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    '"D. Arasse, L. Bergeron, J.-P. Bertaud,M.-N. Bourguet, C. Capra, R. Chartier,V. Ferrone, D. Godineau, D. Julia, P. Sema

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    Ttulo original: L'uomo dell'IlluminismoNDICE

    Introduccin: El hombre y la Ilustracin, Michel VoveUe 9El noble, Pierre Sema 41El soldado, Jean-Paul Bertaud 93El hombre de negocios, Louis Bergeron 129El hombre de letras, Roger Chartier 151El hombre cientfico, Vincenzo Ferrone 197El artista, Daniel Arasse 235El explorador, Mane Nodle Bourguet 265El funcionario, Cario Capra 319El sacerdote, Dominique Julia 359

    Reservados todos los derechos. De conformidad con lodispuesto en el art . 534-bis delCdigo Penal vigente, podrn ser castigados con penas de multa y privacin de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra l iteraria, art s tica ocienfica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorizacin.

    1992 Gius. Laterza & Figli Spa, Roma-Bari Ed. cast.: Alianza Editorial , S. A., Madrid, 1995Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; telf. 7416600ISBN: 84-206-9614-5Depsito legal: M. 650-1995Impreso en Lavel. Los Llanos, CI Gran Canaria, 12. Humanes (Madrid)Pl;nted in Spain

    La mujer, Dominique GodineauLos autores

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    Grabado ilustrativo de una serie de experimentos realizados por el cientficoJean Antoine Nollet en su investigacin sobre los efectos de la electricidaden los animales y las plantas.

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    En el siglo XVII comienza a perfilarse la ciencia, pero todava no elcientfico, mientras que el siglo de las Luces conoce elprotagonismotanto de la una como del otro. Es cierto que, segn habremos de subrayar, ser necesario ponerse de acuerdo sobre eltrmino cientfico teniendo en cuenta los contextos y elmomento histrico, sin violencias ni anacronismos. El hilo que guiar el presente ensayo sebasa en la hiptesis de que el siglo XVIII representa para el cientfico,ms que una fase de transicin hacia el nacimiento del cientficocontemporneo (ocunida sobre todo en el siglo XIX), una especie depoca-laboratorio de la modernidad. En ella alcanzaron la madurezprocesos de larga duracin, como la fase de identificacin definitivade un nuevo saber, su legitimacin y su consolidacin institucionalnecesaria para crear el fundamento de una autntica profesin; almismo tiempo, aparecieron en el horizonte cuestiones nuevas y penetrantes tras las cuales sobresale y es debatido por primera vez elgran tema de la demarcacin, es decir, el intelTogante sobre lo quedebe considerarse ciencia y loque habr dejuzgarse, en cambio, ajeno a ella.Pero, para comprender la caracterizacin que el siglo XVIII hacedel cientfico deberemos, primeramente, ser conscientes del hechode que aquella figura llevaba a sus espaldas almenos dos siglos de lallamada Revolucin cientfica, se trataba del intento de profesoresuniversitarios, clrigos, mdicos, filsofos, matemticos, astrlogos,artistas, arquitectos e ingenieros por dar vida a un nuevo saber y auna figura indita de intelectual, decidido a indagar los fenmenosnaturales con mtodos emplicos, mediciones y comprobaciones ex-

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    perimentales, con un lenguaje y objetivos diferentes de los de las disciplinas tradicionales, como la filosofa, la teologa, elderecho o la literatura. La creacin en el siglo XVII de un movimiento emprendedordirigido a propagar la ciencia como saber autnomo y original , merecedor de dignidad y prest igio en virtud de su uti lidad social, pas,sin duda, por un momento clave en el encuentro con el movimientoacadmico surgido casi siempre en patente oposicin a la corporacin universi taria. En las academias, el hombre de ciencia inici lalarga marcha que deba conducirlo a identif icar como profesin lainvestigacin cientfica. Un proceso largo y laborioso que se desarroll con xito a 10 largo de dos siglos, a pesar del primer fracaso clamoroso en esta direccin ocurrido en Italia. Alldonde haba nacidola ciencia moderna, y an antes el movimiento acadmico, la omnipotente figura del telogo tuvo de hecho la mejor parte y las academias cientficas no lograron echar races. La condena de Gali leo, laexperiencia de las academias Dei Lincei, del Cimento y, posteriormente, de los catlicos ilustrados guiados por Celestina Galiani enlos primeros aos del siglo XVIII son, en este sentido, etapas de unamarginacin progresiva y melanclica de la figura del hombre deciencia en favor de li teratos y fi lsofos, sensibles en su mayora a larazn de Iglesia impuesta por el concilio de Trento.Ms suerte tuvo, en cambio, el hombre de ciencia ingls. Alotrolado del canal de La Mancha, la propaganda cientfica derrib muypronto cualquier resistencia. El acuerdo entre ciencia y religin, negado en Roma, se convirti en Londres en sostn de una autntica

    revolucin cultural, hasta el punto de hacer hablar de los orgenesanglicanos de la ciencia moderna. El milenarismo que animaba alprotestantismo ingls aprovech de manera inmediata elaspecto utilitario del nuevo saber. Bacon y tras l muchos pensadores puritanosatr ibuyeron a la ciencia elcometido de producir r iqueza, mejorar lasalud, desarrol lar el comercio, crear en la t ierra la Gran Instauracin, el retorno al Edn originario. El universo-mquina de IsaacNewton y las famosas Boyle Lectures ledas y difundidas contra free-thinkers y republicanos radicales, contribuyeron finalmente a la definicin de una ideologa del establishment que sali tr iunfante de laGlorious Revolution de 1689. La ciencia fue considerada a partir deese momento parte integrante y decisiva en la educacin de las nuevas elites del pas. Y,sin embargo, ese indiscutible primado del hombre de ciencia ingls en el continente demostrara ser mucho msfrgil que lo previsto. Paradjicamente, las razones mismas de su extraordinario xito fueron perjudiciales para su destino futuro en unafase de rpido cambio en los problemas y mtodos de la investigacin. El modelo baconiano del piadoso filsofo natural aficionadoy del asociacionismo privado, alimentado por ese mismo modelo, se

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    adaptaban mal a la creciente especializacin, a la necesidad de llegaren poco tiempo a alguna forma de profesionalizacin.En el siglo XVIII, la Royal Society cedera el terreno a su hermanaparisina, ms joven, robustecida con las pensiones y privilegios otorgados por Luis XIV. El glorioso fllow de la Royal Society, destinadoa seguir siendo durante todo elnuevo siglo el natural philosopher baconiano, ceda elpuesto al savant parisino, mucho ms desprejuiciado y moderno.

    El cient fico del Antiguo Rgimen y el primado de FranciaNo se equivocaba Lagrange cuando, en 1787, al rogarle con argumentos slidos elnuevo soberano piamonts, Vctor Amadeo III, que

    regresara a Turn, le respondi que no poda renunciar a las ofertashechas por la Academia de Ciencias de Pars. La Acadmie tienepara m un gran atractivo --escriba Lagrange- por ser el primertribunal de Europa para las ciencias. La comunidad cientfica francesa dominaba de hecho sin discusin en cualquier disciplina. Portodas partes se admiraba e imitaba aquel modelo de savant al servicio del Estado, creado a lo largo de un siglo por el absolutismo borbnico mediante una poltica cultural de patronage de la corona, eficaz y de largo alcance, iniciada por Richelieu y Colbert. La AcademiaReal de Ciencias, destinada a ser la clave de bveda de todo el sistema acadmico, haba nacido en 1666, bastante despus de la fundacin de la mucho ms clebre Acadmie franraise y de la Acadmiedes inscriptions et belles lettres. A su creacin haba contribuido unfuerte movimiento de propaganda en favor del progreso de las ciencias, alimentado por estudiosos como Auzout, Petit, Huygens, Thvenot y Sorbiere, formados todos ellos en la escuela de Gali leo, Descartes y Bacon. Su manera de concebir la organizacin de la invest igacin estaba fuertemente caracterizada por las enseanzas deQIientacin democrtica del modelo baconiano y, en cualquier caso,por una visin del mundo acadmico sensible an al modelo del mecenazgo renacentista italiano, que haba caracterizado las academiasDei Lincei y del Cimento. No es casual que, insistiendo en las indicaciones de aquella Compagnie des sciences et des arts proyectada porThvenot en 1665, en la que se debera haber trabajado y publicadocolectivamente, al resguardo del anonimato, garantizando una absoluta igualdad entre todos los miembros de la renacida Casa de Salomn, las actividades de las primeras dcadas de la Academia estuvieran influidas en buena medida por aquellas convicciones originarias. Las primeras publicaciones oficiales de la Academiaaparecieron sin firma de autor, mientras que el soberano en persona

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    202Nincenzo Ferronecumpla, en lt ima instancia, una funcin bastante similar al antiguo papel del mecenas.Hasta 1669, con los nuevos reglamentos propuestos por el abateBignon y aprobados definit ivamente por el parlamento de Pars en1713, no tom decididamente forma y sustancia una autntica mutacin gentica del hombre de ciencia francs y, ms en general, eu1'0peo.Naca, de hecho, una figura con caractersticas originales absolutamente indita y ciertamente distinta del nuevo sabio imaginado por Bacon y por las experiencias anteriores de los primeroscientficos. Una figura que podremos definir, en homenaje a su tierra de origen, Francia, como el savant del Antiguo Rgimen, es decir,un intelectual que, inserto orgnicamente en el aparato del Estado,aceptaba enteramente la lgica y los valores de una sociedad jerarquizada, prescriptiva, organizada en estamentos, linajes y cuerposdiferenciados por las dignidades, los honores y la omnipresencia delprivilegio y el rango. La integracin del hombre de ciencia en aquelorden social marcado por la desigualdad representaba, sin duda, laclave autntica del Reglement de 1669: En virtud de sus reglamentos-escriba complacido Fontenelle-la Academia de Ciencias se convierte en un cuerpo formalmente establecido por la autoridad real ,como no lo haba sido anteriormente. Un corps savant decidido aencontrar un lugar destacado, una identidad precisa y una legit imacin plena entre los corps d'tat. sta fue la direccin en la que laAcademia dio sus primeros pasos, creando un ritual, una etiqueta Ii-gida, y formulando normas escri tas de comportamiento y prcticaspuntillosas para juzgar los trabajos y difundir al extelior los mritosy conquistas de sus estudiosos. Se inici un debate interno para hal lar una imagen, una palabra, smbolos capaces de representar en laimaginacin colectiva la comunidad naciente. La eleccin ltima, segn cuenta su plimer gran secretario e historiador, Fontenelle, recay en un soleil, symbole du roi et des sciences entre trois fleurs-delys y la divisa fue une Minerve environne des instruments dessciences et des arts avec ces mots latins, invenit et perficit.El nudo crucial de la relacin entre memoria histlica e identidad nueva fue abordado, en cambio, con xito mediante la invencinde la prctica de los loges, pronunciadas para conmemorar a los sa-vants difuntos. Aquellos elogios, publicados peridicamente, pasaron a ser con elt iempo un autntico gnero literario, una formidableaportacin a la historia de las ciencias, a la que Condorcet asignaba conscientemente, al final del siglo de las Luces, la tarea de proporcionar el nervio de una ideologa del progreso de la marcha del espritu humano bajo el signo del saber cientfico. El nuevo corpsd'tat de matemticos, fsicos, mdicos, qumicos y sabios anatomistas, aunque estaba abierto al mrito -como reivindicaba con 01'-

    ", El cientfico/203gullo Fontenelle-, se organiz segn la lgica vertical de la sociedadestamental francesa. La Academia prevea, de hecho, la presencia degrupos de savants jerrquicamente divididos entre s. En la cspidese hallaban los honoraires, exponentes todos ellos del alto clero, lanobleza y elgobierno, casi siempre amateurs sin ningn mrito cientfico. Aunque estuvieron excluidos del acto fundacional, en el nuevoreglamento de 1699 sancionaban la presencia del Estado absolutistay la adhesin a los principios sociales del Antiguo Rgimen. En segundo lugar venan los pensionnaires, hombres de ciencia acreditados que reciban una compensacin por sus investigaciones. Les seguan los associs, los correspondants extranjeros y franceses, y losleves, llamados tambin adjoints. En total, ms de 300 personas quedaban vida a lo que podramos calificar de primera empresa cientfica moderna.El control administrativo de la Academia se confiaba a dos ministerios (Btiments du Roi y Maison du Roi) y la corona elega ademslos puestos superiores entre los honoraires, sancionando as la transformacin definitiva, despus de 1699, de estructura semiprivada,sustentada por el mecenazgo real y gestionada slo por los estudiosos, en autntica institucin del Estado, con funciones bastante similares a las de un rgano de consulta moderno tcnico-cientfico. Entre las tareas que se atribuyeron a la Academia en funcin de esta radical transformacin merece la pena recordar: 1) el deber deexaminar las novedades cientficas surgidas en la patria y en el extranjero; 2) el control y direccin de la investigacin a travs de unaestrategia de concursos que, por primera vez en la historia, adjudicaba premios notables a las mejores soluciones a los problemas planteados en diversas disciplinas; 3)la creacin de las bases para un desarrollo equilibrado y controlado de una tecnologa moderna. Esteltimo y muy importante cometido, que implicaba la formulacin denormas y cri terios de evaluacin general vlidos para todos los

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    nes. Eran cifras, sin duda, modestas, pero que iban acompaadas deulteriores recompensas --que no deberiamos subestimar- en formade nombramientos reservados para la administracin pblica, la enseanza y las consultas de la Oficina de comercio. El Estado asignaba privilegios y honores precisos a cada una de las clases de acadmicos segn la costumbre y la lgica del Antiguo Rgimen. Privilegios que iban de una dispensa de los impuestos sobre las gananciasa la exencin del servicio militar, de la ambicionada posibilidad deser admitido en presencia del rey al reconocimiento formal de unacolocacin especial en el ceremonial de la corte y en las manifestaciones pblicas, como todos los dems corps d'tat. Slo lospension-naires y los honoraires podan, en fin, votar para la eleccin de nuevos miembros, cuyo nombramiento era ratificado por el soberano.La misma participacin en comits y comisiones o, incluso, en losdebates de asuntos concretos en las reuniones de la Academia constitua un motivo de discriminacin jerrquica, de respeto frreo a losprocedimientos de antigtiedad y etiqueta.En resumen, no puede haber dudas sobre el hecho de que, enaquellos salones del Louvre donde se reunan dos veces por semanalos miembros de laAcademia, ocupando sus puestos con circunspeccin silenciosa y crepuscular, segn un ceremonial preciso, flotaraan con fuerza elespritu de la herencia feudal que nada tena en comn con la democrtica Casa de Salomn imaginada por Bacon.Atravs de la Academia, el savant haba acabado por asumir su propio rango en la dialctica de la posicin social.Y sin embargo, paradjicamente, ms all delas apariencias y el estridente contraste entre el innovador sistema de valores de la nueva ciencia y la viscosarealidad de una sociedad estamental, por la adhesin misma del R-glement a la lgica corporativa del Antiguo Rgimen, la dinmica deidentificacin del savant moderno logr adquirir un ritmo bastanteacelerado. El hombre de ciencia se convirti en uno de los protagonistas del proceso de formacin de las nuevas elites del mrito, junto con la nobleza y los grandes del reino. El compromiso con el absolutismo y con su sistema de organizacin de la vida intelectual, basado en elpatronage, permita, entre otras cosas, desarrollar hasta lasltimas consecuencias las potencialidades del mtodo cientfico yampliar el nmero de protagonistas gracias a las financiaciones,pensiones y privilegios otorgados por el soberano.Ante la mirada del hombre de ciencia extranjero que acuda en elsiglo XVIII a la capital francesa en una especie de peregrinacin laica,Paris poda mostrar con orgullo sus centros de investigacin sin parangn en todo el continente, sus laboratorios y sus bibliotecas especializadas bien abastecidas. Aunque en elvrtice del sistema sehallaba la Academia de las Ciencias, aparecan tambin otras institucio-

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    nes financiadas por el Estado y con no menor prestigio como, porejemplo, la Socit de Mdecine yel Observatoire. En la monumentalconstruccin pretendida por el Rey Sol en 1667para el Observatorioy dirigida durante dcadas por la clebre dinasta de los Cassini, trabajaban tambin con provecho Bailly y Lalande. En colaboracincon la red de telescopios que funcionaban en el CoZZegedes QuatreNations, la cole militaire y el CoZZegede Cluny el Observatorio organiz las investigaciones de personas como Delambre, Maraldi, Lecaille, La Condamine o Legendre, en colaboracin con otros astrnomos europeos, en elcampo de la caliografa, la geodesia y el conocimiento de los astros, aplicando recursos y hombres en viajesespectaculares al ecuador y a otras regiones lejanas del globo.Para evaluar la compleja relacin establecida entre los medioscientficos y elpoder en el siglo XVIII son de gran inters las borrascosas incidencias de la Socit de Mdecine. Fundada: mediante patentes del soberano en 1778 y dirigida con gran autoridad por Vicqd'Azir, amigo de Turgot, la Sociedad recibi del Gobierno una amplia jurisdiccin sobre la poltica sanitaria nacional, en abierta contraposicin con los privilegios de la Facultad de Medicina, que reaccion apelando al Parlamento de Paris. La administracin asign ala Sociedad el cometido de intervenir en el control de las epidemias,el anlisis cientfico de los frmacos en vista de su comercializacin,la coordinacin de la naciente investigacin meteorolgica y de lanosolgica, mediante la recopilacin de relaciones sobre cualquiertipo de enfermedad enviadas por socios correspondientes de las provincias. Otras instituciones orgnicamente vinculadas al aparato burocrtico contribuyeron tambin a ampliar el nmero de hombresde ciencia de Pars y mejorar su cualificacin. Baste con pensar en elprestigioso College de France, considerado con justicia como la primera estnlctura moderna de instmccin cientfica avanzada. En susaulas, vecinas a la Sorbona, abielias a los ciudadanos particularespor el mecenazgo de la corona desde 1550 con elpropsito de divulgar un saber alternativo, en cierto modo, alde launiversidad, 8 de las19disciplinas impartidas eran cientficas, confirmando as un inters creciente de la poblacin. Entre otros profesores, Daubenton,Poissonier y Lalande daban lecciones de astronoma, Darcet de qumica, Girault de Kroudou de mecnica y Lefevre de Gineau de fsica experimental. Tambin se dedicaba a tareas didcticas elpersonaldel Jardin des Plantes, otra clebre institucin donde trabajabanBuffon y sus alumnos ampliando los conocimientos en elterreno dela historia natural, la botnica, la zoologa y la geologa.

    Pero, si se quiere captar enteramente la hondura, la amplitud ylas razones profundas del primado del quehacer cientfico francs enla Ilustracin, habr que reflexionar ante todo sobre la organicidad

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    206Nincenzo Ferroneglobal del sistema que se autoalimentaba por la intervencin de ml-tiples factores. Estos factores expresaban casi siempre exigencias es-tructurales a largo plazo, como la necesidad del Estado de coordinare incentivar el desarrollo econmico y tecnolgico de la nacin, len-to pero constante, mediante una estrategia de maestras tcnicas opor la necesidad de apoyar la investigacin en el campo de las inno-vaciones militares. En este sector, el hombre de ciencia francs hallun terreno especialmente frtil para desplegar sus potencialidades yavanzar en adelante por el camino de una profesionalizacin precoz.Debemos puntualizar que elnexo entre ciencia y guerra es, segn sesabe, un dato comn a muchos otros pases europeos, de Prusia alReino de Npoles y al impelio de Pedro el Grande y Catalina Il. Enel Piamonte de Carlos Manuel III encontramos, quiz, el ejemploms clamoroso de cmo el mundo militar y el aparato burocrticopueden hacer que nazca casi de la nada una gran cultura cientficadestinada a satisfacer las exigencias de modernizacin del ejrcito.En Turn, las races de la Real Academia de Ciencias de 1783se hun-dan por entero en elfrti l terreno preparado por las Escuelas Realesde Artillera de 1738y los laboratorios de qumica del Arsenal.En efecto, las llamadas armes savantes, artillera e ingeniera,haban impulsado desde siempre la investigacin. Soberanos y go-biernos no dudaban en invertir enormes recursos en laboratorios, bi-bliotecas y escuelas de vanguardia para el estudio de la balstica, laqumica, la plvora, la metalurgia y, en general, en aquellos sectoresde la tecnologa del can que haban fascinado a Galileo y New-ton y no cesaban ahora de despertar el inters de Euler, Lavoisier,Monge y muchos otros. En Francia, con la creacin en 1748 de lacole Royal du Gnie en Mziers, en las Ardenas, esta poderosa ysiempre trgica cooperacin entre guerra y ciencia alcanz una vezms sus ms altos resultados. La Escuela se convirti, de hecho, enuna increble oficina de cientficos de altsimo nivel: Nollet, Monge,Carnot, Coulomb, Borda, Bossut, Bzout, etc. Pero no fue slo esto.En tomo al mundo militar y sus problemas orbitaban tambin inte-reses econmicos precisos y exigencias administrativas que implica-ban directamente cuestiones sobresalientes en el terreno de la inno-vacin cientfica y tecnolgica. Un ejemplo clsico de actuacin delos hombres de ciencia como tecncratas fue la gestin de la Rgiedes Poudres y del laboratorio del Arsenal por un notable acadmiciencomo Antoine Lavoisier, padre de la revolucin. qumica. Bajo su h-bil direccin, los intereses de carcter cientfico y econmico se sal-daron con resultados totalmente favorables. Efectivamente, no slose restableci la autosuficiencia francesa en el sector de la plvora detiro con un poderoso aumento de la productividad, sino que, graciasa los ms de seis millones de liras abonados por la Rgie alTesoro en

    El cientfico/207slo 13aos a partir de 1775, se pudo emprender la modernizacinde la maquinaria y tecnologa de la elaboracin y financiar la inves-t igacin del cido nitroso, dando, incluso, a Turgot la oportunidadde proponer un concurso sobre este tema en la Academia de Cien-cias.Con el controlador general Turgot lleg a su apogeo la figura delsavant util izado como tecncrata y funcionario: la simbiosis entresaber cientfico y administracin manifest entonces enteramentesus potencialidades con la creacin de las condiciones tecnolgicasnecesalias para el desarrollo de la industria minera, del papel y delos productos textiles, hasta impregnar las mismas actividades agro-nmicas de las nacientes sociedades de agricultura. Los Voyages m-tallurgiques (1774) de Gabriel Jars consti tuyen en este sentido un es-plndido monumento a la enfebrecida actividad de aquellos tecn-cratas pioneros al servicio del Estado y la ciencia, que debanencontrar un punto concreto de referencia y formacin en grandescentros como la cole Royale des Ponts et Chausses o la cole desMines. Pero, el mayor impulso dado por la industria y las necesida-des de la produccin a la investigacin cientfica se concret, sobretodo, en los laboratorios anejos a las manufacturas reales. Efectiva-mente, en la Manufacture Royale de tapices de los Gobelinos fuedonde el saboyano Louis Berthollet, director de los laboratorios yacadmicien, realiz sus afortunados experimentos de qumica in-dustrial, publicados luego en el manual sobre Elments de l'art de lateinture, en 1791. En las manufacturas de porcelana de Sevres traba-jaron a un mismo tiempo diversos investigadores destacados comoRaumur, Macquer y Darcet . Para el estudio de las propiedades delacero, terreno en el que la competencia comercial con las nacionesdel norte de Europa era fuerte y temible, el Estado invirti notablesrecursos, cuya gestin encarg a Monge, Vandennonde y Berthollet.Intervenciones similares se hicieron en elsector de la produccin pa-pelera y la proyeccin y construccin de nuevas mquinas para lasmanufacturas texti les. Los hombros del mundo togado de la Acade-mia de las Ciencias cargaban, en resumen, con toda una red de ins-t ituciones pblicas, un movimiento de hombres y fuertes interesessustentados por una poltica de intervencin estatal consciente y efi-caz. La identidad, el prestigio y la fascinacin del savant durantetodo el siglo XVIII tenan, pues, no slo razones ideales, que se remon-taban a las primeras fases de la evolucin cientfica, sino tambin ysobre todo slidas races sociales y econmicas reconocidas y legiti-madas abiertamente por el poder poltico.No obstante, la primaca de Pars no se alimentaba nicamentede las razones inherentes al despliegue de los efectos del modelo depatronage adoptado por el absolutismo francs. Existan tambin

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    208Nincenzo Ferronemotivos externos que resultan evidentes tras el anlisis de la gran ca-dena de sociedades y academias cientficas continentales, orgnica-mente ligadas con Francia y de las que naci la primera y verdaderacomunidad cientfica internacional.

    La "Nueva Atlntida: entre utopa y realidadCondorcet, nombrado secretario de laAcademia de Ciencias en la

    dcada de 1770,comenz a preguntarse sobre la manera de organi-zar la investigacin cientfica y,ms en general, sobre la extraordina-ria funcin de la ciencia en la historia del hombre. En los aos tu-multuosos en que Turgot invitaba a savants y philosophes a efectuarelltimo gran intento reformador bajo elsigno de la Ilustracin, an-tes del colapso revolucionario, surgieron algunas reflexiones que en-contraremos ya maduradas en aquel proftico fresco que es el Es-quisse d 'un tabZeau historique des progres de l 'esprit humain. En con-creto, Condorcet escribi las Rflexions sur Z'AtZantide que esclarecencompletamente su proyecto de reactivar el sueo baconiano de unaprofunda transformacin de la humanidad mediante una nueva po-ltica del saber cientfico y la realizacin de la lnstauratio Magna. Noobstante, al reactivar el mito y objetivos de la New AtZantis, Condor-cet no propona ya el modelo organizativo igualitario de la casa deSalomn, sino una Nouvelle Atlantide centralizadora y jerarqui-zada, fundada en el mrito y eltalento. En el mbito de la realizacinprctica de este proyecto, las academias provinciales francesas te-nan que responder directamente ante Pars en cuanto a la organiza-cin de sus trabajos, mientras que la gran red de sociedades euro-peas deba, por su parte, reforzar sus propios vnculos jerrquicoscon las ms importantes academias estatales. Se trataba de una pro-puesta ciertamente utpica que presupona un grado bastante eleva-do de homogeneidad cultural en la comunidad cientfica del conti-nente y una comunin ideolgica y de amplios propsitos que estu-volejos de encontrar una respuesta efectiva en la realidad. De hecho,las reacciones fueron en general fras, si no expresamente negativas.Sin embargo, no se puede decir del todo que Condorcet soasedespierto. Entre mito y realidad exista, ciertamente, en Occidentealgo bastante similar a una Nueva Atlntida cosmopolita y dotadade valores y prcticas comunes. Algunos estudios recientes han pues-to finalmente en claro las dimensiones y el relieve de esta gran redarticulada en academias y sociedades. Las primeras, influenciadasdirectamente por el absolutismo y las sociedades del Antiguo Rgi-men, experimentaban la fascinacin de la Academia de Ciencias dePars; las segundas, ms abiertas, tendencialmente democrticas y

    ,';

    El cientfico/209sin duda menos profesionales, seguan elejemplo de la Royal Societyy sus fellows. Ambas formas asociativas se subdividan en pblicas yprivadas, de acuerdo con elreconocimiento otorgado por elEstado yla concesin de patentes, pensiones y financiacin por parte del so-berano. En la segunda mitad del siglo XVIII operaban en Occidentecerca de setenta academias y sociedades pblicas y ms de un cente-nar plivadas, sin contar una veintena de pequeos conventculoscientficos surgidos por la intervencin de algn mecenas. En vez delmodelo igualitalio y utpico de la Repblica de las ciencias, evoca-do e invocado constantemente par los estudios de la poca, exista enconcreto una estructura de investigacin marcada por el principiojerrquico de la importancia y autoridad de cada uno de los centros.Una especie de pirmide que sancionaba, de hecho, la primaca y elprestigio de las grandes academias estatales de Francia, Inglaterra,Prusia, Rusia y Suiza. Slo Espaa y Austria faltaban alllamamien-to de esta distinguida elite. La primera, debido a un atraso objetivo;la segunda, por haber escogido un modelo policntrico de organiza-cin de la investigacin que favoreca la dislocacin de las academiashacia la perifelia del Imperio. Inmediatamente despus venan lasacademias y sociedades de Burdeos, Edimburgo, Dijon, Montpellier,Gotinga, Turn, Npoles, Mannheim y Filadelfia. Les seguan, final-mente, las instituciones menos ricas, carentes de grandes talentos ylabaratolios bien instalados, y cuyas publicaciones tenan a veces uncarcter irregular, como las de Bruselas, Copenhague, Barcelona,Marsella, Mnich, Rotterdam y Toulouse.De Rusia al Brasil, de Irlanda a Suiza, del Tmesis a las orillas delMediterrneo, el rpido desarTollo del circuito acadmico con elpaso del siglo XVIII prefiguraba claramente lo que hoy llamaramosuna comunidad cientfica internacional moderna. Esa comunidadapareca como un mundo singular que se haba ido formando a rit-mos y de maneras diversas siguiendo, por supuesto, los mitos y valo-res cosmopolitas y universales de la propaganda del movimientocientfico desde el siglo xv, pero desarrollndose tambin a travs delas funciones, tareas y caractersticas especficas dictadas por diver-sas circunstancias histlicas que no deben subestimarse.En Rusia, por ejemplo, la Academia Scientiarum Imperialis Pe-tropolitana, nacida en 1724, fue de manera inmediata elorigen y sos-tn de todo elproceso de aculturacin por decreto iniciado por Pe-dro el Grande y continuado por Catalina 11.Con un gasto de 24.000rubIos anuales, el Estado se aseguraba con la Academia no slo losservicios de un rgano de consulta tcnica y un centro de promocinde la investigacin, sino, adems, el compromiso de los acadmicosen la actividad didctica, funcin vital en un pas carente de verdade-ras universidades hasta la inauguracin de la de Mosc en 1755. Con

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    21ONincenzo Ferronela l legada de un nutrido grupo de matemticos, fsicos y qumicos extranjeros, en su mayora suizos y alemanes, entre ellos Euler, Bilfingel ', Hermann, Nicolas y Daniel Bemouilli, las millas del Neva fueron el punto de arranque de aquel despegue cultural que deba ligara Rusia con la civil izacin europea. En otro contexto, esta vez sueco,donde las tradiciones cientficas eran mucho ms vigorosas (pensemos slo en los trabajos de la Societas Regia Scientiarum Upsalensis, fundada en 1728 por Berzelius, Polhem, el mximo ingeniero ytecnlogo de la poca, y Swedenborg), la academia estatal de Estocolmo pmticipaba con caractersticas netamente originales en la act ividad de la Nueva Atlntida. La Kungl. Vetenskapsakademie(1755) tena, de hecho, como funcin institucional eldeber de dirigirtodos los recursos derivados de los plivilegios sobre almanaques ycalendmios, concedidos por la corona para su mantenimiento, haciainvestigaciones de utilidad inmediata en elcampo tecnolgico, minero, agrcola o mart imo. Hasta 1744, con elnombramiento del astrnomo Wargentin, no pudo desplegarse por entero el gran potencialcientfico, garantizado, adems, en el terreno terico por la presencia de Celsius, Linneo, Scheele, Bergmann y otros, que coloc a Estocolmo a la altura de Paris, Berln y San Petersburgo mediante ladisposicin de una serie de concursos muy importantes y bien dotados en sectores especficos de la investigacin.En Italia, el circuito acadmico europeo poda contar, sobre todo,con Turn. La Real Academia de Ciencias, nacida en 1783 segn elmodelo palisino y encargada de un mbito anlogo de conocimientos tcnicos e intereses econmicos y militares, guiaba lo que podramos definir como un autntico renacimiento cientfico italiano a finales del siglo XVIU . Un renacimiento que, no obstante, slo afectabaal norte de la pennsula, donde funcionaban centros universitariosde vanguardia como el de Pava, con Boscovich, Volta y Spallanzani,y bullan de actividad las sociedades del Vneto, Toscana y Emilia.En el sur, en cambio, la situacin era distinta . No deben, de hecho,l lamamos a engao las importantes inversiones de los Borbones enNpoles para la fundacin en 1787de la Real Academia de Cienciasy Bellas Letras, que calc la estructura de la Academia de Berln. Laacademia napoJitana tom de aquella prestigiosa institucin slo lafrmula organizativa y sus propsitos, pero no la eficiencia y la productividad. Todo desemboc al cabo de pocos aos en un fracasofundamental y en eltriunfo de una degradante expeJiencia de carcter cortesano que alej definit ivamente del resto de Europa la ciencia napolitana del sur de Ital ia.Bastante ms compleja pareca la situacin en Alemania e Inglaterra. El declive de la Royal Society durante el siglo XVIII tuvo su contrapart ida en el impetuoso crecimiento de las l lamadas sociedades

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    El cientfico/2IIcientficas provinciales. De Manchester a Derby, de Newcastle a Birmingham, funcionaban pequeos pero emprendedores cenculos deaficionados, de natural philosophers, distante aos luz de los savantsparisinos y decididos a continuar el sueo baconiano y puritano dela lnstauratio Magna, inventando mquinas, estudiando experimentos qumicos y elctricos, reflexionando con espritu utilitario sobrelas aplicaciones industriales de los nuevas investigaciones. Ellos fueron quienes crearon los supuestos no slo tcnicos y cientficos sinotambin ideolgicos para el nacimiento de la revolucin industrial,sobre la que se ha detenido recientemente M. C. Jacob en su libroThe Cultural Meaning of Scientific Revolution. Captulo aparte merecera el anlisis de la eclosin de las sociedades y academias cientficas en la segunda mitad del siglo XVIII en Alemania. Estas sociedades,surgidas tras la experiencia berlinesa de la leibniziana Societas RegiaScientiarum, de 1700, que en 1744 se convertir a, con la reforma deFederico 11en la Acadmie Royale des Sciences et Belles Lettres dePrusse, se distinguieron muy pronto por sus caractersticas especficas regionales y por su capacidad para llegar a ser un importantepunto de referencia para muchas otras iniciativas de asociacionismo, reactivando, entre otras cosas, importantes canales de comunicacin con el mundo universitalio. La academia de Gotinga(Kaniglich Societat del' Wissenschaften), presidida por Heller y financiada directamente por los Hannover a travs del acostumbradoprivilegio sobre los almanaques, supo formar una comunidad eficazcon elcuerpo de enseantes de la prestigiosa universidad local. La deErfurt (Akademie Gemeinnutziger Wissenschaften) se convirti encentro de las iniciativas comunes entre hombres de ciencia y sociedades econmicas y patriticas. En Mnich (1759), Mannheim(1763) y Leipzig (1768) surgieron laboratolios, observatorios, centros de estudios especializados en algunos sectores como la meteorologa y el magnetismo, destinados a crear las premisas de la granciencia alemana del siglo XIX.Podramos continuar ilustrando largamente otras experiencias deasociacionismo cientfico bajo el signo del absolutismo, como las dePraga, Bruselas y Mantua, donde la corona austriaca dio pie al nacimiento de importantes academias provinciales estatales, o bajo el deun modelo privado, predominante en los Estados Unidos de Amlica y en las Provincias Unidas. Si en cada una de estas inic iativas resultan evidentes, por un lado, los rasgos oliginales, los condicionamientas del contexto histrico y la diferencia de objetivos polticos yprogramticos, aflora, no obstante, con gran vigor la constatacin deun mismo holizonte de referencia. Se advierte netamente la existencia de un cuadro unitalio de valores, lenguaje y prcticas. La Nueva Atlntida aparece como una especie de comunidad cultural cu-

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    212Nincenzo Ferroneyos rasgos resultan incomprensibles si no se hace referencia a lafuerza y xito crecientes de todo el movimiento acadmico del sigloXVIII. Los magistrales trabajos de Daniel Roche nos han permitido saber cmo ese xito se aliment de la difusin de la l lamada ideologa acadmica, una ideologa del compromiso y la integracin social, que representaba una de las formas principales de lucha poltica practicada por el absolutismo ilustrado para conciliar sin traumaslo viejo y lo nuevo, la tradicin y la innovacin, el privilegio antiguode la sangre y elrango y los derechos del mri to y eltalento. Aunqueen las academias se celebraba en primer lugar la legitimacin cultural de la autoridad, en su seno daba tambin, no obstante, los primeros pasos un ideal desconocido de servicio cvico, una sublimacinritual de los conflictos estamentales capaz de conciliar la heterogeneidad social con una homogeneidad cultural y espiritual. En el mbito de este proceso que abarcaba a li teratos, art istas y emditos, loshombres de ciencia y su mundo acadmico constituan, sin duda alguna, la el ite del movimiento acadmico, la comunidad ms consciente y orgnica, un verdadero imperium in imperio, como gustabade decir con orgullo el secretario de la Academia de Berl n, SamuelFormey:

    Qu revolucin, seores ...! Por todas partes, hasta los hielos del polo, lasacademias son capitales de las ciencias de las que nadie cree que deban o incluso puedan verse privadas las capitales de los imperios. Me parece vedas yacmo atraviesan aquel estrecho tan buscado que separa Europa de Amricay cuyo descubrimiento estamos, al parecer, a punto de realizar, y cmo proporcionan a nuestro globo una ventaja de laque ni elmismo sol sabria hacerle disfTutar , aun siendo el padre del da: la de i luminar a un tiempo sus doshemisferios.En efecto. entre las instituciones de la Repblica de las letras,slo la cadena de las logias masnicas (que, de forma nada casual, se

    superpona a menudo a la de las sociedades cientficas) poda enorgullecerse de una dimensin internacional anloga y, sobre todo, deuna identidad cultural comparable. Para convencerse, bastara conanalizar las publicaciones de cada una de las academias, como losNovi Comentarii, de San Petersburgo, o las Historiae, de Mannheim, las Mmoires parisinas o las Miscellaneae turinesas. Laiconografa oficial que aparece en los frontispicios de estos textos escasi idntica y consigue encerrar en pocas imgenes toda la ideologa e historia del movimiento cientfico: instrumentos de medicin,Minerva, el sol que ilumina las mentes, las mticas columnas de Hrcules de la baconiana New Atlantis, las armas de los soberanos, etc.Por aquellas pginas circulaban las referencias habituales al mito dePrometeo, a una historia de las ciencias totalmente posit iva, hecha

    El cientfico/213de xitos, descubrimientos e inventos a los que cada sociedad particular aportaba su contribucin, pequea pero importante.Los slidos fundamentos de aquella comunidad cultural estabangarantizados no slo por un sistema de creencias fundado en unaideologa del progreso fomentada por la utilidad social de la cienciay sus valores (elemento ste que bastara, en cualquier caso, por ssolo para cimentar la solidaridad de un gmpo); otros factores concurran a hacerla especialmente homognea, tanto hacia adentro comohacia afuera. Junto a las acostumbradas prcticas acadmicas compartidas por las sociedades de li teratos y artistas, entre las cuales sehan de contar el mecanismo de las elecciones, el ceremonial de lassesiones pblicas y elritual del viaje acadmico, seencontraba de hecho la adhesin convencida a aquel formidable vehculo de identidadrepresentado por el mtodo cientfico, es decir, la aceptacin de unlenguaje comn que permita al hombre de ciencia de Turn actuarcon los mismos procedimientos, con los criterios de anlisis racionaly comprobacin experimental de los resultados, que adoptaba tambin el hombre de ciencia de Filadelfia o Estocolmo. Todo ello permita activar y alimentar otros mecanismos distintos y no menos patentes de homogeneidad cultural. Baste pensar en la organizacin deempresas cientficas entre instituciones de pases diversos, en las quetrabajaban codo con codo investigadores de diferentes nacionalidades sin ningn problema de entendimiento. Otro dato que no debesubestimarse es la posibilidad de pertenecer simultneamente a msde una academia, que abra el camino a una movilidad intelectualdeterminada nicamente por la remuneracin y las mejores condiciones de trabajo.Pensemos, en fin, en el impacto de los concursos internacionales.Constituyen la pmeba definitiva de la existencia de una comunidadcultural que senta ahora como un hecho colectivo cuestiones y problemas especficos de fsica, matemticas, hidrulica o qumica. Los75 premios de la Academia de Ciencias de Pars (por una suma dems de 200.000 libras), los 45 ofrecidos por Berln, los 125 concursospropuesto pblicamente por Copenhague, son ocasiones constantespara el trabajo en comn, la invest igacin y el encuentro, prescindiendo de las convicciones religiosas de sus protagonistas, las culturas nacionales o las fronteras entre pueblos. La correspondenciaentre los hombres de ciencia dela poca muestran por entero su conciencia de pertenecer a una elite cultural de dimensiones internacionales dotada de caracteres bien definidos y un lenguaje cientfico comn. Es cierto que aquel sentimiento ideal de confraternidad (laexpresin aparece a menudo en las cartas de los acadmicos) no llegaba a ocultar del todo los aspectos desfavorables de un fuerte proceso de identificacin. El esprit de corps permita tambin vislum-

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    214Nincenzo Ferronebrar con claridad elcarcter normativo y prescriptivo de lo que esta-ba a punto de convertirse en una de las corporaciones ms podero-sas y envidiadas del Antiguo Rgimen.La noble camere des sciences. Entre comunidad y corporacin

    Los lt imos aos del siglo XV1II sellaron, ciertamente, el triunfode la ciencia (R. Hahn, 1971) Ysu definit iva legit imacin ante losojos de la naciente opinin pblica, pero tambin su primera gravecrisis insti tucional y epistemolgica, destinada a sacudir desde suscimientos el prestigio del savant a la francesa. Hoy resulta todava di-fcil comprender en sus profundos entresi jos psicolgicos y de men-talidad colectiva el estupor, la admiracin y la excitacin de aquellasgrandes masas de personas que se reunan en las plazas de toda Eu-ropa para asist ir a los primeros vuelos de los globos aerostticos. Lasucesin de invenciones valiosas, como el pararrayos, o el segui-miento en los peridicos de las encendidas polmicas en tomo a lascuraciones milagrosas obtenidas por los defensores del magnetismoanimal o sobre la existencia del flogisto alimentaban la frentica cu-riosidad de los salones y las cortes hacia los maravillosos experimen-tos de electricidad cuyo maestro era el gran Franldin. Alconcluir els iglo, el hombre de ciencia estaba realmente de moda. Todos de-seaban sentirse petits-maftres physiciens y contribuir, aunque fueracomo aficionados, a la difusin de aquel sentimiento de omnipoten-cia que caracterizaba los comentarios generales y la publicstica de-dicada a las ciencias y las tcnicas. No es casual que Priestley habla-ra de universal enthusiasm en una de las numerossimas edicionesy traducciones de su History and Present State of Electncity. En unnmero de 1784del Joumal histonque etpolitique de Ginebra, MalletDu Pan testimoniaba as mismo con eficacia el increble entusiasmode aquellos aos por estos temas, afirmando: En las mies y las cien-cias hay hoy un hormigueo general de invenciones, prodigios y talen-tos sobrenaturales. Una muchedumbre de personas de toda condi-cin, que jams haban pensado ser qumicos, gemetras, mecni-cos, etc., se presenta cada da con toda suerte de maravillas. Otraconfirmacin, no menos asombrada, de la rpida mutacin de los in-tereses del pblico culto y del xito desbordante de las ciencias pro-cede del Tableau de Pans de Mercier: El reino de las letras ha pasa-do; los fsicos sustituyen a los poetas y losnovelistas; la mquinaelctrica ocupa ellugar de una obra de teatro.Por lo dems, una seal de este desplazamiento del inters en-cuentra su prueba tangible en los resultados de las investigacionessobre libros que formaban las bibliotecas francesas del siglo XV1II. Si

    El cientfico/21Sen la dcada de 1720 la cuota devolmenes de carcter cientfico esdel 18%, al comienzo de la de 1780 llega pronto al 30%. Pero, msque la produccin libresca, son en realidad los peridicos, protago-nistas indiscutibles del nacimiento de la opinin pblica europea, losque ofrecen la prueba de un autntico triunfo de las ciencias, pres-tando su voz no slo a las grandes discusiones cientficas de la po-ca, sino tambin a las polmicas y diatribas menos originales en elseno de una comunidad en plena efervescencia y que se halla ahorams all de aquel umbral mnimo de legitimacin existencial tenaz-mente perseguido durante el siglo XVII. El primer diario francs, elJoumal de Pans, constituye un testimonio precioso en este sentido.Sus pginas no daban cabida slo a la crnica puntillosa del debatecientfico en la capital, al calendario de los trabajos de la Academiade Ciencias, sino tambin a las mezquinas diatribas suscitadas en suseno. Otros indicios provenan de los peridicos italianos, alemanese ingleses que reservaban gran espacio a la vida de las academiasprovinciales y nacionales, los concursos, los debates o la discusincientfica, como la mantenida entre defensores y enemigos de la re-volucin qumica de Lavoisier o de las interpretaciones del electricis-mo de Franldin.Entre los esplendores de la desbordante moda cientificista, consus excesos propios que, como hemos dicho, tenan por protagonis-tas ante todo a intelectuales, burgueses, damas de la aristocracia, rei-nas y soberanos de todo el continente, sorprendidos con frecuenciacada vez mayor soando con los ojos abiertos frente a los fenmenosmilagrosos de las mquinas elctlicas o sufriendo por la tenible tra-gedia de Pila tre de Rozier, desafortunado caro mueli0 en junio de1785, 'destrozado por el fuego de su globo mientras atravesaba el ca-nal de La Mancha, se perfilaba una mutacin profunda de los gran-des marcos tradicionales de referencia cultural de Occidente. La cul-tura cientfica entraba a formar parte del derecho a la formacin in-telectual de las modemas elites urbanas. En las academiasprovinciales francesas entre 1700y 1789, segn datos suministradospor D.Roche (si bien el fenmeno es anlogo en elresto de Europa),el 50% de los ms de 2.000 concursos pblicos quedaron reservadosa temas de tecnologa y ciencia. Montpellier, Brest, Burdeos, 01'-lans, Metz, Valence, Toulouse, nacidas como sociedades sensiblessobre todo a las le tras, se disponan a transformarse durante la se-gunda mitad XV1II en socits savantes, pues el 80% de sus trabajosaparecen dedicados a ciencias. Es verdad que en la mayora de loscasos nos encontramos ante aficionados, frente a formas de divulga-cin a veces superficiales. No obstante, el impacto que ejerca sobrela sociedad civil aquella ideologa optimista del progreso humanosusceptible de lograrse mediante experiencia, observacin y mtodo

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    216Nincenzo Ferronecientfico, result ser de gran eficacia a la larga y venci resistenciasy prejuicios. Su capacidad de sugestin se expres en todas direcciones. En la Italia septentrional, por ejemplo, las academias provinciales y las sociedades agrarias iniciaron una estrategia de aculturacincientfica de arriba abajo mediante los almanaques populares, quehablaban de Newton, de los hermanos Montgolfier y del descubrimiento del nuevo planeta Urano junto a las previsiones astrolgicasms tradicionales. Era una estrategia destinada a cambiar profundamente la imaginacin colectiva de la poca, a legitimar definit ivamente el saber cientfico como instrumento formidable de transformaciones y secularizaciones en todos los estamentos sociales.Frente al triunfo de las ciencias en los salones, los peridicos,los pequeos cenculos provinciales, como para alimentar y justificar el exuberante florecimiento de aquella moda singular, tomabarpidamente cuerpo la llamada segunda revolucin cientfica. Susfrutos portentosos maduraban en si lencio en los laboratorios de lassociedades estatales dndose a conocer a travs de un lenguaje cadavez ms especializado en serias Mmoires y actos acadmicos. Lavoisier culminaba sus experimentos dando nacimiento a la qumicamoderna sobre bases cuantitat ivas y abandonando para siempre elantiguo simbolismo de origen alqumico; Lagrange, con su clculosde las variaciones, pona los cimientos de la matematizacin definit iva de la mecnica; Laplace elaboraba teoremas y frmulas ms refinadas para el clculo de probabilidad y aplicaba la ley newtonianadel nmero a todos los movimientos estelares. El inters pionero yespectacular por la electricidad a comienzos del siglo, que tanto admiraba y fascinaba a las damas de los salones deEuropa, se disponafinalmente a convertirse en anlisis f sico-matemtico de los fenmenos electrodinmicos y magnticos en las complejas obras de Cavendish, Coulomb y Aepnius. Ms an, la meteorologa; la hidrulica (con la teora cintica de los fluidos, de base atomstica, formulada por Daniel Bernouill i y Mija l Lomonosov) y la biologa, con lospuntillosos registros experimentales elaborados por Spallanzani, adquiJian estatuto y rigor cientficos. Una comunidad cientfica ahoraadulta seplanteaba elproblema de superar los lmites del viejo sistema de comunicaciones entre los centros de investigacin, anclado enla frmula dieciochesca de los actos acadmicos. En la dcada de1770, la solucin al problema provino de la aparicin de los primeros peridicos cientficos: una innovacin acompasada casi simblicamente a la transformacin de los t iempos. El Joumal de physiquedel abate Rozier es de 1771. En 1783, tambin en Francia, aparecieron los Annales de chimie. En Alemania, el gran oponente de las teoras de Lavoisier, Lorenz Crell, se convirti en el artfice de iniciativas editoriales anlogas, como el Chemisches Joumal, de 1784. En

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    Italia tuvieron gran xito las ediciones milanesas y turinesas de laScelta di opuscoli, cuya primera edicin es de 1775, as como las numerosas publicaciones peridicas especializadas promovidas porLuigi Brugnatelli, de Pava, dirigidas programtica y exclusivamentea los hombres de ciencia, pero en abierta competencia con las solemnes y lentas comunicaciones oficiales de las academias y en sperapolmica con las desenvueltas crnicas escandalosas de las gacetas.

    En definitiva, la tendencia a la especializacin disciplinar es justamente el elemento caracterizador de estos nuevos peridicos. Setrataba de la ensima seal del nivel de madurez alcanzado por unacomunidad en la que, junto a una slida base de futuros estudiosos,est imulados por el creciente acuerdo de la opinin pblica respectoa las ciencias, aparecan en el horizonte los primeros autnticosmonstruos sagrados, estrellas de primera magnitud, elogiadas porlas publicaciones peridicas y las gacetas, premiadas y recibidas enla corte, codiciadas por todas partes y cada vez ms en las academiasestatales, que rivalizaban en una especie de mercado ocupacional delcientfico del siglo XVIII. Se trataba de hombres de ciencia generalmente conscientes de vivir en un estadio de progreso de la investigacin y, sobre todo, de su organizacin, bastante distante de la pocade Gali leo y Newton. Sin embargo, a pesar de sus diferencias, determinadas por los contextos y tradiciones en que actuaban, prefiguraban una nueva carrera que ya en el siglo XVIII se iba delineando conclaridad, con sus obligadas etapas, su cursus honorum, sus metas,sus formas histricas que merecen un breve anlisis a travs de algunas biografas ejemplares.

    El ejemplo ms clamoroso de cientfico profesional avant la lettrefue, sin duda, el de Giuseppe Lodovico Lagrange. Nacido en Turn en1763, haba sido nombrado profesor de anlisis sublime de lasReales Escuelas de Artillera cuando slo contaba 19aos. Su carrera, aun teniendo en cuenta la excepcionalidad del personaje, puedeconsiderarse una especie de tipo ideal del savant en la Ilustracin.Junto con otros hombres de ciencia piamonteses, casi siempre militares, Lagrange fund en 1757 la Societa Privata Torinese, ncleooriginario de la futura academia estatal de 1783. Su excepcional talento como fsico y matemtico fue conocido y admirado en todo elcontinente a a travs de los Mlanges de aquella pequea sociedad.En 1763, realiz, como muchos jvenes principiantes del mundocientfico europeo, aquel autntico rito inicitico representado por elviaje acadmico. March a Basilea, Berl n y Pars para conocer Yreverenciar a sus futuros confreres. En Pars tuvo la posibil idad de frecuentar importante salones; se hizo amigo fiel de D'Alembert, conquien ms tarde regentara como gran patriarca todo el circuito delas academias europeas. Aquel viaje fue seguido por su asociacin a

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    218Nincenzo Ferronelas principales academias, las primeras (yampliamente recompensadas) victorias en concursos de astronoma, fsica y matemticas y, finalmente, en 1766, el anhelado nombramiento como director en laseccin de matemticas de la academia berlinesa. Como hombre deciencia y acadmico, Lagrange haba llegado a su meta. Con slotreinta aos, en la cspide de su fulgurante carrera, poda por finpermitirse el lujo de dedicar todo su tiempo nicamente a la investigacin (privilegio concedido slo a unos pocos en el siglo xvrn),limitndose a la tarea institucional de evaluar las contribuciones de suscolegas y producir admirables construcciones de pensamiento quefascinan an hoy por la intrepidez de su ingenio. En la dcada de1780, siendo un maestro grande y afamado, Lagrange se coloc discretamente en el mercado. Las academias de San Petersburgo, Npoles y Turn se lo disputaron sin escatimar ofertas, pero l prefirimarchar a Pars. Atraves indemne el TelTor, Termidor y elImperio.Su genio y prudencia le abrieron las puertas del Panten y fue elprimer cientfico entre los padres de la Francia moderna.Otra carrera, no menos extraordinaria, fue la de Leonhard Euler(1707-1783), gran exponente de la numerosa colonia de hombres deciencia suizos de lengua alemana, entre los que destacan los Bernouil li , que animaron el mercado de los acadmicos durante el sigloXVilI.En elcaso de Euler volvemos a encontrar las mismas etapas recorridas por Lagrange, como ocurre, por lo dems, con la mayorade los eruditos de la poca que pretendan dedicarse al estudio de lasciencias: primeros trabajos matemticos publicados en las Acta eruditorum, llamada a la Academia de San Petersburgo en 1726, docepremios ganados entre 1738y 1772,publicaciones en las actas oficiales de las mayores academias estatales y, finalmente, traslado a Rusia en 1727. All permanecera hasta el 1744, en que acept los ricosofrecimientos de Federico II y se traslad a Berln. Cntinu largotiempo recibiendo honorarios de ambas academias en calidad deconsejero tcnico y cientfico de los dos gobiernos. Adems de organizar la investigacin y trabajar en la docencia, Euler se ocup, tanto en Rusia como en elEstado prusiano, en cuestiones de hidrulicay en la compilacin de mapas y calendarios y manuales de arti lleray navegacin. Desarroll as mismo una intensa actividad de publicista como divulgador de las grandes ideas cientficas y Hlosficasdel siglo y sus imblicaciones con la religin. Fue, en efecto, obrasuya uno de los best-sellerde la poca: las clebres Lettres a une princesse d'Allemagne, impresas en 12ediciones en francs y traducidas amuchas lenguas, entre ellas elingls (9 ediciones), el alemn (6) y elruso (4). Respecto a Lagrange, la carrera de Euler se enriqueci conun elemento nuevo: la obstinada pasin por la enseanza. l fuequien form la primera generacin de fsicos y qumicos rusos capaz

    El cientfico/219de competir con sus colegas europeos. Rusia le debe la aparicin enescena de Kotelnikov, Rumovskiy, Sofronov y, sobre todo, Mijal Vasilivich Lomonosov, el Lavoisier siberiano, nacido en 1711 en laprovincia de Arcanjelsk. Entre los hombres de ciencia de la Ilustracin, este lt imo representa un caso de carrera cientfica especialmente interesante, en un contexto de subdesarrollo cultural, una especie de producto in vitro de los mecanismos de reproduccin delcircuito acadmico europeo.Tras sus estudios en Marburgo con Wolff, Lomonosov haba recorrido enteramente el tradicional cursus honorum, l legando a acadmico de San Petersburgo en 1742. En aquella monumental ciudad, proyectada por Pedro elGrande a manera de puerta hacia Occidente' cre laboratorios de qumica, elabor los proyectos para launiversidad de Mosc y estudi, con notables resultados, refinadosmodelos matemticos para una teora cintica de los gases de baseatomstico. Ala par que sus colegas parisinos, berlineses o turineses,Lomonosov lleg a ser tambin consejero tcnico del gobierno, dedic mucho tiempo a la metalurgia, la geodesia y la hidrulica, recopil manuales para las escuelas pero, sobre todo, sent con sus traducciones las bases del lenguaje cientfico ruso. Su fulgurante carrera dehombre de ciencia e intelectual militante aparece encerrada porcompleto en una especie de doble identidad que lelleva,por un lado,a aceptar y propagar el enciclopedismo, la ideologa cientfica delprogreso, elsentimiento de ser idealmente miembro de lo que lmismo gustaba definir en sus escritos como la Repblica de las ciencias, con sus valores cosmopoli tas, y, por otro, a adherirse con conviccin al modelo fTancs de cientfico orgnicamente ligado al Es-tado.Y, sin embargo, las carreras de los hombres de ciencia del sigloXViIIno seguan siempre el esquema del acadmico deducible de losejemplos anteriormente expuestos. Es preciso, de hecho, difuminaresta rgida tipologa teniendo presente la existencia de mltiples articulaciones intermedias, hasta llegar en este campo al otro granpolo de referencia del siglo de las Luces: el natural philosopher dematriz baconiana, especialmente difundido en Inglaterra, EstadosUnidos y las Provincias Unidas. Permtasenos, en este sentido, presentar a ttulo de ejemplo la carrera cientfica de otro gran estudiosode finales del siglo XViII:oseph Priestley, el descubridor del oxgeno,gran oponente y rival de Lavoisier.Es difcil dar cuenta de la distancia que separa a un profesionaL>como Lagrange de un aficionado como Priest ley. Representa, dehecho, dos universos culturales, institucionales Y sociales bastantediferentes y, a veces, irreductibles. El primero pertenece por entero auna sociedad cerrada, corporativa, dominada por la lgica del Esta-

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    220Nincenzo Ferronedo absolutista; el segundo refleja elpredominio de una sociedad civilms dinmica y abierta, donde el papel del Estado estaba muchoms circunscrito. Si la identidad del savant haba surgido, como hemos visto, a travs de la adquisicin del rango de los corps d'tat, elnatural philosopher era, en cambio, portador del mito igualitario dela inteligencia formulado por Bacon y las newtonianas Boyle Lectures, en que se haba formado el mismo Priestley. La carrera de Priestleyes la de un autodidacta hostil a la hiptesis de un saber cientficoprogresivamente especializado y profesionalizador, que coma elriesgo de perder de vista sus fecundas implicaciones con la poltica,la religin y la filosofa. No es casual que Priestley llegara tarde a lasinvestigaciones sobre la electricidad y los aires, la moderna qumica de los gases. Sus primeros trabajos fueron exposiciones y comentarios del pensamiento polt ico radical y de la tradicin sociniana,tan estimada por l. Trabaj, para vivir, como enseante y periodista y escribi manuales para la educacin de los jvenes. Cuando decidi dedicar parte de su tiempo a la investigacin cientfica, asumihasta el fondo el modelo del filsofo natural, participando en los trabajos de la Lunar Society de Birmingham, una sociedad privada provincial donde, bajo el signo del utilitarismo y elindustrialismo, se encontraban y discutan en un plano de absoluta paridad gentlemen yestudiosos como Samuel Galton, James Watt, Erasmus Darwin yotros ms. Priestley public muchos libros de xito, traducidos a varias lenguas, con el fin de divulgar y propagar las conquistas de laciencia al servicio del hombre y construy personalmente los instrumentas e instalaciones necesarias para realizar centenares de experimentos en su propia casa, que deban conducido a importantes descubrimientos. Como otro famoso filsofo natural del siglo XVIII, Benjamin Franklin, nunca sinti estima por las matemticas y losrevolucionarios mtodos cuantitativos de Lavoisier, o 'por las abstractas teorizaciones intelectuales al modo de Laplace. Toda su vidafue un aficionado apasionado por el experimentalismo, consagradoa una forma de concebir y hacer ciencia nada minoritario y marginalen la poca de la Ilustracin. Es sabido que, hasta finales del sigloXIX, el mundo anglosajn no levant acta -incluso en el plano lingustico- de la salida de escena del natural philosopher del siglo XVIIen favor del moderno scientist (S. Ross, 1964).En muchas zonas de Europa, este proceso de transformacin haba sido, no obstante, ms rpido y poda decirse que haba concluido ya en parte a finales del s iglo XVIII. Es posible, en efecto, discutirhasta el infinito la vexata quaestio de la profesionalizacin del hombre de ciencia en el siglo XVIII. Ala luz de criterios de valoracin abstractamente sociolgicos (definicin del cuerpo de conocimientos,ocupacin remunerada, organizacin autnoma de la formacin y el

    El cientfico/221comportamiento) las cuentas no cuadran con exactitud. Trabajarcomo cientfico no es todava, por ejemplo, una autntica profesincapaz de definir una clase ocupacional. La mayor parte de los hombres de ciencia trabajan prcticamente a tiempo parcial: al margende pocas excepciones, se trata casi siempre de funcionarios del Estado. En los archivos notariales europeos no aparece nunca -hastadonde sabemos-la profesin especfica de cientfico. Y, sin embargo, desde elpunto de vista histrico no podemos dudar del hecho deque en este momento aparece definitivamente en escena una figura,y tambin una carrera, bastante prxima bajo muchos puntos de vista a la del cientfico moderno. Una figura, en cualquier caso, que espreciso valorar siempre en sus peculiaridades y formas condicionadas por el contexto histrico del Antiguo Rgimen. En este sentidodebera considerarse siempre un parmetro interesante el de la conciencia de los contemporneos.Si en la voz gens de lettres de la Enciclopedia, Voltaire incluatambin genricamente, refilindose a todos los hommes instruits, alos estudiosos de materias cientficas, en 1753 D'Alembert hablaba,en cambio, claramente de la noble carriere de sciences, distinguiendo rigurosamente entre homme de lettres y savant. Quand jedis les savants - escribe D'Alembert en elEssai sur lasocit des gensde lettres et lesgrands- je n'entends pas par-la ceux qu'on apelle rudits, sino aquella aparte de las gens de lettres que s'ocuppent dessciences exactes. Tanto en los loges de Condorcet como en los artculos de los peridicos ms importantes del continente, el hombrede ciencia es un sujeto reconocido y reconocible, netamente distintodel filsofo, del telogo y, sobre todo, del literato. Respecto de esteltimo, sedesarrolla incluso en la dcada de 1780 un autntico antagonismo que constituye la seal decisiva de una maduracin, incluso en las representaciones colectivas, de la relacin existente entrelos trminos savant y cientfico y la actividad de investigacin enun sector especfico del saber. En la Italia de finales del siglo XVIIIconstituye un motivo comn la contraposicin entre el literato y elcientfico. La encontramos en las obras de los ilustrados napolitanosGalanti y Filangieri. VittOlio Alfieri escribi sobre este asunto pginas transparentes, dignas de un socilogo moderno de la ciencia, ensu Delprncipe e delle lettere con el objetivo de establecer la diferencia entre las bellas letras y las ciencias. Alfieri atacaba frontalmenteal scienziato [el cientfico] (trmino cuyo uso por parte del autor esen adelante totalmente semejante al nuestro), denunciando su pactotcito con el poder, la servidumbre, y exponiendo lo que, en su opinin, era la naturaleza profunda de un saber cientfico que para vivirnecesitaba de manera absolutamente indispensable la ayuda y elapoyo econmico de las grandes academias estatales. Muy distinto

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    222Nincenzo Ferroneera, en cambio, el literato, cuya actividad no tena elestmulo de lafinanciacin y poda por tanto prescindir -si quera- del prncipe.Altrabajo del li terato, l ibre de aquel abrazo mortal , se le atribua uncarcter privado (garantizado, entre otras cosas, por el creciente xito de la lucha en favor del reconocimiento de los derechos de autor)que lepermita denunciar el despotismo, predicar las virtudes yeducar al pueblo.Alfieri -digmoslo enseguida- no era, sin duda, el nico autorde la dcada de 1780 que critic a los cientficos y denunci los inconvenientes de la Nueva Atlntida, exponiendo la relacin entrecientfico y literato como una contraposicin entre lo pblico y loprivado, entre despotismo y libertad. Ms de una dcada de ardorosas polmicas contra todo el mundo acadmico haban precedido ypreparado el terreno al famoso decreto promulgado por la Convencin en agosto de 1793 que prevea la supresin inmediata de cualquier tipo de sociedades y academias estatales; se trataba de un autntico desmantelamiento del sistema de patronage del Estado sobrela cultura que haba llegado a costar al gobierno francs bastantems de 250.000 libras slo en pensiones para elao 1785. Los motivos de esta drstica decisin fueron ilustrados eficazmente por elabate Grgoire en un duro discurso pronunciado ante los miembrosde la Convencin que merece ser sintet izado por su ejemplar claridad. Alparecer de Grgoire, mediante el mecanismo de los corps sa-vants, los privilegios y las pensiones se haban traicionado los idealesdemocrticos e iguali tarios de la Rpublique des lettres. Al aceptarcambiar el pIincipio de la comunidad cultural por el del corporativismo' haba nacido inevitablemente una especie de jerarqua entrelas personas que prescinda del talento y elmrito. El paso de la comunidad a la corporacin acadmica haba llevado, por tanto, auna degeneracin, hasta elpunto de transformar a sus miembros eninquisidores del pensamiento de los excluidos. El espritu decuerpo sehaba expresado con arrogancia, sobre todo, en la marginalizacin de todos los innovadores y anticonformistas y en la humilIante funcin pblica de panegiIistas, esclavos de los dspotas.Como clave de bveda de todo elsistema acadmico, los hombresde ciencia haban estado durante mucho tiempo en el ojo del huracn. Contra ellos, precisamente, se haban ensaado los enfurecidosacusadores de la corporacin acadmica, atacando las races organizativas de la investigacin, los mtodos y el papel social del cientfico y poniendo en,duda incluso la imagen de la ciencia que haba sal ido tIiunfante de la primera revolucin cientfica de los Galileo yNewton. Entre los historiadores, que durante mucho tiempo han subestimado las desgarradoras polmicas de finales del siglo en la co-

    El cientfico/223munidad cientfica europea, sigue siendo an hoy objeto de investigacin y reflexin cmo pudo ocurrir algo as, hasta provocar unagrave crisis de identidad en el hombre de ciencia del siglo XVIII.El cientfico y la crisis de identidad de finales del siglo

    En mayo de 1784, el peIidico italiano Notizie del mondo, ironizando sobre la inestabilidad de los cerebros parisinos, refera conabundancia de detalles que la mana de los globos voladores habasido reemplazada por la del magnetismo animal. Todos corren aporfa a Delon para ver al seor Mesmer que cura, con un toque demano, sin ms molestias medicinales. Otro peridico italiano, lasNotizie diverse, del cremons Lorenzo Manini, relataba los mismossucesos en tono nada irnico e, incluso, bastante inseguro y hastadispuesto a tomarse en serio las curaciones realizadas por el mdicoaustriaco Franz Anton Mesmer. La contraposicin entre quien consideraba a Mesmer un charlatn (palabra que de pronto se habapuesto de moda en Pars por aquellos aos) y quien lotena, en cambio, por un gran cientfico incomprendido y denostado por los arrogantes acadmiciens, serepeta tambin en las gacetas francesas, alemanas y de las Provincias Unidas. Por toda Europa arreci en la primera mitad de la dcada de 1780 la spera polmica sobre laexistencia y poderes del Huido magntico animal. Una polmica queno implic slo a gente crdula del pueblo sino, sobre todo, a ilustrescientficos, literatos famosos, cortes, academias e ilustrados alineados en uno y otro bando. Por aquellos mismos aos volva a floreceren Alemania, para difundirse pronto por elresto del continente, elinters de algunos intelectuales y universidades prestigiosas por la fisiognmica y la rabdomancia, por no hablar, en fin, de la curiosa recuperacin, en el campo de la naciente meteorologa, de los fundamentos tericos de la astrologa natural, depurada de cualquiercontaminacin mgica, por obra del cientfico Giusseppe Toaldo, valeroso editor de las obras de Galileo y sucesor suyo en la universidadde Padua.Se trataba de un retorno clamoroso a las antiguas formas de racionalizacin de cuo empIico-adivinatorio, presentes ya en los albores de la Revolucin cientfica y propuestos ahora nuevamentecomo formas posibles de conocimiento alternativo al paradigma fisico-matemtico del universo mquina newtoniano, predominante enlas grandes academias estatales. Estos tipos de ciencia -o pseudociencia, segn cmo se mire- reciban elcalificativo de popularesen los escritos de sus mismos practicantes, no en cuanto expresionesculturales de un estamento social bajo, sino por su carcter sim-

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    224Nincenzo FerronepIe, elemental, ajeno a las teorizaciones intelectualistas abstractas ya veces incomprensibles de la realidad preferidas por personas comoCondorcet y Laplace. Denis Diderot haba sido uno de sus padres enla poca de la Ilustracin. En su De l'interprtation de la nature, de1754, haba explicado los fundamentos epistemolgicos de la contraposicin entre una imagen de la ciencia definida como tal a partirnicamente de la uti lidad de los resultados, de la simplicidad de losinstrumentos cognoscit ivos de tipo cualitat ivo experimental, de laambicin por llegar a una morfologa de la naturaleza consideradamudable y dinmica, en transformacin perenne, y la imagen tradicional de la ciencia galileo-newtoniana hecha de leyes matemticaseternas, alcanzable mediante numero, pondere et mensura. Diderothaba previsto justamente que sus reflexiones epistemolgicas tendran en el futuro un amplio eco entre la multitud de aficionadosque, a finales del s iglo, se lanzaban a la prctica de las ciencias que,de pronto, se haban puesto de moda. Por sus dimensiones e implicaciones, el xito de las ciencias populares en los crculos intelectuales y en la opinin pblica alarm a no pocos estudiosos comoVolta, Condorcet o Lavoisier, obligados a intervenir y explicarse enpblico. La acusacin de charlatanera se lanz profusamente enambos frentes, provocando confusin y afectando por primera vez ala definicin misma de saber cientfico, fatigosamente adquirida como elemento de identidad para todos los hombres de cienciaeuropeos.Pero, si bien la hiptesis de que aquellas polmicas representaronel acontecimiento cultural ms rico en significados polticos, socialese ideolgicos antes de la Revolucin (R. Darnton, 1968; F. Venturi ,1984) es ya opinin consolidada entre los historiadores, su interpretacin no est ni mucho menos asentada y libre de discusin. Algunos han visto la querelle nica y simplemente como lin retorno clamoroso de lo mgico, olvidando lo reducidos que fueron los gruposocult istas europeos y cmo la inmensa mayora de los mesmeristas ydefensores de las ciencias populares eran racionalistas convencidos, epgonos de la tradicin enciclopedista y hasta enemigos jurados de la apelacin a lo sobrenatural, que ridiculizaban y despreciaban en sus libros. Pensemos, por ejemplo, en los trabajos escri tos enese sentido por el mesmerista Brissot de Warville. Otra hiptesisque se ha impuesto hasta el momento-, aun dando por descontadoel carcter irracional de aquellos hechos, prefiere atribuirles la responsabil idad del declive y la muerte misma de la Ilustracin a part irya de la dcada de 1780. En realidad, tanto los enfrentamientos entre Condorcet y Marat y entre Mesmer y los acadmicos sobre la legitimidad de calificar de cientficos los mtodos cognoscitivos propuestos por las ciencias populares como los mismos argumentos

    El cientfico/225contra los corps savants pueden y deben reinterpretarse con mayorespritu crt ico hacia definiciones y categoras de racionalidad y conocimiento cientfico demasiado rgidas, que pertenecen al pasado yhan sido puestas repetidamente en tela de juicio en tiempos recientes por filsofos y epistemlogos acreditados.Hay, no obstante, un punto en el que todos los his toriadores estn de acuerdo: que, sise mira bien, aquella tormenta entre los hombres de ciencia represent elprimer gran ataque lanzado con fuerzay sensibilidad ya prerrevolucionario contra las instituciones y el mismo corazn del sistema cultural corporativo del Antiguo Rgimen: laNueva Atlntida. As pues, habr que partir de esta consideracinsi queremos comprender un fenmeno destinado a condicionar lasmismas caractersticas originales de la Ilustracin y sus sucesivas interpretaciones historiogrficas.De manera paradjica, lo que habamos definido como triunfode la ciencia fue precisamente lo que cre las bases sociales e ideolgicas del conflicto. Aquel triunfo implicaba fenmenos colateralescapaces de provocar inevitablemente una crisis de crecimiento degraves consecuencias. Por ejemplo, el aumento de los amateurs, delos aficionados, que establecan por todas partes pequeas sociedades privadas que no soportaban ninguna forma de control por partede las academias estatales, contribuy a incrementar las tensiones.Tambin la masonera tuvo su parte en este proceso al practicar unaestrategia de propaganda dirigida a la educacin cientfica popularmediante la fundacin de academias, museos y publicaciones peridicas que ampliaban la base de los practicantes con menoscabo delrigor en las investigaciones. Y, finalmente, el conflicto creciente entre acadmicos y universitarios por el control de las profesiones:cuestin espinosa de perfiles y dimensiones europeas.Pero, si todos estos eran elementos de presin externos a la comunidad de los cientficos, la carcoma del conflicto anidaba tambinen el interior de la misma Academia de las Ciencias de Pars. En lasegunda mitad del siglo XVIII, este conflicto comenz a manifestarsepblica y ruidosamente. La desigualdad y el privilegio sancionadopor el Reglement de 1699 comenzaron, de hecho, a resultar particularmente odiosos incluso a los ojos de muchos acadmicos. D'Alembert fue uno de los primeros en hablar, en 1753, del espritu de despotismo convertido en regla insoportable en las relaciones entregentes de letras, y sostener que la forma democrtica convenamejor que ninguna otra a un Estado como la Repblica de las letras,que slo vive de su libertad. Y,sin embargo, ese mismo D'Alembertque haba contribuido a politizar -por decirlo as- el debate sobrela organizacin de la investigacin, estuvo despus en primera lneade fuego a finales de siglo, junto a Condorcet, Lavoisier y Vicq

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    226Nincenzo Ferroned'Azyr, defendiendo rgidamente la corporacin acadmica contralos excluidos, Mesmer, Marat, Brissot y tantos otros. Lo cierto es queel ataque frontal contra la ciencia oficial era tan radical y pel igrosopor sus implicaciones institucionales, polticas y epistemolgicasque no permita ya defecciones o tolerancia. Mientras setratase de ladbil denuncia del abus de sciences por parte de los savants, proveniente del baconiano Deleyre en suAnalyse de la phi losophie du chan-cellier Fran{:ois Bacon, publicado en 1755, las respuestas podanaceptar y compart ir incluso parte de los reproches. Muy distintaseran las corrosivas acusaciones lanzadas por los partidarios de lasciencias populares.En 1782 Brissot de Warville sintetizaba con fuerza y sutileza suspuntos de mayor impacto en la opinin pblica en un panfleto t itulado De la vrit, destinado a convertirse en una especie de catecismode los contestatarios, que extrajeron de l propuestas y sugerenciaspara alimentar las polmicas en sus opsculos y en los peridicos detoda Europa. Para demostrar que las academias son daosas parala bsqueda de la verdad, Brissot estableca rousseaunianamenteun paralelismo entre elsaber virtuoso y libre de los antiguos y la descarada arrogancia y elansia de gloria y fortuna de los modemos.En Atenas y Roma no se vieron nunca intelectuales por decreto.Nadie haba llegado entonces a concebir nada semejante a cuerpostan extravagantes como nuestras academias. Slo los modemoshan introducido en el imperio de las ciencias una especie de aristocracia electiva. Los costos de estas institucin haban llegado a sergravosos -segn Brissot- no slo en el plano moral y de la convivencia civil,sino, sobre todo, por los problemas que planteaba alprogreso del saber. ste era, precisamente, uno de los puntos neurlgicos del conflicto. Dehecho, como todos los cuerpos burocrticos, lasacademias estatales haban acabado por superponer sobre la comunidad cul tural libre de los hombres de ciencia elvelo pesado de unaideologa impermeable a las novedades, alimentando un tipo de conocimiento codificado, inmvil, normativo. Los grandes cientficosse sentan ahora depositarios infalibles de las verdades; cualquiernovedad se tachaba de herej a. La categrica afirmacin que seconvir ti en lema irnico de los charlatanes, Fuera de Newton nohay salvacin, sancionaba el carcter conservador y sistemtico deun conocimiento tpico de una fase de ciencia normal, segn diramos actualmente siguiendo a T. Kuhn, mediante la cual se expresaba abiertamente el prejuicio acadmico. Para ingresar en la corporacin era necesario aceptar el paradigma cientfico dominante delos grandes maestros, repitiendo y creyendo escrupulosamente todas sus ideas. Que en todas estas consideraciones haba algo de verdad, parecen mostrarlo no slo las furibundas polmicas contra

    El cientfico/227quien se atreva a atacar las teoras newtonianas, sino tambin las intransigentes palabras de personajes poderosos y con audiencia,como Samuel Formey, cuando ya en 1767,polemizando con los primeros semisabios, portadores de un falso saber, que comenzaban entonces a actuar en Alemania, peda medio siglo de... dictadura, afirmando que si la Iglesia vela por el depsito sagrado de la religin y los tribunales por el mantenimiento de las leyes, a lasacademias les corresponde hacer reinar un saber depurado y slido.La intervencin oficial de las academias en las ruidosas controversias de finales del siglo demostr que no se trataba de una simpleamenaza.En 1784, con el nombramiento de las comisiones reales para laAcademia de Ciencias y la Sociedad de Medicina, seestableca en Pars el procedimiento para determinar el fundamento cient fico delmagnetismo animal. Pocos aos despus, la real Academia de Ciencias de Turn ordenaba realizar investigaciones propias sobre el fenmeno de la rabdomancia. En Alemania, ilustres estudiosos deprestigiosas universidades debatan en comisiones nombradas a propsito para determinar las bases tericas de la fisiognmica y de unaposible ciencia morfolgica de la naturaleza, ms all de la inquietante lectura mst ica que hacan de ella Lavater y algunos crculosmasnicos. Por primera vez estal laba en trminos modemos y en unplano oficial en Europa el gran tema epistemolgico de la l lamadademarcacin. Qu es la ciencia? Cules son los criterios de cientif icidad? Quin los decide? Es lcito imponerlos asocindolos alconcepto de verdad? Delas actas de la comisin real para el magnet ismo, impresas y comentadas en las gacetas europeas, como en unasingular y desconcertante prefiguracin de lo que ser en la dcadade 1930 el conflicto sobre la definicin de ciencia entre un neopositivista lgico, como Karl R. Popper, y los defensores del psicoanlisis, afloraban claramente dos imgenes irreductibles de racionalidadcientfica. Lavoisier, Franklin y Bailly, investidos como comisariosregios, insistan en decir que la pregunta clave que deba plantearsepara juzgar elmesmerismo era la de la existencia o no del f luido animal y su verificacin experimental. Para los adversarios, el criteriode cienti ficidad se hallaba, en cambio, slo en la verif icacin de lautilidad prctica del mtodo teraputico testimoniado por las curaciones. Por un lado se defenda a ultranza una ciencia que histricamente haba acabado coincidiendo por completo con el mtodoclsico galileano-newtoniano; por otra, se replanteaba una forma actualizada del racionalismo emprico-adivinatorio cualitativo, morfolgico, utilitarista, que, segn hemos visto, fascinaba a Denis Dideroty a muchos estudiosos de formacin rousseauniana. De todo ello de-rivaba forzosamente una ulterior oposicin en el m~ I~E 'si.{.,i I "-BIBLIOTECA

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    228Nincenzo Ferroneal hombre de ciencia y las inst ituciones encargadas de la investigacin: academias estatales elitistas y selectivas, fuente de profesionalizacin, en el primer caso; sociedades populares, privadas, animadas por aficionados, en elsegundo .

    Son suficientes estas breves reflexiones sobre sucesos tan singulares para que resulte evidente que el triunfo de las ciencias a finalesde siglo, la crisis y los ataques a la racionalidad clsica del mecanicisma fsico-matemtico, la misma amplitud y profundidad del confl icto entre los hombres de ciencia, ms all del inters especficoque merecen por s mismas, parecen existir para poner en duda interpretaciones antiguas y arraigadas del nexo ente Ilustracin y ciencia. Se trata de un tema ineludible para cualquiera que desee profundizar en elanlisis del hombre de ciencia del siglo XVIII. Ya es sabidoque en 1932, mediante una operacin meritoria e importante destinada a rehabil itar el mundo de laIlustracin de la condena romntico-hegeliana a la que se haba sumado la escuela marxista -si bienpor otras vas y con otras motivaciones-, Ernst Cassirer haba sentado las bases para una lectura fi losfica de cuo kantiano de dichonexo con la publicacin de su obra Die Philosophie der Aufkliirung.Apesar de los ataques y continuas actualizaciones, esa lectura parece pervivir an hoya modo de horizonte, y a veces tambin comomera referencia implcita, en muchas obras aparecidas despus de lasegunda guerra mundial. Aldefinir la filosofa de la Ilustracin esencialmente como un mtodo, una mentalidad y una forma de pensamiento ms que como un sistema coherente de ideas, Cassirer habaidentificado su origen, su clave ms autntica, en la Revolucin cientfica y sus conquistas, reconociendo a sus padres espirituales en Kepler, Galileo y Newton. El dato caractelizador de la cultura de la Ilustracin haba sido identificado por l en la nueva definicin de razn, diferente de la de siglos anteriores y totalmente coincidente conlos procesos de racionalizacin propios del paradigma cientficonewtoniano.

    En realidad, a la luz de todo cuanto hemos procurado demostraren las pginas precedentes, esta identificacin rgida no parece resistir la prueba de los acontecimientos histricos de la dcada de 1780.La crisis de finales del siglo XVIII parece, de hecho, dar razn a los estudiosos que han preferido siempre ver el mundo de la Ilustracincomo un fenmeno histrico especialmente rico y complejo, de fronteras ms amplias e indiferenciadas que las establecidas por las hiptesis de Cassirer. En muchos libros importantes, la Ilustracin haaparecido como un intento extraordinario --cuya naturaleza profunda esde tipo polt ico-- real izado por un movimiento de hombres decididos a transformar la sociedad por medio de la batalla de lasideas, a crear un nuevo sistema de valores (tolerancia, igualdad, li-

    El cientfico/229hertad, filantropa, felicidad, cosmopolitismo, etc.), expresin inme(l iata de una sociedad civil moderna emancipada y liberada finalmente de la gravosa tutela de las Iglesias, las religiones confesionales.Y una idea de la pol tica concebida hasta entonces slo exparte pnn-cipis y nunca ex parte civium. El hombre de ciencia suministr precisamente al arsenal del movimiento ilustrado armas y sugerenciasimportantes para elaborar un estilo de pensamiento crtico y proble11Iticoapto para actuar en la realidad con el propsito de transformada. No obstante, la aceptacin de la ecuacin entre Ilustracin, suimagen de razn y el mtodo cientf ico newtoniano significara unautntico empobrecimiento de los contenidos y perspectivas ltimasdel movimiento.

    De hecho, no hay duda de que, si partimos de la hiptesis histrica de que la Ilustracin haba representado elproceso de fundacinde un nuevo gran sistema de valores, de un universo cultural y linglistico original (los antroplogos preferiran, quiz, hablar inclusode nuevo sistema de creencias y prcticas sociales y culturales), y node una forma especfica de racionalidad, resultar ms fcil analizarel movimiento cientfico y el ilustrado como dos fenmenos distintos, siempre, desde luego, en interaccin pero tambin autnomosen sus motivaciones de fondo. Quedarn tambin ms claros, probablemente, el cometido y la funcin de los hombres de ciencia catlicos u orgnicamente ligados de alguna manera a las instituciones religiosas o, incluso, animados de una intensa necesidad de religiosidad, a quienes no hemos dedicado mucho espacio a pesar de suindudable importancia en la cultura del siglo XVIII y su contribucinal progreso de la investigacin. La Ilustracin, a diferencia del positivismo' al que ha sido asociada demasiado a menudo e indebida ypolmicamente al hacer refererencia a la ciencia (un ejemplo en talsentido es el de la clebre Dialektik der Aufkliirung, publicada porAdorno y Horkheimer en 1947), no consider nunca el saber cientfico (con intencin declaradamente ideolgica) como la clave de bveda de todo el conocimiento humano. En su rbol del saber consagrado por la Enciclopedia a partir de las facultades del hombre (razn, memoria, imaginacin) se atribuan una dignidad igual y unagran importancia para la realizacin utpica de la ciudad celeste enla tierra a todas las formas del conocimiento. Los philosophes amaron, estudiaron y propagaron la ciencia, pero adoptaron hacia ellauna actitud franca de distancia y, a veces, de cr tica. Segn hemosvisto, Rousseau no fue el nico en abrir en el siglo XVIII elfiln de lamoderna crtica moral, poltica y filosfica contra la ciencia que posteriormente demostrara una fuerza y una animosidad cada vez mayores. A lo largo del siglo XVIII, muchos ilustrados, de Voltaire a Condillac y Bail ly, se preguntaron largamente, sobre todo en la dcada

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    230Nincenzo Ferronede 1780, por los lejanos origenes de las ciencias y, en especial , de larevolucin galileana y newtoniana: elaboraron los cimientos de unahistoria de las ciencias como historia social y cultural de un saberconsiderado criticamente en el mismo plano que los dems saberes.En resumen, la experiencia intelectual del cientfico en la poca deVoltaire no agotaba en absoluto la amplitud de referencias y la voluntad poltica de transformacin de la realidad encarnada en elilustrado.Esto no significa que elhombre de ciencia no influyera de manera extraordinaria en el condicionamiento de las caracteristicas de laIlustracin. Muy al contrario. Aunque debamos hablar siempre decondicionamiento recproco, no puede dudarse de la funcin de lacomunidad cientfica en relacin con las distintas formas adoptadaspor la Ilustracin a lo largo del siglo. Es bien sabido que elprestigioy las certezas granticas del universo mquina newtoniano alimentaron las reflexiones de un importante sector del mundo de la Ilustracin hasta la aparicin del ltimo volumen de la Enciclopedia en1764. El clebre retrato del Philosophe, de Dumarsais, consideradojustamente uno de los manifiestos de la Ilustracin, pertenece porentero a aquella primera gran etapa. En l, frente a una naturalezahorloge, con sus eternas y tranquilizadoras leyes matemticas, se recortaba la serena y orgullosa figura de un nuevo filsofo capaz de dominar las pasiones y las emociones mediante el primado de una razn cri tica y metodolgica. La religin y sus misterios haban sidodejadas atrs con una irona y distancia de acentos francamente libertinos y la nica divinidad reconocida y venerada en adelante porelphilosophe era la humanidad y,en