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Edgardo Sanabria Santaliz (I95r) Nació en San Cermán. Es un na- rrador ameno y muy cuidadoso en el manejo de la lengua. Ha publicado los libros de cuentos Delfw cada tarde, El día que el hlmbre písó la lunay Cierta inwttable muerte. Sas cuentos inten- tan impartirle un nuevo humanismo a la experiencia de ser puertorri- queño. Sus narraciones se caracte- rizan poI-gL§§{r..deJairg!ía, el humor; la crítica social, el habla co- tidiana y un importante toque poé- tico. En 1996 publica Peso p,luwa, Iibro que reccge una serie de ensa- yos; entre los que se encuentra T¿l¿- r*!iún¡s-. §n.este ensayo, él autor discuiié' por la generalizada afición a las telenovelas. La pregunta que guía esteensayo esl ¿S¿r&l lasteleno- t¡clfrs predeterwi$ontes pera la sa¡iedad o serdn un wro rútio? Telepasiones Cada noche, sin falta, a 1as mismísimas 7:00 en punto, mi madre y mi abuela realizan una acción que también a esa hora exacta, repiten miles de mujeres en miles de hogares boricuas: sentarse a ver las tele- novelas. Madres, abuelas, hermanas, tías, primas y -por qué no admi- tirlo- hasta algunos varones de la familia, caen en un evidente estado de hipnosis que los idiotiza sin remedio frente a la pantalla luminosa. Muchas señoras y señoritas de la tanda de las 7:00 llevan además todo e1 día corriendo del televisor a sus quehaceres domésticos o estudian- tiies para atisbar* retazos de las novelas que varias estaciones empie- zan a transmitir a eso de las 9:00 de la mañana. Así que, ya para cuando dan las 7:00 P.M., muchas de ellas conservan depositadas en su memo- ria prodigiosa una media docena de tramas pasionales que conforman una pegajosa red de besos, abrazos, lágrimas y bofetones en la que ellas mismas, las propias telenoveleras, se encuentran atrapadas como arañas torpes que no han sabido librarse de la telaraña que teiieron. Pero no, me equivoco; poreue la verdad es que, a pesar de todo este en- redo que guardan en 1a cabeza, los argumentos no se les confunden. Ellas poseen la virtud de saber contarle a cualquier persona interesada -ya sea por teléfono o en e1 supermercado, mientras hacen la compra- la historia exacta de equis telenovela y en qué ha quedado hasta el mo- mento la peripecia de equis protagonista. Ellas conocen perfectamente el eiército de personaies, y hablan d".q@,y como_qi-l.os-pr-o-b-le*mas-gs-.!UJlg§-gl o,curriendo en el seno de sus propias familias. Se asemejan, sin saberlo, a Don Ouiiote y sus novelas de caballería, por ahí he visto a más de un ama de casa cuyo grado de l ,-,,. .:, ::,.,:.,\ :.tr'.:,t,:t!.a.!:,... lr:,t1rlr 298 S¿ nti I l¿ na

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Edgardo SanabriaSantaliz(I95r)

Nació en San Cermán. Es un na-

rrador ameno y muy cuidadoso en el

manejo de la lengua. Ha publicado

los libros de cuentos Delfw cada tarde,

El día que el hlmbre písó la lunay Cierta

inwttable muerte. Sas cuentos inten-tan impartirle un nuevo humanismoa la experiencia de ser puertorri-queño. Sus narraciones se caracte-

rizan poI-gL§§{r..deJairg!ía, elhumor; la crítica social, el habla co-

tidiana y un importante toque poé-

tico. En 1996 publica Peso p,luwa,

Iibro que reccge una serie de ensa-yos; entre los que se encuentra T¿l¿-

r*!iún¡s-. §n.este ensayo, él autordiscuiié' por la generalizada aficióna las telenovelas. La pregunta queguía esteensayo esl ¿S¿r&l lasteleno-

t¡clfrs predeterwi$ontes pera la sa¡iedad o

serdn un wro rútio?

Telepasiones

Cada noche, sin falta, a 1as mismísimas 7:00 en punto, mi madre y

mi abuela realizan una acción que también a esa hora exacta, repitenmiles de mujeres en miles de hogares boricuas: sentarse a ver las tele-novelas. Madres, abuelas, hermanas, tías, primas y -por qué no admi-tirlo- hasta algunos varones de la familia, caen en un evidente estado

de hipnosis que los idiotiza sin remedio frente a la pantalla luminosa.Muchas señoras y señoritas de la tanda de las 7:00 llevan además todoe1 día corriendo del televisor a sus quehaceres domésticos o estudian-tiies para atisbar* retazos de las novelas que varias estaciones empie-

zan a transmitir a eso de las 9:00 de la mañana. Así que, ya para cuando

dan las 7:00 P.M., muchas de ellas conservan depositadas en su memo-

ria prodigiosa una media docena de tramas pasionales que conforman

una pegajosa red de besos, abrazos, lágrimas y bofetones en la que

ellas mismas, las propias telenoveleras, se encuentran atrapadas como

arañas torpes que no han sabido librarse de la telaraña que teiieron.Pero no, me equivoco; poreue la verdad es que, a pesar de todo este en-

redo que guardan en 1a cabeza, los argumentos no se les confunden.

Ellas poseen la virtud de saber contarle a cualquier persona interesada

-ya sea por teléfono o en e1 supermercado, mientras hacen la compra-la historia exacta de equis telenovela y en qué ha quedado hasta el mo-

mento la peripecia de equis protagonista. Ellas conocen perfectamente

el eiército de personaies, y hablan d".q@,ycomo_qi-l.os-pr-o-b-le*mas-gs-.!UJlg§-gl o,curriendo en el seno de sus propias

familias. Se asemejan, sin saberlo, a Don Ouiiote y sus novelas de

caballería, por ahí he visto a más de un ama de casa cuyo grado de

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g¡fiictr-ulLo o4-"<tt-¿stt-t L

enajenación ha alcanzado el del egregio* personaie literario al creer

que la ficción telenovelera no es tal cosa.

No son sólo las féminas boricuas las adictas a este tipo de entre-

tenimiento. En casi toda Latinoamérica (1o sabemos por el sinnúmero

de novelas enlatadas que llegan a Puerto Rico desde Venezuela, Argen-

tina, Méiico y Brasil), las ilovelas de-televisión son un ingrediente in'dispensable de la dieta emocionai con @saliñér,tan su olas, mu-

chas telááiÑ.tád"r triste, la dura

realidad de los problemas familiares que las asedian día y noche. Vién-

dolas, muchas liberan sus represiones y proyectan sus más íntimas in-quietudes, proscritas* por la autoridad masculina presta a catalogarlas

de "malas mujeres" si se desvían un ápice* de lo permitido. (Si por un

lado, a través de las telenovelas, la muier obra de un modo indirecto

lo que le resulta inconveniente obrar en la vida real, por otro lado es-

tos dramones promueven y afianzan una imagen femenina sumamente

conservadora). Las telenovelas son muy dist@ los

Estados Unidos -dond-" bs_llgllary so4p_ryeras-y en pdqes como España,

Italia y Francia. (Por lo común, los soap operas norteamericanos le dan bas-

tante importqngla 3!t_gpa:!:l_Ql"f"iE9,1"9-!§g el.§!tt s que en

nuestras*¡ovetqd¡pé.t" slntim eñtai ávasal la a cualqu ier aiüñTo ) .

En fin, dondequiera hay muleres sufridas, solitarias y soñadoras que

hallan alivio y solaz* en los melodramas telenovelescos.

¿Y en qué consisten estos melodramas? Todos 1o sabemos, pero

vale la pena recordarlo. Nada más unas cuantas vueltas por el t'amilq

roorn -donde se encuentran en estado de catatonia* mi madre y mi

abuela- y es muy fácil enterarse. Imperan la emoción fuerte, la mirada

de odio, el temblor de los labios antes del llanto incontenible, el llo-rar desenfrenado,. el insulto, el grito, la bofetada, la expresión azucarada

de amor en el rostro, la ñoñería de los cariñitos y de las risitas, etc. Y en

cuanto a situaciones y argumentos, es como si la televisión ofreciese, en

cada estación, variaciones de la misma novela, la esposa o la novia que,

al abrir la puerta, sorprende a su marido o prometido besando a una des'

conocida; el hiio o la hiia que no sabe que la sirvienta es su verdadera

madre (porque, al nacer, a su supuesta madre se le murió la criatura y fue

sustituida por la de la sirvienta, quien daba a luz en ese preciso mo-

mento); la amada o el amado que sufre de amnesia, y que con ello hace

padecer enormemente a quien le ama; el padre o la madre tiránicos que

le prohíben a su hija que se case con el hombre eue ama; el amado o la

amada divididos entre un amor puro y un amor innoble; etc., todo esto

narrado con la lentitud más desesperante del mundo (hasta elpunto de

que se puede tener apagado el televisor uno o dos meses, y al volver a

prenderlo todavÍa todo sigue igual). Y en cuanto a personales, también,

siempre los mismos, la muchacha ingenua; elvillano o la villana que al

final recibe su merecido y justo castigo; Ia sirvienta negra, tan buenaza y

humilde; Ia monjita o el cura o el médico amigo dela familia; la inválida

o el inválido -ciego, paralítico, accidentado, canceroso-'en silla de

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egregio: ilustre.

proscritas: desterradas.

ápice: una pequeña parte.

solaz: placer

catatonia: catatonía: en enfermedades psi-

quiátricas graves, inmovilidad muscular.

w,Panagnórisis: acción de reconocer. Parte funda-

mental en las tragedias griegas.

barbltúricos: derivados de químicos sedan-

tes o relalantes.

cariz: aspecto de un asunto.

Anco[ogídruedas o en una cama de hospital, etc. De más está decir que los fina-

les siempre jLcluyen dos instantes indispensables, el de la-an?glqri-sis* -o reconocimiento- entre los personaies que desconocían la

identidad ajena o propia, y el de la boda a todo dar, que viene a ser la

máxima felicidad a la que puede aspirar una pareia en la vida. (Las te-lenovelas están construidas a base de estereotipos y de fórmulas fiias:

1o que produce excitación no es la presencia de los mismos elemen-

tos, sino la distinta ordenación de los mismos elementos).

Amplifiquemos un tema implícito en lo dicho hasta aquí: se trata de

la violencia (verbal y física) en las telenovelas. Haga la prueba usted

mismo: nigamós que a iá§-z,go P.M. de cualquier día de la semana us-

ted se sienta frente al televisor a cambiar de canal a cada minuto. ¿Oué

mostrará la pantalla? En una estación dos muieres poniéndose como

trapo; en otra, un hombre abofeteando a una muier; en la de más allá,

alguien amenazando con un revólver a otro; en la de más acá, una mu-

ler inundando la caja del televisor con su lagrimeo mientras alguien la

mira con eflCoho; en esta otra, un hombre maquinando con otro para

despachar a alguien; en aquella otra, una muier tomándose un puñado

de barbitúricos*. Creo que con esa muestra basta... Ahora bien: piensen

en quiénes son las personas que observan todo esto (las ya menciona-

das al comienzo, a quienes hay que sumarles las niñas y los niños que

desde pequeñqg qmplg11g!:g lq_gltler|1Jos en el arte sutil de ver tele-

novelas ). ¿N-o*-e§.-g¡.?¡g1vi lloso reunirsepara presenciar, una noche tras otra, cómo la gente se insulta, se pega y

se mata entre anuncios de champú y de salsa de tomate? ¿No es sensa-

cional tener como modelo de las relaciones humanas a los programas

tg.rÁr",lx *f W:J )af",it on,*n'LouAaffu

[t Contesta:

l. ¿Cuál es la función de las telenovelas en Iavida de las rnuleres, según la voz hablante?

resoecto a las telenovelas.'c"! ,¡nrtE b qt* ,/;X,i;1:'ffi''fi*ozr-*'

§ Analiza los argumentos que utiliza el ensayistatPL(D-r^L-,- o.rv,lAz Urtb-<*

2. ¿Cuáles son los efectos negativos y los posi-¿Ludreb surt rub creLLL,,' rteB'crLrvu> y ru> PUrr- , E opina sobre la visión de la voz hablante con

tivosdelastelenove1assobresuaudiencia?ela

ver mis hermanas y yo cuando nuestro padre compróel primer televisor, a fines de la década de los cin-

cuenta), fueron una escuela, en mi propio hogaldonde aprendí la fascinación que puede eiercer una

narración sobre el público. Pues aunque las teleno-velas -como antes señalé- adolecen de contar con

demasiada morosidad sus historias, aún así, por loregular dominan afinadamente el arte que han here-

dado de las novelas de folletín del siglo pasado: si

están bien construidas tienen la habilidad de deiaral especfááoi

"n u..rrs, sén-tadoffiborde-de la

silla,Gñ esÑra de lo que aconteceiá ón Jp,á*i*oepisodio. Eso es 1o que buscan mi madre y mi abuelay tantas mujeres cuando, noche tras noche, encien-

den el televisor con ferviente fidelidad: un poco más

de emoción en sus vidas.

Edgardo Sanabria Santallz

lLas telenovelasl son como dedos acusadores que nos

instan a corregir la conducta.

T

de novelas junto con las películas y series de acciónque ya de por sí la televisión se complace en llevar a

los hogares? ¿Por qué nos extraña que aumente la

violencia en Puerto Rico, si nuestros ciudadanos se

alimentan continuamente de brutalidad en las salas

de sus casas? Cuando en, la vida real una persona

ofende o agrede a otra, ¿no será porque ha llegado a

creerse un poco que es también un actor o una actriz

haciendo su gran papelante un par de cámaras ocul-

tas? ¿O estaré acaso exagerando, y en realidad las no-

velas y demás programas virulentos no afectan

negativamente a sus teleaudiencias? (Creo que me

respaldan los estudios que sobre este tema se han

realizado en los últimos años).

Pero no todo lo relacionado con las novelas de la

televisión es de un cariz* negativo. He sugerido ya

que un sinfín de mujeres, esclavizadas por sus cir-

cunstancias, las utilizan para vivir vidas aienas más"liberadas" que las que viven en la ardua realidad. Sin

estos dramas televisados, quizás no les sería posible

drenar las pasiones latentes que las consumen. Aesto se puede añadir que las telenovelas no son del

todo culpables de presentar tanta violencia en sus

historias: después de todo, no hacen más que refle-jar el estado actual de las cosas, y si en la vida real

las personas no nos tratamos muy bien que diga-

mos, ¿por qué las tramas telenoveleras no habrán

de registrar ese mismo comportamiento? En ese sen-

tido, son como dedos acusadores que nos instan a

corregir la conducta. También debo decir que, en mi

caso, las radionovelas primero (que mi madre escu,

chaba mientras preparaba el almuerzo o la comida),y luego las novelas de televisión (que empezamos a

¡ ,*.Aao ur. Jrn /-/nc O4-tc

*rcr-I Elabora un bosqueio con las ideas principales y la realidad, y explica si te parece que incurre

y las secundarias del ensayo. en una contradicción

p Evalúa la validez de la siguiente aseveración:

para establecer una relación gntre la televisión v

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