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Sobre la melancolía de los sastres

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:123

COLECCIÓN

PEQUEÑOS GRANDES ENSAYOS

Universidad Nacional Autónoma de MéxicoCoordinación de Difusión Cultural

Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

DIRECTOR DE LA COLECCIÓN

Hernán Lara Zavala

CONSEJO EDITORIAL DE LA COLECCIÓN

Elsa Botello LópezDulce María Granja Castro

Ana Cecilia Lazcano RamírezJuan Carlos Rodríguez Aguilar

Ernesto de la Torre VillarColin White Muller

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:124

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

2004

CHARLES LAMB

Sobre la melancolía

de los sastres

Presentación deRAFAEL VARGAS

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:125

Primera edición en la colección Pequeños Grandes Ensayos: 2004

Títulos originales: “On the Melancholy of Tailors”, “A Complaintof the Decay of Beggars in the Metropolis”, “Confessions of aDrunkard”, “Old China”, “Charles Lamb’s Autobiography”

Diseño: Marycarmen Mercado

© D.R. UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICOCiudad Universitaria, 04510, México, D.F.DIRECCIÓN GENERAL DE PUBLICACIONESY FOMENTO EDITORIAL

Prohibida su reproducción parcial o totalpor cualquier medio sin autorización escrita desu legítimo titular de derechos

ISBN de la colección: 970-32-0479-1ISBN de la obra: 970-32-1685-4

Impreso y hecho en México

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PRESENTACIÓN

a la memoria de Augusto Monterroso,

cultor de Lamb

Los Ensayos de Elia –o Elia: ensayos que se

han publicado bajo esa firma en el London

Magazine, como se llamó el libro en su prime-

ra edición– aparecieron en Inglaterra, en 1823,

en medio de una curiosa indiferencia crítica:

ningún reseñista saludó la edición del esbelto

volumen que incluía, entre una veintena de tex-

tos más, “Las brujas y otros temores nocturnos”,

“El elogio a los deshollinadores”, “Lamento por

la decadencia de los mendigos en la metrópoli”

y “Las opiniones del la señora Battle sobre el

juego de naipes”.

Curiosa porque, cuando esos mismos ensa-

yos se publicaban mes tras mes en el London

Magazine (entre agosto de 1820 y diciembre de

1822) bajo la firma de Elia, los lectores no deja-

ban de preguntarse quién era el escritor que se

amparaba bajo ese nombre.

Charles Lamb, quien los había redactado,

había nacido cuarenta y ocho años antes, el 10

de febrero de 1775, en la ciudad de Londres,

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8•

en el seno de una familia muy modesta forma-

da por John Lamb y Elisabeth Field, una pareja

que procreó siete hijos, de los cuales sólo tres

sobrevivieron. Charles fue el menor de ellos.

Lamb inició sus estudios a los siete años co-

mo pensionado en el Christ’s Hospital, una insti-

tución de caridad fundada por Eduardo VI.

Allí conoció a otro recién llegado –Samuel Taylor

Coleridge–, tres años mayor que él, con quien

trabó una amistad perdurable y estrecha.

A los quince años, en medio de una crisis

familiar que obliga a los hijos de los Lamb a bus-

car trabajo, Charles se emplea como escriba en la

South-Sea House (“una casa de comercio, un

centro de atareados intereses”, como la recorda-

rá en el primero de los Ensayos de Elia) y, al

año siguiente, en la East India Company, para

la cual trabajará durante treinta y tres años. Es

bien sabido, y por ello lo mencionaré sólo de

paso, que además de esos treinta y tres años

de servicio, Lamb invierte gran parte de su vida

en el cuidado de su hermana Mary, quien, víc-

tima de un ataque de locura, asesinó a su ma-

dre la tarde del 22 de septiembre de 1796.

Lamb le cuenta el desdichado acontecimien-

to a Coleridge en una carta redactada el 27 de

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ese mismo mes. En ella le informa también

que ha destruido todos sus poemas (“vestigios

de pasadas vanidades”) y le indica a su amigo

–que acababa de pedirle autorización para pu-

blicar algunos de sus poemas en un libro que

los incluiría a ellos dos y a Charles Lloyd (cu-

ñado de William Wordsworth)– que si publica

sus poemas omita su nombre.

Por fortuna, Coleridge, quien había sembra-

do en Lamb inquietudes literarias desde que

eran condiscípulos, no cumplió la indicación de

su amigo, que así se vio publicado por primera

vez en febrero de 1797.

Durante su juventud, Lamb se veía a sí mis-

mo como poeta y redactó varios poemas de

calidad notable –como el célebre “Old Familiar

Faces” de 1798–, pero también tenía enorme

afición por el teatro. Su primer trabajo de alien-

to es una tragedia llamada John Woodvil, im-

presa en 1802, que uno de los críticos más

inteligentes de su obra, Edmund Blunden, con-

sidera como un ejercicio de estilo en la vena

isabelina.

Lamb escribió más tarde una especie de re-

lato largo en trece capítulos: A Tale of Rosa-

mund Gray and Old Blind Margaret, y también

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se ejercitó en la traducción –tradujo nueve poe-

mas compuestos en latín por Vincent Bourne

(1695-1747), un estudioso de la literatura clásica

célebre por la gran calidad de sus composicio-

nes en ese idioma.

Se ha dicho, por cierto, que Lamb era un

magnífico latinista y ello se verifica constan-

temente en su prosa. Pero parece que sus ta-

lentos para el griego fueron más bien esca-

sos, lo que conspiró con la pobreza familiar

para impedir que llegase a Oxford, universi-

dad a la que los pupilos destacados del Christ’s

Hospital eran destinados para convertirse en

sacerdotes.

Después de quince años de mostrar su ta-

lento en diferentes géneros, Lamb vivió un pe-

riodo suficientemente largo –de 1811 a 1820–

sin redactar casi ninguna otra cosa que cartas

(sus principales corresponsales fueron Samuel

Taylor Coleridge, William Wordsworth, William

Hazlitt, Thomas Manning), consideradas hoy

entre las mejores que se hayan escrito en len-

gua inglesa. Pero apenas le dedica tiempo a la

creación literaria. Más que un nuevo impulso,

la reunión de sus Obras, en 1818, parecía la

conclusión de su destino en tal campo. Si ese

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hubiera sido el caso, Lamb sería en nuestros días

una figura menor en el paisaje del romanticismo

británico y, a pesar de algunos espléndidos ensa-

yos que formaban parte de aquella edición y pre-

figuran la prosa que desplegará en Elia –como

“Confesiones de un borracho” de 1813 y el que da

título a este volumen, “Sobre la melancolía de los

sastres”, única pieza que escribió en 1814–, sus

libros sólo se encontrarían en bibliotecas espe-

cializadas en tal periodo. Para fortuna suya y

nuestra, a mediados de 1820 John Scott, editor

del London Magazine, lo invita a colaborar en

forma regular. “Es absolutamente improba-

ble –escribe Robert Lynd– que hubiese escrito

los Ensayos de Elia si no hubiese existido un

impulso exterior.”

Scott le brinda a Lamb la libertad de escri-

bir sobre cualquier cosa. Gracias a ello, Lamb se

permite desarrollar un estilo casi conversa-

cional y divagatorio que conjunta erudición,

un lenguaje que a ratos parece antiguo y poco

usual, comicidad, poesía, especulación, gus-

to por el detalle y una sutil gracia para desti-

lar citas que sólo posee quien ha sabido inte-

grar a la experiencia propia aquello que ha leído.

Con tal amalgama Lamb obtiene una prosa ca-

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paz de transformar en joyas asuntos que po-

drían parecer desdeñables.*

Todo ello es visible en los ensayos que se

incluyen en este pequeño libro, pero en espe-

cial en “Porcelana antigua”, en el que el narra-

dor parece abandonar el tema anunciado en el

título para rememorar –a través de las palabras

de una comparsa femenina– los días en que la

pobreza hacía más deliciosa la obtención de

algún bien deseado y entrar así, casi sin adver-

tirlo, juguetonamente, en una reflexión de or-

den moral. En el caso de Lamb, la aparente di-

gresión puede ser, en realidad, el tema central

del ensayo y su punto de partida puede ser casi

cualquier cosa.

No es fácil manejarse así. Desde luego Lamb

tuvo algunos imitadores –las revistas de la

competencia querían emular el éxito del London

Magazine, en el que también colaboraban

William Hazlitt, John Keats, Thomas Carlyle y

Thomas De Quincey (quien publica, por entre-

gas, Confesiones de un opiómano inglés)–,

pero ninguno de ellos es recordado hoy.

* Hay dos admirables libros mexicanos en los que se ha hecho gala detalentos semejantes: En defensa de lo usado de Salvador Novo y Di-

sertación sobre las telarañas de Hugo Hiriart.

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Lamb insufla al ensayo escrito en inglés

una frescura semejante a la de los ensayos de

quien reconocemos como forjador del género:

su admirado Montaigne, con quien ha sido com-

parado por su sencillez y claridad. El halago im-

plícito en la comparación es inmenso y proba-

blemente habría escandalizado al modesto

Lamb, quien en verdad resulta muy diferente

del francés: mientras que éste traza sin embo-

zos un retrato de su yo, Lamb avanza enmas-

carado. Uno, encuentra la libertad en la abierta

declaración de sus convicciones, el otro, en ex-

playarse a través de fantasías y ensoñaciones.

En Lamb el autorretrato es inferido; por su-

puesto, lo digo sólo para ilustrar una diferen-

cia, no para restar mérito a la obra ensayística

de Lamb, en la que se amplían los horizontes del

género. Para decirlo sin ambigüedades, la apor-

tación de Lamb al universo literario es tan im-

portante como la de los poetas de los que fue

amigo y coetáneo: Wordsworth y Coleridge.

Pero volvamos a 1823, el año en que se pu-

blican los Ensayos de Elia. Lamb acaba de

jubilarse y se halla un poco más aliviado de pre-

siones económicas (es a esa relativa tranquili-

dad económica que alude en “Porcelana an-

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tigua”) y se diría que se encuentra en un momen-

to propicio para consagrarse profesionalmente

a la literatura (la atención que suscitaron sus

colaboraciones en el London Magazine le ha-

bía valido ser el mejor pagado de la planilla de

colaboradores). Sin embargo, muy poco des-

pués de la publicación de los Ensayos publica

una suerte de nota luctuosa (“Perfil del difunto

Elia”) en la que asienta: “Para decir la verdad,

ya era hora de que [este pobre caballero] se mar-

chara. El humor de sus escritos, si es que aca-

so hubo algo de humor en ellos, ya se había ago-

tado y tolerar a un fantasma dos años y medio

ya había sido suficiente”.

Es curiosa esta reticencia a continuar; pero

ni el público lector ni el nuevo editor de la re-

vista –John Taylor, a cuyas manos había pasado

un año antes– aceptaron su adiós. El fantasma

se había convertido en una persona solicitada

y como tal continuó existiendo hasta 1832. (Val-

ga decir, de paso, que el nombre de Elia surgió

como un subterfugio al que Lamb había acudi-

do por temor a avergonzar con las alusiones de

sus escritos a su hermano John, asimismo co-

laborador, durante un tiempo, de la East India

Company. Elia era el nombre de un empleado

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15•

italiano de esa casa al que Lamb buscó una vez

que se publicó el libro para informarle del prés-

tamo que se había permitido conferirse, pero

llegado el momento descubrió que el italiano

había muerto de tuberculosis. A Lamb también

le gustaba que, anagramáticamente, Elia se

convirtiera en A lie, “una mentira”.)

En enero de 1833 aparecieron los Últimos

ensayos de Elia que, sumados a los primeros,

han conformado un libro verdaderamente clá-

sico, una obra que disfrutamos hoy, más de cien-

to setenta años después, y que probablemente

disfrutarán varias generaciones de lectores más.

Lamb es, no obstante, un autor casi desco-

nocido fuera de Inglaterra. Sólo en años re-

cientes ha comenzado a traducirse parte de su

obra al francés y al español. Acaso ello se deba

a la dificultad de reproducir el brillo y la gracia

que le son inherentes en su idioma. Yo, sin áni-

mo de curarme en salud, pido al lector que con-

sidere mis versiones sólo como borradores que

se entregan a la imprenta por el ánimo de con-

tagiar a otros el interés por este cordero de lana

singular.

Charles Lamb murió el sábado 27 de diciem-

bre de 1834, pocos días después de haber su-

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frido una caída en una caminata (“Cuando no

estoy caminando estoy leyendo. No puedo sen-

tarme a pensar. Los libros piensan por mí”, le

hizo decir a Elia).

Rafael Vargas

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SOBRE LA MELANCOLÍA DE LOS SASTRES

Sedet aeternumque sedebit

Infelix TheseusVirgilio

Que existe una melancolía profesional, si se

me permite expresarlo así, concomitante a la

ocupación de sastre, es un hecho que creo que

muy pocos se aventurarían a discutir. Estoy

seguro de contar con el respaldo de mis lecto-

res, a menos que alguna vez hayan conocido a

alguien de ese gremio que no fuera de un tem-

peramento, por decir lo menos, muy lejos del

mercurial o jovial.

Obsérvese la sospechosa gravedad de su

andar. El pavo real, consciente de su peculiar

fragilidad, no es tan cuidadoso, como el caba-

llero de esta profesión, de ser conocido por los

infalibles testimonios de su ocupación: “cami-

na y sabré quién eres”.

¿Alguna vez lo han visto ir silbando por el

camino, como un carretero, o desplazarse rá-

pidamente entre la multitud como un panade-

ro, o sonreír a solas como un enamorado? ¿Po-

see el ánimo de una cantante para mezclarse

con la chusma o para fundirse con el público?

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¿Acaso no huye más bien de las asambleas y

reuniones de la gente, como quien sabiamente

declina la observación popular?

¡Cuán extraordinario resulta encontrar un

sastre ruidoso! ¡Un sastre alegre y revoltoso!

“Cuando nací –dice sir Thomas Browne–,

mi ascendente era el terrenal signo de Escor-

pión; nací en la hora planetaria de Saturno y

creo que llevo en mí un trozo de ese planeta

plomizo.” ¡Uno pensaría que se trata de la di-

sección de un sastre!, podemos aplicarle estas

líneas perfectamente, aunque un planeta de

lana estaría más en consonancia y debería

haber nacido cuando el Sol estuviera en Aries.

Y continúa: “No soy humorístico en ningún sen-

tido, ni poseo inclinación para la alegría ni la

compañía vivaz”. ¡Vaya un ejemplo caracterís-

tico del oficio! Siempre parcos en sus palabras,

rara vez se escuchará un chiste que provenga

de ellos. A veces provee el tema para una agude-

za, pero raramente –creo– contribuye con un ore

proprio.

El mismo trago no parece animarlo, o por

lo menos avivarle algún signo externo de vani-

dad. No puedo decir que nunca provoque una

cierta hinchazón de su orgullo, pero nunca es-

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talla. Incluso temo que pueda hincharse hacia

adentro hasta un grado alarmante; pues el or-

gullo tiene un parentesco cercano con la me-

lancolía. En ambos hay una dolorosa obstruc-

ción ya que las ventilas ordinarias de la vanidad

se encuentran cerradas. Esa obstrucción es la

que engendra humores orgullosos. Por lo tanto

un sastre puede ser orgulloso, pero creo que

nunca es vanidoso. El despliegue de sus llama-

tivos patrones en ese libro suyo que imita al

arco iris nunca produce muestras de esa emo-

ción en él, en contraste, por ejemplo, con las

que demuestra el fabricante de pelucas cuando

se explaya en un rizo o en un trozo de cabello.

Las despliega con una adusta incapacidad pa-

ra el placer y una indiferencia fingida o real

hacia la grandeza. Las telas de oro tampoco pa-

recen deleitarlo, ni las telas de paño deprimirlo,

de acuerdo con el bello lema que constituía el

modesto grabado del escudo usado por Charles

Brandon en su boda con la hermana del rey. No,

dudo que descubriese algún complaciente moti-

vo de vanagloria en sus colores aunque la pro-

pia “Iris tiñese la tela”.

Hay otra prueba fehaciente de este alegato:

¿quién ha visto que se anuncie en los periódi-

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cos la boda de un sastre o el nacimiento de su

primer hijo?

¿Cuándo se ha sabido que un sastre ofrezca

un baile o sea él mismo un buen bailarín o que

sea un espléndido equilibrista sobre la cuerda

floja, que cante o toque el violín o brille bajo

alguna luz semejante?

¿Se interesan acaso por las manifestacio-

nes de júbilo popular, los fuegos artificiales, el

vuelo de las campanas, los disparos de los caño-

nes, etcétera?

Sé que pueden ser valientes, pero ¿podrían

decirnos aquellos que atestiguaron las haza-

ñas de las famosas tropas de Eliot, si en sus más

fieras cargas demostraron de alguna manera ese

irreflexivo olvido de la muerte con el que un

francés se arroja a la batalla o si no mostraron,

más bien, ese melancólico valor del español

contra el que cargaban, esa especie de valentía

meditada que alienta en la contemplación y los

hábitos sedentarios?

¿Suelen ser grandes chismosos? He cono-

cido a unos cuantos entre ellos que alcanzan la

dignidad de políticos especulativos, pero creo

que ese cotidiano interés vivo y alegre por la

marcha y los asuntos del mundo, que hace que

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21•

el peluquero* resulte una compañía tan placen-

tera, raramente se observa en ellos.

Esta introspección característica en ellos es

tan notoria que me sorprende que ninguno de

los escritores que han tratado expresamente la

melancolía la haya mencionado. Es extraño que

Burton, cuyo libro es un excelente compendio

de todos los autores que le han precedido y que

aborda todas las especies de esta enfermedad,

desde la hipocondriaca o ventosa hasta la he-

roica o la melancolía de amor, la haya omitido.

El propio Shakespeare la soslayó: “No poseo

ni la melancolía del erudito –dijo Jacques–, que

es imitación; ni la del cortesano, que es orgu-

llo; ni la del soldado, que es política; ni la del

* Habiendo mencionado de pasada al peluquero en comparación conlos otros temperamentos profesionales, espero que ningún gremio sesentirá ofendido –o lo tomará como una descortesía– si digo que, porlo que respecta a la urbanidad, a la camaradería y a todas las graciassociales y conversacionales que “alegran la vida”, considero que nin-gún otro oficio puede compararse con el de éste. De hecho, es tal elafecto que profeso hacia este valioso y complaciente grupo de perso-nas que, en el edificio de los Inns of Court en donde vivo (y donde sepueden encontrar los mejores representantes de esta profesión, conexcepción quizá de las universidades), hay siete peluqueros a losque conozco personalmente y que jamás me encuentran sin que nos qui-temos educadamente el sombrero en señal de saludo. Me perdonaráaquí mi amigo –cortés y bien educado como ninguno– el Sr. A—m, dela Flower-de-Luce Court, en Fleet Street, por mencionarlo a él en par-ticular: puedo decir que nunca pasé un cuarto de hora en sus manossin sacar algún provecho de las agradables discusiones que siempretienen lugar en su establecimiento.

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amante, que comprende todas las anteriores”;

y entonces, cuando uno podría esperar que lo

trajera a colación: “ni la del sastre, que así y

asá”, finaliza su enumeración y no llega a defi-

nir su propia melancolía.

Milton la ha omitido de la misma manera,

teniendo tan magnífica oportunidad para men-

cionarla en su Penseroso.

Pero ya que las omisiones parciales de los

historiadores no prueban nada en contra de la

existencia de un hecho suficientemente atesti-

guado, procederé y trataré de establecer las

causas por las cuales este giro melancólico pre-

domina tanto en la gente de esta profesión por

encima de todas las otras.

En primer lugar, ¿no podría ser que la cos-

tumbre de usar ropa, que se remonta a la caída,

y una cierta seriedad (por decirlo amablemen-

te, ya que se trata de uno de los frutos más morti-

ficantes de aquel desdichado acontecimiento),

hayan sido ideadas con la intención de que queda-

ran grabadas en las mentes de toda esa raza

de hombres a la que ha sido confiada la tarea de

inventar el vestido humano, para preservar el

recuerdo de la institución del vestido y servir

como protesta permanente contra aquellas va-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1322

23•

nidades que habría de producir la absurda con-

versión de un memorial de nuestra vergüenza

en un adorno de nuestras personas? Correspon-

diendo a esto, de alguna manera cabe señalar que

se dice, en el lenguaje cabalístico de su orden,

que el sastre que se sienta sobre una cueva o un

sitio hueco siempre tiene ciertas regiones de

melancolía abiertas bajo sus pies. Pero llevando

nuestra investigación a las causas últimas, don-

de aun el mejor de nosotros sólo puede vagar

en la oscuridad, permítasenos tratar de descu-

brir las causas eficientes de esta melancolía.

Creo que, si omitimos algunas subordina-

das, pueden reducirse a dos, a saber:

a) los hábitos sedentarios del sastre y

b) algo peculiar en su dieta.

Primero, sus hábitos sedentarios. En el fa-

moso relato del Dr. Norris acerca de la locura

furiosa del Sr. John Dennis, el paciente, al ser

interrogado sobre cuál era el motivo de la in-

flamación de sus piernas, responde que es “a

causa de la crítica”, ante lo cual el sabio doctor

parece vacilar, pues se trata de un malestar del

que jamás ha leído; Dennis (que parece no ha-

ber estado loco en todos los aspectos) le dice

con amabilidad que no es un mal, ¡sino un arte

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24•

noble!; que se había pasado sentado catorce ho-

ras al día, y que valiente doctor era él si no sa-

bía que había una comunicación entre el cere-

bro y las piernas.

Cuando consideramos que esta jornada de

catorce horas seguidas sentado –a la que el crí-

tico probablemente se sometía sólo cuando

escribía sus “sentencias”– no es mayor que

aquella a la que el sastre, en la práctica ordina-

ria de su arte, se somete cotidianamente (con

excepción de los domingos) a lo largo del año,

¿puede asombrarnos encontrar su cerebro afec-

tado y privado de esa indisoluble armonía que

hay entre las partes nobles y las menos nobles

del cuerpo, a la que Dennis alude? La manera

antinatural y dolorosa de su largo asiento tam-

bién debe haber agravado grandemente el mal,

a tal punto que algunas veces me he arriesgado a

comparar a los sastres en sus mesas con tantas

envidiosas Junos “sentadas con las piernas cru-

zadas para impedir el nacimiento de su propia

felicidad”. Entre los antiguos, cruzar las pier-

nas así: X, a la manera de una cruz, o entre-

cruzarlas, era una postura maldita. Los turcos,

que hasta la fecha la practican, se distinguen

por ser un pueblo melancólico.

X

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25•

En segundo lugar, su dieta. Para este pro-

pósito encuentro un párrafo muy notable en

Burton, en el capítulo titulado “La mala dieta

como causa de melancolía”:

Entre las hierbas que han de comerse, calabazas,pepinos y melones están prohibidos, pero espe-cialmente la calabaza: produce sueños pertur-badores y envía vapores negros al cerebro. Gale-no, de todas las hierbas (Loc. affect., lib. 3, cap. 6),condena la calabaza, e Isaack (lib. 2, cap. 1, “ani-mae gravitatem facit”) asienta que trae pesadum-bre al alma.

No podría omitir un testimonio tan lisonjero de

un autor que, aunque no tenía que demostrar

teoría alguna, contribuyó inconscientemente a

la confirmación de la mía. Es bien sabido que

este último vegetal ha constituido –desde los

más antiguos tiempos de que tenemos conoci-

miento– casi el único alimento de esta extraor-

dinaria raza de gente.

Burton Junior

traducción de Rafael Vargas

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b l a n c a

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LAMENTO POR LA DECADENCIA DE LOS MENDIGOS

EN LA METRÓPOLI

La escoba de la reforma social, que todo lo ba-

rre –única versión moderna del garrote de

Alcides para librar a la época de sus abusos–,

se levanta mecida por múltiples manos para

extirpar de la metrópoli los últimos andrajos on-

deantes del espectro de la mendicidad. Rótulos,

sacos, bolsas –bastones, perros y muletas–, la

fraternidad mendicante en su conjunto, con to-

do su equipaje, abandona rápidamente las in-

mediaciones de esta undécima persecución.

“En medio de suspiros”, el genio de la indigen-

cia se marcha del atestado crucero, de las esqui-

nas de las calles y los recodos de los callejones.

Yo no apruebo esta imposición al por ma-

yor de ir a trabajar, esta impertinente cruzada

o bellum ad exterminationem proclamada en

contra de una especie. Podrían aprenderse

muchas cosas buenas de estos mendigos. Ellos

encarnaban la forma más antigua y más hono-

rable de la mendicidad; apelaban a nuestra na-

turaleza común y a una mente ingeniosa le eran

menos repulsivos que quien suplica el particu-

lar humor o capricho de un semejante o grupo

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1327

28•

de semejantes, sean parroquiales o sociales. Los

suyos eran los únicos porcentajes sin envidias

a la hora de fijar los impuestos, ni quejas a la

hora de pagar contribución.

Tenían una dignidad que brotaba de lo más

profundo de su desolación, pues el estar des-

nudo está mucho más cerca del ser humano que

el andar de librea. Los espíritus más grandes

han experimentado esto en sus horas de infor-

tunio. Y cuando Dionisio se convirtió de rey en

maestro de escuela, ¿sentimos hacia él otra

cosa que desprecio? ¿Van Dyck podría haberlo

pintado llevando una férula por cetro y habría

conmovido nuestras mentes con la misma com-

pasión heroica con que contemplamos su Beli-

sario mendigando un obolus? ¿La moraleja ha-

bría sido más graciosa, más patética? El ciego

mendigo de la leyenda, el padre de la bella

Bessy –cuya historia no pueden degradar ni dis-

minuir las coplas satíricas de taberna, pues algu-

nas chispas de su ilustre espíritu brillan a través

de los disfraces–, ese noble conde de Cornwall

(como lo fue en la realidad), memorable jugue-

te de la fortuna, huyendo de la injusta senten-

cia de su señor feudal, despojado de todo, senta-

do en el floreciente prado de Bethnal, con su

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1328

29•

aún más fresca y primaveral hija a su lado ilu-

minando sus harapos y su mendicidad, ¿habría

tenido una mejor figura haciendo los honores de

un contador o expiando su desdichada condi-

ción bajo la enana eminencia de alguna mesa

de costura? Sea en un cuento o en la historia,

el pordiosero es precisamente el antípoda del

rey. Cuando los poetas y escritores románti-

cos (como los llamaría la querida Margaret

Newcastle) tienen que pintar con mayor agu-

deza y sentimiento un revés de la fortuna, nun-

ca se detienen hasta que han dejado a su héroe

en harapos. La profundidad del descenso ilus-

tra la altura de la que ha caído. No existe térmi-

no medio que pueda brindarse a la imaginación

sin ofenderla; no hay asidero en la caída. Lear,

arrojado de su palacio, debe despojarse de sus

ropajes hasta corresponder a la “mera natura-

leza”; y Cressida, caída del amor de un prínci-

pe, debe extender sus pálidos brazos, pálidos

con una blancura distinta a la de la belleza, y

mendigar cual una leprosa con una campa-

na y un plato de madera. El ingenioso Luciano

sabía esto muy bien y, con una política inversa,

cuando quería burlarse de la grandeza sin la

piedad, nos mostraba a Alejandro en las som-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1329

30•

bras remendando zapatos o a Semiramis des-

enredando lino embrollado.

¿Cómo sonaría en un poema que un gran

monarca inclinase su afecto hacia la hija de un

panadero? Sin embargo, ¿sentimos que se vio-

lenta la imaginación cuando leemos la “bala-

da auténtica” en la que el rey Cofetua corteja

a la joven pordiosera?

Indigente, pordiosero, pobre, son expresio-

nes de piedad, pero de piedad mezclada con

desprecio. Nadie desprecia a un mendigo. La

pobreza es algo comparativo y cada grado de

ella es objeto de mofa por parte del “puerco

vecino”. Sus pobres rentas y entradas son rápi-

damente resumidas y dichas; sus pretensiones

para la pobreza son casi ridículas; sus lastimo-

sos intentos de ahorrar producen una sonrisa.

Todo burlón compañero puede medir su insig-

nificante bolsillo contra el suyo. En las calles el

pobre reprocha al pobre su condición de una ma-

nera descortés si la suya es ligeramente mejor,

mientras el rico pasa a su lado y se ríe de am-

bos. Ninguna bellaquería comparativa insulta

a un mendigo, ni nadie piensa en medir contra él

su bolsillo. No se encuentra en la escala de la com-

paración; tampoco bajo la medida de la propie-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1330

31•

dad: manifiestamente carece de cualquiera, sal-

vo quizás un perro o un borrego. Nadie se burla

de él porque haga ostentación por encima de

sus posibilidades; nadie lo acusa de orgullo o

lo reconviene con burlona humildad; nadie

disputa con él un muro o arma un pleito por

cuestiones de prioridad; ningún vecino rico

busca echarlo de sus tierras; nadie lo deman-

da; nadie quiere pelear en la corte con él. Si yo

no fuese el caballero independiente que soy, en

vez de ser un sirviente de los poderosos, un or-

dinario capitán o un pariente pobre, elegiría,

por la delicadeza y auténtica grandeza de mi

pensamiento, ser un mendigo. Los andrajos, que

son el reproche de la pobreza, son el manto del

mendigo y la graciosa insignia de su profesión,

su cargo, su vestido de gala, el traje con que se

espera que se muestre en público. Nunca está

pasado de moda o torpemente cojeando a su

zaga; nunca se le exige que lleve luto. Emplea

todos los colores y no tiene temor de ninguno: su

vestido ha sufrido menos cambios que el de los

cuáqueros. Es el único hombre en el universo

que no está obligado a estudiar las apariencias;

las altas y bajas del mundo han dejado de im-

portarle. Él es su propio cimiento. El precio del

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1331

32•

ganado o de la tierra no le afecta; las fluctua-

ciones de la prosperidad agrícola o comercial

no lo tocan o, en el peor de los casos, hacen que

cambien sus clientes. No se espera que brinde

fianza o respaldo a nadie; nadie lo molesta con

cuestiones de su religión o su filiación política.

Es el único hombre libre en el universo.

Los mendigos de esta gran ciudad eran mu-

chos de sus paisajes, sus leones. No puedo pres-

cindir de ellos como no puedo prescindir de los

gritos de Londres. Las esquinas de las calles no

están completas sin ellos; son tan indispensa-

bles como el cantante de baladas y, con sus pin-

torescos atuendos, son un ornamento tan im-

portante como los signos del antiguo Londres.

Eran las moralejas vivientes, los emblemas, los

recordatorios, las advertencias, los sermones

ambulantes, los libros para niños, las saluda-

bles interrupciones y pausas a la alta y presu-

rosa marea de la untuosa ciudadanía: “Mira a

ese pobre arruinado y fracasado”.

Sobre todo esos viejos Tobías ciegos que

solían alinearse junto al muro del Lincoln’s Inn

Garden antes de que la moderna melindrosidad

los expulsara, haciendo girar sus arruinados

ojos para atrapar un rayo de piedad y (si fuese

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1332

33•

posible) de luz con su fiel perro guía a sus pies.

¿Adónde huyeron? ¿A qué esquinas, ciegas como

ellos mismos, han sido empujados, lejos del ai-

re saludable y del calor del sol? Metidos entre

cuatro paredes, ¿en qué marchito asilo sopor-

tan la penuria de la doble oscuridad, sin que el

tintineo de una moneda al caer consuele su so-

litaria congoja, lejos del sonido de la alegre y

esperanzadora cuerda de los paseantes? ¿Dón-

de cuelgan sus inútiles bastones?, ¿y quién ali-

menta a sus perros? ¿Los inspectores de St. L—

han sido los causantes de que les dieran un tiro?,

¿o fueron metidos en sacos y arrojados al Táme-

sis, a sugerencia de B—, el amable rector de —?

¡Buena suerte tenga el alma del amable

Vincent Bourne, el más clásico y, al mismo tiem-

po, el más inglés de los latinistas!, quien ha es-

crito acerca de esta alianza entre cuadrúpedo y

humano, esta amistad entre perro y hombre, en el

más dulce de sus poemas: el “Epitaphium in ca-

nem” o “Epitafio del perro”. Lector, examínalo

cuidadosamente y di si los paisajes acostumbra-

dos, que poesía tan exquisita como ésta evoca,

podrían hacer más daño o beneficio al sentido

moral de los transeúntes en sus diarios recorri-

dos a través de una vasta y bulliciosa metrópoli:

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1333

34•

Pauperis hic Iri requiesco Lyciscus, herilis,Dum vixi, tutela vigil columenque senectae,Dux caeco fidus: nec, me ducente, solebat,Praetenso hinc atque hinc baculo, per iniqua

locorumIncertam explorare viam; sed fila secutus,Quae dubios regerent passus, vestigia tutaFixit inoffenso gressu; gelidumque sedileIn nudo nactus saxo, qua praetereuntiumUnda frequens confluxit, ibi miserisque tenebrasLamentis, noctemque oculis ploravit obortam.Ploravit nec frustra; obolum dedit alter et alter,Queis corda et mentem indiderat natura

benignam.Ad latus interea jacui sopitus herile,Vel mediis vigil in somnis; ad herilia jussaAuresque atque animum arrectus, seu frustula

amicePorrexit sociasque dapes, seu longa dieiTaedia perpessus, reditum sub nocte parabat.

Hi mores, haec vita fuit, dum fata sinebant,Dum neque languebam morbis, nec inerte

senecta;Quae tandem obrepsit, veterique satellite caecumOrbavit dominum: prisci sed gratia factiNe tota intereat, longos deleta per annos,Exiguum hunc Irus tumulum de cespite fecit,Etsi inopis, non ingratae, munuscula dextrae;Carmine signavitque brevi, dominumque

canemque

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1334

35•

Quod memoret, fidumque canem dominumquebenignum.

Aquí yazgo, pobre Irus, perro fiel acostumbradoa dirigir los pasos de mi viejo y ciego amo;fui su guía y su guardia; mientras duró mi serviciono tuvo necesidad de ese bastóncon el que ahora temeroso tantea su caminoen las carreteras y los cruceros, sino que plantaba,seguro bajo la conducción de mi amigable correa,un firme pie adelante, hasta encontrarsu pobre asiento en alguna piedra, allí donde

confluíay se hacía más abundante la marea de los

transeúntes,a quienes aquejaba de mañana a tardecon lamentos sonoros y apasionados.No con todos se lamentaba en vano: algunos, aquí

y allá,los bien dispuestos y los buenos, alguna moneda

le daban.Mientras tanto, a sus pies, solícito dormía,no del todo dormido, sino con el corazóny el oído atentos al menor movimiento; de su manogenerosa recibía mis acostumbrados mendrugosy compartía con él su festín y sus sobras;cuando la noche nos avisaba marchábamos a casa,fatigados tras todo un día de indigencia tediosa.

Tal fue mi manera de vivir, tales mis hábitos,hasta que la edad y la lenta enfermedad me

colmaron

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1335

36•

y me apartaron del lado de mi amo.Pero aunque la gracia de esas buenas obras mueray al paso de los años el mudo olvido prevalezca,esta delgada tumba de césped guarda a Irus,barato monumento de una mano sin queja,que con los breves versos aquí inscritos pruebauna unión larga y perdurable:las virtudes del mendigo y de su perro.

En vano, durante algunos meses, han explora-

do estos opacos ojos en pos de una figura bien

conocida –o parte de la figura– de un hombre

que solía deslizar su atildada parte superior por

los pavimentos de Londres, rodando con la más

ingeniosa celeridad sobre una máquina de ma-

dera. Un espectáculo para los nativos, para los

extranjeros y para los niños. Era de hechura

robusta, con una complexión florida como la de

un marinero, con la cabeza desnuda para la tor-

menta y para el sol. Era una curiosidad natu-

ral, motivo de especulación para el científico y

un prodigio para el simple. El niño podía mirar

fijamente a ese poderoso hombre reducido a

su mismo tamaño. El inválido común despre-

ciaría su propia pusilanimidad al mirar la vigo-

rosa determinación y el resuelto corazón de este

gigante a medias. Muy pocos pueden no haberlo

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1336

37•

notado, pues el accidente que lo redujo a tal

condición ocurrió durante los disturbios de 1780

y, desde entonces, ha sido una persona de as-

pecto poco agradable. Parecía haber nacido de

la tierra, un Anteo, y renovar su vigor al con-

tacto con el suelo que le rodeaba. Era un enor-

me fragmento, tan bueno como un mármol de

Elgin. La naturaleza, que debe haber recluta-

do sus pantorrillas y muslos, no se perdió, sino

tan sólo se retiró a sus partes superiores, y

se volvió un semi Hércules. Una vez escuché

una voz terrible tronando y rugiendo, como en

vísperas de un terremoto, y al volver la vista

abajo encontré a esta mandrágora injuriando a

un corcel que había echado a correr ante su por-

tentosa aparición. Parecía como si sólo quisiese

recuperar su justa estatura para reducir a asti-

llas al cuadrúpedo ofensor. Era como la parte

humana de un centauro, del cual la mitad equi-

na hubiese sido hendida en alguna ominosa con-

troversia de lapitas. Se marchó como si pudie-

ra desplazarse con apenas la mitad de cuerpo

que le quedaba. No le faltaba el os sublime y

todavía le puso buena cara a los cielos. Durante

cuarenta y dos años se había manejado en es-

te negocio al aire libre y ahora que sus cabellos

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1337

38•

se han encanecido en el servicio, pero su buen

ánimo no se ha deteriorado porque no está con-

tento con cambiar su aire libre y su ejercicio por

las restricciones de un asilo, expía su terque-

dad en una de esas casas (irónicamente lla-

madas) de corrección.

¿Acaso el espectáculo de este hombre po-

dría considerarse molesto al grado de ameritar

una acción legal para suprimirlo?, ¿acaso no

resultaba, más bien, un cuadro saludable y con-

movedor para los transeúntes de la gran ciudad?

Entre los muchos sitios de interés que tiene la

urbe, entre sus museos y numerosas provisio-

nes para satisfacer la siempre boquiabierta cu-

riosidad (pues ¿qué otra cosa es una gran ciudad

sino un cúmulo interminable de espectáculos),

¿no quedaba ya lugar para otro lusus (no natu-

rae, claro está, sino accidentium)?, ¿y qué si, co-

mo se corría el rumor, en sus cuarenta y dos años

de andanzas este hombre hubiera juntado a du-

ras penas unos cuantos cientos de libras para

heredar a su hijo?, ¿a quién había hecho daño?,

¿a quién había importunado? Sus benefactores

disfrutaban el espectáculo que él les ofrecía a cam-

bio de sus centavos. ¿Qué si, después de estar ex-

puesto el día entero al sol, a la lluvia, a las hela-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1338

39•

das de la intemperie, se retiraba en la noche,

tambaleando torpemente su tronco con movi-

mientos difíciles y elaborados, para hallar so-

laz en algún establecimiento junto a sus com-

pañeros inválidos con un plato caliente de carne

y verduras (tal y como lo denunció un clérigo

ante un comité de la Cámara de los Comunes)?;

¿era esto –o su sincero cuidado de padre que

(si real) merecería una estatua y no un poste

de flagelación y que es inconsistente al menos

con la exagerada acusación de orgías noctur-

nas con las que se le ha difamado– una razón

para privarlo del inofensivo, incluso edifican-

te, modo de vida que había adoptado e impo-

nerle una condena en su vejez, acusándolo de

vagabundo incorregible?

Hubo una vez un Yorick que no se hubiera

avergonzado de sentarse a la mesa de este invá-

lido, de darle su bendición –y también su limos-

na– como signo de cordialidad: “¡Oh edad!, has

perdido tu progenie”.

La mitad de aquellas historias sobre mendi-

gos que han conseguido amasar prodigiosas

fortunas no son –ya lo creo– sino calumnias de

cicateros. Hubo una que se discutió mucho en

los periódicos hace tiempo y generó las acos-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1339

40•

tumbradas inferencias acerca de la caridad: Un

empleado de banco se sorprendió al enterarse

de que había recibido una herencia de quinien-

tas libras de alguien cuyo nombre no conocía;

parece ser que en su camino diario de Peckham

(o alguna villa cercana donde vivía) a su ofici-

na tuvo por costumbre, durante veinte años,

echar una limosna en el sombrero de un ciego

pordiosero que siempre pedía a la orilla del

camino; el viejo mendigo reconoció a su bene-

factor sólo por la voz y, al morir, dejó toda la

suma de sus limosnas (que le había tomado

quizá medio siglo acumular) a su viejo amigo,

el empleado del banco. ¿Es ésta una historia

para fruncir los corazones y apretar los bolsos,

una historia para concluir que no debe darse li-

mosna a los ciegos?, ¿no resulta, más bien, una

bella moraleja sobre la caridad bien dispensada

por una parte y la noble gratitud por la otra?

A veces pienso que me hubiera gustado ser

el empleado del banco; incluso, me parece recor-

dar algun pobre y viejo hombre a la orilla del

camino que parpadeaba y volteaba la cara,

desprovista de ojos, hacia arriba, bajo el sol...

¿Será posible que yo también haya cerrado mi

bolsillo frente él? Quizá no llevaba cambio.

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1340

41•

Lector, no te asustes con esas duras palabras

de impostor o embaucador: Da sin cuestionar.

Arroja un trozo de pan a las aguas ya que algu-

nos, sin saberlo (como este empleado de banco),

han convidado así a los ángeles.

No siempre cierres tu bolsa al infortunio que

se te presenta: haz actos de caridad algunas ve-

ces. Cuando un pobre (alguien clara y evidente-

mente pobre) se te acerque, no te detengas a

cuestionar si los “siete niños pequeños” por los

que te implora ayuda realmente existen, no escar-

bes en las entrañas de una verdad incómoda para

ahorrarte un centavo: es bueno creerle. Si no es

lo que pretende ser, tú da de cualquier modo y

piensa (si así te place) que has aliviado a un in-

digente soltero que actuaba el personaje de pa-

dre de familia; cuando se acerquen con sus mi-

radas fingidas y susurros de mendigo, piensa que

son actores. Piensa que tú pagas a comediantes

que fingen estas cosas y que, tratándose de los

pobres, no puedes saber con certeza si son real-

mente fingidas o no.

Elia

traducción de Rafael Vargas

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1341

b l a n c a

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1342

CONFESIONES DE UN BORRACHO

La disuasión del uso de los licores fuertes ha

sido el tópico favorito de los declamadores so-

brios de todas la épocas y ha sido recibida con

abundancia de aplausos por parte de los críti-

cos aficionados al agua. Pero desafortunada-

mente en el paciente mismo, en el hombre que

ha de ser curado, su sonido rara vez ha preva-

lecido. Sin embargo, el mal se reconoce y su

remedio es simple: la abstención. Ningún po-

der puede obligar a un hombre a levantar su

vaso contra su voluntad; esto es tan fácil como

no robar o no decir mentiras.

¡Ay!, ni la mano ni la lengua tienen propen-

sión constitucional a hurtar o a dar falso tes-

timonio; tales acciones les son indiferentes. A

la primera instancia de la voluntad reformada,

pueden ser rescatadas sin poner reparo. El cos-

quilleo en los dedos no es sino una figura del

lenguaje y la lengua del mentiroso puede emi-

tir con el mismo deleite valiosas verdades, con

las cuales se ha acostumbrado poner en fuga

a sus perniciosas oponentes. Pero cuando un

hombre ha comenzado a embriagarse...

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1343

44•

Oh, tú terco moralista, de intrépidos nervios

y cabeza fuerte, cuyo hígado se halla felizmente

intacto, detente y levanta aquí tu jarro ante el

nombre que he escrito, primero aprende de qué

se trata el asunto; cuánta aprobación, cuánta

humana tolerancia podrías virtuosamente mez-

clar con tu reprobación. No te cebes con las

ruinas de un hombre. No exijas, bajo pena tan

terrible como la infamia, resucitación de un es-

tado de muerte casi tan real como el del que

Lázaro despertó por milagro.

Comienza a reformarte y la costumbre ayu-

dará a que sea fácil, ¿pero qué hay si el comien-

zo es terrible y los primeros pasos no se ase-

mejan a escalar una montaña sino a caminar

por el fuego?, ¿qué ocurre si el sistema entero

debe sufrir un cambio tan violento como la cono-

cida mutación de formas de algunos insectos?,

¿y qué si un proceso comparable a ser desolla-

do vivo acaba por ser como irse por entero?

¿La debilidad que perece bajo semejante esfuer-

zo ha de confundirse con la pertinacia que se

aferra a otros vicios, que no producen una ne-

cesidad constitucional ni toman a la víctima por

entero, en cuerpo y alma?

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1344

45•

He conocido a alguien en ese estado, cuan-

do trataba de abstenerse por una sola noche

–aunque la venenosa poción había dejado des-

de hace mucho de volver a darle sus primeros

embelesos, aunque él estaba seguro de que más

bien habría de profundizar su tristeza en vez de

disiparla–, enfrascado en la violencia de la lu-

cha: la necesidad que sentía de librarse a toda

costa de su sensación lo hacía gritar, lo escuché

bramar a causa de la angustia y el dolor que la

lucha en su interior le provocaban.

¿Por qué habría de vacilar en confesar que

soy yo ese hombre del que hablo? No tengo la-

crimosa defensa que presentar ante la humani-

dad. Veo que de una manera u otra todas se apar-

tan de la pura razón. Solamente mi naturaleza

es responsable por la aflicción que me he echa-

do encima.

Creo que existen constituciones, cabezas

templadas y entrañas de acero, a las que casi

ningún exceso puede hacer daño; a las cuales

el brandy (las he visto beberlo como vino), a

las que en ninguna circunstancia el vino, jamás

bebido en tan abundante medida, puede pro-

vocar daño más grave que enturbiar sus facul-

tades, acaso nunca demasiado diáfanas. Con

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1345

46•

ellos este discurso carece de sentido. No ha-

rían más que reírse de un hermano débil que,

midiendo sus fuerzas con ellos y terminando

derrotado en tal concurso, mal habría de per-

suadirlos de que semejantes ejercicios agónicos

son peligrosos. Es a una descripción muy dis-

tinta de personas a la que me dirijo. Es al débil,

al nervioso, a aquellos que sienten la necesidad

de un ayuda artificial para levantar sus espíritus

en sociedad a lo que no es sino el nivel ordina-

rio (sin ayuda alguna) de todos los que les ro-

dean. Ése es el secreto de nuestra afición por la

bebida. Todos ellos han de evitar la mesa del

convivio, a menos que deseen condenarse de por

vida.

Hace una docena de años que cumplí vein-

tiséis de edad. Desde la época en que dejé la

escuela hasta aquel momento había vivido un pe-

riodo de mucha soledad. Mis compañías eran

principalmente libros o, a lo sumo, uno o dos vi-

vientes con los que compartía la estampa del

amor por los libros y la sobriedad. Me levanta-

ba temprano, me acostaba a buena hora y tenía

razón para pensar que las facultades que Dios

me ha dado no se habían enmohecido por falta

de empleo.

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1346

47•

Por aquel tiempo fui a caer con algunas com-

pañías de un orden distinto. Eran hombres de

espíritu bullicioso, dispuestos a desvelarse,

borrachos, pendencieros; no obstante, algo

noble parecía haber en ellos. Nuestra relación

giraba en torno del ingenio –o lo que después

de medianoche pasa por ingenio– de manera

jovial. Ciertamente yo poseía una ración más

grande que mis compañeros de lo que se llama

fantasía. Estimulado por su aplauso, me con-

vertí en un bromista declarado. ¡Yo, que entre

todos los hombres soy el menos dotado para tal

ocupación ya que, aparte de la enorme dificul-

tad que siempre experimento para hallar pala-

bras que expresen mi sentir, padezco un pro-

blema nervioso relacionado con el habla!

Lector, si has sido dotado con nervios como

los míos, aspira a cualquier papel excepto el de

ingenioso. Cuando sientas en la lengua un cos-

quilleo que te incline a ese tipo de conversa-

ción –especialmente si sientes que a la vista de

una botella y vasos limpios desciende sobre ti un

inexplicable flujo de ideas–, evita darle curso

como si huyeras de una destrucción horrible.

Si no puedes extinguir el poder de la fantasía,

o de aquello en tu interior que sueles tomar por

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1347

48•

tal, dale algún otro uso. Escribe un ensayo, esbo-

za un personaje o ensaya su descripción, pero no

como lo hago ahora, con lágrimas corriendo por

tus mejillas.

Ser objeto de compasión para los amigos o de

escarnio para los enemigos; ser sospechoso pa-

ra los extraños; ser examinado con la vista por

los tontos; ser considerado tonto cuando no se

consigue ser ingenioso; ser aplaudido por inge-

nioso cuando uno sabe que ha sido tonto; ser

convocado al extemporáneo ejercicio de aquella

facultad que ninguna premeditación puede dar;

ser espoleado en la realización de esfuerzos que

terminan en desprecio; ser puesto a provocar ale-

grías que no procuran al que las da más que abo-

rrecimiento; brindar placer y ser pagado con

malicia; beber tragos de vino que destruye la

vida y que nuestro aliento habrá de destilar para

entretener vanos auditorios; pagar noches de

locura con mañanas de miseria; malgastar ma-

res enteros de tiempo con quienes en compen-

sación entregan insignificantes migajas de un

mezquino aplauso: ésos son los frutos de la bu-

fonería y de la muerte.

El tiempo, que tiene un excelente tino para

disolver todas las relaciones que no poseen

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1348

49•

vínculo más sólido que este líquido cemento y

ha sido más generoso conmigo que mi propio

gusto y mi discernimiento, me abrió a la postre

los ojos para apreciar las supuestas cualidades

de mis primeros amigos. No queda más huella de

ellos que los vicios a los que me introdujeron y

los hábitos que fijaron en mí. En ellos sobrevi-

ven todavía mis amigos y cobran con creces cual-

quier supuesta infidelidad que pudiese haber

tenido hacia ellos.

Mis siguientes relaciones cercanas fueron

y son personas de valor tan intrínseco y senti-

do que, aun cuando accidentalmente su trato

ha probado ser pernicioso para mí, no sé si en

condiciones de volver a hacer las cosas otra vez

tendría el valor de evitar el daño a costa de per-

der el beneficio. Llegué a ellos apestando a los

vapores de mis exaltadas nociones de lo que

debe ser la compañía, y el muy magro combus-

tible que inconscientemente proveyeron fue

suficiente para que mis antiguos fuegos se con-

virtieran en nueva propensión.

No eran bebedores, pero ambos –uno por

hábitos profesionales y el otro por un hábito

derivado de su padre– fumaban tabaco. El dia-

blo no podría haber inventado trampa más su-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1349

50•

til para recapturar a un penitente que reincide.

La transición, de deglutir vasos de fuego líquido

a exhalar nubes inocuas de humo seco, era casi

como engañarlo. Pero él es demasiado duro con

nosotros cuando tenemos esperanzas de cam-

biar. Nos tienta con ofertas y cuando pensamos

contrapesar una nueva debilidad contra una

antigua flaqueza, es paradójico pero nos hace

una jugarreta y nos endosa dos por una. Al cabo,

ese (comparativamente) blanco demonio del

tabaco trajo consigo siete plagas peores.

Sería impertinente llevar al lector a través de

todos los procesos por los cuales, de fumar al

principio con un poco de licor de malta, gradual-

mente fui pasando de vinos suaves a vinos más

fuertes y agua, a un pequeño ponche, hasta esas

malabarísticas composiciones que, bajo el nom-

bre de licores mixtos, encubren una gran can-

tidad de brandy o algún otro veneno, cada vez

con menos agua, luego con casi nada de agua y

por último sin nada en absoluto. Pero me resulta

aborrecible revelar los secretos de mi Tártaro.

Repelería a mis lectores, por una simple in-

capacidad de creerme, si les dijera que el ta-

baco ha sido para mí la afanosa condena que

he purgado, la esclavitud a la que hice votos.

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1350

51•

Cómo, cuando me había decidido a dejarlo, co-

mencé a sentir un sentimiento similar a la in-

gratitud; cómo ha planteado reclamos persona-

les y me ha hecho las demandas que me haría un

amigo; cómo el leer casualmente acerca de él

en un libro, donde Adams lleva su vaharada a

la orilla de la chimenea en alguna posada en

Joseph Andrews, o cómo Piscator en El pesca-

dor perfecto rompe su ayuno con una pipa ma-

tutina en aquel delicioso cuarto Piscatoribus

Sacrum, ha arruinado en un momento la resis-

tencia de semanas. ¡Cuán presente se hallaba

siempre una pipa en mi ascenso hacia la me-

dianoche! Hasta que la visión me obligó a dar-

me cuenta... cómo se elevaban entonces sus ri-

zados vapores, su fragancia sosegaba y los mil

agradables ministros, versados en la materia,

utilizando cada facultad, aliviaban el sentimien-

to de dolor; cómo después de iluminar llegó a os-

curecer; de un breve esparcimiento se convirtió

en un consuelo negativo y, más tarde, en inquie-

tud e insatisfacción y, por último, en una positi-

va miseria; cómo, aún ahora, cuando el secreto

entero ha sido confesado con toda su horrible

verdad, me siento ligado al tabaco más allá del

poder de revocación. Hueso de mi hueso...

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1351

52•

Las personas que no están habituadas a exa-

minar los motivos de sus acciones, a calcular los

incontables clavos que ribetean las cadenas del

hábito, o tal vez al no estar atrapados en ninguno

tan empedernido como los que he confesado, pue-

den pensar que el cuadro que pinto es muy exa-

gerado. ¿Pero qué clase de atadura es ésta que,

a pesar de amigos que se quejan, de una esposa

llorosa y un mundo reprobatorio, encadena a tan-

tos infortunados semejantes, sin ninguna in-

disposición original hacia el bien, a su pipa y su

tabaco?

He visto un grabado, al estilo de Correggio,

en el que tres figuras femeninas están auxiliando

a un hombre que está sentado, atado a la raíz

de un árbol. Sensualidad lo consuela, Malas Cos-

tumbres lo está clavando a una rama y en ese

mismo instante Repugnancia le coloca una ser-

piente en el costado. Su rostro revela un delei-

te febril, recuerdo del pasado más que percep-

ción de placeres presentes, un lánguido disfrute

del mal, totalmente estupidizado para el bien,

un afeminamiento sibarítico, una sumisión a las

ataduras, rotos los resortes de la voluntad como

los de un reloj descompuesto, pecado y sufri-

miento ocupando el mismo instante, o este úl-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1352

53•

timo aventajando al primero, los remordimien-

tos precediendo la acción; todo esto representa-

do en un solo momento del tiempo. Cuando lo vi,

admiré la maravillosa destreza del pintor, pero

después de que me hube apartado, lloré, porque

pensé en mi propia condición.

No hay esperanza de que esto cambie algu-

na vez. Las aguas me han cubierto, pero si mi

voz pudiera escucharse desde las negras pro-

fundidades, daría la advertencia a todos los que

apenas han puesto un pie en la peligrosa co-

rriente. Podría el joven a quien el sabor de su

primer vino le parece delicioso como las prime-

ras escenas de la vida o el paseo por un paraíso

apenas descubierto, asomar a mi desolación y

entonces entendería qué cosa temible es el que

un hombre se sienta deslizándose hacia un pre-

cipicio con los ojos abiertos y una voluntad pa-

siva –prever su destrucción y no tener poder

para detenerla, a pesar de que la siente siem-

pre emanando de sí mismo–; percibir que se ha

quedado vacío de toda bondad y, pese a todo,

no poder olvidar que hubo un tiempo en que

fue de otra manera; que escuche el lastimoso

espectáculo de su ruina: podría acaso ver mi

ojo enrojecido, enfebrecido por la bebida de la

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1453

54•

noche anterior y enfebrecidamente anticipando

la repetición de la locura esta noche; podría sen-

tir el cuerpo de la muerte desde cuyo seno clamo

socorro cada hora, con una voz cada vez más y

más débil; ojalá que ello bastara para hacerle

derramar su burbujeante bebida sobre la tierra

con toda su orgullosa y envolvente tentación,

para hacerle apretar los dientes:

[…] y no separarlosni permitir que la maldición líquida corra por ellos.

Sí, pero –me parece escuchar que alguien obje-

ta– si la sobriedad fuera esa cosa excelente que

usted nos quiere hacer comprender, si las co-

modidades de un cerebro reposado son prefe-

ribles a ese estado de ardiente entusiasmo que

describe y deplora, ¿qué hizo que en su propio

caso usted no volviese a los hábitos de los cua-

les querría que los otros nunca se apartasen?

Si bien vale la pena preservar tal bendición, ¿no

valdría la pena también recuperarla?

¡Recuperarla! Oh, si con desearlo pudiera

transportarme nuevamente a aquellos días de

mi juventud, cuando un trago de aquella clara

fuente cercana bastaba para refrescar todos los

calores que los soles del verano y el ejercicio

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1454

55•

de la juventud tenían el poder de fomentar en la

sangre... Con cuánta alegría volvería a ti, puro

elemento, bebida de los niños y de esa especie de

niño, el santo eremita. En mis sueños a veces

puedo gustar tu refrescante alivio sobre mi ar-

diente lengua, pero en la vigilia mi estómago lo

rechaza. Aquello que refresca al inocente só-

lo me causa desmayo y malestar.

¿Pero acaso no existe un término medio

entre la abstinencia total y el exceso asesino?

Por tu bien, lector, y para que nunca compartas

mi experiencia, debo pronunciar, con pena, la

terrible verdad: no existe ninguno, ninguno que

yo pueda encontrar. En mi grado de hábito (no

hablo de hábitos menos confirmados, creo que

para algunos de ellos el consejo sería lo más pru-

dente), en el estadio que he alcanzado, tomar me-

nos de la medida suficiente para causar sopor y

sueño, el nimbado sueño apopléjico propio del

borracho, es como no haber tomado nada. El do-

lor de la autonegación es uno solo. ¿Y en qué

consiste? Prefiero que el lector me conceda

crédito y no tenga que experimentarlo en carne

propia, pero lo sabrá si llega a ese estado en el

que, por paradójico que parezca, la razón lo vi-

sitará solamente mediante la intoxicación; es

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1455

56•

una verdad terrible que, a causa de repetidos

actos de inmoderación, las facultades intelectua-

les pueden ser apartadas de su ordenada esfera

de acción, de su clara luz natural, hasta que al

final llegan a depender, aun para la menor mani-

festación de sus menguadas energías, de volver

a los periodos de fatal locura a los que deben su

devastación. El bebedor nunca es menos él mis-

mo que durante sus intervalos de sobriedad. En

ese punto el mal es su bien.*

Contempladme entonces, en el periodo más

vigoroso de la vida, reducido a la imbecili-

dad y la decadencia. Oídme contar las ganan-

cias y los beneficios que he obtenido de la pa-

rranda.

Hace doce años era dueño de una mente y

de un cuerpo saludables. Nunca fui fuerte, pero

creo que mi constitución (para ser débil) se ha-

llaba, hasta donde ello es posible, felizmente exen-

ta de predisposición a cualquier enfermedad.

Ahora, salvo cuando me encuentro perdido en

*Cuando el pobre M— dibujó su último cuadro, con el lápiz en unamano temblorosa y el vaso de brandy con agua en la otra, sus dedosdebieron la estabilidad relativa con la que pudieron llevar a cabo imper-fectamente la tarea gracias a una firmeza temporal derivada de la repe-tición de la misma práctica cuyo efecto general los había hecho temblar(lo mismo que a él) tan terriblemente.

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1456

57•

un mar de bebida, nunca me siento libre de todas

esas incómodas sensaciones en la cabeza y el estó-

mago que son mucho peores y más difíciles de

soportar que cualquier dolor o malestar definido.

En aquella época raramente me quedaba en

cama después de las seis de la mañana, fuera in-

vierno o verano. Me levantaba renovado y rara vez

sin pensamientos felices en la cabeza o un tro-

zo de canción para dar la bienvenida al día na-

ciente. Ahora, el primer sentimiento que me aco-

sa, luego de prolongar las horas de reposo hasta

el último extremo posible, es un pronóstico del

fatigoso día que me aguarda, junto con el se-

creto deseo de poder seguir acostado o de no

haber despertado jamás.

La vida misma, mi vida durante la vigilia,

tiene mucho de la confusión, la agitación y la os-

cura perplejidad de un mal sueño. Tropiezo con

oscuras montañas durante el día.

Aunque mi naturaleza nunca se sintió espe-

cialmente adaptada al trabajo, lo consideraba

de cualquier manera como algo necesario y que

había que cumplir y, por lo tanto, lo emprendía

con alegría. Siempre lo hacía con presteza. Aho-

ra temores y preocupaciones me abruman; in-

vento todo tipo de razones para desalentarme

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1457

58•

y estoy dispuesto a abandonar una ocupación

que me brinda el pan a causa de una atormen-

tadora fantasía de incapacidad. El más sencillo

encargo que pueda hacerme un amigo o cual-

quier pequeño deber que tenga que realizar yo

mismo, como transmitir órdenes a un comer-

ciante, etc., me abruma como si fuera una labor

imposible. A tal grado han quedado afectados

los resortes de la acción.

La misma cobardía me asiste en todas mis

relaciones con la humanidad. No me atrevo a pro-

meter que el honor de un amigo, o de su causa,

estarían a salvo en mi resguardo si tuviera que

recurrir a cualquier resolución de hombría para

defenderla. Hasta tal punto han muerto en mí

los resortes de la acción moral.

Las que en tiempos pasados solían ser mis

ocupaciones favoritas han dejado de entretener-

me. No puedo hacer nada con prontitud. Apli-

carme a algo, por poco tiempo que exija, me

aniquila. Esta pobre reseña de mi condición fue

escrita con largos intervalos y casi sin intentar

hacer uso del pensamiento, al que ahora me

resulta tan difícil acceder.

Los nobles pasajes de la historia o de la in-

vención poética que antiguamente me deleita-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1458

59•

ban, ahora sólo arrancan unas cuantas lágrimas,

propias de la chochez. Mi quebrantada y decaí-

da naturaleza parece hundirse ante cualquier

cosa grande y admirable.

Frecuentemente me descubro llorando por

cualquier motivo e incluso por ninguno. No

puedo expresar en qué medida este mal aumen-

ta mi sentimiento de vergüenza, así como una

sensación general de deterioro.

Éstos son algunos de los ejemplos respecto

de los cuales puedo afirmar, con verdad, que no

siempre fui así.

¿Debería descorrer el velo de mi debilidad

un poco más o es suficiente lo que he expuesto?

Soy un pobre egotista anónimo que no tiene la

vanidad de que se le admire por estas confesiones.

No sé si habré de ser ridiculizado o si se me es-

cuchará con seriedad. Las confío a la atención

del lector tal cual son y, quizá, hablen de su pro-

pio caso de algún modo. Ya he dicho al lector lo

que tenía que decir; ojalá él se detenga a tiempo.

Elia

traducción de Rafael Vargas

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1459

b l a n c a

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1460

PORCELANA ANTIGUA

Tengo una predilección casi femenina por la

porcelana antigua. Cuando voy de visita a una

gran mansión, pregunto primero por el chinero

y después por la pinacoteca. No puedo defender

el orden de mis preferencias salvo argumentan-

do que todos tenemos uno u otro gusto, a veces de

fecha tan antigua que nos resulta muy difícil

recordar claramente cuándo lo adquirimos.

Puedo recordar el primer drama y la primera

exposición a que me llevaron, pero no tengo

conciencia del tiempo en que vasos y platillos

de porcelana se introdujeron en mi imaginación.

No sentí aversión entonces –¿por qué habría

de tenerla ahora?– por esos grotescos peque-

ños, licenciosos, teñidos de azul celeste que, ba-

jo la apariencia de hombres y mujeres, flotan, no

circunscritos por elemento alguno, en ese mun-

do anterior a la perspectiva: una taza de té de

porcelana.

Me gusta ver a mis viejos amigos, a quienes

la distancia no puede empequeñecer, delinea-

dos en el aire (así parece a nuestra óptica) y, no

obstante, en terra firma, pues por cortesía así

hay que interpretar esa manchita de azul más

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1461

62•

intenso que el decoroso artista, para evitar el

absurdo, hizo brotar bajo de las sandalias de

aquéllos. Me encantan los hombres con rostro

de mujer y las mujeres con expresiones –si ello

es posible– aún más femeninas.

He aquí un joven y galante mandarín que

ofrece el té a una dama, con una bandeja... a

tres kilómetros de distancia. ¡Ved cómo la dis-

tancia parece acrecentar el respeto! Y aquí la

misma dama, u otra –porque en las tazas de té

el parecido es identidad– entra en un botecito

de hadas, amarrado aquende este sereno río de

jardín, con pie delicado, melindroso, que en

ángulo recto de incidencia (como son los án-

gulos en nuestro mundo) tiene infaliblemente

que depositarla en medio de una florida prade-

ra... ¡doscientos metros adentro de la otra ori-

lla del mismo misterioso arroyo! Más lejos –si

es que se puede hablar de lejanía o cercanía en

su mundo– se ven caballos, árboles, pagodas, y

danza el heno. Aquí vemos una vaca y un cone-

jo, echados y tendidos una junto al otro, o así se

ven los objetos, a través de la diáfana atmósfera

de la porcelana fina. Ayer en la noche, mientras

tomábamos té verde (que somos lo bastante anti-

cuados como para beber puro y en infusión de

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1462

63•

una sola tarde), le mostraba a mi prima algu-

nos de esos speciosa miracula en un juego de

extraordinaria porcelana antigua de color azul

(compra reciente) que usábamos por primera

vez; y precisamente observaba que las circuns-

tancias en los últimos años nos habían sido tan

favorables que a veces podíamos darle gusto a

los ojos con minucias de este tipo, cuando un

sentimiento pasajero pareció oscurecer el ros-

tro de mi compañera (tengo presteza para descu-

brir esas nubes de verano en Bridget):

—Ojalá volvieran los viejos buenos tiempos

—dijo—, cuando no éramos tan ricos ni mucho

menos. No digo que quisiera ser pobre; pero ha-

bía una situación intermedia —así le gustaba

divagar— en la cual estoy segura que éramos mu-

chísimo más felices. Una compra no es más que

una compra ahora que tienes el dinero suficien-

te y hasta de sobra. Antiguamente solía ser un

triunfo. Cuando apetecíamos un lujo barato (y

¡oh, cuánto trabajo me costaba obtener tu con-

sentimiento entonces!), solíamos debatirlo dos

o tres días antes y pesar el pro y el contra, y

pensar de qué podríamos privarnos por él, y qué

ahorros podríamos hacer que fueran equiva-

lentes. Entonces valía la pena comprar algo,

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1463

64•

cuando valorábamos el dinero que pagábamos

por ello.

”¿Te acuerdas del traje marrón que tú hicis-

te durar hasta que todos tus amigos gritaron que

era una vergüenza de tan raído que se había

puesto, y todo por ese infolio de Beaumont y

Fletcher que arrastraste a casa, a altas horas

de la noche, del comercio de Barker en Covent

Garden? ¿Te acuerdas cómo lo miramos sema-

nas enteras antes de resolvernos a adquirirlo

y no llegamos a una decisión hasta que ya eran

cerca de las diez de la noche del sábado, cuando

tú saliste de Islington temiendo llegar demasia-

do tarde, y cuando el viejo librero, refunfuñando,

abrió la puerta de su tienda y con la parpadeante

vela (pues estaba por acostarse) iluminó la re-

liquia entre sus polvorientos tesoros, y cuando

tú lo metiste a casa, deseando que fuera el doble

de pesado, y cuando me lo presentaste, y cuando

estábamos explorando su perfección (coteján-

dolo decías tú) y, mientras, yo reparaba con

engrudo algunas de las hojas sueltas que tu im-

paciencia no permitía que se dejaran hasta el

alba? ¿No había placer en ser un hombre po-

bre?, ¿o acaso pueden esas pulcras ropas negras

que llevas ahora, y que tanto cuidas de conser-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1464

65•

var cepilladas desde que nos hemos vuelto ri-

cos y remilgados, darte la mitad de la honesta

vanidad con que alardeabas por ahí con ese tra-

je gastado por el uso (tu viejo corbeau) cuatro

o cinco semanas más de lo debido para apaci-

guar a tu conciencia por la enorme suma de

quince (¿o dieciséis chelines eran?, un gran

negocio nos parecía entonces), que tú habías

disipado en el viejo infolio? Ahora puedes darte

el lujo de comprar cualquier libro que te agrade,

pero no veo que traigas nunca a casa ninguna

compra de ocasión.

”Cuando viniste a casa con veinte excusas

por gastar un número menor de chelines en esa

estampa de Leonardo que bautizamos “La dama

pálida”; cuando miraste la compra y pensaste

en el dinero, y volviste a mirar el retrato, ¿no

había placer en ser un hombre pobre? Ahora

no tienes más que entrar en casa de Colnaghi y

comprar multitud de Leonardos, pero ¿acaso lo

haces?

”Luego, ¿te acuerdas de nuestras agrada-

bles caminatas a Enfield y Potter’s Bar y Walt-

ham, donde pasábamos un día de fiesta (los días

de fiesta, y todas las demás alegrías, han des-

aparecido, ahora que somos ricos) y la cestilla

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1465

66•

en que solía depositar nuestra comida del día, el

sabroso cordero frío con ensalada, y cómo al me-

diodía tú buscabas una casa decente donde

pudiéramos entrar y exhibir nuestras provisio-

nes (pagando solamente la cerveza que tú de-

bías pedir) y especular sobre el semblante de la

mesonera, y si era probable que nos concedie-

ra un mantel y desear otra posadera tan honesta

como muchas que ha descrito Izaak Walton en

las agradables riberas del Lea, cuando iba a

pescar, y a veces demostraban ser bastante

obsequiosas y a veces nos miraban de mala

gana, pero a pesar de todo nosotros teníamos

el semblante alegre, el uno para el otro, y co-

míamos con gusto nuestro sencillo alimento, sin

envidiar a Piscator su Trout Hall? Ahora, cuan-

do salimos de paseo, lo cual además rara vez

ocurre, andamos en carruaje buena parte del

camino, y entramos en excelente posada, y pedi-

mos la mejor de las comidas, sin discutir nunca

el costo, y ello, al cabo, nunca tiene la mitad

del gusto de esos casuales instantes en el cam-

po, cuando estábamos a merced de trato incierto

y de precario recibimiento.

”Ahora eres demasiado orgulloso para ver

un drama desde otra parte que no sea la platea.

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1466

67•

¿Te acuerdas dónde solíamos sentarnos, cuando

vimos la Batalla de Hexham y la Rendición de

Calais, y a Bannister y la señora Bland en Los ni-

ños del bosque, cuando ambos agotábamos

nuestras monedas una a una para sentarnos tres

o cuatro veces por temporada en la galería de un

chelín, donde tú te sentías constantemente arre-

pentido de haberme traído, y más agradecida

te quedaba yo por haberme traído, y el placer

era el mejor, no obstante un poquito de vergüen-

za, y cuando el telón se alzaba, ¿qué nos impor-

taba dónde estábamos sentados, cuando nues-

tros pensamientos estaban con Rosalind en

Arden, o con Viola en la corte de Iliria? Tú solías

decir que la galería era la mejor de todas las lo-

calidades para disfrutar socialmente de un dra-

ma; que el gusto de tales exhibiciones debía

estar en proporción con la poca frecuencia con

que se asistía a ellas, que la gente que allí en-

contrábamos, no siendo por lo general lecto-

res de dramas, estaban tanto más obligados a

atender, y atendían, a lo que pasaba en el esce-

nario, porque una palabra perdida hubiera sido

un vacío que a ellos les era imposible llenar.

Con tales reflexiones consolábamos nuestro

orgullo entonces; y yo te pregunto si, como mu-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1467

68•

jer, encontré en aquel sitio menos atenciones

que he encontrado luego en localidades de más

precio. Cierto es que entrar y subir apiñados

aquellas incómodas escaleras era bastante des-

agradable; pero existía aún una ley de cortesía

para con la mujer, ley más generalmente recono-

cida que en las demás galerías, y cómo un poco

de dificultad vencida hacía mejores, primero el

cómodo asiento y después el drama. Ahora no

tenemos más que pagar y entrar. Tú dices ahora

que no se puede ver desde la galería. Estoy se-

gura de que entonces veíamos, y oíamos ade-

más, bastante bien, pero la vista, y todo lo demás,

pienso, se ha ido con nuestra pobreza.

”Sentíamos el placer de comer las primeras

fresas, antes que se volvieran comunes, de co-

mer un plato de guisantes cuando todavía eran

costosos; el tenerlos para la cena era un verda-

dero regalo. ¿Qué deleite podemos tener aho-

ra? Si ahora se nos ocurriera deleitarnos, es

decir, gozar de bocados que estén un poco por

encima de nuestros medios, ello sería egoísta

y perverso. Muy poco más de lo que nosotros

nos permitimos por encima de lo que el verda-

dero pobre puede conseguir, basta para hacer

lo que yo llamo un obsequio: cuando dos perso-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1468

69•

nas que viven juntas, como nosotros, de vez en

cuando se permiten un lujo barato que les gus-

ta a ambos y por el cual cada uno se disculpa y

está dispuesto a asumir las dos mitades de la

culpa para sí. No me parece mal que la gente se

festeje, en ese sentido de la palabra. Ello pue-

de sugerirles cómo festejar a los demás. Pero

ahora, en lo que para mí significa esa palabra,

nunca nos festejamos. Nadie más que el pobre

puede hacerlo. No me refiero a los más pobres,

sino a la gente como nosotros éramos enton-

ces, apenas por encima de la pobreza.

”Ya sé lo que ibas a decir, que es sumamen-

te agradable hacer todos los pagos a fin de año,

y que muchas dificultades solíamos tener to-

das las noches de víspera de Año Nuevo para dar

razón de nuestros excesos, y las veces que esta-

bas con la cara larga sobre tus cuentas, devanán-

dote los sesos y buscando un medio de com-

prender cómo habíamos gastado tanto, o que no

habíamos gastado tanto, o que era imposible

que gastáramos tanto el año siguiente, y a pe-

sar de todo, nuestro escaso capital disminuía,

pero entonces, entre caminos y proyectos y

arreglos de una u otra suerte, y hablar de cer-

cenar esta partida, y de arreglarnos sin ella para

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1469

70•

el futuro, y la esperanza que trae la juventud

y el humor risueño (del cual nunca fuiste po-

bre hasta ahora) nos tragábamos nuestra pérdi-

da y finalmente, con “vasos llenos de saludable

vino” (como tú solías citar del “cordial y anima-

do Mr. Cotton”, cual tú lo llamabas), recibíamos

“al nuevo huésped”. Ahora no hacemos cuen-

tas al final del viejo año, ni lisonjeras promesas

de que el nuevo año nos sea más favorable.

Bridget es tan parca en su discurso las más

de las veces, que cuando entra en vena retórica

me cuido de interrumpirla. Sin embargo, no

pude menos que sonreír ante el fantasma de ri-

queza que su querida imaginación había evo-

cado de un ingreso limpio de... un centenar de

libras por año.

—Es cierto que éramos más felices cuando

más pobres, pero también éramos más jóvenes,

prima mía. Temo que debemos conformarnos

con el excedente, porque si fuéramos a echarlo

al mar no mejoraría mucho nuestra situación.

Que tuvimos harto bregar, cuando crecimos

juntos, es razón para estar más agradecidos.

Ello fortaleció y unió más nuestro pacto. Nun-

ca podríamos haber sido lo que hemos sido el

uno para el otro de haber tenido siempre lo su-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1470

71•

ficiente de que ahora te quejas. El poder de re-

sistir (esas naturales dilataciones del espíritu

joven que las circunstancias no pueden forzar)

hace mucho pasó para nosotros. Lo suficiente

es para la vejez una juventud suplementaria,

lastimoso suplemento en verdad, pero temo que

el mejor que se pueda poseer. Debemos andar en

coche, cuando antiguamente caminábamos: vi-

vir mejor y acostarse en cama más blanda (y

tendremos el buen juicio de hacerlo) de lo que

nos permitían los medios en esos viejos buenos

tiempos de que hablabas. Sin embargo, podrían

volver esos días, podríamos tú y yo caminar una

vez más nuestras treinta millas por día, podrían

Bannister y la señora Bland volver a ser jóve-

nes, y tú y yo ser jóvenes para verlos, podrían

volver los viejos buenos tiempos de galería por

un chelín (ahora son sueños, prima mía), pero

podríamos tú y yo en este momento, en vez de

esta tranquila discusión, junto a nuestra chime-

nea, con una gruesa alfombra bajo nuestros

pies, sentados en este lujoso sofá, tener que lu-

char una vez más para subir esas incómodas es-

caleras, empujados y apretados y codeados por

la chusma más pobre de los pobres trepadores

de galería; podría oír una vez más esos ansio-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1471

sos chillidos tuyos y el delicioso “Gracias a Dios,

estamos a salvo” que siempre seguía cuando el

último escalón, conquistado, dejaba entrar la

primera luz de todo el animado teatro que se

extendía debajo de nosotros; no conozco la lí-

nea que tocara un descenso tan profundo como

ése, en el cual ojalá pudiera enterrar toda la ri-

queza que tenía Creso, o la que suponen tiene el

gran judío R—, para comprarla. Y ahora obser-

va ese risueño y pequeño camarero chino sos-

teniendo un parasol, grande como un baldaquín,

sobre la cabeza de esa bonita e insípida semi-

madonesca damiselita en esa azulísima glorieta.

Elia

traducción de Benjamín R. Hopenhaym

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1472

ELIAhlia

Charles Lambfrom the first sketch by Daniel Madise

for FRASER’S MAGAZINE!

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1473

CHARLES LAMB’S AUTOBIOGRAPHY

Charles Lamb, born in the Inner Temple, 10th

of February, 1775; educated in Christ’s Hos-

pital; afterwards a clerk in the Accountants’

Office, East-India House; pensioned off from

that service, 1825, after thirty-three years’

service; is now a gentleman at large; can re-

member few specialities in his life worth

noting, except that he once caught a swallow

flying (teste sua manu). Below the middle

stature; cast of face slightly Jewish, with

no Judaic tinge in his complexional religion;

stammers abominably, and is therefore more

apt to discharge his occasional conversation

in a quaint aphorism, or a poor quibble,

than in set and edifying speeches; has con-

sequently been libelled as a person always

aiming at wit; which, as he told a dull fellow

that charged him with it, is at least as good

as aiming at dulness. A small eater, but not

drinker; confesses a partiality for the pro-

duction of the juniper-berry; was a fierce

smoker of tobacco, but may be resembled to a

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1474

AUTOBIOGRAFÍA DE CHARLES LAMB

Charles Lamb, nacido en el Inner Temple, el 10

de febrero, 1775; educado en el Hospital de

Cristo; más tarde empleado en la oficina del

Contador de la East India House. Jubilado

de este servicio en 1825, después de treinta y

tres años en el mismo, es ahora un caballero

libre. De su propia vida pocas cosas recuerda

que valga la pena anotar, excepto que una vez

atrapó (teste sua manu) una golondrina en ple-

no vuelo. De estatura menos que mediana;

rasgos faciales ligeramente judíos, pero sin

ningún tinte judaico en su naturaleza religio-

sa. Tartamudea abominablemente, de donde

resulta más apto para despachar su conversa-

ción ocasional con un raro aforismo, o con una

pobre evasiva, que para edificar e instalar

discursos. En consecuencia, ha sido difamado

como alguien que aspira siempre a ser inge-

nioso, lo que por lo menos, según le dijo a un

tonto que lo acusaba de esto, es tan bueno co-

mo aspirar a la tontería. Come poco; pero no

bebe poco; confiesa cierta parcialidad por

la producción de ginebra; fue un furioso fu-

mador de tabaco, pero, quizás parecido a un

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1475

76•

volcano burnt out, emitting only now and then

a casual puff.

Has been guilty of obtruding upon the

public a tale, in prose, called Rosamund Gray;

a dramatic sketch, named John Woodvil; a

“Farewell Ode to Tobacco,” with sundry other

poems, and light prose matter, collected in two

slight crown octavos, and pompously chris-

tened his Works, though in fact they were his

recreations. His true works may be found on

the shelves of Leadenhall Street, filling some

hundred folios. He is also the true Elia, whose

Essays are extant in a little volume, published

a year or two since, and rather better known

from that name without a meaning than from

anything he has done, or can hope to do, in his

own name.

He was also the first to draw the public

attention to the old English dramatists, in a

work called Specimens of English Dramatic

Writers who Lived about the Time of Shake-

speare, published about fifteen years since. In

short, all his merits and demerits to set forth

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1476

77•

volcán apagado, ahora sólo de vez en cuando

emite una bocanada.

Ha sido culpable de introducir entre el pú-

blico un cuento en prosa titulado Rosamund

Gray; un drama corto llamado John Woodvil;

una “Oda de despedida al tabaco”, con varios

otros poemas, y algún material en prosa lige-

ra, todo recogido en dos delgados volúmenes

en octavo y pomposamente bautizados como

sus Obras, aunque en realidad fueron sus di-

versiones. Sus verdaderos trabajos pueden

ser encontrados en los anaqueles de la Leaden-

hall Street, llenando algunos cientos de folios.

Es también el verdadero Elia, cuyos Ensayos

se hallan en un pequeño volumen publicado

hace un año o dos; y bastante mejor conoci-

do por ese nombre, que no significa nada, que

por cualquier cosa que haya hecho, o pueda

esperar hacer, bajo su propio nombre.

Fue también el primero que llamó la aten-

ción sobre los viejos dramaturgos ingleses,

en una obra llamada Muestras de drama-

turgos ingleses que vivieron alrededor de la

época de Shakespeare, publicada hará unos

quince años. En pocas palabras, todos sus mé-

ritos y deméritos por exhibir llenarían el li-

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1477

78•

b l a n c a

would take to the end of Mr. Upcott’s book,

and then not be told truly.

He died ——18—, much lamented.

Witness his hand,

18th April, 1827

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1478

79•

bro del señor Upcott, pero quizá no serían

contados con veracidad.

Murió el—— de 18—, muy lamentado.*

Testigo, su mano,

18 de abril, 1827

traducción de Augusto Monterroso

* A cualquiera, se le ruega llenar los blancos.

SOBRE LA MELANCOLIA 3/7/07, 13:1479

b l a n c a

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Cronología

1775 Charles Lamb nace el 10 de febrero en Crown OfficeRow (Inner Temple), Londres

1792 A los 17 años empieza a trabajar en las oficinas de laEast India Company

1796 En un ataque de locura, su hermana Mary asesina a sumadre

1799 Muere en abril su padre, John Lamb; Charles se hacecargo de su hermana

1805 Charles y Mary Lamb adaptan las obras de Shakespearecomo cuentos para niños

1806 William Godwin publica los Cuentos basados en

Shakespeare que se convierten en un éxito inmediato1818 Se publican sus Obras

1821 Empieza a escribir, para el London Magazine, ensa-yos firmados con el seudónimo de Elia

1823 Se publican los Ensayos de Elia

1823-1825 La popularidad de los ensayos lo anima a seguirescribiendo con el mismo seudónimo; renuncia a laEast India House

1826 El New Monthly publica simultáneamente a los tresmás grandes ensayistas ingleses de la época: Lamb,Hazlitt y Hunt

1833 Se compilan y publican los Últimos ensayos de Elia

1834 Muere el 12 de diciembre

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Bibliografía mínima

Charles Lamb, Ensayos de Elia, El Cobre, Barcelona, 2003; Las

aventuras de Ulises, Alba, Barcelona, 2001; The Complete

Works and Letters of Charles Lamb, The Modern Library,Nueva York, 1935; Charles Lamb y Mary Lamb, Cuentos ba-

sados en el teatro de Shakespeare, Anaya, Madrid, 1991; Au-gusto Monterroso, La palabra mágica, Era, México, 1991;Edmund Blunden, Charles Lamb and his Contemporaries,Macmillan, Nueva York, 1933; Roy Park (ed.), Lamb as Critic,Routledge & Kegan Paul, Londres, 1980; Will D. Howe,Charles Lamb and his Friends, Bobbs-Merril, Indianapolis,1944; Winifred F. Courtney, Young Charles Lamb: 1775-

1802, New York University Press, Nueva York, 1982.

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ÍNDICE

Presentación

Rafael Vargas 7

SOBRE LA MELANCOLÍA DE LOS SASTRES 17

LAMENTO POR LA DECADENCIA

DE LOS MENDIGOS EN LA METRÓPOLI 27

CONFESIONES DE UN BORRACHO 43

PORCELANA ANTIGUA 61

CHARLES LAMB’S AUTOBIOGRAPHY 74

AUTOBIOGRAFÍA DE CHARLES LAMB 75

Cronología 81

Bibliografía mínima 82

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BLANCA

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Sobre la melancolía de

los sastres, de la colección Pe-queños Grandes Ensayos, editado por

la Dirección General de Publicaciones y Fo-mento Editorial, fue impreso en Formación Grá-

fica, S.A. de C.V., Matamoros 112, col. RaúlRomero, 57630, Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de

México. En su composición se usaron tipos ITC

Century Book 9/13, 8/12 y Bell MT 20/21 pts. Para laimpresión de los interiores se usó papel Cultural de90 g; para los forros, cartulina Clásico marfil de 210g y para el guardapolvo, Clásico premier marfilde 90 g. La formación estuvo a cargo de Ma.

Dolores Rodríguez. La edición consta de 2000ejemplares y estuvo al cuidado de Ana

Cecilia Lazcano, Mariana Alatristey Juan Carlos Rodríguez

ESTE LIBRO SE TERMINÓ DE IMPRIMIR

EL 21 DE NOVIEMBRE DE 2004,EN EL CXXXI ANIVERSARIO DE LA REDACCIÓN DE LA CARTA DE

CHARLES LAMB A ROBERT SOUTHEY EN LA QUE DISCUTE LO

FICTICIO DEL ENSAYO CONFESIONES DE UN BORRACHO

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