Tendencias Historiográficas actuales

12
ELENA HERNÁNDEZ SANOOICA Reservados iodos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reproduzcan Sin la preceptiva autorización o plagien, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte. TENDENCIAS HISTORIOGRÁFICAS ACTUALES Escribir historia hoy © Elena Hernández Sandoica, 2004 © Ediciones Akal, S. A., 2004 Sector Foresta, I 28"60 Tres Cantos Madrid - España TeL: 918 061 996 Fax: 918 044028 «ww.akal.com ISBN: 84-460-1972-3 Deposito legal: M. 35.204-2004 Impreso en Cofas, S. A. Móstotes (Madrid)

description

tendencias historiograficas actuales

Transcript of Tendencias Historiográficas actuales

Page 1: Tendencias Historiográficas actuales

ELENA HERNÁNDEZ SANOOICA

Reservados iodos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto enel art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas

de multa y privación de libertad quienes reproduzcanSin la preceptiva autorización o plagien, en todo o

en parte, una obra literaria, artística o científica fijadaen cualquier tipo de soporte.

TENDENCIASHISTORIOGRÁFICAS ACTUALES

Escribir historia hoy

© Elena Hernández Sandoica, 2004© Ediciones Akal, S. A., 2004

Sector Foresta, I28"60 Tres CantosMadrid - España

TeL: 918 061 996Fax: 918 044028«ww.akal.com

ISBN: 84-460-1972-3Deposito legal: M. 35.204-2004

Impreso en Cofas, S. A.Móstotes (Madrid)

Page 2: Tendencias Historiográficas actuales

microhistoria, resultan ser -en bloque, de manera más o menos siste-mática y ordenada- piezas diversas de una perspectiva relacionat, queantes venía directamente influenciada por Foucault, y ahora ya muchomenos607. De las estructuras se pasó a las redes, desde los sistemas deposición a las situaciones vividas, desde el estudio de las normas colec-tivas a las estrategias individuales de supervivencia y de inserción. Yahí se ha constituido, prácticamente toda, la nueva historiografía.

Como puede observarse acercándose más a aquellos mismos tex-tos, no es cierto por completo que la historia de las mentalidades seencaminara a principios de la década de 1990 hacia una disolución de labase sociocientífica que había caracterizado a la escuela francesa dehistoriografía, aquella que le había servido de cemento para aunar losesfuerzos de variado signo. Ni tampoco que se haya eludido el pro-blema de las relaciones de poder, bien sea a través de las resistenciasofrecidas ante identidades impuestas, o bien intentando imaginar unaposible historia de las relaciones de fuerza simbólicas.

Lo que sí es cierto, y no puede eludirse, es que se ha producidouna transformación (no del todo consciente para el colectivo profe-sional mientras se producía, pero sí asumida al final por el conjuntodel gremio) de los influjos de carácter teórico (o directamente filosó-fico) que fundamentan esa relación, influjos que son recientemente,en más de una ocasión, fenomenológicos. Tampoco puede obviarseque esa transformación continúa avanzando, en tanto que muchos, sino la inmensa mayoría de los historiadores parecen desear permane-cer insertos en una sola, y misma, tradición escolar. Ninguna de lasdos características es inexplicable, seguramente, si bien ninguna delas dos era de obligado cumplimiento.

HISTORIA Y ANTROPOLOGÍA

Para finalizar los recorridos disciplinares de esta segunda parte,abordamos ahora la más difícil seguramente de las relaciones enta-bladas, la que acerca la historia a la antropología. Y para ello comen-zaré recordando, una vez más, que el crédito otorgado por ciertos his-toriadores a las ciencias sociales, y la influencia que de ellas se haderivado en la historiografía, explican también la irrupción en nues-

07 A. FARGE (1992), La atracción del archivo. Valencia, Alfons el Magnánim.También. G. CHARUTY (1985), Le couvení des fous. L'internement et ses usagex enLanguedoc au .¥£?* el xv* siéciei. París, Flarrunarion.

tro oficio de aquellas técnicas y aquella inspiración metodológicabasada en la «entrevista» y en la «encuesta» que. en antropologíasobre todo (pero también en la sociología cualitativa) se conocían, yapor lo menos desde la década de 1940 con el rótulo afortunado ybreve de historia ora/608.

En este tipo de exploración social y antropológica, el relato analí-tico se construía sobre fuentes orales (el «testimonio» de los entre-vistados) y la temática venía a confluir con el estudio de un objetogenérico de estrategia tan mixtilfnea como privilegiada, la culturapopular. Ambos términos, el de cultura y el de popular, en su discu-sión amplia por los investigadores, han dado frutos muy abundantesy han sido objeto de una elaboración teórica importante y de unesfuerzo conjunto interdisciplinar609. [Del uso nistoriografleo de lasfuentes orales hablaré más abajo, en el capítulo IV, y a él me remitopara la ampliación de este asunto que aquí sólo menciono.]

Pero la relación entre antropología e historia, como es evidente,no se reduce al éxito creciente de la historia oral, o mejor aún, a laconsecución del rango de fuente acreditada para la fuente oral,situándose ésta en igualdad de condiciones con la fuente escrita, alhabérsele concedido por fin un estatuto «intersubjetivo» y «científi-co» que 3a ingresa de Heno en la historia reciente. La relación entreantropología e historia atiende, por el contrario, a un repertorioamplio de puntos de contacto, tanto circunstanciales como de méto-do y objeto, un repertorio que ha ido ensanchándose sucesivamenteen oleadas, hasta venir a convertirse, desde hace un par de décadas,en la influencia más potente y general ejercida sobre el discurso his-tórico (para muchos, la más atractiva).

La historia de las mentalidades, que repasamos en el apartadoanterior, es un ejemplo claro de esta mutua penetración entre la dis-ciplina de la historia y la antropología, por más que aquélla hubierade orientarse, en sus comienzos, no a la antropología sino hacia lapsicología social. La influencia de la antropología, sin embargo, sereforzó bajo el imperio del estructural i sino, y se ha hecho aún másintensa y extendida en los últimos tiempos, entrando entonces ennuestra disciplina nuevos conceptos procedentes de otros enfoques(los de la antropología interpretativa muy en particular). Han nacido,por esta circunstancia, comentes nuevas o modos de hacer historia,

508 L. E. ALONSO (1998).¿íZ mirada cualitativa en sociología. Una aproximación inter-pretativa, Madrid, Fundamentos, cap. 2,

609 Algo sobre ese debate, en P. BURKE (1991 [1978]), La cultura popular en la Europamoderna. Madrid, Alianza Editorial.

Page 3: Tendencias Historiográficas actuales

que toman generalmente la etiqueta de «sociocultural» y que, comohemos de ver. han venido a ocupar el espacio que antes llenaba ennuestra disciplina la tensión sociológica o sociologizante.

De la ciencia social se había traído a la historia, incorporado contirmeza, un modo operativo que alcanzó su apogeo en las décadas de1960 y 1970. y que consistía en una forma de entender la tarea delhistoriador (abierta hacia los bordes o Límites permeables de la disci-plina) que no se interrumpió después, al producirse el giro cultural oantropológico, aunque cambió obviamente de signo, y sustituyó porotro su horizonte final. En aquellas dos décadas se consolidó la rco-ricntación de la historia que había empezado a principios del siglo xx,dándose el viraje decisivo (al que hemos aludido tantas veces) desdeel estudio de lo particular y lo concreto hasta lo general y sistemáti-co, de los hechos aislados y esporádicos a las estructuras o al con-texto, del relato narrativo al discurso analítico... Desde el punto devista de la forma, se pasó en la historiografía, es evidente, al predo-minio de otros estilos de redacción que, potenciando la conceptuali-zación y la abstracción, desestimaban las formas acostumbradas hastaentonces por la narrativa propia del género.

Todos los recursos para continuar con esa transformación activa dela historiografía que la ciencia social había empezado (salvo el recha-zo del relato, que ni la etnografía ni el folclore compartían, atentoscomo estaban al texto y su valor) venía a proporcionarlos realmentela antropología, que se mostró bastante adaptable a las pretensionesdel historiador, más cómoda y flexible que la sociología: «Si la histo-ria se convierte alguna vez en algo más que una actividad semirracional -había escrito Philip Bagby en 1958-, tendrá que depender fuerte-mente de la antropología, en lo que se refiere a métodos yconceptos»610. Vistas las cosas desde el día de hoy, P. Bagby parecíahallarse en lo cierto.

En algunos, contextos, la relación atravesó momentos de esplendor,como es el caso de ía escuela francesa. Hasta tal punto que, para hacerjusticia a los frutos conseguidos en el estudio de la cultura (que es elobjeto extenso de la antropología)611, especialmente de la culturamaterial, y cuando aún se hallaba en píeno apogeo la antropología (oetnología) estructural, como en Francia preferiría llamársela, alguien

6 I U PH. BAGBY (1958), Culture and History. Prolegómeno to íhe Compannive Study ofCivilizations. Londres, Longmans.

6 1 1 R. A. SCHWEDER y R. A. LEViNE (eds.) (1984), Culture Theoiy: Essays on Miad Selfand Emonon, Cambridge, Cambridge University Press; S. B. ORTNER (1984), «Theory mAmhropology since the.Sixties», Compamtive Studies ¿u Society and Hisiory 26, pp. 126-166.

propuso cambiar el nombre de "historia- -debido al tipo de historiaque de hecho estaban realizando los Annak'i- por el de <in¡ropo¡ogíahistórica01- o. mejor aún. etnohisioria. Era un cambio que respondía ala mutación de episteme que buena parte de los historiadores de losAlíñales creyeron haber contribuido a imponer mediante el tratamien-to del «tiempo histórico», y que pretendía incorporar la expansión dela nueva temática que introducían los practicantes de las mentalidades,un territorio extenso en el que se englobaban todo tipo de objetos y detemas de orden cultural, tanto espirituales (o de comportamiento)como materiales. Coincidía esta inclinación con el hecho, como escri-ben Gluckman y Eggan. de que «el análisis de las costumbres siguesiendo una de las aportaciones más características de todas las ramasde la antropología a las ciencias humanas»613.

Por lo general, y como había sucedido con la sociología, tal tipode acercamientos no lograba del todo eliminar el recelo mutuo entreantropólogos e historiadores. Es aún frecuente que los antropólogosse quejen de que [as narraciones o relatos generales de los historia-dores estén llenas de imprecisiones. Así, Ía terminología relacionalaplicada a la historia de la familia ('claro está que por historiadores)no suele satisfacerles, o el concepto de parentesco tal como se aplicadesde un presente impregnado de individualismo (del que apenas semostraría consciente el historiador), también puede llegar a sorpren-derles, y con mucha razón, posiblemente614. En cualquier caso, comosubraya críticamente Charles M. Radding, «lo que los historiadores^han [hemos] adoptado con entusiasmo son las metodologías», creyen-do acaso, equivocadamente, «que pueden ser utilizadas independien-temente de cualquier posición teórica sobre algo». Ciertamente, «lasmetodologías implican juicios sobre el nexo que une los hechos entresí», juicios que derivan a su vez «de una precisa concepción de cómofuncionan las sociedades y cómo piensa la gente»615.

Otra imputación irónica puede ser la que ya hacía Paui Rabinowen 1986, producto de la idea de que «vivimos un curioso tiempo en

612 Así lo defendió, por ejemplo, M. DE CERTEAU (1983), «L'histoire. science el fic-ción», Le Ge/iré Humain 7/8. pp. 147-169.

613 M. GLUCKMAN y F. EGAN (1980 í 19661), «Presentación» a E R. Wolf el al.,Antropología social de ¡as sociedades complejas, compilación de M. Banton, Madrid.Alianza Editorial, p. 14.

il4 J. BI-STARU (2001), «Antropología e historia: algunas consideraciones en torno a lahistoria de la familia en Europa», en S. Castillo y R. Fernández i.coords.). Historia soda!v ciencias sociales, Lleida, Milenio, pp. 85-100.

6lí CH. M. RADDING (1989 [1984]), «Antropología e historia, o el traje nuevo del his-toriador». Historia Social 3, p. 106

325

Page 4: Tendencias Historiográficas actuales

el que los conceptos parecen arrastrar las posaderas por las fronte-ras de las diferentes disciplinas». De ahí el retraso en el contacto,muy posiblemente: cuando los historiadores descubrirnos a Geertz

* -dice Rabmow-, es justo cuando Geertz pasa de moda en el propiocontexto de la antropología. Pero esto no sería sólo nuestro propio defec-to, puesto que, cuando los antropólogos se tropiezan con la decons-trucción que emana de la crítica literaria, precisamente, iniciabaésta su propia terapia616 Y así podría seguirse, seguramente, buscan-do paralelos.

Con todo, críticas tan severas como las que hace Radding al influ-jo imponente de las ciencias sociales (y en especial al impacto de laantropología) en la reciente historia617, no son frecuentes, a no ser quebusquemos argumentos en aquellos autores que, como Stone, despuésde haber instrumentalizado sus recursos, acabarían reivindicando lahistoriografía tradicional; «Sé bien -concluye Radding- que, exhor-tando a los historiadores a ser más conscientes de las implicacionesteóricas de su trabajo, voy contra las tendencias de la categoría. Si loshistoriadores hubieran querido examinar la sociedad humana a nivelabstracto, probablemente habrían elegido otra disciplina. Lo hago,pues, porque no veo otra alternativa. La elección no es entre hechosy teoría, sino entre teoría consciente e inconsciente, entre teoría apli-cada bien o mal, o -por decirlo de otra forma- entre escribir la histo-ria mejor o contentarse con una menos buena». Por descontado, esésa la cuestión, y no otra cualquiera.

* * * *

El nacimiento de un concepto científico de «cultura», con su dis-ciplina positiva específica (la antropología), había venido a equivalera la demolición de la'concepción ilustrada de la naturaleza humana,una concepción que era sin duda simple, pero que había resultadooperativa. La nueva construcción no ofrecía, empero, nada tan claroni contundente a cambio. De hecho, lo que la irrupción de la antro-pología suponía era la retirada brusca de aquella idea ilustrada parasustituiría, precipitadamente, por otra más compleja, pero menosdefinida y más confusa. Nos lo recuerda Geertz: «El intento de clari-ficarla, de reconstruir una interpretación inteligible de lo que el hom-

616 P. RABINOW (1991 [1986]). «Las representaciones son hechos sociales. Modernidady posmodernidad en la antropología», en J. Clifford y G. E. Marcus (eds.), Retóricas de laantropología, Madrid, Jilear, pp. 321-356.

017 Ch. M. Radding, «Antropología...», cit., especialmente pp, 111-113.

bre es, acompañó desde entonces todo pensamiento científico sobrela cultura. Habiendo buscado la complejidad, y habiéndola encontra-do en una escala mucho mayor de lo que jamás se habían imaginado,los antropólogos se vieron empeñados en un tortuoso esfuerzo paraordenarla. Y el fin de este proceso no está todavía a la vista»618.

Daremos unas pautas, solamente, en torno a lo que la antropolo-gía como disciplina científica puede ofrecer. Hablando en términosgenerales, puede decirse que muchos «antropólogos rechazan el etno-centrismo y propugnan el principio [cognitivo] del relativismo cultu-ral, según el cual las costumbres, los valores y las creencias deben serentendidas de acuerdo con patrones culturales propios». Las versio-nes más radicalizadas e historicistas de este planteamiento sostienen,todavía, «que no hay cultura que sea mejor que otra, puesto que cadauna de ellas es el resultado de tradiciones históricas que han sidoaceptadas por la gente que vive dentro de ellas como su propio modode vida»619. Destaca aún, en este orden de cosas, el impacto del pen-samiento de Franz Boas, para quien los sistemas de valores de las dis-tintas culturas son iguales, y las costumbres de un grupo u otro hande ser juzgadas de acuerdo a esos mismos valores, y no con arreglo alas pautas propias del antropólogo620.

La antropología que de ahí parte distingue entre cultura material.(productos materiales y artefactos, tecnología) y cultura mental (cyfrespiritual), constituida a su vez de creencias sociales, de valores y denormas. Estos ayudan a explicar el origen de aquéllos. A su vez, losvalores y normas aparecen impregnados de ciertas cualidades afecti-vas (entre ellas la amistad)621 que informan la conducta, y que tam-bién son objeto de exploración por parte de la antropología cultural,mediante sus métodos más sofisticados u otros más extendidos y con-vencionales; la comparación y la generalización. Sería seguramenteel funcionalistno (Malinowski con enfoque más suave; más rígido yestructuralista en cambio Radcliffe-Brown) el sistema científico queintegrara mejor el conjunto de piezas puestas sobre el tablero. Así,

618 Puede verse W. H. SEWELL (1999), «The Concept(s) of Culture», en V. E. Bonnelly L, Hunt i'eds.), Beyond the Cultural Turn: New Directions in the Study of Societv andCulture. Berke!ey/Los Angeles/Londres, University of California Press, pp. 35-61.

619 I. Rossr y E. O'HlGGlNS (1981 [1980]), Teorías de la cultura y métodos antropoló-gicos. Barcelona, Anagrama, p. 13, y p. 15 para la cita siguiente.

620 F. BOAS (1924), Race, Language. and Culture, Nueva York, Macmillan. De Boas,en español (1966), Cuestiones fundamentales de la antropología cultural, Buenos Aires.Solar-Hachette.

621 E. J. WOLF (1980 [1966]), «Relaciones de parentesco, de amistad y de patronazgoen las sociedades complejas», en Antropología social.-., cit., pp. 19-39.

327

Page 5: Tendencias Historiográficas actuales

asegurar la cohesión y la estabilidad de una estructura dada sería laprincipal función de las instituciones sociales -según dice este enfo-que-, y el objeto de la antropología consistiría a su vez en averiguarlos mecanismos por los que se lleva adelante esa función. No hay,prácticamente, un solo antropólogo que no coincida con esta aseve-ración de Clifford Geertz: «Si no estuviera dirigida por estructuras *frculturales -por sistemas organizados de símbolos significativos-, laconducta del hombre sería virtualmente ingobernable, sería un purocaos de actos sin finalidad y de estallidos de emociones, de suerte quesu experiencia sería virtualmente amorfa. La cultura, la totalidadacumulada en esos esquemas o estructuras, no es sólo un ornamentode la existencia humana, sino que es una condición esencial de ella».

_ El estructuraiismo, por su parte, había adoptado pronto la diferen-cia entre lengua y habla que estableció en su día Ferdinand deSaussure para la lingüística (1916), entendiendo el lenguaje como unsistema fijo, una estrucium de reglas gramaticales y sintácticas recu-rrentes, que sin embargo, los hablantes aplicarían de distinta maneraen un repertorio variado de manifestaciones culturales, el habla. Lacuestión es, entonces, establecer cuáles son esas reglas a partir de losdatos empíricos. La estrucmra nos proporcionaría, en cualquier caso,«los medios de integrar aquellos factores irracionales surgidos delazar y de la historia»622.

La sincronía se antepondrá al estudio de la diacronía, dejandopara la historia, como quería Lévi-Strauss, el estudio de «las expre-siones conscientes de la vida social», en tanto que la antropología sededicaría en cambio a «examinar sus fundamentos inconscientes»62j.Si hubiera que definir la antropología dentro de este esquema, lanoción más ajustada sería la de «totalidad». Más allá de los objetosparticulares (el parentesco o la relación con el medio ambiente), sonlas totalidades significantes las que focalizan la atención del antro-pólogo de inspiración estructural: la cultura (como un todo), la socie-dad, el ritual o la institución. Ya a principios de los años cincuentaMarcel Mauss creó un término, el «hecho social total», para designarel reflejo y la expresión de la lógica interna de una sociedad624.

La importancia del enfoque sistémico no puede ser minimizada"^tampoco, dado el carácter de su trascendencia posterior (y aunque

tos»62í. Centrarse en las relaciones entre las variables, más que en losfenómenos mismos, y delimitar en su caso subsistemas, pasaría a serel objeto del investigador de la cultura, en especial el que se ocupe dela cul tura" popular. «El concepto de subsistema -escribe DolorsJuliano- nos permite aproximarnos a nuestro objeto de estudio (segúnlas necesidades de la investigación) como a un microcosmos, yobservar las interrelaciones que se dan en su seno, o como una partede un sistema mayor, y analizar los intercambios que se producen conel sistema de mayores dimensiones que lo engloba. Esta estrategiaevita reiñcar cada subcuftura como unidad autónoma, y permite tra-tar los casos de solapamiento entre diversas culturas populares y ladistribución de las variables que no coinciden entre sí, integrando«áreas» bien definidas»626.

Una comente arraigada en los Estados Unidos, la etnociencia. etno-semántica, antropología cognitiva o nueva etnografía (que todos estosnombres viene a recibir), considera la cultura como un sistema de cogni-ciones comrjartidas^ un sistema de conocimientos y creencias^Atribuyendo la primacía al intelecto antes que a los factores biológicos yambientales, consideran sus practicantes las emociones, la acciones y elentorno como elementos materiales organizados por aquél. Para StephenTyler, por ejemplo, «el objeto de estudio no son los fenómenos materia-les como taies, sino el modo como éstos se organizan en la cabeza de laspersonas». Así, las culturas no serían ya «fenómenos materiales, sinoorganizaciones» de estos mismos fenómenos627. Y, de una manera muycercana al lingüista Noam Chomsky (y a su gramática transformacional),el antropólogo Charles Frake entiende, a su vez, que por debajo de ¡adiversidad de las culturas, «existe un conjunto de reglas para la construc-ción e interpretación socialmente adecuadas de los distintos rnensajes»fi2S.

Los seres humanos nos comunicamos, ciertamente, mediante sig-nos y símbolos que, o bien son movimientos o palabras, o bien enti-dades diversas (banderas u otro tipo de señales) que son estudiadas poria semántica y la semiótica. A través de esos signos, y especialmentemediante el lenguaje (hablado y escrito) transmitimos valores y creen-

Page 6: Tendencias Historiográficas actuales

das, incluso entre pueblos lejanos y generaciones separadas. Lossímbolos contienen a su vez creencias, ideas y significados que salena la luz a través de los signos, y que contienen o constituyen «fuentesde información externa (extrapersonal) que los humanos usan paraorganizar su experiencia y sus relaciones sociales» (Rossi yO'Higgins). formando un combinado de «modelos de realidad (repre-sentaciones e interpretaciones de la realidad) y modelos para la rea-lidad, que ofrecen información y guía para organizaría» (Geertz).

Junto a símbolos cogniñvos, lo que Geertz denomina a su vez «con-cepciones generales» (y recordemos que la antropología psicológica, porcierto, estudia cómo nos* comportarnos y cómo empezamos a aprenderXestarían los símbolos expresivos (acciones y rituales). Los símbolos for-man, por tanto,- el núcleo mismo de la cultura, pues mediante ellos expre-samos nuestros pensamientos e ideales y de ellos nos servimos para inte-grar nuestras acciones y emociones. «La simbolización» sería «la esenciadel pensamiento humano»6-9, y así lo asumen por su pane los historia-dores, al menos muchos de entre nosotros.

NA/ Por su parte, en una casi total identificación de lo simbólico conlo cultural, Gilbert Durand nos advierte de que «una extrema confu-sión ha imperado siempre en el empleo de términos relativos al ima-ginario», y supone que ello tiene que ver con «la extrema devaluaciónque ha sufrido la imaginación, la «fantasía» en el pensamiento deOccidente y de la Antigüedad clásica». Para Norberí Elias, a su vez.«la capacidad de producir conocimiento de la fantasía es un donhumano tan fundamental y distintivo como la capacidad de producirpensamiento y conocimiento congruentes con la realidad o. dicho deotro modo, racionales. El que no consigamos hallar en nuestrosmodelos teóricos de la humanidad un lugar para las fantasías es unode los factores responsables de que no consigamos vincular teorías dela cultura, y por tanto también de la religión, con teorías de otrosaspectos de los seres humanos y sus diversas manifestaciones»'1"0.Sea como fuere, lo cierto es que muchos autores, independientemen-te de SLI orientación y circunstancias, tienden a intercambiar sin grancautela términos como «imagen», «signo», «alegoría», «símbolo»,«emblema», «parábola», «mito», «figura», «icono» o «ídolo»6-51.

''' v E. D. CHAFPLI; ¡1970). Culture and Biológica! Man: Evjloratujns in Behuvinni-\iifhrop>jio^y. Nueva York, Holt. Ruiehait & Wmstüii; E. LLACH i l * - ) " ! [1961]}Kt.pífinic'i»i¡cii!o dv ííi Anrropoiú'^íü, Barcelona. Seix-Barral.

c'--(1 N". E.I l.\ (1994 [1989]), Te u ría Je i -símbolo Un ensu\i> di- animpolo^íu cultura!

Barcelona. Península, pp. 129-130." :! G. ÍJL 'KAND \. 1964,), ¡.'imaginütion syinbolic/iu'. París, PUF. p. 7.

Los límites del reparto disciplinar entre los tres saberes que nosimportan en este momento (sociología, antropología e historia) vol-verán a quedar borrosos cada vez que abordemos un sistema o enfo-que en especial. Si los antropólogos habían atendido al estudio desociedades de estructura sencilla, ágrafas y basadas en contactos detipo personal, y si los sociólogos se habían reservado a su vez lascomplejas, el relativismo (que tiene mucho que ver con la proyecciónhistoricista) conduce a estimar que todas las sociedades quedaríaninscritas en uno u otro campo, casi sin distinción, y que también, depaso, serían dominio indistinto del historiador. La ampliación de loscontactos entre las disciplinas se hará, de esta manera, por múltiplescaminos.

Pero en el territorio ampliado de la historia faltó por introducir.durante mucho tiempo, una cautela de método sin la cual los antro^*\s no habían dado un solo paso hasta allí. Me refiero al aleja- *** *"**

miento y la distancia del «observador» como atributos exigidos poresa especie de juego de espejos en el que se resuelve la antropolo-gfa632. Mas el historiador, normalmente tan apegado al pretendidocarácter objetivo de las fuentes que emplea (o empleaba) de prefe-rencia, las escritas, no iba a tener en cuenta en un principio aquel dis-tanciamiento reflexivo, al que. muy ai contrario, los antropólogos nohabían podido nunca renunciar633. La conciencia de esta necesidad,cuando llegó a colarse en la historiografía, produjo efectos que aunse hallan en curso, y que algunos observadores califican, con ra/óno sin ella, como rayanos en la posmodernidad.

Sucede además que, de modo paulatino, las ciencias sociales hanido difuminando sus fronteras, y con ellas lo haría la historia también.Una «enorme mezcla de géneros», como señaló en su momentoClifford Geertz634. ha venido a combinarse con el abandono de uncolectivo amplio de investigadores del ideal cienrificista. tal como sedefinió bajo el dominio dei neopositivisrno. Se trataría ya menos debuscar esas «cosas que vinculan planetas y péndulos» -como Geertzescribió, poéticamente-, y más en cambio de reconstruir las «que

&-s- M. POSTLR 11997']. Culíitml Hi.iíory and Postmodenñty. Disciplinan- Readings andChallenger, Nueva York. Columbia U'mversity Press.

6:'-: Por e j emplo , C. GFFSTZ (1989'). El aiümpóln^o como autor, Barcelona Paidos;J. CLII-FORD y G. E. MARTI".? (edsj ( 1 991), Retóricas de la antropología. Madrid, . lücar;C. GEERTZ. J. CÜF-FORD el al. Í 1 9 9 I ) , El su>'SÍrnit'nto de la imtropiilügía posniodenia,Barcelona, Gedisa.

ñ '4 C. GEERTZ i 1980), «Blurred Genres». American Scholur 49. pp. 165-170. finid.'(Géneros confusos. La re figuración de: pensamiento social», en C. Geeru. J. Clifford e¡ai. El siirgimiemo.,-, cit., pp. 63-77.]

Page 7: Tendencias Historiográficas actuales

conectan crisantemos y espadas» (las que buscan iluminar significa-dos, por apelar de nuevo a la hermosa metáfora de Ruth Benedict)"-'-".Ello reflejaría la cristalización de ese giro cultural que Geertz estimacomo una «refiguración del pensamiento social», en una orientaciónabiertamente comprensiva y simbólica.

Un sociólogo histórico como S. N. Eisenstadt escribió lo siguien-te: «La capacidad de cambio y transformación [de una sociedad] noes accidental ni exterior al campo de la cultura, sino inherente alentrelazamiento básico de la cultura y la estructura social como ele-mentos gemelos de la construcción del orden social. Precisamenteporque los componentes simbólicos son inherentes a la construccióny a! mantenimiento del orden social, llevan también en sí el germende la transformación social»6"6. Y dos sociohiswdadores de la cien-cia, Bruno Latour y Steve Woolgar, suscriben esto otro: «Utilizamos"cultura" para referirnos al conjunto de argumentos y creencias a losque se apela constantemente en la vida diaria y que es objeto de todaslas pasiones, temores y respeto»"3'. ¿Cómo identificar por tanto, sinotro referente, las razones concretas, del uno y de ios otros, parasituarse en el centro de lo que Geertz llamó «géneros confusos» (btu-rred genres)^.

Un puente interesante entre la historia antropológica y su adecua-ción a corrientes distintas de la antropología (aquella interpretativaque inaugurara el propio Geertz, muy en especial) lo constituye laobra de algún historiador norteamericano como Robert Darnton, yacitado al hablar de la historia de las mentalidades^*. Como es usualen las ciencias sociales, resulta difícil a veces distinguir a simple vistacuál sea el género preciso de algunos de los textos producidos y cuálla adscripción profesional de sus autores639. Pero lo que me importadestacar ahora es, sin embargo, que la selección de un acontecimien-to único (como hace Darnton respecto a su emblemática «matanza de

6-'5 R. BENEDÍCT (1974 []946]). El crisantemo y lu espada. Patrones de !a cultura japo-nesa, Madrid. Alianza Editorial.

*36 S. N. EISENSTADT (1992), «El marco de lab grandes revoluciones: cultura, estructurasocial, historia e intervención humana». Revisto Internacional de Ciencias Sociales 133, p. 425.

0:7 B. LATOUR y S. WOOLGAR (1995 [1979]). La vida en el laboratorio. La construc-ción de los hechos científicos, Madrid, Alianza Editorial, p. 67. Las dos citas siguientes, enpp. 305 y 306.

n;s R. DARNTON (1984), The Greaí Cat Mas sacre and Other Episodes in FrenenCultural Histary, Nueva York, Basic Books. Véase también D. LACAPRA (1989), «Chartier.Darnton, and ihe Greaí Symbol Massacre». en Soundings in Cruicul Theory.Uhaca/I-ondiss, Cornell University Press, pp. 67-89.

639 J. CLII ; H>KD Í1997). Romes. Tmvel and Translaiion in (he Une Twentieth Century.Cambridge Ma.. Harvard University Press.

los gatos» parisina) no puede revestir el mismo upo de significadoque los acontecimientos repetidos que marcan estructuras, a la mane-ra en que los entiende Clifford Geertz.

Reconociendo, pues, la fuerte deuda contraída por los microhisroria-dores con la antropología cultural anglosajona (Geertz desde luego, perono sólo), es importante señalar el debate que se halla establecido entreambas perspectivas, su valor para atender a la consideración de ¡o sim-bólico. La antropología cultural consideraría como un texto significanteel conjunto de las acciones, comportamientos, ritos y creencias que for-man el tejido social, y pone en manos de las ciencias sociales el descifrarsu sentido, su significado. La microhistoria aceptará estas pautas, pero serevolverá contra la falta de autonomía de los actores sociales, así comocontra la saturación interpretativa de los esquemas analíticos640.

Llegados a este punto, y antes de proseguir, es preciso recordarque la antropología ha ido reconociendo poco a poco, pero con unaintensidad y un dramatismo excepcionales, que su estatuto como dis-ciplina no es explicativo sino más bien compren.?™, y a partir de ahíha querido reivindicar -a veces con indisimulado orgullo-ysu condi-ción hermenéutica o interpretativa. /Vmculzd'á. estrechamente a laserñiótico^ deT[a. que aprenderá a «pensar en relación con» el otro (conlo otro también), el antropólogo de las últimas décadas habría idosufriendo así un perpetuo desplazamiento de posición.

De manera que, «será la voz de la antropología posmoderna definales de la década de 1980 la que cuestione la autoridad del etnó-grafo para representar y hablar por «el otro»,~en un mundo donde ladistinción entre jj^SmurTO5-^^ de tener sen-tido». No es, sin embargo, ésta una postura aislada -el capricho o el

"gusto de unos pocos-, sino un despliegue cierto, en abanico, delcolectivo de la profesión; la manifestación de un proceso de natura-leza epistemológica en el que la antropología «converge con la críti-ca cultural, literaria y cinematográfica en un mismo movimiento» de.puesta en cuestión de «la representación como espejo de la realidad^.

Dicha representación no sería ya, en tales circunstancias -como Seha recordado alguna vez a propósito del qne-, «un medio transparen-te para la aprehensión del objeto, sino que deriva su significado de lapráctica social», a la vez que «contribuye a definir y configurar aque-

Page 8: Tendencias Historiográficas actuales

lio que quiere describir». En paralelo, «dentro de las teorías sobrecomunicación y del campo de ia semiótica, se produce un cambio delcentro de interés hacia el estudio del proceso de comunicación. Frenteal énfasis en la relación entre productor (emisor) , proceso fmensaje) yproducto í texto i, se pasa al análisis de la recepción, es decir, al exa-men de la relación entre lector y texto»6-11. Son cuestiones, todas ellas,que en parte se han tratado en el apartado sobre semiótica y lingüísti-ca, pero que igualmente podrían contemplarse en el contexto de unaperspectiva comparada642 de la actual historia cultural. [Sobre las limi-taciones del método científico, en su acepción «explicativa» en antro-pología, hay una amplísima producción crítica y bibliográfica, sola-mente una pequeña parte de la cual recogemos aquí64:'.J

En general, se ha producido una muy amplia etnologi-gción de lainvestigación en ciencias sociales desde la década de 1980 en adelan-te^é~manera que nadie_opera agestas'alturas estableciendo una divi-sión tajante entre el observador, lo obsei^ado y el campo de la obser-vación, como querían las reglas del positivismo. Prácticamente nadiese plantea ya proceder a la observación sin pensar a la vez en el obser-vador y sin otorgarle un lugar especial, sin atender a su perspectivaespecífica, y tener en cuenta el carácter reflejo del discurso del inves-tigador: «Si los contenidos subjetivos del fenómeno humano formanparte de la realidad estudiada, y por ello constituyen el objeto mismode la investigación, en la perspectiva cualitativa el investigador nopone su subjetividad entre paréntesis, sino que por el contrario la Íntegrade manera controlada en la investigación. En este marco se redefine laobjetividad como resultado de la intersubjetividad -así como de una sub-jetividad consciente de sí mismo-, del mismo modo que la comunicabi-lidad, la intersubjetividad y la reflexividad se convierten también encriterios de validación del trabajo sociológico»64'1. Lo mismo ocurre,es claro, en la antropología.

En el extremo de esa preocupación reflexiva, la propiamente lla-mada corriente/w,ymt>í"/ernfí ha ido transformando la antropología en

'-'4! E. A R D E V Ü L y L. PÉREZ TOLÓN i 1995), ¡mastín y cuitáis. Perspectivas Jet cine e:uo-

••41'anco. Granada, Diputación, p. 23.':A- Por ejemplo. J. RrsES (2002). «Comparíng Cultures in ínter-cultural Communication».

en E. Fuchs \ Stiuhtev (eds.!. Across Citlniral Borders. ilistoriogmpliy m Gíohnl¡'frspecrive, Lanham. Rowmaii & Lutleíleld Publishers, pp. 335-348.

'J' C. Gf 'ERrz 1198'7), f.íi interpretación de ios cultura?,. B.ircelona. GeJisa y. mas aún. iosllamado:; "-textos del Seminario de Santa Fo, en J. Clitfordy G. E. Marcáis iecis.1 ( i 986), \Viitin¡f(\/!".i'-c- T'-ic Poeíic'i iiml Polines </f Etli/ic".;rap/iy, Berkeles, L'niversity oí California Press.

' ! t4 L. E. Alonso. La mirada.... ci t . . p. 28, citando u J . GALTI ISG i 1995), ínvcsti^ui-i^ne:,ítíi 'Víí. 'tiv. S'.tci'-'Jtul v cultura contemporáneas, Madrid. Tecnos. p. 143.

una empresa de crítica cultural y de lectura intenextual extraordina-riamente sofisticada, fértil en su tarea de construcción y deconstruc-ción de textos y de imágenes, una tarea que a veces se lleva con ayudadel psicoanálisis. Pero antes de que llegara el giro interpretativo a iaantropología (no aún el propiamente posmoderno6^. pues no debe-mos hacer superponibles, sin más, «hermenéutica» y «posmoderni-dad»), la antropología se había desplegado en una serie de enfoquesteóricos diferentes, las más de las veces en decidida competenciainterna. Enuncio, siquiera brevemente, esos enfoques: el «difusión i ti-ta», el «evolucionista», el «funcionalista», el «estructuralista», ei«materialista dialéctico»-, el «culturalista» o el «ecológico». Los dosprimeros son claramente diacrónicos, pero el resto son sincrónicos opermiten un tratamiento relaciona^'. Entre estos últimos se hallaríainscrita la teoría de sistemas, aquel mecanismo de indagación expli-cativo —pero también relacional— que, como vimos, aplicó ya a laantropología Clifford Geertz en su primera época, en 1966. y quetodavía cuenta con impostaciones derivadas647.

No es tampoco por tanto la antropología -lo mismo que ocurría conla sociología- disciplina que albergue un solo paradigma, ni lo fuenunca, aunque la sensibilidad por esa circunstancia, o el lamento en sucaso, pueda ser hoy mayor. La historia del pensamiento antropológicoes particularmente conflictiva y polémica, y toda obra de cierta enver-gadura, si bien se mira, dedica espacio a refutar ios enfoques que semuestran distintos a aquel que viene a sostener su autor, tanto si se con-sidenm superados, como si nows. Nada extraño resulta, por otra pane, sinos atenemos a la definición de cultura que había proporcionado Tyloren 1871, tan extensa y difusa como para dar contenido a prácticamentetodos los aspectos de la actividad humana. «Cultura» era, recordémos-lo, «el complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, lamoral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capaci-dades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad»640.

Por otra parte, aunque al parecer todavía se enseñe hoy la antro-pología en ciertas universidades como si se tratara de una disciplina

"""Sobre Uü diferencias enlre los planteamientos de Get'rtz y Clifford. por ejemplo.véase E. GtLLNF-R (1994 [1992]) , Posmodernismo. m-ón y religión. Barcelona. Pnklo's.pp. 56 ,ss.

"4fi A. BARNARD (2000). flis'.ory and Thet/ty ni .-\>ithro[>oiog\, Cambridge, CL'P"''~ C. GRFRTZ (1966i, "Religión as a Cultural System», en M. Banion ie t i .1 , .\nthropu-

lógica! Appmachei, ¡o th.c Snidy of Religión, A.S.M- Monograph 5. pp. 1-46.í>ts Entre otros textos i."|Uc analizan las úl t imi i i comenten, véase H L. MOCHIL l e d . i

(19W). Amhmpoloííic.ul Tlie.or\ Cambridge. Polity Press.' ) l 9 f£. B. TYLOK i 1974 ¡1 S^l ; j . La cultura priminva. Madrid, Ayuso.

Page 9: Tendencias Historiográficas actuales

unitaria, ya en los anos treinta del siglo xx comenzaron a desglosár-sele subdisciplinas (a veces articulaciones especializadas de la erapi-ría que. bajo enfoques teóricos distiníos, habían ido acumulándoseaquí y allá, produciendo monografías relevantes, estudios e investiga-ciones de interés para las ciencias limítrofes). Subdlsciplinas que hanvenido evolucionando de modo interesante, hasta hoy mismo. De esavariedad grande, y de su constante entrecruzamiento de inspiracionesteóricas, es responsable el continuo recurso de los antropólogos aotras ciencias y a sus técnicas propias (prácticamente lo mismo queha hecho también la historia), desde la psicología a la lingüística,pasando por la sociología y la economía. Pocas veces, no obstante,enlaza su quehacer con la antropología filosófica, aquella que, inscri-ta en la incertidumbre, al decir de Max Scheler, contempla cómo «elhombre se ha hecho plena, íntegramente ''problemático"», de mane-ra que «ya no sabe lo que es. pero sabe que no lo sabe»650. Su propiaincertidumbre actual, como disciplina que es de inestable status, ven-

dría a converger con tal supuesto.Del cruce de perspectivas disciplinares han surgido especializa-

ciones (en realidad, disciplinas mixtas) como la antropología econó-mica, la antropología psicológica o la antropología lingüística, de lamayor importancia todas ellas para la renovación interna de los deba-tes, tanto como para los cambios de escala que se suceden en la inves-tigación. La rama especializada de la antropología qae se conocecomo antropología lingüística resultó con el tiempo del mayor inte-rés, a medida que iba imponiéndose el estudio de la comunicación yel lenguaje como estrategia generalizada en las ciencias sociales,

desde donde pasó a la historiografía.En particular, la antropología lingüística o etnolingüística ha sufri-

do una notable transformación en las últimas décadas, si bien su ver-sión más sugerente remite al trabajo de aquellos investigadores que«están interesados en el estudio del lenguaje corno recurso cultural y enel habla como práctica cultural». Son ellos los que «han hecho de laetnografía un elemento esencial de sus análisis, y encuentran inspira-ción intelectual en una serie de fuentes filosóficas en las ciencias socia-les y en las humanidades». Como característica esencial para el con-tacto con la nueva historiografía social (la historia de la vidacotidiana), resaltaremos que «todos ellos tienen en común el hecho deque consideran las prácticas comunicativas como algo constitutivo dela cultura de la vida cotidiana, y ven el lenguaje como una herramien-

ta poderosa, y no como un espejo de realidades sociales que sucedenen otra parte»6-"1',

Todo esto significa entender que «el lenguaje es más que unaherramienta reflexiva con la que intentamos encontrar el sentido anuestros pensamientos y acciones», y que «a través del uso del len-guaje penetramos en un espacio interaccional que ha sido en parteconstruido a nuestra manera, un mundo en el que algunas distincio-nes parecen importar más que otras, un mundo en el que cada opción,que elegimos es parcialmente contingente con lo que ocurrió antes, ycontribuye a la definición de lo que ocurrirá después».

El rasgo más sobresaliente de la antropología en tos anos ochentaessu carácter escindido, píuraL Producto de la influencia múltiple deteorías y enfoques muy distintos, la disciplina puede considerarse conrazón fragmentada, una especie de «consorcio de intereses diversos»,como dice Eric Wolí632. Admite extensamente (cosa que la sociologíaen su conjunto, al menos a mi juicio, no ha admitido aún) que el puntode vista del investigador es parte inseparable, un elemento intrínsecode la investigación y del relato. Pero al contrario que los historicistas,que creen que esa misma implicación es la que proporciona un cono-cimiento real de las cosas, los antropólogos han vivido de manera dra-mática y escéptica aquel descubrimiento de la naturaleza tex.fii.al delconocimiento (salvo unas cuantas excepciones acaso, llenas de inge-nio y de buen humor), entrando en una onda depresiva653. No hay, con-cluyendo, ya una sola antropología, y no parece tampoco que pudieraexistir a corto plazo534. La incidencia de una situación tal sobre la his-toria no puede, suponemos, seguir pasando desapercibida.

Merece la pena señalarse, en este orden de cosas, el interés cre-ciente que reviste la denominada antropología feminista6^. Trayendo

052 E. WOLF (1980), «The Divide and Subdivide. and Cali It Anthropology», Ttiti Ne-.vYork Times, 30 de noviembre de 1980. pp. 4-9.

6=i Por ejemplo, N. BARLEY C1993), El antropólogo inocente, Barcelona. Anagrama.rt5'1 H. L. MOORE (1999), «Anthropological Theory a: che Turn of the Ccntury», en

H. L. Moore Ced.) , Anthropological Theoiy Today. Cambridge, Polity Press, pp. 1-23.También, de la misma editora ¡1996). The Puniré of Anthropolt)%icíil Knowledge,Londres, Routledge.

655 H. L. MOORE (1988), f''ernimMn and A.iitliropology, Cambridge. Poli ly Press,pp. 1 y 9, y (1994), A Passion for Diffo'fnce: Essa\s in Anlhropology and Gnnder, Cam-bridge, Polity Press.

Page 10: Tendencias Historiográficas actuales

a las mujeres a primer plano (y rescatándolas de los espacios desubordinación que habían ocupado en el discurso anterior de la antro-pología,), este enfoque plantea «sus cuestiones teóricas en términos decómo la economía, el parentesco y los ritos invisten la experiencia yse estructuran a través del género». Pero podría ser quizá mejor enfo-que eí preguntarse, como hace Henrietta L. Moore, «de qué manerase experimenta y estructura et género a través de la cultura»656.

En paralelo, se ha promovido una relectura crítica de los «clá-sicos» de la antropología, inspirada en la filosofía y en la críticaliteraria francesa, también denominada posmoderna (RolandBarthes. Jeun-Francois Lyotard, Jacques Derrida). «Reconociendola pluralidad de voces en la etnología (entre ellas las de los antro-pólogos de los países no occidentales), poniendo en duda la obje-tividad de cualquier discurso a propósito del "Orre»".», los investi-gadores que siguen estos estrechos cauces «proponen ante todo unadeconstrucción de los modos clásicos de representación en la dis-ciplina, puesto que esta última es implícitamente, y desde siempre,una crítica cultural de la sociedad a la que pertenece el propioantropólogo». La antropología debe así desvelar «las implicacio-nes históricas y políticas de su proyecto. Y se convierte entonces enun proyecto experimental»6" .

En esa fase de experimentación, como escriben George Marcus yMichael Fischer. la orientación teórico-metodológica sería predomi-nantemente el eclecticismo, «un manejo de las ideas libre de paradig-mas autoritarios», con la inclusión de las «visiones críticas y reflexi-vas del tema» y, un asunto no menos decisivo, con «la apertura adiversas influencias que abarquen todo lo que parezca ser eficaz en lapráctica, y la tolerancia de la incertidumbre en cuanto a la direcciónque sigue la disciplina y al carácter inacabado de algunos de sus pro-yectos»6-^. Porque, como detecta James Clifford. «es más fácil regis-trar la pérdida de los órdenes tradicionales de diferencia que percibirla aparición de otros nuevos». Con todo, su objetivo será «abrir elespacio para futuros culturales, para el reconocimiento de lo quesurge»^9, un horizonte en el que se recuperan voces como la del ruso

'''" «AVhatever Huppened to Wonien and Men? Gender and othcr Crisci in Amhro-pology». en H L. Moore ied), Amhropoiogical. . cit., pp. 151-171.

"-1 J. COPA.VS L 1996'}, Introditcricn ti í'Ethnoloqie et ¿i l'Anlhmpotogie, París, Níithan,p. 110.

•'- G. XUnCLí! > M f iSCHCR ¡2000 JOS6J), La antropología como crítica cultural. Unmomento experimental en Un, ciencias humanas. Buenos Aires. Arnorrortu. p. 13

('-" .1 G.i)F"KD (199? [! 988 j > . DÜei'.as Je la cultura. Antropología. littímmm v arte cu!ti p-¿r<,pecu\u pwnodci'/ui. Barcelona. Gedisa. p. 31.

Mijail Bajtin'100, a quien se debe La idea del cuesrionamiento de la auto-ría (en este caso, la autoridad etnográfica) que hoy tanto se prodiga6"1.

Por último, diremos que dos de los coaceptos más importantes en lallamada antropología posmoderña_ (pero no necesariamente 'en la «m-rerpretativa» o «hermenéutica», de la que la posmoderna es una deri-vación posterior)662 son los de reflexividad y, en un segundo plateo-pero con mucho eco-, orientalismo™^. En cuanto al segundo, emplea-do y divulgado por Edward Said. designa y representa la retórica queejemplifica la dominación occidental y, al mismo tiempo -dice-, larefuerza664. El primero es quizá un concepto más complejo, ypatrimonio ya de la antropología en exclusiva: «La reflexividad-escriben al respecto los sociólogos de la ciencia Latour y Woolgar-es una manera de recordar al lector que todos los textos son historias.Eso se aplica tanto a los hechos de nuestros científicos como a las fic-ciones "mediante las cuales" exponemos su trabajo. La historia comocualidad de los textos denota la esencial incertidumbre de su inter-pretación: eí lector nunca puede "saber con seguridad". Ya mencio-namos el valor de la etnografía cuando subraya esa incertidumbre.Ahora vemos que la reflexividad es el etnógrafo del texto».

De esta manera, para ir concluyendo, tendríamos un círculo queliga los extremos: «Eljvalor ;y el status de cualquier texto {constrúe-ción, hecho, afirmación, historia^explicación) depende de algo másque de sus cualidades supuestamente inherentes», en tanto quejjl«grado de exactitud (ojie carácter ficticio) de una explicación depen-de de lo que le sucede después a la historia, no de la propia historia

No existe nada autocontradictorio ni contraproducente en reco-nocer que todas las afirmaciones tienen ese destino común. [.,.] Cadatexto, laboratorio, autor y disciplina luchan por establecer un mundoen que su propia explicación sea más plausible, gracias al crecientenúmero de personas que están conformes con él. Dicho de otro modo,las interpretaciones no solojnforman. sino que confirman».

El antropólogo consciente se arriesga de este modo a que no seacreída su interpretación por los demás, porque su narración no sea lo

Universiry oí Texas Pre'is. ¡ Y allí, en especial. "Discoiirse in the Novci/>. pp 259-442.J^ J. CUITORO ( i905 |"1980]), xSobrc la autorklad etnográfica», en Diícituí',-.... cit. .

pp. 141-170.;ioz C. GFFRT/:. J. CUFPORD et al. ! 19911, El -iurgimiemo de la aiitmpoiogía posmode'r-

/iL!. C. Reynoso icuinp.), Barcelona. Gedisa."^ E. SAJÚ ¡1979), Oñcmaiis/n. N i i ü v a York. Randum Hou.se.^''4 Véase el comenr¡irio de í. Clifrbrd. -<Sobrt; Orientalismo», en Dilema.* Je !¡¡ cutat-

ra.... cit.. pp. 303-326.

Page 11: Tendencias Historiográficas actuales

suficientemente persuasiva. Y por eso irá haciendo patentes y explíci-tas, a medida que crece esa conciencia del carácter retórico de su que-hacer, las trampas que contiene la metodología que está empleando,trampas destinadas a salvar la distancia que media entre la informa-ción recogida y la presentación de resultados. Pero, al poner enjuegosu análisis de las estrategias textuales, de las maneras de escribir y deleer, o de traducir (en todos los sentidos posibles del término), y másallá de la propia crítica literaria, aparece también una sociología delpoder. Pues «se descubre cómo el antropólogo impone al otro su pre-sencia y sus preguntas, cómo comprende e interpreta (es decir, cómomanipula! las respuestas». Todo ello, en principio, manteniendo el obte-ner resultados «científicos», insistiendo, de esta manera, en el papel dela complicidad del lector -o en su caso, el diálogo discrepante-, influi-dos por Derrida, Deleuze y Foucault, los últimos antropólogos hanaceptado con gusto esta extrema historización de su tarea, el carácterrelativo de los principios teóricos que la gobiernan.

Podríamos, llegados a este punto, dar marcha atrás, como hacencon frecuencia los propios antropólogos, y recordar que Malinowski,en 1922. hacía un diagnóstico lleno de lucidez: «En etnografía, amenudo hay una distancia enorme entre el material en bruto de lainformación, tal como se presenta al estudioso a través de sus propiasobservaciones, o de afirmaciones de los nativos, o del caleidoscopiode la vida tribal, y la presentación definitiva y autorizada de los resul-tados»665. La ciencia de la etnografía no podrá entenderse ya prescin-diendo del tratamiento hermenéutico, como asegura Geertz666, perotampoco escapará a los debates políticos y epistemológicos generalesque versan «sobre la escritura y la representación de la alteridad»,como advierte Clifford, una vez que «el trabajo de campo etnográfi-co sigue siendo un método inusualmente sensitivo», porque «laobservación participante obliga a sus practicantes a experimentar, enun nivel tanto intelectual como corporal, las vicisitudes de la traduc-ción. Requiere de un arduo aprendizaje del lenguaje, y a menudo undesarreglo de las expectativas personales y culturales»667.

El mismo James Clifford, por otra parte, advierte del riesgo de cier-tas prácticas comunes entre los antropólogos, como la que consiste en

^ B. MAI.ÍNOWSKI (1922), Argonautas ofthe Western Pacific, Londres. Routledge, pp. 3-4.[Hay traducción en Barcelona, Planeta-Agost'mi, 1986.]

1500 C. GF.HRTZ, «"Desde el punto de vista del nativo". Sobre la naturaleza del conoci-miento antropológico», en Conocimiento local..., cu., p. 89.

i(p J. Cl IFFOKO! 1995 [1988]), Dilemas de ¡a cultura. Antropología, literatura y une enla perspectiva posmodema, Barcelona. Gedisa, pp. 42 y 41 respectivamente.

identificar experiencia e intuición, curiosamente a la manera del histori-cismo diltheyano: -Es difícil decir mucho acerca de la experiencia», sinembargo. «Como la «intuición», es algo que uno posee o no, y su invo-cación a menudo huele a mistificación. SÍ bien ambas están recíproca-mente relacionadas, no son idénticas. Tiene sentido mantenerlas aparte,aunque no sea más que porque muchas veces se recurre a la experienciapara otorgar validez a la autoridad etnográfica». [Merece la pena seña-larse que la advertencia crítica de Clifford no se dirige al método deDilthey, sino al modo en que creen los antropólogos «sentirse en casa» y.por lo tanto, sentirse autorizados para imponer su interpretación''6 s.]

Poniendo en evidencia las estratagemas de producción de los«enunciados» y los «discursos» de la antropología, dicen sus críticos,los antropólogos posmodernos terminan por confundir el mundo realcon el universo textual. Únicamente el mundo de los textos sería real,porque es el único que puede dar noticia del encuentro, la escucha oel diálogo. Hay quien entiende entonces que, sin dejar que este géne-ro de esfuerzos ocupe todo el espacio de la disciplina, sería importan-te «recapturar» ese tipo de discurso e introducirlo en el núcleo de larenovada historia política y cultural, porque ello nos ayudaría a enten-der mejor los conflictos presentes del tejido social669. Hacer la histo-ria de ese movimiento de rescate de la textuaíidad, por otra paite, nodeja de ser un apasionante ejercicio de historia intelectual en símismo6 °, aun si no se comparte plenamente el optimismo de un autorcomo Bruce Knaufí cuando, en un libro sugerente sobre los girosactuales y sus antecedentes (1996), trataba de responder a la preguntade si verdaderamente había progresado la antropología cultural «en losaños recientes», o si estaba en cambio autodestruyendose: «¿Se harejuvenecido la etnografía o se ha arruinado?», inquiere. Su propiaapuesta era, bien decidida y clara, por seguir la expansión671.

A principios de los años ochenta, Geert¿ consideraba que, de todaslas novedades exhibidas, «tal vez la última sea la más importante». Se

Fe, Schooí of American Research Press.670 A. KUPER (¡999). Culture. The Amhropoiüt>ists'Account, Cambridge Mass.,

Harvard Universiw Press.671 B. M. KNAUFÍ (1996), Genealogies for the Presen! ¡n Cultural Anthropology, Nueva

York/Londres, Routledge. p. I .

341

Page 12: Tendencias Historiográficas actuales

refería a «la introducción en las ciencias sociales de concepciones defilósofos como Heidegger, Wittgenstein. Gadamer o Ricoeur, de críti-cos como Burke. Frye, Jameson o Fish, y de subversivos camaleónicoscomo Foucault, Habermas. Barthes o Kuhn». Tal carga filosófica hacía«altamente improbable», a su modo de ver, «cualquier posibilidad deretorno a una concepción meramente tecnológica de dichas ciencias»67-.Entre todos, cruzando sus propuestas, influirían decisivamente en elconjunto de enfoques que se ha dado en llamar, a falta de un mejor nom-bre, posmodemidad (a saber: la antropología reflexiva, la antropologíacrítica, la antropología semántica, la antropología semiótica y el posl-eslructuralismof'3. No eran éstas, no obstante, las únicas tendenciasnuevas. Para Marilyn Strathern, reí vindicadora de un autor mucho tiem-po olvidado, como sir James G. Frazer, «es saludable pensar en Frazer,porque es saludable pensar en lo que el modernismo encuentra tan desa-gradable en él: arrancar las cosas de su contexto». Apuesta por lo tantopor la relectura «positiva» de ciertos clásicos, hasta ahí tenidos por «ile-gibles»: Frazer no el único, pero sí el principal6^4.

Y es que «el sentimiento posmoderno consiste en jugar delibera-damente con el contexto. Se dice que borra los límites, que destruye elmarco dicotorneador, que yuxtapone voces, de modo que el productomúltiple, la monografía de autoría conjunta, deviene concebible.Queda al lector encontrar su camino entre las diferentes posiciones ycontextos de los hablantes. Meros puntos de vista, esos contextos en símismos han dejado de proporcionar el marco de referencia organizan-te para la narrativa etnográfica. Se contempla una nueva relación entree! escritor, el lector y el tema. Descodiñcar lo exótico (hacer que tengasentido) ya no sirve, en tanto y cuanto el posmodernismo exige que ellector interactúe con lo exótico en sí mismo»6''5. No en vano, comorecuerda Clifford676, «el método más querido por el etnógrafo es aquelque se lleva a cabo en una pequeña habitación llena de libros...».Exactamente igual que hace el historiador.

TERCERA PARTE

6T- C. GtCRT/: 11994 ¡ 1983]). Conocimiemo local. Ensayo M)bre ¡a 'iiierpretaciór, delas t-itlnimA, Barcelona, Paidós. pp. 1 1 - 3 2 .

ij" M. CRICK (1985), «Tracing the anthropoloeical belf: (Juizzical refleciions on iield-work , tourism and the ludio.. Social Aniiíysi.i 17, pp. 71-92.

"~4 M. .S ' IRAFHLRM (1991 [1987]), «Fuera de contexto. Las visiones persuasivas de laantropología», en C. Reynoso icor i ip ), E', surgimiento ... cit. . p. 214 La obra emblemáticaJ.- I. G. P R \ Z I : R ( 1 9 5 1 [1890]). La rama dorada. Magia y religión. México, FCE.

" ' M. Sinürk'ni, «Fuera de contexto...-, cit., p. 243.15'" J OirFORn, • • In t roducc ión , verdades parciales/*, a Chr'ford y \[arcu.s (eds . l ,

Ratonen.... cit.. p. 26.

342