Sinapia. Una Utopia Española Del Siglo de Las Luces

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SinapiaEdición de Miguel Aviles

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  • Biblioteca de visionarios, heterodoxos y marginados

  • SinapiaUna utopa espaola

    del Siglo de las Luces

  • Copyright 1976, Miguel Avils Fernndez Editora Nacional. Madrid (Espaa) Depsito legal: M. 20.224-1976I.S.B.N.: 84-276-0344-4 Impreso en Talleres Grficos Montaa Avda. Pedro D ez, 3. Madrid-19

  • MIGUEL AVILES FERNANDEZ

    SinapiaUna utopa espaola

    del Siglo de las Luces

    E D I T O R A N A C I O N A L

    Generalsimo, 29

    MADRID

  • A Mara, compaera de viaje a una nueva Sinapia.

  • INTRODUCCION ................................................................... 13

    Sinapia. Una u top a espa ola del S ig lo delas L uces ........................................................................... 15

    Los e lem en to s de la f i c c i n ......................................... 19D escripcin de la S inap ia ........................................... 26Sinapia y las u top as c l s ic a s .................................. 43Sinapia. Una con stelac in de esperanzas para

    la E spaa ilustrada .................................................... 54

    DESCRIPCION DE LA SINAPIA, PEN IN SU LA EN LA TIERRA AUSTRAL ...................................... 67

    1. I n tr o d u c c i n .............................................................. 692. D escripcin general de la pen nsu la ............. 703. H abitadores ................................................................ 724. D e su fertilidad y de la S in a p ia ......................... 765. D e los an im ales, aves y p e c e s ............................ 786. D iv isin p o ltica de S inap ia ......................... 807. D e la casa o f a m i l ia ................................................ 828. D el barrio o c u a r t e l ................................................. 829. D e la v i l l a ...................................................................... 83

    10. D e la c iu d a d ................................................................. 8411. D e la M e tr p o li........................................................... 8512. D e la C o r t e .................................................................... 8513. D e la form a de la r e p b lic a ............................... 8614. Los padres de f a m i l ia ........................................... 86

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    1021061131 161191211241271 30131

    Del padre de b a r r io ................De lo s padres de v illa ..........De lo s padres de c iu d a d .........De lo s padres de M etrpoli ... De los p adres de S inap ia ...Del p rn cip e ..................................De las casas de la com u nid adDe la r e l ig i n .............................D el gob iern o m i l i t a r ................D el gob ierno econ m ico ... . De las acc ion es com u n es ...De la j u s t i c i a .............................De la e d u c a c i n .......................De las e le c c io n e s ......................Del trab ajo y del com ercio .De las c i e n c ia s ............................De las artes ..................................De lo s e s c la v o s ...........................R e f le x io n e s ...................................

  • Introduccin

  • Sinapia. Una utopa espaola del Siglo de las Luces

    Por extrao que parezca, son pocas las obras a las que pueda aplicarse el ttu lo de utopas, que han visto la luz en el pas de Don Quijote. Del m ism o modo, m ientras que en Espaa ha florecido hasta el delirio esa utopa individual que es la mstica, las utopas sociales apenas pueden contarse con los dedos de las manos, incluyendo aquellas que nunca fueron dadas a la im prenta. Tal es el caso de la que aqu presentam os, la que lleva por ttu lo Descripcin de la Sinapia, Pennsula en la Tierra Austral 1.

    El texto original de la Sinapia se encuentra entre los docum entos pertenecientes a don Pedro Rodrguez de Campomanes, que form an el Fondo Docum ental de D.a Carmen Dorado y Rodrguez de Campomanes, hoy depositados en la Fundacin Universitaria Espaola. Se debe su descubrim iento al bibliotecario de dicha entidad, don Jorge Cejudo L

    1 Dejamos para la obra que preparamos Utopas espaolas en la Edad Moderna el estudio detallado de sta y de aquellas otras utopas sociales a que hem os hecho referencia.

  • pez, que dio noticia de su existencia en el excelente catlogo de dicho fondo, confeccionado por l y publicado recientem ente por la Fundacin Universitaria E sp a o la 2.

    M uchas son las razones que abogan por el inters de esta curiosa obra que es la Sinapia y as tendremos ocasin de com probarlo a lo largo de estas pginas. Por ahora sea suficiente tener a la vista lo que, en nuestra opinin, constituye la clave in terpretativa de la Sinapia, el hecho de que este imaginario pas, esta Repblica ideal, sea as en el sitio com o en todo lo dems, perfectsim o Antpode de nuestra Espaa 3.

    Nada m ejor que la lectura directa de la D escripcin de la Sinapia para percatarse del alcance de una obra com o sta, enmarcada en el esperanzado m bito en que se movieron los hom bres de la Ilustracin. E sto no obstante, no nos ha parecido ocioso anteponerle una introduccin que, ms que aclarar lo que de por s es transparente, se lim itara a orientar respetuosam ente al lector con algunas sugerencias y parangones. Guiados por este criterio, ofrecemos, en prim er lugar, algunas consideraciones sobre los recursos form ales de que se ha valido el autor de la Sinapia para lograr un efecto ms inci

    2 J. Cejudo Lpez, Catlogo del Archivo del Conde de Campomanes (Madrid - FUE, 1975). El legajo en cuestin, fichado con la signatura 8-17, consta de 10 cuadernillos de 14,5 x 19,5 cm., escritos por ambas caras, con un total de 80 pginas. La numeracin original slo afecta a las pginas impares, por lo que, en al transcripcin del texto, utilizamos la notacin recto-verso junto al nmero de la pgina correspondiente. En sus mrgenes se anotan los nmeros y ttulos de cada apartado, as como los aadidos que eventualm ente insert el autor o el copista. La letra es del siglo xvi i i .

    3 Sinapia, cap. 33, p. 40 v. (En adelante citarem os S. 33, 40 v. etc.)

  • sivo en los destinatarios de su utopa (Cfr. apartado Los elem entos de la ficcin). La pseudoepigrafa, el recurso al antipodism o de modelos sociolgicos, etctera, saben ponerse al servicio del au tor con un resultado que la experiencia de su lectura evidenciar oportunam ente.

    Nos hem os detenido, a continuacin, en llevar a cabo un resum en del contenido de la obra que bien podra considerarse repetitivo si no hubisem os tenido el cuidado de preterir m u ltitud de aspectos para detenernos en aquellos que exigen la concentracin d e m em bra disiecta para entender la opinin del au tor sobre ciertos aspectos de su sociedad ideal e, incluso, la imagen concreta que en su m ente pudieron tener desde la Pennsula de Sinapia a la planta de sus tem plos (Cfr. apartado Descripcin de la Sinapia).

    En tercer lugar, se ha establecido una comparacin entre la Sinapia y dos de los ms im portantes clsicos de este gnero literario, la U topa, de Toms Moro, y La Ciudad del Sol, de Fr. Tom s Cam- panella (Cfr. apartado Sinapia y las utopas clsicas), Conscientem ente hem os evitado la com paracin con las utopas posteriores, en especial con las ideaciones de los llam ados socialistas utpicos 3 bis, tanto por no cansar al lector, como por albergar el deseo de publicar stas y otras consideraciones en un estudio que preparam os sobre las utopas forjadas por d istin tos pensadores hispanos de la Edad Moderna.

    Cerramos nuestra introduccin con una mirada al entorno en que se produce la Sinapia: E l siglo X V III en Espaa (Cfr. apartado Sinapia, una constelacin

    3bis Sobre el particular, vase la obra de E lorza, A., Socialismo utpico espaol, Alianza Editorial. Madrid, 1970.

  • de esperanzas para la Espaa Ilustrada). Tam poco aqu nos hem os dejado llevar de la tentacin de la exhaustividad. Subrayam os ciertos paralelism os que nos han parecido obvios pero dejam os su desarrollo en m anos del lector, que podr servirse de las obras especializadas que indicam os en las notas para llevar a cabo, por s m ism o, este descubrim iento. Un excelente campo es el que, a este fin, nos ofrecen ciertas realidades, que bien podram os calificar de sinpicas, contem porneas de la Descripcin. Valgan de ejem plo las reducciones jesuticas del Paraguay o la obra colonizadora del rgimen carolino en Sierra Morena.

    El texto de la D escripcin de la Sinapia se ha reproducido atenindonos a ciertas norm as elem entales de transcripcin destinadas a facilitar su lectura. Se ha observado, como criterio general, el de m antener la lengua y m odernizar la ortografa. H em os disuelto las abreviaturas y hem os intercalado, cuando nos ha parecido interesante, las oportunas notas explicativas en las que, si no hem os acertado, el lector sabr encontrar una excelente oportunidad de cola- borar con sus conocim ientos.

    Las soluciones que ofrece el autor de S inapia a los problem as sociales, econmicos, polticos, religiosos, culturales, etc., de la Espaa de su poca podrn parecem os acertadas o descabelladas. De todos m odos, su disconform idad fundam enta l con el m undo en que vivi y su magnfica generosidad de visionario, no pueden servir sino de estm ulo para ensearnos a descubrir, tam bin a nosotros, otras Sinapias, antpodas del m undo en que vivim os, que sirvan de ilusionado m odelo de accin.

    Antes de entrar en materia, perm tasenos hacer constar nuestra gratitud a don Jorge Cejudo, biblio-

  • tecario de la Fundacin Universitaria Espaola, en quien no sabramos si adm irar ms al am igo o al hom bre de ciencia. Justo es, tambin, agradecer, tanto a la propietaria com o a la Fundacin en que se custodian estos fondos docum entales, el servicio que generosam ente hacen a la cultura espaola. Vaya, finalm ente, nuestro agradecimiento a D. Pedro Sinz Rodrguez m aestro inim itable, am igo inm erecido y excelente catador de los vinos del espritu, por cuanto a l le debe la Sinapia.

    Los elem entos de la ficcin

    La Repblica de Sinapia, como afirm a su creador, cuenta entre sus instituciones culturales con unos colegios en los que, entre otros m uchos sabios, hay unos a quienes llaman mercaderes de luz los cuales, en traje de arm enios y banas, peregrinan por todas partes adquiriendo libros, noticias, m ateriales y m odelos para el adelantam iento de las ciencias y artes y, colaborando estrecham ente con ellos, tienen traductores de todos gneros de lenguas. Unos y o tros dan a sus vecinos toda la luz que conviene y la libran de todo lo daoso e in til que tanto abunda entre nosotros4.

    Consecuente con sus ideas, el autor se nos presenta com o uno de estos mercaderes de luz, que ha recogido sus noticias de libros extranjeros y las ha traducido para ponerlas a disposicin de sus com patriotas. E n efecto. Contrariam ente a los dem s utopistas, que suelen constru ir sus ficciones sobre la base de un dilogo entre un viajero imaginario y su

    4 S in a p ia , 29, 34 y 34 v .

  • anfitrin 5, el autor de Sinapia introduce su tem a en la form a siguiente:

    No s cmo se v inieron a las m anos algunos apuntam ientos que Abel Tasm n hab a hecho en su viaje, traducidos por algn curioso de holands en francs, en que se da no tic ia de cierta repblica que, p o r su antigedad, ju stificacin y sum a diversidad de lo que p o r ac se p ractica , no me ha parecido indigna de la curiosidad de mis paisanos... D eterm inm e, pues, a traducirla , a riesgo de que pase p o r novela6.

    De esta form a, habra sido Abel Tasm an el autor de cuanto l relata en su m anuscrito acerca de Sinapia. N o parece, sin embargo, que esto sea cierto. A pesar de que, adems, se presenta como contem porneo de Tasman7, hay sobradas razones para creer, y el lector de Sinapia podr apreciarlo fcilm ente , que el au tor de esta u topa debi escribirla m uchos aos despus de la m uerte de Tasman.

    E l navegante holands Abel Janszoon Tasm an (Lub- gegast, 1602 1603-Batavia, 1659) em prendi, por orden del Gobernador de Batavia, Van Diemen, varios periplos. En uno de ellos (1642-43) circum naveg Australia y descubri la Tierra de Van Diemen, que ms adelante se denom inara Tasmania en honor de su descubridor, as com o Nueva Zelanda. Se conservaba un diario de su navegacin, pero no fue publicado hasta 1860, en A m sterdam , con el ttu lo de Jou rnal van de Reis naar het onbekende Zuidland 1642

    5 Rafael Hitlodeo y Toms Moro en la Utopa de ste. Un Almirante genovs y el Gran Maestre de los Hospitalarios en La Ciudad del Sol, de T. Campanella.

    6 S in a p ia , 1, 1 y 1 v.7 Hace referencia al periplo de Abel Tasman com o si

    hubiese tenido lugar en nuestros das (S in a p ia , 1, 1).

  • door Abel Janszoon Tasm an 8. Mas, aunque el autor de la Sinapia hubiese conocido alguna versin, ms o m enos resumida, de este diario, nada tiene que ver su contenido con el de nuestra utopa, a no ser alguna ancdota suelta 9 o el idlico am biente en que Tasm an describe a los pueblos m ahories de Nueva Zelanda. No parece, en efecto, sino que el au tor de la Sinapia se ha servido del recurso de la pseudo- epigrafa para autorizar, de algn m odo, ante sus lectores lo que, de o tro m odo, no sera tom ado l m ism o lo reconoce, sino como una novela 10.

    Sinapia no es, pues, otra cosa que la imagen invertida de la Espaa en que vive el autor. Su situacin geogrfica, que anota m inuciosam ente, es la m ism a que tiene E spaa... pero en el polo opuesto

    8 Editado por Jacobo Swart. La biografa de Tasman fue publicada por D ozy en Bijdragen tot de Taal-land: Volken- kunde van Nederlandsch Indie (1887).

    9 As trata de confirm arlo aduciendo una ancdota que dice relatada por Tasman (Cfr. S inapia, 26, 26 v. Hace tambin una relacin de los hitos de su periplo en S inapia, 2, 2).

    10 E ste m ism o afn por dar verosim ilitud a su relato con base a la autoridad de v iajeros notab les, le hace aludir, en su introduccin, a las noticias aportadas por los navegantes que, desde fin a les del siglo xv i, frecuentaron los m ares australes: A lvaro de Mendaa y Pedro Fernand e z d e Q uirs, entre los espaoles. P. de N u yts, Van D ifm en, C arpenter y Tasman, en tre los holan d eses. Sugerim os la probabilidad de que el autor de Sinapia haya aprovechado algunos de los d atos que transm itieron tanto Alvaro Mendaa de N e ira (1541-1595) com o Fernndez de Q uirs, en su Relacin de un memorial que ha presentado a S. M. el Capitn Pedro Fernndez de Quirs sobre la poblacin y descubrimiento de la cuarta parte del mundo, Austrialia incgnita, su riqueza y fertilidad, descubierta por el m ism o capitn (Pam plona, 1610, 1.a ed.). A cerca de esta ltim a obra, cfr. Sanz Lpez, C., Descubrimiento y denominacin de Australia (M adrid - M inisterio de A suntos Exteriores, D ireccin General de R elaciones C ulturales, 1973). Cfr. tam bin C. P r ie to , El Ocano Pacfico: Navegantes espaoles del siglo XVI (M adrid - Alianza, 1975).

  • del m undo, en las antpodas 11, en el lugar m ism o que ocupa la isla norte de N ueva Zelanda (Te Ik a Nama- wi). Pero Sinapia no es una isla, sino una pennsula, unida por un istm o al continente que se extiende, segn l, hacia el estrecho de Magallanes, continente que ha creado en su imaginacin para hacer de Sinapia el doble perfecto de Espaa. E n sta y en aqulla, una impracticable cordillera parte el istm o de m ar a mar: Lo que ac son m ontes Pirineos, all son los m ontes de Bel, con que Dios divid i la pennsula de la tierra firme 12.

    La nica diferencia estara en la orientacin respectiva de cada una de estas pensulas: M ientras que en Espaa la costa del ocano Atlntico m ira al Oeste, en S inapia esa m ism a costa estara m irando al Norte. As, los ros de Sinapia desem bocan en el ocano del N orte y las cadenas m ontaosas secundarias, van humillando su altura como se van acercando a las provincias del Norte. E l m ayor de los ros sinapienses, el Pa, descarga, como el Tajo, en el ocano, form ando en su bocana capacsimo y segursim o puerto. La Lisboa de Sinapia lleva nos dice su autor, el nom bre de Bender-Pa, que podra traducirse, siguiendo siem pre sus indicaciones, como Abrigo de paz I3.

    Tanto el Pa como el Tajo baan, hacia la m itad de su recorrido, la provincia central de la pennsula respectiva, donde asim ism o estn las capitales de las dos repblicas: N i y M adrid. Los pueblos que habitan ms all de las grandes cordilleras stm icas, son, en Sinapia, los lagos y los merganos. No es difcil com poner con las letras de estos nom bres, los de

    11 S . 2, 2.12 S . 4, 5.13 Comparar S., 2 , 2 (B e n d e r -p a ) con S., 3, 3 v . (B e n d e r - n o )

    y S., 6, 6 v . (P a -sa ).

  • MAPA DE SINAPIAReconstruccin hipottica segn el texto

  • los galos y germanos, de la m ism a form a que las letras de Sinapia son las m ism as que com ponen el nom bre de H ISPAN IA , si bien ordenadas de diversa form a. E l nom bre con que, en la antigedad, se conoci la pennsula de Sinapia, Bireia, no sera sino el de IB E R IA 14.

    La m ism a historia de Sinapia presenta ciertas afinidades con la de la pennsula ibrica. Pero dejem os el descubrim iento de stas y otras coincidencias al m ism o lector. Baste con lo dicho para dar por concluido que, aunque no hubiese existido Tasman, no habran faltado recursos al autor de la Sinapia para presentar a sus lectores el m odelo de lo que l hubiera querido que fuese la Espaa en que vivi.

    Con esta perspectiva, Sinapia no es una utopa, algo que no est en ningn lugar. Podram os definirla ms bien como una antitopa, como lo que es al contrario de lo que existe en algn lugar. Ahora bien, Sinapia no es, sim plem ente, la imagen especular de unas form as geomtricas determ inadas, ni un juego de letras revueltas para distraccin de crucigramis- tas. E stos ingenuos recursos no son ms que la clave que introduce en una oposicin ms pro funda entre una realidad rechazable y un ideal que el au tor trata de inculcar con todos los recursos de que dispone. Cules son, en esencia, los trm inos de la anttesis?

    Valora el autor de Sinapia la oposicin existente entre la v ir tud cristiana que hace floreciente a su repblica y las redomadas polticas de Tcito, Ma- quiavelo y los europeos. Pero no es ah donde radica la diferencia fundam enta l, sino en estos otros puntos: E n Sinapia se vive en perfecta com unidad; en Espaa, nos habernos criado con lo m o y lo tuyo. E n Sinapia, se practica la perfecta igualdad;

  • en Espaa, estamos hechos a la sum a desigualdad de nobles y plebeyos, estam os corrom pidos con el abuso de la superfluidad. E n Sinapia, todo se orienta a vivir templada, devota y ju stam en te en este m undo, aguardando la dicha prom etida con la venida gloriosa de nuestro gran Dios, para lo cual ningunos m edios son ms a propsito que la vida comn, la igualdad, la m oderacin y el trabajo. En nuestros pases, por el contrario, al despreciarse estos medios, no hem os logrado sino gobiernos a tentos a satisfacer nuestra pasin o redim ir nuestra vejacin.

    Quien quiera que sea el autor de Sinapia, se trata de alguien que ha tenido conciencia, a su m odo, de la existencia de un en fren tam iento de clase entre nobles y plebeyos, ricos y pobres, entre los que viven en la artificiosa variedad de regalos y com odidades que ha inventado la poltronera y los que viven envilecidos con la acostum brada sujecin 15. Se ha percatado de cm o el origen de las sediciones est en la soberbia y am bicin de una clase y en la opresin que causa en los plebeyos. Ha valorado el trabajo com o fuente de dignidad, como nico medio capaz de conseguir, si todos lo practican, que unos no revienten m ientras otros, con desvergenza, se huelgan (com o sucede en nuestros pases) I6.

    En todo caso, estam os ante un hom bre que, sintindose al m ism o tiem po ciudadano y cristiano, est persuadido de que la nica form a de realizarse en am bos niveles radica en la vida com n, la igualdad, la m oderacin y el trabajo y de que el mayor obstculo para alcanzar aquel ideal radica en introducir la propiedad, la novedad de usos, la domina-

    15 S ., 33, 40 v.16 S ., 33, 38 v.

  • cin, la moneda, la estim acin de las riquezas y el ocio, la vanidad de la sangre 17. Ahora bien cmo ha de organizarse la vida humana para que esos ideales se hagan asequibles? Cmo lograr, incluso, que esa sociedad se m antenga en los cam inos iniciados sin que la aparten de ellos ni aun los que, dentro de su seno han procurado alterar el gobierno? La respuesta a estas preguntas es la que se da en la Descripcin de la Sinapia.

    Descripcin de la S inapia

    Cuando Rafael H itlodeo tuvo que abandonar Utopa, all quedaron, segn cuenta Moro, m uchos cristianos convertidos por su predicacin. Los utpicos tenan por norma no forzar las conversiones y procuraban que si alguno deseaba convencer a otro lo hiciera con m odestia y con razonam ientos, no usando nunca de violencia ni injuria, castigndose con el destierro o con servidum bre a los contraventores 18. E n cierto sentido podram os decir que el autor de Sinapia reanuda el proceso religioso de los utpicos donde Moro lo deja.

    A Sinapia, habitada desde tiem pos inm em oriales por negrillos zambales, fueron llegando diversos pueb los que se establecieron y prosperaron en ella: Malayos, peruanos y chinos van poblando la pennsula y aportando los avances culturales logrados en sus pases de origen hasta que, finalm ente, llegan los persas, que introducen el cristianism o en Sinapia. Con dulzura, buen ejem plo, espera y caridad, fue

    17 S., 1, 1 v. y 33, 40 v.18 T. M oro, Utopa, pp. 66-67. (Citamos la traduccin de

    don Jernimo de M edinilla y Porres, de 1637, editada por Zero , S. A. Agorta (Vizcaya), 1971, 3. ed.)

  • ron amansando y dom esticando la ferocidad de los m alayos y rusticidad de los peruanos.

    Los prim eros en convertirse fueron los chinos, los m s civilizados, em pezando por un grandsim o filsofo, llamado Si-ang, al que, en adelante, los sina- pienses contaran entre sus hroes nacionales, jun to con los persas, el prncipe Sinap, que dio nombre a la Repblica, y el obispo Jos Codabend. La conversin del resto de los habitantes de Sinapia se realiz sin violencia, aunque los cristianos hubieran podido usarla as por hacer su gobierno ms amable y duradero com o porque, siendo el principal inten to la conversin verdadera, no juzgaron sera tal la que se procurase por otros m edios que los que Cristo us y m and usar a sus apstoles. 19

    Obra de estos p rim itivos hroes fue, tambin, la constitucin poltica de Sinapia, la cual tam poco se im puso por la fuerza, sino que fueron estos prudentes legisladores in troduciendo su prctica no de un golpe, pues fuera im posible, sino poco a poco, prim ero en una familia; despus, en un barrio; luego, en una villa, en una ciudad, e tc .20.

    En el nacim iento de Sinapia destaca, pues, su creador, la unin de dos culturas: la de los chinos que parece identificar con la grecorromana , y la de los persas, el cristianism o. Como en el caso de la Espaa real, el ncleo cu ltura l resultante consolid sus creencias e instituciones en lucha contra las invasiones de diversos pueblos, los lagos, los coricras, los jaos y los m o lucos2\ Como en la Espaa de la Re-

    19 S., 3, 4.20 S., 3, 3 v. - 4.21 Los Lagos ya han sido relacionados con los Galos,

    trmino genrico que se referira posiblem ente a los invasores brbaros. Ms difciles de identificar son las correspondencias reales de los Coricras, Jaos y Molucos. Aventuramos valga la h iptesis la posibilidad cabalstica de

  • conquista, el esfuerzo defensivo coadyuv a que los sinapienses abrazasen al m ism o tiem po la religin cristiana y se sujetasen a la obediencia del prncipe.

    Entroncara, de esta form a, el pensam iento del autor de Sinapia con una larga tradicin interpretativa de la historia de Espaa incapaz de concebir su esencia sin el cristianism o. Pero, al contrario de lo que haba ocurrido en la Espaa real, la Espaa imaginaria que es Sinapia no se erige en defensora de un cristianism o territorializado y poltico, en el paladn de la Cristiandad. La Iglesia sinapiense, por el contrario, se nos presenta con unas caractersticas que, si, por una parte, parecen reflejo del pensam iento ilustrado, por otra, alcanzara a com pararse incluso con la Iglesia postvaticana de nuestros das.

    La Sagrada Escritura, traducida por los hroes fundadores a partir de cdices griegos y hebreos, es la base de las creencias de esta Iglesia. Su disciplina es la que tuvo la Iglesia en el tercer y cuarto siglo. Sus m inistros, entre los que se cuentan las dacone- sas, viven en com unidad, practican la pobreza, viven de su trabajo, en este caso, com o m aestros de prim eras letras. Su jurisdiccin queda lim itada estric tam ente al fuero in terno de la conciencia. Su nmero es lim itado estrictam ente a las necesidades. Su disciplina lo su ficientem ente abierta com o para evitar que un riguroso entusiasm o les haga caer en la supersticin. Los que se deciden por la vida monsti-

    que la primera de estas palabras corresponda con Arriccos (rricos o arranos?). Los Jaos podran ser los JudAicOS, los judos. Si Molucos fuera una contraccin deformada de MAmeLUCOS, podramos considerarnos satisfechos al identificarlos con los invasores musulmanes. En otros lugares tambin se les llama malucos (S., 23, 16 v.). En todo caso, tambin puede tratarse de una intrascendente alusin a las Molucas, con lo que huelgan las charadas.

  • ca o solitaria tienen por m ejo r servicio el de hacerse esclavos voluntarios de la com unidad, para trabajar en las obras pblicas. N o se ligan con vo tos y, si lo desean, pueden cam biar su situacin sin que sean notados por ello.

    Los actos litrgicos siem pre se realizan en lengua verncula. Aunque slo los eclesisticos pueden ensear la ciencia sagrada, pueden tam bin los seglares hacer observaciones crticas a la traduccin de la Escritura, pueden estudiar la ciencia divina y escribir sobre ella, si bien deben ser aprobados sus escritos por la Iglesia antes de publicarlos. Lcito e incluso laudable es proponer a la Iglesia sus dudas en m aterias de fe, adm itindose durante un ao un dilogo que puede confirm ar el dubitante en su opinin, m as ncam ente se le destierra cuando quiere hacer partido o m over sedicin. Los que han de ser elevados al m inisterio eclesistico deben ser propuestos por los fieles y elegidos por quienes mandan...

    Se configura de este m odo un modelo de sociedad en la que la Iglesia aparece som etida al Estado en todo aquello que sale fuera del m bito de la conciencia. Cualquier piadoso censor contem porneo habra tachado al autor de la Sinapia de jansenista, en el sentido en que este trm ino se aplicaba a dos del siglo X V I I I 22.

    En esta sociedad, en la que los esfuerzos del E stado y de la Iglesia coinciden en dar a sus sbd itos y fieles la felicidad en este m undo y en el otro, todo se organiza, todo se reglamenta, todo se calcula de m odo racional. La razn es el libro en el que todos

    22 Vase la determinacin de la acepcin tpica del trmino jansenista en la excelente obra de R. H err, Espaa y la revolucin del siglo X V III (Madrid - Aguilar, 1973, 2.a reim presin), pp. 9-30.

  • los hom bres pueden leer. Los sinapienses, nos dir nuestro autor son, sin duda alguna, cartesianos, no porque hayan ledo a Descartes, de quien ni siquiera conocen el nombre, sino porque se han conform ado con l por haber consultado la m ism a razn, que es com n a todos23. Y la razn, llevada, en ocasiones, a extrem os delirantes, es la que rige los menores detalles de la vida y organizacin de Sinapia.

    E l territorio est d ivid ido a escuadra y cordel en nueve cuadrados iguales, correspondientes a las nueve provincias que integran Sinapia. Cada provincia se divide en cuarenta y nueve cuadrados menores, correspondientes a los d istritos de otras tantas ciudades. A su vez, cada uno de estos d istritos se divide en otras cuarenta y nueve circunscripciones, tam bin cuadradas: son los territorios de las villas. En este laberinto cuadricular, no parece haber ms formas redondas que las de los tem plos, pero aun en stos, la geometra y el nm ero llenan con su simb- lism o el ambiente. Siete gradas llevan del plano de la ciudad a la p lataform a sobre la que se alza el tem plo y las dependencias eclesisticas. Aqul, se eleva cinco gradas sobre esta plataform a. E n su interior son tres las que separan el plano del altar del plano de los fieles. Todava una grada eleva el altar sobre el presbiterio . 24 Tem plos, casas, almacenes, ciudades... el autor repetir una y otra vez:Visto uno, se ven todos.

    Quien ha visto una villa, las ha visto todas, pues todas son iguales y sem ejantes; y quien ha visto stas, ha v isto las ciudades, las m etrpolis y la corte m ism a, pues slo se diferencian

    23 S ., 31, 35 v.

  • en el nm ero de los barrios, en la m ejo ra de los m ateriales y en la grandeza de los edificios pblicos y, en todo lo dem s, son uniform es 25.

    La clula bsica de la sociedad sinapiense es la familia, presidida por el padre de familia. Cada familia habita en una casa. La unin de diez fam ilias constituye el barrio, unidad presidida por el padre de barrio. Hay barrios urbanos y rurales. E l ms pequeo de los ncleos urbanos posibles es la villa: En ella se disponen, en arm oniosa unidad urbanstica, ocho barrios, jun to con los edificios de la com unidad. E l territorio rural de cada villa se divide en cuatro cuarteles. En cada uno de ellos hay dispersas diez fam ilias, de modo que los ocho barrios urbanos unidos a los cuatro barrios rurales form an la villa, presidida por el padre de la villa, de quien dependen los padres de barrio y de stos, a su vez, los padres de fam ilia. Los padres de la villa tiene com o superiores a los padres de ciudad, stos a los de m etrpolis y, finalm ente, el senado, con el prncipe, constituyen el vrtice de esta pirm ide, cuyo organigrama ofrecemos en la pgina siguiente 26.

    Las casas de Sinapia, sus barrios, sus villas... estn planeados m inuciosam ente en funcin de los servicios que prestan a sus habitantes. Las casas, espaciosas, porticadas y ajardinadas, poseen despensas y almacenes donde se guardan los a lim entos y vestidos, los materiales e instrum entos de trabajo que proporciona el padre de barrio, etc. Cada barrio est presidido por la casa del padre de barrio, dotada igualm ente de almacenes en que se guardan las

    25 S ., 12, 9.26 A c a d a g r u p o d e m a g is t r a d o s , e l a u to r a t r ib u y e in s ig

    n ia s d e lo s c o lo r e s q u e s e e x p l ic i ta n e n S in a p ia , 14, 9 v .; 15, 9 v.; 16, 1 0 v .; 17, 1 0 v .; 18, 11; 19, 1 1 v .; 20, 1 1 v.

  • cosas que el padre de barrio sum inistra a sus fam ilias, as com o lo que stas producen en sus trabajos respectivos.

    EL BARRIO.

    1

    13

    7

    2 8

    3

    4

    11

    5 9

    6 10

    1-10.Casas de las familias. / 11.Casa del Padre de Barrio: Vivienda del Padre de Barrio, sala comn, almacenes comunes, campana, crcel, oficinas. / 12.Fuente o noria. / 13.Jard n27

    La villa cuenta con cuatro grandes casas de la com unidad. E n una de ellas habita el padre de la villa y en cada una de las otras tres, sus tres directos colaboradores, el padre de la salud, el de la vida y el del trabajo. En cada una de estas casas de la com unidad hay otras tantas dependencias, adecuadas a los m inisterios que en ellas se ejercitan: libreras, almacenes, oficinas, etc. La com paracin con los planos adjun tos facilitar la com prensin del relato que nos ofrecen las pginas de la Sinapia.

  • LA VILLA (Casco urbano).1-8.Barrios. / 9. Casa comn del Padre de la villa: Hospedera, casa de postas, sala del consejo, reloj, crceles, archivo, librera, caballerizas. / 10. Casa del Padre de la sanidad. Hospital, bao, jardn de plantas medicinales, botica, gimnasio, destilatorio, etctera. / 11.Casa del Padre de la vida: Almacenes generales, carnicera, panadera, fragua, establos y corrales. / 12.Casa del Padre del trabajo: Almacenes de materiales de trabajo, fbricas de instrumentos. / 13.Templo, cem enterio, dependencias eclesisticas. / 14. Plaza de la v illa 28.

    LA VILLA (Territorio).1. Casco urbano de la villa. / 2. Cuarteles, zonas rurales. / 3. Casas de padre de barrio: Uno en cada cuartel. / 4.Casas dispersas donde habitan las fam ilias que trabajan en los campos de la v illa 29.

    28 S 9, 8 v.; 16, 10; 21, 12.

    29 S., 9, 8.

  • EL TEMPLO.

    1.Gradas de acceso a la plataform a donde se hallan las dependencias de la Iglesia (7 gradas). / 2.Puertas (cuatro) que, por una escalera descendente, dan acceso al cementerio, situado debajo del com plejo eclesistico (5 gradas). / 3.Presbiterio o vivienda de los sacerdotes. Librera comn. / 4.Diacona, vivienda de diconos y subdi- conos. Escuela de nios. / 5.Vivienda de los rdenes menores (aclitos, cantores y lectores). Sacrista. / 6.Vivienda de las diaconisas. Escuela de nias. / 7.Estanque oval para los bautizos. / 8-10.Puertas de acceso al templo. La de la derecha, para los hombres. La de la izquierda, para las m ujeres. La central, para los eclesisticos. / 11. Gradas que dan acceso al tem plo (5 gradas). / 12.Plano en que se sitan los fieles, repartidos por sexos y categoras: catecm enos, penitentes, fieles. / 13.Gradas de acceso al presbiterio (3). / 14.Presbiterio. / 15.Gradas de acceso al altar (1 grada) y altar. / 16.Coro. / 17.Torres de reloj y de campanas 30.

  • Tanto en la racionalizacin de las fo rm as artsticas com o en el proclam ado gusto por la sim etra , la esttica de los sinapienses presenta claras afinidades con los gustos neoclasicistas del siglo X V III . La herm osura consiste, para ellos, en la observancia de la sim etra que agrada 31. En p in tura y escultura valora la imitacin, pero sobre todo, la propiedad con que se representan los modelos, evitando anacronism os y anatopism os. La lengua, que ensean los sinapienses a sus h ijos con toda su p u re za 32 se cultiva procurando evitar los juegos de palabras y las agudezas p ueriles33 y tiene sus ms bellas manifestaciones en la tragedia y la co m ed ia 34.

    La sociedad sinapiense preserva la paz por todos los m edios. Para sus sbditos, basta con las leyes. Contra los extraos, el ejrcito. E l au tor da vuels a su imaginacin cuando describe los porm enores del gobierno militar. Pero en sta, com o en otras ocasiones, no puede m enos de advertirse en sus elucubraciones un cierto arqueologism o intencionado, un arm ar a sus soldados de borgootas, al estilo de Carlos V, y de caones pedreros; o bien de poner a los elefantes de Anbal tirando de la im pedim enta . Es ste, a nuestro parecer, un recurso destinado a autorizar la verosim ilitud de su relato en tanto en cuanto que no refleja literalm ente los usos m ilitares de su propio tiem po . 35

    La vida econmica de Sinapia tiene su ncleo bsico en el trabajo de la fam ilia, regulado por normas de estricta obediencia de los hijos a los padres, de

    31 S., 31, 37. Sera ste el m ism o criterio que expresa Montesquieu: La sim etra elimina el esfuerzo al observador ( ssai sur le gout, reim preso en la Enciclopedia).

    52 S 27, 29.33 S., 31, 36.34 S., 25, 25.35 S 23.

  • los m enores a los m ayores y de los esclavos a los libres. E l autor reglam enta el horario ferial de la familia, sus oraciones, com idas y diversiones com unes. Regula sus vestidos, su mobiliario, sus cabellos, su men, las pocas propicias para el m atrim onio , la transferencia de sus productos a los alm acenes com unitarios, la recepcin de los alim entos, m ateriales y tiles que necesitan para su existencia y su actividad. Nadie permanece inactivo, a no ser cuando la enferm edad u otra causa de fuerza m ayor se lo impide, pero siem pre con conocim iento del superior. Por otra parte, nadie realiza trabajos in tiles o superfinos. Se valora de m odo especial el laboreo de los cam pos y la crianza de los animales, pero no faltan fbricas y manifacturas donde se elaboran todos los enseres necesarios. Las m ujeres atienden, principalm ente, a la com ida, los vestidos y los calzados. N o hay otra especializacin: peridicam ente, las fam ilias se trasladan de las ciudades a las villas y del casco urbano de stas a la zona rural, de modo que alternen sus tareas tanto en la industria como en la agricultura y la ganadera. Los magistrados, aunque estn absorbidos por sus funciones propias acuden tam bin al trabajo m anual en el tiem po disponible, tanto por exigrselo sus propias convicciones com o por dar ejem plo a los dems ciudadanos.

    En estas circunstancias se explica suficientem ente que pueda desarrollarse una economa com o la de Sinapia a pesar de que sus habitantes no trabajan ms de seis horas diarias, habitualm ente. La educacin y los ejem plos que desde nios reciben im piden que, al no sentirse necesidad, se soslaye el trabajo. Bastan, pues, seis horas de trabajo del que nadie se excepta; y bastan atendiendo a que han suprim ido las excesivas festiv idades que en otros pases ha in troducido la haraganera a ttulo de devocin.

  • Basta con esta corta jornada m ientras que en otros lugares ha de extenderse a causa de que en ellos son pocos los que trabajan respecto de los m uchos que su vicio, sus em pleos de nobleza, de religin y de letras y la infinita m u ltitu d de sus fam ilias m antiene en la ociosidad3e.

    Las festividades que celebra la sociedad sinapien- se tienen un claro relieve en el relato que nos ocupa. Las divide el autor en tres clases: Eclesisticas, dom sticas y pblicas. Un sencillo esquem a de las m ismas ayudar a clarificar una narracin que, a prim era vista, puede resultar farragosa:

    ACCIONES COMUNES (festividades).

    F inalidad: Que los ciudadanos se unan en amistad.

    Clases de acciones com unes:

    1. EC LESIASTIC AS:

    Vsperas de festividad. Domingos. Bodas: Se celebran en los equinoccios. Bautizos: E n Sbado Santo y Pentecos

    ts. Rogativas. Acciones de gracias.

    2. DOMESTICAS:

    Agapes de Barrio: Comida com n al barrio, cada dom ingo.

  • Agapes de Villa: Participan los padres de barrio, presid idos por los de villa. Se celebran en los novilunios.

    Agapes de Ciudad: Participan los padres de villas, presid idos por los de la ciudad a que corresponden. Se celebran en los solsticios.

    Agapes de M etrpoli: Participan los padres de ciudad, presididos por los de metrpoli. Se celebran en los equinoccios.

    Agapes de Sinapia: Participan los padres de m etrpoli, presidiendo los senadores y el prncipe. Se celebran en el ao nuevo.

    3. PUBLICAS:

    Fiestas del racimo: Para prem iar la fecundidad de las familias. Se celebra en el barrio.

    Fiestas nacionales: Duran tres das cada una.1. Equinoccio de prim avera: Se celebra

    la llegada a Sinapia de los hroes nacionales. Se festejan con com peticiones de fuerza y ligereza.

    2. Solsticio de verano: Celebran la victoria sobre los lagos. Hay concursos de m atem ticas, armas y ciencias.

    3. Equinoccio de otoo: Conm em oran la victoria sobre m olucos y jaos. M sica y espectculos.

    4. Solsticio de invierno: Fiesta de la unin entre malayos, peruanos, chinos y persas. E l teatro y la comedia son los principales espectculos.

  • Cortes de Sinapia: Se celebran cada diez aos.

    Snodos: E l nacional, cada diez aos. E l provincial, cada cinco . 37

    Al carecer los sinapienses de la propiedad, de la m oneda y de la estim acin de las riquezas, carecen de una infinidad de pleitos. En consecuencia, la justicia es simple. Se reduce a prem iar o a castigar a quien lo merece. Los ju icios son sum arios. Las leyes, breves, claras, escasas, slo las estrictam ente necesarias pero, aun as, reglam entan hasta los m enores detalles de la convivencia. Los castigos leves pueden ser de azotes, o crcel. Los delitos graves se castigan con la esclavitud o el destierro. E l torm ento est excluido de los procedim ientos judiciales.

    Los prem ios, que nunca pueden reclamarse por parte de los interesados, se conceden a propuesta de los ciudadanos y pueden ir desde una condecoracin a la ereccin de una estatua en lugar pblico 3S.

    La educacin atiende a la form acin de opiniones y al aprendizaje de habilidades. E l prim ero de estos dos aspectos pertenece exclusivam ente a los padres de fam ilia. En la segunda faceta in tervienen los m aestros de escuela y las instituciones docentes que existen en la repblica. N ios y nias asisten, desde los cinco aos, a las escuelas, en que perm ancen hasta los quince. Los que descuellan en las m ism as, son seleccionados para pasar a los sem inarios existentes en las ciudades, cada uno segn sus gustos y aptitudes. Tres son los sem inarios en cada ciudad, los eclesisticos, los m ilitares y los cientficos. De all saldrn a ocupar sus em pleos en la sociedad 39.

    37 S., 24, 21; 25, 21 ss.38 S., 26.39 S 27 y 28.

  • De ciencias y artes tienen los sinapienses un particular concepto que les hace dividirlas en las secciones siguientes:

    C IENCIASis.

    El autor de Sinapia, en nuestra opinin, parece ser un hom bre que an no ha olvidado a Descartes, pero que todava no ha asim ilado a Voltaire. Su creencia en que todos los hom bres pueden llegar a conclusiones comunes, aun incom unicados, partiendo de una razn misma, de unas ideas innatas, patrim onio de todos, no es, todava, la de quien ha llegado, de la mano de un Locke, a descartar el innatis- m o filosfico. Nos parece, pues, que se m ueve todava dentro de las coordenadas culturales de signo cartesiano que ha d ifund ido en Espaa Fr. B enito Jernim o de Feijoo. S i a tendem os a los sutiles, pero significativos, rastros de C ondillac99 o de Bacon 100 que pueden detectarse en sus pginas, nuestra im presin se confirma. Pero esto no es todo.

    N uestro autor es testigo de cmo se est in troduciendo en Espaa, jun to al lenguaje vulgar, una terminologa cientfica, construida en funcin de la cla

    98i.i v ase sobre el particular la obra de Maras, y La Espaa posible en tiempos de Carlos III (Madrid, 1963).

    99 Menciona expresamente a Descartes en S., 31, 35 v. El inters de los sinapienses en perfeccionar hasta el mximo los sentidos (S., 31, 36 v.) evoca las doctrinas de Condillac.

    100 Ecos de la teora de los idla de Bacon podran ser algunas frases del mismo captulo 31, como aquella en la que afirm a que los sinapienses procuran evitar todos los errores de los sentidos, de las pasiones, de la educacin, etctera.

  • sificacin exacta de los fenm enos naturales. Han form ado dir, artificiosam ente, una lengua filosfica, acom odada a las ideas sim ples o com puestas de las cosas, segn la observacin estudiosa de ellas, no segn el uso y antojo de la gente, y de sta usan en la explicacin de la naturaleza 101. Est hablando, acaso, de la m oderna term inologa cientfica introducida, a la sazn, por Linneo o Buf fon en el campo de las ciencias biolgicas? O de los avances term inolgicos de Lavoisier en el campo de la qumica? 102

    Ya hem os hecho alusin a la posible influencia sobre la D escripcin de la S inapia de la Nova Atlan- tis de sir F. Bacon. Qu pensar de las construcciones utpicas de autores com o el Abate M ably o el Abate Raynal? Entre Les E n tre tiens de Phocion y la D escripcin de la S inapia hay grandes afinidades. Para am bos autores la desigualdad social es absolutam ente irritante. Para am bos, la poltica y la moral son una m ism a cosa desde el m om ento en que am bas tienen com o nico ob jetivo alcanzar la felicidad sin abordar el problem a poltico en trm inos de ju sticia y el de m oral en categoras de felicidad. Pasando por alto este indiscernim iento, am bos hacen depender la felicidad de un elem ento esencial: La com unidad de bienes. Creo, escribir tam bin Mably, que la igualdad, al m antener la m odestia de nuestras

    101 S 3, 4 v.102 Linneo, C. (1707-1778); Buffon, J. L. (1707-1788); Lavoi

    sier, L. (1743-1794). Sobre las vicisitudes de estos autores en Espaa, cfr. H e r r , R., Espaa y la revolucin del siglo XVIII (Madrid - Aguilar, 1973), pp. 36-37; 5, 36, 39, 312; 70, 71, 228, 293, 294, 301. D e f o u r n e a u x , Inquisicin y censura de libros en la Espaa del siglo XVIII (Madrid - Taurus, 1973), pp. 170-171. S a r r a il h , J., La Espaa ilustrada en la segunda m itad del siglo X V III (Madrid-FCE, 1974), 111, 178, 314, 361, 443-448, 450, 456, 469, 484; 460-463, 489-491; 501- 503, 454-456.

  • necesidades, conserva en nuestra alma una paz que se opone al nacim iento y a los progresos de las pasiones 103. N o es d istinto el cam ino que los sinapienses se tienen marcado: la frugalidad, la m odestia , el dom inio de aquellas pasiones que llevan a oprim ir a los dem s... E l gusto por la sobriedad suntuaria es com n a M ably y al autor de Sinapia. A m bos coinciden, igualm ente, en una admiracin por el estado prim itivo de las sociedades. Para Mably, E sparta es el paradigma. Para el au tor de la Sinapia, una Iglesia detenida en sus cuatro prim eros siglos, una sociedad patriarcal en la que tratan de conjugarse, al contrario de lo que hace M ably, la democracia, la aristocracia y la monarqua.

    Por lo que toca a Raynal podramos, acaso, rastrear la negativa al expansionism o imperialista, tanto econm ico como ideolgico, del autor de Sinapia en los postu lados de su H isto ire philosophique et politique des tablissem ents et du com m erce des europens dans les deux Indes? 104. Procede de l el fisiocratism o que evidencian las pginas de Sina-

    103 A . M ably , Les entretiens de Phocion (1763). S o b r e la in f lu e n c ia d e l A . M a b ly e n la E s p a a i lu s t r a d a , cfr. C o r o n a B a r a t e c h , C ., Revolucin y reaccin en el reinado de Car- ios IV (M a d r id - R ia lp , 1957), 32, ss .; A rtof.a, M ., La difusin de la ideologa revolucionario en Espaa; A r b o r ( ju lio - a g o s t o 1945).H e r r , R ., Espaa y la revolucin del siglo XVIII (M a d r id - A g u ila r , 1973), 60, 61, 228, 303; D e f o u r n e a u x , M ., Inquisicin y censura de libros en la Espaa del siglo X V III (M a d r id - T a u r u s , 1973), 64, 180, 188, 191, 201. S a r r a il h , J ., La Espaa ilustrada en la segunda m itad del siglo XV III ( M a d r id -FCE, 1974), 118, 168, 296, 297, 301, 313. V a s e , ig u a lm e n t e , T o u c h a r d , J ., Historia de las ideas polticas (M a d r id - T e c n o s , 1970), 335-336.

    104 A. R a y n a l (1713-1796), Histoire philosophique et politique des tablissements et du commerce des europens dans les deux Indes (1770). Sobre su difusin en Espaa, cfr. R . H e r r ; o . c ., pp. 65 ss.; M. D e f o u r n e a x , o . c., pginas 201-207; J. S a r r a i l h , o . c ., passim . J. T o u c h a r d , o . c ., pgina 336.

  • pia? A pesar de sus contradicciones, Raynal ejerci un influjo considerable en ciertos crculos cu ltos de la Espaa dieciochesca. B ien es verdad que m uchas de sus afirmaciones pertenecen al patrim onio com n de la Ilustracin. De M ontesquieu, de Rousseau, de los enciclopedistas, pueden haberse derivado algunas de las ideas del autor de Sinapia, como, por e jem plo, la exaltacin de la sim plicidad patriarcal, la propuesta de m antener a la Iglesia som etida al Estado, etctera. Incluso podram os traer a colacin las afinidades existen tes entre la Arcadia, de S idney y S inapia, en cuanto a la idea de que el poder soberano descansa sobre la extensin de la autoridad fam iliar prim itiva a la realeza, idea que, de alguna manera, impregna el concepto sinapiense de una m onarqua elegida, en ltim o trm ino, por los padres de fam ilia 104 bls.

    Mas el ilustrado hispnico no es, por ilustrado, m enos religioso. E l autor de la Sinapia, al m enos, ha sido capaz de crear una de las pocas utopas en que el cristianism o ocupa un digno lugar sin convertirse en director de la orquesta poltica. Frente a un M aquiavelo que acusa a la Iglesia y a la religin de haber ablandado la v irt de los pueblos, el au tor de Sinapia ve en el cristianism o un estm ulo no slo para la v ir tu d moral, sino para la v irt en el sentido maquiavlico de un hum anism o pleno. A unque no

    104 bi. p0(jam os ofrecer tantos otros puntos de referencia con los que comparar la Sinapia com o los que se encuentran en obras com o los Essais, de M. de Montage; el Tel- maco, de Feneln; el Projet pour rendre la paix perptuelle en Europe, del Abb Saint Pierre; las Memorias, de Brissot de Warville; Essay of Projets, de D. De Foe; Mundus alter, de Hall; Slente y Voy age dans llle del Plaisirs, de Feneln, etc. Especiales analogas encontram os con la Basiliade, de Morelly y con la Dcouverte australe, de R estif de la Bretonne.

  • hubiera m andado explcitam ente al destierro de sus pginas, codo con codo, a Tcito y a M aquiavelo, lo descubriram os en sus in ten c io n es105, del m ism o modo que proscribe de su horizonte poltico las enseanzas de otros polticos contem porneos suyos. Voltaire, en efecto, no tiene sitio en Sinapia.

    E n cuanto que defiende, com o quien no lo hace, al Estado fren te a la Iglesia, el autor de Sinapia es un jansen ista hispanici generis. Posiblem ente uno cualquiera de aquellos que acusaban a los jesutas de in troducir en Espaa las impiedades de Voltaire y Rousseau 106. O como aquellos que inspiraron, entre otros proyectos, el de hacer que las rdenes religiosas volviesen a su estado prstino m, purgando a la Iglesia de aquellas prcticas que se consideraban hipcritas, extravagantes, supersticiosas o anticristianas 108. Mas, con todo ello, un jansenista de los m ism os que inspiraron frases com o las recogidas en las instrucciones de Carlos I I I a la Junta de Estado, en que deca: Mi prim era obligacin y la de todos mis sucesores es proteger la religin catlica, en todos los dom inios de esta vasta m onarqua 109. E n la D escripcin de la Sinapia no parece im posible com- patibilizar el dogma con el progreso cientfico, como ocurra en la Espaa real a mediados del X V I I I n0; la intervencin del poder real en los criterios de censura de libros, encam inados a evitar las prohibiciones in justas, tienen su paralelo en las m edidas arbitradas para Sinapia por su creadorm; tanto Car

    105 S 1, 1 v.106 H e r r , R o . c ., 12 y 19.107 Ib. 28.108 Ib. 29.:09 Citado por R. Herr, p. 29.1 ,0 Id., 39.111 Id., 23.

  • los I I I com o nuestro autor descartan la violencia fsica com o m edio para conseguir la adhesin religiosa 1U; aqu y all se trata de controlar el excesivo nm ero de los eclesisticos, cuestin batallona de la que se haban quejado las Cortes espaolas desde mucho antes de los Reyes Catlicos 113.

    Sinapia sigue enterrando a sus m uertos bajo las Iglesias, es cierto. Pero tam bin lo es que la prohib icin de hacerlo no vino en Espaa sino en la penltim a dcada del siglo y, con todo, ya supona un avance el que los sinapienses durm ieran su ltim o sueo en nichos d ispuestos al estilo de las catacum bas. Un avance, en direccin de la Iglesia prim itiva .

    Tam bin se cuenta, en Sinapia, con la m ano de obra esclava. Pero no es m enos cierto que en la E spaa del siglo X V I I I la esclavitud no estuvo vedada por las leyes n\

    Nada hallam os en la Descripcin de la S inapia que contradiga al catolicismo pro fundo que todos los autores coinciden en atribuir a los gobernantes espaoles del siglo X V I I I 115. Mas no es slo en el cam po de lo religioso. Sin nim o de exhaustividad, reunirem os algunos datos ilustrativos del grado en que el au tor de Sinapia participa de la problem tica

    1 ,2 Id., 24.113 Id., 25 y 27. F. Ruz M artn, Demografa eclesistica:

    Diccionario de Historia eclesistica de Espaa (M adrid- C. S. I.C., 1972), II, 682 ss. De la Hera, A., El regalismo borbnico (Madrid, 1963).T o m s ic h , M. G., El jansenismo en Espaa (Madrid, 1972).

    J14 SAn c h e z G ranjf.l, L., Historia de la medicina espaola (Barcelona - Sayma, 1962), pp. 95 ss.; J. S a r r a i l h , o. c., pp. 50-51. Por lo que se refiere a la esclavitud, los esclavos fugitivos de otros pases fueron considerados libres en 1789 (Real Cdula de Carlos IV). La esclavitud de prisioneros de guerra se suprim e en un tratado de 1799 firmado por el rey de Espaa y el sultn de Marruecos.

    115 R. H e r r , o, c ., p . 29. Cfr. Z arai.a y L e r a , P., Espaa bajo los Borbones (Barcelona, 1975).

  • de su poca o, si se quiere, de aqul en que participaron los gobernantes de su poca de su propia utopa.

    Desde que los Borbones se sientan en el trono de Espaa, se observa una creciente preocupacin por estar al tanto de cuanto ocurre en el extranjero, por poner el pas al ritm o de la historia y, sobre todo, por seguir de cerca la m archa de las actividades intelectuales del extranjero. Conform e avanza el siglo, el deseo de d ifundir estas noticias lleva a publicar en la im prenta real, entre 1780-81 y 1786-87, el Correo L iterario de E uropa, en el cual se da noticia de los libros nuevos, de las invenciones y adelantam ientos hechos en Francia y dems reinos extranjeros, pertenecientes a las ciencias, agricultura, comercio, artes y oficios u6. Diramos que asistim os a la presentacin en pblico de cuanto los sabios del colegio de Sinapia han mercado, recogido, disecado, alquitarado y destilado para bien de sus conciudadanos. Pero el Correo L iterario no sera m s que un botn para muestra. Quin no vera en Bernardo Ward, enviado por Fernando V I a recorrer Europa y Espaa para estudiar los progresos de la economa extranjera y aconsejar lo que se deba hacer en Espaa, a uno de aquellos mercaderes de luz que ilustraban Sinapia? Cmo no reconocer en M oinoo Cam pomanes, a otros tan tos sabios bienhechores de la repblica sinapiense? La riqusim a produccin de Cam pomanes, tanto la conocida com o la indita, es sum am en te ilustrativa de ello.

    La sim plicidad de la justicia sinapiense tiene su rplica en los proyectos elaborados en la Espaa ilustrada para poner en orden una legislacin em brollada y catica. La recepcin de las obras de Jacob

  • Friedrich, Beccaria o Filangieri; las vicisitudes de la polm ica sobre la aplicacin de la tortura en los procesos; las m edidas encam inadas a d istr ibu ir racionalm ente los Tribunales de justicia, los in ten tos para restringir los procedim ientos por escrito, etc., casan perfectam ente con el espritu de la S inapia n\

    Las nuevas circunscripciones territoriales, sin llegar al geom etrism o de las de nuestra utopa, coinciden con ellas en su denom inacin de provincias, en el criterio de hacer de Espaa un pas ms uniform e y razonablem ente poblado y no sepultado en los cem enterios de las capitales 118, en lograr un equilibrio dem ogrfico entre la ciudad y el campo. Del m ism o m odo, vem os m ultiplicarse los proyectos y las decisiones eficaces encaminadas a m ejorar la agricultura, la industria, el comercio. La fisiocracia reina en Sinapia como en la Espaa del siglo XVI I I , donde no decay hasta los ltim os aos del siglo 119.

    No nos parece descabellado relacionar el m odelo sinapiense con la colonizacin de Sierra M orena. Releer la h istoria del plan de Olavide a la luz de la Sinapia, reserva, ciertam ente, agradables sorpresas. Otro tanto ocurre ante la Instruccin y fuero de poblacin, que redact Campomanes, donde tam bin encontram os una visin de la sociedad ideal tal com o la conceban los econom istas del grupo de Aranda y del m ism o Campomanes. Una sociedad donde se han suprim ido los mayorazgos y m anos m uertas, donde la asistencia a la escuela prim aria es obligatoria;

    117 Ib., pp. 52-53. Cfr. F. T o m s y V a lie n te , La tortura en Espaa (Barcelona, Ariel, 1973), pp. 103 y ss.

    118 G. M. de J o v e ll a n o s , Inform e sobre la Ley agraria (Madrid - Instituto de Estudios Polticos, 1955).

    119 R. H e r r , o . c . , 41, 44. B i t a r L e ta y f , M., Economistas espaoles del siglo XVIII (Madrid, 1968).L p ez S e b a s t ia n , Jos, Reforma agraria en Espaa: Sierra Morena en el siglo XV III (Madrid, 1968).

  • sin labradores que no fuesen ganaderos ni ganaderos que no fuesen labradores; con viviendas d isem inadas por los cam pos y concebidas con una jerarqua urbanstica que recuerda de alguna form a la de S inapia, etc. N o considerarem os agotado el tem a de Sinapia hasta que no hayam os podido comparar, plano por plano, institucin por institucin, lo que soaron Campomanes, Olavide y Carlos I I I para las nuevas poblaciones de Andaluca y las que plasm en la Descripcin de la S inapia un escritor que bien pudo haber sido el m ism o Campomanes. Sugerim os, igualm ente, la comparacin entre el rgimen educativo de Sinapia (recurdense sus seminarios, Academias y colegios) y las instituciones nacidas en nuestro siglo X V I I I (seminarios, academias, colegios y sociedades de amigos del pas). E l inters por la m edicina naturalista del siglo ilustrado, casa con las curas hidroterpicas, el uso de sim ples y m ix tos naturales, la iatromecnica y la iatroqum ica que practican los sinapienses. La polm ica sobre el m- dico-cirujano-boticario unidos en una m ism a persona tam bin encuentran aqu su eco. Los jardines de sim ples son una institucin en Sinapia . 120

    En un cam po diverso, el de la milicia, hallam os tam bin resonancias m utuas entre Sinapia y su A ntpoda: E n am bas luchan ju n to a las tropas del pas, sus aliados. En el caso de Sinapia, los pam pas am igos. En el de Espaa, desde la reorganizacin de 1748, ju n to a los regim ientos ordinarios luchaban otros de italianos, valones y suizos. Las banderas son blancas para los sinapienses y para los soldados de los reyes Borbones. Los dragones, regim iento creado

    120 S n c h e z G r a n j e l , L., o . c ., 116 ss.Cfr. S ., 16, 10. Vanse tambin las obras de D e m e r s o n , A g u i la r P i a l y otros sobre estos tem as de la cultura ilustrada.

  • durante la guerra de Sucesin (1704), tam bin se encuentran en Sinapia...

    Datos seran todos stos que serviran, adems, para in tentar dar una fecha a la redaccin de S inapia, pero que, de m om ento, no nos perm iten aven turar ms que una hiptesis. La de que Sinapia es una obra del ltim o tercio del siglo XVI I I . E l estilo, el vocabulario, las afinidades ideolgicas, religiosas, polticas..., todo ello parece venir en apoyo de esta hiptesis, pero de ningn m odo puede constitu ir la prueba que la date apodcticam ente.

    Otro tanto podem os decir del autor. Los indicios apuntan a Cam pomanes 120 biB, que si no fue su padre por crearla, lo ha sido, de algn modo, por conservrnosla entre sus papeles. Pero esto no pasa de ser una corazonada que no podr convertirse en evidencia m ientras que no encontrem os un docum ento fe haciente, porque en las pginas de la Descripcin de la S inapia no nos ha quedado, desgraciadamente, la firma de su autor.

    M iguel A V IL E S FERNAND EZ M adrid, 1975

    i2(ii.i* Num erosas afinidades son las que se evidencian entr el pensam iento del autor de Sinapia y Campomanes. Cfr. la obra de K r e b s W il k e n s , R., El pensamiento histrico, poltico v econmico del Conde de Campomanes (Santiago de Chile,' 1960).

  • Descripcin de la Sinapia, pennsula en la tierra austral

  • l N m ero 1.

    In troduccin

    G rande ha sido la curiosidad que hasta aho ra han tenido los aficionados a las letras de saber los secretos de la T ierra Austral, los cuales, aunque se han procurado descubrir po r m edio de las navegaciones de nuestro Alvaro de M endaa y Pedro Fernndez de Quirs y despus por las de los holandeses Pedro de N uits, Van Diemens, Jacobo C arpintero y, en nuestros das, Abel Tasm an, poco m s se ha conseguido que saber que en aquella p a rte del m undo se contienen vastas regiones, a quien han dado varios nom bres, y que son hab itadas, pero de sus p a rticu laridades observan un p ro fundo silencio.

    No s cm o me vinieron a las m anos algunos apuntam ientos que Abel Tasm an haba hecho en su viaje, traducidos, p o r algn curioso, de holands en fran cs, en que se da noticia de cierta repblica que, por su antigedad, justificacin y sum a diversidad de lo que p o r ac se p rac tica , no me ha parecido indigna de la curiosidad de m is paisanos. Fuera de qije nos hace conocer que el ejercicio de la v irtud cristiana es m s a p ropsito pa ra hacer una repbli-

    lv ca floreciente y una nacin dichosa que cuan tas / re

  • dom adas polticas ensean Tcito o M achiaveli, o practican los europeos.

    Determ inm e, pues, a traduc irla , a riesgo de que pase po r novela, por la d ificultad con que los que nos habernos criado con lo m o y lo tuyo podem os persuadirnos que pueda vivirse en perfecta com unidad y los que estam os hechos a la sum a desigualdad de nobles y plebeyos difcilm ente creem os pueda practicarse la perfecta igualdad. Finalm ente, a los que estam os corrom pidos con el abuso de la superfluidad, se nos hace muy cu estra a rriba que pueda haber felicidad en m edio de la m oderacin. Pero toda duda cesa cuando consideram os el fin que aquesta repb lica lleva en su institucin, que es el de vivir tem plada, devota y ju stam en te en este m undo aguardando la dicha p rom etida con la venida gloriosa de nuestro gran Dios, pa ra lo cual n ingunos m edios son m s a p ropsito que la vida com n, la igualdad, la m oderacin y el trabajo . Y, p o r el contrario , com o el fin que se ha tenido en nuestros gobiernos, p o r la m ayor parte , ha sido co n ten ta r nuestra pasin o red im ir n u es tra vejacin, no se ha pensado jam s a sem ejantes medios. F inalm ente, verdadera o verosm il, es m uy digna de alabanza

    2 esta repblica, pues / ha logrado el fin m ejor que puede p retenderse o, a lo m enos, ha dado ejem plo a los que lo quisieren lograr.

    N m ero 2.

    Descripcin general de la pennsula

    En aquel largo rodeo con que Abel Tasm an dio vuelta a la Nueva H olanda, T ierra de Concordia,

  • Nueva Zelanda, C arpintera y Nueva Guinea, hall en cuaren ta grados de la titu d austra l y c ien to noventa de longitud una pennsula de ciento y cincuenta y tres leguas de largo y ciento y cincuenta de ancho, rodeada po r levante, no rte y poniente del m ar del su r y slo por la p a rte del su r un ida con el gran con tinen te que corre hacia el estrecho de Magallanes. H llase en la cercana de los pases referidos y de diversas islas, p a rte desiertas y p a rte ocupadas con sus colonias. D ivdenla altsim as serran as (por la p a rte del istm o) de las feroces naciones de los Lagos y M erganes, etc., 'perm itiendo solam ente por difciles puertos la com unicacin con la pennsula.

    Crtanla, cm odam ente, diversos ros, en tre los cuales el Pa es el m ayor, pues naciendo de la cum bre m s alta de la sierra y aum entando de las aguas de o tros m uchos arroyos, divide la pennsula p o r m edio V en su cen tro form a un herm oso lago que contiene una isla llam ada Ni, en la cual est la ciudad cap ital de toda la pennsula, llam ada Ni-sa (esto es, M orada feliz) y de aqu, con m ansa / corriente, fertiliza la provincia de Pa-sa (esto es, m orada de paz) y se descarga en el ocano del norte , form ando en su bocana capacsim o y segursim o puerto llam ado Bender-pa. 121

    A traviesan o tros ram os de m ontaas nacidos de la gran cord illera la isla, p rincipalm ente sudoeste-

    121 Conocida es la construccin de un canal que, uniendo los ros Manzanares y Jarama, converta la regin de Madrid en una isla, flanqueada, al sur, por el Tajo, hecho que, en cierto modo, asemeja m ucho ms a Ni-s la capital de Espaa. De todos modos, la geografa de Sinapia coincide bastante, en este caso, con la de la isla norte de Nueva Zelanda, donde existe tambin un lago en el centro del pas, el Taupo, cuyo vertido form a el ro Waikato, principal corriente de la isla.

  • norueste m, de quien se orig inan otros collados en varias partes , pero todos esto s m ontes y collados son am enos y frtiles, hum illando su a ltu ra com o se van acercando a las provincias del norte. Hay lagos de agua dulce y salada, pero 110 grandes, recom pensando su pequeez con su profundidad. El tem peram ento de esta pennsula es como el de Espaa, pero los tiem pos, al revs, siendo el m ayor da del ao por N avidad y el m enor p o r San Juan. La gran cordillera es frgidsim a; los m ontes de la pennsula tem plados, las provincias boreales y m arinas, calientes y su je tas a algunos tem blores de tie rra . 'Peste no la ha hab ido sino una vez que la tra jo una em barcacin de gilolos, que huyendo del estrago que haca en su pas, aport a ste, pero se a ta j presto su curso con las diligencias que se hicieron y con las rdenes que se dieron de cau tela no sucediese o tra vez.

    N m ero 3.

    H abitadores

    De cu a tro naciones tom an su origen los h ab itad o res de esta pennsula: m alayos, peruanos, chinos y persianos. Los prim eros, con el uso de las arm as de hierro que tra jeron , obligaron a los sencillos negrillos zam bales que la hab itaban a pasar la cord illera

    3 y re tira rse / con los lagos. Aqullos tra jeron tam bin

    122 De haber dado a esta cordillera la orientacin SO-NE, su situacin habra coincidido aproximadamente con la del Sistem a Ibrico.

  • el uso de vestirse y de cu ltivar la tie rra y navegar. Los peruanos aportaron echados de una tem pestad a estas m arinas, habiendo salido huyendo del Inca. Estos tra je ro n consigo algunos incas am igos, aun que ellos, p o r la m ayor p a rte eran chinchas l3. Unironse con los m alayos as p o r ser pocos com o por gozar de las com odidades que los p rim eros con su industria ya tenan.

    Despus vinieron los chinos y stos fueron en gran nm ero, p o r haber salido una arm ada de ellos huyendo de la tiran a de Kieu, la cual, po r ap a rta rse cuanto pudiese de su infeliz pa tria , no par hasta aquellos rem otos parajes. E stos, como gente poltica e industriosa , con m aa fueron hacindose lugar, de m odo que adqu irieron la veneracin de las o tras dos naciones y con el uso de la plvora se hicieron form idables a los lagos, que con fu riosas entradas inqu ie taron la pennsula.

    La ltim a nacin fueron los persas, los cuales tra jeron la luz del evangelio y con ella la verdadera poltica. S abur I, em perador de Irn, p o r instigacin de los m agos, levant una furiosa persecucin contra los cristianos persas, en tre los cuales los que principalm ente lucan y, p o r esto, le eran m s odiosos, fueron el prncipe Sinap, de la fam ilia real de Ard-schird, que los griegos llam an Artaxerxes, y el Obispo Joseph Codabend, m etropolitano de la Per- sia. Estos dos, vindose im posibilitados de perm anecer en Persia, determ inaron p asar con las reliquias de aquella Iglesia a buscar nuevo asiento. As lo c je c u / ta ro n con felicidad, al principio, de term inan

    m Si la grafa es correcta, puede referirse a los habitantes de las islas Chinchas, pertenecientes al Per. Tambin es probable que haya querido referirse a los chibchas, pueblo americano, vecino, en alguno de sus asentam ientos, de los peruanos.

  • do su viaje a la China, m adre y origen de toda p o lica y ciencias del oriente (com o en el occidente la Grecia); habiendo pasado el estrecho de S inenpur y en trado en el golfo de Cacho, com enzaron los nortes y nordestes furiosos a echarlos de su derro ta; aportaron , obligados de la to rm enta , la isla de Pa- log, cabeza de o tras ochenta, que, en form a de c rculo, hacen un pequeo archipilago. All, reparados los navios, tuvieron lengua de la pennsula B ireia (que as se llam aba prim ero la que despus se llam Sinapia, del nom bre de su ilu stre prncipe). Por esto, de term inaron seguir el viento con que la divina providencia les m udaba el rum bo guindolos a paraje m s cmodo para la fundacin de su nueva iglesia y repblica, ap o rta ro n a una g randsim a y segursim a baha llam ada Bender-No, por el nom bre de una bella isla que qu iere decir abrigo, po r servir de tal p o r su situacin a los bajeles que entren en la baha.

    Floreca en este tiem po en tre los chinos de la pennsula un grandsim o filsofo llam ado SI-ANG 124, tan to po r lo docto que era en los libros e h isto rias orientales com o por los grandes progresos que la m editacin y observacin de la naturaleza le hab an hecho hacer en las ciencias y artes y, como a esto se jun taba una vida inculpable, fcilm ente se uni en am istad con los cristianos persas y abraz su reli-

    124 Ha querido identificar, en este filsofo, a algn personaje histrico? Si tenemos en cuenta que hom ologa a los chinos con los portadores de la cultura greco-romana en occidente, podra pensarse en un filsofo hispano-roma- no, por ejem plo, en Sneca (SeNeCa - SiaNG), sabio a quien, durante m ucho tiempo, se ha credo cristiano por las afinidades existentes entre su estoicism o y el cristianism o y porque era hermano de Lucio Junio Anneo Galin, pre- cnsul de Acaya desde abril del 51 a abril del 52, ante cuyo tribunal fue conducido S. Pablo por los judos de Corinto (cfr. Hechos de los Apstoles, 18, 12-19).

  • gin, tan racional y sancta. De la ju n ta de estos tres4 hroes naci la / institucin de la adm irable rep

    blica de Sinapia, fundada con el valor heroico del prncipe Sinap Ardxird, con la cristiana v irtud del pa triarca Joseph Codabend y con la docta p rudencia del filsofo Si-Ang; con dulzura, buen ejem plo, espera y caridad , fueron am ansando y dom esticando la ferocidad de los m alayos y rusticidad de los peruanos (aqu no ayud poco el valor y buena dicha con que rechaz el prncipe Sinap las invasiones de los lagos y el furioso desem barco que ejecut en la pennsula una arm ada de coricras, de valentsim os jaos y m olucos). Fueron poco a poco abrazando la religin cris tiana y al m ism o tiem po su jetndose a la obediencia del prncipe.

    No quisieron u sar de la violencia, aunque pud ieran, as por hacer su gobierno m s am able y du radero como porque, siendo el principal intento la conversin verdadera, no juzgaron sera tal la que se procurase po r o tros medios que los que Cristo us y m and u sa r a sus apstoles. De aqu se ve que siendo el pueblo de esta repblica form ado de estas n a ciones, ha de partic ipar de sus cualidades y as la fisiognoma es varia, como m ezclada de las cuatro ms universales: E tipica de los zambales 12'); ind iana de los m alayos; ta trica de los chinos y p e ru a nos; y asitica y europea de los persas.

    La lengua, aunque mezclada de todas las de estas gentes, pero m ucho ms partic ipa de la du lzura y sim plicidad china y de la elegancia persiana. E sto

    4v se entiende de la lengua vulgar / en que hablan y escriben, porque han form ado artificiosam ente una lengua filpsfica, acom odada a las ideas sim ples o

    125 Contradice lo que refiri a! com ienzo de este captulo, donde daba a entender que los negrillos zambales haban sidoexpulsados completam ente de la pennsula (S., 3, 2v .).

  • com puestas de las cosas, segn la observacin es tu diosa de ellas, no segn el uso o antojo de la gente y de sta usan en la explicacin de la naturaleza.

    Tienen dos m aneras de escrib ir: una, con caracteres arbigos, a la persiana; o tra , con sm bolos ch inos. De am bas usan, pero de la ltim a slo en inscripciones pblicas y en aquellos escritas en que no se atiende tan to a cm o se dice la cosa com o a lo que se dice.

    Form ada la planta y leyes de su repblica, fueron estos p ruden tes legisladores introduciendo su p rctica no de un golpe, pues fuera im posible, sino poco a poco. P rim ero en una fam ilia; despus, en un barrio; luego, en una villa; en una ciudad, etc.

    N m ero 4.

    De su fertilidad y de la Sinapia

    La fertilidad de esta pensu la es increble, parte,, debida a su situacin ven ta josa y m ucho m s a la aplicacin de sus m oradores, que todo su estudio ponen en no dejar palm o de terreno sin cultivo. Abunda la pennsula de cuan tas fru tas, sem illas y m aderas se hallan en el Asia y en la Amrica (a cuyos confines se halla), adem s de algunas propias de la tie rra Austral y perfectsim as. Ayudan esta fertilidad con el riego, p rocurado por m edio de acequias, con que com unican las aguas de unos ros con o tros y de los lagos con los ros, con azudes,

    5 con que levantan las aguas, y con norias / con que sacan las aguas sub terrneas a la haz de la tie rra .

  • Todos estos ros y lagos son los alm acenes de la pesca y de la sal, sin lo que de esto contribuyen sus tres m arinas, que es inagotable. Las m ontaas inaccesibles de Bel, con que Dios dividi la pen nsula de la tie rra firme, estn llenas de tesoros m an ifiestos de caza, m aderas y m rm oles preciossim os y ocultos, de m etales de todos gneros, crista les y pedrera. Los dems m ontes que, originados de stos, se esparcen por la pennsula, co rtndo la con agradable variedad, dan grandes com odidades a la cra de ganados y colm enas con sus pastos y a las dems necesidades con sus rboles, fuentes y yerbas m ed ic ina les.126

    Las nueve provincias en que se divide la pennsula se sealan en la abundancia y perfeccin de los gneros particu lares, segn su tem peram ento. La p ro vincia de Hes, en granos, cacao. La de Pes. en aceite y caballos. La de Ays, en pescados y ganados. La de Kas, en seda y azcar. La de Nis. en arroz, porcelanas y fru ta . La de Das, en fru tas secas, cera y algodn. La de Res, en m aderas, lino y cam o. La de Ses, en m etales y hortalizas. La de Bas, en m etales y a v e s .121

    Ni po r esto se entiende fa lta r en unas provincias lo que abunda en otras, sino que los gneros m encio

    126 No es necesario resaltar la coincidencia de esta descripcin con las ditirmbicas que se encuentran en todos los Laudes Hispaniae que se han escrito desde S. Isidoro y Alfonso X. La riqueza de las montaas de Bel iguala a la que Estrabn atribuye a los Pirineos.

    127 La reconstruccin del imaginario mapa de Sinapia mostrara en su centro la provincia de Ni-sa. Junto a ella, al norte, la de Pa-sa, donde desem boca el ro Pa. Fuera de estas dos localizaciones, no hay datos en la Descripcin de la Sinapia para situar las dems. En el mapa de la pg. 23 no hemos hecho ms que fijar las dos provincias de localizacin cierta y distribuir las dems en el m ism o orden que en este prrafo se establece.

  • nados abundan y son m ejores en las provincias referidas. Todas las m arinas, p o r espacio de legua y media de ancho, y las m ontaas de Bel, po r espacio

    5v de tres leguas, se m antiene incultas, para lea, / m adera, carbn y caza, m enos el d istrito de los puertos.

    N m ero 5.

    De los animales, aves y peces

    H llase en Sinapia todos los anim ales que en la Amrica y Asia, sin algunos propios a la tie rra austral, m enos las fieras carn iceras, a quien el cuidado de los naturales ha consum ido. Cran las m ontaas de Bel grandsim os elefantes. Todos los animales y aun los hom bres son en aquel pas de es ta tu ra crecida, m enos gatos, asnos y m onas y ovejas, que son m uchos m enores que los de ac. Y los Mer- ganos son verdaderos gigantes, de ms de diez pies. Es verdad que los negrillos zam bales son pequeos y una nacin llam ada Jui, que vive cerca de 60 g ra dos de la titu d austral, es com nm ente de cu a tro a cinco pies, com o se vi p o r un presente que tra je ron de stos a Sinapia unos em bajadores de los M erganos 128.

    H llanse todo gnero de aves dom sticas y cam pesinas, m enos las de rap ia, porque los cazadores

    128 Inesperadamente, pasa a describir tipos hum anos cuando trata de explayarse sobre la fauna. Parece una disgresin inoportuna y, por otra parte, contradictoria, ya que los merganos se han situado fuera de la pennsula en el captulo 2 , p. 2 .

  • sinapienses han acabado con ellas. Pero en lo que se seala esta provincia es en las de canto y p lum aje, porque no se puede decir la herm osura y variedad de colores de stas, ni la suavidad y harm on a de aqullas. Es verdad que a veces padecen la persecucin de unas grandsim as aves llam adas Piha que vienen de la Nueva H olanda y se llevan en las garras asnos, (pacus) y ovejas, haciendo en los ganados grande / destruccin, siendo preciso ju n ta rse los sinapienses con arcabuces y bayonetas p a ra ha- celles guerra, porque son tan feroces que, si los yerran , se a rro ja n sobre los que los tiran y, si no se defienden con la bayoneta o no son socorridos de otros, tienen peligro de ser despedazados.129

    H llanse en el m ar, que p o r tres partes baa la pennsula, g rande copia de pescados; en las m arinas de las provincias australes, disform es ballenas; en las del norte , atunes, tollos, salm ones, etc.; en los ros, m anats, truchas, sam panos, etc.; en los lagos, carpiones, anguilas, nu trias y castores, etc.; cran tam bin p o r d ivertim iento en vasos de porcelana los agraciados pecezuelos llam ados schuy. Pscanse entre la isla de No y la gran bah a perlas y a ljfar, pero las m ejores y m s gruesas en el lago Ni, que hace el Pan en medio de su curso. Pscase coral blanco, negro y colorado en las provincias de Bas y Kas, com o tam bin, de tiem po en tiem po, se hallan grandes pedazos de m b ar gris en la costa occidental y en la orien tal de m bar am arillo y colorado.

    129 He aqu un dato que puede haber recogido de algn relato de los navegantes de los m ares australes. Este ave gigantesca, (a la que llama Piha, podra relacionarse con el Moha, ya extinguido, que habitaba en Nueva Zelanda. Otra cosa es que el Moha hubiese podido ser el ave terrible y rapaz que l describe.

  • En los m ontes de Das hay una m ina de excelente asbesto, de que se hacen telas que resisten al fuego y o tra de un cristal cam biante de rojo, am arillo y azul, herm ossim o, de que se hacen obras bellsimas, por ha llarse pedazos m uy grandes. H ay una

    6v miel con / sabor de alm bar de limones, y la cera es negra, pero arde con una luz m uy clara y tiene grandsim a fragancia. Form an estos m ateriales una especie de m oscas que no pican. Las flores, p o r su variedad, grandeza, viveza de colores y o lor frag an te, se puede decir que tienen aqu su im perio, pues slo en este pas se hallan flores verdes, flores b a rnizadas com o el m s perfecto charol, flores con m a n chas y perfiles de oro muy brillan te. Aqu no ayuda poco el sum o cuidado que ponen los sinapienses en su cultivo, que puede decirse es su pasin dom inante. El estoraque, el benju, copal, nim a, jaca ran d a y schuchi-o, cochotl, en cuan tidad ; pero canela, clavo, nuez m oscada y pim ienta, no se hallan en g ran de cuantidad, m s porque los naturales no se dan a m ultip licarlas, que porque el terreno no lo perm ite. Palo de guila, le hay, de todas las especies, y es el ord inario encienso en los tem plos.

    N m ero 6.

    Divisin poltica de Sinapia

    Divdese toda la pennsula en nueve cuadrados, de a cuaren ta y nueve leguas sinapienses po r lado, que son o tras tan tas provincias, a quien llam an S, que quiere decir m orada, com o Pa-S (m orada de paz), Ay-S (m orada preciosa), etc.

  • Estas divisiones ( y las dem s que direm os) se7 hacen con una fosa o canal de / bastan te anchura

    y profundidad, (con agua adonde el sitio lo perm ite), plantado po r am bas orillas de doble carre ra de altsim os rboles y en las esquinas del cuadrado que lim ita las provincias y en am bos lados del cam ino real que va de una m etrpoli a o tra , a la e n trad a de las provincias han erigido bellas pirm ides de p iedra o de ladrillo, as para seal com o para adorno.

    Cada provincia se vuelve a d iv id ir en cuaren ta y nueve cuadrados, de a siete leguas de lado, que fo rm an los partidos de las ciudades que com ponen la provincia y estas divisiones son hechas con fosas o canales algo m s estrechos que los que dividen las provincias, pero adornadas con carreras de rboles y pirm ides com o las referidas.

    Cada p artido se subdivide en o tros cuarenta y nueve cuadrados, de una legua p o r lado, los cuales fo rm an los trm inos de las villas, que com ponen un partido, term inados con canales o fosos p roporcio nados, carre ras de rboles y pirm ides como queda dicho. Por m anera que las provincias son nueve, las ciudades trecien tas y cuaren ta y una, de las cuales una es la corte de Sinapia y ocho son m etrpolis y las villas seis mil setecientas nueve. Esto se entiende sin los puertos de m ar, que se reputan po r villas, ni las fortalezas. Las islas, si son capaces de com poner un partido , tienen su ciudad y si no, tienen las villas de que son capaces, su je tas a la ciudad m s cercana. / 130

    130 U n c lc u lo c o r r e c to d a r a r e s u l t a d o s d i f e r e n te s a lo s q u e a q u s e e n c u e n tr a n . N u e v e p r o v in c ia s , c a d a u n a d e e l la s c o n c u a r e n t a y n u e v e c u a d r o s , d a r a n u n t o ta l d e 441 y n o 341. I g u a lm e n te , la s c ir c u n s c r ip c io n e s c o r r e s p o n d ie n t e s a la s v i l la s s e r a n 441 x 49 = 21.609. E l a u to r h a m u l t i p l ic a d o 341 p o r 49. E l r e s u lta d o e s , e n ta l c a s o , 16.709, c a n t id a d d e la q u e h a r e s ta d o 10.000 u n id a d e s , p a r a d e j a r la

  • Nm ero 7.

    De la casa o fam ilia

    7v Cada fam ilia sinapiense vive en su casa y cada casa tiene dos viviendas, a lta y baja, con diez y seis aposentos, su patinejo enm edio, con fuente o pozo; puerta a la calle y al ja rd n , y prticos con galera (descubierta en las provincias calientes y en las fras cubierta) a la calle y al ja rd n , siendo todas las casas de particu lares uniform es en toda la pennsula y en todas hay sus dorm itorios, o rato rio , obrador, cocina, despensa y lugar comn. La fam ilia no puede exceder de doce personas m ayores de cinco aos, esto es, el padre y m adre de fam ilias y sus h ijos; un esclavo y una esclava y sus h ijos. De estas casas unidas se fo rm an los barrios y, separadas, los te rr itorios de las villas.

    Nm ero 8.

    Del barrio o cuartel

    El barrio es un cuadrado o isla de casas unidas que contienen diez casas o fam ilias particu lares y una del pad re de barrio . E stas casas estn dispuestas en dos ceras 131 opuestas y en tre ellas media un ja rd n com n con su fuente o noria enm edio, ocupando el

    en 6.709. Las lneas finales pueden servir de explicacin, aunque poco convincente, a este lapsus.

    131 Ceras = aceras.

  • m edio de la cera principal la casa del p ad re de barrio , que es del m ism o m odo que las o tras, salvo tener doblada fachada y tres altos, por con tener la sala com n donde se ju n ta el barrio y los alm acenes comunes, la cam pana y la crcel a los lados de es ta casa. Hay en la m ism a cera dos casas de particu lares, a cada parte . La o tra cera opuesta consta de seis casas de particu lares y en tre una y o tra corre el ja r dn que tiene de largo el sitio de seis casas y de ancho el de cuatro .

    8 El cuartel es un / com prehensorio de diez casas separadas, esparcidas segn la com odidad del sitio, en la cuarta p a rte del te rrito rio de una villa, cuyo m edio ocupa la del padre de barrio . Cada casa tiene su jard n separado, que ocupa en largo tan to com o la casa y en ancho, la m itad . Los prticos y galera reinan a lrededor del barrio , p o r todas cua tro p a rtes, como p o r aden tro a lrededor del jard n . E n las casas separadas del cuartel slo hay prtico y galera en la fachada que m ira a la cam paa y aden tro en la que m ira al jard n y el tercer alto de la casa del padre de barrio no es m s de una to rrecilla cuadrada que cae sobre la puerta , enm edio de la fachada.

    N m ero 9.

    De a villa

    La villa sinapiense es una poblacin cuadrada, cercada con su foso y com puesta de ocho barrio s y

  • cuatro casas del comn. Sus calles todas son a co rdel y con los prticos que p o r todas partes tienen las casas y barrio s se puede siem pre cam inar a cubierto . Enm edio tiene su plaza cuadrada y en el centro el tem plo, con las habitaciones de los eclesisticos y, debajo , el cim enterio.

    El te rrito rio de cada villa se divide en cuatro partes, que llam an cuarteles. E n cada uno hab ita un barrio en casas separadas, con su padre, para a ten der a los trab a jo s del cam po, con que en todo son cuatro barrio s los que cu ltivan el territo rio , que

    8v jun tos con los que m oran en la villa / hacen doce barrios, que son ciento y veinte fam ilias, sin co n ta r los eclesisticos, m agistrados ni esclavos pblicos.

    Los cuarteles, en cuanto lo perm ite el terreno , se aplican uno a la siem bra, o tro a huerta, o tro a la crianza y o tro a algn industria , como seda, azcar o cacaote.

    N m ero 10.

    De la ciudad

    Las ciudades son poblaciones cuadradas con su m uralla y foso, com puestas de barrios, al m odo que las villas; divididas en parroqu ias y en cada una su tem plo y, enm edio, el m ayor, con las viviendas de los eclesisticos alrededor y sus cuatro casas del com n de la ciudad. No puede exceder el nm ero de las fam ilias 1200, fuera de los m agistrados de p a rro quias y ciudad, estudiantes y esclavos pblicos.

  • Nm ero 11.

    De la M etrpoli

    La M etrpoli es la ciudad que ocupa el cen tro de la provincia. Slo se diferencia de las o tras en tener obispo y m agistrados provinciales en casa del com n de la provincia, con la Iglesia catedral enm edio, estudio y sem inarios.

    Nm ero 12.

    De la Corte

    La Corte es la m etrpoli de la provincia de Ni-S, que ocupa el cen tro de la pennsula, fabricada en la isla Ni, que est enmedio del lago que form a el apacible ro Pa. No se diferencia de las o tras m etrpolis sino en ser residencia del prncipe, del senado y arzobispo e pa tria rca de la Sinapia.

    Viven en ella los em bajadores y los jub ilados. Y9 en ella resi / de la Academia y los archivos y se ce

    lebran los concilios generales de la nacin sinapiense. Enm edio tienen el tem plo patriarcal, m uestra adm irable de la piedad e in d u stria de esta singular nacin. Quien ha visto una villa, las ha visto todas, pues todas son iguales y sem ejantes; y quien ha visto stas, ha visto las ciudades, las m etrpolis y la corte m ism a, pues slo se diferencian en el nm ero de los barrio s, en la m ejora de los m ateriales y en la grandeza de los edificios pblicos; y en todo lo dems son uniform es.

  • N m ero 13.

    De la form a de la repblica

    Es la fo rm a de esta repblica m onrquica, mezclada de a ris tro c r tica y dem ocrtica. El m onarca son las leyes; los nobles son los m agistrados y el pueblo son las fam ilias. Su figura, piram idal, cuya base es el pueblo; el cuerpo es el m agistrado y la cim a es el prncipe. Los m agistrados son padres de fam ilia, padres de barrio , padres de villas, padres de ciudad, padres de provincia, senadores y prncipe. Todos se llam an PE, que quiere decir padre, pa ra m ostrar que lo deben ser en el cario, vigilancia y ejem plo.

    Nm ero 14.

    De los padres de fam ilia

    Son los padres de familia m agistrados natu ra les, dados po r Dios, no elegidos po r los hom bres. E je rc itan su ju risd iccin en todas las personas de la familia, a quien m andan abso lu tam ente y castigan con prisin, ayuno y azotes. A ellos incum be gu ard ar y hacer guardar la ley de Dios, las leyes sinapienses

    9v y las rdenes del padre de b a rr io a su fam ilia y / aum entar la iglesia con buenos cristianos y la repblica de buenos ciudadanos, c ria r los hijos hasta que tom en estado , instru irlos en la religin, agricu ltu ra y leyes y, m s que todo, en la obediencia a los superiores y am or a la vida com n, m oderacin e igualdad. E n falta del padre de fam ilia, e jercita es ta

  • ju risd iccin la m adre y, en fa lta de ella, el h ijo m ayor. La insignia com n de todo m agistrado es una colonia 132 de seda, con que cie po r la fren te 'la cabeza, siendo el color el que diferencia los m inisterios. La de los padres de fam ilia es blanca.

    N m ero 15.

    Del padre de barrio

    El padre de barrio e jercita su jurisd iccin sobre todos los pad res de fam ilias de su barrio o cuarte l. Cuida de proveerlos de lo necesario , reparte y o rdena el trab a jo de cada da, castiga con ayuno, p risin o azotes. Cuida de que las fam ilias tengan el nm ero cum plido, sin excederle. R