Silvia Rivera Cusicanqui Violencias Re Encubiertas en Bolivia

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SILVIA RIVERA CUSICANQUI

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  • SILVIA RIVERA CUSICANQUI

  • Violencias (re) encubiertas en Bolivia

    SILVIA RIVERACUSICANQUI

    E d i t o r i a lPiedra rota

  • Es propiedad del autor.Derechos reservados de acuerdoal D. L. No. 4-1-325-11

    Primera edicin diciembre 2010 Diagramacin: Sergio Julio Caro MirandaDiseo e impresin:WA-GUI Tel/Fax: 2204517La Paz - Bolivia

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    Claroscuro andino:Nubarrones y destellos en la obra de Silvia Rivera CusicanquiSinclair Thomson

    Reflexiones en torno a la presente edicin

    Violencias encubiertas en boliViaIntroduccinLos temas seleccionados y su pertinenciaPachakuti:Los horizontes histricos del colonialismo internoMestizaje colonial andino:Una hiptesis de trabajo

    En defensa de mi hiptesis sobre el mestizaje colonial andino

    Democracia liberal y democracia del ayllu:El caso del norte de Potos, Bolivia

    Mujeres y estructuras de poder en los Andes: De la etnohistoria a la poltica

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    La nocin de derecho o las paradojas de la modernidad postcolonial: indgenas y mujeres en Bolivia

    Experiencias de montaje creativo: de la historia oral a la imagen en movimiento

    Noticia bibliogrfica

  • I. El tIEmpo dEl asco

    El ao es 1989, en plena campaa presidencial. En la televisin, se escuchan las palabras de Jaime Paz Zamora, jefe del Movimiento de Izquierda Revolu-cionaria, refirindose a su futuro aliado Gen. Hugo Bnzer Surez de Accin Democrtica Nacionalista: Todo esto tiene que ver con la democracia. Los que nos hemos hecho, nos hemos formado en la lucha por la democracia, te-nemos hoy durante la democracia que tener una gran paciencia democrtica, de tener que compartir una misma mesa con los que nos persiguieron, nos encarcelaron, nos exiliaron, que eso forma parte de las reglas de juego que aceptamos hoy da.

    Mientras el ex revolucionario le daba la mano al ex dictador en el plano nacional, Mauricio, quien fue preso poltico durante la dictadura, vaga por la ciudad de noche poniendo graffiti de amor sobre la propaganda poltica pintada en las paredes por las brigadas partidarias. Sus amigos lo encuentran enfermo y jodido. Una amiga explica: Lo que pasa es que est enfermo de asco1.

    II.

    Este libro rene seis ensayos de Silvia Rivera Cusicanqui escritos entre los aos 1990 y 1999 fueron publicados de manera dispersa y tuvieron impactos

    1 La descripcin es de la pelcula Sonia Lima te quiero de Fernando Vargas, 1989. El director se acuerda de una reunin sostenida con Silvia Rivera despues de que saliera la pel-cula en que ella reconoca su afinidad con el sentimiento del protagonista. Correspondencia personal, 22 octubre 2010.

    c l a r o s c u r o a n d i n o : n u b a r r o n e s y d e s t e l l o s e n l a o b r a d e s i l V i a r i V e r a c u s i c a n q u i

  • 8diversos en su momento. Pero al reunirlos podemos apreciar ms la coheren-cia y desarrollo del pensamiento de Silvia en un perodo histrico clave.

    Silvia no es una pensadora con una inquietud nica ni una perspectiva fija. Su produccin ha ido creciendo con el tiempo, introduciendo nuevos ele-mentos, ocupando nuevos espacios intelectuales muy variados. De la generacin intelectual que surgi en el escenario pblico boliviano despus de la muerte de Ren Zavaleta Mercado, ella ha sido quizs la figura ms importante, no por su peso poltico o institucional, sino por su creatividad, su lucidez crtica y su confrontacin vital, a veces desgarradora, con el mismo proceso histrico.

    A mi modo de ver, su obra est marcada por un fuerte contraste, como el claroscuro que suele ocurrir en los cielos andinos. En ella se encuen-tran, aunque no se resuelven, dos aspectos: uno de lucha y esperanza social, y otro de dominacin y encubrimiento social. Los ensayos en este libro reflejan sobre todo el aspecto ensombrecido. Pero para entenderlo, es preciso ver las sombras en relacin con la luz, y en relacin con las condiciones histrico-polticas que regan cuando ella escriba. Por ello, empecemos con un breve acpite sobre el perodo entre 1979 y 2000 en Bolivia.

    III. dEstEllos

    En 1973, el Manifiesto de Tiwanaku proclam el comienzo de un poderoso movimiento autnomo campesino. El ao siguiente el Pacto Militar-Cam-pesino, heredero de las relaciones clientelares montadas a partir de la reforma agraria de 1953, empez a desplomarse con la Masacre del Valle cometida por la dictadura del General Hugo Bnzer. Este sindicalismo agrario nuevo, bajo la conduccin de Genaro Flores, iz la bandera multicolor de la wiphala y revindic la identidad de ser herederos de Tupaj Katari, lder de la guerra de las comunidades aymaras de La Paz en 1781. Su programa katarista lanz un desafo hacia la doble explotacin capitalista y colonial de los trabajadores agrarios y urbanos y el pueblo boliviano en su conjunto. En 1979, La Paz experiment un levantamiento y cerco campesino que pareca reconstituir la lucha de dos siglos antes, y la alianza campesina-obrera fue clave en derrocar al dictador Cnl. Alberto Natusch Busch. A pesar de la feroz represin militar del Gral. Lus Garca Meza y sus secuaces, la Central Obrera Boliviana, la Con-

  • 9federacin Sindical nica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (csutcb), y otros sectores progresistas lograron cerrar la larga etapa autoritaria en el pas e inaugurar la democracia contempornea en 1982.

    Fue en este trance esperanzador, con el surgimiento de un nuevo sujeto poltico con un proyecto histrico que prometa transformar el pas desde sus races, que Silvia escribi su magnfico estudio Oprimidos pero no vencidos. Luchas del campesinado aymara y qhechwa, 1900-1980 (hIsbol-csutcb, 1984). El trabajo sintetiza casi un siglo de iniciativas polticas campesinas en el altiplano y los valles, rescatando muchos esfuerzos poco conocidos hasta entonces pero que anticiparon aquellos de la csutcb y el movimiento kata-rista en el presente. Al mismo tiempo, introduce la idea de mltiples planos dentro de la conciencia histrica del campesinado. Las fuerzas aymaras del altiplano sostenan un horizonte de memoria larga que les vinculaba con la insurreccin de Tupaj Katari a fines del s. xvIII. En el campesinado quechua-hablante y mestizo de los valles, primaba el horizonte de memoria ms corta asociado con la revolucin nacional y la reforma agraria de mediados del s. xx. El libro relata una historia de autodeterminacin del campesinado y del movimiento popular en su conjunto, por las alianzas entre organizaciones campesinas y obreras, y plantea la posibilidad de un profundo giro descoloni-zador y de transformacin nacional.

    Iv. oscurIdadEs

    La apertura democrtica de principios de la dcada de 1980 se fue cerrando con la crisis del gobierno de la Unidad Democrtica Popular, la hiperinfla-cin domstica y la cada del mercado internacional para el estao. En 1985, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (mnr) decret sus medidas de choque para cortar el proceso inflacionario y para descabezar la oposicin sindical. Sobre la derrota histrica del movimiento obrero, se fue armando un nuevo proyecto de dominacin neoliberal. La democracia pactada del mnr, Accin Democrtica Nacional (adn) y el Movimiento de Izquierda Revolu-cionaria (mIr) administr el modelo desde fines de los aos 80 pero con poca legitimidad popular. El gobierno emenerista de Gonzalo Snchez de Lozada (1993-1997) introdujo un paquete de reformas de estado que busc dar una

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    cara humana a la fase de acumulacin de capitales en manos privadas y trans-nacionales. Su multiculturalismo y descentralizacin municipal encandilaron a una parte de la intelectualidad boliviana, las ong y los organismos financieros internacionales, y produjeron lo que pareca ser un alto grado de hegemona en la sociedad.

    Fue en este contexto de soledad y amargura poltica, que Silvia compuso los trabajos reunidos ac, convirtiendo su enfermedad de asco en una pers-pectiva crtica demoledora. En un perodo que Lus Tapia ha analizado como el del olvido neoliberal, por cuanto el nuevo proyecto de dominacin inten-taba desarmar la memoria poltica sobre todo nacional-popular, Silvia insista en una perspectiva histrica de profundidad2. Lo que demostraba la historia, reflexionaba Silvia a contracorriente de la autocomplaciencia modernizan-te, era sobre todo la capacidad de reconstitucin que tienen las estructuras de dominacin en el pas.

    El tono de Silvia era mayormente sombro en este perodo, y nuestro pro-psito en este ensayo es, en primer lugar, entender en trminos conceptuales esta visin crtica del pas y de su desenvolvimiento histrico. En segundo lu-gar, nos interesa interrogar su interpretacin aparentemente ms pesimista de las posibilidades para el cambio social, elaborada en los aos 90, en trminos del proceso de sublevaciones y trastornos sociales que se dio en la primera dcada del s. xxI. Aqu rescatamos algunos de los elementos menos aparentes a primera vista en su enfoque estructuralista, pero que reconocan potenciali-dades de iniciativa histrica subalterna y de transformacin social profunda. Finalmente, para entender esta ptica ms esperanzada y propositiva que iba surgiendo en la medida que avanzaba la dcada de los 90, terminamos con un vistazo somero del giro intelectual y creativo que llevaba a Silvia cada vez ms desde la ciencia social hacia el arte visual.

    v. cuatro concEptos

    Los ensayos en este volumen fueron escritos en distintos momentos y no fueron concebidos desde el principio como una unidad. Sin embargo con-

    2 Lus Tapia, La densidad de las sntesis, en lvaro Garca Linera, Raquel Gutirrez, Ral Prada y Lus Tapia, El retorno de la Bolivia plebeya (La Paz: Comuna y Muela del Diablo, 2000).

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    tienen en comn no solamente su tono oscuro, sino tambin un conjunto de conceptos que recurren en los distintos textos.

    Contradicciones no-coetaneas: Silvia se acerca a la heterogeneidad de la for-macin social boliviana no simplemente en trminos de la diversidad tnica o regional, los referentes convencionales, sino con relacin a lo complejo de su historicidad. En el plano temporal, plantea la coexistencia simult-nea de una multiplicidad de capas, horizontes o ciclos histricos. Esto ofrece el marco conceptual para su trabajo: un conjunto de contradiccio-nes diacrnicas de diversa profundidad, que emergen a la superficie de la contemporaneidad, y cruzan, por tanto, las esferas coetneas de los modos de produccin, los sistemas poltico estatales y las ideologas ancladas en la homogeneidad cultural.

    El horizonte colonial consiste en la reconstitucin continua de estructu-ras coloniales de dominacin elaboradas a partir de la conquista. Silvia entien-de as la discriminacin colonial de fondo: la de negar la humanidad de los colonizados en tanto no aprendan a comportarse como lo dicta la sociedad dominante y nieguen con ello su propia especificidad organizativa y cultural. En el horizonte liberal, con sus instituciones e ideologas sentadas desde la independencia, las estructuras de ciudadana suponen una igualdad ficticia entre sujetos individualizados y libres, al mismo tiempo que afianzan una representacin poltica monocultural y excluyente. El horizonte populista, consolidado desde la revolucin nacional de 1952, implica la incorporacin de las mayoras sociales a la vida nacional a travs de redes clientelares esta-tales, partidarias y sindicales que profundizan el proceso de desvinculacin comunal y tnica.

    La nocin de multitemporalidad en su trabajo est inspirada en la creativa filosofa marxista de Ernst Bloch quien analiz el poder de atraccin del fas-cismo en Alemania en trminos de su capacidad de movilizar a sectores bajos y medios en torno a mitos, ritos y simbolismos procedentes del pasado que estaban siendo erosionados por el capitalismo moderno. Bloch no despre-ci ese contenido cultural vinculado con el pasado histrico, a diferencia de una tendencia marxista predominante, sino que propona rescatar elementos de ello para desarmar el movimiento fascista y nutrir la crtica del capitalismo. En el fondo, es evidente que el pensamiento de Silvia es afn al marxismo

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    humanista de Bloch y su contemporneo Walter Benjamin, tanto por su es-peranza redentora como por la intensidad de su mirada hacia la violencia y destruccin acumuladas en la historia3.

    Pero la idea de multitemporalidad experiment un cambio en las ma-nos de Silvia. No es que los campesinos y latifundistas representaran una temporalidad del pasado no-moderno, y los obreros y la burguesa el tiempo moderno. No es que el campesinado indgena constituyera un sujeto histrico obsoleto, mistificado o necesitado de reorientacin ideolgica por un con-ductor iluminado. Estas seran visiones demasiado esquemticas que podran compartir la teora de la modernizacin y el marxismo ms vulgar. Si bien en Oprimidos... Silvia atiende a la memoria poltica larga y corta de los sujetos campesinos, en estos ensayos su enfoque est centrado menos en la subjetivi-dad y ms en la coexistencia objetiva y perdurable de los distintos horizontes histricos.

    Aunque no se apoya en Fernand Braudel, su marco recuerda el del his-toriador de la escuela francs de los Annales. Braudel conceba la historia en trminos de distintos plazos temporales el tiempo social, por ejemplo, se deba explicar de manera multidimensional, extendindose, por as decirlo, verticalmente de un plano temporal a otro, desde el nivel estructural ms lento y profundo de las civilizaciones, imperios y sistemas ecnomicos al nivel coyuntural de los ciclos ecnomicos, demogrficos y polticos y luego al nivel superficial de los acontecimientos ms veloces y pasajeros4. En la aproximacin de Silvia, el nfasis est centrado en las prcticas, discursos

    3 El texto de Bloch data de mi poca existencialista, en que me prestaba y robaba libros de mi amiga Blanca Wiethuchter, all por los aos 80. Uno de esos robos fue El principio espe-ranza. Pero antes ya haba conocido Los efectos del desarrollo desigual, publicado en una coleccin sociolgica de Amorrortu (Lenk, Kurt, El concepto de ideologa), que se lea mucho en mi carrera antes del golpe contra Torres!! (Era un libro de 1971, justamente.) Estabamos muy al da en todo lo latinoamericano, y a Walter Benjamin lo haba ledo en la revista Sur, de Argentina, el 69 por lo menos, en un famoso texto llamada Destino y carcter, que me marc para toda la vida. (Comunicacin personal, 2 febrero 2010) Para la obra entera, ver Ernst Bloch, Heritage of Our Times (Berkeley: University of California Press, 1991).4 Fernand Braudel, The Mediterranean and the Mediterranean World in the Age of Philip II, vol. I (Berkeley: University of California Press, 1996). La cita es del segundo prefacio de la tra-duccin al ingls, p. 16. Para una indagacin sensible en el pensamiento temporal de Brau-del, ver Olivia Harris, Braudel: Historical Time and the Horror of Discontinuity, History Workshop Journal 57: 161-174, 2004.

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    y relaciones de poder constituidos en distintas etapas del transcurso de la historia. Pero quizs a diferencia de Braudel y en comn con Bloch, es la relacin tensa y dinmica entre estos horizontes que se vuelve el nudo prin-cipal para el anlisis.

    Colonialismo interno: Zavaleta interpret la fragmentacin y conflicto en el pas en trminos de una desarticulacin entre sus elementos constitutivos. En el fondo estos elementos abigarrados representaran distintos modos de produccin que nunca fueron subsumidos por el capitalismo5. Pero para Silvia, la heterogeneidad temporal ha tenido una articulacin ms consisten-te de lo que propona Zavaleta. La matrz estructuradora no sera para ella el capitalismo sino el horizonte colonial. Segn su hiptesis central: En la contemporaneidad boliviana opera, en forma subyacente, un modo de do-minacin sustentado en un horizonte colonial de larga duracin, al cual se han articulado - pero sin superarlo ni modificarlo completamente - los ciclos ms recientes del liberalismo y el populismo. Estos horizontes recientes han conseguido tan slo refuncionalizar las estructuras coloniales de larga dura-cin, convirtindolas en modalidades de colonialismo interno que continan siendo cruciales a la hora de explicar la estratificacin interna de la sociedad boliviana, sus contradicciones sociales fundamentales y los mecanismos es-pecficos de exclusin-segregacin que caracterizan la estructura poltica y estatal del pas y que estn en la base de las formas de violencia estructural ms profundas y latentes.

    El aporte conceptual quizs ms importante de Silvia - y que sobresale en estos ensayos - es su nocin del colonialismo interno. Es importante empezar sealando que no fue un concepto producido ex nihil o que constituyera una propiedad intelectual individual - como se suele pretender en las carreras o escuelas competitivas de la teora acadmica, aunque sta parezca progresista o contestaria. En el pensamiento de Silvia, la idea tiene orgenes conceptuales ms complejos de lo que podemos elaborar ac. Pero se puede sealar a la crtica descolonizadora proveniente del pensamiento existencial de Franz Fa-non y Alberto Memmi; la propuesta del socilogo mexicano Pablo Gonzlez Casanova elaborada a partir de la crtica de la dependencia poltica-econmica

    5 Luis Tapia Mealla, La produccin del conocimiento local. Historia y poltica en la obra de Zavaleta (La Paz: Muela del Diablo, 2002).

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    en Amrica Latina de los aos 50 y 60; y dentro de Bolivia, el pensamiento indianista radical de Fausto Reinaga.

    Es una nocin que fue ganando cuerpo en las discusiones al interior del Taller de Historia Oral Andina, conformado por Silvia y otros jvenes soci-logos aymaras, y en sectores ms amplios de intelectuales indgenas y dirigen-tes campesinos vinculados con el movimiento katarista-indianista en los aos 70 y 80. Es decir que no se trataba de una idea nueva y extraa elucubrada en esferas elevadas o importada desde afuera, sino de una que expresaba un con-tenido significativo en el campo de la cultura poltica subalterna. Sin embargo, hay un matiz importante que s es de nfasis y elaboracin suya: Silvia plantea que el patriarcado es parte esencial del colonialismo interno, y que existe una equivalencia entre la discriminacin y dominacin de tipo tnico y las de gnero y de clase. Esto implica que un verdadero proceso de descolonizacin debera desmantelar las instituciones, prcticas y discursos patriarcales. Silvia va desarrollando esta reflexin a travs de la dcada de los 90 y se destaca especialmente en los ltimos ensayos de este libro. Y es aqu donde se vuelve ms crtica para con el pensamiento indigenista predominante que idealiza las relaciones de gnero en la sociedad andina6. De todas maneras, es eviden-te que el concepto de colonialismo interno no ha recibido un tratamiento completo y sistemtico, ni siquiera en los textos de Silvia, como ella misma reconoce. La problemtica de fondo sigue abierta para nuevas reflexiones a la luz de los procesos y debates contemporneos.

    Cadenas de dominacin: En su concepto del colonialismo interno, Silvia reconoce contradicciones sociales fundamentales pero no se reduce el concepto a una visin dicotmica simplista. Mas bien, la polarizacin fun-damental produce un campo de fuerzas y una estratificacin interna que es compleja y sutil, como se nota en los mltiples grados relativos de identifi-cacin mestiza y chola. La estratificacin y las mediaciones al interior de la sociedad tampoco son fenmenos sociolgicos neutrales, sino que estn siempre cargados de poder y violencia. La categora de la cadena de rela-

    6 Adems de los ensayos en este volumen, es relevante aqu su trabajo: Desafos para una democracia tnica y de gnero en los albores del tercer milenio, que sali primero en su libro Ser mujer indgena, chola o birlocha en la Bolivia poscolonial de los aos 90, (La Paz: Plural, 1996); y fue republicado en segunda edicin como Bircholas. Trabajo de mujeres: Explotacin capitalista y opresin colonial entre las migrantes aymaras de La Paz y El Alto (La Paz: Mama Huaco, 2001).

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    ciones de dominacin colonial implica que cada estrato se afirme sobre la negacin de los de abajo y sobre el anhelo de apropiacin de los bienes culturales y sociales de los de arriba7.

    Las relaciones de discriminacin y segregacin atraviesan el conjunto de la formacin social, y en el nivel ms bajo de la jerarqua escalonada se en-cuentra el comunario indgena. Sin embargo, es en lo que Rossana Barragan llam la tercera repblica intermedia entre la repblica de espaoles y la repblica de indios donde se ha concentrado con particular agudeza lo que Silvia considera las exclusiones eslabonadas. El mundo del mestizaje marcado por una inescapable ambivalencia se vuelve un espacio crtico en el cual uno es tanto victimizador como vctima, tanto sujeto como obje-to de la opresin. En este punto encontramos otra de las perspectivas ms fuertes y profundas en la obra de Silvia. Su sensibilidad hacia la violencia coti-diana en los sectores medios permite una visin ms cruda del mestizaje que contrasta con la idealizacin nacionalista que ve en l un espacio de ascenso social y de armona entre clases y grupos tnicos, y que se distingue de la ce-lebracin posmoderna de lo hbrido y lo fronterizo. El mestizaje entonces no es la resolucin de la contradiccin colonial de fondo, ni tampoco un espacio libre de las relaciones de poder, sino un campo muy conflictivo constituido justamente en base a los trminos de dominacin originales.

    La segregacin se reproduce a travs de estrategias, mecanismos e insti-tuciones como el desarraigo tnico con la migracin, el cambio de categora tributaria y opciones matrimoniales hipergmicas. Y en estas estrategias est presente una dimensin de conflicto existencial por cuanto la frustracin y autonegacin es una condicin continua. La cadena de dominacin parece ser perpetua para los condenados de la tierra.

    Violencia encubierta: Hay otro sentido en el cual el anlisis de Silvia revela la complejidad y profundidad de la dominacin colonial interna. Ella enfatiza que se combinan formas de violencia ms abiertas con otras ms sutiles y me-nos aparentes. Junto con la violencia visible existe una violencia casi invisible. Si por un lado la dominacin colonial se basaba en la masacre, el despojo y la coaccin bruta, tambin se emplearon modos paternalistas de colonizacin

    7 El concepto aparece primero en el libro de Zulema Lehm y Silvia Rivera, Los artesanos liber-tarios y la tica del trabajo (thoa 1988), donde se analiza la discriminacin racial al interior de la clase social de artesanos en el s. xx.

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    del alma. Esta combinacin de mtodos duros y blandos se ha actualizado en las siguientes fases histricas del liberalismo y el populismo. Los ensayos de Silvia ayudan a esclarecer el lado oculto de la dominacin que se reproduce cotidianamente en los planos de la economa, la poltica, la ideologa, las rela-ciones familiares, de parentesco y gnero y en lo existencial.

    Desde la profundidad del horizonte colonial, el racismo y la discriminacin vuelven a emerger encubiertos en nuevas formas e incluso nuevos lenguajes. En Oprimidos pero no vencidos, Silvia cita a Octavio Paz: Las palabras slo sirven para encubrir los objetos, no para designarlos. En la poca liberal, el discurso igualitario en el derecho boliviano esconda la persistente estratificacin de casta de origen colonial. En la poca post-1952, el discurso revolucionario que sustituy a indios por campesinos y a cholos por mestizos en realidad esconda los prejuicios y las brechas culturales que seguan vigentes.

    La violencia, segn Silvia, est incubada en los procesos supuestamen-te beneficiosos de la aculturacin, la modernizacin y la ciudadanizacin. Esto se debe no slo a las maneras de disciplinar a los sujetos y los efectos de auto-negacin que implica el cambio cultural. Tambin los mecanismos e instituciones de integracin como el mercado, el cuartel, el sindicato, la escuela fiscal tienen efectos sutiles que reproducen la exclusin. Las contradicciones de la ciudadana operaron, aunque de manera distinta, en las etapas liberal y populista para producir ciudadanos a medias. Bajo la repblica temprana, no slo era la manta de legalidad liberal la que encubra la jerarqua tnica sino, por ejemplo, el supuesto comercio libre. Durante el rgimen nacionalista, la sindicalizacin y el clientelismo partidario buscaban reformar y disciplinar a los sujetos y reconsolidar el pongueaje poltico.

    Si bien en el contexto colonial el mestizaje tuvo el papel de segregar la poblacin indgena de la espaola, en la era republicana el mestizaje fue cobrando un nuevo papel discursivo de integracin hegemnica. El mestizaje sera entonces el correlato cultural de la ciudadanizacin, y despus de la Guerra del Chaco fue asociado en la visin nacionalista y progresista con el hombre nuevo. Para Silvia, el mestizaje es el discurso privilegiado para en-cubrir los rasgos racistas y coloniales del conflicto y dominacin social. En la prctica, para los comunarios o plebeyos que buscaban escaparse del estigma de ser indio o cholo, la apariencia de una movilidad social libre y volun-

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    taria en realidad encubra procesos dolorosos de ruptura con comunidades, parientes y redes territoriales que formaban sus condiciones de existencia. Y romper con esas relaciones, sea por la fuerza externa o por auto-imposicin, como obligacin o aprendizaje de la lgica dominante, requiere negar aspec-tos de la propia identidad y cultura ancestral.

    vI. cmo salIr dE la jaula dE la hIstorIa?

    El anlisis en los ensayos no es pura abstraccin y ms bien se fundamenta en una lectura aguda y entendida de la historia. Sin embargo, es evidente en este resumen de los conceptos claves que prevalece un estructuralismo deter-minante, casi asfixiante, que permite limitadas posibilidades para el cambio histrico. Pareciera difcil que los sujetos pudieran romper con la dominacin, dadas las profundas sedimentaciones y el entramado complejo y sutil de stas. La historia pareciera previsible en el fondo, poco sujeta a cambios de rumbo o a una voluntad o prctica alternativa.

    Si bien Silvia reconoce la emergencia de nuevos mecanismos y lenguajes de dominacin a travs de la historia, estos slo terminan remozando super-ficialmente o reconstituyendo las estructuras profundas, de acuerdo a una misma lgica de exclusin o inclusin subordinada. Donde se ven iniciativas de los actores histricos, como en la movilidad social, stas suelen obedecer a estrategias individuales que terminan reproduciendo la jerarqua social. Por ejemplo, la apuesta de mujeres indgenas por el mestizaje, siguiendo estrategias de supervivencia para ellas mismas o para sus hijos, demuestra iniciativa y quizs incluso una aspiracin emancipatoria. Pero implica tambin una autonegacin dolorosa y sus consecuencias reafirman las jerarquas raciales y de gnero.

    La aproximacin estructuralista se encuentra tambin en el anlisis de los discursos dominantes y de las interpelaciones identitarias. As el ideal liberal del ciudadano y el proyecto nacionalista de mestizaje proponen formar sujetos nuevos al mismo tiempo que los despojan de su antigua condicin subjetiva como comunarios indgenas. El esfuerzo de Silvia por criticar y des-estabilizar estos discursos parece corresponder a tendencias tericas postes-tructuralistas (sea desde los estudios subalternos, postcoloniales o feministas) durante la dcada de los 90. Pero en realidad no se basa en una sensibilidad

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    postmoderna de moda, sino que refleja su vieja preocupacin por explicar y desafiar los marcos estructurales de la violencia social y cultural8.

    Pero existe un problema terico con el estructuralismo, como con el funcionalismo: si bien su fuerza reside en explicar la persistencia o la repro-duccin de las relaciones sociales, su debilidad est en cmo explicar el cam-bio. Ser que las transformaciones histricas acontecidas en Bolivia desde el 2000 - la caida de legitimidad del rgimen neoliberal, las insurrecciones populares que plantearon un nuevo rumbo ecnomico y poltico para el pas y la consolidacin del gobierno de Evo Morales han desmentido el aparente determinismo de Silvia?

    Para empezar, como afirm al principio de este ensayo, hay que leer estos textos en su propio contexto histrico para entender su pertinencia. Pero a la luz de los ltimos acontecimientos nos conviene volver a leerlos con deteni-miento para apreciar algunos aspectos menos aparentes a primera vista.

    De hecho se encuentran elementos que, mirando atrs, parecen profticos al anticipar el proceso de crisis del estado y trastorno del orden vigente en el nuevo milenio. En 1993, Silvia advirti que la represin de los cocaleros, la erosin de soberana estatal, la falta de salida del estancamiento econmico y la limitada visin de los gobernantes estaba empujando a la sociedad boliviana a un despeadero de imprevisibles consecuencias. Esta declaracin habra pa-recido poco atinada al principio porque enseguida Snchez de Lozada destap su celebre paquete de reformas neoliberales en clave multicultural y parti-cipativa. Y sin embargo el reformismo dur poco tiempo y tuvo un impacto limitado. Una dcada despus pareca cumplirse el vaticinio original de Silvia:

    La ceguera del pas oficial augura que no est muy lejos el tiempo de la guerra, como mecanismo catastrfico en la bsqueda del pachakuti, o como intento final de devolver la armona a un mundo desquiciado por la experiencia colonial. La disyuncin y el antagonismo entre los dos sentidos de esta palabra (catstrofe, pero tambin renova-cin) an permanece por cunto tiempo? en el terreno de la virtualidad.

    8 Silvia Rivera y Rossana Barragn editaron la primera compilacin en castellano de textos del colectivo sudasitico de Estudios Subalternos. Pero en lugar de seguir detrs de una moda metropolitana, propusieron que el libro sirva como parte de una nueva mirada a la produccin conceptual crtica en Amrica Latina desde los aos 70 y parte de un dilogo intelectual sur-sur en el presente. Ver Silvia Rivera y Rossana Barragn, comps., Debates post coloniales. Una introduc-cin a los Estudios de la Subalternidad (La Paz: Historias/Aruwiyiri/sEphIs, 1997).

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    Tambin pareca anticipar los debates constitucionales de una dcada despus: Los aymaras y los indgenas de hoy continan buscando respuestas a los

    multiseculares desafos de la realidad colonial: En qu consiste la descoloni-zacin de nuestra sociedad? Qu tipo de organizacin social y poltica har posible la convivencia multitnica y plurinacional? Qu tipo de Estado ser capaz de institucionalizar y normar esta convivencia, en trminos de igualdad y respeto mutuo?.

    Pero volviendo al anlisis de fondo, en el aparente pesimismo estructura-lista, qu condiciones posibilitan una prctica de transformacin social para salir de la jaula de la historia? Algunos otros aspectos menos prominentes indican resquicios donde pueden germinar iniciativas histricas alternativas y pueden brotar cambios sustantivos.

    La primera evidencia en realidad no es textual sino la propia prctica intelectual y poltica de Silvia. A pesar del asco que le provocaba la coyun-tura de los 90 con el desplome del movimiento popular y la capacidad de renovacin de las estructuras del colonialismo interno, sus escritos en este perodo demuestran la viabilidad de la autonoma y la iniciativa propias de sujetos marginales al poder. Ella misma reconoce que ha construido su posi-cin poltica y terica crtica desde su propia ubicacin como mujer y mestiza dentro de las estructuras de dominacin.

    A pesar de la oscuridad general del pasado, Silvia vuelve a mirar la historia para encontrar en ella luces para esclarecer el presente y el futuro en su ensayo Mujeres y estructuras de poder en los Andes de 1997. Si bien los anteriores textos son ms desconstructivos, aqu asume una perspectiva ms construc-tiva e incluso esperanzada. Esta postura distinta rastreando en la historia negada las semillas para proyectos alternativos es similar a las de Gramsci, Bloch y los maestros y maestras de la escuela de historia social, pero Silvia va laborando y cosechando en su propio campo de la historia andina. Sin caer en ingenuos romanticismos indigenistas, ejemplos como el estado plurinacional de Tawantinsuyu donde distintos grupos tnicos y ambos gneros convivan de manera respetuosa a pesar de sus diferencias y tensiones sirven como referencia para pensar en utopas democrticas y pluralistas. La historia deja de ser entonces jaula y se vuelve instrumento de imaginacin y lucha activa9.

    9 Su postura aqu retoma la del Taller de Historia Oral Andina en su reconstruccin, realizada

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    Pero tales proyectos postcoloniales y postpatriarcales slo podran enrai-zarse si en el suelo poltico existiera condiciones polticas propicias. Si la visin de Silvia no es un estructuralismo totalizador, dnde se encuentran esas fisu-ras en las estructuras que permitiran un grado de autonoma para los sujetos colectivos y desde dnde podra surgir una formacin social alternativa?

    En Bolivia, las contradicciones no-contemporneas con su matriz colo-nial implican disyunciones societales y formas de violencia tanto desnuda como encubierta empleadas para sostener el orden pblico y privado. El potencial para la violencia pblica la represin desde arriba y las demandas normalmente fragmentadas desde abajo trae una inestabilidad e incerti-dumbre crnicas en el sistema poltico que requieren de resolucin. Esta resolucin puede darse parcial o temporalmente con una nueva inyeccin de fuerza coactiva, un esfuerzo de incorporacin ideolgica, un nuevo vehculo poltico (como el neopopulismo a fines de los 80 y principios de los 90) o bien con medidas de reforma. Sin embargo, los proyectos de reforma surgi-dos desde abajo suelen ser estrangulados o reencauzados por las elites. Y los proyectos de reforma surgidos o controlados desde arriba suelen bloquear transformaciones ms profundas.

    La represin estatal y la acumulacin de rabia popular condujeron a mo-vilizaciones y propuestas nuevas en el movimiento campesino y katarista a fi-nes de los 70, con los cocaleros en los 90 y con los guerreros del gas en 2003. En 1993, Silvia vislumbraba una suerte de masa gnea a partir de la cual se incuba, al mismo tiempo, un enorme potencial de violencia, pero tambin las nicas posibilidades reales de reforma y cambio social.

    Una dcada despus, en octubre de 2003, el contexto poltico haba cam-biado de manera dramtica pero la percepcin anterior se reafirm. Sintiendo las repercusiones de la insurreccin popular que tumb a Snchez de Lozada, rayos de luz atravesaron el cielo andino tan atormentado:

    As mientras las elites se subordinan a los condicionamientos de las corporaciones y organismos financieros internacionales, las organizaciones comunitarias y gremiales se ocupan de los temas escamoteados por la democracia: la soberana, la propiedad de

    a travs de la historia oral en la dcada de los 80, del movimiento de los caciques apoderados en la primera mitad del s. xx. Ver Taller de Historia Oral Andina, El indio Santos Marka Tula (La Paz: thoa, 1984).

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    los recursos, los derechos laborales, polticos y culturales de la poblacin mayoritaria. En esta disyuncin o desencuentro anidan no solamente semillas de violencia, tam-bin se reconstituyen ciudadanas cholas e indias a contrapelo del Estado, esa nacin desde abajo que quizs sea ms capaz que la de arriba de articular pactos sociales inclusivos, refundar la democracia, hallar salidas productivas soberanas, y articular la diversidad de un modo indito y descolonizado10.

    vII. cmo salIr dE la jaula dE las palabras?

    El tono sombro en los textos de los aos 90, escritos en parte como denuncia de la reconstitucin del poder en esa poca de supuestas reformas y moder-nizaciones, responda tambin a una inquietud intelectual muy personal. En el ltimo ensayo en este libro Experiencias de montaje creativo Silvia reconoce su propia amargura en ese perodo. All explica su frustracin con la apropiacin de Oprimidos pero no vencidos por sectores polticos e intelectuales de la elite que estaban tocando el tema indgena por primera vez pero con fines de elaborar un discurso multiculturalista (lo pluri-multi) que al final, segn ella, legitimara el sistema de dominacin neoliberal, en primer instancia, y las profundas estructuras coloniales, en ltima instancia. La cooptacin de su obra demostraba entonces, a su manera de ver, lo maleables que son las palabras, es decir su vulnerabilidad a ser usadas (para encubrir los objetos, no para desig-narlos, al decir de Octavio Paz). Esta confrontacin dolorosa con los lmites de las palabras, la escritura y la ciencia le llev a afirmar la inutilidad de la denuncia y puso en cuestin su propia capacidad de expresin.

    Pero esta visin pesimista de las palabras no termin por callarla y bloquear sus fuerzas creativas. A tiempo de distanciarse de la ciencia so-cial en los aos 90, Silvia fue entrando a un nuevo campo de expresin, la imagen11. Su ensayo habla de la perspicacia social de maestros de la imagen como el pintor de la cultura popular decimonnica Melchor Mara Mercado y el cineasta revolucionario Jorge Sanjins de fines del s. xx. Los

    10 Nuevo prlogo a Oprimidos pero no vencidos (4ta ed.; La Paz: Aruwiyiri, 2003), p. 56.11 Su giro hacia el montaje creativo recuerda nuevamente a Bloch quien defenda el mon-taje como un medio de expresin esttica revolucionaria en contra de crticos de arte del marxismo ortodoxo quienes sostenan que el realismo era el nico medio esttico vlido, y quien adopt un estilo literario gnmico, potico y fragmentario para verter sus reflexiones filosficas. Ver Bloch, Heritage, 1991.

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    dos, en su interpretacin, compartieron una visin pesimista de Bolivia, pero tambin representaron la nacin de una manera pionera en la cual sectores plebeyos, mestizos e indgenas fueron restaurados al lugar central que deban ocupar12.

    Su propia produccin visual en los aos 90 sobre todo el video corto de docu-ficcin Wut Walanti: Lo irreparable demuestra la forma en que estaba trabajando las viejas contradicciones entre violencia y dominacin, por un lado, y las iniciativas y fuerzas creativas de los subalternos, por otro. Wut Walanti recuerda la masacre de Todos Santos cometida por la dictadura del Cnl. Alberto Natusch Busch el 1 y 2 de noviembre de 1979, que result en la muerte de centenares de personas. Por tanto, parte desde un reconocimiento de la violencia y lo irreparable (wut walanti en aymara), sin una conformidad con ellos. Pero el video tambin muestra la posibilidad de impulsar, desde el luto y el dolor, relaciones humanas vitales y relaciones comunales alternativas regidas por la dignidad y la justicia. A partir de las sensaciones de asco, rabia y congoja, a partir de las condiciones de dominacin, y no solamente al margen de ellas, su propia actividad creadora afirma el sentido de la resistencia tenaz al poder dominante secular y la posibilidad de transformar la historia, de una tumba en un semillero del porvenir.

    vIII. dEspus dEl duElo

    Empiezan a escucharse helicpteros. Irrumpe una carcajada malvola. El es-cenario se tie de rojo. Los militares se precipitan sobre el cementerio donde las familias estn recibiendo a las almas. Mientras corren y saltan por encima de las tumbas, se van escapando las seoras de pollera. Una wawa llora en el suelo hasta ser rescatada por otros hombres que se fugan. Se caen canastas de ofrendas y los tallos de caa de azcar. Las botas militares pisotean y hacen

    12 En la dcada de 2000, y volviendo a la escritura, Silvia desarrollara ms el campo de la sociologa de la imagen. Ver el volumen de prxima aparicin: Silvia Rivera Cusicanqui, comp., Miradas chixi. Ensayos de Sociologa de la Imagen. Para sus interpretaciones sorprendentes de Mercado y Sanjins, publicadas en los 90, ver: Alternative Histories. An Essay on Two Bolivian Sociologists of the Image, en SEPHIS 1994/5; y Secuencias iconogrficas en Melchor Mara Mercado, 1841-1869, en El siglo xix. Bolivia y Amrica Latina, Rossana Barra-gn, Dora Cajas, Seemin Qayum, comps. (La Paz: Muela del Diablo, 1997).

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    trizas las tantawawas, figuras hechas de pan que representan a los muertos y a la fertilidad de los ancestros.

    Vctor Zapana, el escultor aymara vinculado al movimiento katarista, que haba perdido a su propia hija durante la dictadura, habla en su patio de lo irreparable: Entonces al tallar por ejemplo yo, puedo romper la piedra por un accidente y quisiera componerla en una masa compacta. Ya no puedo, porque es una masa perfecta, virgen, pura y con nada se la puede reestable-cer. A la vez, de un bloque informe de piedra, va creando un gran katari, una serpiente poderosa. Afirma don Vctor: Los aymaras siempre hemos usado al katari para tener ms coraje y resistir la maldad del enemigo.

    Al final, los familiares de los muertos se sacan su vestimenta negra de luto, se agarran de las manos y se ponen a bailar al son de flautas y tambores, con el cerro Illimani asomndose por encima del cementerio13.

    Sinclair ThomsonChuquiago Marka-La Paz2 de noviembre de 2010.

    13 La descripcin es del docu-ficcin Wut Walanti: Lo irreparable de Silvia Rivera, 1993.

  • La trayectoria de este libro comenz con una iniciativa de Luis Gmez, a quien le resultaba inslita la dispersin de muchos de mis artculos en revistas de poca circulacin o en compilaciones agotadas. Todo eso no slo era injus-to segn Luis para con mis trabajos, sino tambin para con el pblico, que slo poda acceder a ellos agencindose las fotocopias que circulaban por todas partes. Aunque reconozco no haber prestado el debido cuidado a la difusin de mi trabajo, debo decir que tuve acceso tardo a la computadora y que por ello la fotocopia fue mi modo de difusin preferido. Este resulta un rasgo bsico de mi actitud hacia la produccin intelectual, en particular hacia la forma libro. Actitud que se inspira en la experiencia de conocer, transcribir, documentar y publicar la historia oral de los sindicatos anarquistas en La Paz, pero tambin en el convencimiento de la incongruencia del modelo vigente de derechos de propiedad intelectual, con su ceguera hacia las formas colec-tivas y comunitarias de la creacin.

    A pesar de ello, creo en la responsabilidad de cada intelectual por escribir y difundir sus ideas. Considero que mucha gente se ha tenido que callar, literal y metafricamente, para que nosotros podamos hablar. En cierto sentido, y sin pretensin de representar a nadie, creo que mucha gente habla por nuestra voz. sta surge de un complejo aprendizaje en el que las conversaciones, las vivencias y las lecturas compartidas, son procesadas desde una subjetividad y desde una historia particulares. Es por eso que publicar una seleccin de mis trabajos de los aos 1990 da continuidad y a la vez ampla ese gesto de socializacin de ideas que emprend con la piratera de mis propios textos. Este libro es otra forma quizs ms generosa y bonita de devolver al

    r e f l e x i o n e s e n t o r n o a l a p r e s e n t e e d i c i n

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    gran ro de los saberes compartidos, el pequeo afluente de un conocimiento aprendido de otra gente, de otros paisajes, de otras lecturas. Me hago cargo y me apropio, eso s, del hilo que entreteje esas experiencias, esos actos de escucha y de paciente trascripcin y masticacin. Me hago cargo de la voz que los traduce en una trama narrativa, en una escritura.

    He reunido aqu seis trabajos escritos entre 1990 y 1999, uno de ellos dividido en tres partes. Los he ordenado casi cronolgicamente, procurando cubrir los temas centrales de un trayecto reflexivo a la vez recurrente y re-novado, en el que van apareciendo nuevos personajes y otras inquietudes. El tema de las mujeres y el mtodo de la sociologa de la imagen comienzan ya a plantearse a fines de los aos noventa, pero ser recin en la dcada siguiente que estas preocupaciones se tornarn centrales para mi prctica docente y de investigacin.

    Hay, empero, una lnea de continuidad bsica entre los aos ochenta y mis trabajos actuales: el anhelo por una comprensin histrica de largo aliento de una regin especfica del planeta, y de su devenir como sociedad colonizada. Mi mirada se localiza en la regin andina circunlacustre, cuya trayectoria mile-naria se vio dislocada por el pachakuti colonial hace casi cinco siglos. A partir de ese hecho fundacional o momento constitutivo (Zavaleta), que parti en dos la historia de los Andes, parece haberse dado un movimiento en espiral. Con cada ciclo de reformas culturales/polticas emprendidas por las elites dominantes comenzando por las reformas borbnicas del siglo xvIII, se reconstitua, remozada, la estructura vertical y depredadora del colonialismo y se renovaban sus mecanismos de justificacin y encubrimiento.

    El primer horizonte, el del colonialismo espaol, se instal sobre la fic-cin de una cualidad sub-humana atribuida a aquellos pueblos creyentes en otras deidades y practicantes de otras formas de relacin con el cosmos. Se fund en la oposicin irreducible entre cristianos y herejes. Sobre el quiebre que este hecho supuso para las estructuras sociales y mentales de la gente andina, se despliega un recurrente esfuerzo de reforma y perfeccionamiento. As, los intelectuales de la segunda mitad del siglo xIx encaran una profunda transformacin de las representaciones de lo indio y elaboran un entra-mado legal y un discurso ficcional doctrinario, para disfrazar la continuidad de las prcticas pblicas y privadas de colonialismo interno. Pero esta vez su

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    ideologa se funda en la oposicin entre civilizados y salvajes, encubierta bajo una ficcin de la igualdad ciudadana que se plasma en un sistema poltico segmentado de democracia censitaria. Esta moral p chuyma se pondr al ser-vicio de un agresivo proceso de expropiacin forzada de tierras comunales, que recoloniza el espacio interior y somete los recursos estratgicos del terri-torio boliviano a los nuevos poderes extranjeros. A lo largo de este proceso, que he nominado el horizonte liberal, analizo la funcin encubridora de los discursos; su papel fundamental en la perpetuacin e (im)pregnacin del ncleo duro colonial en el espacio pblico republicano, que se perpeta hasta el presente.

    En el siglo xx, son los intelectuales del nacionalismo revolucionario quienes expresan con mayor vehemencia el deseo de una territorialidad in-ternalizada, de una identidad boliviana, que tendra que hacerse realidad en alguna forma masificada e inclusiva de la ciudadana. Ese fue el aliento que dio vida al imaginario social urbandino desde los aos 1920, del que surgieron las nuevas ficciones del mestizaje y la occidentalizacin. Podemos ver el nexo de estas ideas con la propuesta que hice en 1984 sobre la memoria corta. Los aos de la fiesta de la plebe, entre 1952-1956 (Zavaleta) resultaban una imagen aceptable de identidad social para los kataristas de Jenaro Flores y la csutcb. Eran su propia versin del sindicato campesino, su memoria corta, que al articularse con la memoria larga de las luchas anticoloniales, se transform en una identidad indgena-campesina boliviana, orientada hacia el Estado pero asentada en un ejercicio chixi y contrapuesto de la igualdad y la diferencia1.

    En la otra cara de este proceso, podemos decir hoy que el horizonte populista fue ms duro y que los esfuerzos crticos del katarismo fracasaron. La castellanizacin forzada y el cuartel misgino haban hecho carne en esos cuerpos, sometidos a nuevas disciplinas y a formas de subjetividad modernas. Se haba construido una ciudadana de segunda y colonizada, mediada por relaciones clientelares, por el machismo y el llunkero prebendal. Este tercer horizonte se analiza en detalle en el captulo dedicado al mestizaje colonial andino, publicado por primera vez en la compilacin Violencias Encubiertas

    1 Oprimidos pero no Vencidos. Luchas del campesinado aymara y qhichwa, 1900-1980, publicado por primera vez en 1984

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    en 1993. Tres aos ms tarde, habiendo ya incorporado en mi bagaje de lec-turas los estudios de la subalternidad de la India, me toc defender y ampliar las implicaciones del texto sobre mestizaje, en un seminario convocado por Alison Spedding en el musEf2. Gracias a la crtica de Spedding al esencialismo racial que se esconde en la palabra mestizaje, pude reelaborar las propuestas del artculo original, centrndome en cmo esta imagen era construida, ima-ginada y representada por las elites dominantes. En el texto que se publica aqu, creo que he podido conectar de mejor manera mi comprensin del tema del mestizaje y la violencia, con la internalizacin de imgenes y representa-ciones sociales que moldean las prcticas de lxs sujetxs y les imponen nuevas disciplinas corporales. Este eje temtico ser uno de los hilos centrales de lo que desarrollar despus bajo el rubro de la sociologa de la imagen.

    Este libro compila textos escritos en la dcada previa a la oleada de luchas sociales que se intensificara desde el ao 2000 y que llevara a transforma-ciones profundas en la estructura normativa y poltica del pas. Cuando los escrib, esos cambios no podan vislumbrarse, tal era el poder mixtificador del discurso neoliberal, particularmente en su versin multicultural inaugurada en 1993 con el gobierno Goni-Vctor Hugo, que sedujo a ms de un izquier-dista o indigenista de la poca. El desencanto con el devenir faccionalista y llunku del katarismo influy sin duda en la elaboracin de esa escritura, como si hubiera querido dar la razn a la hiptesis de Zavaleta sobre la crisis como mtodo de conocimiento. Creo que mis textos de Violencias Encubiertas son una profundizacin y reelaboracin de las intuiciones ya contenidas en Opri-midos pero no Vencidos, a la luz de la crisis moral y poltica de la izquierda, de la cob y de la csutcb desde fines de los aos 1980.

    La formulacin ms temprana de mi idea de los tres horizontes se da justamente en 1990, dos aos despus de la expulsin de Jenaro Flores y la captura de la cstucb por diversas facciones de la izquierda. El texto que sigue a la seleccin de Violencias trata de una regin nueva para m, el Norte de Potos, donde en 1989 hicimos una consultora, con un equipo del thoa, para oxfam-Amrica, sobre la radio Po xII y su labor entre los ayllus de la antigua provincia colonial de Chayanta. Ese trabajo me dio luces para elaborar

    2 El texto En defensa de mi hiptesis sobre el mestizaje colonial andino se public en 1996 en las actas del Seminario Mestizaje: Ilusiones y Realidades, convocado por Alison Spedding y realizado en el musEf. Forma parte de la presente edicin.

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    conceptualmente la crisis que se vivi en los ayllus a raz de la grave sequa que asol a la regin en 1983. La imposicin de la forma sindical sobre la estructura de autoridades tnicas dio paso a una serie de acciones civilizatorias por parte de las ongs, que fueron resistidas por los comunarios con la reac-tualizacin del mito colonial del kharisiri, (ser sobrenatural que corta y extrae grasa del cuerpo), en un proceso de agitacin y movilizacin que paraliz por meses las actividades de varios proyectos de desarrollo. La coexistencia de diversos tiempos simultneos se me hizo visible en esta confrontacin colonial que pareca reeditar varios ciclos anteriores de imposicin y resistencia. Las relaciones entre los ayllus y las elites mestizo-criollas de la izquierda refugiadas en las ongs parecan seguir orientadas por esa matriz de larga duracin, in-corporada en sus gestos y ademanes ms que en sus palabras.

    Entre las dos versiones de mestizaje colonial media un parntesis en el que decid alejarme de la ciencia social para explorar otros lenguajes. En 1992 me fui a vivir a Yungas, me propuse perfeccionar el aymara y me dediqu a la realizacin de un guin, varios videos y una pelcula. De toda esa experiencia muy intensa y compleja naci mi propuesta metodolgica de la socio-loga de la imagen, que se desarrollar recin a partir de los aos 2000. Sin duda, la incursin en los lenguajes visuales tuvo un impacto profundo en mi forma de ver la sociologa, los imaginarios y la mirada como herramienta de conocimiento crtico de la realidad. El otro giro temtico de fines de los aos 1990 es la preocupacin por el mundo femenino y la incursin en asuntos de gnero. En el trabajo sobre La nocin de derecho, que se incluye en este libro, reflexiono sobre el paralelismo entre los modos de opresin que viven las mujeres y los que pesan sobre las poblaciones indgenas. A partir de ello, cuestiono las formas masculinas y estado-cntricas de organizacin popular en el sindicato, la organizacin tnica y las asociaciones urbanas. Esta temtica se haba planteado ya en la compilacin Ser mujer indgena, chola o birlocha en la Bolivia (post)colonial de los aos 1990, publicada en 1997 y reeditada parcialmente en el 2001 bajo el ttulo de Bircholas. Trabajo de mujeres, explotacin capitalista y opresin colonial entre las migrantes de La Paz y El Alto. El trabajo que aqu se presenta sobre las paradojas de la modernidad se nutre de esas investigaciones y reelabora algunas de sus implicaciones para el discurso de la indianidad que se estaba gestando en las esferas masculinas del mundo

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    popular e indgena. Hoy este discurso parece dominar la escena cultural y poltica del pas...

    La segunda inquietud que habr de desarrollarse a plenitud en la siguiente dcada, puede ya vislumbrarse en los dos trabajos que cierran este libro. En el primero de ellos, Mujeres y estructuras de poder en los Andes: de la Etno-historia a la Poltica, publicado en la revista Controversia en 1997, las imgenes de Waman Puma me sirven de contrapunto metafrico a la narrativa textual y dan contexto a las reflexiones sobre los sistemas de parentesco andino y el impacto que sufrieron con la invasin colonial. En el segundo, doy testimonio en primera persona del trnsito entre escritura e imagen, a partir de la etapa de silencio y exploracin que me llev a los Yungas, a aprender el aymara y a acompaar las luchas del movimiento cocalero. Al escribir los textos que aqu se compilan, creo que estaba comenzando a entender la fuerza del mundo indio y cholo y del mundo popular femenino para vislumbrar la utopa an incumplida de una descolonizacin radical de la sociedad boliviana.

    Termino estas reflexiones con una nota sobre el ttulo. Violencias (re) encu-biertas es una reformulacin del nombre de un libro editado por Xavier Alb y Ral Barrios, Violencias Encubiertas en Bolivia, en cuyo primer tomo, subtitulado Cultura y Poltica, publiqu tres de los artculos que forman parte del libro. La idea de un sistema de violencias encubiertas basado en una estructura colonial de larga duracin e internalizado en todos los niveles de la sociedad boliviana, era una de las principales contribuciones de mi captulo, al que haba dado el ttulo de Cultura y Poltica. Sin embargo, a la hora de su publicacin, mis contribuciones conceptuales se convirtieron en ttulo del libro, y mi parte fue rebautizada sin mi conocimiento como La raz: colonizadores y colo-nizados. He hablado con Xavier Alb a quien respeto mucho sobre lo incongruente que resulta esa formulacin dualista con mi visin del mestizaje colonial como espacio intermedio (taypi) que a la vez reproduce y complejiza ese choque inicial. l ha reconocido mi derecho a utilizar una versin refor-mulada del ttulo para la presente edicin, y le agradezco por ese gesto. No se trata slo de un deseo por restituir la autora sobre esas ideas, sino tambin de la voluntad por reconstruir su trayecto y darles su verdadero nombre: el ttulo a la vez evoca una versin anterior y busca redimirla de su (re)encubrimiento con un acto qhipnayra de (re)apropiacin.

  • Violencias (re) encubiertas en boliVia

  • El tema de las identidades culturales en un pas como Bolivia reviste singu-lar complejidad. No slo estn presentes ingredientes de multiculturalidad provenientes de la difcil articulacin entre horizontes diversos del pasado pre-hispnico y colonial; tambien estn el conflictivo y polifactico fenmeno del mestizaje, la articulacin entre la dimensin tnica y la dimensin clasista o ciudadana en el comportamiento de los diversos sectores de la poblacin, y el papel de las formaciones sociales regionales en el interior del espacio territorial del estado-nacin; todo ello conforma un panorama extremada-mente abigarrado. Qu representa en este panorama el individuo libre e igual del liberalismo, sobre cuyo fundamento al menos en teora repo-sa el actual sistema poltico boliviano, y todo el andamiaje de nuestra joven democracia representativa? No es acaso ste, tan slo uno ms entre los diversos horizontes cultural-civilizatorios que pugnan por expresarse y que de hecho se expresan en la esfera pblica y poltica, aunque no siempre estas expresiones logren ser canalizadas por los mecanismos formales de la representatividad democrtica?

    Estas preguntas se hacen tanto ms urgentes si consideramos el notable aporte crtico y renovador que en las ltimas dos dcadas ha planteado la emergencia organizada de movimientos y movilizaciones de contenido t-nico y anticolonial, las que, lejos de disputar espacios circunscritos por una normatividad especial, han llegado a plantear reformas tan profundas al sis-tema poltico que ste tendra que transformarse por completo para acoger aun las menos radicales de sus reivindicaciones. Tomemos por ejemplo la reciente marcha de indgenas moxeos, sirions, yuracars, chimanes, etc.,

    i n t r o d u c c i nLos temas seleccionados y su pertinencia

    V i o l e n c i a s e n c u b i e r t a s e n b o l i V i a

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    que arrib a la ciudad capital en septiembre de 1991, planteando dos simples consignas: Territorio y Dignidad. Ambas, por s solas expresan una compleja articulacin de horizontes y temticas referidas, por un lado, al derecho a la autonoma y el autogobierno, y por otro, a la demanda de un trato acorde con la condicin humana y ciudadana a los pobladores nativos del oriente. En el polo andino, dos dcadas de debate ideolgico estimulado por la emer-gencia katarista-indianista de los aos. 70, han dado lugar a un planteamiento articulador igualmente radical: la necesidad de adoptar una forma estatal que exprese orgnicamente el carcter plurinacional y multitnico de una sociedad como la boliviana.

    Pero los cuestionamientos no terminan ah. En el curso de los ltimos cinco aos, el sistema poltico boliviano ha visto derrumbarse el poder hasta hace poco incuestionado de una clase poltica de raigambre seorial, y ha dado a luz a nuevas formaciones polticas que reivindican, implcita o explci-tamente, la identidad chola o mestiza-indgena, como base de su accionar pblico, y se sitan a prudente distancia de la cultura poltica oficial (sea de derecha o de izquierda), a la que consideran elitista, excluyente y antidemocr-tica. Estas nuevas formaciones polticas Conciencia de Patria (condEpa), encabezada por el popular comunicador radial y televisivo, el compadre Carlos Palenque y Unin Cvica Solidaridad (ucs), cuyo lder, el industrial cervecero Max Fernndez emergi metericamente desde el anonimato de las capas medias comerciales han conseguido poner en jaque a partidos tan arraigados como el mnr, la adn y el mIr, y romper la muralla de prejuicios que rode su nacimiento, hasta convertirse en factores de poder indiscutibles para el presente y el futuro de las lides electorales.

    De forma menos visible, este conjunto tan diverso de fenmenos nos ayuda a descubrir la compleja interaccin entre la formacin/transformacin de las identidades culturales, y las manifestaciones potenciales o abiertas de violencia en nuestro pas. No obstante, pese a su novedad, consideramos que estos fenmenos tienen un anclaje histrico muy profundo, y plantean hoy de manera renovada y quizs indita, por su visibilidad problemas que estuvieron multisecularmente presentes en la estructura poltica y en los mo-dos de convivencia social de lo que hoy es Bolivia. Salta a la vista, por ejemplo, que las movilizaciones tnicas de los pueblos nativos del oriente se susten-

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    tan en una conciencia de ocupacin territorial anterior a la existencia misma del Estado boliviano, [que hunde sus races en el pasado prehispnico]. De igual manera, las exigencias de un nuevo pacto social multitnico, planteadas por el katarismo andino, articulan en su seno reivindicaciones ancladas en el horizonte colonial de los siglos xvI-xvIII, con temas referidos a la igualdad humana y ciudadana que nos remiten a las reformas liberales del siglo xIx, profundizadas por la revolucin populista de 1952. El primer captulo de mi trabajo se ocupa de indagar acerca de la forma cmo las contradicciones diacrnicas implicadas en la articulacin de los horizontes colonial, liberal y populista, han incidido en la emergencia de una nueva conciencia tnica aymara en las dcadas de 1970-1980.

    Sin embargo, lejos de representar una visin dicotmica que opon-dra a dos esencias ahistricas la indgena y la europea, mi intencin ha sido la de comprender cmo la interaccin colonial deviene un hecho marcante y constitutivo de las identidades culturales de todos los sectores socio-culturales del pas, tanto en el pasado como en el presente. Es por eso que el segundo captulo de este texto est dedicado al tema del mestizaje, y propone la idea de un mestizaje colonial andino como hiptesis de trabajo y marco interpretativo de este fenmeno que tambin esta anclado, sin duda, en las contradicciones diacrnicas ya sealadas y que en el plano poltico se presentan a travs de otras tantas disyunciones. De este modo, el intento de ejercitar una mirada antropolgica y tnica sobre el tema del mestizaje, result en un radical distanciamiento frente a las habituales interpretaciones que consideran al mestizo andino como producto de un armonioso melting pot donde se habran fundido los metales de la diversidad cultural colonial, formando un nico y homogneo tipo social, en el cual ya habran des-aparecido los rasgos conflictivos de la estructura de castas original. Por el contrario, y analizando datos de investigaciones antropolgicas recientes, he planteado la idea de que el mestizaje conduce a un reforzamiento de la estructura de castas, mediante un complejo juego de mecanismos de se-gregacin, exclusin y autoexclusin que subordinan a los sectores cholos urbanos a los mecanismos clientelares propuestos por el sistema poltico tradicional y los condenan a la degradacin, el anonimato colectivo y la prdida de un perfil diferenciado. Paradjicamente, todas estas renuncias se

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    imponen en nombre de una identidad ciudadana que resulta en los hechos, formal, ilusoria y precaria.

    Ha sido justamente en respuesta a estos mecanismos de exclusin y se-gregacin, que en el ltimo quinquenio surgieron de un modo sorpresivo las nuevas formaciones polticas sealadas. Aunque la experiencia previa del Movimiento Nacionalista Revolucionario y su revolucin chola de los aos 1950 ha tenido importantes efectos democratizadores, su proyecto econmi-co y poltico ha resultado trunco tanto en sus propuestas de soberana estatal como de ciudadanizacin plena de la poblacin mayoritariamente indgena y mestiza. Por lo tanto, se han reproducido y prolongado las disyunciones latentes entre la esfera social y la esfera poltica, entre la identidad tnica y la identidad ciudadana, y entre la dimensin pblica y la dimensin privada de los comportamientos sociales, cuya conjuncin temporal en manos de condEpa y ucs exploro en la edicin original; este tema se desarrolla en el captulo 3 de Violencias Encubiertas, pero no lo he incluido aqu por la fugacidad de las experiencias populistas que analiza.

    Al establecer estas tres reas temticas como puertas de entrada para el anlisis del vnculo entre los fenmenos de violencia estructural y la for-macin/transformacin de las identidades culturales, he querido, finalmente, aportar a la construccin de un marco conceptual que sea capaz, al mismo tiempo, de comprender la tradicin y la modernidad, los anclajes profundos del pasado y las potencialidades del presente. Tal marco conceptual no es otro que el de la teora del colonialismo interno, entendido como un conjun-to de contradicciones diacrnicas de diversa profundidad, que emergen a la superficie de la contemporaneidad, y cruzan, por tanto, las esferas coetneas de los modos de produccin, los sistemas poltico estatales y las ideologas ancladas en la homogeneidad cultural1. Aunque el grueso de estos textos est referido a las zonas andinas de Bolivia, no cabe duda que muchas de las ideas

    1 Los antecedentes para este enfoque se encuentran en los trabajos de Bloch (1971), Gonz-lez Casanova 1969 y Fanon (1988). En Latinoamrica, tan slo las investigaciones de Flores Galindo y Manrique (1987 y 1989) en Per, as como la de Andrs Guerrero (1990) en Ecua-dor, le asignan a la situacin colonial un valor explicativo aplicable al perodo republicano, ms all de la imagen de una herencia o resabio del pasado que habra logrado filtrarse en los sucesivos esfuerzos de reforma y modernizacin. En Bolivia, en cambio, a partir de la discusin katarista-indianista, ya hay considerable debate al respecto, aunque el esfuerzo de sistematizacin terica an permanece inconcluso.

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    que aqu se adelantan podran tener una validez ms amplia, y aplicarse a las regiones orientales de las cuencas amaznica y platense, en las que sera preciso hacer similares cortes histricos y ver los modos especficos de inser-cin de las contradicciones del pasado en el presente, cosa que, por razones obvias de espacio y tiempo, me ha sido imposible realizar. Como ya se ha sealado, la hiptesis central que orienta el conjunto del trabajo, es que en la contemporaneidad boliviana opera, en forma subyacente, un modo de domi-nacin sustentado en un horizonte colonial de larga duracin, al cual se han articulado pero sin superarlo ni modificarlo completamente los ciclos ms recientes del liberalismo y el populismo. Estos horizontes recientes han conseguido tan slo refuncionalizar las estructuras coloniales de larga dura-cin, convirtindolas en modalidades de colonialismo interno que continan siendo cruciales a la hora de explicar la estratificacin interna de la sociedad boliviana, sus contradicciones sociales fundamentales y los mecanismos es-pecficos de exclusin-segregacin que caracterizan la estructura poltica y estatal del pas y que estn en la base de las formas de violencia estructural ms profundas y latentes.

    He intentado, por ltimo, explorar las implicaciones de estos temas para el debate sobre reformas del Estado, hoy motivo de intensa discusin en las esferas oficiales del pas. Tanto la demanda territorial de los pueblos nativos del oriente, como la propuesta katarista-indianista de un estado multitnico, constituyen un abierto cuestionamiento a las formas liberales de organizacin poltica, asentadas en una comunidad imaginaria, mestiza y culturalmente homognea encarnada idealmente en el Estado-nacin, que las contra-dicciones no-coetneas cruzan e inviabilizan permanentemente. Aunque las demandas indgenas han logrado ser soslayadas y marginalizadas del debate oficial, no cabe duda que implican reformas normativas y polticas radicales, orientadas a superar la crisis de representatividad y la vulnerabilidad del sis-tema poltico boliviano, y a superar los mecanismos de violencia estructural que lo amenazan desde un trasfondo histrico y estructural profundo2. Como lo planteamos en el captulo tercero, la emergencia de nuevos movimientos poltico-sociales anclados en las identidades tradicionalmente excluidas del

    2 Amenazas que no se sitan en el plano de la mera posibilidad, pues dos de los movimientos armados que han estallado recientemente se refieren explcitamente a la temtica tnico-cultural.

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    juego poltico y en la formacin de mecanismos clientelares ampliados, pa-rece tan slo ofrecer paliativos temporales y precarios a esta problemtica. Aunque, comparada con otros pases andinos, como Per o Colombia, la si-tuacin boliviana parezca en este sentido mucho ms apacible, no cabe duda que la presencia militar en el control de las regiones productoras de coca, la prdida creciente de soberana estatal, la ausencia de soluciones estructurales a la crisis econmica y la falta de horizonte de visibilidad de la clase poltica, estn empujando a la sociedad boliviana a un despeadero de imprevisibles consecuencias. Podemos decir, sin riesgo a equivocamos, que el sistema democrtico boliviano est en la encrucijada, y las tensiones que conspiran contra su continuidad y profundizacin provienen precisamente de las persis-tentes contradicciones diacrnicas y mecanismos de violencia estructural que condicionan y moldean las temticas esbozadas como eje de este trabajo.

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    ...Nayrapacha: tiempos antiguos. Pero no son antiguos en tanto pasado muerto, caren-te de funciones de renovacin. Implican que este mundo puede ser reversible, que el pasado tambin puede ser futuro.

    Carlos Mamani

    Entre descendientes de espaoles, fuesen peninsulares o criollos, no debamos hacer cuestin por milln ms o milln menos de indios muertos.

    Augusto Cspedes

    En un trabajo anterior (Rivera, 1990) he intentado explicar el abigarramien-to de la sociedad boliviana actual, en virtud de la persistencia de contra-dicciones no-coetneas (Bloch, 1971) ancladas en tres horizontes histricos de diversa profundidad y duracin. Estos horizontes o ciclos histricos que interactan en la superficie del tiempo presente son:

    a) El ciclo colonial, que constituye un sustrato profundo de mentalidades y prcticas sociales que organizan los modos de convivencia y sociabilidad en lo que hoy es Bolivia, estructurando en especial aquellos conflictos y comportamientos colectivos ligados a la etnicidad, a travs de lo que aqu denominamos colonialismo interno. En el perodo colonial formal, la polarizacin y jerarqua entre culturas nativas y cultura occidental se va-li de la oposicin entre cristianismo y paganismo como mecanismo de disciplinamiento cultural. Esto implicaba la culpabilizacin y destierro del hereje o de todo aquel sospechoso de serlo (y esto inclua a la mayora de indios y mestizos) a un mundo pre-social y sub-humano de exclusin y clandestinidad cultural.

    P a c h a k u t i :Los horizontes histricos del colonialismo interno

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    b) El ciclo liberal introduce el reconocimiento de la igualdad bsica de todos los seres humanos, pero en un contexto como el de la sociedad oligr-quica del siglo xIx, se asocia a un conjunto de acciones culturales civi-lizatorias, que implican una nueva y ms rigurosa disciplina: el proceso de individuacin y ruptura con pertenencias corporativas y comunales, el cual se legitima en los supuestos derechos asociados a la imagen ilustrada del ciudadano. Este proceso, que en Europa fue fruto de siglos de homo-geneizacin cultural y econmica, result aqu articulado con estructuras y prcticas propias del ciclo anterior, convirtindose as en un paradjico y renovado esfuerzo de exclusin basado en la negacin de la humanidad de los indios. En esta fase, un nuevo complejo de ideas-fuerza empieza a jugar un papel hegemnico como sustento de las reformas estatales y cul-turales emprendidas hacia fines del siglo xIx, donde el darwinismo social y la oposicin civilizado-salvaje sirven al igual que antao la oposicin cristiano-hereje para renovar la polaridad y jerarqua entre la cultura occidental y las culturas nativas, y para emprender una nueva y violenta agresin contra la territorialidad indgena, comparable tan slo a la fase del saqueo colonial temprano.

    c) Finalmente, en 1952 se inaugura el ciclo populista, que se superpone e inte-racta con los dos ciclos anteriores, puesto que no hace sino completar las tareas de individuacin y etnocidio emprendidas por el liberalismo, creando a partir de una reforma estatal centralizadora, mecanismos singularmente eficaces para su profundizacin: la escuela rural masiva, la ampliacin del mercado interno, el voto universal, y una reforma agraria parcelaria de vasto alcance. stos constituyeron renovados medios de liquidacin de las identidades comunales y tnicas y de la diversidad cul-tural de la poblacin boliviana. En el plano poltico, la democratizacin de facto implicada por el hecho insurreccional sera canalizada hacia nuevos mecanismos de subordinacin de la plebe cholo-india, a travs de una amplia y centralizada estructura clientelar que convirti al Estado y la poltica en esferas exclusivas y excluyentes en manos de una camale-nica casta seorial que hizo de la reforma un singular instrumento para cambiar sin que nada cambie. La oposicin desarrollo-subdesarrollo, o modernidad-atraso, resultaron as sucedneas de un largusimo habitus

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    maniqueo, y continan cumpliendo funciones de exclusin y disciplina-miento cultural, amparadas en la eficacia pedaggica de un Estado ms interventor y centralizado.Tanto las transformaciones coloniales, como las que emanaron de las refor-

    mas liberales y populistas, significaron, por lo tanto, sucesivas invasiones y agre-siones contra las formas de organizacin social, territorial, econmica y cultural de los ayllus y pueblos nativos, tanto del rea andina como de las tierras bajas orientales. En este proceso, la poblacin indgena de lo que hoy es Bolivia no se comport como una masa inerte y pasiva; a partir de la llegada de los espaoles a su territorio, resisti de las ms diversas formas para evitar tanto la consolidacin del orden colonial, como las sucesivas fases reformistas que introdujeron reno-vados mecanismos de opresin y despojo material y cultural. En esta dialctica de oposicin entre invasores e invadidos, se sita uno de los principales meca-nismos de formacin y transformacin de las identidades en un pas como el nuestro. Como se ver ms adelante, las identidades tnicas plurales que cobij el Estado multitnico del Tawantinsuyu, fueron sometidas a un tenaz proceso de homogeneizacin que cre nuevas identidades: indio, o incluso aymara y qhichwa son identidades que podramos llamar coloniales, pues llevan ya la huella de la estereotipacin racial, la intolerancia cultural y el esfuerzo de colonizacin de las almas (cf. infra). En este sentido, postulamos que las contradicciones coloniales profundas y aquellas que renovadas, surgen como resultado de las reformas liberales y populistas son, an hoy, en una sociedad abigarrada como la boliviana, elementos cruciales en la forja de identidades colectivas.

    El complejo juego de oposiciones y adaptaciones entre nativos y coloni-zadores, en un pas que an hoy cuenta con alrededor de 60% de poblacin tanto en el campo como en las ciudades que se identifica con algn pue-blo indgena, tiene importantes implicaciones para el debate sobre violencia es-tructural. Cabe destacar, entre los hechos generadores de violencia, el que una minora criolla de origen occidental monopolice desde hace siglos el poder del Estado y la capacidad rectora y ordenadora sobre el conjunto de la sociedad, al ser duea privilegiada de dispositivos estatales y espacios de poder social que le permiten dictar unilateralmente normas de convivencia que adquieren fuerza compulsiva para el conjunto de la sociedad. Baste constatar que las rebeliones y otras formas de resistencia indgena y popular a lo largo de la historia, han

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    respondido por lo general a sucesivas oleadas de reforma y modernizacin estatal, para verificar este aserto a simple vista. Aunque enfatizaremos el caso aymara, nos interesa entonces examinar las largas continuidades temticas, simblicas y de percepcin de la historia que exhiben las demandas indgenas del presente, tanto como los modos de reciclaje y renovacin de los sistemas de dominacin, a travs de la articulacin entre el horizonte colonial profundo y los ciclos ms recientes del liberalismo y el populismo.

    la socIEdad multItnIca prE-colonIal

    La identidad aymara, tal como se la conoce actualmente, comenz a constituirse slo hacia fines del siglo xvIII, puesto que en tiempos prehispnicos y en la temprana colonia, el panorama social y cultural de los Andes mostraba un abigarrado mosaico de diversas etnias lenguas y unidades de pertenencia. En este panorama, como lo ha mostrado Threse Bouysse, el aymara figuraba, junto con el pukina, slo como lingua franca de una multiplicidad de ayllus, markas y federaciones tnicas que se extendan a lo largo de un eje acutico a travs de los lagos Titikaka y Poop; y seguramente no se perciban a s mismos como parte de un mismo pueblo. Sin duda fue la experiencia colonial la que produjo su forzada unificacin, en la medida en que homogeniz y degrad a una diversidad de pueblos e identidades al anonimato colectivo expresado en la condicin de indio, es decir, de colonizado (Bouysse, 1987: 101-28).

    En tiempos pre-hispnicos, la articulacin vertical de los paisajes que caracteriza a los ecosistemas andinos, brind las bases materiales para que la poblacin aprovechase creativamente las enormes variaciones de altura, humedad y distribucin de recursos en distintos pisos ecolgicos, hasta desarrollar complejos sistemas econmico-polticos donde se articulaban, por la va de redes de reciprocidad, redistribucin y prestaciones laborales, los distintos grupos tnicos y poblaciones locales. Surgieron organizaciones de diversa escala territorial y demogrfica, cuya clula bsica fue el ayllu o jatha, unidad de territorio y parentesco que agrupaba a linajes de familias emparentadas entre s, y pertenecientes a jerarquas segmentarias y duales de diversa escala demogrfica y complejidad. Desde tiempos pre-inka, la pertenencia simultnea a varios niveles de esta estructura segmentaria y dual

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    significaba contar con el acceso a recursos a veces muy distantes en otros pisos ecolgicos, donde diversos grupos coexistan en un mosaico multitnico, sin necesitar la intervencin de un sistema estatal unificador (Murra, 1975). La compleja organizacin social andina ha sido comparada con un juego de cajas chinas, vinculadas entre s por relaciones rituales y simblicas que permitieron a los niveles superiores un alto grado de legitimidad en su dominacin sobre los niveles inferiores.

    Todos estos mecanismos fueron utilizados por el Tawantinsuyu para reorganizar, a escala estatal, el sistema econmico e ideolgico sobre el cual se asent su dominio y seduccin sobre las naciones y grupos tnicos incor-porados al Estado. La metfora del parentesco permiti a los Inka codificar su organizacin no slo espacial sino tambin militar y administrativa en un sistema en el cual haba lugar para el reconocimiento de los dominados, as como de los pueblos o etnias ms antiguos. As, la tolerancia y capacidad de articulacin simblica de estratos tnicos no-contemporneos, constituyeron originales soluciones que la organizacin estatal del Tawantinsuyu di a la diversidad pluritnica de la sociedad andina1.1

    Esto no quiere decir que la sociedad prehispnica fuera un mar de aguas tranquilas. La existencia de conflictos intertnicos y la lucha por el poder entre linajes Inka, parecen haber sido parte estructural de su organizacin y dinamismo interno. En una extensin tan vasta, el equilibrio entre diversos grupos tnicos, muchos de ellos territorialmente discontinuos, as como la reformulacin estatal de las instituciones andinas, debi haber implicado una alta dosis de conflicto, as como constantes y difciles reacomodos. Cuando llegaron los extranjeros, la sociedad del Tawantinsuyu se encontraba atrave-sando un momento de contradicciones internas particularmente agudas: la guerra civil entre los hermanos Waskar y Atawallpa. A los espaoles no les fue difcil aprovechar esta situacin para vencer, inaugurando un ciclo de dominacin profundamente violenta e ilegtima, que slo puede describirse con ayuda del concepto andino de pachakuti, que en qhichwa y en aymara significa: la revuelta o conmocin del universo2.2

    1 Ver Szeminski (1983) y Bouysse (1987: 304). Anacrnicamente, esta autora considera, sin embargo, que los lnka fueron colonialistas para con los aymara, lo mismo que stos para con los uru. 2 Pacha=tiempo-espacio; kuti=vuelta, turno, revolucin. Como muchos conceptos andinos,

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    El modo dE domInacIn colonIal: vIolEncIa, sEgrEgacIn y colonIzacIn dE las almas

    La invasin y el saqueo de templos, la muerte de los dioses y la brutal agresin a todos los aspectos de la sociedad indgena, no solo implicaron solamente la destruccin de una estructura simblica y un ordenamiento tico-poltico (el mundo al revs que tantas veces menciona Waman Puma). Fueron genocidio abierto. Junto con los nuevos dioses llegaron plagas y en-fermedades antes desconocidas por la gente de los Andes. stas, junto con las guerras civiles entre conquistadores y las masacres contra la poblacin civil, dan cuenta de la catstrofe demogrfica que asol a la poblacin conquistada. Segn clculos realizados por Wachtel, a partir de una poblacin estimada de 7 a 8 millones de habitantes en 1530, se habra producido un descenso del 60 al 65% en los primeros 30 aos de la conquista, y de alrededor de un 40% adicional hasta 1590 (Wachtel, 1976: 140-41).

    Es en este ltimo perodo que, bajo la administracin del virrey Toledo, se perfeccionan las bases econmicas y polticas de la sociedad colonial, con la reduccin de la poblacin dispersa a pueblos nucleados; la homogenizacin del tributo en dinero, la reglamentacin de la mita o trabajo forzado en la minera y la catequizacin coactiva. Sin embargo, esta renovada ofensiva no ocurri sobre el vaco: fue necesaria la derrota de dos movimientos de resis-tencia estrechamente vinculados entre s, que afloraron entre las dcadas de 1530 y 1570: el takiy unquy, que se inici en Wamanqa y se expandi hasta La Paz y Chuquisaca por el sur, y el Estado Inka rebelde de Willkapampa, en las proximidades del Qusqu.

    El takiy unquy (qhichwa, lit.: takiy=baile; unquy=enfermedad) fue ante todo un fenmeno colectivo de resistencia religiosa, que postul el radical rechazo a la cristianizacin y el restablecimiento del culto pre-inkaico de las wakas o ancestros comunales. En cuanto al segundo, se trata de un movimiento polti-co de resistencia, que surge en 1536 al mando de Manqu Inka y sus sucesores, y que intenta, a lo largo de una azarosa existencia, ya sea derrotar y expulsar definitivamente a los espaoles, o bien entablar negociaciones para el recono-cimiento de un Estado Inka paralelo y autnomo. Los rebeldes, luego de sitiar

    pachakuti puede tener dos sentidos divergentes y complementarios (aunque tambin antagnicos en ciertas circunstancias): el de catstrofe o el de renovacin.

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    e intentar tomar el Qusqu, se refugiaron por ms de tres dcadas en la regin sub-tropical de Willkapampa, donde establecieron una suerte de territorio libre (aunque no libre de plagas). La captura de Tupaq Amaru I, sucesor de Wayna Qhapaq Inka, y su decapitacin en el Qusqu en 1572, renovaron la memoria traumtica de la muerte de Atawallpa, y confirmaron la conmocin csmica que signific para los indios el hecho colonial3.3

    La derrota de ambos movimientos consolida la escisin entre indios y espaoles, que ser uno de los rasgos constitutivos de la situacin colonial. Se genera, a partir de entonces, una percepcin mtica del invasor, que contina viva hoy en da: la idea de que no es plenamente humano, sino un ser maligno: el likichiri, o kharisiri (qhichwa y aymara, el que corta o extrae la grasa), que ha llegado para acabar con la gente, sacndole el untu o grasa, o sea el fluido vital ms importante del cuerpo, de acuerdo a la visin indgena. La era toledana fue, en este sentido, una brutal reactualizacin del hecho colonial, como domi-nacin sustentada en la violencia fsica y la colonizacin de las almas4.4

    En la otra cara de la medalla, estos episodios nos muestran el carcter de la resistencia indgena, que vincula estrechamente una dimensin poltica (armada o negociada) de la lucha, con la defensa de un orden simblico y una cosmovisin cultural, que se plasman en el ejercicio de prcticas rituales y costumbres ancestrales, de las cuales se extrae permanentemente la fuerza moral y la legitimidad para cuestionar al orden colonial. A partir del siglo xvII, la escisin entre el mundo indgena y el mundo espaol hallar tambin expre-sin en el plano jurdico, mediante la emisin de un conjunto de normas pro-tectoras para los nativos, que en 1680 se convertirn en un corpus de derecho general: la Recopilacin de las Leyes de Indias. Esta legislacin consideraba al

    3 Szeminski considera que el pachakut percibido por los indios, tuvo lugar en algn momento entre el estallido de la guerra civil entre Ataw Wallpa lnka y Waskhar lnka y la decapitacin de Thupa Amaro lnka en 1572. significativamente, seala tambin que el virrey Toledo era llamado por los indgenas Pacha-Kuti. (Ver Wachtel, 1980: 269-91 y Szeminski, 1983: 125-26).

    4 Este trmino ha sido tomado de la obra homnima de Fernando Mires (1987), referida a la empresa misionera espaola en Amrica. Aqu se lo utiliza en sentido ms amplio, para referimos no slo a la catequizacin o colonizacin religiosa, sino a muchos otros mecanismos (como la escuela, o la nocin ms englobante de civilizacin) utilizados a lo largo de la historia por las lites dominantes, para imponer a los indgenas la negacin de su propia identidad e introyectarles la visin del mundo occidental.

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    mundo colonial como dividido en dos entidades separadas: la Repblica de Espaoles y la Repblica de Indios y se inspiraba en antiguos preceptos de derecho medioeval que reconocan la existencia de diversos fueros o juris-dicciones especiales, que deban estar regidos por distintas cortes, normas y derechos (cf. Salomon, 1987 y Hampe Martnez, 1985).

    Desde el punto de vista del estado colonial, la segregacin fsica y nor-mativa de ambas poblaciones era necesaria para evitar el total exterminio de la fuerza de trabajo indgena y para poner lmite a los intereses privados de los colonizadores5.5 Pero desde el punto de vista de los indios, la idea de dos repblicas que se reconocen mutuamente, aunque permanezcan segregadas espacial y polticamente, lleg a plasmar la compleja visin de su propio te-rritorio, no como un espacio inerte donde se traza la lnea de un mapa, sino como jurisdiccin, o mbito de ejercicio del propio gobierno. En el programa mnimo de muchas movilizaciones anticoloniales indgenas, de 1572 has-ta hoy, pueden descubrirse las huellas de esta antigua percepcin. De esta manera, a pesar de la desigualdad de condiciones, la violenta pax toledana acab generando una nueva normatividad, de la que no estarn ausentes las concepciones indgenas acerca del buen gobierno.

    En efecto, si la derrota material no poda ser revertida, al menos tena que reconocerse a los vencidos el derecho a conservar lo que quedaba de sus territorios, a gobernarse por sus propias autoridades tnicas (los mallkus, kuraqas o caciques de sangre) y a acogerse al fuero especial de la legislacin indiana, como sbditos directos del rey de Espaa. Estos derechos pasaron a formar parte de la memoria colectiva aymara, como si en el siglo xvI se hu-biera llegado a una suerte de tregua pactada entre colonizadores y colonizados. A cambio de ello, los indios habran accedido a cumplir con las prestaciones rotativas de fuerza de trabajo (mita), el pago de tributos (tasa), e incluso ha-bran incorporado en su panten a los dioses extranjeros. Este esfuerzo de enmascaramiento y clandestinidad cultural dara lugar a complejos mecanis-mos de articulacin de ingredientes europeos en la identidad andina, cuyo devenir ya estara marcado por la huella de la experiencia colonial.

    5 Est probado que los colonizadores no se detienen hasta el exterminio, an cuando luego tengan que enfrentar problemas de escasez de mano de obra: he ah la racionalidad ideolgica de la esclavitud, o la migracin periferia-centro en contextos coloniales. Ver tambin Fanon (1988).

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    En lo que respecta a la cuestin territorial (motivo de los mayores con-flictos, tanto en la etapa colonial como republicana), tales derechos se plasma-ron en la adquisicin de titulos de composicin y venta por parte de las autoridades tnicas coloniales. Con el tiempo, los ttulos coloniales (llamados nayra titulu o chullpa titulu por los aymaras de principios de este siglo)66llegaron a encapsular y a recrear la memoria de la identidad tnica, dentro del marco de los mapas y conceptos territoriales trados por los espaoles, en los cuales, sin embargo, lograron filtrarse nociones sagradas del espacio, e incluso islas o territorios tnicos discontinuos en otros pisos ecolgicos. En el contexto republicano, los ttulos coloniales se convertirn en valiosos instrumentos para la defensa de los territorios tnicos frente a la voraz expansin latifundista criolla. Junto con la idea de nuestra ley o de una Ley de Indios (cf. Ley de Indias), los nayra titulu formarn parte de una articulada visin indgena, que entre la rebelin de Pablo Zarate Willka en 1899 y la m