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TOCATUVIDA. AÑO 3, N° 28, AGOSTO 2011, MAGAZINE DE DISTRIBUCIÓN GRATUITA , MÉXICO > Fotografía “Luisa Maita”. Cortesía Luisa Maita Press. COLECCIÓN DE PRETEXTOS PARA ASOLEAR EL ALMA Luisa Maita HOMERO RAMÍREZ: BRITISH HOP Viaje Eskimal ¡ARRESTE A ESE HOMBRE POR AGRESIÓN! El gran dictador vuelve a Berlín

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Magazine de entretenimiento. México

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ColeCCión de pretextos para asolear el alma

Luisa Maita

HoMero raMírez: BritisH Hop

Viaje eskimal¡arreste a ese HoMBre por agresión!

el gran dictadorvuelve a Berlín

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EDITORIAL

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Dirección editorialRodolfo Villagómez Peñ[email protected]

Coordinador editorialRenato Galicia [email protected]

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Año 2, N° 28, agosto 2011. Tangente toca tu vida® es una publicación mensual edi-tada y distribuida por Imaginario Colec-tivo/ Agencia de Comunicación. Editor responsable Javier Villagómez Peñaloza. Reserva de derechos de autor: 04-2010-081319222100-102, Certificado de lici-tud de título en trámite, Certificado de licitud de contenido en trámite, ante la Comisión Calificadora de Publicaciones y revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. El contenido de los artícu-los firmados no refleja necesariamente la opinión del editor. Los artículos conte-nidos en esta publicación, con excepción de las imágenes, podrán ser reproduci-das siempre y cuando se cite la fuente, solicitándolo previamente por escrito al editor. Tangente toca tu vida® no reali-za intercambios de publicidad, ni acepta cortesías a cambio de reportajes, garan-tizando un punto de vista independiente. Tangente toca tu vida® investiga sobre la seriedad de sus anunciantes, pero no se responsabiliza por las ofertas o informa-ciones expresadas por los mismos.www.tocatuvida.com

n el disco rayado, la física de la revolución es repetirse. Cada vuelta empezando otra vez de cero. Así hoy con el tedioso, gastado discurso de lo que debió ser desde el 1519-1521 hasta el 9-11, pasando por el 1810, 1910, 68, 71 y 94. Clamamos por quien corra y brinque la aguja del acetato, el láser del cd, formatee su disco duro musical, tire su iPod barato.

No más scratch revolucionario viciado, que corra la rola, queremos saber la continuación de la historia, dis-frutar las pequeñísimas cosas que uniéndolas puedan llevarnos a las grandes de la vida, como la plantita que crece que crece hasta convertirse en árbol que da som-bra a nuestras ilusiones: observar al niño que duerme la siesta, comer mole de olla con xoconostle a la sazón exacta, gozar orgásmicamente el gol de Giovani contra Estados Unidos, levantar nuestro dedo pulgar a Julio Gómez y Jorge Espericueta bajo el segundo piso de Pe-riférico y San Antonio, verle con lupa las tetas a Nataly Umaña en una vieja edición de la Soho colombiana al-guna tarde perezosa, estudiar ingeniería en pesca y no la carrera de moda, encontrarle ese saborcito amargo delicioso a la cerveza fría, reír con Californication sin discutir intelectualmente su trama, viajar por impulso y no porque ilustra…

Da gusto ver que en ocasiones, digamos en donde Kofetárica, la primera mujer retratada tomando café, lo conseguimos:

Con los que recogen temas comunes de las familias disfuncionales por los que sueñan, se apasionan, tra-bajan, se aceptan interiormente, luchan por la vida. La cotidianidad urbana de São Paulo y sus ghettos como letra y aura de Lero-Lero, el primer álbum como solista de una Luisa Maita que amaría ayudar a esa gente con la música.

Por medio del Gran Dictador que regresa a Berlín ochenta años después y encuentra a los berlineses muy amables, sonrientes y cheleros, a través de la mi-rada de un mexicano que ve el retrato de Marlene Die-trich en algún edificio de Schöneberg, su barrio natal, y de pronto comprende que hay una relación oculta en todos los acontecimientos de la noche y se siente un poco nostálgico, estupendo.

O vía los que --aunque el término sea políticamen-te incorrecto en esta era donde la idea democrática parte el queso-- son absolutamente intolerantes con aquello que se cree vacío, falso o sencillamente incom-patible con las buenas intenciones.

También aquellos que siendo de Uruapan caminan por Europa sintiéndose british con su peinadito inglés y luego viviendo en Coyoacán planean un viaje Eskimal escuchando a Portishead.

Y los de recuerdos somáticos que se estremecen igualito que aquel día en aquel volcho oyendo a Sabina.

Sin culto al culto, ni dictándole a la banda cómo vivir políticamente el día a día, dándole el empelloncito al disco para oír el fin de la rola, la que nos toque, aquella que nos gustaría tararear completa mientras morimos.

Intolerantes

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SLuggER

> AL [email protected]

e s el malestar por un cuento mal contado. Los antiguos y su culto al culto tan vigente como que lo domesticó y aprovechó el contrario. No

por nada, según conceptualización de Raymond Wi-lliams, el término latino cultüra derivó en cultivar la tierra, el saber, las artes, pero también en cultus, cul-to, “honrar con adoración”, tributo, obediencia, plei-tesía, caravana, a lo supremo, lo divino, lo religioso, lo intocable, lo incuestionable, lo dogmático.

Los antiguos que se niegan a extinguirse y to-davía reproducen sus clonecitos en serie para seguir cultivando el culto de que la neta son ellos, sus luga-res comunes y sus personajes irreverentes favoritos, aunque luego se desentiendan de ellos con tanto ci-nismo: “pero eso ya se sabía, no eran lo que decían”.

Un cuento mal contado por el culto al culto. Por eso, cada vez más cierta banda pasa de ideología, política, religión, activismo. No son cultos. Y qué bueno, borrón y cuenta nueva.

No es que los programas de espectáculos cubran ahora a los cultos, de las exequias de Cabral a las lu-chas progresistas, sino la tomada de pelo. Aquella práctica tan vigente de los antiguos de cultearse a sí mismos y todo lo que tocan, como lección aprendida por el contrario ya no para censurar y reprimir el culto al culto que lo critica, sino para lucrar con él.

Deformer, el mundo está deformer.Allá por el 2000, el elegante salón de exclusivo

hotel de Polanco está lleno de “gente bien” y pren-sa de espectáculos que esperan al cantante Alberto Cortés, quien entra partiendo plaza al tiempo que alguien sube escandalosamente el volumen am-biental de “no soy de aquí, ni soy de allá”… la de Cabral en versión reletreada. Reader’s Digest grabó toda la discografía de aquél y la presenta en grande.

La escena es grotesca: la “gente bien” y la pren-sa de espectáculos que en los setenta detestaba y discriminaba todo lo que oliera a etiquetada pero combativa “canción de protesta”, Cuba, folclor lati-noamericano, Chile, Salvador Allende, en el inicio del siglo XXI alborozada festeja a los cantautores lati-noamericanos contestatarios.

Es la misma lógica de la “gente bonita” ídem que en el 2011 va en su Jeep sobre calzada Miramontes cantando:

--Y volvereeeeé, como un ave que retorna a su nidal…

La balada setentera de los Ángeles Negros, una de esas canciones de grupos como la Tropa Loca, Te-

rrícolas, Solitarios y demás, que para la “gente bien” de esos tiempos, los padres de la de ahora, eran cosa sentimentaloide de sirvientas y albañiles: de nacos, en una palabra. Sólo que como hoy lo “naco es chi-do”, se vale ser marxista y en la praxis unirse al con-trario en idilio comunista.

Quién iba a decir que los fresas, “niños bien” o posmos celebrarían a Alberto Cortés, llorarían a Cabral y cantarían “Y volveré” como World Music. Quién hubiese pensado que el culto al culto de los antiguos devendría en eso.

No es que los star journalist de la actualidad en-trevisten a cuanto contestatario de antes creando un ambiente de santidad –en el fondo son igual de cursis que la Tony, una secretaria tan correcta como neófita, cantando “the answer, my friend, is blowin’ in the wind”…-- o en la tele enaltezcan neogurús progresistas, sino ese malestar por un cuento mal contado del culto al culto de los antiguos que al final del día sirve para hacerle el juego al contrario.

DEfORmER

Culto al culto

> Fotografía “Potty training illustrated” por Daquella manera, bajo una licencia de CC en Flickr.

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PASITO Tun Tun

> óleo “Kofetárica” ( la bebedora de café) de 1888 por ivana Kobilca ( 1861- 1926), en el museo nacional de Ljubljana, Eslovenia.

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PASITO Tun Tun

> LE JoquE [email protected]

t al vez cuando Octavio Paz hablaba de la “tradi-ción de la ruptura”, sin pretenderlo, universalizó la idea más allá de la teoría literaria. Siempre,

entre los anquilosados muros de la cotidianidad, sur-gen pequeñas grietas, conceptos de contracorriente que anhelan posicionarse y dar frescura al sofocante día con día. Sí, es verdad que de lograrlo, en algún mo-mento aquellos ánimos núbiles y revolucionarios ter-minarán moldeándose y se ajustarán—contra sus vo-luntades o como el fatal destino de Ulises— a la pauta que finalmente, como piedra de granito, permanecerá con apenas leves cambios aunque el tiempo se empe-ñe en andar y andar. Pero no os deprimáis ante el des-cubrimiento terrible de la circularidad, lo que cuenta es siempre el ánimo primario de esos belicosos intentos.

Cuando uno lleva toda su vida en este fatal pero pintoresco Distrito Federal, da cuenta de intentos, de lugares, de recuerdos… pero parece que todos vienen del pasado, que se estancaron en aquel tiempo nos-tálgico y que nada nuevo puede sorprendernos. Los rincones se agotan, los sitios para el andar tranquilo y solitario se ven inundados de gente y las palabras habladas parecen subyugarse a discursos o proclamas olvidando su papel de confortable charla.

Por eso busco lugares, rincones, experiencias, refu-gios donde poder sobrevivir y refugiarse de esta vora-cidad que nos atrapa cada vez más y más. Da gusto ver que en ocasiones he llegado a encontrarlos…

KofetáricaLe pregunto el porqué del nombre. Ella dice:—La kofetárica es la primera mujer retratada to-

mando café. Giro la carta y me sorprende una imagen cierta-

mente vetusta que sonríe mientras sostiene una taza donde supuestamente (debo creerle) bebe café. Se-guramente Ivana Kobilca no pensaba en un estable-cimiento mercantil cuando retrató a esta campesina, pero de aquí nace una historia digna de contarse.

Entre las abarrotadas calles coyoacanenses, otro-ra paradisiacas para el comercio de mercancía pseudo hippie, se huele el aroma del café. Es imposible deam-bular esta zona capitular del sur de la ciudad sin pen-sar en darse una vuelta por alguno de tantos lugares memorables. Unos, por los años que llevan de servi-cio, otros tantos, porque se esfuman como volutas de humo al cigarrillo.

—¿Por qué habiendo tantos cafés en esta zona eliges Coyoacán?

Mientras pregunto doy un vistazo por el lugar. El

mobiliario es confortable, sillones mullidos que invitan a la conversación, a la carcajada, a los besos e incluso al estudio. Una pareja se toma de las manos en aquel rincón en espera de sus viandas, mientras una chica pelirroja disfruta una “mano de oso” sin retirar la mi-rada de su laptop.

—Porque Coyoacán es un mundo y siempre hay conceptos para todo.

Kofetárica se ha mexicanizado, coyoacanizado. Lo dice el acento de su nombre, ausente en origen; lo dice su mezcla de granos: café de altura de Puebla y café orgánico chiapaneco, tostado medio, por lo que se siente al paladar. Lo dice su mini galería de artistas desconocidos, la mezcla de la experimentación visual entre la contemporaneidad y la defensa a ultranza de su origen. Lo dicen sus libreros, sus revisteros gratui-tos, donde puedes leer sin contratiempos, sin presio-nes.

—Independientemente del concepto, a ti qué te gusta del café.

Pienso en el cuerpo, en la acidez, en el aroma, en el grano…

—Me gusta porque con una taza de café puedes contarle tu vida a otra persona.

No me decido todavía entre un strudel, un panepi o una ensalada, pero ya viene mi capuccino de cajeta. —Próximamente también tendremos fondues—es im-posible no pensar en el queso fundido con vino y los crotones insertos en brochetas.

—¿Quién visita kofetárica? y ¿qué les ofrece este lugar?

En las pantallas comienza un partido de futbol y por un momento me distraigo de la charla. Me decido por un strudel y la mesera lo anuncia en la cocina.

—Kofetárica es un sitio cómodo para el que viene a trabajar y lo pueden utilizar como oficina virtual para recibir clientes o hacer proyectos; así como para quien desea relajarse y charlar, acompañado de un excelente café.

Charlamos un rato más y yo degustaba un fabulo-so postre. Nurien Rubio, dueña del lugar, se despidió y me dejó admirando este confortable refugio, digno de recordarse y visitarse sin duda alguna.

DE LjubLjAnA A COyOACán

Kofetárica

KoFetáriCa CaFéDirección: Allende 148, col. El Carmen, Coyoacán

Horarios: Lunes a jueves de 9 am a 11 pmViernes y sábados de 10 am a 12 pmDomingos de 10 am a 11 pm

teléfono: 55597921e-mail: [email protected]

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mISS ELánEAtocatuvida.com

> AL bEnJAMín [email protected]

Mi corbata, mis guantes,/ mis guantes, mi corbata.Rafael Alberti

i

r afael Alberti era un tonto. Gracias a lo que vio, sin embargo, fue dos tontos. Y es que a Rafael desde muy joven le maravilló el cine.

En aquellos tiempos anteriores a la Guerra Civil es-pañola, al ascenso de Adolf Hitler a la historia, a la conflagración que devastó buena parte del conti-nente europeo, el movimiento del silencio que era el cine se parecía mucho a la risa de un bebé mirando su móvil. Pero esa risa a los 15, a los veinte o a los treinta no puede ser sino la de un tonto dos veces tonto.

Charles Spencer Chaplin hacía –hace- reír por igual a obreros, poetas y burócratas a sarta de bro-chazos y cacerolazos. Su éxito, la admiración y el odio que provocó tienen que ver con la genialidad del actor; pero también, y no menos importante, con el imprescindible contenido social, y en última instan-cia moral, de sus películas. Comprendió que el tema crucial de su tiempo –y por lo demás del siglo XX- era la lucha desigual del hombre que piensa que tiene derechos, del hombre supuestamente heredero de la Ilustración, contra la opresión ciega y ubicua de un mundo raro. Ver una película de Chaplin es asistir a la representación y sátira de una realidad caótica, cruel e irracional. En medio de ese mundo terrible, un hombre inocente y con principios es un desubica-do, un globo en el infierno, un antisocial. Para todos los efectos prácticos, Gregorio Samsa era verdade-ramente una cucaracha. Se dice, por cierto, que a Kafka después de todo, le gustaba el cine; que du-rante los últimos años de su vida llegó a reír con el “andar de pato” de Charlot. No es nada extraño.

¿Habrá visto Adolf Hitler El gran dictador? ¿Se habrá reconocido, aunque sea sólo un poco, al ob-servar al furibundo Hynkel? ¿Habrá reído contra su voluntad, mordiéndose los labios? En todo caso, lo

que sabemos es que cuando se estrenó la película en 1940, en plena guerra, su ministro de propagan-da dijo de Chaplin: “es un pequeño judío desprecia-ble”. No es difícil imaginar que en la Alemania que profesó una devoción popular por Hitler y su políti-ca, Chaplin no podía ser en modo alguno el querido actor de otros tiempos. Se recuerdan dos ocasiones anteriores en que Chaplin había visitado Berlín. En 1921, cuando su fama comenzaba a ser importante en Londres y en París pero no en Alemania, pasó casi desapercibido por la ciudad. El arribo de Chaplin a Berlín el 9 de marzo de 1931 para promocionar Luces de ciudad fue, en cambio, un evento que entusiasmo a los habitantes y que les llenó de un júbilo pocas veces visto en la capital alemana. Al descender en la estación Friedrichstrasse debió contemplar des-de los andenes el aire limpio de la ciudad, el azul del río Spree, a los admiradores que se amontonaban desde la estación hasta el Hotel Adlon en la Pariser Platz, frente a la Puerta de Brandenburgo. La gen-te, según el diario berlinés Berliner Tageblatt, le sa-ludaba por las calles como a un viejo amigo. No se daban cuenta, continúa el periódico, de que “están saludando a un señor vestido con abrigo de pieles, zapatos buenos, sombrero sin abollar y con un bas-tón de paseo decente. Charlie es Charlie: también de paisano”. En aquella ocasión se entrevistó con el ministro del Interior, recibió a una delegación de creadores cinematográficos desempleados, conver-só con dos tremendas personalidades que dentro de pocos años huirían de Alemania: visitó a Albert Eins-tein y se fotografió junto a Marlene Dietrich -la diva alemana que durante la guerra apoyaría y entreten-dría a las tropas aliadas- en el legendario Hotel Ad-lon. Y no volvió más.

Ochenta años después, en la ciudad a la que nun-ca volvió abundan los recuerdos del genocidio nazi y sus consecuencias. Hay placas en las paredes, letre-ros que nombran los campos de concentración que había dentro o en las cercanías de la ciudad, recua-dros de cobre incrustados en las aceras que llevan grabados los nombres de las víctimas del holocaus-to. Justo donde se conserva una parte original del

¡ARRESTE A ESE hOmbRE POR AgRESIón!

El gran dictadorvuelve a Berlín

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muro se exhibe la llamada “Topografía del horror”. Es como si se confiara en que no hay mejor antídoto contra la repetición de los horrores que la memoria. Y es también una manera de ajustar cuentas con el pasado, de pedir perdón, de reconocer que Alema-nia es mucho más que ese recuerdo infausto con el que suele asociársele desde fuera. Del mismo modo, ochenta años después Chaplin volvió a Berlín por la puerta grande. Cantidad de carteles así lo anuncia-ban en las estaciones del metro: Segunda edición de “Berlín Babylon. El Festival de Cine Mudo en vivo”; ochenta películas de Chaplin en 24 días. Algunas de ellas en el Cine Babylon, con música en vivo de la Nueva Orquesta de Cámara de Potsdam, dirigida por Timothy Brock; la simbólica inauguración del festi-val se planeó para el 15 de julio: la proyección pública de El gran dictador frente a la Puerta de Bran-denburgo. Los organizadores consideran que este festival es una demostración de que “Chaplin y Berlín han sobrevivido al terror”, del que el “amor de los berli-neses hacia Chaplin está intacto”, de que “las risas compartidas triunfan sobre la violencia”.

> Fotografía “Chaplin Complete” por berlín babylon Festival Press.

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iiAlemania se dice Tomania; Hitler es llamado

Hynkel; la esvástica son dos cruces.Un tomanés judío sufre de amnesia desde la

Gran Guerra – más tarde, cuando hubo una segunda se le nombraría primera guerra mundial. Por años se recupera en un hospital, así que no se entera de la derrota de Tomania, de la depresión económica que asuela a los países capitalistas, de la efervescencia social que experimenta su país y que lleva al poder al furibundo Hynkel. Ignorante de los cambios que han sucedido, vuelve como si nada a su oficio de pe-luquero en el momento en que el furibundo Hynkel enardece a las multitudes con discursos contra la democracia, la libertad, los judíos. Él, por su parte, intenta la sencilla tarea de reconocer los muebles y los instrumentos de su barbería cuando un guardia de las dos cruces pinta sobre su fachada la palabra “judío”. Sorprendido, sale a la calle con un trapo y co-mienza a borrar lo que el absurdo policía había pinta-do. El de la doble cruz le da una patada en el trasero y se lo queda mirando. Al barbero le parece increíble que no conforme con la patada, el policía pretenda obligarlo a pintar lo que borró. Indignado, toma la brocha pero para azotarla sobre la cara del guardia, se escabulle, corre; no llega muy lejos porque se topa de frente con otro guardia de la doble cruz. ¿Es usted

policía? –pregunta el barbero--: ¡ Arreste a ese hom-bre por agresión!”.

La risa se instala en el corazón o en el estómago o en el aire que separa y une a las miles de personas que han acudido a ver El gran dictador. El escenario es de película: a las diez de la noche, hora fijada para el inició, la luz aún no abandona del todo el cielo veraniego de Berlín. Desde la Pariser Platz la gente mira embobada la pantalla y detrás de ésta, la Puer-ta de Brandenburgo; entre los pilares de la puerta alcanza a distinguirse, flanqueada por los frondosos árboles del inmenso Tiergarten, la avenida Unter den Linden que poco más adelante desemboca en la Victoria, esa columna gemela del Ángel de la In-dependencia. Al sur, la plaza está delimitada por la embajada norteamericana, la Academia de las Artes y el Hotel Adlon; hacia el norte la embajada france-sa; hacia el oriente, a lo lejos, se alza la torre de tele-visión de Alexander Platz.

Acudí con los prejuicios y expectativas de un mexicano caído en Berlín casi por casualidad. Me había atraído la admiración por Chaplin, los carte-les, el morbo por ver la reacción de los alemanes al recordar frente a Brandenburgo, caricaturizadas, las atrocidades de Hitler auspiciadas o permitidas por muchos de sus abuelos o bisabuelos. Siempre es un decir. Llegué pensando en la posibilidad de que se

> Fotografía “ berliner babylon” por daviddje, bajo una licencia de CC en Flickr.

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presentaran de improviso grupos de skinheads. Geraldine Chaplin, de quien me enamoré un poco

en El doctor Zhivago (ahora es una mujer mayor, lo que de algún modo me parece triste), era la invita-da especial. Días antes había declarado la emoción que sentía por que se presentara justo esa película en este lugar. Hizo una breve presentación y acto se-guido se dirigió hacia las puertas del Hotel Adlon. En el camino estuvo a punto de ser atropellada por un grupo de ciclistas que circulaban por un costado de la plaza sobre exóticas monturas, ajenos a Chaplin y sin ningún interés en arrollar a una celebridad. La gente la miraba más bien indiferente, fueron muy pocos quienes se animaron a pedirle una foto. Las ventanas de la habitación donde durmió su padre la última vez que estuvo en Berlín permanecieron abiertas durante toda la proyección.

Por un momento pienso que las risas desafora-das (exageradas) de algunos espectadores no son sino una catarsis para vengarse del olvido. Pero la verdad es que esa interpretación dice más de mí que de nadie. Otra cosa que dice más de mí: hay una parte de la película, cuando Hynkel excita a las masas a través de un discurso incendiario, en que el ambiente llega al clímax de las risas; pero inme-diatamente -no olviden la Puerta de Brandenburgo detrás- deja de parecer gracioso y se convierte en un

recuerdo que da miedo. Los skinheads nunca llega-ron y quizás fue una tontería pensar en ellos pues en realidad no es fácil verlos por la ciudad. Los ber-lineses, al menos en el verano, son muy amables, sonrientes y cheleros. Todo combinado de un modo tan afortunado y misterioso que dos baños públicos son suficientes para miles de personas (y nadie se roba los rollos de papel, además). Conforme avan-za la película las risas se vuelven más sosegadas en esta noche brillante. El último discurso de la película donde se evoca, de manera un tanto dulzona pero coherente la esperanza de un mundo mejor, es visto en silencio. Termina la película y la mayoría de las personas se encamina a la estación del metro. Qui-zás pensativos. Más bien contentos. Unas cuantas estaciones al sur, sobre los andenes de Julius Leber-Brucke y bajo el cielo húmedo, un hombre entre senil y borracho silba feliz la tonada de “Bésame mucho”. Salgo del metro, camino un par de cuadras. Sobre la pared de un edifico está pintado un retrato en gran tamaño de la Marlene Dietrich. Estamos en Schöne-berg, su barrio natal. De pronto comprendo que hay una relación oculta en todos los acontecimientos de la noche y me siento un poco nostálgico, me siento estupendo.

Lo más triste, caballero, un reloj:/ las 11, las 12, la 1, las 2.

> Fotograma “El gran dictador” por Agencias.

> Fotografía “Charlie Chaplin and Albert Einstein” por Agencias.

> Fotografía “Marlene Dietrich (sitting) and Charlie Chaplin (standing next to her) at the Adlon, berlín” por Agencias.

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SOunDTRACk

> ALMohADA CArní[email protected]

e l inconmensurable océano del sonido organi-zado, eso que llamamos música, se encuentra habitado por un sinfín de bicharrajos que con

el tiempo hemos aprendido a clasificar según su for-ma, colorido y características particulares. Géneros, estilos, ritmos, armonías, melodías, tonos, modos y bastantes artimañas conceptuales más, ayudan a navegar a neófitos y expertos la diversidad de espe-cies de este peculiar universo de la creación artística.

Pero este que escribe dista mucho de ser un doc-to en tales entramados y apenas se atreve a dividir la música en tres: la que se escucha, la que se baila y la que se canta. Claro está que esta clasificación no excluye a una de las otras, pues, para empezar, toda la música se escucha y es muy común que mientras se baile se cante y viceversa. ¿Para qué, entonces, proponer una categorización tan endeble? La inten-ción no es otra que contemplar la música en su hábi-tat: los oídos del escucha.

Quizá sería más sensato partir de la laxa pero fun-cional división que considera dos tipologías: la músi-ca que se canta y la instrumental, o sea, la que no se canta. Pero esto nos alejaría un poco de lo que aquí queremos expresar: tan sólo lanzar algunas ideas al respecto de las canciones y nuestra relación con ellas. De vuelta al punto, aventuremos un supuesto obvio pero que las más de las veces queda oculto tras una cortina de cachivaches académicos: aquel que se acerca a la música lo hace con un fin específico y tremendamente corporal: mover caderita y hombros para iniciar la seducción, conectarse vía orejas con un lenguaje que prescinde de la palabra o bien recurrir

a esta última para manifestar, garganta mediante, sentimientos de la más disímil naturaleza. Por hoy, es esto lo que nos interesa.

Lo DuroEl asunto funciona así desde hace algunas décadas: el artista crea, la industria produce. Siglos antes de la invención del disco, el respetable ya prestaba ore-ja y tostones a los músicos, aprendiendo sus cancio-nes y repitiéndolas en noches de farra o durante las labores cotidianas. De boca en boca y de generación en degeneración pudieron aquellos temas instalarse en la memoria del mundo y permanecer en el aire. Como en la historia de Francisco el Hombre, Pacho Rada, que venció al mismísimo Diablo en un duelo de acordeón, pero que jamás tuvo un single ni un triple platino, o como el caso de Antonio Tanguma recorriendo cantinas de la ciudad de México con sus polkas sabrosonas y alegres.

Vino entonces el fonógrafo y de momento las cosas siguieron igual: la gente siguió apegada a las canciones, a esa unidad cerrada que cuenta una his-toria, comparte una reflexión o sencillamente vin-cula palabra e instrumentos en delicioso juego. Pero poco a poco el asunto cambió, los discos dejaron de portar una canción y se convirtieron en un discurso medianamente uniforme de temas. La industria del disco trastocó nuestra relación con la música, abriendo la puerta a una nueva forma de consumo cuyo fin primordial fue consolidar una lógica bastan-te absurda de sostenerse, debido a sus altos costos. En el imperio del single y el one-hit-wonder, muchas canciones, hermosas de veras, cayeron en el más profundo desconocimiento u olvido.

No se malinterprete: no es la intención de estas

LOS OíDOS DEL ESCuChA

¿Van a cantar?

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líneas desacreditar al disco como vehículo y concep-to de la música, pues melómano al fin, no debo sino reconocer el aporte: pensar por ejemplo en un Re de Café Tacuba, en un Giant Steps de Coltrane, un Phi-sical Graffiti de Led Zeppelin o un Maestra Vida de Blades da cuenta de lo mucho que el disco, entendi-do como discurso que exige una estructura, dota de riqueza a la música. Sin embargo, a los más de los álbumes sucede un proceso que podríamos llamar natural: de todos los temas, el escucha sólo se afe-rrará a unos cuantos. De alguna forma, esto resulta similar a comprar una bolsa de frijoles que contiene más piedras que semillas. Amaestrados en esta ló-gica, duchos e inexpertos nos dedicamos a escuchar y consumir discos. Pero ahora la cosa da un giro in-sospechado: volvemos a los viejos tiempos, al con-sumo de canciones específicas, gracias al comercio vía Internet.

Lo BLanDoFácilmente podría desmentirse lo anterior: no es cierto que consumiéramos discos, en realidad eran canciones específicas las que adquiríamos, con la es-

peranza de que el resto de lo que nos agenciábamos fuera por lo menos igual de llegador que lo que ya conocíamos. Algunas veces resultamos sorprendi-dos, muchas más decepcionados. Pero en realidad no importaba, pues la canción estaba ya en nuestro poder o nosotros en el suyo, para ser más exactos.

Al fin que las canciones, cualquiera que sea la forma en la que nos acerquemos a ellas, están siem-pre presentes en nuestra vida. Y no como agentes externos que nos proponen visiones de mundo dis-tintas o cercanas a la propia: cantar, pero cantar con ganas, nos convierte, en esos momentos llenecitos de magia, en la voz de la humanidad describiendo sus alegrías, sus dolores, esperanzas, inconformida-des y tristezas. Con el corazón en llamas converti-mos en micrófonos peines, escobas y hasta cande-labros o pepinos, como Tom Cruise y Alf.

Cada cual le da su toque personal, manque cán-temos gacho y desafinao. Y en ese océano de cancio-nes, su servidor tiene marcada debilidad por aque-llas dedicadas a las canciones, esos maravillosos te-mas que se regodean en sí mismos para conectarnos profundamente con nuestra naturaleza musical.

¿Un pequeño compilado?

>> Song Sung Blue, Neil Diamond

>> Milonga Paraguaya, Jorge Drexler

>> Silly Love Songs, Paul McCartney & Wings

>> Canción Basura, Yucatán A Go Go

>> Redemption Song, Bob Marley and The Wailers

>> El Brillo de una Canción, Danza Invisible

>> Simple Songs, Big Bad Voodoo Daddy

>> Te Convierto en Canción, Juan Perro

>> Thank You For The Music, ABBA

>> El Sentido de tu Canción, Duncan Duh

>> Life is a Long Song, Jethro Tull

>> La Canción Más Hermosa del Mundo, Joaquín Sabina

>> Sing, The Carpenters

>> Derechos de Autor, Malpaís

> ilustración “guitar cat” por patti haskins, bajo una licencia de CC en Flickr.

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COLECCIón DE PRETExTOS PARA ASOLEAR EL ALmA

Luisa Maita

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> FAbián ArAnDA CALDErón DE LA [email protected]

“Luiza/ Luiza/ Por quê me negas tanto assim a primavera?”, cantaba Antonio Carlos, Tom Jobim para los cuates, por ahí de 1973,

cuando ya el término bossa nova era de uso común en medio mundo y todos sabían que era sinónimo del Brasil con una pizca menos de euforia y estridencia. Vinicius de Moraes y João Gilberto completan la tria-da gigante que siguieron aquella vereda abierta por “Rosa Morena”, la popular canción de Dorival Caym-mi que suele identificarse como el banderazo de sali-da para la historia del bossa nova.

Bossa nova de Rio, Rio de Janeiro, sabor abso-lutamente brasileño… o no tanto cuando pensamos en un Sinatra cantando quietnight of quietstars, quietchords of my guitar, agregado anglo cortesía del canadiense Gene Lees para introducir aquellas líneas llenecitas de saudade: um cantinho, um violão, este amor, uma canção, pra fazer feliz a quem se ama. No tanto tampoco, cuando recordamos a un Stanley Gayetzky, Stan Getz para familiares y amigos, re-nunciando a su tortuoso pasado, que osciló entre las bigbands, el bebop y las drogas, para instalarse con Charlie Byrd en el camino del sonido carioca con su disco Jazz Samba de 1962, y más tarde con el mismí-simo João y su esposa Astrud.

Lo cierto es que aunque el bossa nova hechizó al jazz norteamericano durante los setenta, una garo-ta sigue siendo una garota, por más que de girl nos la pintemos. Y es que la música suele vestirse con los colores de la tierra donde nace, Brasil verde amare-lo, tonalidades del bossa, la samba, el axé. Matices de aquella primavera que en el 73 Luiza le negaba a Antonio Carlos, pero que nueve años más tarde bri-llarían para dar luz a otra Luisa, una estrella más del pendón brasileño: Luisa Maita.

De La MeMoria y La CaLLeFlotan en el aire aquellas historias un tanto ajenas al tiempo y a lo mundano. Relatos tremendamente románticos donde los músicos figuran como héroes que no encajan ni en la razón ni en la sinrazón del mundo que les rodea. Pero en ocasiones basta una oteada al pasado para comprender los pasos de los músicos. Esta es una de esas historias, sus persona-jes: Myriam Taubkin y Amado Maita, el escenario: el barrio de Bela Vista, en São Paulo, mejor conocido como Bexiga.

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Amado Maita. El nombre no goza de tanta fama como los que hemos referido antes. Lo que es más, resulta casi desconocido si al terreno de la popula-ridad lo llevamos. Dueño de un estacionamiento y músico bohemio, Amado Maita perteneció a esa especie en extinción de músicos sin pretensiones, gente que vivía para la música, pero en contadas ocasiones de ella. Ahí, en aquel estacionamiento, es “donde él solía tocar la guitarra, escribir canciones y recibía a sus amigos. Ése era su lugar, su reino, y terminó siendo una figura popular y muy querida de Bexiga. Tenía una gran personalidad y era una refe-rencia para la comunidad. También fue un escritor de canciones que, en 1971, a los 21 años, lanzó un álbum que hoy en día es como el Santo Grial para los colec-cionistas japoneses y europeos”, relata Luisa Maita.

Myriam Taubkin también profesa un amor in-condicional hacia la música. Pero a diferencia de Amado, ella optó por un camino diferente: la pre-servación del recuerdo. Projeto Memoria Brasileira es el resultado de los esfuerzos de Myriam Taubkin: una institución dedicada a salvaguardar la música de todos los rincones del Brasil, labor titánica por su extensión e incluso babélica por su diversidad, pero que ha llegado a buen puerto, permitiéndonos ex-plorar la sonoridad brasileña a través de cuatro se-ries que dejarán boquiabierto a cualquier entusiasta del color local: Violeiros do Brasil; O Brasil da Sanfo-na; Violões do Brasily Um Sopro de Brasil.

Calle e institución, memoria y bohemia, todo girando sobre el eje de la melomanía. No es de extrañar que al reunirse en idilio estas dos perso-nalidades su pasión trajera al mundo a un talento enorme, recientemente declarada la mejor nueva artista en los Brazilian Music Awards.

DeL Futuro sin oLViDo“Yo canté mucho en mi infancia. A mi padre le gustaba tocar para nosotros, amaba el hecho de que mi hermana Teresa y yo pudiéramos cantar en tono, y hemos cantado todas sus canciones y estándares de samba y bossa nova desde que éramos muy pequeñas. Grabamos jingles publici-tarios profesionalmente cuando teníamos siete u ocho años. Entre ellos estuvo el jingle para la campaña presidencial de Lula en 1989. Mi herma-na y yo lo grabamos y fue puesto en la radio a to-das horas”, recuerda Luisa.

A partir de ese momento, la vida de Luisa gi-raría en torno de la música, tanto por el trabajo de sus padres, como por gusto personal. Pero sería hasta cumplir 16 años, gracias a que empezó a la-borar en el sello propiedad de su tío, cuando deci-diría dedicarse enteramente al quehacer musical. “Empecé a cantar con Morris Picciotto en bares de São Paulo en 1999, voz y guitarra. Cantábamos

A dúo con un clicCosa namás de puchurrar el reproductor mientras lee y dejarse llevar…

“un Vento BoM”

Um vento bom, eu descobriAgora é hora de viverCê vai sacar, quando virarQue tudo encontra o seu lugarUm certo amor, a deslizarNas entrelinhas pelo arVai sussurrar, quando chegarAgora é hora de viverQuero te ver dançarDançar tão leve a flutuarEu quero só sentirQue o clima agora vai se abrir

> Fotografías “Luisa Maita”. Cortesía Luisa Maita Press.

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mucha música brasileña. Cantamos juntos hasta formar mi más importante banda: Urbanda. Lan-zamos un disco en 2003, donde aparece mi traba-jo como cantante y compositora. Al mismo tiempo comencé a cantar con Daniel Taubkin en diferentes lugares. Grabé jingles, canté en bodas e hice coros para Jair Rodrigues en estudio y en vivo. Toda esa experiencia me dio mucho conocimiento acerca de la música brasileña”.

Conocimiento que también se fue mezclan-do con otros sonidos de la época: Prince, Michael Jackson y una dosis alta de Rhythm & Blues. Co-nocimiento sinónimo de hambre tendiendo lazos hacia tonalidades diversas. Conocimiento que maduraría fruta jugosa en 2010 con el lanzamien-to de su primer álbum solista: Lero-Lero, un mate-rial que retoma las consagraciones de los ritmos tradicionales y los transforma en un sonido que intima con el corazón de quien lo escucha, lo apa-pacha en sus vaivenes que son, al mismo tiempo, una remembranza del sentir brasileño y una invi-tación a crear formas nuevas.

En lo lírico, “el álbum recorre temas que alien-tan a los brasileños a despertar a una nueva vida: los sueños, la pasión, el trabajo, la lucha y la paz, la aceptación interior. Cada canción tiene algo que ver con estos temas y están vinculados concep-tualmente. Sí, el álbum está inspirado en la lucha de la gente brasileña por la vida. Muchos brasile-ños provienen de familias disfuncionales y pasan tiempos duros para hacer realidad sus sueños. Es un disco de música brasileña con pop y sonorida-des de la música electrónica, pero es muy acústi-co porque incluye instrumentos de la música bra-sileña y la samba. Su inspiración viene de la vida urbana de São Paulo, sus ghettos y su gente. Las le-tras y el aura del disco enfocan las peculiaridades de la vida cotidiana brasileña, su cultura y la condición humana. Esto realmente me inspira, me fascina, me interesa y me mueve. Y creo que el disco transmite estos sentimientos. Amaría ayudar a esta gente con la música. Me gustaría que la escucharan y se vieran a sí mismos. Ese es mi sueño”.

En el más acá de los sueños y las intenciones, que resulta ser el más allá de la propia realidad brasileña, Lero-Lero hace las veces de espejo don-de los más ajenos a ese constructo que llamamos cotidianidad pueden encontrar un eco de sus pen-samientos y sentires. Melancolía y esperanza jue-gan al bote pateado, al hide and seek si se prefie-re, donde los que se ocultan y el que busca resulta ser uno mismo. Un tanto altivo, pero lo suficien-temente sincero para conmovernos, el trabajo de Luisa Maita se nos planta en el alma nomás aso-marse en sus balcones. Y así se va, crece que crece la plantita musical hasta convertirse en árbol que da sombra a nuestras ilusiones.

Lero-LeroLuisa Maita, 2010Cumbancha Records

Colección de pretextos para asolear el alma. Re-tacería jaspeada que viaja a capricho entre tradi-ción y futuro. Tiranía del coraçao ejercida a fuerza de empellones perfumados. Ideal para sembrar esperanza en los recovecos del asfalto.

Un arroz en los frijoles“Mis padres escuchaban mayormente samba, bossa nova y jazz: João Gilberto, Tom Jobim, Nana Caymmi, Vinicius de Moraes, Milton Nascimento, Edu Lobo, Baden Powell. Con mi padre escuché discos de jazz que terminaron siendo muy importantes para mí. Uno de ellos fue Lady in Satin de Billie Holiday. Cuando él lo puso para mí recuerdo que mi padre me dijo: ‘Luisa, estás a punto de escuchar a la más hermosa voz en el mundo’. Ése fue el último álbum de Billie y lo escuché muchísimo cuando tenía 15 años”.

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> GArnAChA Ató[email protected]… “en tiempos en que todos contra todos”,

cantaba Fito hace unos años, habrá que de-clararse incompetente en todas las materias

del mercado. O en el mejor de los casos declararse intolerante. Poco importa que el término sea políti-camente incorrecto, en esta era donde la idea demo-crática parte el queso, cuando subyace la intención de desmarcarse de aquello que se cree vacío, falso o sen-cillamente incompatible con las buenas intenciones.

De éstas y muchas otras ideas parten Gerry Ro-sado y Salvador Toache para continuar con las labo-res iniciadas en 1994 por los músicos de Consuma-tum Est, una de las mejores agrupaciones rockeras del suelo mexicano. Aventura que a 17 años de su inicio ha logrado consolidarse como una de las mejo-res opciones para los artistas cuya creación rechaza todo vínculo con la música clónica de las fórmulas en decadencia del mainstream: Discos Intolerancia.

Como todo sello independiente que se precie de serlo, Discos Intolerancia ha tenido una historia azarosa, cuya permanencia sólo puede entenderse a través del compromiso de las personas que han laborado en él y una apuesta constante por la mú-sica libre de clichés. Y en la vorágine de ideas que circundan el tema de la independencia, Intolerancia fundamenta sus esfuerzos en la creencia de que ser “independiente de una disquera grande no te hace independiente de la música, ni independiente de la estética, ni independiente de la política. Puede ha-ber grupos que no estén en disqueras grandes que sean más clasemedieros wannabe que un cantan-te pop de disquera grande. Creo que caer como en generalidades no nos sirve, porque justamente hay movimientos naturales que se dan en la música o en las expresiones culturales de cualquier lado”, com-parte con Tangente Salvador Toache.

Entender la música en su naturaleza cultural,

además de sus particularidades como negocio, ha servido a Intolerancia para trazar dos directrices. Una de ellas es la relación con los músicos que se in-tegran al sello, “esa relación nos permite de entrada que al interior de Intolerancia nos entendamos como parte del mismo problema y parte de la misma so-lución, tanto el músico como quien va a una bode-ga a entregar discos, como el que va a buscar una entrevista para ellos, o sea, darnos cuenta de que la relación con los músicos más que una relación de contrato es una relación y un compromiso de ambas partes, de saber que nos tenemos que apoyar, y creo que eso de entrada nos ayuda mucho”.

“La otra creo que es la honestidad con la que pue-den trabajar los músicos: los músicos que forman parte de Intolerancia y los músicos que forman par-te de los grupos que están en Intolerancia, digo, no quiero sonar abstracto, pero creo que lo importante en el crecimiento de Intolerancia y en la legitimidad con la que puede decir que hace bien las cosas, es porque a toda la gente involucrada lo que le interesa es la música y entonces por lo tanto las mentiras y los anhelos pasan a segundo grado”, reflexiona Sal-vador. Gracias a esto, Discos Intolerancia figura hoy como una empresa, como un sello independiente, que reúne en sus filas proyectos musicales de ex-celente calidad sin que medie discriminación alguna de géneros. Entre otros logros, este sello ha dirigido desde hace tres años uno de los escenarios, la Carpa Intolerante, del Vive Latino, permitiendo al público conocer propuestas que han sabido despojarse de las etiquetas convencionales.

A la vuelta de los años, de pan con lo mismo en los mismos aparadores, cabría decir que conviene de cuando en cuando ser absolutamente intolerante: intolerante con los estrechos límites de la música plástica, intolerante también con nuestra forma de entender y vivir la música. Vale la pena aventurar los oídos, ampliar el horizonte de nuestra conciencia so-nora, desechar las materias del mercado.

En TIEmPOS En quE nADIE ESCuChA A nADIE…

Discos Intolerancia

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> Fotoarte “bicintolerante” por viPJAvi/ Pixel.

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10 Discazos Intolerantes:

>> Paté de Fuá, Música Moderna>> Guillotina, Dispara>> Los Dorados, Turbulencia>> Troker, El Rey del Camino>> Jaramar, Diluvio>> Alonso Arreola, Suspendido>> Polka Madre, Dead in the Eye>> Yokozuna, Yokozuna II>> Simplifires, The Flavour of Being>> Chilanga Habanera, Sabrosón Funky Suena

¿Dónde hallar Intolerancia?

>> www.myspace.com/discosintolerancia

>> facebook.com/intolerancia

>> twitter.com/ntolerancia

>> MixUp

>> Librerías Gandhi

>> Tianguis Cultural El Chopo

>> Galerías Vértigo

O solicita su material:[email protected]

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CLOSE uP

> rEnAto GALiCiA [email protected]

Que la vida es un viaje y ay de aquel que se quede con el boleto en la mano, lo puede decir ya a sus veintitantos el director y guionista del corto

animado Eskimal, Homero Ramírez Tena. Mientras tomamos la primera ronda, va de Uruapan a Euro-pa, no sólo como juego de palabras, sino en sincró-nico encuentro con la vocación; recorre del sonido Liverpool a la obsesión trip hop de Bristol, rock al-ternativo, launch, electrónica, chill out y así, siempre buscando grupos nuevos.

Fue en Uruapan donde pasó infancia y adoles-cencia, entre el libre albedrío familiar, curado de religión por los colegios salesianos; Beatles, jazz y clásica; exitosa carrera tenística adolescente; co-nociendo a Pixies y The Smiths; rolling callejero con asiduas inmersiones en antros, algunos tragos, re-comendable Máquina 501 y otras charandas; con la guitarra acústica y la banda casera de nombre uni-versal, Revólver, tocando chingón en barcitos a Cai-fanes del principio, jajaja, Radiohead y Soda Stereo –largo trago de Corona--, sin “la menor idea de qué iba a hacer cuando terminé la prepa”.

Fue en Reading, meteorológica ciudad inglesa, confluencia del Támesis y el Kennet y de multina-cionales, sede de uno de los principales festivales de bandas independientes del Reino Unido y Estados Unidos; sintiéndose british a los 18 con su peinadi-to inglés, seleccionando entre Rough Trade y Virgin Records, comprando La primera ópera envasada al vacío del Sr. Chinarro; viajando familiarmente a la Toscana y París, con escapadas solitarias a Oxford, Cambridge y Edimburgo, aunque quién sabe por qué chingados nunca al viaje planeado de Bristol, cuna del trip hop, Portishead, Massive Attack, Tricky Kid y toda la banda --sorbos amargos moderados--, don-de Homero supo a qué se dedicaría en lo sucesivo y quizá para toda la vida, la comunicación visual, ani-mación y fotografía, en específico.

De Reading a la ciudad de México. A los veinte. Desadaptado un buen, aclimatado después. Viene la otra ronda. Existencia cotidiana en Coyoacán, donde más se acomoda, con incursiones diarias a la “zona de guerra”, jajaja: la Escuela Nacional de Artes Plás-ticas (ENAP) de la UNAM, en el viejo Xochimilco.

Y ahora a sus 28 de gira en el Centro Financie-ro Bancomer, después de las Corona’s por la charla periodística, sus carcajadas intermitentes, suelto el ánimo, claro el ojo y la tez, enfundados sus 1.96 de estatura en mezcla, tenis negros, guayabera crema, reloj de pulsera y sombrero Panamá, para ver desde tercera fila Eskimal con palomitas y Coca Cola en el cierre del Festival Internacional de Cine en el Cam-po --incrédulo de que haya ganado una suerte de promocional televisivo: Azul--, otro de varios logros luego que obtuviera el 4° Concurso Nacional para el Apoyo a la Posproducción de Cortometraje IMCINE-CONACULTA.

Ocho minutos y 48 segundos de cambio climá-tico: relajado atardecer mágico, intenso giro al caos, vertiginoso viaje a la catástrofe, apocalíptico ojo del huracán. La historia de Eskimal, su morsa, la capa de ozono cuarteándose y aquél subiendo por unas escaleras mágicas a pintarla…

Junto con Homero en la realización de Eskimal, entre otros, Citlalin Arcos, Héctor Ordóñez, Koosuke Amezcua, Beatriz Rojas, Laura Torres, Sem Aser y César Urbina, con quien compuso los temas del corto en Guadalajara.

hOmERO RAmíREz: bRITISh hOP

Viaje Eskimal

> Fotografía “homero ramírez tena” por rodolfo villagómez

Peñaloza.

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TV UNAM apoyó con equipo y asesoría técnica, más la invaluable presencia de Javier García, el Cho-co, jefe del Departamento de Imagen, y Eduardo Torreblanca en la iluminación, sin pedir más que el crédito. IMCINE aportó cuatrocientos mil pesos y se le cedieron los derechos patrimoniales para que mo-viera el corto por todo el mundo en festivales y lo comercializara.

Se estrenó en el XXVI Festival Internacional de Cine de Guadalajara y de ahí al Festival Internacio-nal de Cine de Monterrey, el 16° Festival Internacio-nal de Cine para Niños, el Festival Internacional del Cine en el Campo, el Short Film Corner del Festival de Cannes, 15° Tour de Cine Francés, Campus Party México, Festival Internacional de Cine de Morelia y el Festival de Cine Riviera Maya.

La última y nos vamos. 2011 es el año de Eskimal y el fin de su ruta, pero no del viaje de Homero Ramí-

rez por la animación motion graphics y la fotografía de moda fuera del mainstream, oyendo a M83 y Wild Beasts o redescubriendo a Yo la Tengo; launch ya no desde que se volvió fashion; ni por equivocación reg-gaeton o banda, “las odio”, ni trova, “se me hace de hueva, muy hippie”, ni siquiera pirecua chill out, ja-jaja; con la raqueta colgada en la pared pero todavía sacando rolas que le gustan con la guitarra y dándole a los pedales que compró; desfasado --pero intere-sado—con los escritores beat; ahorita en Coyoacán y al rato quién sabe, Tijuana o Europa, otra vez; siem-pre escuchando música y relacionándola con imá-genes: esta le queda a tal época del año, esta otra a tal situación. Chela a fondo, luego al carro, tarde lluviosa, sube volumen a “All mine”, de Portishead, banda a la que irá a ver al Fest Corona Capital de oc-tubre que se realizará en la Curva 4 del Autódromo Hermanos Rodríguez, y toma rumbo.

> Fotograma Eskimal por homero ramírez tena.

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AbRAPALAbRA

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AbRAPALAbRA

¿Qué simbiosis se estableceentre el objeto y uno mismo?

Jaime Sabines

> roDoLFo viLLAGóMEz PEñ[email protected]

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e l Volkswagen llegó a casa a finales de los años ochenta. Sobresalía por sus rines cromados y unas llantas que lo achaparraban. Tenía un pe-

queño volante al que constantemente le teñíamos las canas enredándole cinta de aislar; un cenicero metálico con diagrama de velocidades, que el tiem-po, el humo y la ceniza terminaron por borrar, y unos asientos cómodos, reconfortantes y cálidos en los que siempre disfruté la siesta universitaria.

Esperé hasta los años del amor propio, hasta esos años del amor trompero, cuantas veo, tantas quiero, para ponerlo en marcha y salir a encontrar lo insospechado. Y una vez al volante ya no hubo regreso: el 638 BZT, modelo 77, antes Volkswagen, ahora Rudolphmóvil, comenzó a circular de ida y de vuelta por toda la ciudad: iba de los amores con-trariados a los amores imposibles; del mezcal en botella de plástico al ron Havana; de la Universidad a la mujer del sur y de Irma Julieta, por aquel enton-ces mi novia, a la casa. No importaba que el agua se filtrara por un hoyito del parabrisas, ni que sus cinturones de seguridad fueran dos cintas atorni-lladas al poste de la puerta, ni que en tiempos de lluvia tuviera que bajar de él, en medio de un alto, a limpiar sus vidrios. No, ni eso interrumpió mis an-danzas, mis amores, mis palabras, mis letras; por el contrario, mis amigos y mi novia se sumaron a la devoción que sentía por él y de alguna manera también lo consintieron, lo llenaron de risas y de ta-lento, de borracheras y de madrugadas, de música y de melancolía.

Papá me enseñó a conducirlo en esa pista llena de baches y pendientes que forman la colonia donde vivo. Las sesiones iniciaban a las seis de la mañana y terminaban media hora antes de las ocho. Durante esos minutos papá hablaba sólo lo necesario. Siem-

pre iba concentrado y no dejaba de recordarme que acomodara los espejos y el asiento, que midiera el espacio del coche, que fuera lento, que pasara los to-pes con precaución y que no prendiera el estéreo. A mis 15 años de edad, despeinado y legañoso, aprendí a manejar aquel automóvil.

La primera vez que lo conduje, sin mi papá de copiloto, fui a la preparatoria donde solía estudiar o eso decía. Lo estacioné muy cerca de la entrada. Pretendía que Fernanda, mi amor platónico, la mujer que enamoró mis años adolescentes, ¡qué cursilería!, me viera junto a él y se enterara de que el color de la carrocería era un homenaje a sus ojos azules, a esos ojos que nunca me miraron como siempre quise que lo hicieran, pero Fernanda nunca advirtió ni el coche, ni mi nueva condición de piloto. Años después nos encontramos en el Centro Cultural Universitario, nos saludamos y hasta sonreímos. Ella, quizás, se fue re-cordando la bochornosa tarde en la que me acerqué tembloroso y le regalé un poema de Benedetti; yo me fui pensando que tanto el azul de sus ojos como el azul de mi coche se habían desvanecido.

iiPasajeros todos, nadie sabe y nadie supo por qué cabíamos tantos en el volchito, hasta los numero-sos cartones de chela viajaban con nosotros. Arturo, mi amigo desde esos ayeres, dice que se debió a que éramos más delgados, más esbeltos y más deportis-tas; sin embargo, a pesar de los decires, estoy con-vencido de que el auto solía agigantarse en cada una de nuestras excursiones a Ixtapaluca, Xochimilco, Cuernavaca o cualquier rincón de la ciudad de Méxi-co al que nos invitaban, y volverse más grande aún, cada que Irma Julieta y yo dormíamos la siesta en el estacionamiento de la Facultad de Filosofía y Letras o en cualquier otro de nuestra Universidad ⎯escribo siesta, aunque las palabras amor, cariño, querencia, deseo, erotismo y hasta orgasmo, con perdón de us-tedes, describen mejor el espacio y el tiempo al que me refiero⎯. Como quiera que sea, el pequeño y gigantesco Rudolphmóvil me consentía y me acom-pañaba en todas mis aventuras, en todos nuestros desmadres, pues.

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Se abre paréntesisA las dos cuarenta y cinco de la madrugada Fabián nos llamó. No le contestamos. Los celulares sonaban pero no sabíamos dónde habían terminado después del impacto. Arturo, Damián y yo no podíamos que-darnos quietos tras el desastre. Sólo nos reíamos. Un minuto antes, Arturo escuchó las instrucciones que le di: mete primera y ve sacando el clutch len-tamente al tiempo que presionas el acelerador. Con la borrachera encima atendió mis palabras pero en lugar de poner primera apostó por la reversa y ace-leró sin piedad. Para cuando las llamadas de Fabián llegaron, el medallón del coche estaba estrellado, la defensa abollada y nosotros, con risotadas y sin remordimiento, tratábamos de bajar el coche de la banqueta. Fue el único choque que sufrí en el Ru-dolpfmóvil. Desde entonces, Arturo no conduce ni una bicicleta, Damián se convirtió en mataperros y yo sigo de piloto suicida.

Se cierra paréntesis

Nunca se quedó sin gasolina. Nunca me infraccio-naron y eso que siempre viajé con la numerosa ban-

da a los toquines y a las fiestas. Vamos, ni siquiera me detuvieron cuando fuimos al concierto del Pa-drini, allá por el norte de la ciudad, y tras suspen-derse por falta de conexiones eléctricas, el único espectáculo que pudimos presenciar fue la mira-da penetrante de un caballo que se escondía en el mingitorio, como reclamando su regreso al País de los Houyhnhnms de Swift . Anamario, una mexi-cana que fruta vendía, ciruela, chabacano, melón o sandía, hablante de alemán por accidente e into-lerante, entre otras cosas, al ron, a las palabras, a la madrugada y al vodka tónic, tuvo mucho que ver para evitar las multas o los corralones. Ella y César, también por aquel entonces novios, viajaban de copilotos en el flamante Rudolphmóvil. Cada vez que veíamos una patrulla, Anamario se contorsio-naba y desaparecía para hacerle creer a los pitufos o tamarindos que el único pasajero era el hombre de rastas; segundos después la teníamos de vuela con nosotros.

Tres veces lo asaltaron en Plateros y dos más por el metro Guelatao; una en Coyoacán y otra afuera del 85 de Centenario, la casa oficial de los desvelos.

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Por fortuna nunca se lo llevaron ni lo maltrataron más de lo debido.

Siempre lo cuidé, lo mimé, lo consentí. Todavía no sé por qué lo vendieron, si siempre estuvo tan contento, tan gallardo y tan alborozado por verse conmigo, por verse con nosotros, que tendría que haberse ganado una ínsula. Todavía no sé por qué se lo llevaron, insisto, pero una tarde sabatina y tequi-lera, al regresar a casa, ya no lo vi. Seguramente se fue presumiendo sus llantas que lo achaparraban, sus rines cromados, su pequeño volante, su lám-para interior que alumbraba un carajo, su guantera metálica, su cenicero ya sin diagrama y sus asientos cómodos, reconfortantes y cálidos en los que años más tarde disfruté de la siesta universitaria.

iiiHubo un tiempo en el que el Rudolphmóvil iba del Rodeo Santa Fe a Perisur en menos de veinte mi-nutos. Hubo un tiempo en el que nos salvó la vida a mi hermano Javier y a mí, tras ser atacados por una familia que solía divertirse aventándose cuchillos mientras partían la rosca en busca del muñequito.

Hubo un tiempo en el que fue a Tlaxcala y otro en el que fue a Naucalpan y otro más en el que conoció toda la urbe. Hubo un tiempo en el que se impreg-nó del olor a cervezas, cigarrillos y besos. Hubo un tiempo en que dejó de cumplir con las diligencias do-mésticas, para celebrar los límites transpuestos de mi juventud. Hubo un tiempo en el que tarareaba las canciones de Joaquín Sabina. Hubo un tiempo en el que cerró las puertas con seguro y se fue.

Cómo hubiera querido tener por siempre ese au-tomóvil en el que aprendí a conducir, en el que asistí a los más improbables conciertos y fiestas, en el que me enamoré y descubrí el erotismo y en el que me fui por primera vez a la Universidad. Cómo hubiera querido que no vendieran ese automóvil que estuvo conmigo en tantas travesías, defendiéndome y pro-tegiéndome, a la vieja usanza del oficio escuderil. Cómo hubiera querido tener por siempre ese auto-móvil que nunca me dejó, que nunca nos dejó, mejor dicho, porque muchos fuimos sus locos pasajeros. Cómo hubiera querido no dejarlo ir con aquel vecino que terminó por abandonarlo. Cómo hubiera querido conducirlo por siempre en busca de lo insospechado.

> ilustración “638 BZT” por Citlalin Arcos Méndez.

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