Tangente 23, abril 2010

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Año 2, N° 23, ABRIL 2010, MAgAzINe De DIstRIBucIóN gRAtuItA, México FeLIz DíA DeL LIBRo Dos kilos de Allan Poe Ilustración: Mike Stilkey

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Magazine de entretenimiento, Mexico

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Año 2, N° 23, ABRIL 2010, MAgAzINe De DIstRIBucIóN gRAtuItA,

México

FeLIz DíA DeL LIBRo

Dos kilos de Allan Poe

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FeLIz DíA DeL LIBRo

Dos kilos de Allan Poe> Al PAciAno

Ya no me gustan las librerías Gandhi ni El Sótano ni la del FCE. Evito ir. Y no porque, igual que policía de banco, el personal de

seguridad mire grosera, inquisitivamente, desnu-dando, radiografiando a todo aquel que le parezca “sospechoso”. Ni siquiera a causa de que esa acti-tud acabe a veces en discriminación o agravio.

Como aquella ocasión en que, en la Gandhi ubicada frente al Palacio de Bellas Artes, el vigi-lante en turno tratara realmente mal a dos señoras digamos no muy ad doc al sitio:

--No pueden entrar con esa bolsa—les dijo ta-jante, sin molestarse a indicarles que podían dejar-la en los casilleros.

Indecisas en la entrada, no atinaban qué ha-cer…

--Se pueden retirar, porque estorban—les dijo.Las señoras, cabizbajas, humilladas casi, dieron

la vuelta y salieron.Fue espontáneo intervenir:--No trate así a las personas, aquí viene gente

con educación, que gusta de la lectura…--Si quiere poner una queja, puede pasar a la

administración— fue su kafkiana respuesta. Tampoco porque en ocasiones uno se sienta

como personaje de Dostoievski –es decir, humi-llado y ofendido— ante el poder adquisitivo de la MasterCard:

El lector ¿consumidor? que va delante de su servidor en la fila de la caja pone en el mostra-dor un arsenal cultural: libros de arte, cds, objetos decorativos…

--Son 4 mil 570 pesos con 99 centavos…Sinceramente, dan ganas de darse la vuelta y

ya no llevarse Patas arriba: La escuela del mundo al revés, de Galeano, por 191 pesitos, que es lo que permite el poder adquisitivo del sueldo reporteril.

Aunque ni siquiera por eso ya no me gustan esas librerías, sino por otra cosa.

Recuerdo las de los años ochenta. En la del Fondo cercana a Plaza Universidad, cuando sus-traer libros para leerlos era considerado un arte y

no un delito –el buen Carlos Montemayor seguro estaba de acuerdo, pues igual pensaba que la pira-tería editorial fomentaba la lectura-- intenté hacer mis pininos al respecto: el policía me cachó con los Prolegómenos, de Kant, entre la chamarra. Vino el gerente, hice el oso, me condenó a pagar el ejem-plar. Mejor le dejé la chamba a El Mochis, el Houdini del hurto librero, uno de los culpables de que esas ahora cadenas se hayan plagado de vigilantes tipo guardias presidenciales, peefepes, kaibiles, ze-tas y demás fauna para evitar el robo hormiga de publicaciones. Está bien, consecuencias de la pos-modernidad. En esos otros tiempos, la Gandhi de avenida Miguel Ángel de Quevedo era una señora librería, ahora parece supermercado –igual qué bueno, tanto que la haya hecho económicamen-te como que haga felices a muchos siendo así--: ni quién lo pelara a uno, podía detenerse a revisar libro a libro, hoja a hoja; hoy de inmediato se planta el empleado y pregunta muy artificialmente respe-tuoso y amable:

--¿En qué podemos servirle?--Busco un libro de corrección de estilo de……Se voltea y camina presuroso a la compu más

cercana, lo sigo, teclea “libros de corrección de es-tilo”…

--…De Carlos López…—complemento. --…Hay este de 660 pesos y este otro de 160…

pero están agotados… no, en la sucursal de las Lomas hay uno de 660 y en la de Puebla otro de 160…

¡Caramba!, la globalización, mientras me ima-gino tomando el metro hacia San Lázaro, luego el ADO y, ya en Puebla, buscando la Gandhi. O espe-rando unos días a que traigan desde ahí el pedido. Aunque no, no, ninguno es el de Carlos López, gra-cias a Dios.

Sí, por eso evito ir. Porque temo que llegue el día en que el empleado me diga:

--¿Cuántos kilos de Saramago va a llevar?Paso, no me veo empujando el carrito del sú-

per y echando una bolsa de Kant, dos de Allan Poe, 100 gramos de Saramago –no me laten los escrito-res gurú--… menos, leyendo por kilo.

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