Trabajo Arcadio Hidalgo

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Universidad Nacional Autónoma de México Escuela Nacional de Música Arcadio Hidalgo Alumno: Eduardo García Ramírez

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arcadio hidalgo

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Universidad Nacional Autónoma de México

Escuela Nacional de Música

Arcadio Hidalgo

Alumno: Eduardo García Ramírez

Fecha de entrega: 20 de mayo de 2013

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Arcadio Hidalgo

La agonía del son jarocho y su resurgimiento

A finales de los años setenta, el son jarocho y el fandango1 enfrentaban la peor crisis de su historia. Los jóvenes habían perdido el interés por esta tradición musical y el son a duras penas sobrevivía en manos de los viejos, que organizaban fandangos en los últimos bastiones de resistencia de la que, durante siglos, había sido una tradición profundamente arraigada en el sur de Veracruz, en la región conocida como Sotavento2.

Desde mediados de la década de los cuarenta, el son jarocho había comenzado su declive. Durante el gobierno de Miguel Alemán se llevó a cabo una campaña para convertir a la cultura veracruzana en la cultura “oficial” de México, ya que este ex presidente era originario del estado de Veracruz. Fue así como una gran oleada de músicos veracruzanos, impulsados por la necesidad económica, dejaron sus pueblos y emigraron a la capital del país para formar una compañía musical que acompañaba al entonces presidente en sus actos políticos y que también daba presentaciones por todo el país.

Con la finalidad de volver el espectáculo del son más “interesante” para los citadinos y, en especial, para los políticos, la tradición musical y dancística se modificó, dando lugar a lo que hoy conocemos como ballet folclórico. Este hecho dividió a la comunidad jarocha, pues algunos aceptaron esta modificación a su música y su cultura e, incluso, fueron partícipes de ella, mientras que otros la repudiaron. Esta campaña político-cultural continuó durante el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines, sucesor de Alemán, que también era originario de Veracruz.

Aunado a este hecho, la llegada del blues y el rock a mediados de los años cincuenta y principios de los sesenta, sedujo a los jóvenes, que dejaron sus jaranas para empuñar guitarras eléctricas e imitar a sus nuevos ídolos, como Chuck Berrry, Elvis Presley y los Beatles. También hubo muchos jarochos que cambiaron el fandango por las fiestas en las

1 Se le conoce como son jarocho a la música popular que se toca en el sur de Veracruz. Se originó hacia el siglo XVII, como resultado de la mezcla de la música y el baile indígena, negro y español. Se le llama fandango a la fiesta propia de esta tradición musical, que se lleva a cabo durante la noche, en la que los músicos se agrupan en torno a una tarima (a la cual suben las bailadoras y bailadores a zapatear) para interpretar sones hasta el amanecer. Dicha fiesta tiene una gran carga ritual relacionada con las creencias religiosas católicas e indígenas.

2 Por Sotavento entiéndase una región que abarcaba, en tiempos coloniales, las antiguas jurisdicciones de la Nueva Veracruz, Los Tuxtlas, Guaspaltepec y Guazaqualco. Es decir, de oeste a este iba de la Punta de Antón Lizardo a los pueblos de Huimanguillo y Cárdenas, que hasta 1852 formaron parte del estado de Veracruz y hoy pertenecen al estado de Tabasco. Actualmente, la región Sotaventina va desde el río Coatzacoalcos hasta el puerto de Veracruz, incluyendo las tierras bajas de la costa, las sierras de Los Tuxtlas y Santa Martha. (Hidalgo Belli, Patricio. El canto de la memoria, Universidad Veracruzana, 1a edición, 2004, p. 17.)

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que se bailaba cumbia, salsa y demás música “guapachosa”. Es así como el son cayó en la crisis antes mencionada a finales de la década de los setenta.

Paralelo a estas condiciones que se vivían en Veracruz, en la Ciudad de México surgió un creciente interés por la música popular latinoamericana en general. Era la época de las dictaduras en Latinoamérica y el rescate de las tradiciones fue la manera en que muchos países opusieron resistencia a la presencia cada vez más aplastante de Estados Unidos. Así se dio el auge de los grupos de música andina y mexicana que interpretaban los temas más conocidos de estas tradiciones en las numerosas peñas que surgieron en la capital durante esta época.

En medio de este escenario, José Ángel Gutiérrez y Gilberto Gutiérrez (dos medios hermanos jarochos que radicaban en la Ciudad de México) fundaron junto con Juan Pascoe en 1977 un grupo que en ese entonces no tenía nombre. En ese momento sólo se trataba de tres jóvenes que se habían juntado para interpretar sones jarochos al estilo antiguo, como se hacía antes de la comercialización de éste, y no imaginaban que conocerían, gracias a Antonio García de León, al ahora mítico Arcadio Hidalgo. Tampoco imaginaron que después de que José Ángel dejara el grupo, don Andrés el Güero Vega se les uniría y que los cuatro (Juan, Gilberto, don Andrés y don Arcadio), bajo el nombre de grupo Mono Blanco, serían la punta de lanza de lo que Juan Meléndez de la Cruz llamó el movimiento jaranero3, sacando a don Arcadio del anonimato para convertirse en el “padre” del son jarocho moderno.

La carrera musical de Arcadio Hidalgo fue corta. Comenzó a sus ochenta y tantos años (nunca se tuvo certeza de su fecha de nacimiento ni de su edad) y terminó con su muerte. Sus giras con el grupo Mono Blanco le dieron fama y hoy es un referente obligado en el son jarocho. Como todo personaje notable, recibió y sigue recibiendo múltiples homenajes y fue entrevistado en varias ocasiones. Se han editado libros y artículos que hablan sobre su vida: su niñez y juventud, sus andanzas revolucionarias, sus anécdotas en los fandangos, su versada4, sus amores… Como joven sonero es para mí un honor hablar sobre este notable personaje, espero honrar su memoria con esta investigación.

Infancia

3 Se le llamó así a la acción de rescate del son jarocho que se llevó a cabo durante la década de los ochenta. Consistió en una “tropa” de familias con gran tradición sonera, como los Utrera, los Vega, los Gutiérrez y los Cobo, junto con grupos como Mono Blanco, que fueron de pueblo en pueblo por todo el sur de Veracruz organizando fandangos y talleres para enseñarle a los jóvenes a tocar y bailar el son de manera tradicional, además de enseñarles a versar y otros aspectos de la cultura sotaventina. También se le dio difusión al son fuera de Veracruz, por medio de conciertos y conferencias. Estas acciones, con algunas modificaciones, siguen hasta nuestros días y han hecho, incluso, que el son jarocho trascienda fronteras.

4 Se le llama así al compendio de coplas y décimas que cada músico guarda en la memoria y que canta o declama en los fandangos.

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Arcadio Hidalgo Cruz siempre dijo que había nacido en Alvarado, Veracruz pero después de su muerte, camino al cementerio, su hermano Cirilo le confesó a los integrantes del grupo Mono Blanco que don Arcadio en realidad nació en la Hacienda de Nopalapan, hoy municipio de Juan Rodríguez Clara, en el estado de Veracruz. No se tiene certeza sobre su fecha de nacimiento (Arcadio sólo decía que cada 12 de enero caía su cumpleaños), pero constancias firmadas por empleados de confianza de los Franyuti (terratenientes de la hacienda) confirman lo dicho por su hermano y llevan a establecer su fecha de nacimiento el día 12 de enero de 1893. Su padre fue Pedro Perico Hidalgo, negro cubano, que de Cuatotolapan se fue a vivir a Nopalapan y se casó con Luz Cruz, su madre, de raza indígena. Don Arcadio fue resultado de esa mezcla racial tan común en Veracruz, que durante la colonia se conocía como zambo.

Tuvo en total ocho hermanos, de los cuales sólo menciona a seis, porque cuando lo entrevistaron sobre el tema, dos ya habían muerto. Él era el hijo mayor, le seguían Adalberto, Cirilo, Luis, Nicolás, Lucha y Pedro.

Nacido en pleno porfiriato, en el seno de una familia de campesinos, Arcadio Hidalgo no asistió a la escuela primaria. Cuenta que el maestro que Porfirio Díaz envió a la hacienda sólo les enseñaba a los hijos de los terratenientes y que a los hijos de los campesinos los ponían a arrancar la mala yerba del terreno para sembrar. Mientras los hijos de los ricos estudiaban, los hijos de los campesinos trabajaban y, al salir al recreo los primeros, el maestro dejaba entrar a Arcadio y sus compañeros al salón de clases. Dice que el maestro escribía la letra de una canción en el pizarrón y les pedía que la leyeran, pero que ellos, al no saber leer, no entendían lo que estaba escrito y se quedaban callados. Acto seguido, el maestro llamaba a un hijo de un hacendado que leía con facilidad lo que había en el pizarrón y era así como los humillaban. Don Arcadio dice que le daba mucho sentimiento que el maestro no les enseñara.

Hidalgo sufrió muchos abusos y maltratos por parte de los hacendados y de sus hijos. Recuerda con mucho coraje al hijo de un terrateniente mayor que él y sus amigos que siempre los golpeaba; para vengarse de él, un día que estaba en clase, le vaciaron en la cabeza un chorro del alquitrán que usaban para pintar el pizarrón. A pesar de que corrieron, para no ser reprendidos, el maestro logró atrancar la puerta del salón, impidiéndoles salir, los golpeó con un palo y los encerró en un cuarto donde guardaban piloncillo. Allí estuvieron un día y una noche completos sin tener contacto con nadie y sin tener nada que comer más que el piloncillo, que estaba muy duro, razón por la cual Arcadio perdió un diente.

También relata que sus padres no podían hacer nada en contra de estos terribles castigos, porque les tenían mucho miedo a los terratenientes y que, por el contrario, cuando

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fue liberado, lo castigaron, lo hincaron sobre un montón de piedritas y le dieron tres azotes con una vara de totoloche5.

La familia Hidalgo vivía en condiciones muy precarias, don Arcadio cuenta que “malcomían” tortilla con chile y frijoles. El salario de su padre era muy bajo: ganaba setenta y cinco centavos diarios por trabajar de seis de la mañana a seis de la tarde sembrando caña. El niño Arcadio comenzó a trabajar a los seis años de edad, cortando una flor a la que llamaban Privilegio, que utilizaban como pastura para el ganado; por realizar esta labor ganaba dieciocho centavos diarios.

Una vez, cuando la familia Hidalgo pasaba por un momento económico más difícil de lo habitual, Perico, el padre de Arcadio, decidió sembrar algodón, para lo cual le pidió prestados treinta pesos a don Juan Cabada, el dueño de las tierras que trabajaban. Este hombre sólo lo estafó y Perico no obtuvo ninguna ganancia.

Por todos es conocida la desigualdad social que existió en México durante el porfiriato (condición que perdura hasta nuestros días). Como ejemplo, cito a Arcadio Hidalgo:

“Ese don Juan fue un hombre ingrato, pero tuve la suerte de ver que se lo cargara la muerte. Otro de los terratenientes de por ahí se llamaba Otilio Franyuti, y su señora era doña Rita Schleske; tenían muchas tierras. Ese Otilio fue un hombre tan cruel. Agarraba el caballo y nos lo echaba encima, nos golpeaba; hacía lo que se le daba la gana con nosotros. Su padre era don Bernardo Franyuti, fue el que quiso solar la entrada de la casa de su hacienda de puro peso, pero no le dio permiso don Porfirio Díaz.

En cambio, nuestra pobre casa era de palma y madera; las puertas eran de madera y el resto de la palma amarrada con bejuco; la cerca del corral la hacíamos con palo de jonote. En el corral teníamos gallinas y a veces algún cochino. Cuando teníamos mucha hambre y no había de dónde, decía mi padre: “Vamos a matar ese lechoncito”. Nos poníamos contentos a pelarlo, porque ya teníamos algo que llevar a la boca, aunque después volviéramos al sufrimiento. Otras veces íbamos al río, cogíamos los anzuelos y con una varita los tirábamos para un lado y para otro; cuando sentíamos que algo había picado, sacábamos un juile6 o ajolote. También comíamos el palmito sancochado que sacábamos de la palma real; se nos ponía la lengua moradita.

5 Madera dura y flexible con la que se hacen fuetes para los caballos.

6 Pez que habita en los ríos de Sotavento, existe un son que trata asuntos de la pesca que lleva su nombre: Los juiles.

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De bebida había el palo dulce. Se sacaba una cáscara de ese palo y se ponía a hervir para que soltara el dulce. Aunque muchas veces comíamos mal, nunca nos enfermamos en la casa, sería porque la fuerza de mi padre era negra; mi abuelo era cubano.”7

Otilio y Flavio Franyuti.8

7 Gutiérrez, Gilberto y Juan Pascoe (compiladores). La versada, Universidad Veracruzana, 3a edición, 2003, p.p. 91 – 92.

8 Fotografías tomadas del blog de la fundación “Doctor Salvador Navarrete Gómez” A.C. http://salvadornavarrete.blogspot.mx/2010/12/relato-corto-de-un-movimiento-de.html

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Hacendados de la hacienda de Nopalapan con algunos de sus amigos.

Hato “El Blanco”.

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Hato9 “San Benito”.

Don Arcadio también cuenta que, aunque en su familia no se enfermaban, la gente de los alrededores sí lo hacía y que, al no tener acceso a un médico, se curaban con herbolaria o iban con los curanderos, que también sabían mucho de yerbas y no sólo curaban los males físicos, sino también los “del alma”. Esto se refiere a que estos hombres, practicaban la brujería y los lugareños les pedían su intervención mágica para causar mal a alguien, quitarle lo borracho o enamorar a una mujer. Esta práctica sigue vigente en Veracruz y ha tomado mucha fuerza, al grado de que cada año, el primer viernes de marzo, durante la noche, se hace un ritual en el Cerro del Mono Blanco, en Catemaco, al que asisten brujos de muchos lugares del país y del mundo y durante varios días se lleva a cabo un congreso sobre brujería. Hidalgo recuerda a un brujo que vivía en Belén Grande, llamado Julián que era muy bueno curando.

También recuerda muchas leyendas, como la célebre historia de un hombre, don José Julián Rivera, que tenía una esposa que por las noches se quitaba la piel, le salían plumas y alas y se iba volando al puerto de Veracruz, mientras su esposo dormía, para encontrarse con otro hombre. Un día un amigo le contó que había visto a su mujer en una de sus escapadas

9 Pequeño rancho. En tiempos del porfiriato eran las porciones de tierra en las que se dividía la hacienda de Nopalapan. Este tipo de propiedades aún existen en Veracruz, sólo que ahora pertenecen a los campesinos que trabajan las tierras.

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nocturnas, así que esa noche, don Julián se hizo el dormido y, después de ver la transformación de su esposa y como se iba, fue a buscar a su amigo y entre los dos salaron la piel que su mujer había dejado en la cocina. Cuando ésta volvió y se puso su piel, comenzó a rascarse y revolcarse, salió huyendo y, avergonzada porque habían descubierto su secreto, se convirtió en vaca y vivió el resto de sus días entre al ganado de don Julián. Esta historia, que después don Arcadio le contaría a Antonio García de León, el cual haría un registro escrito, quedó plasmada en el verso que se canta en el son del Toro Zacamandú, que dice:

En la hacienda del Horcón

Hay una vaca ligera

Que dicen que la regala

Don José Julián Rivera.

Al igual que su padre, la madre de Arcadio Hidalgo sufrió los embates del trabajo duro. Ella no conoció las máquinas de costura y tenía que coser a mano la ropa que usaba la familia. La ropa les duraba quince o veinte días, a pesar de que tenían los ríos cerca y se bañaban constantemente.

Entre tanto sufrimiento, lo único que alegraba a la gente era la música. El padre de Hidalgo tocaba la jarana y era buen cantante. Su facilidad para componer versos llegó hasta oídos de salvador Díaz Mirón, que por medio de otras personas lo invitó a la capital.

De todos sus hermanos, Arcadio fue el único que heredó los dones musicales de su padre. Cuando era niño, aprovechaba que su padre se ausentaba para visitar las casas de sus otras mujeres (“Tenía muchas mujeres y tenía la casa de mi santa madrecita aquí, y allá la casa de la mujer y la otra y la otra: todas juntas.”10) y cuando se iba “de parranda” para tomar su jarana segunda11 y tocarla. Pero su madre lo regañaba y lo obligaba a dejarla.

10 Gutiérrez, Gilberto y Juan Pascoe (compiladores). La versada, Universidad Veracruzana, 3a edición, 2003, p. 116.

11 Tradicionalmente, las jaranas se construyen en diferentes tamaños. De la más pequeña (de tamaño similar al violín de un cuarto) a la más grande (que es casi del tamaño de una guitarra clásica) se nombran de esta manera: chaquiste, mosquito, dos tercios, primera, primerola, segunda, tres cuartos, tercera y tercerola.

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Cuando su padre llegaba y se daba cuenta de que Arcadio había tomado su jarana, lo golpeaba, hasta que un día, un amigo de su padre fue a visitarlo y, al ver que Perico quería golpear a Arcadio por tocar su jarana le dijo:

“Oye Hidalgo, si es que al pie de la palma tiene que caer el coyol12; déjalo que agarre la jarana.”13

Después de esto, don Arcadio tocó la jarana una y otra vez hasta poco antes de morir.

Arcadio, el revolucionario

Al entrar a la adolescencia, el joven Arcadio se unió a los demás campesinos que sembraban caña; al igual que su padre, trabajaba de seis de la mañana a seis de la tarde. Cuenta que el trabajo era arduo y no les era permitido descansar ni un poco, si uno se detenía por un momento, aunque fuera para afilar el machete, de inmediato era golpeado por las personas que los vigilaban. Comían cualquier cosa que tuvieran a la mano: atole, yerbas de quelite y frijol que en palabras de don Arcadio, “estaban todos crudos, dados a la chingada”.

Hidalgo guarda un pésimo recuerdo del porfiriato:

“Por todas esas injusticias que conocí, presiento en mi corazón que si Porfirio Díaz volviera a nacer y se volvía tortilla, me lo comía. Pero en aquel tiempo, nadie podía protestar; al que le oían quejarse de algo, se lo llevaban al cepo: una prisión terrible.

A mí me tuvieron en una ocasión tres días en el cepo, por andarle viendo las piernas a las esposas de los terratenientes. Había por mi pueblo un puente que daba a un paseo muy bonito. Ahí iban las esposas de los ricos a pasearse; entonces toda la muchachada, de travesura, nos metíamos abajo del puente para verles la cuca a las señoras; porque antes las mujeres no usaban pantaletas, más que una nagua blanca. En una de ésas, no sé cómo, se dieron cuenta de que estábamos viendo. Toda la muchachada salió corriendo, pero a mí me alcanzaron a reconocer, así que fueron por mí a las casa y me metieron en el cepo; me tuvieron todo el tiempo bocarriba, no podía moverme ni enderezarme.”14

12 Fruto de la palma.

13 Gutiérrez, Gilberto y Juan Pascoe (compiladores). La versada, Universidad Veracruzana, 3a edición, 2003, p. 95.

14 Gutiérrez, Gilberto y Juan Pascoe (compiladores). La versada, Universidad Veracruzana, 3a edición, 2003, p. 98.

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Cuando Victoriano Huerta tomó la presidencia, comenzó a mandar levas al estado de Veracruz. Para evitar ser reclutados, todos los jóvenes salían huyendo a una isla en medio del río; ahí dormían encima de los árboles hasta que se iba la leva.

Fue por esos días cuando se comenzó a oír que Emiliano Zapata y Francisco Villa se habían levantado en armas. Arcadio Hidalgo y sus compañeros deseaban que estos caudillos llegaran a Nopalapan para unírseles y enfrentar a los terratenientes que tanto los maltrataban. Ellos no llegaron a la hacienda pero al poco tiempo supieron que el general Hilario Salas se había levantado en el estado de Veracruz.

Una terrible experiencia fue la que impulsó a Hidalgo a unirse a la Revolución:

“Un día nos avisaron que venía la leva; salimos toda la muchachada a escondernos en la isla, pero de regreso a la casa me encontré con mi madrecita santa, muerta. Estaba envuelta en una sábana a media calle. Mis hermanas no las volví a ver jamás.

Al ver la suerte tan ingrata que teníamos, una pila de muchachos, cerca de cincuenta, entre los trece y veinte años, decidimos irnos a la Revolución. […]

Nos fuimos a buscar al general Hilario Salas a San Andrés Tuxtla.”15

Durante el tiempo que el joven Arcadio estuvo con el General salas, cumplió la función de espía y mensajero; solía llevar paquetes, documentos y mensajes a Nopalapan, San Andrés y Santiago Tuxtla, Acayucan, Catemaco y demás pueblos de la región de los Tuxtlas.

Su labor de espía la llevaba a cabo con más muchachos. Para pasar desapercibidos, el general Salas los mandaba a un pueblo, al que llegaban como si fueran de visita, entraban jugando y haciendo desorden para cubrir sus verdaderas intenciones. Daban unas vueltas por el pueblo para conocer las condiciones en las que estaba, si había tropas enemigas y cuál era su situación, cuáles eran los lugares por los que podían entrar y demás datos de relevancia que después le comunicaban al general. Ya con toda la información, hacían un plan de ataque y entraban de madrugada para sorprender a los enemigos mientras estaban dormidos. Después de la ofensiva, liberaban a los presos y algunos se les unían, mientras que otros se quedaban en el pueblo, aunque después eran fusilados porque el gobierno los acusaba de desertores.

Cuando las tropas del general Salas tomaban como prisioneros a las personas del gobierno, también las mataban. Hidalgo cuenta que los colgaban por el cuello de los

15 Gutiérrez, Gilberto y Juan Pascoe (compiladores). La versada, Universidad Veracruzana, 3a edición, 2003, p. 100.

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árboles. No tenían piedad con ellos porque, además de que eran sus enemigos, el coraje que habían acumulado por años les impedía ser misericordiosos.

Para hacer frente a los revolucionarios, los hacendados buscaron gente que peleara en contra de ellos, fue así como muchos campesinos se unieron a esta causa, entre ellos un tío de don Arcadio, que recuerda con mucha pena, llamado Jacinto Pimentel.

Por otro lado, cuenta sobre otro tío, Perico, al que le decían El Brujo, que nunca traicionó a la Revolución, incluso, escapó de la cárcel vestido de mujer, nunca tuvo miedo de nada y dejó de luchar hasta que lo mataron. Otros familiares de don Arcadio que se unieron a la lucha armada fueron sus hermanos Cirilo y Adalberto.

Cuando los mayores vieron que Arcadio y los demás jóvenes no tenían miedo, les enseñaron a usar los rifles 30-30.16 Su hermano Cirilo cuenta que Arcadio era muy bueno con este rifle.

Tiempo después, Hidalgo se convirtió en asistente del general Ernesto Griego:

“Siendo asistente del general Ernesto Griego, conocí el máuser y la pistola. Estando un día formados pasando lista, llegó el general griego y dijo: “A ese negrito échenmelo para acá”.

Ya estando con él me dijo:

-Te voy a leer las obligaciones que tiene un asistente: tiene que limpiarme los zapatos, lavarme los pies con un poco de agua caliente; la bestia tiene que estar bien ensillada, este escobillón es para que me limpies mi pistola y la tuya también.

Como yo no conocía lo que era andar en el campo a caballo, me puse al centavo. El hombre nunca, nunca me dijo una palabra, nunca se quejó, todo el tiempo estaba listo a servirle. Él me decía:

Cuando yo me muera, te tienes que morir a mi lado, porque para eso eres mi asistente.”17

16 El Winchester Modelo 1894 (también conocido como el fusil Winchester .30-30, Winchester 94, Win 94, Winchester 30-30, o simplemente 30-30) es uno de los más famosos y populares fusiles de cacería. Fue diseñado por John Moses Browning en 1894 y fue producido por la Winchester Repeating Arms Company hasta 1980 y después por la U.S Repeating Arms bajo la marca Winchester hasta que cesaron de producir fusiles en 2006. (http://es.wikipedia.org/wiki/Winchester_Modelo_1894)

17 Gutiérrez, Gilberto y Juan Pascoe (compiladores). La versada, Universidad Veracruzana, 3a edición, 2003, p. 103.

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Dice Arcadio Hidalgo que contaba con un don particular: algunas noches no podía dormir porque estaba inquieto y le decía al general Griego: “mi general, vámonos porque nos van a atacar”. Al principio, éste no le creía y le decía que se volviera a dormir, pero después de ver que sus presentimientos eran ciertos, bastaba con que Hidalgo se lo dijera una vez para que ensillara su caballo y condujera a sus tropas lejos de donde estaban.

Al cabo de diez años de estar luchando por todo Veracruz, don Arcadio decidió dejar la Revolución, convenció al general Griego de que lo dejara ir y volvió a su pueblo, a pesar del riesgo de que lo mataran.

Como resultado de sus andanzas revolucionarias y todo el sufrimiento que derivó de ellas, comenzó a escribir versos que, junto con otros que había aprendido y siguió aprendiendo durante su vida, fueron enriqueciendo su extensa versada. Es muy famoso un grupo de décimas18 sobre la Revolución y la explotación campesina, conocidas como “Las décimas de Arcadio Hidalgo”, fueron incluidas por primera vez en el disco Sones de Veracruz (Colección INAH-SEP, Vol. 6, LP, 1969), ha sido cantadas por grupos como los folcloristas y forman parte del son Luna Negra del grupo Los Cojolites:

Yo me llamo Arcadio Hidalgo, soy de nación campesino, por eso es mi canto fino, potro sobre el que cabalgo; y hoy quiero decirles algo: bien reventado este son quiero decir con razón la injusticia que padezco y es la que no merezco causa de la explotación.

Yo fui a la revolución a luchar por el derecho de sentir sobre mi pecho una gran satisfacción. Pero hoy vivo en un rincón, cantándole a mi amargura pero con la fe segura y gritándole al destino que es el hombre campesino nuestra esperanza futura.

18 La décima, en su variante espineliana, es la forma predilecta de copla usada en la región de Sotavento. Fue creada por el poeta español Vicente Espinel a finales del siglo XVI. Consta de diez versos octasílabos y su estructura es la siguiente: a-b-b-a-a-c-c-d-d-c.

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De 1810 a la fecha de hoy presente se ha contrariado a la gente y puesto el mundo al revés. Ya nadie pone interés de ver su patria en grandeza, si uno acaba el otro empieza a formar los batallones y lo que más descompone a México es la rudeza.

Un ventarrón de protesta soñé que se levantaba y que por fin enterraba a este animal que se apesta, que grita como una bestia en medio de su corral que nos hace tanto mal y nos causa gran dolor, nos chupa nuestro sudor y hay que matarlo, compa’y.

Don Arcadio y su legado

Arcadio Hidalgo fue un hombre que vivió intensamente. A pesar de que su vida estuvo marcada por sufrimientos, decepciones, traiciones y muertes de seres queridos, nunca dejó que su espíritu se doblegara. Tuvo muchas mujeres y a todas las amó, aunque a algunas las traicionó y otras más lo traicionaron. No tuvo hijos con todas, pero lo cierto es que sí disfrutó de los placeres que le dio cada una de ellas. Escribió cientos de versos dedicados a ellas, a su tierra que tanto amaba, a los pájaros, a las flores, a la lluvia, al mar, al río y a las aventuras que vivió en su larga vida, digna de volverse novela.

Siento que al no hablar de su carrera musical, dejo un gran vacío, porque ésta, a pesar de ser corta en tiempo, fue muy prolífica y significativa para la historia del son jarocho, sin embargo, no es el tema de este escrito, el cual quise enfocar en sus primeros años de vida y su participación en la Revolución.

Después de muchos años de ir de un lado a otro, primero con las fuerzas revolucionarias y después con el grupo Mono Blanco, don Arcadio murió el 7 de julio de

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1984 en Minatitlán, Veracruz. Mientras el cortejo fúnebre lo llevaba al cementerio, su esposa, doña Juana, les pidió a sus amigos que tocaran el son del Perro, que él compuso. Fue así como Juan Pascoe, Gilberto Gutiérrez y don Andrés El Güero Vega, interpretaron el que fue el último son que oyó Arcadio Hidalgo antes de irse a armar fandangos en el otro mundo.

Después de su muerte, dejó una jarana tercera, que se ha convertido en la reliquia más famosa del son jarocho: La Mona, a la que nombró así en honor a Mona Dayton, una mujer estadounidense, amiga de Juan Pascoe, que conoció en la casa de éste en Mixcoac, cuando ésa era el “centro de operaciones” del Grupo Mono Blanco; don Arcadio quedó tan enamorado de ella, que bautizó a su jarana con el nombre de esa mujer que le pareció tan maravillosa.

Actualmente La Mona está con Miguel Ángel Cruz, que antes de la muerte de Hidalgo era su alumno de jarana. Don Arcadio se la dejó para que él aprendiera a tocar y, si no lo hacía, la quemaran. Han pasado casi treinta años desde su muerte y Miguel Ángel sigue sin aprender a tocarla, es por eso que los amigos de don Arcadio debaten sobre si dejársela o cumplir la última voluntad de este gran sonero.

Arcadio Hidalgo murió, pero su legado en el son jarocho perdurará para siempre.

Yo soy como mi jarana

Con el corazón de cedro

Por eso nunca me quiebro

Y es mi pecho una campana

Y es mi trova campirana

Como el cantar del jilguero

Por eso soy jaranero

Y afino bien mi garganta

Y mi corazón levanta

Un viento sobre el potrero.

Bibliografía

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Gutiérrez, Gilberto y Juan Pascoe (compiladores). La versada, Universidad Veracruzana, 3a

edición, Xalapa, Veracruz, 2003, p.p. 135.

Hidalgo Belli, Patricio (compilador) El canto de la memoria, Universidad Veracruzana, 1a

edición, Xalapa, Veracruz, 2004, p.p. 13-21

Pascoe, Juan. La Mona, Universidad Veracruzana, 2a edición, Xalapa, Veracruz, 2003, p.p. 111.

Del Moral Tejeda, Agustín. Cuéntame lo que me pasa, Que yo aunque grite, Universidad Veracruzana, 1a edición, Xalapa, Veracruz, 2009, p.p. 43-128

Meléndez de la Cruz, Juan, compilador, Versos para más de 100 sones jarochos, Cómo suena, México 2004, p. 83.

http://fundacionavarrete.org.mx/d_arcadio_hidalgo.html

http://www.jornada.unam.mx/2011/10/27/espectaculos/a09n1esp

http://www.jornada.unam.mx/2012/10/30/espectaculos/a10a1esp

http://www.culturatradicional.org/musica/jarocho/inah.htm

http://monoblanco.mx/

http://vimeo.com/25134970