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242 SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. «na séríe de estátuas los reyes de España -desde Ataúlfo hasta Fernando el V i , y en los resaltos de les ángulos había otras que representaban varios rc;- yes de Navarra , Portugal, Aragón, Méjico , el Perú, y otros soberanos y caciques indios, pero unas y otras se quitaron hace tiempo y existen en las inmensas bó- vedas del palacio. Todo el edificio tiene seis puertas principales, cinco en la fachada del sur, que es la prin- cipal, y una llamada del Príncipe en la fachada de orien- te. Las otras dos fachadas no tienen puertas. El palio es cuadrado con 140 piss de área, poco masó menos, y ro- deado de un pórtico abierto de nueve arcos en cada la- do. El segundo piso es una galería cerrada de cristales quedá entrada á las habitaciones reales y capilla. Entre los arcos del patio hay cuatro estátuas que representan los emperadores romanos naturales de España, Trajano, Adria- no , Honorio y Teodosio, obras de D. Felipe de Castro y D. Domingo Olivieri , cuyas estátuas estuvieron antes donde ahora las columnas debajo del balcón principal. La escalera grande es muy suave, y consiste en un solo tiro hasta la meseta ó descanso que hay á la media altu- ra, volviendo después otros dos paralelos hasta la puer- ta de entrada por el salón de Guardias ; toda la esca- lera es de mármol manchado de negro : enfrente de ella hay una eslátua de mármol de Cárlos 111, y en los in- termedios de las balaustradas dos leones también de már- mol blanco. Por último, toda la fábrica de este edifi- cio es de una solidez estraordinaria por el espesor de sus paredes, por la profundidad de sus cimientos, por U solidez de sus bóvedas, y por el número de sus co- lumoag. Todo es de piedra, y en él no se empleó mas madera que la necesaria para puertas y ventanas, cu- ja mayor parte es de caoba ; y el aspecto esterior de este hermoso palacio ofrece una vista imponente y mi* jestuosa. Así le hubo de parecer á Napoleón cuando al su- bir la escalera de esta real casa en los primeros dUs de diciembre de 1808 dijo poniendo la mano sobre uno de los leones de la balaustrada: «Je la tiens en fin, cette Es- pagne si desire'e.» Y luego volviéndose á su hermano, el intruso rey de España, le felicitó en estos términos : «Mon frere, vcus serez mieux loge' que m o i , » XiL LÜGO DE CAHUGEDO- THADICIOSI POPÜtAa. II LA FLOR SIN HOJAS. V juicas vanivatum et omula vr.uilai. ^Ai el corszon de Salvador no saliese tan ro- to y ensangrentado de su primera prueb». sin duda se hubiera estremecido de «nt"' siasmo y de alegría al verse llamado al sublime juicio Dios , de que iba á ser teatro la Vega de Granada, y en qu la cruz y la media luna se aprestaban á pelear por el I'8 perio del mundo y de los siglos; pero sí, como dice uD moso poeta , «la flor y verdor de la vida mortal pasa co» * dia , y por mas que torne abril, no torna á verdear m florecer » no estrañaremos que el cazador de San

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2 4 2 S E M A N A R I O PINTORESCO ESPAÑOL.

« n a sér íe de e s t á t u a s los reyes de E s p a ñ a -desde A t a ú l f o hasta Fernando el V i , y en los resaltos de les á n g u l o s h a b í a otras que representaban varios rc;-yes de Navarra , P o r t u g a l , A r a g ó n , Méjico , e l P e r ú , y otros soberanos y caciques ind ios , pero unas y otras se qu i ta ron hace t iempo y existen en las inmensas b ó ­vedas del palacio. Todo el edificio tiene seis puertas p r inc ipa les , cinco en la fachada del sur , que es la p r i n -c i p a l , y una llamada del P r í n c i p e en la fachada de o r i en ­te. Las otras dos fachadas no tienen puertas. El pal io es cuadrado con 140 piss de á r e a , poco m a s ó menos, y ro­deado de un p ó r t i c o abierto de nueve arcos en cada l a ­do. E l segundo piso es una ga le r í a cerrada de cristales q u e d á entrada á las habitaciones reales y capi l la . E n t r e los arcos del patio hay cuatro e s t á t u a s que representan los emperadores romanos naturales de E s p a ñ a , Trajano, A d r i a ­no , Honor io y Teodosio, obras de D . Fel ipe de Castro y D . Domingo O l i v i e r i , cuyas e s t á t u a s estuvieron antes donde ahora las columnas debajo del b a l c ó n p r i n c i p a l . La escalera grande es muy suave, y consiste en un solo t i r o hasta la meseta ó descanso que hay á la media a l t u ­r a , volviendo d e s p u é s otros dos paralelos hasta la p u e r ­ta de entrada por el salón de Guardias ; toda la esca­lera es de m á r m o l manchado de negro : enfrente de ella hay una e s l á t u a de m á r m o l de C á r l o s 111, y en los i n ­termedios de las balaustradas dos leones t a m b i é n de már ­mol blanco. Por ú l t i m o , toda la fábr ica de este edif i ­cio es de una solidez estraordinaria por el espesor de sus paredes, por la profundidad de sus c imien tos , por U solidez de sus b ó v e d a s , y por el n ú m e r o de sus co-lumoag. Todo es de p iedra , y en é l no se e m p l e ó mas madera que la necesaria para puertas y ventanas, c u ­j a mayor parte es de caoba ; y el aspecto esterior de

este hermoso palacio ofrece una vista imponente y m i * jestuosa. As í le hubo de parecer á N a p o l e ó n cuando al su­b i r la escalera de esta real casa en los pr imeros dUs de diciembre de 1808 dijo poniendo la mano sobre uno de los leones de la balaustrada: « J e la tiens en fin, cette Es-pagne s i des i r e ' e .» Y luego v o l v i é n d o s e á su hermano, el in t ruso rey de E s p a ñ a , le fe l ic i tó en estos t é r m i n o s : «Mon

f r e r e , vcus serez mieux loge' que m o i , »

XiL L Ü G O D E C A H U G E D O -

T H A D I C I O S I P O P Ü t A a .

I I L A F L O R S I N H O J A S .

V juicas vanivatum et omula vr.uilai.

^ A i el corszon de Salvador no saliese tan ro­to y ensangrentado de su pr imera prueb». sin duda se hubiera estremecido de « n t " '

siasmo y de a legr ía al verse llamado al sublime juicio Dios , de que iba á ser teatro la Vega de Granada, y en qu la cruz y la media luna se aprestaban á pelear por el I'8 perio del mundo y de los siglos; pero s í , como dice uD moso poeta , «la flor y verdor de la vida mor ta l pasa co» * dia , y por mas que torne a b r i l , no torna á verdear m florecer » no e s t r a ñ a r e m o s que el cazador de San

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S E M A N A R I O P I N T O R E S C O E S I ' A N O I - 243

caminase la vuelta de Andnluc ia pensativo y d is te en medio de sus regocijados c o m p a ñ e r o s . L l a m á b a s e Juan Ortega de Prado el que aquel tercio acaudillaba ; y era natural del Vierzo : soldado de gran c o r a z ó n y altos pen-s imiec tos , endurecido en las fatigas de la m i l i c i a , cod i -

' cioso de honra antes que de b o t í n . Afic ionóse por cstre-mo de la gentileza y b r ío de nuestro Salvador , y cautiva­do de su t ra to apacible y c o r t é s , de su h i d a l g u í a , y has­ta de su misma t r i s teza , e s t r e c h ó con él amistad y bue­na correspondencia, en t é r m i n o s , que no poco suav i zó sus pesares y dolorosos recuerdos , ensanchando á sus ojos el camina de las armas y de U m i l i t a r nombradla . Como quiera , la saeta estaba fija y cnurbolada en su p e c h o , y á todas partes llevaba su dolor consigo; pero una espe­ranza lejana que á manera de c r e p ú s c u l o dudoso a l a m ­braba su alma por v e n t u r a , y ademas su na tura l denue­do y noble sangre le e n c e n d í a n en ansia de pelear.

Aguijado de tan generosos í m p e t u s , l l egó con sus c o m p a ñ e r o s á C ó r d o b a á pr incipios de febrero de 1482. Estaba la t i e r ra toda alborotada y embravecida con la p é r d i d a y desastre de Zahara , acaecida en los ú l t i m o s dias del a ñ o an te r io r , y á fuer de capitanes esperimeuta-dos a p r o v e c h á b a n s e Diego de M e r l o , asistente de Sevilla á la s a z ó n , y D . Rodr igo Ponce, m a r q u é s de C á d i z , del general encendimiento , juntando ori l las del Guada lqu iv i r buen golpe de gente con que tomar justa sa t is facción del d a ñ o y agravio recibidos. No d e s p e r d i c i ó Juan Ortega la ocasión que se le venia á las manos, antes con gran d i l i ­gencia e n c a m i n ó l e con su tercio á Sev i l l a , donde se p r e ­sen tó al m a r q u é s de Cádiz , que no poco se h o l g ó de l levar en su c o m p a ñ í a tan buena lanza, y le d e s p i d i ó con suma c o r t e s í a . H a b í a n venido nuevas de que la v i l l a de Alhama ten ía flaca g u a r n i c i ó n , y esa desapercibida, y de te rmina­dos de entrar la de rebato , con gran p r e c a u c i ó n y caute­la salieron ambos gefes de Sev i l l a , l levando consigo dos m i l y quinientos de á caballo y cuatro m i l peones.

P a l p i t á b a l e el pecho de e s t r a ñ a manera á Salvador al ver cumpl ido uno de sus mas ardientes deseos. Caminaban con gran priesa y recato por sendas escusadas y tan á s ­peras , que la fatiga casi llevaba apagada la sed del bo­t ín y el odio á aquella gente d e s c r e í d a , cuando l legaron al fin del tercero día á un valle por todas partes cerca­do de recuestos y altos col lados, donde los soldados su­p ie ron que estaban á media legua de A l h a m a , con lo cual les vo lv i e ron las esperanzas y el b r í o . C o n c e r t á r o n s e el de Cádiz y el asistente s ó b r e l a manera de dar el ataque, y acordaron que Juan de Ortega y M a r t i n G a l í n d o ( s ó i d a -do t a m b i é n de gran fama) se adelantaran con trescientos soldados p l á t i c o s y escogi ios , y vieran de apodcrai se del cast i l lo. Escusado nos parece decir que Salvador caminaba de los pr imeros al lado de su c a p i t á n , y que llevaba uno de los cargos mas atrevidos de tan atrevida empresa. Era una de aquellas noches templadas y serenas que est ien­den sus estrellados pabellones sobre la dichosa A n d a l u c í a , cuando nuestros aventureros se acercaban recogidos y s i ­lenciosos al castillo de A l b a m a . H i c i e r o n alto guarecidos de unas matas de á r b o l e s que all í cerca c r e c í a n , y en tan­to M n t i n G a l i n d o , Ortega y Salvador , ¡ l e g á r o n s e por diversos lados á raíz de la misma m u r a l l a , para ver si a l ­g ú n rumor por dent ro se escuchaba ; pero el fuerte cas­t i l l o a seme jábase á un vasto sepu lc ro , y n i los pasos del cent inela , n i el re l incho del caba l lo , daban á conocer la estancia de los guerreros. Estuvo nuestro j óven largo ra ­to con el oido atento y cuidadoso, sin escuchar sino los latidos de su c o r a z ó n : nada tu rbab ) el silencio del i n t e ­rior ni de Us afueras. A r r o d i l l ó s e entonces é bizo una f e r ­vorosa plegsi la á la ina'dre de Dios , de quien siampre babia sido muy d e v o l o , p i d i é n d o l e denuedo contra los

enemigos de su n o m b r é Este nombre santo • ' • ' ) " , c ^ 1 s labios o t ro de dulce y doloroso recuerdo , y pensando q « . tal vez iba á mor i r sin que b a ñ a s e su I n ^ n ni «na so­la l ág r ima , s in t ió a p r e t á r s e l e el corn/.on.

V o l v í a n en . s t o d c su ronda Ortega y Mnr t -n 0 * 1 * * . d o , y como le hal laran de binojos todavía , dí)o!c el p r i ­mero en tono bajo y un tsnto i r ó n i c o : — « ¿ O s o i r r r e n por caballero de la V i r g e n , Salvador, que «si os pone»,-, á o r a r antes de la ba ta t ín ? Pues por la de la Encinn , que c r e í que hab ía i s tenido logar para eso en San ¡Vlauro!» — Pesóle de la burla á Salvador , pero nada d i j o ; sino que llegando con gran priesa á donde el grueso de la gente es­taba , y arrebatando una escala, a r r imó la en seguida á la mural la y sub ió con valerosa d e t e r m i n a c i ó n , mientras O r ­tega y Gal indo h a c í a n lo propio por su lado. E s p a r c i é ­ronse los tres por los adarves mntando tal cual centine­la dormido que encont raban; pero Salvador ganoso de aventajarse á todos en aquella memorable f a c c i ó n , e c h ó por una escalera que guiaba al p a l i o , con i n t e n c i ó n de ab r i r la puerta á los de afuera y allanar la r e n d i c i ó n de! cas t i l lo . H í z o l o así bajando brioso por medio de aquella oscuridad y temeroso s i lencio , y ya casi alcanzaba el l o ­gro de su i n t e n t o , cuando al pasar jun to al cuerpo de guardia que estaba cerca del r a s t r i l l o , a c e r t ó á salir un moro descuidado y medio desnudo. S in t ió r u m o r de pisa­das y p r e g u n t ó con voz entera «¿qu ién v á ? R e s p o n d i ó ­le Salvador" h i r i é n d o l e de una punta que le hizo dar en t i e r r a , gr i tando con las ansias de la r m i e r t e : ~ A l arma! a l a r m a ! ios enemigos tenemos dent ro . — D e s p e r t ó s e á las voces la gua rd i a , y saliendo de t ropel , cer raron con Sal­vador que por su par te solo sentia el malogro de su e m ­presa. Procuraba ganar terreno hác ia la p u e r t a , pero cer­c á b a n l e por todas partes sus enemigos, y aunque sus g o l ­pes ca í an tan recios que no hab ía adarga que los parase, era poco lo que adelantaba. C o n o c i ó sus deseos el moro que allí mandaba, y g r i t ó entonces con todas sus fuerzas: — « E l r a s t r i l l o ! bajad el r a s t r i l l o ! » — P e r o no f iándose de nad ie , a b a l a n z ó s e á la escalera con in tento de hacerlo por si p r o p i o , mientras los d e m á s , viendo los d e s m e d i d o » esfuerzos que hacia Salvador para ganar la pue r t a , redo­b la ron asi mismo los suyos. Apurada era su s i tuac ión porque el estruendo que sonaba en los pasadizos del cas­t i l l o har to claro le daha á entender los peligros que sin duda c o r r í a n sus c o m p a ñ e r o s , y una vez ec í iado el ras­t r i l l o , p o d í a n los de dent ro acudir á la m u r a l l a , volcar las escalas, y entonces s o h les quedaba ana muer te g l o ­riosa y la pesadumbre de ver desvaratada una bazaña de tan venturoso p r i n c i p i o . A c o r r a l á b a n l e en tanto mas v mas sus enemigos, y aunque habla ya tres tendidos de­lante de é l , ciegos de i ra y de v e r g ü e n z a los d e m á s , a l ro -pellabaa por todo temor con menosprecio de sus vidas E n este t iempo el gefe de la guard ia , puesto ya sobre un t e r r a p l é n supe r io r , les gr i taba.r—Aprelsdle ' , que va á caer el r a s t r i l l o y es nuestro! —cuando dando una Rran voz y d i c i e n d o — « M a h o m a , v a l m e ! » — c a y ó con la cabe­za hendida por el medio del t e r r a p l é n abajo. En segui­da y á modo de t o r b e l l i n o , sal ían por la puerta de la escalera dos guerreros que If/Am mal parados delante de si unos cuantos moros , y que sin reparar en el n ú m e r o a r remet ie ron con los contrarios de Salvador. Eran los ta­les M a r t í n Galindo y Juan de O r t e g a , y a p r o v e c l i á n d o . e nuestro mancebo de tan út i l d i v e r s i ó n , c o r r i ó á la puer ­ta del ca s t i l l o , a b r i ó l a de par en p a r , y dio larga e n t r a ! da á os de afuera que de r o n d ó n se p r e c i p i t a r o n ; r o m , picudo y destruyendo cuanto se les ponía por delante H e u m é r o n s e entonces los tres amigos, y puestos á la ca­beza de los suyos , poco tardaron en matar ó prender e l resto de la g u a r n i c i ó n , quedando d u e ñ o s y señores del

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244 S E M A N A R I O P INTORESCO E S P A Ñ O L ,

y rucia i s l imios

Castillo. A l clia siguiente d e s p u é s de una porfiad b a t e r í a , entraron asimisiuo en el pueblo los » acaudillados por los mijtuos capitanes de la noebe ante­r ior , que se aveulaj.uoB maravi l losamente á lodos Jos dem as.

Puso esta p é r d i d a en gran conslerni ic ion á la mor is ­m a , como que viau á los enemigos en t i c o r a z ó n de sus t i e r ras ; y sobre ella se compusieron endecbas y r o m a n ­ces de t r i s t í s ima tonada. E l viejo rey Albohacen j u n t ó aceleradamente un e jé rc i to de tres m i l de á caballo y c i n ­cuenta m i l peones, y con ellos c a m i n ó la vuelta de A l b a ­nia. C o m b a t i ó l a encarnizadamente durante muchos dias, j aun l legó á sacar de madre el rio de que se provee aquella v i l l a , pero nada pudo cont ra el esfuerzo de los cristianos. Dis t ingu ióse Salvador en todos los lances y es­caramuzas, poco contento de la alta prez que ganara de an temano, de modo que el m a r q u é s de Cádiz c o b r ó l e gran e s t i m a c i ó n y le hizo muchas honras.

Como quiera el apr ie to de nuestra gente era tal , que toda la A n d a l u c í a se a l b o r o t ó y c o n m o v i ó . C o n t á b a s e por el mas poderoso entre los s e ñ o r e s de esta t ier ra á D o n Enr ique de Guzman , duque de Medina-Sidouia , y en é l t e n í a n puesta todos la esperanza , si bien ñaca por andar r evue l t a y enemistado con el de Cád iz , pero era har to hidalgo para anteponer part iculares enojos al procomunal y á la ley de la c a b a l l e r í a : así fue que sacando el estan­darte de Sevilla y j u n t á n d o s e con D . Rodrigo Tel lez G i ­r e n , maestre de Calatrava j D . Diego Pacheco , m a r q u é s de Vi l lena , y otros s e ñ o r e s , a c u d i ó al socorro de sus her­manos. A l z a r o n el cerco los moros y se r e t i r a ron sin pe­l e a r , mientras los cercados sa l ían al encuentro de sus l i ­bertadores con l á g r i m a s de a l e g r í a en los ojos. E l de C á ­diz fuese con los brazos abiertos para D. E n r i q u e , y con palabras en sumo grado concedidas y corteses pusieron t é r m i n o á las desavenencias que t r a í a n divididas las dos Casas, sellando el pacto con el general (•Iborozo. Pasaron alarde al o t ro dia del e j é r c i t o c r i s t i ano , y á su vista fue­r o n armados caballeros por el de Cádiz Juan Ortega y Salvador , c a l z á n d o l e s las espuelas el de Medina-Sidonia .

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Por lo que toen á M<irl iu Ga l iudo , que ya lo era de San­tiago, h i c i é ron l c presente de una banda de huuur y de un r i q u í s i m o allange cogido en e l saco de A l h a m » . Todos aquellos señores les hum aron á poi fía , s a l u d á n d o l o s co­mo á hombres los mas arriscados y valientes que en aque­lla facc ión se hubiesen mostrado. E l de Cá.l iz sin embar­go no fue d u e ñ o de sí p r o p i o , y har to m o s t r ó la p r e d i ­lecc ión que le m e r e c í a Salvador , en los encarecimientos con que lo p r e s e n t ó á los d e m á s caballeros, maravil lados de ver tan relevantes prendas en tan cortos a ñ o s . Sacó entonces nuestro joven dos cartas de l seno y e n t r e g ó una al maestre de Calatrava y otra al m a r q u é s , aguardando en silencio el resultado. A los pocos renglones que hubie­ron l e í d o , v in ieron entrambos á abrazarle diciendo e l maestre: — i C ó m o as í l ¿ P o r q u é el deudo cercano del v a ­leroso Veremundo O s o r í o , del mejor amigo de m i padre, no viene á manifestarse á quien tanto le desea?—No menos c o r t é s se m o s t r ó el de Cádiz que amaba t a m b i é n y respe­taba a l santo abad, á quien alcanzara en el mundo d u ­rante su j u v e n t u d . Salvador a d i v i n ó al pun to todo, pues­to que nada supiese de antemano. E l amor del piadoso ce­nobita a c o m p a ñ á b a l e aun a l l í , y si le hab ía adornado coa un apell ido i lustre que en él se e x t i n g u í a , hab ía lo hecho para que el mundo le acogiese con mas honra . S i n t i ó e l nuevo caballero una e m o c i ó n p r o f u n d a , y sin embargo r e s p o n d i ó al maestre y al m a r q u é s que habla querido aguardar á que su brazo y su prosapia le abonasen a l mismo t i e m p o ; pero que sus favores de tal modo esce-dian el valor de ent rambos , que no sabia como mos t ra r ­les su agradecimiento. — Escuchad , Salvador, le dijo e l maestre d e s p u é s de mi ra r le con a t e n c i ó n Urgo ra to ; a u n ­que n i vuestra cuca n i vuestros hechos os subiesen tan a l ­to , t odav ía hay en vuestra persona un no se q u é que habla en favor vuestro. Mucho me hab ía i s de honrar si me recibieseis por vuestro « m i g o y c o m p a ñ e r o de a rmas , y no tengo reparo en p e d í r o s l o , porque supongo, a ñ a d i ó con dona i re , que no sois enemigo de mi noble orden , n i que os d e s d e ñ a r é i s de vestir un dia su santo h á b i t o . — E l de C á d i z , que lo o y ó , dijo á Sa lvador :—El Maestre me ha ganado por la mano , y har to mas g a n a r é i s en los es­cuadrones de Calatrava que no en mis banderas; pero sin embargo debé i s saber, a ñ a d i ó a p r e t á n d o l e l a m a n o , que D . Rodr igo Ponce de L e ó n os estima y honra de ta l ma­nera , que le e n c o n t r a r é i s con sus hacieiidds y su brazo siempre que le h u b i é i eis menester. Los d e m á s caballeros h i c i é r o u l e t a m b i é n por su parte grandes of rec imien tos , jr d e s p i d i é n d o s e del bizarro Juan de Ortega , sal ió de A l b a ­nia con D . Rodr igo Tel lez G i r ó n , de l cual no se vo lv ió á separar.

Resplandeciente era la aurora de la carrera m i l i t a r de Salvador , y n i él mismo pudiera esperar g a l a r d ó n tan a l ­t o . T r a t á b a l e el maestre con una amistad llena de m i r a ­miento y aun de t e r n u r a , que masque otra cosa- pa recia f ra terna l c a r i ñ o ; los caballeros de Calatrava t e n í a n l e asi­mismo en mucho , y la g lor ia le e n t r e a b r í a las puertas de oro de su encantado a l c á z a r . S in embargo no era fe l i í i de cont inuo se le v e n í a n á la menior ia las i ieotes praderas de San M a u r o , las soledades llenas de los acentos de su a m o r , y aquel vergel de recuerdos dulces y marchi tos que animaba la i m á g e n de Mar ía á modo de mariposa be­l l ís ima y e r ran te : tan c ie r to es que el amor en una alma nueva se convier te en una pas ión imperiosa y esclusiva que todo lo sujeta y subordina á su inf lu jo .

l i i b i a n despachado un correo el de Cá' l¡¿ y el maes­t re al venerable Osor io , d á n d o l e cuenta de las h a z a ñ a s de Salvador y de la acogida que le h a b í a n hecho ; y e l mensageroque vo lv ió a l poco t iempo trajo cartas de g ra ­cias para los dos, y una mas larga para nuestro mancebo.

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S K M A N M U O P l N T O I U v S C O IM'ANOL 245

Decía le en ella que apesar de sus vivas (lilig.encias no ha ­bía podido dar con el paradero de Ursu la y AI .tría . pero que no por eso pensaba allojar en sus pesquisas. H a b l á b a ­le ademas con efusiun y orgtdlo de la a l eg r í a que recibiera con las nuevas de su p r imera c a m p a ñ a , y concluia con saludables consejos y paternal t e rnura . E-la carta que Salvador a b r i ó y l e y ó con indecible ansiedad, a m o r t i g u ó aquella esperanza pá l ida y débi l ya de suyo que relucia en su alma , y a b r i ó de nuevo las llagas de su c o r a z ó n . Afor tunadamente vo lv ió á resonar en A n d a l u c í a el e s t r é ­p i to de las armas, y á traer oportuna d i v e r s i ó n á sus pesa­res. S u c e d i ó por entonces el cerco de L o j a , y sabido es que habiendo entrado los moros de rebato de los reales crist ianos, c a y ó her ido mor ta lmente de dos flechas el maestre de Calatrava. Con el espanto d ie ron los nuestros las espaldas, y cobrando á n i m o los moros ar remet ieron con no vista furia contra el e s c u a d r ó n de la orden que al pun to se a g r u p ó en torno del c a ído maest re , y mantuvo solo la pelea hasta sacarle del campo ; empresa con q u é Salió al cabo Sa lvador , no sin rec ib i r antes dos heridas. Aquel la misma noche e s p i r ó D , Rodr igo Tel lez G i r ó n : l á s t ima grande para todo e l e j é r c i t o por ser personage de altas prendas, y en la flor de su edad, que no pasaba de los ve in t icua t ro a ñ o s . N i aun en la muer te d e s m i n t i ó la pa r ­t icular amistad que h a b í a mostrado á Salvador , y e s p i r ó t e n i é n d o l e asido de la mano y e n c o m e n d á n d o s e l o muy en­carecidamente á G u t i e r r e de Padilla, . c lavero mayor de la ó r d e n .

Cuanto sintiese Salvador esta m u e r t e , y cuan hondo le pareciera el vac ío que en su c o r a z ó n dejaba, no hay porque ponderar lo ; baste decir que haLia mirado al ma i s t r e con un afecto e s t r a ñ o y mis te r ioso , que venia á ocupar en su pecho el lugar de los dulces c a r i ñ o s de fa­m i l i a , y que su falta ensanchaba sin medida aquel o r b o n -te de soledad que por todas partes d e s c u b r í a . A l día s i ­guiente a lzó el rey sus reales y se r e t i r a ron en buena o r ­denanza de sobre Loja . A c u d i ó el m a r q u é s de Cádiz á con­solar á, Salvador en cuanto se lo p e r m i t í a n los riesgos del camino , y t o r n ó á hacerle los mas cordiales o f rec imien­tos f pero D . Gut ie r re de Padilla le d ió á entender que los adelantos y cuidado de aquel mozo eran ya deuda de la o r d e n , promesa de que no se a p a r t ó j a m á s .

No le seguiremos por nuestra par te en todos los azares J peligros de esta porfiada guerra, durante la cual ninguna luz le t i ageron sobre la suerte de M a r í a las diversas cartas que desde San Mauro le enviaba el santo abad R e c i b i ó una cuando pusieron los reyes el cerco á la ciudad de Gra­nad» ,. edificando á su frente la v i l l a de Santa F é ; y en ella le decia que habi.i vue l to a t r á s de los l inderos mis ­mos del sepulcro hasta donde le l levará , una dolorosa en­fe rmedad , pero que recobrado a l g ú n tanto hab ía tornado á sus pesquisas sin alcanzar por eso mas que antes ^ y por ú l t i m o , que iba p e r d i é n d o l a esperanza de lograr n i n g ú n i n d i c i o , y BUII de vo lver á ver á su hi jo q u e r i d o , según la postracioii en que hab ía quedado. De esta suerte los años empujaban hác ia la huesa al hombre que le hab í a servido de padre ; el maestre que como hermano le habla mirado descansaba ya en su fondo, y aquel amor que un día le Hrviera de nor te y de f^nal , d e s a p a r e c í a en las som­bras del misterio ó de la muerte qu izá . M i r ó d e t r á s de s í ; al l í la soledad y el v a c í o : vo lv ió los ojos hác ia adelante; al l í los combates y su estruendo : a l e g r ó s e de verlos tan cercanos, y p r e c i p i t ó s e en ellos con de l i r io .

Hab ía se escaramuzado reciamente una t a r d e , y Sal vador se e m p e ñ ó tanto en aquella ocas ión , que vino á dar en una especie de emboscada donde ma» de veinte moros le embist ieron á la vez. M a t á r o n l e el caba l lo , y aunque, haciendo espaldas de una p a i e d , se defendía vale

rosamente, c i » y» «'» n iucr tc segura, cuando saliendo i galope de un bosquccillo de naranjos un cubti l loro c r i s ­tiano , c e r r ó de tal suerte con los moros, que dando con dos en t ie r ra y atropellando á los d e m á s , los puso en des­pavorida fuga. Cogió e n t ó n e o s de la br ida el caballo d t uno de los muer tos , y e n t r e g á n d o s e l o á Sal vador , ambos salieron de aquel lugar la vuelta de Santa F é . Camina­ban en silencio, y nuestro joven maravi l lado examinaba con suma a t e n c i ó n y curiosidad el arreo y apostura de su mis ­terioso c o m p a ñ e r o Era este alto de cue rpo , l levaba baja

celada de su casco, una banda morada c u b r í a l e parte del pelo y espaldar, y t ra ía en el escudo por divisa un na­vio con las velas tendidas y en alta mar . Llegaban y a muy cerca de los reales , cuando Salvador r o m p i ó el s i ­lencio d i c i endo .—En verdad , s e ñ o r caba l le ro , que m e ­rec ía i s no ya un h á b i t o el mas calificado de E s p a ñ a , sino un reino por vuestra bizarra conducta . A l z a d , os r u e ­g o , la v isera , si que ré i s hon ra rme m o s t r á n d o m e el ros ­t ro de m i l i b e r t a d o r , y aun su nombre para grabarlos en m i memoria eternamente. — « M i reino no es de este m u n ­do, » repuso el desconocido con voz grave y sonora , y aunque he estado cerca de esta g e n e r a c i ó n muchos a ñ o s , ellos no han conocido mis c a m i n o s . » — S o r p r e n d i d o se que ­d ó Salvador al oír estas palabras b íb l i cas y solemnes, p r o ­nunciadas con un acento indecible de fuerza y de verdad . E l guer re ro p r o s i g u i ó con tono lleno, de afabilidad y de dulzura . — Pero vuestra cortesia me obliga t a n t o , que, puesto que en acorreros mas haya sido m i ganancia que la vuestra para hacer alarde de semejante acc ión , no solo os d e s c u b r i r é m i ros t ro sino que t a m b i é n es d i r é m í n o m ­bre . L l á m a n m e C r i s t ó b a l C o l o n . — Esto diciendo a lzó la celada y m o s t r ó á Salvador un semblante reposado y l l e ­no de autor idad. Eran sus ojos garzos, rub io su cabel lo, y su mirada de á g u i ' a caudal y poderosa. H a b í a en aque­l la cabeza un na sé que de i n s p i r a c i ó n , de fortaleza y de genio tan robusto y p ronunc iado , que Salvador se s i n t i ó penetrado de a d m i r a c i ó n y respe to , y como flaco rapas delante de un coloso. E n t r a r o n en esto en Santa F é , y se separaron cortesmente l levando nuestro mozo el á n i m o preocupado y l leno de la idea de aquel hombre mis te r io ­so. P r e g u n t ó á un caballero de Calatrava qu i én era C r i s -tova l Colon, y coi . tdle al mismo t iempo la aventura. Dios* á re i r el caba l le ro , y le d i j o : — E s el loco mas hidalgo y mas valiente que he v i s t o ; pero son tan sandios los p r o ­yectos que revuelve en su i m a g i n a c i ó n , que le han mer ­mado el seso. H a b é i s de saber que pretende descubrir na­da menos que un nuevo m u n d o , y ha presentado los p r o ­yectos á la c o r t e ; pero aunque ha fascinado á algunos, los mas le han l á s t ima por su desatino.

Poco se c o n t e n t ó Salvador de oír hablar con tan esca­so comedimiento de un hombre á quien sin saber por que tenia en mucho ; amen de que se le hacia d u i o de creer que la locura ejerciese t a m a ñ a super ior idad. Era su ca­r á c t e r naturalmente entusiasta, y so color de dar las g ra ­cias á C o l o n por su ayuda , pero en realidad para descor­rer algo del velo que le e n c u b r í a , e n c a m i n ó s e á su posa­da. Hay lazos secretos y s i m p a t í a s que ligan á las almas elevadas, y l«s r e ú n e n en un p u n t o , bien así como una m í s e r a luz atrae á dos mariposas que vuelan en distintas direcciones. Por otra parte Salvador hab ía cu l t ivado las ciencias entre los monges de San Mauro , y por una i n t e n ­ción pronta y feliz c o m p r e n d i ó los planes gigantescos del gran C r i s t o v a l : de modo q-ue el predominio del genio y el ascendienle de la r azón le caut ivaron al mismo t i e m ­po, con su s e d u c c i ó n i r res is t ib le . Desde entonces p r o h i j ó con ardor aquella idea milagrosa , y fue para «1 gran C o ­lon como un hermano ó como un h i jo .

En t re tanto a m a n e c i ó el dia venturoso de la rendí-

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2 4 0 S I ' M A N A I U O I M N T O I U ' S C O ÉS^ANOL.

clon de G r n m d a . F.ra cosa de ver la pompa y mngeslail de los reyes y sus lujos , las armas y el ai reo de los g ran­des, la tristeza de los moros , y el júb i lo colmado d é l o s crist ianos. E n t r ó el rey en el castil lo de la Alhambra se­guido de la flor de la c a b a l l e r í a e s p a ñ o l a , y d e s p u é s de iiecba o rac ión en acc ión de gracias, Fray Hernando de Ta­layera , Arzobispo electo de «que l la c i udad , puso la cruz arzobispal , que delante de si llevaba el de T o l e d o , en lo mas alto de la tor re p r inc ipa l y del homenage con el es­tandarte r e a l , y el de Santiago á los lados. Siguióse un alarido inmenso de a legr ía que llegaba á los cielos: todos los ojos estaban arrasados en l á g r i m a s , y los corazones p a r e c í a q u e r é r s e l e s salir del pecho á aquellos soldados va ­lerosos. V o l v i e r o n los reyes á sus reales d e s p u é s de r e c i ­b i r el parab'en y homenage del nuevo r e i n o , y aquella misma tarde entre los diversos premios que se r epa r t i e ­r o n , puso D . Fernando de su propia mano el h á b i t o de Calatrava á Salvador, y Doña Isabel le r e g a l ó una cadena de oro ; lisonjero g a l a r d ó n de su valeutia y denuedo.

No era cumpl ido sin embargo su gozo , porque los r e ­cuerdos que e n t e n e b r e c í a n su c o r a z ó n , casi cerraban el paso á la luz de esperanza y de gloria que des te l l í iban aquel dia las cumbres de la Sierra Nevada ; pero aun de este leve resplandor que le l legaba, pa rec í a ofenderse la suerte. Depart iendo estaba con Colon sobre el intentado v í age , cuando un correo que l l egó al rey de Ga l i c i a , le trajo la ú l t i m a carta de F ray Veremundo O i o r í o . L leno de t r i b u l a c i ó n n o t i c i á b a l e el anciano como hab ía descubierto el paradero de M a r í a , pero que mas se holgara de no ha­ber lo logrado j a m á s , pues que su t r i s te amante la hab ía perdido para s iempre, y deb ía rogar á Dios por el la . Des­de muy a t r á s se hab í a arraigado semejante idea en el á n i ­mo de Salvador, pero ta realidad desnuda y yerma a c a b ó de romper en su pecho un resorte que imaginaba ya que­brado , y c o r t ó el ú l t i m o h i lo que podía guiarle en el la • be i i u to de la vida. V i ó seca de repente la fuente del c o n ­suelo ; m i r ó en torno de sí y ha l lóse solo; b u s c ó el estruen­do de las batal las , y por donde quiera p a l p ó el silencio de la paz; nada encontraba finalmente donde saciar el a n ­sia de su alma calenturienta y desquiciada. C o l o n , que c o m p r e n d í a su amargura , le h a b l ó entonces de un viage por ten toso , de peligros y de h a z a ñ a s a l lá en el conf ín de la t i e r r a , de una gloria duradera mas que el inundo y que las edades; y la mente exaltada de Salvador gu ió sus alas hácia estos campos de luz que aquel grande hombre le mostraba.

D e s p u é s de m i l trabajos y penas salió por fin Cristo-val Colon del puer to de Palos de Moguer el dia 3 de agos to de 1492 , enderezando su rumbo hác ia Canarias, y aunque hasta allí pudo l levar sosegados los á n i m o s de su gente , su viage en adelante fue un tegido de sublevacio­nes y de pe l igros , en que á no haber contado con e l co­r a z ó n de Salvador , se hubiese hallado de todo pun to solo. La inmensidad de aquellos mares solitarios donde el ojo y el brazo del mismo Dios eran los uniros que pudiesen verlos y ampararlos, y la amistad de aquel hombre e x t r a o r » d i n a r i ü que caminaba al t r a v é s de los abismos en busca de una t ierra desconocida, der ramaron en el alma vacia y desconsolada de nuestro mozo un consuelo inefable y grande como su do lo r . Caminaban entre tanto, y su cami­no parec ía sin fin. Los á n i m o s mezquinos de aquella gen-te sin fé

e n c e n d i é r o n s e por ú l t i m o en tales t é r m i n o s , que ya n i la elocuencia y serenidad del a lmír . - in te , n i el de­nuedo de Salvador , p o d í a n impedir les que volviesen las proas hác ia E s p a ñ a . Colon en semejante ext remidad les p r o m e t i ó y j u r ó de hacerlo así con ta l que á los tres diíts no encontrasen t i e r r a ; pero apenas los conjurados 1c de­jaron solo cou su ún ico amigo, cuando desatinado y alzan­

do los ojns y las manos al c ic lo , e x c l a m ó con el acento de la (tese p u r a c í n n — ¡ O h Dios m í o , Dios m í o ! ¿ M e vedareis como á Moisés la entrada en la t ierra p r o m c i í d a , á mí que nunca he dudado de vuestra grandeza, á mí que no he tenido mas consuelo en mis t i ibulaciones que una idea de gloria para vos y para mis hermanos? ¡ O h Dios m í o , Dios m i ó ! — S a l v a d o r fuera de sí se vo lv ía y r e v o l ­vía á todas par tes , como si pidiese ausilio al espacio y al s i lencio , cuando de repente y con el r o s t i ó inflamada Bs ióde l brazo al a lmi r an t e , y le m o s t r ó una bandada de p á j a r o s que b a t í a n sus alas h á : í a e l l o s . — V e d l a s , le dijo con entusiasmo: ved las palomas del arca santa! Dios os las e n v í a sin n ú m e r o cuando á N o é vino una sola. —Eran en efecto todas avecillas de poco v u e l o , claro indicia de t i e r ra cercana: pero aquel plazo fatal de los tres días era como la espada de Damocles para el desolado Colon .

Aquel la misma noche á cosa de las diez velaban ambos amigos en el cast i l lo de popa, cuando l l a m ó el a lmirante la a t e n c i ó n de Salvador s e ñ a l á n d o l e una luz como de an­torcha que á lo lejos re lumbraba . Subia el resplandor, bajaba y escondíase como si lo llevase una persona en la mano , y los dos lo observaban pa lp i tando , hasta que Co­lon e x c l a m ó con voz de t r ueno : — E l Nuevo M u n d o ! E l Nuevo M u n d o ! He aquí que las tinieblas c u b r í a n su faz, y yo lo he sacado de las t inieblas! Yo soy el e sp í r i t u de Dios que era llevado sobre las aguas! — A l decir esto cen­telleaban sus ojos de tal modo y estaba tan sub l ime , que Salvador c a y ó invo lun ta r iamente de rodil las delante de aquel h o m b r e exclamando t a m b i é n : — S í , c a p i t á n , sois grande como el e sp í r i t u del S e ñ o r que cabalgaba en el t o r b e l l i n o . — A v e r g o n z ó s e Colon entonces de aquel m o ­vimiento de o r g u l l o , y dijo alzando á S a l v a d o r : — N u n c a el vaso de barro se l e v a n t a r á contra el alfaharero que lo f o r m ó : del Señor es la redondez del orbe y la p l e n i t u d del m a r , y nosotros no somos sino gusanos delante de é l , ~ A b r a z á r o n s e en aquel punto los dos amigos, y largo rato estuvieron asi sin hablar palabra. Dos horas d e s p u é s ya las tr ipulaciones cantaban el Te Deum en a c c i ó n de gracias.

L a t ierra que vieron al amanecer era la isla de G u a -n a h a n í , á quien Colon puso por nombre San Salvador, tanto en memoria del Dios que le habia salvado, como de su generoso c o m p a ñ e r o . T o m a r o n t ierra en seguida en medio de los i s leños asombrados, y Colon p l a n t ó e l es­tandarte real y la cruz entre las aclamaciones de los suyos, que entonces le edorsban como á un Dios. Aquel los sal-vages p a r e c í a n de cond ic ión blanda y pacífica , y Salvador se i n t e r n ó en la isla , porque su c o r a z ó n necesitaba l a t i r i solas. Ostentaba aquella t ie r ra todas las galas de la v i r g i ­nidad y de la j u v e n t u d : sus p á j a r o s , sus á r b o l e s , sus ( lo ­res , todo era nuevo y milagroso: sus arroyos c o r r í a n mas dulcemente que los pensamientos de una n iña de q u i n ­ce años : era aquello la p r i m e r sonrisa de la naturaleza, lía s u e ñ o de esperanza, de amor y de ven tu ra . Todos los pensamientos de su vida pssada a g o l p á r o n s e entonces de t ropel á la memoria do Sa lvador , c o r r i ó de sus ojos l a r ­ga vena de l l a n t o , y con el pecho hinchado de sollozos e x c l a m ó : — M a r í a ! M u í a mia ! ¿ P o r q u é no nacimos los dos en este pa ra í so , lejos de los poderosos de la tierra? Nuestras horas se des l i za r í an como estos cristalinos a r ro ­yos , é i r í a m o s á dar en el O c é a n o del sepulcro con toda nuestra fulícidaH d inocencia. Angel de luz que es tás j a u ­to al t rono de Dios! I l é m e aqui solo y errante en esl is playas apartadas, el c o r a z ó n sin amor y el a l m a s iJ teSpfl" ranza! ¡ O h Mar ía , M a r í c ! — M u r m u r ó en voz mas ba j i y se s e n t ó l lorando en la soledad con i tu ler ib le amargura . Recobróse ! por (in al cabo de una buena piezo, y e n j u g á n ­dose las l á g r i m a s fas á r e u n i ' se con sus c o m p a í i e r o s y con

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SEMANARIO PINTOBESCO ESPAÑOL, 2 1 7

Crisloval C o l o n , de quimi no se s e p a r ó Iwtsla su c a l á s l r o -fe bien conocida de lodos. Sabido es que los gr i l los y una seulencia de muerte fueron el galaidou de sus servicios, Y auoque el rey le rec ib ió con d i s t inc ión d e s p u é s , y se enojó por d e m á s de la barbarie del juez Bobadilla , n i cas­tigó á este n i d e v o l v i ó á Colon sus honores y p r e r o -

galivas. . • j i i i Salvador p e n s ó entonces en la justicia de los hombres

y en las mentirosas glorias del m u n d o : la h ié l que por tanto t iempo habia ido filtrando en su c o r a z ó n se derra­mó de él y e m p o n z o ñ o su alma. V i ó agostada aquella r i ­qu í s ima cosecha de fama y de honor que habia soñado ; se son r ió amargamente y e x c l a m ó meneando la cabeza: ¡ « V a ­nidad de vanidades y todo ts vanidad! » V o l v i ó entonces su c o r a z ó n al padre de las miser icordias , y diciendo un á Dios eterno al desgraciado C o l o n , t o m ó el camino de San Mauro de V i l l a r r a u d o , resuelto á aguardar la muer te bajo sus b ó v e d a s silenciosas.

ENRIQUE G I L .

C R I T I C A L I T E R A R I A -

S E 9 . R A M O M C A M P O A B I O B . ( i ) .

scasas Como son hoy las ocasiones de s í n -^ j cero encomio , que se le ofrecen al escr i -

f«< tor imparc ia l y desapasionado, aprove-ehamos gustosos esta que se nos presenta de hacer j u s t i ­cia al talento de uno de los j ó v e n e s mas aprovechados de nuestros dias, y de l lamar la a t e n c i ó n del p ú b l i c o , que asaz perezoso y soño l i en to , ha siempre menester del acicate de la c r í t i c a para fijar su d e s d e ñ o s a vista sobre ei que descuella r i co en obras y en p o r v e n i r , en ese tan d i ­fícil como anchuroso campo de la l i t e ra tu ra .

Hay una circunstancia que de por si a b ó n a l a s poe­sías del Sr. Campoamor ; que una c o r p o r a c i ó n , un in s ­t i tu to a r t í s t i c o y l i t e ra r io las haya impreso de su cuen­ta , dando asi p r i n c i p i o á la positiva p r o t e c c i ó n que ha de dispensar en adelante al saber y al gen io , c o n t r i b u ­yendo á la difusión de las obras que sean dignas de es­ta honra. F á l t a n o s ahora averiguar si la del j ó v e n poeta, objeto del presente a r t í c u l o , es digna de la prelaciou que h * obtenido, y si el Liceo ha andado cuerdo en dar p r i n ­cipio á su loable empresa, por el tomo que á la vista t e ­nemos. Corolario indispensable ha de ser del favorable fallo que arr iba emi t imos , la a p r o b a c i ó n del pensamiento p r á c t i c o de aquel i n s t i t u to .

Abramos ahora el l i b r o al acaso y leamos la p á g i n a que se nos presente. Tiene por t í tu lo la c o m p o s i c i ó n en que hemos tropezado L a guirnalda , y es un f an tá s t i co en­sueño del poeta que cree ver á aquella suspendida de los nires, y aguardando á que la i m n o de una hermosa se la ciña blandamente á sus sienes. G ó z a s e con in fan t i l placer describiendo ora las oscilaciones de la floridi cadena, ora pensando quien s e r á la fortunada v i rgen que para si la logre:

Palma del mejor modelo «era esa guirn.ilda l ienuosa, que al a!ie ondea graciosa mintiendo el iris del Cielo. Listadas do azul y gualda

( l ) Un tomo en 8.° V é n d e s e en la p o n e r í a del Liceo.

sus bc lU» llores (jtoUrODI jamás las p i j a » i( K¡crOn U p c c R r i n a Run nald...

v e d las •• '"r"li"7r;;»-: ' , ¡ c o m o vacando la mecen! l e d ¡que conformes ,.areceh entre los lirios las rosas!

¡nómhi»! U * ^ I W i i M f e H * * * •: • •

Y cuan gallardas las llores d a n , con gentil movimienlo, capullos y hojas al viento, frescura , esencia y colores! S i alguna entre tanta bella, aspira al don soberano, levante airosa la mano y cifia su sien con ella. M a j cuide no se la cií ía sin ser de beldad modelo, pues p a g a r á , vive el Cie lo , su inadvertencia de n i ñ a . Y fresca y suave y pura sobre los aires flotando, desde hoy la dejo esperando la R e i n a de la hermosura.

Quien asi sueña gratamente , quien tan bellos del i i ios a l imen ta , ese no debe haber perdido ninguna de las i l u ­siones de la infancia , nada de ese r ico tesoro que un dia y o t ro van mermando , hasta quedar como uu tr is te r e ­cuerdo que mart i r iza al alma , porque manifiesta cuanto es amarga la realidad d e s p u é s de las dulces fan tas ías que con nosotros crecieron en la cuna.

Nada hay de escepticismo en las frescas composic io­nes de Campoamor: su alma henchida de fe y de pureza, solo ve las rosas del m u n d o , porque aun no ha sentido sus espinas j mecido asi por las h a h g ü e ñ a s esperanzas que engendra, canta el inc ie r to vuelo de la mariposa, y e l afán de la n i ñ a , que i m á g e n del hombre corr iendo en pos de la f e l i c idad , se afana ganosa de coger el matizado i n ­secto: a q u í el poeta es filósofo, tal vez por i n s t i n t o , y donde no vió mas que la vana por f í a de una n i ñ a , hal la el pensador un punto de graves y amarga-s meditaciones.

Y tiernas flores hollando, y frescas auras batiendo , la niña sigue corriendo, la mariposa volando.

Corona este pensamiento final el de toda la compos i ­c i ó n , y termina dignamente aquella delicada alegoi í a , que presenta dos faces, no menos bella la una que la o t r a ; la apariencia y el f o n d o , la idea y el d e s e m p e ñ o ; que igualmente honran al filósofo que al poeta. C r é a s e este en sus del i r ios un mundo á la vez ideal y pos i t i vo , que tiene de lo p r imero la forma y de j o segundo la espresion; en cada f l o r , en cada a r r o y o , en cada onda levís ima y t ransparente , halla m i l gratas i m á g e n e s , que con eenlido acento, con suave franqueza, describe ligera y minuc io ­samente. N u t v o rey de A r c a d i a , posee verjeles, y p r a ­deras y dilatados bosques; en ellos no moran ya las pas­toras de o t ro t iempo: en ellos no suena ya la flauta amoro­sa de F i l eno , n i la z a m p o ñ a rús t i ca (!e B a t i l o ; si el teatro es el m i smo , los actores lian cambiado de trage y de nom­bre , que e s t r a ñ o anacronismo fuera pintarnos al blondo y amoroso pastor apacentando su r e b a ñ o , cuando otra tan diferente realidad tenemos. N o ; hoy el poeta no vti esas que podemos l lamar visiones; hoy nos cuenta á nosotros, torpes y d e s c r e í d o s cortesanos , los placeres y la poesía de la naturaleza , que es do suyo sobrado magnifica para necesitar de actores humanos, y sonlo de ella los rios, las á u r a s , las flores, los insectos, las aves, las marav i l l a» todas de >• c r e a c i ó n , j Y como al escuchar todas eajs bel 'c-