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    Sociedad y gnero. Debates sobre el sufragiofemenino en la Argentina (1870-1920)*

    Dora Barrancos

    A m me parece que el alejamiento de la mujer de la vida pblica se debe al

    deseo de mantenerla sometida a la vida familiar, porque la mayora de lapoblacin masculina no tolera todava la idea de vivir con una persona en

    condiciones de igualdad.JOHNSTUARTM ILL

    No hay duda de que la Argentina ingres a la modernidad de

    manera aventajada, tal como una diversa historiografa lo ha

    puesto en evidencia. Pero como contracara de la ostentacin

    de que haca gala en muy diversos aspectos, desde la infraestructura

    sanitaria fue uno de los primeros pases que realiz obras bsicasde ingeniera para potabilizar y distribuir el agua as como para resol-

    ver la derivacin de los detritos, pasando por las transformaciones

    en la energa, los transportes y las comunicaciones, hasta la obten-

    cin de logros pioneros en materia de educacin pblica, los liberales

    modernizantes lo fueron slo de manera menguada con relacin a los

    derechos femeninos fundamentales.1En efecto, les falt independen-

    * Con ligeras variantes, este texto corresponde a la conferencia pronunciada enEl Colegio de Mxico, en el mbito del Seminario de Historia Social dirigido por ladoctora Clara Lida, el 9 de julio de 2003. En la oportunidad los comentarios que en

    alguna medida incorpor estuvieron a cargo de la doctora Gabriela Cano. Mi pro-funda gratitud a ambas, a la institucin y al interesado pblico que particip deldebate. Deseo tambin testimoniar mi agradecimiento a Nlida Boulgourdjian, Fernanda

    Gil Lozano y Diana Maffa.1El reformismo liberal ha sido objeto de numerosos anlisis en la Argentina.

    Uno de los ms recientes se debe a Zimmermann (1995) quien intenta mostrar su

    propensin transformadora. He tratado el lmite de la modernizacin liberal respecto

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    cia y determinacin para sancionar el divorcio vincular y es indiscu-

    tible el hecho de que resultaran las mujeres las ms perjudicadas por la

    ley que lo impeda, de la misma manera que carecieron del conven-

    cimiento suficiente para asegurar a las mujeres el derecho a la ciudada-

    na. Y aunque en el caso del divorcio debe sealarse la tenaz oposicinde la Iglesia catlica cuyo influjo dominante termin replegando las

    tentativas hasta fecha reciente (1987), en la cuestin del sufragio fe-

    menino no puede perderse de vista que las prevenciones se originaron

    en los propios sectores liberales, as como en otros agentes no precisa-

    mente reaccionarios. De modo que en la sociedad argentina pro

    modernizante y liberal, retardatorios y progresistas comparten la res-

    ponsabilidad por la rmora en materia de derechos polticos femeninos.

    Esbozar aqu la historia de algunos debates por la ciudadana

    de las mujeres desde el periodo de maduracin del estado moderno

    con la aparicin de un conjunto de instituciones pblicas y del

    ordenamiento jurdico, hasta el umbral de la dcada de 1920. Des-

    tacar en el anlisis algunos antecedentes que asoman como primeros

    agenciamientos, y dar un lugar especial a algunas voces femeninas,

    representantes de ese nuevo estado de espritu que de modo precur-

    sor adopt a veces con candidez el nuevo ideograma que se abra

    paso en Europa, el feminismo, concepto que tuvo una recepcin

    relativamente rpida en la Argentina.2En la dcada de 1860 los nuevos cdigos entraron en vigor gra-

    cias al particular esfuerzo de Dalmacio Vlez Sarsfield a quien se de-

    ben las principales orientaciones en materia de matrimonio y otras

    disposiciones normativas civiles. Debo recordar que Vlez Sarsfield

    se vio influido tanto por el modelo rector de la codificacin napolenica

    como por sus adaptaciones a cargo de juristas latinoamericanos. Como

    es bien conocido, qued as establecida la equivalencia de la mujer a

    la condicin del menor y aun en peores condiciones que ste: la mu-jer casada estaba sometida legalmente al marido y dependa de su

    a los derechos civiles femeninos y el acatamiento liberal a la Iglesia catlica en Barran-

    cos 2002.2Muy probablemente, uno de los primeros hombres pblicos que emple el

    trmino feminismo en la Argentina, fue Ernesto Quesada al proferir una conferen-

    cia en la Seccin Femenil de Exposicin Internacional de 1898. Cfr. A suncin Lavrin,

    1992: 156.

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    voluntad, mientras que el derecho garantizaba a los nios y adoles-

    centes por lo menos mayor proteccin de sus bienes. Repasemos su-

    cintamente las principales inhibiciones que sufrieron las mujeres:

    estaban impedidas de realizar elecciones profesionales, de desempe-

    arse econmicamente y de adquirir y administrar bienes sin el con-sentimiento del marido, de la misma manera que no podan testimoniar

    ni realizar ninguna accin judicial sin su expresa autorizacin.

    La remocin de la inferioridad jurdica femenina slo se impuso

    en la Argentina en 1926 y desde luego no fue completa. No obstante

    el largo mantenimiento de esta normativa, es imprescindible observar

    los reclamos provenientes de las activistas feministas y de sus organi-

    zaciones, as como de otros segmentos sociales especialmente los

    embanderados con el librepensamiento, no pocos inscritos en la ma-

    sonera, que consideraban por lo menos atrasado al cdigo en ese

    aspecto. Debe concluirse que un cierto nmero de tesis doctorales

    producidas en el mbito de los estudios de derecho y otros en-

    sayos menos acadmicos, analizaban esta circunstancia como un se-

    rio obstculo, y hubo destacados especialistas en derecho que abogaron

    por una reforma para mejorar la condicin femenina. Tal lo que ocu-

    rri con Jos Mara Drago, un jurista de renombre, que en esta mate-

    ria coincidi con los socialistas, en particular con Alfredo Palacios y

    Enrique del Valle Iberlucea este ltimo emblemtico amigo de lacausa femenina. La reforma al Cdigo Civil de 1926 fue una iniciativa

    de Drago, quien ya en 1912 haba propuesto modificaciones, pero que

    ahora contenan en gran medida los proyectos de los socialistas.

    El reclamo por los derechos polticos, por el contrario, no encon-

    tr el mismo nmero de indagaciones propulsoras. Para muchos n-

    cleos de opinin bastaba tan slo mejorar la condicin civil de las

    mujeres, o cuando menos condicionaban los derechos de ciudadana

    a una reforma del derecho privado. En su mayora, las posiciones que

    favorecieron la participacin poltica de las mujeres en esta fase de

    implantacin institucional modernizante, deseaban una evolucin por

    etapas que partiera del sufragio municipal y calificado, especialmente

    con relacin a la edad que deba ser necesariamente mayor para las

    mujeres. No eran pocas las mujeres que se plegaban a estas posicio-

    nes. Slo a inicios de la dcada de 1920 los disensos se hicieron mayo-

    res y, por lo menos en el campo de las feministas ms conspicuas, se

    impuso la idea de una completa equiparacin con la ciudadana que

    gozaban los varones.

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    Entre los antecedentes ms significativos a favor del sufragio

    femenino se encuentra la posicin adoptada por Carlos Pellegrini quien

    aos ms tarde presidi la Repblica, pero entonces distante de sus

    ideas juveniles no gestion ninguna medida a favor del voto de las

    mujeres. En 1869, el joven Pellegrini egresaba de la Facultad de Dere-cho de la Universidad de Buenos Aires con la tesisEl derecho electoralen

    la que se mostraba favorable a la ciudadana femenina. Pensaba enton-

    ces que las prevenciones contrarias al ejercicio del voto deban ceder

    frente a las nuevas evidencias. En cuanto al temor de ser influida y

    de servir de instrumento al hombre, creo que el peligro en todos los

    casos sera recproco; y a decir verdad, tratndose de esta clase de

    influencia sealaba no es fcil decir quin ser el dominado, si la

    mujer o el hombre.3Probablemente Pellegrini se hallara bajo los in-

    flujos luminosos, y con destellos sin duda radicales de la lectura (de

    primera o de segunda mano?)4de John Stuart Mill, pero veinte aos

    despus de la aparicin de su tesis ese sano contagio se haba extin-

    guido.

    Muestra de una mayor cooperacin con los ideales de igualacin

    de los sexos irradiados entre los espritus ms cosmopolitas, resulta-

    ron las ideas de Jos Miguel Olmedo quien desde Crdoba una de

    las sociedades marcadas por el conservadurismo y donde varias dca-

    das ms tarde estallara la insurgencia estudiantil proponiendo la Re-forma profiri, en septiembre de 1873, un discurso singular en un

    ambiente que debemos suponer poco complaciente con la liberacin

    femenina, el Club Social de la ciudad mediterrnea. La institucin sola

    invitar a expositores a expresarse sobre temas de actualidad y segura-

    mente esto anim al joven Olmedo a exhibir sus concepciones acerca

    de La mujer ciudadana que, como se ver, result un intento de

    revocar los lugares comunes del lenguaje misgino. Me demorar en

    este texto precursor cado en el olvido.Precedi a la parte central de su discurso un largo exordio plaga-

    do de metforas que Olmedo emple con el objetivo de ampararse y

    3Cocca 1947: 37.4Gabriela Cano me instig en torno a la recepcin Mill en el rea latinoamerica-

    na. Hasta donde he podido informarme corrieron versiones de sus trabajos en el

    original ingls y traducciones realizadas por casas espaolas.

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    que fungi como una accin para demandar indulgencia debido a su

    juventud, y por tratarse del primer ensayo de emisin del pensa-

    miento, segn sus propias expresiones. Consciente del lugar con-

    troversial de sus ideas en la platea que lo escuchaba, exclam: Seores:

    es propio de la juventud expandirse y necesaria a la vitalidad de suespritu de comunicacin. No coartis nunca esa aspiracin noble.

    Dadle al contrario ocasin oportuna y local apropiado [...].5Calcu-

    lando el riesgo que sus posiciones correran, se parapet entonces en

    la sublime condicin de la juventud a cuya celebracin dedic largos

    prrafos, hasta ingresar al problema al que caracteriz como

    [U]n punto luminoso que estableciendo una solucin de continuidad entre lassombras de lo problemtico reuna en s el tipo multiforme de lo civil-poltico-social. La franca y completa libertad de la mujer como ser pensante y volunta-

    rio. Lo que yo llamoagreg enftico la mujer ciu dadana.6

    De ah en ms, su discurso marc las diferencias con las frmu-

    las cannicas relativas a las funciones femeninas que resumi del si-

    guiente modo:

    Al proclamarse la igualdad civil y poltica de los sexos, se levantan airados losestacionarios y los timoratos, declaman contra la reforma y maldicen a losreformadores.

    Es imposible dicen que la mujer guerree, que la mujer administre, que lamujer legisle.

    Es imposible porque carece de antecedentes histricos, porque los ensayoshechos han mostrado la natural incompetencia fsica y moral de la mujer paralos ejercicios serios e ingratos. Es imposible porque aunque no tuviera todos

    estos inconvenientes, los deberes de madre, esposa e hija son incompatiblescon la ciudadana.7

    Realiz entonces un hipottico trazado histrico sobre las rela-

    ciones entre los sexos basado en las construcciones antropolgicas

    vulgarizadas en el periodo. Armado de metforas acerca de las fun-

    ciones del varn y la mujer, destac que sta debi ocupar el lugar de

    la procreacin y de la proteccin casi exclusiva de la prole, aunquecon fuerza insuficiente debido a su condicin de esclava para

    morigerar los instintos de la vagancia y la guerra, propios de los

    5Op.cit: 4.6Ibid: 6. Cursivas en el original.7

    Ibid:7.

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    varones. Advino ms tarde a la condicin de compaera, pas de

    ser fuente de placer, a sultana o diosa, pero an faltaba mucho

    para llegar a los merecimientos de la equiparacin. En las comunida-

    des ms evolucionadas la mujer se torn cuidadora del fuego, del

    granero y consoladora del hombre, hasta que otra serie de transfor-maciones la condujeron a una mejor situacin, que Olmedo retorizaba

    con exultante romanticismo:

    La cosa, la esclava, la guardadora de la tienda, la vestal divinizada, la herona, lasibila, el dolo caballeresco, pasan a ser para el hombre su compaera de dolo-res y su felicidad. El aya de sus hijos, su consejera, la asistenta de su hogar, la

    vestal de su honor, la divinidad de su casa, la profetisa de su gloria, la racionaldepositaria de su amor!8

    De manera simtrica a la ventaja que adjudicaba a los nuevos

    tiempos, nuestro autor aseveraba, merced a su apuesta por el carcterevolutivo de la historia, que La sociedad moderna se constituye y la

    mujer es propietaria, y la mujer administra, y la mujer piensa y escri-

    be, estudia y ejerce y ama ms mientras su espritu es ms cultiva-

    do.9

    Las pisadas de la evolucin coincidan con las del progreso y el

    perfeccionamiento de la humanidad. Olmedo haca gala del mtodo

    de la interrogacin ilocutiva para asegurarse el impacto de los oyentes

    acerca de las mudanzas que vea inminentes:La escala de la perfeccin habr sido remontada hasta su ltimo peldao?Noser la humana especie susceptible de mejoramiento, y aun necesariamentepredestinada a un desarrollo ms completo de todas sus facultades? Quede a

    los pesimistas y a los incrdulos el permiso de dudarlo.Y bien seores, la mujer, mitad hermosa de nuestra privilegiada especie, ser

    inmortal, pensante, inteligente, libre, estar condenada al quietismo cuandotodo se mueve, a la inaccin cuando todo se agita, a la infecundidad cuandoella lo fecundiza todo?10

    E insistiendo sobre el terreno de la fe en la evolucin, reforzaba

    su apuesta por las sociedades que emprendan la igualacin de dere-

    chos de las mujeres, impelidas por las propias leyes naturales:

    Digmoslo, por fin, la mujer histricamente considerada es capaz en s misma

    de obrar todo aquello que la naturaleza no ha vedado a su sexo.

    8Ibid:9.9Idem.10

    Ibid:10.

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    La historia no encuentra imposible, ni siquiera difcil, que la que pas de escla-va a compaera ensanche la esfera del compaerismo y siguiendo al hombre

    hasta la plaza pblica, se convierta en ciudadana.11

    Abri entonces el camino a una consideracin que, no hay du-

    das, ofreca ventajas sobre las concepciones de sus contemporneos.Pinsese que todava Augusto Bebel no haba difundido sus ideas

    igualitarias, pero no hay dudas de que Olmedo estaba en contacto

    con fuentes crticas de la institucin matrimonial y las falsificaciones

    del amor, con discursos que sancionaban la estrechez moral de las

    costumbres. A propsito de un interrogante provocativo si el amor

    haba contribuido para que la mujer fuera autnoma y soberana de

    s misma, enfatiz su respuesta negativa. Nuestra civilizacin

    tartufa un trmino empleado en medios librepensadores, socialis-

    tas y anarquistas la deshereda por la fuerza tambin, contentn-dose con exclamar: el amor hace el derecho.12A la manera tambin

    conocida de las locuciones empleadas entre librepensadores es muy

    probable que Olmedo perteneciera a una logia masnica con vehe-

    mencia apunt a la hipocresa fundamental de los vnculos amatorios:

    El amor sojuzgando a la mujer, el amor defraudando sus derechos y sus

    prerrogativas cuando es la fuente de todos ellos. Y la mujer renunciando atodos por el amor, como si el amor le fuese retribuido en una escala superior!Por Dios, esto es un sarcasmo! La mujer no est integrada en sus derechos

    sociales. Los sacrificios que se le exigen no le son retribuidos con sacrificiosidnticos.13

    No ahorr argumentaciones osadas para el momento acerca de

    la manifiesta admisin del adulterio con que se premiaba a los varo-

    nes y la simtrica condena que sufran las mujeres que lo practicaban.

    Coincidiendo en buena medida con la idea socialista de cambiar la ley

    civil para mejorar la calidad de la institucin matrimonial, cifr su

    apuesta en la autonoma de las mujeres, la que deba garantizarse con

    la educacin de sus sentimientos, una instruccin capaz de hacerlainexpugnable a la seduccin de un sentimentalismo ignorante, hip-

    crita y concupiscente.

    11Idem.12Ibid: 11. Cursivas en el original.13

    Idem.

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    Olmedo incursion en el problema de la guerra para mostrar

    que aun este estado calamitoso era compatible con la mujer, un mi-

    nistro de guerra que vistiese faldas no sera imposible, asever, se-

    guramente con nimo de provocar a sus escuchas. Record la valerosa

    actuacin femenina en diversos episodios histricos, especialmenteel de las invasiones inglesas. Luego se lanz de modo directo a soste-

    ner que no haba razones para impedir que las mujeres usufructuaran

    la calidad de iguales a los varones en los ms difciles campos de la

    actuacin pblica:

    Me parece que lo que antecede muestra la compatibilidad de la naturaleza

    femenina con los ms rudos ejercicios de la vida pblica y ensea que la rudezade stos desaparece completamente o se dulcifica, produciendo una mayorsuma de felicidad en todos los pueblos en que tal cambio se opera. Para las

    dems ramificaciones de la ciencia social, la mujer no tiene inconveniente algu-no creado por la naturaleza, y excusado me creo de sostener que es capaz devest ir la toga del magistr ado, la que cie la espada del guerrero, y que puede depositar

    un voto independi ent e en la ur na del sufragio, esa misma mano que no tembl aldirigir una bala al pecho del invasor de sus hogares.14

    Largos prrafos fueron dedicados a justificar que si en los Esta-

    dos Unidos de Amrica (el ms laborioso de la tierra) las mujeres

    no haban alcanzado el voto, no les faltaba reconocimiento pblico y

    menos an gravitacin en los negocios de la repblica. Munido de

    nuevas certezas ms progresistas ahora se bas en el terreno dela especulacin filosfica para anunciar que la mujer no era sus-

    trada a la vida pblica por los deberes de la familia, sino por la impo-

    sicin de los malos hbitos y de la educacin que recibe. Dedujo

    entonces que las distracciones aviesamente ofrecidas a las mujeres

    obstruan su efectiva participacin en los negocios pblicos, y critic

    la demanda de compostura y el embellecimientos exteriores, el he-

    cho de que su preparacin se restringiera a la msica, al dibujo y a los

    idiomas, y de que estuviera ajena a una meditacin social, ausente

    del ms ligero conocimiento de las leyes fsicas y morales que go-

    biernan lo creado. La mencin de estos dislates formativos, con la

    consiguiente sustraccin de las mujeres a los intereses pblicos, lo

    llevaron a exclamar:

    14

    Ibid.:15.

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    Pretender que una criatura tan delicada y tan bella; tan sensible, que se im-presiona con la muerte del falder il lo o del mici fuzde la casa, consagre una mirada

    a los espectculos de lucha y de trabajo diario que el padre, el esposo o elhermano la [sic] ofrecen por mejorar la posicin de la familia y el estado de lasociedad!

    Qu extravio! Un ser brillante, hechicero, enflaquecido por la meditacinnecesaria para consagrarse a la reforma social, poltica o econmica!15

    Desde luego, no pudo omitir celebraciones del lugar domstico

    de las mujeres, pero subrayaba que esa eficacia para la vida del hogar

    no haca sino auspiciar notables administradoras de la hacienda co-

    mn. No era necesario prevenirse contra la mujer ciudadana que

    habra de desempearse en las nuevas labores sin que los hijos pe-

    queuelos lloren, sin que el marido se fastidie, ni el padre se irrite.

    Sin que el hogar est descuidado y mustio conclua la ciudada-

    na puede consagrarse a deberes ms altos; sin que el saln languidezca,

    los parl amentos pueden animarse dulcemente.16

    Sus palabras finales constituan un acto de fe y refractaban

    una sntesis de la nueva subjetividad anclada en la perspectiva uto-

    pista evolutiva, proclive a la revisin de los usos y costumbres y

    permeable a la mayor igualdad social en lo que contaba centralmente

    un nuevo trato entre los sexos. Olmedo transmiti al pblico que lo

    escuchaba (seguramente en su mayora varones de empinados secto-

    res sociales) su certeza en los cambios que, crea, no habran de de-morar:

    Perfeccionesmos, Seores, la obra de los siglos!

    Educacin, educacin completa y libre para la mujer, y la humanidad mar-char fraternalmente unida, sin distincin de clases, de colores, ni de sexos, ala posesin de sus magnficos y celestiales destinos!

    El dedo de Dios nos marca el rumbo, al hombre toca abrir la senda removien-do los obstculos!17

    Tal como nuestro autor entrevea, la sociedad argentina cambi

    notablemente hacia el umbral del nuevo siglo, pero no envered ha-cia la meta celestial de la igualacin de los sexos. La inmigracin ma-

    siva para mencionar una arista prominente de las transformaciones

    implant, sin embargo, ideologas y convicciones polticas dispuestas

    15Ibid: 17. Cursivas en el original.16Ibid: 18. Cursivas mas.17

    Ibid: 19.

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    a conmover una sociedad jerarquizada cuyo rgimen poltico apenas

    guardaba las formas republicanas. La Revolucin de 1890 asom como

    un parteaguas entre el viejo agenciamiento poltico y las nuevas fuer-

    zas sociales que solicitaban reconocimiento mientras proclamaban la

    necesidad de quebrantar los vicios del rgimen.Uno de los entusiasmados con los cambios de la coyuntura que

    dara fin al unicato,18Luis Mohr, public un texto notable a favor

    de los derechos de ciudadana de las mujeres sobre la base de una

    interpretacin de doble registro: la tarea encomiable para conmover

    lo pblico que realiza una matrona desde la intimidad del hogar. Com-

    promiso pblico sin perder la devocin privada, tal su intencin. Mohr

    puso en el centro de la escena a doa Micaela en la tareas de instruir a

    su hijo, Rodolfo Rivarola una figura angular del pensamiento polti-

    co y jurdico argentino en las primeras dcadas del siglo XX, pero que

    lejos de lo que puede suponerse, no impuls la elevacin de la condi-

    cin femenina.19El texto tambin revela la accin desplegada por Elvira

    Rawson y por Afrasia Cabral durante los das de la revuelta de 1890.

    Como he sealado con ms detalle en otro lugar,20Mohr hace un

    18Se denomina as al rgimen poltico personalista, prebendario y oligrquicoque se impuso en la Argentina hacia la dcada de 1880 y que hace estallar la Revolu-

    cin de 1890.19Rodolfo Rivarola fue uno de los ms destacados juristas argentinos y sor-

    prende el escaso inters historiogrfico por su obra. En alguna medida comparte laproyeccin de Jos Ingenieros. Naci en Santa Fe en 1857 y muri en 1942. Doctorado enla Universidad de Buenos Aires, ingres a la carrera judicial y en el profesorado. Entrelos cargos que desempe se cuentan el haber sido miembro del Consejo Superior deEducacin Pblica (1883), secretario del Tribunal Supremo de Justicia (1888), profesordel Colegio Nacional de la Plata (1891) y del de Buenos A ires (1893-1895); profesor de

    filosofa en la Facultad de Leyes y Ciencias de la Universidad de Buenos Aires (1894),de filosofa y letras en la misma Universidad y de leyes penales en la de La Plata(1906). Fue fundador de la destacada Revi sta Argent ina de Ciencias Polt icas,y dej unaobra significativa en materia de derecho entre la que se cuenta La Justi cia en l o criminal,organizacin y procedimi ent o, Insti tuciones del Derecho Civi l argent ino yPr oyecto de Cdigopenal. Escribi asimismo ensayos tales como Mitre, La raza como ideal, La ideade justicia en los conflictos sociales y el D iccionario manual de instruccin cvi ca yprctica consti tucional argent ina. En 1921, a propsito de la notable encuesta de MiguelFont, La muj er. Encuesta femini sta argent ina(Costa Hnos., Buenos Aires), Rivarola selimit a responder acerca de los derechos de las mujeres: No he realizado hasta

    ahora un estudio tan serio como la cuestin lo requiere(p.137).20

    Ver Barrancos 2003.

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    alegato contundente a favor de los derechos polticos de las mujeres

    quienes, en su opinin, resultaban la autntica reserva de los valores

    republicanos. Su exaltacin de la potencia femenina para cambiar el

    orden poltico se confunda con el reconocimiento de lo ms rescatable

    de la Repblica. La renovacin del sistema se encontraba en buenamedida en el sufragio de las mujeres, tal era su anhelo, y no haba

    ninguna razn para excluirlas de la soberana conferida a los varones.

    Si haba de cambiarse la sociedad argentina, si efectivamente se de-

    seaba una alteracin de fondo de las prcticas pblicas, el definitivo

    abandono de lo viejo y atrasado, era imprescindible contar con la

    participacin de las mujeres.

    Un poco ms adelante, otra tesis doctoral, en este caso El sufr a-

    gio de la mujerde Octavio Iturbe, aportaba argumentos que, si bien

    observados, resultaban paradojales y hasta contradictorios, fortale-

    can la tmida corriente de opinin favorable a los derechos de las

    mujeres. Iturbe de manera confesa admita la influencia de los socia-

    listas en su pensamiento. Su propsito era defender la ciudadana

    femenina a la luz de un examen de las principales argumentaciones a

    favor y en contra, aun cuando debiera apelar a consideraciones eno-

    josas acerca de la idiosincrasia femenina, en particular, en lo atinente

    al problema de su inteligencia. Como cuestin central, aprobaba la

    incorporacin femenina a la arena pblica:

    Se trata de la reivindicacin de un derecho cuya demanda ocasionar temores

    fundados o no, despus lo veremos a los sistemticos centinelas que pro-

    claman la perdurabilidad de las instituciones para prevenir las perturbaciones

    que toda innovacin en ellas acarrea sobre las costumbres, a riesgo muchas

    veces, de mantener irritantes injusticias y menospreciar las conquistas del ince-

    sante progreso.21

    Basndose en uno de sus autores de cabecera, Louis Frank, re-

    peta lo que este glosaba como objetivos del feminismo emancipador,

    una corriente de pensamiento que no poda soslayar:

    Los principios del programa del feminismo militante tienen un triple objeto:

    abolir el poder marital y fundar el derecho de familia sobre el principio de la

    igualdad entre los esposos; conceder a las mujeres el derecho de usar sus facul-

    tades; sin distincin de sexo: ingresar en oficios, empleos, profesiones libera-

    21

    Iturbe1895: 13.

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    304

    desde los derechos

    les, carreras; reconocer en las mujeres el derecho de intervenir en la reglamen-

    tacin de los intereses pblicos.22

    He anticipado ciertas contradicciones en la propuesta de Iturbe.

    Tal lo que ocurre en el momento en que decididamente defiende el

    voto calificado: en su perspectiva slo los capaces, los individuosdotados de aptitudes, podan ser sujetos del derecho a voto. Merced

    a una comparacin que a menudo sola establecerse entre los contem-

    porneos de ambos sexos, y en la que se adverta como un disla-

    te que hombres analfabetos y sin clase pudieran votar, mientras

    mujeres cultivadas y de clase no pudieran hacerlo, nuestro autor

    introdujo la defensa del voto calificado femenino. La maniobra com-

    parativa es clara cuando expresa:

    Las nicas garantas a que el legislador pudiera subordinar el ejercicio delsufragio son las relativas a la capacidad y a la moralidad. La cuestin se reducea saber si la inteligencia de la mujer es suficiente para permitirle votar con

    discernimiento y perfecto conocimiento de sus deberes y responsabilidades[...]. Si nos referimos a la masa del pueblo, a los paisanos y a los obreros, no encont ra-mos ni nguna diferencia apreciable ent re la intel igencia del hombre y de la mujer. ni-

    camente en l as clases superiores se observan di ferencias paradj icas y, sobre todo, en laclase de las profesiones li berales.23

    De manera retrica, acentuando frmulas ilocutivas y performa-

    tivas, Iturbe arroja la cuestin antecedida de una pregunta:

    Si el sufragio es un derecho natural, como lo seala la escuela revolucionariafrancesa, deber serle reconocido a la mujer tanto como al hombre?

    Parcenos innecesario esforzar el raciocinio para responder afirmativamente aesta pregunta y temeraria pretensin la del hombre que quisiera dividir por mi-tad la unidad humana: crear dos naturalezas, dos almas, dos cerebros humanos:el buen sentido basta para percibir la inconsistencia de semejante pretensin.24

    En auxilio de sus posiciones que, como se ve, enraizan en el

    derecho natural y contractualista, agrega: La mujer es parte inte-

    grante de la humanidad [...]. El derecho natural le reconoce la cuali-

    dad del hombre (homo) y los atributos inherentes a la personalidadhumana.25

    22Ibid:17.23Ibid:92.24Ibid:37.25

    Ibid:39.

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    Dora Barrancos

    En el captulo dedicado a tratar los argumentos que denomina

    antifeministas, revela la misoginia lo enuncia expresamente

    de figuras que asoman desde la antigedad hasta su poca, e incluye,

    as, textos de Catn y del jurista francs contemporneo Glasson,

    pasando por Hobbes, Rousseau y Comte. La base argumental sobreuna falta de razonamiento en las mujeres que las hace impropias para

    la decisin autnoma en la arena pblica, es cuestionada por Iturbe.

    Se demora entonces en los principales sealamientos adversos a la

    ciudadana de las mujeres, a saber: debilidad constitutiva, peligrosi-

    dad poltica, riesgo de guerra entre los sexos, insuficiente garanta

    de capacidad y moralidad [...] dada su expresiva sensibilidad, debili-

    tamiento de la familia y consiguiente fragilidad social, imposibilidad de

    que las mujeres cumplan con la obligacin fundamental del servicio

    militar. Anatemiza cada una de estas construcciones y luego se dedica,

    en el ltimo captulo, a argumentar a favor del sufragio femenino. Lo

    hace respaldado en las convicciones que remontan a Mill y con apoyos

    explcitos que toma del francs Manouvrier, pero mediante ideas que

    evocan, con escaso margen de duda, las posiciones socialistas:

    Los que pretenden que la mujer, en razn de su naturaleza, debiera permane-cer extraa al movimiento de la vida externa, desconocen la realidad de loshechos econmicos. A firman que la compaera del hombre nicamente debie-

    ra ocuparse de los quehaceres del hogar, dedicarse a los cuidados de la familia[...]. Sostener que esta misin domstica constituye para la mujer su destino

    natural, es concebir un ideal irrealizable [...]. Millones de mujeres participandiariamente en una proporcin considerable de nuestras fatigas y luchas [...].Las esperanzas de existencia, sin embargo, no han eximido a esas mujeres de laaccin de las leyes fisiolgicas a que su sexo est sometido. En casi todos lospases del mundo, centenares de mujeres siguen los cursos de la enseanzasuperior [...],no detienen sus actividades cuando estn enfermas o incmo-das por los fenmenos catameniales.26

    Iturbe ingresaba de este modo a aspectos cruciales para las opi-

    niones extendidas en el periodo, pero no pueden disimularse los n-gulos avanzados de sus ideas al enaltecer el trabajo extradomstico de

    las mujeres, subrayando el significado de la produccin femenina sin

    mengua de su naturaleza, tanto como la bsqueda de nuevas com-

    petencias profesionales a travs de la educacin superior, camino que

    26

    Ibid:71.

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    desde los derechos

    por cierto le pareca el ms liberador. Las mujeres vegetan en la

    ignorancia por el tipo de instruccin que reciben, dir.

    A pesar de las tensiones e inflexiones de su discurso, Iturbe

    ingresaba a la franja, todava estrecha, de los que se avenan a consi-

    derar los derechos polticos de las mujeres como una cuestin incon-testable para el inters general de la nacin, imprescindible para

    mejorar la vida social y para garantizar el progreso. Hay especialmen-

    te un aspecto sobre el que el tesista se cuid muy bien de sealar su

    distanciamiento con los espritus ms recalcitrantes, y ste era el que

    apuntaba a la inferioridad de las mujeres, a su incapacidad por razo-

    nes biolgicas inexorables. Vase:

    En resumen, cualquiera que sea la naturaleza de la mujer y las particularida-des que diferencian el carcter femenino del carcter del hombre, no existenrazones suficientes para negar a la mujer su calidad de miembro de la sobera-na, ni para sostener que carece de las aptitudes requeridas para servir de rga-no de manifestacin de esa soberana por medio del sufragio femenino [...]. Lapretendida superi ori dad fsica o int electual del hombre, de que resul ta la exclusin de la

    mujer de las funciones electorales, no reposa sobre una base cientfi ca. La infer iori dad dela mujer no exi ste; y si exist iera, no sera sino una infer ioridad muscular, fundament o

    del derecho del ms fuer te.27

    La tesis de Iturbe fue aprobada aunque no podemos conocer los

    comentarios de sus examinadores, hasta dnde hubo conciliacin con

    las ideas del autor; nos falta apreciar el impacto que tuvo entre losespecialistas. Si se tiene en cuenta las escasas oportunidades en que

    se presentaron posiciones similares bajo la forma de investigaciones

    acadmicas, es casi innecesario preconizar que debemos ser extrema-

    mente prudentes en materia de optimismo.

    Al terminar la dcada de 1890, el socialismo representaba el

    mun de una alternativa entre lo ms viejo del sistema y la renova-

    cin trada por el radicalismo. Instituido como partido en 1896, pue-

    den sealrsele toda suerte de lmites, pero no puede desconocerse

    su expresa posicin a favor de la emancipacin femenina, que llev

    a los socialistas a proponer la revocacin de la ley que someta a las

    mujeres y a propugnar el derecho a la plena ciudadana. La nueva

    fuerza apareca al mismo tiempo que el xito de librera La mujer y la

    revolucin(1878) de Augusto Bebel, sin duda el best-seller del so-

    27

    Ibid:76.

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    Dora Barrancos

    cialismo28por largos aos. Las organizaciones femeninas socialistas

    no tardaron en aparecer. Es conocido el acatamiento que las ideas

    socialistas concit en ciertos segmentos de los grandes medios urba-

    nos, aunque el anarquismo se impusiera entre el proletariado. Resul-

    tan bien conocidas las ideaciones de este ltimo, a favor de la liberacinde las mujeres, pero desde una ptica adversa a la reforma jurdica de

    acuerdo con la iconoclastia que predicaba. Los hombres y mujeres

    anarquistas no podan pedir ni igualdad civil, ni divorcio ni derecho

    al sufragio, aun cuando fueran ms incisivos en materia de revolu-

    cin social, domstica y personal.

    El sufragio femenino encuentra entre los lderes socialistas sus

    ms destacados preconizadores, y entre las mujeres del socialismo,

    notables sostenedoras. A menudo puede observarse una conjuncin

    de feministas que se identifican como socialistas, o que simpatizan con

    las ideas del socialismo, y cuyos ncleos se diferencian claramente de

    otras posiciones que hasta pueden autoproclamar con innegable

    naivet su carcter feminista, pero cuidndose de exorcizar la

    radicalidad debido a la imputacin de socialista. La manifestacin

    a favor del sufragio femenino por parte del Partido Socialista opera

    tambin como un reto para poner en evidencia el atraso de la sociedad

    argentina. Sin embargo, a menudo se nos escapa que algunos socialis-

    tas slo admitan el sufragio por etapas, comenzando por el ordenmunicipal, y como confesar Enrique Dickman uno de los ms des-

    tacados dirigentes del partido, haba quienes crean (como l mismo)

    que slo un desarrollo por ciclos convena al camino igualitario de los

    sexos. Ciertos socialistas y seguramente algunas mujeres del socia-

    lismo reservaban sus diferencias con la posicin pblica del partido a

    favor del voto femenino sin cortapisas, para sostener en mbitos ms

    recoletos posturas diferidas en materia de ciudadana femenina.

    De todas maneras, el programa del Partido Socialista coincidicon la mayora de la socialdemocracia europea, e interpuso esfuerzos

    pioneros en el parlamento para concretar el voto igualitario y univer-

    sal de las mujeres. Fueron especialmente las adherentes socialistas y

    sus allegadas quienes propusieron el derecho al sufragio en el Con-

    28Diversa bibliografa recoge la estruendosa propagacin del libro de Bebel.

    Sealar el reciente trabajo de Offen (2002) y el reconocimiento de Hobsbawm (1998).

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    desde los derechos

    greso Femenino Internacional celebrado en Buenos Aires en 1910. La

    posicin pblica del socialismo argentino no hizo lugar a las preven-

    ciones que solan prodigarse en los ambientes filosocialistas de Fran-

    cia para sealar un lugar especialmente perseverante en mostrar la

    identidad clerical y conservadora de las mujeres, razn por la que noconvena concederles el derecho a votar.

    Me detendr especialmente en algunas voces socialistas, en pri-

    mer lugar en Alicia Moreau, la mujer ms descollante de la fuerza y

    que acept tempranamente la identificacin de feminista. Diferencia-

    da de las actividades que llevaba adelante el Centro Socialista Feme-

    nino, surgido a inicios de la dcada de 1900 entre cuyas integrantes

    se contaban las hermanas Chertkoff, de origen ruso y casadas con

    prominentes lderes partidarios, debe concluirse, aunque esto no

    haya merecido anlisis, que la independencia de Alicia Moreau lahaca transitar un camino paralelo aunque contribuyera en muchas

    de las actividades del Centro, por ejemplo, al sostenimiento de la

    Liga por la Educacin Laica que aquella haba patrocinado. Obtuvo

    en 1913 el diploma de mdica en la Universidad de Buenos Aires, y

    esta circunstancia reservada a las ms decididas de sus congne-

    res la converta en una joven ms independiente. Como ha seala-

    do Asuncin Lavrin,29debe lamentarse que la obra escrita de Alicia

    Moreau permanezca dispersa ya que fue una prolfica escritora a lolargo del casi siglo que ocup su existencia. Una de sus realizaciones

    ms importantes, elaborada conjuntamente con Enrique del Valle

    Iberlucea, fue la revista Humanidad Nueva, sucesora de la Revista So-

    ciali sta Int ernacionale instrumento principal para irradiar la cultura y

    la educacin a los sectores trabajadores, ya que responda al Ateneo

    Popular, organismo que ambos ayudaron a fundar.

    Alicia Moreau nos ha dejado buena parte de sus inaugurales

    testimonios como feminista y socialista en las pginas de esta publi-

    cacin y me ocupar de algunos textos all aparecidos. Sus concepcio-nes se apoyaban en un fecundo terreno de la poca, el feminismo

    maternal.30En efecto, tal lo que se deduce de su defensa de la ocu-

    29Lavrin 1997: 178, nota 8.30Esta especie fue cultivada en todas las latitudes y su raigambre extendida a la

    enorme mayora de las reivindicaciones de derechos de la mujer. Remito especial-

    mente a Bock y Thone 1996; para la Argentina, ver Nari 2001.

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    Dora Barrancos

    pacin de los espacios concernientes al inters pblico, a la necesidad

    de que las mujeres se afianzaran en el campo intelectual y poltico

    mientras se tornaban ms aptas para la consecucin de la integracin

    familiar y el cuidado de la descendencia. Crea que la transformacin

    de las mujeres en seres autnomos y actuantes, con dignidad social,no debera descuidar y menos romper la clula familiar, indispensa-

    ble para anidar una buena sociedad.31Muchas dcadas ms tarde,

    hacia 1945, tal como se advierte en su libro ms importante, La mujer

    en la democracia, Moreau segua pensando probablemente con ma-

    yor preocupacin an, frente al totalitarismo nazi y a la amenaza del

    desborde de las masas por el influjo (ya patente) del peronismo

    que las mujeres no podan olvidar las responsabilidades domsticas,

    el cuidado prominente de los hijos, las obligaciones con la familia, la

    educacin angular de la sociedad republicana. Como apunta Asun-

    cin Lavrin:

    [D]esde que en su juventud defini la necesidad de llevar las cuestiones del

    hogar a la palestra pblica, su visin de la mujer en la poltica se mantuvoenmarcada dentro de la economa domstica, aunque reconociendo que la mis-ma no era un tomo en el vaco, sino parte del cuerpo social. Su preocupacin

    poltica estaba biolgicamente comprometida con su sexo.32

    Pero por encima de este supuesto que la llev a formar un

    hogar33

    con el ms importante de los socialistas argentinos, Juan B.Justo nunca omiti celebrar el compromiso de las mujeres con la

    esfera de los negocios pblicos. Fue una adalid de la causa del sufra-

    gio femenino y no se content con los organismos partidarios para la

    consecucin de este objetivo. Cre asociaciones especficas, transver-

    sales a los grupos feministas, y desarroll sobre todo en la dcada

    de 1920 acciones de todo orden para que las mujeres se convirtie-

    ran en ciudadanas.

    31Moreau 1910: 486-488.32Lavrin 1997: 197.33La vida ntima de Alicia Moreau est todava por historiarse. Se ha sostenido

    reiteradamente en los crculos socialistas como un secreto a voces que fue la com-paera de Enrique del Valle Iberlucea hasta la muerte de ste, en 1921. Del Valle Iberlucea,hasta donde se sabe, nunca se separ de su esposa. Un poco ms tarde, Alicia contrajo

    matrimonio con Juan B. Justo, viudo desde haca mucho tiempo de otra Chertkoff,

    Mariana, quien falleciera a raz de un parto. A licia Moreau enviud en 1928.

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    desde los derechos

    Volvamos a sus tempranos textos a favor de la independencia

    femenina y del derecho al sufragio y adentrmonos en las posiciones

    ya maduras al finalizar la dcada de 1910. En 1911 publica un peque-

    o artculo,El sufragio femenino, en el que realiza una sntesis de

    sus ideas sobre las condiciones que deberan presidirlo. Asimilada alcanon de poca acerca de las ventajas incomparables para la reden-

    cin femenina que traera la educacin, se expresa a favor de la ciuda-

    dana por etapas cuando reclama la necesidad de que las mujeres

    estn preparadas para la realizacin del voto. Su convencimiento

    parta de que era ms interesante aguardar que la propia evolucin

    social condujera al sufragio, y confiaba en que ese derecho ira a

    conquistarse desde que pudiera convencerse a los legisladores. En

    realidad Alicia Moreau delataba entonces una cierta reticencia, haba

    una tensin en la posibilidad de la ciudadana femenina plena; toda-

    va era presa de la conviccin de que era ms importante para las

    mujeres el asegurarse educacin, mucha educacin tan coincidente

    con el molde del iluminismo liberador del socialismo, pues slo

    esa condicin las llevara a la conquista de los derechos cvicos. Vol-

    va a coincidir ms tarde en otro trabajo, El feminismo en la evolu-

    cin social: esta doctrina no se deba centralmente a las mujeres,

    sino a las causas del progreso industrial, social, humano que se

    manifestaban como tomas de posiciones feministas. Moreau afirmabaentonces que haba que ayudar a ese parto de la evolucin mediante

    actos legislativos que dieran paridad de trato a las mujeres, pero en

    este caso la legislacin se refera ms que al voto, a la reforma del

    Cdigo civil y a la garanta de proteccin de las trabajadoras.

    Los cambios fundamentales de Alicia Moreau se produjeron al

    finalizar la dcada, ya convencida de que la conversin en ciudada-

    nas no poda esperar una evolucin por etapas. As, por fuera del

    partido, cre la Unin Feminista Nacional para llevar adelante dos

    tareas centrales, a saber, la modificacin del Cdigo civil que liberara

    a las mujeres de la tutela de los maridos y la sancin de la ley del

    sufragio femenino. Apareci adems un rgano de prensa, Nuestra

    Causa,en donde las feministas reformistas pudieron reivindicar, ade-

    ms de estos derechos bsicos, asistencia maternal ntegra (un recla-

    mo de toda la vida), proteccin a la niez desvalida, educacin pblica,

    auxilio a las mujeres trabajadoras entre otras cuestiones.

    La fraccin ms aggiornadadel librepensamiento identificado con

    la masonera abogaba por el sufragio femenino. Alicia Moreau haba

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    Dora Barrancos

    estado muy cercana a sus organizaciones compartiendo no slo pun-

    tos de vista sino amistad con otras mujeres adherentes, en particular

    con Mara Abella Ramrez y Julieta Lanteri. Estas ltimas gestaron la

    publicacin dedicada a la emancipacin femenina, Nosotras, a fines

    de la primera dcada del XX, con insistentes referencias al derecho alsufragio. Poco despus, Julieta fund la Liga Nacional de Mujeres

    Librepensadoras cuyo primer punto declarativo contemplaba los de-

    rechos polticos para la mujer argentina o ciudadanizada. Los com-

    bates por la ciudadana protagonizados por Julieta Lanteri son en

    extremo singulares y la convierten en una de las principales figuras

    de Amrica Latina. Estuvo entre las primeras mujeres electoras, fue

    una de las responsables del ensayo de voto femenino que conmovi a

    Buenos Aires en marzo de 1921, y a ella se debe la creacin del Parti-

    do Feminista que todo lo desafi, llevndola como candidata a dipu-

    tada en varias oportunidades durante la dcada de los veinte.

    Finalizada la Primera Guerra y frente a los cambios producidos

    en las sociedades europeas, como es bien sabido, el voto femenino

    avanz en diversos pases. Las feministas argentinas redoblaron es-

    fuerzos y aparecieron nuevas asociaciones pro sufragio. Alicia Moreau,

    Julieta Lanteri y Elvira Rawson de Dellepiane fueron las representan-

    tes ms conspicuas de los alineamientos pro voto y se dividieron el

    reconocimiento de no pocas seguidoras en momentos en que comen-zaban a ampliarse las oportunidades educativas y profesionales de las

    mujeres. En efecto, las subjetividades y valores representados por los

    segmentos sociales surgidos a propsito de la ampliacin de los sec-

    tores medios urbanos en la dcada de 1920, facilitaron que los contin-

    gentes femeninos asistieran a la educacin secundaria y hasta se

    graduaran en la universidad.

    Tanto las ms antiguas como las nuevas organizaciones de muje-

    res estimularon los primeros proyectos de voto femenino. 1919 fueun ao significativo, ya que en julio ocurri la primera presentacin

    al Congreso de la Nacin de un proyecto de ley sobre el sufragio

    femenino a cargo del diputado liberal, representante de la Unin C-

    vica Radical, Rogelio Araya. El antecedente legislativo ms cercano

    haba sido el abortado proyecto de 1916 que quera consagrar el voto

    de las mujeres en el mbito municipal. La propuesta nacional se apo-

    yaba en la universalidad y obligatoriedad del voto de las mujeres,

    pero era reprochable debido a la diferencia de edad que estableca:

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    desde los derechos

    mientras los varones seguan siendo ciudadanos a partir de los 18

    aos, a las mujeres slo se les permita el ejercicio del voto a partir de

    los 22. En los fundamentos, el autor expresaba la necesidad de otor-

    gar igualdad de derechos a ambos sexos basndose en la legislacin

    avanzada internacional, con menciones expresas a la ley inglesa y nor-teamericana. Se apoyaba tambin en otros textos, tal la mencin a la

    obra de la francesa Marguerite Augustin Feraud, defensora de la ciu-

    dadana femenina y cuyo libro a favor del sufragio haba prologado

    George Goyau. Pero las referencias a textos franceses sonaban clara-

    mente contraproducentes toda vez que en este pas se discuta tan

    slo la participacin de las mujeres en el sufragio comunal y, como ya

    he dicho, el radicalismo liberal se inclinaba claramente por ocluir la

    ciudadana femenina, temeroso de la mayor intrusin del voto con-

    servador.

    Cuando Aldo Armando Cocca(1947) examin los antecedentes

    del sufragio femenino en la Argentina una obra pionera, aunque

    critic la discriminacin de la edad, seal los mritos de la iniciativa.

    Cocca con justicia mostr ausencias importantes en los fundamentos

    del proyecto, en especial la falta de registro de las contribuciones

    locales. En la erudita enumeracin que realiz y a cuyo mapa tanto

    debemos se situaba en primer lugar la omisin de la tesis inaugural

    de Elvira V. Lpez, defendida en 1901, El movimient o femini sta en laArgentina.Cocca sostena que la obra de Elvira Lpez haba sido in-

    gratamente olvidada, a pesar de tratarse de la mejor monografa

    que se ha publicado sobre la materia hasta el presente en Amrica,

    escrita por una mujer,34y no le faltaba razn. En efecto, Elvira Lpez

    haba mostrado el nuevo cauce del feminismo, con cuyos ideales se

    identificaba aunque definitivamente no con su radicalidad. Pero, ab-

    solutamente, no crea que el sufragio deba alcanzar a las mujeres.

    Vase:[C]reemos que cuando en nombre de la equidad el sexo protesta contra la ex-clusin sistemtica de todo puesto pblico[...], cuando pide que se le permitavelar por la educacin de la infancia y la moralidad o asistencia pblica, cuandoaspira a ocupar los puestos abandonados por el hombre [...], su pretensin esjusta; pero cuando desea lanzarse a la arena ardiente de las luchas polticas y

    34

    Cocca 1947: 35.

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    Dora Barrancos

    escalar los puestos que las debilidades de su sexo y su misin maternal levedarn siempre, nos parece ridcula y nos inspira tanta compasin como aque-

    llos que empleando un lenguaje y modales harto libres, creyendo dar muestrasde independencia y superioridad de espritu, sin comprender que slo consi-guen convertirse en seres anmalos y repugnantes.35

    Aunque no mencionara este antecedente que, como se ve, dista-ba de apoyar la medida, lo cierto es que el proyecto de Araya marc el

    inicio de un nuevo momento, a pesar de que las representaciones

    liberales no estuvieran dispuestas siquiera a conceder a la cuestin

    del voto de las mujeres un tratamiento plenario en el Congreso.

    La sociedad argentina fue sacudida por graves tensiones socia-

    les al finalizar la guerra. He sealado los cambios producidos en los

    sectores medios urbanos, pero igualmente notables fueron las trans-

    formaciones producidas entre los sectores trabajadores, de abigarra-da fisonoma, entre los que creci la organizacin ahora ms

    diversificada pues al anarquismo y al socialismo haba que sumar al

    sindicalismo revolucionario, que conquistara a las ms importan-

    tes asociaciones gremiales. En la coyuntura, la protesta se radicaliz

    (pinsese en la Semana Trgica de inicios de 1919) coincidiendo con

    los nuevos acontecimientos mundiales, notablemente con la revolu-

    cin rusa.

    El fin de la dcada de 1910 tambin se singulariza por el clima de

    mayor agitacin sufragista entre los bastiones feministas, y por la apa-

    ricin de textos cuestionadores que preanuncian los cambios de la d-

    cada siguiente. Me ocupar de las manifestaciones de Mercedes

    Humano Ortiz, de la conocida mdica argentino-uruguaya, Paulina

    Luisi y de las posiciones de Enrique Rivarola, representante liberal y

    distinguido jurista.

    En 1918 ve la luz un libro precursor debido a Mercedes G. Hu-

    mano Ortiz: Emancipacin de la mujer. Precursor por los tpicos que

    aborda, por cierta erudicin de la autora relativa a la historia de lasmujeres destacadas, y por el aliento inspirador capaz de mostrar otros

    ngulos de la feminidad. Se trata probablemente del estudio con as-

    piraciones de mayor vocacin reivindicativa producido en la Argenti-

    na hasta ese momento ya que recorre la condicin femenina a travs

    35

    Lpez 1901.

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    314

    desde los derechos

    de experiencias tan diferentes como la guerra, el arte, la ciencia, el de-

    porte, la religin, el gobierno, el trabajo, el matrimonio y la materni-

    dad. Y aunque Mercedes Humano Ortiz no revoc, absolutamente, el

    canon de la poca cifrado en el ideario del feminismo maternalista,

    podra encontrarse una seal inaugural en el hecho de no haber co-menzado su recorrido con los deberes de la madre, sino con las

    propiedades femeninas para la guerra. En sintona con los aconteci-

    mientos mundiales, a Humano Ortiz no se le escapaba el compromi-

    so de lo femenino frente a las nuevas demandas sociales. Crea que

    esas obligaciones derivaban de otro valor central, el amor a la pa-

    tria, sentimiento que impregnaba igualmente a todas las mujeres

    bajo cualquier latitud. As deca:

    Hoy, en la actual guerra europea, son numerossimas las mujeres que conigual arte y maa se ingenian para ayudar a sus respectivos gobiernos. A lgunashan sucumbido, sin embargo, vctimas del enemigo y de su acendrado amorpor la patria, amor ajeno a todo fanatismo, que llega hasta el lmite del sacrificioms grande y ms sublime.36

    En el repertorio de mujeres valerosas, entregadas al servicio de

    sus respectivas patrias, es notable que nuestra autora no manifestara

    ninguna prevencin contra pases ni gobiernos. Encontraba igualmente

    encomiable que las mujeres de cualquier nacionalidad respondieran

    con sentimientos patriticos. Destacaba el singular valor de la rusaLeonina Botchkoreva al parecer fundadora del Batalln de la Muer-

    te en su pas quien haba respondido a un periodista que esperaba

    encontrar la muerte en el campo de batalla. Convencida del valor

    intrnseco de los nuevos lugares de la condicin femenina, Humano

    Ortiz deca:

    Es notable pensar que esas mujeres, ataviadas con trajes masculinos, trabajanen las fbricas de municiones, o con el uniforme militar, con el cabello cortadoexactamente igual al hombre, resisten la vida dura y fatigosa del cuartel y de-

    ms profesiones y oficios. Disciplina y entusiasmo se nota en todas ellas, comoasimismo arrojo y valor temerario. Y ese caso de mimetismo en el traje, impues-to por las necesidades de la guerra, confunde a estas mujeres con sus compa-eros de armas [...].37

    36Lpez 1901: 36.37

    Op.cit.: 36-37.

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    Dora Barrancos

    Aunque no eran pocas las voces que reconocan otras aptitudes

    en las mujeres y suspendan las virtudes fundadas en la suprema

    causa de la vida, la maternidad y el hogar, para reconocer su desempe-

    o en actividades antagnicas, como la contienda armada que las lleva-

    ba a ejercer como hombres toda suerte de funciones, en este casono deja de sorprender el tono elegaco y cierta consagracin no even-

    tual de tales atributos. En la concepcin de Mercedes Humano Ortiz, si

    la guerra era un acontecimiento excepcional que mostraba otra cara de la

    condicin femenina, no haba que pensar que era igualmente excep-

    cional la posibilidad de concurrir a tareas reservadas para varones. He

    aqu la diferencia de este texto. El amor a la patria conduca a la

    guerra, pero era posible derivar que en materia de servicios a lo pbli-

    co que entraaban igualmente amor a la patria era indispensable

    contar con las mujeres que, por otra parte, reclamaban esa oportuni-

    dad:

    Creis que esas mujeres han obrado simplemente como puntos perdidos en

    ocanos de inconsciencia e indiferencia de todas las de su sexo? No! Los fen-menos sociales se manifiestan de muy distinto modo. Tenemos ante todo queobservar que esas mujeres encarnan las aspiraciones de una multitud de igua-

    les miras; muchas luchan hasta que al fin esas ideas se exteriorizan y se perso-nifican: en realidad, un nombre es un smbolo.38

    Es difcil situar a Humano Ortiz en una perspectiva poltica e

    ideolgica, ya que introdujo en su texto reflexiones eclcticas de fuentes

    tanto socialistas como catlicas, y aun cuando predominara el resue-

    llo de los valores que singularizaban a las mujeres apego a la tradi-

    cin, amor, sacrificio, refinamiento, altruismo su texto se abre a

    otra vertiente, a la idea de otro porvenir cimentado por el gnero:

    El triunfo de varias razas [que] empujan hacia el progreso a aquellos de espritutmido o demasiado positivistas que todo lo reducen a creer y comprender [...],sin pensar que el pensamiento de ideas de una moral mucho ms precisa, logra

    alcanzar proyectos ms vastos, ms sublimes, menos efmeros.39

    Aunque, de manera paradjica anunciara que el odio racial descan-

    saba esencialmente en las mujeres ya que el papel dominante en la

    socializacin de la niez contena este sino, no dejaba de pensar que

    38Ibid: 38.39

    Ibid:39.

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    desde los derechos

    la mujer tendra otras funciones y que sera redimida por la actual

    contienda europea.40

    Por razones de espacio me ceir al captulo dedicado a los dere-

    chos polticos femeninos. Nuestra autora pensaba que en la materia

    haba sido decisiva la aparicin del feminismo, al que trataba comouna escuela surgida para paliar el evidente desequilibrio entre los

    derechos del hombre y de la mujer. Hacindose eco de lo que efec-

    tivamente ocurra, especialmente de la discriminacin que sufran las

    mujeres en las ms importantes universidades inglesas, renuentes a

    otorgarles titulaciones, mostr que esto haba sido el caldo de cultivo

    en el que ferment el feminismo. Sorprende que justificara incluso la

    violencia de la saga sufragista inglesa, un aspecto que muchas femi-

    nistas rechazaban. Pinsese que el libro de Humano Ortiz apareci tal

    vez a menos de un ao de la inmolacin de Emilia Davison en el

    Derby, y no estaba al margen del doloroso recuerdo de la vctima.

    El arma del ridculo, que en realidad sirve para los timoratos, fue la primera

    que emplearon en contra de la causa; no las asust, ni vieron por eso menoslgicos sus propsitos, antes bien se empearon en luchar ms y ms, hastaconseguir el triunfo de sus ideales.

    La corriente que debieron vencer era muy fuerte, tenaz, y esa es la causa porla que emplearon procedimientos violentos. No se parangona en este punto:multadas, encarceladas, no desistan jams de sus propsitos; su voluntad de

    hierro era la herencia de largos sacrificios [...].41

    Humano Ortiz recalcaba que esa extremada energa haba pro-

    venido de mujeres ilustradas, universitarias que no haban dudado

    en provocar a los poderes conservadores. Celebraba en particular a la

    doctora Pankhurst y a las militantes que la acompaaban, por su

    labor altamente patritica, dando cuenta de las condiciones de la

    guerra. Ms adelante rese las actividades de las asociaciones pro

    sufragio en los Estados Unidos de Amrica, con menciones expresas

    a la tarea de la doctora Shaw. Dedic varios tramos del captulo aldesarrollo del sufragismo en este pas y a las conquistas del derecho

    al voto en los diferentes estados de la Unin.

    Estaba segura de que la mujer, ocupada en las tareas del parla-

    mento no deja de ser ni de perder los atributos propios de su sexo, y

    40Ibid:153.41

    Ibid:157.

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    Dora Barrancos

    que desde su banca abogara por las cuestiones que directamente le

    ataan: la cuestin del nio y el mejoramiento en la posicin social y

    poltica de la mujer.42Pero para llegar a esa situacin se impona un

    clima de mayor respeto a sus determinaciones autnomas. Conocedo-

    ra de las experiencias, tantas veces dolorosas, que sufran quienes seexponan a transitar ambientes ocupados por los varones como las

    casas de estudio se permita tambin sealar la falta de solidaridad

    que se patentizaba entre las propias mujeres. El respeto hacia la deter-

    minacin de las que quebraban el canon, tambin deba ser exigido a

    las congneres que empeadas en vivir en los siglos medievales, slo

    aceptan la galantera pulida y mezquina, que se tribute a su belleza y a

    su abolengo, y en cambio slo se entretienen en prodigar mordaces y

    crticas acerbas a las que se emancipan de las ideas antiguas.43

    En el examen que dedic a un erudito estado de la cuestin no

    faltaron referencias a cada uno de los pases que haban sancionado el

    voto de las mujeres, figurando hasta las modificaciones de la ley elec-

    toral en el estado de Guanajuato en Mxico. Cit al mismo Csar

    Lombroso que utilizando una referencia de un explorador del conti-

    nente africano, habra manifestado su admiracin por la correccin

    del papel de algunas mujeres, jefas tribales de ciertas etnias, as como

    por su desarrollo intelectual. Ello probaba que no haba razones para

    impedir la accin poltica y administrativa de las mujeres. El votopara la mujer deca tiene una valiossima accin civilizadora, las

    costumbres se moralizan, las leyes se dulcifican [...]. Pero haba

    que empearse en ensearles a las mujeres el significado del sufra-

    gio; aqu parafraseaba a la ensayista Mara Luisa Solano quien haca

    equivalentes la inconciencia atribuida a los esclavos negros frente a

    la opresin y la que exhiba la mayora de las mujeres.

    Dentro de cincuenta aos reflexionaba esperanzada admirar a las genera-

    ciones venideras de los pases que van a la cabeza de la civilizacin, el absurdode habrseles negado a las mujeres el derecho del sufragio, hacindose de estouna cuestin grave y nacional, y mirarn con lstima que haya pueblos an,

    como los de nuestra raza, que permanecen sordos a los progresos de este gne-ro, tan importantes y fundamentales para la afirmacin de su grandeza.44

    42Ibid:160.43Ibid: 161.44

    Ibid:177.

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    desde los derechos

    Este captulo dedicado al derecho a la ciudadana, finalizaba con

    una ancdota que se anticipaba a la esclarecida conclusin de Virginia

    Woolf. En efecto, Humano Ortiz narraba que encontrndose junto

    con una amiga, sostuvo el siguiente dilogo con una mujer a quien le

    haba preguntado cul era su patria:No tengo patria respondiCmo! No es usted, seora, argentina? (haba respondido nuestro autora

    sorprendida)Nac en Salta...Pero Salta es una provincia argentina [...], perdneme, usted tiene patria.No, yo no tengo los derechos que acuerda la Constitucin a los ciudadanosargentinos. Las mujeres afortunadamente no ya todas no tenemos patria,somos las parias de la sociedad...

    Y luego de recorrer las circunstancias de la discriminacin y la

    minusvala, volvi a repetir: Cranme ustedes, las mujeres no tene-

    mos patria, y casi me atrevo a creer que las leyes nos consideran

    extranjeras del mundo.... Woolf haba concluido, en ese notable ejer-

    cicio de crtica cultural que realiz en Tres guineas, exactamente en el

    mismo sentido, corrigiendo apenas que, como las mujeres no tenan

    patria, su patria era el mundo.

    Antes de finalizar la dcada que me ocupa, la argentino-uruguaya

    Paulina Luisi la primera mujer que obtuvo su ttulo de mdica en

    Uruguay y cuya accin pblica fue muy relevante, public en la Re-vista Argent ina de Ciencias Polt icas45un largo artculo (dividido en dos

    partes) acerca de uno de los temas que la obsesionaban, la lucha con-

    tra el alcoholismo, para cuya resolucin abog por el sufragio femeni-

    no. Paulina Luisi haba adherido al socialismo tanto como al feminismo

    y se torn muy conocida por su trabajo a favor del abolicionismo se

    convirti en la abanderada sudamericana contra la trata de blancas y

    por sus persistentes acciones a favor de la educacin sexual.46

    El trabajo de Luisi apareci apenas dos aos ms tarde de suincorporacin al movimiento feminista y probablemente resulte de

    45Luisi 1918.46Paulina Luisi inici el dictado de cursos de educacin sexual en Montevideo

    en 1932 y esto le vali la destitucin de la enseanza, aun cuando slo trat de impar-

    tir nociones higinicas en materia de sexualidad y mantuviera estrictez respecto del

    fin reproductivo del ejercicio de la sexualidad Cfr.Lavrin 1997: 3.

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    Dora Barrancos

    los primeros que escribi bajo la nueva identidad. Luego de situar la

    larga extensin del vicio, se dirigi a analizar los modos de inter-

    vencin para combatirlo considerando sus graves consecuencias so-

    ciales. Abord con detalle las tres vas principales de resolucin, la

    accin privada (que denomin medios extraoficiales), la oficial atravs del Cdigo penal y otra alternativa tambin oficial a la que

    llam legislacin especial de represin al alcoholismo. No le esca-

    paba el papel decisivo de la participacin femenina en todas las acti-

    vidades que llevaban a cargo los organismos de la sociedad civil.

    Ninguna, tal vez, de las leyes de higiene social ha obtenido de parte

    de las mujeres una cooperacin ms entusiasta y eficaz que esta.47

    Un trecho destacado del anlisis estuvo dedicado a la experien-

    cia mundial en materia de legislacin especial, con normas que iban

    desde los gravmenes y la limitacin del nmero de despachos de

    bebidas hasta la absoluta prohibicin de su expendio. Pero me intere-

    sa destacar aqu la relacin intrnseca que Luisi vea entre el exitoso

    combate al vicio y el otorgamiento de los derechos femeninos. Si algo

    haba de hacerse de modo contundente y eficaz, haba que llevar a las

    mujeres a inmiscuirse en los asuntos pblicos. Vase:

    Las obras realizadas por mujeres demuestran su ingenio y perseverancia parallevar adelante su empeo, a pesar de estar desprovistas del nico medio ver-

    daderamente eficaz para dar valor legal a sus altos anhelos de mejora colectiva:la participacin que por justicia les correspondera en el manejo de larespbli-

    ca! Cunto ms provechosos seran sus esfuerzos si ellas gozaran los derechosque reivindican! La experiencia de los pases donde las mujeres han obtenido laintegridad de sus derechos, nos responde acerca de la utilidad y eficacia de su

    accin.Precisamente en aquellas naciones donde la mujer tiene el derecho de hacer

    or su voz y pesar en el fallo de los asuntos pblicos, utilizando sus derechospolticos, es donde la lucha antialcohlica ha dado los mejores resultados.48

    Luisi pas entonces revista a una serie de pases en los que la

    participacin cvica de las mujeres haba operado cambios que creade enorme trascendencia como en Inglaterra, Suecia, Alemania, EEUU,

    Canad, Nueva Zelandia, Noruega. El informe era bastante minucio-

    so y aludi a las constataciones efectuadas por algunos analistas; so-

    47Luisi 1918: 549.48

    Ibid:655. Cursivas en el original.

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    desde los derechos

    bre todo las del socilogo e higienista de origen francs Broda quien

    observaba mayores logros en la lucha contra el alcohol en aquellos

    pases en donde haban avanzado los derechos polticos de las muje-

    res: El principal factor de ayuda habra sostenido Broda es la

    introduccin del sufragio femenino en las legislaciones vigentes.49

    En su ayuda concurra tambin el diputado por Toulouse, Paul Adam,

    que declaraba que el sufragio de las mujeres tendr por consecuen-

    cia, sin duda alguna, detener por medio de una legislacin el desarro-

    llo espantoso de este vicio terrible, el alcoholismo.50 Y cmo no

    mencionar, en el mismo sentido, a los legisladores uruguayos Mibelli

    y Frugoni, amigos de la causa feminista? Mibelli aseguraba que el

    xito de la lucha contra el alcohol en los estados norteamericanos, se

    haba dado gracias al voto de la mujer [que] ha suprimido radical-

    mente la plaga, y Frugoni mostraba el avance en aquellos pases que

    haban otorgado el sufragio femenino demostrando de sobra que la

    mujer encuentra en el ejercicio de las soberana un nuevo campo

    donde desplegar actividades naturales del espritu femenino, lejos de

    haber servido, como vaticinaban los antifeministas, para desviarlo de

    su natural manera de ser.

    Estamos, pues, frente a la extendida frmula acerca del carcter

    instrumental del voto femenino que se exhiba en los corrillos, los

    cenculos, la prensa y las legislaturas. Se trataba menos del derechoa la igualacin, a la soberana individual equivalente y equiparada

    constitutiva del precepto de ciudadana, que de un resorte con

    efectos triangulados, de un medio para mejorar la calidad del Otro.

    Este carcter funcional y ortopdico atribuido al voto femenino casi

    no ha podido sortearse en la mayora de los discursos y de las prcti-

    cas institucionales del siglo XXque, desde luego, se han basado en el

    dimorfismo y en su deriva, la dicotoma moral compensatoria (las

    mujeres representan el polo opuesto de la bondad, la tica, la espe-ranza regenerativa ...). Y no pocas feministas han asumido (y toda-

    va perseveran!) que las mujeres deben perfeccionar los derechos

    polticos por sus relativos mejores valores ticos y no por la nocin

    49Ibid.: 678.50

    Idem.

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    Dora Barrancos

    fundamental de individuacin soberana. Sea como fuere, aunque se

    tratara de una prtesis para mejorar el orden social, Luisi reclamaba

    la necesaria incorporacin de las mujeres en la administracin de los

    negocios del Estado, sin la cual, como lo afirman con una frase tan

    grfica como exacta las feministas francesas, el Estado ser siempreunmenage de garcon. Al cerrar su texto demandaba el reconocimiento

    y sancin legal de todos los derechos de la mujer, as los civiles

    como los polticos, para que ella pueda marchar al unsono con los

    actuales progresos de la vida; y porque es el nico medio recalca-

    ba de mantener el equilibrio de las sociedades en la variable evolu-

    cin de las naciones civilizadas.51

    Finalmente, incorporar el pensamiento de Enrique Rivarola que

    se destac en el publicismo jurdico, poltico y social, y que sin duda

    fue, como su familiar Rodolfo Rivarola aludido en el texto de Luis

    Mohr con que inici este anlisis una figura de consulta, citado a

    menudo en la literatura jurdico-poltica de las primeras dcadas del

    siglo XX.

    El trabajo que analizo fue producto de una conferencia pblica,

    en el Instituto Popular de Conferencias uno de los organismos de-

    dicados a difundir la cultura a pblicos amplios en mayo de 1918 y

    al que titul Condicin jurdica de la mujer. Unos das antes haba

    tratado la problemtica femenina en la Escuela Normal de Profesorasde La Plata y la prensa se haba hecho eco de sus palabras. Volva

    ahora sobre algunos conceptos entonces tratados:

    La desigualdad de los sexos ha impuesto la desigualdad de las costumbres y ladesigualdad de los derechos. Es evidente que la naturaleza no le asigna a lamujer el mismo destino que al hombre. La mujer tiene en la vida la misin delhogar; el hombre la accin exterior que protege el hogar [...]. Para cumplirestos fines diversos, la naturaleza da a la mujer un corazn capaz de las santase infinitas ternuras de las madres, y dota al hombre de vigor y de energa.52

    Ya puede apreciarse la cuadrcula contenedora de sus ideas, tancannicamente ajustadas a los marcos de poca. Index luego otros

    lugares comunes del tipo La mujer ha de ser siempre mujer para que

    el mundo no pierda el mejor de sus atractivos; el bien, el ms eficaz

    51Ibid:180.52

    Rivarola 1918: 265.

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    desde los derechos

    de sus estmulos, y la sociedad la ms slida de sus bases. Y no

    pudo evitar la remanida frmula: Hay comnmente en la mujer ms

    corazn que cabeza; hay en el hombre por lo general, ms reflexin

    que sentimiento. La accin se desenvuelve en planos distintos, y en

    ellos tiene necesariamente que mantenerse para la felicidad comn.53

    Sin embargo, pese a estas rutinas de pensamiento misgino,

    Rivarola declar que aun as (aun bajo la obvia asimetra de los

    sexos), era explicable y justo que la mujer aspire a equiparar sus

    derechos a los del hombre, y se dispuso a desarrollar los aspectos

    urticantes de la codificacin, comenzando por el derecho privado. No

    le escapaba que, ms all del derecho, las costumbres tambin hacan

    lo suyo, como aquello de que las mujeres pidieran el consentimiento

    paterno para casarse aun cuando fueran mayores de edad, esto es,

    aun cuando tuvieran ms de 22 aos.

    Su anlisis se centr en la incapacidad de las casadas debido a su

    sometimiento legal. Recorri cada una de las normas civiles mostrando

    las groseras facultades del marido que tornaban ominosa la sociedad

    conyugal donde, deca, uno de los socios lo tiene todo, el otro no

    dispone de nada, en un desequilibrio completo de derechos que coloca

    a la mujer en una condicin muy inferior, de persona no ya incapaz

    respecto de ciertos actos, sino de persona absolutamente incapaz.54

    Resumiendo, vaticin: La mujer que se casa se decide mansamente alsacrificio, y como abogado conocedor de tantos dramas que segura-

    mente lo conmovieron, no poda dejar de mencionar la condena a la

    que se sometan las mujeres impedidas de revocar sus actos. Nada de

    protestas ni de escndalos retorizaba: las lgrimas deben llorarse a

    puerta cerrada y la resignacin ante el mal presente se considera prefe-

    rible a la preparacin de nuevos motivos de desavenencia [...]

    La suerte del hogar era la suerte del carcter y de la personalidad

    del marido. Un esposo jugador comprometa todo el patrimonio de lafamilia y la ley lo protega.55Hasta en esto el moderno cdigo argen-

    53Ibid:265.54Ibid:267.55Entre las primeras tesis destinadas a revisar las formulaciones que luego

    pasaron al Cdigo civil argentino, se encuentra la de Matilde Lobo, de 1858. Todo

    indica que su autor no es una mujer pues la primera egresada de la Facultad de Dere-

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    Dora Barrancos

    tino implicaba un retroceso: no haba opcin que permitiera mante-

    ner separados los bienes ex ante, y esto fue as porque a lo largo del

    XIXse impuso la consagracin, ms que de la familia, delpater famil ia,

    la conviccin de que haba que ahorrarle pleitos al matrimonio para

    salvar el honor de los varones, la certeza de que su paxse confundacon la de la propia sociedad. Rivarola tena cierta conciencia de ello y

    as lo expresaba: Se abandona a la mujer en un plano de inferioridad

    repugnante al espritu de justicia.56Mostr las ventajas que tenan

    los menores adultos con respecto a la condicin femenina, y profun-

    diz entonces en el anlisis de los institutos que la sojuzgaban. A las

    cuestiones ms conocidas de la tutela, agreg la absurda circunstan-

    cia de que la madre natural estuviera impedida de usufructuar los

    bienes de sus hijos.

    La inteligencia de Rivarola lo llevaba a pensar que aunque estu-

    viera en el destino femenino el casamiento, este poda darse o no,

    y que la situacin de la mujer soltera poda o no contar con respaldo

    patrimonial. Barruntaba que algo ms decisivo pasaba en relacin con

    los sexos. Los datos elaborados por uno de los estadsticos precurso-

    res, Alberto B. Martnez, parecan elocuentes: la tasa de nupcialidad

    se retraa entre las nativas. Y a qu atribuirlo? Para Martnez la hip-

    tesis plausible y desde luego hoy muy discutible era que las

    mujeres argentinas se encontraban tambin en inferioridad econmi-ca en mayor medida que las extranjeras. Sin embargo, Rivarola aso-

    ciaba tambin el problema a los mayores cuidados de s que haba

    entre las solteras, pero no haba que culparlas, absolutamente, ya que

    era mucho ms grave que los varones hicieran clculos mezquinos y

    permanecieran clibes. Lo que ocurra era que la mujer que presen-

    ta su posible permanencia como soltera, presionaba para ingresar a

    nuevas actividades, sobre todo a la educacin superior. Vase:

    [I]nvade poco a poco las actividades reservadas al hombre y el xito coronageneralmente su esfuerzo. Venciendo la resistencia opuestas por los prejuiciossociales, se abre paso en las universidades y se consagra al derecho, a la medi-

    cho data de inicios de la dcada de 1910. Su preocupacin se centra justamente en laidea de que las mujeres puedan hacerse cargo de los bienes y de la administracin del

    hogar si el cnyuge es jugador.56

    Rivarola 1918: 269.

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    desde los derechos

    cina, la odontologa [...] o cultiva las artes en mira de un ttulo profesional quele sirva para ensear [...]. La mayor dificultad se encuentra en la carrera de

    derecho, por no ajustarse el temperamento femenino, de suyo nervioso, a esteoficio del abogado rudo y spero, y porque interviene en el choque de pasionesque exaltan el nimo ms tranquilo y desinteresado.57

    Una actividad indiscutible y esencial incluso para la constitucindel carcter femenino no poda ser otra que la educacin elemental.

    Efectu entonces una larga celebracin de la ocupacin de maestra

    de escuela que estaba por encima de todas y en la que se pona de

    manifiesto la generosa abnegacin de las mujeres. No vacil en

    subrayar que la docencia era la santa misin de la mujer, y no ms

    que por eso la sociedad deba revisar sus normas opresoras.

    En otros momentos de la conferencia, Rivarola incursion en la

    evolucin histrica de la condicin femenina y se permiti censurar elhecho de que se haya concebido a la mujer, desde las races bblicas,

    slo como un accesorio del varn. En una crtica a las normas cristia-

    nas, se refiri a la indisolubilidad del vnculo matrimonial impuesto

    por la corrupcin de las costumbres del paganismo. En todo caso, el

    divorcio fue posible bajo los romanos, pero luego el cristianismo lo

    clausur, y no pudo dejar de reconocer que en la larga tradicin vin-

    cular inquebrantable, la vctima suele ser la mujer ya que la sepa-

    racin no acarrea al marido perturbaciones mayores, ni le priva de

    consideraciones sociales, ni perjudica sus medios de vida, ni restrin-ge su libertad. Admita que todo lo contrario ocurra con la mujer.

    Basado en su propia experiencia como abogado y como juez, dijo que

    conoca a fondo este lado sombro de la vida conyugal.

    La ltima parte estuvo dedicada a la cuestin de los derechos

    cvicos. Las transformaciones a la que se asista y que llevaban a la

    mayor ilustracin de las mujeres, colocaban en cuestin la ciudada-

    na. Se vali, como Humano Ortiz, de una ancdota con una nor-

    malista que lo haba abordado preguntndole si ella poda considerarseciudadana. Su respuesta, por entero retrica, tan slo confirmaba las

    prerrogativas de la ciudadana, siendo evidente que su interlocutora

    estaba excluida (ejercicio de los derechos cvicos, capacidad para ele-

    gir y ser elegidas, armarse en defensa de la patria). Cit el explicable

    57

    Ibid:271-272.

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    Dora Barrancos

    disgusto de su interlocutora para enfatizar: La mujer argentina se

    encuentra en el orden poltico, en peores condiciones que el extranje-

    ro.58La gravedad era de tal orden que se sinti obligado a explicar

    que la mujer en algunos casos no es ni siquiera considerada como

    habitante, porque todos los habitantes han de ser considerados igua-les ante la ley y admisibles en los empleos sin otra condicin que la

    idoneidad, y eso no ocurre con las mujeres.59

    Injustamente apartadas de la funcin pblica, a pesar de su mar-

    cada influencia an en los movimientos polticos, les adjudic ser

    capaces de una opinin propia contradiciendo lo que sola pensarse.

    Para evitar discordias con la opinin del marido, la astuta pondr en

    juego su ingenio y la indiscreta su vehemencia para atraerlo a sus

    ideas. Con indudable perspicacia seal que la nica razn para

    excluir a las mujeres deba hallarse en el hecho de que los varones

    queran asegurarse dominio, as como tranquilidad y sosiego. Ridicu-

    liz los argumentos de la complejidad del acto de votar y otros per-

    cances nfimos (lo que lo llev a recordar que cuando se votaba en el

    atrio de las iglesias, las mujeres no iban a misa), y se permiti creer

    que como ocurre en los teatros y otros lugares pblicos, su presencia

    llevara mayor concurrencia al acto. Como haba ocurrido con Iturbe

    y con otros emisores del periodo, el republicano Rivarola no pudo

    dejar de referirse a la desventaja de las mujeres con referencia a losanalfabetos y a otros cuadros sociales de varones inferiores:

    Los analfabetos, incapaces de discernir por insuficiencia de conocimiento entrelo bueno y lo malo que constituye el programa y la accin de los partidos,pesan con su voto en los resultados de la eleccin popular; la mujer, aunqueaventaje al hombre en instruccin, no vota. Los pobres de solemnidad, losvagos, los desocupados, no estn excluidos del derecho de sufragio; la mujersoltera que posee un patrimonio administrado por ella y de cuyas rentas vive,

    satisfaciendo impuestos [...], la mujer soltera que vive del trabajo y es obreraen el taller o en la escuela, y sostn del hogar de sus padres [...] no tiene por las

    leyes, el derecho a influir por el medio directo del sufragio, en el ejercicio delgobierno a cuyo sostenimiento contribuye.60

    58Ibid:277.59Idem.60

    Ibid:279.

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    desde los derechos

    Las consecuencias de estas comparaciones son obvias y eximen

    de mayores comentarios. Lo cierto es que nuestro autor, como una

    parte de sus contemporneos, opinaba que ya eran antojadizos los

    obstculos a la ciudadana femenina cuando progresaba la universa-

    lidad del voto. Pinsese que en la Argentina, las masas haban acce-dido al ejercicio del sufragio con las reformas de 1912, hechas efectivas

    en 1916. Las palabras de Rivarola deben interpretarse como expresin

    de reserva frente al nuevo estadio de ciudadana que prometa una

    democracia con menos restricciones. Convencido del valor relativo de

    las mujeres con educacin para dedicarse a las cuestiones pblicas,

    sugiri de modo directo que les fuera dado el derecho al sufragio en

    principio en el orden comunal. As sostuvo:

    Toda mujer puede, con fundada razn, interesarse en todo aquello que ataeal ornato y la salubridad de la ciudad o pueblo que habita, a la beneficencia, ala instruccin primaria. Precisamente porque la mujer gobierna de inmediato elhogar, debe necesariamente preocuparle la ciudad, que es la extensin del ho-gar mismo; la escuela, de ms inmediata relacin con la ciudad.

    En nuestro rgimen municipal, en el cual el extranjero mismo puede ser elec-tor y aun elegible, la mujer argentina puede aspirar a alguna participacin en el

    manejo de los servicios locales.61

    No slo propona una restriccin de mbito, esgrima tambin

    cuestiones calificatorias que deban ser examinadas pues el sufragio

    universal no siempre es ventajoso, aseguraba. Aquellas que supie-sen leer y escribir, trabajasen en alguna industria, pagasen algn im-

    puesto territorial o patente, u ofreciesen cualquier condicin que

    sirviera para calificarlas, podan ser incorporadas a la restringida

    ciudadana local. Desde luego, las madres, no deban ser relegadas.

    Creo que Enrique Rivarola representa bien una sntesis de lo que

    una buena parte de los varones educados y progresistas estaban dis-

    puestos a conceder en materia de derechos polticos femeninos. Su

    pensamiento, de clara factura liberal, exhiba algunos reflejos rosadosal contemplar la situacin de los victimados del rgimen, pero slo se

    permita avanzar lo suficiente para no perder el convoy de la moder-

    nizacin, tal como muestra este discurso y como lo puso en evidencia

    desde su banca de diputado de la nacin. Rivarola satura el estado de

    61Idem.

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    Dora Barrancos

    espritu de los liberales reformistas en la Argentina que realizan ges-

    tos comedidos, alardean con intenciones, sin duda celebran el pro-

    greso material, pero slo hacen aspavientos con harapos de

    radicalidad, de una radicalidad que aborta en el mismo acto de ser

    indiciada.

    Coda

    He sostenido que en materia de derechos femeninos, la Argentina

    muestra con claridad el lmite del liberalismo, la ausencia de visos de

    radicalidad. La cuestin del sufragio femenino, en la fase temprana

    de la institucionalizacin modernizante de la Argentina, muestra

    menos agenciamientos que los dedicados a denunciar su inferioridadjurdica en el orden civil. En general, la opinin pblica especializa-

    da, los focos ms proyectados de ideas, las voces ms resonantes,

    estaban ms dispuestas a revisar el Cdigo civil y extinguir la tutela

    del marido que a conceder la ciudadana. Es raro encontrar un pensa-

    miento contundente a favor de los derechos de la mujer como el que

    expresan Olmedo y Mohr. Entre quienes perciban que era igualmen-

    te injusto e incompatible con la vida republicana la exclusin de las

    mujeres de la cosa pblica, una importante proporcin se inclinabapor un otorgamiento evolutivo del derecho al sufragio, por un reco-

    rrido por etapas, que en materia de mbito deba comenzar por el

    municipio. Entre los socialistas la fuerza poltica decididamente a

    favor del sufragio femenino algunas figuras pensaban que el pri-

    mer entr