TEORÍA PRIMERO DE BACHILLERATO

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TEORÍA

PRIMERO DE BACHILLERATO

NOMBRE:

CURSO:

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TEMA 1. EL CONOCIMIENTO A LO LARGO DE LA HISTORIA 5

TEMA 2. EL CONOCIMIENTO 6

1. CREENCIAS Y SABER 6 1.1 Noción de Creencia 6 1.1.1. Creencias racionales 6 1.1.2. Conjunto racional de creencias 7 1.2 Noción de Saber 8 1.2.1. Saber qué y saber cómo 8 EJERCICIO 1 9 2. ORIGEN DEL CONOCIMIENTO 9 2.1. Experiencia sensorial y conocimiento 9 2.1.1 El mundo perceptivo de los humanos 10 2.1.2 Análisis del proceso perceptivo 11 2.1.3 Experiencia sensorial y error 15 2.2. Razón y conocimiento 16 2.2.1 Conocimiento indirecto 16 2.2.2 Conocimiento directo y saber conceptual 16 2.2.3 El mundo conceptual de los humanos 17 2.2.4 Funciones de la razón en la elaboración del conocimiento 18 2.2.5 Las debilidades de la razón 19 EJERCICIO 2 19 3. OTRAS FUENTES DE CONOCIMIENTO 20 3.1 La autoridad 20 3.2 La intuición 21 3. 3 La revelación y la fe 22 EJERCICIO 3 23

TEMA 3. CONOCER LA VERDAD 24

1. LA VERDAD 24 2.1. La posibilidad de saber la verdad 24 2.1.1. Dogmatismo y actitud dogmática 24 2.1.2 Escepticismo y actitud escéptica 25 2.1.3 Actitud crítica y racional 25 2. PROPOSICIONES Y ENUNCIADOS 26 2.1. Enunciado 26 2.2. Proposición y enunciado 26 2.3. Valor de verdad 26 3. CRITERIOS DE VERDAD DE UNA PROPOSICIÓN 27 3.1. EL CRITERIO DE CORRESPONDENCIA 27 3.2. El criterio de coherencia 27 3.3. El criterio de evidencia 28 3.4. El criterio de la utilidad 29 3.4.1. Útil como 'lo que funciona' 29 3.4.2. Útil como 'lo que está verificado’ 29 3.5. ¿Cómo podemos establecer la verdad de una proposición? 30

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EJERCICIO 4 30 EJERCICIO 5 30

TEMA 4: LOS RAZONAMIENTOS O ARGUMENTOS 31

1. INFORMAR Y ARGUMENTAR 31 2. LOS ARGUMENTOS 31 2.1. Partes de un argumento 31 2.2. Reglas para identifica argumentos 32 3. TIPOS DE RAZONAMIENTOS 34 Argumento 1: Argumento por analogía o analogía 34 Argumento 2: Argumento inductivo o inducción 34 Argumento 3: Argumento deductivo o deducción. 34 3.1. Razonamiento deductivo 35 Argumento 1 35 Argumento 2 35 Argumento 3 36 Argumento 4 36 3.2. Razonamiento inductivo 37 Argumento 1 37 EJERCICIO 6 38 4. RAZONAMIENTOS VALIDOS Y RAZONAMIENTOS NO VALIDOS 38 4 .1 Validez y no validez de los razonamientos deductivos 39 Argumento 1 39 Argumento 2 39 Argumento 3 40 Argumento 4 40 Argumento 5 41 Argumento 6 41 4 .2 Validez y no validez de los razonamientos inductivos 41 Argumento 1 41 Argumento 2 42 EJERCICIO 7 42 5. FALACIAS 42 5.1. Falacias formales 42 5.2. Falacias no formales 43 5.2.1. Falacia ad populum 43 5.2.2. Falacia ad hominem 43 5.2.3. Falacia ad baculum (bastón) 44 5.2.4. Falacia de generalización precipitada 44 EJERCICIO 8 44

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TEMA 5: LA CIENCIA 45

1. NOCIÓN, CLASES Y ELEMENTOS DE LA CIENCIA 45 1.1. Noción de ciencia 45 1.2. Clases de ciencia 46 1.3. Elementos de la ciencia 47 EJERCICIO 9 48 EJERCICIO 10 48 2. EL MÉTODO DE LA CIENCIA 48 2.1. El método axiomático 48 2.2. El método Hipotético–Deductivo 49 2.2.1.Las ciencias explican los acontecimientos 49 2.3. El Método Hermenéutico 51 2.3.1.La hermenéutica comprende los fenómenos 51 EJERCICIO 11 52 3. LÍMITES DE LA CIENCIA 52 3.1. ¿Es posible distinguir entre ciencia y no-ciencia? 52 3.1.1. Distinción entre ciencia y no-ciencia 53 3.2. Posiciones filosóficas sobre el método científico 55 EJERCICIO 12 55

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TEMA 1. EL CONOCIMIENTO A LO LARGO DE LA HISTORIA

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TEMA 2. EL CONOCIMIENTO

¿Qué es el conocimiento? Conocer es una actividad mental, el resultado de la cual —las

ideas o representaciones mentales— es el conocimiento en sentido amplio. Sin embargo,

tan sólo una parte del conocimiento en sentido amplio es conocimiento en sentido estricto o saber. Sólo se puede llamar conocimiento estrictamente o saber al conjunto de ideas o creencias que, además de estar adecuadamente y suficientemente justificadas con razones, son verdaderas. Así pues, el conocimiento estricto o saber es conocimiento verdadero. Y sólo él.

1. CREENCIAS Y SABER

Tenemos ideas o proposiciones que son verdaderas y otras que no. A veces, sin embargo, creemos que sabemos la verdad y nos equivocamos. Otras, opinamos sin garantías. ¿Cómo se pueden discernir las creencias que vale la pena mantener de aquellas otras que son un camino hacia el engaño, hacia el error? Los criterios de racionalidad que estudiaremos a continuación son una estrategia que tiene como objetivo maximizar el número de aciertos y minimizar el de errores de las creencias a largo plazo.

1.1 Noción de Creencia

El resultado de la actividad de conocer puede ser la creencia o el saber. Creer significa asentir a una idea, considerar algo verosímil o probable. Yo creo que algún día moriré, que hay una isla llamada Australia, que mis padres son mayores que yo o que el Homo erectus precedió al Homo sapiens en la evolución de los homínidos. Evidentemente, creer algo no equivale a saber la verdad: podemos creer muchas ideas falsas o equivocadamente. Por ejemplo, mi vecino cree en la telepatía (lo que es poco probable que sea cierto) y también cree que la isla de Pascua está en Canarias (lo cual es del todo falso).

Aunque en el lenguaje ordinario creer y opinar a veces se utilizan con significados diferentes, con frecuencia significan lo mismo. En este sentido, decir que mi vecino cree en la telepatía es, básicamente, lo mismo que decir que el mi vecino opina que la telepatía existe. Nosotros, en adelante, usaremos creencia y opinión como sinónimos.

La pregunta más interesante que podemos plantear ahora es la siguiente: ¿cuándo estamos justificados a creer cierta idea?, ¿cuándo resulta racional creer algo y cuando resulta racional no creerla? Justificar racionalmente una creencia u opinión significa, básicamente, presentar buenas razones a su favor. Es decir, apoyar en buenas razones la creencia de esa idea.

1.1.1. Creencias racionales

Una creencia racional es aquella que se fundamenta en buenas razones. Para establecer la racionalidad de nuestras creencias podemos atenernos a algunos criterios para decidir cuándo estamos racionalmente justificados a creer algo. Lo que explicamos a continuación no es más que una estrategia para distinguir aquellas ideas o proposiciones que esta racionalmente justificado creer. Esta estrategia, sin embargo, no es ninguna garantía de acierto, porque no todas las creencias racionales son verdaderas. Ofrece, en cambio, una guía de reflexión para seleccionar las creencias desde el punto de vista racional.

Diremos que una persona tiene buenas razones para creer o para opinar si se da alguna de las siguientes circunstancias:

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a) Que su creencia haga referencia a una proposición analítica, es decir, una proposición cuya verdad sólo depende de la estructura gramatical y semántica del lenguaje con el que se formula; por ejemplo, podemos creer racionalmente que todos los solteros son no casados, o que un triángulo tiene tres ángulos.

b) Que su creencia haga referencia a una proposición de una teoría científica vigente en nuestro tiempo. La ciencia es el modelo de creencia racional; es racional creer en las proposiciones de las teorías científicas de nuestro tiempo. La ciencia no es un saber definitivo, pero es un saber fundamentado; por ejemplo, es racional creer en las leyes de Newton o en la teoría de la evolución.

c) Que su creencia se pueda ser comprobada directamente y personalmente, o haya lo haya sido por testimonios fiables; por ejemplo, podemos decir que es racional creer que ahora estamos leyendo, o que durante algunos días alrededor del solsticio de verano el sol no se pone en el círculo polar ártico.

d) Que su creencia sea deducible a partir de otras proposiciones que está racionalmente justificado creer; por ejemplo, si creemos que las vacunas evitan o previenen las enfermedades, aceptaremos como verdadero que la vacunación contra el tétanos previene de esta infección. Si la idea es una proposición verdadera, las consecuencias deducidas válidamente de la idea también serán verdaderas.

Aplicando estos criterios descubriremos las buenas razones, o la falta de buenas razones, en que se basan nuestras creencias u opiniones y estaremos en mejor situación de aceptarlas o de rechazarlas.

Sin embargo, la racionalidad de una creencia o de una opinión no garantiza la verdad. Por ejemplo, podemos estar racionalmente justificados a creer que cierta persona es culpable — o inocente— de lo que se le acusa y, en realidad, equivocarnos. Ahora bien, cuanto

más y mejores razones tengamos para proporcionar apoyo a nuestras creencias, más pequeño será, también, el margen de error.

La frontera donde empiezan las buenas razones es borrosa, ya que siempre puede haber mejores razones. ¿Cuál es la mejor razón para creer que un libro de viajes contiene ilustraciones: que los viajeros hagan fotografías de sus viajes o que lo diga la ficha bibliográfica de la biblioteca?

Por otra parte, el humano no es del todo un ser racional; ni sus creencias, ni sus acciones responden siempre a razones; ni cuando responden a razones, éstas son las más

pertinentes. En el terreno que nos ocupa, la racionalidad ha sido siempre una aspiración, un ideal difícil de cumplir. A veces creemos algo irracionalmente, es decir, sin razones o con razones no muy buenas, o bien sin atender a las razones de los demás.

Una creencia irracional sería, pues, una opinión no fundamentada en ninguna razón, o fundamentada en razones no pertinentes; es decir, razones que no vienen al caso.; por ejemplo, si yo creo que aprobaré el curso y ofrezco como razón el hecho de que lo soñé una noche de verano, no podemos considerar que esa creencia esté justificada racionalmente.

1.1.2. Conjunto racional de creencias

La aceptación racional de una creencia u opinión significa, normalmente, que la consideramos compatible con el resto de creencias. Esta última observación nos lleva a hacer algunas consideraciones sobre los conjuntos de creencias y su racionalidad.

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Una persona racional cree o está dispuesta a creer todas las proposiciones que resulta racional creer y, además, deseará que el conjunto de sus creencias sea un conjunto racional de creencias. Para ello, someterá constantemente a revisión las creencias que ya posee y escuchará las razones de otra gente. Con esta actitud irá incorporando nuevas creencias racionales al conjunto de sus creencias y eliminará aquella que no sea racional creer. Para que un conjunto de creencias sea racional, ha de ser abierto y flexible.

Se ha de mantener una actitud abierta y activa hacia nuevas razones con la finalidad de reforzar las antiguas creencias, y si se da el caso, sustituirlas por nuevas. El esfuerzo de cuestionarse las creencias y de irlas sustituyendo por otras más racionales se ha acompañar de ciertas exigencias lógicas.

En efecto, un conjunto de creencias, para que sea racional, debe aspirar también a la máxima coherencia lógica. Es decir, las creencias de un conjunto personal de creencias deben ser mutuamente compatible. No es racional creer simultáneamente proposiciones contradictorias; por ejemplo, creer en que el hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza y creer que el hombre es un hominoide evolucionado con antepasados comunes con el chimpancé.

1.2 Noción de Saber

Las creencias racionales no equivalen al saber. Podemos estar racionalmente justificados a tener una creencia y, en cambio, que esa creencia sea falsa, podemos tener muy buenas razones para afirmar una creencia y, sin embargo, estar equivocados; por ejemplo, podemos creer que sólo tenemos un riñón porque así se puede ver en unas radiografías que nos acaban de hacer y, al mismo tiempo, podemos estar equivocados porque, en realidad, se ha producido un error y nos han mostrado la radiografía de otra persona.

Podemos decir que sabemos algo cuando, además de creerlo y estar racionalmente justificado creerlo, es trata de algo que es verdad. Así, pues, cuando estamos informados de ideas o proposiciones verdaderas podemos decir que las sabemos; por ejemplo, podemos decir que sabemos que los cuerpos caen o que la nieve es blanca, y muchas otras cosas de este tipo porque lo creemos, tenemos justificación racional para creerlo y, además, es verdad. Esta modalidad de saber se llama saber qué (saber teórico). Básicamente saber que significa tener información verdadera. Cuando nos falta esta información verdadera hemos de admitir que no sabemos o bien que estamos equivocados; por ejemplo, podemos ignorar la fórmula del ácido tartárico o creer, equivocadamente, que la Luna es un planeta; en ninguno de estos dos casos podemos decir que sabemos, porque saber equivale a saber la verdad.

Para que haya saber, pues, hace falta que creamos en una proposición que se fundamente en buenas razones, y que, además, sea verdadera. Sólo podemos decir que sabemos una idea o una proposición cuando creemos racionalmente esta proposición o idea y, además, es verdadera.

1.2.1. Saber qué y saber cómo

El saber qué no admite grados: o se sabe o no se sabe; por ejemplo, sé que Roma es la capital de Italia, sé que los humanos somos producto de la evolución y sé que Petrarca escribió sonetos son la expresión de algunas ideas que sabemos. Si las sabemos, no las podemos saber a medias, sino que lo sabemos de forma completa, acabada. Si no las sabemos, simplemente lo ignoramos, no hay punto intermedio. Quien afirma que Adolfo Suárez sigue siendo presidente del gobierno español no sabe que la persona que preside el gobierno ha cambiado. No es que lo sepa poco o de manera incompleta, sino que lo

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ignora. El saber que es un saber que nos hace estar o no en posesión de ciertas informaciones verdaderas. Pero hay otro saber, el saber cómo, que se que se relaciona con la posesión de ciertas habilidades, consiste en el dominio de las técnicas, las estrategias o los instrumentos necesarios para hacer cosas y alcanzar un objetivo; es un saber que se puede adquirir y mejorar, admite grados. El saber cómo es en cierto modo lo mismo que poder hacer. Podemos tener un dominio más grande o más pequeño de cualquier saber práctico, por ejemplo, sé cómo pintar paredes, sé cómo pintar cuadros, sé cómo conseguir los mismos efectos de transparencia que conseguía Velázquez en sus obras, esos saberes son la expresión de ciertas habilidades que se pueden tener o no, que se pueden adquirir y mejorar, se puede saber más o menos, se puede tener más o menos habilidad para pintar paredes. El saber cómo es, por tanto, un saber práctico, una técnica que se puede aprender y mejorar.

A lo largo de la historia, los humanos, además de un saber teórico sobre las cosas, han construido un cuerpo de técnicas o de saberes prácticos mediante de los que han intervenido en la naturaleza y la han adaptado a sus necesidades. La fabricación de utensilios o de viviendas, o la práctica de la medicina —basada en la experiencia y en la

observación y no en la magia o en la brujería— son también ejemplos de saberes

prácticos. La producción de técnicas no es, sin embargo, sencilla o gratuita. Saber cómo hacer algo o cómo conseguir alguna finalidad, es una cuestión de estudio y dedicación.

Tanto el saber que como el saber cómo se puede transmitir y enseñar. Lo que sabemos, lo sabemos porque lo hemos aprendido (por nosotros mismos u porque otras personas nos lo han enseñado). No hay que olvidar, sin embargo, que el hecho de decir que sabemos las cosas no es lo mismo que saberlas. Si decimos que sabemos que la Luna es un queso —y la Luna no es un queso— o decimos que sabemos cómo interpretar una

pieza musical con violín —y no sabemos ni cómo cogerlo—, no se puede decir que

sabemos lo que decimos que sabemos. No lo sabemos, o lo creemos falsamente o estamos mintiendo.

EJERCICIO 1

2. ORIGEN DEL CONOCIMIENTO

2.1. Experiencia sensorial y conocimiento

Todos los seres vivos compartimos el mismo mundo real, pero cada especie se lo representa de manera diferente. A través de los sentidos, los animales captan del mundo real lo que necesitan para adaptarse y sobrevivir. Ningún animal puede captar más estímulos de los que le permite su sistema neuro-sensorial. Podemos decir que el mundo perceptivo de cada especie animal está determinado por la estructura y las características de su sistema neuro-sensorial. La experiencia del mundo real es diferente en cada

especie.

El mundo perceptivo del ser humano, sin embargo, no coincide con el conocimiento que tiene del mundo real, sabe más cosas de las que puede percibir. Los humanos, a diferencia de las otras especies que sólo tienen mundo perceptivo, disponemos de un mundo conceptual con el que podemos representarnos y pensar cosas que no captamos a través de los sentidos, tanto si tienen una existencia física como si no. En el caso humano, la experiencia directa con el mundo real es una modalidad de la actividad del conocimiento.

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2.1.1 El mundo perceptivo de los humanos

Cada especie animal capta aspectos diferentes del mundo real a través de sus receptores sensoriales. Lo que captan los receptores o sentidos del animal son las sensaciones. La interpretación que hace el cerebro de estas sensaciones constituye sus percepciones.

Los humanos tenemos un mundo perceptivo propio a consecuencia de las características del sistema neurosensorial de nuestra especie. Por ejemplo, nuestros sentidos no captan todas las formas de energía que constituyen el mundo físico; del espectro de la luz solar tan sólo captamos visualmente como colores una pequeñísima franja correspondiente a ondas de aproximadamente una cien mil milésima de centímetro, lo que representa 1/70 parte del total del espectro. Los otros tipos de radiación, que igualmente nos afectan, tienen una longitud de onda muy larga —algunas de más de un metro—, y corresponde

en las macroondas, o bien una longitud de onda muy corta —menos de una cien mil

milésima de centímetro—, y corresponden a radiaciones bien conocidas: rayos X,

infrarrojos, ultravioleta y microondas. No vemos los rayos infrarrojos ni podemos tener idea de cómo nos representaríamos el mundo físico si los pudiéramos ver.

Cada sentido capta estímulos dentro de su campo perceptivo. Este campo perceptivo es específico de cada especie animal; por ejemplo, los insectos captan los rayos ultravioletas que no captamos los humanos. Así, cada especie vive propiamente en su mundo perceptivo, del que capta aquellos rasgos que le son necesarios para sobrevivir. El ser humano también está especializado para captar del mundo físico lo necesita para sobrevivir.

Además, nuestro cerebro no procesa todos los datos que le llegan. Constantemente seleccionamos aquellos estímulos que, en cada caso, nos son más indispensables. La atención consiste, precisamente, en aplicar selectivamente la sensibilidad a la captación de estímulos. En otras palabras, se trata de un proceso de focalización perceptiva que incrementa la conciencia clara de un núcleo central de estímulos (el texto que ahora estás leyendo) alrededor del cual hay otros estímulos (los ruidos de la calle, por ejemplo), que son percibidos de manera difusa. Constantemente nos llegan más estímulos de los que podemos atender, por eso —y no siempre conscientemente— seleccionamos los que por

su posición, intensidad, tamaño o novedad nos llaman más la atención. El fenómeno inverso de la atención, es decir, la distracción, se explica como una consecuencia de las limitaciones informativas del nuestro sistema nervioso y de la selección que hacemos de los estímulos que nos llegan.

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2.1.2 Análisis del proceso perceptivo

A través de los cinco sentidos —vista, oído, tacto, gusto y olfato— podemos recibir informaciones

de lo que ocurre en el mundo que nos rodea. Los ojos captan y transforman la energía que nos llega en forma de luz. El oído capta y transforma la energía en forma de sonido. La piel es sensible a la energía que llega al cuerpo en forma de temperatura, presión o contacto. Las reacciones químicas producidas en la lengua y en la nariz provocan el gusto y el olfato.

Los estímulos captados por los sentidos (presión a la piel, radiaciones de determinada longitud de onda, sustancias químicas en suspensión, ondas acústicas de frecuencia determinada, etc.) son transportados al cerebro en forma de impulsos nerviosos. El cerebro se encarga de recibir estos impulsos y transformarlos en información significativa. Lleva a cabo, pues, una tarea de carácter cognoscitivo: recibe los datos sensoriales, los selecciona, los relaciona con otros datos almacenados en la memoria, los identifica como formas perceptuales y les asigna un nombre. El resultado de este proceso es un cierto conocimiento del mundo (por ejemplo, que hay un gato negro en el sofá).

Siempre es un sujeto el que percibe. La percepción se puede definir como el acto de un sujeto por medio del cual este toma consciencia de sus sensaciones y les da significado. Se trata de un proceso complejo, el resultado del cual es una representación interna, subjetiva, del mundo real. En la configuración del acto preceptivo intervienen tanto las propiedades del sistema nervioso como la propia personalidad, la experiencia y la motivación del sujeto perceptor. Hacerse una idea del mundo real, tener una manera de ver las cosas, significa algo más que recibir o experimentar estímulos, el sujeto relaciona los datos percibidos con otros ya existentes en su memoria, y los identifica y valora desde un punto de vista cognitivo y afectivo.

El comportamiento del sujeto en la percepción no es, pues, como el de una cámara fotográfica que registra, pasivamente, los estímulos que le llegan, al contrario, la actitud del sujeto es de investigación, de exploración activa sobre el mundo real. Ante un objeto no estamos pasivos, sino que al explorarlo seleccionamos, ordenamos e interpretamos,

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desde nuestra subjetividad, los datos sensoriales que nos llegan. Recibimos datos y, a la vez, creamos significados. A veces, con pocos datos sensoriales lanzamos una hipótesis perceptiva y acertamos. Sucede cuando, por ejemplo, esperamos una amiga en la estación y, a pesar de la multitud y el agobio, somos capaces de identificarla por una pequeña característica o movimiento del cuerpo. A veces, por el contrario, la ilusión nos hace caer en el error: queremos encontrar a nuestra amiga, interpretamos erróneamente los datos de nuestros sentidos y nos equivocamos de persona.

Percibir es, por tanto, buscar información, investigar y cuestionar el mundo real, tender hacia un objetivo. Se trata, en cierta forma de un comportamiento intencional y capaz, en muchos casos, de diseñar la realidad. Esta búsqueda de información se hace siempre a partir de lo que ya se sabe. Cuando miramos la noche estrellada, ¿qué vemos? Cualquiera de nosotros vería estrellas, mientras que un nativo de una tribu primitiva vería luces encendidas sonido o señales de los dioses; un astrónomo vería constelaciones y un astrofísico, reacciones de energía y cambios imperceptibles para nosotros. Cada uno ve según lo que busca y, por tanto, según lo que ya sabe.

La actividad perceptiva, pues, depende tanto de la información que ya tenemos como de las propias intenciones. La información que ya tenemos se puede comparar con una red con la que recogemos datos sensoriales sobre el mundo. Si los agujeros de la red son grandes, sólo pescaremos ballenas; si los agujeros de la red son pequeños, cosecharemos infinidad de pececillos. Con la red de agujero pequeño conseguiremos una visión más completa del mundo real. La percepción es, pues, una construcción del individuo, no una simple aparición de objetos en el teatro de la conciencia.

Nuestra particular manera de interpretar las sensaciones nos permite situarnos en el mundo real y adaptarse a ellos. La percepción es, pues, un descubrimiento de significados en el mundo y, al mismo tiempo, una respuesta adaptativa. Percibir es adaptarse significativamente en el mundo.

En la percepción intervienen componentes psíquicos, personales y sociales. Veámoslos:

a) Componentes psíquicos de la percepción

En la percepción intervienen facultades psíquicas como la memoria, la imaginación y la inteligencia. Estos componentes son básicos para entender tanto la selección como la interpretación de las sensaciones.

• La memoria es la capacidad de almacenar y de recuperar experiencias pasadas. Esta capacidad permite identificar rápidamente los estímulos percibidos.

La intervención de la memoria es decisiva en el proceso perceptivo: la conexión con las experiencias pasadas facilita el reconocimiento y la interpretación de las sensaciones. Por

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este motivo, los objetos se reconocen inmediatamente, gracias a la asociación entre los datos sensoriales y la información almacenada en la memoria. Por otra parte, los recuerdos de las vivencias pasadas condicionan las experiencias presentes.

• La imaginación es la capacidad de representar mentalmente un objeto o una situación existente o inexistente en ausencia de estímulos.

La actividad imaginativa contribuye a identificar objetos e interviene en la interpretación subjetiva de las sensaciones. La imaginación contribuye a hacer una interpretación más rica y original de los datos sensoriales. La originalidad de la imaginación consiste, básicamente, en la manera de asociar, combinar y estructurar los materiales aportados por la sensación.

• La inteligencia se puede entender como la capacidad de adaptarse a situaciones nuevas o resolver problemas en situaciones no vividas anteriormente. La inteligencia ofrece diferentes maneras de acercarse a una situación o problema, tantas como tipos de relaciones se puedan establecer entre los datos recogidos.

La inteligencia permite "ver" pequeños indicios allí donde una percepción no inteligente no sería capaz de ver nada. También discrimina entre elementos relevantes y elementos no significativos de un conjunto de datos sensoriales mezclados, analiza los datos, abstrae los aspectos definitorios y llega a generalizaciones. Recordemos, por ejemplo, que la inteligencia de Sherlock Holmes es capaz de hacerle ver lo que a todo el mundo pasa inadvertido. En la escena del crimen, los estímulos son básicamente los mismos que recibe su compañero Watson, pero la interpretación que hace Holmes rompe los esquemas de pensamiento habituales y descubre una manera nueva de ver las cosas.

Finalmente, la inteligencia es capaz de diseñar —con la ayuda de la memoria y la

imaginación— planes de actuación de cara al futuro, así como de resolver problemas

según la interpretación que haya hecho de los datos percibidos.

b) Componentes personales y sociales de la percepción

La percepción es un proceso de carácter cognoscitivo por medio del cual una subjetividad —un yo— capta los estímulos que provienen del mundo de forma significativa y

comprensiva. Es una especie de representación interior, privada, del mundo. Por ello presupone toda la subjetividad del individuo: sus experiencias pasadas, sus expectativas, su estado de ánimo ... Cada sujeto es diferente del resto, por ello, delante de lo que aparentemente son unos mismos estímulos, la percepción cambia de persona a persona: diferentes personas pueden percibir de manera diferente un mismo objeto o un mismo hecho y, por tanto, lo pueden designar con palabras distintas. En otras palabras, personas diferentes pueden tener experiencias perceptivas diferentes ante los mismos estímulos.

Los estímulos, pues, no son percibidos independientemente de nuestro estado interno, de nuestras emociones y motivaciones, de nuestra intencionalidad. Esta capacidad del sujeto para configurar el objeto también depende de factores sociales y culturales.

El ser humano es un animal social y realiza todos los aprendizajes dentro de la sociedad y la cultura en la que vive. Aprendemos a percibir influidos por las costumbres, las creencias, el lenguaje, las artes o los medios de comunicación de nuestra sociedad. Y es precisamente a través de estos factores, como factores socioculturales, que elaboramos nuestras experiencias y nuestros esquemas cognoscitivos.

Desde este punto de vista, la percepción de una tormenta, es decir, la interpretación de una tempestad no es igual para nosotros, miembros de una cultura científica, que para los nativos de una tribu animista de Oceanía. Con la percepción estética pasa lo mismo: hay

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culturas en la que el componente funcional de los objetos (o sea, que estos sirvan para alguna finalidad y que sean útiles) es más importante que no el componente formal (que sean bonitos). Por lo tanto, la actitud y el juicio de dos personas de culturas diferentes ante los objetos artísticos es muy diferente.

La presión social también influye sobre la percepción: tendemos a percibir favorablemente lo que los medios de comunicación presentan como valioso o positivo (una marca determinada, un personaje famoso ...), o lo que el grupo al que pertenecemos considera positivo.

c) Percepción y lenguaje

Hemos visto que los factores personales e influencias sociales condicionan la percepción, ahora bien, el papel del lenguaje en el proceso perceptivo requiere una consideración especial. A través del lenguaje, el sujeto realiza la plena identificación de los objetos percibidos. En efecto, la asignación de un nombre a un objeto es lo que caracteriza al acto de identificación de estímulos de la percepción. Cuando ponemos un nombre o aplicamos un concepto a la realidad percibida culmina la identificación del objeto. Por ejemplo, si no sabemos qué es una “cornucopia”, es decir, desconocemos el concepto de cornucopia, difícilmente podremos identificarla cuando la veamos. En nuestro mundo perceptivo no puede haber cornucopias mientras no asociamos la palabra con un cierto tipo de sensaciones. Así pues, percibimos realmente cuando podemos reconocer lingüísticamente unos estímulos. Por ello, se puede decir que fuera del lenguaje no tenemos una percepción íntegramente significativa.

Las palabras constituyen un filtro cultural a través del cual nos relacionamos con el mundo real. Las palabras representan una determinada comprensión del mundo, de la realidad, de las relaciones entre las personas. Aprendemos a percibir a medida que aprendemos las palabras, ponemos nombres y clasificamos las cosas. Un estudiante de biología, por ejemplo, aprende a interpretar lo que ve por el microscopio a medida que aprende las palabras necesarias para designarlo. Una persona que no conoce este vocabulario no es capaz de ver lo mismo o, si lo es, no lo nombra correctamente. Los matices del color blanco de la nieve son mejor apreciados por los esquimales que por nosotros, dado que disponen de un rico vocabulario para referirse a ellos.

A partir de esta situación, es cierto que dice Wittgenstein, que “los límites de mi lenguaje —añadimos nosotros, del lenguaje que entendemos—, constituyen los límites de mi

mundo”. Lo que hemos llamado mundo real es, al fin y al cabo, mi mundo lingüístico. Es desde mi lenguaje que ordeno, interpreto, clasifico y me relaciono con las cosas del mundo. Por lo tanto, el lenguaje que uso expresa mi experiencia —personal y colectiva—,

mis vivencias y mi valoración del mundo con el que me relaciono. Parece, pues, que somos capaces de percibir más y mejor a medida que ampliamos el vocabulario. Por este motivo, una experiencia perceptiva rica —un vocabulario extenso y matizado— permite

pensar el mundo real teniendo en cuenta la complejidad y, en consecuencia, alcanzar una manera de verlo más rica y abierta. Un vocabulario escaso es la mejor garantía de una experiencia perceptiva pobre, así como de una manera cerrada de pensar sobre las cosas.

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2.1.3 Experiencia sensorial y error

Con frecuencia ya nuestras experiencias sensoriales nos conducen a opiniones que, posteriormente, nos damos cuenta de que son falsas. Por ejemplo, nos ha parecido ver un amigo y ha sido una confusión, o nos ha parecido que el palo sumergido en el agua está torcido y, en realidad, no ha sido más que el fruto de un efecto óptico. Estas y otras experiencias han llevado a muchos a desconfiar de los sentidos, cuando en realidad somos nosotros los que interpretamos erróneamente los estímulos que nos llegan.

El método para averiguar si «los sentidos nos engañan» o si estamos dormidos y soñando que estamos despiertos, no puede ser otro que contrastar nuestras experiencias (visuales, por ejemplo) con otras experiencias nuestras —del mismo o de los otros

sentidos—, y con las experiencias sensoriales de otras personas. por ejemplo, si he

creído que he visto un amigo o me ha parecido que el palo sumergido en el agua estaba torcido, el modo confirmar mi primera impresión y salir de dudas, es una observación más cuidadosa de la persona o del evento, también lo puedo contrastar con otras experiencias sensoriales propias (escuchando la voz del presunto amigo, analizando con el tacto si el palo está torcido o no) o ajenas (pidiendo información a alguna otra persona que lo esté experimentado).

Lo que distingue el conocimiento verdadero de la mera opinión, es el apoyo que recibe por parte de otras experiencias sensoriales (diferentes sentidos, diferentes personas parece que lo confirman). Sin embargo, ciertas opiniones o suposiciones sólo reciben un apoyo sensorial limitado y parcial; el resto de datos a partir de los cuales se construyen esas experiencias sensoriales, los proporciona la imaginación.

La imaginación puede conseguir hacernos creer que conocemos algo, supliendo la falta de impresiones requeridas para que haya conocimiento. Que este árbol es más alto que aquel otro, por ejemplo, se puede confirmar más o menos por experiencia sensorial, propia y ajena; que este camino es el que conduce a la casa del guardabosques puede ser, sólo, una opinión falible elaborada a partir de datos sensoriales insuficientes, recuerdos borrosos y un poco de imaginación.

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Difícilmente se puede ir más lejos en la distinción entre conocimiento verdadero y opinión falible. Por eso la experiencia sensorial ha sido siempre discutida como fuente de conocimiento, particularmente entre aquellos que confían más en la razón y el razonamiento que en el ejercicio de los sentidos.

2.2. Razón y conocimiento

Nuestro conocimiento no se reduce a la experiencia sensorial. Aún más: en muchos casos, aunque que sea necesaria, la experiencia sensorial no es el elemento más importante del conocimiento. Esto pasa con conocimientos de tipo conceptual, como los conocimientos científicos. Por ejemplo, cuando decimos que los cuerpos pesados caen con una aceleración de 9,8 m/s2, no lo hemos tenido que comprobar en todos los casos por medio de la experiencia. Ni tampoco hay que hacer ninguna comprobación experimental para saber que la operación matemática 5 + 3 = 8 es correcta. Se trata de elaboraciones intelectuales realizadas por la razón. La razón es la facultad que nos permite conocer a través del pensamiento. Y es pensando cómo conseguimos hacer abstracción de lo común, clasificar y designar, establecer relaciones, calcular, deducir, inducir y razonar probabilísticamente, etc.

2.2.1 Conocimiento indirecto

Conocimiento por aprendizaje vicario (sin desarrollar)

2.2.2 Conocimiento directo y saber conceptual

Mediante el proceso perceptivo los humanos llegamos a un cierto conocimiento del mundo que nos rodea, suficiente para adaptarse a él y sobrevivir. Pero este conocimiento no deja de ser parcial y aproximado, dado que nuestros sentidos son limitados y que, además, la percepción está traspasada de factores personales y sociales. Sobre el mundo perceptivo del ser humano —y gracias al lenguaje— se edifica el mundo conceptual de los

humanos. Este mundo permite despegar del conocimiento directo al saber conceptual.

Una persona puede decir que conoce una ciudad, un objeto o un animal si ha estado en esa ciudad, si ha tenido algún contacto o alguna experiencia con este objeto o animal. Por ejemplo, yo puedo decir que conozco el Valle de Arán porque he vivido una temporada en este valle del Pirineo, pero también lo podría conocer a través de un reportaje cinematográfico, de una filmación en vídeo o de una colección de fotografías.

Obviamente, puedo conocer más o menos bien el valle de Arán, y del hecho de haber vivido en este sitio no se puede deducir que lo conozca mejor que otra persona que sólo

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lo haya visto en el cine. Esta última persona podría ser muy buena observadora y yo, en cambio, podría no tener mucha memoria. En todo caso el conocimiento de un objeto se adquiere por la experiencia, por contacto directo con este objeto. Por ejemplo, no puedo decir que conozco a vuestros padres si nunca los he visto, pero tampoco puedo decir que los conozco si solo poseo de una descripción verbal de ellos; seguramente esa descripción no me permitiría reconocerlos cuando los viera, porque para reconocer a alguien o algo, previamente, hay que haberlo conocido, hay que haber tenido contacto directo.

El hecho de conocer por experiencia directa no es una actitud exclusiva de los humanos. Todos los animales conocen directamente, y porque son capaces de conocer objetos, también son capaces de reconocerlos si los vuelven a ver o a oír, o si se encuentran en contacto con ellos. Por ejemplo, yo conozco mi perro y él también me conoce; cuando vuelvo a casa me reconoce y me saluda, esa conducta, no la adopta ante personas desconocidas.

Ahora bien, podemos tener conocimiento directo de una persona, un animal o una ciudad y no saber casi nada de él o de ello; al contrario, podemos saber mucho de alguna cosa, de persona, animal o ciudad, sin conocerla directamente. Por ejemplo, una azafata de avión puede conocer muchas ciudades y no saber casi nada, mientras que una profesora de geografía puede saber muchas cosas de esas ciudades y nunca haberlas visto. En mi caso, conozco y reconozco a mis vecinos, en cambio, no se sus nombres ni a qué se dedican. En cambio, algunos de mis vecinos, que son un poco curiosos, casi lo saben todo de mí, aunque no haya hablado nunca con ellos. Podemos saber muchas más cosas de las que conocemos de manera directa. La facultad racional del ser humano, la capacidad de pensar, posibilita el logro de esta forma de conocimiento, que es el saber conceptual.

El saber conceptual tiene que ver con las ideas y su expresión por medio de proposiciones: sé, por ejemplo, que los humanos son mamíferos, que hay árboles de hoja caduca, que Australia es una isla, que los fenicios comerciaron por el Mediterráneo antes que los griegos y que el conjunto de números primos es infinito. El saber conceptual comporta una relación simbólica o indirecta con el mundo de la experiencia. Por lo tanto, presupone el lenguaje y solo es posible en los seres humanos. El saber conceptual es, en definitiva, un producto exclusivamente humano.

2.2.3 El mundo conceptual de los humanos

Los humanos, pues, tenemos un conocimiento de las cosas que va más allá de lo que captan los sentidos. Sabemos cosas sobre nuestra especie o sobre los árboles en general, aunque los sentidos sólo nos informan de la existencia de humanos particulares o de árboles individuales y concretos. También sabemos cosas sobre electrones, protones o campos electromagnéticos, que no se pueden observar directamente, pero de los que hay pruebas suficientes para poder afirmar su existencia. Finalmente, también podemos hablar de seres fantásticos o inventados como si existieran; por ejemplo, los unicornios, dioses o ángeles son seres que nunca hemos visto, pero que podemos creer que existen. Este conjunto de ideas sobre el mundo real y sobre mundos imaginados, que va más allá del que aportan los sentidos, se denomina mundo conceptual.

El mundo conceptual es exclusivo del ser humano y está formado por conceptos. Los conceptos son ideas o nociones abstractas y universales creadas por nuestra razón a partir de la experiencia sensorial. Por ejemplo, a partir de la visión de un puñado de árboles particulares —todos diferentes, pero con unas características comunes—

elaboramos la idea o el concepto universal de árbol. El concepto de árbol nos permitirá

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reconocer y designar cualquier árbol que veamos ahora o en el futuro, así como hablar de los árboles y de sus propiedades. Normalmente los conceptos se expresan con palabras; por ello el mundo conceptual es básicamente lenguaje, es un mundo simbólico. Tener el concepto de árboles y significa, fundamentalmente, que entiendo lo que quiere decir la palabra árbol y saberla usar de manera conveniente. Una persona que no tuviera los conceptos de árbol, plantar, cinco y huerto no entendería la frase He plantado cinco árboles en el huerto —que es la expresión de una idea—, ni sabría distinguir entre los

árboles y los huertos. El mundo conceptual del ser humano es, pues, una reconstrucción lingüística del mundo real, una versión en palabras de cómo pensamos que son las cosas.

El mundo conceptual de los humanos responde al reto de nuestra adaptación y supervivencia como especie. El conocimiento conceptual que tenemos del mundo facilita que podamos adaptarlo mejor a nuestras necesidades y que, a la inversa, también nosotros nos podamos adaptar. Sin embargo, hay que advertir que el uso del lenguaje y del pensamiento no conoce fronteras y tanto puede servirnos para describir lo que existe como para inventar y describir lo que no existe. Con palabras podemos expresar que existe y lo inexistente, lo que es posible y lo imposible. Por ejemplo, podemos decir que existen cuadrados de tres centímetros de lado y, también, que existen cuadrados de tres lados. La estructura gramatical de ambas afirmaciones es la misma, utilizamos las mismas palabras para hablar de lo que es posible y de lo imposible. El mundo conceptual de los humanos, pues, no sólo nos sirve para acertar, sino también para equivocarnos, para decir la verdad y para mentir, para expresar tanto el posible como lo irreal.

2.2.4 Funciones de la razón en la elaboración del conocimiento

La razón es la facultad específicamente humana que nos permite conocer la realidad y pensar, aprender el lenguaje y hacer juicios, razonar y actuar según principios. La razón sola, sin embargo, no crea conocimiento, sino que actúa siempre sobre los datos de la experiencia sensible. Podemos describir la importancia de la razón en la construcción del mundo conceptual humano a partir de tres funciones básicas: a) conceptualizar los datos de la experiencia sensible, b) establecer relaciones entre conceptos y, finalmente, c) fundamentar nuestros conocimientos.

a) La razón conceptualiza los datos que provienen de la experiencia. “Conceptualizar” significa formar conceptos y explicar los estímulos captados por los sentidos. Conceptualizar la realidad implica subsumirse en unidades abstractas que son precisamente los conceptos. Ya hemos dicho que la razón crea los conceptos a partir de la abstracción de propiedades comunes observadas en objetos de características similares. Así, de muchos árboles observados, nuestra razón puede crear el concepto de árbol como un tipo de vegetal. Gracias a los conceptos podemos identificar, ordenar y clasificar la realidad. Esta conceptualización no se da al margen del lenguaje, sino que los conceptos se expresan con las palabras que utilizamos para referirnos a las cosas.

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b) La razón relaciona conceptos y eso es lo que significa juzgar. Nuestro mundo conceptual se expresa mediante proposiciones, que son elaboradas por la razón. Una proposición es una idea o un pensamiento que afirma o niega alguna cosa, es decir, que establece alguna forma de relación entre conceptos. Entre el concepto de animal marino y el concepto de mamífero, por ejemplo, podemos establecer, entre otras, las relaciones siguientes:

(1) Todos los animales marinos son mamíferos. (2) Ningún animal marino es mamífero. (3) Algunos animales marinos son mamíferos. Etc.

Las proposiciones se caracterizan por tener valor de verdad, es decir por ser verdaderas o falsas.

c) Finalmente, la razón también fundamenta nuestros conocimientos. Aquí nos estamos refiriendo a la razón como capacidad de relacionar proposiciones de manera que unas deriven de las otras. La razón nos permite entender que unos conocimientos se fundamentan en otros. A esta forma de fundamentación la llamamos razonar. Razonar consiste en aportar las razones que justifican nuestros conocimientos, o sea, decir por qué conocemos o sabemos una cosa. Por ejemplo, si alguien me pregunta por qué una determinada persona ha decidido marchar inesperadamente a vivir al campo, yo se lo puedo justificar con razones, como que la conozco desde hace tiempo y que conozco también sus gustos y opiniones. Cuando estas razones son pertinentes, es decir, son buenas razones, la justificación toma más fuerza.

Así podemos afirmar que el conocimiento humano se origina en la experiencia sensible y culmina en la actividad de la razón. No puede haber conocimiento humano sin la intervención de ambas facultades cognoscitivas. Por los sentidos captamos una pluralidad de datos del mundo, y la razón los conceptualiza, los clasifica, los relaciona y estructura. De todo ello resulta nuestro conocimiento.

2.2.5 Las debilidades de la razón

La actividad de la razón no siempre acierta a construir el conocimiento. Es decir, no siempre aplicamos adecuadamente las diversas funciones de la razón. Por ejemplo, podemos aplicar erróneamente conceptos, o relacionar conceptos en expresiones que no tengan sentido, o construir razonamientos defectuosos o no suficientemente justificados. Siempre existe la posibilidad del error; pero también existe la posibilidad de detectar, corregir y prevenir los errores. Por eso hay que adoptar una actitud crítica ante el uso y los resultados de la actividad de la razón. Ser crítico o —en otro sentido— sensato, no

significa estar inmunizado contra los errores, sino saber cómo prevenirlos y corregirlos.

EJERCICIO 2

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3. OTRAS FUENTES DE CONOCIMIENTO

Hemos visto que los humanos, mediante la experiencia sensorial y la actividad de la razón tomamos conocimiento de las cosas, las percibimos mentalmente y llegamos a un cierto conocimiento del mundo que nos rodea. Es un conocimiento que creemos verdadero y que nos permite adaptarnos al mundo y sobrevivir. El resultado de esta relación con el mundo —nuestro conocimiento—, no es estático e invariable: podemos ampliarlo y

modificarlo a medida que recibimos informaciones nuevas o bien por medio del razonamiento. A la vez, parece que nuestras posibilidades de conocer no terminan con la experiencia sensorial y la razón. La cuestión es si las otras fuentes de conocimiento que se han dado a lo largo de la historia (la autoridad, la intuición, la revelación, la fe) son realmente fuentes de conocimiento válidas. A continuación, analizaremos esta cuestión.

3.1 La autoridad

La mayoría de nuestros conocimientos son de segunda mano, es decir, no los hemos elaborado nosotros mismos a partir de nuestras experiencias o de la actividad de nuestra razón. La invocación a la autoridad como fuente de conocimiento es necesaria y muy frecuente. Si tuviéramos que alcanzar solos el conjunto de conocimientos que tenemos nos pasaríamos la vida investigando media docena de aspectos del mundo y nos daríamos cuenta, finalmente, que hay un método mucho más rápido y eficaz para conseguirlo: aprovechar la experiencia y el trabajo de otras personas. ¿De quiénes? Obviamente de aquellas que, en relación con el tema que nos ocupa, saben lo suficiente, de aquellas que están bien informadas, que saben la verdad. Veamos un par de ejemplos. El primero, sabemos que el Amazonas es un río, sabemos que en alguno lugares llega a tener más de 4 km de ancho; pero todo esto lo sabemos sin haber estado nunca en el Amazonas, ni haberlo medido, y no lo sabemos porque lo hayamos deducido de alguna información previa; lo sabemos porque lo hemos leído en un libro o porque alguien, que nos parece digno de confianza, nos lo explicó. El segundo ejemplo, sabemos del punto de fusión del cobre porque nos informamos en un libro de química, sabemos la fecha de independencia de Libia porque un historiador nos lo ha dicho en una conferencia.

¿Cuándo y de qué forma estamos usando la autoridad como fuente de conocimiento? Evidentemente, cuando a la pregunta ¿por qué sabes x?, se responde porque nos lo ha dicho tal persona o tal otra, y nos creemos lo que nos ha dicho porque se trata de una persona entendida, de una autoridad en la materia. El recurso a la autoridad es, pues, otra fuente de conocimiento.

Sin embargo , en relación con la autoridad hay que observar algunas precauciones:

1. En primer lugar, la persona a la que invocamos como autoridad debe ser realmente especialista en su campo. No podemos aceptar la autoridad de cualquier persona, ni tampoco aceptar la autoridad de personas fuera del campo en que son especialistas. Por ejemplo, el premio Nobel de física puede ser una autoridad en su materia, pero seguramente no lo es a la hora de establecer la autenticidad de una pintura de Goya.

2. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que las afirmaciones de los especialistas no son una verdad irrefutable, sino que también pueden ser erróneas. Por ejemplo, un médico puede equivocarse haciendo un diagnóstico, o una teoría de física puede ser falsa. En estos casos, lo que parecía una verdad no lo era.

3. En muchos ámbitos hay disputas entre especialistas. Por ejemplo, dentro de la psicología no hay acuerdo respecto a la causa de la agresividad humana —si es

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de origen innato o adquirido—. Por tanto, en algunos casos lo más prudente es no

usar el recurso a la autoridad como fuente de conocimiento y aceptar, de momento, que sólo tenemos una opiniones.

4. El criterio de autoridad solo es aceptable en aquellos terrenos en los que cualquier persona podría comprobar o demostrar la verdad de lo que se afirma. Por ejemplo, todo el mundo puede como probar el punto de fusión del cobre, medir el Amazonas o, después de estudiar mucho y especializarse, descubrir si una pintura es de Goya o no. Desde este punto de vista difícilmente puede haber ninguna autoridad en asuntos como la existencia de Dios, la vida después de la muerte o la comunicación telepática con extraterrestres.

5. Por último, hay que observar que la autoridad no puede ser nunca una fuente definitiva de conocimiento. Si creemos una proposición por la autoridad del señor X, el señor X no puede saberlo por la autoridad de otro. Y si lo sabe por la autoridad de otro, por ejemplo, la señora Y, entonces X no es una autoridad; si la señora Y lo sabe por su experiencia, ella será la autoridad. Tarde o temprano tiene que haber alguien que haya llegado a saberlo y lo sepa sin apelar a la autoridad de otra persona.

3.2 La intuición

Con frecuencia decimos que conocemos algo por intuición: “lo sé por intuición”, “intuí lo que pasaría”, ”lo intuyo: el amor es la fuerza que mueve el Universo”. Estas son algunas de las formas familiares que tenemos para hablar de la intuición. Ahora bien, ¿a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de intuición?

La intuición es una vivencia íntima que se corresponde con la experiencia de percibir claramente una idea como verdadera, de forma instantánea y sin razón aparente. Todo el mundo ha vivido esa experiencia; por ejemplo, de pronto, creemos entender lo que hasta entonces era oscuro, intuimos, que la variedad de todo lo que observamos no es real y que el mundo físico es una sola cosa. Otras veces nos vemos capaces de anticipar el futuro y superar las distancias espaciales; por ejemplo, intuimos que tendremos una vida larga, que esa tarde nos vendrán a visitar o que un amigo ha tenido un accidente de coche a muchos kilómetros de distancia. Cuando tenemos una intuición creemos que poseemos la verdad. Se nos «enciende» un «luz interior», como un rayo, y comprendemos el verdadero sentido de las cosas, o «percibimos» ciertas ideas como si las tuviéramos delante.

Nadie cuestiona la existencia de este tipo de experiencia: es frecuente y común a todos los seres humanos. A veces lo llamamos presentimiento, a veces, premonición. Con todo, vale la pena preguntarnos si la intuición tiene algún un valor como fuente de conocimiento. ¿Existe alguna diferencia entre decir que lo intuyo y decir que lo veo, lo deduzco o lo dice el premio Nobel de física?

La cuestión es si la intuición sirve para saber cosas que previamente ignorábamos o si sólo ofrece el resultado de una mezcla de observaciones, de datos dispersos acumulados en la memoria y de una buena dosis de imaginación.

Es evidente que la intuición no pertenece al mismo tipo de actividades que la experiencia sensorial, el razonamiento o el recurso a la autoridad. Cuando alguien pretende saber algo por experiencia sensorial, normalmente lo hace saber y presenta razones a su favor; por ejemplo, “sé que ahora está lloviendo porque vengo de la calle y me he mojado”. Quien habla así, sabe una idea y explica por qué la sabe. Además, sabe que es verdad y ofrece razones que le dan apoyo. Es más, todo el mundo, si quiere, puede experimentar

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las mismas sensaciones haciendo uso de los sentidos (en el caso que planteábamos, saliendo a la calle y dejándose mojar). Quien dice que conoce por experiencia sensorial nos ofrece un método universal de contrastación: el uso de los sentidos, tiene un conocimiento y sabe cómo lo ha conseguido. Esto mismo ocurre cuando el conocimiento se ha logrado por medio del razonamiento (en todos los casos se puede saber de dónde ha salido la conclusión de un razonamiento) o cuando algún especialista en la materia la ha aportado (todo el mundo puede leer o escuchar las afirmaciones de la gente entendida y bien informada).

Contrariamente, cuando alguien pretende saber una cosa por intuición no puede hacer nada más que afirmar que lo sabe, aunque no sabe por qué, y no puede ofrecer ninguna razón a favor de lo que dice que sabe. Por ejemplo, “Intuyo —afirma nuestro amigo X—

que hoy será un mal día para mi equipo de futbol”, “¿como lo sabes? —le preguntamos—

¿qué razones tienes para decir que sabes esto y no lo contrario?”, “¿como podríamos nosotros intuir lo mismo que tú?”. En realidad, nuestro amigo no nos puede explicar cómo lo sabe, ni tampoco puede dar buenas razones a favor de lo que dice que ha intuido. Nuestro amigo, tampoco no nos puede facilitar el método para acceder a su experiencia intuitiva. Dice que lo sabe, con la misma claridad mental que tendría si los acontecimientos estuviesen delante de sus ojos, pero como que no están, no hay manera de poder contrastar la verdad de lo que dice, al menos hasta que se produzca lo que ha intuido. Y cuando se produce, deben ser los sentidos —la experiencia sensorial, el

conocimiento directo— los encargados de verificarlo. Y aún más, a veces las intuiciones ni

tan sólo se pueden verificar por medio de la experiencia sensorial; por ejemplo, cuando alguien intuye que el amor es la fuerza que mueve el Universo, que Dios existe, que nuestros pensamientos son pensados por seres de otra dimensión; en estos casos no hay ninguna manera de comprobar si lo que se afirma es una información veraz o no y, en consecuencia, nunca se pueden verificar las intuiciones de este tipo. No podemos llamar conocimiento a una información de este tipo, una información que no se puede verificar. En resumen, la intuición es una experiencia que no aporta nada al conocimiento de las cosas.

3. 3 La revelación y la fe

A veces se pretende conocer algo por medio de la fe (a través de los sueños, la inspiración divina, un libro sagrado) o de la revelación (confiando en pruebas divinas, o en las informaciones que nos llegan de fuera). Algunas formas familiares de expresar la adquisición de conocimiento por estas vías son: “me ha sido revelado en sueños”, “me lo reveló un libro sagrado”, “confío ciegamente o tengo fe en esto y esta fe me da el conocimiento”.

Las mismas dificultades que hemos encontrado frente a las pretensiones de conocimiento de la intuición se hacen patentes tanto en la revelación como en la fe. En efecto, diferentes personas pueden recibir revelaciones opuestas o tener fe en cosas diferentes y entrar así en conflicto mutuo. por ejemplo, una persona puede tener fe que Jesucristo es el hijo de Dios, y otra puede tener fe que Jesucristo es solo un profeta y no es hijo de Dios. Si la fe es la única base de sus afirmaciones —y teniendo en cuenta que son

contrarias—, la fe no puede validar una e invalidar la otra. De ello se desprende que

ninguna de las dos puede ser conocida por la fe: dado que, si la primera fuera conocida por la fe, también lo sería la segunda, y ambas no pueden ser verdaderas al mismo tiempo.

Por otra parte, quien cree conocer por revelación o por fe no puede validar su conocimiento por otros medios, ni puede ofrecer ningún método alternativo —y

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contrastable— para que otras personas puedan alcanzar los frutos de su experiencia de

revelación o de fe. Normalmente se guarda la fe para cuando nos faltan otros soportes para la creencia. Nadie dice que tiene fe que “dos y dos son cuatro” o en que “la Tierra es redonda”. Como apunta el filósofo Bertrand Russell, “sólo hablamos de fe cuando queremos sustituir las pruebas por la emoción”. Así pues, si la fe es la actitud de creer algo no probado, entonces la fe no puede ser una fuente de conocimiento. La fe, por tanto, no produce un verdadero conocimiento de lo que se afirma saber.

Cada creyente tiene fe en las revelaciones que contienen sus respectivos libros sagrados. ¿Cuál de las revelaciones ofrece verdadero conocimiento? ¿Qué se equivoca?

De estas disquisiciones podemos concluir que ni la intuición, ni la revelación ni la fe no son fuentes de conocimiento alternativas o complementarias de la experiencia sensorial, la razón o la invocación a la autoridad.

EJERCICIO 3

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TEMA 3. CONOCER LA VERDAD El conocimiento se dirige a la consecución de la Verdad. Han habido diferentes opiniones sobre si el hombre puede o no alcanzar “la verdad”, o en qué grado puede alcanzarla. Veremos también cuáles son los diferentes criterios que se proponen para poder saber si una proposición es verdadera.

1. LA VERDAD

2.1. La posibilidad de saber la verdad

Saber la verdad siempre ha preocupado a los humanos. A lo largo de la historia se han dado varias posiciones sobre la posibilidad de alcanzarla, desde los que han afirmado que era posible conocerla con absoluta certeza, hasta los que han negado que nuestras capacidades cognoscitivas puedan llegar a saber nada con seguridad. Presentaremos las visiones en torno a la posibilidad de conocer la verdad y también veremos las diferentes actitudes que se derivan de cada forma de pensar.

2.1.1. Dogmatismo y actitud dogmática

La palabra dogma originariamente significaba «principio fundamental», y de ahí que la palabra dogmatismo haga referencia a la tesis que da por verdaderos aquellos principios que se captan con absoluta claridad.

El dogmatismo es el nombre que recibe la tesis filosófica según la cual el conocimiento puede llegar a la verdad con absoluta certeza —otra cosa es cómo se llegue, si a través

de los sentidos, la razón, la intuición, la autoridad, la revelación—.

El dogmatismo afirma la posibilidad de alcanzar el saber, más allá de la simple creencia y de la creencia racional. La verdad sería algo objetivo que el ser humano no puede cambiar, algo que existe con independencia del hombre y que éste puede llegar a descubrir; cuando se alcanza, se posee para siempre. El dogmatismo cree, pues, que el saber es posible y que la mayoría de sus creencias están justificadas. De aquí que el dogmático tenga un sentimiento de absoluta seguridad en la verdad de sus ideas o creencias, que lo hace impermeable a la crítica, esta seguridad en la posibilidad de alcanzar la verdad hace que, a veces, el dogmático piense que lo que cree constituye un dogma del que no se puede dudar.

El dogmatismo es también una actitud que puedo llevar a aceptar, sin un análisis previo, determinadas ideas, opiniones o creencias. La actitud dogmática empuja a creer algo sin suficiente justificación racional. Podríamos decir que la actitud dogmática consiste en creer más de lo que es racional creer. La persona dogmática está convencida de la verdad de ciertas ideas sin tener suficiente apoyo racional para ese convencimiento. Creer más allá de lo racionalmente justificado tiene el inconveniente de que, a menudo, nos conduce al error.

Desde el punto de vista práctico una actitud dogmática puede conducirnos a equivocarnos en la vida; por ejemplo, quien se niega a comprobar la hora de salida del tren y cree, sin fundamento, que los horarios no cambian en todo el año, probablemente perderá el tren.

En algunos casos el dogmatismo también comporta una actitud intolerante, autoritaria e intransigente respecto a otras creencias que, por ser diferentes, se consideran erróneas. Por ello, el dogmatismo puede ser el camino que conduzca al fanatismo; por ejemplo, el fanático que discrimina y veja la gente de otras etnias, a menudo actúa así por causa de una actitud dogmática, se cree superior a otros colectivos humanos. Eso pone de

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manifiesto que. a veces, la actitud dogmática esconde en ocasiones prejuicios o intereses no declarados, o simplemente ignorancia.

2.1.2 Escepticismo y actitud escéptica

La palabra escepticismo proviene de un verbo griego que significa «observar atentamente». De ahí que escepticismo designara la tesis que nos propone ser cautelosos en la aceptación de determinadas creencias. Pero ya desde la antigüedad algunos escépticos fueron más allá de esta moderada actitud cautelosa.

El escepticismo es la tesis filosófica según la cual hay que analizar minuciosamente una creencia antes de pronunciarse sobre su verdad o falsedad o sobre su racionalidad. Esta versión del escepticismo, que podríamos llamar escepticismo moderado, considera difícil llegar a la verdad con absoluta certeza. La persona escéptica moderada permanece en la duda.

El escépticismo radical, sin embargo, considera que el saber es imposible, y que la mayoría de nuestras creencias no están suficientemente justificadas. En consecuencia, para el escéptico radical hay pocas creencias racionales. No es posible decidirnos teóricamente a favor o en contra de una creencia, fuera de aquellas que se pueden entender con absoluta claridad y evidencia, como las proposiciones analíticas o la afirmación de la propia existencia. Salvo esto, podemos ponerlo todo en duda.

Ambas versiones del escepticismo subrayan las dificultades del ser humano para conocer la verdad y alcanzar la certeza. Parten de una actitud de máxima cautela que quiere evitar el error y que conlleva no estar del todo seguro de nada. Ahora bien, una actitud de máxima cautela puede convertirse en escepticismo radical cuando no se cree ni siquiera lo que resulta racional creer. Una persona escéptica radical sería, por lo tanto, aquella que cree menos de lo que estamos justificados a creer: los enunciados de la ciencia, algunos datos inmediatos proporcionados por nuestros sentidos (ahora es de día, tengo dos brazos o estoy en clase) de las que no parece razonable dudar, etc.

Se ha atacado el escepticismo radical diciendo que se contradice porque afirma que no es posible el saber o conocimiento verdadero sin darse cuenta que, al decirlo, ya está haciendo una afirmación que pretende que sea verdadera. En definitiva, según el escepticismo radical sabemos que el saber no es posible, y esto es contradictorio. Con todo, los escépticos han respondido que su tesis no es tanto una negación de la posibilidad del saber, cuanto una actitud cautelosa ante de esta posibilidad. Esto los acerca al escepticismo moderado.

La actitud escéptica, en general, conlleva retrasar las decisiones, dificulta la acción y desemboca en una posición pasiva y conservadora, Falto de justificaciones e inmersa en la duda, la persona escéptica no encuentra suficientes razones para decidirse a actuar.

2.1.3 Actitud crítica y racional

La actitud crítica y racional recoge y mantiene algunos aspectos del escepticismo y otros del dogmatismo. Del dogmatismo recoge la aspiración al saber y a la certeza; del escepticismo recoge la actitud de cautela intelectual y de minimización del error.

La actitud crítica y racional consiste, básicamente, en analizar al máximo nuestras creencias ya justificarlas, hacerlo a partir de los datos que obtenemos por nosotros mismos, los que nos proporciona la ciencia o, bien, otros testigos fiables.

Frente al dogmatismo, la actitud crítica pretende establecer las posibilidades y los límites del conocimiento verdadero, y revisar y analizar nuestras creencias antes de aceptarlas como creencias racionales. La investigación de los límites del conocimiento y la aspiración

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a fundamentar racionalmente las creencias permite evitar muchos errores y favorece la obtención de éxitos en la práctica. Por otra parte, la actitud crítica y racional también nos previene contra la intolerancia y el fanatismo.

Aunque la actitud crítica y racional comparte con el escepticismo la cautelosa preocupación de evitar el error, esto no le impide buscar buenos fundamentos para nuestras creencias. De esta forma, reconociendo la provisionalidad y la relatividad de las propias creencias y de los propios saberes, el crítico remueve la duda total, la inseguridad paralizante y la indecisión permanente del escéptico.

A diferencia del dogmático, que cree más de lo que está justificado racionalmente, y del escéptico, que cree menos, la persona racional sólo cree lo que está racionalmente justificado a creer. Así aumenta el número de las sus creencias y la veracidad de sus conocimientos.

2. PROPOSICIONES Y ENUNCIADOS

2.1. Enunciado

Un enunciado debe ser una expresión lingüística bien construida, es decir, debe tener sentido, debe ser una oración. Ahora bien, no toda oración es un enunciado. Sólo son enunciados las oraciones que afirman o niegan alguna cosa, es decir, aquellas de las que podemos decir que son verdaderas o falsas: las oraciones enunciativas.

«Los elefantes vuelan», «dos más dos es igual a cuatro» o «En Venus hay microorganismos» son enunciados. En cambio, «sin mejor entre», «¿cómo te llamas?» o «callad, por favor» no lo son. La primera, porque no tiene sentido y no está bien formada; las otras dos porque, aunque están bien formadas y, por tanto, son oraciones, no afirman ni niegan nada y no pueden ser ni verdaderas ni falsas. Sólo podemos atribuir valor de verdad a las oraciones enunciativas o enunciados.

2.2. Proposición y enunciado

Una proposición es una idea que afirma o niega algo, y un enunciado es la expresión lingüística de una proposición. Cuando pienso que la vida es breve, pienso en la proposición «dos más dos igual a cuatro» (idea); su expresión verbal —en este caso

escrita— podría ser: “La suma de dos más dos es igual a cuatro” (enunciado).

Una misma proposición puede ser expresada lingüísticamente mediante una gran variedad de enunciados. No solo porque podamos decir o escribir una misma proposición en muchos idiomas, sino porque cada una de las lenguas nos permite hacerlo de diversas maneras. Así la proposición «la suma de dos más dos es igual a cuatro» se puede enunciar también diciendo «dos más dos es igual a cuatro», «la adición de dos y dos suman cuatro», «dos más dos suman cuatro», «2+2=4», etc.

Desde ahora utilizaremos proposición y enunciado como si fuesen sinónimos.

2.3. Valor de verdad

Tanto las proposiciones como sus expresiones lingüísticas, los enunciados, tienen un “valor de verdad” y estos valores son verdadero o falso, o dicho de otro modo, toda proposición o enunciado será verdadero o falso, aunque muchas veces sea difícil saber si son una u otra cosa.

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3. CRITERIOS DE VERDAD DE UNA PROPOSICIÓN

Si hablamos de proposiciones deberemos señalar qué característica debe tener una proposición para ser considerada verdadera.

3.1. El criterio de correspondencia

Una proposición —o su expresión lingüística, un enunciado— es verdadera si, y sólo si,

se refiere a un estado de cosas que, efectivamente, se produce en la realidad. Por contra, una proposición es falsa si, y sólo si, se refiere a un estado de cosas que no se da en la realidad. En otras palabras, un enunciado verdadero describe un estado de cosas real, es decir, que realmente existe, y un enunciado falso expresa un estado de cosas no real, es decir, que realmente no existe.

Este criterio de verdad tiene una larga tradición filosófica que se remonta a Aristóteles (384-322 a.C). En la edad media, los filósofos escolásticos lo resumían con la frase «Adaequatio rei et intellectus» que significa acuerdo entre el pensamiento y el objeto. Así pues, la proposición «la nieve es blanca» es verdadera, porque la nieve es blanca. Sería falsa si la nieve no lo fuera. En resumen, según este criterio, llamado de correspondencia, la verdad de una proposición depende de su correspondencia con los hechos, es decir, de su acuerdo con el objeto que describe. Por lo tanto, es un criterio que sólo se puede aplicar a proposiciones que se refieren a hechos.

Dificultades

El criterio de correspondencia tiene sus dificultades. Según este criterio, un enunciado es verdadero si y sólo si, describe el objeto o los hechos tal como son. Ahora bien, ¿como son los hechos?

Los hechos son como los describen los enunciados verdaderos. No podemos hablar de los objetos sin utilizar enunciados verdaderos, y no podemos formular enunciados verdaderos sin referirnos a los hechos. Parece que nos movemos en un círculo vicioso que no se puede deshacer más que situándose en otro nivel de lenguaje. Además, el criterio de correspondencia exige la existencia de una realidad con la que comparar el contenido de las proposiciones y enunciados, y olvida que esta misma realidad no es independiente del pensamiento y del lenguaje. Parece difícil establecer una correspondencia entre las proposiciones o los enunciados y una realidad no lingüística, porque cualquier referencia a la realidad se efectúa, necesariamente, mediante proposiciones y enunciados.

Un enunciado verdadero describe las cosas tal como son. «El niño llora» es, por tanto, un enunciado que se adecua o se corresponde con los hechos. Un hecho, sin embargo, no es más que lo descrito por un enunciado verdadero.

3.2. El criterio de coherencia

El criterio de verdad como coherencia afirma que una proposición es verdadera si, y sólo si, es coherente o compatible con el conjunto de proposiciones de las cual forma parte, es decir, si, y sólo si, no se contradice con ellas. Así pues, la proposición «la adición de uno y dos es igual a tres» es verdadera, porque resulta coherente con el resto de proposiciones de la aritmética elemental. En cambio, la proposición «la adición de uno y dos es igual a cuatro» es falsa, porque se contradice con algunas de ellas. Del mismo modo, una proposición de la geometría de Euclides; por ejemplo, el teorema de la suma de los ángulos del triángulo, es verdadera porque es coherente con el resto de proposiciones (axiomas y teoremas) que constituyen esta geometría. Dicho de forma simple: el teorema

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es verdadero porque que se demuestra a partir de otras proposiciones del sistema ya admitidas como verdaderas. Este teorema es falso, en cambio, en otro sistema de proposiciones como la geometría de Bolyai y Lobatxevski, ya que resulta contradictorio, al menos, con una de las proposiciones del sistema que afirma que la suma de los ángulos del triángulo es menor que 180 °.

Si el enunciado «Laura es más alta que José» es verdadero, entonces «José es más bajo que Laura» también es verdadero, porque es coherente con el primero.

Este criterio de verdad se aplica igualmente a las proposiciones que se refieren a hechos. Así, por ejemplo, la proposición «hay hombrecillos verdes en los bosques», que parece que se refiere a hechos, es falsa, porque no es coherente con el resto de proposiciones científicas.

Dificultades

La principal dificultad de este criterio es que parece conducir a una verdad de tipo formal, es decir, que la verdad de una proposición se establece, no por lo que ésta afirma, sino por su relación lógica, de compatibilidad o incompatibilidad, con otras proposiciones. Esto implica que una proposición es verdadera si encaja en un conjunto de proposiciones que, a su vez, son verdaderas porque también encajan. Pero el criterio de coherencia no dice nada sobre la verdad de todo el conjunto: es posible decidir si una proposición es verdadera dentro de un conjunto, pero no es posible decidir si el conjunto es verdad.

3.3. El criterio de evidencia

Otro criterio de verdad es el de la evidencia. Según este criterio, una proposición es verdad si no se puede dudar de ella, es decir, es verdadera si y sólo si, la mente no puede dejar de aceptarla como verdadera cuando la considera. En lenguaje figurado es como si la proposición verdadera aportara su propia luz y la mente no tuviera más remedio que mirarla y verla, que «intuirla» como dijo René Descartes (1596-1640). Así, son verdaderas, por evidentes, proposiciones como «yo pienso», «veo un guijarro gris» o «yo existo». La evidencia está muy emparentada con la certeza. Frente a lo evidente, el sujeto no duda, experimenta la certeza o la seguridad de estar ante la verdad.

Dificultades

Una de las dificultades de este criterio es su limitación. Son muy pocas las proposiciones que cumplen los requisitos de la evidencia y son totalmente resistentes a la duda. Parece que, más allá de las proposiciones analíticas y de las que describen los propios estados mentales o subjetivos, no puede haber muchas más. Si bien puede ser evidente que veo un guijarro gris, ya no lo es tanto que el guijarro sea gris. Con una iluminación diferente sin lugar a dudas lo veo verdoso. En cambio, ahora tengo mis dudas de cómo es realmente.

Otra de las dificultades de este criterio es que la evidencia es una experiencia subjetiva. Quizás la mente no pueda dejar de aceptar una proposición como verdadera y, en cambio, la proposición puede ser falsa. La certeza no equivale a la verdad. La proposición «la Tierra se está quieta y el Sol gira a su alrededor» era evidente para la humanidad del siglo XIV. Su certeza era absoluta. Sin embargo, la proposición era falsa.

Por otra parte, la certeza o seguridad que experimenta un sujeto, otro puede no experimentarla. Lo que es evidente para un no lo será para otro. El debate del siglo pasado sobre la generación espontánea es elocuente. Para Pasteur era evidente que los gusanos no nacían de queso; para sus oponentes era evidente que sí. Es fácil ver con

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estos ejemplos que la evidencia, precisamente por el hecho de ser una experiencia subjetiva, puede ser causada, no por la verdad del objeto que vemos o analizamos, sino por los prejuicios, la ciega confianza en los maestros, el allanamiento colectivo, las modas intelectuales.

3.4. El criterio de la utilidad

El criterio de la utilidad es defendido por los filósofos pragmáticos, como William James (1842-1910). Este criterio se puede entender de dos maneras diferentes: útil como 'lo que funciona' y útil como 'lo que está verificado’.

3.4.1. Útil como 'lo que funciona'

Según el criterio de la utilidad entendido como lo que funciona, una proposición es verdadera si, y sólo si, nos proporciona ventajas, es decir, da la mayor cantidad posible de satisfacción a la mayoría. La satisfacción ha de ser entendida como satisfacción general, y no como satisfacción particular. Ese es el sentido en que lo usa el utilitarismo. Pero útil entendido como lo que funciona, también podría ser entendido, como útil para mí —un

sujeto particular—, por ejemplo, la proposición «esta piedra es un talismán» es útil tanto si

al sujeto le produce satisfacción el mero hecho de creer (aunque no le reporte ninguna otro ventaja), como si el sujeto cree que la piedra le ha reportado ventajas muy satisfactorias; pero ello no significa que la proposición sea verdadera.

Dificultades

También este criterio presenta como dificultad su marcado sesgo subjetivista. Quizás a alguien le funcione creer que esta piedra es un talismán y, en cambio, a otros no les funcione. ¿Significa esto que verdadero equivale a útil de creer? Si así fuera, cualquier creencia podría ser útil para alguien y, por tanto, podría ser verdadera. Esto invalida el criterio de que funciona como criterio de verdad, dado que no sirve para discriminar proposiciones verdaderas y falsas.

Pienso, luego existo (en latín, Cogito ergo sum) es el prototipo de la evidencia, un importante criterio de verdad y el principal criterio de certeza.

3.4.2. Útil como 'lo que está verificado’

Por otra parte, según el criterio de la utilidad entendido como lo que está verificado, una proposición es verdadera si, y sólo si, un sujeto tiene pruebas que los hechos verifican. En este sentido la proposición se verifica si muestra su utilidad o eficacia, es decir, si es beneficiosa para nosotros, si nos permite orientarnos en la realidad y avanzar en nuestras investigaciones. En este sentido “utilidad” hace referencia a que nos aporta consecuencias beneficiosas o nos permite resolver problemas.

Aunque esto se aproxima al criterio de correspondencia, no es exactamente lo mismo. Según la teoría de la utilidad, sólo se puede establecer la verdad de una proposición si se comprueba efectivamente que los hechos son tal y como indica la proposición. Esta exigencia de comprobación efectiva implica una acción humana de verificación y, por tanto, una intervención en los hechos. La verdad no es una simple correspondencia entre el pensamiento y el objeto, sino más bien una idea directiva que lleva el sujeto a realizar algo que tiene éxito, es decir, algo útil. Un sujeto prueba que una proposición es verdadera cuando se compromete en la acción y los hechos la verifican. Las leyes de la aerodinámica son verdaderas no por los miles de experimentos que las pueden verificar, sino porque las probamos con nuestras acciones cada vez que subimos a un avión sin ni siquiera dudar que el avión volará. ¡Poca satisfacción obtendríamos si el avión no volara!

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De alguna manera, pues, este criterio de la utilidad como lo que está verificado acaba siendo un híbrido entre los criterios de la utilidad como lo que funciona y de la correspondencia. Así, parte de las críticas de estos se aplican a aquel.

La mejor prevención contra la difteria y el tétanos es la vacunación. La verdad de esta afirmación ha sido repetidamente probada en la práctica. Es verdad porque permite una interacción eficaz con el mundo.

3.5. ¿Cómo podemos establecer la verdad de una proposición?

En términos generales, sin embargo, es difícil saber si hay un criterio de verdad mejor que los otros, ya que todos ellos son discutibles. En otras palabras, es difícil saber qué criterio de verdad es más verdadero. Por otra parte, establecer la verdad de una proposición depende de las circunstancias y del tipo de proposición de que se trate. Una proposición puede considerarse verdadera, a veces con un criterio y también con otro diferente. Pero puede darse el caso de que una proposición sea verdadera con un criterio y falsa con otro. La dificultad consiste en fijar, en cada caso, qué criterio de verdad es el más adecuado. A esta dificultad se añade la posibilidad de error en la apreciación de la verdad o la falta de condiciones para su correcta apreciación.

Además, debemos considerar que una verdad absoluta, independiente de los humanos, puede que no exista. Los criterios de verdad son criterios humanos y en cada caso somos los humanos quienes decidimos qué criterio es el más adecuado. La verdad no se da como algo superior a los humanos, sino como una posibilidad más de nuestra racionalidad.

EJERCICIO 4

EJERCICIO 5

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TEMA 4: LOS RAZONAMIENTOS O ARGUMENTOS

1. INFORMAR Y ARGUMENTAR

Por medio del lenguaje podemos describir eventos, estados de ánimo u objetos, y también construir argumentos que apoyen el que decimos. Cuando la función de nuestro lenguaje sea exclusivamente describir, diremos que estamos usando el lenguaje como discurso informativo o declarativo, mientras que cuando expongamos razones a favor o en contra de algo, es decir, apoyamos una proposición, hablaremos de discurso argumentativo.

Con el discurso informativo estamos informando, un ejemplo:

“Los murciélagos se orientan perfectamente en la oscuridad”

“Dos ángulos opuestos por el vértice son iguales”.

Con el discurso argumentativo estamos ofreciendo, además de una información, las razones que explican la conducta de los murciélagos en la oscuridad, un ejemplo:

“Gracias a un sofisticado sistema de ultrasonidos, los murciélagos se orientan perfectamente en la oscuridad”

“Dos ángulos opuestos por el vértice son iguales, ya que por definición tienen el vértice común y sus lados pertenecen dos a dos a la misma recta”.

Presentar razones o argumentar es dar soporte, justificar o demostrar lo que se dice y es uno de los usos más importantes del lenguaje.

Mediante imágenes podemos representar ciertas informaciones. Es difícil, sin embargo, argumentar haciendo servir tan solo dibujos. Para informar y argumentar disponemos del lenguaje verbal.

2. LOS ARGUMENTOS

Definición de argumento: conjunto de proposiciones tales que unas son conocidas (premisas) y a partir de ellas se infiere una nueva proposición (conclusión).

2.1. Partes de un argumento

Todo argumento consta de dos elementos fundamentales: las premisas y la conclusión. Las premisas son las razones que dan soporte a la conclusión. Y tanto unas como otras suelen ser enunciados. De esta manera, la mayoría de argumentos están constituidos por enunciados. Fijémonos en los siguientes argumentos:

Argumento A:

• Todos los hombres son mortales. Sócrates es un hombre. Por tanto, Sócrates es mortal.

premisa = Todos los hombres son mortales valor de Verdad = verdad premisa = Sócrates es un hombre valor de Verdad = verdad conclusión = Sócrates es mortal valor de Verdad = verdad

Argumento B:

• Todos los hombres son griegos. El Pato Donald es un hombre. Por tanto, el Pato Donald es griego.

premisa = Todos los hombres son griegos valor de Verdad = falso premisa = El Pato Donald es un hombre valor de Verdad = falso

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conclusión = El Pato Donald es griego valor de Verdad = falso

Los argumentos anteriores están constituidos por tres enunciados cada uno, y son, en cada caso, los dos primeros las premisas, y el tercero, la conclusión. Un enunciado es una oración, es decir, una expresión lingüística bien formada, que puede ser verdadera o falsa. En el primer argumento la tres oraciones que la componen son verdaderas, a saber, “todos los hombres son mortales”, “Sócrates es un hombre”, y la conclusión, “Sócrates es mortal”. En el segundo argumentos, las expresiones de las premisas “Todos los hombres son griegos” y “El Pato Donald es un hombre” son falsas”, así como también lo es la conclusión “El Pato Donald es griego”. Sin embargo, en ambos casos el argumento es correctos.

2.2. Reglas para identifica argumentos

Identificar un argumento consiste en señalar las (premisas) razones que dan apoyo de una idea (conclusión). Se trata de descubrir, cuáles son las premisas que sostienen y fundamentan una conclusión.

Veamos el siguiente ejemplo:

Si alguien quiere ahorrar dinero no tiene que comprar ropa de marca. María quiere ahorrar dinero. Por tanto, María no tiene que comprar ropa de marca.

premisa = Si alguien quiere ahorrar dinero no tiene que comprar ropa de marca premisa = María quiere ahorrar dinero conclusión = Por tanto, María no tiene que comprar ropa de marca.

El argumento nos dice que María no tiene que comprar ropa de marca (conclusión), pero esta idea no sólo se expone, sino que se defiende con razones (premisas), María quiere ahorrar dinero y, si alguien quiere ahorrar dinero no tiene que comprar ropa de marca.

Una primera regla para identificar argumentos es fijarse si la idea que se expone (la información que se da o el hecho de que se describe) se defiende también con razones. Estas razones son las premisas de esa conclusión. Las dos premisas y la conclusión son los tres enunciados de que se compone este argumento.

La segunda regla para identificar argumentos es descubrir las razones con que se defiende la idea. Conviene observar que las premisas y la conclusión no tienen una posición definida en el párrafo y que, por consiguiente, se pueden situar en cualquier posición. Una de las pistas para identificar los elementos de un argumento —esto es, las

premisas y la conclusión— consiste en buscar las expresiones que son indicadoras de

argumento. Mientras que expresiones como por tanto, en consecuencia, por consiguiente, se desprende que ..., en conclusión ..., etc., van seguidas de una conclusión, otras como ya que, como, mientras que, dado que, puesto que, etc., van seguidas de una premisa. La expresión porque es precedida de conclusión y seguida de premisa.

La tercera regla, pues, consiste en buscar expresiones indicadoras de argumento, ya que su aparición puede estar seguida o precedida de premisas o conclusiones.

La cuarta regla para identificar un argumento consiste en suplir las premisas y conclusiones implícitas y no enunciadas. La oración «ella no puede entrar, ya que no es socia» es un argumento porque que el enunciado «ella no es socia» da una razón para apoyar el primer enunciado, «ella no puede entrar». En este argumento falta, sin embargo, una premisa obvia, y es que las personas no socias no pueden entrar. En la

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vida cotidiana, en general, cuando un argumento resulta muy claro dentro de su contexto, como en el caso anterior, se suele enunciar sólo parcialmente.

Cuando un argumento queda muy claramente planteado, sus autores pueden omitir incluso las expresiones indicadoras de argumento. La dificultad en estos casos es que puede resultar cuestionable a otras personas cuáles son las premisas y cuál es la conclusión.

La quinta regla, dice que cuando son posibles más de una interpretación de un argumento, debe interpretarse siempre en el sentido más fuerte, esto es así, porque se supone que el fin de toda argumentación es aportar la máxima credibilidad a las creencias, se deben escoger como premisas los enunciados que den un mayor apoyo al enunciado remanente.

En el siguiente argumento es fácil ver que el primer enunciado tiene más apoyo del resto del argumento que ninguno de los otros dos:

Tienes que venir a la fiesta. Prometiste a Alicia que vendrías. Si prometes algo, lo tienes que cumplir.

No siempre en un argumento aparecen primero las premisas y luego la conclusión. El anterior argumento, sería este:

Tienes que venir a la fiesta Conclusión

Prometiste a Alicia que vendrías Premisa 2

Si prometes algo, lo tienes que cumplir. Premisa 1

El primer enunciado «tienes que venir a la fiesta» sería, pues, la conclusión de este argumento.

La sexta regla aconseja tener en cuenta que los argumentos se pueden encadenar. En estos casos, la conclusión de un argumento puede ser premisa del siguiente. Esto es lo que sucede en el discurso argumentativo siguiente:

Está nevando. Si nieva, el partido se jugará en el pabellón.

El primer argumento de este discurso es:

Está nevando Premisa 1

Si nieva, el partido se jugará en el pabellón Premisa 2

Por tanto, el partido se jugará en el pabellón Conclusión implícita

Todos los partidos que se juegan en el pabellón se juegan a las siete de la tarde. Por tanto, el partido se jugará a las siete de la tarde.

El segundo argumento del discurso tiene una premisa implícita que es la conclusión, también implícita, del argumento anterior.

El partido se jugará en el pabellón. Premisa 1 implícita

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Todos los partidos que se juegan en el pabellón, se

juegan a las siete de la tarde. Premisa 2

Por tanto, el partido se jugará a las siete de la tarde. Conclusión

3. TIPOS DE RAZONAMIENTOS

Cuando razonamos establecemos una determinada relación entre diferentes proposiciones. Esta relación consiste en probar la verdad de una proposición –la conclusión— por el hecho de suponer previamente la verdad de otras proposiciones —

las premisas—. Una persona está razonando, pues, cuando toma ciertas proposiciones

como soporte de otra, sea para justificarla o para demostrarla. En un razonamiento, la inferencia es el medio de la cual obtenemos la conclusión a partir de las premisas.

Razonar es una operación mental que nos permite pasar de unas proposiciones a otra (ineferir), ir de lo ya conocemos o creemos a lo que nos es desconocido o necesita justificación. Este proceso nos permite: ampliar el conocimiento sin apelar a la experiencia; justificar nuestras creencias; y, en algunos casos, demostrar lo que decimos. Veamos algunos ejemplos de argumentos o inferencias:

Argumento 1: Argumento por analogía o analogía

• Premisas: Los miembros de un gobierno y el presidente son similares a un equipo de fútbol y su entrenador. El éxito de un equipo de fútbol depende de la obediencia de los integrantes a las directrices del entrenador.

• Conclusión: Por lo tanto, un gobierno con éxito es aquel en que sus miembros obedecen las decisiones del presidente.

Argumento 2: Argumento inductivo o inducción

• Premisas: Juan, que tiene dieciocho años, sólo piensa en él. Otros chicos de su misma edad —Pedro, Enrique y también su primo Daniel— tienen esta pose

egoísta.

• Conclusión: Por lo tanto, los chicos de dieciocho años sólo piensan en sus propios intereses.

Argumento 3: Argumento deductivo o deducción.

• Premisas: Todos los que viajaban en el Titanic murieron ahogados. La familia del doctor Strangelove viajaba en él.

• Conclusión: Por lo tanto, la familia del doctor Strangelove murió ahogada.

En los ejemplos anteriores las premisas no siempre otorgan a la conclusión el mismo tipo de apoyo.

a) En los razonamientos 1 y 2 las premisas se limitan a mostrar que ciertos acontecimientos son probables o posibles. Las conclusiones de estos razonamientos (Un gobierno con éxito es aquel en el que sus miembros obedecen las decisiones del presidente y Los chicos de dieciocho años sólo piensan en sus propios intereses) es probable que se den, pero podrían no darse, aunque las premisas fueran verdaderas.

b) Por el contrario, en el ejemplo 3, la verdad de las premisas garantiza la verdad de la conclusión. Si es cierto que todos los que viajaban en el Titanic murieron y cierta familia viajaba, entonces es necesario que esta familia haya muerto. Dicho con otras palabras, si las premisas de este razonamiento son verdaderas, su

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conclusión también lo debe serlo. Si afirmamos las premisas del razonamiento y negamos la conclusión, llegaremos a una contradicción. Se trata de razonamientos deductivos bien construidos. En una inferencia de este tipo no es posible que las premisas sean verdaderas y la conclusión, en cambio, sea falsa.

Distinguiremos, pues, entre dos formas básicas de razonar: el razonamiento deductivo y el razonamiento inductivo.

3.1. Razonamiento deductivo

En un razonamiento deductivo válido, la conclusión debe seguirse necesariamente de las premisas, lo que significa que si las premisas del razonamiento son verdaderas, la conclusión debe ser verdadera.

Argumentar es presentar razones que apoyan, justifican o demuestran lo que se dice. ¿Cuál ha sido el mejor intérprete de rock de la historia? Esta pregunta ha recibido multitud de respuestas argumentadas, es decir, respuestas basadas en razones. Ahora bien, no todas las razones son buenas razones.

Por ejemplo:

En el argumento:

“Todos los glips son glups; X es glip, por tanto X es glup”

Argumento 1

• Premisas: Todos los glips son glups. X es glip.

• Conclusión: X es glup.

p = ser glip q = ser glup

p → q p _____ p

Si aceptamos que la verdad de las premisas, la conclusión lógicamente necesaria es que X es glup. No podemos afirmar las premisas y negar la conclusión sin contradecirnos.

Otro ejemplo:

Argumento 2

• Premisas: Si hace sol, la ropa del tendedero se seca. Hace sol.

• Conclusión: La ropa del tendedero se secará.

p = hacer sol q = secarse la ropa

p → q p _____ p

En este ejemplo se ve claramente que, si las premisas son verdaderas, la conclusión también debe ser verdadera. No podemos dar por buenas las premisas y, al mismo tiempo, negar la conclusión.

Dicho de otro modo, la conclusión se deduce necesariamente a partir de las premisas. Mediante un razonamiento de estas características se da la máxima fortaleza a la conclusión. Las premisas implican lógicamente la conclusión. Y la conclusión es una consecuencia lógica de las premisas.

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El razonamiento deductivo es una de las formas más seguras de ampliar los conocimientos.

El ajedrez es un juego en el que es necesario aplicar un tipo de razonamiento deductivo. Sabiendo las reglas y conociendo la situación de las piezas en el tablero se pueden deducir las posiciones posteriores de las piezas. La corrección de una situación x del tablero depende de que los movimientos anteriores hayan derivado de la aplicación estricta de las reglas del juego a partir de la situación inicial.

Alguien podría decir que esta conclusión no es, en sentido estricto, un conocimiento nuevo, y que «de alguna manera» la conclusión ya estaba en las premisas. Un análisis cuidadoso de las premisas permite obtener "inmediatamente" la conclusión y, por tanto, las expectativas de ampliar el nuestro conocimiento mediante el razonamiento deductivo serían, de hecho, nulas.

Desde este punto de vista, una ciencia deductiva como las matemáticas, las definiciones iniciales ya contendría toda la información posterior y de manera lógica, se podría ir deduciendo. Por ejemplo, todo el mundo que entendiera las siguientes premisas debería estar en condiciones de extraer de ellas, con facilidad, una conclusión como la que sigue.

Argumento 3

• Premisas: Si un triángulo tiene sus lados iguales, entonces sus ángulos también serán iguales. Si los ángulos de un triángulo son iguales, ninguno de ellos no puede ser un ángulo recto. Este triángulo tiene un ángulo de 90°.

• Conclusión: Este triángulo tiene tres lados desiguales.

p = triángulo tiene los lados iguales q = triángulo tiene los ángulos iguales r = no ser un ángulo recto

p → q

q → ¬ r

r _____

¬ p

Con todo, no todo el mundo tiene la misma habilidad para obtener conclusiones por deducción. Hay gente más hábil y gente menos hábil. Así, la ampliación del conocimiento mediante el razonamiento deductivo depende de cada persona. Por otra parte, el éxito en una deducción depende también de la complejidad del mismo razonamiento.

Por ejemplo, la conclusión del razonamiento que presentamos a continuación constituirá, seguramente, un nuevo conocimiento para muchas personas:

Argumento 4

• Premisas: Nadie que da la vida por un ideal se comporta racionalmente. Todos los individuos que llegan a ser héroes dan la vida por un ideal. Todos los escépticos se comportan racionalmente.

• Conclusión: Por lo tanto, no hay escépticos que llegan a ser héroes.

p = dar la vida por un ideal q = comportarse racionalmente r = ser héroe s = ser escéptico

p → ¬ q

r → p s → q _____

s → ¬ r

Para una persona —con un poder de razonamiento perfecto— que tuviera la posibilidad

de conocer instantáneamente las consecuencias de cada proposición, ninguna conclusión de un razonamiento deductivo del cual conozcamos las premisas no le aportaría

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información nueva. Sin embargo, esto no les pasa a las personas normales. A menudo, las conclusiones de los razonamientos deductivos nos aportan verdadera información y aumentan el nuestro conocimiento, aunque se podría aceptar que «de alguna manera» esta información ya estaba presente en las premisas.

3.2. Razonamiento inductivo

En esta modalidad de razonamiento, la verdad de las premisas no hace verdadera la conclusión, sino que la conclusión de un razonamiento inductivo válido sólo es probable. En un razonamiento inductivo válido podemos conocer la verdad de las premisas y equivocarnos respecto a su conclusión. Las premisas nos pueden facilitar muchos elementos de juicio, y la conclusión puede parecer muy probable. Ahora bien, la conclusión de un razonamiento inductivo nunca será necesariamente verdadera, aunque las premisas lo sean. Si fuera así, estaríamos ante de un razonamiento deductivo, en el que la conclusión se infiere necesariamente de las premisas. En un razonamiento inductivo válido podemos afirmar las premisas y negar la conclusión sin contradecirnos. Veamos todo esto con algunos ejemplos.

En primer lugar, fijémonos en un ejemplo de inducción por enumeración simple. Se trata de una manera de razonar que consiste en obtener conclusiones generales a partir de datos particulares. Por ejemplo, de la observación repetida de objetos o acontecimientos de una misma clase establece una conclusión sobre todos los objetos o eventos de esa clase.

Argumento 1

• Premisas: He observado el cuervo número 1 y era de color negro. El cuervo número 2 también era negro. El cuervo número 3, también (y así sucesivamente hasta 10.000 cuervos).

• Conclusión: Por lo tanto, todos los cuervos son negros.

• p = cuervo 1 es negro

• q = cuervo 2 es negro

• r = cuervo 3 es negro ....

• s = cuervo 10.000 es negro

p 1 p 2 p 3 desde el 4 al 9.999 p 10.000 _____ Muy probablemente todos los cuervos son negros

En este razonamiento hemos pasado de considerar una propiedad en un número finito de casos a generalizarla a todos los individuos del conjunto. Hay que prestar atención, sin embargo, que la verdad de las premisas que hemos considerado (10.000 observaciones favorable) no haría verdadera la conclusión. En cualquier momento podría aparecer un cuervo que no fuera negro y desbaratar las expectativas. Por ello la conclusión de un razonamiento inductivo sólo se considera probable y, de hecho, la información que obtenemos mediante esta modalidad de razonamiento es siempre una información insegura y discutible.

La generalización es posible gracias a que las cosas y los acontecimientos de la naturaleza suelen ser uniformes ya comportarse de manera regular: los cuerpos pesados caen con una aceleración constante; cuando aumentamos la temperatura de un gas, aumenta la presión; las plantas verdes producen almidón en presencia de luz, y etc. Se han llevado a cabo muchas observaciones de este tipo y siempre ha sucedido lo que estaba previsto que pasara. Sin embargo, generalizar en todos los casos a partir de un número finito de observaciones sólo da un resultado probable y, por tanto, siempre nos puede pasar que todas las premisas sean verdaderas, pero no la conclusión. Es evidente

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que, cuanto mayor sea el número de observaciones hechas, mayor será la probabilidad de que la generalización sea verdadera. La seguridad, sin embargo, nunca será total.

Las predicciones meteorológicas se fundamentan en razonamientos inductivos. Todo apunta que hará buen tiempo. Finalmente, llueve.

Además de la enumeración simple, también razonamos inductivamente cuando hablamos de una sola cosa o caso particular teniendo en cuenta la información de la que disponemos. Esta información suele ser parcial o insuficiente, y no permite obtener una conclusión segura. Por ejemplo, un estudiante falta a clase, no hace los trabajos encomendados y ni los exámenes, es muy probable que suspenda el curso. Ahora bien, no podemos decir que necesariamente suspenderá el curso, puede que por cualquier cosa al final acabe aprobando (fallo informático, una reclamación, que apruebe un examen final, etc.), con lo que no se cumpliría la predicción. En este ejemplo, todas las premisas apuntaban al suspenso; pero, la conclusión ha sido del todo contraria.

De las circunstancias p, q, r y s podemos obtener, por inducción, que sucederá el evento t, pero también podríamos concluir no t. Evidentemente, no todo es igualmente probable y, por tanto, depende de la perspicacia analítica de quien razona concluir lo que, según los indicios disponibles, tiene más probabilidad de darse. Podemos, pues, aumentar nuestro conocimiento por medio del razonamiento inductivo, pero siempre a condición de admitir su debilidad.

En la vida diaria realizamos infinidad de razonamientos inductivos, pero no siempre lo hacemos bien. Razonamos correctamente cuando tenemos en cuenta las circunstancias más pertinentes y cuando no nos precipitamos a la hora de hacer las generalizaciones. Mediante el razonamiento inductivo aumenta nuestro conocimiento, aunque se trata de un conocimiento inseguro y discutible.

En un razonamiento inductivo válido, pues, es posible afirmar las premisas y, simultáneamente, negar la conclusión sin contradecirnos. Acertarla conclusión será una cuestión de probabilidades.

EJERCICIO 6

4. RAZONAMIENTOS VALIDOS Y RAZONAMIENTOS NO VALIDOS

Al hablar de los razonamientos debemos distinguir claramente entre verdad y validez (o corrección). La verdad o falsedad afecta proposiciones o enunciados que integran el razonamiento (premisas y conclusión). En cambio, la validez o no validez afecta a los razonamientos. En una inferencia deductiva válida o correcta es imposible que las premisas sean verdaderas y la conclusión falsa. Por otra parte, en una inferencia inductiva válida o correcta la verdad de las premisas sólo hace probable la verdad de la conclusión.

En Los Elementos de Euclides (matemático griego, nacido el 365 aC) se utiliza un modelo de razonamiento lógico deductivo. Euclides toma como premisas varias proposiciones (que se denomina axiomas y postulados) de las que va deduciendo las consecuencias o teoremas. Toda afirmación nueva es una consecuencia lógica de las anteriores afirmaciones aceptadas como verdaderas.

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4 .1 Validez y no validez de los razonamientos deductivos

La validez o corrección de un razonamiento deductivo depende de su estructura, y no depende de la verdad o falsedad de las proposiciones que lo integran.

En efecto, podemos construir un razonamiento deductivo correcto que tenga todos sus enunciados falsos:

Argumento 1

Todos los cometas giran alrededor de la Tierra, El Sol es un cometa, por lo tanto, El Sol gira alrededor de la Tierra.

• Premisas: Todos los cometas giran alrededor de la Tierra, El Sol es un cometa

• Conclusión: Por lo tanto, El Sol gira alrededor de la Tierra.

• p = ser un cometa

• q = girar alrededor de la Tierra

p → q p _____ q

También podemos construir razonamientos deductivos en que sean verdaderos todos los enunciados y, sin embargo, el razonamiento sea incorrecto, como:

Argumento 2

Algunas ciudades europeas tienen una catedral gótica, París es una ciudad europea, por tanto, París tiene una catedral gótica.

• Premisas: Algunas ciudades europeas tienen una catedral gótica, París es una ciudad europea

• Conclusión: Por lo tanto, París tiene una catedral gótica.

• p = ser ciudad Europea

• q = tener catedral

¬ p → q

p _____ q

Hay que fijarse que no dice “Todas las ciudades Europeras” sino “Algunas ciudades europeas”, decir algunas es lo mismo que decir “No Todas”, por eso aparece el signo de la negación (¬) en la primera premisa.

La verdad o la falsedad es una propiedad de las proposiciones o enunciados que integran un razonamiento. En cambio, la validez o corrección es una propiedad de los razonamientos o argumentaciones y depende de la relación lógica entre las premisas y la conclusión. La corrección o incorrección de los razonamientos deductivos depende de la forma como se relacionan las premisas y la conclusión.

En los razonamientos deductivos se pueden presentar los cuatro casos siguientes:

Premisas Conclusión

a verdaderas verdadera

b verdaderas falsa

c falsas verdadera

d falsas falsa

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En el razonamiento deductivo la conclusión deriva lógicamente de las premisas. Así, no se puede dar el caso de un razonamiento deductivo correcto con premisas verdaderas y conclusión falsa. Dicho de otro modo, en un razonamiento deductivo correcto —puesto

que las premisas son verdaderas—, la conclusión también debe de ser verdadera. Sin

embargo, puede haber también razonamientos deductivos correctos con premisas falsas y conclusión verdadera, o con premisas falsas y conclusión falsa. En definitiva, excepto el caso b), los otros tres casos posibles de razonamientos deductivos —(a, c y d)— pueden

ser razonamientos deductivos correctos.

Un razonamiento deductivo es válido, por tanto, cuando la afirmación de las premisas y la simultánea negación de la conclusión cree una contradicción lógica entre las primeras y la conclusión.

Veamos el siguiente razonamiento deductivo válido:

Argumento 3

Todos los humanos son mortales, Los filósofos son humanos, por tanto, Los filósofos son mortales.

• Premisas: Todos los humanos son mortales, Los filósofos son humanos

• Conclusión: Por lo tanto, los filósofos son mortales.

p = ser humano q = ser mortal

p → q p _____ q

En este caso, se crea una contradicción si se afirma que todos los humanos son mortales y los filósofos son humanos, pero que no son mortales. Una contradicción es la afirmación de la verdad y la falsedad al mismo tiempo. En este ejemplo, si es verdad que todos los humanos son mortales y los filósofos son humanos, no podemos negar que todos los filósofos sean mortales. Si es verdad que todos los humanos son mortales y que los filósofos son humanos, necesariamente también debe ser verdad que todos los filósofos son mortales. La afirmación de las premisas y la negación de la conclusión crea una contradicción lógica. Por eso el razonamiento mencionado es correcto.

En cambio, un razonamiento deductivo es incorrecto cuando la afirmación de las premisas no crea una contradicción lógica con la negación de la conclusión.

Por ejemplo, este otro razonamiento no es válido:

Argumento 4

Algunos hijos de divorciados se comportan de manera agresiva, Nicanor es hijo de divorciados, por tanto, Nicanor se comporta agresivamente

• Premisas: Algunos hijos de divorciados se comportan de manera agresiva, Nicanor es hijo de divorciados.

• Conclusión: Por lo tanto, Nicanor se comporta agresivamente.

p = ser hijo de divorciado q = ser agresivo

¬ p → q

p _____ q

Podemos afirmar las premisas y, al mismo tiempo, negar la conclusión sin contradecirnos. Puede ser verdad que Nicanor sea hijo de divorciados y que algunos hijos de divorciados se comporten agresivamente, y, simultáneamente, que Nicanor no se comporte de forma

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agresiva. Como vemos, la afirmación de las premisas y la negación de la conclusión no crearían una contradicción lógica entre ellas. Por eso decimos que el razonamiento anterior no es correcto.

En resumen, podemos concluir que un razonamiento deductivo es correcto cuando la conclusión es una consecuencia lógica de las premisas. Y es incorrecto cuando la conclusión no se deriva lógicamente de las premisas, o sea, cuando la conclusión es lógicamente independiente de las premisas.

Una forma de saber si un razonamiento es incorrecto consiste en encontrar un contraejemplo. Un contraejemplo es una interpretación de la forma o estructura del razonamiento que hace verdaderas las premisas y falsa la conclusión. Así, por ejemplo, el razonamiento:

Argumento 5

• Premisas: Todos los perros son mamíferos. Los dálmatas son mamíferos.

• Conclusión: Por lo tanto, los dálmatas son perros.

p = ser perro q = ser mamífero r = ser dálmata

p → q r → q _____ r → p

Es incorrecto, aunque las premisas y la conclusión sean verdaderas, ya que para esta estructura se pueden encontrar contraejemplos. O sea, se pueden encontrar ejemplos que mantengan la forma del razonamiento, pero que tengan premisas verdaderas y conclusión falsa. En este caso, si sustituimos dálmatas para gatos, el razonamiento quedaría de la siguiente manera:

Argumento 6

• Premisas: Todos los perros son mamíferos. Los gatos son mamíferos.

• Conclusión: Por lo tanto, los gatos son perros

p = ser perro q = ser mamífero r = ser gato

p → q r → q _____ r → p

Sólo ha hecho falta sustituir dálmatas para gatos para obtener una conclusión falsa (Todos los gatos son perros) a partir de premisas verdaderas. Sólo con que un razonamiento presente un solo caso de contraejemplo será incorrecto. Por lo tanto, un razonamiento es correcto si no tiene, ni puede tener, ningún contraejemplo.

4 .2 Validez y no validez de los razonamientos inductivos

La validez de un razonamiento inductivo no depende de la forma cómo se relacionen las premisas y la conclusión. Un razonamiento inductivo es válido si y solo si las premisas dan un apoyo suficiente a la conclusión. Es decir, un argumento es inductivamente válido cuando la verdad de las premisas sólo hace muy probable (o más probable que menos) la verdad de la conclusión. Fijémonos en los siguientes argumentos de generalización por enumeración simple:

Argumento 1

• Premisas: En la estantería de arriba hay treinta libros. El primer libro es de filosofía

• Conclusión: Por lo tanto, probablemente todos los libros de la estantería son de filosofía.

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Argumento 2

• Premisas: En la estantería de abajo hay unos treinta libros. Los veintidós nueve primeros libros son de esoterismo.

• Conclusión: Por lo tanto, probablemente todos los libros de la estantería son de esoterismo.

En el primer razonamiento, la información de las premisas no da ningún apoyo —o un

apoyo muy débil— a la conclusión. En el segundo caso la información de las premisas es

suficiente para afirmar con un elevado grado de probabilidad que la conclusión es verdadera. La relación entre las premisas y la conclusión en un razonamiento inductivo no es de necesidad lógica, sino de probabilidad.

A diferencia de los razonamientos deductivos válidos, en un razonamiento inductivo válido no hay incoherencia lógica en que las premisas sean verdaderas y la conclusión falsa. Volviendo en el ejemplo anterior, aunque es verdad que hay unos treinta libros en la estantería de abajo y que los veintinueve primeros son de esoterismo, no es incoherente negar que todos los libros del estante sean de esoterismo, dado que el trigésimo podría ser de poesía. Afirmar las premisas y negar la conclusión no es una contradicción lógica porque, de hecho, en el razonamiento no se afirma la verdad de la conclusión, sino sólo la probabilidad que sea verdadera.

La validez de un razonamiento inductivo depende del grado de apoyo que le confieren las premisas. Que todos los cuervos son negros es una generalización hecha a partir de muchísimas observaciones. Este número elevado de observaciones en hace muy probable la verdad. Por lo tanto, es un razonamiento inductivo válido.

EJERCICIO 7

5. FALACIAS

Las falacias son argumentos aparentemente solventes, pero que en realidad no lo son. En este sentido, se les puede considerar falsos argumentos o argumentos engañosos. Las falacias son argumentos no solventes, porque no son válidos o no son sólidos. Las falacias se dividen en dos clases: formales y no formales

5.1. Falacias formales

Las falacias formales son argumentos deductivos no válidos, porque su forma no es válida. Sin embargo, sus enunciados pueden ser verdaderos o pueden ser persuasivos, aunque no legítimamente. Esto les da apariencia de solvencia, incluso de validez. Hay muchas. Todas las formas no válidas del cuadro «Algunas formas comunes de argumento deductivo» pueden dar lugar a falacias. La «afirmación de consiguiente», por ejemplo, se convierte en una falacia si argumentamos:

Si llueve, las calles se mojan. Las calles están mojadas. Por tanto, ha llovido.

Aunque las dos premisas sean verdaderas, es obvio que el hecho de que las calles estén mojadas no se infiere necesariamente que haya llovido. Podría haber otras condiciones que lo explicaran, como, por ejemplo, que el camión cisterna hubiera regado las calles. Otro ejemplo de falacias es el argumento mencionado anteriormente:

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Todos los perros son mamíferos. Todos los dálmatas son mamíferos. Por lo tanto, todos los dálmatas son perros.

En este argumento, los enunciados son todos verdaderos, tiene una forma no válida, porque de que dos subconjuntos se incluyan en el mismo conjunto no implica que un subconjunto incluya en el otro.

Veamos otro caso:

Cuando se interrumpe el fluido eléctrico, el tren se para. El tren está parado. Por lo tanto, .....

¿Cuál sería la conclusión? ¿Sería: “se ha interrumpido el fluido eléctrico”?

5.2. Falacias no formales

Las falacias no formales son argumentos deductivos no sólidos, pero que tienen una forma válida. También pueden ser argumentos no deductivos, en este caso no válidos o no sólidos. Algunos resultan engañosos porque son válidos, y, en general, porque pueden ser persuasivos, aunque no legítimamente. En cualquier caso, son falacias porque que la información que proporcionan las premisas no es pertinente para la conclusión.

5.2.1. Falacia ad populum

Este tipo de falacias consistiría en la apelación a la popularidad como razón para aceptar lo que se concluye, se apela a los sentimientos del oyente como recurso para obtener una conclusión y, así, el asentimiento ante una proposición. En este sentido, se intenta persuadir, aunque sea de manera no legítima.

El número de personas que crean una cosa es irrelevante para que sea verdad, pero se suele apelar a la multitud, a la popularidad, tratando de despertar el sentimiento de pertenecer o adaptarnos esa multitud. Se apela al sentimiento de seguridad y protección. Viene a suponerse que la mayoría tiene la razón. Es un recurso común entre políticos y publicistas que apelan a los sentimientos del pueblo con el fin de que éste adopte su punto de vista incurre en esta falacia

El argumento:

Todo libro que gusta a la mayoría de la gente es una gran obra literaria. Love Story es un libro que gusta a la mayoría de la gente. Por lo tanto, Love Story es una gran obra literaria.

Este argumento apela a lo que gusta a la mayoría de la gente para conseguir el asentimiento final a la proposición que Love Story es una gran obra literaria. Hay que notar que el argumento es válido, ya que su forma es válida. A pesar de ello, no se puede aceptar como verdadera la primera premisa ya que es altamente discutible. En cualquier caso, la información que proporcionan las premisas no es pertinente para establecer la conclusión.

El argumento:

Dios existe, pues toda cultura tiene un Dios.

5.2.2. Falacia ad hominem

Se comete esta falacia cuando, en lugar de discutir la validez o la solidez de un argumento, se utiliza otro para atacar la persona que lo sostiene (ad hominem significa, literalmente, 'contra la persona'). Se comete esta falacia cuando se argumenta, por

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ejemplo, que la crítica de Freud a la religión no es aceptable, porque Freud fue un judío frustrado. O bien, cuando se argumenta que no hay que creer los argumentos del presidente de Telefónica en favor de la telefonía móvil, porque sus opiniones sobre este tema buscan su interés. La falacia se lleva al extremo cuando se argumenta, por ejemplo, que tal opinión del secretario general de un partido no es digna de confianza, porque es precisamente de ese partido. La falacia consiste, en todos los casos, en desautorizar, desprestigiar o atacar de alguna manera la persona en lugar de analizar el argumento de que esta presenta. El último de los argumentos falacia se podría reconstruir así:

El argumento:

Las opiniones de los miembros de este partido no son dignas de confianza. El secretario general del partido es miembro del partido. Por lo tanto, tal opinión del secretario general del partido no es digna de confianza.

Y se trata de una falacia, porque, a pesar de que es un argumento deductivo válido, no es sólido, ya que la primera premisa es claramente falsa. Sin embargo, este argumento es engañoso, y no sólo por su validez, sino porque para una determinada audiencia resulta persuasivo.

El argumento:

La publicidad utiliza constantemente argumentos falaces. Nos pueden intentar vender un coche o unos vaqueros argumentando que nos sentiremos más libres.

5.2.3. Falacia ad baculum (bastón)

La falacia ad baculum, o apelación por fuerza. En lugar de dar razones se apela al miedo para que se acepte el argumento la razón. Generalmente las amenazas no se expresan directamente, sino de forma velada, y se evocan las posibilidades desagradables para quien no se deje convencer.

Se puede reconstruir como un argumento deductivo válido, pero poco sólido. Así, este argumento no es sólido, porque la primera premisa se puede considerar falsa:

Si te amenazo, has de hacer lo que diga. Te amenazo, (con retirarte la subvención) si no haces lo que te diga (no criticar mi propuesta) Por tanto, ahora tendrás que hacer lo que yo digo (no criticar mi propuesta).

Mira, tu necesitas aprobar, y yo que trabajes, así que será mejor que nos entendamos.

5.2.4. Falacia de generalización precipitada

Se comete cuando, a partir de unos pocos datos –o claramente insuficientes- o de casos no adecuados, se infiere una conclusión general. Afirmar que los bretones son desconfiados por haber conocido unas cuantas personas bretonas que lo eran sería un ejemplo de esta falacia. En este caso, las premisas no dan suficiente soporte a la conclusión, ni para hacerla probablemente verdadera.

EJERCICIO 8

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TEMA 5: LA CIENCIA

1. NOCIÓN, CLASES Y ELEMENTOS DE LA CIENCIA

El ser humano es un animal curioso e inquieto que no sólo se limita a estar en el mundo, sino que trata de entenderlo. Partiendo de esta curiosidad intelectual y con la ayuda de sus capacidades cognitivas, intenta conocer el mundo, dominarlo y hacerlo más confortable. La ciencia constituye precisamente una de las formas más complejas y elaboradas de conseguirlo.

La ciencia, especialmente la ciencia moderna, es una actividad de investigación, que lleva un tipo de conocimiento (ciencia) y que puede tener una aplicación práctica (tecnológica). La investigación científica es una actividad eminentemente intelectual mediante la cual el ser humano va construyendo un mundo de ideas que tratan de dar explicación de la realidad, estas ideas se presentan en forma de teorías que se integran en sistemas de ideas establecidas, todo ello tiene una validez provisional y es susceptible de ser cambiado en base a pruebas; esto es lo que se denomina “conocimiento científico”.

La investigación científica y el conocimiento científico se pueden aplicar a la mejora del medio natural y artificial, a la invención y manufactura de bienes materiales y culturales, esa aplicación del conocimiento científico a la producción se denomina “tecnología”.

1.1. Noción de ciencia

La palabra ciencia proviene del verbo latino sciere, que significa “saber”. Etimológicamente, pues, ciencia equivale a saber. Pero no se trata de un saber cotidiano o un saber cualquiera (como el hecho de saber que el vecino de Newton no le gustaba el té), sino un saber importante. Como la filosofía, con la que se ha confundido y mezclado durante muchos siglos, la ciencia ha sido casi siempre considerada como un saber muy especial, tal vez el saber por excelencia.

No es fácil definir la ciencia, y no lo es porque a lo largo de la historia la palabra ciencia ha servido para designar cosas muy diferentes, pero la ambigüedad no sólo es histórica, sino que incluso en la actualidad hay diferentes maneras de entender la investigación y el conocimiento científicos. Por ejemplo, existen algunas tendencias en psicología cuya cientificidad es incuestionable para sus seguidores y que critican a otras escuelas psicológicas de no ser científicas. Resulta que unas y otras tienen ideas diferentes de lo que es la psicología, de cómo debe investigar y de cuáles deben ser sus métodos. También existe controversia son las denominaciones de ciencias históricas o ciencias políticas, y en general ciencias sociales, muchas veces por el positivismo de poco científicas.

Dejamos al margen de la ciencia aquellas actividades que pretenden presentarse como ciencia, por ejemplo, la grafología o la astrología, y que dan a sus respectivas investigaciones y “conocimientos” una cierta imagen de cientificidad; eso no es ciencia, sino pseudociencia.

A pesar de estas divergencias, intentaremos caracterizar la ciencia moderna, podemos convenir que la investigación científica es una compleja actividad intelectual que se lleva a cabo, de acuerdo con métodos científicos, en universidades y centros de investigación, los resultados de la cual —el conocimiento científico— son un saber

riguroso y colectivo, que constituye conjuntos sistemáticos de ideas racionales y objetivas, que se expresan en un lenguaje preciso, y que a partir de este saber se pueden de explicar y predecir los hechos. Son ideas, porque la ciencia utiliza conceptos, proposiciones y razonamientos; son ideas racionales, porque estas ideas se combinan de

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acuerdo con reglas lógicas para producir nuevas ideas; son ideas objetivas, porque concuerdan aproximadamente con el objeto que estudian y, en este sentido, pretenden llegar a la verdad; y son conjuntos sistemáticos de ideas, porque estas ideas no se amontonan de cualquier modo sino que forman conjuntos organizados o teorías. Se expresan en un lenguaje preciso porque cada ciencia cuenta con un lenguaje específico de su área para ganar precisión en sus descripciones. Y permiten explicar y predecir lo hechos porque las ciencias establecen teorías de por qué y cómo suceden las cosas en el mundo, lo cual también nos permite prever lo que puede suceder en unas condiciones determinadas.

Una de las características más importantes de la ciencia es su capacidad para explicar fenómenos empíricos (¿por qué este gorila es albino?), regularidades en los fenómenos empíricos (¿por qué los hijos de padres albinos son albinos?) o leyes (¿por qué los hijos de razas puras para un carácter son híbridos todos por igual?).

Habría que añadir a esta caracterización que la ciencia moderna no es un cuerpo homogéneo, sino que está integrada por diferentes ciencias particulares, cada una con sus propios objetos de investigación, sus propios métodos y, naturalmente, con orígenes e historias muy diferentes.

1.2. Clases de ciencia

Una posible clasificación de las ciencias, comúnmente adoptada hoy, tiene en cuenta sus objetos de estudio, los tipos de enunciados y los métodos. Según estos criterios, las ciencias se clasifican en formales y fácticas o empíricas.

Una primera gran división de las ciencias se establece una diferencia entre las ciencias formales (o ideales) y las ciencias fácticas (o materiales) en función de su objeto de estudio: las primeras se ocupan de objetos ideales que sólo se encuentran en la mente humana, las segundas encargan de objetos y eventos que existen en el mundo material.

La lógica y la matemática son ciencias formales, las cuales, como ciencias ideales, inventan sus objetos y establecen relaciones entre estos. Pero, a su vez, estos objetos ideales, puramente abstractos, se pueden interpretar. De esta manera, se establecen correspondencias entre los objetos ideales y sus relaciones, por un lado, y las cosas y los procesos de la realidad material, de otra. Es obvio que los números no son cosas, sino objetos ideales. Sus relaciones tampoco son materiales, sino ideales; por ejemplo, la mitad de seis es tres. No obstante, podemos hacer corresponder los números y sus relaciones con las cosas y los procesos materiales; por ejemplo, la mitad de un tablón de seis metros también hace tres metros.

Pero, la lógica y la matemática son formas de conocimiento propedéuticas, en ellas se apoyan las ciencias fácticas para elaborar su conocimiento científico. Así es como la física, la química, la fisiología, la psicología, la economía y las otras ciencias recurren a la matemática, empleándola como herramienta para realizar la más precisa reconstrucción de las complejas relaciones que se encuentran entre los hechos y los diversos aspectos de los hechos.

El tipo de enunciados es otro elemento clasificatorios de las ciencias: los de enunciados de las ciencias fácticas se refieren a entidades, eventos y procesos; los enunciados de las ciencias formales establecen relaciones entre signos.

Esta división tiene también en cuenta el método por el que se ponen a prueba o se verifican los enunciados científicos: mientras las ciencias formales se contentan con los razonamientos para demostrar rigurosamente sus teoremas (método axiomático); las

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ciencias fácticas necesitan, además, la observación o del experimento para confirmar sus hipótesis. Así pues, las ciencias fácticas deben ser verificables por la experiencia. Por ello, se les llama también ciencias empíricas.

Dentro de las ciencias fácticas o empíricas es posible, a su vez, distinguir entre las ciencias naturales, las ciencias sociales o humanas y las ciencias socionaturales. Las diferencias entre unas y otras se basan tanto en el objeto investigado como en el método de investigación.

• Las ciencias naturales se ocupan del estudio de cualquier objeto de la naturaleza, entre los que se encuentra, en ciertos aspectos, el ser humano; por ejemplo, son ciencias naturales la astronomía, la física, la química o la biología. Utilizan el método hipotético-deductivo.

• Las ciencias sociales o humanas se ocupan específicamente del estudio del ser humano y, en especial, de los fenómenos sociales; por ejemplo, son ciencias de este tipo la historia, la psicología, la sociología o la economía. Utilizan el método hermenéutico.

• Algunas ciencias sociales —o tendencias dentro de ellas— abordan el estudio de

ser humano, a pesar de su complejidad y de sus peculiaridades, con métodos y técnicas de investigación cercanos a las ciencias naturales; desmarcándose de uso para su estudio del método propio de las ciencias sociales (la hermenéutica); ello respaldan la introducción de una tercera clase de ciencias, las socionaturales, que están a medio camino entre las ciencias naturales y las sociales. Esta clase de ciencias, al igual que la ciencias naturales, se caracterizan por su intento de llegar a establecer leyes generales; son ejemplos de este tipo de ciencia, la demografía, la lingüística, algunas escuelas de psicología y de sociología.

1.3. Elementos de la ciencia

La ciencia, como actividad que aspira a un conocimiento sistemático, racional y objetivo, debe disponer de un vocabulario preciso. Así, por ejemplo, las palabras presión y temperatura designan unívocamente los conceptos respectivos, es decir, tienen significados bien delimitados. Los conceptos son ideas elementales, son la unidad del pensamiento, y los conceptos científicos son o bien precisiones extraordinarias de conceptos ordinarios (presión, temperatura, etc.) o bien conceptos nuevos que se refieren inequívocamente a nuevos aspectos de la realidad (fonema, ADN, etc.). Estos conceptos son la armadura con la que se construye el conocimiento científico.

El conocimiento científico, y en concreto lo que se refiere a las ciencias fácticas, se condensa fundamentalmente en leyes y teorías. Una ley científica es un enunciado general que describe la existencia de ciertas regularidades objetivas del mundo. Por ejemplo, la ley que relaciona los ángulos de reflexión de un rayo de luz sobre una superficie lisa o la que relaciona los ángulos de refracción de un rayo al pasar de un medio a otro de densidad diferente. Las leyes científicas se pueden entender como hipótesis científicas que han sido suficientemente verificadas y que permiten explicar y predecir los fenómenos. Así, las leyes de reflexión y refracción de la luz, junto con otras, hacen posible explicar el arco iris y predecir, si se dan ciertas circunstancias, cuando aparecerá. Por otra parte, una teoría científica es un conjunto ordenado de enunciados, especialmente leyes y, a veces, hipótesis científicas sobre un determinado ámbito de la realidad. Las teorías científicas se basan en hechos y razonamientos que pueden ser comprobados públicamente. La teoría de la evolución o la de la relatividad son ejemplos de teorías científicas.

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EJERCICIO 9

EJERCICIO 10

2. EL MÉTODO DE LA CIENCIA

Del mismo modo que hemos señalado tres grandes clases de ciencia (formales, naturales y sociales), también indicaremos tres métodos, considerados hoy en día como característicos de cada una de estas ciencias.

2.1. El método axiomático

Una característica compartida por muchos métodos científicos es que se basan en el razonamiento deductivo, por esto conviene recordar que en toda deducción extrae una conclusión a partir de unas premisas. Deducir o demostrar consiste en extraer la verdad de la conclusión a partir de la verdad de las premisas.

Los científicos, que utilizan ampliamente la deducción, parten de unas proposiciones o datos que aceptan o creen verdaderas y, mediante reglas válidas de inferencia, extraen conclusiones que, necesariamente, deben considerar verdaderas.

El contenido de las premisas, o hipótesis, como las llaman los científicos, es indiferente desde el punto de vista de la validez del razonamiento. Los científicos eligen estas y no otras por razones diversas, pero muchas veces la elección se realiza en función de los datos de que disponen. Todo el interés se centra en la obtención de conclusiones, o consecuencias, válidas.

A veces, sin embargo, conviene someter a control riguroso las hipótesis iniciales. Esto sucede sobre todo en las ciencias formales. El control se efectúa escogiendo, de acuerdo con un determinado criterio de racionalidad que resulte conveniente, unos enunciados, que se denominan axiomas o postulados, y que se convierten en las premisas primeras o primitiva es de la teoría.

A partir de los axiomas, se deducen, de acuerdo con unas reglas de inferencia claramente definidas, otros enunciados cualesquiera, llamados teoremas, y no se admiten en la teoría otros enunciados que no sean los deducidos de esta manera. El método axiomático, uno de los más característicos de las ciencias formales, es, pues, un método deductivo de obtención de teoremas a partir de axiomas.

Las teorías científicas, especialmente las teorías matemáticas, se pueden axiomatizar (sus enunciados se ordenan deductivamente en axiomas y teoremas según reglas de inferencia) y formalizar (sus enunciados se expresan mediante símbolos y fórmulas). Una teoría axiomática es, pues, una teoría formalizada y axiomatizada, y consta de cuatro clases de elementos: símbolos primitivos o alfabeto, reglas de formación de fórmulas, axiomas o postulados y reglas de inferencia.

Un ejemplo de teoría axiomática es la de la aritmética elemental elaborada por el matemático italiano Giuseppe Peano (1858-1932). En esta teoría se eligen los cinco axiomas siguientes:

1. Cero es un número. 2. El sucesor de un número es un número. 3. Si dos números tienen el mismo sucesor, es que son iguales. 4. Cero no es sucesor de ningún número.

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5. Toda propiedad que convenga a cero y al sucesor de cualquier número, suponiendo que convenga también a este número, conviene a todo número.

A partir de estos axiomas se pueden deducir todos los teoremas de la aritmética elemental. A veces, a pesar de estos, se añaden dos nuevos signos primitivos relativos a las operaciones de adición y producto —lo cual conlleva la anexión de otros cuatro

axiomas— para facilitar el cálculo deductivo.

2.2. El método Hipotético–Deductivo

También los científicos empíricos emplean varias metodologías para probar sus enunciados. Sin embargo, y por influencia de la física, recientemente se ha considerado el método hipotetico-deductivo como el método más característico de las ciencias empíricas naturales. Este método consiste básicamente en la formulación de una hipótesis y en la comprobación o contrastación de las consecuencias deducidas de esta hipótesis. Para ser más exactos, este método comprende fundamentalmente siguientes los pasos:

1. Formulación de la hipótesis: ante un problema, el científico formula una explicación provisional.

2. Deducción de consecuencias a partir de la hipótesis: efectúan predicciones sobre hechos que habrían de producirse, si la hipótesis fuera verdadera.

3. Comprobación de las consecuencias: se trata de comparar las consecuencias deducidas con la experiencia, mediante la observación o la experimentación, para determinar si los hechos se producen tal como se habían previsto. Este proceso de comprobación de la hipótesis recibe el nombre de contrastación y, básicamente, puede ofrecer dos resultados:

a) Que las observaciones o los experimentos no confirmen las consecuencias derivadas de la hipótesis. En este caso, como que los hechos no se han producido tal como se habían previsto, la hipótesis queda refutada o falsada. La hipótesis, por tanto, es rechazada y se busca una nueva, que a su vez, habrá de ser sometida también a prueba.

b) Que las observaciones o los experimentos confirmen las consecuencias derivadas de la hipótesis. En este caso, aunque los hechos se han producido según se había previsto, la hipótesis no es confirmada de forma concluyente, se la considera sólo provisional y parcialmente confirmada.

Una vez superada una prueba, se siguen realizando comprobaciones con el objetivo que la teoría tenga cada vez mayor validez. Pero nunca se podrá verificar totalmente, sólo podrá ser falsada cuando no supere el experimento.

2.2.1.Las ciencias explican los acontecimientos

Una de las características más importantes de la ciencia es su capacidad para explicar y predecir fenómenos empíricos, sean hechos del pasado, del presente o, incluso, del futuro. La ciencia no sólo describe la realidad, sino que intenta explicarla a partir de leyes y teorías científicas. Una ley científica es un enunciado universal que afirma la existencia de relaciones uniformes entre fenómenos empíricos, y que ha sido suficientemente comprobado. Una teoría científica es un sistema de hechos, hipótesis y leyes científicas referidas a un determinado ámbito de la realidad. Un ejemplo de ley científica son las leyes de Kepler sobre el movimiento de los planetas o las leyes sobre la reflexión y la refracción de la luz. Un ejemplo de teoría científica es la mecánica de Newton o la teoría

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de la herencia de Mendel. Las leyes y teorías científicas sirven básicamente para explicar y predecir hechos o acontecimientos.

Una explicación científica es la respuesta a un porqué. Tanto la explicación como la predicción científica consiste en mostrar que un hecho se deduce de ciertas leyes generales y condiciones iniciales que lo acompañan. El hecho de que se debe explicar o predecir recibe el nombre de explanandum. Las leyes generales y las condiciones iniciales se denominan explanans.

Explanans Condiciones iniciales (C1, C2... Cn) Leyes generales (L1, L1... Ln )

Explanandum Hecho

Por ejemplo, para explicar por qué se produce el arco iris se utilizan como explanans, por una parte, las leyes de la reflexión y de la refracción de la luz al atravesar medios distintos y, de otra parte, las condiciones iniciales del fenómeno, que en este caso son, básicamente, la aparición de rayos de sol inmediatamente después de la lluvia filtrándose a través de las gotas que aún hay en suspensión en la atmósfera. Otro ejemplo, si se quisiera explicar una determinada posición en la trayectoria del planeta Marte se utilizarían las dos primeras leyes de Kepler que se refieren, respectivamente, a la órbita elíptica y la velocidad uniforme de los planetas. En este caso, las condiciones iniciales serían una posición anterior del planeta Marte y su velocidad areolar de traslación.

La explicación científica sirve también para explicar las leyes que, a su vez, sirven para explicar los hechos. Así pues, para explicar las leyes de Kepler sobre el movimiento de los planetas se utilizarían como explanans, por una parte, las leyes de la mecánica de Newton, en especial la ley de gravitación universal, y por otro, las condiciones iniciales que, en este caso, serían las masas y las distancias de los planetas al Sol.

Según este modelo explicativo, denominado nomològico-deductivo, la explicación y la predicción científicas deben cumplir determinadas condiciones lógicas:

a) El explanandum (el hecho o acontecimiento que se quiere explicar o predecir) debe poder deducir lógicamente de la información contenida en el explanans (leyes generales y condiciones iniciales).

b) El explanans debe contener leyes generales suficientemente contrastadas y establecidas como verdaderas por la comunidad científica.

c) El explanans debe contener, como condiciones iniciales, datos suficientes sobre el hecho concreto que se desea explicar o predecir.

d) El explanans debe tener contenido empírico, tanto con respecto a las leyes generales como con respecto a las condiciones iniciales de que se estudia. Esto significa que el contenido del explanans debe poder ser contrastado experimentalmente o por observación.

e) Para poder explicar o predecir un hecho con solvencia es necesario que todas las proposiciones del explanans sean verdaderas.

Si ignoramos las condiciones iniciales o una parte de ellas, o si no conocemos las leyes que explican cómo se producen los acontecimientos, difícilmente vamos a poder realizar predicciones que se cumplan. La predicción de determinados eventos naturales —como

los temporales marítimos, los terremotos o las avalanchas de nieve en la montaña— no

es todavía tan exacta como quisiéramos, porque el conocimiento que tenemos de las leyes o de las condiciones iniciales de estos hechos es muy limitado. En cualquier caso, la ciencia está en mejor situación que los adivinos para realizar predicciones fiables.

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2.3. El Método Hermenéutico

El objeto de estudio de las ciencias naturales es menos complejo que el objeto de estudio de las ciencias sociales. Por ejemplo, para estudiar la atmósfera, los planetas o los insectos, las variables que el investigador debe tener en cuenta son muchos menos que los que pretender investigar el ser humano en sociedad; por tanto, resulta más fácil descubrir relaciones entre fenómenos, enunciar hipótesis en las ciencias naturales, y, en consecuencia, establecer leyes científicas; mientras que, eso no es así en las ciencias sociales, estás ciencias no suelen establecer leyes predictivas, ni dar explicaciones de los fenómenos, sino que buscan comprender por qué se han dado determinados fenómenos, tratando de descubrir el sentido de lo particular de los acontecimientos humanos.

El tema que abordan las ciencias sociales es difícil de investigar, ya que la vida humana es muy compleja y ofrece, a lo largo del tiempo y de la geografía, numerosas y muy diversas manifestaciones. Además, las ciencias sociales se enfrentan a fenómenos subjetivos, como las intenciones y el sentido que las personas dan a sus acciones, el conocimiento de las cuales es de gran importancia para la ciencia social, pero su estudio resulta metodológicamente difícil o a menudo, imposible. Para la sociología sería muy interesante conocer no sólo qué votan los ciudadanos, sino por qué lo votan; pero, mientras que el voto es fácil de conocer, las razones que llevan al voto son difíciles de investigar.

Las ciencias socionaturales aplican del método experimental al estudio de las ciencias sociales, este es un tema controvertido, sometido a limitaciones legales y a discusión moral. ¿Es moralmente aceptable experimentar con personas o con grupos de personas para comprobar o contrastar una determinada hipótesis? Desde este punto de vista, las ciencias sociales deben encontrar y aplicar otros métodos de contrastación para poner a prueba sus hipótesis. Algunos de estos métodos son, por ejemplo, la observación participante o trabajo de campo dentro de una comunidad, las encuestas, la investigación documental, el análisis de vestigios materiales, etc.

2.3.1.La hermenéutica comprende los fenómenos

Quizá por la complejidad de su objeto de estudio, o bien porque se trata de ciencias relativamente nuevas en el panorama general del saber, o porque se enfrentan a ciertas limitaciones metodológicas, las ciencias sociales no disponen de leyes y teorías suficientes para explicar y predecir los hechos que estudian. Por eso hablamos de comprensión científica y no de explicación al referirnos a la tarea que realizan las ciencias sociales. Comprender un hecho humano, individual o social, significa captarlo en su singularidad y complejidad, intentar descubrir su sentido e integrarlo en su contexto.

La comprensión científica —que a menudo es en las ciencias sociales el sustituto de la

explicación en las ciencias naturales— implica la captación de la singularidad de los

acontecimientos humanos y el descubrimiento de su sentido. La comprensión científica requiere una cierta empatía entre el científico y los sujetos objeto de la investigación.

La comprensión del hecho humano invita al investigador a seleccionar los factores que, desde su punto de vista, son más importantes a la hora de analizarlo y comprenderlo. De ahí que pueda afirmarse que el investigador social es selectivo cuando estudia un evento y que, sin querer, pueda no comportarse con total imparcialidad. Los científicos sociales persiguen el máximo de objetividad en sus estudios, aunque cuando el humano estudia el humano existe en el investigador una carga afectiva, un conjunto de ideas previas (prejuicios, tradiciones, valores ...) e intereses personales que no suelen estar presentes cuando el objeto de estudio es otro (la atmósfera, la luz o los insectos).

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Un problema común a muchos de estos métodos es como obtener conocimiento sobre la vida humana a partir de los datos que tiene el investigador. Como dijo Wilhelm Dilthey (1833-1911), «en las piedras, mármoles, sonidos musicales, puestos, palabras y letras, en las acciones, organizaciones y sistemas económicos, nos habla siempre el mismo espíritu humano que requiere interpretación». Pero, ¿cómo se debe pasar de estos datos a las acciones humanas? Más aún, ¿cómo puede llegar a saber alguien alguna cosa sobre sus creencias e intenciones? Una respuesta posible es la que ofreció Dilthey: el método hermenéutico.

La hermenéutica es un método que consiste en una interpretación de los datos de la realidad, previo conocimiento de estas. Esta interpretación, que da sentido a estos datos, permite una comprensión del ser humano que las originó. A través del conocimiento exhaustivo y detallado de testigos históricos varios, el investigador indagando en la vida de un otro ser humano, penetra en su interioridad y puede llegar a comprenderlo mejor que él mismo se comprender. Dice Dilthey, «la comprensión es el proceso mediante el cual, partiendo de signos sensiblemente dados que son la manifestación de algún rasgo psíquico, conocemos este rasgo psíquico». Y dado que una de las expresiones más completas y comprensibles de la interioridad humana es el lenguaje, «el arte de comprender encuentra su centro en la interpretación de los vestigios de la existencia humana contenidos en los escritos».

Los trabajos de Dilthey sobre personalidades históricas, obras literarias o épocas históricas son un buen ejemplo del método hermenéutico.

[...] Al recurrir yo a las cartas y los escritos de Lutero, las noticias de sus coetáneos, los protocolos de las disputas religiosas y de los concilios y su actuación oficial, vivo un proceso religioso de tal poder eruptivo, de tal energía, a vida o muerte, que se encuentra fuera de las posibilidades de las vivencias del hombre actual. Pero se puede revivir.

El arte de comprender, para el que se necesita cierta perspicacia especial y se transmite con el contacto personal con los grandes maestros de la interpretación o la familiaridad de sus obras, procede según unas reglas que estos han ido creando y perfeccionando. De esta manera la hermenéutica se ha convertido en una técnica interpretar testimonios escritos. Esta técnica nos permite obtener, en opinión de Dilthey, un conocimiento científico de validez universal, aunque se parta de hechos singulares.

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3. LÍMITES DE LA CIENCIA

La reflexión sobre los límites de la ciencia es una reflexión filosófica. Hoy en día la filosofía de la ciencia se enfrenta a dos grandes retos: uno es epistemológico y el otro, ontológico.

3.1. ¿Es posible distinguir entre ciencia y no-ciencia?

El reto epistemológico consiste en señalar con claridad los límites entre lo que es ciencia y lo que no lo es; o más concretamente, entre conocimiento científico y pseudo-conocimiento científico, es decir, lo que pretende ser conocimiento científico, pero que no es ni siquiera conocimiento. Este es el llamado problema de la demarcación.

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3.1.1. Distinción entre ciencia y no-ciencia

Un problema que se han planteado los filósofos de la ciencia es encontrar un criterio que permita distinguirla de otras formas de conocimiento que no son científicas. Este problema se conoce con el nombre de problema de la demarcación entre ciencia y no-ciencia. Se trata de discernir la ciencia auténtica (como la astronomía o la química) de la falsa ciencia o pseudociencia (como la astrología o la alquimia), o de distinguir los enunciados científicos de los enunciados no científicos.

Es importante distinguir la ciencia de la pseudociencia, porqué la última aprovecha el prestigio de la primera para presentar sus contenidos como si fueran verdaderamente científicos y, por tanto, desfigura la actividad científica y los sus resultados. La pseudociencia contamina las opiniones de la gente con errores y confusiones, y resulta accesible a millones de personas; la ciencia, en cambio, resulta de difícil acceso, por tanto, propia de especialistas. Además, la pseudociencia favorece negocios multimillonarios que se aprovechan de la credulidad popular y, frecuentemente, cuenta con el apoyo de importantes grupos de presión (a veces iglesias y partidos políticos) y con la simpatía de los medios de comunicación.

¿Cómo podemos distinguir la verdadera actividad científica de la que no lo es? ¿Cómo podemos discernir los enunciados científicos de los que no lo son? He aquí algunos criterios.

a) Criterios externos

Las explicaciones que no son científicas (conocimiento ordinario o sentido común, mitos, pseudociencias, etc.) en general no se elaboran en centros de investigación específicos –como ahora las universidades o los laboratorios-, no son producto del trabajo de personas reconocidas como científicos profesionales (físicos, astrónomos, matemáticos, sociólogos), ni se obtienen mediante observaciones detalladas o experimentos controlados.

Además de esto, los resultados de las explicaciones no científicas tampoco se adecuan a las características propias de los resultados científicos. Por ejemplo, muchos resultados del conocimiento ordinario acostumbran a ser o bien generalizaciones inducidas a partir de observaciones poco cuidadosas de la realidad (La gente gorda tiene buen carácter) o bien explicaciones de fenómenos que no han sido sometidos a ningún tipo de control externo (El dinero altera el humor de las personas).

Tampoco suelen expresarse en un lenguaje preciso como el de la ciencia (pensemos sino, en la vaguedad del lenguaje de la astrología), ni sus resultados se presentan en revistas o congresos científicos, ni en los libros de texto que se enseñan en las escuelas.

b) Criterios internos

Una parte de la filosofía de la ciencia —el positivismo— veía en verificabilidad de los

enunciados un criterio para diferenciar los resultados científicos de los que no lo son. Verificar un enunciado significa comprobar en la práctica si sucede lo que el enunciado afirma. Desde este punto de vista, la posibilidad de ser verificados es el criterio que distingue los enunciados científicos los que no lo son. Por ejemplo, el enunciado Dios existe no sería una proposición científica, porque no cumple la condición de ser verificable. En cambio, el enunciado Las plantas verdes producen clorofila en presencia de la luz sí sería un enunciado verificable, dado que por medio de un simple experimento práctico se puede comprobar. Este enunciado, pues, cumple la condición sin la que no podría ser considerado un enunciado científico: es un enunciado verificable.

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De hecho, el criterio de verificabilidad no sólo sirve para diferenciar los enunciados científicos los que no lo son, sino también para decidir si son verdaderos o no. Es decir, para comprobar hipótesis científicas. Estas no sólo han ser verificables, sino que, además, deben ser verificadas.

Este criterio, sin embargo, no es aceptado unánimemente. Karl Popper, uno de los filósofos de la ciencia más influyentes de este siglo, considera que no basta con el criterio de verificabilidad para comprobar las hipótesis científicas. Dado que las hipótesis científicas son enunciados universales del tipo “todo A es B “nunca pueden ser del todo verificadas, ya que siempre es posible encontrar un caso no previsto hasta entonces. Por esta razón un enunciado universal, aunque sea verificado en muchos casos no es necesariamente un enunciado verdadero. La imposibilidad de decidir la verdad o no de un enunciado universal impide, al mismo tiempo, decidir si se trata de un enunciado científico.

Popper propone un nuevo criterio de demarcación que, al mismo tiempo, es un criterio de contrastación: la falsabilidad o refutabilidad los enunciados, las hipótesis científicas (que son enunciados universales) nunca pueden ser verificadas por la experiencia, pero sí refutados.

Según Popper, no es la verificabilidad (posibilidad de verificación) sino la falsabilidad (posibilidad de falsación) lo que distingue a los enunciados científicos los que no lo son. Mientras que la verificación de los enunciados universales es imposible, su falsación es posible y fácil: con encontrar un solo caso que no cumpla el enunciado universal es suficiente. Por ejemplo, la proposición “Todos los metales se dilatan con el calor” no se puede verificar. Es decir, por muchos ejemplos de metales que hayamos visto que se dilatan con el calor, no podremos nunca considerar verdadera la conclusión de que todos los metales se dilatan con el calor. La lógica no lo permite. Por el contrario, tendríamos suficiente con un solo caso de un metal que no se dilatara con el calor por concluir que el enunciado “Todos los metales se dilatan con el calor“ es falso. Mientras que la verificación es imposible la falsación es posible, aunque no se conseguirá si no se descubre ningún caso. El enunciado “Todos los metales se dilatan con el calor” es científico porque es falsable o refutable y no porque sea verificable, que no lo es.

Por el contrario, según Karl Popper, una hipótesis del tipo “Todo sueño es la manifestación de un deseo reprimido” no sería científica, pero no porque no sea un enunciado verificable, sino porque no es falsable o refutable. Y no es refutable porque no puede haber observaciones ni casos que lo refuten. Los enunciados de las pseudociencias (La telepatía existe) o los de los mitos y las religiones (Dios creó el mundo en seis días) tampoco se pueden considerar científicos por el mismo motivo.

Una diferencia básica entre ciencia y pseudociencia es que las pseudociencias, como ahora la parapsicología, la rabdomancia, la astrología y otros, se niegan a contrastar sus enunciados. Aún más: a menudo las pseudociencias son incontrastables, porque suelen interpretar los datos de tal manera que todos verifican sus enunciados; de hecho, ignoran u ocultan los datos que no les son favorables.

¿Quiere decir esto que todos los enunciados refutables son enunciados científicos? Obviamente, no. La refutabilidad (o verificabilidad, según el positivismo) es una condición necesaria para que un enunciado se pueda considerar científico, pero no es condición suficiente: no todo enunciado refutable (o verificable) es un enunciado científico. El enunciado “El presidente del gobierno vive en un piso de tres habitaciones” es refutable, pero no se puede considerarse científico. Además de ser refutables (o verificables), los

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enunciados científicos deben cumplir otras condiciones, tales como formar parte de un sistema de enunciados con poder explicativo y predictivo.

3.2. Posiciones filosóficas sobre el método científico

Si la ciencia disfruta actualmente de una elevada consideración racional y se cree que proporciona un tipo de conocimiento superior, se puede suponer que existe un método característico de la ciencia mediante el que se consigue este conocimiento.

De hecho, este es el punto de vista de la mayor parte de filósofos de la ciencia, los llamados positivistas lógicos del Círculo de Viena, son algunos de los filósofos de la ciencia que han hecho propuestas sobre cuál es (o debería ser) el método científico. (verificabilidad). Tras ellos Karl Popper (1902-1994) propuso la falsación como criterio científico. Otro autor que ha propuesto criterios de demarcación ha sido Imre Lakatos (1922-1974).

El método hipotético-deductivo es, en parte el resultado de estas diversas aportaciones. De acuerdo con este punto de vista, las disciplinas intelectuales que utilizan otros métodos de investigación; por ejemplo, el método hermenéutico, no deberían considerarse científicos, ni se puede esperar que proporcionen conocimiento.

hay otros autores que sostienen que el método científico no existe, que la ciencia no se diferencia de otras actividades como el vudú o la astrología y que, en definitiva, no es una actividad tan racional como se pretende; esta postura ha sido defendida por Paul Feyerabend (1924-94). Este autor se opone a la actitud de veneración por la ciencia y niega su pretendida superioridad argumentando que todos los intentos de los filósofos positivistas para describir el método científico han fracasado, en el sentido de que ninguno de los métodos que han propuesto —ni tan sólo el hipotético-deductivo— es o ha sido

realmente empleado por los científicos. El hecho de que en un momento histórico se acepte como científica una determinada actividad o que se considere una teoría científica más válida que otra depende de muchos factores: la autoridad de ciertos científicos, presiones ideológica cas, apoyos políticos... Su postura relativista se resume con la reflexión que, si existe un solo principio inmutable del método científico, este no es otro que «todo es válido".

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