Sueños de un paseante solitario - Rousseau Jean Jacques

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    PRIMER PASEO

    Heme aqu, pues, solo en la tierra, sin ms hermano, prjimo, amigo ni sociedad que yomismo. El ms sociable y el ms amante de los humanos ha sido proscrito de ella por u nacuerdo unnime. Han buscado en los refinamientos de su odio qu tormento poda serle mscruel a mi alma sensible y han roto violentamente todos los lazos que me ligaban a ellos.Habra amado a los hombres a pesar de ellos mismos. Helos ah, pues, extraos, des-conocidos, nulos, en una palabra, para m pues que lo han querido. Pero yo, desligado deellos y de todo, qu soy yo mismo? Ve aqu lo que me queda por buscar. Desgraciadamente,tal bsqueda debe ir precedida de un intuito a mi posicin. Es sta una idea por la quenecesariamente ha de pasar para llegar de ellos a m.

    De quince y ms aos ac, que estoy en esta extraa posicin an me parece un sueo.Siempre imagino que me atormenta una indigestin, que duermo con mal sueo y que voy adespertarme bien aliviado de mi dolor encontrndome de nuevo con mis amigos. S, sin duda,debo de haber dado un salto de la vigilia al sueo, o ms bien de la vida a la muerte, sindarme cuenta. Sacado no s cmo del orden de las cosas, me he visto precipitado en un caosincomprensible donde nada percibo; y cuanto ms pienso en mi situacin presente menospuedo comprender dnde estoy.

    Ah! Cmo hubiera podido prever el destino que me esperaba? Cmo concebirlo anhoy que estoy entregado a l? Poda suponer en mi sensatez que un da yo, el mismo hombreque era, el mismo que soy todava, pasara, sera tomado sin la menor duda por un monstruo,por un emponzoador, por un asesino, que me convertira en el horror de la raza humana, enel juguete de la chusma, que los viandantes escupiran sobre m por todo saludo, que una

    generacin entera se entretendra por un acuerdo unnime en enterrarme vivo? Cuando seoper esta extraa revolucin, cogido de sorpresa, al principio me trastorn. Mis agitaciones,mi indignacin me sumieron en un delirio que no tuvo bastante con diez aos para calmarse,y en este disparate, he ido suministrando a los rectores de mi destino otros tantosinstrumentos con mis imprudencias que ellos han empleado con habilidad para fijarloirremisiblemente.

    Durante largo tiempo me he batido tan violenta como intilmente. Sin pericia, sin arte, sindisimulo, sin prudencia, franco, abierto, impaciente, arrebatado, no he hecho batindome sinoenvolverme ms y darles incesantemente nuevos asideros que se han cuidado mucho dedespreciar. Sintiendo que todos mis esfuerzos eran intiles y que estaba atormentndome paranada, he tomado la nica decisin que me quedaba por tomar, la de someterme a mi destino

    sin forcejear ms contra la necesidad. En esta resignacin he hallado el resarcimiento a todosmis males por la tranquilidad que me procura y que no poda combinarse con el trabajocontinuo de una resistencia tan penosa como infructfera.

    Otra cosa ha contribuido a esta tranquilidad. De todos los refinamientos de su odio misperseguidores han omitido uno que su animosidad les ha hecho olvidar; y ha sido el degraduar sus efectos tan bien que les permitiera mantener y renovar mis sufrimientos sin cesarproducindome siempre algn nuevo perjuicio. Si hubieran tenido la pericia de dejarme unrayo de esperanza, an me tendran sujeto por ah. Incluso podran hacer de m su juguetemediante un falso seuelo y lacerarme a continuacin con un tormento siempre nuevo por midecepcionada espera. Pero han agotado de antemano todos sus recursos; al no dejarme nada,se han quitado todo a ellos mismos. La difamacin, la degradacin, la derrisin, el oprobio de

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    que me han cubierto no son ms susceptibles de aumento que de disminucin; somos porigual incapaces, ellos para agravarlos y yo para evitrmelos. Tanto se han apresurado paracolmar la medida de mi miseria que ni todo el poder humano, asistido de todas las astuciasdel infierno, podra aadir nada ms. El mismsimo dolor fsico distraera mis penas en vez deaumentarlas. Puede que al arrancarme gritos, me ahorrara gemidos, y los desgarros de mi

    cuerpo suspenderan los de mi corazn.Qu ms he de temer de ellos si todo est consumado? al no poder ya empeorar miestado, no podrn inspirarme ya alarma. Son la inquietud y el espanto males de los que mehan librado para siempre; nunca deja de ser un alivio. Poco me hacen los males reales; admitofcilmente los que padezco, pero no los que temo. Mi imaginacin espantadiza los combina,los resuelve, los dilata y los aumenta. Su acechanza me atormenta cien veces ms que supresencia, y el amago se me hace ms terrible que el golpe. Tan pronto como ocurren, alprivarles su acontecer de cuanto de imaginario tenan, les reduce a su justo valor. Losencuentro entonces mucho menores de como me los haba figurado, y no dejo, en medioincluso de mi sufrimiento, de sentirme aliviado. En tal estado, liberado de todo nuevo temor yde la inquietud de la espera, la mera costumbre bastar para hacerme ms soportable cada da

    una situacin que no puede empeorar con nada, y a medida que se embota el sentimiento porla duracin, van careciendo ya de medios para reanimarlo. Ve aqu el bien que me han hechomis perseguidores al agotar sin mesura las trazas de su animosidad. Se han privado de tododominio sobre m, y puedo en lo sucesivo burlarme de ellos.

    Una calma total se ha restablecido en mi corazn no hace an ni dos meses. Haca muchotiempo que ya no tema nada, p pero segua esperando, y esta esperanza, ora alimentada oratruncada, constitua una presa por la que mil pasiones diversas no cesaban de agitarme. Unacontecimiento tan triste como imprevisto acaba finalmente de borrar de mi corazn estedbil rayo de esperanza y me ha hecho contemplar mi destino fijado para siempre y sinremisin aqu abajo. Desde entonces me he resignado sin reserva y he encontrado la paz.

    En cuanto he comenzado a entrever la trama en toda su extensin, he perdido para siemprela idea de atraer en vida al pblico a mi lado; adems, no pudiendo ser recproco, en adelanteel acercamiento me sera sobremanera intil. Aunque los hombres volvieran a m, no meencontraran. Despus del desdn que me han inspirado, su comercio se me har inspido eincluso molesto, y soy cien veces ms dichoso en mi soledad de lo que pudiera serlo viviendocon ellos. Han arrancado de mi corazn todas las dulzuras de la sociedad. Ya no podrangerminar de nuevo a mi edad; es demasiado tarde. En lo sucesivo, me hagan bien o mal, todome es indiferente viniendo de ellos, y hagan lo que hagan, mis contemporneos nunca sernnada para m.

    Pero contaba an con el futuro y esperaba que una generacin superior desentraarafcilmente, al examinar mejor tanto los juicios de aqulla sobre m como su conducta para

    conmigo, la aagaza de quienes la rigen y me vera por fin tal como soy. Con esta esperanzahe escrito mis Dilogos, y ella me ha sugerido mil locas tentativas para hacerlos pasar a laposteridad. Aunque alejada, esta esperanza mantena mi alma en la misma agitacin quecuando an buscaba en el siglo un corazn justo, y por mucho que las lanzara lejos, misexpectativas me hacan igualmente juguete de los hombres de hoy. He dicho en mis Dilogosen qu basaba esta espera. Me equivocaba. Por ventura, lo he sentido lo bastante a tiempocomo para encontrar antes de mi ltima hora un intervalo de plena quietud y de reposoabsoluto. El intervalo comenz en la poca de que hablo y me cabe creer que ya no serinterrumpido.

    Transcurren pocos das hasta que nuevas reflexiones me confirman cun equivocadoestaba al pensar en un acercamiento del pblico, incluso en otra edad; pues que, en lo que a

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    m respecta, lo conducen guas que se renuevan sin cesar dentro de los estamentos que mehan tomado aversin. Los particulares mueren, pero no los cuerpos colectivos. Ah se vanperpetuando las mismas pasiones, y su ardiente odio, inmortal como el demonio que loinspira, tiene siempre la misma actividad. Cuando todos mis enemigos particulares hayanmuerto, los mdicos, los oratorianos vivirn an, y cuando ya no tenga ms que a estos dos

    cuerpos como perseguidores, debe estar seguro de que no dejarn ya en paz mi memoria trasmi muerte, como no dejan a mi persona en vida. Quiz con el paso del tiempo puedan losmdicos, a quienes realmente he ofendido, apaciguarse. Pero los oratorianos, a quienes yoamaba, a quienes estimaba, en quienes tena plena confianza y a quienes nunca ofend, losoratorianos, gentes de iglesia y medio monjes, sern por siempre implacables, su propiainiquidad constituye mi crimen, el que nunca me perdonar su amor propio, y el pblico,cuya animosidad cuidarn de reanimar y mantener incesantemente, no se apaciguar ms queellos.

    Todo ha acabado para m en la tierra. Ya no me pueden hacer ni bien ni mal. Ya no mequeda esperar ni temer nada en este mundo, y heme aqu, tranquilo en el fondo del abismo,pobre mortal infortunado, pero impasible como Dios mismo.

    Todo lo que me es exterior me es, desde ahora, extrao. En este mundo ya no tengo niprjimo, ni semejantes ni hermanos. En la tierra estoy como en un planeta extranjero al quehubiera cado desde el que habitaba. Si algo reconozco a mi alrededor, no son sino objetosafligentes y desgarrantes para mi corazn y no puedo mirar lo que me afecta y me rodea sinencontrar siempre algn sujeto de desdn que me indigna o de dolor que me aflige. Alejemos,pues, de mi espritu todos los penosos objetos de que me ocupara tan dolorosa comovanamente. Solo para el resto de mi vida, pues que slo

    en m encuentro el consuelo, la esperanza y la paz, ni debo ni quiero ocuparme ya ms quede m. En tal estado reanud el examen severo y sincero de lo que otrora llam misConfesiones. Consagro mis ltimos das a estudiarme yo mismo y a preparar con antelacinlas cuentas que, no tardando, rendir. Librmonos por entero a la dulzura de conversar con mialma, pues que es lo nico que los hombres no pueden quitarme. Si a fuerza de reflexionarsobre mis disposiciones interiores logro ponerlas en un mejor orden y corregir el dao quepueda quedar, mis meditaciones no sern completamente baldas, y aunque ya no valga paranada aqu en la tierra, no habr perdido del todo mis ltimos das. Las distracciones de misdiarios paseos se han llenado a menudo de encantadoras contemplaciones cuyo recuerdo melastimo de haber perdido. Fijar por medio de la escritura las que an me vengan a la mente;gozar cada vez que las relea. Olvidar, pensando en el premio que hubiera merecido micorazn, mis desdichas, mis oprobios, a mis perseguidores.

    Estas hojas no sern propiamente ms que un informe diario de mis ensoaciones. Tratarmucho de m, porque un solitario que reflexiona se ocupa necesariamente mucho de s

    mismo. Adems, tendrn igualmente su sitio cuantas ideas extraas me pasen por la cabezamientras paseo. Dir lo que he pensado tal como se me ha ocurrido y con tan poca relacincomo la que por lo comn tienen las ideas de la vspera con las del da siguiente. Siempre,empero, saldr de ah un nuevo conocimiento de mi natural y de mis humores a travs de lossentimientos que, en el extrao estado en que me hallo, son pasto diario de mi espritu. Estashojas pueden considerarse, por lo tanto, como un apndice de mis Confesiones, mas no lesdoy ya ese ttulo, pues no creo decir nada en ellas que pueda merecerlo. Mi corazn se hapurificado en el crisol de la adversidad y apenas he encontrado en l, al sondearlo concuidado, resto alguno de inclinacin retrable. Qu habra de confesar an si le hanarrancado todos los afectos terrenales? No tengo ms de qu alabarme que de censurarme:desde ahora no soy nadie entre los hombres y es todo cuanto puede ser, pues carezco de

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    relacin real, de sociedad verdadera con ellos. No pudiendo hacer ya ningn bien que no setrueque en mal, no pudiendo ya actuar sin perjudicar a otro o a m mismo, abstenerme se haconvertido en mi nico deber y lo cumplo siempre que est en mi mano. Pero en estaholganza del cuerpo mi alma est an activa, produce an sentimientos, pensamientos, y suvida interna y moral parece haberse acrecentado con la muerte de todo inters terreno y

    temporal. Mi cuerpo ya no es para m sino una traba, un obstculo, y me libro de l siempreque puedo.Una situacin tan singular merece sin duda el ser examinada y descrita y a un tal examen

    consagro mi ltimo tiempo. Para hacerlo con xito, sera preciso proceder con orden ymtodo: pero soy incapaz de este trabajo e incluso me apartara de mi objetivo que es el dedarme cuenta de las modificaciones de mi alma y de sus sucesiones. En cierta medida, harsobre m las operaciones que hacen los Fsicos en el aire para conocer el estado del tiempo.Aplicar el barmetro a mi alma y, bien dirigidas y repetidas largamente, estas operacionesme suministrarn resultados tan seguros como los suyos. Mas no prolongo mi empresa hastaah. Me contentar con llevar el registro de las operaciones sin intentar reducirlas a sistema.Acometo la misma tarea de Montaigne, pero con un objeto completamente contrario al suyo:

    l no escribi sus Ensayos sino para los dems y yo no escribo mis ensoaciones sino param. Si en mis ms viejos das, en las proximidades de la partida, permanezco, como espero,en la misma disposicin en que estoy, su lectura me traer la dulzura que siento al escribirlasy, haciendo renacer de este modo para m el tiempo pasado, doblar por as decir miexistencia. A despecho de los hombres, podr gustar an del encanto de la sociedad y vivirdecrpito conmigo en otra edad como si viviera con un amigo menos anciano.

    Fui escribiendo mis primeras Confesiones y mis Dilogos con la preocupacin constantede ocultarlos a las manos rapaces de mis perseguidores para transmitir los, cuanto cupiera, aotras generaciones. La misma inquietud ya no me atormenta en este escrito, s que sera enbalde, y habindose apagado en mi corazn el deseo de ser mejor conocido por los hombres,no deja ms que una indiferencia profunda sobre la suerte de mis verdaderos escritos y de losmonumentos de mi inocencia, que quizs han sido ya aniquilados para siempre. Todo me daigual ya, tanto que espen lo que hago como que se inquieten por estas hojas o se apropien deellas o las supriman o las falsifiquen. Ni las escondo ni las enseo. Si me las quitan en vida,no me quitarn ni el placer de haberlas escrito, ni el recuerdo de su contenido ni lasmeditaciones de que son fruto y cuyo manantial no pude agotarse sino con mi alma. Si desdemis primeras calamidades hubiera sabido no resistirme a mi destino y tomar el partido quetomo hoy, todos los esfuerzos de los hombres, todas sus horrendas maquinaciones habrancarecido de efecto para m y no habran turbado ya mi reposo con todos sus ardides como nopueden turbarlo desde ahora con todos sus xitos; que disfruten de grado con mi oprobio, queno me impedirn gozar de mi inocencia y acabar mis das en paz a su despecho.

    SEGUNDO PASEO

    Al formar, pues, el proyecto de describir el estado habitual de mi alma en la posicin msextraa en la que pueda encontrarse nunca un mortal, no he visto manera ms simple y mssegura de ejecutar tal empresa que llevando un registro fiel de mis solitarios paseos y de lasensoaciones que los llenan cuando dejo enteramente libre mi mente y a mis ideas seguir sucurso sin resistencia ni escollo. Esas horas de soledad y de meditacin son las nicas de la

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    jornada en que soy plenamente yo y estoy conmigo sin distraimiento ni obstculo, y en quepuede decir realmente que soy lo que la naturaleza ha querido.

    Enseguida he echado de ver que haba tardado demasiado en ejecutar este proyecto. Miimaginacin, menos viva ahora, no se excita ya como antes con la contemplacin del objetoque la anima, me embriago menos con el delirio de la ensoacin; hay ms reminiscencia que

    creacin en lo que produce actualmente, una tibia languidez debilita todas mis facultades, elnimo vital se va apagando en m; mi alma slo con esfuerzo sale ya fuera de su caducoenvoltorio y, sin la esperanza del estado a que aspiro porque me siento en ese derecho, noexistira ms que a travs de los recuerdos. De manera que para contemplarme yo mismoantes de mi ocaso, debo remontarme por lo menos unos aos atrs en el tiempo en que, alperder toda esperanza aqu abajo y no encontrar ya en la tierra alimento para mi corazn, mefui acostumbrando poco a poco a nutrirle con su propia sustancia y a buscar su pasto en misadentros.

    Este recurso, del que me percat demasiado tarde, lleg a ser tan fecundo que pronto basta resarcirme de todo. El hbito de entrar en m mismo hizo que perdiera al fin el sentimientoy casi el recuerdo de mis males, aprend as por mi propia existencia que la fuente de la

    verdadera felicidad est en nosotros y que no depende de los hombres el hacer realmentemiserable a quien sabe querer ser feliz. Haca cuatro o cinco aos que disfrutabanormalmente de las delicias internas que las almas amantes y dulces encuentran en lacontemplacin. Los embelesos, los xtasis que senta en ocasiones al pasearme as, solo, erangoces que deba a mis perseguidores; sin ellos, jams hubiera encontrado ni conocido lostesoros que llevaba en m mismo. Cmo mantener, en medio de tanta riqueza, un registrofiel? Al querer acordarme de tantas dulces ensoaciones, en vez de describirlas volva a caeren ellas. Se trata de un estado al que conduce su remembranza, y que uno dejara enseguidade conocer al dejar completamente de sentirlo.

    Comprob bien este efecto en los paseos que siguieron al proyecto de escribir lacontinuacin de mis Confesiones, sobre todo en ste de que voy a hablar, en el que unimprevisto accidente vino a romper el hilo de mis ideas y a darles, durante algn tiempo, otrocurso. El jueves 24 de octubre de 1776, tras almorzar, me encamin por los bulevares hasta lacalle de Chemin-Vert, por la que llegu hasta los altores de Mnilmontant, y desde all hastaCharonne, tomando los senderos a travs de las vias y los prados, atraves el risueo paisajeque separa estos dos pueblecitos, despus di un rodeo tomando otro camino para volver porlos mismos prados. Me diverta recorrindolos con el placer y el inters que siempre me hanprocurado los parajes agradables y parndome algunas veces a mirar plantas entre el verdor.Descubr dos que bastante raramente vea alrededor de Pars y que encontr muyabundantemente en aquel cantn. Una es el Picris hieracodes, de la familia de lascompuestas, y la otra el Buplevrum falcatum, de las umbelferas. El descubrimiento me

    alegr y me entretuvo largusimo tiempo y acab con el de una planta an ms rara, sobretodo en un pas elevado, cual es el Cerastium aquatcum, que, a pesar del accidente que tuveese mismo da, he vuelto a encontrar en un libro que llevaba y la he colocado en mi herbario.

    Finalmente, tras haber pasado detalladamente revista a varias plantas ms que an vea enflor y cuyo aspecto y enumeracin, que me era familiar, siempre me proporcionaban, noobstante, deleite, fui dejando poco a poco estas menudas observaciones para entregarme a laimpresin no menos agradable sino ms sentida que me produca el conjunto de todo aquello.La vendimia haba acabado haca unos das; los paseantes de la ciudad ya se haban retirado;tambin los campesinos iban abandonando los campos hasta los trabajos de invierno. Verde yrisueo todava, aunque deshojado en parte y ya casi desierto, el campo ofreca por doquier laimagen de la soledad y de la proximidad del invierno. De su aspecto resultaba una mezcla de

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    impresin dulce y triste, demasiado anloga a mi edad y a mi suerte como para noaplicrmela. Me vea en el declinar de una vida inocente e infortunada, con el alma llena ande vivos sentimientos y el espritu adornado todava con algunas flores, aunque ya marchitaspor la tristeza y secas por las penas. Solo y cansado, senta llegar el fro de los primeroshielos, y mi imaginacin agotada no poblaba ya mi soledad con los eres conformados segn

    mi corazn. Suspirando me deca: qu he hecho aqu abajo? Estaba hecho para vivir y muerosin haber vivido. Al menos no ha sido culpa ma, y al autor de mi ser le llevar, si no laofrenda de las buenas obras que no me han dejado hacer, por o menos un tributo de buenasintenciones frustradas, de sentimientos sanos, pero faltos de efecto y de una paciencia aprueba de los desprecios de los hombres. Me enterneca con estas reflexiones, recapitulabalos movimientos de mi alma desde mi juventud, en mi edad madura, despus de quesecuestraran de la sociedad de los hombres, durante el largo retiro en el que debo acabar misda. Volva con complacencia a todos los afectos de mi corazn, a sus apegos, tan tiernos ytan ciegos, a las ideas menos tristes que consoladoras de que se haba nutrido mi esperanza .desde haca algunos aos, y me preparaba para evocarlos lo bastante como para describirloscon un placer casi igual al que haba obtenido entregndome a ellos. La tarde se me pas en

    estas apacibles meditaciones y ya volva contentsimo por la jornada cuando, en lo ms altode mi ensoacin, fui sacado de ella por la ocurrencia que me queda por contar.

    Hacia las seis estaba en la bajada de Mnilmontant casi enfrente del Galant Jardiniercuando, al apartarse brusca y repentinamente unas personas que iban delante

    de m, vi cmo se me echaba encima un enorme gran dans que, lanzndose a grandeszancadas delante de una carroza, siquiera tuvo tiempo de detener su carrera o de desviarsecuando repar en m. Juzgu que el nico medio que tena de evitar ser tirado a tierra era darun salto grande, justo para que el perro pasara por debajo de m mientras yo estuviera en elaire. Esta idea, ms fugaz que el rayo, y que no tuve tiempo de razonar ni de ejecutar, fue laltima antes de mi accidente. No sent ni el golpe ni la cada, ni nada de lo que sigui hasta elmomento en que volv en m.

    Cuando recobr el conocimiento era casi de noche. Me hall en brazos de tres o cuatro jvenes que me contaron lo que acababa de sucederme. Al no poder retener su impulso, elgran dans se haba precipitado contra mis dos piernas y, al chocarme con su masa y suvelocidad, me haba hecho caer de bruces: la mandbula superior haba golpeado contra unadoqun irregular, soportando todo el peso de mi cuerpo, y la cada haba sido tanto msviolenta cuanto que, al ser en descenso, mi cabeza haba quedado ms abajo que mis pies.

    La carroza a la que perteneca el perro vena inmediatamente detrs y me habra pasadopor encima si el cochero no hubiera detenido sus caballos al instante. Esto es lo que supe porel relato de los que me haban levantado y que an me sostenan cuando volv en m. Elestado en que me hall en ese instante es demasiado singular como para no hacer aqu su

    descripcin.Se acercaba la noche. Vi el cielo, algunas estrellas y un poco de verdor. Esta primerasensacin constituy un momento delicioso. Slo de esa manera me senta an. En eseinstante naca a la vida y parecame que con mi leve existencia llenaba todos los objetos quevea. Todo entero, en aquel momento no me acordaba de nada; no tena ninguna nocindistintiva de mi individualidad ni la menor idea de lo que acababa de ocurrirme; no sabaquin era ni dnde estaba; no senta dolor, ni temor ni inquietud. Vea manar mi sangre comohubiera visto correr un arroyo, sin ni siquiera pensar que aquella sangre me perteneciera enforma alguna. Senta en todo mi ser una calma hechizante frente a la que, cada vez que larecuerdo, no encuentro nada comparable en toda la actividad de los placeres conocidos.

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    Me preguntaron dnde viva; me fue imposible decirlo. Pregunt dnde estaba; me dijeronque en la Haule-Borna; fue como si me hubieran dicho en el monte Altas. Tuve que preguntararreo por el pas, la ciudad y el barrio en que me hallaba. Aquello no bast, con todo, parareconocerme; me fue preciso el trayecto desde all hasta el bulevar para acordarme de mimorada y de mi nombre. Un seor que no conoca y que tuvo la caridad de acompaarme un

    rato, al saber que viva tan lejos, me aconsej que cogiera en el Temple un simn que mellevara a casa. Andaba muy bien, con mucha ligereza, sin sentir dolor ni herida, aunqueescupiese todava mucha sangre. Tena empero un escalofro glacial que me haca castaetearde un modo incmodo mis dientes rotos. Cuando llegu el Temple pens que, ya quecaminaba sin esfuerzo, ms vala que siguiera a pie mi camino antes de exponerme a perecerde fro en un simn. As hice la media legua que hay desde el Temple a la calle Plterie,caminando sin esfuerzo, evitando los atascos, los coches, escogiendo y continuando la rutatan bien como hubiera podido hacerlo en plena salud. Llego, abro el secreto que han puestoen la puerta de la calle, subo a oscuras la escalera y entro por fin en casa sin otra incidenciaque mi cada y sus consecuencias, de las que an entonces no me daba cuenta.

    Por los gritos de mi mujer al verme comprend que estaba ms maltrecho de lo que

    pensaba. Pas la noche sin conocer ni sentir todava el dao. Ve aqu lo que sent y encontral da siguiente. Tena el labio superior partido por dentro hasta la nariz, por fuera la piel lehaba preservado mejor e impeda su total separacin, cuatro dientes hundidos en lamandbula superior, toda la parte del rostro que la cubre extremadamente hinchada ymagullada, el pulgar derecho torcido y muy grueso, el pulgar izquierdo gravemente herido, elbrazo izquierdo retorcido y muy hinchada tambin la rodilla izquierda a la que una fuerte ydolorosa contusin impeda doblarse. Mas con todo este estropicio, nada roto, ni siquiera undiente, ventura que parece prodigio despus de una cada como aqulla.

    Esa es fidelsimamente la historia de mi accidente. En pocos das la historia se expandipor Pars tan cambiada y desfigurada que era imposible reconocer nada en ella. Hubieradebido contar de principio con esta metamorfosis; pero se le unieron tantas circunstanciasextraas, tantos propsitos oscuros y reticencias la acompaaron, me hablaban de ella con untono tan burlonamente discreto que todos aquellos misterios me inquietaron. Siempre heodiado las tinieblas, me inspiran de manera natural un horror que no han podido disminuiraqullas con las que me han rodeado desde hace tantos aos. De todas las peculiaridades deesta poca slo sealar una, suficiente empero para juzgar las dems.

    El seor Lenoir, teniente general de polica, con el jams haba tenido relacin alguna,envi a su secretario a que se informara de mis nuevas y me hiciera apremian tesofrecimientos de sus servicios que no me parecieron, a la sazn, de gran utilidad para mialivio. El secretario no cej de instarme muy vivamente a que aceptara aquellosofrecimientos, dicindome incluso que si no me fiaba de l poda escribir directamente al

    seor Lenoir. La gran solicitud y el tono de confidencia que emple me hicieron comprenderque debajo de todo aquello haba un misterio que yo intentaba intilmente penetrar. Pormenos que hubiera asustado, sobre todo en el estado de agitacin en que me haban puesto lamente el accidente y la fiebre que se le haba unido. Me entregu a mil conjeturas inquietan-tes y tristes, e hice, sobre cuanto suceda en mi derredor, comentarios que indicaban ms eldelirio de la fiebre que la sangre fra de un hombre que no toma ya inters por nada.

    Otro suceso vino a terminar de turbar mi tranquilidad. La seora de Ormoy haba estadobuscndome desde haca algunos aos, sin que yo pudiera adivinar el porqu. Regalitoscariosos, frecuentes visitas sin objeto y sin placer me apuntaban suficientemente un finsecreto en todo aquello, pero no me lo descubran. Me haba hablado de una novela quequera hacer para presentrsela a la reina. Yo le haba dicho lo que pensaba de las mujeres

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    autoras. Me haba dado a entender que el proyecto tena como finalidad la recuperacin de sufortuna, para lo cual tena necesidad de proteccin; a esto no tena yo nada que responder.Luego me dije que, al no haber podido tener acceso a la reina, haba decidido dar su libro a laluz pblica. No era el caso de darle consejos que no me peda y que no hubiera seguido. Mehaba hablado de mostrarme antes a m el manuscrito. Le rogu que no hiciera nada de

    aquello y ella nada hizo.Un buen da, durante mi convalecencia, recib de su parte el libro ya impreso e inclusoencuadernado, y vi en el prefacio tan gruesas alabanzas de m tan desabridamente chapadas ycon tanta afectacin que qued desagradablemente afectado. La tosca adulacin que aquellodesprenda jams se ali con el obsequio, no se equivocara mi corazn en eso.

    Unos das ms tarde, la seora de Ormoy vino a verme con su hija. Me coment que sulibro tena la mayor resonancia por una nota que llamaba la atencin; yo apenas me habafijado en la nota al hojear rpidamente la novela. La rele tras la marcha de la seora deOrmoy, analic su cariz, cre ver en l el motivo de sus visitas, de sus zalameras, de lasgruesas alabanzas del prlogo, y juzgu que todo aquello no tena otro fin que el de disponeral pblico para que me atribuyera la nota y, por consiguiente, la reprobacin que le poda

    suponer al autor en la circunstancia en que haba sido publicada.Careca de medio alguno para acabar con el bulo y con la impresin que poda causar, y

    dependa de m slo el no alimentarlo aguantando la continuacin de las vanas y ostensivasvisitas de la seora de Ormoy y de su hija. Ve aqu la tarjeta que escrib a la madre a talefecto:

    Rousseau, al no recbir en casa a ningn autor,

    agradece a la seora de Ormoy sus bondades y le

    ruega que no le honre ya con sus visitas.

    Me respondi con una carta honesta en la forma, pero retorcida como todas las que meescriben en casos similares. Haba llevado el pual hasta su corazn sensible y, por el tono desu carta, deba creer que no soportara sin morir la ruptura, pues que tena hacia msentimientos tan vivos y tan sinceros. As es como la rectitud y la franqueza constituyen eneste mundo crmenes horribles, y a mis contemporneos parecerales malvado y feroz auncuando a sus ojos no tuviera otro delito que el de no ser falso y prfido como ellos.

    Haba salido ya varias veces y me paseaba incluso con bastante frecuencia por lasTulleras, cuando, por el asombro de muchos con los que me iba encontrando, vi que anhaba con respecto a m otra noticia que ignoraba. Finalmente me enter que el rumor pblicoera que haba muerto de mi cada, y este rumor se extendi tan rpida y pertinazmente que,

    ms de quince das despus de que yo estuviera al corriente, el mismo rey y la reina hablaronde ello como dndolo por seguro. Segn lo que se cuidaron de escribirme, al anunciar elCourrier d Avignon la feliz noticia, no le falt anticipar en tal ocasin el tributo de ultrajes eindignidades que, a guisa de oracin fnebre, le preparan a mi memoria tras mi muerte.

    La noticia vino acompaada de una circunstancia an ms singular que no conoc sino porcasualidad y de la que no he podido saber ningn detalle. Y es que haban abierto al mismotiempo una suscripcin para la impresin de los manuscritos que se encontraren en mi casa.Por tal me compuse que tenan preparada una coleccin de escritos fabricados adrede paraatriburmelos despus de mi muerte: pensar que imprimiran fielmente alguno de los querealmente pudieran encontrar era una tontera que no poda entrar en la mente de un hombre

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    sensato y contra la que quince aos de experiencia no han hecho sino protegermesobremanera.

    Estas observaciones, hechas una a una y seguidas de muchas ms que no eran menossorprendentes, amedrentaron de nuevo mi imaginacin, que crea mitigada, y las negrastinieblas que iban acrecentando en mi derredor sin desmayo reanimaron todo el horror que

    por naturaleza me inspiran. Me cans haciendo mil comentarios sobre todo aquello eintentando comprender unos misterios que se han vuelto inexplicables para m. El nicoresultado constante de tantos enigmas fue la confirmacin de todas mis conclusionesprecedentes, a saber que, habiendo sido fijados de consuno por toda la generacin presente eldestino de mi persona y el de mi reputacin, ningn esfuerzo por mi parte poda sustraerme aello, ya que me es del todo imposible trasmitir legado alguno a otras pocas sin que pasen, ensta, por manos interesadas en suprimirlo.

    Mas esta vez fui ms lejos. El cmulo de tantas circunstancias fortuitas, elencumbramiento de todos mis ms crueles enemigos afectados, por as decir, por la fortuna,cuantos gobiernan el Estado, cuantos dirigen la opinin pblica, todas las personas deposicin, todos los hombres de crdito escogidos como con cuidado entre los que contra m

    tienen cierta secreta animosidad, para coadyuvar al comn complot, este acuerdo universal esdemasiado extraordinario para ser puramente fortuito. Un solo hombre que se hubiera negadoa ser cmplice, un solo acontecimiento que le hubiera sido contrario, una sola circunstanciaque le hubiera obstaculizado, hubiera bastado para dar al traste con l. Pero todas lasvoluntades, todas las fatalidades, la fortuna y todas las revoluciones han consolidado la obrade los hombres, y un concurso tan sorprendente que parece prodigio no puede dejarme dudarde que su pleno xito est escrito en los decretos eternos. Multitud de observacionesparticulares, ora en el pasado, ora en el presente, me confirman de tal modo en esta opininque no puedo impedirme considerar en adelante como uno de los secretos del cielo, impene-trables para la razn humana, la misma obra que hasta ahora haba contemplado como unfruto de la maldad de los hombres.

    Lejos de serme cruel y desgarradora, esta idea me consuela, me tranquiliza y me ayuda aresignarme. No voy tan lejos como san Agustn, que se habra consolado de ser condenado sital hubiera sido la voluntad de Dios. Mi resignacin proviene de una fuente menosdesinteresada, es verdad, pero no menos pura y ms digna a grado mo del Ser perfecto queadoro. Dios es justo; quiere que yo sufra; y sabe que soy inocente. Ese es el motivo de miconfianza; mi corazn y mi razn me gritan que aqulla no me engaar. Dejemos, pues,hacer a los hombres y al destino; aprendamos a sufrir sin rechistar; al final, todo debe entraren el orden, y tarde o temprano me tocar a m.

    TERCER PASEO

    Me hago viejo aprendiendo siempre Soln repeta a menudo este verso en su vejez. Tieneun sentido en que yo podra decirlo tambin en la ma; pero desde hace veinte aos laexperiencia me ha hecho adquirir una ciencia bien triste y es que es preferible an laignorancia. Indudablemente, la adversidad es un gran maestro, pero hay que pagar caro suslecciones y el provecho que se saca de ellas no vale con frecuencia el precio que han costado.Adems, antes de haber obtenido todo este aprendizaje con tan tardas lecciones, se pasa elpunto de servirse de l. La juventud es el tiempo de estudiar la sabidura; la vejez es el tiempo

    de practicarla. La experiencia siempre instruye, lo confieso; pero no trae cuenta sino para el

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    espacio que uno tiene ante s. Acaso es tiempo de aprender, en el momento en que hay quemorir, cmo se hubiera debido vivir?

    Ah! De qu me sirven luces tan tarde y tan dolorosamente adquiridas sobre mi destino ysobre las pasiones ajenas de las que aqul es obra? No he aprendido a conocer mejor a loshombres sino para mejor sentir la miseria en que me han sumido, sin que este conocimiento,

    al descubrirme todas sus trampas, me haya podido evitar ninguna. Pues no me he mantenidoesta imbcil aunque dulce confianza que durante tantos aos me convirti en la presa y en eljuguete de mis ruidosos amigos sin que, envuelto en todas sus tramas, hubiera tenido siquierala menor sospecha! Era su incauto y vctima, cierto es, pero me crea amado por ellos y micorazn gustaba de la amistad que me haban inspirado, atribuyndoles otro tanto paraconmigo. Esas dulces ilusiones se han destruido. La triste verdad que el tiempo y la razn mehan revelado hacindome sentir mi infortunio me ha hecho ver que no tena remedio y queslo me quedaba resignarme. As, todas las experiencias de mi edad carecen, en mi estado, deutilidad presente y de provecho para el futuro.

    Entramos en liza en nuestro nacimiento y salimos de ella en la muerte. De qu sirveaprender a conducir mejor nuestro carro cuando estamos al final de la carrera? Entonces ya

    slo queda pensar en cmo salir de ella. El estudio de un viejo, si algo le queda an porestudiar, es nicamente aprender a morir, y es precisamente el que menos se hace a mi edad:se piensa en todo, salvo en eso. Todos los viejos se aferran ms a la vida que los nios y salende ella de peor grado que los jvenes. Pues que todos sus afanes fueron para esta misma vida,ven a su fin que han desperdiciado sus esfuerzos. Todos sus cuidados, todos sus bienes, todoslos frutos de sus laboriosas vigilias, todo lo dejan cuando se van. No han pensado en adquirirdurante su vida algo que pudieran llevarse a su muerte.

    Todo esto me lo he dicho cuando era tiempo de decrmelo, y si no he sabido sacar mejorpartido de mis reflexiones, no es por no haberlas hecho a tiempo ni por no haberlas digeridobien. Arrojado desde mi infancia al torbellino del mundo, aprend tempranamente por laexperiencia que no estaba hecho para vivir aqu y que jams alcanzara el estado cuyanecesidad senta mi corazn. Al dejar, pues, de buscar entre los hombres la ventura que sentano poder encontrar en ellos, mi ardiente imaginacin saltaba ya entonces por encima delespacio de mi vida apenas comenzada como por sobre un terreno que me fuera extrao, paradescansar en un asiento tranquilo donde pudiera establecerme.

    Este sentimiento, nutrido desde mi infancia por la educacin y reforzado durante toda mivida por el largo tejido de miserias e infortunios que la han llenado, me ha llevado a tratar entodo tiempo de conocer la naturaleza y el destino de mi ser con ms inters y cuidado de loque he encontrado en ningn otro hombre. H le visto a muchos que filosofaban bastante msdoctamente que yo, pero su filosofa era, por as decir, ajena. Al querer ser ms sabios queotros, estudiaban el universo para saber cmo estaba dispuesto igual que hubieran estudiado

    una mquina que se hubieran encontrado, por pura curiosidad. Estudiaban la naturalezahumana para poder hablar eruditamente de ella, pero no para conocerse; trabajaban parainstruir a los dems, pero no para esclarecerse en sus adentros. Varios de ellos no queran msque hacer un libro, no importaba cul, con tal de que fuera bien acogido. Una vez hecho ypublicado el suyo, su contenido ya no les interesaba de ninguna manera, si no fuera para quelos dems lo prohijaran y para defenderlo en caso de que fuera atacado, pero, por lo dems,sin sacar nada para su propio uso, sin preocuparse siquiera de que el contenido fueraverdadero o falso, con tal de que no fuera rechazado. En cuanto a m, siempre que he deseadoaprender ha sido para saber yo mismo y no para ensear; siempre he credo que antes deensear a los dems era menester comenzar por saber lo bastante para s, y, de todos losestudios que he intentado hacer en mi vida en medio de los hombres, apenas hay alguno que

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    no hubiera hecho igualmente solo en una isla desierta en la que hubiera estado confinadopara el resto de mis das. Lo que uno debe hacer depende mucho de aquello en lo que unodebe creer, y en todo cuanto no concierne a las necesidades primarias de la naturaleza,nuestras opiniones son la regla de nuestras acciones. Para dirigir el quehacer de mi vidadentro de este principio, que fue siempre el mo, he procurado durante largo tiempo y con

    frecuencia conocer su verdadero fin, y, al sentir que no era menester buscar tal fin, enseguidame he consolado de mi poca aptitud para conducirme hbilmente en este mundo.Nacido en una familia en la que reinaban las buenas costumbres y la piedad, educado

    luego con dulzura en casa de un pastor lleno de sabidura y de religin, haba recibido desdemi ms tierna infancia, principios, mximas -otros diran prejuicios- que nunca me han aban-donado del todo. An nio y entregado a m mismo, atrado mediante caricias, seducido porla vanidad, embaucado en la esperanza, forzado por la necesidad, me hice catlico, perosiempre permanec cristiano, y bien pronto ganado por la costumbre mi corazn se ligsinceramente a mi nueva religin. Las instrucciones, los ejemplos de la seora Warens meafirmaron en este apego. La soledad campestre en que pas la flor de mi juventud, el estudiode los buenos libros al que me entregu por entero, reforzaron junto a ella mis naturales

    disposiciones para los sentimientos afectuosos y me convirtieron en un devoto casi a lamanera de Fnelon. La meditacin en el retiro, el estudio de la naturaleza, la contemplacindel universo empujan a un solitario a elevarse sin cesar hacia el autor de las cosas y a buscarcon una dulce inquietud el fin de todo lo que ve y la causa de todo lo que siente. Cuando midestino me arroj al torrente del mundo, no encontr ya en l nada que pudiera agradar por unmomento a mi corazn. 1:1 lamento de mis dulces ocios me persigui por doquier y proyectla indiferencia y el asco sobre cuanto poda encontrarse a mi alcance, lo que propiamenteconduce a la fortuna y a los honores. Inseguro en mis inquietos deseos, esperaba poco, obtuvemenos y sent, entre resplandores incluso de prosperidad, que cuando hubiera obtenido todolo que crea buscar, no habra encontrado la dicha de que estaba vido mi corazn sin saberdescubrir su objeto. Todo contribua as a desligar mis aficiones de este mundo, aun antes delos infortunios que deban volverme completamente extranjero a l. Llegu a los cuarentaaos flotando entre la indigencia y la fortuna, entre la sabidura y la confusin, lleno de viciosde hbito sin ninguna mala inclinacin en el corazn, viviendo el acaso sin principios biendeclarados por mi razn y distrado de mis deberes sin despreciarlos, pero sin conocerlos amenudo bien.

    Desde mi juventud haba fijado esta poca de los cuarenta aos como el trmino de misesfuerzos para encumbrarme y el de mis pretensiones de todo gnero.

    Alcanzada esta edad y en cualquier situacin que me hallase, estaba firmemente resuelto ano forcejear ms para salirme de ella y a pasar el resto de mis das viviendo al da, sinocuparme ya del porvenir. Llegado el momento, ejecut el proyecto sin esfuerzo, y, aunque

    mi fortuna entonces pareciera querer tomar un asiento ms fijo, renunci a ella no slo sinpesar, sino con un autntico placer. Al librarme de todas las aagazas, de todas las vanasesperanzas, me entregu a la incuria y al reposo del espritu que siempre constituy mi gustoms dominante y mi inclinacin ms duradera. Abandon el mundo y sus pompas, renunci atodo adorno, no ms espada, ni reloj, ni medias blancas, doradura o peinado; una simplepeluca, un buen vestido grueso de pao, y mejor que todo eso, desarraigu de mi corazn lascondiciones y envidias que dan precio a cuanto dejaba. Renunci a la posicin que entoncesocupaba, para la que en absoluto era propio, y me puse a copiar msica a tanto la pgina,ocupacin por la que siempre haba tenido un gusto declarado.

    No limit mi reforma a las cosas exteriores. Sent que aqulla necesitaba adems otra, mspenosa sin duda, pero ms necesaria, en las opiniones, y resuelto a no hacerlo de dos veces,

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    me afan en someter mi interior a un examen severo que lo ordenara para el resto de mi vidatal como quera encontrarlo a mi muerte.

    Una gran revolucin que acababa de operarse en m, otro mundo moral que se revelaba amis ojos, los insensatos juicios de los hombres cuyo absurdo comenzaba yo a sentir, sinprever todava en qu medida sera vctima suya, la necesidad ms creciente de un bien

    distinto al de la vanagloria literaria cuyo vapor apenas me haba alcanzado y ya estaba hartode ella, el deseo, en fin, de trazar para el resto de mi vida una va menos incierta que aqullaen la que acababa de pasar la ms hermosa mitad, todo me obligaba a esta gran revisin cuyanecesidad senta de hace tiempo. As pues, la emprend y no despreci nada de cuanto de mdependa para ejecutar bien tal empresa.

    De esta poca puedo datar mi total renuncia al mundo y este gusto vivo por la soledad quedesde entonces ya no me ha abandonado. La obra que emprenda slo poda ejecutarse en unretiro absoluto; peda largas y apacibles meditaciones que el tumulto de la sociedad noconsiente. Ello me oblig a adoptar por un tiempo otra manera de vivir en la que pronto meencontr tan bien que, no habindola interrumpido desde entonces ms que a la fuerza y porpocos instantes, la he reanudado de todo corazn y me he ajustado a ella en cuanto he podido,

    y luego, cuando los hombres me han constreido a vivir solo, he visto que, al secuestrarmepara hacerme miserable, haban hecho ms por mi felicidad que lo que yo mismo habapodido hacer.

    Me entregu al trabajo que haba emprendido con un celo proporcionado tanto a laimportancia de la cosa como a la necesidad que senta tener de ella. Viva entonces con unosfilsofos modernos que apenas se parecan a los antiguos. En vez de despejar mis dudas y defijar mis irresoluciones; haban socavado todas las certezas que crea tener sobre los puntosque ms me importaba conocer: pues, ardientes misioneros del atesmo, y muy imperiososdogmticos, en absoluto aguantaban sin clera que se osara pensar de modo distinto que ellosen cualquier punto. Con frecuencia me haba defendido bastante dbilmente por odio a ladisputa y por poco talento para sostenerla; pero nunca adopt su desoladora doctrina, y estaresistencia a hombres tan intolerantes, que por otra parte tenan sus dictmenes, no fue de lasmenores causas que atizaron su animosidad.

    No me haban persuadido, pero me haban inquietado. Sus argumentos me haban hechovacilar sin que jams me hubieran convencido; no les encontraba una buena rplica, perosenta que deba haberla. Me acusaba menos de error que de inepcia y mi corazn lesresponda mejor que mi razn.

    Por fin me dije: me dejar bambolear eternamente por los sofismas de los que hablanmejor, cuando ni siquiera estoy seguro de que las opiniones que predican y que con tantoardor intentan hacer adoptar a los dems sean efectivamente las suyas propias? Sus pasiones,que rigen su doctrina, sus intereses en hacer creer esto o aquello hacen que: sea imposible

    penetrar lo que ellos mismos creen. Se puede buscar buena fe en los jefes de partido? Sufilosofa es para los dems; harame falta una para m. Busqumosla con todas mis fuerzasmientras an haya tiempo con el fin de tener para el resto de mis das una norma Fija deconducta. Heme en la madurez de la edad, en plena fuerza de entendimiento. Estoy yaprximo al ocaso. Si sigo esperando, no tendr ya en mi tarda deliberacin el uso de todasmis fuerzas; mis facultades intelectuales habrn perdido para entonces su actividad, har peorlo que hoy puedo hacer lo mejor posible: aprovechemos este momento favorable, si es lapoca de mi reforma externa y material, que tambin lo sea de mi reforma intelectual y moral.Fijemos de una vez por todas mis opiniones, mis principios, y seamos para el resto de mi vidalo que habra contemplado que deba ser despus de haberlo pensado bien.

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    Ejecut este proyecto lentamente y en diversas oportunidades, pero con todo el esfuerzo ytodo el cuidado de que era capaz. Senta vivamente que el descanso del resto de mis das y misuerte total dependan de l: al principio me encontr en un laberinto tal de trabas,dificultades, objeciones, tortuosidades y tinieblas que, tentado cien veces de abandonarlotodo, cerca estuve, renunciando a vanas bsquedas, de atenerme en mis deliberaciones a las

    reglas de la prudencia comn sin buscar ms en unos principios que tanto trabajo me costabaelucidar. Pero incluso esta prudencia me era tan extraa, me senta tan impropio paraadquirirla, que tomarla por gua no era sino querer buscar sin timn, sin brjula, a travs delos mares y las tormentas, un fanal casi inaccesible y que no me indicaba puerto alguno.Persist: por primera vez en mi vida tuve valor, y a su concurso debo el haber podido sostenerel horrible destino que desde entonces comenzaba a envolverme sin que tuviera la menorsospecha. 'Iras las ms ardientes y ms sinceras bsquedas que quizs jams hayan sidohechas por mortal alguno, me decid de por vida sobre todos los sentimientos que meimportaba tener, y si he podido engaarme en mis resultados, estoy seguro al menos de quemi error no puede serme imputado como crimen, pues he hecho todos los esfuerzos parapreservarme de ello. En verdad no dudo de que los prejuicios de la puericia y los votos

    secretos de mi corazn no hayan hecho inclinar la balanza del lado ms consolador para m.Difcilmente se prohbe uno creer en lo que con tanto ardor desea, y quin puede dudar deque el inters de admitir o rechazar los juicios de la otra vida no determina la fe de la mayorade los hombres en su esperanza o en su temor? Convengo que todo aquello pudiera fascinarmi juicio, mas no alterar mi buena fe, pues tema engaarme en cualquier cosa. Si todoconsista en el aprovechamiento de esta vida, me importaba saberlo para, por lo menos, sacarel mayor partido en cuanto de m dependiera mientras an hubiera tiempo, y no quedar todoel tiempo burlado. Pero lo que ms deba de temer en el mundo, en la disposicin en que mesenta, era el exponer la suerte eterna de mi alma por el disfrute de los bienes de este mundo,que nunca me parecieron de un gran valor.

    Confieso que no siempre disip a satisfaccin ma todas aquellas dificultades que mehaban importunado y con las que tan frecuentemente me haban machacado los odosnuestros filsofos. Pero resuelto a decidirme por fin sobre materias en que la inteligenciatiene poca mano y encontrando por doquier misterios impenetrables y objeciones insolubles,adopt en cada cuestin el sentimiento que me pareci mejor fundamentado directamente, elmas creble en s mismo, pero sin detenerme en objeciones no menos fuertes que no podaresolver, pero que se retorcan con otras objeciones no menos fuertes en el sistema opuesto.En estas materias, el tono dogmtico no conviene sino a los charlatanes; pero importa tenerun sentimiento para s mismo, y escogerlo con toda la madurez de juicio que podamos. Si apesar de ello, caemos en el error, no deberamos en justicia sufrir el castigo, puesto que notendremos culpa ninguna. Tal es el inquebrantable; principio que sirve de base a mi

    seguridad.El resultado ele mis penosas bsquedas fue ms o menos el que luego consign en Laprofesin de fe del Vicario saboyano, obra indignamente prostituida y profanada en lageneracin presente, pero que un da puede hacer revolucin entre los hombres si alguna vezrenace el sentido comn y la buena fe.

    Desde entonces, templado en los principios adoptados tras una meditacin tan larga y tanconcienzuda, he hecho de ellos la regla inmutable de mi conducta v de mi fe, sin inquietarmems ni por las objeciones que me haba podido resolver ni por las que no haba podido prevery que de cuando en cuando se presentaban de nuevo a mi espritu. Algunas veces me haninquietado, pero jams me han hecho vacilar. Siempre me he dicho: todo esto no son ms queargucias y sutilidades metafsicas que carecen de peso alguno frente a los principios

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    fundamentales adoptados por mi razn, confirmados por mi corazn y portadores todos delsello del asentimiento interior en el silencio de las pasiones. En materias tan superiores alentendimiento humano, una objecin que no pueda resolver echar abajo todo un cuerpo dedoctrina tan slida, tan bien ligada y conformada con tanta meditacin y cuidado, tan

    justamente apropiada a mi razn, a mi corazn, a todo mi ser, y reforzada con el asentimiento

    interior que siento que les falta a las dems? No, jams vanas argumentaciones destruirn laconveniencia que percibo entre mi naturaleza inmortal y la constitucin de este mundo y elorden fsico que veo reinar en l, En el orden moral correspondiente, cuyo sistema es el resul-tado de mis bsquedas, encuentro los apoyos que necesito para soportar las miserias de mivida. En todo otro sistema vivira sin recurso y morira sin esperanza. Sera la msdesgraciada de las criaturas. As que mantengmonos en ste que por s slo basta parahacerme feliz a despecho de la fortuna y de los hombres.

    No parece, esta deliberacin y la conclusin que saqu de ella, dictadas por el mismocielo, a fin de prepararme para el destino que me esperaba y ponerme: en condicin desoportarlo? Qu hubiera sido, que sera an de m, con las tremendas angustias que meaguardaban y en la increble situacin en la que estoy constreido para el resto de mi vida si,

    carente de asilo adonde poder escapar -a mis perseguidores, sin resarcimiento de los oprobiosque me hacen padecer en este mundo y sin esperanza de obtener nunca ms la justicia que meera debida, me hubiera visto entregado por entero al ms horrible sino que mortal algunohaya sufrido sobre la faz de la tierra? Mientras que, templado en mi inocencia, no imaginabaentre los hombres sino estima y bondad para conmigo, mientras que mi corazn abierto yconfiado se expansionaba con amigos y hermanos, los traidores me iban enlazando ensilencio con redes forjadas en el fondo de los infiernos. Sorprendido por los ms imprevistosinfortunios y los ms terribles para un alma orgullosa, arrastrado por el fango sin llegar asaber nunca por quin ni porqu, sumido en un abismo de ignominia, rodeado de horrendastinieblas a travs de las cuales no aperciba sino siniestros objetos, con la primera sorpresa fuiderribado y no me hubiera levantado nunca del abatimiento en que me arroj este imprevistognero de desdichas si no me hubiera procurado de antemano algunas fuerzas para que melevantasen en mis cadas.

    Tan slo tras aos de agitaciones, al recobrar por fin mis nimos y comenzar a entrar enm, supe del valor de los recursos que me haba reservado para la adversidad. Firme en cuantoa todas las cosas que me importaba juzgar, vi, al comparar mis mximas con mi situacin,que daba a los insensatos juicios de los hombres y a los pequeos acontecimientos de estacorta vida mucha ms importancia de la que tenan. Que no siendo la vida sino un estado depruebas, poco importaba que estas pruebas fueran de tal o cual otra clase, con tal de queresultara el efecto a que haban sido destinadas y que, por consiguiente, cuanto ms grandes,fuertes y multiplicadas fueran, ms ventajoso era el saberlas soportar. Las ms vivas penas

    pierden su fuerza para quienquiera que ve un buen y seguro resarcimiento de las mismas; y lacerteza de tal resarcimiento era el fruto principal que yo haba sacado de mis meditacionesprecedentes.

    Verdad es que en medio de los innmeros ultrajes y de las inconmensurables indignidadesque por doquier me agobiaban, algunos intervalos de inquietud y de dudas venan de vez encuando a socavar mi esperanza y a turbar mi tranquilidad. Las poderosas objeciones que nohaba podido resolver se presentaban entonces a mi espritu con ms fuerza para acabar deabatirme precisamente en los momentos en que, sobrecargado con el peso de mi destino,estaba a punto de caer en el desnimo. A menudo, me volvan a la mente nuevos argumentosque iba oyendo en apoyo de los que otrora me haban atormentado. Ay!-me deca yoentonces entre congojas prestas a asfixiarme-, quin me preservar de la desesperacin si, en

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    el horror de mi sino, los consuelos que la razn me proporciona no son a mis ojos sinoquimeras?, quin, si al destruir aqulla de ese modo toda su obra, echa por tierra todo elapoyo de esperanza y de confianza que la misma me haba reservado para la adversidad?Qu apoyo sino el de algunas ilusiones que no embaucan ms que a m solo en el mundo?Toda la generacin presente no ve ms que errores y prejuicios en los sentimientos de que yo

    solo me nutro; encuentra la verdad, la evidencia, en el sistema contrario al mo; inclusoparece que no puede creer que lo adopto de buena fue, y yo mismo, al entregarme con todami voluntad a l, encuentro dificultades insuperables que me es imposible resolver y que nome impiden que persista en l. Soy, entonces, el nico sabio, el nico esclarecido entre losmortales? Basta que me convengan para creer que las cosas son as? Puedo asumir unaconfianza aclarada en apariencias que no tienen nada de slido a los ojos del resto de loshombres y que a m mismo me pareceran incluso ilusorias si mi corazn no sostuviera a mirazn? \o habra valido ms combatir a mis perseguidores con armas iguales, adoptando susmximas, que quedarme en las quimeras de las mas como blanco de sus acometidas sinaccionar para rechazarlo? Me creo sabio y no soy ms que un incauto, vctima y mrtir de unvano error.

    Cuntas veces estuve a punto de abandonarme a la desesperacin en esos momentos deduda e incertidumbre! Si alguna vez hubiera llegado a pasar un mes entero en tal estado,habra sido a costa de mi vida y de m. Pero estas crisis, si bien asaz frecuentes otrora,siempre han sido cortas, y ahora que todava no me he librado por completo de ellas son tanraras y tan rpidas que carecen hasta de: la fuerza para turbar mi reposo. Son levesinquietudes que afectan a mi alma no ms de lo que una pluma que cae en el ro puede alterarel curso del agua. He notado que volver a someter a deliberacin los mismos puntos sobre losque anteriormente me haba declarado, era suponerme nuevas luces o el juicio ms formado oms celo por la verdad del que tena a la sazn en mis bsquedas, que no siendo ni pudiendoser el mo ninguno de estos casos, no poda preferir por ninguna razn slida unas opinionesque, en el colmo de la desesperacin, no me tentaban sino para aumentar ms mi miseria, asentimientos adoptados en el vigor de la edad, en toda la madurez. del espritu, despus delms concienzudo examen y en unos tiempos en que la calma de mi vida no me dejaba otrointers dominante que el de conocer la verdad. Hoy que mi corazn est opreso de congoja,debilitada mi alma por los enojos, amedrentada mi imaginacin, perturbada mi cabeza portantos horrendos misterios de que estoy rodeado, hoy que todas mis facultades, debilitadaspor la vejez y las angustias, han perdido toda su energa, iba a privarme sin motivo de todoslos recursos que me haba ido reservando y otorgar ms confianza a mi razn declinante, parahacerme injustamente desdichado, que a mi razn plena y vigorosa, para resarcirme de losmales que padezco sin haberlos merecido? No, no soy ni ms sabio, ni estoy mejor instruidoni tengo mejor fe que cuando me declar sobre tales grandes cuestiones, no ignoraba entonces

    las dificultades que dejo que hoy me turben; no me detuvieron, y si se presentan al casoalgunas nuevas que uno no haba advertido an, son los sofismas de una metafsica sutil queno podran hacer vacilar las verdades eternas admitidas en todos los tiempos, por todos lossabios, reconocidas por todas las naciones y grabadas en el corazn humano con caracteresimborrables. Al meditar sobre tales materias, saba que el entendimiento humano, circunscritopor los sentidos, no poda abarcarlas en toda su extensin. Conque me atuve a lo que estaba ami alcance sin meterme en lo que lo sobrepasaba. Esta actitud era razonable, la abrac en otrotiempo y all me tuve con el consentimiento de mi corazn y de mi razn. Con qufundamento renunciara a ella hoy da que tantos poderosos motivos me deben ligar a lamisma? Qu peligro veo en seguirla? Qu provecho sacara abandonndola? Asumiratambin la moral de mis perseguidores al adoptar su doctrina? Esa moral sin raz y sin fruto

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    que pomposamente exponen en libros o en cualquier deslumbrante accin en el teatro, sin quenunca nada de ella penetre en el corazn ni en la razn, o bien esa otra moral secreta y cruel,doctrina interior de todos sus iniciados, a la que la otra no sirve sino de mscara, que siguenslo en su conducta y que tan hbilmente han practicado conmigo. Esa moral puramenteofensiva no sirve en absoluto para la defensa y slo es buena para la agresin. De qu me

    servira en el estado a que me han reducido? Mi sola inocencia me sostiene en los infortunios,y cunto ms desgraciado me hara an si, privndome de este nico, pero poderoso recurso,los sustituyera por la maldad? Les alcanzara en el arte de hacer dao, y, cuando lo lograra,de qu mal me aliviara el que yo les pudiera hacer? Perdera mi propia estima y no ganaranada a cambio.

    As es como, razonando conmigo mismo, consegu no dejarme socavar ms en misprincipios con argumentos capciosos, con objeciones insolubles y con dificultades quesobrepasaban mi capacidad y quizs la del espritu humano. El mo, quedndose en el msslido asentamiento que haba podido darle, se acostumbr tan bien a descansar all al abrigode mi conciencia que ninguna doctrina extraa, antigua o nueva, puede ya conmoverlo niturbar por un instante mi reposo. Cado en la languidez y la agona de espritu, he olvidado

    hasta los razonamientos en los que basaba mi creencia y mis mximas, pero jams olvidarlas conclusiones que de ellos saqu con la aprobacin de mi conciencia y de mi razn, y enadelante me mantengo en ellas. Que vengan todos los filsofos a ergotizar en contra:perdern su tiempo y sus esfuerzos. En todo estado de cosas, me atengo para el resto de mivida a la actitud que tom cuando estaba en mejor condicin para elegir bien.

    Templado en tales disposiciones, encuentro en ellas, con el propio contentamiento, laesperanza y los consuelos de que he menester en mi situacin. No es posible que una soledadtan completa, tan permanente, tan triste en s misma, que la animosidad siempre sensible ysiempre activa de la generacin presente, que las indignidades con que me agobia sin cesar nome suman algunas veces en el abatimiento; la esperanza socavada, las dudas descora-zonadoras vuelven an de vez en cuando a turbar mi alma v a llenarla de tristeza. Es entoncescuando, incapaz para las operaciones del espritu necesarias para tranquilizarme yo mismo,preciso acordarme de mis antiguas resoluciones; los cuidados, la atencin, la sinceridad decorazn que puse al adoptarlas, vuelven entonces a mi recuerdo y me devuelven toda laconfianza. Me resisto as ante cualquier nueva idea igual que ante errores funestos que slotienen una falsa apariencia y que no sirven ms que para turbar mi reposo.

    As pues, retenido en la estrecha esfera de mis antiguos conocimientos, no tengo, comoSoln, la dicha de poder instruirme cada da al envejecer, y debo preservarme del peligrosoorgullo de querer aprender lo que desde ahora no estoy en condiciones de saber bien. Mas sime quedan pocas adquisiciones que esperar del lado de las luces tiles, me quedan otras muyimportantes que hacer del lacio de las virtudes necesarias a mi estado. Sera entonces el

    momento de enriquecer y ornar mi alma con una adquisicin que pueda llevarse consigocuando, liberada de este cuerpo que la ofusca y la ciega, y viendo la verdad sin velo, percibala miseria de todos estos conocimientos de que tan huecos estn nuestros falsos sabios.Llorar los momentos perdidos en esta vida en querer adquirirlos. Pero la paciencia, ladulzura, la resignacin, la integridad, la justicia imparcial constituyen un bien que uno selleva consigo y del que puede uno enriquecerse sin cesar, sin temor a que la misma nos lodesprecie. A este nico y til estudio consagro el resto de mi vejez. Dichoso si con misprogresos sobre m mismo aprendo a salir de la vida, no mejor, pues ello no es posible, sinoms virtuoso de lo que entr en ella.

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    CUARTO PASEO

    Del pequeo nmero de libros que an leo a veces, Plutarco es el que ms me atrae y me

    aprovecha. Fue la primera lectura de mi infancia, ser la ltima de mi vejez; es casi el nicoautor al que nunca he ledo sin sacar algn fruto. Anteayer lea en sus obras morales el tratadoCmo poder sacar utilidad de los enemigos. El mismo da, mientras ordenaba unos folletosque me han sido enviados por los autores, di con uno de los peridicos del abate Rosier encuyo ttulo haba puesto estas palabras: Vitam vero impendenti, Rosier. Demasiado sabedorde los giros de estos seores como para dejarme engaar con ste, comprenda que bajo aquelaire de urbanidad haba credo decirme una cruel antfrasis: pero fundada en qu? Por quese sarcasmo? Qu motivo poda haberle dado yo? Para aprovechar las lecciones del buenPlutarco decid emplear el paseo del da siguiente en examinarme sobre la mentira, y acabpor dems confirmado en la opinin ya asumida de que el Concete a ti mismo del templo deDelfos no era una mxima tan fcil de seguir como lo haba credo en mis Confesiones.

    Al ponerme en marcha al da siguiente para llevar a efecto esta resolucin, la primera ideaque me vino, cuando comenzaba a recogerme, fue la de una horrible mentira cometida en miprimera juventud, cuyo recuerdo me ha turbado toda mi vida y viene, incluso en mi vejez, acontristar an mi corazn lacerado ya de tantos otros modos. Aquella mentira, que fue en smisma un gran crimen, debi ser uno an mayor por sus efectos, que yo siempre he ignorado,pero que el remordimiento me ha hecho suponer tan crueles cuanto cabe. Sin embargo, de nocontemplar ms que la disposicin en la que me hallaba al cometerla, la mentira slo fuefruto de la mala vergenza, y por muy lejos que partiera de la intencin de perjudicar a quienfue su vctima, puedo jurar ante la faz del cielo que, en el mismo instante en que aquellainvencible vergenza me la arrancaba, habra dado toda mi sangre con alegra por volver elefecto contra m slo. Se trata de un delirio que no puede explicar sino diciendo, como creo

    sentirlo, que en aquel instante mi natural tmido subyug todos los anhelos de mi corazn.El recuerdo de este desgraciado acto y de los inextinguibles pesares que me ha dejado me

    han inspirado un horror por la mentira que ha debido eximir a mi corazn de este vicio para elresto de mi vida. Cuando adopt mi lema, me senta hecho para merecerlo y no dudaba quefuera digno de l cuando, a propsito de la nota del abate Rosier, comenc a examinarme msseriamente.

    Al ir escudrindome entonces con ms cuidado, qued muy sorprendido por la cantidadde cosas de mi invencin que recordaba haber dicho como verdaderas en el mismo tiempo enque, orgulloso para mis adentros de mi amor por la verdad, le sacrificaba mi seguridad, misintereses, mi persona con una imparcialidad de la que no conozco ningn otro ejemplo entrelos humanos.

    Lo que ms me sorprendi fue que, cuando recordaba las cosas inventadas, no sentaningn sincero arrepentimiento. Yo, cuyo horror por la falsedad no tiene en mi corazn nadaque lo nivele, yo que arrostrara los suplicios si hubiera que evitarlos con una mentira, porqu extraa inconsecuencia menta yo as, deliberadamente, sin necesidad, sin provecho, ypor qu inconcebible contradiccin no senta el menor pesar, yo, a quien el remordimiento deuna mentira no ha cesado de afligir durante cincuenta aos? Jams me he empedernido enmis faltas; el instinto moral me ha guiado siempre bien, mi conciencia ha conservado suprimera integridad, y aun cuando se hubiera alterado plegndose a mis intereses, cmo,mientras guardaba toda su derechura en las ocasiones en que el hombre, forzado por suspasiones, puede al menos excusarse con su debilidad, la perda nicamente en las cosas

    indiferentes donde el vicio no tiene excusa? Vi que de la solucin de este problema dependa

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    la probidad del juicio que haba de hacer en ese punto sobre m mismo, y tras haberloexaminado bien, he aqu de qu manera logr explicrmelo.

    Me acuerdo de haber ledo en un libro de filosofa que mentir es esconder una verdad quese debe manifestar. De esta definicin se sigue que callar una verdad que no se est obligadoa decir no es mentir; pero quien no contento en semejante caso con no decir la verdad dice lo

    contrario, entonces, miente o no miente? Segn la definicin, no se podra decir que miente;pues si da moneda falsa a un hombre al que no debe nada, engaa a este hombre, sin duda,pero no le roba.

    Aqu se presentan a examen dos cuestiones, una y otra muy importantes. La primera, cmoy cundo se debe a otro la verdad, puesto que no siempre se le debe. La segunda, si existencasos en que se pueda engaar inocentemente. Esta segunda cuestin est muy declarada,bien lo s; negativamente en los libros en que la ms austera moral no cuesta nada al autor;afirmativamente en la sociedad, donde la moral de los libros pasa por fraseologa imposiblede practicar. Conque dejemos a estas autoridades que se contradicen, e intentemos por mispropios principios resolver para m estas cuestiones.

    La verdad general y abstracta es de todos los bienes el ms preciado. Sin ella el hombre

    est ciego; es el ojo de la razn. Por ella el hombre aprende a conducirse, a ser lo que debeser, a hacer lo que debe hacer, a tender hacia su verdadero fin. La verdad particular eindividual no siempre es un bien, a veces es un mal, muy a menudo algo indiferente. Tal vezno son demasiadas las cosas que a un hombre le importa saber y cuyo conocimiento esnecesario para su dicha; pero por poco numerosas que fueren constituyen un bien que lepertenece, que tiene derecho a reclamar all donde se encuentre, y del que no se le puedefrustrar sin cometer el ms inicuo de todos los robos, pues que se trata de uno de esos bienescomunes a todos cuya comunicacin no desposee a quien lo da.

    En cuanto a las verdades que no tienen ninguna clase de utilidad ni para la instruccin nien la prctica, cmo podran ser un bien debido si ni siquiera son un bien?; y puesto que lapropiedad se funda slo en la utilidad, donde no hay utilidad posible no puede haberpropiedad. Se puede reclamar un terreno, bien que estril, porque al menos se puede vivirsobre el suelo; pero que un hecho ocioso, indiferente a todos los efectos y sin consecuenciapara persona alguna, sea verdadero o falso, no interesa a nadie. Nada es intil en el ordenmoral, como tampoco en el orden fsico. Nada de lo que no sirve para nada puede serobligado; para que una cosa sea obligada es preciso que sea o pueda ser til. As, la verdaddebida es aqulla que interesa a la justicia, y es profanar el sagrado nombre de verdad elaplicrselo a las cosas vanas cuya existencia a todos es indiferente y cuyo conocimiento espara todo intil. La verdad despojada de toda especie de utilidad aun posible no puede ser,pues, una cosa debida y, por consiguiente, quien la calla o disfraza no miente.

    Pero el que existan verdades tan perfectamente estriles que sean de todo punto intiles

    para todo, es otro artculo sobre el que volver enseguida. Por el presente, pasemos a lasegunda cuestin.No decir lo que es verdad y decir lo que es falso son dos cosas muy diferentes, pero de las

    que no obstante puede resultar el mismo efecto; porque este resultado es segursimamente elmismo siempre que el efecto es nulo. All donde la verdad es indiferente, el error contrariotambin es indiferente; de donde se deduce que, en parecido caso, el que engaa diciendo locontrario de la verdad no es ms injusto que el que engaa no declarndola; porque en lo quehace a verdades intiles, el error no tiene cosa peor que la ignorancia. El que yo crea que laarena del fondo del mar es blanca o roja no importa ms que el que ignore de qu color es.Cmo se podra ser injusto sin perjudicar a nadie, pues que la injusticia no consiste sino enel entuerto hecho a otro?

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    As sumariamente declaradas, estas cuestiones an no me suministraran empero ningunaaplicacin segura para la prctica, sin muchos esclarecimientos previos necesarios pararealizar con exactitud dicha aplicacin en todos los casos que pueden presentarse, Porque sila obligacin de decir la verdad no se funda ms que en su utilidad, cmo voy a constituirmeyo en juez de tal utilidad? Muy a menudo la ventaja de lo uno obra el perjuicio de lo otro, el

    inters particular est casi siempre en oposicin al inters pblico. Cmo conducirse ensemejante caso? Hay que sacrificar la utilidad del ausente a la de la persona a quien sehabla? Hay que callar o decir la verdad que al favorecer a uno perjudica al otro? Hay quepesar cuanto se debe decir en la sola balanza del bien pblico o en la de la justiciadistributiva, y estoy yo seguro de conocer lo bastante todos los aspectos de la cosa para nodispensar las luces de que dispongo ms que a las reglas de la equidad? Adems, al examinarlo que se debe a los otros, he examinado suficientemente lo que uno se debe a s mismo, loque se debe a la verdad por s sola? Si cuando engao a otro no le causo ningn perjuicio, sededuce de ello que no me lo haga a m mismo, y basta con no ser jams injusto para sersiempre inocente?

    De cuntas embarazosas discusiones sera fcil retirarse dicindose: seamos siempre

    sinceros por lo que pueda suceder. La justicia misma est en la verdad de las cosas; la mentiraes siempre iniquidad, el error es siempre impostura, cuando se da lo que va contra la regla delo que se debe hacer o creer: y sea cual sea el efecto que produzca la verdad, uno siempre esexculpable cuando la ha dicho, porque no ha puesto en ella nada de lo propio.

    Pero esto es zanjar la cuestin sin resolverla. No se trataba de pronunciarse sobre si serabueno decir siempre la verdad, sino sobre si se estaba siempre obligado igualmente a ello, ydistinguir, partiendo de la definicin que examinaba al suponer que no, los casos en que laverdad es rigurosamente debida de aqullos en que se la puede callar sin injusticia ydisfrazarla sin mentira: porque he descubierto que tales casos existan realmente. De lo que setrata entonces es de buscar una regla segura para conocerlos y determinarlos bien.

    Pero, de dnde sacar esta regla y la prueba de su infabilidad? En todas las cuestiones demoral difciles corno sta, siempre me ha sentado bien resolverlas mediante el dictamen demi conciencia antes que mediante las luces de mi razn. Jams me ha engaado el instintomoral: hasta aqu, ha conservado su pureza en mi corazn 1 bastante para que puedaconfiarme a l, y si alguna vez se calla ante mis pasiones en mi conducta, recobra bien suimperio sobre ellas en mis recuerdos. Siendo as que me juzgo a mi mismo con tantaseveridad quizs como con la que ser juzgado por el juez soberano despus de esta vida.

    Juzgar los discursos de los hombres por los efectos que producen supone con frecuenciaapreciarlos mal. Adems de que estos efectos no siempre son sensibles y fciles de conocer,varan hasta el infinito, como las circunstancias en las que tales discursos se desarrollan. Peroes nicamente la intencin de quien los desarrolla la que les pone precio y determina su grado

    de malicia o de bondad. Decir falsedad no es mentir sino por la intencin de engaar, y lamisma intencin de engaar, lejos de ir siempre unida a la de perjudicar, tiene a veces un finpor dems contrario. Pero para volver inocente una mentira no basta con que la intencin deperjudicar no sea expresa, es preciso adems la certeza de que el error en que se hace caer aquienes se habla no puede perjudicar a ellos ni a nadie en modo alguno. Es raro y difcil quese pueda tener esta certeza; tambin es difcil y raro que una mentira sea perfectamenteinocente. Mentir para ventaja propia es impostura; mentir para ventaja ajena es fraude, mentirpara menoscabar es calumnia; sta es la peor clase de mentira. Mentir sin provecho y sinmenoscabo propio ni ajeno no es mentir: no es mentira, es ficcin.

    Las ficciones que tienen un objeto moral se llaman aplogos o fbulas, y como su objetono es o no debe ser otro que el de envolver verdades tiles en formas sensibles y agradables,

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    no se pretende en semejante caso esconder la mentira, en tanto que no es sino el atuendo de larealidad, y quien refiere una fbula por la fbula misma de ninguna manera miente.

    Hay otras ficciones puramente ociosas, cuales la mayora de los cuentos y de las novelasque, sin encerrar ninguna enseanza verdadera, tan slo tienen por objeto el entretenimiento.Despojadas de toda utilidad moral, stas no pueden valorarse sino por la intencin de quien

    las inventa, y cuando ste las refiere con afirmacin como verdades reales, apenas se puededisentir de que son autnticas mentiras. Sin embargo, quin ha sentido alguna vez un granescrpulo por tales mentiras y quin ha hecho alguna vez un grave reproche a los que lascometen? Si algn objeto moral tiene, por ejemplo, El templo de Cnido, tal objeto est pordems ofuscado y tergiversado por los detalles voluptuosos y las imgenes lascivas. Qu hahecho el autor para cubrirlo con un barniz de decoro? Ha fingido que su obra era latraduccin de un manuscrito griego, y ha construido la historia del descubrimiento de estemanuscrito del modo ms propio para persuadir a sus lectores de la veracidad de su relato. Sieso no es una mentira bien positiva, que se me diga entonces lo que es mentir. Sin embargo,a quin se le ha ocurrido criminar al autor por esta mentira y tratarle, por ello, de impostor?

    Se dir en vano que no es ms que una broma, que, aunque afirmara, el autor no quera

    persuadir a nadie, que, efectivamente, a nadie ha persuadido, y que el pblico no ha dudadoni por un momento que fuera l mismo el autor de la obra presuntamente griega de la que sehaca pasar por traductor. Responder que semejante broma sin objeto alguno no hubiera sidoms que un tontsimo infantilismo, que un mentiroso no miente menos cuando afirma aunqueno persuada, que del pblico instruido hay que separar multitudes de lectores simples ycrdulos a quienes la historia del manuscrito, narrada por un autor grave con un aire de buenafe, se ha impuesto realmente, y que han bebido sin recelo en una copa de forma antigua elveneno del que por lo menos habran desconfiado si se les hubiera presentado en un vasomoderno.

    El que tales distinciones se hallen o no en los libros, no quita que se hagan en el coraznde todo hombre de buena fe consigo mismo, que no quiere permitir nada que su concienciapueda reprocharle. Porque decir una cosa falsa para propia ventaja no es mentir menos quedecirla en menoscabo ajeno, aunque la mentira sea menos criminal. Dar ventaja a quien nodebe tenerla es turbar el orden y la justicia; atribuir falsamente a s mismo o a otro un acto delque puede resultar elogio o reprobacin, inculpacin o disculpa, es hacer algo injusto; puestodo lo que, siendo contrario a la verdad, no interesa en suerte alguna a la justicia, slo esficcin, y confieso que quienquiera que se reproche una mera ficcin como una mentira tienela conciencia ms delicada que yo.

    Lo que se llaman mentiras oficiosas son verdaderas mentiras, porque imponerlas, ya seapara ventaja ajena o para la propia, no es menos injusto que imponerlas en su detrimento.Quien elogia o reprocha en contra de la verdad, miente, desde el momento en que se trata de

    una persona real. Si se trata de un ser imaginario, puede decir de l cuanto quiera sin mentir,a menos que juzgue la moralidad de los hechos que inventa y juzgue falsamente; porque sientonces no miente en el hecho, miente contra la verdad moral, cien veces ms respetable quela de los hechos.

    He visto a gentes de esas que llaman en el mundo veraces. Toda su veracidad se agota enconversaciones ociosas citando fielmente los lugares, los tiempos, las personas, nopermitindose ficcin alguna, ni arreglando ninguna circunstancia ni exagerando nada. Entodo aquello que no afecta a su inters, son de la ms inviolable fidelidad en sus narraciones.Pero en caso de tratar algn asunto que les afecta, de narrar algn hecho que les toca de cerca,todos los colores son empleados para presentar las cosas bajo la luz que ms favorable les es;y si la mentira les es til y ellos mismos se abstienen de decirla, la favorecen con maa y hace

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    de suerte que se la prohbe sin que se les pueda imputar. As lo quiere la prudencia: adis a laveracidad.

    El hombre al que yo llamo verdadero hace todo lo contrario. En cosas perfectamenteindiferentes, la verdad que el otro a la sazn respeta tantsimo le afecta muy poco, y apenastendr escrpulo en divertir a una compaa con hechos inventados de los que no se sigue

    ningn juicio injusto ni a favor ni en contra de quienquiera que sea vivo o muerto. Pero tododiscurso que produce par alguien provecho o dao, estima o desprecio, elogio o reprobacinen contra de la justicia y la verdad, es una mentira que jams rondar su corazn ni su boca nisu pluma. Es slidamente verdadero, incluso contra su inters, aunque presuma bastante pocode serlo en las conversaciones ociosas. Es verdadero en cuanto que no intenta engaar anadie, es tan fiel a la verdad que le acusa como a la que le honra, y nunca la impone para suventaja o para perjudicar a su enemigo. La diferencia que hay, entonces, entre mi hombreverdadero y el otro es que el del mundo es rigurossimamente fiel a cualquier verdad que nole cuesta nada, pero no ms all, mientras que el mo nunca la sirve tan fielmente comocuando es preciso inmolarse por ella.

    Pero, se dir, cmo conciliar ese relajamiento con este ardiente amor por la verdad por el

    que yo le glorifico? Es entonces falso este amor, ya que adolece de tanta amalgama? No, espuro y verdadero: pero no es ms que una emanacin del amor de la justicia y no quiere

    jams ser falso, aunque a menudo sea fabuloso. Justicia y verdad son en su espritu dospalabras sinnimas que l toma indiferentemente la una por la otra. La santa verdad que sucorazn adora no consiste en hechos indiferentes y en nombres intiles, sino en dar fielmentea cada cual lo que se le debe en cosas que son realmente suyas, en interpretaciones buenas omalas, en retribuciones de honra o de reprobacin, de loa o de censura. No es falso ni contraotro, porque su equidad se lo impide y no quiere perjudicar a nadie injustamente, ni en pro des mismo, porque se lo impide su conciencia y no podra apropiarse de lo que no es suyo. Estsobre todo celoso de su propia estima; constituye ste el bien del que menos puede prescindir,y considerara una prdida real el obtener la de los dems a expensas de este bien. Conquealguna vez mentir sin escrpulo y sin creer que miente en cosas indiferentes, jams paradao o provecho ajeno o propio. En todo lo que respecta a las verdades histricas, en todo loque se refiere a la conducta de los hombres, a la justicia, a la sociabilidad, a las luces tiles,se preservar del error a s mismo y a los dems tanto cuanto de l depende. Fuera de ah,segn l, cualquier mentira no lo es. Si El templo de Cnidoes una obra til, la historia delmanuscrito griego slo es una ficcin muy inocente; es una mentira muy punible si la obra espeligrosa.

    Tales fueron mis reglas de conciencia sobre la mentira y sobre la verdad. Mi coraznsegua maquinalmente estas reglas antes de que mi razn las hubiera adoptado, y el instintomoral hizo su aplicacin solo. La criminal mentira de que fue vctima la pobre Marion me ha

    dejado imborrables remordimientos que me han preservado para el resto de mi vida no slode toda mentira de esta especie, sino de todas aqullas que, de cualquier forma que fuere,podan afectar al inters y a la reputacin de otro. Al generalizar de este modo la exclusinme he dispensado de pesar exactamente la ventaja y el menoscabo y de sealar los lmitesprecisos de la mentira perjudicial y de la mentira oficiosa; al considerar a una y otraculpables, me he prohibido ambas.

    En esto, como en todo lo dems, mi temperamento ha incluido mucho sobre mis mximas,o mejor, sobre mis hbitos; porque casi no he actuado con reglas o casi no he seguido otrasreglas en cualquier cosa que los impulsos de mi natural. Nunca mentira premeditada rond mipensamiento, nunca he mentido por mi inters; mas con frecuencia he mentido porvergenza, para salir de un apuro en cosas indiferentes o que a lo ms me interesaban a m

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    solo, cuando teniendo que mantener una entrevista, la lentitud de mis ideas y la aridez de miconversacin me obligaban a recurrir a las ficciones para tener algo que decir. Cuando hayque hablar necesariamente y no se me ocurren lo bastante pronto verdades entretenidas, voyrefiriendo historias para no permanecer mudo; pero en la invencin de estas fbulas pongotanto cuidado como puedo en que no sean mentiras, es decir, que no vulneren ni la justicia ni

    la verdad debida y que no sean sino ficciones indiferentes para todo el mundo y para m. Mideseo sera entonces sustituir al menos la verdad de los hechos por una verdad moral; o sea:representar bien los efectos naturales del corazn humano y deducir siempre una enseanzatil, hacer, en una palabra, cuentos morales, aplogos; pero se precisara ms presencia denimo de la que yo tengo y ms facilidad de palabra para saber aprovechar en pro de lainstruccin la facundia de la conversacin. Su curso, ms rpido que el de mis ideas, alobligarme casi siempre a hablar antes de pensar, me ha sugerido con frecuencia necedades einepcias que mi razn desaprobaba y que mi corazn desautorizaba a medida que ibanescapando de mi boca, pero que, al preceder a mi propio juicio, no poda ya ser reformadaspor su censura.

    Es tambin por causa de este primer e irresistible impulso del temperamento por lo que en

    momentos imprevistos y rpidos, la vergenza y la timidez me arrancan a menudo mentirasen las que no toma parte mi voluntad, pero que, en cierto modo, la preceden por la necesidadde responder al instante. La profunda impresin del recuerdo de la pobre Marion tiene pordems capacidad para detener siempre aqullas que pudieran ser perjudiciales para los dems,pero no las que pueden sacarme de un apuro cuando se trata solamente de m, lo cual no vamenos contra mi conciencia y mis principios que aqullas que pueden influir en la suerteajena.

    Pongo al cielo por testigo de que si en el instante despus pudiera retirar la mentira que meexcusa y decir la verdad que me abruma sin baldonarme de nuevo al retractarme, lo hara detodo corazn; pero la vergenza de cogerme en falta a m mismo me retiene an, y mearrepiento muy sinceramente de mi falta sin que, no obstante, ose repararla. Un ejemploexplicar mejor lo que quiero decir y mostrar que no miento ni por inters ni por amorpropio, y menos an por envidia o por malignidad, sino slo por apuro y mala vergenza,sabiendo incluso muy bien a veces que esta mentira es conocid