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2010 Carlos Merlano Blanco Compilación de artículos sobre teorías de desarrollo 01/01/2010 TEORÍAS SOBRE DESARROLLO

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Carlos Merlano Blanco

Compilación de artículos sobre teorías de desarrollo

01/01/2010

TEORÍAS SOBRE DESARROLLO

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EL SUBDESARROLLO LATINOAMERICANO Y LA TEORÍA DEL DESARROLLO Sunkel, Osvaldo., y la colaboración de Pedro Paz. Ed. Siglo XXI S.A. 1ra Parte. 1970

INTRODUCCIÓN

Desde hace ya casi dos décadas el problema del desarrollo y del subdesarrollo económico constituye uno de los más frecuentes e importantes tópicos de discusión en los principales foros internacionales. Otro tanto viene ocurriendo desde hace algunos años en los medios académicos, principalmente en los campos de la economía y de las ciencias sociales. La producción intelectual sobre el tema ha llegado a ser tan vasta que no parece posible siquiera mantenerse al día en la literatura correspondiente. Podría parecer ocioso entretenerse con una discusión conceptual; sin embargo, los autores que han prestado atención al tema condenen en que los conceptos empleados son insatisfactorios.

El lenguaje corriente utiliza diversos términos como sinónimos para caracterizar un cierto tipo de naciones; países poco desarrollados, o en vía de desarrollo, países pobres, países no –industrializados, de producción primaria, países atrasados y dependientes, etc. Términos imprecisos y vagos, si se quiere, desde un punto de vista estrictamente académico, ya que tienen connotaciones diferentes; pero trasparentes en realidad, para el buen entendedor, sobre el tipo de país aludido.

El problema fundamental consiste en que el fenómeno que se procura describir empleando estos conceptos es extremadamente complejo, tiene innumerables facetas importantes y se puede examinar también desde ángulos muy diversos. En este trabajo se acepta por eso la hipótesis de que la problemática del subdesarrollo económico consiste precisadamente en ese conjunto complejo e interrelacionado de fenómenos que se traducen y expresan en desigualdades flagrantes de riqueza y pobreza, en estancamiento, en retraso respecto de otros países, en potencialidades productivas desaprovechadas, en dependencia económica, cultural, política y tecnológica.

Los conceptos utilizados para identificar un país tienen necesariamente alguna de estas facetas como principal elemento de referencia. Hay quienes prefieren hablar de “países pobres”, y consideran por lo tanto otras expresiones como meros eufemismos, porque tienen del subdesarrollo un concepto donde prevalecen los aspectos relativos a la distribución del ingreso, tanto entre países ricos y pobres como entre ricos y pobres dentro de cada país. Quienes hablan del “subdesarrollo” tienden a concebir el fenómeno como una situación estructural e institucional característica, como una etapa en el proceso histórico de desarrollo. Los que prefieren la expresión “países en vía de desarrollo” acentúan más bien las posibilidades de aprovechamiento del potencial productivo de una sociedad. Poner el acento sobre la “dependencia” es preocuparse esencialmente por las características que adquieren las relaciones económicas, tecnológicas y políticas entre los países desarrollados y subdesarrollados. Cundo se prefiere, por último, la expresión “países no-industrializados” se acentúa implícitamente la importancia especial atribuida a la industrialización en el proceso de desarrollo.

Cada concepto destaca así un aspecto particular de la problemática del desarrollo, y de esa manera constituye de hecho un diagnóstico de las causas básicas y de la política de desarrollo, puesto que el concepto prejuzga en qué sentido se debe actuar para alcanzar el desarrollo.

Destacar, por ejemplo, la pobreza entre todos los aspectos, conduce a una política de desarrollo que pondrá un acento particular sobre la redistribución internacional e interna del ingreso. El subdesarrollo concebido como estado o situación estructural e institucional, lleva a sostener que el subrayado de la política de desarrollo debe ponerse en el cambio de la estructura e instituciones que se presumen determinan ese estado o situación. Cuando se destacan como características básicas las potencialidades

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desaprovechadas de los recursos humanaos y naturales, el acento de la política de desarrollo se vuelca hacia la educación y la formación de mano de obra calificada, así como a la aplicación de la tecnología moderna. Cuando en cambio se insiste sobre los problemas de la dependencia, la política tendrá a modificar las formas tradicionales de vinculación entre países y al fortalecimiento del sistema nacional.

La preferencia por uno u otro concepto implica, pues, la existencia de una concepción predeterminada del fenómeno, que se traduce en un diagnóstico de la o las causa básicas del problema y establece preferencias en cuanto a las prioridades de la política de desarrollo. Esa concepción apriorística es, en cierta medida, el producto de la posición ideológica y del método analítico del observador, así como también del conocimiento concreto que pueda tener de dichos problemas.

No carece de sentido, por lo tanto, realizar un esfuerzo de aclaración sistemática para saber qué entienden por desarrollo económico diferentes escuelas del pensamiento, y señalar el sentido que adquirirá el concepto en este libro; tal examen es particularmente importante porque su empleo es muy reciente y fue modificado sensiblemente su sentido. Y esto no sólo durante las últimas décadas, cuando su uso se ha generalizado, sino desde mucho antes, en la terminología económica que le sirvió como antecedente. En realidad, un concepto como el examinado encierra toda una gran definición de la problemática fundamental de la época, de cómo ha sido racionalizada y planeada en el terreno del pensamiento social, como así también respecto del pensamiento económico y de las políticas concretas.

Para aclarar el contenido profundo que el concepto de desarrollo tuvo al principio cuando su uso se popularizó en los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial, y el que adquirió en la actualidad, así como par ilustrar la interacción histórica entre la concepción de un fenómeno, la realidad concreta y el pensamiento de la época, se tratará de investigar primeramente cuál es la connotación, sentido y naturaleza que al concepto ahora se atribuye, para cotejarlo en seguida con sus antecedentes históricos; para ello se procederá a un análisis comparativo de términos que expresaron ideas similares y fueron usados por corrientes de pensamiento bien definidas, en determinados períodos de los siglos XIX y XX.

Se comienza, por consiguiente, con una referencia al surgimiento del tema del desarrollo como un tópico de preponderante actualidad política en la pos-guerra. Se continúa luego con un examen de sus antecedentes a través de las nociones de riqueza, evolución y progreso, propias de la gran expansión de la economía europea durante los siglos XVII y XIX bajo el signo del liberalismo. Sigue una apreciación de los conceptos de industrialización y crecimiento, futuro el primero de los esfuerzos deliberados de ciertos países para participar en el proceso desencadenado por la Revolución Industrial; y el segundo, de las políticas destinadas a solucionar los problemas de desempleo en economías capitalistas maduras. Más delante se discuten, desde idéntico punto de vista, las corrientes de pensamiento o enfoques actuales sobre el concepto de desarrollo.

El examen de cada uno de esos conceptos se realiza desde el ángulo de la realidad histórica concreta que refleja, del pensamiento económico de la época y del pensamiento social y filosófico correspondiente.

Este análisis conceptual tiene gran importancia práctica; permite apreciar el desajuste que existe entre una problemática concreta y actual, cada vez mejor conocida, y los esquemas del pensamiento heredados del pasado para su interpretación y para fundamentar la acción política, que cada vez aparecen como más insuficientes.

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2. LOS ANTECEDENTES

a) El Desarrollo como tópico de la posguerra

Al finalizar la segunda guerra mundial, en 1945, se completaban tres décadas catastróficas en la historia moderna: la primera guerra mundial, entre 1914 y 1918; la década de 1920, caracterizada por el desempleo, la inflación y desajustes económicos muy graves en la economía internacional, principalmente en Europa, y por el auge excepcional de la economía norteamericana; la década de 1930, asignada por la gran depresión; y la de 1940, por la segunda guerra mundial.

Esta última guerra, si bien fue el resultado de factores económicos, políticos e históricos muy profundos, que no corresponde analizar aquí, fue encarnada, por parte de las potencias aliadas, en nombre de ciertos principios con los cuales de buscaba desterrar de la faz del mundo los grandes problemas que éste había vivido durante las décadas anteriores: la guerra, el desempleo, la miseria, ha discriminación racial, las desigualdades políticas, económicas y sociales. Tanto en la primera Declaración Interaliada de 1941, como en la Carta del Atlántico, del mismo año, se expresa que las potencias signatarias consideran que el único fundamento cierto de la paz reside en que todos los hombres libres del mundo puedan disfrutar de seguridad económica y social, y, por lo tanto, se comprometen a buscar un orden mundial que permita alcanzar esos objetivos una vez finalizada la guerra. Dichos propósitos fueron reafirmados en la Declaración de las Naciones Unidas, firmada por representantes de veintiséis naciones en 1942, y en las conferencias de las cuatro grandes potencias realizadas en 1943 en Moscú y Teherán, y en 1944 en Dumbarton Oaks y Yalta. En las últimas dos conferencias aquellos propósitos se concertaron el los primeros bosquejos de la futura organización de las Naciones Unidas, establecida en la conferencia de San Francisco, en abril de 1945.

En la carta de las Naciones Unidas, adoptada en esa ocasión, los propósitos de desarrollo económico y social quedaron explícitamente reconocidos cuando se expresa que los pueblos de las Naciones Unidas estaban “decididos a promover el progreso y mejorar sus niveles e vida dentro de una libertad mayor”, “a emplear las instituciones internacionales para la promoción del avance económico y social de todos los pueblos”, “a lograr la cooperación internacional necesaria para resolver los problemas internacionales de origen económico, social, cultural o de carácter humanitario, y para promover y estimular el respeto a los derechos humanaos y a las libertades fundamentales de todos, sin distinción de raza, sexo, lengua o religión”.

Para llevar adelante estos propósitos de creación de un nuevo orden internacional en el área de los problemas económicos sociales, se establecieron durante esos años una serie de organismos especiales en determinadas áreas de la actividad económica y social.”1

1 El fondo Monetario Internacional (FMI), con el objeto de facilitar la expansión y crecimiento equilibrado del comercio Internacional, para contribuir a promover y mantener altos niveles de empleo e ingresos real, al desarrollo de los recursos productivos de los países miembros, y la estabilidad cambiaria; el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), para ayudar ala reconstrucción y desarrollo de los estados miembros proporcionándoles recursos de inversión para propósitos productivos a fin de estimular el crecimiento a largo plazo del comercio internacional y de los niveles de vida; la Organización de las Naciones Unidas paral a Agricultura y la alimentación (FAO), con el propósito de contribuir a la elevación de los niveles de nutrición y de vida y a mejorar las condiciones de la población rural; la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), para que contribuya ala paz y la seguridad, promoviendo la colaboración entre las naciones por medio de la educación, la ciencia y la cultura, para estimular el respeto universal por la justicia, por la ley y por los derechos humanos y libertades fundamentales de todos; la Organización Mundial del la Salud (OMS), cuyo objetivo es lograr que todos los pueblos obtengan el nivel más alto posible de salud, entendiendo la salud como un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente como la ausencia de la enfermedad y la debilidad; La oficina Internacional del Trabajo (OTI), creada ya en 1919, y asociada a las Naciones Unidas en 1946, y cuyos principios confirman que todos los seres humanos, independiente de su raza creencia o sexo, tienen el derecho de buscar su bienestar material y su desarrollo espiritual en condiciones de libertad y dignidad, de seguridad económica y de igualdad de oportunidades (Naciones Unidas, Las Naciones Unidas al alcance de todos; la estructura, funciones y obra de la Organización y los organismos especializaos desde 1945 hasta 1958, segunda edición, Nueva Cork, 1960).

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Estos y otros organismos internacionales dedicados a actividades más específicas y técnicas, constituyen una manifestación muy concreta de los propósitos y políticas que la mayoría de los países deseaban emprende a mediados de la década de 1940; producto, a su vez, de transformaciones profundas de las relaciones internacionales, la aparición de nuevas formas de organización política y económica nacional, cambios en la estructura social y de poder en las potencias dominantes y en las ex colonias, etc.

De los principios generales y de los propósitos concretos enunciados para las diferentes organizaciones internacionales se desprenden las tareas que, en lo económico, se preveían para la posguerra: reconstrucción de las áreas devastadas por la contienda, reorganización del comercio y las finanzas internacionales y adopción de políticas de pleno empleo en los países industriales. Estas preocupaciones reflejaban directamente los principales problemas que había vivido el mundo en los años anteriores y todas ellas expresaban tareas de envergadura mundial.

Desde luego, el conflicto bélico afectó o sólo los países industrializados sino también las áreas no-industrializadas de Europa, vastas regiones de África, del Medio Oriente y de Asia. Por otra parte, la crisis de la economía internacional, que se inició a partir de la primera guerra mundial, se agravó durante el largo período depresivo por el que atravesó la economía europea durante la década de 1920 y se propagó, con graves repercusiones para todo el mundo, a la raíz de la gran depresión. Esta crisis económica produjo una grave desocupación y caída del ingreso en los países centrales y, en virtud de la contratación del comercio mundial y de la interrupción de los flujos internacionales de capital, provocó efectos similares en los países proveedores de materias primas.

Las tareas planteadas en los primeros años de la posguerra fueron por consiguiente, y en forma primordial, la reconstrucción y solución de los problemas inmediatos de abastecimiento de los países devastados por la guerra, así como la revitalización del sistema económico internacional, basado sobre políticas de pleno empleo en los países industrializados.

No obstante las declaraciones de principios antes indicadas, las tareas fundamentales se concebían en la práctica como esfuerzos transitorios, los que quedarían superado una vez que se llevase a cabo la reconstrucción de las áreas afectadas por la guerra y fuese restablecida la normalidad en las condiciones económicas y de comercio mundiales.

Las preocupaciones de los países integrantes de las Naciones Unidas y de los organismos del sistema tuvieron que comenzar a responde, sin embargo, desde muy temprano, a una serie de nuevas exigencias, de orden más permanente; estas preocupaciones respondían indirectamente a los enunciados de progreso económico y social, en cuyo nombre se hizo el esfuerzo bélico, y constituían la expresión de un nuevo, importante y creciente grupo de países que comenzaban a manifestar sus intereses en el formo mundial creado por las Naciones Unidas y sus organismos especializados.

De los cincuenta y un países que participaron en la creación de las Naciones Unidas en la conferencia de San Francisco, sólo unos diez o doce podían considerarse países desarrollados e industrializados; de los restantes constituían una proporción mayoritaria los latinoamericanos, que no habían sufrido en sus territorios los efectos destructivos del conflicto bélico mundial. Sin embargo, su situación económica quedó profundamente afectada por el fenómeno de un lado, las importaciones de bienes de capital y de materias primas estratégicas tuvieron que limitarse seriamente debido a la reorientación de la actividad industrial en los países centrales hacia la producción bélica; de otro, los precios de los productos de exportación de los países latinoamericanos fueron mantenidos a niveles bajos para facilitar el esfuerzo

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de la producción bélica y evitar presiones inflacionarias en las potencias aliadas. Además, los países latinoamericanos habían sufrido muy intensamente, hacia pocos años, los efectos de la gran depresión.

A raíz de las dificultades ocasionadas a estos países por las limitaciones en los abastecimientos externos durante ambas guerras mundiales, como consecuencia de las políticas de control de cambios y de proteccionismo industrial provocadas por la gran crisis, y debido también a influencias ideológicas, muchos países de la región se encontraban, a mediados de la década de 1940, en los comienzos de vigorosos programas de industrialización e inversión en infraestructura, dificultados severamente por las limitaciones impuestas a la importación de materias primas y bienes de capital.2

Las políticas de industrialización e inversiones básicas, así como las medidas de redistribución del ingreso mediante la creación de instituciones de seguridad social, fueron influidas tanto por las experiencias del new deal, en Estados Unidos, como por los regímenes existentes en Alemania e Italia que, a través de una política deliberada de gastos públicos y de previsión social, tuvieron considerable éxito en la eliminación del desempleo; otra influencia importante fue la experiencia socialista de industrialización planificada de la economía soviética. Finalmente, Estados Unidos, preocupado por los problemas de abastecimiento de productos estratégicos provenientes del área latinoamericana, promovió también, conjuntamente con los países de América Latina, la intensificación de producción agrícola e incluso la de ciertas industrias básicas para que estas economías pudieran continuar funcionando normalmente.

La política económica en muchos países de América Latina respondía al convencimiento que los principios de elevación e igualación de los niveles de vida proclamados por las Naciones Unidas no podrían alcanzarse, en vastas regiones del mundo, simplemente a través de la reconstrucción económica de los países afectados por la guerra, la promoción de políticas de pleno empleo en los países desarrollados y la reestructuración de una economía internacional “normal”, del tipo de la que existió antes de la primera guerra mundial. Su experiencia les señalaba, por el contrario, que se requería un esfuerzo deliberado de industrialización y de redistribución del ingreso.3

La influencia de la presión ejercida por los países latinoamericanos en el sentido que una de las tareas permanentes y fundamentales de las Naciones Unidas debía se el desarrollo económico de las zonas atrasadas del mundo, se trasparenta, aunque en forma atenuada, en las resoluciones que dieron vida a las comisiones económicas regionales de las Naciones Unidas. En efecto, el Consejo Económico y Social de la Organización decidió crear, en 1946, las comisiones económicas para Europa y para Asia y el Lejano Oriente, ambas con el objetivo fundamental de participar en medidas destinadas a favorecer una acción concertada en la reconstrucción económica de los países devastados, elevar el nivel de la actividad económica, y mantener y reforzar las relaciones económicas de estas regiones, tanto entre si como con los demás países del mundo.

Al establecer en 1948 la Comisión Económica para América Latina, aparte del objetivo de ayudar a resolver los problemas económicos urgentes suscitados por la guerra en esta región, se señala que”…la

2 Naciones Unidas, Desarrollo económico en países seleccionados: planes, programas y organismos, volumen I (1947) y volumen II (1950),

Departamento de Asuntos Económicos, Nueva Cork. 3 La opinión prevaleciente en América Latina se expresó claramente en la resolución adoptada por la Tercera Conferencia de los Estados Americanos

miembros de la Organización Internacional del Trabajo (ciudad de Mexico, 1946), que en sus considerandos señala “que entre los países de América Latina es indispensable, para alcanzar niveles de vida más altos, un mejor equilibrio en las estructuras económicas, el aumento del comercio internacional, y al mismo tiempo una mayor independencia económica”; y en su parte resolutiva solicita la ayuda de las Naciones Unidas y sus organismos especializados para que se estudien “los métodos más eficaces para facilitar el proceso armónico de la industrialización de los países latinoamericanos, indispensables para su bienestar social”.

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Comisión dedicará especialmente sus actividades al estudio y a la búsqueda de soluciones a los problemas suscitados por el desajuste económico mundial en América Latina…” En las discusiones previas a la creación de la CEPAL se señaló, en efecto, que se había prestado insuficiente atención a la necesidad de acción internacional en la esfera del desarrollo económico, y que existía una tendencia a ver los problemas de los países subdesarrollados desde el ángulo de los países altamente desarrollados de Europa y América; además, se subrayó que el problema fundamental de los países de América Latina era su necesidad de lograr una tasa acelerada de recuperación de los efectos de la guerra, de desarrollo económico y de industrialización.

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La atención prestada a los problemas del desarrollo económico y la industrialización en las áreas menos desarrolladas del mundo fue convirtiéndose, en virtud de una serie de factores, en la preocupación central de las Naciones Unidas de los años siguientes. Desde luego, con el avance del proceso de descolonización, numerosos nuevos países subdesarrollados de África y Asia comenzaron a exponer sus necesidades de desarrollo económico y social. Por otra parte, en la medida que los problemas urgentes de abastecimiento y reconstrucción en los países devastados por la guerra comenzaban a ser superados, que el comercio internacional adquiría nuevo impulso por esa misma razón, y por la amenaza de nuevos conflictos bélicos, comenzaban a desaparecer los problemas que preocuparon inicialmente y surgía así, como el desafío fundamental del mundo de posguerra, la elevación de los niveles de vida en las áreas menos desarrolladas. Finalmente, con el recrudecimiento de las tensiones políticas a partir de 1947, tanto por las dificultades entre los países capitalistas y socialitas, como por la desintegración de de los grandes sistemas coloniales, algunos países industrializados iniciaron programas especiales de ayuda alas áreas subdesarrolladas y a las colonias, tales como el programa del punto cuarto de Estados Unidos y el Plan Colombo del Reino Unido, que vinieron a sumarse al esfuerzo de asistencia técnica y de ayuda financiera emprendido en los primeros años de la posguerra por las Naciones Unidas y sus organismos especializados.

Como puede apreciarse por estas referencias, son los problemas e inquietudes que comienzan a manifestarse en los países subdesarrollados especialmente en los de América Latina- los que van perfilando la problemática del desarrollo económico y dando nuevo contenido a ese concepto, que ahora expresa la preocupación que despierta en ciertos países su dependencia del comercio internacional, en virtud de la especialización e la exportación de materia primas; refleja también las aspiraciones de reafirmación de la independencia política y económica de los nuevos países que han dejado de ser colonias; alude al bajísimo nivel de vida que prevalece en le mayoría de los países y de la población mundial, y a los violentos desniveles entre éstos y los de los países industrializados; traduce la convicción de las naciones rezagadas que el camino para obtener mejores niveles de vida en la industrialización y, en general, la aplicación de la técnica moderna al esfuerzo productivo y al aprovechamiento de recursos ociosos; revela el convencimiento de que la aceleración del ritmo de progreso económico y social requiere cambios en la estructura productiva y un esfuerzo deliberado de la comunidad nacional internacional para lograr esos fines.

Como puede apreciarse, se trata de un concepto muy amplio y complejo, con numerosas y sutiles implicaciones, que seria ingenuo y peligroso tratar de encajar en el “zapato chino” de una definición precisa y rigurosa; cualquier intento de hacerlo constituirá una deformación, pues equivale ineludiblemente a destacar alguno de sus múltiples aspectos en detrimento de otros. Las nociones de 4 Naciones Unidas, Report of the Ad Hoc Committee on Propesed Economic Commission for Latin America, Economic and Social Council, Third Year, Sixth session, Supplement No. 7, Nueva York, 10 de diciembre de 1947

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desarrollo y subdesarrollo –y sus equivalentes– son conceptos complejos, que reflejan situaciones reales también estructuralmente complejas; estas nociones vienen a constituir algo así como n mínimo común denominador de las preocupaciones predominantes de la época en nuestros países, tal como otras nociones similares cumplieron esa función en otros lugares y períodos.

Ante esta realidad histórica, que el concepto de subdesarrollo ahora refleja, cabe preguntarse que respuesta ofrece el pensamiento económico. Que conceptos pueden encontrarse en él que correspondan a la nueva situación planteada y ofrezcan, a través de una formulación analítica rigurosa, una teoría que proporciones los elementos para formular políticas adecuadas a esta nueva situación?

Hay sin duda una serie de nociones que cumplieron, o cumplen, un papel similar al que ahora desempeña las de desarrollo y subdesarrollo, y que no es difícil encontrar en la evolución del pensamiento económico. Los conceptos de riqueza, evolución, progreso, industrialización y crecimiento, que corresponden a distintas épocas históricas, y a la consiguiente evolución del pensamiento económico, expresan sin duda preocupaciones similares a las que se advierten en la idea de desarrollo, pero un análisis comparativo de esos conceptos, examinados desde el punto de vista de la realidad histórica concreta donde surgieron de la escuela del pensamiento económico que integran, y la visión cultural general a que pueden ser asimiladas, permite apreciar que existen notables diferencias entre esas nociones y el nuevo concepto; además permite verificar que las escuelas del pensamiento económico correspondientes a cada una de esas nociones-y las políticas de desarrollo que de ellos se derivan- en modo alguno se ajustan a la nueva tarea del desarrollo.

b. CONCEPTOS SIMILARES

Se comenzará por cotejar el concepto de desarrollo con el de riqueza, fundamentalmente en el pensamiento de los autores clásicos. La famosa obra de Adam Smith- cuya publicación en 1776 sienta las básese de la escuela clásica- se titula Una investigación de las causas y naturaleza de la riqueza de las naciones. Según J.S Mill, principal sistematizador del pensamiento clásico, y quien publica su obra fundamental en 1848, la riqueza es el indicador de la prosperidad o decadencia de las naciones. Para esta corriente del pensamiento, el concepto de riqueza se refiere en forma directa al potencial productivo de una comunidad, que se traduciría en “aquel conjunto máximo de bienes que un país puede obtener, dada la naturaleza de su suelo, su clima y su situación respecto de otros países”.

Entre los clásicos, esta idea va asociada a una determinada manera de percibir el funcionamiento de la sociedad, concebida como un conjunto de individuos o unidades económicas que se comportan según una serie de leyes y principios inmutables, que definen el funcionamiento del sistema o mecanismo económico. La riqueza es, para ellos, el producto de una sociedad organizada jurídica e institucionalmente de acuerdo con la filosofía del derecho natural.

Esta concepción esta estrechamente relacionada con la Filosofía individualista y liberal del Derecho y del Estado que se difunde durante el siglo XVIII; basada sobre el sistema de la libre concurrencia económica, sistema que descansa a su vez sobre los principios de la libertad individual, de la propiedad privada, de la sucesión privada de los medios materiales de producción (tierra y capital), y de la libertad de los contratos.

5 O dicho con palabras de Hidks: “Los principios liberales, o no-

intervencionistas, de los economistas clásicos (Smith, Ricardo), no eran, en primer lugar, principios

5 Adolf Wagner, Les Fondements de Economie Politique, vol. I, 1904, pp. I a 8.

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económicos; era una aplicación a la economía de principios cuyo campo de aplicación se suponía mucho más amplio”

6 esta concepción tiene su base histórica principalmente en el siglo XVIII, que

presencia los comienzos de la Revolución Industrial, que se manifiesta por una gran multiplicación de pequeños talleres y empresas, una gradual liberalización del orden económico mediante la abolición de la servidumbre en las áreas rurales y la destrucción de los gremios artesanales en la ciudad y las restricciones impuestas a la nobleza y al monarca absoluto con el surgimiento de cuerpos legislativos representativos de la nueva clase burguesa en ascenso.

El concepto de riqueza contiene por lo tanto ciertas connotaciones derivadas, no obstante el tiempo transcurrido, de las circunstancias y del pensamiento de la época que le dio origen. La idea de riqueza se refiere, en efecto, a una situación potencial óptima que podría llegar a alcanzarse, o a la que se tendría como límite, si la sociedad se organizara de acuerdo con un orden individualista “natural”, de manera tal que nada obstaculizara un aprovechamiento óptimo de los recursos de que dispone. Esta afirmación se refiere unilateralmente a los recursos productivos disponibles, y a la instauración de un orden económico, social y político utópico o final que daría como resultado, por la mecánica natural de su funcionamiento, un estado o situación optima y máxima. La idea de desarrollo e centra, en cambio, en el proceso permanente y acumulativo de cambio y transformación de la estructura económica y social, en lugar de referirse a las condiciones que requiere el funcionamiento óptimo de un determinado sistema o mecanismo económico.

Evolución es una idea que tiene un origen y una connotación esencialmente biológicos, e implica la noción de secuencia natural de cambio, de mutación gradual y espontánea; de hecho, es un concepto derivado de las teorías evolucionistas (Lamarck, Lyell y sore todo Darwin) y coincide en cierto modo con la expansión de la economía capitalista durante el siglo XIX.

La concepción evolucionista del proceso económico es de fundamental importancia para la corriente de pensamiento económico neoclásico que se inicia después de 1870, y que se prolonga hasta nuestros días, pues justifica el método de análisis marginal del equilibrio general y parcial que caracteriza a esta escuela. Si el proceso de evolución económica se concibe como un proceso de mutación gradual, espontánea y continua, si como expresa el epígrafe de la obra cumbre de Alfred Marshall (1890)- natura non facil saltum – entonces dicho proceso puede examinarse en términos de variaciones infinitamente pequeñas de elementos parciales del sistema. Es la base y justificación del caeteris paribus, el supuesto que todo lo demás permanece constante cuando de altera una de las variables, pilar fundamental del instrumental analítico neoclásico parcial y general, micro y macroeconómico.

La idea de desarrollo no comparte la noción de naturalidad y espontaneidad que encierra la concepción evolucionista, ni la de mutación gradual y continua. Por el contrario, el desarrollo exige transformaciones profundas y deliberadas, cambios estructurales e institucionales, un proceso discontinuo de desequilibrios más que de equilibrio. Existe, pues, una discrepancia metodológica fundamental entre lo que requiere el análisis del desarrollo y lo que ofrece la teoría neoclásica.

Otro concepto muy estrechamente asociado al anterior en esta misma escuela de pensamiento es la noción de progreso desarrollada en la segunda mitad del siglo XVIII y que tuvo uno de sus mas caracterizados expositores en Condorat; se induce así una nota optimista y secularizadora; por otro lado está ligada directamente a la aplicación de la ciencia a las actividades productivas, a la incorporación

6 J.R Hicks, Essays in World Economics, Oxford University Press, Londres, 1959. p. XII

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de nuevas técnicas y métodos y, en general, ala modernización de las instituciones sociales y de las formas de vida. El auge del capitalismo en el siglo XIX estuvo estrechamente vinculado a este tipo de fenómenos; tanto es así, que la innovación técnica se concebía como la fuerza motriz del capitalismo y como un fenómeno inherente a la mecánica de este sistema. Permitía, por lo tanto, que en el plano teórico, los economistas neoclásicos se despreocuparan de las leyes de la dinámica del sistema, y concentraran su atención sobre el comportamiento de las unidades económicas individuales, y el papel que correspondía al los mercados y al sistema de preciso como instrumento de asignación de los recursos productivos y de las remuneraciones al os factores productivos.

El concepto de progreso que esta corriente presupone implícitamente en su visión optimista del desarrollo capitalista, es sin duda parte de la idea de desarrollo, puesto que ésta se refiere igualmente ala preocupación por el adelanto técnico y la aplicación de nuevos métodos para el mejor aprovechamiento del potencial productivo; pero no comparte con ella la misma visión optimista y automática que le permitía suponer que en el adelanto técnico residía la causa fundamental del avance económico. Se preocupa además seriamente por los efectos que el avance técnico tiene, desde el punto de vista de la capacidad de acumulación, sobre la distribución de ingresos y la asignación de recursos, aspectos un tanto ajenos a la idea de progreso.

Un concepto más reciente, asociado estrechamente a la teoría macroeconómica, es el de crecimiento. En cierto modo, es similar al concepto de evolución, por lo menos en lo que se refiere al aspecto de mutación gradual y continua que le es inherente; también incorpora el de progreso, en el sentido de acentuar la importancia fundamental de las innovaciones técnicas en el proceso de crecimiento. Sin embargo, como surge de teorías que tienen su origen en la preocupación por las dificultades que enfrenta el capitalismo maduro en las décadas de 1920 y 1930, no comparte la visión optimista de la expansión del capitalismo inherente a las nociones de evolución y progreso, propias de la escuela neoclásica. La teoría del crecimiento nace, en efecto, de la preocupación por las crisis y el desempleo, y la aparente tendencia al estancamiento del sistema capitalista. Tal problemática exige un análisis del comportamiento de conjunto del sistema económico, como lo hicieron los clásicos, y lleva a destacar la importancia de la acción deliberada de la política económica Para mantener un ritmo expansivo que asegure la ocupación plena.

La preocupación por el crecimiento del ingreso, de la capacidad productiva y de la ocupación, constituye evidentemente el núcleo esencial de la temática del desarrollo; pero su método de análisis macro dinámico esta esencialmente en la misma línea de las escuelas clásica y neoclásica. Por consiguiente en las teorías del crecimiento no aparecen las ideas de diferenciación del sistema productivo, de cambios institucionales, de dependencia externa y otras propias del desarrollo.

Desde el punto de vista de la teoría y del análisis del crecimiento, un país subdesarrollado se concibe como una situación de atraso, de desfase con respecto a situaciones más avanzadas; como si se tratara de una carrera en la cual unos están más adelantados y otros van quedando rezagados, pero donde todos compiten en una misma pista, persiguiendo una misma meta, con idénticas reglas de juego para todos y sin relaciones de ninguna especie entre los competidores. Los rankings de países en función de su ingreso por habitante constituyen la mejor ilustración gráfica de esta noción implícita en el enfoque del crecimiento.

Las nociones de subdesarrollo y desarrollo conducen a una apreciación muy diferente, pues según ellas las economías desarrolladas tienen una conformación estructural distinta de la que caracteriza a las subdesarrolladas, ya que la estructura de estas últimas es en medid significativa una resultante de las

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relaciones que existieron históricamente y perduran actualmente entre ambos grupos e países. Manteniendo el símil deportivo se trataría más bien de competidores de género diferente, que corren por pistas de diversas naturaleza, con objetivos disímiles y con distintas reglas de juego, pero impuestas en gran medida por uno de los grupos de competidores; en otras palabras, los mecanismos de acumulación, de avance tecnológico, de asignación de recursos, de repartición del ingreso, etc., son de diferente naturaleza en uno y otro caso; y existen vinculaciones entre los dos grupos que tienden a favorecer a uno de ellos en beneficio del otro.

El concepto de industrialización es en realidad, dentro de esta familia de nociones, el antecedente más inmediato del desarrollo económico. El desarrollo de la industria fue el aspecto más llamativo y dinámico tanto en los países avanzados como en los subdesarrollados, de manera tal que durante algún tiempo el desarrollo industrial se consideró incluso sinónimo de desarrollo económico. No es un proceso que se haya dado necesariamente y en forma espontánea, ni ha sido por lo general gradual ni armónico; se tradujo de hechos en la expansión acelerada de una parte del sistema económico y de esa manera impulsó un cambio estructural en dicho sistema.

La noción de industrialización, concebida como un proceso deliberado, tiene antecedentes muy antiguos. Nace generalmente como resultado del atraso relativo de determinados países frente a otros que han avanzado sustancialmente en el proceso de industrialización, y postula una política proteccionista frente a las potencias industriales. Es el caso de Estados Unidos, a mediados del siglo pasado y, posteriormente, de Alemania y de Japón frente al crecimiento y expansión geográfica del potencial industrial de Inglaterra. Tiene sus exponentes principales en Hmailton

7 en Estados Unidos,

en List8 y en la escuela histórica alemana.

En el siglo XX el retraso en la evolución del capitalismo en Rusia, y la revolución política registrada en ese país, posibilitan la creación de una economía socialista planificada, dedicada fundamentalmente a la organización acelerada de una economía industrial. Marx y Lenin –sobre todo este último– son los principales exponentes del pensamiento económico que se percibe detrás de estos esfuerzos por constituirse en una potencia industrial moderna.

El atraso de Alemania e Italia en su desarrollo industrial frente a las demás potencias europeas – consecuencia en parte de la primera guerra mundial y del periodo de desajuste económico posterior- impulsa a los regímenes nazi y fascista respectivamente, a estimular en forma considerable la industria, tanto para convertirse en potencias bélicas como para lograr un elevado grado de autosuficiencia.

En América Latina, como ya antes se señaló, la década de 1930 es también un período de importantes esfuerzos en materia de industrialización. La base histórica de esta política es la necesidad de diversificar la economía de la región para superar la dependencia externa; constituyó su impulso más inmediato la crisis de 1930, que induce a los países más importantes del área a un proceso acelerado de sustitución de productos manufacturados de importación. Las políticas anticíclicas y proteccionistas de países industriales, así como la influencia ideológica del socialismo, del new deal, el fascismo y el nazismo, influyen considerablemente sobre las medidas de industrialización que se adoptan en América Latina.

7 Alexander Hamilton, Works, H.C Lodge, Nueva Cork, 12 vols., 1904.

8 Federico List, Economía Nacional, trad. Castellana y prólogo de Manuel Sánchez Sarto, Fondo de Cultura Económica, México, 1942

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En un hecho histórico irrefutable que las sociedades donde se alcanzaron niveles de vida y de confort mas elevados y un mejoramiento de las oportunidades sociales, son las que atravesaron por una gran expansión de su actividad manufacturera, una Revolución Industrial y la consiguiente transformación integral de su vida social. Sólo un pequeño número de países y una escasa proporción de la población mundial han experimentado ese proceso y alcanzado niveles elevados de vida. En constaste, más de la mitad de la población mundial se debate en medio de una miseria similar o peor aún de la que prebélica en Europa hace doscientos años. Y sin embargo, en medio de esa miseria, en los sectores vinculados directa o indirectamente a las actividades exportadoras o industriales de los países subdesarrollados -prolongaciones ambas de la Revolución Industrial en las economías periféricas- algunos grupos sociales alcanzan niveles de vida similares o más elevados que en los propios países industriales. Esto se refleja en una aguda desigualdad en la distribución del ingreso personal, en pequeños islotes sociales y regionales de gran riqueza en medio de un mar de extrema pobreza; se ha estimado que el ingreso medio del 5 por ciento de la población de más altos ingresos es 20 veces mayor que el ingreso medio del 50 por ciento de la población de menores ingresos en América Latina.9 Lo anterior revela que la Revolución industrial produjo efectos pronunciadamente desiguales no sólo entre los países donde se originó y aquellos a los que se propagó, sino incluso, en el caso de estos últimos, entre las regiones los sectores económicos y sociales vinculados a las economías industriales céntricas y el resto del sistema. La Revolución Industrial y la naturaleza asimétrica de sus efectos, constituyen con toda evidencia una de las cuestiones centrales de la temática del subdesarrollo. En efecto, para llegar a comprenderla en toda su complejidad y consecuencias conviene efectuar un estudio de la Devolución Industrial, tanto en su fase de gestación y desarrollo inicial en Inglaterra, entre 1750 y 1850 aproximadamente, como en su fase de propagación a todas las áreas del mundo; durante esta última se gestaron por una parte las condiciones que permitieron a otro pequeño grupo de países –Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda –llegar a niveles de vida muy elevados y aun desarrollo muy avanzado, mientras la gran mayoría, por otra, adquiría la conformación característica del subdesarrollo.

10

En todo caso, el criterio de identificar la industrialización con el desarrollo y los elevados niveles de vida, caramente perceptibles en la realidad histórica moderna, llevó a los países subdesarrollados, luego de la segunda guerra mundial, a insistir sobre políticas deliberadas de avance industrial. Por entonces se tendió a asimilar con demasiada facilidad la industrialización al desarrollo. Aunque cada día parece más evidente que no es estrictamente correcto, no deja de ser cierto que el progreso industrial, en mayor o menor medida, siempre estuvo asociado al desarrollo económico, y que también lo estuvieron, a mediano o a largo plazo, algunas de sus secuelas típicas: la urbanización, la monetización de las transacciones económicas, el trabajo asalariado, la sindicación, la seguridad social, la mayor independencia individual dentro de la sociedad, la reducción en el tamaño de las familias, el trabajo femenino remunerado, la elevación de los niveles de vida, las mayores oportunidades sociales, económicas y políticas, etcétera.

Muchos países de América Latina cuentan ya con una experiencia de más de tres décadas de una política de desarrollo basada fundamentalmente en la industrialización; a lo largo de este período, se presentaron muchas de las secuelas típicas del proceso que se acaban de enumerar. También es cierto que se lograron tasas de crecimiento de ingresos por habitante relativamente elevadas en algunos países; no obstante, la distancia que separa el nivel medio de vida del habitante latinoamericano de los 9 CEPAL, El desarrollo económico de América Latina en la posguerra, Nueva Cork, noviembre, 1963, p.55 y cuadro 54. 10 El análisis pormenorizado del proceso originario de la Revolución Industrial y de su propagación internacional, con efectos tan disímiles en uno y otro

grupo de países , se actúa en la parte II de este libro.

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predominantes en los países avanzados, no parece haberse reducido, y hasta es posible que se haya distanciado.11 sin embargo, esta comparación, de suyo significa, no es la que más interesa.

Los resultados del esfuerzo realizado durante las últimas décadas deben analizarse a la luz de los problemas que se pretendían superar con el esfuerzo de desarrollo industrial. La industrialización ha significado, sin lugar a dudas, una diversificación muy importante de la estructura productiva; sin embargo, nos se obtuvo el efecto esperado de esta diversificación en cuanto a reducir la dependencia externa de las economías Latinoamérica, y tampoco se logró obtener a través de este cambio estructural una capacidad de crecimiento auto sostenido. El hecho es que durante la última década, cuando las condiciones del mercado internacional de productos básicos dejaron de ser favorables a América Latina, las economías de la región han venido reduciendo su ritmo de crecimiento hasta niveles apenas superiores al crecimiento de la población. Por otra parte, si bien los niveles medios de vida han experimentado incrementos sustanciales en muchos países, no es menos cierto que las condiciones de vida de la gran mayoría de la población continúan siendo extremadamente precarias. En realidad, el proceso de industrialización no consiguió, directamente ni a través de sus efectos indirectos, proporcionar niveles de vida razonables para amplios sectores de la población. Los indicadores de la distribución del ingreso revelan que no se produjeron cambios importantes, por lo menos durante la última década. Los índices de las condiciones sociales de la población, por su parte continúan acusando deficiencias abismales en materia de nutrición, consumo de manufacturas básicas, salud, vivienda y educación. La especialización de las economías latinoamericanas en la exportación de unos pocos productos básicos continúa siendo la característica fundamental de su comercio exterior.

Estos hechos, que se vienen reconociendo en forma creciente, han puesto en duda la esperanza de que el proceso reindustrialización tuviera como consecuencia un rápido y generalizado mejoramiento de las condiciones de vida.12 Y por otro lado originaron respuestas de tipo pragmático : se intensificaron los esfuerzos de desarrollo “social”, acentuándose la orientación de los recursos hacia áreas como vivienda, salud y educación, para procurar una mejora directa de las condiciones de vida de la población a través de la expansión de esos servicios; acentuándose también la preocupación por el crecimiento demográfico; se da una nueva importancia al logro de la modernización ya la aumento de la productividad, así como a las condiciones de vida den las áreas rurales; se trata de impulsar la planificación, y se procura ampliar los programas de cooperación internacional.

Por otra parte, también surgen respuestas intelectuales. Así en el mundo académico, que permaneció durante largo tiempo poco menos que insensible ante los problemas de subdesarrollo, se intensifican las investigaciones sobre estos temas proliferan las instituciones interesadas tanto en los países centrales como en los periféricos. Se fueron desarrollando así interpretaciones y teorías acerca de la problemática plantada; por ello es conveniente analizar los enfoques que ahora se utilizan y las posiciones que se adoptan en materia de política del desarrollo.

3. ENFOQUES ACTUALES

El análisis de conceptos históricamente equivalentes al de desarrollo económico permitió observar cómo cada uno de ellos refleja, en realidad, una corriente de pensamiento. Muestra al mismo tiempo cómo se asocian tanto a la problemática concreta que cada corriente trata de expresar, como al

11 L. J. Zimmerman, Países pobres, Países ricos, trad. de Francisco González Aramburu, siglo XXI Editores, México, 1966, cap. II.

12 Osvaldo Sunkel, “El trasfondo estructural de los problemas del desarrollo latinoamericano”, en El Trimestre Económico, México, enero-marzo , 1967,

núm.133.

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trasfondo filosófico y cultural dentro del cual se desarrolló la misma. Este enfoque filosófico general y la percepción de su marco cultural, podría denominarse “visión”; y en ésta convendría destacar dos aspectos: el ideológico y el metodológico.

Toda corriente de pensamiento, en efecto, implica una visión del deber ser, una aspiración, un elemento prospectivo; en suma, una ideología. Y por otra parte llega a conclusiones por el empelo de determinado método de análisis. Por consiguiente, si se desea realizar un estudio de los principales enfoques actuales del desarrollo será necesario examinar dichas posiciones desde un punto de vista ideológico y también metodológico, indispensable para definir cada posición en cuanto a los objetivos, metas y aspiraciones que se supone deberá satisfacer el desarrollo; es decir, el desarrollo concebido en su sentido ideológico o prospectivo. Y para lograrlo deberá tenerse una perfecta claridad respecto del método analítico a utilizar en el examen del desarrollo.

La circunstancia de que no se realice este tipo de análisis o se descuiden estos aspectos, no implica ausencia de una posición ideológica y metodológica frente a estos problemas. Como ya se ha visto, la admisión de cualquier concepto implica necesariamente adoptar una determinada posición. Y la única forma de que ésta adquiera verdadera seriedad y objetividad es admitirla de modo explicito, para así poder escoger en forma perfectamente consciente la ideología el método que corresponden a la posición adoptada por cada observador. Colocarse en una posición presuntamente “neutral”, negándose a precisarla, no lleva a una mayor objetividad sino, por el contrario, puede conducir a aceptar, de manera acrílica o inconsciente, las posiciones implícitas en alguna de esas corrientes del pensamiento existentes.13

Desde el puntote vista antes enunciado, parece pues conveniente clasificar en tres las principales tendencias entre las que preocupan actualmente del desarrollo, las que lo conciben como crecimiento, las que lo perciben como un estado o etapa, y las que enfocan el desarrollo como un proceso de cambio estructural global.

a) El desarrollo como Crecimiento

Los autores que conciben el fenómeno del desarrollo como un proceso de crecimiento, suelen definir el nivel de desarrollo en términos de ingreso por habitante, y el proceso de desarrollo en términos de tasa de crecimiento. El ingreso por habitante es para esta escuela el indicador, o medida, más adecuado para definir el nivel y ritmo de desarrollo. Este mismo criterio lleva también a establecer nóminas de países ordenados según su nivel de ingresos medio por habitante, de donde se deduce en seguida que aquellos que están por encima de cierto límite arbitrariamente escogido serán considerados países desarrollados, y poco desarrollados los que están por debajo del mismo.

Quienes comparten esta idea han estado, por lo general, muy influenciados por las modernas teorías macrodinámicas, corriente anglosajona derivada fundamentalmente de Keynes, a la que ya se hizo antes referencia y se analiza detalladamente en la parte III. Este notable economista, que vivió en medio de una profunda y prolongada depresión económica, una de cuyas manifestaciones era un desempleo masivo sin precedentes sin precedentes, veía la realidad de su época en función de la necesidad de superarlo.1414 Pone el acento, por consiguiente, sobre la influencia que podría tener una política de gastos públicos compensatorios para poner en movimiento un sistema económico, algunas

13 Este tema se desarrollo in extenso en el capítulo I de la parte III. 14 Véase parte III, capítulo V, “El pensamiento Keynesiano”.

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de cuyas características principales era la desocupación de recursos humanos y la capacidad productiva ociosa . Como su análisis es a corto plazo, Keynes no considera el efecto de la inversión sobre la capacidad productiva; por lo demás,, el ciclo tenía precisamente como consecuencia dejar ociosa una considerable proporción de la capacidad productiva instalada. Sin embargo, cuando se analizan las características del ciclo económico y sus efectos a largo plaza, el sistema parece presentar una tendencia a ahorrar que excede los estímulos a invertir, de manera tal que el nivel de gasto tiende a ser inferior al necesario para obtener un estado de ocupación plena de los factores productivos. Algunos autores posteriores comenzaron a preocuparse del vínculo que podría existir entre los estímulos a la inversión, el crecimiento del ingreso y la ocupación: Domar observó, en efecto, que si las inversiones de mantienen estacionarias, no se agrega demanda efectiva adicional; en tanto que, simultáneamente, dichas inversiones generan capacidad productiva adicional, creándose así un desequilibrio entre demandas y ofertas globales. En otras palabra, para que exista una expansión de la demanda efectiva es indispensable que la inversión de cada período sea mayor que la del período anterior; sólo un incremento de inversión genera incrementos de la demanda efectiva. En cambio, cualquier nivel de inversión, mayor o menor que en años precedentes, constituye una ampliación de la capacidad productiva.15 En consecuencia, una economía debe mantener una tasa creciente de inversión para evitar una tendencia al desempleo a largo plazo y debe alcanzar un nivel determinado para que el crecimiento de la inversión posibilite adiciones de capital productiva e incrementos de la demanda efectiva coincidentes, de tal modo que no se produzcan presiones inflacionarias o deflacionarias. La preocupación fundamental de la teoría del crecimiento de centra por ello sobre la influencia que tienen la inversión sobre el crecimiento del ingreso, el equilibrio dinámico y la ocupación.

No obstante el origen tan preciso y particular de las teorías del crecimiento y la absoluta carencia de preocupaciones sobre el desarrollo, esta corriente de ideas ha ejercido gran influencia sobre el análisis y las políticas de desarrollo. Ello se debió en gran parte al acento que pone sobre la inversión, y esto permite asociarla fácilmente con la escasez de capitales considerada comúnmente como el problema básico de los países subdesarrollados; en efecto, la teoría del crecimiento constituye de este modo una explicación del nivel de subdesarrollo y de la lentitud del proceso de desarrollo debido a la falta de capitales. Por otra parte, las teorías del crecimiento asignaron un papel fundamental al Estado en la política económica, ya sea para que estimule las inversiones privadas o realice nuevas inversiones públicas, o para que mantenga, en general, un nivel de gastos públicos elevados, según la situación de la demanda efectiva. Esta nueva concepción del papel del estado tuvo importancia para justificar la ampliación de las actividades y funciones del sector público en las economías subdesarrolladas. Finalmente, el método macroeconómico utilizado por la teoría del crecimiento representó un avance considerable sobre el microeconómico, pues permitió destacar, dentro de una visión dinámica y de conjunto de sistema económico, algunas de las cuestiones centrales del desarrollo: el nivel comparativo de ingresos, el ritmo de crecimiento, el papel del sector público, etc.

Numerosos son los autores que adoptan como punto de partida las teorías del crecimiento para analizar aspectos del desarrollo y casi todos ellos centran su atención sobre cuestiones relacionadas con la inversión; temas tales como determinar la tasa de inversión, el financiamiento externo, los criterios de prioridad en la asignación de recursos, la movilización de los ahorros internos, etc., constituyen la preocupación fundamental de quienes piensan en el desarrollo como si fuera un problema de crecimiento.

15 Véase ,ás adelante el capítulo V de la tercera parte, sobre el pensamiento Keynesiano y los modelos de Ardo y Domar.

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Por cierto que este tipo de pensamiento tiene una influencia muy decisiva sobre los modelos que se utilizan para la elaboración de planes en los países subdesarrollados. Estos planes llaman sistemáticamente la atención sobre la necesidad de incrementar las inversiones y distribuirlas de cierta manera para lograr un determinado ritmo de crecimiento del ingreso por habitante. Se destaca la elaboración de proyectos y programas concebidos como esfuerzo de inversión y de aumento de la producción, y la obtención de recursos financieros tanto internos como externos para solventar el mayor nivel de inversión. En estos planes, y en toda la bibliografía vinculada a esta concepción, prácticamente se ignoran los aspectos relacionados con la productividad de las inversiones, las condiciones institucionales, sociales, políticas y culturales que influyen sobre el efecto y el grada de utilización de la capacidad productiva de los recursos humanos y de los naturales, así como las consecuencias de dicha inversiones sobre las condiciones de vida de la población, la distribución del ingreso, la concentración regional de la actividad económica etc.

Tampoco se procura precisar las consecuencias que tendrá el aumento de las inversiones sobre la estructura económica, política y social. Se admite, en efecto, que hay un sistema económico que funcional tal como lo suponen la teoría neoclásica y Keynesiana. El problema de estos países aparece así reducido casi enteramente al de una mayor capacidad de acumulación, y su desarrollo quedaría asegurado con la elevación de las tasas de ahorro e inversión.

Cuando dicho pronóstico implícito no se cumple, como ocurre con mucha frecuencia, ello se atribuye a que el sistema económico es, en algún sentido, “anormal”, o se pretende que presenta desviaciones con respecto a cómo debería ser el sistema. La reacción del economista frente a dicha situación tiende a atribuir tales problemas, institucionales o políticos, a la falta de liderazgo, cuando no a situaciones vinculadas a actitudes y valores, cuestiones todas que escapan al ámbito del economista y, por consiguiente, no le corresponde considerarla.

Esto implica una posición metodológica similar a la que aparece en las escuelas clásicas y neoclásicas, es decir, el mismo tipo de mecanicismo que concibe al sistema económico en términos de determinadas fuerzas que producen ciertos equilibrios a través de mercado, que funcionan total o parcialmente en forma libre y permiten que se efectúen dichos procesos de ajuste. Si surgen razones de tipo institucional, y otras, que obstaculizan el funcionamiento del mecanismo económico, o que distorsionen sus efectos, entonces ya nos de trataría de un problema económico y por consiguiente debe ser transferido al ámbito política.

Por otra parte, el problema del subdesarrollo se enfoca como un proceso de perfeccionamiento desde formas primitivas de actividad del sistema económico hacia formas más modernas y perfectas, como las que idealmente existen en los países desarrollados. Desde el punto de vista prospectivo o ideológico esta corriente admite en realidad que el objetivo del desarrollo es llegar a tener el mismo tipo de sistema económico, social y político que el existente en los países de alto grado de desarrollo, es decir, implícitamente, consiste en concebir el desarrollo como un proceso de avance hacia el capitalismo maduro.

En síntesis, quienes consideran el desarrollo como un proceso de crecimiento, lo encaran tácitamente a partir de una teoría desarrollada y perfeccionada acorde con los requisitos ideológicos y metodológicos de economías capitalistas avanzadas. Pero como existe evidentemente una relación entre inversión y crecimiento (macroeconómico) y entre “eficiencia” y crecimiento (microeconomía) en todo sistema económico, parecería que dicha teoría es también adecuada para interpretar la problemática del subdesarrollo. Se parte, en consecuencia, de un modelo o teoría abstraída de cierta realidad, con

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determinadas preocupaciones e ideales, y luego se trata de percibir la realidad del subdesarrollo a la luz de aquella teoría.

b) El subdesarrollo como etapa

En contraste con la noción del desarrollo como crecimiento, que es un enfoque enteramente deductivo, hay otra corriente de pensamiento que, sin apartarse demasiado de su contenido ideológico y metodológico, procede en cierto sentido en forma inversa, es decir, adopta la vía inductiva. Se trata de autores que observaron objetivamente las características que, con frecuencia, presentan los economistas subdesarrolladas y han centrado luego su atención con preferencia sobre alguna de ellas, convirtiéndola en seguida en el pilar de su interpretación del subdesarrollo y en la base de su estrategia de desarrollo.

Se ha señalado, por ejemplo, que se trataría de economías donde existe un excedente generalizado de mano de obra (W. Arthur Lewis); países cuya estructura productiva se encuentra escasamente diversificada (Colin Clark); poblaciones que carecen de las actitudes, motivaciones, valores y rasgos de personalidad que permiten desarrollar la iniciativa y el “logro” personal (Mc Clelland, Hagen); una situación de mercados insuficientes derivada de la escasa productividad prevaleciente cuando falta capital (“el circulo vicioso de la pobreza” de Rosenstein-Rodan y Nurkse); falta de capacidad para tomar decisiones de inversión aun cuando existen oportunidades y recursos (Hirschman); tasas muy aceleradas de crecimiento demográfico que implica poco o ningún ahorro neto disponible para acelerar el proceso de acumulación productiva (Leibenstein, Nelson), etc.

Partiendo de una de estas caracterizaciones del subdesarrollo, concebida como “el” problema del subdesarrollo, se elaboraron teorías que explican el estado o etapa de subdesarrollo; y de estas teorías, a su vez, se extraen las correspondientes conclusiones respecto de la política a seguir. Nurkse, por ejemplo, partiendo de la observación de Lewis sobre el excedente de mano de obra y de la de Rosenstein-Rodan sobre la necesidad de un esfuerzo masivo y simultáneo de inversiones que permita aprovechar las economías externas y crear un mercado para impulsar el desarrollo, liga ambos fenómenos para demostrar como dicho esfuerzo masivo de inversiones puede realizarse aprovechando el excedente de recursos humanos y siguiendo una política de desarrollo equilibrada, a fin de forzar decisiones que de otro modo no se tomarían, etc.

A este mismo cuerpo de teorías parciales del subdesarrollo, concebidas como explicaciones de una etapa o situación particular, corresponden también algunos esfuerzos de generalización, como la teoría del dualismo psicológico de Boeke, y los enfoques de Rostw y de Germani, que conciben el desarrollo como una secuencia de etapas históricas que son, por lo general, las mismas que pueden observarse en la evolución de los países actualmente desarrollados. Se parte de ciertas características, o de algún rasgo particular, de sociedades llamadas primitivas, tradicionales, duales o subdesarrolladas, para demostrar, o más bien para señalar descriptivamente, cómo a través de diversas etapas de superación de esas formas primitivas, tradicionales o precarias de la estructura social, y de un cambio de actitudes, de valores y de políticas se puede llegar a la sociedad moderna, equivalente a la de los países desarrollados e industrializados.

Este tipo de enfoque ha suscitado también numerosos esfuerzos políticos recientes en materia de desarrollo, concebidos todos como esfuerzos de modernización. Tratase de programas como el desarrollo de la comunidad, la nacionalización de la administración pública, los esfuerzos por introducir la preocupación por la productividad en la empresa y, en general, el hincapié en la

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racionalización o modernización en el sentido de los valores, actitudes, instituciones y organizaciones de las sociedades desarrolladas.

En los autores que siguen estas formas de análisis de los problemas del desarrollo, se observa, en general, que este proceso es concebido como una sucesión de etapas que se recorren desde las más primitivas o tradicional a la más desarrollada o moderna, pasando por varios niveles o estadios intermedios que tienen determinadas características. Se podría afirmar entonces que la nota común de estos autores en cuanto a método es, por una parte, la aplicación de estas secuencia descriptiva como forma de analizar el proceso de desarrollo, y por la otra, el carácter parcial de las teorías, en el sentido de asignar el carácter de variable causal básica a una de las características del subdesarrollo. En cuanto al contenido ideológico subyacente en esta escuela, se trata también, como en el caso anterior, de concebir el desarrollo de las sociedades subdesarrolladas como el camino hacia el tipo de sociedad que se concibe, implícita o explícitamente, como ejemplo o ideal: la moderna sociedad industrial.

El enfoque anterior, que permite lo que podría denominarse “teorías del subdesarrollo”, representa de todos modos un avance considerable con respecto al enfoque del desarrollo como crecimiento, puesto que incorpora al análisis – como elemento central- algunas características destacadas de las economías subdesarrolladas. Además, no se limita a los aspectos económicos sino que considera igualmente los de orden institucional y social como variables importantes en el análisis, sin embargo, cuando se exagera la preponderancia de alguna de las características del subdesarrollo en detrimento de las restantes, y se trata aisladamente la variable escogida como elemento causal unívoco del proceso, se caen en una visión parcial y mecanicista, que si bien puede iluminar algunas facetas del fenómeno, no logra integrarse como un elemento de la explicación del proceso en su conjunto.

Por la misma razón las explicaciones del tipo “sucesión de etapas – en cada una de las cuales prevalece una de las características del fenómeno- resultan descriptivas y sin capacidad analítica para explicar el paso de una etapa a otra, es decir, el proceso de cambio estructural.1616

c) El desarrollo como un proceso de cambio estructural global

Muchos países de América Latina vienen realizando desde hace varias décadas esfuerzos importantes de mejoramiento económico y social; se avanzó considerablemente en materia de industrialización, así como también en la realización de inversiones de infraestructura. Se hicieron progresos importantes en materia de planificación, y se llevaron a cabo amplias actividades de racionalización y de modernización en la administración pública, en el sector empresarial, en ciertas áreas rurales, en los servicios sociales. Además fueron considerables las inversiones para la expansión de los servicios educativos, de salud y vivienda.

No obstante, es de todos conocido que en estos países no se llegó todavía a un proceso de crecimiento acumulativo y acelerado; además siguen prevaleciendo muchas de las características que en la discusión inicial de la problemática del desarrollo se consideraron como aspectos esenciales del subdesarrollo, tales como la dependencia externa, la desigualdad económica, social y cultural, la falta de participación social de grupos significativos, la inseguridad y desigualdad de oportunidades, etc. Aparte de esta realidad, y no obstante los esfuerzos realizados, también se viene observado en la última

16 Una buena síntesis del conjunto de teorías que conciben el desarrollo como una etapa o sucesión de etapas, y que Higgins denomina “teorías del

subdesarrollo”, puede encontrarse en B. Higgins, Economic Development, Problems and Policies, Norton, Nueva Cork, 1959, parte 4.

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década una tendencia hacia el estancamiento del proceso del industrialización y crecimiento de los países latinoamericanos.1717

Acentúese así en años recientes un esfuerzo de crítica con respecto a los supuestos de los modelos y teorías analíticas en uso. Se avanzó en el conocimiento de la realidad latinoamericana, apreciándose cada vez mejor sus desviaciones con respecto a los supuestos de las teorías que informaban las políticas seguidas. Este ha sido particularmente el caso de la crítica de los programas de estabilización aplicados en diversos países de la región durante la última década. Se acentuó el hincapié sobre los aspectos estructurales de las economías latinoamericanas, entendiendo por ello principalmente el legado de instituciones económicas, sociales, políticas y culturales heredadas de períodos históricos anteriores, procurando concebir su evolución no sólo en términos de una unidad política y geográfica aislada, sino con consideración explícita del contexto internacional en que se originaron.

Concretamente se ha señalado que los esfuerzos de inversión y de industrialización, por ejemplo, no logran los efectos esperados, o deseados, cuando prevalecen en algunos sectores de la economía, como en la agricultura, estructuras e instituciones que dificultan el avance tecnológico, el mejoramiento de la productividad y la utilización eficiente de los recursos, y que tienden a agudizar la concentración de ingresos y la desigualdad de oportunidades. Se ha observado igualmente que los sistemas educacionales no están orientados hacia la formación de mano de obra calificada que pueda participar adecuadamente en el proceso productivo. Por otro lado, también se ha insistido sobre el hecho de que la forma característica que ha tomado el sistema tributario de nuestros países no permite que se haga, a través de la política fiscal, una contribución sustancial al mejoramiento de la distribución del ingreso. Ante el éxito relativamente escaso de los esfuerzos realizados desde el punto de vista del cambio estructural y el mejor conocimiento que se tiene sobre estos y otros aspectos de la estructura económica e institucional de nuestras economías y sociedades, se ha venido insistiendo cada vez más en la necesidad de transformaciones profundas, de reformas estructurales, que permitan que el funcionamiento y expansión del sistema económico produzca como resultado un proceso más dinámico y más justo. A través de la obra realizada principalmente pro la CEPAL y por diversos autores individuales vinculados en una u otra forma a esta institución, se ha llegado a identificar así en los últimos años una corriente de pensamiento latinoamericano sobre estos asuntos, denominada “estructuralista”. Esta pone el acento de la política de desarrollo sobre un conjunto de reformas estructurales, en la función del Estado como orientador, promotor y planificador, y en una reforma y ampliación sustancial de las modalidades de financiamiento externo y del comercio internacional. Esta corriente de ideas tuvo probablemente su culminación política en 1961, en la Carta de Punta del Este y en la concepción inicial – y nunca realizada- en la alianza para el Progreso. En esa ocasión, en efecto, los gobiernos latinoamericanos, dentro de un nuevo esquema de cooperación internacional multilateral con Estados Unidos, expresaron su decisión de impulsar y realizar ese conjunto de políticas, utilizando la planificación como instrumento para plasmarlas en la realidad.

Se ha hecho evidente en los últimos años que los propósitos, tanto internos como internacionales, planteados en esa ocasión ni siquiera han sido emprendidos, lo fueron en forma muy superficial y tímida, o cuando se llevaron adelante no brindaron resultados satisfactorios. Muchos países, incluso, han abandonado explícitamente su adhesión formal al os postulados entonces afirmados, y parece cada vez más notorio que las políticas de reforma estructural, así como los esfuerzos de planificación que

17 CEPAL, El desarrollo económico de América Latina en la posguerra, Naciones Unidas, Nueva Cork, 1963.

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habían estado vigentes en América Latina en años recientes pierden impulso y no loran traducirse en realidades políticas concretas y eficaces.

En los últimos años, y como consecuencia de una cierta frustración de las políticas de desarrollo nacionales y de la cooperación internacional, los especialistas han llegado a una percepción cada vez más clara de que ese conjunto de políticas y de medidas fueron esbozadas a partir de modelos demasiado simplistas y unilaterales. Por ejemplo, no había una concepción de estrategia política que tomara debidamente en cuenta las fuerzas con las cuales se podía contar para llevarlas a cabo, así como los grupos que presumiblemente se opondrían a ellas; tampoco se percibía claramente la naturaleza estratégica de las vinculaciones económicas sociales, políticas y culturales externas. La percepción de estas formas de interinfluencias internas y externas evidentes entre las condiciones políticas y económicas, que se expresan concretamente por las características estructurales de una sociedad, ha impulsado a algunos a pensar en la necesidad e estudiar las orgánicamente con una visión de totalidad que incluya no sólo los elementos económicos e institucionales que se refieren de manera directa a tales aspectos, sino que considere todos los demás factores nacionales e internacionales vinculados a la estructura social y política que tienen una influencia decisiva sobre la forma de actuar del Estad y de la

sociedad den su conjunto.18

Por otra parte, todo esto llevó a una posición autocrítica a la propia escuela estructuralista, la que se plantea tanto al nivel metodológico como al ideológico. Se comprendió que el estructuralismo no examinaba la realidad latinoamericana como una totalidad que se explica a sí misma como producto de su evolución histórica, sino que la contrastaba con los supuestos de los modelos de crecimiento o de las teorías parciales del subdesarrollo. De hecho, en el análisis que sustentaba la planificación, la integración económica, las reformas estructurales y de las demás proposiciones de la política de desarrollo, se recaía en el empleo del propio método analítica que, por otro lado, se criticaba en sus supuestos fundamentales.

Lo anterior plantea la tarea de definir un método satisfactorio para examinar la realidad del desarrollo latinoamericano, cuyas exigencias deben consistir en enfocarla desde un punto de vista estructural, histórico y totalizante, y más preocupado por el análisis y la explicación que por la descripción, esto es, no se trata de descubrir la evolución de las economías y de las sociedades latinoamericanas por etapas y como entidades aisladas, ajenas a las relaciones internacionales, sino más bien de explicar dicho proceso de cambio incorporando todas las variables socioeconómicas internas y externas que se consideren pertinentes, formuladas en función de un esquema analítica explícito.

Un esquema analítico adecuado para el estudio del desarrollo y del subdesarrollo debe reposar por consiguiente, sobre las nociones de proceso, de estructura, y de sistema. No se admite que el subdesarrollo sea un “momento” en la evolución continua (enfoque del desarrollo como crecimiento) o discontinua (enfoque del desarrollo como sucesión de etapas) de una sociedad económica, política y culturalmente aislada y autónoma; por el contrario, se postula basándose sobre la observación histórica sistemática

19, que el subdesarrollo es parte del proceso histórico global de desarrollo, que tanto el

subdesarrollo como el desarrollo son dos caras de un mismo proceso histórico universal; que ambos procesos son históricamente simultáneos; que están vinculados funcionalmente, es decir, que

18 Las implicaciones político-institucionales de algunas de las estratefials del desarrollo más pupulares (Nurkse, Rosentein-Rodan, Hirschman, Lexis) se

analizan en W.F. Illchman, y R. C. Bhargava, “Balanced Thougth and Economic Growth,”, en Economic Development and Cultural Change, The University of Chicago Press, University of Chicago, núm.4, julio de 1966.

19 Véase parte II y parte IV.

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interactúan y se condicionan mutuamente y que su expresión geográfica concreta se observa en dos grandes dualismos: por una parte, la división del mundo entre los estados nacionales industriales, avanzados, desarrollados, “centros”, y los estados nacionales subdesarrollados, atrasados, pobres, periféricos, dependientes; y por la otra, la división dentro de los estados nacionales en áreas, grupos sociales y actividades avanzadas y modernas y en áreas, grupos y actividades atrasadas, primitivas y dependientes.

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El desarrollo y el subdesarrollo pueden comprenderse, entonces, como estructuras parciales, pero interdependientes, que conforman un sistema único. La característica principal que diferencia ambas estructuras es que la desarrollada, en virtud de su capacidad endógena de crecimiento, es la dominante, y la subdesarrollada, dado el carácter inducido de su dinámica, es dependiente; y esto se aplica tanto entre países como dentro de un país.

El problema fundamental del desarrollo de una estructura subdesarrollada aparece así como la necesidad de superar su estado de dependencia, trasformar su estructura para obtener una mayor capacidad autónoma de crecimiento y una reorientación de su sistema económico que permita satisfacer los objetivos de la respectiva sociedad. En otros términos, el desarrollo de una unidad política y geográfica nacional significa lograr una creciente eficiencia en la manipulación creadora de su medio ambiente natural, tecnológico, cultural y social, así como de sus reacciones con otras unidades políticas y geográficas.21

El planteamiento anterior implica una reorientación de la política de desarrollo tanto en lo interno como en las relaciones internacionales; para se eficaces y permanentes los reordenamientos de esta naturaleza, sólo pueden basarse en la participación social, política y cultural activa de nuevos grupos sociales antes excluidos o marginados, y esa participación debe hacerse presente tanto en la formulación de los objetivos de la sociedad como en la tarea de alcanzarlos. Se trata, en último término, de procesos en los cuales nuevos grupos sociales, que fueron “objeto” del desarrollo, pasan a ser “sujeto” de este proceso.

En nuestros países, sólo grupos minoritarios participan y se benefician de los esfuerzos de desarrollo, a veces muy importante, que se han llevado a cabo, y esto cuando los sectores marginados creen en número absoluto y a veces incluso en proporción relativa. El desarrollo, por el contrario, ha sido conseguido generalmente mediante un proceso intencionado donde algunos de los grupos socioeconómicos, hasta entonces marginados, han participado en forma creciente, tanto en la definición de los objetivos como en las tareas concretas y en los beneficios del proceso. Como las posibilidades de acción social están condicionadas en forma importante por la naturaleza de las vinculaciones externas económicas, políticas, tecnológicas y culturales, 22 el grado de participación se relaciona directamente a la dependencia, pues de supone que a un mayor grado de participación social y política –formal o no – corresponde un mayor gado de autonomía nacional. Por este motivo la definición de desarrollo destaca explícitamente el grado de control que el Estado-nación tiene sobre esas influencias externas tan significativas.

20 Un enfoque de este tipo queda sugerido en un brillante aunque poco conocido ensayo de J.R. Hicks, “nacional Economic Development in the Internacional Setting”, en Essays in World Economic, Oxford University Press, Londres, 1959, p. 161.

21 Esta definición constituye una elaboración ampliación de la utilización por N. Girvan y O. Jefferson, “Los ordenamientos institucionales y la integración económica del Carive y de Latinoameica”, en Desarrollo Económico, octubre-diciembre de 1967, Buenos Aires, pp. 329-331

22 H. Myint, “An Interpretation of Economic Backwardness”, en Oxford Economic Papersp, núm. 2, junio 1954, pp. 150-151

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Por otra parte, esta forma de concebir el desarrollo pone el acento en la acción, en los instrumentos del poder político y en las propias estructuras del poder; y éstas son, en último término, las que explican la orientación, eficacia, intensidad y naturaleza de la manipulación social interna y externa de la cultura, los recursos productivos, la técnica y los grupos sociopolíticos. Desde este punto de vista, se hace resaltar igualmente la importancia decisiva que adquieren el fortalecimiento y enriquecimiento de la cultura nacional- otro aspecto de la participación- por su carácter determinante en relación con la naturaleza de las aspiraciones sociales. Del mismo modo se acentúan los aspectos relacionados con la capacidad de investigación científica y tecnológica, por se elemento determinante- junto con la estructura del poder- de la capacidad de acción y manipulación tanto interna como de las vinculaciones externas del país.

Esta posición metodológica significa también que el desarrollo es algo que algunos grupos de la sociedad desean, producto de la acción de agentes sociales y, por consiguiente, es necesario identificar a quienes interesa el desarrollo y para qué; así como precisar a quiénes perjudica y por qué, de manera tal que los grupos sociales que persiguen la meta del desarrollo puedan precisar sus estrategias de acción.

Se reconoce, desde luego, que esta posición metodológica tiene un sentido valorativo o ideológico, es decir, que implica una concepción a priori sobre lo que debe ser. Tal como se hizo en oportunidad del examen de las diversas escuelas del pensamiento, también en este caso fue necesario precisar el método y la ideología de quienes conciben el desarrollo como cambio estructural global. Lo novedoso quizá en esta posición metodológica es justamente que no acepta la neutralidad de las ciencias sociales, y que afirme, por el contrario que ésta siempre tiene un sentido valorativo si aspira a ser ciencia para la acción. Sentado este enfoque, y justamente para mantener la objetividad científica, fue preciso, y de hecho es la única manera de llegar a tal objetividad, realizar el esfuerzo de definición precedente para que dicha postura ideológica quede perfectamente explícita.

Esta concepción difiere, por lo tanto, de las corrientes que conciben el desarrollo como crecimiento y como sucesión de etapas, y que ponen el acento de la política de desarrollo, y aun exclusivamente, en los requisitos técnicos de la expansión económica. Es evidente que una estrategia de cambio social también tiene su expresión y su lógica estrictamente económica; pero esta bien puede conducir a que una menor tasa de crecimiento del producto por habitante signifique más desarrollo que otra tasa de expansión del ingreso, si esta última no incorpora las aspiraciones y necesidades ni beneficia a los grupos en cuyo nombre se pretende realizar el desarrollo. En efecto, en economías dependientes de exportación de tipo “enclave”, es decir, con una actividad exportadora de elevada densidad de capital y escasas vinculaciones – o formas muy especiales de vinculación- con el resto del sistema económico nacional, como ocurre con ciertas actividades mineras o agrícolas de plantación, puede producirse el fenómeno del crecimiento sin desarrollo.

23 Esto significa que el desarrollo debe medirse en términos de

indicadores económicos, sociales y políticas que expresen la dirección y magnitud del cambio, y que las políticas de desarrollo no deben formularse en función de los requisitos tecnicoeconómicos de una determinada tasa de crecimiento postulada a priori, sino de acuerdo con la viabilidad de determinadas políticas y de los requisitos técnicoeconómicos de las mismas, de donde resultará cierta tasa de crecimiento.

23 W. Demas, The Economic of DEvelopment in Small Countries, with Special Referente to the Caribbean, Mc Gill, 1955, pp. 8-10. R. W Clower, G.

Dalton, M. Horwitz, A. A. Walters, Groyth Without Development, an Economic Survey of Libreria, Northwestern University press, Evanston, Illinois, 1966, primera parte.

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En síntesis, el concepto de desarrollo, concebido como proceso de cambio social, se refiere a un proceso deliberado que persigue como finalidad última la igualación de las oportunidades sociales, políticas y económicas, tanto en el planto nacional como en relación con sociedades que poseen patrones más elevados de bienestar material. Sin embargo, esto no significa que dicho proceso de cambio social tenga que seguir la misma trayectoria, ni deba conducir necesariamente a formas de organización social y política similares a las que prevalecen en los países actualmente industrializados o desarrollados de uno u otro tipo. La posición adoptada implica, en consecuencia, la necesidad de examinar y buscar en la propia realidad latinoamericana y en las influencias que ésta sufre, por el solo hecho de coexistir con sociedades desarrolladas, el proyecto de nación, las estrategias y políticas de desarrollo y las formas de organización que habrán de satisfacer las aspiraciones de los grupos en cuyo nombre se realizan la tarea de desarrollo.

Por otra parte, este enfoque implica el uso de un método estructural, histórico y totalizante, a través del cual se persigue una reinterpretación del proceso de desarrollo de los países latinoamericanos, partiendo de una caracterización de su estructura productiva, de la estructura social y de poder derivada de aquélla; de la influencia de la estructura social y de poder sobre la política económica y social, y de los cambios en las estructuras productivas y de poder derivados de las transformaciones que ocurren en los países centrales y en las vinculaciones entre esos países periféricos

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EL CARÁCTER HISTÓRICO Y MULTIDIMENSIONAL DE LA GLOBALIZACIÓN

El concepto de MUNDIALIZACIÓN O GLOBALIZACIÓN ha sido ampliamente utilizado en los debates académicos y políticos del último decenio, pero sus acepciones distan de ser uniformes. En este documento lo empleamos para referirnos a la creciente gravitación de los procesos financieros, económicos, ambientales, políticos, sociales y culturales de alcance mundial sobre los de carácter regional, nacional y local. Esta acepción hace hincapié en el carácter multidimensional de la globalización. En efecto aunque sus dimensiones económicas son muy destacadas, evolucionan paralelamente a procesos no económicos, que tienen su propia dinámica y cuyo desarrollo, por ende, no obedece a un determinismo económico. Además, la tensión que se crea entre las diferentes dimensiones es un elemento central del proceso. En el terreno económico pero, sobre todo, en el sentido más amplio del término, el actual proceso de globalización e incompleto y asimétrico, y se caracteriza por un importante déficit de gobernabilidad.

La dinámica del proceso de globalización está determinada, en gran medida, por el carácter desigual de los actores participantes. En su evolución ejercen una influencia preponderante los gobiernos de los países desarrollados, así como las empresas transnacionales, y en una medida mucho menor los gobiernos de los países en desarrollo y las organizaciones de la sociedad civil. Así mismo, algunos de estos actores, en especial los gobiernos de los países desarrollados, se reservan y ejercen el derecho de acción unilateral y bilateral, y el de participar en ámbitos regionales, simultáneamente con los debates y negociaciones de carácter global.

La acepción utilizada en este documento, de carácter positivo y de valor analítico, rechaza el uso normativo del concepto, que resalta la idea de una única vía posible de liberación plena de los mercados mundiales y de integración de ellos como destino inevitable y deseable de toda la humanidad24. Esta inevitabilidad ha sido refutada por la historia, que muestra en el período de entreguerras del siglo XX un largo y conflictivo episodio de reversión de la internacionalización. La evolución de las instituciones multilaterales que ha acompañado a este proceso y las actuales controversias sobre gobernabilidad global demuestran que no hay un único ordenamiento internacional posible, y que tampoco existe una sola manera de distribuir la funciones entres instituciones y organismos de alcance mundial, regional y nacional. Por otra parte, lo ocurrido en los países desarrollados y en desarrollo pone de manifiesto la existencia de múltiples vías de inserción en la economía global (CEPAL, 2000ª; Albeth, 1993; Rodik, 2001b). Las diferencias responden a la historia de cada país, así como a su valoración de las oportunidades y riesgos que conlleva la inserción.

En este capítulo se presenta una primera visión de conjunto del proceso de globalización. Tras una descripción general, en la que se destacan el carácter histórico y las dimensiones económicas del proceso, en la siguiente sección se analizan los principales factores no económicos (principios éticos, culturales y políticos). El capítulo concluye con un análisis de las oportunidades de los riesgos inherentes.

El proceso de globalización económica

El proceso contemporáneo de internacionalización se remonta al surgimiento del capitalismo en Europa a fines de la Edad Media, a la nueva actitud científica y cultural que encarnó el Renacimiento, y a la conformación de las grandes naciones europeas y sus imperios. La expansión del capitalismo es el único fenómeno histórico que ha tenido alcances verdaderamente globales, aunque incompletos. Con

24 En Helleiner (2000) se presenta una comparación de estas dos versiones.

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mayor intensidad que otras regiones del mundo en desarrollo, la historia de América Latina y el Caribe ha estado estrechamente vinculada a esta evolución desde fines del siglo XV.

Los historiadores modernos reconocen etapas que se destacan en el proceso de globalización durante los últimos 130 años y que, con algunas adaptaciones, adoptaremos en este documento25. La primera fase de globalización, que abarca de 1870 a 1913, se caracterizó por una gran movilidad de los capitales y de la mano de obra, junto con un auge comercial basado en una reducción de los costos de trasporte, más que por el libre comercio. Esta fase de globalización se vio interrumpida por la Primera Guerra Mundial, lo que dio origen a un período caracterizado primero por la imposibilidad de retomar las tendencias anteriores en la década de 1920 y la franca retracción de la globalización en los años treinta.

Después de la Segunda Guerra Mundial se observa un nuevo impulso hacia la integración global. En esta etapa cabe distinguir la segunda y la tercera fase de la globalización. El punto de quiebre, que se produjo a comienzos de la década de 1970, marcó el paso de la segunda a la tercera fase e incluyó la desintegración del régimen de regulación macroeconómica establecido en 1944 en Bretón Woods, la primera crisis petrolera, la creciente movilidad de capitales privados-que se intensificó a partir de los dos fenómenos anteriores- y el fin de la “edad de oro” de crecimiento de los países industrializados 1950-1973 (Marglin y Schor, 1990). Si este último año se define como el punto de quiebre, luego la segunda fase de globalización puede circunscribirse al período comprendido entre 1945 a 1973. este períodos se caracterizó por un gran esfuerzo por desarrollar instituciones internacionales de cooperación financiera y comercial, y por la notable expansión del comercio de manufacturas entres países desarrollados, pero también por la existencia de una gran variedad de modelos de organización económica y una limitada movilidad de capitales y de mano de obra. En el último cuarto de siglo XX (de 1973 en adelante) se consolidó una tercera fase de globalización, cuyas principales características son la gradual generalización del libre comercio, la creciente presencia en el escenario mundial de empresas trasnacionales que funcionan como sistemas internacionales de producción integrada, la expansión y la considerable movilidad de los capitales, y una notable tendencia a la homogenización de los modelos de desarrollo, pero en la que también se observa la persistencia de mecanismos selectivos de protección comercial y fuertes restricciones al movimiento de mano de obra.

Las raíces de este largo proceso se nutren de las sucesivas revoluciones tecnológicas y, muy en particular, de las que han logrado reducir los costos de transporte, información y comunicaciones26. La disminución radical del espacio, en el sentido económico del término, es un efecto acumulado de la reducción de los costos y del desarrollo de nuevos medios de transporte, a lo que se une la posibilidad de transmitir información en tiempo real, cuya primera etapa es la invención del telégrafo y que se expande posteriormente con el teléfono y la televisión. En cambio el acceso masivo a la información sólo se hace posible gracias a las tecnologías de información y comunicaciones desarrolladas en los últimos años, que han permitido disminuir drásticamente el costo de acceso, aunque evidentemente no ocurre lo mismo con el costo de procesamiento y, por consiguiente, de empleo eficaz dela información.

25 Véanse Maddison (1991, 1995 y 2001); O´Rourke y Williamson (1999); Dowrich y DeLong (2001); Lindert y Williamson (2001), O´Rourke (2001). El

punto de partida, en torno a 1870, es algo arbitrario, pero refleja la incipiente y aún limitada integración internacional (e incluso interna, en los grandes territorios nacionales) de los mercados de bienes, capital y mano de obra registrada hasta entonces, así como el alcance restringido del proceso de industrialización en la mayoría de los países que conformaban el núcleo de la economía mundial.

26 En efecto, este proceso sería inconcebibles sin el ferrocarril, la navegación a vapor y el telégrafo en el siglo XIX; la construcción de canales interoceánicos (Suez en 1869 y Panamá en 1903); el automóvil, el avión, el teléfono y la televisión ene l siglo XX; y, por supuesto, la revolución tecnológica de la infamación y las comunicaciones en las últimas décadas de dicho siglo.

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Los progresos registrados en el transporte, la información y las comunicaciones forman parte de un conjunto más amplio de innovaciones tecnológicas que hicieron posible adelantos sin precedentes en la productividad, el crecimiento económico y el comercio internacional. En los países europeos, los grandes capitales han estado vinculados al comercio internacional desde los orígenes del capitalismo moderno (Braudel, 1994). La internacionalización de la producción de las empresas se remonta a fines del siglo XIX y aparece como subproducto de la concentración económica en los países industrializados, que dio y sigue dando origen a las grandes empresas trasnacionales. A partir de la década de 1970, se fue haciendo cada vez más común la subcontratación internacional de las tareas que suponen un uso más intensivo de mano de obra, como el ensamble o la maquila, que se vio facilitada por la reducción de los costros de transporte y las regulaciones comerciarles adoptadas en los países industrializados. Este construyó el primer paso hacia el desarrollo de sistemas internacionales de producción integrada, que permiten la segmentación dela producción en distintas etapas (“desmembramiento de la cadena de valor”), y la especialización de plantas o empresas subcontratadas ubicadas en distintos países en la producción de determinados componentes, la realización de ciertas fases de proceso productivo y el ensamble de algunos modelos.

Estos cambios en la estructura de la producción y el comercio han realizado el protagonismo de las grandes empresas o conglomerados empresariales. De hecho, existe una estrecha relación entre el surgimiento de los sistemas internacionales de producción integrada, el aumento de las corrientes de comercio y de inversión extranjera directa, y el creciente protagonismo de las empresas transnacionales. El factor esencial ha sido indudablemente la liberación del comercio, de los flujos financieros y de las inversiones en los países en desarrollo, que se ha acelerado en las dos últimas década. Estos fenómenos contribuyen a explicar la gran oleada de inversión extranjera y la notable concentración de la producción a escala mundial que caracterizó el último decenio del siglo XX.

Al igual que en el caso del comercio, las transacciones financieras internacionales se iniciaron en Europa junto con los orígenes mismos del capitalismo moderno (Kindleberger, 1984; Braudel, 1994). En el siglo XIX, Londres era el principal centro financiero internacional y bajo su hegemonía se consolidó el patrón oro como sistema de pagos internacionales y de regulación macroeconómica. París fue su competidor más cercano y a comienzos del siglo XX se sumó Nueva York. La suscripción de capital para grandes proyectos, especialmente de infraestructura y recursos naturales, fueron, junto con la creación de un mercado internacional de bonos de deuda pública, las modalidades dominantes de los movimientos internacionales de capitales de largo plazo en la primera fase de globalización. A ellas se sumó el financiamiento del comercio internacional, en torno al cual surgió una incipiente red bancaria internacional. Las modalidades de financiamiento de largo plazo estuvieron expuestas a crisis recurrentes y prácticamente desaparecieron como consecuencia de la depresión mundial de los años treinta, y el colapso del patón oro y las moratorias masivas que la acompañaron. La respuesta a esta situación se materializó en los acuerdos de Bretón Woods, adoptados en 1944 con el fin de crear un sistema multilateral de regulación macroeconómica, basado en tipos de cambio fijos pero reajustables y la presentación de apoyo financiero a los países que enfrentaban crisis de la balanza de pagos, así como en la aparición de la banca oficial de financiamiento internacional, tanto nacional (bancos de exportación e importación) como multilateral (Banco mundial y, posteriormente, el Banco Interamericano de Desarrollo y otros bancos regionales).

A su vez, la reaparición del financiamiento privado internacional de largo plazo a partir de la década de 1960 fue producto de la nueva fase de estabilidad económica mundial, pero también de una sucesión de factores: el excedente de dólares acumulado en ese decenio y de petrodólares en el siguiente; el abandono del esquema de paridades fijas de Bretón Woods y la flotación de las principales monedas a

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comienzos delos años setenta; el desarrollo acelerado del ahorro institucional en la década de 1980, encabezado por Estados Unidos y el Reino Unido, y el nacimiento de un mercado cada vez más amplio de derivados financieros en el último decenio del siglo XX, que permitió subdividir los riesgos de los distintos activos y pasivos financieros.

La globalización financiera ha sido más rápida que la comercial y productiva, y se puede argumentar, con razón, que vivimos en una era de hegemonía de lo financiero sobre lo real (CEPAL, 2001b). Ambos procesos tienen como telón de fondo un profundo reordenamiento institucional a nivel mundial, cuyo elemento esencial ha sido la liberación delas transacciones económicas internacionales, corrientes y de capital. Sin embargo, el diseño de nuevas reglas económicas globales sigue siendo insuficiente y muestra claros vacíos institucionales.

En cambio, no ha habido una liberación paralela de los flujo de mano de obra, que son objeto de una estricta regulación por parte de las autoridades nacionales (salvo entre los países miembros de l Unión Europea). Esta es una de las grandes diferencias entre la primera y la actual fase de globalización. La primera estuvo acompañada por dos grandes flujos de migración: de la mano de obra europea hacia zonas templadas y de mano de obra, asiática en su mayor parte, hacia zonas tropicales. En conjunto estas corrientes migratorias abarcan a cerca del 10% de la población mundial de entonces (Banco Mundial, 2002b).

A esto se suma el sesgo de la regulación de los flujos migratorios contra la mano de obra no calificada que, en consecuencia, tiende a movilizarse por canales irregulares. Este hecho expone a dichos inmigrantes al abuso de los traficantes de trabajadores, acentúa su indefensión ante las autoridades y genera otra presión a la baja de la remuneración del trabajo menos calificado en los países receptores. Por su parte, la preferencia por mano de obra calificada drena los recursos humanos de mayor calificación, relativamente escasos, de los países en desarrollo. Por lo tanto, la segmentación de la movilidad laboral contribuye a acentuar las disparidades de ingreso por nivel de calificación, tanto en los países receptores como en los de origen.

Hay otros factores, íntimamente ligados a la esfera económica, que han adquirido gran importancia a nivel mundial. Uno de ellos es la extensión de los problemas ambientales de carácter global. En los tres últimos decenios ha quedado en evidencia y se ha documentado científicamente una situación planetaria sin precedentes, derivada de la escala creciente y acumulativa de las actividades humanas, que tiene efectos de la capa de ozono estratosférica, la merma dela biodiversidad y el avance de la desertificación y la sequía, que adquieren una dimensión perversa, la de “males públicos globales”. Los avances científicos han revelado la existencia de una trama de causas y efectos, a partir de actividades humanas con impactos ambientales globales, que han puesto en evidencia una mayor interdependencia y vulnerabilidad ecológica de los países independientemente de su grado de desarrollo.

La revisión de estos procesos ha dado origen a nuevos imperativos y oportunidades de cooperación internacional, que se han puesto de manifiesto en las diversas cumbres y conferencias mundiales y en los acuerdos multilaterales ambientales que se celebraron y acordaron el la década de 1990. A través de estos procesos, los gobiernos han adoptado una actitud proactiva s fin de cooperar para proteger y administrar lo bienes públicos globales sobre la base de esquemas multilaterales innovadores y, por otra parte, han adoptado principios de equidad en la distribución delas responsabilidades y costos para revertir los daños ambientales entre los Estados ricos y pobres. En este contexto, la dimensión ambiental será cada vez más trascendental como arena de negociaciones entre los países en desarrollo y

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los países industrializados. Por la importancia de los servicios ambientales globales que proveen regiones ricas en biodiversidad o con extensos bosques del mundo en desarrollo, tales como el almacenamiento de dióxido de carbono (principal generador del cambio climático a través del efecto invernadero), los países en desarrollo tienen el potencial y la oportunidad de jugar un papel clave en la solución de los problemas globales. Sin embargo, las respuestas instrumentadas hasta ahora son claramente insuficientes ante la magnitud que han ido adquiriendo los problemas, sobre todo a la luz de la amenaza que representa para la sostenibilidad del crecimiento económico.

Un avance muy notable registrado en los años noventa en este campo es la consagración de nuevos principios jurídicos en el ámbito internacional del medio ambiente y desarrollo, uno de los cuales es el principio 7, relativo a las “responsabilidades comunes pero diferenciadas”, de la Declaratoria de Río sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, aprobada en la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992. Conforme a este principio, se reconoce explícitamente la deuda ambiental que los países desarrollados han adquirido con el resto de la comunidad internacional como consecuencia del conjunto de externalidades acumulativas y globales producto de su trayectoria de industrialización. Este principio ofrece el fundamento político para que los países industrializados asuman mayores compromisos ambientales que los países en desarrollo en el marco de los acuerdos multilaterales. Cabe destacar que también supone el reconocimiento explícito de que no es posible ni deseable una “nivelación del campo de juego” en la esfera ambienta, lo que contrasta con los principios prevalecientes en los ámbitos económicos del reordenamiento internacional.

Otra forma de “males públicos globales”, también vinculada al plano económico, es la expansión de la delincuencia internacional: la producción, el comercio y el consumo de estupefacientes, y su estrecha relación con el financiamiento del terrorismo, el tráfico de armas y la circulación internacional de capitales ilícitos, derivada del tráfico de estupefacientes y de diferentes formas de corrupción que trascienden las fronteras nacionales. La necesidad de controlar la circulación de estos capitales, tanto en los países en desarrollo como en los desarrollados y en los centros financieros extraterritoriales (off-shore), ha sido reconocida con rezago, porque exige limitar la vigencia del secreto bancario para dar paso a esquemas especiales de control de la circulación de fondos de origen ilícito. Lamentablemente, los sistemas que se han venido desarrollando no incluyen medidas internacionales destinadas a combatir diversa formas de corrupción que afectan especialmente a os países en desarrollo, como, por ejemplo, la evasión impositiva, la fuga ilegal de capitales, los sobornos y el enriquecimiento ilícito.

Las dimensiones no económicas

a. Dimensiones valóricas y culturales

La globalización económica evoluciona simultáneamente con otros procesos que tienen su propia dinámica. Uno de los más positivos es la “globalización de los valores”, entendida como la extensión gradual de principios éticos comunes (CEPAL, 2000ª) y cuya manifestación más cabal son las declaraciones sobre los derechos humanos, en sus dos dimensiones más importantes. En primer término, los derechos civiles y políticos, que garantizan la autonomía del individuo ante el poder del Estado y la participación en las decisiones públicas. En segundo lugar, los derechos económicos, sociales y culturales, que responden a los valores de igualdad económica y social, solidaridad y no discriminación. Uno de sus principales reflejos ha sido la creciente adhesión a las conversiones de las Naciones Unidas sobre derechos humanos por parte de los gobiernos (véase el gráfico.1). Otra expresión de este fenómeno son las declaraciones de las cumbres mundiales sobre medio ambiente, desarrollo social, población, mujer y protección de los derechos del niño, entre otras, celebradas en el

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marco de las Naciones Unidas. La Declaratoria del Milenio (Naciones Unidas, 2000) es una de las expresiones más acabadas de los principios consagrados en dichas cumbres.

Es importante destacar que, al igual que en el plano económico, esta “globalización de los valores” tiene una larga historia, que está vinculada a las luchas de la sociedad civil internacional. Su manifestación más reciente es la conformación de una “sociedad civil global”, cuya capacidad de información y movilización se ha multiplicado con las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones. Los antecedentes de esta sociedad se remontan al internacionalismo libere, surgido de las revoluciones de Estados Unidos y Francia a fines del siglo XVIII, cuya expresión más concreta es la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano de la Revolución Francesa. Como bien se sabe, estos valores ejercieron una gran influencia en las luchas por la independencia en América Latina y el Caribe, que se iniciaron con la revolución haitiana de 1791, como efecto directo de la Revolución Francesa.

Gráfico 1.1 Ratificación de las convenciones sobre derechos humanos (total países)

Mientras los derechos civiles y políticos consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (Naciones Unidas, 1948) tienen su origen en los movimientos liberales de fines del siglo XVIII, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales es el producto de los movimientos sociales de los siglos XIX y XX (Naciones Unidas, 1966); su principal expresión política ha sido la organización Internacional de Socialistas en sus sucesivas manifestaciones. Por su parte, el internacionalismo feminista ejerció una influencia determinante a lo largo del siglo XX en el reconocimiento de la igualdad de derechos de las mujeres, mientras que el internacionalismo ambientalista ha venido jugando un papel destacado a partir de la década de 1960 en la incorporación en las agendas nacionales e internacionales de los principios de desarrollos sostenible (desde Estocolmo en 1972 hasta las Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, celebradas en Río de Janeiro en 1992 y Johannesburgo en 2002, y las convenciones ambientales globales que instrumentaron algunos de sus mandatos.

Sin Embargo, cabe destacar que esta “globalización del os valores” se enfrentan en algunos casos con la globalización de carácter diametralmente opuesto, que surge de la penetración de los valores de la economía de mercado en las relaciones sociales (productiva, culturales e, incluso, familiares). En efecto, la tensión que se produce entre esos principios éticos comunes y la extensión del as relaciones de mercado a la esfera de los valores, implícita en el concepto de “sociedad de mercado”, es otro elemento distintivo del proceso del proceso de globalización. Esta tensión suele alcanzar ribetes

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conflictivos, debido a que el marco internacional no cuenta con los mecanismos de mediación que en el plano nacional ha proporcionado históricamente la política.

Por otra parte, la prolongada historia de los movimientos sociales ha adquirido en los últimos años una nueva dimensión: la lucha por el derecho a la identidad de pueblos y grupos sociales que se sienten amenazados por la tendencia a la homogenización cultural que impone la globalización. Este “derecho a ser diferente” interactúa de diversas maneras con los derechos humanos en el sentido tradicional, que reconocen la igualdad de los ciudadanos, entre sí y ante el Estado. Igualdad e identidad tienen, por lo tanto, una compleja relación en el plano global.

La globalización ataca y brinda nuevas oportunidades, a la vez, a la diversidad cultural. En verdad, segmentos enteros de la humanidad sienten amenazadas sus historias irrepetibles y los valores que rigen sus comunidades. Pero, al mismo tiempo, la globalización estrecha las relaciones entre tradiciones culturales y modos e vida distintos, las hace más visibles y propicia su valoración. Además, esto favorece el surgimiento de una pluralidad de interpretaciones sobre el orden global.

El dinamismo de este proceso plantea, sin embargo, problemas sin precedentes. Por una parte, amenaza con convertir el enriquecedor diálogo de culturas en un monólogo. Por otra, la interacción abre oportunidades culturales a nuevos y variados grupos y personas, incluidas las relacionadas con la mezcla de distintas culturas (véase el recuadro 1.1). Esta incorporación a través de mecanismos de participación y exclusión se expresa en nuevas formas de organización. Nuevas rede, incluidas algunas virtuales, sustituyen a las tradicionales formas de organización. Nuevas redes, incluidas algunas virtuales, sustituyen a las tradicionales formas de organización de los movimientos contestatarios.

Recuadro 1.1 Inclusión e identidad: la cuestión étnica

América Latina y el Cribe es un crisol de culturas donde diversidad y universalidad se mezclan y combinan. En la región viven más de 400 pueblos indígenas, uno 50 millones de personas que, paulatinamente, han ido fortaleciendo su capacidad de organización política, de reivindicación de su identidad étnica y de defensa de su cultura. Cinco países agrupan casi el 90% de la población indígena regional: Perú (27%), México (26%), Guatemala (15%), Bolivia (12%) y Ecuador (8%). Por su pare, la población negra y mestiza afrocaribeña alcanza casi 150 millones de personas, que se ubican especialmente en Brasil (51%, Colombia (21%), la subregión del Caribe (16%) y Venezuela (12%). A principio de nuevo milenio los pueblos indígenas, afrolatinos y afrocaribeños presentan los peores indicadores económicos y sociales y tienen escaso reconocimiento cultural y acceso a instancias de decisión pública. América Latina y el Caribe enfrenta aquí un gran desafío: La integración social requiere del reconocimiento y la valoración de la diversidad cultural. Esto implica que los Estados, gobiernos y sociedades reconozcan los derechos de las diferentes etnias, los incorporen a la legislación y provean los medios necesarios para su ejercicio real. Asimismo, las políticas de desarrollo deben abrir espacios que permitan a estas poblaciones desarrollar sus potencialidades y compartir códigos básicos de la modernidad, sin que ello conlleve la pérdida de su identidad.

Fuente: Isabel Hernández, “Discriminación étnica y cultural en América Latina y el Caribe”, Revista Etnohistótia del Centro Interdipartimentale di Studi Sull” América Indígena (Cisai), Universita Degali Studi di Siena, Siena, Italia, 2002

El inusitado desarrollo de los medios de comunicación condiciona estos procesos de una manera singular y también da origen a nuevos problemas. En primer término, agiganta la brecha entre los cánones culturales privilegiados por las cadenas globales de comunicación y las bases culturales y

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artísticas de los países y regiones. En segundo lugar, su control a nivel nacional e internacional está concentrado en pocas manos.

Esta situación atenta contra el ideal de diversidad cultural, ya que el manejo del intercambio simbólico incide en la construcción de la identidad, de las opiniones y de las convicciones27. Tercero, el desarrollo de medios audiovisuales se traduce en un notable aumento de las expectativas personales en cuanto a riqueza material. El acceso a la información no siempre guarda relación con las posibilidades de trabajo 3 ingreso seguros y, por ende, de bienestar y consumo. El “efecto de demostración” trasciende hoy más que nunca las fronteras nacionales. Por último, la integración o marginación del intercambio informático se ha transformado en un elemento crucial para el ejercicio de la ciudadanía, lo que plantea un problema fundamental: cómo evitar la brecha entre los informatizados y los que sufren de “invisibilidad y/o ceguera electrónica”.

b. La dimensión política

Las relaciones políticas internacionales también han sufrido cambios de gran envergadura en los últimos decenios. El fin de la Guerra Fría marco un fuerte vuelco en el clima imperante entre Estados soberanos, en tanto que la exacerbación de varios conflictos localizados y su mayor visibilidad provocaban tensiones internacionales de naturaleza muy distinta a las del período anterior. Si bien estas tendencias ya se hacían notar desde la década de 1970, en el último decenio del siglo XX se consolidaron, en especial debido a las profundas transformaciones ocurridas tras la caída del Muro de Berlín. La acentuación de la primacía estadounidense, los esfuerzos europeos por crear un bloque capaz, de tener un papel protagónico en la economía y la política mundial, el rezago de Japón, el surgimiento de China y la India y la abrupta transición de los países socialistas fueron sus rasgos más sobresalientes.

Estos profundos cambios políticos acaecidos en el mundo otorgaron al a democracia representativa una preponderancia nunca vista. La aceptación de los principios de pluralismo y de alternancia en el poder, de vigencia de la división de poderes del Estado, de elección de autoridades como base de la legitimidad, y de reconocimiento de la mayoría y respeto de las minorías, orientaron el discurso político y comenzaron a aplicarse en forma mucho más generalizada.

Sin embargo, las transformaciones en curso plantean cuestionamientos al conjunto de instituciones democráticas respecto de su funcionamiento en sociedades donde la información, el peso de la imagen y el poder del dinero desempeñan un papel fundamental. Estas críticas se extienden a los partidos políticos, a los parlamentos, a la relación entre electores y representantes e incluso al sentido de la política, sobre todo en las regiones del mundo en desarrollo marcada por la exclusión y la pobreza, aunque no sólo en ellas. Si bien la democracia concita una adhesión mayoritaria, en no pocos casos las opiniones respecto de su funcionamiento y eficacia para responder a las necesidades de la población son negativas28. Así como no se han obtenido beneficios significativos del dividendo de la paz después de la Guerra Fría, tampoco ha sido posible un pleno aprovechamiento del “bono de la democracia”.

A pesar de estas dificultades, se sigue reconociendo que la democracia es la mejor manera de establecer una agenda e desarrollo (Sen, 1999) y que el buen gobierno se caracteriza por un perfeccionamiento del 27 Ninguno de los primeros veinte grupos multimedia existentes en el mundo es latinoamericano y cuatro de los cinco conglomerado más grandes

provienen del mundo anglosajón. En 1999, cuatro agencias controlaban el flujo internacional de noticias escritas. 28 Esta es, por cierto, la situación de América Latina, como lo revelan las sucesivas encuestas de Latino barómetro. Véase al respecto, The Economist, 17

al 23 de agosto de 2002, pp.29-30.

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diseño, la gestión y la evaluación de las políticas públicas, entendidas como la unidad analítica y operativa del gobierno (Lahera, 20002). Pese a esto, los gobernantes y los dirigentes políticos se ven sometidos a la tensión de conseguir un amplio apoyo local y, simultáneamente, respetar las rígidas reglas derivadas de forma específica de globalización. Al respecto se podría afirmar categóricamente que no tiene sentido fomentar la democracia como valor universal si no se permite que los procesos nacionales de representación y participación determinen las estrategias de desarrollo económico y social, y ejerzan una dedicación eficaz entre los distintos actores sometidos a las tensiones propias del proceso de globalización.

Asimismo, la menguad capacidad del Estado en el actual escenario de globalización afecta el papel que puede desempeñar el sector público en la reducción del costo de los procesos de “destrucción creativa”, asociados a la acelerada transformación estructural, e incluso acentúa las dificultades que plantea la modernización del propio Estado. Por ello, es poco realista postular simultáneamente las virtudes de la globalización y de la desintegración del Estado. El papel del Estado social y generador de externalidades tecnológicas e institucionales es y seguirá siendo importante. En un mundo de riesgos globales, la consigna de sustituir la política y el Estado por la economía es cada vez menos convincente. Por consiguiente, conviene recordar la categórica advertencia de Polanyi (1957) en su análisis del colapso de la primera fase de globalización: si el mercado pretende subordinar a la sociedad, terminará por destruir sus propios cimientos.

3. Oportunidades y riesgos

En el acceso a las nuevas tecnologías, al igual que en el ámbito comercial, la globalización de los mercados ofrece a los países en desarrollo amplias oportunidades de mejor integración en la economía mundial. En este sentido, puede decirse que el crecimiento sostenido del comercio internacional, y el fortalecimiento de las reglas multilaterales y de los mecanismos de solución de controversias, en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC), son elementos propicios. También lo es el regionalismo, si se entiende en los términos positivos propuestos por la CEPAL, es decir, como un regionalismo abierto (CEPAL, 1994). Pero estos procesos favorables se enfrentan a la apertura incompleta de las economías desarrolladas, reflejo de las prácticas proteccionistas que siguen predominando en el mundo, así como a la sobreoferta de determinados bienes en el comercio internacional, sobre todo de materias primas. Los países en desarrollo encarnan, además, el reto de adecuar sus políticas a los mecanismos institucionales que exige la OMC, tarea que no ha resultado fácil y que incluso puede tener consecuencias más restrictivas de lo conveniente.

El explosivo desarrollo financiero mundial ha creado oportunidades de financiamiento y de cobertura de riesgos financieros, pero también ha dejado en evidencia los inmensos problemas que provoca la asimetría entre las fuerzas dinámicas del mercado y la debilidad de los marcos institucionales que lo regulan29. La coexistencia de la globalización financiera y de políticas macroeconómicas nacionales, que siguen formulándose en función de intereses y contextos internos, crea no pocas tensiones para los países en desarrollo. Sus gobiernos están sujetos a la incertidumbre que generan las políticas macroeconómicas adoptadas por los países desarrollados, que no internalizan adecuadamente sus efectos sobre el resto del mundo y carecen de mecanismos de coordinación para garantizar su coherencia global. A ello se suman los problemas propios del mercado financiero, en especial la volatilidad, que han afectado duramente a los países de América Latina y el Caribe en los últimos decenios. Estos fenómenos se vinculan a la incapacidad del mercado de distinguir adecuadamente entre distintos grupos de prestatarios, hecho que produce un efecto de “contagio” en el comportamiento 29 Véase Naciones Unidas (1999ª), Unetad (1998, 2001ª) y CEPAL (2001ª).

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del mercado financiero, tanto en los períodos de bonanza como de crisis. Los países en desarrollo se enfrentan, así, a una peligrosa globalización de la volatilidad financiera, que puede tener efectos negativos en términos de crecimiento económico y equidad (Ffrench-Davis y Ocampo, 2001; Rodrik, 2001a).

La inestabilidad financiera es la manifestación más evidente, aunque no la única, de la progresiva simetría entre el dinamismo de los mercados y la inexistencia de una gobernabilidad económica adecuada. Otras de sus manifestaciones son la notable concentración económica que se viene observando en el mundo entero y las múltiples tensiones distributivas provocadas por el proceso de globalización, entre un país y otro y dentro de un mismo país30. Este hecho refleja, entre otros fenómenos, las elevadas exigencias de educación y conocimiento que imponen las tecnologías y los mercados globales, y que amenazan con marginar a quienes no estén plenamente preparados y de concentrar aún más, en unos pocos países, grupos sociales y empresas, la posibilidad de dicha tecnologías y el desarrollo de nuevos conocimientos. Este proceso forma parte de nuevas y antiguas amenazas a la seguridad económica y social de la población, desde los de índole familiar hasta los de responsabilidad del Estado.

La globalización también puede contribuir al surgimiento y la valorización de ventajas comparativas ambiéntales, entre otras, la utilización sostenible de capital natural de valor económico (forestal, pesquero, turístico), ecológico (información genérica contenida en la biodiversidad o el papel de los bosques como sumidero de carbono y otros contaminantes) o bien de valor estético, histórico y científico. Estos hechos positivos pueden dar origen a un sinnúmero de políticas vinculada al desarrollo del ecoturismo, la investigación de nuevos fármacos o productos agrícolas, la utilización del conocimiento empírico sobre manejo de recursos naturales y propiedades económicas (biomasa y recursos naturales, entre otros), el aprovechamiento productivo de nichos ecológicos únicos y la negación internacional en torno a servicios ecológicos regionales de interés global. Por otra parte, las nuevas tecnologías de producción limpia, de transporte con bajas emisiones y de eficiencia energética y fuentes renovables representan una ola reciente de innovación tecnológica y creación de nuevos mercado, que experimentará gran dinamismo en los próximos decenios. En el ámbito nacional, la globalización puede perfeccionar las políticas públicas, elevando el costo de instrumentación de estrategias no sostenibles que influyan negativamente en el desarrollo a largo plazo. Uno de los riesgos que se plantean en este ámbito es la posible pérdida de ventajas comparativas tradicionales, sin que necesariamente se logren otras nuevas.

Los procesos ambientales globales afectan por definición a todos los países, peor los países pequeños ubicados en zonas tropicales, en particular los insulares, son más vulnerables a los cambios ambientales globales, como bien lo ilustra la frecuencia e intensidad cada vez mayores de los desastres provocados por fenómenos meteorológicos. Además, si no se adoptan políticas internacionales y nacionales específicas, cabe prever que irá en aumento la tendencia a la explotación excesiva de ciertos recursos naturales, a la subutilización de otros y al traspaso de los costos ecológicos desde los países que son grandes contaminadores de la región.

La globalización también ofrece oportunidades sin precedentes en el terreno no económico. La expansión de los valores globales, la lucha por el derecho a ser diferente y la creación de mecanismos internacionales de defensa de la ciudadanía son adelantos notables, que se reflejan en la consolidación, sin duda todavía insuficiente, de los derechos humanos, la democracia, la igualdad de género y el

30 Véase UNCTAD (1997), PNUD (1999b), Cornia (1999), Rodrik (1997), Bourguignon y Morrison (2002) y el capítulo 4 de este libro

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respeto de la diversidad étnica. La ruptura de estructuras arcaicas de dominación y el control del abuso de poder en los países deben considerarse progresos de la era global. No obstante, subsisten tensones provocadas por la falta de canales que permitan atenuar los inmensos desequilibrios de poder que se observan a nivel mundial y, en algunos casos, legitimar las acciones internacionales. La globalización y concentración de los medios de comunicación también plantea nuevos problemas. En particular, la enrome distancia que se aprecia entre integración simbólica al mundo global y escasa capacidad de integración material, debido a las marcadas desigualdades existentes.

En los términos utilizados en los debates financieros de los últimos años, todo esto subraya la necesidad de una nueva “arquitectura internacional” para la era de la globalización, basada en una agenda amplia y en un proceso de negociación representativo y plural. Esta agenda global debe estar orientada a corregir serias diferencias del ordenamiento internacional vigente. La estructura internacional presenta, en primer lugar, un contraste ente el desarrollo dinámico de los mercados y el rezago en la estructuración de una gobernabilidad global, que ha conducido a una provisión subóptima e “bienes públicos globales” (Kaul, Grunberg y Stern, 1999). Una segunda categoría se relaciona con la corrección de las asimetrías que enfrentan los países en desarrollo en el orden global, en materia productiva y tecnológica, en las esferas financiera y macroeconómica, y a causa del contraste entre la alta movilidad internacional de los capitales y las estrictas restricciones impuestas al movimiento de mano de obra (Ocampo, 2001b). La tercera categoría de problemas obedece a la falta de instrumentos internacionales eficaces que garanticen el logro de las metas de desarrollo reiteradas en forma periódica, más recientemente en la Declaración del Milenio de las Naciones Unidas (Naciones Unidas, 2000).

En las primeras décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se reconoció explícitamente la necesidad de corregir las asimetrías del sistema económico internacional. Los compromisos adquiridos en materia de asistencia oficial par el desarrollo y trato preferencial a los países en desarrollo en el área comercial fueron algunos de los resultados parciales, aunque relativamente frustrantes, de ese esfuerzo por construir un “nuevo orden económico internacional”. Esta visión se ha erosionados radicalmente en los últimos decenios y ha sido sustituida por un paradigma alternativo, según el cual el objetivo básico del reordenamiento de la economía internacional debe ser la “nivelación del campo de juego” normativo, que permita el libre funcionamiento de las fuerzas del mercado. Sin embargo, cuando no existe una auténtica igualdad de oportunidades, esta “nivelación” puede generar mayores desigualdades. La evidencia de profundización de las desigualdades en el último medio siglo, y especialmente en el último cuarto del siglo XX, que prolonga tendencias de más larga data, demuestra que amos enfoque nos han tenido resultados esperados.

El déficit de gobernabilidad global, que abarca todos estos temas, refleja otro conflicto profundo: el contraste entre problemas globales y proceso políticos locales. Esta situación provoca tensiones, debido a que los espacios para el ejercicio de la ciudadanía y la democracia siguen siendo nacionales y locales31, de hecho, éste es el sentido más fundamental que sigue teniendo el concepto de nación en el mundo de hoy. Tal discrepancia implica que no existen mecanismos de toma de decisiones a nivel mundial que hagan posible una adecuada representación de los intereses de los países y de los sectores sociales menos poderosos. Esta tensión que enfrentan los gobiernos entre las demandas de la

31 Hay, sin duda, espacios en que emerge una “ciudadanía global”, que se manifiesta en la participación de la sociedad civil en las cumbres mundiales de

las Naciones Unidas, en los debates globales sobre el medio ambiente y el comercio, como quedó demostrado claramente en el encuentro de la sociedad civil que tuvo lugar en torno de la Reunión Ministerial de Comercio dela Cumbre de las América (Toronto, 1999), y en reuniones propias como el Foro Social Mundial de Porto Alegre (2001 y 2002). Esta participación se ha manifestado también e n los hechos conflictivos que rodearon la Conferencia Ministerial de la OMC realizada en Seattle (1999), la reunión anual del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en Praga (2000) y la del Grupo de los Ocho en Génova (2001), entre otros

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ciudadanía, acrecentada por la democracia, y la restricción de sus márgenes de acción derivada dela propia globalización.

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NUEVAS TEORÍAS Y ENFOQUES CONCEPTUALES SOBRE EL DESARROLLO REGIONAL: ¿HACIA UN NUEVO PARADIGMA?

Edgar Moncayo Jiménez. Revista de Economía Institucional. Universidad Externado de Colombia. Bogotá. Vol 5 No 8, Primer semestre 2003

INTRODUCCIÓN

En el marco de un proceso de globalización de carácter incompleto y asimétrico que abre algunas opciones de desarrollo pero restringe y hasta anula otra, el desempeño de las economías latinoamericanas de la década de los 90 fue francamente decepcionante.

Por esta razón la sabiduría de las reformas estructurales inspiradas en el Consenso de Washington (Liberación, apertura, desregulación y privatización) ha comenzado a ser severamente cuestionada (Gore, 200). Si bien hubo ciertos avances en la reducción de la inflación y los desequilibrios fiscales y en el incremento de las exportaciones y la IED (inversión extranjera directa), el proceso ha sido frustrante en materia de crecimiento económico, productividad, sostenibilidad y vulnerabilidad externa. A pesar de la recuperación económica y del nivel de las tasas de inversión en relación con los ínfimos registros de la “década perdida”, los ritmos de expansión económica son apenas modestos cuando se comparan con los correspondientes a los tres decenios anteriores a la crisis de la duda (CEPAL, 2001).

En efecto, en los años 90 el crecimiento fue de 3,2% vs. Un promedio del 5,5% por año entre 1950 y 1980; la productividad total de los factores antes que aumentar disminuyó en la mayoría de los países, y en consecuencia la pobreza y las tensiones distributivas se agudizaron.

Para completar este panorama, ya de por sí desalentador, hay que anotar que América Latina ocupa como región uno de los últimos lugares en competitividad en el contexto mundial.

La modificación de estas tendencias exige, no más de lo mismo (profundización de las reformas y reformas de segunda y tercera generación), como pretenden algunos, sino unas nuevas versiones del desarrollo con renovados enfoques y distintos énfasis.

Uno de los elementos más característicos de la agenda emergente es el reconocimiento de que el desarrollo tiene objetivos más amplios que el mero crecimiento o la estabilidad macroeconómica.

Los enfoques del desarrollo, del desarrollo sostenible, de la competitividad sistemática y la economía neoinstitucional son valiosos aportes a una perspectiva del desarrollo que, en últimas –siguiendo a Heilbroner y Milberg (1998)-, apunta a un pensamiento económico que explicite sus vínculos indisolubles con el orden social y subyacente. Además, en el ejercicio de una recién adquirida modestia y capacidad de autocrítica y de una relativización de la posición del sistema económico en el conjunto de la estructura social, los economistas están reconociendo que si bien el desarrollo es posible, está lejos de ser inevitable e incluso puede ser un proceso reversible (Sen, 1994)

En el contexto de esta renovación del pensamiento económica hay que situar por fuerza los aportes de la Nueva Geografía Económica.32

Así como elaboraron una teoría económica en la que no había mucho lugar para las instituciones y la política, los economistas neoclásicos no prestaron una atención directa a los factores relativos al 32 Para un completo survey sobre la Nueva Geografía Económica ver Shmutzler

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espacio y la geografía. En la llanura homogénea, sin montañas, sin costas y sin ríos del marco neoclásico, los aspectos atinentes a la localización espacial de la actividad productiva no eran elementos centrales en el análisis del crecimiento y la acumulación del capital.

El vacío está siendo llenado por las contribuciones de la Nueva Geografía Económica que en esencia se proponen contestar, con un instrumental analítico renovado, una vieja pregunta de la economía espacial: ¿por qué unas regiones atraen más actividad productiva y población que otras? Al efecto se hacen intervenir factores como la localización geográfica, la distancia a las costas y los costos de transporte, durante largo tiempo ignorados por el main stream de la teoría económica neoclásica.

El reconocimiento de que la producción de un país se tiende a concertar en unas determinadas localizaciones y que ello determina grandes disparidades en el desempeño económico de sus regiones subnacionales, está conduciendo a la consideración más explícita de los factores endógenos o territoriales del desarrollo. Es decir, a una concepción en la cual los procesos de acumulación, de innovación y de formación de capital social tienen un carácter localizado.

El geógrafo económico Michael Storper (1995) utiliza el término “territorialización” para describir el rango de las actividades económicas que dependen de recursos que son territorialmente específicos.

De esta manera una nueva agenda del desarrollo debe incorporar una aproximación de abajo-arriba basada en el potencial endógeno de los territorios, que substituya los enfoques tradicionales de arriba-abajo presididos por una lógica funcional y sectorial del crecimiento y la acumulación (Vásquez, 1996).

En este trabajo se analiza el resurgimiento del interés por la conceptualización teórica del papel del territorio en los procesos socioeconómicos y político, mostrando las diferentes perspectivas disciplinarias que tienden a confluir en que parecería estar configurando una nueva visión del desarrollo, que toma como eje central el carácter localizado de los procesos de acumulación, innovación y formación de capital social.

LA REVALORIZACIÓN DE LA CUESTIÓN TERRITORIAL EN LA ORGANIZACIÓN DEL ESTADO Y EL DESARROLLO SOCIOECONÓMICO

En las dos últimas décadas, los aspectos territoriales y la geografía se han convertido en referentes fundamentales de los procesos socioeconómicos, tanto al interior de los países como a escala global.

Es aparentemente una paradoja que, justo cuando la globalización sugiere un mundo en el que las distancias de estrían banalizando -sería el “fin de la geografía” (O`Brien, 1999) -, se esté produciendo de manera simultánea una recuperación de la dimensión territorial, no sólo en el plano teórico sino en el de la realidad de las estrategias empresariales y las políticas públicas.

Pero es que, en la medida en que los profundos procesos de cambio en el plano tecnológico, económico, cultural y político a escala mundial impactan inevitablemente los territorios subnacionales, los dos procesos –el de la globalización y el de localización- se convierten en dos caras de una misma moneda. Tanto es así que la valorización de lo local en relación dialéctica con lo global ha dado lugar a extraños neologismos como glocal33 y fragmegración34, para tratar de expresar la pertenencia de los

33 La expresión se atribuye a Robertson (1992)

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dos ámbitos espaciales al mismo campo relacional. La globalización de lo local y la localización de lo global.

La re-espacialización del acontecer socioeconómico y política se puede analizar desde diversas perspectivas.

LA PERSPECTIVA POLÍTICA Podemos decir que el mundo se organiza desintegrándose. Edgar Morin

La insurgencia de lo territorial se interpreta como una consecuencia de la crisis o vaciamiento del Estado-nación, piedra angular de la organización política del mundo desde la suscripción del Tratado de Westfalia en 1648.

Uno de los primeros en divulgar ampliamente esta visión fue el historiador Paúl Kennedy (1993) quien afirmaba:

Estos cambios globales también ponen en cuestión la utilidad del propio Estado-nación. Al parecer, el actor

autónomo clave[...] en algunos problemas es demasiado grande para operar con eficacia; en otros es demasiado pequeño. Por consiguiente, se producen presiones para una “redistribución de la autoridad” tanto hacia arriba

como hacia abajo, creando estructuras que podrían ser capaces de responder de modo más efectivo.

Las presiones (el desbordamiento) para una redistribución del poder hacia arriba (supranacionalización) obedecen a que el Estado está perdiendo soberanía en el manejo de problemas tales como la macroeconomía, los derechos humanos, el medio ambiente, el narcotráfico y el armamentismo, entre otros, los cuales se consideren crecientemente del resorte de la comunidad y los organismos internacionales. Como bien señala Giddens (1999):

Globalización, se debería subrayar, no es igual a internacionalización. No significa sólo lazos más estrechos entre

las naciones, sino procesos como la emergencia de la sociedad civil global, que traspasan las fronteras nacionales.

El ejemplo más claro de supranacionalización es el de la Unión Europea, marco en el cual los países miembros ya transfirieron a los órganos comunitarios sus competencias en materia de política comercial y monetaria, y comienzan a hacerlo con la política exterior y de seguridad.

Aparte de este el Estado se debilita también horizontalmente-hacia el mercado, por el desmonte del Estado de bienestar-, el vaciamiento hacia debajo se produce a través de los movimientos separatistas, de la descentralización y los diversos procesos de devolución de competencias políticas, administrativas y fiscales a las polis regionales y locales.

Una de las versiones más extremas de esta línea de interpretación avizora la sustentación del Estado-nación por el Estado-región que se vincularía directamente con los circuitos internacionales (Ohmae, 1997).

En apoyo a estas tesis se podrían citar desde la implosión de la Unión Soviética hasta el debilitamiento del federalismo norteamericano (Estados Unidos y Canadá) y la renuencia de las regiones ricas de Italia y España a transferir recursos hacia las más pobres, pasando por los movimientos separatistas en Canadá, Reino Unido y Bélgica, Inter. Alia.

34 La expresión es de James N. Rosenau (1997)

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En el marco de la Unión Europea, mientras Francia defiende una federación de Estados-nación Alemania propugna una especie de Europa de las regiones, en la cual estas entidades subnaionales se constituyan en el elemento básico de la Unión (Santamaría, 2001). Una de las manifestaciones concretas de estas tendencias es el paso de los regímenes políticos de orden nacional a la governance en distintas escalas territoriales y a través de diversos dominios funcionales.

En el plano regional y local el gobierno tiende incluso a convertirse en socio, facilitador y árbitro de consorcios públicos–privados, alianzas para el desarrollo y múltiples agencias con propósitos especiales (Jessop, 1999). Las regiones más avanzadas están desarrollando, además, sus propias estrategias internacionales, una especie de para diplomacia o política interméstica (intermestics) que tiende a asegurar recursos económicos y forja alianzas con otras regiones (Keating, 1999, 12)35

El eventual desmantelamiento del Estado –nación suscita en algunos observadores preocupación por la supervivencia de la democracia e incluso de la misma política. En este sentido, Jean – Marie Guéhenno (1995, cap. 1) plantea:

Hay que preguntarse si puede existir una democracia sin nación. Si la solidaridad no se deja ya encerrar en la

geografía, si ya no hay ciudad, si ya no hay nación, ¿puede hacer todavía política? El desaparecer de la nación lleva

en sí la muerte de la política.36

No obstante, si buen la fuerza de estas tendencias hacia lo que Susan Strange (1998) llama la difusión del poder del Estado es innegable, no lo es menos que el Estado nacional en la práctica dista mucho de ser una entidad completamente anacrónica y obsoleta (Wolf, 2001).

Continúa cumpliendo una serie de funciones vitales en seguridad, ciudadanía, bienestar, redistribución y macroeconomía, y por lo tanto hay poderosas fuerzas política, militares, empresariales, burócratas y civiles que tienen intereses en su conservación y continuidad.

Considérese, si no, la capacidad de reacción de Estados Unidos después de los infortunados acontecimientos del 11 de septiembre de 2001.

Lo que ocurres es que los Estados poderosos no están en crisis y, antes bien, poseen la capacidad de impulsar una globalización portadora de valores políticos y económicos (democracia y capitalismo) en unas modalidades que muy frecuentemente entran en conflicto con los intereses de los Estados débiles (Mason, 2000, 95).

De allí que, no lo atinente a mundo en desarrollo, la globalización, antes que suponer el desmonte del Estado, debería; inducir su transformación en una entidad capaz de conducir una inserción más discriminada y selectiva en la comunidad internacional; atender y compensar los efectos negativos de la competencia externa en los grupos sociales y los territorios más vulnerables, regular los servicios privatizados; y erguirse en una institución social con la capacidad de analizar y atender las demandas económicas y políticas de la población (Moncayo, 2000, 138).

Es más, la experiencia reciente de regiones ganadora, como Cataluña, Baden-Wurtemberg (Alemania) o Rhône-Alpes /Francai), indica que su éxito se explica en buena medida por la sinergia y

35 Para una excelente distuisición sobre la aplicabilidad del concepto de “paradiplomacia” regional en nuestro medio, ver Torrijos (2000). 36 En el ámbito europeo, Habermas explora, con cierto escepticismo, la posibilidad de una democracia y una política supranacionales y, por tanto, la

construcción de un Estado también supranacional. Ver Havermas (2000, cap. II).

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complementariedad entre las políticas regionales y las de sus respectivos Estados naionales. Chisholm (1990, 25) sintetiza bien este debate:

Quizás los puntos más relevantes son los siguientes. Primero, en la medida en que las economías nacionales se tornan más abiertas, comienzan a dejar de ser fácilmente distinguibles de las economías regionales; regiones y naciones se van alineando a lo largo de un contiuum, antes que ser discretamente distintas. Segundo, el éxito de una región depende en parte de circunstancias locales y en parte de condiciones que son externas. Los factores locales o endógenos dependen cada vez más de la gente de la región, los empresarios, los trabajadores y las administraciones, y menos de los recursos naturales o incluso de los costos diferenciales del transporte asociados con la localización. En la medida en que las economías nacionales se internacionalizan, se tornan menos diferenciadas; regiones y naciones comienzan a alinearse en un continuum, antes que ser entidades separadas.

LA PERSPECTIVA ECONÓMICA Las causas de la riqueza y atraso de las naciones: El

gran objeto de todas las investigaciones en Economía

política. Carta de Malthus a Ricardo, 26 de enero de 1817.

En la idea de que el desarrollo económico y la competitividad tienen cada vez más un carácter localizado confluyen distintos enfoques teóricos, a saber:

La Nueva Geografía Económica (NGE)

Al asumir la existencia de externalidades positivas asociadas con la producción de conocimiento y tecnología, los modelos de crecimiento endógeno (MCE), formulados a finales de los 80, sustituyeron los supuestos neoclásicos ortodoxos sobre rendimientos decrecientes a escala y competencia perfecta, por los de rendimientos crecientes y competencia imperfecta. El concepto de endógeno tiene que ver con el supuesto de que la acumulación de capital y el cambio tecnológico (innovación) son consecuencia de decisiones de inversión tomadas por agentes racionales maximizadores de ganancias en un determinado contexto histórico.37

En esta perspectiva, el renovado interés en la geografía constituye para Krugman la cuarta y tal vez la última ola de la revolución de los rendimientos crecientes-competencia imperfecta que como se dijo, está en la base de los modelos de crecimiento endógeno.38

A partir de los MCE y utilizando un enfoque evolucionista, un grupo de economistas estadounidense encabezado por Paul Krugman ha formalizado el marco teórico de la Nueva Geofrafía Económica.

La NGE retomó de los modelos de los pioneros alemanes (von Thünen, Cristaller y Los) los aportes sobre el lugar central y la organización jerárquica de los emplazamientos urbanos, y los enriqueció con las contribuciones de Marshall (economías de aglomeración), Isard (ciencia regional) y Myrdal y Kaldor (casación circular acumulativa), para pasar a postular lo que según Krugman y sus colegas es

37 Los trabajos pioneros de los MCE fueron realizados por Paul Romer y Robert Lucas. Para una revisión analítica de la literatura sobre crecimiento

endógeno ver Ruttan (1998). Un importante antecedente del concepto de rendimientos crecientes de encuentra en Young (1928)

38 “Los tres primeros momentos de esta revolución habrían sido: La nueva organización industrial, que creó un conjunto de modelos de competencia imperfecta; la nueva teoría comercial, que utilizó estos modelos para construir una teoría del comercio internacional en presencia de rendimientos crecientes; y la teoría del crecimiento endógeno, que aplicó todo este instrumental al cambio tecnológico y a la acumulación de capital (incluyendo el humano)” (Krugman, 1999, 93).

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una verdadera teoría general de la concentración espacial, que subsume los modelos anteriores (Fujita, Krugman y Venables, 1999).

La idea central de la NGE es que el crecimiento regional obedece a una lógica de casación circular, en la que los encadenamientos hacia atrás y hacia delante de las empresas conducen a una aglomeración de actividades que se auto-refuerza progresivamente. Claro que este proceso tiene un límite, porque llega un punto en que las fuerzas centrípetas que conducen a la aglomeración comienzan a ser compensadas por fuerzas centrífugas como los costos de la tierra, los del transporte y las deseconomías externas (congestión y polución).

La interacción de estos dos tipos de fuerzas va moldeando la estructura espacial de una economía. Varios trabajos empíricos realizados con el instrumental analítico de la NGE han permitido corroborar la existencia de la casación circular de acumulación en: la concentración geográfica del capital humano (Rauch, 1991); el crecimiento urbano(Eaton y Eckstein, 1994); la concentración urbana (Krugman, 1995); la estructura regional de la producción (Davies y Wesistein, 1997); la externalidades del sector industrial (Henderson, 1999); y la evolución de la jerarquía de los sistemas urbanos (Fujita, Krugman y Mori, 1999).

En cuanto a los países en desarrollo, en México se ha encontrado evidencia de rendimientos crecientes a escala en la industria manufacturera (Castañeda y Garduño, 2000), y en Colombia de externalidades agregadas, también en el sector industrial (Restrepo, 2000) (esta relación no es exhaustiva).

No obstante, la importancia de los procesos espaciales auto-organizados con base en los efectos de aglomeración y en las externalidades ha sido relativizada por otros enfoque, surgido también en el seno de la academia estadounidense, que destaca la relevancia de la geografía física y el entrono natural en el crecimiento económico de los territorios.39

En este contexto, factores como la distancia de las regiones a las costas (ídem), la latitud-distancia a la línea ecuatorial(BID, 2000,cap.3), la calidad de los suelos(Núñez y Sánchez,2000), la proximidad a los centros dominantes (Henderson, Zmarark y Venables,200; Venables y Limbao,1999), el clima y los recursos naturales, entre otros, adquieren importancia.

Ahora bien, la NCE (dado el supuesto de los rendimientos crecientes inherentes a los MCE), antes que validar la hipótesis de convergencia interterritorial-por la vía de la movilidad automática de los factores-postulada por la ortodoxia neoclásica, sostiene que el libre juego de las fuerzas dl mercado conduce inexorable a una intensificación de las desigualdades regionales, tal como ya lo habían planeado Myrdal y Kaldor.

La economía en la que vivimos esta mas próxima a la visión de Kaldor, la de un mundo dinámico guiado por

procesos acumulativos, que al modelo típico de rendimiento constantes a escala (Krugman, 1992, 15).

Esto es así porque, en virtud de las economías de aglomeración, el crecimiento tiende a beneficiar acumulativamente a las economías de mayor desarrollo, en detrimento de las atrasadas.

La evidencia empírica revela que si bien hasta los años 80 se produjo un largo ciclo de convergencia al interior de un grupo numeroso de países (Estados Unidos, Japón, Canadá, los países de la unión

39 Uno de los trabajos más representativos de esta vertiente es Gallup, AA. VV, (1999).

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europea y varios América Latina)40, mas recientemente se observa en casi todas la latitudes un proceso de polarización. Las disparidades están en aumento tanto entre países (Gallup, AA.VV., 1999; may y Jones, 1998) como al interior de los mismos.

En algunos casos el movimiento hacia la convergencia regional se ha estancado, como en la Unión Europea, y en otros países presento incluso signos de reversión, en España y Francia (Cuadrado,1998,9) y en Colombia, Perú, Brasil y Chile en América Latina(CEPAL,2001,303).

Parecería entonces que la globalización esta actuando como una fuerza centrífuga que acentúa el problema de las disparidades interterritoriales en los niveles de ingreso. Algunos analistas son todavía más radicales:

Al lado de la “globalización” y la “competitividad” el tema de la “convergencia” ha permeado las discusiones publicas sobre políticas y perpesctivas para los países en desarrollo. Bien, olviden la convergencia: la abrumadora característica de la historia económica moderna es una divergencia masiva en ingresos per capita entre países ricos y pobres, una brecha que sigue creciendo en la actualidad. Mas aun, a menos que el futuro sea diferente al presenten muchos aspectos importantes, lo que se puede esperar es que estas brecha se amplié todavía mas(Pritchett,1996).

En todo caso, aplicado a escala regional, los análisis de convergencia elaborados con las teorías de crecimiento endógeno y la NGE encuentran que el capital humano, el conocimiento y la infraestructura son los factores más determinantes del crecimiento territorial.

La Acumulación Flexible (AF)

Una segunda aproximación que conduce al concepto de desarrollo localizado es la acumulación flexible o posfordismo.

Apelando a conceptos de la escuela de la regulación francesa41, pero sobre todo a los trabajos pioneros de varios sociólogos italianos (Becattini, Garofoli, Trigilia y Bagnasco) sobre la importancia de la pequeña y mediana empresa en la industria del norte de Italia42, los investigadores estadounidenses Michael Piore y Chales F. Sabel desarrollaraon el concepto de acumulación o especialización flexible. En su famoso libro The second Industrial Divede (Piore y Sabel, 1984) estos autores dice, en esencia, que a la producción en masa rígidamente basada en la especialización flexible, cuya forma espacial sería el distrito o sistema local de pequeñas empresas. Así como la cadena sectorial era la modalidad espacial de despliegue de fordismo, el distrito sería la del posfordismo.

Los rasgos más definitorios de esta forma de organización industrial serían: la concentración del PYMES (pequeñas y medianas empresas); fuertes redes de cooperación entre ellas (competencias cooperativas); interrelación estrecha con la comunidad local; y economías de aglomeración (a la

40 Una buena síntesis de la literatura empírica sobre convergencia Inter. E intra en los países desarrollados y sus bases conceptúales y metodológicas se encuentra en Sala-i-Martin (2000, 194 y ss.).

41 Para una explicación sintética de los principales enfoques de esta escuela, ver Boyer (1992).

42 Para una completa revisión de la experiencia italiana, ver Bagnasco (2000).

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Marshall). El concepto de distrito industrial, originalmente italiano43, se aplicó después en Estados Unidos y más tarde se trasladó a muchas otras latitudes, incluyendo América Latina.

La posibilidad de unos procesos productivos auto-centrados, basados en los recursos productivos y sociales locales, despertó un gran interés y abrió nuevas perspectivas sobre la manera de impulsar el desarrollo regional.

En efecto, la acumulación flexible anunciaba un amplio abanico de oportunidades para el desarrollo productivo. De las producciones masivas de bienes estandarizados dirigidos a mercados homogéneos, a la manufactura con tirajes pequeños de productos hechos a la medida del cliente; de tecnologías basadas en maquinarias de propósito único operadas por trabajadores semicalificados, a las tecnologías y máquinas de propósito múltiple que exigen operarios calificados. Las grandes firmas monopolistas, integradas verticalmente, cedían el paso a las PYMES, vinculadas entre sí a través de relaciones de cooperación.

En fin, era una especie de retorno a lo pequeño artesanal, pero con altos niveles de productividad e innovación.

Sin embargo, y a pesar de la innegable evidencia sobre los sectores y regiones en donde se presenta el fenómeno de la acumulación flexible, no es todavía claro que el sistema fordista haya sido reemplazado en todo por el nuevo paradigma44.

A este respecto, aunque se reconoce que Silicon Valley, por ejemplo, es un verdadero distrito industrial, varias investigaciones realizadas en Estados Unidos han encontrado que: la aglomeración de empresas en la industria manufacturera, antes que haber aumentado, ha disminuido; los sectores industriales no muestran las tendencias definidas hacia la desintegración vertical; la diferenciación de productos no es un fenómeno generalizado en todas las ramas industriales; y los monopolios tienen todavía una larga vida por delante.

Por su parte, el concepto de distrito industrial tampoco h escapado a las críticas, especialmente en cuanto a la falta de precisión respecto de elementos como las redes de empresas; la noción de competencia cooperativa; relevancia de las instituciones y el capital social; y el carácter puramente local de la dinámica del distrito.

En todo caso, lo que las investigaciones empíricas han demostrado es que no existe un modelo único de distrito industrial, ni siquiera en Italia, país en donde se originó el concepto45. No hay, pues, unos componentes definidos y característicos que hagan de estos sistemas una forma de organización industrial que se pueda reproducir a voluntad en cualquier lugar. Esto debido, entre otros factores, a que en los distritos se da un proceso evolutivo de adaptación permanente a las demandas del entorno.

43 En realidad , el término distrito industrial fue utilizado por primera vez por Alfred Marshall en sus estudios sobre Lancashire y Sheffield (1909), y

reintroducido por Becarrini (1990), cuya definición de distrito industrial es la de ser una entidad socio-territorial caracterizada por la presencia activa en un área territorial circunscrita, social e históricamente determinada, de una comunidad de personas y de un acoplamiento de empresa industriales.

44 Un buen análisis crítico de la literatura sobre acumulación flexible se encuentra en Markussen (1999).

45 Una tipología de los distritos se encuentra en Markussen (1996). Ver también Robellotti (1995).

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Trabajos realizados en Francia, Estados Unidos, Portugal y Québec no han confirmado la difusión generalizada del distrito industrial como nueva forma de organización espacial de la producción. En América Latina se han documentado algunos casos, como el de Blumenau en Brasil, Gamarra (confecciones) en Perú, y Guadalajara y Leon (calzado) en México (Benko y Lipietz, 2000, cap.1).

El relativo agotamiento del concepto de distrito industrial condujo a una visión más dinámica de los factores que explican el desarrollo regional, basada en el papel de la innovación tecnológica. En este nuevo enfoque el énfasis se desplaza desde la localización de las actividades industriales, propio de las primeras teorías de la acumulación flexible, hacia los sectores terciarios avanzados y sus lógicas empresariales y espaciales.

En la medida en que los procesos de innovación tienden de manera natural a la concentración espacial, por tanto tienen un carácter aci,iñatovp (a la Myrdal y Kaldor), se localizan en unos determinados espacios que se convierten en la locus de una serie de sinergias e interrelaciones ente las empresas y las unidades de investigación, con efectos expansivos en la producción de bienes y servicios avanzados.

Estas localizaciones son las regiones innovadora que con su dinámica acumulativa tienden a alejarse en forma creciente, a pesar de ciertos procesos de difusión espacial de la innovación, de las regiones meramente adaptativas, y más aún de las dependientes.

Desarrollos más recientes de estos enfoques plantean que la innovación no es el resultado de la actuación aislada de empresario Shumpetreriano, sino un fenómeno colectivo en el que las economías externas, de aglomeración y de proximidad, son los elementos definitorios. Surge aquí la noción de medio o entorno innovador (milieu innovateur).

Para, Aydalot (1986, 10), uno de los primeros teorizadores de esta concepción, “son los medios quienes emprenden e innovan”46. A su turno, según Maillat (1995, 41-42), “el territorio es el resultado de un proceso (se habla de territorio construido) surgido de las estrategias de los actores y de fenómenos de aprendizaje colectivo”.

Por tal razón, en el aprendizaje colectivo la proximidad espacial cumple un papel determinante, puesto que se da a través de cooperación entre firmas, extrernalidades, efectos de diseminación, aprovechamiento del conocimiento implícito y de intercambios no comerciales de información y movilidad de los trabajadores.

En esta misma tesitura, otra vía para la adquisición de ventajas locales es la formación de redes, a través de las cuales las empresas se involucran en joint ventures o asociaciones, alianzas estratégicas, consorcios, etc., con el fin de compartir riesgos y explotar oportunidades (Wolfe, 1997, 16 y ss)

Nótese que entre los enfoques de la NGE y los de la AF hay varias diferencias peor también similitudes. Estas últimas tienen que ver con la importancia que ambos conceden a los efectos de aglomeración y a las externalidades. Las primeras radican en que la AF pone el énfasis en la externalidades no-comerciales (untraded externalities), en tanto la NGE la ignora por razones metodológicas (Helmsing, 2000, 56).

La Competitividad

46 Para una completa exposición sobre el concepto del medio innovador, ver Méndez (1998).

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Material didáctico preparado por: Carlos Arturo Merlano Blanco 45

Un tercer enfoque que se está aplicando a la conceptualización y medición comparativa del desarrollo regional es el de la competitividad.

Surgido en la segunda mitad de la década de los 80, como una cuestión centrada en el vínculo entre el avance económico de los países y su participación en los mercados internacionales, el concepto de competitividad se ha convertido en una suerte de mantra que se invoca para múltiples efectos en la teoría y la práctica del desarrollo económico contemporáneo.

La comisión Presidencial sobre Competitividad Industrial, creada para analizar la llamada “declinación de productividad” de la economía de Estados Unidos en 1985, acuñó la definición más conocida y aceptada de competitividad.

... la capacidad de un país para sostener y expandir su participación en los mercados internacionales y elevar simultáneamente el nivel de vida de su población (President´s Comisión on Industrial Competitiveness, 1985).

Hacia finales de los 80 y principios d los 90, la OECD y la Unión Europea también comenzaron a incorporar el concepto de sus propuestas de política industrial y tecnológica (Martínez, 1996).

A pesar de las muy variadas definiciones y metodologías de medición de la competitividad, hay un aspecto en el que este enfoque se encuentre con las teorías más convencionales del crecimiento: la importancia determinante de la productividad y el progreso técnico. Es decir, el incremento de estos últimos es la única manera de ganar competitividad auténtica, tal como lo advirtió muy tempranamente F. Fajnzylber (1998), de la CEPAL, en sus trabajos pioneros sobre estas materias. Por cierto, las conceptualizaciones de este autor, que llegaron hasta la formulación de un marco general que integraba competitividad, progreso técnico, sostenibilidad ambiental e innovación institucional (Fajnzylber, 1991), fueron incorporadas a las propuestas sobre transformación productiva con equidad, que marcaron el pensamiento de la CEPAL durante los años 90.

El diamante de Porter

Procedente de la vertiente microeconómica de la organización industrial y de la estrategia empresarial, Porter publicó en 1990 La ventaja competitiva de las naciones, un libro que habría de se muy influyente en los estudios aplicados de competitividad y sobre todo en el diseño de estrategias a escala nacional.

A partir de una exhaustiva investigación empírica en 10 países de alto dinamismo en el comercio internacional47y con un marco ampliamente interdisciplinario, Poter formuló el célebre modelo del diamante en el que interactúan cuatro grandes determinantes:

1. Condiciones de los factores de producción. Factores básicos: recursos naturales, clima, localización, fuerza laboral y capital. Factores avanzados: comunicaciones, personal con educación superior, institutos de investigación, etc.

2. Condiciones de demanda: tamaño del mercado interno.

47 Dinamarca, Alemania, Italia, Japón, Corea, Singapur, Suiza, Reino unido y Estados Unidos.

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3. Estrategias de las empresas y marco regulatoria de la competencia interna.

De la interacción dinámica de los elementos del diamante, Porter deriva el concepto de ventajas competitivas que, a diferencia de las ventajas comparativas clásicas del modelo Heckscher-Ohlin, son la resultante del esfuerzo deliberado (man made) en el nivel de las firmas para innovar en el sentido más amplio.

Porter puso, además de relieve dos aspectos que si bien no eran nuevos se convirtieron desde entonces en moneda corriente: los clusters y las ventajas competitivas de regiones y ciudades.

Lo primero tiene que ver con el hecho de que las industrias competitivas de un país están usualmente vinculadas a través de relaciones horizontales (clientes comunes, tecnología, servicios de apoyo, etc.). Además, en muchas ocasiones los clusters están localizados en una sola ciudad o región, como es el caso de los textiles en Italia o los químicos en Alemania, lo cual remite al concepto de ventajas competitivas locales. En otros cosos una localidad es exitosa en una amplia gama de actividades48.

Las dos situaciones anteriores plantean la importancia de los factores que determinan la concentración geográfica de las actividades económicas, que es, como se vio más arriba, el objeto de estudio de los enfoques de la geografía económica y de la acumulación flexible o posfordista, en los cuales Porter se basa ampliamente.

La competitividad sistemática

Otro enfoque que se vale de un polígrafo de interacciones a la Porter es el de la competitividad sistémica presentado por el Instituto Alemán de Desarrollo con base en los trabajos de la OECD (1992)49 Los vértices del rombo son esta vez:

1. El nivel meta: estructuras básicas de la organización jurídica, política y económica; capacidad social de organización e integración; y capacidad de los sectores para la interacción estratégica.

2. El nivel macro: mercados eficientes de factores, bienes y capitales.

3. El nivel meso: políticas de apoyo específico, formación de estructuras y articulación de procesos de aprendizaje al nivel de la sociedad.

4. El nivel micro: las empresas que buscan simultáneamente eficiencia, calidad, flexibilidad y rapidez de reacción, en redes de colaboración mutua.

En este enfoque se concede especial atención al nivel meso, que se concibe, ante todo, como un problema de organización y de gestión50, y de complementariedad de las acciones del Estado y el sector privado. También se alude a la dimensión regional y local, especialmente en el nivel meso. En este sentido se recomienda explícitamente la descentralización del sector público con miras a una mayor autonomía de las regiones.

48 Elaboracines posteriores de estos temas se encuentran en Porter (1998ª; 1998b; 2000)

49 Esta referencia se encuentra en Esser, AA. VV. (1996, 40). 50 Para un tratamiento amplio del nivel meso, ver CEPAL (1996).

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La CEPAL adoptó el enfoque de la competitividad sistemática y ha continuado enriqueciéndolo, explorando, entre otros, los vínculos de la competitividad con el sector industrial (Pérez, 1997); la calidad (Shurman, 1998); las regulaciones laborales (Beccaria y Galin, 1998); las instituciones; la equidad y la inversión extranjera (Figueroa, 1998); y las dimensiones empresarial y sectorial (Mortimore y Pérez, 2001).

La crítica de Krugman

La competitividad, como una condición para que un país tenga éxito en el comercio internacional aumentando simultáneamente su nivel de vida, ha sido objeto de severas críticas, de las cuales la más conocida es la de Krugman (1994ª)51. Para este autor la obsesión con la competitividad no sólo es equivocada sino peligrosa, porque el crecimiento de un país depende exclusivamente de su productividad interna y nada tienen que ver con la competitividad o la productividad relativas a otros países. Además, si se trata de aumentar la productividad, ello es tan importante en los sectores expuestos a la competencia internacional como en los sectores domésticos productores de servicios.

Para Krugman no tiene sentido hablar de competencia entre países, porque estos no compiten entre sí en la forma en que lo hacen las empresas, toda vez que el comercio internacional no es un juego de suma cero, en donde la ganancia de un actor es la pérdida de otro. Por el contrario, el intercambio entre dos países produce beneficios para las dos partes.

En consecuencia, el diseño de políticas con base en la competitividad puede conducir a una asignación equivocada de recursos y eventualmente a una guerra comercial.

No obstante, en algunos trabajos más recientes se sostiene, al contrario d lo que piensa Krugman, que el concepto de competitividad es útil y es aplicable, entre otras, a las economías de Estados Unidos y el Reino Unido (Howes y Singh, 1999).

En particular, cuando se reconoce la presencia de fallas de mercado que impiden una asignación óptima de recursos y el cambio estructural espontáneo hacia los sectores de más alta productividad, algunos autores piensan que hay lugar para una política de competitividad encaminada a corregir deliberadamente dichas deficiencias.

Los índices y “rankings” de competitividad

En la práctica los análisis de competitividad están a la orden del día en los más diversos ámbitos y para los niveles de agregación económica más variados. Por una parte, en cuanto a la escala geográfica, se hace este tipo de ejercicios no sólo aplicados a países y grupos de países (Unión Europea, por ejemplo), sino también a regiones y ciudades. Por otra, en lo relativo a los agentes económicos, se examina tanto la competitividad de firmas individuales como de conjuntos de firmas (sectores industriales y clusters localizados).

Desde otra perspectiva, las mediciones de competitividad pueden ser aplicadas a flujos comerciales y a estructuras de precios y costos, y tener carácter estático o dinámico52.

Entre las metodologías más conocidas se pueden mencionar las que aparecen relacionadas en la tabla 1.

51 Una presentación cuantitativa y más detallada de los argumentos planteados en este artículo se encuentra en Krugman (1994b, cap.10, apéndice) 52 Una explicación técnica de estas mediciones se encuentra en Chica (1992)

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Tabla 1 Mediciones de competitividad a escala nacional

The Economist Competitividad de las Exportaciones

Índice ponderado de los tipos de cambio bilaterales

CEPAL (CAN Análisis) ∗

Competitividad de las exportaciones

Penetración del país en el comercio internacional

IMD (World Competitive Yearbook)

Competitividad global de las economías

Ocho factores determinantes del crecimiento global de una economía

Woel Economic Forum (Global Competitivess Report)∗∗

Idem Idem

∗La metodología original fue desarrollada por Mandeng (1991). Desde entonces la División de Desarrollo Productivo y Empresarial de la CEPAL, la ha seguido perfeccionando, actualizando y adaptando a distintas zonas geográfica.

∗∗ Entre 1980 y 1996 el IMD y el WEF publicaron conjuntamente un informe anual de competitividad mundial. A partir de 1996 elaboraron informes separados que aunque conservan bastante similitud, difieren en los factores utilizados y en el método de ponderación.

En la medida en que el informe de WEF es asesorado por Jeffrey Sachs y Michael Porter, la con ceptualización económica en la que se basa está muy imbuida de los enfoques ortodoxos que propugnan por políticas amigables con el mercado (market friendly plicies), como mayor apertura comercial, desregulación y flexibilidad del mercado labora. Estos factores de competitividad pueden ser válidos en los mercados eficientes de los países avanzados, pero no necesariamente en el contexto de los menos desarrollados, en donde las fallas del mercado ameritan intervenciones más estratégica y selectivas53.

Mediciones de competitividad a escala regional

En el intento de captar empíricamente las capacidades competitivas de las regiones de un país se han diseñado diversas metodologías y elaborado un número de ejercicios aplicados.

Sin la pretensión de ser exhaustivo en un campo que crece exponencialmente, reseñaré a continuación de dichas metodologías (tabla 2).

53 Una evaluación crítica de los índices del IMD y del WEF que cuestiona tanto el modelo económico implícito como las relaciones de casualidad, la relevancia de las variables explicativas y hasta la calidad y pertinencia de la información estadística se encuentra en Lall (2001).

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50 U de G. Desarrollo Industrial Guajiro

Tabla 2 Mediciones de competitividad a escala regional Autor Instrumento Metodología Austalian Housing Uban Research Institute (AHURI)/Queesland University of Technology, Brisbane (Roberth y Stinson, N. A.)

Análisis cualitativo multisectorial (instrumento para determinar la competitividad d lea regiones y establecer estrategias para el desarrollo económico)

Interacción de cuatro factores determinantes de la competitividad

Centure for Urban and Regional Development Studies, University of New Castle Upon Tyne, Reino Unido (Charles y Bonneworth, 1999)

Regional Genchamarking Report

Interacción de factores determinantes de la competitividad

Juan Ramón Cuadrado Roura (1998)

Estudio comparativo de 16 regiones exitosas de Europa

Interacción de factores determinantes dela competitividad territorial

En América Latina la mayoría de los diversos ejercicios de meditación de la competitividad regional que se han realizado se basan en la metodología del Foro Económico Global. Es el caso de MÉXICO (Reinoso, 1995), Venezuela54, Bolivia (PNUD, 1998), Chile (PNUD, 1996), Y Colombia (CRECE-MISIÓN Siglo XXI, 1996); Hernández y Ortiz, 2001).

En Colombia, la CEPAL, en desarrollo de un convenio dela Cámara de Comercio de Calí, adoptó el programa CAN Análisis, para evaluar la competitividad de las exportaciones de los departamentos colombianos en los mercados mundiales (CAN Análisis Regional).

LA PERSPECTIVA DEL NEOINSTITUCIONALISMO Y EL CAPITAL SOCIAL

Aunque La preocupación del neointitucionalismo sobre ola importancia de las instituciones en el crecimiento económico se centra en el nivel nacional uno de los trabajos seminales dela vertiente del capital social versó sobre la diferencias regionales en un país desarrollado.

En efecto, en su célebre investigación sobre el desarrollo regional italiano, Putnam busca explicar por qué se presentan resultados tan dispares en el proceso de descentralización iniciado en le decenio de los 70. ¿Por qué las regiones del norte, como Lombardía. Veneto y Emilia Romagna, presentan desempeño tan superiores a los de la Puglia y Basilicata en el sur, siendo que todas ellas han sido cobijadas por los mismos cambios institucionales y legales? (Putnam, Leonardi y Nanetti, 1993).

Putnam encuentra la respuesta de anterior interrogante en el impacto del compromiso cívico-componente esencial del capital social-en el desarrollo socioeconómico y en la efectividad institucional del Estado. En otras palabras, una sociedad fuerte genera tanto una economía fuerte como un Estado fuerte.

54 Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA) y Venezuela Competitiva.

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Entonces, ¿en qué consiste el compromiso cívico? En sentido lato, el compromiso cívico, que es la base del la corriente teórica del republicanismo, consiste en un alto grado de identificación de los ciudadanos con los intereses de la comunidad en la que viven. Patriotismo, solidaridad, virtudes ciudadanas son aquí los conceptos centrales (Gargarella,, 1999, cap. 6).

Citando a Michael Waltzer, Putnam señala que “el interés en los asuntos públicas son los signos claves de la virtud cívica” (Putnam, Leonardi y Nanetti, 1993, 87), y agrega:

La comunidad cívica se caracteriza por una ciudadanía activa imbuida de preocupación por lo público, por relaciones públicas igualitarias y por un tejido social basado en la confianza y la cooperación. Descubrimos que algunas regiones en Italia se hallan bendecidas por vibrantes redes y normas de participación cívica, mientras que otras están condenadas, por una política estructurada verticalmente, a una vida social fragmentada y aislada y una cultura de desconfianza (Ibíd.. 15)55

Para el autor en mención, la principal manifestación del compromiso cívico es la asociativa, o sea la propensión de los ciudadanos a participar en asociaciones que buscan el bien común.

Con base en sus hallazgos, Putnam establece un paralelo entre las divergencias de las zonas norte y sur de Italia y las que se prestan entre América del Norte se ha visto beneficiada por la existencia de una cultura cívica heredad en gran medida del parlamentarismo inglés descentralizado, mientras que en América Latina fueron implantados el centralismo autoritario, el familismo y el clientelismo, enraizados en la España medieval.

El trabajo empírico en Knack y Keefer (1997) confirma que el capital social es determinante para el desempeño económico en una muestra de 29 países desarrollados, pero no corrobora la tesis de Putnam en cuanto a la importancia de la asociatividad.

Para estos autores el capital social se puede medir mejor a través de los indicadores de trust, definido como el porcentaje de persona que creen que la mayoría de la gente es confiable, y de cívica, que se refiere al grado de compromiso de las personas con la norma cívica de cooperación (honestidad en el pago de impuestos y tarifas pública, entre otras).

En este punto los enfoque se aprendizaje colectivo de las redes de cooperación, que se mencionaron antes, se encuentran con los de capital social. Este último deviene una condición necesaria para que los beneficios de la nueva dinámica de las relaciones entre las firmas de éstas con los mercados, los trabajadores y los proveedores se puedan manifestar plenamente.

Los principales elementos de una economía regional en red (nnetworked regional economy) con: una densa trama de instituciones de apoyo público y privadas; inteligencia del mercado laboral de alto nivel y los correspondientes mecanismos de educación vocacional; rápida difusión de la transferencia tecnológica y empresas receptivas a la innovación. La misma densidad de estas redes y el apoyo institucional son con frecuencia interpretados con signos del dinamismo de la economía regional (Wlkfe, 1997, 19-20).

Según Fukuyama (1996), sólo las sociedades con un alto nivel de confianza social podrán crear las organizaciones empresariales flexibles y de gran escala necesaria para competir exitosamente en la en la economía global emergente.

55 El énfasis es añadido. Llama la atención en esta cita que Putnam habla de la existencia en las regiones exitosas de vibrantes redes, concepto similar al que utilizan los enfoques de la acumulación flexible y del medio innovador ,reseñados anteriormente. La diferencia está en que para éstos las redes son industriales o tecnológicas y para aquél son sociales.

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Varios autores, entre los cuales de destacan Shmid y Robinson (1995) y Temple y Jonson (1998), se han ocupado de analizar empíricamente la asociación positiva entre capital social y desarrollo económico global emergente.

De esta forma comienza a surgir lo que Storper (1997) llama la Nueva Geografía Institucional.

El aparato conceptual de la economía neoclásica que, como hemos visto, no contempla explícitamnte el espacio ni las instituciones, tampoco era muy receptivo a las preocupaciones sobre la dimensión ambiental y la sostenibilidad del desarrollo, ni siquiera en el sentido negativo de los límites del crecimiento que ya preocupaban a Malthus, Ricardo y especialmente a J.S. Mill (Dally, 1993, 36). Como dice Dally:

...La economía neoclásica estándar fue construida sobre el supuesto de que la economía está lejos de los dos límites (biofísico y éticosocial) i. e., que es siempre biofísicamnte posible y éticosocialmente deseable que el producto agregado crezca. Como dice Abramovimitz haciéndose eco de Pigou, los economistas se han basado en el argumento práctico de que un cambio en el bienestar económico implica un cambio en el bienestar torla en la misma dirección e incluso en el mismo grado (Tammes, 1983, cap. 1)56

En la actualidad, en cambio, la necesidad de incorporar la dimensión ambiental en las concepciones y en la práctica del desarrollo económico e indiscutible. El consenso que ha ido emergiendo con nitidez de la multitud de foros, iniciativas, declaraciones y elaboraciones teóricas que dicha cuestión ha suscrito es que la economía y la ecología se deben complementar para generar un nuevo paradigma de desarrollo que supere las concepciones antropocéntricas de un crecimiento ilimitado basado en una disponibilidad infinita de recursos naturales y tome debidamente en cuenta las complejas interrelaciones entre la actividad humana y su entorno ambiental. El concepto de desarrollo sostenible, que combina el mejoramiento cualitativo de los niveles de bienestar social en el largo plazo con el manejo adecuado de los recursos biofísicos y geoquímicos del planeta, se está imponiendo tanto en el plano teórico como en el operativo.

Este enfoque no es el resultado de una súbita revolución intelectual, sino la consecuencia, como ocurre generalmente en las ciencias sociales, de una ecolución gradual en la que a las concepciones avanzadas del desarrollo económico se fueron agregando en forma sucesiva elementos relacionados con el medio ambiente y la ecología (Colby, 1990).

Así, de la simple preocupación con respecto al impacto negativo de la actividad económica sobre el ecosistema, se pasó a una consideración explícita de los costos de los recursos biofísicos o capital natural (resourse management), hasta llegar a una concepción compleja que plantea un modelo abierto de las relaciones termodinámicas ente la economía y los recursos biofísicos y el ecosistema.57 A este respecto, en 1991 la CEPAL afirmaba:

El desarrollo sostenible conduce hacia un equilibrio dinámico entre todas las formas de capital o patrimonio que participan en el esfuerzo nacional y regional: humano, natural, físico, financiero, institucional y cultural [...] exige un esfuerzo sistémico, que abarca también la conducción de la política económica, la gestión de los recursos naturales, la innovación tecnológica, la participación de amplios estratos de la población, la educación, la consolidación de instituciones, la inversión y la investigación (CEPAL, 1991, 10).

Más recientemente, Brown y Flavin concluyen:

56 Una discusión más reciente sobre los límites del crecimiento se encuentra en Neymayer (2000).

57 Uno de los trabajos seminales y más influyentes sobre las relaciones circulares ente economía y ecosistema es el de Boulding (1966)

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Las tendencias de los últimos años indican que necesitamos una nueva brújula moral que nos guíe hasta el siglo XXI, una brújula asentad en los principios de satisfacción sostenible de las necesidades humana. Esta ética de la sostenibilidad se basaría en el concepto de respeto a las generaciones futuras (Brown y Flavin, 1999, 54).

En la medida en que una de sus preocupaciones centrales es el uso y conservación de los recursos naturales y que estos están localizados territorialmente, el enfoque del desarrollo sostenible le agrega la dimensión ecológica al concepto de endogeneidad del desarrollo. En este sentido, la sostenibilidad de un territorio estaría dada, por un lado, por la garantía de suministro de recursos naturales y del flujo de servicios ambientales esenciales para la supervivencia de la comunidad, por el otro, por el adecuado aprovechamiento económico de dichos recursos.

Surge aquí el enfoque biorreginal para planificar y administrar la protección y el aprovechamiento del capital natural y la biodiversidad.

Según el Instituto de Recursos Mundiales (WRI), la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y el PNUMA, un biorregión es58:

Un territorio de agua y suelo cuyos límites son definidos por los límites geográficos de comunidades humanas y sistemas ecológicos. Tal área debe ser suficientemente amplias para mantener la integridad de las comunidades biológicas, habitats y ecosistemas de la región; sostener procesos ecológicos esenciales, tales como los ciclos de nutrientes y residuos, migración y flujos; satisfacer los requerimientos del territorio para especies claves; e incluir las comunidades humanas en el manejo, uso y comprensión de los recursos biológicos. Debe ser suficientemente pequeña para que los residente locales la consideren su hogar.

En este enfoque se pueden identificar seis elementos básicos (Ibíd.., 24(: 1 la escala y el alcance geográfico, 2)las comunidades con intereses en cuestión, 3) ciencia, tecnología e información, 4) mecanismos institucionales y arreglos gubernamentales, 5) incentivos y plíticas facilitadoras, 6) administración adaptativa y evaluación.

Las biorregiones de mayor escala serían –según Boiser- ecorregiones, en tanto que el concepto de región sostenible sería aplicable a cualquier región que practique un modelo y unas políticas de desarrollo sostenible. “No es la región en sí misma la sustentable, sino la forma de intervención en ella” (Boiser, 2001, 113 y ss).

La pertinencia de un enfoque de planificación biorregional se pone plenamente de relieve cuando se tienen en cuenta que el modelo de internacionalización ha conducido a la mayoría de los países a un proceso de reprimarización de las exportaciones. Esto es, un patrón exportador más intensivo en recursos naturales, con el agravante de que la participación del grupo de “industrias sucias” también aumentó. En consecuencia, los problemas de contaminación y deterioro ambiental se han agudizado- por distintas vías y con diferente intensidad – en todos los países (Schaper, 1999b)59.

Una manera de revertir el encadenamiento perverso apertura-exportación de recursos naturales-mayor vulnerabilidad ambiental sería mediante el procesamiento e industrialización de dichos

58 Citados por Guimaraes (2001, 23). 59 Ver también Schaper (1999ª).

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recursos, acompañados de la respectiva producción de insumos y equipos para ellos. Como propone Joseph Ramos:

Sería, pues, un desarrollo no tanto a base de la extracción de recursos naturales, como ahora, sino a partir de los recursos naturales y las actividades que naturalmente tienden a formarse y aglutinarse (los clusters) en torno a ellos. Diferirá, por tanto, de la experiencia de los países de reciente industrialización (PRIS), los asiáticos, escasos en recursos naturales. Más bien se asemejará al de los países actualmente desarrollados, también ricos en recursos naturales como los nórdicos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda (Ramos, 1998, 105).

No sobra recordar, además, que el crecimiento basado en la exportación de commodities y recursos naturales tiende a se no sólo inestable sino más bajo en el largo plazo (Rodríguez y Sachs, 1999.

HACIA UN NUEVO PARADIGMA DE DESARROLLO REGIONAL

Esta capacidad de entender todas las voces de la naturaleza Es lo que debería aportar la “teoría final!: aquella en que todas Las preguntas fundamentales hallarían respuesta sin requerir Una explicación en términos de otros principios mas profundos. Steven Weinberg

Como se ha sugerido en las secciones anteriores, hay numerosos indicios de que en el campo del desarrollo económico un nuevo paradigma está emergiendo: el desarrollo (o la competitividad)

Parecería que las distintas vertientes teóricas examinadas más arriba están convergiendo (por territorial. Es decir, el carácter localizado de los procesos de acumulación, de innovación y de formación de capital social, vías independientes) hacia una concepción del territorio según la cual éste ya no sería un factor que se puede incorporar circunstancialmente al análisis del crecimiento económico, sino un elemento explicativo esencial de los procesos de desarrollo (Moncayo, 2001).

En esta perspectiva-para decirlo en los términos de Veltz-, el territorio es considerado como una estructura activa (de desarrollo, de estancamiento o de regresión), y no sólo como un perímetro –receptáculo de las actividades productivas. Como dice este autor: “los territorios no son campos de maniobras, sino actores! (Veltz, 1999, 18).

En un lenguaje muy similar, un documento del gobierno francés plantea:

Durante el último decenio, el territorio ha dejado de ser un simple patrimonio (según la visión agraria del territorio) o un lugar de regulación de relaciones sociales (según una visión administrativa del espacio). Nosotros vemos, cada ves más, un cuadro creador de organización, una estructura activa, y no un simple espacio que utilizamos para alojar inversiones eventuales o para construir una infraestructura (Datar, 2000, 11).

En efecto, la gravitación de los clusters en el enfoque de Porter; el énfasis de la NGE en los efectos de aglomeración; la importancia de las redes de interacción en las teorías de los distritos industriales y del medio innovador; el papel determinante del compromiso cívico de los enfoques del capital social; y el concepto de biorregión en la perspectiva de desarrollo sotenible: todos tienen como sustrato común la revalorización de la territorialidad del desarrollo.

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En este sentido, la competitividad es cada vez más un asunto de orden regional (o local), o en todo caso sector-regional (Bendesky, 1999).

Para efectos prácticos, no es muy útil considerar la capacidad competitiva de una nación, ya que la competitividad es un atributo de sectores y actividades económicas específicas y, a partir de ellas, corresponde a una región geográfica en particular.

La convergencia en el plano teórico de los distintos enfoques que hemos mencionados da lugar a postular una Teoría de la competencia regional (Competence Regional Theory), que implica la existencia de un sistema productivo regional (Lawson, 1999). Este concepto integra los enfoques de la competencia en el campo de las firmas individuales (the competence perspecitve) y los de las distintas vertientes de la geografía económica.

De este modo, tal visión integrada se refiere más a una aproximación territorial del desarrollo que a una teoría de crecimiento regional. En términos de Jun, la noción misma de territorio sería la innovación lingüística mayor del nuevo paradigma emergente (Furió, 1996, 102).

Lo anterior no niega, en modo alguno, las fuertes interrelaciones circulares entre la función y el territorio. Es decir, las características propias de las actividades funcionales (sectoriales) influyen en la configuración de la dimensión territorial, pero, a su turno, esto último también condiciona las características concretas que asumen las primeras (Ibíd.., 128).

Ahora bien, sin caer en ningún tipo de determinismo económico externo, es plausible plantear que todo cambio profundo de las estructuras tecno-económicas de una sociedad induce una modificación correspondiente de las instituciones políticas y sociales que la gobiernan.

Entendidas las instituciones como un conjunto de reglas que articulan y organizan las interacciones económicas, sociales y políticas entre los individuos, los grupos sociales y el Estado, caen en esta órbita las políticas públicas, las distintas modalidades asociativas de la sociedad civil y en general las diversas formas de regulación de la conducta de los individuos.

La transferencia de competencias hacia niveles subnacionales de gobierno, las políticas económicas regionales, la paradiplomacia de las cuasi-Estados regionales y las complejas redes de ONG y de movimientos sociales son algunas de la se manifestaciones de la transformaciones que se están produciendo en el plano de las instituciones y las formas de gobierno.

Según algunos enfoques, a cada régimen de acumulación corresponde un régimen social de regulación60; por tanto, la transición del régimen fordista de acumulación al régimen posfordista debe acarrear un cambio correspondiente en el régimen de regulación de los actores en las diferentes esferas de la sociedad.

Ello explicaría la crisis (o transformación) del Estado –nación a la que se hizo referencia anteriormente, y plantea la pregunta del cuál sería el mejor marco de regulación para una forman de acumulación basada en las economías localizadas y flexibles que se perfila como característica de la fase actual del capitalismo.

60 Las teorías de regulación en sus distintas vertientes. La francesa, representada principalmente por Michel Aglieta y Robert Boyer, y la inglesa, en la cual se basan estos párrafos. Ver al respecto Jessop (1999).

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En este sentido, según Jessop, así como el estado de bienestar Keynesino (EBK) era la forma de regulación más apropiada para la reproducción ampliada, el fordismo, el Estado de trabajo shumpeteriano (ETS) proporcional el mejor armazón político posible del posfordismo.

Mientras que los objetivos del RBK con respecto al sistema económico fueron promover el pleno empleo de una economía nacional relativamente cerrada, principalmente a través del manejo de la demanda, y generalizar las normas del consumo masivo a través de los derechos de bienestar, los objetivos del ETS se pueden sintetizar en :

...La promoción de innovaciones de productos, de procesos organizacionales y de mercados; el mejoramiento de la competitividad estructural de las economías abiertas, principalmente mediante la intervención en el lado de la oferta, y la subordinación de la política social a las exigencias de flexibilidad del mercedo de trabajo y la competitividad estructural (Jessop, 1999, 66)61 .

En suma, los rasgos específicos del ETS son de interés de promover la innovación y la competitividad estructural en el campo de la política económica, y el impulso a la flexibilización y la competitividad en el campo de la política social.

Pero si, como hemos visto, la innovación, la competitividad y la flexibilidad son cada vez más proceso localizados, de aquí se sigue que le principal escenario de ETS sería la región (o la ciudad), y su principal preocupación la de cómo modelar las economías regionales para hacerlas más competitivas en la nueva economía mundial.

En este contexto se entiende que mientras el EBK era centralista y sus políticas regiones se orientaban prioritariamente a la (re)localización de la actividad económica para asegurar el pleno empleo y reducir las brechas entre regiones, el ETS es más disperso y emplea políticas regionalizadas de educación y entrenamiento, de innovación tecnológica, de resigo y de dotación de infraestructura, Inter alia.

En otras palabras, frente al retraimiento del Estado de bienestar Keynesiano en el nivel nacional, surge un Estado de trabajo shumpeteriano en los niveles regional y locales. Como dice Jessop, ha habido un cambio en el centro institucional de gravedad (o “atractor institucional “), en trono al cual funcionan los procesos políticos y económicos (Ibíd.., 197). Exactamente a esta conclusión llega un trabajo empírico sobre las estrategias económicas de los estados de la Unión Americana62.

En el nuevo Estado no sólo hay un movimiento hacia la desnacionalización (hacia arriba y hacia abajo, como se vio anteriormente), sino uno hacia la descentralización que implica la asociación entre organizaciones gubernamentales y no gubernamentales para la planeación y promoción del desarrollo. Es el Estado empresarial asociado con la iniciativa privada y la cívica, en diversas modalidades neocorporativas de partnership.

Lo anteriormente expuesto no implica que pensemos que la transición delineada por Jessop es un hecho cumplido, y menos aún en el ámbito de los países en el desarrollo en los cuales estos procesos son todavía borrosos. Se trata más bien de una estilización de los cambios tendenciales

61 El autor aprovecha la similitud de expresiones en inglés Welfare (bienestar) y Workfare (trabajo), para acuñar las citadas denominaciones.

62 En este estudio se mencionan explícitamente las tesis de Jessop sobre el ETS. Ver Clarke, aa. Vv. (1999).

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observados, los cuales aun en los países desarrollados están lejos de cristalizar en instituciones concretas y políticas plenamente aplicadas.

No obstante, las regularidades que se registran en cuanto a la descentralización; la demanda por mayor autonomía territorial; y las iniciativas económicas regionales y locales a través de una amplia gama de países de distinto grado de desarrollo y diferentes modelos políticos y económicos, sugieren que están operando algo más que meras condiciones futuristas o específicas de los países.

Por lo pronto, y para cerrar este artículo, vale la pena resumir esquemáticamente los elementos que caracterizan el nuevo paradigma del desarrollo regional (tabla3).

Tabla 3 El nuevo paradigma de desarrollo regional

Perspectiva teóricas Factores determinantes PERSPECTIVA POLÍTICA: Estado-Región Descentralización (cuasi-Estados regionales) Diversas formas de devolución

De competencias políticas, Administrativas y fiscales a Las polis Regionales y locales

PERSPECTIVA ECONÓMICA: Nueva Geografía económica

Crecimiento endógeno Economías de aglomeración

Acumulación flexible Distrititos industriales

Medio Innovador COMPETITIVIDAD Ventajas competitivas locales PERSPECTIVA DEL INSTITUCIONALISMO Y CAPITAL SOCIAL

Compromiso cívico local

PERSPECTIVA AMBIENTAL Biorregión y ecorregión

Cambio en el régimen de acumulación

Cambio en el régimen de regulación

Del estado de bienestar Keynesiano al Estado de trabajo shumpeteriano Nota: La línea punteada sugiere que la relación de casualidad no es unívoca ni determinista. Fuente: elaboración del autor.