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SOBRE FUENTES Y ESTRUCTURA DE EL ABUELO DEL REY La crítica acerca de Gabriel Miró registra uno de sus escasos puntos de general acuerdo al considerar El abuelo del rey (1915) como firme paso hacia una novelística más ambiciosa en amplitud y técnicas 1 . El mundo algo claustrofóbico de conflictos internos de la personalidad, en que hasta entonces se han debatido sus novelas, se abre allí para captar el espíritu de una vieja ciudad levantina, con cierto lejano parecido a Alcoy 2 (aunque tal identificación se acredite, a fin de cuentas, como elemento de suma trivialidad fun- cional) . El tema subidamente erótico, que desgarraba el mundo interior de los personajes de Miró (El hijo santo, Amores de Antón Hernando, Las cerezas del cementerio, La palma rota, Dentro del cercado) se reduce ahora a su mínima expresión. El estilo del gran levantino, esa maciza joya que abarca desde el temprano Del vivir hasta el archimaduro Años y leguas, no es que, en rigor, se trans- forme ni deje de ser lo que ha sido, pero sí pisa cierta contención y una economía más sobria de arpegios neomodernistas 3 . A u n así, el lector habrá de tropezar todavía con alguna tontería de época, imágenes como la de una alberca "que parecía un arca de plata colmada de joyas y de vestiduras blancas, purísimas, de todas las esposas que murieron tristes" 4 . 1 Como su novela mejor estructurada la considera M . DE MAYO, "Gabriel Miró: vida y obra", RHM, 2 (1935-36), p. 198. Gran avance en cuanto a construcción, J. CHANTRAINE DE VAN PRAAG, "Gabriel Miró, el rostro de 'Le- vante'", RHM, 24 (1958), p. 315. Para E . G . D E NORA, El abuelo del rey supone un gran avance por ser más verdadera novela y ofrecer un menor "lirismo decadentista", tal vez por ser originariamente un "cuento ampliado" (La novela española contemporánea-, Madrid, 1 9 7 0 , t. 1, p . 4 5 6 ) . 2 V. RAMOS, El mundo de Gabriel Miró, Madrid, 1964, p. 374. 3 " M i r ó es esencialmente, un neomodernista, un depurador como Valle- Inclán —en la geografía opuesta— de la prosa sensual, fastuosa y colorista que Rubén consiguió, extrayéndola en parte del verso, para que conservara así un tono poético y musical"; M. BAOUERO GOYANES, La prosa neomoder- nista de Gabriel Miró, Murcia, 1952, p. 7. 4 Obras completas, edición conmemorativa "Amigos de Gabriel Miró",

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S O B R E F U E N T E S Y E S T R U C T U R A D E EL ABUELO DEL REY

L a crítica acerca de Gabr ie l Mi ró registra uno de sus escasos puntos de general acuerdo al considerar El abuelo del rey (1915) como firme paso hacia una novelística más ambiciosa en ampl i tud y t écn ica s 1 . E l mundo algo claustrofóbico de conflictos internos de la personalidad, en que hasta entonces se han debatido sus novelas, se abre allí para captar el espíritu de una vieja ciudad levantina, con cierto lejano parecido a A lcoy 2 (aunque tal identificación se acredite, a f in de cuentas, como elemento de suma tr iv ia l idad fun­cional) . E l tema subidamente erótico, que desgarraba el mundo inter ior de los personajes de Miró (El hijo santo, Amores de Antón Hernando, Las cerezas del cementerio, La palma rota, Dentro del cercado) se reduce ahora a su m í n i m a expresión. E l estilo de l gran levantino, esa maciza joya que abarca desde el temprano Del vivir hasta el archimaduro Años y leguas, no es que, en rigor, se trans­forme n i deje de ser lo que ha sido, pero sí pisa cierta contención y una economía más sobria de arpegios neomodernistas 3 . A u n así, el lector habrá de tropezar todavía con alguna tontería de época, imágenes como la de una alberca "que parecía u n arca de plata colmada de joyas y de vestiduras blancas, purísimas, de todas las esposas que mur ieron tristes" 4 .

1 C o m o su nove l a m e j o r es t ructurada l a cons idera M . D E M A Y O , " G a b r i e l M i r ó : v i d a y o b r a " , RHM, 2 ( 1 9 3 5 - 3 6 ) , p . 1 9 8 . G r a n avance e n cuanto a c o n s t r u c c i ó n , J . C H A N T R A I N E D E V A N P R A A G , " G a b r i e l M i r ó , e l rostro de 'Le­v a n t e ' " , RHM, 2 4 ( 1 9 5 8 ) , p . 3 1 5 . P a r a E . G . D E N O R A , El abuelo del rey supone u n g r a n avance p o r ser m á s verdadera n ove l a y ofrecer u n m e n o r " l i r i s m o decadent i s ta" , t a l vez p o r ser o r i g i n a r i a m e n t e u n " c u e n t o a m p l i a d o " (La novela española contemporánea-, M a d r i d , 1 9 7 0 , t. 1, p . 4 5 6 ) .

2 V . R A M O S , El mundo de Gabriel Miró, M a d r i d , 1 9 6 4 , p . 3 7 4 . 3 " M i r ó es esencialmente, u n neomodern i s t a , u n d e p u r a d o r como V a l l e -

I n c l á n —en l a g e o g r a f í a opuesta— de l a prosa sensual, fastuosa y co lor i s ta q u e R u b é n c o n s i g u i ó , e x t r a y é n d o l a e n parte d e l verso, pa ra q u e conservara as í u n tono p o é t i c o y m u s i c a l " ; M . B A O U E R O G O Y A N E S , La prosa neomoder­nista de Gabriel Miró, M u r c i a , 1 9 5 2 , p . 7 .

4 Obras completas, e d i c i ó n c o n m e m o r a t i v a " A m i g o s de G a b r i e l M i r ó " ,

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Miró adopta en El abuelo del rey el conocido esquema de "tres generaciones": don Arcadio , el viejo obseso con la idea de ser ca­beza de una dinastía y de llevar en sus lomos toda la pureza de la "raza" señorial de Serosca, su hi jo Agust ín II (hubo u n Agust ín I, padre de don Arcadio) y su nieto Agust ín III , en el que triste y paradój icamente se agotará la celebrada estirpe. Pero, sobre todo, Miró comienza aquí a enfrentarse con el tema, básico en la novela contemporánea española y aún no reconocido n i estudiado, de la ciudad levítica, clerical y reaccionaria, eco de la Orbajosa galdosia-na y de la Vetusta de Clarín. L o será en la novela esa Serosca que declina al mismo tiempo que su cabeza visible, el patético abuelo don Arcadio , impotente para frenar la invasión de los aborrecidos, plebeyos invasores de la M a r i n a . Serosca es pintada (ut pictura poesis) en la primera página del l ib ro como centro del más ideal paisaje arcádico, hasta en esto acorde con el nombre del anciano protagonista (en el que se da, también, u n cruce con el adjetivo 'arcaico') :

E l herrenal tierno, mullido, donde duerme el viento y se tiende el sol ya cansado y se oye siempre un idílico y dulce sonar de es­quilas, y los chopos finos, palpitantes, de un susurro de vuelo, dejan en el paisaje una emoción de inocencia, de frescura, de ale­gría tranquila. Pero los montes que pasan a la redonda parece que aprieten y apaguen la ciudad. E n los días muy abiertos y limpios, desde las cumbres y las majadas de la solana, se descubre el azul inmenso del Mediterráneo. Los rebaños trashumantes, cuando lle­gan a los altos puertos, se quedan deslumhrados del libre horizonte. Los pastores miran la aparición de un barco de vela, un bello fantasma hecho de claridad (p. 9) .

Pero el discurrir de las páginas se encarga después de sacar a flote el légamo de tristezas, crueldades y frustraciones, el hosco ser que l leva dentro de sí aquella Serosca de piedras tan doradas por u n sol de siglos. E l arcádico y arcaico anciano, embriagado de ilusorios heroísmos, sólo tiene arrestos para apedrearse con unos chicos y matar una paloma (lapidada t a m b i é n ) . D o n Arcadio pon­drá de manifiesto, una y otra vez, su indiferencia humana y su in­capacidad para suscitar a su alrededor, no ya una "raza" renovada y pujante, sino alguna pura alegría para los seres que comparten su hogar. L a i n u t i l i d a d de los proceres serosquenses se compara con l a de unos restos arqueológicos y se contrasta con los hacendo­sos, aunque vulgares hombres de la M a r i n a , por asociación con u n hormiguero hundido entre las piedras de la vieja c iudad: " L a bul la y e l tránsito de los hombres costaneros, qui tan la gustosa soledad, y

B a r c e l o n a , 1933, t. 4, p . 62. T o d a s las citas se e n t i e n d e n referidas a esta e d i c i ó n .

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las hormigas faenan y viven en las casas" (pp. 23-24). E l abismo entre ambas "razas" sólo es salvado, por una vez, en el abrazo frenético con que don Arcad io celebra el sadismo de los de la M a r i n a en una operación de exterminio de aves. Y ahí está, sobre todo, ' l a patricia y religiosa orden de los varales del P a l i o " (p. 17), perfecto simbolismo de una forma de vida apoyada en la Iglesia y sustentadora, a su vez, de ésta, en que se cifran todos los amores de don Arcadio .

E l mayor interés de El abuelo del rey consiste en ofrecernos un ejercicio previo, una especie de ensayo general con los motivos que años más tarde alcanzarán prodigioso relieve en Nuestro Padre San Daniel y El obispo leproso, la magna novela que debiéramos llamar Oleza. De allí parece ya arrancada la página áurea en que don Arcadio , fastidiado por la inoportuna muerte de su nuera, se sueña llevando l a vara del palio. Y más aún el capítulo en que el som­brerero Llanos y su odiosa famil ia se regodean de la r u i n a f inal de don Arcadio y m u r m u r a n suciamente, en pura clave de E lv i r a , sobre los amores de la recogida Loreto y el tercer Agust ín . E l mis­mo Gabr ie l Mi ró se refirió a El abuelo del rey como "obra prepa­rativa de Nuestro Padre San Daniel" 5.

L a novela de Serosca ofrece la particularidad de una lenta puesta en marcha. Los platónicos amores del músico don Lorenzo por la esposa de don Arcadio representan en pr inc ip io u n excursus ornamental, que da paso a la idea de la paternidad y maternidad en espíritu y justifica el presentar al noble artista en su lecho de muerte como " u n a faz de santo, una cabeza de Cristo viejo, u n Je sús desclavado, mirándose tristemente las llagas" (p. 116) —anti­cipo de los símiles irónicos tan fundamentales en Oleza. El abuelo del rey no muestra su avviamento hasta que el recién nacido Agus­tín I I I es presentado en la antecámara a su abuelo, con sutil y justificada alusión de ceremonial regio. C o m o observa E . G . de N o r a "este ú l t i m o Agust ín (cuya v ida ráp idamente seguimos, como n iño primero, ingeniero como el padre después, y como él innova­dor y reformista, inventor frustrado y ruinoso para la familia) es el eje de toda la novela" 6 .

E l ú l t imo Agust ín es, pues, una repetición casi exacta de su progenitor Agust ín II, h i jo de don Arcadio Fernández-Pons y de la

5 S . DE LA N U E Z , "Car ta s de G a b r i e l M i r ó a A l o n s o Quesada" , PSA, 4 7 ( 1 9 6 7 ) , p . 9 9 .

6 E . G . DE N O R A , op. cit., p . 4 5 7 . E l re sumen a q u í o f rec ido cont iene algu­nos errores: n o es c ierto q u e A g u s t í n I I I corra a alistarse p a r a l a g u e r r a de F i l i p i n a s " e n u n a suerte de s u i c i d i o p a t r i ó t i c o - s e n t i m e n t a l " . T a m p o c o hay base a l g u n a p a r a s u p o n e r que L o r e t o l l ega a ser esposa de A g u s t í n I I I .

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dulce y desdichada doña Rosa. Escogen ambos l a profesión de inge­nieros, tan incongrua y tan esperanzadora, en cuanto s ímbolo de progreso, para las moribundas cerrazones de Serosca (el recuerdo de Pepe Rey debió ser obvio en esto). Padre e h i jo son seres dulces y amables, dotados de superior inteligencia y bellas prendas de . carácter. T o d o este contraste con la seca y vacua personalidad de don Arcad io representa el legado hecho al l inaje por doña Rosa y se ins inúa delicadamente como reflejo del frustrado amor a don Lo­renzo (una famosa situación de Las afinidades electivas pudo haber sido decisiva y clave). T o d o ello resulta aclarado por una escena en que don Arcad io y don Lorenzo el mús ico pasan de comentar l a u t i l idad de los injertos arbóreos a l injerto de sangre nueva en l a * " raza" de las viejas familias, idea nada grata a l guard ián del casti­cismo de Serosca. E n realidad, su estirpe ha sido ya injertada con l a dulce savia de su esposa y después, a mayor abundamiento, con l a de su nuera, muerta sin una queja ante l a indiferencia de Serosca y (no en vano) profesional de la música igual que don Lorenzo. P o r todo ello, Agust ín I I I no es m á s que u n retrato intensificado de su padre, una concreción tanto más depurada de sus cualida­des, de sus defectos y de su destino. L a novela hace bien en cen­trarse sobre él y seguirlo hasta su def init ivo esfumarse en la lejanía.

E l curso de los amores, nunca consumados, de Agust ín I I I y l a recogida Loreto, mujer de l a M a r i n a , pr iva a l a famil ia de lo que hubiera podido ser (de acuerdo con las ideas de don Lorenzo) su más valiosa oportunidad de renovación. E l verdadero problema de fondo no es, claro está, tan simple como esto: los injertos pro­ducen, como se sabe, interesantes variedades botánicas, pero no especies nuevas y aun rara vez una planta perfecta. N i n g u n o de los dos Agustines tiene la sangre luchadora que necesitarían para sacudir el marasmo bipolar de Serosca. E l propio abuelo verá en ellos unos herejes y desertores, mientras que el catedrático don César proclama a los cuatro vientos que los inventores son "una desdicha" (p. 151). Los prosaicos y crematísticos republicanos de l a M a r i n a los consideran incorregibles soñadores y unos pobres hombres. Asfixiados por l a atmósfera serosquense, padre e hi jo (en una exacta identidad de destino) abandonan abruptamente la

ciudad, en busca de los horizontes más antípodas . Agust ín II mue­re al poco t iempo en Fi l ip inas , mientras que Agust ín III , tras una serie de desquiciadas andanzas va a terminar sus días como humilde empleado de escritorio (para Miró , la peor suerte de esclavo) allá en u n r incón de C h i l e . Fuera del solar natal, que los escupe de sí, se desfondan padre e h i jo en una absurda Wanderlust y sólo acier­tan a mostrar al desnudo su hilaza de tarados, semiaventureros y semibohemios. E n el caso de Agust ín III , que n i siquiera recibe

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el consuelo de una muerte precoz, se da para colmo el sacrificio estéril de l a mujer amada, que se consume en Serosca sin otro hori­zonte que el de velar la agonía (como siempre, absurda) del Abuelo del rey.

L a presencia de elementos naturalistas ha suscitado notable perple j idad entre los críticos de M i r ó 7 . E n el momento actual no sólo hay que reconocer la importancia de aquéllos sino que, ade­más , cabe documentar con seguridad l a frecuentación de Zola (sobre todo en l a serie de Les Rougon-Macquart) por parte de Gabr ie l M i r ó 8 . P o r el mismo camino, nuestro estudio de El abuelo del rey queda notablemente aclarado al h i l o de u n cotejo con La joie de vivre (1884), una de las obras cruciales de aquella genealogía novelística.

La joie de vivre se desarrolla también sobre u n fondo de r u i ­na y dolor. Zola p inta con m i n u c i a el decaer de l a famil ia Chan-teau, languideciente entre enfermedades, rencillas y apuros econó­micos en Bonnevi l le , mísera aldea de l a costa normanda, que va siendo engul l ida poco a poco por l a erosión de u n mar furioso. A l quedar huérfana es enviada a v i v i r con aquellos parientes la peque­ñ a Pau l ine Quenu (hija de L i s a Macquart , la chacinera de Le ventre de Paris). L a recogida se hace mujer en aquel ambiente de dolores y estrecheces. Ángel abnegado y consolador, Pau l ina se deja despojar voluntariamente de su fortuna y renuncia más tarde al amor de su pr imo Lazare Chanteau. Tras el derrumbamiento f inal de l a famil ia , l a heroína se queda para siempre en Bonnevi l le , al cuidado de u n enfermo decrépito y del h i jo que el hombre amado tuvo con otra mujer.

C o m o señala N . O . Franzen, Paul ine Quenu, nacida en pr inc i ­p io del deseo del autor de mostrar (después de Nana) a una Mac­quart que fuera mujer decente, acaba por ser para Zola u n ideal femenino, cifra de la más bella abnegación y una respuesta opti-

7 G . K A U L n iega toda r e l a c i ó n entre e l esti lo de M i r ó y e l n a t u r a l i s m o de escuela de Z o l a y los G o n c o u r t ( " E l est i lo de G a b r i e l M i r ó " , Cuader­nos de Literatura, 4, 1948, p . 107) . F . FERRÁNDIZ ALBORZ n iega t a m b i é n q u e e l r e t ra to de O l e z a use l a m i s m a lente n a t u r a l i s t a de que C l a r í n se sirve p a r a e l de Vetus ta ; " F i g u r a y paisaje de G a b r i e l M i r ó " , CCL, 6 (1954) , p . 50. M . BAQUERO GOYANES s e ñ a l a l a presencia de innegables e lementos natural i s tas , si b i e n n o sean suficientes p a r a e l encuadre de M i r ó dent ro de u n a escuela de q u e su arte es e l m e j o r reverso; " A z o r í n y M i r ó " , Perspecti-vismo y contraste, M a d r i d , 1963, p . 100.

8 F . MÁRQUEZ VILLANUEVA, " U n a r e e l a b o r a c i ó n de Z o l a e n G a b r i e l M i r ó " , RLC, 43 (1969), p p . 127-130. "Sobre fuentes y estructura de Las cerezas del cementerio", HJC, 371-377.

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mista a los más hondos problemas de la existencia h u m a n a 9 . E n El abuelo del rey Miró presenta dos tipos femeninos fundidos tam­bién en este molde de l a abnegación integral. L a cubana Carlota y la recogida Loreto son casi u n mismo personaje, en estricto para­lelo con la reencarnación dinástica de los dos Agustines y con el mayor relieve asumido por el ú l t imo de éstos. Loreto cuida a don Arcadio como Paul ine Quenu del viejo Chanteau y vela su agonía igual que ésta la de la vieja y desagradecida M m e . Chanteau. L a mansa víctima de las novelas de Oleza, otro caso de sacrificio inte­gral y aceptado, se l lamará también Paulina.

D e mayor interés para nuestro caso es la figura del joven La­zare Chanteau. H o m b r e inteligente y bueno, pero excitable hasta u n grado enfermizo, se caracteriza por sus alternativas de entusias­mos y depresiones. A l pr inc ip io se hal la encariñado con la idea de ser u n gran compositor y prepara una sinfonía sobre el Paraíso que pasa a ser, significativamente, u n tr ibuto al D o l o r y permanece para siempre inconclusa. Lázaro se i lusiona después con la medicina, en la que pierde interés al cabo de dos años. Derrocha después una fortuna en inic iar una industria de explotación qu ímica de las algas marinas. Y ha de pasar aún fiebres de ensueños literarios y de triunfos en el mundo de l a política y de los negocios. E n sus mo­mentos de m á x i m o desaliento, Lázaro juega con l a idea de emigrar a Austra l ia (cap. 4) o de retirarse a hacer vida de eremita russo-niano en alguna isla de Oceanía, paraíso tropical no desprovisto de los indispensables buenos salvajes (cap. 9 ) . Lázaro habla des­pués de abandonarlo todo y emigrar a América , antes que renun­ciar al proyectado matr imonio con Pau l ina (cap. 8 ) . Por Le docteur Pascal (1893) sabemos que eso es lo que acabará por hacer.

Lazare Chanteau ofrece así una gran identidad de fórmula con los dinastas del absurdo caballero serosquense. Agust ín I I rompe muy pronto con la empresa de Barcelona donde comienza a traba­jar y después emprende, desde Serosca, misteriosos y, al parecer, inútiles viajes a Alemania , Francia y Bélgica, antes de desaparecer para siempre en las F i l ip inas . L a morbosa inconstancia del perso­naje de Zola se refleja también en l a trayectoria paraból ica de las ilusiones de Agust ín I I I como inventor: de una m á q u i n a encajera 1 0

9 Zola et "La joie de vivre", A c t a U n i v e r s i t a t i s S tockholmiens i s , S tockho lm,

1958. i ° E s i r ó n i c o que l a m á q u i n a sea c o m p r a d a p o r belgas, pues u n antepa­

sado de l a f a m i l i a i n t r o d u j o m u c h o antes e n Serosca u n n u e v o sistema de tratar las pieles (todo vue lve así a l v i e jo cauce y los F e r n á n d e z d e b i e r o n ser e n o t r a é p o c a t a n advenedizos c o m o ahora son e n l a c i u d a d los de l a M a r i n a ) . C o m o observa V . R A M O S (op. ciu, p . 373 ) , M i r ó d e b i ó de sacar esta f i l i g r a n a d e l conoc ido Diccionario de M a d o z , cuyo a r t í c u l o sobre A l c o y men­c i o n a l a i n s t a l a c i ó n reciente de m a q u i n a r i a de es tambrar i m p o r t a d a de B é l g i c a .

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a u n mecanismo para " l a substitución de la hélice y del movi­miento cont inuo" (p. 131) y después (en cuesta abajo) " u n mo­delo de carretilla para la v e n d i m i a " (p. 144), para terminar (ya en Chi le) con " u n precinto de cajas y u n lacre de legi t imidad para frascos" (p. 178). L a mayor coincidencia se da, sin embargo en el invento, tan genial como descabellado, de Agust ín I I I para salvar la cosecha de almendras del estrago de la helada. E n La joie de vivre Lazare Chanteau pretende también triunfar de la naturaleza para proteger a su aldea del embate de los temporales y de las grandes mareas. Ante el escepticismo de las gentes de mar, Lazare constru­ye, con gran dispendio de ingenio y dinero, u n sistema de estacadas y espigones con el f in de quebrantar la fuerza del oleaje. Su pro­yecto no es menos absurdo que el de Agust ín y se hal la destinado a idéntico fracaso. E n actitud paralela a la de los prohombres y opinión públ ica de Serosca, Lazare no cosecha más que la maligna rechifla de los mismos desdichados para cuyo beneficio trabaja, y que sólo desean ver el f in de todo aquel gringalet de bourgeois (cap. 4) para hacer leña del costoso maderamen.

E l amor de Agust ín I I I y la recogida Loreto se enciende con ocasión del febr i l trabajo común en el ingenio del movimiento continuo. Dentro del paralelismo más estricto, Lazare Chanteau hace de Pau l ina su preparadora de laboratorio para los experimen­tos previos al comienzo de la industria de aprovechamiento de algas. Lázaro y P a u l i n a se enamoran entre los aparatos de qu ímica del improvisado laboratorio casero, y la única diferencia con l a pareja serosquense es que ésta lo hace, no entre redomas, sino entre girán­dulas y artificios mecánicos. E l cuadro de los amantes en el labo­ratorio, de la mujer como auxi l iar y colaboradora del hombre en la tarea de investigación científica, l leva consigo el m á s inconfun­dible signo de época. T r a t á n d o s e del más dorado de los ensueños del positivismo, gusta Zo la de rozarlo en otras ocasiones (Le docteur Pascal) y lo repite de l l eno en l a historia de l a protagonista de París (1897) de la tri logía Les trois cites. Caldos tampoco resistirá la tentación de trasponerlo a las tablas, en una escena de su Electra.

La joie de vivre es una de las obras de mayor cargazón teórica en la obra de Zola. Éste ha planteado allí l a crisis de cansancio del positivismo ingenuo, tambaleándose ante la crítica que implícita­mente traen consigo las ideas de Schopenhauer 1 1 . Zola acepta, re­suelto, el desafío y responde con una novela plantada de l leno en el tema del Dolor . Lazare Chanteau (que ha perdido su fe en la

1 1 V é a s e l a excelente i n v e s t i g a c i ó n de este p u n t o e n N . O . FRANZEN, op. ext., p p . 74 ss., y 94.

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ciencia como u n creyente hubiera podido perder l a fe religiosa) es lector asiduo de Schopenhauer. Las ideas del filósofo no han hecho sino acentuar su neurosis ciclotímica, su escepticismo vital y su miedo angustioso ante la idea de la muerte, objeto de m u l t i t u d de páginas torturadas. Zola le opone entonces, como respuesta de u n refinado positivismo comtiano, la figura de Paul ine Quenu: la mujer fuerte e integralmente abnegada, que encarna la legít ima alegría de v i v i r junto a dos extremos de dolor físico y moral (el gotoso Chanteau y el neurótico L á z a r o ) . L a joven no ha perdido la fe en la humanidad n i en la ciencia, ha hecho las paces con la rel igión cristiana (o al menos u n cierto modus vivendi) y Zola ha de esforzarse para que el personaje no se le convierta en una san-tita de altar: Pau l ina se vuelve violenta en sus crisis de celos y ha de luchar con serias tentaciones carnales.

A l igual que La joie de vivre, l a novela de Miró se desarrolla, con las consabidas escenas de parto y agonías, sobre u n fondo de sufrimientos físicos y morales. Pero a Miró no le interesan en forma directa aquellas lecciones de filosofía, como no le interesan tam­poco los detalles fisiológicos, que tan agobiantes resultan en la his­toria de Paul ina . Miró no está recitando el credo positivista n i el credo del naturalismo, sino sirviéndose con gran inteligencia de una materia l i teraria preexistente. L a estética y técnicas del escritor francés no son para él más que u n punto de partida. Miró las so­mete a u n proceso habitual de intensificación depuradora que le conduce hasta las puertas mismas de u n arte expresionista 1 2 . L a agonía de d o n Arcad io asciende, bajo u n signo casi esperpéntico, a u n plano muy alejado del de la agonía de M m e . Chanteau, con su pro l i j idad de l i b r o de texto. E n terreno m á s modesto cabría com­probar, por ejemplo, la transformación que en manos de Miró ex­perimentan las descripciones detallistas y acumulativas, recurso tan típico de l estilo de Zola :

Le lendemain, la charrette d'un paysan de Varchemont alla pren­dre toute une charge d'herbes marines, et les études commencèrent dans la grande chambre du second étage. Pauline obtint le grade de préparateur. Ce fut une rage pendant un mois, l a chambre s'emplit rapidement de plantes sèches, de bocaux où nageaient des arborescences, d'instruments aux profils bizarres; un microscope occupait un coin de la table, le piano disparaissait sous des chau­dières et des cornues, l'armoire elle-même craquait d'ouvrages spéciaux, de collections sans cesse consultées 1 3 .

1 2 B u e n e j e m p l o const i tuye todo e l caso de r e e l a b o r a c i ó n de l a muer te de u n p e r e g r i n o a L o u r d e s e n e l t r e n que le conduce a l santuar io ( F . M Á R ­QUEZ VILLANUEVA, art . c i t ) .

r& Les Roxigon-Macquart, ed . H . M i t t e r a n d , P a r í s , 1964, t. 3, pp . 863-864.

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Levantóse Agustín, y clelirantemente fue nombrando y tocando serpentinas de hierro, tubos, girándulas, cilindros, cajas que tenían inocencia y gracia de juguetes infantiles; otros aparatos parecían monstruos mutilados, arañas feroces; fragmentos y miniaturas de aperos agrícolas, de acumuladores de fuerza de una dinámica es­tupenda. Todo aquello se transformaría en maravillas científicas cuando les dejase en sus entrañas el precioso soplo de la vida. ¡Y sin embargo, todo yacía olvidado, preterido por dos ruedas que, siendo tan frágiles, habían de realizar el más alto y afanoso pen­samiento ! (p. 134).

E n El abuelo del rey Miró n i siquiera se hal la interesado en el problema de la herencia biológica, tan fundamental para toda la serie de Les Rougon-Macquart. Igual que en Las cerezas del cemen­terio (1909) le atrae más b ien el tema de l a reencarnación, de raíces nietzscheanas que para nada alcanzaron a Z o l a 1 4 . Agust ín II se reencarna en Agust ín III , cont inúa viv iendo en el h i jo como si l a muerte fuera u n fenómeno episódico. Y l o mismo ocurre, según sabemos, con las santas mujeres Car lota y Loreto, a pesar de no hallarse ligadas por n ingún vínculo biológico sino solamente por designio de función literaria.

El abuelo del rey contiene, además, u n importante elemento temático que n o desempeña n i n g ú n papel en La joie de vivre. Se trata del tema religioso, evitado esta vez adrede por Z o l a 1 5 . De acuerdo con una preocupación constante en Miró , su novela m u l ­t ip l ica los toques suti l o abiertamente agresivos contra la religión desvitalizadora del catolicismo conservador español.

E l punto de partida es aquí el concepto de Serosca como "otra pobre J e r u s a l é n " (p. 12), soñada por don Arcad io como "vetusta, cristiana y procer" igual que " l a J e rusa lén de la l u n a de N i s á n " (p. 53) . Pero inmediatamente la c iudad levítica va a quedar asimi­

lada a l a higuera cuya sequedad mald i jo J e s ú s según el Evangelio de San Mateo (21:18), mientras que la otra higuera, lozana y pujante, es obvia imagen de la nueva Serosca advenediza. Bajo

1 4 P a r a e l caso de Las cerezas del cementerio, v é a s e F . MÁRQUEZ VILLANUE-VA, art . c i t . , p . 3 7 7 . M i r ó hace u n a c i t a expresa de Nie tz sche (Zaratustra) e n Los pies y los zapatos de Enriqueta ( 1 9 1 2 ) : " ¿ N o se que j a Nie tzsche d e l poco des t ino q u e hay e n nuestra m i r a d a ? " C u r i o s o s ecos d e l pensamiento a l l í r e c o r d a d o resuenan t o d a v í a e n El abuelo del rey: " ¡ P o r q u é hemos de res ignarnos a este sufr ir , a n o tener n u n c a e x p r e s i ó n n i e n los o jos ! " (p. 1 3 9 ) . " T a n t o a h í n c o , tanto p o d e r í o h a b í a e n su m i r a d a , q u e y a lo v e í a

art icularse , moverse, t r o n á n d o l e d e n t r o de su v i d a " (p. 1 4 3 ) . D e n o haber s ido p o r l a c i t a s e r í a aventurado recordar a q u í l a s u g e s t i ó n de Nietzsche, pero ¿ a c a s o n o h a b r á muchos otros e jemplos semejantes e n l a o b r a de M i r ó ?

1 5 N . O . FRANZEN, op. cit, p . 1 5 1 . E l c u r a de B o n n e v i l l e es u n personaje i n s i g n i f i c a n t e , de c a r á c t e r d é b i l y b o n a c h ó n , m u y d i s t i n t o de los sacerdotes q u e Z o l a l l e v a presentados e n su o b r a .

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alusión aún más transparente, Agust ín II " l a maldecía y acusaba de seca" (p. 64) por su repulsa de la esposa, muerta en Jueves Santo, T e r n u r a humana y ternura religiosa marchan en direccio­nes opuestas: don Arcadio se "traspasa de ternura" (p. 55) al es­cuchar las campanas del Jueves Santo, indiferente a l a muerte de la joven madre. De allí se pasa a despuntes de neto signo volteriano:

¡Cómo se conocía que los capellanes no eran más que padres de almas, y aunque fuesen como fuesen, no eran nunca madres! (p. 49).

Y cuando el señor llegaba al Regina Sanctorum omnium, la cocinera escaldaba los huevos en la sopa de patata y cebolla, de cebolla muy quemadita (p. 72).

—Que me perdone el ciprés, pero debiera haber quedado viva y frondosa la rama donde se sentó la Virgen, y seco todo lo que no tocó la imagen; y aun mejor me parecería que hubiese escogido Nuestra Señora un árbol muerto para resucitarlo y cubrirlo de flores.

—¡Me llega el tufo del racionolismo!.. . (p. 74).

L a mejor salida en esto, corre a cargo de don Arcadio , con aquel reloj de maquinaria inmóvil (su propio tiempo interior) que cali­fica de "Kempi s de los relojes" (p. 105).

O b v i a significación (muy propia del progresismo ingenuo de Zola) reviste también el fracaso del experimento científico bajo el campaneo jubiloso del Corpus. Pero con giro muy peculiar, la derrota de la ciencia se compensará en el mismo punto y hora con el tr iunfo de Eros en el beso de Agust ín y Loreto. Estamos ante otra idea cara a M i r ó : la erotización de toda suerte de motivos y simbolismos religiosos. Tras su espléndido desarrollo en Las cerezas del cementerio, aún quedan en El abuelo del rey imágenes narra­tivas como este "Corpus de amor" (p. 139), el uso de las ampolle­tas del altar para reanimar con su l íqu ido a la novia desmayada o el tablean vivant eucarístico de Agust ín I I I :

Después, bajaron; y sentándose a la mesa, renovó Agustín la nueva jubilosa de la abundancia. T o m ó el pan cocido en el horno de casa; lo fue cortando, y dijo como si evocase el Eclesiastés:

—¡Tiempo hay para soñar, y tiempo para realizar! (p. 145).

C o n su ampl io desfile de generaciones y su enfrentamiento con el gran tema de la c iudad levítica, El abuelo del rey presagia, según hemos visto, el futuro desembocar de Miró en las novelas de Oleza. Pero, a l a vez, sería injusto no señalar la presencia, todavía deci­siva, que allí siguen revistiendo las preocupaciones más caracterís­ticas de las novelas que precedieron: tema del nomadismo, sicología

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enrarecida o neurótica, personajes reencarnados, erotización de lo religioso, frecuente recurso a la cantera del naturalismo francés. L a obra estudiada se perfila de este modo como una síntesis armónica del pasado con el futuro, una especie de puente natural entre dos grandes ciclos dentro de la obra de Gabr ie l Miró .

E n cuanto a Zola, es preciso tener muy en cuenta su gran popu­lar idad en los cenáculos modernistas y del joven noventayocho. Se trata de una popularidad olvidada, no reconocida hasta hace muy p o c o 1 6 , y que, para colmo, culminaba precisamente en Valencia (en torno a Blasco Ibáñez) con ecos muy marcados de radicalismo

polít ico y antirreligioso. E l nombre de Zola era toda una bandera de combate. N o cabía en esto l a neutralidad, y el repetido acer­carse de Miró a su obra es otro de los argumentos irrebatibles que m i l i t a n contra los intentos críticos de presentarlo como gran con­formista y hasta como u n epí tome de escritor católico (intentos re­petidos con tozudez y no ya erróneos, sino lindantes con l a falsifi­cación deliberada algunos de el los) . Y tal vez fue también aquella fama estrepitosa la que refrenó a Miró (espíritu de armiño) de mencionar nunca el nombre de u n autor más conocido en España por su Yacense que no por la Joie de vivre11.

¿Y Schopenhauer? La joie de vivre, que es en gran parte una vulgarización de sus ideas, le menciona con frecuencia y desea po­ner a todo lector ante el di lema de aceptarlas o rechazarlas. Miró , por otra parte, está familiarizado con Schopenhauer desde su pri­mer vagido como novelista, pues ya en La mujer de O je da (1901) lo cita expresamente, si b ien no en el esperable contexto del pesi­mismo existencia!, sino en lo relativo al problema, mucho más técnico, de las contradicciones entre voluntad y razón 1 8 . Pero Miró , como hemos podido apreciar, no se interesa para nada en el fondo polémico de La joie de vivre, no opta por Lázaro n i por Paul ina , no cree que el pr imero sea u n problema y la segunda una solución. Y es que su propia obra tiene ya el dolor, la omnipresencia del m a l y el sentido de la v ida como frustración a modo de indiscutidos pun­tos de partida (focos de polarización funcional, no tesis f i losóficas) .

1 6 Espec ia lmente p o r e l excelente a r t í c u l o d e l ma logrado R . PÉREZ DE LA DEHESA, " Z o l a y l a l i t e r a t u r a e s p a ñ o l a f in i secu lar " , HR, 3 9 ( 1 9 7 1 ) , 4 9 - 6 0 .

1 7 Es curioso que M i r ó j a m á s m e n c i o n a r a p a r a n a d a a Z o l a . S e g ú n los datos de R . VIDAL (Gabriel Miró, B o r d e a u x , 1 9 6 4 , p . 2 6 ) , su b i b l i o t e c a par­t i cu lar , m u y n u t r i d a de l i t e r a t u r a francesa, n o cont iene t ampoco n i n g u n a o b r a de Z o l a . S i n embargo, su m á s í n t i m o amigo de j u v e n t u d , Franc i sco F igueras Pacheco p r o n u n c i ó en octubre de 1 9 0 4 u n a conferenc ia e n e l A t e n e o de A l i c a n t e sobre " E m i l i o Z o l a y e l n a t u r a l i s m o " , cf. V . R A M O S , Francisco Figueras Pacheco, A l i c a n t e , 1 9 7 0 , p . 3 6 .

1 8 La mujer de O je da (Ensayo de novela), prefacio de L . Pérez B u e n o , A l i c a n t e 1 9 0 1 , p . 3 4 .

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E l caso de Schopenhauer es así, probablemente, muy similar al de Nietzsche, en el que, sin ru ido n i aspavientos, fundamenta Miró su concepto de la temporalidad y de cuya idea de la rel igión desvita-lizadora y muerte de Dios hace su obra in f in i to despliegue.

Gabr ie l Miró no es sólo el joven que adquiere u n Rivadeneyra completo y se atarea en u n hartazgo glotón de los clásicos españo­les. N i todo se explica en él por influencias y ejemplos de R u b é n Darío , Valle-Inclán y Azorín. U n programa juveni l de lecturas filo­sóficas sustanciosas y bien asimiladas (Nietzsche, Schopenhauer, sicólogos experimentales franceses) proporciona también a su obra u n encuadre intelectual valioso y definitivo. Su estudio y reconoci­miento constituye especial desafío para una crítica que, con fre- # cuencia, ha negado a Miró el título de novelista y rehusa ver en él muy poco más que " e l paisaje de Levante'' .

FRANCISCO MÁRQUEZ VILLANUEVA C i t y U n i v e r s i t y of N e w Y o r k

G r a d ú a t e C e n t e r .