Síncope IV

52
Editorial I Y ahora con ustedes, lectoras y lectores, la página nunca bien ponderada pero siempre esmerada, la sección menos peleada, la hoja peor utilizada: La Editorial II Desde que comenzaron con la revista, los editores habían perdido el sueño. Por las noches llegaban los fantasmas de los textos rechazados. III El cuento se llevaba siempre los aplausos, el poema las fe- licitaciones; en cambio, pasaba siempre inadvertida nuestra amiga La Editorial. IV Nadie leía sus textos, por eso le encargaron escribir La Editorial. VI Yo voy a leer la editorial, nunca hablamos de escribirla. VI Y Dios dijo: serás independiente. Entonces los editores se convirtieron en blogueros, caza recompensas, mercadólogos, administradores, publicistas, impresores, artesanos y vende- dores ambulantes. Consejo editorial Síncope IV.indd 1 Síncope IV.indd 1 15/2/10 03:36:35 15/2/10 03:36:35

Transcript of Síncope IV

Page 1: Síncope IV

EditorialIY ahora con ustedes, lectoras y lectores, la página nunca bien

ponderada pero siempre esmerada, la sección menos peleada,

la hoja peor utilizada: La Editorial

IIDesde que comenzaron con la revista, los editores habían

perdido el sueño. Por las noches llegaban los fantasmas de

los textos rechazados.

IIIEl cuento se llevaba siempre los aplausos, el poema las fe-

licitaciones; en cambio, pasaba siempre inadvertida nuestra

amiga La Editorial.

IVNadie leía sus textos, por eso le encargaron escribir La

Editorial.

VIYo voy a leer la editorial, nunca hablamos de escribirla.

VIY Dios dijo: serás independiente. Entonces los editores se

convirtieron en blogueros, caza recompensas, mercadólogos,

administradores, publicistas, impresores, artesanos y vende-

dores ambulantes.

Consejo editorial

Si ncope IV.indd 1Si ncope IV.indd 1 15/2/10 03:36:3515/2/10 03:36:35

Page 2: Síncope IV

2

ÍndiceConsejo editorial

Alfonso Montoya, Alina Hernández (Denisse Navarro), Jaime Woolrich, Jorge Rubio, Kin Navarro Reza, Ulises Granados Chaparro, Svetlana P. Garza

Colaboradores deeste número

Diego Kochman, Jezreel Salazar, Livi Jazmín, Rey Fernando Vera García, Emilio B. Frosel, Christian Gaudí, Javier Pulido-Luna, Luis Flores, Mario Eduar-do Ángeles González, Tania S. Garay, José Quintero, Rodolfo Ruiz Vázquez, Camile Hutt, Franz Calderón.

Diseño gráfi coMaría José Farías [email protected]

Ilustración Portada: Alexis Noel RodriguezCuatrolinografi a sobre manta1.20x70 75x75

Interiores: Gonzalo FontanoGimena RomeroCrexmaniak www.myspace.com/puzz_comix

Curadora de Fosfenos Amanda Ortíz Garza

Documentos de licitud en trámite

3

6

15

25

35

40

45

Si ncope IV.indd 2Si ncope IV.indd 2 15/2/10 03:36:3515/2/10 03:36:35

Page 3: Síncope IV

3

Fuego cruzadoDiego Kochman

“¡Fuego!” Solicitó la dama con un cigarrillo entre sus dedos.

“¡Fuego!” Gritó el hombre al ver cómo se incendiaba su casa.

“¡Fuego!” Ordenó el capitán al pelotón de fusilamiento.

Sucedió que la dama murió acribillada a balazos en su sui-

te privada, el hombre miró estupefacto como le acercaban

un encendedor frente a las cenizas de su casa y un baldazo

de agua empapó al capitán ante las carcajadas de sus sol-

dados. Resulta que la amada del escritor de este cuento se

marchó para siempre, y fue en ese estado de absoluta per-

turbación cuando aparecieron los finales de estas historias.

ColaboradoresDiego Kochman

… y en esta extensa pradera descansan los valien-

tes que le permitieron a Guillermo Tell adquirir

la experiencia sufi ciente para poder presentar su

espectáculo en público. Ilust

raci

ón : G

onza

lo F

onta

no

Ilust

raci

ón : G

onza

lo F

onta

no

Sincope IV.indd 3Sincope IV.indd 3 15/2/10 10:03:2315/2/10 10:03:23

Page 4: Síncope IV

4

Evocación de CaínJezreel Salazar

Durante años he mantenido el secreto. Escribo a la espe-

ra de los últimos instantes con la irreprimible urgencia de

testimoniar lo acontecido. No creo en el arrepentimiento.

Llevé una vida dichosa y plagada de satisfacciones. En cierta

época conocí el goce y los excesos; no viajé por el mundo pero

miré un atardecer iluminado por luciérnagas. De algún modo

aprendí la riqueza de los malentendidos (disfrutaba irrumpir

a la mitad de una conversación, escuchar cierta frase y derivar

conclusiones exageradas). También sufrí la humillación y el

íntimo dolor de la cólera. Tuve miedo a la complacencia y

siempre me pareció un desvarío no mirar dos veces a una

mujer que portara vestidos largos o pecas. Como mi abuelo,

comprendí la importancia de recobrar el signifi cado de la

prudencia y de mi linaje. No puedo quejarme de mis ante-

cesores, destinados a abrirse paso mediante golpes muchas

veces insensatos. Viví con la convicción de que las verdades de

la sangre eran inquebrantables y durarían más que cualquier

pasión efímera. En esto me equivoqué. Asesiné a mi hermano

acaso por aquella mujer. Todo fue un vértigo irrepetible y ya

inalterable. La memoria es un disfraz rencoroso o , en todo

caso, un eufemismo: nos devuelve el retrato de alguien que no

somos, bosqueja en el espejo la máscara que nos permite creer

que algo fuimos. Así recuerdo a la distancia mi vida como

un prolongado impasse: fue habitar unos corchetes. Estuve

en un tiempo fuera del tiempo. Algo similar a cultivar un

vacío. Sólo me queda esperar la llegada de mi hora. No habrá

castigo. El temor de morir proviene del miedo a que la vida

se extienda para siempre.Ilustración : Gonzalo Fontano

Si ncope IV.indd 4Si ncope IV.indd 4 15/2/10 03:36:3615/2/10 03:36:36

Page 5: Síncope IV

5

La señorita anectodariaLivi Jazmín

Algunos acuden a ella debido a su falta de tiempo pues pasan

el día entero en esos edifi cios de cristal y espejo, majestuosos,

pero en cuyo interior sólo ocurren historias color ceniza.

En ocasiones llegan con anécdotas carentes de gracia o de

suspenso, entonces ella añade algunos elementos, suprime

otros, realiza pequeñas pero sustanciales modifi caciones; por

ejemplo, añade el ofi cio de gángster a una vecina o el de

egiptólogo a un tendero. Otras veces los clientes descartan

completamente sus anécdotas por considerarlas demasiado

sosas, de modo que hay que escribirlo todo: personajes, lu-

gares, acontecimientos; en esos casos ella no cobra más, sino

que rebaja el precio (ya módico de por sí) pues le complace

trabajar con libertad. Por fortuna, casi todos vuelven sa-

tisfechos a sus ofi cinas donde leen el papel, lo doblan, lo

desdoblan, vuelven a leerlo y fi nalmente guardan en una

gaveta las anécdotas compradas. Llegan los días estivales,

que es el tiempo en que ellos viajan. Entonces sacan el papel

de la gaveta, lo repasan, lo llevan consigo y una vez lejos de

su ciudad comienzan a hablar sobre aparecidos en almenas,

fi estas sobre barcos, duelos con armas inverosímiles, roman-

ces de cantina. Y cuentan el avistamiento de dos lunas, o de

brujas en medio de tinieblas. Y narran las tardes en veredas

con casas de teja color carmelita, fl ores y duendes que trenzan

el cabello de los niños mientras duermen.Ilustración : Gonzalo Fontano

Si ncope IV.indd 5Si ncope IV.indd 5 15/2/10 03:36:3615/2/10 03:36:36

Page 6: Síncope IV

6

Un día cualquiera uno toma un avión

hacia ningún sitio. He pensado mucho

en la gente que conoce los aviones de

vista y los mienta todavía como seres fantásticos

que, cuando se ven, es necesario sacar cámaras

de fotos y decirle a los hijos “mira el avión el

avión” para que los niños se maravillen con

esos artefactos. Me ha tocado conocer a otros

que simplemente al escuchar el estruendo

de los motores se persignan o lanzan alguna

maldición; incluso ha habido caso de aquellos

que se han construido lanzas especiales para

arrojárselas, aún más, yo conocí a un famoso

cazador de aviones que iba de pueblo en pueblo

y de ciudad en ciudad ofreciendo sus servicios

montado en un pobre burro viejo derribando

aviones. Nunca he visto caer alguno, pero mi

padre me decía que en su época todo era más

fácil. No sé a qué se refería, pero seguramente

en su época, las aviones simplemente alzaban

el vuelo para caer unos metros adelante.

En defi nitiva imagino a las personas que

nunca se han subido a un avión. Cuando lo

hice por primera vez, me decepcioné un poco.

Nada fue como lo hube imaginado. Las aza-

fatas no eran lindas y no se dieron encuentros

casuales que cambiaran mi vida. Y si el avión

cayó, porque se derrumbó en pleno vuelo y

vino a dar a esta inútil isla, el acontecimiento

fue de lo más simple. Algunas personas sus-

piraron y otras de plano se dieron la vuelta

sobre sus asientos y esperaron con calma.

Naturalmente, el único sobreviviente fui yo,

era de esperarse. Cómo sucedió, no parece

La islaRey Fernando Vera García

a Mónica González Díaz

Allí donde se encuentre tu tesoro, estará también tu corazón.

San Mateo, 6:19

Ilustrado por Crexmaniak

Si ncope IV.indd 6Si ncope IV.indd 6 15/2/10 03:36:3615/2/10 03:36:36

Page 7: Síncope IV

7

tener importancia; hubo una turbulencia es-

porádica y después yo estaba quitándome el

cinturón de seguridad y bajando con calma de

los pedazos de avión restantes a una soleada

y desenfadada isla perdida. Había trozos de

gente por todas partes: piernas, brazos, cade-

ras, tripas y cabezas aún con el gesto de ¡caray,

el avión se cayó!

Un acontecimiento así pudo haber sido

trascendental. No siempre caen aviones a la

mitad de la nada. Yo incluso llegué a pensar

en su funesta solemnidad gravitacional pero

rápidamente me despojé de tan absurdos e

inútiles pensamientos.

A diferencia de lo que se ve en las pelícu-

las, en una isla de buenas a primeras uno no

se convierte en Robinsón Crusoe ni aprende

de los animales y mucho menos logra comér-

selos. Ya quisiera atrapar a un escurridizo pez.

Tampoco logré hacerme de una simpática ca-

sita de palmeras ni di con alguna confortable

caverna. Así que me metí entre la chatarra del

avión que aún conservaba dos o tres asientos

mullidos y tapizados y un poco de comida que

se echó a perder en pocos días.

¿Qué se supone que deba hacer uno solo en

una isla desierta? Sobrevivir, quizá resulte de-

masiado sencillo; aún así lo hice, aunque debo

anotar que sin mucho gusto y sin verle lo ne-

cesario. Así, me comí primero los desperdicios

del avión. Y cuando ya no había más, me comí

los restos todavía buenos de mis compañeros

de vuelo y cuando me los hube terminado, co-

mencé a comerme el avión mismo. Sólo dejé

dos o tres láminas para cubrirme.

Una tarde mientras intentaba convencer a

un cangrejo de la nobleza del suicidio, se me

vino a la mente la idea de comenzar a rezar. No

lo había hecho desde hacía mucho y el escena-

rio era el idóneo. Despedí de un puntapié a mi

necio amigo crustáceo. Me eché de rodillas y

comencé a pedir porque después de todo orar no

es más que pedir y Dios debe ser el más grande

dispensador. Pero entre los formulismos ma-

lintencionados y las ruinosidades retóricas, caí

en cuenta que después de todo no había nada

que pedir, ni para qué orar. Así que me regresé

a mi avión e invité a otro cangrejo a charlar

conmigo. Platicamos un buen rato acerca de lo

que era el tiempo. Y mi amigo levantaba una

tenaza gorda cuando estaba de acuerdo y una

chica cuando no lo estaba. Así, ambos discutía-

mos acaloradamente. Yo me quebré la cabeza

intentando convencerlo de la inexistencia del

presente y la realidad sustancial del pasado; él

simplemente se quebró de aburrimiento y de su

concha rota salieron diminutos cangrejos que se

desperdigaron sobre la arena entre risas.

Las noches han sido buenas. A veces llo-

ro, algo me hierve dentro del pecho como una

llama negra y pienso en un nombre insustan-

cial y verde. Qué será. Por las mañanas, me

espera otro cangrejo y yo le cuento de lo inútil

que es el hombre estando solo; él me mira con

sus ojos de canica y chapucea por su hocico

poligonal alguna burla marina en mi contra.

Pero aun así le continúo hablando.

Habían pasado muchos meses desde que

devoré a mis compañeros. Y quise aprender a

cazar. Y cacé algunas piedras que en las islas,

en realidad, no son abundantes. Me las comí,

tomé un poco de agua de mar y me eché a

dormir. Para entonces el viento había picado

la techumbre que me hiciera con las últimas

láminas del avión, así que no tenía de otra salida

que enterrarme sobre la arena y dormir.

Si ncope IV.indd 7Si ncope IV.indd 7 15/2/10 03:36:3615/2/10 03:36:36

Page 8: Síncope IV

8

Un día apareció un barco. Le hice señas

desesperadas sin motivo alguno. Enviaron

una barca por mí. Al llegar a la cubierta, un

sombrío capitán se me acercó cacareando un

discurso incomprensible. Bienvenido al cru-

cero suicida, dijo. Y dio orden a un grumete

de que me condujera a una habitación vacía.

Y allí me quedé, hasta que en la noche, el

sombrío capitán comenzó a decir, sin más y

sin aviso ni cortesía, que en mi situación el

pensaría en escoger alguno de los paquetes

que ofrecía el crucero. Comprendí entonces

que su benevolencia, que nunca pedí pues ya

he dicho que no sé cuál fue la razón de haber

llamado al barco, había sido una treta para

venderme algo. Tomé mi persona, me eché

al mar y regresé a mi isla donde ya me espe-

raban mis amigos cangrejos con las tenazas

abiertas.

Desde la última vez que pasó el crucero

cerca de la isla han ido apareciendo nuevas

oportunidades de rescate. Han llegado heli-

cópteros, submarinos, incluso unos astronautas

me vieron desde la luna hablar con un can-

grejo. Pidieron que se mandara un explorador

espacial por mí. Pero yo me negué. Me había

acostumbrado a mi condición y cuando los

primeros cartógrafos me pidieron que reconsi-

derara mi reintegración a la vida civilizada, yo

dije “no quiero”. Después llegaron ingenieros

civiles y me ofrecieron un auto, pues cons-

truirían un puente que uniría China con mi

Isla. Yo les dije “¡no quiero!”. Luego vinieron

los camiones y construyeron unos aeropuertos

y casas, gente de muy lejos llegó y yo seguí

inamovible en mi pedazo de playa. Lo que me

dolió fue que una mañana no estaba ningún

cangrejo, todos habían ido a trabajar a las

fábricas traídas por los camiones que llega-

ron por el puente que hicieron los ingenieros

civiles a partir de las lecturas cartográfi cas

de los primeros cartógrafos. Se habían ido a

trabajar y no los vi más. Entonces comprendí

que estaba solo, que era un náufrago impo-

tente, varado y solo. Me acerqué a la playa,

llevando en el pecho una llama negra y un

nombre insustancial y verde para hacer señas

desesperadas al horizonte con la esperanza de

que algún barco ocasional pasara y me sacara

de esta soledad.

Verano, 2009

Si ncope IV.indd 8Si ncope IV.indd 8 15/2/10 03:36:3615/2/10 03:36:36

Page 9: Síncope IV

9

Hacía tanto frío que era obvio que llora-

se. Ha muerto. Un paro cardíaco, un

pulmón condenado a ser una colmena

de microbios, un montón de frío rondándole

de cerca. Carajo, esta noche no hay nada que

caliente las manos. Se había abandonado a las

miradas curiosas e hipócritas, al golpe sordo del

silencio en el rostro, al antiguo juego de reco-

nocer por su voz a los familiares perdidos hace

años y al lacónico desfi le de las horas cuando se

está frente a un muerto. Pero ahora estaba libre,

afuera, solo en la vieja casa de heno.

El lugar estaba hecho una pocilga; paja,

aserrín y polvo se estiraban sin remedio en los

cuartos; había alimento podrido y rutas de mi-

núsculos objetos que alguna vez reunidos con-

formaron radios, escobas, juguetes, enrejados.

Recordó los días en que venía a ese mismo lugar

a alimentar guajolotes y gallinas, a levantar ra-

tones envenenados de sus desatinadas y groseras

tumbas, a regar por fuera el alpiste para ver el

descenso de las aves. Casi podía oírlas descen-

der ahora en el cuarto contiguo. Encontró una

foto bajo una lápida de aserrín. Ahí estaba su

padre, cuando era muy joven, colmado ya desde

entonces de su reconocible y pulcra elegancia y

a su lado el mítico general “Miguel Mendoza,

derecho con los amigos, derecho con los enemi-

gos”, recitaba alegre buscando alcanzar el tono

ya perdido que daba su padre.

Escuchaba un crujir continuo en el cuarto

de al lado, como de algún objeto que, a pesar

de los años, siguiera en movimiento. Era algo

tan extraño que no pudo resistirse y se acercó

pausadamente. Cuando entró se percató de su

error: el cuarto no tenía electricidad, debía tener

tanto tiempo cerrado que quizá viudas negras

y un grupo más o menos numeroso de ratas lo

hubieran hecho su morada para aprovechar lo

poco de valor que aún quedase. Se rasgó la rodi-

AguardienteEmilio B. Frosel Ilustrado por Crexmaniak

Si ncope IV.indd 9Si ncope IV.indd 9 15/2/10 03:36:3715/2/10 03:36:37

Page 10: Síncope IV

10

lla con algún objeto pesado. Si eran ratas, con la

limitada iluminación, no había manera de darles

alcance. Si era otra cosa, que podría ir desde un

gato hasta un tejón hambriento o un tlacuache,

no era tampoco la hora de intentar correrlo de

la habitación. Quién sabe si no tendría ya crías.

Fastidiado por tales conjeturas, emprendió el

regreso, cuando escuchó claramente reproducirse

el mismo sonido esta vez en el cuarto principal,

que recién había dejado. Bien sabía que el frío

es una bestia que palpita y toma posesión sin

permiso, pero esta vez había más que sólo frío.

Se acercó y el ruido se fue haciendo inex-

plicablemente más intenso. Oía caer vasos, el

azotar de la puerta y un golpeteo insistente en

las paredes. Jaime siguió avanzando pero se

detuvo en seco, sorprendido por el tamaño de

las sombras que revoloteaban sobre el fi lo de

luz de la puerta entrecerrada. Alguien abrió

de golpe. Jaime se escondió tan rápido como

le fue posible detrás de unas cajas. Poco le

importaba ya que a su lado pudiera haber una

madriguera de ratas o un insecto ponzoñoso.

Ya lo único que escuchaba en ese momento

eran los alaridos y el remover de objetos de

fi eras de los recién llegados. Algo lo sujetó de

una pierna y lo jaló con fuerza; él se sujetó del

tubo del lavabo. Sólo escuchaba su nombre,

“Jaime, Jaime”, que era como una pesadilla.

Lo sacaron. Jaime quedó entonces de frente

a su padre, muerto hace años.

–¿Qué pasó, ya no vienes a saludar a tu pa-

dre?– le gritó. Había otro detrás de él, que daba

voces bajas e incomprensibles. Jaime se levantó

de un solo impulso y echó a correr. Se escondió

en el viejo gallinero y lloró mientras insistente-

mente oía afuera que lo llamaban por su nom-

bre. Jaime, Jaime. Se aferró a algo y comenzó

a rezar. Sentía un objeto, ligero y cálido en sus

manos. Era una botella vacía de vidrio. Dentro

tenía sólo un horrible muñeco que representaba

a la muerte. En ese mismo momento volvieron

a sujetarlo.

–¡Están muertos, están muertos! –gritaba

suplicando a los que lo jalaban.

–¡No andamos muertos, sólo andamos de

parranda! –parafraseó su padre. –¿Hay alguna

manera de hacerte salir de ahí? ¡Ah, muy bien

si así lo quieres! ¡Soy tu padre y te ordeno que

enfrentes a la muerte!

Había dos personas muertas frente suyo. Ya

no intentaban sacarlo, sólo estaban ahí, aguar-

dando a que saliera. Reían y contaban toda

suerte de bromas mientras Jaime permanecía

todavía inclinado en una de las esquinas del

viejo gallinero. Rezó varios padres nuestros con

la botella en las manos. Se fue tranquilizando

poco a poco y salió.

–¡Chupa, hijo mío! –Le dijo su padre, vuelto

loco de la risa, mientras le servía un trago.

Regresaron a la habitación principal y se

sentaron los cuatro: el general Mendoza, Mario

(padre de Jaime), él mismo, que no bebía pero

igual estaba ahí con su trago, y la muerte, recli-

nada, a gusto, en su botella de vidrio. Su padre

prácticamente no podía mantenerse sentado,

como si fuera presa de una terrible fi ebre y se

levantaba a rodear al grupo, a treparse de algún

viejo anaquel y tirar papeles viejos, a colgar las

manos de alguna de las vigas de madera y hacer

barras con ella. El general, en cambio, no se

movía en absoluto, lo cual parecía más propio de

un muerto. Babeaba ligeramente y dejaba caer

de forma penosa la cabeza, como un péndulo

descompuesto sobre el pecho.

–¿Es cierto que murió traicionado por su

Si ncope IV.indd 10Si ncope IV.indd 10 15/2/10 03:36:3715/2/10 03:36:37

Page 11: Síncope IV

11

propia gente? –preguntaba apenas pero ya mu-

cho más tranquilo Jaime.

–No hay nada que no sea cierto en su mito

–decía su padre, hablando con bastante esfuerzo

mientras hacía una barra –Tiene más… fortu-

na… muerto… que vivo. Pero que nos hable él

en persona, es una bestia cuando habla –se bajó

fi nalmente Mario de la viga, se acercó a su com-

pañero y lo zarandeó impetuosamente, exigién-

dole les relatara su historia. El general respondía

dando voces bajas y notablemente incomprensi-

bles. Finalmente acabó recuperándose.

–General –Jaime hablaba cuidando sus

palabras, con preocupación visible. –¿Cómo es

estar muerto?

–La muerteeee… es derecha con los amigos

y derecha con los enemigos –concluyó, poniendo

en el suelo su vaso, rotundo.

–Tiene toda la razón –secundó enérgico

Mario–. No hay nada qué temer, temer es para

los vivos. Yo, personalmente, lo digo como tu

padre que soy y perdónamelo de antemano, me

siento más feliz muerto que vivo; siento que des-

perdicié mucho mi tiempo; ojalá pronto viniera

tu madre a acompañarme. No hay por qué cul-

parla, siempre fue más lenta para todo. Témela

a ella, no me temas a mí, que estoy muerto. La

muerte es una calaverita de dulce, mírala, ahí

está.

–No es de dulce, es de papel maché –con-

cluyó el general dejando caer su vaso sobre el

suelo, rotundo.

–Para quien te pregunte, dile que es dul-

ce. Que es como emborracharse. –Jaime ins-

tintivamente alejó su vaso. –Sí, mientras más

tiempo llevas muerto más borracho te sientes.

¡Mira a Mendoza! Ya festejó su medio siglo de

muerto. –Mario volvió a llenar los tres vasos de

aguardiente y el general, que parecía en todo lo

demás un muerto común y corriente, levantó

la mano y después de brindar dejó su vaso de

plástico vacío.

Jaime se quedó mirando a la muerte que

le sonreía a un costado, frágil como una niña

reina que no sabe de su destino en su pequeño

envase de vidrio y, fi nalmente, fue alegrándose.

Levantaron a Mendoza y organizaron una ca-

cería de ratones. Buscaron en todos los cuartos

pero en vano. Ya no parecía tan descuidada la

casa. De hecho encontraba objetos que nunca

antes había visto. Mario decía que ellos, al estar

muertos, “no podían ver a lo vivo como lo vivo

con lo muerto y lo vivo con lo vivo y lo muer-

to con lo muerto”. –Pero yo no estoy muerto

–decía Jaime. –Deberías, es una aventura fas-

cinante –le respondía muy serio su padre.

Se pusieron entonces a descabezar muñe-

cos. Así se entrenaban los generales en el cielo,

Si ncope IV.indd 11Si ncope IV.indd 11 15/2/10 03:36:3715/2/10 03:36:37

Page 12: Síncope IV

12

aseguraba Mendoza. Eran demasiado duros

para las arpas y los villancicos, aseguraba, serio

y rotundo. Inevitablemente empezaron a pro-

barle diminuta ropa al muñeco de la muerte. Le

consiguieron un bebé sin cabeza como lazarillo,

un fórmula 1, suéteres y demás lencería ajustada

de Ken y overalls de Roger Rabbit.

Siguieron bebiendo. Con pintura de pare-

des le hicieron bigotes y shorts y prosiguieron

a confi gurarle un avión de papel que llevaba

dibujada las fi rmas de los tres integrantes, pa-

sajero, copiloto y aeromozo, así como un muy

escueto diseño de su propio rostro, sólo un cír-

culo con ojos y labios sonrientes. Ellos mismos

terminaron pintándose. Se hicieron cuencas

alrededor de los ojos, se delinearon las falanges

en los dedos y los dientes en los labios; Mario

le regresó también su magnífi co mostacho al

general, que, según contaban, debía rasurarse

porque es ley que en el cielo todos menos El

Señor anden lampiños.

Para cuando se terminaron el alcohol el

padre de Jaime procuraba un zapateado ruso

sobre la ya de por sí vapuleada mesa de madera

y aseguraba que convertirse en un fantasma era

lo mejor que le había pasado; que cómo no nació

muerto, tanto que se hubiera evitado.

–Pero, ¿no crees papá que cuando cumplas

tu condena vas a dejar de ser fantasma?

–Sí, hijo, pero Dios quiera que mi condena

sea inmensa y terrible.

– ¿Y cuántos más estarán muertos, padre?

–La última cuenta iba arriba del 90% del

pueblo –decía riendo Mendoza panza arriba en

el suelo.

Decidieron salir a visitarlos. No les vendría

mal pegarle un buen susto a alguien. El rui-

do que proferían con sus canciones y silbidos

cruzaba la soledad entera del poblado. No se

detuvieron tampoco ante la idea de disfrazarse;

se pusieron viejos vestidos raídos y sombreros

que se completaban con sus caras llenas de mal-

trechos dibujos a imitación de la muerte. Jaime

se imaginaba dentro de la botella con su muerte

prendida al brazo. Se deslizaba sobre el empe-

drado al ritmo de Sobre las olas. Sentía caer arroz

y confeti en su cabeza y a los costados. Frente

a ellos había una casa. Coros de Iglesia y una

música nada reconfortante se empezaba tam-

bién a escuchar conforme se acercaba. Había,

no obstante, una presencia hermosa que rodeaba

todo aquello. Jaime decía que traía a la muerte

cerca porque le daba buena espina. Le deseó en

silencio unas largas trenzas, un vestido blanco,

unos labios delgados y le sonrió.

Llegaron fi nalmente a la casa. Estaba la

puerta entreabierta. Al entrar, Mendoza y

Mario se toparon con un nutrido grupo de gente

todavía despierta, que volteó instantáneamente.

Los muchachos se quedaron quietos. Se acercó

una señora pálida y delgada, con un reboso.

–¿Qué es esto, David, qué locuras estabas

haciendo, dónde estaban? –la señora levantó la

voz y su tono era amenazante. Ellos seguían

quietos.

–Con Jaime –David recibió una cachetada.

La gente murmuraba insultante y hosca. La se-

ñora, su madre, se alejó sollozando. Ellos empe-

zaron a caminar al fondo de la sala mientras los

demás iban quedándose en silencio. En el fondo

de la estancia vieron a cuatro personas de pie

en el centro. Algunos lloraban. Mientras más

se acercaban, iban distinguiendo una mesita

colocada del otro lado al que ellos se dirigían.

Alcanzaron por fin a ver encima la botella,

una calavera de papel maché, sonriente y no un

hombre, todavía un muchacho que pareciera

soñar en algo bueno y sonríe, dentro del ataúd.

Si ncope IV.indd 12Si ncope IV.indd 12 15/2/10 03:36:3715/2/10 03:36:37

Page 13: Síncope IV

13

Escribo en el pasado y también me hallo

en el presente, estamos todos juntos en la

mesa, sentados. Alguno desea salir por

esa puerta blanca con un par de envases en las

manos y regresar, después de una escueta ca-

minata, con las botellas llenas para tomarlas y

platicar los temas infi nitos de siempre y escuchar

música impuesta por cualquiera, en lugar de leer

esto; yo quiero lo mismo pero no puedo, por-

que escribo y es imposible adelantar las horas;

tampoco puedo ahora, en el presente, porque

yo soy el pobre que está leyendo. Otros vienen

con un afán distinto, quizá el de aprovechar ese

par de horas que tienen libres para sentir que

no pierden el tiempo, que lo aprovechan, sólo

ustedes saben cómo. Mientras tanto, tiemblo y

deseo adivinar lo que piensan, lo que entienden,

si es que algo hay de eso. Temo a sus lenguas.

Equivoco un par de veces la lectura, tropie-

zo, repito dos palabras, me doy cuenta que una

coma está mal puesta. Los errores se esconden

de mi vista para saltar justo en este momento,

esos malditos se hacen furtivos sólo para aver-

gonzarme, para hacerme sentir un verdadero

estúpido. Las frases continúan y sus cabezas se

llenan de espacio, a mi ritmo, con la narración

intrascendente, de la misma forma en que la hoja

blanca se va llenando con letras, con hormigas

que se forman en fi la cuando las escribo. Alzaré

la cara para tratar de adivinar lo que piensan.

Sólo malas señales. Espero que el sudor de

mis axilas no aumente. Aunque sea el presen-

te y aquí me escuchen y me sientan, también

estoy en el pasado mientras redacto para esta

ocasión próxima, para el ahora venidero; en

ambos tiempos estoy atrapado mientras trato

de interpretar el futuro, de adivinarlo. Con esto

me sorprendo en una especie de limbo y toda-

vía no sé si los alcanzo a ustedes porque quizá

también los haya perdido. Ojalá me escuchen

Miércoles Christian Gaudí Ilustrado por Crexmaniak

Si ncope IV.indd 13Si ncope IV.indd 13 15/2/10 03:36:3715/2/10 03:36:37

Page 14: Síncope IV

14

y puedan responderme: ¿En qué tiempo me

encuentran?

La respuesta no importa tanto, porque el

tiempo siempre cambia y lo único que perma-

nece es el ahora, porque “siempre es hoy”.

Tengo miedo porque algunos vendrán

sobre mí, saltarán como fi eras sobre mi carne

y entre ustedes pelearán por rebanar el mejor

pedazo, por hacer la mejor burla y por airear

mis huesos. Ya mataron algunas de mis hor-

migas con sus plumas, las aplastaron convir-

tiéndolas en manchones negros, les sacaron las

entrañas al apretarlas con puntas, con tinta,

con sus dedos. Entiendo que seguirán hacien-

do más borrones y convertirán, muy pronto,

el papel en vasto cementerio y que ésta ya no

será sólo una vil copia. Espero que al menos

dos ya hayan dibujado en los márgenes blancos

con esos trazos barrocos que usan siempre y

que hayan construido un mejor sepulcro, todo

orlado, en donde no sé qué entierran: ¿a las

hormigas, ideas o a mí?

Siempre hay fi suras, no importa qué haga

para evitarlo, siempre encontrarán errores.

Desde este lugar (atrás en el tiempo) puedo

escucharlos y sentir que todo se desquebraja,

que se cae; ustedes, no conformes con asesinar,

provocan un temblor para tirar todo aquello

que sigue en pie. Destruyen, vienen armados

con gramática, con estética, con prejuicios y

glosolalia.

Soy un paranoico, no miro otra cosa en los

carros astrales más que tribulación. Les pido

que si no fumo, me alcancen un cigarrillo. Sí,

denme cáncer; no se aburran, sé que cada pá-

rrafo podría ser el fi nal y que toda la cosa se

podría acabar con este punto.

No, continuaré un poco más, soy auto-

complaciente y me gusta estar atrapado aquí;

estoy pero no sé en dónde, la duda nace con las

alternativas: ahora que leo y fumo; antes, en

donde escribo titubeando y, aquél el lugar en

que me pienso, ahí donde me adivino.

Bueno, tienen razón, debo terminar, deja-

ré de ser sombra (silueta que dibuja las paredes

con mi contorno). Se alivian, viene el incómo-

do silencio, ese que al mismo tiempo es fugaz y

a la vez perenne y después de él, la destrucción

total. Mientras sus ojos se despegan, poco a

poco, dejo el tiempo y vuelvo a mi carne. Ya

es hora: Silencio.

Si ncope IV.indd 14Si ncope IV.indd 14 15/2/10 03:36:3715/2/10 03:36:37

Page 15: Síncope IV

15

Visitación de NezahualcóyotlJavier Pulido-Luna

Amo la lengua: pájaro

de más de cuatrocientas bocas.

Ilustración : Gimena Romero

Si ncope IV.indd 15Si ncope IV.indd 15 15/2/10 03:36:3715/2/10 03:36:37

Page 16: Síncope IV

16

Morena rubia o transparenteJavier Pulido-Luna

Morena rubia o transparente

lo que menos importa

son los zapatos.

Sé que tienen la piedad

y la ternura a fl or de manos

sé que mueren a veces

a brazos vacíos

suspendidas de un aliento que entonces

se edifi ca en otra boca.

Cuánto habré sufrido ayer

de verlas caer en cama de abandono. Pasión y gramaticalidadJavier Pulido-Luna

Anduvimos

amándonos

en toda la extensión del gerundio.

Si ncope IV.indd 16Si ncope IV.indd 16 15/2/10 03:36:3815/2/10 03:36:38

Page 17: Síncope IV

17

Lo llamamos MarJavier Pulido-Luna

Lo llamamos Mar pero no viene

emprende siempre primeros pasos

pero el repliegue de sus aguas

lo devuelve al sitio donde yace

vivo como un fruto que madura

su cristalina pulpa azul

sus innúmeras semillas peces.

Lo morderá la costa cualquier tarde

fermentará de barcos

lo morderá la costa cualquier tarde.

Ilustración : Gimena Romero

Si ncope IV.indd 17Si ncope IV.indd 17 15/2/10 03:36:3815/2/10 03:36:38

Page 18: Síncope IV

18

Soneto a contrarrimaLuis Flores

Amor, agrediré cada palabra

porque tengo una torrencial urgencia

de romper este pésimo silencia

y exigir tu fi gura y tu mirabra.

Antes pacientemente me guardabra

los ruiditos, la voz, la murmurencia,

pero no conseguí tu cercanencia

sino la soledad más despiadabra.

Por eso, a pleno amor, a pleno aire,

a plena maldición de Baudelaire,

con gritos y con hígado te evoco.

Oh, mira, estoy urgente y doloroco,

ven ya porque después será muy taire

y besa la sequía de mi boco.

ProfesiónLuis Flores

No vamos al zoológico ni al cine,

no vamos al museo ni a la playa,

no vamos al hotel ni mucho menos

al mundo construido de oro y mármol;

salimos a las calles, ella es dulce,

vendemos pan, es toda la poesía,

las calles están sucias, ella es dulce,

el mundo es elegantemente amargo,

es toda la poesía,

vendemos pan

y es dulce.

Si ncope IV.indd 18Si ncope IV.indd 18 15/2/10 03:36:3815/2/10 03:36:38

Page 19: Síncope IV

19

AcasoLuis Flores

Si el amor, vaso de vidrio, se nos cae;

si, niño en el mercado, se nos pierde;

si, cáscara o jabón, se nos resbala;

si se nos va, tren sin permiso;

si se nos, cicatriz, desprende ahora;

si se, llaves de la casa, nos olvida;

o si, rana que se asusta, se nos salta.

¿En dónde quedará noviembre en besos?

¿En dónde se desvió la eternidad?

¡En dónde, amor tamaño, nos morimos!

Entonces, un segundo,

un segundo de ventaja

pedir al desamor,

o mucho menos,

que el amor en un segundo

nos meterá en su siempre

para de pronto entrar,

para de nuevo.

Ilustración : Gimena Romero

Si ncope IV.indd 19Si ncope IV.indd 19 15/2/10 03:36:3815/2/10 03:36:38

Page 20: Síncope IV

20

De nuevo

que cuando no se vuelven vino,

se hacen pasas;

lo hacemos porque está, qué triste, hecho

un cascajo repartido

en rutinas, problemas, calendarios;

ya se le han levantado algunas láminas,

ya no sabe morder o pellizcar,

ya no está gordito, provechoso,

ya no electrocutante, largo, tenso;

¿o se pulverizó?, ¡se ha deshinchado!

Quizá sólo se trate de una crisis,

acaso exagerada, diminuta,

pero hacemos el amor,

pero lo hacemos

porque yo lo siento aguado,

porque ya desde hace un mes

se nos vienen cayendo

las piedritas.

Hacemos el amor,

¿no estaba hecho?

No, no estaba hecho ya,

no estaba allí desde el inicio

de todas las especies, las matanzas;

no estaba allí, corriente, devorante,

ancho como la sed, como un estómago;

lo hacemos porque acaso se deshizo,

se descarapeló terriblemente

por sus enfermedades, su carencia

de furias, laberintos, moretones;

hacemos el amor

¿por qué lo hacemos?,

porque se nos desvió la eternidad,

porque no,

no estaba allí para tomarlo

con un jarrón, un beso, una idiotez;

le pasó lo que a las uvas

Luis Flores

Ilust

raci

ón : G

imen

a Ro

mer

o

Si ncope IV.indd 20Si ncope IV.indd 20 15/2/10 03:36:3815/2/10 03:36:38

Page 21: Síncope IV

21

Esto me pasa por ponerme atenciónMario Eduardo Ángeles González

Cada vez

Que me siento

Me siento más

De fortuna

Desafortunado

Y

Cada vez

Más capacitado

Por mis propias discapacidades

Vivo con un pie

De fuera

Y no soy cojo por gusto

Tengo una

Memoria alborotada

Que le reclama

Sus cosas a la conciencia

Y que me pone

Chinito el corazón

Me dan brincos en la piel

Y dolores en la nuca

Soy de hiel irritada

Falsedades en la sonrisa

Y demostraciones vanas

Me le voy de frente

A todo

Y

Me voy yendo

Me voy yendo

Solo

Pero sin prisas

Si ncope IV.indd 21Si ncope IV.indd 21 15/2/10 03:36:3815/2/10 03:36:38

Page 22: Síncope IV

22

Me he descubierto y me dio miedoMario Eduardo Ángeles González

He descubierto

Que tengo miedo

Me tengo miedo

Y que le tengo

Miedo a mi miedo

Me tengo los nervios

Deshechos

El colon me agita

Los sesos me sudan

Me revuelve la ansiedad

La angustia me tiembla

Y se me suelta el corazón

Si ncope IV.indd 22Si ncope IV.indd 22 15/2/10 03:36:3815/2/10 03:36:38

Page 23: Síncope IV

23

El he estado de derechoMario Eduardo Ángeles González

He estado en estados lamentables

Rellenándome la astucia

De pura cosa bonita

He estado en el sin quehacer

Y dejado que me hagan de todo

He estado vacío

He estado consciente

He estado sin estado

Y nadie se dio cuenta

Ilustración : Gimena Romero

Si ncope IV.indd 23Si ncope IV.indd 23 15/2/10 03:36:3815/2/10 03:36:38

Page 24: Síncope IV

24

La vida rozaMario Eduardo Ángeles González

Una vida se puede

Acabar con el alcohol

Cuando le llega

El abandono

Se puede construir

Con delicadeza

Cuando no se tiene

Mejor quehacer

Se puede lucir

Con disimulo

En el mejor de

Los casos

Y

Afortunadamente

Se puede

Prescindir de ella

Contra su propia

Voluntad

Si ncope IV.indd 24Si ncope IV.indd 24 15/2/10 03:36:3915/2/10 03:36:39

Page 25: Síncope IV

25

Alexis Noel Rodriguez Aguaaaaas xilografía sobre manta

2.00 x 1.20

Alexis Noel Rodriguez Guíaacrílico sobre tela

1.10 x 70

Si ncope IV.indd 25Si ncope IV.indd 25 15/2/10 03:36:3915/2/10 03:36:39

Page 26: Síncope IV

26

Si ncope IV.indd 26Si ncope IV.indd 26 15/2/10 03:36:3915/2/10 03:36:39

Page 27: Síncope IV

27

Alexis Noel Rodriguez Siempre esperando... xilografía sobre manta

2.20 x 80 cm

Si ncope IV.indd 27Si ncope IV.indd 27 15/2/10 03:36:3915/2/10 03:36:39

Page 28: Síncope IV

28

Alexis Noel Rodríguez Seislinografía sobre manta

10 x 25 cm

Sincope IV.indd 28Sincope IV.indd 28 15/2/10 09:54:0715/2/10 09:54:07

Page 29: Síncope IV

29

Para todos los freaks: el retorno de BubaTania S. Garay

En este año que termina dejando atrás acontecimientos horrorosos que no

mencionaré ahora (para eso están los noticieros), gracias a una serie de casuali-

dades absurdas, asistí al Primer Encuentro de Edición Gráfi ca Independiente

Historietas 3.0 en el Centro Cultural España y me llevé una grata sorpresa

al tropezar con el libro de poesía del desaparecido José Quintero y su inse-

parable compañera Buba, llamado Flor de Adrenalina. Para los que no saben

o están muy pollitos para recordarlo, es un artista de culto 100% chilango,

con estudios en dibujo publicitario y fi losofía, preocupado por la política y

la cultura en México. Es miembro fundador de la revista Gallito

Comix y su personaje más conocido es Buba, historieta aparecida

por primera vez en La Jornada en 1989 . El Taller

del Perro publicó una compilación en 1998,

posteriormente, reeditada y publicada por

la editorial Vid.

Flor de Adrenalina (2009)

fue publicado por Resistencia,

editorial dedicada a la publi-

cación de proyectos que no

tienen espacio en grandes

editoriales, tanto de poe-

sía como de narrativa,

acompañados de propues-

tas plásticas; de esta manera la

editorial ha construido un con-

cepto literario-plástico de libros.

Reseña

Ilustrado por José Quintero

Si ncope IV.indd 29Si ncope IV.indd 29 15/2/10 03:36:4015/2/10 03:36:40

Page 30: Síncope IV

30

Lo interesante de su propuesta es la originalidad de las obras impresas, ya

que crea una hermandad entre la literatura y el diseño gráfi co, dando como

resultado publicaciones únicas.

La pequeña Buba, creación suprema de la mente trastornada de Quintero,

es considerada ya como un ícono del cómic en México y ha pasado del mundo

Underground a la Web con la publicación del poemario electrónico Las trece

muertes de Buba que en un inicio fue pensado como un libro para niños, pero

debido a su contenido mortuorio, fatídico y sarcástico, toda madre de familia,

miembro de la comunidad de la vela perpetua, se lo prohibiría a cualquiera

de sus hijos. Yo, en cambio, se lo daría a leer a mis hijos sin bronca para que

se cultiven y aprendan a ser vivillos desde chiquillos y a reír con la muerte,

sin temor, que al fi nal, todos vamos para allá.

Flor de Adrenalina es una excelente oportunidad para explorar la faceta

de Quintero como poeta y monero. La poesía de Quintero se centra en temas

recurrentes como la muerte, la vida y el amor, sin dejar de lado su estilo crítico,

ácido y chocarrero en conjunto con los dibujos de Buba. Escritura sencilla,

sin pretensiones, formas clásicas, nostalgia desbordante.

Como triste la piel del mes de abril que a media noche pesa.

Como esa luz de amanecer que duele cuando besa.

O el desdén con que La Muerte va pudriendo la

Belleza.

Como este miedo de morir (como esta cruel certeza)…

(Pág. 85)

Si ncope IV.indd 30Si ncope IV.indd 30 15/2/10 03:36:4015/2/10 03:36:40

Page 31: Síncope IV

31

Si te encuentras atrapado en los noventa y comprabas La Mosca en la pared

(en donde aparecía la tira cómica de Buba) este nuevo libro te traerá buenos

recuerdos, si no es así te arrancará una carcajada o un gesto y si alguna vez

has amado a un perro lo más seguro es que te haga llorar, y tal vez te duela si

te entristece la realidad de este México agonizante que nomás no se cura.

Otro aspecto importante del libro es la conjugación cómic-poesía con el

fi n de promover la lectura entre los jóvenes, hoy en día tan necesaria para

alimentar el alma de los mexicanos siempre ahogados por la crisis. El pró-

logo recomienda el libro para gordos a punto del suicidio, sin embargo creo

que también es altamente recomendable para borrachos mala copa, escritores

frustrados, gordas jamonudas, niños abusones con baja autoestima, en fi n, apto

para todo aquel que sepa o no sepa leer. Ahora bien, si no eres fan de la poesía,

no importa, pues las gráfi cas de la Buba que ilustran los poemas a la perfección,

dan a entender de qué se trata sin necesidad de un gran esfuerzo mental.

Buba volvió para no irse y ahora vuelve en forma de poema. Si estás in-

teresado en conseguir el libro, conocer más sobre el autor o Buba, o si sientes

morbo por saber de qué carajos te platico, o lo que sea, puedes consultar:

http://planetabuba.blogspot.com

http://www.editorialresistencia.com

Si ncope IV.indd 31Si ncope IV.indd 31 15/2/10 03:36:4015/2/10 03:36:40

Page 32: Síncope IV

32

Reino AnimalJosé Quintero

¿Te acuerdas de la vez que iba borracho

y te acaricié los senos sin decir “agua va”?

Fue un pequeño paso para el hombre,

pero un gran salto para el Reino Animal.

Si ncope IV.indd 32Si ncope IV.indd 32 15/2/10 03:36:4015/2/10 03:36:40

Page 33: Síncope IV

33

I

Herido por balas de salva, mezclando

Quake III con tristeza;

sentiste el abrazo del alba como una

camisa de fuerza.

Y alzaste tus mustias plegarias desde el

corazón de los ciegos

a la voluntad planetaria del Cristo de los

videojuegos.

II

Herido de un mal de la mente, de un

yerro que se reproduce;

de un orden de fe intermitente y un caos

que cópula y seduce.

Y alzaste tu fe lacrimosa –copiosa en

troyanos y virus-,

a la sanación milagrosa del Cristo de los

antivirus.

El cristo de los videojuegos José Quintero

III

Herido de estar malherido. Herido por

balas virtuales;

como un gladiador deprimido rumbo al

coliseo de animales.

Abriste tu boca morbosa y alzaste tus

mórbidos ruegos

A la voluntad caprichosa del Cristo de los

videojuegos.

Si ncope IV.indd 33Si ncope IV.indd 33 15/2/10 03:36:4015/2/10 03:36:40

Page 34: Síncope IV

34

Trazando un nombre en el piso con el dedo índice José Quintero

“Si tan sólo pudiera darte un beso,

nada más que un beso, un beso en la mejilla.

Si tuviera el valor de decirte que te quiero”.

Y se lamió, como los perros, el vacío de su

costilla.

Si ncope IV.indd 34Si ncope IV.indd 34 15/2/10 03:36:4115/2/10 03:36:41

Page 35: Síncope IV

35

I. Utopía

Estamos regidos por leyes que establecen con

rigidez lo correcto y lo erróneo en el compor-

tamiento social. Pongamos una situación hi-

potética: un hombre vende en la plaza dibujos

que él mismo ha hecho con mucho esfuerzo,

pero con poca gracia. Los caminantes ino-

centes están obligados a escuchar al dedica-

do pintor cuando éste les muestra uno de los

muchos trabajos que guarda en su carpeta y

les dice su precio. Si a un transeúnte le cau-

san sumo desagrado los trazos del artista, a

lo mucho podrá decirle con honestidad lo que

piensa, pero si siente la imperiosa necesidad

de escupir o de dar un puñetazo al dibujo,

antes ha de prever la violenta reacción del

pintor y, aun cuando tal reacción no se diere,

la intervención de la ley, que demostraría in-

objetablemente el delito del transeúnte y, dado

el caso, la justa defensa del pintor.

El artista posee plena libertad para expresar-

se… pero, ¿qué las personas no merecen que no

se les insulte con torpes intentos de grandeza?

No estoy limitando la libertad de expresión, al

contrario, la extiendo a tal punto que no sea

monopolio del artista. El arte no es un monó-

logo, sino un diálogo, y el creador debe estar

dispuesto a ser correspondido con la misma

amplitud expresiva que tuvo su obra. Así como

es muy sencillo encontrar en los museos cu-

riosidades como, no sé… un vaso de cristal

sobre un libro negro, todo con el título de La

evolución diáfana de Espronceda, tendría que ser

igual de común que el arte fuera aplastado por

las aburridas botas y por los puños de los que

pagan para cultivarse y sólo reciben a cambio

montañas de arbitrariedad. Si Pollock se dio

el lujo de divertirse vaciando pintura sobre un

lienzo como un niño desenfrenado, el espec-

tador que sienta que este artífi ce le ha tomado

el copete está en su derecho de vomitar encima

El AnarcoSobre la libertad de la crítica pictórica

¡Ojalá hubiera un tribunal de apelación para

casos del gusto o de la crítica!

Georg Cristoph Lichtenberg

Rodolfo Ruiz VázquezIlustrado por Crexmaniak

Si ncope IV.indd 35Si ncope IV.indd 35 15/2/10 03:36:4115/2/10 03:36:41

Page 36: Síncope IV

36

de sus cuadros con la misma facilidad con que

fueron concebidos. No se piense que una res-

puesta de este tipo está limitada para aquellas

obras que parecen los hijos mal cocinados de

la mediocridad y la holganza; incluso aquellas

instituciones del arte como la Gioconda o el

David, que han gozado de siglos de boquia-

bierta admiración, deben ser despojadas de su

intrincada seguridad para permitir el paso a los

grafi teros subversivos, a cubetas de ácido. Pero

tampoco se asuma que las respuestas necesitan

ser violentas SIEMPRE; gemir en un tono

agudo y molesto para desconcentrar a los que

visitan el Calendario azteca es otra posibilidad

de acción.

Si este ensayo le parece inútil o fastidioso a

alguien, puede bañarlo en queroseno o aventar-

lo al Usumacinta (al menos tengo otra copia).

De haber una libertad así, un artista

guardaría más cautela a la hora de exhibir sus

gracias. La humildad creativa sería una virtud

(obligada) de todo pintor. El verdadero artis-

ta daría a conocer su creación sin escrúpulo

o temor alguno, aun sabiendo que sus largas

horas de trabajo estarían expuestas a un apo-

calíptico futuro en manos de una destrucción

que podría carecer de cualquier fundamento

crítico y ser simplemente el desenfado de un

hombre que hubiera perdido el ahorro navide-

ño. Pero si una obra fuera fruto de veinte años

de esfuerzo, el artista, por más valiente que

fuera, no osaría arriesgarla a los caprichos del

público. A mi parecer, sucedería lo siguiente:

los buenos artistas —o los artistas con mucho

dinero— pagarían a los imitadores —o a los

genios necesitados— para que reprodujeran sus

obras, y guardarían el original de las manos del

albedrío crítico. Este primer control surgiría

no del dictamen de una autoridad sino de la

precaución del propio artista ante la libertad

ilimitada de expresión.

Es posible que en este escenario los már-

genes indefi nidos de la libertad de expresión

desembocaran en un libertinaje estruendoso.

No importa: sin una institución que regulase

las críticas violentas, el mismo público, pasado

un lapso, se vería en la necesidad de analizar

sus deseos más instintivos y de moderarse

Si ncope IV.indd 36Si ncope IV.indd 36 15/2/10 03:36:4115/2/10 03:36:41

Page 37: Síncope IV

37

con el orden del pensamiento, que de algu-

na manera sirve al hombre para que goce de

mayor comodidad y para que alargue su vida

lo más que pueda. La sociedad abandonaría

la censura arbitraria. Con vistas a establecer

una crítica más controlada y con fundamentos

estéticos, tal vez surgiesen tribunales para de-

terminar qué arte tendría el permiso de seguir

exhibiéndose y cuál estaría irremediablemente

destinado a la hoguera. Sin embargo, creo que

estos tribunales no tardarían en ser disueltos

por la misma sociedad: la gente, capaz a estas

alturas de vivir en armonía sin la amenaza de la

ley, entendería que si las obras se juzgaran por

medio de axiomas y con base en juicios mani-

queos que sólo vieran lo correcto o lo incorrecto,

el arte estaría condenado a regresar al punto

de inicio, cuando un cristal de espeso blindaje

protegía la misteriosa sonrisa pincelada por ese

genio del renacimiento. Para las sociedades re-

organizadas, eso signifi caría un retroceso, ya

que cualquier tribunal de gusto sólo terminaría

por encasillar la imaginación e instaurar una

preceptiva que, si bien gozara de un excelente

ojo crítico, no tardaría en alentar revueltas cuyo

único objetivo fuera desafi ar sus preceptos.

Situémonos en un futuro que cumpla mis

expectativas: si la Gioconda fuera disuelta en

una tina con leche, si los museos fueran in-

festados con enjambres, las personas pronto

se darían cuenta de que son necesarios los Da

Vincis, los Friedrichs, los Pollocks… Arribado

tal momento, lo “clásico” no se apreciará por

el aura de este apelativo sino por un gusto

auténtico. Este aprendizaje podrá alcanzarlo

un tribunal del gusto o de la crítica no esta-

blecido, que esté compuesto simbólicamente

por toda la sociedad en un acuerdo tácito.

En un tribunal simbólico, los jitomatazos,

los escupitajos y los silbidos agudos habrán

de seguir permitiéndose como parte de una

crítica amplia y libre, pero probablemente ya

nadie los practicará. Sin una autoridad contra

la que manifestarse, las expresiones menciona-

das quedarán sobrando. Claro que es preciso

pasar por el libertinaje y por las respuestas

impulsivas antes de llegar a este punto. Sólo

de esa manera se alcanzará una anarquía cons-

ciente de lo que el ser humano disfruta, en la

que se exhiban los horribles Girasoles de Van

Gogh no por respeto a la estúpida tradición,

que para entonces habría impulsado su precio a

una cantidad inestimable, sino por el gusto por

los trazos deformes que las sociedades requie-

ren de vez en cuando para estimular su asco y

su fascinación a la vez. Y después de que esta

obra goce de las adulaciones de un millón de

críticos, será quemada por el consenso de todos

antes de que los aburra de nuevo. La perfección

de la perspectiva conseguida por los maestros

del Cinquecento regresará como la prueba de que

el ser humano es capaz de dar a un lienzo el

aire de la realidad misma; luego, cuando este fi n

ya no sea importante, tan sólo se necesitará un

peine con el título de La vergüenza 1763-TGK

para satisfacer a los visitantes de las amplias

galerías, a quienes ya no les interesarán los

vergonzosos esfuerzos por pintar una cúpula

con apantallante realismo.

II. Los dolores del arte

Creo que he llegado a mi propuesta de-

masiado rápido… mis anhelos son demasiado

impetuosos, lo cual es un buen signo. He ha-

Si ncope IV.indd 37Si ncope IV.indd 37 15/2/10 03:36:4115/2/10 03:36:41

Page 38: Síncope IV

38

blado ya de la comunicación bilateral (por usar

un califi cativo muy de moda en la jerga polí-

tica de los últimos años) que debe existir en

el mundo del arte entre artista y público. He

usado el ejemplo de un vendedor de cuadros

en una plaza para demostrar la irritación que

puede causar una obra. Sin embargo, quizá

muchos no compartan mi opinión respecto

del mismo ejemplo, pues aunque este artista

puede representar una ofensa para algunos

como yo, estoy seguro de que pasará casi

desapercibido para otros que gocen de la más

templada tolerancia; incluso habrá aquellos

que, con el fi n de mostrarse orgullosamente

adoradores de todo el arte y capaces de en-

contrar la belleza y el esplendor de la vida

hasta en los trazos más toscos, contemplen

con interés y compasión velada sus feos di-

bujos. Como vemos, hay gustos para todos.

Cada quien tendrá su criterio y su ideología.

Pero hay otros casos en que las torturas por

las que tiene que pasar el público son llamadas

del cuerpo que ni un atleta podría ignorar. ¿Si

hiciera una lista de los odiosos pormenores

que exige ver un cuadro en un museo? Me

limitaré a breves pero precisos escenarios en

que cualquiera que haya asistido a una casa

de arte con la voluntad de gozar de la cultura

y de aprender, seguramente sintió una deses-

peración explosiva en su interior.

No exploraré las razones del alto precio de

la entrada (el cual ya sería motivo sufi ciente

para poner la balanza a mi favor), pues estaré

asumiendo que se reparte entre curadores, vi-

gilantes, miembros de intendencia y guías, de

los cuales éstos últimos, conscientes o no de la

inutilidad de su trabajo, tienen que justifi car-

la para alimentar a la familia que sustentan.

Empezaré con las largas fi las en la entrada de

los museos. No somos pocos los que, movidos

por las lecciones de la escuela o por los comen-

tarios hechos por la gente con opinión avalada

en materia de cultura, hemos sido llevados al

museo con las ansias de descubrir la majes-

tuosidad de un cuadro. Si bien preferiríamos

estar dormidos o construyendo colibríes con

servilletas rojas de papel, creemos que la visita

al museo terminará por darnos algo tan gozoso

y útil que hará de una fi la tan desesperada-

mente lenta un mal necesario. Crédulos hacia

los deleites del arte, pletóricos de esperanza y

de sudor, protegemos nuestro lugar bajo el sol,

cuidándonos de que nadie quiera pasarse de

listo e intente esquivar los pocos metros que

hemos guardado durante largas horas, arries-

Si ncope IV.indd 38Si ncope IV.indd 38 15/2/10 03:36:4115/2/10 03:36:41

Page 39: Síncope IV

39

gándonos a cachar un cáncer de piel. Estamos

dispuestos, si alguien se atreve a meterse en

la cola, a vociferarle los insultos que primero

nos lleguen a la lengua (no sería sorprendente

que en el febril calor estival alguien gritara a

un mete-fi las: “¡sálgase del sombrero, alter ego

de Kubrick!”).

Las piernas se han entumecido en la zig-

zagueante cola. Cuando entramos al museo,

los pasillos se extienden en olímpica distan-

cia; aquí puede empezar el sufrimiento, pero

todavía guardamos un poco de ímpetu para el

delicioso sabor del saber que nos espera, nos

espera, nos espera…

Cada cuadro parece la repetición del an-

terior: Paisaje con luna llena, Paisaje con luna en

cuarto menguante, Paisaje con luna de invierno;

Virgen con niño, Virgen con niño II, Virgen con

niño y sándwich de salami. Tratamos de atender

escrupulosamente cada cuadro con la dedicación

más hipócrita, inspeccionando detalle por deta-

lle, ya que seguramente, pensamos, de esta ma-

nera encontraremos alguna respuesta perdida,

alguna clave que los historiadores han buscado

por los siglos de los siglos sin haber dado con

ella todavía: la llave de la inmortalidad. Hay

quienes caminan por los pasillos con piernas

atléticas, inspirados por la lectura de El código

da Vinci, con el que aprendieron que un cuadro

puede estar lleno de signifi cados y que una visita

a un museo puede ser aprovechada para resol-

ver con una lupa misterios de gran relevancia

para la humanidad. “¡No mames, encontré un

mondadientes y un mecanismo de reloj junto

a la pezuña del toro de Guernica! ¿Acaso son

símbolos de la limpieza y del orden riguroso

que habían de ser característicos del régimen

de Franco pocos años después del bombardeo?”.

Los pies gritan de dolor mientras el intelecto

fi nge un orgasmo. ¡Ojalá instalaran recorridos

mecánicos con asientos cómodos a lo largo de

las galerías! De no ser por las mujeres hermo-

sas que acuden con la misma disposición de

instruirse que los demás, ¿qué otro consuelo

tendríamos en las fatigosas salas?

¿Estoy insinuando que los museos son una

plaga que merece desaparecer? No, en absoluto.

Si no, ¿qué haríamos un sábado de aburrimien-

to, con qué plática interesante cortejaríamos a

la persona que pretendamos? Pero, por mucho

que deseemos aprender, no es recomendable por

ningún motivo arriesgar una mañana de diarrea

para ver una exposición de estridentistas, a me-

nos que estén seguros de que el museo cuenta

con instalaciones sanitarias de primer nivel.

Me ha llegado una idea para hacer de las

galerías lugares más atractivos: ¡poner música

en grandes bocinas, dar alcohol a los visitantes,

hacer una fi esta entre las millonarias obras!

Me detengo para hacer una crítica más: me

parece necesario cambiar el nombre de “museo”.

Si la “Musa” inspiró a los artistas, esa inspiración

seguramente se perdió en el momento en que

dieron la última pincelada o quizá mucho antes.

¿Por qué insinuar que el “museo” es un lugar

donde la inspiración sigue rondando, cuando

seguramente el visitante más frecuente podrá,

a lo sumo, memorizar las reseñas de los folletos,

pero jamás obtendrá la fama de Warhol? Que el

nuevo nombre sea: Añweronv.

Bueno, ya me he extenuado en mis

observaciones.

Si Lichtenberg dice que a una obra debe

dársele el último toque, es decir, quemarla,

tal vez debió empezar con sus cuadernitos de

aforismos.

Si ncope IV.indd 39Si ncope IV.indd 39 15/2/10 03:36:4115/2/10 03:36:41

Page 40: Síncope IV

40

Hace un par de años, en un entrevista para

www.sekuencia.com, Alonso Arreola había

anunciado que los próximos pasos que daría

en su carrera como solista, después de separarse de La

Barranca, estarían enfocados hacia la música instru-

mental, proyecto que hizo visible con su producción

Música horizontal (2007), en la que, en colaboración con

varios músicos empresarios como Michael Marning,

Trey Gunn, David Fiuczynski y Jaime López, dejó en

claro sus intereses tanto musicales como mercantiles:

hacer música instrumental que explore las posibilida-

des del bajo eléctrico y distribuirla a bajo costo con la

fi nalidad de llegar a más público, pues, como afi rmó en

la misma entrevista “para ganar la batalla hay que darla

por perdida”. Más adelante, en la misma entrevista,

también reconoce que, aunque al formato en disco aún

le queda tiempo de vida, las ventas han disminuido

notablemente, por lo que lo más conveniente era hacer

llegar el disco a la mayor cantidad de gente posible,

eludiendo negociaciones con distribuidoras y hasta con

tiendas de discos.

El camino de Arreola como músico independien-

te ha pasado por varios lugares. Por un lado, Música

horizontal es un disco con gran fuerza cuya expresivi-

dad radica en que las estructuras rítmicas y armónicas

buscan sus propios rumbos, pues no

se limitan dentro de los parámetros

que pudiera imponerle el formato

de la canción, aunque la propuesta

de esta producción se inclina clara-

mente hacia el rock fusionado con

elementos del jazz y el funk; por otra

parte, Arreola también ha musicali-

Alonso Arreola: música para ser niños, ma non troppo

Ilustrado por Gimena RomeroUlises Granados

Si ncope IV.indd 40Si ncope IV.indd 40 15/2/10 03:36:4115/2/10 03:36:41

Page 41: Síncope IV

41

zado Th e kid, de Charles Chaplin, en el ciclo Bandas

sonoras de la Cineteca Nacional, tanto con la Barranca

como al lado de su hermano, Chema Arreola; y para

el 2009, Arreola presentó un nuevo disco en el que

logró exhibir con mayor claridad su gusto por la mú-

sica instrumental contemporánea, muy alejada de sus

trabajos previos: Música para ser niño. Detrás de sus

proyectos sonoros, siempre ha existido la idea de hacer

posible que la música llegue a todos y que su difusión

no sea un problema debido a los altos costos que la

industria discográfi ca exige.

Con su nuevo disco, Arreola parece terminar un

camino que poco a poco lo ha ido separando del rock

y lo aproxima en la misma medida a lo que ha estado

buscando desde que se separara de La Barranca. Al

mismo tiempo, muestra otra cara del mismo músico:

una melancólica. Al escuchar el disco completamente,

de la A (que es de arrullo) a la N (que es de niño), se

puede percibir su nostalgia por la niñez, la percepción

de su infancia desde el adulto que hace la música y, en-

tonces, más que una búsqueda por revivir sus primeros

años, se vuelve una evocación pública que bien pudiera

comunicarnos con ese tiempo que de-

jamos pasar tan inadvertidamente, con

la sensación de no ser más ese niño.

En palabras de Milan Rúfus:

Es como si tú, polizón,

quisieras bajar de tu tiempo, igual

[que de un avión,

derecho a una nubecilla.

Jurando que aguantará

eso pesado que eres,

eso por siempre sin alas.

Para escuchar y contactar a Alonso

Arreola:

[email protected]

www.labalonso.com

www.myspace.com/labalonso

Si ncope IV.indd 41Si ncope IV.indd 41 15/2/10 03:36:4115/2/10 03:36:41

Page 42: Síncope IV

42

Introducción

La música Klezmer es un estilo de música judía que co-

menzó en Europa del Este en la época medieval. El

signifi cado de la palabra Klezmer proviene de las palabras

hebreas kley (vasija) y zimmer (canción) es decir, “vasija

del canto” o “portador del canto”. El término fue usado

en Yiddish para referirse a los músicos que la hacían,

hoy en día la palabra Klezmer se utiliza para referirse al

estilo musical. En la música Klezmer, los instrumentos

adquieren una cualidad conmovedora con características

humanas tales como la risa y el llanto.

El Klezmer en Europa del Este

La música Klezmer se originó en la cultura judía de

habla Yiddish de Europa del Este; usualmente se in-

terpretaba por un grupo de tres a seis músicos. Los

músicos o los Klezmorim viajaban de pueblo en pueblo

para tocar en bodas, en las fi estas de Purim1y en las

ferias. Los instrumentos comúnmente utilizados eran

el violín, el clarinete, la fl auta, el chelo y tambores.

1 Festividad judía celebrada anualmente en el 14 del mes judío Adar, se conmemora el milagro relatado en el Libro de Esther.

Las leyes limitaban el tamaño de las

bandas y las horas que podían tocar.

El violín era el instrumento más po-

pular debido a que algunos pueblos

prohibían instrumentos estruendosos

tales como el clarinete, las trompetas

La vida de la música KlezmerCamile HuttTraducción: Alina HernándezIlustrado por Gimena Romero

Si ncope IV.indd 42Si ncope IV.indd 42 15/2/10 03:36:4215/2/10 03:36:42

Page 43: Síncope IV

43

y los tambores. La música era secular, informal y, en

su mayoría, improvisada ya que los Klezmorim raras

veces poseían estudios musicales formales y no podían

leer partituras.

El ofi cio de Klezmer se trasnsmitía de padre a hijo.

Los klezmorim no tenían raíces, viajaban de Shtetl a

Shtetl2 para encontrar trabajo; de hecho, la etiqueta de

Klezmer se usaba de manera negativa para referirse a

alguien quien tenía una limitada educación musical y

un estilo de vida errante.

A pesar de su reputación endeble, la música Klezmer

fue muy importante para la vida judía de la Europa del

Este. Los instrumentos musicales se prohibieron en las

sinagogas después de la destrucción del segundo templo3

en el año 70 d.C. y el Klezmer dio a las bodas y a los festi-

vales la alegría que necesitaban; hay un dicho Europa del

2 Pueblo o villa con población judía en su mayoría. 3 El Segundo Templo fue la reconstrucción del Templo de Jerusalén en el 518 a.C. En el año 70 a. C. fue destruido por los romanos. El muro de las lamentaciones representa su único vestigio.

Este que dice: “una boda sin Klezmer es

peor que un funeral sin lágrimas”.

El Klezmer en el arte

La importancia del Klezmer en la vida

de los Shtetl aparece en el arte de fi nales

del siglo XIX y en los albores del siglo

XX. Sholem Aleichem hizo referen-

cias al rol del Klezmer en muchos de

sus cuentos, por ejemplo, el conocido

personaje de “el violinista en el tejado”

es una adaptación por Joseph Stein de

los cuentos de Tevye el Lechero de

Aleichem. Uno de sus cuentos, titulado

“Stempeniu: Un romance judío” habla

de un renombrado Klezmer llamado

Stempeniu descendiente de una familia

de larga tradición musical, que llega a

un pueblo a tocar para una boda.

Si ncope IV.indd 43Si ncope IV.indd 43 15/2/10 03:36:4215/2/10 03:36:42

Page 44: Síncope IV

44

También podemos ver el Klezmer en muchas de las

pinturas de Marc Chagall como por ejemplo “El violi-

nista”, que muestra a un violinista sobre los techos de

una villa y en segundo plano a tres aldeanos mirándolo

con estremecimiento; En “Novia con cara azul” vemos el

rol prominente de los klezmorim en las bodas judías pues

representa a varios músicos alrededor de la novia.

El declive de la música Klezmer

Durante las persecuciones antisemitas de fi nales del

siglo XIX e inicios del XX, muchos judíos huyeron

de Europa del Este a América y la música Klezmer

con ellos. Desafortunadamente, sus hijos no estaban

interesados en la vieja música de la tierra natal de

sus padres; en cambio, escuchaban la música popular

Estadounidense. La Segunda Guerra Mundial puso fi n

al modo de vida judío europeo y con ella a la cultura

del Klezmer, reduciéndola al recuerdo.

El resurgimiento del Klezmer

Por fortuna, en los setenta, jóvenes músicos comenza-

ron a explorar la tradición musical del Klezmer. Una

banda llamada Klezmorim formada en California tocó

alrededor de los Estados Unidos y Europa. El interés se

renovó y se hicieron esfuerzos para recuperar el estilo

auténtico de la música Klezmer, por medio de viejos

registros escritos en Europa y algunas grabaciones de

inicios del siglo XX.

La tradición del Klezmer en los Shtetl judíos ya no

se encuentra; pero al menos la música continúa viva.

Sitios de interés:

http://kennor.blogspot.com

http://klezmer-es.blogspot.com/

Referencias:

Sholem Aleichem Stempenyu: A

Jewish Romance (Th e Art of the

Novella). Paperback, 2007

Neugroschel, Joachim. Th e Shtetl: A

Creative Anthology of Jewish Life in

Eastern Europe. Paperback, 2009.

Sapoznik, Henry. Klezmer! Jewish

Music from Old World to Our

World. Schirmer Books,1999.

http://www.budowitz.com/pages/shor-

thistory.html

http://www.cleary.dircon.co.uk/klez-

mer.htm

http://www.davkamusic.com/sfke/

klezmer_history.htm

http://www.ibiblio.org/yiddish/Book/

Neugroschel1/jn-shtetl-stempeniu.

html

http://www.klezmershack.com/arti-

cles/aboutklez.html

http://www.larkinam.com/

MenComNet/Business/Retail/

Larknet/ArtKlezmorimInterview

http://www.users.drew.edu/jbazewic/

hst/klexmer.html

Si ncope IV.indd 44Si ncope IV.indd 44 15/2/10 03:36:4215/2/10 03:36:42

Page 45: Síncope IV

45

LetraPalabraSilencioFranz Calderón

Ilustración : Gonzalo Fontano

Si ncope IV.indd 45Si ncope IV.indd 45 15/2/10 03:36:4215/2/10 03:36:42

Page 46: Síncope IV

46

Título sobre blanco.

FADE IN:

EPÍGRAFE:"Al despertar, encontraba sumensaje en la mano de la mañana.

Como no aprendí a leer, no sé loque me diría.

Siga el sabio entre sus libros,nada le preguntaré.

Y, ¿acaso el sabio podríacomprenderlo?

-Rabindranath Tagore, La Carta-

FADE OUT

1.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. NOCHE.

Vemos el rostro de DIANA (jóven de 25 años, morena) sobre elbrazo de un sillón, aparentemente dormida, envuelta en unacobija. A su lado, en el sillón, hay un espacio vacío queparece haber sido abandonado momentos antes. Descubrimosentonces a un hombre cuyo rostro no vemos, de pie al ladodel sillón, inmóvil. El hombre camina fuera de cuadro. Vemosentonces en primer plano un portalápices con una pluma y unlápiz, así como una papelera donde hay apiladas muchas hojasde papel blanco. Al fondo, la puerta del cuarto, de la quesale el hombre y se sienta frente al escritorio. Pone sobreéste una hoja de papel. Del portalápices toma una pluma. Alintentar escribir, ésta no pinta. Devuelve la pluma y sacaun lápiz que tiene goma, pero no punta. Algo desesperado,encuentra un sacapuntas y lo usa en el lápiz, dejando labasura caer sobre el escritorio. Escuchamos que comienza aescribir.

ENTRELAZADO CON:

2.- INT. SALA DE ESPERA DEL ÁREA DE CREMACIÓN. DÍA.

Entramos en la sala de espera, viendo muchos atuendos, todosnegros. Encontramos a DIANA sentada en una silla, perdida enpensamientos, con el rostro hinchado de llanto, la mirada enel vacío.

(CONTINUED)

Si ncope IV.indd 46Si ncope IV.indd 46 15/2/10 03:36:4215/2/10 03:36:42

Page 47: Síncope IV

47

CONTINUED: 2.

SANTIAGO¿Diana?

Diana alza la cabeza, para mirar a SANTIAGO.

SANTIAGO...soy Santiago...

Vemos por primera vez el rostro de SANTIAGO, hombre reciénentrado en los 30, moreno, de aspecto extremadamente serio.Durante el diálogo, sus palabras no muestran compasión niemoción alguna. Sus ojos no parpadean.

SANTIAGO...trabajé con tu papá. (Pausa) Fueun buen hombre.

DIANA(pausa)

Gracias.

SANTIAGOSi hay algo que pueda hacer...

DIANA(sonríe débilmente mientrasniega con la cabeza)

Muchas gracias.

Santiago busca qué más decir, calculador.

SANTIAGO¿Ya comiste?

DIANAMmh... no.

SANTIAGODéjame invitarte algo.

DIANAGracias, pero no tengo hambre.

SANTIAGOVamos. A lo mejor te distraes unpoco.

DIANA(luego de una breve pausa,asiente con la cabeza)

Ok.

DIANA se levanta y ambos comienzan a caminar.

(CONTINUED)

Si ncope IV.indd 47Si ncope IV.indd 47 15/2/10 03:36:4215/2/10 03:36:42

Page 48: Síncope IV

48

CONTINUED: 3.

SANTIAGO¿La policía ha averiguado algo?

DIANANo.

SANTIAGOTengo amigos en la federal. Siquieres les hablo, a ver si sabenalgo.

DIANAQué amable... ¿porqué no loplaticas con mi hermano?

SANTIAGO¿Gerardo? No tengo el gusto deconocerlo.

DIANA(busca con la mirada)

¿Ves ese grupito de ahí? El másjoven.

Vemos a GERARDO, hombre moreno de 28 años. SANTIAGO loobserva cuidadosamente.

SANTIAGOAh, él.

CORTE A:

3.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 2. DÍA

Vemos en primer plano una foto donde aparece DIANA con suhermano y otras personas. Al alejarse la cámara, vemos quees SANTIAGO quien está viendo la foto, sosteniendo el marcoen su mano. Lo coloca sobre un mueble. Mientras sucede esaacción, escuchamos el diálogo:

GERARDO(V.O.)

A Diana no le he dicho nada. Nipienso decirle. Está convencida deque fue un asalto.

Vemos a SANTIAGO, que voltea entonces hacia GERARDO, quientrae dos tazas de café. Le da una a SANTIAGO. GERARDO tieneuna barba de una semana.

(CONTINUED)

Si ncope IV.indd 48Si ncope IV.indd 48 15/2/10 03:36:4215/2/10 03:36:42

Page 49: Síncope IV

49

CONTINUED: 4.

GERARDO(rogando)

Y no quiero que... se asuste. Házmeun favor. No le digas nada de estoa ella... Me voy a mudar a sudepartamento. No quiero que andesola.

SANTIAGO observa a GERARDO, confundido. Por primera vez lovemos parpadear. GERARDO se queda reflexivo largamente.

SANTIAGO¿Has... hablado con alguien más deesto?

GERARDONo... pero estoy casi seguro de queel Salas tuvo algo que ver. Casiseguro.

SANTIAGOPuede ser...

CORTE A:

4.- EXT. VÍA PÚBLICA. DIA

Vemos el tráfico de la ciudad con el cielo nublado. Entra acuadro el teléfono público, sin que veamos quién estáhablando. Escuchamos que alguien marca.

SANTIAGOSí.

Descubrimos que es SANTIAGO quien habla.

SANTIAGO¿También?

Su rostro muestra una ligera molestia. Mira hacia elhorizonte, como bocetando su siguiente acción.

SANTIAGOBien...

SANTIAGO cuelga el teléfono.

CORTE A:

Si ncope IV.indd 49Si ncope IV.indd 49 15/2/10 03:36:4315/2/10 03:36:43

Page 50: Síncope IV

50

5.

5.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. NOCHE.

Vemos la puerta del apartamento de Diana. Tocan a la puerta.

DIANA¡¿Quién?!

SANTIAGOSantiago.

DIANAEstá abierto.

SANTIAGO entra. DIANA sale de una puerta, corre hasta él ylo abraza. SANTIAGO se pone nervioso.

DIANA¡Santiago, ayúdame! ¡Desde antierno sé nada de Gerardo, y nadie loha visto! Estoy preocupada... ¿Y silo de mi papá no fué un asalto?

SANTIAGO va a sacar su pistola cuando DIANA lo interrumpe:

DIANAAbrázame...

SANTIAGO duda unos segundos. Lentamente, se decide aabrazarla con la otra mano. Lo hace fríamente y terminapronto. DIANA lo suelta, mirándolo algo decepcionada.Apenada, retira la vista pero SANTIAGO la sigue observando.Guarda la pistola.

CORTE A:

DIANA y SANTIAGO aparecen sentados en un sillón, ellahablando, envuelta en una cobija, él mirándola. Ella hablade lo que le está aconteciendo y lo que siente, por elasesinato de su familia, tiene miedo, se siente perdida.Todo ello sólo se refleja en su rostro al hablar, pues noescuchamos su diálogo. DIANA le llama a Gerardo, pero nocontesta y ella comienza a llorar de nuevo, másintensamente. Sigue hablando con SANTIAGO. Luego, cansada,se recuesta. Le echa encima a SANTIAGO el extremo de sucobija. Luego, se queda dormida. SANTIAGO retira la cobija yse levanta del sillón. Durante estas acciones escuchamos lavoz en off de SANTIAGO:

SANTIAGO(V.O.)

Pospuse mi trabajo por ver esascosas que te pasaban en el rostro.Entendí que yo no era capaz de

(MORE)

( )

(CONTINUED)

Si ncope IV.indd 50Si ncope IV.indd 50 15/2/10 03:36:4315/2/10 03:36:43

Page 51: Síncope IV

51

CONTINUED: 6.

SANTIAGO (cont’d)sentirlas. Te entendí viva y a micomo un muerto que mata.

CORTE A:

SANTIAGO está parado al lado del sillón, con la pistola enla mano, observándola. Guarda la pistola y apaga la luz.Sale del cuarto.

SANTIAGO(V.O. cont’d)

No puedo explicar porqué hice loque hice.

CORTE A:

6.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. NOCHE.

SANTIAGO sigue escribiendo una carta para DIANA, sentadofrente al escritorio.

SANTIAGO(V.O. cont’d)

A Salas le estorbaban y me mandarona mí. No hay nada más que decir,nada que le dé sentido a todo ello.Las palabras nunca sonsuficientes...

CORTE A:

7.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. DÍA.

Vemos el rostro de DIANA sobre el brazo del sillón, nosabemos si está dormida o muerta.

SANTIAGO(V.O. cont’d)

y ahora el tiempo presiona. Salasme pagó por tres muertos, pero elúltimo sera él mismo.

DIANA abre los ojos, despertándose. Mientras escuchamos losiguiente, se levanta y se da cuenta que SANTIAGO no estáacostado a su lado.

SANTIAGO(V.O. cont’d)

Si lo logro, me iré del país.Procura hacer lo mismo.

(CONTINUED)

Si ncope IV.indd 51Si ncope IV.indd 51 15/2/10 03:36:4315/2/10 03:36:43

Page 52: Síncope IV

52

CONTINUED: 7.

DIANA¿Santiago?

CORTE A:

8.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. NOCHE.

De vuelta a la noche anterior, SANTIAGO dobla la carta queacaba de escribir y busca dónde dejarla. Ve un mueble y ladeja encima, a la vista. En el mismo hay una foto de DIANAsonriendo. Vemos su rostro enjuto, observándola reflexivo.Parece recordar algo. Voltea hacia el escritorio, donde estáel lapiz con que la escribió. Se queda mirándolo un momento.

CORTE A:

9.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. DÍA.

DIANA se para del sillón. Pasa al lado del mueble pero vemosque no está ahí la carta. Ve el lápiz, encima del escritorioy luego en el bote de basura una hoja de papel hecha bola.Camina hacia el bote y al desarrugar la hoja, cae la basuradel sacapuntas. DIANA ve el contenido de la carta, que no esrevelado a nosotros. Al instante vuelve a arrugar la hoja yla devuelve al bote, indiferente. Escucha un ruido y voltea.

10.- INT. CUARTO DE APARTAMENTO 1. NOCHE.

Volvemos al último cuadro de la escena 8, pero ahora podemosver a SANTIAGO tomar una decisión un tanto repentina. Caminahacia el escritorio, donde toma el lápiz y lee rápidamentela carta. Voltea el lápiz y escuchamos que comienza a borraralgunas líneas. Luego más. Al final decide borrarlacompletamente. Gira el lápiz para comenzar a escribir. Sedetiene un momento, luego barre con la mano la basura delsacapuntas, poniéndola en la hoja. La arruga hasta hacerlabola y la echa en el bote de basura. Saca otra hoja. Sequeda un momento reflexivo. Sin escribir nada devuelve lahoja a la pila. Se levanta del escritorio mientras nosquedamos en la hoja blanca.

CRÉDITOS

Si ncope IV.indd 52Si ncope IV.indd 52 15/2/10 03:36:4315/2/10 03:36:43