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SUMARIO: Lamartine y Dumas.-La pena de muerte.-EI invierno.-La Morgue.-Usted es mi capricho.-EI cementerio del Padre Lachaisc.-EI Pantoon.-Los Inválidos. Yo llegué a París lleno de un religioso entusiasmo por ciertos hombres, nacido éste de que los juzgaba por sus obras, como sucede siempre de lejos, y no por lo que ellos eran en sí mismos, cosa que no pueden ha- cer sino los que los tienen al alcance de su vista. Poseí- ,do pues de esta admiración, tomé la pluma y escribí las cartas siguientes: "Señor A. de Lamartine. "Acabo de llegar a París, y vengo de la tierra de los muiscas, que queda del otro lado de los mares, en el corazón de la América. Quiero decir que he venido casi desde los bordes del Amazonas hasta los del Sena. "Todavía no he ido a orar en Nuestra Señora, ni a meditar al pie de la columna Vendóme. ¿Por qué? Debo decirlo: ¡porque mi pensamiento ha estado lleno de vos, señor; y porque me he creído satisfecho con habitar bajo el mismo cielo y respirar el mismo aire que vos! "Hay algo en esto como un hálito de vuestra gloria. ",Mas, ¿quién soy yo para hablaros así? "Yo sé muy bien quién sois vos. Yo sé que sois el poeta, el historiador, el viajero y el novelista más sen- timental del siglo.

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SUMARIO:

Lamartine y Dumas.-La pena de muerte.-EI invierno.-LaMorgue.-Usted es mi capricho.-EI cementerio del PadreLachaisc.-EI Pantoon.-Los Inválidos.

Yo llegué a París lleno de un religioso entusiasmopor ciertos hombres, nacido éste de que los juzgabapor sus obras, como sucede siempre de lejos, y no porlo que ellos eran en sí mismos, cosa que no pueden ha-cer sino los que los tienen al alcance de su vista. Poseí-,do pues de esta admiración, tomé la pluma y escribílas cartas siguientes:

"Señor A. de Lamartine."Acabo de llegar a París, y vengo de la tierra de los

muiscas, que queda del otro lado de los mares, en elcorazón de la América. Quiero decir que he venidocasi desde los bordes del Amazonas hasta los del Sena.

"Todavía no he ido a orar en Nuestra Señora, ni ameditar al pie de la columna Vendóme. ¿Por qué?Debo decirlo: ¡porque mi pensamiento ha estado llenode vos, señor; y porque me he creído satisfecho conhabitar bajo el mismo cielo y respirar el mismo aireque vos!

"Hay algo en esto como un hálito de vuestra gloria.",Mas, ¿quién soy yo para hablaros así?"Yo sé muy bien quién sois vos. Yo sé que sois el

poeta, el historiador, el viajero y el novelista más sen-timental del siglo.

FELIPE PÉREZ

"Yo sé que los terebintos de Jerusalén todavía se:acuerdan de vos, y os nombran en los misterios de sufollaje agitado.

"Yo sé, señor, que habéis tocado con vuestro granburil, en El Civilizador, todas las pálidas figuras delos viejos siglos, y que las habéis convertido en seresvivientes y grandiosos. Habéis vencido pues la Tumbay el Olvido.

"La revolución de 93 os debe su historia, contadaa los siglos que vendrán, con la gracia con que hablaun ángel a otro.

"Sé también, señor, que sois una verdadera arpa'cólica, y que derramáis las mejores armonías de laFrancia a los simples impulsos del céfiro.

"Todo esto, señor, pasado de un hemisferio al otroen alas de la justa gloria, ha llenado mi alma de admi-ración por vos; pero todo eso, señor, no vale nada amü ojos. Eso, cuando más, hará juntar mis manos pa-ra unir la demostración de mi entusiasmo al coro uni·versal que os aplaude. Las manos de un hombre noson su cabeza; y ella es la que yo inclino reverente anteel bardo anciano que, en lugar de trepar las gradas delpoder cuando le sonrió el veleidoso labio popular, vol-vió atrás, y espera en su cabaña, con miedo, la aproxi.mación de las nieves del invierno ...

"Ya veis, pues, que os conozco, señor; ya veis tam-bién que, preguntando por mí, he hablado de vos.¡Eso es para deciros que vos lo sois todo y que yo nosoy nada!

"Poeta, joven y viajero, al pisar la tierra históricade Europa, he querido saludaros de preferencia. Per-donad mi atrevimiento, y ved en mis sentimientosuna expresión fiel de los sentimientos de la juventud

EPISODIOS DE UN VIAJE

americana, de la cual sois vos uno de los inspiradores:.más simpáticos."

** *

"Señor A. Dumas:"Soy una ave americana que vuela por Europa, y

que está espantada con la brillantez y la inmensidadde su cielo.

"Re dejado el peñón colombiano y he venido a pa-rarme en París; en París, señor, que es a un tiempo.una Sibaris por sus placeres, una Atenas por su sabi-duría, una Tiro por su comercio, y una Babiliona porsu hermosura, pero que vale más que todas esas ciuda-des por el corazón y por el talento de sus hijos; enParís, señor, que, como la ciudad de los Césares, tieneenfrente y en el bisel de los mares una nueva Cartago,.celosa de la grandeza de su nombre!

"¿Qué haré pues en medio de semejante emporio decivilización? ¿Inclinarme y hacer mi reverencia sal-vaje?

"Sí, eso es lo que he hecho; eso es lo que he debido.hacer.

"Mas, ¡primero al genio; después al monumento!"Es por eso por lo que os escribo esta carta. Perdo-

nad mi osadía, y recibidla como el saludo de un poetadesconocido del otro lado del océano.

"Lo mismo he hecho con el señor de Lamartine, ylo mismo hiciera con Víctor Rugo, si Víctor Rugo no.estuviera proscrito del suelo francés!

"Vos, señor, no sabéis quién soy yo; talvez no lo se-páis nunca; pero eso no importa. ¿Sabéis vos acaso loque es el perfume que llega hasta el ara?, ¿la melodíaque penetra hasta el corazón?, ¿el grito de aplauso que

FELIPE PÉREZ

'Surge de un labio entusiasta? Tomad pues mi saludo-como uno de tantos de esos ruidos que se escapan denuestra América virgen; como el vuelco de una casca-da en los montes, la caída de un roble en las selvas, oel canto de un pájaro desconocido. Sí, tomadlo, señor.por algo de eso, pues si él no tiene el encanto, tiene, almenos, la intención del himno.

"Yo acabo, señor, de visitar el Niágara; pero loshombres de talento me parecen más grandes que loshorrores de la naturaleza."

Antes de enviar esas cartas, entró en mi cuarto un'Compatriota mío que hace diez años que vive en Parísy que por lo mismo conoce un poco más las cosas deEuropa; e impuesto de lo que iba yo a hacer, me dijo:

--No mande usted esas cartas, por las dos razonesque paso a decirle. La primera, porque ellas no llega-rían a su destino: a esos señores se les dirigen al díamás de cien cartas, y ellos no se toman el trabajo deleerlas. La segunda, porque hay algo de exageraciónen lo que usted ha escrito. Lamartine es un grandehombre arruinado por el capricho de haber malgas-tado su fortuna en viajes suntuosos, y por haber apela-do en seguida al medio, nada digno, de pedir unalimosna universal para reponer su bolsa. El poeta nologró gran cosa que digamos, y el hombrr; perdió laestimación de sus conciudadanos y del mundo.

En cuanto a Dumas, él no es, al presente, sino el reyde los porteros. El público ilustrado le ha retirado susfavores, por el modo como ha querido aplicar la his-toria a la novela: falseando los hechos, desvirtuandolos caracteres y exagerando la intriga. Las cartas deusted, si llegaran a ser publicadas en los periódicos.tendrían un suceso poco favorable a la intención quese las ha dictado.

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He ahí pues la verdadera situación literaria de estas,dos notabilidades. A Lamartine se le estima en Franciaactualmente como hombre de letras, pero se le apreciapoco como carácter... Dumas padre no es sino unespeciero de libros propios y ajenos.

Uno de mis primeros deseos en París fue aSIstir auna sesión del Instituto francés, porque estaba en lacreencia de que el espectáculo debía tener no sé quéde imponente; y como las sesiones de esta acedemiason públicas, un lunes a las tres de la tarde me encami-né hacia ella.

A la verdad, nada encontré allí que me impresiona-ra favorablemente.

Un salón oscuro, asientos un tanto gastados; muchosviejos, pocos jóvenes. Tinteros con la gran pluma clá-sica de ganso, y un presidente imperioso. Los miem-bros leían sus memorias sentados, y de la misma suertehablaban todos.

A mi llegada a París se publicaba en esta ciudad unperiódico, de bastante crédito, titulado El Diario paratodos. Esto hizo nacer en madama Eugenia Niboyet elfeliz pensamiento de fundar El Diario para todas, cu-yas columnas me fueron ofrecidas por el respetableseñor G.... , a quien había llegado la noticia de queyo borroneaba en papel. Extranjero y desconocido enFrancia, no quise ser esquivo a aquella atención ycolaboré algunas veces. Mas, si hablo de esto, es por loque paso a decir, lo cual dará una idea más sobre elcarácter social de los pueblos que he visitado.

A la primera aparición de mis escritos, se me signi-ficó que era de absoluta necesidad que mi nombre fue-se acompañado de un título. Yo hice presente que notenía ninguno, y que pusieran mi nombre limpio depolvo y paja. Se me dijo que eso no podía ser, porque

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en Francia los títulos eran una necesidad social deprimer orden; que el nombre que no iba acompañadode un título cualquiera no valía nada; que era comoel pecho que se presentaba desnudo de condecoracio-nes. He ahí por qué hay nombres de personas que ne-cesitan casi de una página de libro para ser escritos,y pechos que parecen un retablo cargado de ex voto').

Cierto es que en las grandes sociedades, donde elnúmero hace desconocidos a los individuos, la vanidad.hace, hasta cierto punto, necesarios estos símbolos ex-teriores; mas, ¿son siempre bien llevados y legítima-mente adquiridos estos títulos? ¿No entra en ellos paranada la intriga, la lisonja o la rastrera adulación? ¿Re-presentan siempre el mérito?

Cuando esto tenía lugar, yo era ya miembro de laSociedad de Geografía de París, estaba encargado pormi gobierno de una comisión importante y honrosa, yhacía cerca de quince años que había recibido el títu-lo de mi profesión; pero fui inexorable, porque talme hacían mis principios, y porque quería a todo tran-ce huir del ridículo en que incurren los viajeros ame-ricanos que vienen a Europa a meter un de entre sunombre y su apellido, como título nobiliario, o a resu-citar los patronímicos de sus abuelos, para agregárselosa su nombre como un timbre aristocrático.

Entonces sucedió una cosa curiosa, y que prueba lasupina ignorancia que reina en Europa respecto de'nosotros, aun entre las personas instruídas; y fue que,habiendo oído decir, no sé a propósito de qué, que yoacababa de ocupar un puesto en el Congreso de mipaís, fueron puestas estas palabras a continuación de'mi nombre: miembro del Congreso de los EstadosUnidos de la América del Sur.

¿Y esto por qué? Porque aquí en Europa no se sabe'

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'que hay América del Sur, esto es, se ignora la existen-cia del continente meridional, que empieza en el istmode Panamá y termina en la Tierra del Fuego, o se cree'que la América del Sur son los Estados rebeldes delNorte, que obedecen a Davis. Es por esto por lo que,cuando se nos pregunta de dónde somos y decimos quede la América del Sur, nos preguntan en seguida:

-¿Es decir que ustedes están por la esclavitud?Esta ignorancia se hace en parte extensiva hasta los

círculos oficiales. Un día que fui al correo a poner enél una carta para Panamá, como hubiese olvidadodesignar en ella el país en donde queda esa ciudad,los empleados del correo se manifestaron perplejos, yentablaron la discusión geográfica más graciosa quehe oído en mi vida. Yo los dejé hablar. Unos hablabandel Brasil, otros de México, y no faltó quien se acor-dase de las Filipinas. En definitiva, apelaron a un dic-cionario de geografía, el cual resolvió la cuestión. Fueentonces cuando el jefe de la oficina se volvió haciamí y me dijo, en son de reprimenda:

-Señor, usted tendrá la bondad de no olvidarse, enadelante, de poner la dirección de sus cartas.

Yo, siguiendo la costumbre francesa, le di las graciasy me retiré.

Merci y pardon son el santo y seña de los franceses:el que lo conoce y sabe usarlo, está autorizado paratodo.

La primera novela mía que se publicó en francés,,en París, llevaba a la cabeza estas amables y erróneaslíneas de la espiritual Sophi e B.:

"Hemos traducido esta novela de uno de los más dis-tinguidos escritores de la América del Sur, como unamuestra de la exuberante poesía que pueden inspirar,las sabaoos. Ella tiene, además, un doble carácter de

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fidelidad histórica, tanto por la verdad de los hechos,.,como por la viva pintura de una de esas terribles su-persticiones de la Edad Media que tanto retardaron elprogreso de la humanidad.

"Esperamos que nuestras lectoras sabrán, como nos-otras, agradecer al brillante narrador la graciosa auto-rización que nos ha acordado"

El señor Torres Caycedo había publicado un folletosobre la abolición de la pena de muerte, el cual tuveocasión de ver y me hizo dirigirle la carta que sigue,que fue publicada inmediatamente en el Correo deUltramar del 15 de enero de 1865:

"Muy señor mío:"He leído con mucho placer vuestro folleto sobre

La pena de muerte, recientemente publicado, y que hatenido una favorable acogida entre los partidarios delprogreso social. Yo os felicito, señor por hallaros cami-nando con pie tan firme por el sendero de la filosofíacristiana.

"Vuestro trabajo es bello porque es justo y claro."Sois enemigo del cadalso y pedís su completa abo-

lición, alegando verdades incontestables, pero por des-gracia no bien generalizadas hoy en el mundo. Mas,tengamos fe y esperanza: la aurora de la razón ha em-pezado a mostrarse en los cielos, y tras la aurora ven-drá el día.

"¿Qué es el delito? La violación de la ley humana."¿Qué es el pecado? La violación de la ley divina."¿Cuál de los dos puede pesar más en la balanza de

la justicia universal? O, en otros términos: ¿en cuál deestas dos vías puede el hombre ser más criminal? Cre() <

que en la vía del pecado."No es delito sino lo que la ley califica como tal;,

EPISO~IOS DE UN VIAJE

pero como la leyes de suyo finita, el delito lo es tam-bién.

"Pecado es toda falta a los ojos de Dios; y como lasantidad de Dios es infinita, el pecado puede ser tamobién infinito.

"Esto es claro."Hay más, y es que todo pecado es delito en estricta

moral, aunque fa ley no lo califique así; pero no tododelito es pecado, porque los legisladores son a vecesinjustos.

"Ahora bien, la ley tiene su sanción, que es de su-frimiento físico. Esto es, la ley castiga el cuerpo, peroprescinde del alma, o, cuando más, la hiere de rechazo.

"El precepto divino tiene también su sanción, queno es el sufrimiento físico. Esto es, castiga el alma yprescinde del cuerpo.

"¿Cuál de estas dos sanciones, cuál de estos dos vere·dictas es más aceptable? ¿La sanción que se con'tentay declara satisfecha con el sufrimiento de la criatura,o la que aspira al mejoramiento del criminal?

"0, en otros términos, ¿cuál es mejor juez: Dios o elhombre?

"Y como preguntar esto es un sacrilegio, rectamentese deduce que cuanto más se acerca la justicia humanaa la divina, más se acerca a la perfección. La justiciadivina entrega el reo a su propia conciencia, de la cualsale purificado como de un crisol.

"Que la ley haga lo mismo, en lo posible, y cogerálos mismos frutos.

"Dios no castigó con la muerte a Caín asesino. Diosno quiere la muerte del pecador (reo) sino su arrepen-timiento y su vida.

"Ya veis, señor, que estamos identificados entera-mente en doctrina penal; y yo me gozo en reconocer

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-en vos un apóstol de la bella causa de la abolición del-cadalso. Sin embargo, tengo un pequeño reclamo quehaceros, y es esto lo que me ha puesto la pluma en lamanll.

"Este reclamo se refiere a la nota final de vuestrointeresante escrito, que copiada a la letra dice lo si-guiente:

"La pena de muerte ha sido abolida en la NuevaGranada y en Venezuela. En la primera de estas repú-blicas, bajo la dictadura de Mosquera, no obstanteque la inviolabilidad de la vida humana había sidoproclamada sobre el papel, se han fusilado varias per-sonas hasta por delitos políticos ... En Venezuela, des-pués de 1863, época en la cual la pena de muerte fueabolida, el último suplicio no se ha impuesto a perso-na alguna. Allí se ha proclamado el principio, y se hatenido la buena fe de respetarlo."

"Bien, señor: quitad a vuestro escrito esa nota, y élquedará completo. Ved ahí mi reclamo, y escuchad enqué me fundo para hacéroslo.

"Desde mucho tiempo atrás se ha luchado en laNueva Granada (hoy Colombia) por la abolición de lapena de muerte, y si ella no ha tirunfado sino hasta enestos últimos días, la culpa no es, por cierto, del par-tido actualmente en el poder. Mas, yo no quiero en-trar en esta carta en recriminaciones más o menosodiosas, ni en historias de ninguna clase. Sólo diré quela pena de muerte está abolida hoy en Colombia; queno forma parte de su legislación penal; y que, por tan-to, ella no puede ser impuesta, en ningún caso, por lostribunales que administran la justicia en nombre dela República y por autoridad de la ley. ¿Qué importa.entre tanto, que durante el sangriento desorden deuna revolución el poder militar fusile, como en la úl-

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tima lucha fusilaron en Colombia los jefes de uno yotro bando? Nada, porque ellos no representaban enesos momentos la ley escrita} sino la revolución; nada"porque ellos no administraban en esos momentos lajusticia en nombre de la República ni por autori-dad de la ley. No, lo que representaban era la guerra;y vos, señor, sabéis muy bien lo que significa esa dolo-rosa palabra, y las necesidades que los publicistas pre-tenden que ella trae consigo.

"Vuestro cargo sería pues justo, si él se refiriera aalgún tribunal del país que la hubiese aplicado en lascircunstancias normales; pero él pierde toda su inten-sidad aparente, desde que se refiere a actos ejecutadospor jefes militares vencedores sobre los campos de ba-talla, y a momentos en que, por la naturaleza de lascosas, no hay ley ninguna vigente, como por lo comúnsucede en todos los países del mundo durante el pe-ríodo de una revolución.

"El principio de la abolición del cadalso es no sóloun principio reconocido y aclamado por la mayoría delos colombianos, sino que es también un principiolegal inviolable. La sociedad ha formulado ya su deter-minación en ese sentido, y creo que no volverá atrás,siempre que ella obre por su propia cuenta, y libre detoda presión extraña. Los tribunales respetarán la ley,y no impondrán nunca la pena de muerte. Si los cau-dillos vencedores y omnipotentes no hacen lo mismo,ésa es otra cuestión. Un caudillo vencedor y afortu-nado, que no tiene más ley que su voluntad; un dicta-dor, como vos decís, puede ser combatido por sus actosdesde el punto de vista de la doctrina, mas sabido esque para ellos no ha existido nunca el derecho posi-tivo.

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"La dictadura suprime la ley: el cargo, pues, si sehace, tiene que ser puramente personal.

"Los hombres públicos que pasan el Rubicón en supaís, claro está que no lo hacen por respeto a las leyes.

"En esta virtud, señor, servíos suprimir la nota encuestión, de vuestra obra próxima a salir a luz y titu-lada Los principios de 89 en América; y abrigad laplena certidumbre de que la abolición del cadalso eshoy en Colombia un hecho legal reconocido y acepta-do, que no tiene más adversarios que los que creen,como lo dicen, que con la abolición de la pena demuerte 'la sociedad queda montada al aire'.

"Mas, sea cual fuere vuestra resolución definitiva,recibid mis parabienes por vuestro humanitario y filo-sófico escrito."

A esta carta, el señor Torres Caycedo contestó conun largo artículo, algo acalorado, reducido a hacervarios cargos al general Mosquera, olvidando que yodecía "que no quería entrar en reminiscencias odiosasni en historias de ninguna clase"; y citando, para vio-larlas, las palabras de M. Guizot que dicen: "Yo noquiero tener por adversario sino las ideas ... La polé-mica personal ahonda los abismos que se creía llenar.Tal polémica agrega la obstinación del amor propioa la diversidad de las opiniones. Las personas emba-razan y envenenan las cuestiones."

Ese artículo decía también que mi carta era hdbil,pero que yo no tenía razón. Mas, si en el fondo no te-nía razón, ¿por qué escribió el señor Torres Caycedolas siguientes líneas: "El señor Pérez sabe muy bienque hemos recibido su carta cuando ya las hojas denuestro libro estaban tiradas. Si hubiera venido en

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tiempo, con placer habriamos hecho la supresiónpedida."

Los meses de invierno se han corrido para mí conun poco de monotonía, pero sin ver realizado ningunode esos temores con que los viajeros exagerados tratande amedrentar a los neófitos. Los días, en verdad, fue-ron disminuyendo y el frío fue creciendo, pero sinmotivo de alarma. Anochecía a las cuatro y amanecíaa las siete; el t.ermómetro marcó hasta 10 Ó 12 gradosdebajo de cero ... las mujeres andaban casi t.odas conmanguitos de pieles, entre los cuales ocultaban las ma-nos; los hombres corrían en las calles con el pescuezoenvuelto en grandes bufandas de géneros de coloresbrillantes ... los cocheros sacudían los brazos y se gol-peaban los costados ... llovía a todas horas ... el sol, celo-so de su hermosura, se mostraba de quince en quincedías, sólo por algunos momentos, y luego se perdía enun cielo brumoso y húmedo .. , El Sena empezó porhelarse a pedazos, y por último se ostentó un día ente-ramente congelado y firme como una calzada de níe-ve (esto dio mucho de qué hablar a los parisienses, loscuales no son muy callados que digamos). Por último,un día París apareció cubierto con una sobrepellizblanca, la que lo hacía verdaderamente hermoso ...parecía una ciudad de marfil, algo como una rosa pá-lida, y grande como una nube americana. El espec-t.áculo era ciertamente bello. Vino después, empero, eldesgarramiento de ese manto de armiño, y la coronade azahares de la vanidosa ciudad se convirtió en lodoyen mugre.

A semejanza de la salamandra, los franceses viven,por decirlo así, entre el fuego, desde un mes antes delinvierno hasta un mes después. Es un hábito pegadizo.Los hijos de la zona tórrida empiezan por reírse de

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esto, y luego acaban por ayudar a echar leña en laschimeneas, arrimar los pies, y pasar cuatro o seis horasdel día velando las llamas como una ninfa sus amores.La ordenanza militar es la primera que empieza pordar el mal ejemplo, pues con mucha anticipación obli-ga o los soldados a forrarse bien en paños espesos, ya llevar gruesas capas. Si he de decir francamente miopinión, me disgustó eso, que hasta cierto punto pue·de tomarse por una afeminación. ¡Con razón que lacampaña de Rusia, en tiempo de Napoleón el verda-dero, los hubiera acobardado tantol

Por mi parte, quise hacer el ensayo de no hacer fue-go durante el invierno, de no ponerme guantes ni lle-var bufanda. .. Hice más todavía: me acosté en uncatre de lona, y nada me sucedió.

Dicen algunos que París es muy lindo durante el in-vierno ... Puede ser, puesto que para todo hay gustosen esta vida. Yo no lo encontré así. Los tejados cho-rreando agua, las calles intransitables por el lodo, losárboles sin hojas, las nubes tristes; el cielo sin azul, sinauroras; el sol invisible. Cierto es que en cambio abresus salones y recibe, una vez por semana, en una terce-ra parte, a sus amigos, y en dos terceras partes a losque en cambio de una taza de té se alquilan, sin saber-lo, para servir de satélites de un astro vanidoso, o seencargan de aplaudirlo todo, o de distraer algún ves-tiglo relegado. Mas, ¿los que no tenemos salones queabrir? ¿los que preferimos ser astros aberrantes (si loshay) a ser satélites telescópicos? ., Pero se dirá: que-dan los teatros, los bailes públicos ...

Esta objeción merece una respuesta detenida.En primer lugar, teatro hay también en las otras

estaciones; y en segundo lugar, nada hay tan malocomo ir a estarse cuatro o cinco horas sudando en un

EPISODIOS DE UN VIAJE

teatro, con una temperatura igual a la de Tocaima, yluego salir de repente a los fríos glaciales de diciembrey de enero, doblemente helados durante las noches.Una diversión de ésas puede costar la vida.

Mas, se nos dirá, ¿por qué no esperar en las galeríasdel teatro lo bastante para refrescarse? Primero, por-que si todos los concurrentes se quedasen con ese ob-jeto, el resultado sería que ninguno se refrescaría; ysegundo, porque el teatro se cierra dos o tres minutosdespués de concluída la función.

Esto para la salida. Para la entrada, cuando uno espobre (que es lo común) y no puede comprar su billetede entrada por 6 u 8 francos (dos pesos) con anticipa-ción, o de determinada cIase, tiene que hacer cola, co-mo buena y legítima canalla.

y ¿qué es hacer cola?, preguntamos nosotros, paraseguir la forma interrogativa que, sin saber por qué •.hemos usado en esta parte de nuestro escrito.

Es encaramarse entre unas talanqueras en zig-zagque haya la entrada de los teatros, y ponerse en fila,unos detrás de otros, hasta que se abre la puerta y elpolicía permite y manda a la manada que marche. Yapodrá calcularse que el negocio es bueno cuando sonmilo más personas las que hacen la colal

La atmósfera fría, el cielo oscuro y la tierra sin ver-dor y sin flores, tienen una influencia doblemente tris-te en el corazón del extranjero. La patria hace enton-ces una falta suprema; el alma llora y el corazón sus-pira; la naturaleza toda es un manto de duelo.

** *

Hace días que, al pasar por cierta calle de la ciudad •.tropiezo siempre con una joven pálida y flaca, de cabe-

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110sblondos y ojos azules, por cuya fisonomía enfermao hambrienta se extiende una tristeza mortuoria. Estajoven tendrá a lo sumo veinte años; y va vestida contelas tan gastadas, que no sería fácil determinar suprimitivo color.

Sus pies, pequeños y bellos, arrastran unos zapatosdesgarrados; su seno virgíneo palpita al frío del invier-no como el capullo de una flor a los besos del aura.Sus manos están desfallecidas, caída su frente, y su vozremeda el grito de un arpa de dolores.

¿Por qué sufre aquella criatura inocente y hermosa?¿No tiene un hogar donde pasar la noche? ¿Dónde estásu madre? ¿Por qué no la llama ésta para acariciarla,y para que se duerma en su seno, soñando en la feli-ódad?

¿Qué busca esa joven en la calle a todas las horasdel día? ¿Busca un asilo, un taller, un pan caído alacaso, o un lance de perdición? Yo no lo sé; yo lo úni·co que he visto es que, a las veces, se desprendían desus bellos ojos unas cuantas lágrimas grandes y crista·linas como las gotas de agua que filtran de las caver·nas de los peíiascos. . . Yo lo ünico que he visto, es quetodo el mundo pasa por junto de ella sin mirarla y sininteresarse por su suerte .. , que su vestido está mássucio y más raído cada día. .. que cada día ella estámás flaca y más triste, y que ya no llora, talvez porquesu infortunio, a fuerza de ser mucho, ha acabado porsecar la fuente de sus lágrimas.

¡Pobre criatura! Vestida con elegancia y oprimien-do con sus pies un tapiz de colores, se la tomaría poruna princesa feliz; rodando en los Campos Elíseos enun coche descubierto y rodeada de lacayos, pasmaríade encanto a la multitud. Pero así, envuelta en hara-pos y en miseria, es una perla adherida a la concha, al-

EPISODIOS DE UN VIAJE

go semejante a una azucena desprendida del tallo ysumida en el lodo por la borrasca.

Un día, no sé por qué casualidad, oí pronunciar sunombre: llámase Lucrecia; y ora sea preocupaciónmía, ora un hecho real, es lo cierto que me ha parecidohallar en su fisonomía ciertos rasgos de orgullo y deresolución que la asemejan a la fiera esposa de Cola-tino. Su andar es gallardo, su apostura airosa, y dignostodos sus ademanes. Cuando se detiene para mirar alos transeúntes, lo hace con cierto desdén u orgullo na-tural, que revela en ella un origen superior a su des-gracia; y cuando sonríe, lo que es muy raro, lo hacecon la dulzura de la majestad, y su sonrisa es franca~cordial, sincera, como la de una madre o la de unamigo.

A fuerza de encontrarnos todos los días, hemos enta-blado cierta especie de amistad, cuyo símbolo es unatierna mirada de simpatía. Yo le he cobrado cariño,de verla tan desgraciada; y ella quizá me lo ha cobradoa mí, al ver que entre el millón de almas que tieneParís, soy yo el único que ha reparado en ella y que seha interesado por su suerte.

Ultimamente hemos avanzado un poco más en nues-tras relaciones, pues nos hemos cambiado algunas pa-labras. Hace pocos días que le dije: "¿Para dónde vausted, señorita?" Paróse y me respondió toda confun-dida: -'Voy para el Sena, señor." Otra vez la encontrésobre el puente de Constantino, desde el cual observa-ba con ojos asustados las azules y mansas agua& delrío.

-"¿Qué hace usted ahí?", le dije.Ella me respondió:-"Me ocupo en calcular la altura del puente y la

profundidad del cauce."

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y notando que en esta ocasión se había azorado me-nos, traté de hablarle un poco más, por si podía averi-guar algunos de los misterios de su existencia, bien pe-nosa en verdad. He aquí nuestra conversación:

-¿Está usted enferma?-Sí, señor, tengo la más terrible de las enfermeda-

des: padezco de miseria.-y ¿por qué no trabaja usted?-Porque no sé hacer nada que produzca dinero.-¿No tiene usted padres?-No, señor: tenía una tía, la cual ha muerto última-

mente, y sus escasos bienes sólo alcanzaron para pagarsus deudas y su entierro.

-¿Quiere usted que yo le dé prestado algún dine-ro ... ? Con él podría usted comprar un vestido me-jor .. , Me lo devolverá usted cuando pueda.

-No, señor, yo no debo recibir limosna.-No es una limosna: es un préstamo.-Usted mejor que yo sabe que lo que me ofrece es

una limosna. Guarde usted su dinero para un enfer-mo ... yo estoy sana.

-¿Quiere usted que yo haga algo por usted?-Sí: si usted quiere hacer una obra de caridad,

búsqueme usted trabajo ... no importa cuál sea él. ..tengo gran necesidad de trabajo, porque hay días queno como. El invierno avanza también, y me muero defrío.

-Pero ¿no me ha dicho usted que no sabe hacer na-da que produzca dinero?

-Sí. .. es cierto. " olvidaba esa circunstancia.-Sin embargo, eso no puede ser enteramente cier-

to ... Veamos: ¿qué sabe hacer usted?-Yo, señor, toco algo el piano, canto un poco, y sue-

lo también escribir algunos versos. Mas esas cosas,

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cuando no se hacen muy bien, sólo quitan el tiempoinútilmente.

-¿Conque es usted poetisa?- Yo, señor, sólo he dicho que hago versos.-Es lo mismo, o casi lo mismo. Hay sí una grave di-

ficultad, y es que yo soy extranjero en París, y no ten-go a quién dirigirme para que le ayude a usted.

-Sí, tiene usted razón; y yo abuso de su bondad ...Mas, siga usted su camino, porque ¿qué dirán las gen-tes de verlo a usted tan joven y tan bien puesto, con-versando conmigo? .. M,irchese usted: yo cargo conel anatema de la miseria.

-¡Señorita!-Márchese usted.-Recíbame usted el préstamo que quiero hacerle.-¡Jamás!-¿Por qué?-Porque una joven como yo, no debe, nunca, reci-

bir dinero de manos de un hombre.-Yo se lo ofrezco a usted honradamel".i.te.-Yana lo conozco a usted.-Eso no importa.-Yo no pienso lo mismo; y después de todo, yo co-

nozco que soy hermosa ... el tiempo pasa y una no sa-be lo que puede suceder. La virtud es a la mujer loque el perfume a la flor ... Vea usted, señor: para evi-tar el que la suerte me haga más infeliz aún, oculto mibelleza bajo la mugre ... mire usted mi cara cubiertade hollín ... Talvez es la primera joven que lo haceen el mundo .. , Pero no hablemos más. Adiós, señor.

y Lucrecia se alejó de mí, llena de majestad y dedolor.

Después de esta escena, ya no la volví a encontrarsino muy raras veces.

FELIPE PÉREZ 201

¿Qué pensar de aquella criatura extrafía, miserabley hermosa? ¿Qué hacer por ella? ¿Dejarla abandonadaa los golpes del indiferentismo social, como un náufra-go a los golpes del mar; o tenderle una mano firme yprotectora? Mas, ¿cuál podría ser esa mano? ...

La mujer, por la 'hermosura y la delicadeza de susexo, por la nobleza y la piedad de su corazón, lo mis-mo que por las augustas funciones que tiene que des-empeñar en el mundo como madre del hombre, mere-ce todos los cuidados y todos los respetos. La sociedaddebía mirar por ella con un grande interés, y alejarlade todo mal sendero y de todo sendero impuro, puestoque de su seno nacen los sabios, los guerreros, los legis-ladores, los héroes y los poetas. En el Oriente, dondela condición de la mujer es una condición de esclavay humilde, la sociedad marcha trabajosamente por elcamino del progreso. .. el justo orgullo de las matro-nas romanas produjo los Gracos y los Coriolanos.

Infeliz, pues, del pueblo que descuida, en parte o entodo, esta preciosa mitad del linaje humano, sin lacual no hay virtud, sentimiento, amor ni dulzura enlas costumbres.

Una mujer que vaga en las calles sobre las huellasdel vicio, es una protesta contra la grandeza social ...la civilización no quiere parias ni víctimas.

Pero volvamos a Lucrecia.

** *

El domingo último, al volver a mi hotel, recibí lacarta siguiente:

"Sefíor, perdonad que os escriba, pero necesito des-ahogarme antes de morir. Tedas mis esfuerzos han si-do inútiles, y al fin he tenido que apelar al últimoamigo que no me ha vuelto la espalda en París: el

%02 EPISODIOS DE UN VIAJE

Sena. El no niega nunca un asilo a los que tienen elvalor de pedírselo.

"Oíd mi historia, y juzgadme luego."Huérfana desde una edad temprana, fui recogida

por una tía política, único pariente que había cercade mí. Esta tía me educó lo mejor posible, e hizo pormí cuantos sacrificios pudo; mas al fin ha muerto deuna enfermedad repentina, y yo he quedado sola enel mundo, sin más protector directo que Dios. Muertami tía, yo me dije: ¡Valor!, yo puedo más que unaavecilla del aire, porque soy más fuerte; y además,París es bastante rico para que falte en él un pan paramí.' Entonces me eché a buscar trabajo. El primer díafue de desengaños: lo mismo el segundo y el tercero.Nadie me necesitaba para nada, o exigía de mí cosasque yo no sabía hacer.

-"Señor, dije un día, en mi desesperación, a unhombre a quien me habían recomendado, yo canto.

-"¡Bah!, me respondió: entonces, dad unos cuantospasos más, y llamad en las puertas de la Opera. Lacosa es fácil de hacer; quitad su puesto a la Patti.

-"¿Os burláis de mí?-"No; os doy un buen consejo."Y el inhumano se alejó de mí riendo."En adelante no me atrevía a decir que sabía cantar."Otro día me recomendé diciendo que tocaba el pia-

no, y otro hombre, parecido al anterior, me dijo:-"Una pianista de primer orden no pide trabajo de

esa manera, sino da conciertos y se hace millonaria.-"Pero es, señor, que yo no os he dicho que sea una

pianista de primer orden.-"Pues si no es así, no tenemos de qué hablar. Sé de

mil personas que conocen la música mejor que vos, yque están peor, o lo mismo que vos.

FELIPE PÉREZ

"En adelante no me atreví a decir que sabía tocar nicantar, pues en las bellas artes lo que no sea la perfec-ción es la medianía, y la medianía no sirve para nada.

"La tercera vez fui a llamar a las puertas de un li-brero, y le dije:

-"Señor, conozco bien mi idioma, y aun suelo escri-bir algo original, tanto en prosa como en verso ...¿podría usted ocuparme?

-"¡Oh!, sí, ciertamente: hágase usted conocer en elmundo literario; fórmese una reputación europea, ynos entenderemos fácilmente. Cuando esto suceda, lepagaré a usted un sueldo por cada renglón impreso ...Eso pagamos a A. Dumas.

"Dicho eso, cerró la puerta de su escritorio, y medejó desconsolada. Mis recursos intelectuales queda-ron agotados; desistí de toda diligencia, y me conven-d, aunque demasiado tarde, de que mi educación ha-bía sido superior a mi clase. Si se me hubiera hechoobrera, yo habría podido trabajar doce o catorce horasal día, y habría ganado mi vida. Sólo al genio le espennitido salir de su esfera social.

"Mi tía me había educado para señorita de salón,con más o menos habilidad, y la suerte había hechouna irrisión de mis prendas intelectuales... Ellas sehubieran avenido muy bien con una pequeña fortuna;sin ésta, su valor era contraproducente.

"Un día una vecina mía que estaba siempre alegre,que dormía hasta las doce y gastaba un lujo de malgusto, vino expresamente a buscarme a mi desván, yme dijo que no llorara ni estuviera triste; que las mu-jeres, cuando eran bonitas, podían sacar mucho par-tido en París, y que ella iba a ataviarme y a llevarme aun lugar en donde estaría contenta. .. que ya veríacómo, a mi regreso, pensaba de otro modo. Me habló

2°4 EPISODIOS DE UN VIAJE

también de otras muchas cosas que no comprendíbien, y me dijo que, si yo quería, podía coger muchodinero, e ir a los teatros, a los bulevares, a los almace-nes; tener ricos trajes, andar en coche, y tener un bellodepartamento con celosías para el verano y chimeneapara el invierno. En fin, yo no sé de cuántas cosas másme habló; mas es lo cierto que insistió tanto y contanto calor, que por último me dejé arrastrar por ella.]untóse mi pretendida amiga con otras mujeres de suclase, metiónos a todas en un coche, y nos llevó a unbaile público.

"¡Qué noche aquélla ... nunca se borrará de mimemorial

"'Allí se tocaba, se bailaba, se bebía. Casi todas lasmujeres estaban ebrias, y llevaban el traje y el cabelloen desorden. Gestos, miradas, gritos, ademanes, todorevelaba allí el vicio en una de sus manifestacionesmás degradantes. Yo quise salirme, pero mis compañe-ras se rieron de mí y no me lo permitieron: tuve quequedarme. Pero me metí en un rincón, y no levanté lacabeza en toda la noche. De cuando en cuando, sentíacorrer algo helado y redondo 'que rodaba por mis me-jillas: eran las lágrimas de mi dolor. .. Para mí nohubo otro manjar en aquel festín de la locura, que ~selicor amargo y desgarrador.

"Al día siguiente, mi amiga estuvo a verme, y medijo que yo era una tonta, que no conocía el mundo, yque con semejantes ideas no tendría más porvenir quela miseria. Yo no quise responderle nada, y huí deaquella mujer como de un monstruo.

"Mi infortunio crecía por momentos, y no tenía lamenor esperanza de consuelo. Entonces pasó por micabeza, casi febricitante, la idea del suicidio; idea cri-minal, lo confieso, idea horrorosa; pero no tanto, para

FELIPE Pf:REZ 20[)

mí, como la idea del vicio... Antes también habíapensado en matarme, y por eso era que usted me en-contraba siempre caminando hacia el Sena, a cuya ori-lla venía a sentarme todos los días, a fin de familiari-zarme con él.

"Conozco muy bien la enormidad de la falta quevoy a cometer quitándome la vida: soy cristiana.señor, y no debiera hacerlo; pero confío en la gran mi-sericordia de Dios. El me perdonará ... y, después dctodo, ¡confío en que usted rogará por mi alma! Yocreo que usted tiene un buen corazón; y si esto es así,el Señor no desatiende jamás la súplica de las genteshonradas. Sea usted feliz en la vida, y dígnese recordar,de cuando en cuando, a la mendiga del Sena.

"LUCRECIA."

Esta carta vino a herirme con la violencia de unaespada. Palpitante el pecho y los ojos arrasados de lá-grimas, tomé mi sombrero y me lancé a la callc.¿Adónde iba? No lo sabía; pero quería encontrar a Lu-crecia, y salvarla a despecho de todo. Una vez fuera dela casa, todo el mundo me pareció frío e indiferente,ocupado en sus quehaceres ordinarios, sin curarse delas desgracias de los demás. Pregunté, y nadie me con-testó. Fui a todos los puentes de París, y no hallé in-dicio alguno de la catástrofe. El Sena mismo, azul,tranquilo, sin ondas, y ciñendo la bella ciudad comouna ancha gargantilla de plata, no tenía nada de si-niestro, ni despertaba en nadie la idea de esos mons-truos de la fábula cobradores, en otro tiempo, de untributo de sangre a los pueblos. Sin embargo, el Senade los alrededores de París devora muchas víctimas alaño.

Cansado de mis inútiles investigaciones pensé al fin

206 EPISODIOS DE UN VIAJE

,en ir a cierta parte, a la cual debía haberme dirigidodesde el principio, pero a la cual, lo confieso, teníamiedo de ir. Yo buscaba la realidad, pero al mismotiempo huía de ella.

Esa parte era la Morgue.La Morgue de París es una institución piadosa y te-

rrible al mismo tiempo, que tiene por objeto cumplircon el deber último que la beneficencia pública tienecon los desgraciados; recoger sus cadáveres y darlessepultura.

La Margue es un edificio cuadrangular, situado enun ángulo del puente de San Miguel, donde se recibenlos cadáveres de los ahogados o muertos a causa de ac-·cidentes o crímenes. Los difuntos son colocados allísobre camillas de metal, y puestos a la vista del quequiere ir a reconocerlos al través de cristales. Los ves-tidos de las infelices víctimas, colgados en clavos, seme-jan los trofeos del infortunio y de la muerte, y suplenel nombre del esposo, del padre, del hermano o delamante a quien se ha esperado en vano muchos díasseguidos; que talvez salió con la'sonrisa en los labios,y que no volverá ya más al hogar, entristecido por suausencia.

El cadáver reclamado es entregado en el acto a sus.deudos; el que no es reclamado, recibe la sepultura demanos del gobierno.

Cuando subí las gradas de la Morgue, mis arteriaslatían con furia y mi vista estaba turbada ... mis piesno andaban con firmeza. Era porque presentía que miúltima esperanza se iba a acabar. j Cuántas personasno van todos los días con el mismo afán que yo fuiaquella vez, y luego salen pálidas, cabizbajas, y con elaliento entrecortado por los sollozos!

Mas, por lo que hace a mí, era ya tarde: el cuerpo

FELIPE PÉREZ 2°7

de Lucrecia no estaba ya allí. No habiéndose presen-tado nadie a reclamarlo, se le había inhumado. Peroen cambio estaban allí sus raídas vestiduras, sus pe-queños y gastados zapatos, su sombrero desteñido yajado ... ¡Oh!, cuánto fue doloroso ese espectáculopara mí. .. ¡Aquello era como las plumas del ave quehabía cantado y cruzado por el espacio en otro tiempo.bajo los rayos de oro del sol! ¡Triste ser aquel que nodeja sobre su tumba, sino los harapos que no fueronbastantes a cubrirle el cuerpo durante su vida!

¡Oh monstruosas desigualdades de la vida! Paraunos el lino y la púrpura; para otros la hilaza ... Paraunos las flores; para otros las espinas!

Cuando salí de aquel lugar, mi corazón era un vasode lágrimas. Por fortuna estaba allí cerca el templo deNuestra Seí'1ora,y me entré en él para pedir a Dios porel alma de la infortunada. Yo no sé si el Señor acepta-ría mi oración; mas es lo cierto que cuando me levan-té del altar, la religión había derramado el consuelocenmi espíritu.

París es una ciudad de muchas diversiones, de mu-chos teatros, bailes, conciertos, pantomimas y cubile-tes; y como nada falta en ella, la gente (principalmen-te los extranjeros) no sabe adónde ir de preferencia.La noche es corta para ver todo lo que hay, y la bolsase desocupa con una rapidez que asusta. Sin embargo,es preciso ir a todas partes; es preciso entretenerse ycumplir con la misión del viajero, la cual no es otraque ver y estudiar.

No se viaja simplemente por cambiar de aire. Seviaja por conocer los países, por estudiar su historia,sus leyes, sus hombres, sus costumbres, y para formar-se una idea, lo más completa posible, de la civilización.

208 EPISODIOS DE UN VIAJE

Mas, nosotros, (como ya lo tenemos dicho) hemos des--cuidado adrede todas estas cosas, que gustosos abando-namos a espíritus más serios, más capaces o más eleva-dos; las hemos descuidado, para fijarnos únicamenteen esa porción de seres humanos que se llama la socie-dad, la cual nos gusta observar de cerca, medir, pesary seguir en todos sus movimientos, cambios y oscilacio-nes, como siguen las almas contemplativas las atrope--lIadas olas de un río, que viene de un infinito desco-nocido y va a perderse en ese otro infinito, pérfido yazul, que se llama la mar.

Talvez nuestro estudio parezca a primera vista untanto inútil; acaso se le califique de frívolo .. Con to-do, no lo creemos nosotros lo mismo, y la razón es muysencilla. ¿Por qué, cuando se estudia todo en la natu-raleza, desde el sol hasta la hormiga; por qué, decimos,.no estudiar al hombre también? Mas, no estudiarlo ensu cuerpo como los anatómicos, ni en su espíritu comolo hacen los sicólogos; no, sino estudiarlo en sus far-sas, esto es, cuando se disfraza con la careta social y sa-le de su casa, como si dijéramos de sí mismo, para lan-·zarse en la gran mascarada del mundo.

Convenimos, si se quiere, en que este estudio es ori-ginal, placentero a veces y a veces cruel; pero en quees también el más ingrato de todos. El hombre social,la criatura, es el verdadero Proteo de los griegos.

Cuando se ha estudiado un león o una honniga, seconocen todos los leones y todas las hormigas; mas¿quién es el que se atreve a decir que, cuando se ha.conocido a un hombre, se ha conocido a todos los hom-bres? En este ser, la sustancia cambia más que la for-ma _.. Por otra parte, hay sustancias impenetrables ymañosas, que se escapan como la anguila.

Y, ¿se llegará alguna vez a la solución del problema?-

FELIPE PÉREZ

No creo esto posible. Verdad es que, por lo común, to-·do ojo que llora en público representa un corazón queríe en secreto; cierto es que, por lo común, toda bocaque canta en la calle, dilata sus labios para ocultar undolor; que toda bondad ostensible suele ser perfidia:refinada, por aquello que decían nuestros abuelos, asaber: "que a herradura que mucho suena, clavo lefalta". Sin embargo, esta teoría es engañosa de vez encuando. y entonces ¿cómo saber a quién creer, y dequién desconfiar?

El verdadero problema, pues, de la cuadratura delcírculo no está en las matemáticas, sino en el corazónhumano.

He ahí la frivolidad tomando caracteres colosales yserios.

Pongo punto a las abstracciones, y paso al asunto.Anoche era martes, y un amigo vino a buscarme

para que fuéramos a ... donde había baile público.Yo estaba un poco perezoso y traté de excusarme; perolos amigos tienen la urbanidad del garrote, y cuandouno dice no, ellos dicen sí, y es preciso inmolarse.

Salimos pues; y ahora confieso que no me pesó. Miamigo fue feliz, y yo tuve ocasión de escribir un capí-tulo más en mi libro de viajes ... En fin de fines, Ma-bille y el Castillo de las Flores (1) son más alegres quela Margue!

Aquí se reza y se llora; allí se canta y se bebe. En laMargue se ven rostros estropeados por el suicidio; enlos bailes públicos se ven caras ajadas por los vicios ...mas como los vicios son el suicidio del alma, la dife-rencia no es tan radical que digamos. Sin embargo,bueno será no apurar mucho las cosas; y como vivi-mos en el siglo XIX, siglo de tropos, déjese que cante-

(1) Bailes públicos de París.

210 EPISODIOS DE UN VIAJE

mas victoria aunque sea sólo por la diferencia de lasformas.

¿Para qué decir que el gran salón del baile era mag-nífico; que estaba iluminado con gas, embellecido porlas flores, y custodiado por grandes y bien puestos sol-dados? ¿Para qué decir que la música era escogida, yprimorosa la tribuna central en donde estaba coloca-da? Esto no se roza en manera alguna con nuestro ob-jeto. Sabido es que los bailes son espléndidos en París.En primer lugar, hay los bailes de invierno de las Tu-nerías, dados por el Emperador a la corte y al cuerpodiplomático, adonde concurren las notabilidades cien-tíficas y literarias, los viajeros ilustres; y en donde seven, en una sola noche, todos los diamantes que pro-duo,tI las minas de Golconda y del Brasil en un siglo.Es zfluello parecido al espectáculo que presenta unbos;;nc cubierto de rocío. Después de los diamantesvienen las condecoraciones, las cruces, oprimidas porfalta de espacio en algunos pechos, como los ex votosen un retablo milagroso. En cambio escasean en los sa-lones la juventud y las bellezas femeniles, falta el es-pacio y la hermosura, la muchedumbre se apiña, seestruja y se oprime como las olas en la borrasca, y todoel cuerpo sufre, menos los ojos, encantados con ungolpe de vista imposible de ser pintado, por sus mara-villas, sus formas y su luz. Es un espectáculo sui gene-ris, digno de ser visto, pero al cual no puede uno acer-carse sino después de haberse revestido con el trajesagrado. El baile no es por cierto de disfraz, pero es laverdad que no se puede ir a él sino disfrazado, esto es,con casaca bordada de oro, calzón galonado, espadaal cinto y sombrero de tres picos. Por fortuna para losextranjeros, los buenos parisienses piensan en todo, ypor cien francos, a lo más, tiene uno un ajuar comple-

FELIPE PÉREZ 211

too Este ajuar está siempre usado, nunca viene bien alcuerpo, y cuando las plumas del sombrero son blancas,los cabos del vestido son rojos, y al contrario (lo quedenuncia a leguas al noble de contrabando, al curioso,.y no al escogido). Pero, ¿qué rosa hay sin espinas, quéplacer sin penas? Hay, pues, que pasar por todo esto;hay que arrostrar el ridículo y las risas de los conoce·dores, por cuatro o seis horas, para, en cambio, al vol-ver uno a su país, decir, cuando le pregunten:

-¿Conoció usted a la princesa tal?-Sí, señor: bailé con ella una polka en las Tullerías.-¿Ya la Emperatriz?-Tuve el honor de servirle una copa de champaña

en el Louvre.-¿Y al embajador de Rusia?-¡Oh!, fuimos íntimos ... no le gustaba tomar de

otro polvo que del de mi caja.Después de los bailes de las Tullerías, siguen en ca-

tegoría los del Hotel de Ville. Estos han bajado ya ungrado en la escala aristocrática, y como se reparten cin-co mil boletas de convite, el acceso a ellos es más fácil.Para ir allí no se necesita de disfraz: basta el traje deetiqueta, que aquí en París llaman costume bourgeois.Esta es pues la verdadera fiesta de los profanos. Sinembargo, esto no quiere decir que no se encuentren enlos salones del Hotel de Ville muchos de los astros delcielo de las Tullerías y varias notabilidades rezagadas.Es el rendezvous de los ricos y de los banqueros, el solde los cuales es el Prefecto del Sena.

Nada hay igual en París, en materia de edificios, alHotel de Ville, cuya primera piedra se puso en juliode 1533, y cuya fachada principal mira hacia la anti-gua plaza de Gréve, tan tristemente célebre en los ana-les sangrientos del pueblo francés. El lujo de sus sa-

212 F:l'r;ODIOS DE U:-I VIAJE

Iones sobrepasa al de muchos palacios de los primerossoberanos de Europa. Sobre esto nada hay qué obser-var: bien está San Pedro en Roma; mas en cuanto a losbailes, es otra cosa.

Dicen los parisienses (y tal vez lo creen) que estosbailes se dan con el objeto de fomentar el comerciode la ciudad, y que por lo mismo no hay nada mejorque ellos en el sistema de buen gobierno de que dis-frutan.

Cada baile de éstos cuesta trescientos, cuatrociento'lmil francos. En camelias y flores, para vestir las escale-ras, se invierten cuarenta o cincuenta mil .. , ¿cuántocostará el espléndido ambigú que se sirve a los cincomil concurrentes, los cuales, por lo común, se desqui-tan, comiendo, de la burla de no poder bailar por nohaber materialmente en dónde hacerlo?

Empero, sea de esto lo que fuere, yo en lugar de losbailes, que cuestan muy bien sus dos millones de fran-cos al año, preferiría una rebaja igual en las enormesy multiplicadas contribuciones que oprimen a los ha-bitantes de la ciudad. Talvez así el beneficio sería máspositivo. Esto de los grandes consumos improductivosaplicados al progreso de la riqueza, como que tiene al-go de los tres bemoles de que hablan los músicos.

En los bailes públicos de que tratamos como com-puestos en su mayor parte de mujeres que especulancon su hermosura, hay abundancia de caras bonitas yde ojos audaces, de sonrisas comprometedoras, y de esecúmulo de donaires indescribibles con que el Diabloha dotado a los ángeles caídos de la sociedad, paraperdición del sexo barbudo. Allí es raro el diamanteque se ve; la ausencia de las condecoraciones es abso-luta, y casi no hay un concurrente que pase de lostreinta años, principalmente entre las mujeres; pues,

FELIPE PÉREZ 213

con perdón de la respetable opinión de Balzac, lostreinta años son el non plus ultra del amor. Despuésde esa edad, la mujer conoce el mundo y ha perdidotodas las ilusiones; y el hombre no vuelve a enamorar·se sino de los cincuenta para arriba, ora porque losextremos se tocan, ora para hacer reír a los curiosos, opara hacer locuras de marca mayor.

En Mabille, en el Castillo de las Flores, en las Lilas,no se repara en los trajes de las mujeres, como sucedeen las Tullerías y en el Hotel de Ville: la vanidad haprescindido allí de observar y de ser observada, bajoeste respecto. Linda cara y pies ligeros es lo que sepide en aquellos cenáculos de la Babilonia de Europa.y a la verdad, esto basta y sobra al objeto. En su géne-ro, ¿qué puede haber más seductor para el mundo frí-volo que Mabille con sus tres mil lámparas de gas, ysus estanques revestidos de flores, en donde la luz des-compuesta forma una sucesión de iris en la lámina delas aguas? ¿con sus dos mil danzantes medio embriaga-das con las espumas del champaña, sus formas malveladas por la seda, y respirando el tibio ambiente dela voluptuosidad?

Todo el que entra allí por la primera vez, pierde lacabeza, excepto las mujeres, pues no llegan allá sinocuando ya lo han perdido todo. Cabeza, nunca tuvie-ron estas infelices; y en cuanto a corazón, él fue sólola flor de un día, que arrancó de cuajo el desengañode su primer amor ...

Desde el primer momento llamaron mi atención enel baile de ... dos mujeres. La una era alta, bien he-cha, y de una mirada llena de resolución; la otra erapequeña, rubia, de labios delgados y rojos, y de ojos,soñadores.

El'lSOlllOS DE UN I'IAJE

-Amigo, dije a mi compañero, ¿conoces a estas mu-chachas?

-¡Oh!, sí, me dijo: no hay quién no las conozca enParís.

-No sé por qué me han llamado la atención: sonde un tipo del todo diferente, y su carácter se revelamuy bien en sus trajes. La alta, que parece ser muyorgullosa, gasta un lujo de princesa ... fácilmente sela tomaría por una persona de la corte. La pequeña,por el contrario, viste con una sencillez que probaríamucha pobreza en una griseta, si esa sencillez no (ueradel mejor y más exquisito gusto.

-Pues en eso te equivocas de medio a medio.-¿Por qué?-Porque son precisamente todo 10 contrario.-¿Quieres decir? ...-Que la que te parece noble, no es sino una loreta

disfrazada de marquesa ...-¿Y ... ?- Y la que te parece una lareta ...-¿Qué?- Talvez ... yo no lo aseguro ... a mí me han con-

tado ...--Acaba, al fin.-Pues, dicen ...-Sí, ¿qué dicen?-Vamos a aquel rincón, donde estaremos solos, y te

contaré ahí, en cuatro palabras, la historia de esas dosmujeres. Es ciertamente bien curiosa, y en otra ciudadque no fuera la de París, no podría creerse; mas aquíen París no, porque aquí sucede todo y todo debecreerse.

-¡Vamos!, empieza.-¿Por cuál de las dos quieres que empiece?

-Por la alta.-La alta se llama María, y era una mujer que había

tocado ya los últimos escalones de la degradación. Lapolicía la había vigilado un poco, se la había tenidoreclusa; por último se la abandonó y se la inscribió enlos libros públicos. Pronto la miseria la postró en to-dos sentidos: del cuarto piso había pasado al desván.y del desván iba a ser lanzada por el propietario. Leera preciso ya escoger entre la cárcel y el Sena. .. susituación no podía ser más angustiosa. Sin embargo.María conoce el mundo, y sobre todo a París; y Paríses una especie de ciudad encantada en donde, de unmomento para otro, suceden cosas que rayan en lo ma-ravilloso. Levantóse pues de entre el jergón en dondehabía pasado dos días llorando y renegando de su suer-te, se enjugó los ojos, se aderezó el cabello, y llena deuna resolución súbita, se lanzó hacia la calle con laligereza de una loca.

-¡Qué!, ¿se iba a echar al río?-Nada de eso. María tenía un prendedor de oro,

única prenda que había heredado de su madre, y quese había propuesto conservar a todo trance. Fue a lacasa de un joyero, y aunque valía 20 francos, se lo diopor 10. Diez francos son más que suficientes para ha-'Cerla fortuna de una persona, cuando los hados se en-cargan de hacerlos producir. Con estos diez francos.María se dirigió a la casa de una amiga suya, a la cualdijo:

-Tengo una idea, que es mi última esperanza: dad-me prestado uno de vuestros mejores trajes, e id ma-ñana a verme. Si no me encontráis, entrad en mi des-ván y recoged vuestra ropa, pues yo habré salido mal,y me habré echado a ahogar.

La amiga tomó las palabras de María por una chan-

216 EPISODIOS DE UN VIAJE

za, y sacando de su armario uno de sus mejores trajes~se puso a ataviarla con esa coquetería francesa que~dicen, no tiene rival en el mundo. En seguida se die-ron el beso de uso, y se dijeron el hasta mafíana de lasÍntimas.

-¿Qué iba a hacer la pálida?, pregunté a mi amigo~pues yo no entendía bien.

-Vas a verlo. Con cinco de los diez francos, Maríacompró donde una florista un hermoso ramillete deflores húmedas y olorosas; y con los otros cinco tomó,un coche y se encaminó al bosque de Bolonia. La pri-mavera había empezado hacía quince días, y el tiempoestaba espléndido: cielo azul, aire puro, hojas verdes.Era como la juventud o la resurrección de la tierra.

María iba mirando, hacia un lado y hacia otro, a lamultitud de paseantes que se encontraban en el bos-que. De repente, alcanzó a divisar un ruso joven y ele-gante, que iba a pie, y que se entretenía en mirar a lasmujeres que iban y venían, con algo como insolenciao curiosidad. Un segundo bastó a María para tomar supartido. Mandó al cochero que se detuviera, y mi-diendo el tiempo, las distancias y las impresiones, conel ojo matemático de la mujer de mundo, descendió.con vivacidad, dejando caer su ramillete entre ella yel ruso. Todo había sido hecho con mucha naturali-dad, y el joven cayó en el lazo, pues se apresuró a re-cogerlo y a presentárselo con una cortesía exquisita.María balbuceó algunas palabras de agradecimiento~bajó los ojos, se puso colorada, y abrió, para cogerlo,una mano pequeña y graciosa, muy del gusto del hijodel polo .. , Yo no sé lo demás, pero es lo cierto queunos pocos minutos después, el ruso, que hacía apenasdos días que había llegado a París, daba el brazo aMaría; que el coche de ésta fue despedido, y que el re-

FELIPl: PÉREZ

greso se hizo en el del viajero, que era arrastrado pordos caballos cervunos, ligeros y bellos como gamos.

De entonces para acá data la rehabilitación deMaría, la cual gasta un lujo de princesa; y si ahora sedigna presentarse en estos lugares, es para hacer viso yvengarse, con su boato, de los desprecios y de la indife-rencia de sus antiguos amigos.

Ya ves que tu marquesa no es más que una mujerperdida que ha tenido un cuarto de hora de buenafortuna.

-¿Y la otra?-¡Ah!, esa historia es un poco más seria; pero mejor

es que la dejemos para mañana, pues el baile va a con-cluir y debemos irnos.

-No, cuéntamela, cuéntamela, pues estoy ardiendode curiosidad.

-La chica está bien lejos de ser lo que aparenta.Ella no es una griseta, ni una lareta, ni una estudian-te: es algo más que eso.

-¿Cómo así?-Es la condesa de ••• viuda, joven y rica, que gusta

de divertirse.-¿Luego a estos bailes vienen condesas?

-No ... al menos oficialmente; mas es lo cierto queel título de esta señora es uno de esos secretos públicosque todo el mundo conoce, pero de los cuales no sehabla sino en voz baja y con cierto misterio. .. Sinembargo, sea de esto lo que fuere, he aquí lo que secuenta de ella. Aún muy joven, Laura contrajo matri-conio con un hombre de doble edad que ella, bastantefeo, y que gustaba mucho de tocar el violín, instru·mento el más desapacible que pueda darse en manosde un profano, como ciertamente lo era el señor de

-10

213 EPISODIOS DE UN VIAJE

Sartiges. Este enlace, como debe suponerse, no fuemuy feliz; los cónyuges vivían en divorcio perpetuo ...

-Pero no comprendo cómo pudo Laura casarse conese hombre.

-¡Ahl, es porque los matrimonios en Francia no tie.·nen por base el corazón: aquí el afecto, la hermosura.las virtudes, no entran para nada en el asunto: la dotelo hace todo. Cuánto tiene, es la pregunta de estilo; ylos francos son los que llevan o alejan del altar a lashijas de familia. Vivir, vivir bien, es la aspiración detodos, y serían capaces de casarse con un monstruo.macho o hembra, 'con tal que él tuviese los bolsillosllenos de billetes de banco.

-¿Pero me has dicho que Laura es rica?-Sí; pero cuando la mujer es rica, entonces la sacri-

[¡can sus padres con el pretexto de que es preciso co-locarla en tiempo.

-A Laura, pues, ¿la colocaron?-Precisamente; mas esta colocación no fue otra

sino la entrega legal que hicieron de ella y de su doteal señor de Sartiges, quien prefería el vino al agua.tenía sus descuidos amorosos, y tocaba el violín de no-che y de día.

-Esta última no es una gran falta.-No; pero Laura padecía de los nervios ... Todo

eso acabó por enojarla. Después se aburrió, y trató devengarse de la suerte buscando algunas aventuras enel mundo pequeño, que, como más grande físicamenteque el otro, tiene más pliegues donde perderse uno.El señor de Sartiges salía algunas noches de casa y novolvía a entrar hasta el día siguiente; Laura quiso en-tonces salir también, y frecuentar los bailes y losteatros.

Las malas lenguas, que nunca faltan en ninguna

FELIPE PÉREZ 219

'Sociedad, dijeron algo de esto al marido; mas Laura lehizo esta convincente observación: "Vos, señor, no oscasasteis conmigo sino por mi caudal: ¿os ha cometidoél alguna infidelidad? No. ¿No es él de lo más compla-ciente y de lo más rendido con vos? Sí. Entonces, mien-tras yo no os pida cuentas, no me las pidáis vos a mí.Yo necesito de vuestra sombra para vivir, y vos de midote; tomemos pues las cosas como son, y no creamosen la fábula del deber conyugal: esa estará bien entrelos obreros o los labriegos.". El señor de Sartiges halló esta lección de filosofía ala altura del siglo y de la civilización moral, y desdeese día fue más amable con su cara mitad. Una vez en-tendidos, marido y mujer vivían como dos palomasamigas; sólo que salían de la casa o entraban en ellasin meter ruido, para no perturbarse el sueño .. , Masla suerte es inconstante y, el día que menos se espera-ba, este matrimonio modelo dejó de serlo por la muer-te súbita del señor de Sartiges, después de una cena enlos pasadizos de la Opera.

Laura hacía el duelo en la alta sociedad, y por lanoche se iba al Prado y a Mabille a bailar el cancán,en el que había hecho progresos admirables. ComoCatalina de Rusia, Laura tiene sus caprichos, aunqueno admite los cortejos de nadie.

Al decir mi amigo estas palabras, Laura, como si noesperara sino el fin de su narración, se dirigió a él y ledijo con la sonrisa en los labios:

-Usted es mi capricho ...En seguida ambos me saludaron sonriéndose, y des-

aparecieron en el tumulto. Yo me quedé como petri-ficado.

María salió sola del baile, y orgullosa como unareina; ¡el contraste era fuerte en verdad!

2\20 EPISODIOS DE UN VIAJE

** *

Estábamos a 16 de febrero de 1865; el sol, ausentedel cielo de París desde mediados de noviembre, sedejó ver de repente coronado de rayos brillantes, y pordecirlo así con un rostro joven y contento, como si enel trópico, adonde acababa de hacer su viaje anual,hubiera encontrado la suspirada fuente de Juvencio.

Todo cambia y envejece en la naturaleza; sólo losastros brillan siempre con la misma luzl

Sin embargo, al ver este sol, vívido como un globode rubí, meciéndose como una péndola sobre el zafi-ro de la inmensidad, nadie hubiera creído que era elmismo sol de grana, apagado y enorme, que nosotrosencontramos un día sobre el polo, alumbrando -lascampiñas del Canadá.

Como el tiempo había estado extremadamente frío;como la nieve había caído en cantidad enorme, y ha-cía cuatro o seis días que sus capas se endurecían cadavez más y más en las calles y en los tejados; como elviento que soplaba de Rusia, y los huracanes que re-volvían los mares causando mil desastres, azotaban elrostro de todo el que osaba desafiar sus alas, el sol deque venimos hablando cayó sobre la ciudad como unasonrisa de virgen. Fue ciertamente una sorpresa deldía.

Detenidos en nuestra casa por el mal tiempo, pusi-mos. punto a nuestras ocupaciones, y salimos a gozarde la esquiva maravilla.

Las aves también habían salido de entre la paja desus nidos y retozaban sobre las ramas secas de los ár-boles.

Las aves son los poetas de la naturaleza, y cantansiempre a ésta como a la reina de sus amores. ¡Felices

FELIPE PÉREZ 2U

los seres cuya habla es una melodía, y quc se alimen-tan con el ámbar de las rosas!

Una vez en la callc, nos asaltó un pensamiento, queya nos había venido otra vez: visitar el cementerio delpadre Lachaise, que los poetas y los prosadores hanhecho más célebre que el cincel de los escultores fune-rarios y la opulencia de los que se entretienen con imi·tar la tumba de Mausoleo. Además, se sabe que allíreposan los restos de los grandes hombres del pueblofrancés, y las notabilidades atraen siempre con la fuer-za de la admiración.

Sin embargo, allí no se llora ni se suspira. Allí hablauno con los que lo acompañan, o medita sobre la his-toria, la poesía, las ciencias y las bellas artes ... Allí nose picnsa en la eternidad, sino en la gloria del que noes ya más y cuyo renombre talvez se codicia ...

He ahí por qué un monumento de esos no es unaurna cineraria, ni un trofeo del alma, sino el altar le-vantado al genio, junto al cual el corazón duerme, pe-ro el cerebro arde y reverbera.

Como es de suponerse, en París hay muchos cernen·terios. La ciudad de los vivos ha tenido que construirotra ciudad para los mucrtos, donde éstos no reposanagrupados por familias, sino aislados e indiferentes,como peregrinos detenidos en medio de ese desierto demisterios que se llama vida. El más viejo de estos ce-menterios es el de Montmartre, poblado de tumbas decelebridades antiguas.

El cementerio del Monteparnaso no data sino de1824, y forma como un barrio de la gran necrópolis deParís. Cuando nosotros fuimos a él, no lo hicimos poruna simple curiosidad. ¡No!; ¡allí descansan personasde nuestra familia: un joven y una niña; y fuimos abuscar sus tumbas para regarlas con las lágrimas del

EPISODIOS DE UN VIAJE

amor y las flores del recuerdo! ¡Que la tierra sea ligera,a estos dos seres queridos, que los caprichos de la suer-te arrancaron para siempre del suelo natal, y cuyas.cenizas no se amasarán con el polvo de sus abuelos!

Allí tropezamos también, sin buscarlas, con la tum-ba de Moreau, en torno de la cual los céfiros de la no-che repercuten sus cantos, en otro tiempo vibracionesde su alma, hoy eco funeral de aquel banquete de lapaz; y con la de Dumont d'Urville, que después dehaber desafiado todos los climas y cruzado el mundo,.halló la muerte, cerca de Versalles, en un accidenteocurrido en un camino de hierro. Las tempestades.lo habían respetado, pero no lo respetó la desgracia.

El cementerio de Picpus no es público ya; pero aél van unidos gran número de recuerdos históricos,.por haber servido de osario a varias de las víctimas dela revolución de 1793, esa revolución que llenó de luzal mundo y de sangre a París. En cuanto al cementeriO'de los Inocentes, demolido desde 1784, se puede decirque él fue reemplazado por las Catacumbas, antiguas-canteras de donde se sacó la piedra con que se constru-·yó el París viejo. Estas Catacumbas forman una ciudadinterior o subterránea, con sus calles y sus plazas co-mo la ciudad exterior, pero sólo poblada con los crá··neos y los esqueletos que la Municipalidad hizo trans-portar allí desde el cementerio de los Inocentes. ¡Quédesorden de huesos, ¡qué de galerías lúgubres, ador-nadas con blancas y corroídas calaveras, cuya muecaimperturbable y sombría es un sarcasmo del mundo!¡Qué sitio, en fin, propio sólo para producir arrepen-tidos y escépticos, y hasta el cual bajan el parisiense yel viajero en busca de un libro donde escribir su nom-bre, por un arranque de soberbia, como si semejanteespectáculo no fuese un aviso elocuente para su orgu-

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110, O como si los vivos fueran superiores a la leyinexorable de la muertel

¿O es que aquel libro no es sino el registro de losque deben venir a sustituir a aquellas cenizas profa-nadas?

Se puede escribir o cantar en un álbum delante delNiágara, que es una maravilla horrible y bella delmundo físico; pero allí sólo se debiera llorar, porqueallí se encuentra el hombre delante de la nada, o de-lante de los secretos del sepulcro, 1tal vez más terribleqüe la cólera de Diosl

Sucediéndose las generaciones a las generaciones.como las olas del mar, o como las aguas de un río, quepasan para jamás volver, es preciso que los padres en-cuentren dónde descansar cuando sus hijos vengan areemplazarlos en la caravana de la muerte. Entre lossalvajes, esta necesidad no es tan apremiante, porqueen el desierto hay campo para todo. El cuenco de unárbol tronchado por el huracán, la gruta que formanlas rocas, el césped blando donde pacen los corzos, oel bosque retirado donde ocultan los pájaros el fruto yla sencillez de sus amores, todo brinda un rincón don-de volverse a confundir con la masa inorgánica de latierra, O donde dormir, como Atala, el sueño de queno se despierta jamás.

La administración de los negocios fúnebres de Parístiene empleado un personal considerable y usa un trencostoso. Coches de luto hay más de 500, servidos por350 caballos, entre negros y blancos. Por regla general,los entierros pagados (los pobres no entran en la cuen-ta) alcanzan al día a 110, lo que hace un total anualde 40.15° personas muertas.

La conducción del cadáver del gran músico Meyer-beer, muerto recientemente en París, hasta la estación

EPISODIOS DE UN VIAJE

del camino de hierro del Este, costó 2.800 duros. Losgastos del entierro de la princesa Czartoriska, en laiglesia de San Luis, pasaron de 3.800. Un entierro enlos Inválidos, de grande espectáculo, ¡cuesta 16.000

duros! ¿Qué pensar de estos esfuerzos del orgullo hu-mano?, ¿qué de este manto de oro en que se envuelveun montón de gusanos?

¿No valdría más mandar encerrar sus restos en unamodesta caja de pino, y repartir esas riquezas entre lospobres? El canto llano de los frailes, los coches vacíosque siguen al cadáver, los blandones y los perfumes nocicatrizan ninguna herida social ni calman el dolor deningún deudo.

La eternidad es un palacio en donde el hombre {Jue-de presentarse muy bien con un simple sudario. ¿Dequé pueden servir las galas delante de Dios?

El cementerio de padre Lachaise está construído so-bre el área del antiguo convento del monte Luis, delcual ese padre, confesor de Luis XV, era el superior.Este cementerio de París, como lo observa Lehaguez.es el asilo necesario de todo lo que es rico, poderoso océlebre en la ciudad.

Su extensión es bastante considerable; y visto de le-jos con sus calles de árboles y las cúpulas salientes desus tumbas, parece una pequeña y hermosa ciudad, endonde, el que no sabe hacia qué punto camina, sueñaencontrar jardines y fuentes, alegría en los rostros, ybellezas amables. Mas, ¡ay! una vez hollado su recinto.se ve que la ciudad está triste y abandonada; que to-das sus casas están cerradas; que sus puertas son dehierro; que sus calles, que vienen y van en todas direc-ciones, están desiertas; que lo que parecía jardines, sonpalizadas negras que separan entre sí las tumbas de losniños; que allí, en lugar de flores, hay coronas marchi-

FELIPE PÉREZ

tas y medio podridas por las lluvias; que lo que pare·cía fuentes, son unas tumbas de mal gusto; que lo quese tomó por una persona es una virgen de mármol, ouna madre llorando sobre los restos de sus hijos; quela verdura gris de los pinos y su colocación monótona,lejos de alegrar, entristecen el conjunto; que faltan lasaves, y que todo parece revestido de un no sé qué tétri·ca que oprime el corazón y nos transporta lejos denosotros mismos y de los hombres.

La ciudad de los muertos domina la ciudad de losvivos, y con su silencio elocuente parece gritarla, parallamarla a la razón; mas París ríe y canta a sus piescomo una cortesana embriagada, y a cada nueva tum-ba, levanta ella un teatro; a cada eco lúgubre que leviene de la colina sagrada, suelta ella una risa; y alas oraciones de los que lloran en la eminencia, oponeella las locuras de los que se aturden en el valle!

¡Arriba los cuerpos en disolución; abajo las pasionesen efervescencia!

Cuando nosotros empezamos a trepar el monte Luis,el sol de invierno extendía sus rayos turbios y sin calorsobre él, como un haz de espigas sazonadas; y la escar-cha, extendida sobre sus pliegues y repliegues, seme·jaba un gran sudario tendido sobre él por los espíritusdel cielo, y del cual cada tumba hubiera tomado supedazo. Jam.ís la naturaleza habia tendido con másgracia y oportunidad un velo semejante sobre parajetan escogido. Era talvez aquel día un día de fiesta paralos cadáveres, y el cielo les había dado prestado unode sus velos para que se engalanasen.

Recordamos que nuestro cementerio de Bogotá,cuajado de flores durante el año y siempre mimadopor una mano solícita, antes que un osario, parece unrisueño vergel. Su golpe de vista es admirable, su bri-

226 EPISODIOS DE UN VIAJll.

sa embalsamada, imponente el aspecto de su capilla; y.como observaba uno de nuestros compañeros, profun-do y sentencioso en sus inscripciones. El padre La-cnaise no tiene, pues, conexión alguna con él: aquífalta el follaje, el césped y el espacio; no se ve una avepor ninguna parte, y las tumbas, cargadas las unas con-tr-a las otras y casi todas de piedra común, remedanmuy bien una ciudadela salvaje y en desorden, con ca-lles irregulares y con altibajos, en donde, a falta delechuzas y de cornejas, se ve de cuando en cuando atra-vesar el coche fúnebre, seguido de un escaso cortejo dedolientes.

Puede ser que. durante la primavera, el sol dé ale-gría y colores a este lugar, ahora triste y húmedo y sinotro aliento que el glacial del invierno.

Mas si falta al padre Lachaise la pompa de las galas.tiene en cambio la pompa de la historia: no se puededar un paso en él sin tropezar con la tumba de unacelebridad. Son como los viejos amigos del espírituque uno ha conocido en los libros, y que aquí tocacon las manos y ve con los ojos.

Lo que era un astro, una entidad, algo como un sue-ño, pasa a ser un polvo, una ceniza fría, y a veces tam-bién algo menos que uno mismo, ser desconocido;pues si nos fuera dado abrir esas tumbas para recono-cer aquellos grandes hombres, nos apartaríamos deellos con horror. ¡Tal es la miseria de la humanidad!

Allí no anima ni guía al extranjero otro sentimien-to que el dc la curiosidad. Ni un suspiro, ni una lágri-ma; el dolor está ausente, el corazón duerme.

Nosotros nos dctuvimos largo rato sobre la tumbade Eloísa y Abelardo, monumento gótico transportadoallí de la iglesia del Parácleto, y que empieza a des-truirse. El Parácleto fuc un convento construído por

}'ELIPE PÉRE.Z

los discípulos de Abe1ardo, del cual fue Eloísa abadesapor largo tiempo:

Hace ocho siglos que murieron estos dos célebresamantes, y, sin embargo, su tumba está revestida de co-ronas acabadas de poner sobre ella por manos descono-,<:idas.¿Qué es esto: un culto secreto, o un amor desgra-ciado que busca alivio en un dolor mayor?

Para nosotros, están bien allí los restos de Eloísa; ylo están, como mártir, como poetisa, como santa ...Todavía se siente el calor de su corazón al través de laspiedras, por cuyos poros parecen filtrar las lágrimas desus ojos. El viento, jugando en la cúpula medio des-truída de su tumba, remeda bien el eco de sus gritosdesolados. Pero Abelardo, el espíritu frío, el enamora-do de sí mismo, el filósofo conversador, el victimario,en fin, ¡no!, ¡jamás!

Enamorado incomprensible, no quería la gloriapara depositarla como un trofeo a los pies de su aman-te. No era el Taso ni el Petrarca: era sólo el ambiciosoque despedazaba el pecho de una mujer enamorada,en cambio de los aplausos de una multitud egoísta.

Había tenido corazón para seducir, pero no tenía<corazón para corresponder. .. Prefería sus discípulosa su esposa, cuando ella era el genio y la pasión, y ellosno eran sino la novedad y el sectarismo.

Dejó su cadáver a la que había retirado su cuerpo,y buscó la compañía de su amante cuando ya no podíallevar a ésta su alma ni la poesía de su voz ... Espiri-tualista de un género especial, no comprendió el ma-trimonio de los sentimientos ni los vínculos de Platón,pues desde el momento en que Eloísa no pudo ser paraél una hembra, la alejó de sí, y sopló sobre la hoguerade su amor con el hielo de la indiferencia!

¿Por qué se han recogido los restos de este hombre

EPISODIOS DE UN VIAJE

y por qué se conservan como una reliquia? ¿Es en sucalidad de amante, o en su calidad de filósofo? Comoamante, no merece sino el desprecio de las almas sen-sibles y generosas. Como filósofo, hay muchos otrosque valen más que él y el fin de los cuales se ignora.Nosotros hemos dicho en otra parte que el hombreno es el estilo, como ha dicho Buffon, sino el carácter.Es por eso por lo que no encontramos estimable a Abe-lardo, mitad beato, mitad escéptico, que aceptó unasituación degradada, e hizo de santo después de haberhecho de seductor. Milton vale mucho más que él co-mo cantor, y sin embargo ¡no se grabó ni aun su nom-bre sobre su lápida!

Empero, ¡paz a su memorial, pues si descansa aúnjunto a la bella Eloísa, tal vez no es por él sino porella, que lo amó con una constancia extraña a su raza,y con una unción inmerecida que la hacía llamarlo¡mi único desp.ués de Jesucristo!

Tropezamos también con las tumbas de La Fon-taine, de Moliére, de Béranger, de Balzac y de Federi·ca Soulié, cuyos talentos literarios han formado épocaen Francia. Nosotros gustamos mucho de los escritosde Balzac, que algunos de sus compatriotas encuentranun poco exagerados. Sea de esto lo que fuere, lo ciertoes que el delicado novelista tiene más reputación fuerade su país que en su país mismo. El extranjero es siem-pre más justo, porque no es émulo ni es envidioso.Más tarde se cambiará de opinión en Francia, y mayor-mente si la literatura continúa en la decadencia enque se encuentra hoy. El teatro ha sido invadido porlos calambures y los golpes mágicos de bastidores; lasnovelas sólo saben deificar a las mujeres públicas; lasprimas donas y las bailarinas de ópera dan el tema, ylo pagan; la despreocupación en los hechos y en las

FELIPE Pf:REZ

palabras es el secreto de la escena; los folletines exigenmemorias ad hoc sobre las guerras de Crimea, de Chi-na y de México, y todo va, a este respecto, como es deesperarse en un país en donde Víctor Hugo está pros-crito del territorio, y Lamartine de los salones depalacio ...

Vimos también el sepulcro de Bernardino de Saint-Pierre, llamado el Teócrito francés, a quien el idiliode Pablo y Virginia, creación típica de dos niños ena-morados, le dio una celebridad que no le fue dado sos-tener.

En el padre Lachaise duermen también Bellini yWeber, esas maravillas de la música, cuyas melodías,aunque de otro orden, serán eternas como las de Ho-mero y las del Dante.

Delante del sepulcro del mariscal Ney estuvimosparados largo rato, como delante del valor y de la fi-delidad militar. Nuestra cabeza hervía con el recuerdode todas las glorias del primer imperio napoleónico,cuando los hombres de Francia eran verdaderamentegrandes, y la caricatura estaba desterrada de las Tu-Herías.

Las balas de los ingleses, o, mejor dicho, las balas detoda la Europa (la Inglaterra no era más que el mam-puesto), habían respetado en Waterloo, el pecho deNey --que quería morir ese día como un verdaderomariscal de Francia-, para ser después fusilado oscu-ramente como un desertor contumaz. ¿Qué quería larestauración que hiciese Ney?, ¿aprehender y acuchi-llar a su antiguo compañero de armas, a su jefe? ..¿Cómo desnudar su espada delante del hombre quehabía oscurecido los laureles de César y de Alejandro?¿Había él militado veinte años bajo Napoleón, parano sonreír a la vista del caballo blanco y de la levita

}.PISODIOS DE UN VIAJE

gris? Para Ney, Napoleón era la patria, el deber, elamor y la gloria; en esos momentos no había en Fran-cia otros traidores que los que no habían estado enMarengo, en Austerlitz y en lena, y los que abrían laspuertas de la patria a los extranjeros. Si todos los ma-riscales de Francia hubieran seguido, en tiempo, laconducta del bravo de los bravos, los aliados no se ha-brían paseado con insolencia en las calles de París, yaque los parisienses, más habladores pero menos prácti-cos que los rusos, no supieron entregar a las llamas sucapital, siguiendo el noble ejemplo del patriotismo ydel justo orgullo.

El día, arrepentido de su hermosura, volvió a en-turbiarse, el frío se hizo más penetrante, y la lluviaempezó a caer en grandes gotas: fuénos pues precisoapartarnos de aquel lugar de descanso, donde no que-da, de los hombres cuyos nombres llenan el mundo,más que un montón de huesos sin calor, cubiertos porunas cuantas losas de mármol!

Allí, más que en otra parte, nos convencimos de lacerteza de una idea que teníamos de tiempo atrás, asaber: que la tumba es la única puerta de la inmorta-lidad, de la inmortalidad en Dios y de la inmortalidaden los hombres.

La primera se alcanza con la fe, la segunda con elmérito.

Los hombres no son justos con el genio sino cuan-do vuelven del cementerio, de inhumar los restos delos personajes célebres. Sobre la tumba no prevaleceningún odio, ninguna envidia, ninguna emulación ..•Todo interés mundano, toda injusticia, se estrellanen sus muros, como las olas enfurecidas del mar contralas rocas. De ahí la justicia de la posteridad. Homero,Milton, Cristóbal Colón, no entraron en el gremio de

:J<'ELIl'E P~:REZ

los grandes hombres sino después de su muerte. Hoyno se conserva la apoteosis sino para los cadáveres ...iSe laurea y corona al polvo, y se pisa y se desdeña a

'ese mismo polvo cuando vive, siente, palpita y es aún!¿Provendrá esto del querer de Dios, o de las pasio-

nes de los hombres?Sin embargo, preciso es hacer aquí una excepción

respecto de los militares llamados héroes o grandescapitanes, pues a éstos sí se les dispensan los honoresde la gloria durante su vida; y si caen, como César,bajo el puñal de los asesinos, es sólo para ser levanta-

,dos lueg'o, como César también, al pináculo de la ad-miración humana.

** *

Otro de los monumentos de París que llama bastan-te la atención del viajero, por sus conexiones históri-cas, es el Panteón.

En su origen, el Panteón no fue otra cosa sino laiglesia de Santa Genoveva, llamada la patrona deParís, nombre que perdió a fines del siglo próximopasado por voluntad de la Convención, la cual mandóponer en su fachada la inscripción siguiente:

"A los grandes hombres, la Patria agradecida."En 1822, cuando ya no quedaba de la revolución de

1793 sino la memoria; cuando la idea republicana sehabía extinguido en el cadalso con los girondinos, y laidea de las glorias y del orgullo francés acababa demorir con Napoleón en el peñasco de Santa Elena; enfin, en 1822, cuando ya reinaban en Francia otroshombres distintos de los apóstoles de la libertad uni-versal, y se inauguraba el régimen reaccionario cono-cido con el nombre de Restauración, se mandó que

EPISODIOS DE UN VL~JE

fuera borrada del Panteón la divisa profana, y quefuera sustituída con ésta, trazada en caracteres latinos:

"A Dios, muy bueno, muy grande, bajo la invoca-ción de Santa Genoveva. Dedicado por Luis XV; res-tituído al culto por Luis XVIII."

Pero cayeron nuevamente en Francia las antiguasdinastías al golpe popular de la revolución, y el Pan-teón volvió a asumir su carácter primero.

Traicionada la revolución de julio, o cubierta, co-mo la de 93, con el manto del despotismo, el edificio,sin perder su restablecida inscripción profana, ha sidodevuelto al culto romano; por lo que hoy se dice misay se predica sobre los huesos de Voltaire y de Rousseau,colocados en las entrailas del templo como las piedrasmismas de su base; esto es, sobre las tumbas de los dos.hombres que, después de Calvino y de Lutero, hansido el blanco más constante y más perseguido de loscatólicos.

¿Por qué será que la lógica falta por todas partes enlas cosas de los hombres?

Las cenizas de aquellos filósofos del siglo XVIII es-taban bien colocadas en el cimiento de un templo le-vantado al libre examen y a las glorias mundanas;pero desde el momento en que no fue así, esas cenizashan debido ser trasladadas a otra parte.

¿Qué es esto?, ¿descuido o ironía?Las guías de París reputan al Panteón como el me·

jor monumento de la ciudad, legado por el siglo XVIII.

He aquí algunos detalles, copiados de esas· mismasguías. "La fachada de David es una de las más bellaspáginas de la escultura. Representa a la Patria distri-buyendo palmas a los grandes hombres, entre los cua·les se reconoce a Ma1esherbes, a Mirabeau, a Monge,.a Fénélon, a Manuel, a Carnot, a Berthollet, a La-

place, a David, a Cuvier, a Lafayette, a Voltaire, aRousseau, a Bichat expirando, y a Napoleón 1 en ca-lidad de general de los ejércitos de Egipto y de Italia.

"El Panteón tiene de largo 110 metros; la altura deldomo alcanza a 83 con 11 centímetros; el ancho es de82 metros.

"Cerca de la entrada se encuentra un grupo deMaindron. Este grupo, que es de mármol blanco y quese compone de dos figuras más grandes que el natural,representa a Santa Genoveva y a Atila. El artista haescogido el momento en que la virgen detiene al reyde los Hunos en su marcha sobre París. Santa Genove-va, de rodillas, mira al cielo; Atila de pie, la cabezaabatida, vuelve la espada al forro. La heroína, con unamano pone la imagen de Cristo bajo los ojos del bár-baro, y con la otra parece ayudarle a guardar el acero.Se reconoce el origen patricio de Genoveva en su ves-tido talar: ella lleva además pendiente del cuello lamedalla que le dio San Germán. Atila está cubiertocon el casco húnico, y sobre las espaldas lleva una pielde león, que cubre su vasta coraza. El autor ha perso-nificado el Cristianismo en la noble figura de la pa-trona de París subyugando a la Idolatría bajo la formadel rey feroz.

"Debajo de la iglesia se encuentran los subterráneosdestinados a guardar las tumbas de los grandes hom-bres con que se honra el país. Se notan allí las deSoufflot, arquitecto del Panteón, y las de Bougainvi-He, de Lagrange, de Voltaire y de Rousseau.

"El interior del Panteón corresponde a la majestaddel exterior. El conjunto del domo comprende tres cú-pulas, la segunda de las cuales está pintada al frescopor Grot, y representa la apoteosis de Santa Genoveva.Los más célebres reyes de Francia figuran allí, con

EpI SOPlOS DE UN VIAJE

. Luis XVI y Luis XVIII. La figura de Clovis es muynotable."

Dejando a un lado el hecho de Santa Genoveva, quede simple pastora vino a ser santa y patrona de París;y creyendo en que tuvo más poder ella sola que los dos.reyes y el general romano que batieron a Atila en elcampo de Chalons, arrojando el resto de sus tropassobre Italia, hablemos un poco de Voltaire y de Rous-seau, y veamos, exentos de toda parcialidad, si estosdos hombres son realmente lo que se cree en elmundo.

Una tumba es una buena compañía para meditar ypara formarse idea cabal de la historia de la humani-dad. Mas no se crea que el análisis que nos propone-mos hacer está fuera de lugar: es bueno, a veces, nodejarse arrastrar por la opinión de las multitudes, yademás, hay en la tumba de Rousseau una cosa que nopuede menos de llamar fuertemente la atención: esque uno de sus costados parece abrirse y dar paso auna mano que sostiene una antorcha en guisa dealumbrar el mundo. Confieso que la alegoría me pare-ció demasiado fuerte. Rousseau era ciertamente unescritor donoso, ¿pero habrá un peor carácter y unafilosofía más extraviada que la suya? Su Contrato so-cial no merece hoy más celebridad que la de un sueñopolítico un poco atrevido para la época y para el paísen donde fue escrito, y nada más.

Como prosador, talvez Rousseau no tenga rival enFrancia, no obstante que Fénélon le sobrepasa en dul·zura, Chateaubriand en magnificencia, y Lamartine engiros y erudición; mas su prosa es como los arrebolesdel cielo, cuyo fondo es sólo ilusión.

Voltaire le era superior en virilidad y en conocí-

FELIPE PÉREZ

mientas ... VoItaire era incrédulo a fuerza de talento;sincero al primero de estos dos escritores.Rousseau lo era a fuerza de paradojas. Yo creo má~

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El hotel de los Inválidos fue comenzado porLuis XIV en 1671 y terminado tres años después, conel objeto de que sirviera de retiro a los soldados muti-lados en los combates, como muy bien lo dice su nom-bre, y como lo explica la inscripción latina que se veen el pedestal de la estatua ecuestre de su fundador; asaber: "Luis el Grande, en su real munificencia, hafundado este hotel para asegurar, para siempre, lasuerte de los viejos soldados"

La fachada de los Inválidos tiene 133 ventanas, y sucúpula es una de las más hermosas de la ciudad.

La iglesia de este viejo edificio es notable, desde elpunto de vista profano, por el gran número de ban-deras cogidas a los enemigos del imperio sobre los cam-pos de batalla (los pueblos conquistadores, como laFrancia, llaman sus enemigos a los que defienden susderechos y sus hogares, como los han defendido últi-mamente los chinos, los mexicanos y los argentinos), ypor la tumba de Napoleón l. Esta tumba está construí-da a 6 metros debajo del nivel del sucIo, en el centrode un círculo de 22 metros de dIámetro. Es de granitorojo de Finlandia, y está adornada con doce estatuascolosales. animadas, por decirlo así, por el buril dePradier, llamado el último de los paganos, por la pre-ferencia que dio a los asuntos mitológicos. Sus talentosle dieron una silla en el Instituto francés.

En aquel lugar se veían también, hasta hace poco,la espada que el emperador llevaba el día de la batalla

EPISODIOS DE UN VIAJE

de Austerlitz, como el símbolo de su más grande hechode armas, y 70 banderas arrancadas de manos de losejércitos de Europa.

La estatua de Luis XIV, como sirviendo de centine-la en la espalda del templo, parece anunciar al héroey prepararle el trono. El uno es digno guardián delotro.

Yo no gusto de los reyes, y mucho menos de los reyesdéspotas como Luis XIV, porque los primeros no tie-nen razón de ser, y los segundos son dos veces el abuso;pero es la verdad que cuando los hombres tropiezanen la historia con un personaje de esta naturaleza, lafascinación de la gloria los hace tolerantes, llegandohasta aplaudir aquello mismo que no aceptan en elterrenos abstracto de la doctrina. Yo, que soy hombre.padezco de la misma debilidad.

Hay más, y es que la mezquindad de algunos reyeshace más grandes, y por consiguiente menos aborreci-bles, a los otros. ¿Qué fue Luis XIV? Un tirano, quecuando decía "el Estado soy yo", no quería decir yosoy la Francia) sino yo soy la LEY, el PODER, la VOLUN-

TAD POLÍTICA.

Como hombre privado, Luis XIV fue un disoluto.que abusó de su esplendor y de su hermosura, queacabó por meterse a fanático, y firmó la revocación deledicto de Nantes en el regazo de sus concubinas. Rela-jación de costumbres y piedad católica muy propiasde un monarca español, pero inexplicables en un reydel temple de su alma y en un hijo de Ana de Austria.

Sin embargo, Luis XIV mereció en vida el título degrande; y es lo cierto que bajo su reinado brillaron en:Francia las letras, las artes y las armas -diosas, las dosprimeras, de la civilización, némesis de las pasiones latercera-o En torno de Luis XIV, como los astros alre-

FELIPE P tREZ

dedor del sol, brillaron Con dé, Turena, Catinat yDuguay-Trouin; Colbert, adivinado por Mazarino, yque enriqueció la Francia; y Corneille, Racine, Mo-lii~re, La Fontaine, Boileau, Bossuet y Fenelón, todauna pléyade de literatos, a quienes han podido igua-lar apenas, en la posteridad, Chatcaubriand, Rousseau,Víctor Hugo y Lamartine, y de los cualos muchos hanquedado sin rival en el circuito francés.

Con envidia y sin grandeza propia, no se puede con-tribuir al desarrollo y al lustre del genio. Porque noconoció la una y tuvo la otra, Luis XIV llenó la Fran-cia de hombres grandes. De otro modo, no habría teni-do a Voltaire por historiador, ni su siglo sería llamadoel siglo de Luis XIV.

Luis XIII antes, y Luis XV después, son como dospuntos minúsculos de comparación, que la fortuna hacolocado a la derecha y a la izquierda de Luis XIVpara hacer resaltar su grandeza. Mas, a pesar de todoesto, falta saber si sin su amor a la guera, y sin su pre-ferencia y galantería con las mujeres, Luis XIV ten-dría la mitad de la fama que tiene. La sangre humanaderramada a torrentes sobre el campo de batalla, enlugar de asemejar los hombres a los lobos, los hacemagníficos y los rodea de una aureola deslumbradora.¿Qué vértigo, qué maldición es ésta?

En Francia no se habla sino de César como procón-sul romano, de Carlomagno, de Enrique IV, deLuis XIV y de Napoleón. Los demás reyes duermenen el lecho ignorado del olvido.

La Inglaterra no parece tener historia cuando se sa-le de los períodos de Cromwell y de Nelson.

La España, después del Cid, no ha parecido vivirsino en tiempo de Carlos V, de Cortés y de Pizarra.

EPISODIOS DE UN VIAJE

La espada de Federico II es lo único que hace vol-ver los ojos, de cuando en cuando, hacia Prusia.

Todo lo que no sea matanza, o la destrucción delhombre por el hombre, no hace ruido en el mundo,no conquista fama inmediata, no hace enloquecer deadmiración.

Viene Colón al mundo, viene Guttemberg, vieneFulton, y nadie les hace caso durante su vida. CantaHomero, y no hay en su misma patria quien arrojeun óbolo a la mochila del bardo mendigo. Ofrece Mil-ton en venta el Paraíso perdido -dictado en su vejez asus hijas inocentes y bellas, desde el fondo de la eternanoche en que lo habían sumido sus males-, IY no hayquien le dé por él más de cinco libras esterlinasl Perosi se levanta una espada ávida de sangre en cualquierrincón del mundo, y la vierte y no se sacia, todas lasmanos tiemblan y aplauden, y gime el arpa en las ma-nos del poeta, y cruje el mármol al golpe del cincel, yse encumbra el bronce, y resuena por dondequiera elhosana de la admiración!

¡No parece sino que la humanidad se compusiera decobardes!

He ahí las tristes ideas que me asaltaron a la vistade la estatua de Luis XIV, que está en la entrada delos Inválidos. Esas mismas me habían resbalado len-tamente por el cerebro al acercarme, en Londres, a latumba de ese monstruo de los mares llamado HoradoNelson.

¿Qué hizo ese hombre?Teñir de sangre el océano, y destruir dos veces las

escuadras francesas: una en Aboukir, y otra en Tra-falgar; allí abaleando unos buques inmóviles, acá des-pedazando una marina abandonada por un aliadocobarde. Antes de eso, Nelson había asesinado a Nápo-

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les por contentar a una querida salida de la hez delvicio. Sin embargo, la Inglaterra vio, en vida de Nel-son, un dios en él, y en su muerte la reliquia de todassus glorias. Nelson es más grande que Guillermo elConquistador y que todos los buenos reyes ingleses.¿Por qué? Porque la púrpura de la sangre es más gran-diosa, a los ojos del vulgo, que la púrpura renombradade Tiro!

En estricta moral, Nelson no era hombre honrado.Repudió a su mujer sin causa para ello; traicionó laregia hospitalidad de lord Hamilton; se postró a lospies de una prostituta, a la que regalaba cabezas dehombres en lugar de flores (obsequio digno de dos cri-minales enamorados); y los más grandes hechos de suvida van acompañados de horrores y de destrucción.¡Sin embargo, su gloria será inmarcesiblel Albión seenorgullece con su nombre, y la Francia tiembla derencor a su sola memoria, como a la sola memoria deWellington, ese poste fijado por Dios en la mitad delcamino de Napoleón, para que éste se estrellara con-tra él en el crepúsculo de \Vaterloo, como se estrella eláguila, en la noche, contra el pico saliente de una rocaen el mar.

Inclinado largo rato sobre el pasamanos que rodeala tumba de Napoleón, no sabía qué pensar ni enqué creerl Ninguna historia más interesante que lasuya; ningún brazo más poderoso, ninguna cabezamás privilegiada ... Todo se lo había debido en elmundo a sí mismo. Había jugado con los reinos deEuropa, como un charlatán con las bolas mágicas ...Había caído como los dioses del Olimpo, y de la poe-sía de las batallas había pasado a la poesía de la sole-dad en el infinito, como el alción que, rotas sus alaspor la tempestad, expira en la playa mirando con des-

EpISODIOS DE UN VIAJE

dén el océano y sonriendo al sol, cuyo disco le ofrece-un trono en el espacio.

El hombre que lo había sido todo en la tierra, yano era nada sobre ella.

¿Qué .idea debe producir lógicamente la vista deuna tumba como la de Napoleón, aparte de la idea dela gloria mundanal?

¿Por qué la obra dura más que el artífice?¿Por qué el pensamiento del hombre se hace eterno,

y el cerebro de ese mismo hombre, crisol de ese pensa-miento, se rompe, se pulveriza, desaparece?

¿Por qué Cicerón vive en sus arengas, Fidias en susmármoles, Murillo en sus vírgenes, San Vicente dePaúl en su piedad, y no se encuentra ya un átomo desus cuerpos ni una chispa de la luz de sus espíritus?

¿Es la tierra un volcán que debe devorarlo todo?¿Es la eternidad una quimera, una fantasía religio-

sa, o un sueño del orgullo humano?¿Es la muerte el principio de la verdadera vida, o el

non plus ultra del hombre?¿Cabe igual destino posterior, o no cabe ninguno, al

cenobita que pasa los días y las noches al pie de laCruz, exhalando su alma en oraciones al Señor, y albrigán que mata y roba en los caminos públicos?

¿Tocará la misma palma a Mesalina y a la virgenvestida de blanco que ofrenda la pureza de su corazóna Dios?

¿Se extinguirá del mismo modo Píndaro que el ca-brero que se embrutece con su manada?

¿Este Napoleón, ayer rey, ayer vencedor, ayer Jlípi-ter de los tronos, no es hoy nada? .. Sus legiones sehan extinguido como él? ¿Su cetro no es ya sino unacuriosidad de museo?

¡Sí!, yo quisiera saber todo esto; quisiera saber si

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hoy no es más que un pedazo de tierra en el mundo, ynada ante Dios; o si existe más allá de la atmósfera denuestro planeta, y si fue recibido en el dintel de laeternidad por los manes del duque de Enghien!

¿Quién desatará este nudo de las dudas y de los mis-terios eternos? ¿Quién derramará, creándola, la luzsobre estas sombras al parecer impenetrables?. El hombre, que juega hoy con el fuego, la tierra y el

océano; el hombre, que ha suprimido las distanciascon los ferrocarriles, y hecho viajar la palabra por so--bre los alambres de los telégrafos, suspendidos ora enlos aires, recostados ora en el lecho profundo de lasaguas; el hombre, en fin, que modifica, cambia y tras-forma la naturaleza primitiva creada por Dios, y queamaga trepar hasta el sol y dar alcance a los cometasen el espacio; el hombre, digo, ¿permanecerá pasmado,ignorante y estúpido delante de la tumba?

Cierto es que la fe da la conformidad, pero tambiénlo es que pone la mano delante de los ojos, y dicentraspasa montañas. La fe cree, pero no investiga, nideja investigar. Opuesta a ella, la filosofía, semejanteal escalpelo del materialista, no se detiene delante denada; pero, en más de seis mil años de estudio pe-renne, no ha avanzado ni un punto en sus trabajos,perdida las más de las veces en un círculo vicioso, odespeñada en el absurdo y en la incredulidad.

Creer no es saber; dudar no es filosofar. ¿Qué hacerentonces? jInclinar la cabeza, y reconocer en los mis-terios impenetrables de la tumba una ley soberana delsoberano Creadorl La fe, al menos, es un bálsamo parael alma; la negación es sólo la tortura de los demonios.

¿Era Napoleón un hombre como todos los otros, o

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EPISODIOS DE U:\ VIAJE

un hombre privilegiado; providencial agente de Diossobre la tierra?

La segunda parte de esta pregunta tiene para mítodo el ridículo de la impiedad; mas es lo cierto quela especie empieza a perfeccionarse, a ganar terreno, yque hoy mismo un emperador-literato la lanza audaz-mente al público en su prólogo de la Vida de César.

Quiere decir que volvemos a los tiempos bíblicos ydel pueblo escogido de Dios, y que éste sigue nombran-do generales y ungiendo reyes. Quiere decir que lahumanidad necesita, de cuando en cuando, de envia-dos celestes, para poner cierto orden en sus negociospolíticos.

La idea no deja de ser curiosa, aunque falta de no-vedad.

Mas ¿cómo alía el emperador cristianísimo, el em-perador que se ha impuesto la obligación de servir decancerbero al Papa durante los últimos quince años,el hecho de la misión providencial de su glorioso tío,y el hecho escandaloso de los ultrajes irrogados a esemismo Papa por Napoleón I?

¿Es que el Señor necesita de los militares para hacerentrar en su deber a los sacerdotes, sin exceptuar a losllamados sucesores de San Pedro?

¿Cómo armonizar los errores evidentes, las pasionesdesbordadas, las injusticias y el orgullo de Napoleón,con su carácter divino de delegado celestial?

¿Qué pensar de un Dios de paz, de un pastor dulcí-simo que echa mano de los sableadores para ponerorden en su rebaño, y que emplea la boca del cañón,más bien que la boca del apóstol, para hablar a loshombres?

¿Cómo creer en esos grandes verdugos providencia-

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les que degüellan los pueblos por millares en esos caedalsbs de horror que se llaman los campos de batalla?

Y, después de todo, ¿dónde está el fruto de esas mi-siones de exterminio? ¿Será que el mundo, que laFrancia misma es hoy mejor, a los ojos del Señor, delo que era antes del nacimiento de Napoleón? ¿Hayhoy en ella más virtud y más bondad que en tiempo delos Capetas?

¿Por qué cada pueblo del mundo no ha tenido a suvez su Napoleón regenerador y divinal?

¿Ü es que los abusos del elegido, y la nulidad de suéxito, han quitado al Señor las ganas de mandar otros?

Estas mismas reflexiones, aplicadas en cualquieraépoca a cualquier hombre grande de la historia, bas-tan por sí solas para anular sus pretensiones divinas.Bastante es ya el soportarlos, por aquello que dice elgran poeta inglés, a saber: "que si las cosas se llama-ran en el mundo con sus propios nombres, César ten-dr.ía vergüenza de su gloria." No agreguemos pues lablasfemia al orgullo humano, ni sus fascinaciones conla fortuna de los hombres.

Napoleón, como muchos héroes de la antigüedad,no es más que el hijo del acaso y el favorito de lasuerte.

Se le puede perdonar a Alejandro que no se hicieseapellidar hijo de Júpiter (la fábula se presta bien aesas cosas); pero es de todo punto imposible reconoceren Napoleón un hijo del Cielo.

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En cuanto al monumento que guarda las cenizas delgrande hombre, es en todo y por todo digno de él: porsu austeridad, por su grandeza, y por la regia hermosu-

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ra de sus detalles. En nuestro concepto, vale máS-quelas renombradas pirámides de los egipcios, supuestossepulcros de antiguos reyes. Sólo hay extraño en él, lasbanderas que adornan los dos costados de la iglesia,como enfilando el altar central. Esas banderas, repre-sentantes de esas grandes hecatombes de las pasionesque se llaman batallas, están mal en la casa de Dios.

¿Qué quieren decir esos símbolos de sangre y des-trucción sobre el ara de la paz? Aquel no es un templolevantado a Marte, ni mucho menos un santuario gro-tesco en tierra de salvajes.

La piedad cristiana debía quitar aquellas insigniasde allí, para transportarlas a un museo cualquiera. ANapoleón le basta, para lo que es el mundo, esa aureo-la de fuego que rodea su sepulcro, y que las artes hantrazado, en vistoso mosaico, con los nombres de lasPirámides, Marengo, Austerlitz, Jena, Moscou, etc.

No lejos de la tumba de Napoleón se ve la del bravoy fiel granadero Bertrand, como si el destino de aquelnoble soldado hubiera sido acompañar a su jefe en lavida y en la muerte, con la persistencia de los grandesafectos.

FIN.