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    SI LA MAR FUERA DE TINTA

    Vivencias de una niña tras la caída de la dictadura trujillista

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    Portada de la 4ta. edición.

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    COMISIÓN NACIONAL PARA CONMEMORAR EL 50 ANIVERSARIO DEL AJUSTICIAMIENTO

    DEL DICTADOR RAFAEL L. TRUJILLO

    MIEMBROS

    LIC. LUIS MANUEL BONETTIMinistro Administrativo de la Presidencia

    LIC. JOSEFINA PIMENTELMinistra de Educación

    LIC. JOSÉ R AFAEL LANTIGUAMinistro de Cultura

    LIC. JUAN DANIEL BALCÁCER Presidente de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias

    LIC. R AFAEL PÉREZ MODESTOSecretario de Estado, Gerente General Comisión Nacional

    de Seguridad Social

    DR . EDUARDO DÍAZ DÍAZPresidente de la Fundación 30 de Mayo

    DR . ANULFO R EYES

    Presidente de la Federación de Fundaciones PatrióticasDR . FRANK  MOYA PONS

    Presidente de la Academia Dominicana de la Historia

    Mayor GeneralAntonio Imbert Barrera , Héroe Nacional

    Lic. Luis Manuel Pellerano Amiama 

    Sra. Lindín González Vda. Tejeda 

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    SI LA MAR FUERA DE TINTAVivencias de una niña

    tras la caída de la dictadura trujillista

    Vol. XII

    Colección 50 Aniversario del Ajusticiamiento de Trujillo

    Santo Domingo, República Dominicana2012

    MAYRA BÁEZ DE JIMÉNEZ

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    Título de la publicación:Si la mar fuera de tinta 

    Vivencias de una niña tras la caída de la dictadura trujillista

    Primera edición: noviembre, 1999Segunda edición: abril, 2000Tercera edición: abril, 2001Cuarta edición: Fundación Héroes del 30 de Mayo, 2006

    Quinta edición:Colección 50 Aniversario del Ajusticiamiento de TrujilloComisión Permanente de Efemérides Patrias, 2012Volumen XII

    Cuidado de la edición:Luis Fernández

    Composición y diagramación:Eric Simó

    Diseño de cubierta:Roberto Tejada 

    ISBN: 978-9945-462-59-3

    Impresión:

    Editora Búho

     Impreso en República Dominicana/ Printed in Dominican Republic 

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     A mi padre, quien partió a destiempo.

     A mi hermano, símbolo imperecedero de la inocencia.

     A mi madre, porque sin su fortaleza y fe hubiéramos sucumbido.

     A mis hermanos, por su ejemplo de entereza y por su apoyo.

     A mi esposo, por su identificación sin límites.

     A mis hijos, porque a través de ellos he podido reconfirmar laOmnipotencia de Dios.

     A todos los que ofrendaron sus vidas 

    en aras de la libertad de la patria.

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    CONTENIDO

    PRESENTACIÓN ................................................ 13PRÓLOGO  DE  LA  4TA. EDICIÓNA PROPÓSITO DE S  I   LA  MAR  FUERA  DE  TINTA ................... 15INTRODUCCIÓN ................................................ 23

    PRIMERA PARTE ................................................ 2531 de agosto de 1979 ................................................ 27“Boletín No. 21” ...................................................... 28Tiempos de ilusión ................................................... 31Tropel de interrogantes ............................................. 40Flautas en la tormenta .............................................. 75¿Victoria o desconsuelo? ........................................ 118Clamor ................................................................... 144

    SEGUNDA PARTE .............................................. 185Nuevas impresiones ............................................... 187Revelaciones imborrables ...................................... 211Tras la tempestad... ¿La calma? .............................. 235

    TERCERA PARTE ............................................... 257Las expectativas ..................................................... 259

    ¿Por qué? ................................................................ 299¿Casualidad o providencia? .................................... 319Azahar y esperanza ................................................ 333

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    CUARTA PARTE ................................................ 355Encuentros ............................................................. 357Mayo de niebla y de sol .......................................... 378

    ÍNDICE  ONOMÁSTICO ........................................ 383

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    PRESENTACIÓN

    EL 12 DE MAYO DEL 2011, EL EXCELENTÍSIMO Señor Presi-dente de la República, doctor Leonel Fernández, medianteel Decreto No. 311-11, creó la Comisión Nacional paraConmemorar el 50 Aniversario del Ajusticiamiento deldictador Rafael L. Trujillo, cuya misión principal consis-tía en organizar y coordinar todas las actividades relacio-nadas con la divulgación de tan resonante acontecimien-to de la historia política dominicana contemporánea.

    Dentro de las actividades programadas con el fin deconmemorar los primeros 50 años del tiranicidio de 1961y del nacimiento de las libertades públicas así como delsistema de la democracia en la República Dominicana,la Comisión Nacional consideró oportuno la publicaciónde diversas obras y ensayos —ya agotados— que abor-

    dan el tema de Trujillo, sus días finales y la conspiraciónpatriótica que la noche del 30 de mayo de 1961 logró eli-minar físicamente al tirano.

    Esta obra, Si la mar fuera de tinta… vivencias de unaniña tras la caída de la dictadura trujillista, escrita por MayraBáez de Jiménez, y que desde su publicación en 1999ya ha alcanzado cuatro ediciones, es el relato, como lo

    expone su autora en la introducción, “de los episodiosocurridos durante la infancia a raíz del apresamiento de

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    nuestro padre, Miguel Ángel Báez Díaz, y de nuestro her-mano, Miguel A. Báez Perelló, ocurrido el 31 de mayo de1961 tras el ajusticiamiento de Rafael Leonidas TrujilloMolina quien durante 31 años mantuvo al pueblo domi-nicano sumido en la más oprobiosa tiranía”.

    Como bien señala el escritor Guillermo Piña-Contre-ras, autor del Prólogo de la cuarta edición (2006), “haycalidad literaria en Si la mar fuera de tinta… en donde has-ta el título evoca la infancia. Un punto de vista infantil

    que se manifiesta en la distancia que toma la narradora apropósito de esos lamentables acontecimientos que nosproporcionan esas maravillosas páginas. En las vivenciasde Mayra Báez de Jiménez no hay odio, lo que es en símismo un logro; pero también es importante señalar quese trata de un relato desgarrador manejado con un inmen-so pudor”.

    La Comisión Nacional para la Conmemoración del50 aniversario del Ajusticiamiento del dictador Trujilloagradece a su autora, Mayra Báez de Jiménez, su gentile-za por cedernos los derechos de esta quinta edición conel propósito de contribuir a una mayor difusión de las in-terioridades de la gesta heroica que hacia mediados delaño 1961 hizo posible que el 30 de Mayo se convirtiera,

    para todos los dominicanos, en el Día de la Libertad.

    Santo Domingo, R.D.Julio de 2012.

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    PRÓLOGO DE LA 4ta. EDICIÓN

    A PROPÓSITO DE SI LA MAR FUERA DE TINTA...

    Por lo general, la infancia termina después de la edad detrece años. La de Mayra Báez de Jiménez terminó brus-camente unas nueve horas después del ajusticiamiento deRafael L. Trujillo Molina, cuando su padre, Miguel Án-gel Báez Díaz, fue arrestado por el Servicio de Inteligen-

    cia Militar a las 7 y 30 de la mañana del 31 de mayo de1961. Es este acontecimiento y sus consecuencias fami-liares y personales que ella nos relata en Si  la mar fuera de tinta... vivencias de una niña tras la caída de la dictadura tru-

     jillista y que hoy, de manera tan discreta como las anterio-res, inicia su cuarta edición.

    Si alguien que no conozca el drama que vivió la fami-

    lia Báez-Perelló, después del ajusticiamiento de Trujillola noche del 30 de mayo de 1961, lee Si   la mar fuera de tinta... podría pensar que se trata de una novela sobre elhorror que le tocó vivir a una familia y a una niña en par-ticular, pues Báez de Jiménez narra con maestría de no-velista hechos que sólo son imaginables en la ficción.

    Es tan absurdo lo que sucedió durante los días que

    siguieron a la muerte de Trujillo que esta obra podría serobjeto de dudas como lo fue, para algunos malintenciona-dos que han querido disminuir el horror del nazismo, el

    Guillermo Piña-Contreras 

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    diario que llevó Anna Frank, aquella niña judía, duranteel tiempo que estuvo escondida, junto a su familia, en unapartamento de Ámsterdam y que, desgraciadamente, nopudo sobrevivir a la ocupación alemana en Holanda.

    Una catástrofe natural, el huracán David que devastóla República Dominicana a finales de agosto de 1979, des-pierta en la memoria de Mayra Báez un recurso muy fre-cuente en los buenos novelistas, el recuerdo de los acon-tecimientos que le tocó vivir durante ese trágico 1961 poco

    después del apresamiento de su padre y de su hermano.Hay calidad literaria en Si  la mar fuera de tinta... en dondehasta el título evoca la infancia. Un punto de vista infan-til que se manifiesta en la distancia que toma la narradoraa propósito de esos lamentables acontecimientos que nosproporcionan esas maravillosas páginas. En las vivenciasde Mayra Báez de Jiménez no hay odio, lo que es en sí

    mismo un logro; pero también es importante señalar quese trata de un relato desgarrador manejado con un inmen-so pudor.

    No hay odio a pesar de lo que significó para ella y sufamilia la mañana que siguió a la noche del 30 de mayo:la desaparición de Miguel Ángel Báez Díaz, su padre, yde Miguel A. Báez Perelló, su hermano. Mayra Báez cuen-

    ta, no juzga. Se introduce en una infancia interrumpidatratando de mantener viva la manera como los niños pue-den apreciar lo que sucede en el mundo de los adultos.En ese aspecto descansa todo el libro. No relaciona otroshechos familiares con la participación de su padre en elcomplot que dio al traste con la oprobiosa dictadura.

    En febrero de 1960, hubo un primer drama familiar:

    Pilar, su hermana mayor, murió al dar a luz; luego, unosmeses después su viudo, Jean Awad Canaán, perdió lavida en un accidente automovilístico. En ambos casos, el

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    rumor público decía que la hija del tirano, despechada,tenía algo que ver en esas inesperadas muertes. Sin em- bargo, Mayra Báez no alimenta ese rumor, se limita a con-tar la inexplicable muerte de su hermana y, poco después,la de su cuñado. La participación y el importante papelque jugó su padre en el complot que la historia conocehoy como el del “30 de Mayo”, no están motivados úni-camente por estos acontecimientos personales. Ella seconforma únicamente con exponer los hechos. Contar lo

    que había tenido que soportar su familia antes y despuésde la histórica noche en que cayó ajusticiado el tirano.

    Los métodos de la dictadura no desaparecieron con elsátrapa. La simulación, tan del uso de sus esbirros, semanifestó de nuevo en la casa paterna cuando la familiaBáez-Perelló recibió la humillante notificación de la Fis-calía del Distrito Nacional invitando a Miguel Ángel Báez

    Díaz a comparecer ante el funcionario judicial. No se sabesi vivía aún o si ya había sido asesinado, pero sí que habíasido apresado a primeras horas de la mañana del 31 demayo de 1961. Mayra Báez no narra la muerte de su pa-dre ni la de su hermano. Se mantiene circunscrita al apre-samiento y posterior desaparición de sus parientes. Nose hace eco del rumor público, porque no es necesario

    servirse de su condición de hija y hermana de dos márti-res para alimentar la curiosidad malsana de ciertos lecto-res. Esos episodios no faltan para que su historia pongade manifiesto el horror que vivió la República Dominica-na durante los días que siguieron al ajusticiamiento deTrujillo.

    En Si  la mar fuera de tinta... no hay espacio para el vo-

     yeurisme que tanto espera una gran parte de los lectores.Esta obra se limita única y exclusivamente a narrar la vidade una familia y, en particular, las vivencias de una niña

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    cuyo padre estuvo, desde el primer momento, involucra-do en la conspiración que puso fin a 31 años de terror enRepública Dominicana. Es un relato, como decía antes,sin odio. Una historia que se distingue, además de su esti-lo elegante y preciso, de esa otra literatura que, de mane-ra irresponsable y cobarde, trata el mismo tema de la dic-tadura de Trujillo y que han dado a la estampa ciertos“testigos” de la desaparecida satrapía.

    Al observar el auge que ha tenido la publicación de

    libros de ex funcionarios de la dictadura de Trujillo, tratode buscar la razón de ese efímero éxito de librería y depregón. Al final, el lector queda con el sabor amargo de ladecepción porque no se da cuenta de que los sistemas to-talitarios, además de constituir un engranaje, están for-mados por vasos comunicantes y que revelar ciertas co-sas podrían comprometer no sólo a esos “escritores” sino

    también a sus amigos.Hay, en ese sentido, una búsqueda morbosa en ciertos

    lectores interesados en el tema. Varias generaciones com-ponen ese público: los que tenían edad de razón durantela “Era de Trujillo” y muchos que no la vivieron, perohan tenido que soportar el peso de la memoria colectivade un pasado reciente. El insatisfecho morbo del lector

    común tratará siempre de ir lo más lejos posible en su búsqueda del más mínimo detalle aunque nunca tengarespuesta, porque los regímenes totalitarios se fundansobre una red de complicidades en la que el secreto quese han impuesto sus colaboradores los hace parecer, enfin de cuentas, absurdos e inexplicables.

    Uno de los primeros que trató, allá por los principios

    de 1970, de narrar (y ganar dinero) con la dictadura truji-llista fue, precisamente, un esbirro: el convicto AlicinioPeña Rivera y su Historia oculta de un dictador: Trujillo. Una

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    suerte de autodefensa irresponsable, como la mayoría delos textos de su género. Antes lo había hecho TeodoroTejeda, el legendario procurador fiscal de las postrime-rías del trujillato, con su infame Yo investigué la muerte de Trujillo (Barcelona, 1963). Luego, con los años, esa bi- bliografía ha ido en aumento. No dicen ni explican naday los lectores siguen esperando. En realidad, se trata deuna escritura impúdica que está obligada a mentir porquede lo contrario tendrían que admitir su participación o

    complicidad en ciertos crímenes de sangre.En toda escritura, por histórica que sea, hay ficción

    y en la ficción hay una parte real que se pierde en laimaginación de narrador. Cuando esto sucede hay men-tira, fabulación. Es pues la fabulación lo que alimentaesos “recuerdos” de los ex colaboradores de la dictadu-ra de Trujillo. Esos son los recursos de los que se sirven

    sus autores para eludir responsabilidades. Responsabi-lidades que, al margen de la posible prescripción, son deldominio del código penal. Si revela nombres, acusa; silos calla, encubre. De modo que esa “literatura” de lospersoneros del régimen trujillista se basa en la complici-dad, en la autodefensa y, naturalmente, en la falsedad, enla mentira...

    Sin embargo, a pesar de lo decepcionante que resultanesas obras de los ex funcionarios de Trujillo, sus libros sevenden como pan caliente y en menos de un mes alcanzanvarias ediciones. La otra cara de la moneda, la de los quesufrieron los embates de los torturadores del régimen, laprisión, la muerte de un familiar o la condición de desafec-tos, en ellos el pudor, porque lo tienen, no les permite

    desnudarse ante el lector. Si hicieran eso sus libros ali-mentarían el morbo del gran público y eso sería hastaobsceno. Por suerte no lo hacen.

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     En las garras del terror de Tomás Báez Díaz, por ejem-plo, es un relato espeluznante de los meses que pasó en lacárcel de la 40 y no cae en el impudor que algunos exigena los testimonios para que tengan éxito de librería.

    Es en esa misma corriente que se inscribe Si la mar  fuera de tinta... vivencias de una niña tras la caída de la dicta-dura trujillista que lleva, con ésta que la Fundación Hé-roes del 30 de Mayo pone en nuestras manos, cuatro edi-ciones desde 1999. Se trata del relato de una niña cuya

    rutina familiar se vio trastornada la mañana que siguió almartes 30 de mayo de 1961 que, como ella misma señalaen su introducción: “La angustia vivida una tarde del mesde agosto de 1979, hizo que me encontrara de frente conepisodios ocurridos durante la infancia a raíz del apresa-miento de nuestro padre, Miguel Ángel Báez Díaz, y denuestro hermano, Miguel A. Báez Perelló, ocurrido el 31

    de mayo de 1961 tras el ajusticiamiento de Rafael Leoni-das Trujillo Molina quien durante 31 años mantuvo al pue- blo dominicano sumido en la más oprobiosa tiranía”. Lamuerte del dictador iba no sólo a desviar el rumbo de lahistoria dominicana sino también a trastornar la vida de sufamilia y la de todos los conjurados en la Gesta del 30 deMayo, víctimas de la represión de los hijos de Trujillo.

    Si la mar fuera de tinta..., por su contenido mismo, seprestaba a ser una obra que podía dar pie a la curiosidadmalsana de miles de lectores ávidos de revelaciones deintimidades familiares y políticas, que abría expectativasa los amantes de los pormenores del sufrimiento por elque el padre y el hermano de Báez de Jiménez pasaronantes de ser asesinados. Todo esto por haber sido una his-

    toria contada por un miembro prominente de la familiaBáez-Perelló. Sin embargo, ella permanece serena y na-rra los hechos acontecidos durante esos interminables seis

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    meses de agonía de la dictadura. Hace el relato del acon-tecimiento que la sacó violentamente de la niñez y la lan-zó a la vida de los adultos con apenas nueve años de edad.Narra, sin quebrantar los límites de la intimidad de sufamilia, el horror de la amenaza constante y subyacenteasí como la natural esperanza de que le devolvieran a supadre y hermano, de que su casa volviera a ser como an-tes del 30 de mayo de 1961. En Si  la mar fuera de tinta... elhorror de la dictadura se manifiesta en la tragedia perso-

    nal de una niña.

    Noviembre, 2006.

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    INTRODUCCIÓN

    Hay momentos en la vida de los hombres en que surgendificultades que hacen desaparecer por completo la esta- bilidad, la alegría. Y los miembros de las familias afecta-das sienten miedo, impotencia. Íntimamente les invadeun aturdimiento indescriptible.

    La angustia vivida una tarde del mes de agosto de1979, hizo que me encontrara de frente con episodiosocurridos durante la infancia a raíz del apresamiento denuestro padre, Miguel Ángel Báez Díaz y de nuestro her-mano, Miguel A. Báez Perelló, ocurrido el 31 de mayo de1961 tras el ajusticiamiento de Rafael Leonidas TrujilloMolina, quien durante 31 años mantuvo al pueblo domi-nicano sumido en la más oprobiosa tiranía.

    Permanecían en la memoria aquellos terribles días vi-

    vidos junto a mi familia en la época de mi niñez cuandose aguzaban los sentidos para tratar de descubrir la ver-dad. Lentamente se levantaba el telón en medio de losacontecimientos surgidos en nuestro país tras la caída dela dictadura trujillista.

    Con el correr de los años fue determinante el podercontar con las acertadas narraciones de nuestra madre y

    con los diferentes testimonios relacionados con la Gestadel 30 de Mayo, mediante la cual se inició la liberación

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    de la tiranía que sufrió el pueblo dominicano y se abrie-ron los caminos a la democracia.

    El tiempo, en su constante devenir, también había pro-porcionado los medios para que llegara a descubrir la fuer-za protectora de Dios ante los acontecimientos que reco-gen estas vivencias que dejaron una profunda huella en elespíritu y en el corazón.

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    PRIMERA PARTE

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    31 DE AGOSTO DE 1979

    El viento soplaba fuertemente, provocando un sonido ate-rrador. Afuera, las ramas de los árboles se estremecían.La lluvia golpeaba la ventana en una forma intermitente,producto de las ráfagas. Sostenía en mis brazos a mi hijomenor de pocos meses de nacido. Junto a nosotros, mishijas, una a cada lado. A su corta edad, no podían enten-der lo que ocurría.

    Nos habíamos guarecido en el vestidor contiguo anuestra habitación; nos parecía el lugar más adecuado paralibrarnos del torrente de agua que comenzaba a entrar poruno de los altos ventanales.

    Mi esposo rápidamente trataba de resolver la situa-ción para proporcionar la protección de todos mientrasdesde nuestro refugio, con gran inquietud, rogaba a Dios

    que no tardara mucho tiempo en unirse a nosotros.Las piernas comenzaban a flaquearme por lo que preferí

    sentarme en el piso junto a mi bebé y a mis pequeñas hijas.La inseguridad que sentía era indescriptible. Hacía un

    gran esfuerzo para controlar mi angustia cuando mi espo-so regresó confortándonos con un fuerte abrazo.

    Las ráfagas de viento mantuvieron su intensidad mien-

    tras la radio, que por un momento había estado fuera delaire, se volvió a escuchar:

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    “Boletín No. 21”

    “Durante las últimas horas el peligroso Huracán Da-vid se ha movido erráticamente acercándose a la ciudadde Santo Domingo”.

    “El litoral Sur del país continúa bajo los efectos delhuracán. En Santo Domingo se están registrando ráfagasde vientos superiores a los 200 km por hora”.

    “Repetimos: a las 4:00 p.m. David se encontraba cer-ca de la latitud 18º Norte por longitud 70.2º Oeste, a unos80 km (50 millas) al Sur de Santo Domingo, con vientosmáximos de 240 km/ph (150 mph)”.

    “Tocará tierra a las 7:00 p.m. entrando por la penínsu-la de Barahona”.

    La fuerza del viento aumentó repentinamente. En loscristales del ventanal se sentían impactos uno tras otro de

    piedras o artefactos que, impulsados por la brisa, produ-cían un sonido ensordecedor. En medio de una gran con-fusión, sujetaba fuertemente en los brazos a mi pequeñohijo pretendiendo brindarle protección y amparo.

    El miedo que sentía hizo que recordara momentos demi infancia cuando junto a Mamá, dos de mis hermanos ymi pequeña sobrina, habíamos vivido una situación pare-

    cida, encerrados en una habitación. Entonces había escu-chado ruidos extraños y había sentido el mismo terror, lamisma impotencia.

    Absorta en el pensamiento me transporté a esa dra-mática etapa de mi vida y era inevitable que acudieran ala memoria aquellos terribles momentos. Esta vez la vidame colocaba en una situación similar, pero existía una

    gran diferencia: Estábamos todos juntos, sin excepción.La familia completa unida. Padre, madre e hijos correría-mos la misma suerte y el sabernos uno cerca del otro nos

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    reconfortaba. Aquella vez no había sido así. Las circuns-tancias, además, fueron distintas. La fe que había sidopuesta a prueba desde que era niña me llenó de valor.

    Transcurrió un tiempo que me pareció interminable.Sin pronunciar palabra, me preguntaba ¿qué sucedería siese terrible huracán llegaba a tocar tierra de acuerdo a loanunciado? No podía apartar de mi mente las noticias quehabía estado leyendo sobre ese mismo huracán que díasantes había azotado Dominica y Martinica. ¡Cuánta de-

    solación y muerte había dejado a su paso por esas pe-queñas islas de las Antillas Menores! Trataba de contro-larme haciendo un gran esfuerzo para no inquietar a misniñas que no dejaban de expresar asombro en sus tier-nas miradas.

    Las horas pasaron y poco a poco el viento comenzó adisminuir su intensidad; así sentía mi corazón latir más

    lentamente. La lluvia se tornó cada vez más suave y finay una extraña calma envolvió el ambiente. La curiosidadme obligó a entreabrir una de las ventanas de la habita-ción. El panorama era impresionante. Algo que jamásimaginé. Preferí no volver a mirar hacia afuera, permane-ciendo al cuidado de mis hijos, que se mostraban suma-mente excitados, hasta que el peso de la noche les venció

    en un sueño profundo.Al día siguiente, salió el sol más brillante que nunca,pero el espectáculo que ofrecían sus rayos de luz era de-solador. En nuestros alrededores, todo estaba destroza-do. Los techos ligeros y toldos de algunas casas del ve-cindario habían desaparecido, producto de la fuerza delas ráfagas. Las calles se encontraban llenas de obstácu-

    los. Muchos postes de luz se habían desprendido quedan-do atravesados en las mismas, otros se mantenían incli-nados sobre las calles colgando simplemente de los cables

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    de energía eléctrica o de teléfonos que entremezcladosparecían una gran telaraña. La mayoría de los enormesárboles fueron arrancados de raíz por la furia del viento.

    Los frutales del patio fueron derribados: el aguacate,el Mango, la guayaba, todos mostraban sus raíces al des-cubierto. Nuestro jardín quedó completamente deshecho.El azahar de mi predilección que ya se había convertidoen un hermoso arbusto fue azotado fuertemente por elhuracán quedando sus raíces a flor de tierra y sus ramas

    quebradas, despeluzadas y torcidas en diferentes direc-ciones. Lo había plantado con mucho amor; no quedó enél ni una sola hoja.

    El huracán David dejó a los habitantes de esta islacomo anonadados. Considerado el huracán más fuerte delsiglo, provocó a su paso destrucción y desolación. Losdaños fueron cuantiosos; incontables las personas que

    perdieron sus vidas, sus techos, sus negocios. El efectoen la agricultura fue devastador.

    Apenas me atrevía a mirar a nuestro entorno ni mu-cho menos a profundizar sobre la magnitud de tal catás-trofe. ¿Cuánto tiempo y esfuerzo llevaría reconstruir todoaquello? ¿Cómo lograríamos nuestra recuperación moral,económica y emocional? Eran esas algunas de las pre-

    guntas que sin duda acudían a las mentes de todos los queen silencio observábamos cabizbajos el balance de eseterrible huracán considerado de “categoría 5”.

    En la ciudad no había servicio de electricidad ni deagua. Los colegios y escuelas que habían programado elinicio del año escolar para el día siguiente de la catástro-fe, permanecían cerrados; no había actividad ni servicios

    públicos de ninguna especie. Una paralización total exis-tía en el país. La tormenta Federico que surgió despuésdel huracán David, provocó grandes inundaciones, lo que

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    empeoró la situación de desastre nacional. En nuestracasa, como estábamos acostumbrados a salir cada día anuestras respectivas labores, las horas nos parecían exce-sivamente largas.

    Una mañana de septiembre mientras me dirigía a laterraza, algo llamó poderosamente mi atención haciendoque rápidamente bajara los escasos escalones que condu-cían al patio. El arbusto de nuestro jardín, aquel azaharque días antes había quedado completamente destroza-

    do, en poco tiempo reverdecía mostrando la fuerza de lavida a través de sus retoños y flores. No podía creer loque estaba presenciando, aunque había aprendido a inter-pretar hechos como los que en ese instante me emociona- ban profundamente.

    Entonces sentí la necesidad de escribir, de plasmaraquellas vivencias, de transmitir su permanente mensaje

    en mi existir. Comenzaría por una etapa de esplendor dela niñez. Y así, retrocedí muchos años en el recuerdo.

    TIEMPOS DE ILUSIÓN

    Al llegar el otoño de 1960, una suave brisa comenzaba a

    sentirse en esta cálida isla. Las verdes hojas de algunasplantas de nuestro jardín empezaban a mostrar los másvariados matices de un rojizo amarillento para anticipar-nos que muy pronto se convertirían en nuestra hermosaFlor de Pascuas, que luciría los más impactantes tonos derojo intenso.

    Después, el olor a pino silvestre impregnaba cada rin-

    cón de nuestra casa y en la puerta una inmensa cara de“Santa Claus”, iluminada, anunciaba sonriente la llegadade tan esperada época del año. Las figuras del nacimiento,

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    que Mamá colocaba con esmero al pie del árbol de Navi-dad, se convertían en la principal fuente de motivación ami llegada del colegio.

    Mi regreso resultaba siempre agradable. Muchas ve-ces encontraba la visita de miembros muy especiales denuestra familia, asiduos visitantes de la ciudad que iban apasar el día a mi casa, o desde Baní, pueblo de origen demis padres Miguel Ángel y Aida.

    Por las tardes, las animadas conversaciones entre mis

    familiares no se hacían esperar. Recordaban la época enque Papá y Mamá se conocieron en Baní, a principios dela década de 1930, su posterior enamoramiento y las ro-mánticas cartas que se escribían durante el tiempo en quePapá estuvo estudiando en la Academia Santa Ana en lacapital. Los pormenores de las serenatas y retretas en elparque eran muy divertidos lo mismo que la reseña de su

    matrimonio en la Iglesia Nuestra Señora de Regla de Baní,el 28 de marzo de 1936. No faltaba la pregunta de MamáSallo: “¿Qué le pides al Niño Jesús?” mientras saboreá- bamos el sabroso dulce de leche “Las 3 Rosas”, que ha- bía traído ella, con tía Angélica y tía Chea quienes siem-pre la acompañaban. ¡Las tardes eran más que entretenidascuando las pasaban con nosotros!

    En la radio, se escuchaban los tradicionales villanci-cos, indicando la proximidad de la Nochebuena. Mamá,sin demora, comenzaba los preparativos para hacer deesa noche una ocasión especial. Desde el atardecer, losfuegos artificiales se empezaban a escuchar. Mi hermanoNelson, que siempre estaba en compañía de nuestro pri-mo Manuel de Jesús (hijo menor de tío Masú y tía Diana)

    y los demás muchachos del vecindario, hacían una infini-dad de maldades con los estupendos paquetes de coheteschinos importados en esa época.

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    Papá se unía con marcado entusiasmo a esta actividadpropia de las fiestas navideñas. Encendía las “patas degallina”, con las que yo disfrutaba dándoles muchísimasvueltas, mientras veía el cielo iluminarse por las velasromanas que eran preferidas por mis hermanos Miguelín,Pilar, Tania y Nelson. A muchos ruegos míos me permi-tían sostenerlas en mis manos, no sin antes advertirmeque debía extender mi brazo para mantener su extremoalejado del cuerpo por aquello del fogonazo con que a

    veces sorprendían las velas romanas a través de su extre-mo inferior. Terminábamos con una exquisita cena don-de prevalecían las conversaciones amenas en verdaderaunión familiar. Era de rigor el despedirme temprano e ir ala cama entusiasmada por la llegada del Niño Jesús que,como de costumbre, pasaría por la casa la noche de sunacimiento a dejarme algún regalo.

    Transcurrían los días y el Año Nuevo era recibido congran alboroto. El primero de enero, muy temprano, se es-cuchaba por toda la casa el sonido de los pitos y matracasque encontraba sobre las mesas al levantarme y que conseguridad habían traído como recuerdo mis padres y her-manos del baile de fin de año del Santo Domingo Coun-try Club.

    Pero el día de Reyes era la celebración más esperadapor mí. Con anticipación, escuchaba a Papá entonar“Víspera de Reyes llenos de contento...”. Apenas termi-naba de cantar la canción cuando me decía con cierta sus-picacia:

    “¿Y qué te dejarán los Reyes Magos?”.Encogiéndome de hombros, expresaba con una gran

    sonrisa la satisfacción y expectativa provocadas por supregunta. Cada momento del día era de gran ilusión. Nodejaba de andarle detrás a Nelson hasta que finalmente le

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    veía encaminarse al solar cercano. Le seguía para regre-sar juntos con la hierba recién cortada para los camellos.Nos preocupábamos de que no faltaran cigarrillos y ron.Mamá se ocupaba de buscar tres vasitos de cristal de losque llamaban de “trago corto” que eran colocados en filafrente a la cama junto a los tres cigarrillos para los magosde oriente: Melchor, Gaspar y Baltazar.

    Al día siguiente, Papá y Mamá se unían a la algarabíaal abrir los regalos y leer la carta que había dejado el Rey

    Melchor felicitándome por mi comportamiento, junto alas debidas recomendaciones para el Nuevo Año; cartaque invariablemente escribían en unas enormes letrasnegras algo borrosas y enceradas que me hacían pensarque habían utilizado el lápiz de cejas de Mamá. Así trans-currían los días en nuestra familia. Cada época era espe-rada y disfrutada a plenitud.

     —¡Ya se acerca el tiempo de máscaras! —exclamabaCoca junto al ventanal del comedor, mientras dejaba sumirada perderse en lontananza.

    Coca, quien con los años que llevaba trabajando en lafamilia disfrutaba junto a nosotros todas las temporadas,se refería al carnaval que suele coincidir con nuestras fies-tas patrias que se celebran alrededor del 27 de febrero,

    día de la Independencia Nacional.Efectivamente, pasado el día de los enamorados, elcarnaval dejaba entrever sus alegres colores y a su llega-da, las fiestas de disfraces o bailecitos los disfrutaba amás no poder. Allí, luciendo vistosos trajes de gran co-lorido, nos entremezclábamos unos y otros al ritmo de“Compadre Pedro Juan”, o “Palo Bonito”, estrechando

    nuestra mano derecha y moviéndola de arriba hacia aba- jo al compás del merengue como solíamos bailar los ni-ños de entonces.

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    Luego reunidos con nuestras familias veíamos las fo-tos de las mascaritas, lo cual provocaba un verdadero jol-gorio. Se sucedían los comentarios acerca del “maquilla- je” que exhibíamos. Era innegable que todos habíamostomado refresco “colorado” pues la especie de bigotessombreados de color rojo que aparecían en las fotogra-fías, así lo revelaban.

    Entre “Ma-ta-ri-le” y “Ambos a Dos” transcurrían lastardes. Juegos de niños que no se hacían esperar, una vez

    convocado el encuentro con las vecinas Nora y Ligia.“Nos vemos en la verjita”, esa era la consigna. Para ter-minar, recibíamos con beneplácito una refrescante batidade chocolate “Cresto”, preparada por Coca, para luegodar paso a las adivinanzas. Cada día, regresaba a la casacontando sobre la serie de adivinanzas nuevas aprendi-das, las que, sin duda, reservaría como fuente de entre-

    tención para la primera reunión familiar que se presenta-ra cualquier atardecer.

    Las mariposas en el jardín anunciaban que era tiempode primavera. Sobre la mesa, las granadas matizadas dehermosos colores en tonalidades pastel, nos indicaban lavisita de Mamá Pilar. “Son de mi patio, sé lo mucho queles gustan”, exclamaba con la dulzura que le caracteriza-

     ba. Aidita y Judith, mis primas, hijas de tío Julio y tíaJulia, muchas veces la acompañaban garantizando unosestupendos días de entretenimiento junto a ellas y mishermanas, Pilar y Tania. Su llegada a casa desde Baní, erasiempre anhelada por mí.

    Durante las tardes, los juegos de jacks con Aidita suce-dían al juego de parchís. Muchas veces, nuestras veladas

    eran compartidas con tía Fifa y Mila (tías solteronas dePapá), quienes se convertían en el centro de atracción. “Pin-to”, nuestro perro pointer, siempre estaba en el medio y se

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    hacía presente moviendo su rabo amigablemente ante cadauna de nuestras carcajadas.

    Repasaba diferentes momentos de mi vida y recordécon fijeza aquella tarde en que transitábamos Mamá y yopor la zona de Gazcue. Era una de esas épocas del año enque las calles de la ciudad capital lucen su máximo es-plendor. Me acomodé en el sillón del carro casi recosta-da, deleitada con la belleza del cielo en contraste con lavegetación de la zona. Pasábamos por la calle Dr. Báez

    donde los enormes árboles a cada lado de la calle confun-dían sus copas formando una especie de arco verde quenos cobijaba, llamando poderosamente mi atención.

     —Muchos años habrán transcurrido para que estasmatas hayan crecido tan fuertes y para que produzcan tantasombra —exclamé.

     —Así es —dijo Mamá.

     —La calle se ve hasta oscura —añadí con admiración. —Pero fíjate cómo dejan pasar pequeños rayos de luz,

     —apuntó Mamá, mientras aseguraba con voz firme: —Aunque estamos casi en tinieblas hay un sol radiante

    detrás.Mamá permanecía pensativa y en silencio, mientras

    yo aguardaba impaciente, deseando que el carro apresu-

    rara la marcha para dejar atrás la oscuridad que nos en-volvía y descubrir el brillante sol a que Mamá se refería.Poco tiempo después, llegamos a la ciudad colonial y

    nos dirigimos a La Margarita, en la calle El Conde. Re- busqué entre todos los juguetes que allí se exhibían y des-pués, mientras Mamá sostenía una animada conversacióncon su amiga doña Gilma, yo la esperaba impaciente para

    mostrarle el regalo que había seleccionado. Luego visita-mos algunas tiendas y caminamos toda la calle El Condehasta llegar a la Palo Hincado donde estarían esperando

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    por nosotras. Por el parque Independencia fue necesarioque nos detuviéramos un momento frente al Altar de laPatria: eran las seis de la tarde. Mientras escuchábamos elHimno Nacional, en el momento en que arriaban nuestra bandera, recordé las veces que había ayudado a izarla porlas mañanas en el Colegio durante el acto de la bandera.

    No dejaba de pensar que había sido una tarde de granilusión. Durante el trayecto de regreso a casa sentía quemi nueva muñeca sería parte de la familia. Escogerla en-

    tre tantas que había en La Margarita no fue tarea fácil,pero estaba segura de que para mí era la más linda de to-das. La miraba constantemente mientras acariciaba surubia cabellera.

    Había sido ella una invitada de honor a mi fiesta aquel9 de abril cuando Papá se reintegró a la casa con el entu-siasmo que siempre mostraba hacia todas mis cosas. Al

    presentarle a Rosi, como había decidido llamar a mi mu-ñeca, se sintió contento de que la hubiera elegido comoregalo de cumpleaños.

    Desde un principio, me alegró saber que mi celebra-ción sería el domingo, pues así habría la posibilidad deque Papá pudiera participar más de cerca y conocer a al-gunas de mis amigas. Anhelaba estar junto a él. La mayor

    parte del tiempo, Papá la pasaba dedicado a las múltiplesocupaciones propias de los cargos que ocupaba o asis-tiendo junto a otros funcionarios a los actos oficiales quese imponían durante la época.

    El inconfundible aroma de la colonia “Imperial” deGuerlain anunciaba su llegada, provocando en mí unainmensa alegría. Aprovechaba la oportunidad para dis-

    frutar su presencia en la casa y para mantenerle al tantode mis actividades. Compartíamos además hermososmomentos de paseo a caballo en la finca, donde trataba

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    de hacer de mí una buena jinete. Las visitas a la CiudadGanadera era otra actividad que en aquella época dis-frutaba con Papá. Junto a él, lograba sentir seguridad yvencer el miedo a los gigantescos ejemplares de ganadovacuno que allí se encontraban. Ciertamente, había va-cas de todas las razas y colores. Pero de aquel lugar, elrodeo era lo que más me entusiasmaba. Era fascinantever los inmensos caballos que salían al óvalo central ex-hibiendo sus dotes. Muchos parecían cabalgar al compás

    de la música. Al regresar a la casa, Papá insistía en quecontara a Mamá sobre nuestro paseo, a lo que siempreaccedía gustosa narrando con lujo de detalles todo cuantohabía visto.

    Llegado el mes de mayo, los fuertes aguaceros comen-zaban a sentirse, haciendo honor a la tradición que consi-deraba ese mes como uno de lluvia abundante en nuestro

    territorio.El último domingo, Día de las Madres, fuimos como de

    costumbre a misa en la pequeña iglesia perteneciente a laNunciatura; era la más cercana a nuestra casa. Despuéssalimos hacia Baní para visitar a nuestras abuelas MamáSallo y Mamá Pilar. Allí, celebraríamos juntos esa fechatan importante. Las montañas y los cañaverales lucían ver-

    des y hermosos. Al acercarnos al río Nizao, Papá nos re-cordó, como lo hacía muchas veces que pasábamos porallí, que el puente que había sobre éste, llevaba el nombrede un pariente de su madre, Lucas Díaz, quien se habíadestacado por su participación en la batalla del 19 de Mar-zo de 1844, librada en Azua. Papá aseguraba además queéste era hijo de su bisabuelo, el general Modesto Díaz.

    Más adelante, los mangos conocidos como “mangosde rosa”, oriundos de Baní, imprimían a la carretera untoque pintoresco, particular. A cada lado, hileras de latas

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    repletas de esta apetecible fruta de nuestro trópico des-pertaban en nosotros el deseo de saborearlas.

    “¿Falta mucho por llegar?”, era la pregunta de cos-tumbre, la cual apenas terminaba de hacer cuando eracontestada por Papá al asegurar con voz firme: “Ya esta-mos llegando”.

    Siempre había oído decir a mis padres que esta pro-vincia quedaba a 60 kilómetros de la capital, pero en elcamino, llegaba a desesperarme al querer encontrarme

    allá en corto tiempo.El parque, el campanario de la Iglesia y al lado la casa

    curial, indicaban que nos acercábamos a la casa de MamáPilar. Allí, como siempre, nos esperaba ella junto a “Ma-drina Ita” (como solía llamar a la prima y hermana decrianza de Mamá).Ya era una costumbre, a mi llegada,darle de comer a sus ruiseñores, a quienes mantenía en

    una impecable jaula, que colgaba de la mata de Isora re-pleta de perfumadas flores blancas muy parecidas al co-ralillo.

    Después, donde Mamá Sallo nos reunimos con tío To-más, el hermano de Papá, su esposa, tía Lucía, y por su-puesto, los primos, quienes habían viajado desde SantoDomingo a pasar el Día de las Madres. Allá comparti-

    mos también con los demás miembros de la familia, tíoCharles y tía Angélica, tío Cheche y tía Chea y nuestrosprimos, hijos de ellos. Había escuchado a Papá comentarque almorzaríamos todos juntos con Mamá Sallo quiense mantenía aún muy triste sin haberse recuperado porcompleto de la muerte de Papá-abuelo, que había ocurri-do hacía pocos meses.

    En la casa de Mamá Sallo, Luchy y yo disfrutamosenormemente recorriendo su particular jardín que en esaépoca tenía infinidad de rosales florecidos. No dejábamos

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    de visitar la gruta donde Mamá Sallo depositaba florescada mañana a los pies de la Virgen de la Altagracia. Des-pués, recogíamos uvas de playa y cerezas de un sabor in-comparable. A Tania y a Sonia les veíamos hacer su acos-tumbrado aparte para conversar a más no poder. Otrasveces tomaban en los brazos a Carlitos, el hijo menor detío Tomás y tía Lucía, momento que aprovechábamospara escurrimos en medio de ellas. Luchy se entreteníamuchísimo con su pequeño hermano, que ya hacía algu-

    nas de las gracias que comienzan a hacer los bebés.El reperpero que armaban los varones, que eran ma-

    yoría, era digno de oírse. Por un lado Nelson, Luis Tomáse Iván y por otro lado los que no cesaban de bromear:Franklyn, Diego, Hernán y Rafa. Después de pasar unmaravilloso día, al caer la tarde nos despedimos para re-gresar a la capital.

    En la noche, organicé mis libros del colegio y comen-cé a repasar. Al día siguiente era lunes y justamente enesa semana comenzaría el mes de junio. Se aproximabanlos exámenes de final de curso.

    TROPEL DE INTERROGANTES

    Era la mañana del miércoles 31 de mayo de 1961, cuan-do la voz de Mamá me sorprendió:

     —Levántate, Mayra. Aquí está Myriam y quiere quete vayas con ella para su casa.

     —Pero Mamá, ¿Y mi colegio? —exclamé. ¿No voy air al Colegio?

     —En el Colegio Santo Domingo hay problemas. Poreso no habrá clases —fue su respuesta. —¿Y qué está pasando? —pregunté.

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     —No sé decirte exactamente, pero parece que es algorelacionado con monseñor O’Reilly, quien está alojado allá.

     —Vístete, que Myriam te espera.Me pareció que se trataba de una orden.Con gran confusión, miré el reloj. Marcaba las 8:30

    a.m.; esto indicaba que no me habían despertado a la horaacostumbrada. ¿Y esta salida tan extraña y repentina? Laactitud que observé en Mamá fue muy rara, por lo quepermanecí pensativa.

    Mientras me levantaba, no podía apartar de mi mentemi colegio, intrigada por saber qué podía estar ocurrien-do. En ese momento, recordaba con claridad los comen-tarios que unos días antes había hecho mi prima Sonia (lahija de tío Charles y tía Angélica) sobre el ambiente taninusual y tenso que notaban ella y las demás internas enel Colegio Santo Domingo. Aquel fin de semana en queSonia, como de costumbre, permanecía con nosotros encasa, se hablaba con insistencia sobre la delicada situa-ción en que se encontraba monseñor O’Reilly, quien se-gún aseguraban trataba de protegerse de la persecuciónque había contra él por parte del gobierno.

     —Y ¿qué será lo que está sucediendo hoy? —me pre-guntaba con inquietud.

    Había sido enorme mi impresión cuando Fellita, la

    esposa de mi hermano Miguelín, al llegar de San Juan dela Maguana adonde había ido a visitar a su familia, relatóque la casa de monseñor Thomas O’Reilly había sido que-mada por una turba y que él había sido detenido. Des-pués me enteré de que por ese motivo se encontraba refu-giado en el colegio. Apenas entendía lo que sucedía ni elporqué, pero lo cierto es que había escuchado muchas

    conversaciones sobre esas cosas extrañas que habían es-tado ocurriendo y para colmo de males en medio de todoestaba mi colegio.

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    “¿Habrá venido doña Myriam tan temprano a comen-tar algo de esto? Bueno, ojalá que a monseñor O’Reilly nole pase nada”. Eso era lo que pensaba con gran preocupa-ción a medida que acababa de arreglarme. Pero lo ciertoera que tenía que terminar de vestirme y bajar a prisa. Cocano se apartaba de mi lado insistiendo en que debía apresu-rarme pues esperaban por mí. No me disgustaba la idea deirme con ellos. Doña Myriam y don Juan eran amigos ínti-mos y compadres de Papá y Mamá. Junto a ellos, solía sen-

    tirme muy bien; doña Myriam se empeñaba porque así fue-ra, sabiendo que era yo la menor de mi casa y que no teníahermanos de mi edad. Encontraba en su hija Jacquelineuna hermana y en Jeanette, Rachel y María de Jesús, tresamiguitas con quienes jugar y a quienes proteger.

    Era doña Myriam quien siempre planificaba los her-mosos paseos que disfrutaba junto a su familia, bien a su

    casa de playa en Boca Chica, muy cerca del Hotel Hama-ca, o a la piscina del Country Club; donde los días erande pura recreación. En su compañía, cada minuto lo pa-saba como en mi propia casa.

    Pero aquel día, en que quisieron que me fuera junto aellos, todo era diferente. Lo sentía en lo más profundode mi ser. Trataba de concentrarme en los juegos que

    inventaba Jacqueline, pero no sentía el más mínimo en-tusiasmo.Al caer la tarde y ocultarse el sol, sentí una necesidad

    intensa de regresar a casa. Había en mí una especie deinquietud. Esta se agudizó cuando vi llegar a la puertaapresuradamente un muchacho de mirada despavoridaque jadeante gritaba: “Naciooón, Naciooón” y leí de lejos

    en la primera página de ese periódico de la tarde unas letrasgrandes y negras que decían algo que terminaba en “ANTEMUERTE DE TRUJILLO”. Esto me hizo sentir peor. Pero,

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    ¿y cómo iba a decirle a doña Myriam que quería regresar,que no quería estar en su casa? La impotencia hizo queme apartara hacia una habitación donde al pensar que algoraro estaba ocurriendo lloré a mares sin que lograra con-trolar la ansiedad que me arropaba. Cuando logré vencerla vergüenza y hablar con la niñera de Jacqueline, de nadavalió su esfuerzo por convencerme, prometiéndome final-mente que hablaría con “la doña”.

    Una vez enterada, doña Myriam luchó por hacerme

    entrar en razón, pero todo fue en vano. Luego, al ver laactitud con que hablaba por teléfono con alguien, el almame volvió al cuerpo. Secaba presurosa las lágrimas de misojos cuando se acercó para decirme:

     —Ya avisé y vienen a buscarte, pero prométeme quevolverás mañana.

    Sentí mucha pena por ella, pues no quería lastimarla,

    pero lo cierto era que no me pasaba por la mente volver.Hubo algo extraño en la forma de salir de mi casa y esome mantenía impaciente. Con gran expectativa, imagina- ba mi llegada. Me veía subiendo los escalones de dos endos (como acostumbraba hacerlo en momentos de extre-ma alegría) para dirigirme a la habitación de Papá yMamá. Los deseos de estar junto a Papá eran inmensos.

    Creía que tan sólo al verle podría calmar mi inquietud.No me había despedido de él como de costumbre cuandosalí ese mismo día por la mañana; me habían dicho que élno estaba. Además, noté algo diferente en la forma de ac-tuar de Mamá.

    Cuando me pareció escuchar el ruido de un motor devehículo, permanecí atenta. Era enorme el alivio que sen-

    tía ante la idea de regresar. Efectivamente, me avisaronque me esperaban en la puerta. Entonces, mi corazón sal-tó de felicidad.

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    Al acercarme, el carro no me pareció conocido por loque me detuve momentáneamente. A seguidas, mi primaKirshis fue a mi encuentro y me saludó con demostracio-nes de cariño, mientras decía:

     —Te vinimos a buscar. Vamos a casa a tomar estoshelados que acabamos de comprar.

    No salía de mi confusión. ¿Qué podía estar ocurriendo?¿Por qué no habrá venido a buscarme alguien de mi casa?

    Justo en el momento en que iba a preguntarle, me dijo

    Kirshis que mi abuelita paterna se había sentido muy maly que todos habían tenido que salir de la ciudad a estarcon ella. En el trayecto, no apartaba de la mente la fraseque había leído en la primera página del periódico esatarde y no dejaba de imaginarme que algo terrible estaríasucediendo.

    La duda seguía apoderada de mí, pero la llegada a la

    casa de tío Masú y tía Diana me hizo sentir más a gusto.Tío Masú era el hermano mayor de Mamá. Con él, tíaDiana y los primos habíamos compartido siempre. Su pa-tio se comunicaba con el nuestro a través de una pequeñapuerta, la cual yo acostumbraba cruzar muchas veces aldía. Nuestra casa quedaba en la calle que entonces se lla-maba José María Bonetti, en el número14 —después, Ca-

    pitán Eugenio de Marchena— y la de los tíos en la calleparalela a la nuestra, la César Nicolás Penson. Los visita- ba diariamente y allí escuchaba a madrina —tía Diana— tocar hermosas melodías al piano y me entretenía concualquiera de mis primos que se encontrara allá: Manuel,Kirshis, Dianita, Noris, Daisy o Rafael. Otras veces, en-tablaba largas conversaciones con Mamá Ita, la madre de

    tía Diana. Me fascinaba escuchar las historias que relata- ba sobre sus travesías en barco cuando iba a visitar a suhijo, el doctor Abreu, que vivía en Alemania. Yo, por mi

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    parte, dejaba fluir mi imaginación y le contaba historiasfantásticas sobre ballenas y tiburones en alta mar.

    Esa noche me agradó saber que dormiría en la habita-ción de Mamá Ita. Siempre había sentido gran inclina-ción hacia las personas mayores por lo que disfrutaba dela compañía de las abuelitas instándolas a que me hicie-ran relatos de épocas pasadas y entreteniéndolas con cual-quier historia que se me pudiera ocurrir.

    Pero esta vez, apenas sentía deseos de hablar. Al lle-

    gar la hora de descansar, no podía conciliar el sueño. ¿Porqué habrían de apartarme de mi hogar? Pasé largas horassin poder dormir. El temor y la duda me mantenían in-tranquila. Acudían a mi mente momentos que había vivi-do un año antes y que me habían colocado en una situa-ción similar cuando me mantuvieron alejada de mi casatratando de ocultarme algo que luego descubriría produ-

    ciendo en mí un impacto indescriptible.Y así comencé a recordar:Era el mes de febrero de 1960. Durante los primeros

    días del mes esperaba con alegría la llegada del bebé de mihermana Pilar. Iba a ser tía por primera vez. No conocía anadie que a mi edad hubiera llegado a tener sobrinos. Sen-tía gran expectativa, como si se tratara del recibimiento de

    un hermanito. Pilar, siendo la mayor de mis hermanas, setomaba atribuciones propias de una madre en todo lo con-cerniente a mí. Intervenía en las actividades del Colegio,se encargaba de seleccionar la ropa que usaría en los cum-pleaños y daba el toque final a mi arreglo personal en oca-siones especiales. Se ocupaba desde el secado de mi pelo,hasta hacer el lazo de mi vestido con la gracia que acos-

    tumbraba imprimir en todo lo que se proponía.Era ella quien llenaba los álbumes de recuerdos de miniñez escribiendo hasta el más mínimo detalle para luego

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    completarlos con muchas de las fotografías que nos to-maba en las diferentes actividades de cada día.

    Pilar ocupaba un lugar muy importante en mi vida. Sen-tía un respeto y admiración únicos por mi amorosa herma-na a quien trataba de imitar en muchas cosas. A través deella aprendí a aceptar a Jean, quien fue muy cariñoso con-migo durante sus años de noviazgo, y fue para mí muyemocionante desfilar como paje o “ flower girl ” el día de sus bodas. Nunca había podido olvidar lo nerviosa que estaba

    cuando entré por el pasillo central de la Iglesia como partedel cortejo formado por mi prima Luchy (en esos tiemposLuciíta), Jacqueline y la prima y sobrina de Jean con quie-nes siempre había compartido, Yslen y Rosadela. Todasllevábamos unos trajecitos vaporosos bellísimos y en lasmanos preciosas cestas repletas de pétalos de rosa.

    Al transcurrir el tiempo, era de mucha ilusión pensar

    que vería pronto a Pilar convertida en mamá; por eso ha- bía participado con entusiasmo en los preparativos de lallegada del bebé. No me apartaba de su lado cuando lesveía organizar la canastilla con ropitas para el recién na-cido o mencionar los nombres con que le llamarían.

    Esperaba en mi casa impacientemente, aquel domin-go de febrero. Era cerca del mediodía cuando llegó doña

    Myriam; noté que traía cierta prisa. —Ven para que almuerces con nosotros. Allá estánlas niñas esperándote —me dijo.

     —No tengo permiso —contesté. A la vez que le decía: —Además, ya Pachi (como cariñosamente llamába-

    mos a mi hermana) va a tener su bebé. Todos están en laclínica —le aseguraba con gran alegría.

     —Sí, ya lo sé —exclamó doña Myriam—, pero eso nova a ser por ahora. Le dije a tu mamá que venía a buscartepara que fueras a casa.

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    Accedí gustosa.Esa tarde, había visto a doña Myriam salir, por lo que

    la esperaba de puerta en puerta; quería que me llevara ami casa. Cuando regresó, casi de noche, amablemente meentregó mi uniforme del colegio, mientras decía:

     —He ido a buscarte alguna ropa, queremos que duer-mas con nosotros. Todavía Pilar no ha dado a luz y en tucasa sólo está el servicio: ...Aquí te entretienes con lasniñas.

    Aunque no me agradaba su disposición, tuve que acep-tar. Jacqueline y yo nos dedicamos a organizar los librosy los juegos en la habitación y así el tiempo transcurriómás rápidamente. Cuando al asomarme al ventanal ob-servé la oscuridad de la noche, mi inconformidad fuemayor. Después de cenar, doña Myriam nos apartó deltelevisor dirigiéndose a nosotras en un agradable tono de

    voz, mientras exclamaba con marcada entonación: —Niñaaas, es hora de ir a la cama.Para mí, era bastante temprano todavía, pero tenía que

    adaptarme a las reglas de la casa. Me sentía un tanto extra-ña, pues nunca había dormido fuera. Además, no había te-nido comunicación con Mamá ni con nadie de mi familiadurante todo el día. Eso para mí, no era algo normal.

    La mañana siguiente, en el Colegio Santo Domingo,miraba el reloj constantemente. Estaba deseosa de regre-sar y enterarme finalmente de la noticia. De vuelta a lacasa, doña Myriam al volante, tomamos toda la avenidaBolívar, como de costumbre y luego la Máximo Gómez.De repente, sin apenas darme cuenta, doblamos en laCésar Nicolás Penson a la izquierda, una esquina antes

    de llegar a nuestra calle. Sorpresivamente nos dirigía-mos nuevamente a la casa de doña Myriam, que queda- ba muy cerca de donde está situado ahora el Consulado

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    Americano. Tan pronto me bajé del carro, lo primeroque hice fue correr hacia el teléfono Para llamar a micasa. Contestó Coca, a quien echaba de menos constan-temente, había sido mi nana desde mis once meses deedad. La saludé con alegría y le pregunté impaciente-mente si ya Pilar había tenido su bebé. Su respuesta fuesumamente extraña: “Todavía no se sabe nada”. Su vozla sentí apagada, ligeramente entrecortada. Descubríalgo en el tono de su afirmación que dejó mucho que

    pensar. Me intrigaba la causa de tan larga espera. Ade-más, conocía a Coca muy bien. Siempre había sido ve-raz y hablaba de forma directa, sin rodeos.

    A todos en la casa les había oído decir que Coca sabíaidentificarse plenamente con los sentimientos de la fami-lia. Por mi parte, la conocía demasiado para dejar de ad-vertir que algo estaba sucediendo. La frustración en aquel

    momento fue enorme. Me encontraba muy cerca de micasa para no poder correr hacia allá.

    Necesitaba llegar y entretenerme jugando en el patiocon los cachorros de Sa-Sa, nuestra Boxer, en quienes nodejaba de pensar. Ya hacía un mes que habían nacido, es-taban vivarachos y se veían preciosos caminando alrede-dor de su casita. Pero, lo que más deseaba era estar en mi

    casa para poder ir a la clínica y unirme a la familia en laprimera oportunidad que se presentara. Donde doñaMyriam, me sentía aislada de un acontecimiento del cualconsideraba que yo debía formar parte. Al atardecer, através de Corina, la nana de Jeanette, me había enteradode que doña Myriam había salido y me imaginé que ha- bría ido a estar con Mamá. Esperaba impacientemente;

    las horas parecían interminables.Al ver regresar a doña Myriam, sin pérdida de tiempole pregunté si había nacido el bebé. La noté turbada, pero

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    contestó a seguidas: “¡Sí, es una niña!”, mostrando en elrostro su característica expresión en que al sonreír cerra- ba ligeramente sus ojos. La noticia provocó en mí unaalegría enorme. Una sensación diferente. Era el primernacimiento que ocurría en mi familia en mucho tiempo.Además, ¡se había realizado mi sueño de que fuera niña!Me dirigía apresuradamente a la habitación a recoger miscosas cuando noté que doña Myriam seguía mis pasos.

     —Quédate con nosotros —me dijo.

    Sin dar tiempo para que pronunciara palabra algunaexpresó:

     —Todavía no hay nadie en la casa pues tu hermanaestá un poco mal.

    Había una triste expresión en su mirada, cuando ensilencio me atraía hacia ella en un gran abrazo.

    Aunque en medio de una enorme confusión, tuve que

    conformarme. Tenía que aceptar cuanto estaba ocurrien-do, por extraño que me pareciera. Por un momento sentíque había sido Mamá quien me había abrazado. Quisehacer una infinidad de preguntas, pero no me atreví; nosabía si doña Myriam podría contestarlas y me asustabaenormemente saber lo que en realidad estaba sucedien-do. Eran terribles los presentimientos que había en mí.

    Permanecí en la habitación que ocupaba junto a Jacque-line y Jeanette sin saber qué hacer. Trataba de interesar-me por los juegos que inventaban, cuando me sorprendióla noticia de que Mamá me llamaba por teléfono. Acudícon gran expectativa. Su voz era débil, apagada, cuandola escuché repetir exactamente lo mismo que me habíadicho doña Myriam. Mis únicas palabras fueron para de-

    cirle que quería regresar pronto a mi casa. Cuando mecontestó que así sería, pedí su bendición como acostum- braba hacerlo por las noches.

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    La tarde siguiente, a la llegada del Colegio, se unió anosotras un grupo de amigas del vecindario que invadió elpatio de la casa. Aseguraban que sus padres les habían dadopermiso para que fueran a pasar la tarde con nosotras.

    Aunque esto no era usual durante la semana, aprove-chamos la oportunidad. Saltamos la cuerda, jugamos alas escondidas y nos subimos en cuantos aparatos de ni-ños había en el enorme patio.

    Sin embargo, en muchas ocasiones, era inevitable que

    acudieran a mi pensamiento las escenas familiares y sen-tía gran inquietud. Cuantas veces el columpio donde memecía se elevaba alcanzando cada vez mayor altura, in-tentaba mirar más allá de donde la vista podía alcanzarcomo pretendiendo descubrir a lo lejos alguna respuestaa las dudas que sentía en aquellos momentos.

    Mientras jugábamos al “topao” perdí por completo el

    equilibrio yendo a parar al suelo. De esta forma, termina- ba la euforia que habíamos tenido durante toda la tarde.Producto de la caída sentí alguna molestia en un lado delcuerpo. Lloré largamente más que por el dolor mismo,por la situación que estaba viviendo. Era la oportunidadperfecta para desahogarme. Se habían empeñado en ocul-tarme algo propio, de mi familia, y eso había provocado

    en mí una gran ansiedad e inconformidad. ¿Qué estaríaocurriendo en realidad?Quince meses después, en la casa de mis tíos, mien-

    tras trataba de dormir, las dudas e intranquilidad de aquelentonces estaban latentes en mi memoria. Por eso, esamadrugada, mis lágrimas no podían contenerse. La expe-riencia vivida anteriormente había dejado una profunda

    huella en mi corazón. Por más que Mamá, después, mehabía explicado que habían tratado de protegerme e im-pedir que sufriera, no podía apartar del pensamiento el

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    desenlace de aquellos días en que me habían separado demi hogar. Las imágenes de febrero de 1960 se repetían enmi mente:

    La llegada a mi casa. Mamá vestida de negro, rodeadade familiares y amigos todos afligidos, con ropas de luto.Mi hermana Tania con una tristeza tan grande como nun-ca le había visto, lloraba sin cesar. Nelson sujetaba fuer-temente un pañuelo blanco en sus manos, sus ojos esta- ban totalmente enrojecidos.

    Permanecían en silencio, mientras Mamá, entre so-llozos, me recibía con un cálido abrazo. En ese momen-to no hubo ningún tipo de palabras ni necesidad de ex-plicaciones. Poco tiempo después, Papá entró al lugardonde nos encontrábamos y corrí hacia él para abrazar-le. Fue en ese momento cuando lloré desesperadamen-te. Nunca antes había visto a mi familia tan triste y aba-

    tida. Transcurrido cierto tiempo, cuando pregunté por la bebé, me dijeron que le llamarían Aida Rosa del Pilar.Se encargaron de decirme que habían cumplido el deseode Jean y de mi hermana de llamarle como las dos abue-litas, pero que a la vez le habían agregado el nombre desu madre, Pilar.

    Ante mi insistencia en saber dónde estaba la bebé para

    verla, me explicaron que se encontraba en la clínica puestenía que permanecer allá unos días. No podía entenderel porqué la habían dejado allí solita, pero se empeñaronen decir que estaba siendo vigilada constantemente porsu pediatra, el doctor Rafael Acra. Aseguraban que eraun médico excelente, ese familiar de Jean, a quien elloshabían elegido como pediatra y quien estaba atendiéndo-

    la con el esmero, amor y dedicación que necesitaba. Meprometieron que muy pronto me llevarían a la clínica aconocer mi sobrinita.

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    Todos esos recuerdos acudieron a mi mente aquellamadrugada de 1961. Era innegable que estaba viviendo unasituación similar. Primero la casa de doña Myriam y des-pués una deliberada intención de apartarme de mi hogar.

    Me mantenía completamente asustada, intrigada...Esta vez, ¿cuál podrá ser el motivo?

    En ese preciso momento, en silencio hice el propósitode volver a mi casa en cuanto amaneciera. Era más fuerteeste deseo que el temor que interiormente sentía. ¿Qué

    novedad encontraría a mi regreso al día siguiente? Mepreguntaba con ansiedad.

    Los gallos que en los alrededores comenzaban a cantarhicieron que se disipara parte de la amargura que habíasentido toda esa noche de desvelo. Mantenía la mirada fijaen el calendario que estaba colgado en la pared hasta quela claridad permitió que observara detalladamente la figu-

    ra que en la penumbra de la noche había dejado Mamá Itaal descubierto cuando sentí el sonido provocado al des-prender y tirar al cesto de la basura la página anterior.

    Un paisaje marino con un sol resplandeciente coro-naba la página que marcaba el inicio de ese mes. En gi-gantescas letras rojas podía leerse: Junio 1961. En el re-cuadro inferior mi mirada se centró en ese jueves, día

    primero. No pude resistir la tentación de asomarme a laventana posterior de la habitación que ocupaba, preten-diendo divisar mi casa. El verla, con sus ventanales demadera enrejados en color blanco y su techo de tejas ro- jas, produjo en mí un deseo incontenible de que termi-nara de amanecer por completo. Una especie de magne-tismo hacía que no me apartara del ventanal, lo que

    permitió que muy temprano reconociera a Altagracia,empleada de nuestro servicio, cuando se disponía a atra-vesar el patio de mis tíos.

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    Me las ingenié haciendo todo tipo de sonidos para lla-mar su atención hacia el lugar donde me encontraba. Allograr mi objetivo y verla dirigirse a la habitación, meapresuré a ponerme los zapatos y sin preguntas ni con-templaciones, cuando estuve frente a ella, me limité a gri-tarle, mientras saltaba para darle un gran apretón:

     —Me voy contigo para mi casa.Siendo ella la persona que compartía constantemente

    conmigo para entretenerme contando cuentos y anécdo-

    tas del Cibao de donde era oriunda, no tuvo más remedioque tomarme de la mano. Salíamos del pasillo que con-duce de las habitaciones al estar de la planta baja de lacasa, cuando frente a las escaleras nos encontramos contía Diana quien parecía conocer mis intenciones. A se-guidas, se dirigió a mí diciendo:

     —Sé que te quieres ir.

    Después, acarició mi espalda y se ofreció para enca-minarme. Agradecí enormemente su comprensión y la deMamá Ita, quien como buena madrugadora no había de- jado de observar mis constantes asomadas a la ventana.Mientras recorríamos la casa para salir por la parte trase-ra, me imaginaba escuchar la tierna voz de Mamá Ita con-tándole a tía Diana lo inquieta que me había notado.

    Atravesamos su patio y luego el nuestro. Al llegar ad-vertí que existía un silencio enorme en toda mi casa. Nohabía nadie en los alrededores. Descubrí que sólo Cocase encontraba en la planta baja. Después de abrazarla, latomé de la mano para subir juntas las escaleras, pero meextrañó que quisiera devolverse cuando nos encontrába-mos justo a la mitad.

    Al entrar a la habitación de Papá y Mamá, encontré

    una situación un tanto extraña. Mamá y Nelson sentadosen el borde de la cama, mientras Tania en una mecedora

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    sostenía en brazos a Pachi (como llamábamos cariñosa-mente a la hija de mi hermana Pilar) que ya tenía un año ycuatro meses de edad.

    Todos me recibieron con aparente naturalidad, peronotar algo raro en el ambiente. Conocía a la perfección eldesenvolvimiento de mi casa. Era completamente inusualque estuvieran allí reunidos temprano en la mañana, undía de semana. Advertí que Papá era el único que no esta- ba presente.

     —¿Y Papá? —pregunté con ansiedad. —No está aquí —contestó Mamá.La noté sumamente nerviosa, lo mismo que a mis her-

    manos. Había cierta incertidumbre en el tono de su voz.Su mirada era evasiva. Pachi rompió la especie de miste-rio al querer caminar y dirigirse hacia mí. La abracé y mesenté en el piso sujetándola en mis piernas. Me pareció

    que mi presencia la hizo sentir contenta. Se levantó tirán-dome de la mano, para que la siguiera, mientras balbu-ceaba unas palabras. Mamá caminó detrás.

     —Quiero decirte algo —me dijo—. Sé que has estadomuy impaciente desde que saliste de aquí y sospecharásque algo ocurre. No voy a engañarte.

    Sus palabras provocaron que preguntara con insistencia: —¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Papá?Su respuesta fue rápida, precisa: —Tu papá está acuartelado.A seguidas me dijo que habían matado a Trujillo y que

    muchas personas habían sido detenidas por ese motivo. —Hay una situación anormal en el país, como la hay

    en nuestra casa y en muchas otras también.Un enorme silencio nos envolvió.

    La sutileza de la respuesta de Mamá no impidió quecomprendiera la magnitud de sus palabras. “Acuartelado”.

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    Con gran asombro, pronuncié en mi interior repetida-mente esta palabra. Acudí rápidamente al pequeño dic-cionario de color marrón que utilizaba para consultas es-colares, esta vez con un interés inusitado. Necesitabaabundar en el significado de esa palabra que me hacíasospechar la real situación en que se encontraba Papá.

    En ese momento, escuché el ruido de vehículos quellegaban. Mi corazón latió más aprisa al pensar que podíaser Papá que regresaba. Me asomé al balcón y observé

    dos carros Volkswagen negros, de los que llamamos “ce-pillo”, de donde descendían cuatro hombres desconoci-dos. Fue enorme mi impresión al ver que portaban ame-tralladoras como en las películas. Otros estaban ya afuera,recostados de uno de los carros. Sentí un miedo enorme,una gran confusión. Me dirigí a la habitación de Mamá yme eché a llorar mientras corría hacia ella.

    Mamá no bajó a recibir a las personas que había vistollegar ni hizo ningún comentario en el momento. Obser-vaba que su actitud era más que extraña. Permanecí mu-cho tiempo a su lado en completo silencio.

     —Tengo que explicarte muchas cosas —me dijo—.Ahora, quédate tranquila.

    Tiempo después, Pachi comenzó a revoltearse. Mamá,

    levantándola, la acomodó en sus brazos mientras me decía: —Ven, entretengamos a la niña mientras Tania le pre-para su leche.

    Me acerqué a Pachi con intención de hacerle gracias, sinpoder entender la indiferencia de todos ante la presencia deesas personas tan raras en la casa. Pachi tomó el pañal quesiempre utilizaba para arrullarse y lo lanzó sobre mi cabeza.

    Entendí que quería jugar como yo acostumbraba hacerlo conella. Así comencé a cubrir y descubrir mi cara a la vez que ledecía, “¿a-tá?”, como pretendiendo significar: “¿Dónde está?

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    ¿Qué hay detrás?”. Pachi se reía a carcajadas cada vez queveía mi rostro reaparecer detrás del pañal. Por un momentopensé: si al descubrir mi cara, encontrara a Papá unido a lafamilia en esta habitación... Si de repente le viera entrar poresa puerta... Entonces, no habría dudas ni preguntas, ni an-gustias, ni necesidad de explicaciones.

    Sin sospechar siquiera lo que podía estar ocurriendo,una extraña sensación se apoderaba de mí. Tenía la nece-sidad de saber la verdad.

    Pachi había terminado el último sorbo de su biberón,cuando la habitación se oscureció de forma repentina. Através de los cristales del ventanal observé que enormesnubarrones cubrían el cielo. El viento sopló fuertemente.

    Se sintió nuevamente un ruido en la planta baja de lacasa. Pisadas, portazos y alteraciones de voz.

     —¿Quién está allá abajo? —Esta vez, temblando del

    miedo, me atreví a preguntar. Mamá se apresuró a con-testar:

     —Es la gente del SIM, del Servicio de InteligenciaMilitar. Han estado viniendo constantemente desde quetu Papá no está en la casa. Todo obedece a la situaciónque te expliqué.

     —Pero, ¿qué quieren? —exclamé.

     —Son los calieses de Trujillo —susurró Nelson, congran expresión en sus palabras.Noté cómo Mamá, con un ademán, le insinuó a Nel-

    son que guardara silencio. En ese momento descubrí quepodía contar con él para disipar mis dudas. Seguía sinentender. Nunca había escuchado el nombre con que sereferían a esas personas.

    Con gran curiosidad, al asomarme a la ventana, obser-vé cómo estos hombres armados fuertemente, tras pasear-se por las galerías de la casa, se sentaban cómodamente en

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    los sillones del patio español, mientras encendían un ciga-rrillo tras otro conversando entre sí. Corrí de una ventana aotra y a la otra. Comprobé que merodeaban en la cocina,en la sala, en todas partes. Confirmé que hacían de micasa su propio recinto.

     —Pero, ¿y dónde estaban los empleados del servicio? —me preguntaba.

    Al ver a Nelson que se acercaba, no pude evitar co-rrer hacia él. Me echó el brazo y nos sentamos en un rin-

    cón, en el piso de su habitación muy juntos uno al otro. —Todo se va a resolver —me dijo, sin esperar siquie-

    ra a que le hiciera preguntas. —¡No hay nadie más que esos hombres abajo, Nel-

    son! —afirmé con admiración. —Sí, exclamó. Todo el servicio se fue. Ellos mismos,

    los calieses, los pusieron en fila y les dijeron: “Vayan a

    ganarse sus habichuelas a otra parte, si no quieren ...”.Hubo una pausa tras sus palabras. —Sólo se quedó Coca, asegurando que no nos dejaba

    solos. Lo mismo dijo Octavio. Altagracia se fue para don-de tía Diana. Todos los demás se marcharon a sus casas.

     —Pero, ¿y qué es lo que pasa, Nelson? Estoy muyasustada.

     —Mira Mayra —me dijo—, prométeme que no vas aabrir la boca. Trujillo está muerto, Mamá te lo dijo. Aca- baron con él porque era malo, mataba muchísima gente,la situación se hacía insoportable. Esos hombres que es-tán allá abajo, en nuestra casa, son calieses; quizás pien-san que vendrá algún sospechoso de un momento a otro yquieren agarrarlo, o... no sabemos que pretenden.

     —Pero, ¿y Papá?, ¿cuándo se fue?. —A él vinieron a buscarlo los calieses el miércolestemprano, al otro día de lo de Trujillo. Él se encontraba

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    en ese momento en su habitación conversando con donJuan y doña Myriam que habían venido a saber algo qui-zás, tras los rumores que había.

     —Pero, ¡yo no lo vi! —exclamé con gran disgusto. —No, a Papá se lo llevaron como a las siete y media

    de la mañana cuando todavía tú estabas durmiendo.Sentí una rabia enorme de no poder darme cuenta de

    nada. —Pero... ¿Cómo fue todo? ¿Papá se fue en su carro?

     —pregunté con desesperación.Nelson continuó su relato: —No, los carros se los llevaron los calieses. Después,

    dijeron que no se llevaban el gato que anda por ahí, por-que no tenía ruedas. A Papá lo vinieron a buscar en uncarro “cepillo” de esos que usan. Ya tío Tomás se encon-traba dentro del carro de ellos. Habían ido a buscarlo a su

    oficina en la Sindicatura. Papá no está solo. Tiene junto aél a muchas personas.

     —Y... Pero, ¿él está bien? —pregunté con gran pre-ocupación.

     —Sí, no te apures, pronto todo esto va a pasar —con-testó.

     —ºTú estás seguro, Nelson? —era esa mi mayor in-

    quietud. Pero no insistí en escuchar su respuesta. Mi menteestaba clavada en su expresión “tienen junto con él amuchas personas”. Al pensar en nuestro hermano mayor,exclamé:

     —¿Y Miguelín, dónde está?Su respuesta fue precisa: —Miguelín no sabe lo que está pasando. Él estaba de

    servicio la noche del 30 de mayo. Cuando ocurren esascosas, a los militares los dejan acuartelados. Por eso noha venido por aquí ni ha llamado.

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     —Y Papá, ¿ha llamado? —fue mi siguiente pregunta,pero Nelson no contestó. No sé lo que sentí. Por un ladoestaba satisfecha. Ya no ignoraba por completo la situa-ción. Por otra parte, estaba aturdida, sentía miedo, confu-sión, y un deseo enorme de abrazar a Nelson fuertemente.

    Los portazos de los carros indicaban que los hombresse retiraban. Escuché el ruido de los motores mientras sealejaban. Y hubo un gran alivio en mi interior. Poco tiem-po después subió Coca con algunos alimentos. Aunque

    sentía una enorme debilidad, apenas pude probar boca-do. Había estado sumamente agitada y no había dormidonada la noche anterior, pero en el estado que me encon-traba no apetecía absolutamente nada.

    El día me había parecido sumamente largo y el sueñome venció. Después, entre despierta y dormida, escucha- ba las voces de Mamá y mis hermanos que rezaban ave-

    marías. Al abrir los ojos, observé cómo Mamá sosteníaentre sus manos un rosario de cuentas inmensas. Pachi,acomodada en sus piernas, jugueteaba tratando de tirarde las redondas cuentas de éste, al momento que repetíauna especie de jerga como pretendiendo imitar las ora-ciones que escuchaba. Me provocó enormemente ver queMamá había sustituido el rosario con que habitualmente

    hacía sus oraciones por éste cuyo tamaño tan exageradohabía llamado siempre mi atención al verle colgado en lapared de su habitación, junto al crucifijo, justo al lado dela cabecera de su cama. En silencio me uní a ellos y pedíque Jesús y la Virgen cuidaran de nosotros. En ciertosmomentos, no podía evitar el distraerme recordando lasveces que diariamente rezábamos el rosario en el Cole-

    gio durante el recién transcurrido mes de mayo, cuandola señorita Rosalina nos decía: “Cierren sus ojos y orencon mucha fe y devoción”.

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    Sin apenas darme cuenta, me quedé dormida nueva-mente y descubrí al despertar tiempo después, que habíacaído la noche y que todos compartíamos la misma cama.Sentí gran disgusto al pensar lo difícil que sería volver aconciliar el sueño por haber dormido toda la tarde. Medisponía a comentarle esto a Mamá, cuando se escuchóel ruido de vehículos que se acercaban a la casa.

     —¡Volvieron! —expresó Tania, con gran convenci-miento. Es por eso que tenemos que quedarnos con nues-

    tra ropa puesta. No sabemos si de un momento a otro vie-nen a buscarnos.

    Permanecía estática tratando de no mover ni un solodedo. Era preferible que se imaginaran que estaba dormi-da. En el silencio de la noche todo era peor. Las fuertespisadas, las puertas de los carros que abrían y cerraban deun tirón y la forma como hablaban entre ellos. Después

    se sentía que forcejeaban las cerraduras de la planta bajade la casa.

     —Esta es una verdadera tortura —susurró Mamá, altiempo que aseguraba elevando el tono de su voz:

     —Tratan de someternos a una especie de terror psico-lógico. —Al escuchar su expresión, no me atreví ni a par-padear siquiera, pero lo cierto es que el oír mencionar la

    palabra terror hizo que se agudizara el miedo que sentía yhubo en mí un deseo enorme de gritarlo. No transcurriómucho tiempo antes de que las voces de los calieses seescucharan en el patio. Noté que Mamá se apartaba de nues-tro lado y después sentí que Tania y Nelson hacían lo mis-mo al levantarse de la cama. Sin poder evitarlo, entreabrílos ojos para observar cómo Mamá daba paseos de un

    lugar a otro de la habitación. Nelson no se quitaba de sulado, mientras Tania sentada en la mecedora, trataba dedormir a Pachi que lloriqueaba probablemente debido a

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    Si la mar fuera de tinta... MAYRA BÁEZ DE JIMÉNEZ

    las alteraciones de voz y al ruido que se escuchaba. Derepente pude observar una especie de luz proyectada enla pared. Se movía de un lugar a otro. Esto provocó en míuna gran curiosidad e hizo que durante cierto tiempo deforma disimulada estuviera atenta al reflejo de esa luz enlos espejos y en cuanto objeto pudiera haber en la habita-ción. Las dudas se disiparon cuando escuché a Mamácomentar:

     —¡Han traído linternas! Desde el principio he pensa-

    do que ellos creen que van a encontrar a alguien aquí es-condido.

    Las voces en el patio se sentían más fuertes y en mo-mentos parecía que alguno daba órdenes a los demás.Después de un rato los portazos y el sonido de los carrosindicaban que se marchaban. Aunque Mamá había supli-cado que tratáramos de descansar, era evidente la inquie-

    tud que todos mostrábamos, antes de que pudiéramosconciliar el sueño.

    La mañana y la tarde siguientes transcurrieron comolas anteriores. Las llegadas intempestivas, la ansiedad,las interrogantes. Al caer la noche, permanecimos todoscon la ropa puesta, encerrados en la habitación. Al com-partir la misma cama, nos disputábamos el mejor pues-

    to, justo al lado de Mamá. Serían las doce de la media-noche; nadie había podido dormir. Observaba cómoMamá, ocupando el sillón de extensión de Papá, perma-necía erguida, como a la expectativa, con ambas manosa un lado de su rostro. Estaba atenta a cada uno de susmovimientos. De vez en cuando, se levantaba y despuésde caminar de un extremo a otro de la habitación se aso-

    maba al ventanal en actitud vigilante. Fue sumamenteimpactante el momento en que elevó sus ojos al cielo,levantando sus manos en señal de imploración. El ruido

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    COLECCIÓN 50 ANIVERSARIO DEL AJUSTICIAMIENTO DE TRUJILLO

    provocado por gomas de carros que chirreaban, seguidode violentos aceleramientos y frenazos hizo que enten-diera el porqué de la reacción de Mamá. Poco tiempofaltó para que descubriéramos que nuevamente traíanconsigo potentes focos cuya luz se proyectaba de formaintermitente por doquier. Las voces que llegaban desdeel exterior sembraban en