Sin Forma Definida. Transición cultural en Ciudad Real. Ángel Romera

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    Sin forma definida. La transición cultural en Ciudad Real

    Ángel Romera

    I

    Al analizar la, digamos, “Movida” cultural entre 1978 y 2000 en Ciudad Real me mostraré (solo al principio) subjetivo, puestuve una minúscula parte en ella. Contaba dieciséis años cuando nacía la Constitución de 1978 y poco después miscircunstancias familiares se volvieron tan desagradables que he tenido que hacer un cierto esfuerzo para poder remembrar ladécada que siguió a ese año, que algunos consideran prodigiosa.Por entonces me hallaba muy lejos de saber que investigaría al más feroz defensor de otra Constitución, la de 1812, elciudarrealeño Félix Mejía, pues la vida me parecía entonces una película mal montada, llena de tedio y angustia. No he vistoni un capítulo de Cuéntame, así que creo estar libre de la maldición que el Eclesiastés, VII, 10 depara a los melancólicos;nunca he idealizado el pasado, con lo que empiezo a decir aquello que Françoise Sagan: “la nostalgia ya no es lo que era”.Me hago viejo, o, mejor dicho, me han hecho viejo, y de las batallitas que tengo que contar más me escuecen los tiros ynavajazos que me envanecen las victorias.

    Los que dudan de la existencia de una Movida gijonesa o madrileña rechazarán definitivamente la existencia de unamanchega; pero he de decir, con los papeles en la mano, que para los que vivimos entonces la hubo (o la inventaron, si es queno es lo mismo) aunque fuera en parte abducida por Madrid (Juan Gracia, Miguel Galanes, González Moreno, el notorio

    Pedro “Almodólar”, el Macario Polo de ida y vuelta, etc.) y Barcelona (Gallego Ripoll); aquí lo demostraré. Porqueefectivamente algo se movía “sin embargo”, como en la frase atribuida a Galileo, aunque el magma creativo y revoluciona rioque contenía esa superficial corteza de naranjito afterpop nunca pudo trascender o surtir muy lejos. Pero tocó algo de larealidad y dejó testimonios que hoy podemos estudiar.

    Para encontrar algo verdadero habría que esperar muchos años después, a movimientos tectónicos más profundos y de verdaddespreciados por el poder, como el 15-M. Es mucho más genuino, motivado y manipulado que la misma “Movida”, pues estaexistía en la superficie, pero por debajo todo permanecía plácida e intrahistóricamente igual, muy al contrario que ahora,cuando el malestar se ha vuelto sísmico y deriva de la angustia cruda y dura.

    Enrique Tierno Galván, en el ensayo liminar “Existencialismo sin angustia” de su  El miedo a la razón, (Madrid: Tecnos,

    1986) apercibió claramente la superficialidad del fenómeno y dio cuenta de cómo se podía manipular este tipo deepifenómeno para crear un cisma generacional y cortar toda posible relación de la juventud con el impulso revolucionarioque las víctimas de la represión anterior auspiciaban; UCD, PSOE y PP evitaban cuidadosamente la verdadera“democratización” en los tres poderes o polos de la sociedad y la transformaron en una mera apariencia. Hicieron a España“parecida” a Europa, como concluyó el historiador Fernando García de Cortázar en su muy leída Breve historia de

     España (Madrid: Alianza, 2012). Demasiado pronto esa carta otorgada, compuesta para garantizarle un sillón al rey, seinactivó en lo que tenía de esperanzador y se volvió solo un instrumento para legitimar las aspiraciones de unos pocos. Unteórico del constitucionalismo internacional, Karl Loewenstein, no habría dudado en clasificarla como una Constituciónsemántica o Pseudoconstitución, esto es, “la aplicada, pero no tanto para regular el proceso político cuanto para formalizar ylegalizar el monopolio de poder de determinados grupos sociales o económicos”. Recuerdo que cuando debatimos este temaen el Guridi alguien citó el informe sobre la juventud española que Felipe González encargó a un discípulo de Noam

    Chomsky, el sociólogo estadounidense James Petras, que luego censuró; solo algunos nos enteramos porque lo publicó ladesaparecida y minoritaria revista Ajoblanco en 1996 y circuló entre nosotros. Más o menos se venía a decir que lasdirectivas culturales del poder habían desimplicado a la nueva generación, vaciándola de ideas anteriores: mirar atrás sevolvió “feo” y la juventud perdió su fuerza, motivación y agresividad volviéndose paradójicamente reaccionaria cuando lostiempos pedían un progreso verdadero. La evolución, que no revolución, se había detenido sustituida por una rebeldía sinobjetivos, esto es, por una moda. Muchos notaron esa falta de sentido, se drogaron, se murieron, se suicidaron o seescondieron. Y… sin embargo, algo hubo. Los jóvenes éramos sinceros hasta cuando nos mentíamos. 

    Me pasé el bachillerato entre libros (clásicos, policiacos y de ficción científica), siendo uno más entre raritos o frikis y unas pocas chicas demasiado formales, porque todavía no se había generalizado la coeducación; había huelgas de enseñanza yunos pocos profesores adorados entre muchos aborrecibles. Entre los primeros estaba doña Hortensia, que me inculcó un

    amor sin límites a la Historia del Arte; esperaba con verdadera ansia sus clases, sus filminas, sus excursiones a museos ycastillos, algunas junto a su perra “Melibea”. Ya jubilada, aún la he visto pasearse con un pin oval en la solapa en que

    http://www.inventati.org/ingobernables/textos/anarquistas/informe-petras.pdfhttp://www.inventati.org/ingobernables/textos/anarquistas/informe-petras.pdfhttp://www.inventati.org/ingobernables/textos/anarquistas/informe-petras.pdfhttp://www.inventati.org/ingobernables/textos/anarquistas/informe-petras.pdf

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    aparecía la Joven de la perla de Vermeer. Por otra parte, un temible profesor de filosofía, López se llamaba, iluminó parasiempre mis pobres entendederas con sus clases, en las que fui uno de los pocos en aprobar; recuerdo con vigor las defenomenología, neopositivismo y psicoanálisis. De otros malísimos podría hablar también, pero no merecen siquiera sacarlosdel olvido. Asistía con agrado las clases de griego con Róspide, quien nos hacía traducir fábulas de Esopo (lejos estaba desaber que llegaría a editar yo mismo colecciones de fábulas) y las de literatura con una buena y elegante profesora, doñaBlanca, muy mayosa del sesentayocho. En ambas materias usábamos libros buenos; para la literatura, los de Fernando LázaroCarreter; me gustaban tanto que me leía las lecciones incluso antes de que se explicaran; en mi casa, por otra parte, conseguíque nos suscribiéramos al Círculo de Lectores, era un asiduo de la biblioteca municipal y compraba, conseguía o leía por micuenta tebeos y libros baratos de la editorial Bruguera y de la editorial Molino, así como los de Richmal Cropton sobre elanarquista vestido de niño Guillermo, resposable de mis primeros intentos de plagio literario; me encantaba cómo escribíaesa señora. Luego descubrí que Fernando Savater y Javier Marías también habrían disfrutado tanto como yo del personaje,

     pero con ellos me llevaba una decena de años. Los autores de literatura juvenil (Verne, Wells, Salgari) apenas me duraronseis meses: pasé en seguida a todos los autores relevantes de la literatura policiaca (Conan Doyle, Hammet, Chandler,Thompson, Irish…) y de la ficción científica (odio el anglicismo ciencia-ficción): Asimov, Heinlein, Farmer, Lem…También bastantes clásicos: Cervantes, Defoe, Dickens, Melville, Poe… incluso a Borges, cuya prosa completa ya me habíaleído completa a los dieciocho años. En cuanto a los libros que me obligaban a leerme en el instituto… para qué decir nada;solo disfruté del Lazarillo y del Buscón y de la antología de los libros de texto y le cogí un odio cetrino y mortal a Ferlosio ysu artificioso Alfanhui, hoy completamente olvidado. Más adelante habría de leer y anotar toda la poesía de Góngora,Quevedo y Lope de Vega. En tercero de BUP ya leía yo, un mocoso de dieciséis años, a Carl Gustav Jung… solo porque me

     pareció interesante lo que el profesor López había dicho de él… no pude conseguir nada de Husserl y Wittgenstein, hastamás tarde.

    Me había convertido sin darme cuenta en un lector furibundo y en un friki al hipercubo. He llegado a desenterrar las razonesíntimas que me produjeron así, pero revelaré solo el motivo superficial que lo desencadenadenaron, mucho más triviales. Enoctavo de EGB me dieron uno de los premios de redacción del hoy veterano concurso de la Coca-Cola. Eso de que dierandinero por escribir en una familia que conta ba las monedas como si fueran “mi tesoro” me hizo tomarme la literatura enserio: compraba los libros y tebeos más baratos y buenos que pudiera encontrar; coleccionaba de todo, hasta catarros;entonces, en algunas tiendas podías cambiar tebeos a duro, y eso multiplicaba ad infinitum tu capacidad de lectura, relecturay requetecontralectura, porque cuando no tenías lecturas nuevas te volvías a repasar las que tenías. Recuerdo también enespecial los fósiles que buscaba subiendo por las escombreras de las minas de Puertollano, las piritas y cinabrios que me trajo

    mi padre, el yeso cristalizado que encontré en la laguna de Caracuel, las conchas fósiles que trajimos de la Ciudad encantadade Cuenca. Estudié el bachillerato en Ciudad Real y empecé a frecuentar un grupo de escritores jóvenes que se reunía en elantiguo cafetín de San Pedro, donde recuerdo que actuaron una vez Jesús Monzón, más conocido como “el Gran Wyoming”,con el Reverendo pianista. En el Cafetín se reunía el grupo “Cálamo”, una serie de poetas jóvenes sesgados en 1979 delgrupo “Guadiana”, al que llamaban carca y demasiado hijo del arado, del paisaje y del melón huertano (horresco referens!);en él me introdujo un compañero de tercero de BUP, el futuro poeta y colega de carrera y profesión F. J. Carretero, unmelancólico gallego injertado a la fuerza en el secarral de La Mancha. En el cafetín de San Pedro nos partíamos la crismacasi todos los días jugando al ajedrez; F. J. era hijo de un juez gallego, padecía la saudade o “morriña” de su natal Pontevedraen estos soles y leía a poetas extranjeros de que yo no había oído hablar. Además, gracias a su padre y el grupo “Cálamo”tenía contactos y se enteraba de cosas como concursos, antologías, subvenciones etc… De lo que empezó a no contarme nadacuando empecé a ganar los premios de poesía de la residencia universitaria “el Doncel” y de la Asociación Marzo, de que él

    me había informado; entonces empezó a mostrarse algo remiso conmigo; luego llegaría su turno, cuando le editaron en laDiputación un libro horroroso, como todos los primeros, pecado que logró vencer luego en la Universidad con otro cuyomecanoscrito original poseo en una carpeta: Interior beige con ausencia (1988); quizá sea porque conozco a su autor y sé dequé va, pero me encanta este libro y creo que es por los méritos objetivos del mismo. Lo que escribió después (Los díasdemorados) nunca igualó ese esplendor fruto de la represión que entonces sufría, sufríamos pero yo sé que muchos de los queguarda inéditos son bastante mejores.

    Todos esos poetas jóvenes (y bastantes más maduros), un total de dieciséis, figuran en su mayor parte en la antología Ciudad Real: poesía última (C. Real: Diputación, 1984) que tuvo dos ediciones: una sin F. J. y otra con él y otros autores (1985). El promotor del elenco fue José M.ª González Ortega (1958), uno de los que figuraban en el primer repertorio, que él seleccionóy maquetó y había conseguido financiar de la Diputación, vendiéndoles el cuento de la novedad y tal, al margen del grupoGuadiana, que odiaba; yo no figuraba entre otras cosas por cuestiones de registro civil: yo no había nacido aquí, aunque mis

     padres fueran manchegos (cualquier pijada de estas sirve para excluir) y había vivido más en estas tierras que otros que sefueron a vivir fuera. La mancheguitis en González Ortega era igual que la de sus odiados guadianeros y, en eso no se

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    distinguía demasiado de ellos pese a lo cual incluyó a los levantinos Pillet y Cañigral y Carbonell y al pacense Gutiérrez. Mástarde, en 2009 volvió a publicar una antología de quince poetas ciudarrealeños (Detrás de las palabras: Posguerra yTransición en la Poesía de Ciudad Real, Almud, 2009).

    Los autores incluidos en la primera edición fueron María Alcocer, Joaquín Brotons, P. Antonio Callejas, Dionisio Cañas,Luis de Cañigral, Raúl Carbonell, el “sensista” Miguel Galanes, Federico Gallego Ripoll, Pedro Antonio González Moreno,José M.ª González Ortega, Antonio Gutiérrez, M.ª del Prado de Juan Lérida, Lorenzo Martín del Burgo, Jesús Martín, JoséLuis Mora Cuesta y Felix Pillet Capdepon. Muchos de estos eran socialistas (Martín, Pillet, por lo que sé), profesores deuniversidad (Cañigral, Cañas, Pillet) médicos (Alcocer, Callejas), profesores de literatura de instituto (González Moreno,Mora, Galanes, Martín del Burgo) o actores (González Ortega, Gallego). Cuando ha pasado ya tanto tiempo los únicosvalores líricos sólidos que han quedado de esa panoplia son Federico Gallego Ripoll y Pedro Antonio González Moreno;todos los demás pueden, en todo caso, tenerse por escritores estimables; la poesía de Cañigral, a la que dediqué un estudio

     bastante completo, es, sin embargo, un refinado juego cultural, pero que se agota en sí mismo y no ha tenido continuidad(que yo sepa); los otros autores son más irregulares y, aunque puedan tener algún momento de brillo, padecen con máscontinuidad caídas del tipo “publicar por publicar”, pues si hay algo que debe imponerse un sacerdote de la lírica esrespetarla y no adocenarla. Otros, sencillamente, no pueden llamarse poetas, sino críticos (Cañas, Cañigral, Carbonell,Galanes, González Ortega) o prosistas (Alcocer, Pillet). O permanecen inéditos todavía (J. F. Carretero Zabala).

    II

    Como es natural, unos jóvenes con estas apetencias tuvieron que terminar estudiando Filologías en el reciente ColegioUniversitario de Ciudad Real. Era esta una institución que, al abrirse las puertas del empleo con la naciente democracia,había servido de coladero a los que tuvieron el aviso de pegarse a un carnet del PSOE;estaba llenito de profesores de ese sesgo, aunque también de algunos fachas que se habían rellenado muy bien el currículocon notas hinchadas en coles privados e innumerables artículos publicados en revistas del Opus Dei; sirvió, en fin, parataponar las vías de acceso al poder a los que venían de una generación posterior sin coleguillas ideológicos y por eso lesllamaron con alguna justicia la “generación tapón”. 

    En el primer año un catedrático venido de las estepas leonesas, Joaquín González Cuenca, que descabezaba colillas contra elsuelo con tal furia que les hacía soltar chispazos de soldadura autógena, nos advirtió de que nos iría bastante mejor si

     poníamos una ferretería; éramos entonces unos sesenta estudiantes; en segundo ya éramos treinta y en tercero quedábamosunos diez tontolhabas (dos de ellos venidos del llamado “curso puente” de Magisterio). Yo era uno; la mayoría ya estabandesencantados o buscaron acomodo en otros estudios, en parte huyendo del griego y de un legendario profesor de latín, Luisde Cañigral (al que llamaba yo “indeclinable” cuando González Cuenca me corrigió a “defectivo y semideponente”); entrenosotros algunas chicas prometedoras fueron abducidas por el matrimonio pueblerino y la cría de niños y melones, así que noejercieron otra cosa que sus labores; en la enseñanza solo acabamos cinco, de los cuales tres resultamos plumillas: FernandoCarretero Zabala, José Antonio Alcaide Negrillo (un benetiano que me enganchó a Celine con el extraordinario Viaje al finde la noche) y yo; otros, sin duda con papás más forrados, prefirieron irse a continuar estudios a Madrid, donde había

     profesores más blanditos, o más lejos incluso.

    Tras el mentado filtro darwinista los que quedábamos aquí éramos unos voraces ratones de biblioteca y bastante chalados, la

    verdad. Éramos tan pocos que conocíamos a los otros de promociones anteriores o posteriores, entre ellos mi amiga MaríaElena Arenas Cruz, luego mujer del citado Joseantonio, gran cabeza que ha dejado estudios de primer orden sobre el ensayocomo género y sobre el afrancesado daimieleño Pedro Estala, a quien llamaban “Damón” los arcades no por ser un

     pastorcillo arcádico o evocar al escritor griego precisamente, sino por ser aumentativo de “dama” (por nuestro XVIIImariposeaba además un Gran Inquisidor, el obispo Bertrán, y un poeta pedófilo y deslenguado como el padre José Iglesias dela Casa, gran perseguidor de culos tiernos). Yo me había topado con ese tema de investigación y se lo indiqué a Elena, quenos dio luego el libro magistral sobre el personaje que nos faltaba. Yo lo habría hecho sin duda peor. Ella correspondiódedicándome el libro… junto al ninot  Luis de Cañigral, quien, a pesar de ser un grecizante por muchos motivos, no tenía niidea de quién era este quídam.

    Por entonces, en 1980, empecé a escribir poesía, arribada ya la Movida. Yo había ido a hacer los dos últimos cursos de la

    carrera a Madrid porque aún no podían hacerse en Ciudad Real. Me instalé en Canillas, al extremo de la línea marrón ocuatro del metro, dos horas de ida y dos horas de vuelta desde la facultad, en el apartamento de un solo dormitorio de mi

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    hermano, un ingeniero de telecomunicaciones medio autista, y estuve durmiendo en el sofá cama de su salón durante dosaños, muy encogido, porque soy muy alto y me asomaban los pies. Cuando se me agotaba el presupuesto me pasaba hastatres días sin comer, pues mi hermano tenía un ligue y había fines de semana en que no venía por casa; me nutría de unamezcolanza que entonces denominaba “ensaladilla universal” y cuando se acababa el combustible no había otra manera quemantenerse del aire en esa orilla de Madrid (más allá de campiña y estercoleros, se atisbaba el aeropuerto de Barajas) hastaque venían los fondos. Pasaba tardes enteras en la biblioteca resumiendo libros. Por cierto que un día intentó forzar la puertael marido divorciado del ligue de mi hermano sin saber que yo estaba; abrí, lo pillé en bragas y el interfecto salió corriendodespavorido, no sé si por mi aspecto barbudo y feísimo o porque no se lo esperaba.

    Mis notas, bastante desiguales en Ciudad Real, aumentaron prodigiosamente; tal vez los profesores de Madrid eran más blandos que los zurrados de aquí. La verdad, algunos eran muy vagos, incluso en el sentido de “difusos”, como AntonioPrieto, a cuyo libro homenaje de jubilación contribuí con un artículo, porque para ahorrarse papeleo y tiempo recurría alexamen oral. En fin, leía y anotaba muchísimo, no como ahora, que casi todo se me cae de las manos; me despaché a losclásicos: Lope, Quevedo y Góngora, Cervantes, rarillos del XVI y del XVII como Aldana, Bocángel, Villamediana. Poesíafrancesa (Paul Valéry, sobre todo, y luego Leiris y Jude Stefan, comprados en el boulevard Saint Germain en una excursión

     para jóvenes -todavía no he conseguido traducir la Letanía del escriba; desafío a cualquiera a hacerlo, si puede), alemana(Goethe, especialmente sus Epigramas venecianos y las Elegías romanas, G. Benn, Brecht, Celan) italiana (el genial ydeprimente Leopardi, el irredento Pasolini, y buenas ediciones de Dante y Cecco Angiolieri, compradas en el viaje de fin decurso a Roma, llena de gatos), española (entre los modernos, especialmente Ángel González, el José Ángel Valente

    de Mandorla, Cernuda y el último Aleixandre; admiré el J. R. J. modernista y el de Espacio, pero no conseguí entusiasmarmecon el seco Guillén)… Conocía al hijo de Ángel Crespo, pero en esa época solo lo leí como traductor de la   Divina Comedia;después compré y admiré los aforismos de su Claroscuro, sus ensayos y sus últimos poemarios, los mejores.

    Sin embargo, la lírica que más me atrajo entonces porque la encontré verdaderamente cercana a mí fue la anglosajona, que yaconocía de tiempos del bachillerato cuando F. J. Carretero me interesó por el canadiense Leonard Cohen, “el depresivo noquímico más fuerte del mundo”. Compré una antología bilingüe de Claribel Alegría y D. J. Flakoll, Nuevas voces de

     Norteamérica (Barcelona: Plaza y Janés, 1981) de la que me impresionó definitivamente la llamada “Escuela del cuartocerrado”: Mark Strand, ante todo, aunque también poetisas rebeldes, sociales y feministas como Susan Griffin. De ahí pasé asus antecesores de la generación Beat : Allen Ginsberg y Gary Snyder; por supuesto, y remontando aún más en el tiempo seañadió un puñado de clásicos imprescindibles: a la  Balada de la cárcel de Reading de Wilde se añadieron Walt Whitman y

    Emily Dickinson, mal vistos, Poe, disfrutado como nunca, T. S. Eliot y lo poco que pude descifrar de los frikisdecimonónicos Robert Browning y Charles A. Swinburne, ambos aún sin traducir (que parece mentira).

    Los sábados me iba a la Cuesta de Moyano en busca de gangas y empecé a frecuentar la Biblioteca Nacional con motivo demi tesina sobre el cervantista, gramático y protestante manchego Juan Calderón, cuya Autobiografía estudié viajando en

     busca de documentos además a varios pueblos y al sótano del colegio El porvenir de Madrid, en busca de la tercera edición barcelonesa, que doy definitivamente por perdida. En Madrid encontré a otros estudiantes con más dinero o con mejoracomodo que se habían instalado allí desde primero sin pasar por el Colegio Universitario de Ciudad Real. Alguno que logróentrar en el círculo del llorado Bousoño, a quien llamaban Bucéfalo no diré por qué, se fue a Italia, como el budistavaldepeñero Fernando Martínez de Calzada.

    Yo ya era cinéfilo desde que me colaba en el hoy destruido Gran Teatro de Puertollano, calado por manchas de humedad, para ver programas dobles; costaba cinco duros que no siempre tenía y me veía cada película dos veces muchas tardes; como procuraba reducir a letra todas mis aficiones me compré libros sobre cine y escribí un pequeño trabajo sobre la materia,además de estudiar más tarde el coleccionismo de programas de mano (de los que me gustaban especialmente esosalucinantes carteles de color antirrealista por Josep Saligó). Pero la generación siguiente era aún más cinéfila: un cursodespués de mí en el instituto ya venía un tal José Luis Vázquez, a quien recuerdo llevaban en silla de la reina por los pasillosdel instituto. Entre mis compañeros tenía algún proyecto de novia que siempre terminaba desastrado; eran unas Antimusasgamusinas y aburridas, aunque con más curvas que la cara oculta del As. La más estimulante fue una con la que vi Terciopeloazul  en Madrid del neosurrealista David Lynch; andando el tiempo la dejó embarazada un fotógrafo y pasados los años mehizo una de esas llamadas telefónicas descolgadas en el tiempo que son como una llamada de arrepentimiento y auxilio yaimposible; al menos he recibido dos de esas que sin duda algunos de mis lectores habrán también recibido. Solo vi Blade

    runner cuando nadie entonces le hacía caso y que fue una de las grandes películas de entonces. En esa época solo lograronconmoverme además filmes como La commare seca, de Bertolucci, y las obras maestras de Bergman en las incómodas

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    lunetas del cine club Juman, cada vez menos “dirigido” por el característico Long Silver Paco Badía (otro coleccionista de programas de cine).

    Contemplo todo eso a la vez con melancolía y algo de grima, pero cuando veo hoy que hacen tertulia solamente las viejas encafés donde antes habitaba la inteligencia, y la muerte pura y dura de la cultura asesinada por el pepeísmo, sin esperanza deresurrección o metempsicosis, la verdad es que siento que las cosas, sí, han ido a peor, definitiva e irremediablemente.

    La Facultad de Letras del antiguo Colegio Universitario de Ciudad Real era un bar en cuyo entorno se daban más o menosclases; por entonces estaba decorado con pinturas rupestres, y es cierto que era una nada platónica taberna con tabernícolasque iban a dar clase medio mamados. En su biblioteca, presidida por una marmórea señorita Prado de ojos azules como elmar, me pasé interminables horas traduciendo y midiendo hexámetros de Virgilio y dísticos elegíacos de Ovidio, aunque ellatín que había aprendido me había venido más de forma auditiva e infusa, como la paloma a los apóstoles, que por arte decodos. Un cierto tipo de conocimiento no se aprende, se contagia. Y yo me contagié de latín, no sé muy bien como. Se notaque virus (“veneno”) es una palabra latina.

    Yo me juntaba con una pandilla de raros de los que luego surgió la tertulia del Guridi. En aquella árida Ciudad Real iba acomprar pipas a una lesbiana llamada H. que luego resultó ser una dolida poetisa; luego di clases de Instituto y la veía venir arecoger a su novia, una rubia virago que estudiaba COU y apenas le hacía caso; anda por Toledo y publicó un libro de versos.Un empleado de banco, Federico, que colaboró luego con cuentos en la revista que dirigí, Ucronía, terminó por hacer de

    conductor suicida en la carretera de La Coruña y se cargó a una familia entera, además de a él mismo. Nunca se me ocurrió pensar que terminaría así una mosquita muerta (o más bien suicida) como él, al que ya le habían salvado la vida unos amigosde la tertulia; no sirvió de nada. Otro personaje de ese grupo era mi amigo Paquillo, con más cociente que Einstein y que no

     pudo acabar la Secundaria, expulsado del PSOE por faltón y que fue víctima de penosas circunstancias familiares que meahorro mencionar. Pasamos noches interminables hablando de libros y mujeres, jugando al ajedrez y analizando todo lohabido y por haber. Se lio porque quiso con una profesora divorciada en Murcia y ganó algún que otro concurso de poesía.

     No lo he vuelto a ver, pero sé dónde está y desde luego no voy a decir dónde, pues eso solo le incumbe a él. Si entoncesandaba en la Movida ciudarrealeña no me daba cuenta porque, la verdad es estuve tangente, secante e incluso circunscrito enalgunos de sus grupúsculos, unas veces dentro, otras fuera y otras mirando desde el burladero. Pero ya contaré.

    III

    Cuando uno mira atrás, solo echa de menos la gente; eso decía Holden Caulfield al final de El guardián entre el centeno.Pero Holden Caulfield tenía el talón de Aquiles de su hermana Phoebe, que es el común de todos los adolescentes; y se lodijo a la cara de esta manera: “No sabes lo que quieres”. La juventud siempre está abierta a todo y es pura contradicción; es un rasgo tan característico como el de no estar para nuevos trotes en el caso de la vejez. Y eso nos pasaba a todos losadolescentes creciditos de entonces. Pero a estas alturas he de confesar sinceramente que no echo de menos a algunos aquienes preferiría olvidar o enviar a tomar por culo (y a alguno además le gustaría), mientras que a otros los evoco con pena

     porque se han ido o con satisfacción, porque pasamos buenos ratos juntos: son ese tipo de gente a la que gusta recordar. Ytambién a otros que poseían el don de saberlo todo sobre todos. Todavía he visto que hay algunos de esos, no diré cuáles. Deellos se puede decir lo que sobre sí mismo dice Nick Carraway al principio de El gran Gatsbyde Scott Fitzgerald, o elhermano lego en Crónica del Alba de Ramón J. Sender: no juzgan a nadie y poseen almas líquidas, que se adaptan a la forma

    de cualquiera. Como el alma del pobre John Keats:

    ¿Dónde se halla el poeta? ¡Mostrádmelo, mostrádmelo, / oh Musas, que yo pueda conocerlo! / Es aquel hombre que, en

     presencia de otro, / se sentirá su igual, sea éste rey / o el más pobre del clan de los mendigos, / o cualquier otra cosa

     sorprendente / que entre un mono y Platón el hombre pueda ser. / Es aquel que ante un pájaro, / águila o reyezuelo,

    encuentra su camino / a todos sus instintos. Le ha escuchado / al león su rugido y puede hablar / de lo que su garganta

    endurecida expresa. / A él el grito del tigre / le llega articulado y se abre paso / como lengua materna entre su oído. 

    Y son estos los que podrían referir con más extensión y profundidad lo que yo cuento, pero tienen miedo, ese miedo tancaracterístico del español y que tanto asombraba al César de Shakespeare. Son demasiado discretos y no divulgan lo que hanvisto o lo que han sacado en limpio de lo que han llegado a saber; una pena. Jamás escribirán sus experiencias. Nunca

    sacarán la prosa a pasear o hacer gimnasia, y se les morirá en la cabeza, como las últimas coplas populares en la de los viejos.El español, por lo general, es un avaro de sus propios recuerdos, no los comparte con nadie y se muestra remiso a escribir

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     biografías o autobiografías: es “largo en hacerlas y corto en contarlas”, como dicen que escribió Santiago Ramón y Cajal,aunque ya en el historiador del XVII Francisco de Moncada se lee que somos “largos en hazañas, cortos en escribirlas”. 

    Yo mismo no digo todo lo que sé porque eso me metería en honduras que no darían término a esta serie, pero también porquetemo implicarme o implicar a otros demasiado. Muchos se marcharon o murieron, o se quedaron aquí envueltos en la sábanadel silencio, que es otra manera de inexistir. Este mismo escrito se debe solo a que alguien quiere que se escriba y se lea y

     por eso os pertenece más que a mí. Porque habla sobre la gente y lo que hacían y deseaban hacer entonces y, como he dicho,solo la gente es lo que interesa realmente. Solo ella puede dar significado a las cosas. Luego está la forma, quiero decir la

     poesía: para ello se requiere la ayuda del yo y unas pocas metáforas. Es lo único que puedo aportar a los hechos, pues, comoya dije en un poema, “escribo para ver si es verdad”.  

    Durante la Movida el mundo era ligeramente distinto al actual. No había móviles y la gente conversaba mirándose a la cara…Pero ya empezaban a ponerse distancias de soledad: instalaron mirillas telescópicas en las puertas cuando antes se abría conconfianza y la gente se empezaba a encerrar en sus habitaciones dentro de su misma casa como los otakus cuando empezarona instalarse los primeros ordenadores con Internet y los móviles (que otros llamaban celulares o “manglanillos”). La gentedejó de ser gente y se transformaron en individuos metidos en celulillas de colmena; los móviles acompañaban hasta la camay dormían con nosotros; eso provocó que la juventud se “socializase” demasiado (hipersocialización) y que las relacioneshumanas se volvieran superfluas o degradantes, relaciones de mero consumo, incrementando exponencialmente los casos deacoso, bullying, ninismo, fobia social y patologías como la anorexia, la bulimia, la vigorexia y la ebriorexia en la juventud,

    víctima de esa excesiva conexión del individuo a su imagen, sometido a una expansión y deformación de su yo exterior (su“maquillaje”, diría Mecano) y además a una publicidad sin control y sin escrúpulos y mucho más maleducada que antes. Elmundo, además, excluía cada vez más la cultura y la identificaba con la moda; los libros eran cada vez más caros y con IVAcada vez crecido y las librerías dejaban de ser negocio y empezaban a cerrar y las sustituían las peluquerías y los bares. Seleía ya solo por obligación, no por gusto; ni siquiera apoyaba el Estado, como antes, colecciones sociales de libros baratos ola industria de la historieta o tebeo, que algunos llaman comic, y que tan importante es para extender el hábito de la lectura enedades infantiles y juveniles.

    Antes de transformarme en un ludita por el estilo de Ray Bradbury y escribir un artículo sobre la quema de libros en lacultura (que fue bastante comentado), fui uno de los primeros en comprarle un PC1 a mi novia que me costó el sueldo de unmes; también me pasé años colaborando en una Wikipedia entonces muy verde, donde redacté unos tres mil artículos, corregí

    muchos más y me peleé con otros wikipedistas; todavía sigo haciéndolo, pero ya con pocas ganas, porque cada vez encuentromenos sentido a esa tarea y a la muerte más cerca. Nunca me arrepentiré bastante de haber envidiado a los muertos, comoLeopardi: la vida, sí, es mil veces mejor, pese a todos sus cansancios; y también me arrepiento de haber escrito tanto. Primumvivere, deinde philosophare. Pero yo entonces no hacía ningún caso: aprendí lenguaje de marcas y levanté algunos portalesque derribaron luego los mismos que los albergaban, como el de Geocities; todavía quedan otros, pero no dudo que tendrán lamisma suerte. Nada interesa lo que otro ha escrito; lo borrarán para escribir encima, y ni siquiera quedará el palimpsesto. Memaravillaba ver que mis hijas aprendían ese lenguaje con más facilidad que yo, pero no seguían ese camino, a pesar dedárseles muy bien la escritura y el dibujo. Me desencanté de la tecnología al sufrir sus obsolescencias programadas y suservil seguimiento del dinero, como en esos asqueabundos cajeros automáticos. Hoy por hoy una tercera revoluciónindustrial, la de la robótica, destruirá cinco veces más empleos de los que cree… Y todavía creemos que la tecnologíamejorará a la especie humana. Lo que si lo hará será una mejora de las instituciones sociales. Hoy en día soy uno de esos que

    no usan móvil, por lo que nunca podré ser de Podemos, esa paradoja, y tendré que poner en mi tumba el pingüino Tux deLinux o nada en absoluto, como hacen las monjas de clausura (véase Cementerio de Ciudad Real).

    Por entonces Jesús Barrajón, uno de la movida valdepeñera de mis tiempos universitarios con el que coincidí en algunaoposición madrileña, que ahora es profesor en la Universidad de Castilla-La Mancha, publicó una edición eminentedel Teatro completo de Francisco Nieva con magníficos grabados (como artista plástico es casi mejor que como escritor).

     Nieva, un antiguo postista, como Ángel Crespo, publicó luego sus magníficas memorias bajo el título Las cosas como fueron,que recomiendo os leáis, pues más friki que este abuelo nunca nadie lo podrá ser en La Mancha. Junto con el toledanoAntonio Martínez Ballesteros (siempre atento a la actualidad, por más que la actualidad no esté atento a él: ha pasadodesapercibida su obrita Desahucio, de 2013) y Domingo Miras, autor de La Saturna (1973), son los únicos dramaturgosmanchegos que merecen crédito hoy y están realmente vivos, cuando insisten en estrenar cualquier gilipollez extranjera o

    moderniense. Un defecto les veo, la verbosidad y la pedantería; él único que no la padece es Martínez Ballesteros.

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    Siempre he sido asiduo lector de autobiografías, que prefiero a las novelas por tratarse de experiencia genuina calificada porquien la sufrió: no hay nada más directo que eso, cuando en todo busco a la gente, como he dicho. También en la lírica y enel ensayo se puede encontrarla, o más bien sus sentimientos, sus ideas, su concepción del mundo. La narrativa, por elcontrario, es biografía degradada con mentira… salvo la que tenga componentes autobiográficos, que es la más rara. Pero lo

     peor de todo son los que confunden la literatura con el paisaje: para algunos escritores, en realidad aficionados, no hay otracosa que el paisaje, la pintura y el cromo de chaval y se pondrían malos si tuvieran que escribir sobre personas o sobre símismos (véase lo dicho sobre la autobiografía).

    Poco a poco me fui transformando en un ácrata barojiano sin espoleta (ya en la bachillería me había leído esa especie de breviario de dogmatofagia que es Juventud, egolatría) y era incapaz de negarme a considerar cuestión alguna y ponermelímites, algo que incluso ahora padezco y lamento. Por eso procuraba entender incluso a fanáticos que no querían entender,los tradicionalistas, entre ellos algún colega profesor del Opus al que llegué a tomar afecto pese a su pornográfico amor a un

     papa polaco que lo hizo prelatura personal. Las chaladuras poseen algo de admirable, pero solo terminan pareciéndometolerables si cuentan con ancho de banda o perspectivas que no embotellen el entendimiento aislándolo de otros mundos, deotras gentes y de otras ideas y sentimientos. Y el Opus, del que me maravilla no lo que ha hecho, sino todo lo que no hahecho más todo lo que ha impedido, posee las perspectivas de un pozo en que algunos pueden caer y no salir y aun si salenllevarlo puesto. De hecho, desde que el Opus hace de las suyas el Diablo no para de matar moscas con el rabo.

    Una parte muy grande de los católicos que he conocido es profundamente hipócrita (si es que un hipócrita puede ser

     profundo), perdona al enemigo después de haberlo matado y, como decía Gandhi, son muy poco seguidores de su Cristo ymuy remisos a soltar sus bienes, sus prejuicios y sus ideologías para seguirlo con más soltura. El protestantismo (que estudiéen la persona del hereje manchego y exfranciscano Juan Calderón), el budismo, y la lectura de los Pensamientos sobre lamuerte de Feuerbach y las Preguntas de Zapata de Voltaire, entre otros, me permitieron liberarme de concepciones cristianascerriles como las que entonces “dominaban” en / a España, fuera de que pronto reparé en que en la Iglesia Católica andabanencerrados entonces (y ahora) bastantes orates, cuando no almas programadas por su entorno social y pederastas confesos oinconfesos al lado de personas admirables que eran capaces de salvar el proyecto como Dios salvaba ciudades llenas desodomitas solo con que hubiera un inocente. Y en la Iglesia católica hubo, hay y habrá muchos inocentes y solo unos pocossinvergüenzas que viven de ellos. Se salvará, claro, y salvará a muchos también, si asume realmente su limpieza, que haempezado al parecer y al padecer con el pobre Francisco. Pero los católicos, con su falta de fe en el hombre, que la historia

     parece justificar en parte, jamás admitirán que la ética es una categoría de orden superior a toda religión, por más que

    siempre constituyan con su mala conciencia uno de los dos pilares de la cultura occidental: otras culturas no han poseídonunca esa mala conciencia.

     No sé cómo, se empezó a reunir en el Guridi, un local de la pintoresca larga calle Libertad (con su nueva Gata Loca, con suCompás, su Hermandad de la Flagelación y sus prolongaciones y cortes ácratas y tabernarios y sus tres cipreses) que habíacomprado un ebanista de Piedrabuena llamado Juan, un grupillo de gente de todas edades y sesgos. Me condujo a esaguarida Javier Trujillo Sánchez, prematuramente fallecido con 57 años de un tumor cerebral. Era un tullido del brazo derechoque pasaba mucho tiempo en la calle y llegó a ser mi más fraternal amistad en una época en que andaba buscando unaArcadia imposible y un amigo verdadero. Lo conocí cuando “echaban” por la televisión una serie que me hizo mucho efectosobre una novela de Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead . Sus escenas de decadencia y calaveradas juveniles eran muy denuestra época, aun correspondiendo los felices veinte: nos sentíamos así. En mi biografía, la entrada de Javier Trujillo fue

     providencial: fue la ventana por la que entró a raudales un aire vivo que me hizo descubrir a muchos otros buenos amigos yfertilizó un tiempo muerto de estéril sequedad. Cantaba en el Coro de la Universidad y todavía lo echo en falta, como élmismo echaba en falta mover su brazo derecho a causa de una meningitis que lo dejó tullido a edad muy temprana; esa

     pérdida tuvo unas consecuencias encadenadas imprevisibles: siendo de suyo apuesto, esta minusvalía lo transformó en un paria bohemio y greñudo, que no podía andar correctamente y aparecía desaliñado porque no podía manejar el peine yajustarse la ropa con el arte que todos los que usamos la extremidad natural damos por supuesto. Era difícil tambiéndistinguir sus palabras, porque el tener que usar el brazo izquierdo siendo diestro y la mitad derecha del cerebro le había

     provocado una dislexia oral que perdía al momento cuando arrancaba a cantar como los ángeles ( si linguis angelicis / loquar,et humanis…). Era muy devoto del Cristo de la Buena Muerte y la Hermandad del Silencio, a cuya procesión no faltó nunca.Ahora podrá integrarse en los coros de los serafines e incluso tocar la guitarra celestial con un brazo nuevo. Su minusvalía,que podría haberle hecho solitario y gruñón, era compensada y superada con una gran nobleza y bonhomía y facultad para

    hacer amigos hasta en las cloacas. Le dedico estas palabras de afectuoso recuerdo, donde quiera que esté, por los buenosratos que me hizo pasar; a él, a una de esas pocas personas que siempre es grato recordar.

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    La tertulia reunía al escritor y sociólogo Francisco Chaves Guzmán, gran lector de Pier Paolo Pasolini y apasionadodenigrador de la modernidad; a José Luis Margotón (un cineasta y escritor que era además factor de RENFE, y marxista ysindicalista irredento; al juez de menores, dramaturgo, crítico y poeta Carlos Cezón, al pintor Paco Carrión, a mí mismo y aunos cuantos más. Juntos editamos los cuatro números trimestrales de la revista Ucronía, que dirigía y componía yo, convistosas portadas de Paco Carrión. Por la órbita de la tertulia circulaban de vez en cuando personajes como el novelista y

     profesor de informática en la Universidad Macario Polo Usaola, quien junto a Teo Serna, es el único al que con justeza se le puede llamar novelista Afterpop y el único al que se le puede asignar la ración de humor, de intrascendencia y de ludismoque se asocian a esta estética, y el filósofo, poeta y novelista inédito Javier Lumbreras, envuelto en una nube de humo, GranDuque del Bartolillo y Marqués de La Poblachuela, amigo, por cierto, del gran poeta satírico “fray Josepho”, pseudónimo delhistoriador José Aguilar Jurado; el poeta ciego y premio Tiflos Maximiliano Mariblanca, un amigo mío de lengua satírica

     peor que la mía, que ya es decir, Mari Carmen Matute, autora de brutales cuentos y poemas, el jurista Fernando MartínezValencia, amante de los aforismos y los cigarros de hoja, y la pintora Olga Alarcón, responsable por cierto de la vistosadecoración del local conocido como La gata loca y adaptadora de los dibujos con que un premiado pintor madrileño, de cuyonombre no alcanzo a acordarme, decoró mi primer y hasta ahora único libro de versos impreso, Palabras acabadas (1992).De Carlos Cezón guardo el manuscrito de El discípulo amado, una tragedia al estilo “inmersión” de Buero Vallejo donde sedesmonta de forma realista la farsa de la muerte y resurrección de Cristo, y su libro de poemas La tumba de Julio II . Porcierto que la asociación Quijote 2000, ideada en 1994 por un pepero llamado José Luis Aguilera que se estaba muriendo yque no odiaba la cultura (que reducía a un solo libro), al contrario que otros de esa mierda, nos requirió para organizaralgunos actos antes del Cuatricentenario del Quijote y luego nos olvidó cuando hicimos un viaje a Tomelloso, creo, con el fin

    de organizar unas conferencias. Siempre recordaré que, al bajarnos del coche a medio camino, la vistosa pluma de un cometalucía en el firmamento.

    Junto a esta tertulia seguía la añosa del Grupo Guadiana, a la que pertenecí tangencialmente. Llevé unos cuantos poemas alfallecido Vicente Cano, ya por entonces devorado por un cáncer, que gentilmente accedió a publicarlos. En seguida percibíen él a un hombre que ansiaba comunicarse y un verdadero poeta, de los que nacen con el verso en la boca, que tuvo laescasa fortuna de no poder formarse regularmente. Me llamaron la atención sus vistosas estanterías de tablas y ladrillos deobra que siempre he soñado reproducir: puro Ikea desmontable y prolongable. Vicente Cano fue un excelente antologista, degusto infalible para cribar los poemas que recibía la revista del grupo, Manxa, muchos de ellos de Hispanoamérica. Cuandomurió la revista dejó de ser lo que era y entró en una decadencia que nadie ha podido ya detener.

    El grupo Guadiana, tan odiado por los de Cálamo y por Arcos en particular, y que se había llevado a los niños de papá que noquisieron seguir en el Postismo ciudarrealeño (cuyas máximas figuras eran Ángel Crespo y Francisco Nieva, además deltempranamente fallecido Chicharro, que prometía tanto como los otros dos), tuvo después a excelentes sonetistas, como miamigo y colega Jerónimo Anaya, Julián Márquez Rodríguez y Raimundo Escribano, pero siempre se mostró poco abierto acorrientes innovadoras. En su seno había un cierto regionalismo manchego y un formalismo que impedía la entrada decualquier aire fresco, no en vano el crítico Pedro Antonio González Moreno tachó a la mayor parte de su grey con el marbete,

     bastante ajustado, de “devocionalismo”. No es así totalmente y yo salvaría y salvo a esos cuatro autores citados, cuyos versos perduran en mi selectiva memoria.

    Junto a estos añadiría yo también a unos cuantos amigos míos escritores. Al eslavista Ángel Enrique Díez-Pintado Hilario loconocí en la entrega de premios de poesía de El Doncel; yo había ganado el primero y el el tercero. Se sacó tres carreras de

    filología en Granada: la de Hispánica, la de Inglesa y la de Eslava y ahora es profesor de su Universidad. Mantuvimoscorrespondencia sobre Cernuda y tradujimos a medias poemas del polaco Adam Zagajewski para la revista de la tertulia quedirigía yo entonces, Ucronía. Solo recuerdo un verso: “¿Ha venido por el Vístula?” y vagos poemas sobre la reconstruccióndespués de la desolación nazi. La feminista Aurora Gómez Campos escribía entonces en Canfali (hoy publica todos losmiércoles un artículo en La Tribuna) y me pedía colaboraciones para su periódico a través de su hermana Paloma, una

     profesora de lengua de Valdepeñas amiga mía. Se le da ese género y el relato corto y erótico muy bien, como el artículosesudo a Rafael Torres, un filósofo islamófilo (e incluso iranólogo) que se ha trotado todos los países del mundo, desdeEstados Unidos a China, Irán y la República Checa; una cabeza de primer orden que de vez en cuando asoma

     por Miciudadreal , Lanza o La Tribuna, con varios libros publicados (entre ellos Leer Don Quijote en Teherán) y que es bloguero, como yo mismo y Macario Polo, autor este de deliciosas y divertidas novelas como Tendiendo al equilibrio, premio de narrativa de la Universidad de Sevilla, o La ruta no natural , cuyos capítulos estuvo publicando por entregas en el

    corcho del Guridi. También publicamos un cuento suyo en Ucronía. Por demás, y volviendo a Torres, siempre me hequedado con ganas de preguntarle qué piensa sobre Marjane Satrapí y su Persépolis. En cuanto a mi amigo Julián Martín-Albo, autor de Los poemas para un dios (1989), un libro muy marcado por los sonetos de William Shakespeare, de quien es

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    gran estudioso, hay que decir que es un gran director teatral. Conseguí que viniera como profesor a mi instituto entonces, elHernán Pérez del Pulgar, y allí consiguió levantar un formidable montaje, de rango profesional, de El mercader deVenecia de Shakespeare, crear un notable grupo de actores, montar varios happenings y dejar a todo el mundo patidifuso,incluido el director del centro, un matemático que, asustado, cerró cuando al fin se trasladó de centro la asignatura de teatro

     porque todos los chavales se querían apuntar a ella. Ahora Julián reside en Valencia felizmente casado con su esposo (con -o). Otro novelista interesante era mi amigo Paco Arenas, profe ultradedicado a sus alumnos y que en esos tiempos andabaenredado en una embarullada relación sentimental, de la que salió felizmente casado hoy, bloguero también, marxiano yautor de Los manuscritos de Teresa Panza entre otros libros de los que, si me extendiera, no podría jamás terminar. De otrosautores un poco más alejados del Guridi y de mí ya hablaré más adelante.

    Los gustos musicales de mi familia iban del Juanito Valderrama y Pepe Marchena de mi padre al muy Asperger de mihermano, quien no dejaba de machacarme con los lisérgicos Emerson, Lake & Palmer, las versiones a sintetizador Moog deBach del transexual Walter/Wendy Carlos, el caos dentro de un orden del jazz rag dixie Nueva Orleáns y la melancolitis

     biteliana de The Mamas and the Papas, que pasaban mucho frío en Nueva Inglaterra y parecían creados a propósito paragenerar trastornos alimentarios.

    De ahí pasamos a las grandes canciones de los ochenta, que a mi juicio no son precisamente las punteras de las listas. Habíade todo, incluso diagnósticos sociales como el que pinta el comienzo de una letra de Mecano: “No pintamos nada / noopinamos nada / todo lo deciden / y sin preguntarnos nada. / Dicen que preparan / una gran batalla / el este contra el oeste / y

    nuestra casa / destrozada”. Si se lee Derecha por Este e Izquierda por Oeste, se entenderá lo que ya decía Sting ensu Russians. Por demás, la canción sigue con una profecía de Isaías respecto a la Gran Depresión de 2008: “No pintamosnada / no pedimos nada / va a haber una fiesta / y después no va a haber nada”. O sea, lo que hoy.  

    Quiero apercibir, sin embargo, que hay dos canciones de la Movida verdaderamente ponzoñosas que constituyen un ejecósmico entre el cenit del despegue afectivo y el nadir de la dependencia total: “Déjame”, de Los Secretos, con suseneasílabos estirados, y “El amante de fuego”, de Mecano, que evoca el incendio de la discoteca Alcalá-20 y cuatro o cincolecturas más, todas perturbadoras. Esa es la única materia oscura que he podido hallar en las noches de luna y vinilo deentonces, cuando además todavía se acostumbraban los casetes. Los Cano tenían el coco comido con Lorca (sus letras estánllenas de reminiscencidas del poeta a quien los falangistas llamaban García “Loca”) y se les dio bien su duende. Se lo leíamucho, además de al liberador Cernuda y al reciente nobeliano Aleixandre (al que hay que ser un auténtico desesperado para

    entender), pero la gente nunca apercibía el carácter homosexual y marginado de los tres, como desconocía y siguedesconociendo el asexualismo del impotente Dalí, al que su padre, un notario carca, había vuelto lacio para el amorenseñándole desde niño grabados y fotos de sexos purulentos comidos por enfermedades venéreas. Tal vez por ello seinventó la anécdota de que se hizo una paja ante su padre y se la tiró diciendo: “¡Toma: lo que te debo!”.  

    El pasotismo individualista e impotente de la época está perfectamente resumido en esos versillos de Mecano: “No sé si serésensato / lo que sé es que me cuesta un rato / hacer las cosas sin querer”. Por demás, la música de entonces era el mero

     jolgorio de lo intrascendente que ya expresaba como característico de esa juventud el citado Tierno Galván (“la realidad tieneel sentido que tiene en su momento… y no tiene otro“) y se lo reparte la crítica taurina de los Toreros muertos (que citanocasionalmente a Góngora en “Dejadme llorar” y carecen de las señas de identidad de llamarse Javier), Objetivo Birmania(cuyas birmettes son perseguidas por todo el sofá), Siniestro total (con sus pequeños y liberales renacuajos), Radio Futura

    (poetianos más que poetas en su “Annabel Lee”, cuyo protagonista es el perro melancólico de una niña sureña ante su tumba,no vayan a pensar), la erudita, ronca y mínima Alaska (de quien me encanta su mistérica “Isis” y su vivísimo y elegebetiano“A quién le importa”, coreado hasta por las niñas de la guardería) y, por qué no decir lo, todos los demás, brillantes a sumodo, incluso la hipstérica Chica de ayer , que podría ser hasta mi abuela, que esa sí que es remota.