Tema 24

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2- Neolítico y Epipaleolítico La transición hacia el nuevo período se efectuó con rapidez en la zona levantina, pero las regiones centrales y atlánticas se vieron relegadas a una última fase del Paleolítico que se denomina Epipaleolítico, y que se significa por una decadencia de las formas magdalenienses, con un instrumental lítico y óseo de una factura inferior a las de épocas precedentes: tales son las culturas del occidente peninsular conocidas como de Los Concheros, por la abundancia de conchas de moluscos que han dejado en sus asentamientos. Por otro lado, incluso en las regiones levantinas aparece un arte rupestre radicalmente distinto del rupestre cantábrico, y que se ha puesto en relación con el período final del Magdaleniense o con los inicios del Neolítico. Estas imágenes aparecen en abrigos, sean de caza o de ocupación ocasional. Se caracterizan por ser monocromas, negras, y representar con rasgos estilizados figuras humanas y animales, que forman escenas de caza o de recolección, y donde aparecen instrumentos tales como arcos y flechas, escalas de cuerda, o vestimentas. Las composiciones son movidas, agitadas, con las figuras con las piernas y brazos en posición de avanzar o de tensar arcos. El escaso instrumental lítico aparecido en los abrigos presenta analogías con el magdaleniense final La aparición del neolítico es brusca, sin mesolítico digno de tal nombre, ni neolítico precerámico. A partir de mediados del V milenio asistimos en toda la costa mediterránea, desde Cataluña hasta Andalucía (en Piñar, en el interior de Granada), la aparición de una cerámica cardial, que toma su nombre del molusco llamado “cardum”, cuya concha era usada para decorar la arcilla en frío. Esta cerámica se corresponde con otras muy similares aparecidas a lo largo de la cuenca mediterránea, y que posiblemente tuvo su origen en Palestina en el VI milenio. La Cueva de l’or (Valencia) muestra restos de granos de trigo y de cebada cuyo análisis al C14 nos arroja fechas en torno al -4.500, así como de ovejas, cabras y bueyes, que debían formar parte de su dieta. Esta súbita aparición de cereales, cerámica y ganadería podría ser explicada aduciendo la llegada de inmigrantes que poseerían el dominio pleno de las técnicas neolíticas, El problema reside en identificar el origen de estos grupos inmigrantes, siendo el Norte de África y las regiones neolíticas orientales de Sicilia y el Egeo las candidatas. A favor de éstas últimas juega el hecho de que tanto los cereales como los ovinos y caprinos eran especies 3

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2- Neolítico y Epipaleolítico

La transición hacia el nuevo período se efectuó con rapidez en la zona levantina, pero las regiones centrales y atlánticas se vieron relegadas a una última fase del Paleolítico que se denomina Epipaleolítico, y que se significa por una decadencia de las formas magdalenienses, con un instrumental lítico y óseo de una factura inferior a las de épocas precedentes: tales son las culturas del occidente peninsular conocidas como de Los Concheros, por la abundancia de conchas de moluscos que han dejado en sus asentamientos.

Por otro lado, incluso en las regiones levantinas aparece un arte rupestre radicalmente distinto del rupestre cantábrico, y que se ha puesto en relación con el período final del Magdaleniense o con los inicios del Neolítico.

Estas imágenes aparecen en abrigos, sean de caza o de ocupación ocasional. Se caracterizan por ser monocromas, negras, y representar con rasgos estilizados figuras humanas y animales, que forman escenas de caza o de recolección, y donde aparecen instrumentos tales como arcos y flechas, escalas de cuerda, o vestimentas. Las composiciones son movidas, agitadas, con las figuras con las piernas y brazos en posición de avanzar o de tensar arcos. El escaso instrumental lítico aparecido en los abrigos presenta analogías con el magdaleniense final

La aparición del neolítico es brusca, sin mesolítico digno de tal nombre, ni neolítico precerámico. A partir de mediados del V milenio asistimos en toda la costa mediterránea, desde Cataluña hasta Andalucía (en Piñar, en el interior de Granada), la aparición de una cerámica cardial, que toma su nombre del molusco llamado “cardum”, cuya concha era usada para decorar la arcilla en frío. Esta cerámica se corresponde con otras muy similares aparecidas a lo largo de la cuenca mediterránea, y que posiblemente tuvo su origen en Palestina en el VI milenio.

La Cueva de l’or (Valencia) muestra restos de granos de trigo y de cebada cuyo análisis al C14 nos arroja fechas en torno al -4.500, así como de ovejas, cabras y bueyes, que debían formar parte de su dieta.

Esta súbita aparición de cereales, cerámica y ganadería podría ser explicada aduciendo la llegada de inmigrantes que poseerían el dominio pleno de las técnicas neolíticas, El problema reside en identificar el origen de estos grupos inmigrantes, siendo el Norte de África y las regiones neolíticas orientales de Sicilia y el Egeo las candidatas.

A favor de éstas últimas juega el hecho de que tanto los cereales como los ovinos y caprinos eran especies desconocidas en la Península, pero muy bien conocidas en las regiones del mundo Egeo y de Sicilia.

A partir del IV milenio aparece en Cataluña el Neolítico Pleno: la cultura de los sepulcros en fosa, así llamados por los enterramientos en fosas ovales o pequeñas cistas de piedra, cuyo momento de esplendor, en torno al -3.000, da lugar a una cerámica de mejor calidad, lisa, de formas globulares, similar en algunos aspectos a formas neolíticas italianas: vasos de boca cuadrada.

Mientras, en el resto de la Península se perpetúan las tradiciones cardiales, o se van abriendo al neolítico los territorios del norte (Santimamiñe en Vizcaya, Zatoya en Navarra) y del centro de la península (cerámicas de Verdelpino, en Cuenca, a caballo entre el IV y III milenio. También en Mallorca aparece domesticada la cabra, aunque se desconoce la cerámica.

El neolítico final tiene sus mejores muestras en Andalucía, nuevamente en Piñar, aunque también en muchos yacimientos en Málaga y Almería. Aparece una cerámica de decoración con incisiones, que paulatinamente van dando lugar a una cerámica lisa.

3- Las edades de los metales: calcolítico y bronce en la Península.

La aparición de la metalurgia del bronce (Teresa Chapa y Germán Delibes) pudo estar relacionada con la práctica de usar minerales como la azurita para objetos de adorno. La fusión accidental del cobre con el estaño proporcionaría un nuevo metal, el bronce, que presenta una mayor dureza que el cobre, mientras que su punto de fusión es menor, por lo que es más fácil el uso de moldes.

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La necesidad de buscar vetas metalíferas fáciles de trabajar, carbonatos de cobre y de estaño principalmente, favoreció la difusión del neolítico a través de las redes de comercio y prospección que aparecen a lo largo del Mediterráneo y de las costas atlánticas, desde el Egeo hasta el Báltico, facilitadas seguramente por la aparición de la rueda y la vela.

La difusión de una cultura megalítica paneuropea es un fenómeno entroncado directamente con estas redes comerciales. Se ha supuesto tradicionalmente que fue el mundo del Egeo el creador de la tradición megalítica, que de aquí se iría extendiendo al Mediterráneo Central y Occidental, y luego alcanzaría las costas atlánticas francesas y británicas.

La realidad parece confirmar lo contrario. Fueron las regiones francesas de Armórica, las bretonas y las costas occidentales de la Península Ibérica el lugar de génesis de estas costumbres de enterramientos colectivos en grandes monumentos, con formas diversas (tholos con corredor de acceso, galería de dólmenes, cista), y en materiales diversos (no faltan ejemplos excavados en piedra, como en el norte de Portugal), y muchas veces acompañados por manifestaciones ciclópeas: menhires, dólmenes, talayots, etc.

Aunque estas formas funerarias aparecen en el área atlántica desde mediados del IV milenio, y alcanzan a Portugal desde finales del mismo, en España no aparecen una cultura propiamente megalítica hasta el -2.900, momento en que hace su aparición la cultura de Los Millares, por tener en este yacimiento de Almería su centro más conocido; y cuyo apogeo se sitúa hacia el -2.500: se trata pues de una cronología ya calcolítica.

Esta cultura presenta un hábitat con viviendas circulares de piedra, que se solían asentar sobre promontorios de fácil defensa, y a los que se dotaba además de murallas, fortines o bastiones. Los enterramientos se realizaban en construcciones circulares, a veces abovedadas, a las que se accedía por un pasillo de dólmenes, y en donde se prefiguran los famosos tholoi del Egeo, que son indudablemente posteriores (hacia -2.200).

Aparecen numerosos ajuares con objetos de origen oriental: egeo, sirio, egipcio. Lo que prueba el intercambio comercial de cierta fluidez y continuidad; la proximidad de vetas de mineral de cobre y de plomo en este sudeste peninsular sería seguramente la razón de tal comercio, pero la corriente de influencia va al contrario, hacia el Mediterráneo Oriental.

La otra gran corriente cultural del eneolítico lo constituye la cultura del vaso campaniforme, uno de cuyos orígenes podría estar situado en el estuario del Tajo, hacia finales del tercer milenio, para dar lugar desde el -2.000 a un fenómeno cultural común a Europa Occidental: enterramientos individuales acompañados de ajuares que incluyen cerámicas campaniformes y útiles de cobre, oro, hueso.

Este tipo de enterramiento aparece en el grupo de Ciempozuelos (Madrid), así como otras áreas del centro peninsular; en todas las cuales se ha querido ver una influencia orientalizante en la decoración cerámica.

A partir del -1.800 aparece ya el bronce, aunque las formas del calcolítico campaniforme siguen dominando en el centro y noreste peninsular. En las regiones portuguesas, desde Tuy hasta Ayamonte, y en las regiones mediterráneas, desde Málaga hasta Sagunto, y alcanzando el valle alto del Guadalquivir.

En ambas regiones aparecen dagas de bronce arsenical, gargantillas de tiras, espadas cortas y otros elementos de orfebrería y armamento, que denotan grandes influencias del atlántico europeo: bretonas, armoricanas, irlandesas.

Sin embargo, la cultura más representativa es la cultura de El Argar, nuevamente en Almería, y con una datación de entre -1.600 y -1.300. Esta cultura presenta una práctica de enterramientos individuales, muchas veces en vasijas o en cistas de piedra, en posiciones contraídas.

Los ajuares funerarios son extraordinariamente ricos, con numerosos vasos, puñales, puntas de lanza o alabarda, brazaletes de arqueros. Los poblados de esta cultura, todos situados en el sudeste peninsular, presentan viviendas rectangulares, que se adosan ordenadamente, y evidentes muestras de calles empedradas.

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