Tema 4. Historiografía

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Griego II Tema 4. La historiografía 1 La historiografía En el siglo V a.C., en paralelo con el desarrollo de la democracia ateniense y con la afirmación de una nueva concepción racional del mundo, se produjo en Grecia un extraordinario florecimiento cultural. Fue en esta época cuando nació un nuevo género literario: la historiografía. No es que en los tiempos anteriores o que fuera de Grecia no hubiesen existido expresiones escritas de conciencia histórica, pero solo entonces, superada en la narración la sim- ple correlación de los eventos, se planteó el problema de la búsqueda de las causas. Si comúnmente se reconoció a Heródoto con el título de «padre de la historia», es, sin embargo, a Tucídides, con su investigación de los hechos y de sus causas, a quien le debemos la primera coherente formulación de un moderno método histórico. Desde entonces hasta el final de la edad helenística, los griegos siguieron reflexionando sobre el curso de los eventos intentando construir la imagen de un todo unitario y de sacar de los eventos ocurridos el sentido de un proceso interno. 1 Heródoto Nació en Halicarnaso, posiblemente en 484 a.C. Halicarnaso era una ciudad de Asia Menor en la que coexistían en armonía elementos lingüísticos, culturales y étnico dato importante para comprender la obra del autor. Su familia era acomodada y no amante de la tiranía que regía la ciudad. Una conspiración fallida contra el tirano Lígdamis obligó a Heródoto a exiliarse en la isla de Samos. Allí aprendió el dialecto jonio, cultivó amistades y abrió su espíritu a nuevas influencias. A partir de este momento, el escritor comenzó a viajar. Fue a Egipto, Fenicia, Mesopotamia, Escitia, Sicilia, Magna Grecia, Cirenaica y Turios, una colonia panhelénica, donde transcurrió la última parte de su vida. Allí concluyó su gran obra y, probablemente, allí murió en una fecha cercana al 420 a.C. Entre viaje y viaje, Heródoto visitó las islas y los enclaves del Ática y del Peloponeso y recaló en Atenas; todo ello le permitió tener una visión, si no completa, sí muy amplia del mundo griego y de su entorno. 1. 1 La obra: contenido Historias es el título de la ingente obra escrita por Heródoto. En época alejandrina fue dividida en nueve libros, que recibieron el nombre de cada una de las nueve musas. Entre otras cosas, Heródoto se propuso narrar en esta obra el enfrentamiento entre griegos y asiáticos en las guerras médicas. Centrémonos en el contenido de esos nueve libros: Libros I al V: en ellos se describen las regiones de Lidia, Persia, Babilonia, Escitia, Libia y Egipto, donde Heródoto se detiene más (le dedica todo el libro II y parte del

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Tema 4 para la prueba de Selectividad (PAU) de Griego II en Andalucía

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Griego II Tema 4. La historiografía

1

La historiografía En el siglo V a.C., en paralelo con el desarrollo de la democracia ateniense y con la

afirmación de una nueva concepción racional del mundo, se produjo en Grecia un

extraordinario florecimiento cultural.

Fue en esta época cuando nació un nuevo género literario: la historiografía. No es

que en los tiempos anteriores o que fuera de Grecia no hubiesen existido expresiones

escritas de conciencia histórica, pero solo entonces, superada en la narración la sim-

ple correlación de los eventos, se planteó el problema de la búsqueda de las causas.

Si comúnmente se reconoció a Heródoto con el título de «padre de la historia», es, sin

embargo, a Tucídides, con su investigación de los hechos y de sus causas, a quien le

debemos la primera coherente formulación de un moderno método histórico. Desde

entonces hasta el final de la edad helenística, los griegos siguieron reflexionando

sobre el curso de los eventos intentando construir la imagen de un todo unitario y de

sacar de los eventos ocurridos el sentido de un proceso interno.

1 Heródoto Nació en Halicarnaso, posiblemente en 484 a.C. Halicarnaso era una ciudad de Asia

Menor en la que coexistían en armonía elementos lingüísticos, culturales y étnico

dato importante para comprender la obra del autor. Su familia era acomodada y no

amante de la tiranía que regía la ciudad. Una conspiración fallida contra el tirano

Lígdamis obligó a Heródoto a exiliarse en la isla de Samos. Allí aprendió el dialecto

jonio, cultivó amistades y abrió su espíritu a nuevas influencias.

A partir de este momento, el escritor comenzó a viajar. Fue a Egipto, Fenicia,

Mesopotamia, Escitia, Sicilia, Magna Grecia, Cirenaica y Turios, una colonia

panhelénica, donde transcurrió la última parte de su vida. Allí concluyó su gran obra

y, probablemente, allí murió en una fecha cercana al 420 a.C.

Entre viaje y viaje, Heródoto visitó las islas y los enclaves del Ática y del Peloponeso

y recaló en Atenas; todo ello le permitió tener una visión, si no completa, sí muy

amplia del mundo griego y de su entorno.

1. 1 La obra: contenido

Historias es el título de la ingente obra escrita por Heródoto. En época alejandrina fue

dividida en nueve libros, que recibieron el nombre de cada una de las nueve musas.

Entre otras cosas, Heródoto se propuso narrar en esta obra el enfrentamiento entre

griegos y asiáticos en las guerras médicas.

Centrémonos en el contenido de esos nueve libros:

Libros I al V: en ellos se describen las regiones de Lidia, Persia, Babilonia, Escitia,

Libia y Egipto, donde Heródoto se detiene más (le dedica todo el libro II y parte del

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III), haciendo una descripción de la geografía, etnografía e historia de este país.

Libro V: en este se cuenta el avance imparable de los persas. Tracia fue arrasada.

En Grecia se produjeron sublevaciones, especialmente en Jonia, que fueron sofoca-

das por los persas, preludio de lo que vendría después. También en este libro Heró-

doto trazó la historia de Esparta y de Atenas.

Libros VI a IX narran las guerras médicas. El libro VI, la Primera Guerra Médica y

la victoria de los griegos en Maratón; el libro VII, la Segunda Guerra Médica, la

muerte de Darío y la derrota de los griegos en las Termópilas; el libro VIII, la victoria

de los griegos en Salamina y la retirada de Jerjes; y, el libro IX, las victorias griegas en

Platea y Micale y la toma de Sesto, en el Helesponto.

1.2 El método de Heródoto y sus fuentes

Los predecesores de Heródoto fueron:

los escritores de periplos, que eran unas descripciones geográficas aderezadas con

alguna anécdota;

los «logógrafos», autores de pequeñas historias locales, a veces no tan pequeñas ni

tan locales, pero que no alcanzaron las dimensiones de la obra de Heródoto. Tal es el

caso de personajes como Caronte de Lampsaco, Janto de Lidia, Helánico de Lesbos y

Hecateo de Mileto.

Heródoto conocía el trabajo de los logógrafos; compartía con ellos varios rasgos, pero

fue más allá. Hay en su obra —de forma incipiente e imperfecta— una metodología

que se basaba en la obtención de información, en las fuentes. Veamos cuáles son

esos canales de información:

La visión personal: Heródoto no se limitó a anotar sin más lo que vio en sus via-

jes. Hay un orden en la ὄψις, visión del autor, que se articula en tres niveles:

— Descripción geográfica del país.

— Descripción de las costumbres del pueblo de ese país.

— Narración de los hechos más destacados y llamativos.

Cada conjunto de estos tres bloques se conoce con el nombre de logos. Hay, pues, en

su obra logos lidio, persa, egipcio, babilonio, masagético, tracio, etc. El autor suele ser

sincero; cuando no ha visto más de lo que ha visto, lo dice con claridad, aunque sus

apreciaciones no siempre son atinadas.

El conocimiento de fuentes escritas y orales. La historia no puede escribirse

únicamente a partir de una observación personal; las fuentes son de suma importan-

cia. Heródoto utilizó fuentes escritas y orales. Las fuentes escritas son tres:

— Los datos de los poetas: Heródoto cita a varios poetas cuya obra conoce y de la

que desconfía: Hesíodo, Arquíloco, Solón, Esopo, Alceo, Safo, Simónides, Estesícoro,

Frínico, Píndaro, Anacreonte y Esquilo.

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— Inscripciones, documentos oficiales y oráculos: es difícil valorar hasta qué punto

es de fiar el autor cuando alude a la consulta de documentos plasmados, muchas

veces, sobre piedra o sobre planchas de plomo. Heródoto alude a doce inscripciones

escritas en lengua griega, pero también a otras tantas escritas en lenguas diferentes,

extrañas y difíciles.

— Los testimonios orales, fundamentales en una sociedad que no tiene todavía un

desarrollo importante de la prosa escrita.

Sus apreciaciones personales: Heródoto tenía un criterio muy personal para dis-

cernir y argumentar, pero es un criterio poco científico. Apela al «sentido común», a

«lo verosímil», para analizar tradiciones legendarias o de diversa significación.

Aplica también el «estilo griego» de interpretación (interpretatio graeca); es decir,

subraya los rasgos diferenciales más llamativos de las diversas culturas y los

contrapone al estilo y a la forma de vida griegos. En ocasiones, extrae conclusiones

generales de hechos poco frecuentes y esporádicos, lo que casi siempre es un notable

error.

1.3 Pensamiento

Heródoto odiaba la tiranía y era partidario de los regímenes en los que había

libertad. Así, libertad/sumisión era el contraste básico entre griegos y bárbaros; los

pilares fundamentales en que se cimentaban los regímenes democráticos que

Heródoto defendía eran la igualdad de derechos políticos y civiles, la libertad de

expresión y las leyes justas. Moderación, libertad y piedad están, pues, presentes en

toda la obra de Heródoto.

1.4 Lengua y estilo

Su obra está escrita en un dialecto jónico salpicado de aticismos y de homerismos.

La influencia de Homero es notable, por el empleo de repeticiones, patronímicos, ca-

tálogos de las fuerzas que combaten, valoraciones éticas, tópicos de la lucha,

composición anular, etc.

La sintaxis es sencilla, sin predominio de las oraciones subordinadas. Su léxico tam-

bién es sencillo, sin muchos términos abstractos.

El mérito de Heródoto estriba en pasar de un tono familiar o coloquial a otro gran-

dioso, casi épico.

Heródoto fue el pionero, el primero que distinguió la variedad de creencias, cos-

tumbres y mentalidades entre los pueblos, que diferenció Europa de Asia, el griego

del bárbaro, Occidente versus Oriente.

Heródoto sentó las bases de la historiografía y lo hizo con amenidad, informando y

entreteniendo.

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2 Tucídides Tucídides nació entre los años 460 y 455 a.C. Emparentado con Cimón, perteneció a la aristocracia. Participó con poco éxito como estratego en la fallida operación de defensa de Anfípolis, en 424 a.C. Eso le costó un destierro de veinte años que fueron cruciales para que pudiera escribir con cierta imparcialidad sobre los acontecimientos que se produjeron en Grecia.

2.1 Contenido de la obra

Tucídides pretendió narrar la guerra del Peloponeso; esto es, el enfrentamiento entre atenienses y espartanos que se prolongó por espacio de más de veinte años (431-404 a.C.).

Su obra, La guerra del Peloponeso, consta de ocho libros, cuyo contenido es el siguiente:

Libros I al V: primera fase de la guerra (431-421 a.C.), la llamada guerra de Arquidamo (un gobernante espartano); la ligera ventaja de los atenienses y la Paz de Nicias.

Libros VI y VII: expedición a Sicilia y derrota ateniense (415 a.C.).

Libro VIII: segunda fase de la guerra (414-411 a.C.), abolición de la democracia, reaparición de Alcibíades y avances espartanos.

La guerra continuó hasta el 404 a.C., siendo Jenofonte el historiador que narró los acontecimientos acaecidos en esos siete años. Tucídides puso punto final a su obra con los sucesos del verano del 411 a.C.

2.2 Método histórico

Los objetivos del historiador al escribir su obra fueron estos:

Buscar la verdad. Para ello, criticó a quienes se fiaban sin más, sin comprobación

alguna. Sabía que obtener información exacta es difícil; por ello, es importante la

observación directa de los hechos, el examen minucioso de toda información, así

como la imparcialidad y la objetividad a la hora de analizar los hechos.

Aportar algo útil para quienes querían encontrar esa verdad.

Perdurar, tener validez universal. Tucídides creía que la historia podía ser magistra

vitae; era consciente de estar legando una posesión eterna, un «bien para siempre»;

κτῆμα εἰς αἰεί. Para lograrlo no bastaba con narrar los hechos, había que explicarlos

para poder comprenderlos.

El mejor método de explicación era el método científico. Al autor no le valían ex-

plicaciones de tipo religioso, supersticioso o psicológico, sino que acudía, al igual que

los médicos del siglo v a.C., al saber etiológico. Tucídides, como Hipócrates,

distinguió entre causa (αἰτία) y pretexto (πρόφασις); esto es, motivo aparente,

justificación, etc. A su vez, distinguió entre causas inmediatas y causas remotas.

Todo suceso explicado con solidez pasa a ser un indicio que se convierte en prueba.

Por ello, Tucídides, en vez de recurrir a los excursos y a las digresiones que relajan y

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entretienen, prefirió acudir a los discursos que captan la atención e informan con

detalle de los más recónditos pensamientos de quienes los pronunciaron. Tucídides

puso en boca de estrategos, embajadores y políticos de diverso rango más de

cuarenta discursos. La mayoría de ellos están en estilo directo, y muchos responden

a un punto de vista contrapuesto o antitético. Es decir, se escuchan dos puntos de

vista contrarios sobre el mismo tema.

2.3 Pensamiento

Influido por el movimiento sofista, racionalista, relativista y amante de los contrastes,

de las oposiciones y de la crítica, su obra es científica y política. Tucídides intuyó

que la historia podía ser explicable en términos humanos, sin necesidad de acudir a

intervenciones sobrenaturales, profecías, sueños u oráculos. Tucídides conocía los

aspectos racionales de los hechos humanos; la experiencia y el saber, al igual que los

irracionales, el azar o la suerte, pero no supeditó los unos a los otros; procuró colo-

carlos en su sitio exacto.

Su historia, rigurosa y objetiva, no es fría. Siendo los hombres quienes la escriben,

con sus grandezas y sus miserias, y siendo episodios violentos y dolorosos los que se

narran, en muchos momentos la lectura del texto evoca pasajes de las mejores

tragedias.

Tucídides no manifestó en su obra fervor religioso alguno, tampoco ateísmo, pero de

algún modo reflejó la degeneración moral y espiritual de la época.

Por último, no se interesó por aspectos biográficos relativos a la vida privada de los

personajes que protagonizan los acontecimientos. En suma, fue un historiador im-

parcial, racionalista, humano y serio.

2.4 Lengua y estilo

Leer y traducir a Tucídides es tarea ardua y complicada. Es conciso, directo y,

aunque el lenguaje de su obra es fundamentalmente el ático, también usa vocablos

arcaicos y poéticos; abusa de las expresiones nominales, tiene predilección por los

términos abstractos, prefiere la sustantivación indiscriminada de adjetivos,

participios e infinitivos. Sintácticamente es aún más complejo: prefiere el período

largo al corto.

De un lado tiene tendencia a la realidad abstracta; de otro, a la implicación de unos

elementos en otros; es decir, a la complicación en sentido literal del término que lo

vuelve un escollo difícil de salvar para el estudioso y para el lector.

A pesar de ser el primer historiador político de Grecia y el primer historiador serio

de Europa, su fama en la posteridad fue desigual. Roma apreció su obra; Salustio y

Tácito difícilmente pueden comprenderse sin Tucídides.

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3 Jenofonte Por lo amplio y lo variado de su producción y por la innegable influencia que tuvo

en la posteridad, Jenofonte ocupa un puesto destacado en la lista de los historiadores

griegos.

Nació en el 428 a.C. en el seno de una familia distinguida. En su calidad de caballero

formó parte del círculo de aristócratas jóvenes que estaban en contacto con Sócrates.

La revolución oligárquica y la frágil restauración de la democracia acaecidas al

término de la guerra del Peloponeso no favorecieron su presencia en Atenas. Aban-

donó la ciudad en el 401 a.C. para no volver ya más. A partir, pues, del 401 a.C. su

vida fue una serie de azarosos vaivenes que lo llevaron, entre otros lugares, a Persia

y a Esparta. Su paso por tierras orientales y sus buenas relaciones con los espartanos,

quienes le nombraron «Próxeno», dejaron huella en su vida y en su obra. Pese a que

los atenienses anularon el decreto que en su día dieron contra él condenándole al

exilio, prefirió establecerse en Corinto, donde murió en 354 a.C.

3.1 Obra

Viajes y vivencias varias permitieron a Jenofonte legar a la posteridad una produc-ción variada, un tanto abigarrada incluso, que a grandes rasgos es la siguiente:

Tratados relacionados con la figura de Sócrates: Memorable o Recuerdos, Apología y Simposio son las tres obras de reducido tamaño que glosan la personalidad de Sócrates que tanto atrajo al historiador. Muy alejado en ocasiones del retrato o perfil que del filósofo trazó Platón, coincidente en otros casos, Jenofonte es fuente controvertida pero indispensable para acercarse a la personalidad del gran filósofo ateniense.

Obras relacionadas con Persia: Ciropedia y Anábasis.

En la Ciropedia o Educación de Ciro, Jenofonte pretendió utilizar la figura del rey como paradigma o ejemplo del buen gobernante. Ciro el Viejo gobernó con éxito, a decir del autor, sobre hombres y naciones numerosas y diversas. En su educación radicó la clave de su éxito sin olvidar, por supuesto, sus cualidades naturales. No se trata de una biografía completa y documentada del mítico gobernante sino de lo que algún estudioso ha denominado «novela pedagógica»: elementos reales y fantasiosos se entrecruzan al servicio de una intención moralizante.

Anábasis, conocida por la posteridad vulgarmente como «la retirada de los 10000», narra en siete libros la expedición de Ciro el Joven contra su hermano mayor Artajerjes. En ella participó el autor junto con 10000 griegos mercenarios que servían a Ciro, a instancias del general griego Próxeno. La expedición desembocó en la batalla de Cunaxa, cerca de Babilonia. Ciro murió y sus tropas huyeron. Visto el giro negativo que habían tomado los acontecimientos, Jenofonte planteó a los mandos del ejército la posibilidad de un regreso a casa. Con enormes dificultades y tras sobrevivir a penosas y peligrosas situaciones, los griegos lograron alcanzar el mar Negro y regresar muy maltrechos a tierras griegas.

Obras relacionadas con Esparta. La Constitución de los lacedemonios pone de relieve

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de forma un tanto idealizada las cualidades del pueblo espartano. El autor ensalzó las costumbres austeras y un tanto exageradas de los lacedemonios. Agesilao, en este contexto, viene a representar una reiteración de las mismas ideas encarnadas esta vez en la persona del gobernante, que recibe de la pluma de Jenofonte la caracterización típica del «monarca ideal»; se exponen, primero, los hechos más notables protagonizados por el rey y, a continuación, se señalan sus idealizadas cualidades.

Obras propiamente historiográficas. En este apartado se incluyen las Helénicas, un relato de lo acontecido en Grecia desde 411 a.C. hasta 362 a.C. El autor fue testigo de los hechos, por lo que Helénicas parece carecer de unidad, dando la impresión de ser un mosaico o, mejor, una amalgama de varias partes; sin embargo, el lector puede llegar a trazar un bosquejo claro del devenir de Grecia desde que se instauró en Atenas el gobierno oligárquico de los Treinta Tiranos (411 a.C.) hasta la efímera hegemonía beocia alcanzada tras la batalla de Leuctra (371 a.C.) y perdida con la muerte del mítico general Epaminondas en el 362 a.C.

Obras varias de tipo didáctico. A la faceta de Jenofonte de caballero aristócrata y de soldado se añade la de lo que hoy llamamos «deportista», siendo la caza y la equitación sus dos pasiones principales. Sus tratados Hipárquico o el Comandante de caballería, Sobre la equitación y Cinegético o el Arte de la caza son testimonio de ello. Hierón, el Económico y Las finanzas completan la lista de sus obras.

3.2 Lengua y estilo

Jenofonte ha sido uno de esos autores que ha contado con el aplauso de la posteridad. Por un lado, por la variedad temática de su obra que preludiaba lo que sería después el helenismo: gusto por el viaje y la aventura, interés por el mundo oriental, y, por otro, por las líneas básicas de su mensaje, que subraya con insistencia los valores de la tenacidad, el esfuerzo y la sabiduría práctica.

Como historiador propiamente dicho, Jenofonte no es imparcial, no tiene un método científico riguroso, no se detiene en asuntos importantes y en cambio sí lo hace en otros que hoy nos resultan totalmente anecdóticos. No obstante, Jenofonte es ameno, su lenguaje es claro —en unas obras mucho más que en otras—, su viveza y su entusiasmo al narrar y al describir llegan al lector.

Escribió en el ático más puro, del siglo IV a.C., renunciando a períodos largos y farragosos como los que salpican con frecuencia los textos de Tucídides. De ahí su éxito desde la época de los romanos —Quintiliano lo ensalzaba— hasta nuestros días.