grita esa Tabla de Lavar, la Tabla Esmeraldina, es muy sencillo: ¡no fastidien más con el arriba y el abajo!, sólo hay interpenetraciones ultracosmos – ultramicrocosmos con sus circulaciones a la etcétera. Ahora hagámoslas más vibrantes, más penetrativas, más voluptuosas, que penetren más hondo el ultracosmos y el ultramicrocosmos hasta pasar al otro lado de las disyunciones. Que no haya profundidad ni altura, sólo superficies de ¡contacto y fuera!”.     

     Así es como la digestión, motor de la caída, es también el motor del parasubidas de Huidobro. Cocineras de limaduras de llave, consumidoras de su decocción lenta, nuestro secreto yace en la sutilísima circulación de la viruta celeste. “Una llave cabeza abajo, otra cabeza arriba y otra sin cabeza”, dice una vieja canción de las compañeras. Y para que se descubra nuestro temperamento de cantantes y no de hermeneutas, citamos el dictado de Mar Trueno bajo la sonrisa de su Daena (en el oasis de al-Sayyad), que algunos se apresuran a llamar “texto gnóstico de Nag-Hammadi”:

     “Yo soy la que cayó en desgracia y la más grande (...) No sean arrogantes conmigo cuando sea arrojada sobre la tierra. ¿Por qué entonces me odian ustedes, griegos?; porque soy una bárbara entre los bárbaros, soy la sabiduría de los griegos y el conocimiento de los bárbaros.

     “Y yo, yo no creo en Dios, pero soy aquella cuyo Dios es relevante. Soy ignorante, pero aprenden de mí; soy aquella a la que desprecian, pero piensan en mí; a la que esconden, pero aparecen en mí. Cuando se oculten, yo misma apareceré; pues cuando aparezcan, yo me ocultaré de ustedes. Llévenme hacia ustedes desde lugares sórdidos y ruinosos. Y roben a los buenos incluso en la adversidad. Y vengan hacia la niñez y no la odien por ser insignificante y pequeña. Soy el conocimiento y la ignorancia; la vergüenza y la osadía; soy

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una desvergonzada y estoy avergonzada, soy poderosa y estoy atemorizada. Presten atención a mi riqueza.”

     Queridas: ¡hay que saber realizar algo en la ilusión para merecerse una subidita! No basta con pretender desencarnar y suponerse santas, ¡qué vivas!, hay que encontrar la gloria de bajar e ir a dar al frasco de ranas. Nosotras admiramos la unidad interior más elevada,  pero también la unidad de extensión más amplia: somos las que no renunciamos, las que comunicamos, subiendo y bajando, una presencia espiritual al mundo, presencia que siempre será alucinatoria o en vegetación. De allí que nuestras hermanas sean desdeñadas por los temerosos, ya que nosotras venimos de otro poder y de otras capacidades, y hasta diríamos: somos las enviadas desde el poder mismo.

     Todas las noches, a la luz de las hachas, las Señoras y los Hombres-Luna deshacen los trabajos del día. Desvanecen aquello que secó la savia y devoró la humedad subterránea de los cuerpos. Arañas y batracios despreciados por las teologías zopencas: inicien sus tareas de hechizamiento de la cantidad. La araña Lima les susurra, más sutil que una santa: “El primer encuentro de la poesía es un punto órfico, la respiración que se mueve entre el cuerpo y un espacio como el de la araña al formar ámbito y hechizo. Esa respiración es el primer apresamiento de lo sobreabundante, una dimensión, una cantidad secreta, no percibida por los sentidos”.

     Así es como nuestras aulas a telaraña exorcizan el orden visual tipo, que envuelve en la nítida irradiación lumínica la presencia de lo real y una experiencia dominante de la verdad. Lejos de auspiciar el poder del conocimiento en cuanto lux naturae, acechamos los sutiles matices de las penumbras y las modulaciones de la tiniebla en cuanto adivinación. Somos las arañas de la Ammadía Lima extrayendo de nuestros vientres los hilos de la Obra. Labor de tejedoras que se realiza en la más completa oscuridad de Escuela Nocturna: “Ellas viven en la noche, desean no ser vistas, rodeadas del sueño de los demás, cuyo misterio penetran”, escribe nuestra Ariadna. Por eso la recomendación para cada hombre-luna de nuestras aulas es que lea y relea el Elogio de la Sombra de Tanizaki, nuestro dotado alumno del Levante: “No es que tengamos ninguna prevención a priori contra todo lo que reluce, pero siempre hemos preferido los reflejos profundos, algo velados, al brillo superficial y gélido”. Y es que la noche es el secreto del Señor. Así lo anuncian las grammas selladas en el bosque del plenilunio, las letritas asperjadas en el suelo por la liebre del Mons Philosophorum, entre los matos pedagógicos.

     Nuestra amazona en jefe, Desterritornella, ayuda a detectar y recolectar toda clase de sub-tipos analfabéticos de tipo alpha-omega. Se distinguen de toda tipografía alfabética por su punto, ángulo de un clinamen sonoro (o angelus) que insidera el suelo a través de un arte de música. Así enseñamos que el cielo no está arriba sino donde sea que nictilen las grammas de nuestro canto (amphitheatrum), emitiendo sus constelaciones por abajo y a los costados, y recién después, al congelarse en un signo, en el cielo que afecta menos, en el de arriba.

     Queridas: no es ese zodíaco duro o de planetario el que nos declina, sino uno blando, que apenas se discierne de la célula y el agua (o Luz), inmediatamente influenciable y plástico, que proporciona la fuerza y el medio para ir siempre más lejos a través del influjo:

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haces inguinales o cardiales hacia el otro lado del firmamento visible, una red que tras su moebius retorna al lado interno, pero más lejos o demasiado adentro, sobre un borde continuo de daemon que corta, nuestra sociedad del filo, sobre el que se tornan indicernibles los haces inguinales de los estelares: “¡La estrella de golpe está a medio metro!: / por el cosmicadeno emisor / se tocan lo estelado y este lado / subiendo y bajando por el parlamento de los bichos”, poetiza nuestro hombre-luna de Misiones.

     Es comprensible que nuestra prueba, al revés de los que van hacia la vejez, sea el devenir-niño y la alegría, el temple de pasar de una percepción nueva a otra sin pedir permiso. Y es que sólo creemos, contra todo escrúpulo, en la alegría y en la visión, tal como Deleuze dijera de Ntra. Sra. Spinoza. Así nuestra función, a contrapelo de la ruina, es acabar la etapa de catálogo de las escuelas diurnas, acercar el cuerpo viviente de la noche como una dimensión alcanzada. Por eso nuestras aulas son cocinas alumbradas por un sol de noche.     

     Ahora: cómo iremos de esas rúbricas del suelo a las estrellas, que están a la vuelta y no encima, es cuestión de nuestra meditación de los grillos, entre otros ejercicios anti-loyolianos que nos plantaron Las Hijas del Pabellón Thabor. Que se entienda: no es que iremos hacia las estrellas que vemos, sino que abriremos una tangente a través de sus potencias, que tan pronto se indistinguirán de nuestras sinapsis, así como la arena que pisamos –de sílice y orgones– asperja a su manera, en escala volatilizada, nuestro visor del Ajna. Operamos entonces a manera de particlos entre particlos, insideradas bajo modos pre-terrestres para co-crear las estrellas que nadie ve ni nombra.

     Primero: hay que entrar en victoria (= en vínculo) con la música de las estrellas o luces (fono-sofi-siderismo), música deslizada por los grillos ciertas noches equinocciales durante los 14 de la creciente. Contemplación acústica y con-sideración de un Verbo no histórico ni gramático que teleguía hacia una linde de Real.

     Segundo: obtenida la victoria, ese verbo se vierte en una frecuencia perturbativa a niveles plasmáticos, cuyo decibel e influencia se modula y hace vehículo –o huevo– para mantener viva la linde en su cerco o pecho.

     Tercero: esta frecuencia es un puente gracias al cual una Señora se atreve a separarse y volar. Nuestros pontífices son los grillos con sus escaleras ínfimas.  

        Resta decir que los documentos de la Escuela son recetas sencillas y sobre todo funcionales, como la música, ya que pretendemos invitar a probar sin dar más tiempo a más mentiras. Algunas hermanas tienen una noción desdeñosa y restringida de las recetas. No es nuestro caso, ya que somos cocineras y discípulas de nuestra cocinera Martha, la niña vieja que pasa acelerando en su auto devastado cada medianoche, con un hacha sobre el asiento trasero. Ella, mientras corta el aire para darnos una luz ténue de luciérnaga dice: “Estamos para dar de probar a  quienes estén animados, lejos de todo cálculo o examinación”.

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     Sonriendo nos susurra que jamás podría imaginarse a Newton besándola y agrega: “Los que desconfían o se abstienen acaban junto a los supersticiosos antes de que anochezca. El científico con el religioso haciéndose compañía –de Jesús–”.               

     A modo de acápite, antes de dejar pasar la receta por la ranura (ya que las ranas vienen tan implicadas con sus huevos), anoto un brevísimo consejo de nuestra cocinera cuando la visitáramos en su guarida de Tulán, para todas aquellas que deseen arriesgarse por las sendas de la cocinería matricial:

     “Escuchen esto: La materia gris y sombría también es buena”.

     Y del Señor Cabeza Blanca: “Toda percepción es alucinatoria porque la percepción no tiene objeto, ni siquiera remite a una excitación que la explique desde afuera”.

     Ahora sólo resta transcribir del cuaderno Gloria el modesto testamento que traslado a quienes se internen en la cosmocharca, como nuestros hermanos peratas ( = los que atraviesan el lodo) desde hace veinte siglos, sin que nadie los vea y sin llamar a nadie a ordenarse.    

     Para la meditación de los grillos, por Tiza de Luz.

     Pongan cuidado, pongan atención: las Energías Creadoras, cuando están en proceso de transmisión, producen un sonido, un sonido que se inyecta al de los grillos, o al de su agitación del medio. Bien hermana, uno debe aprender a usar esa clave musical para salir en astral, y voy a enseñárselas para que no se aten a la silla más de la cuenta.

     Una vez en las lindes del bosque y en contemplativa audición de los grillos, al ir entrando al primer adormecimiento sobre el pasto, deberás vocalizar las sílabas LA-RA, así:

     LAAAAAAARRRRRRRAAAAAAA...

     LAAAAAAARRRRRRRAAAAAAA...

     Se vocalizan mentalmente, no emitan el sonido hacia fuera. Su acción, por la combinación de letras, es nítidamente volatilizadora, izadora del cuarto y quinto loto en la subida de la Shiva-Linga. Luego adormézcanse, déjense ir envueltas en ese ronroneo que se vuelve cada vez más y más impersonal y autocefálico. 

      Esas dos sílabas tienen el poder de agitar las energías que levantan los espíritus. Es justo lo que hacen grillos y batracios con sus conciertos de gorgoritos, ellos que levantan este planeta durante las noches, quienes tienden las sogas ingrávidas para los noctámbulos que se las encuentran en el camino.

     Entonces, por una especie de regalo clariaudiente, tan pronto las energías se establecen en su más potente escala, se produce, sin que forcemos nada, la “letra”, que es el silbido

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mismo del fuego artesano: la “S”, que por supuesto vibra así: SSSSSSSSSSSSSSSS..., como en un doble circuito de grillos y cobras yendo y viniendo por el pabellón del oido. 

     Ahora hay que hacer vibrar esa letra o llama en la nuca, justo en el cerebelo de los peratas anfibios, en nuestro drakontoeides, que es en donde timbran nuestros grillos glandulares uniéndose en una modalidad indiscernible al vagido de la fronda. Cuando usted, hermana de los grillos, escuche este intenso rumor de áspides y cobres en su nuca no se asuste. Por el contrario eleve lo más que pueda el volumen. Usted sabrá cómo hacerlo, puede darle mayor resonancia, usted puede hacer que ya no se distingan los grillos exteriores de los interiores, ya que su propio cuerpo también se vuelve menos discernible del entorno siderúrgico, su cuerpo se torna un palpitante pectoral de grillo. ¡Ud. se está convirtiendo en el globo o botellón de una gran rana! 

     Y cuando esté el sonido vibrando muy fuerte, cuando haya una gran resonancia agitando cada partícula de su esfera o matraz, aprovéchelo porque es su momento: ¡levántense de su cuerpo y salga! Así como lo oye: ¡levántense y ande, Lázara! Y no se ponga a pensar si se levanta con cuerpo o si se levanta sin cuerpo, sólo levántense y ande.

     Y al levantarse, de inmediato la Naturaleza intervendrá a su favor para ayudar en su separación. Todo lo que tiene que hacer es levantarse, y si lo hace cualquiera de nuestras Señoras intercede. Y ojo: no se levante mentalmente; ¡estamos hablando de levantarnos y volar! Su trabajo consiste en flotar en la atmósfera. El amor vence, pero la tenacidad vence dos veces, antes y después del amor. Haga de la tenacidad su secreción, secrete tenacidad por los poros pero sin esfuerzo, con una delicadeza de shaolin o escarabajo.

     De manera que al sentir usted ese sonido, que son los grillos de Notre-Dame trabajando para su levantamiento, usted se separará, realizará la primera separación in corpore y saldrá por la ventana de su Ajna a través de las escaleras de los mínimos. Recuerde esos grabados del Arte en los que las ranas ascienden desde los pantanos hacia las puntas de los árboles bajo el influjo plenilunar ... recuerde lo que las ranas hacen por el alquimista que contacta ...  

Bien hermana, ésta es una clave maravillosa, es muy importante esta clave; es indispensable que usted no se canse y vuele, y que no se canse de volar, y que no deje de alimentar su vehículo, que lo alimente sin parar a riesgo de que se rompa el hilo de NostraDamus. Y agradezca a los grillos y a su Señora, Levanah, que trabajan cada noche para su salida hacia el empireuma. Nunca deje de adorar todo aquello que intercedió para su Solve, toda esa sociedad de pequeños pontífices que brincan o se enrollan en una hoja.