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OURENSE XI SEMANA DE LA FAMILIA FAMILIA EVANGELIZADA, FAMILIA EVANGELIZADORA. 31 DE MARZO AL 6 DE ABRIL DE 2014

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OURENSE XI SEMANA DE LA

FAMILIA

FAMILIA EVANGELIZADA,

FAMILIA EVANGELIZADORA.

31 DE MARZO AL 6 DE ABRIL DE 2014

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Semana de la Familia 2014-Delegación de Pastoral Familiar-Diócesis de Ourense

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XI SEMANA DE LA FAMILIA 2014

FAMILIA EVANGELIZADA,

FAMILIA EVANGELIZADORA

I PARTE: FAMILIA EVANGELIZADA.

1. Despiertos o dormidos.

2. Necesidad de hacer experiencia de Dios. Nadie da lo que no tiene.

Caminos para relacionarme con Dios.

o Oración.

o Eucaristía.

o La escucha atenta de la Palabra.

3. Vivir según el evangelio.

El camino de las bienaventuranzas.

II PARTE: FAMILIA EVANGELIZADORA.

1. ¿Qué es evangelizar?

2. Sentido profundo del anuncio, desde la perspectiva cristiana: el anuncio del

Reino.

3. ¿Cómo se concreta la evangelización en familia?

¿Cómo se anuncia a Dios en familia?

o Por el testimonio.

o Por la proclamación de la Palabra.

o Acompañando a mis familiares a su encuentro con

Dios.

o Mediante signos salvíficos con otros.

4. Mar adentro.

5. Nuestra experiencia comunitaria en los ENS.

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ORACIÓN

Dios,

No sé dónde estás.

Sé que estás en todas partes,

pero yo no te he visto nunca.

Dios,

a fuerza de buscarte,

he encontrado personas

que te buscan también.

Ellas no han querido decirme

dónde estás oculto,

pero han expresado

una gran ternura por mí.

Entonces me pregunté:

¿No será que Dios vive

en esa ternura?

En seguida, como ellos,

he tratado de expresar

la misma ternura

a aquellos que he encontrado…

BENOIT MARCHON

“Poemas para orar”

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DELEGACIÓN DE PASTORAL FAMILIAR

SEMANA DE LA FAMILIA

FAMILIA EVANGELIZADA

1. DESPIERTOS O DORMIDOS

Lectura del texto de Mt 25, 1ss.

Tanto el cristianismo como las religiones orientales afirman que hay dos modos de

vivir: despiertos o dormidos. Por supuesto, no se refiere a estar en vigilia o con

somnolencia, que son meros procesos biológicos y cerebrales. Se trata de vivir

espiritualmente dormidos o despiertos.

Vivimos dormidos cuando en todo momento no tenemos conciencia de quienes

somos, de cuál es nuestra misión en la vida, de quiénes estamos llamados a ser.

Vivimos dormidos cuando vivimos tan inmersos en el día a día, en el trabajo, en

las pequeñas preocupaciones, en nuestras compras, viajes, casas, comidas, problemas, que

no pensamos en nada más, como si esto fuera todo en la vida. Vivimos entonces desde las

cosas de este mundo, como si no hubiese más. Por supuesto, puede que incluso vayamos a

Misa o hagamos algún rezo de vez en cuando, pero el corazón lo tenemos en lo cotidiano:

en la salud, en el trabajo, en las preocupaciones, en las tareas, en los proyectos, en las

compras, en las posesiones, en la carrera profesional….

Imaginemos ahora que nos descubren un cáncer, un cáncer muy avanzado que

no ha dado señales hasta hace poco, y que ahora es ya tarde para curar. Imaginemos que

nos queda muy poco tiempo de vida. Cuando ocurre esto o algo parecido, y nos podría

ocurrir a cualquiera, entonces las personas solemos reaccionar y, pasado el susto,

comenzamos a poner todo en su sitio, a ver con claridad lo que realmente es

importante, lo que merecía la pena. Descubrimos entonces que lo importante es el amor a

los demás, la familia, los amigos, la fe que recibimos de pequeños…. En estas

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circunstancias, las personas despiertan, y valoran lo que realmente es importante. Por eso,

en estas circunstancias, las personas vuelven a Dios.

Lo que proponemos ahora es un tiempo de reflexión para despertar, para

tratar de volver, en nuestra familia, a sus raíces religiosas, a sus fundamentos espirituales, a

poner a Dios de nuevo en el lugar central de nuestra vida y nuestra familia, a recuperar la

alegría de vivir la fe cristiana y de transmitirla en familia y desde la familia.

Ha llegado el tiempo de despertar.

2. NECESIDAD DE HACER EXPERIENCIA DE DIOS: NADIE DA LO

QUE NO TIENE.

Para despertar, es necesario recuperar la experiencia de Dios. ¿Cómo?1

El cristianismo no es una fórmula. No son dogmas. No consiste en ritos. Lo que

hay que vivir, lo que hay que creer, lo que hay que hacer, es muy sencillo. Todo se concreta

en un nombre: Cristo. Los ritos no llenan el corazón. Aprender dogmas no entusiasma una

vida.

Lo que nos ilumina, ilusiona, acompaña en el dolor, abre perspectivas y llena

el corazón es la experiencia de Dios.

Pero si uno de nosotros se decide a vivir como cristiano en realidad no tiene que

hacer nada, salvo dejar que Dios haga en él. Para ello, hay que exponerse a Dios,

escuchar a Dios, dejarse en manos de Dios. Es Dios quien hace todas las cosas nuevas

en nuestra vida y en la de nuestra familia. Del mismo modo que si quiero ponerme

moreno en verano no tengo que hacer nada salvo ponerme al sol, y ya se encarga en

curtirme, si deseo ser cristiano no tengo más que exponerme al Sol de Cristo. Por tanto, la

única tarea será la de conocerle y amarle, tratar con él, tratando de vivir a su estilo

tanto personalmente como comunitariamente.

Quizás lo que nos impide dar el paso de hacernos amigos de Cristo, es que estamos

llenos de prejuicios, de venenos: que si la Iglesia tal, que si los sacerdotes cual, que si

aquel hizo, que si aquel otro dijo… Pero hasta que no entienda la debilidad de todo

1 Se puede preguntar a la gente cómo piensan ellos que se puede tener experiencia de Dios

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hombre (empezando por la mía), que todos somos pecadores y que la Iglesia de Cristo no

está hecha para los justos sino para los pecadores, que por eso podemos estar nosotros en

la Iglesia y que la clave para ser cristiano no es ser puro y perfecto sino mi encuentro

personal con Cristo, no me habré puesto en camino. No valen excusas: a lo que estoy

invitado es a vivir mi vida contando con Dios, desde Dios, desde Cristo.

Esta experiencia es apasionante, porque transforma la vida y la de mi

familia. En cuanto doy los primeros pasos queriendo vincular mi vida a Cristo, me doy

cuenta de que Él ya estaba ahí desde siempre, desde el comienzo. Y descubro que mi vida,

la de mi matrimonio y la de mi familia, tiene mucho que ver con la suya. Todo comienza a

tener más sentido y a comprenderse mejor con Él y desde Él. Y también comienzo pronto

a entender que mi tarea como padre y esposo, como madre y esposa, como abuelo y

abuela, se entiende mejor y es más posible desde mi relación con Dios.

El problema es que quizás no sabemos bien o no tenemos claro qué hacer para

establecer esa relación con Dios, para contar con Dios más en mi vida, para que Cristo

haga en mí y en mi familia todo nuevo.

¿Pero cómo hacer para vivir bien la fe? ¿Qué libros hay que estudiar? ¿Cuáles

son las técnicas que hay que seguir? ¿Cuál es la pedagogía apropiada que hay que aplicar?

¿Cómo vivirlo si algunos a nuestro alrededor no lo viven e, incluso, se burlan de ello?

¿Cómo vencer el pudor o el miedo de anunciar la fe?

De nuevo decimos que no hay que preocuparse de todo ello, pues conseguir la

relación con Dios y la valentía para anunciar el Evangelio no dependen de las propias

capacidades, de saber más o menos, de tener o no buenas técnicas. No depende tampoco

de lo bueno que sea uno, de su propio grado de santidad o de cercanía a Dios (¡que sólo

Dios conoce!). No depende del propio historial o del currículum. Sólo depende de cuál es

mi relación con Cristo, de cómo cuento con Él en mi vida, pues sin Él no puedo

hacer nada, y con Él lo puedo todo.

Se trata de que Dios, hoy, aquí y ahora, está llamando a mi puerta. Sólo

tengo que abrirle las puertas de mi vida. Sólo hay que abrir las puertas de la propia vida

a Cristo. Lo nuestro es buscar el Reino, y lo demás se nos da por añadidura. Sólo hace falta

creerlo de verdad. ¿Lo creo? Si lo creo, no tengo más que tratar de relacionarme con Cristo.

¿De qué modo concreto?

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Proponemos ahora tres caminos:

a. Oración

Una primera manera de encontrarse con Cristo, de modo real, es en la oración.

Claro que no es lo mismo rezar que orar. Rezar, en el sentido de decir oraciones hechas,

fórmulas aprendidas de pequeño, puede ser camino hacia la oración. Pero también puede

ser un estéril ejercicio vacío de repetición de fórmulas que no salen del corazón ni se

dirigen realmente a Dios. La oración propiamente dicha es dirigirse a Dios, hablarle y

escucharle. Es pedirle, alabarle, agradecerle, pero también estar atentos a lo que Él nos

quiera comunicar, a lo que quiere de nuestra vida.

¿Cómo orar? No hay otro camino para aprender que dedicando tiempo a la oración,

‘perdiendo el tiempo’ cada día ante Dios. Él es quien nos irá enseñando. A hacer oración

nadie puede enseñar, salvo Cristo. Pero se puede aprender. Cuando los primeros discípulos

de Cristo le pidieron que les enseñase a hacer oración, pronunció la oración del Padre

nuestro. No se lo enseñó como fórmula, sino como camino de oración, como modo de

hacer oración: llamar y experimentar a Dios como Padre, orar como miembro de una

comunidad, orar alabando a Dios por su grandeza y santidad, orar deseando que el Reino

venga a nosotros (que es tanto como pedirle que Cristo mismo reine en nuestra vida),

desear que sea su voluntad y no la nuestra la que rija nuestra vida, orar pidiendo que nos de

lo necesario (para nuestro crecimiento espiritual y para nuestro sustento material), orar

pidiendo perdón por los obstáculos que ponemos para su acción en nosotros, orar

pidiendo fuerza para no alejarnos de Él y para que nos libre del mal. Hagamos un

momento de silencio para caer en la cuenta de todo esto.

En todo caso, la oración supone dedicar un tiempo a Dios, en silencio, tomando

conciencia de su presencia, de que está aquí y de que me ama con locura, de que quiere lo

mejor para mí y que me acompaña en el camino. Entonces brotarán en mí unas veces

peticiones, otras alabanza, otras oración de gratitud por todo lo bueno que me da cada día,

otras adoración, otras quedaré absorto por lo que descubro, otras simplemente me quedaré

a la escucha. Quien entra por este camino, pronto descubre que Dios le habla con diversas

voces y diversos medios, que Dios se muestra en diversa maneras, como Dios cercano,

amoroso, misericordioso, como Padre. La oración se convierte entonces en diálogo, en

relación.

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Todo esto, a quien no tenga la experiencia de la oración, le puede sonar raro.

Incluso puede que piense que esto no es para él. Pero la oración es para todos. Todos

tenemos necesidad de contacto y experiencia de Dios para ser nosotros mismos. Quien no

lo ha experimentado, no lo sabe. Pero quien se haya lanzado a hacer la experiencia, habrá

descubierto su necesidad cada día. No se trata de una ‘obligación’, sino de una experiencia

personal y esencial para el propio crecimiento. Y una experiencia que marca a quienes la

tenemos, porque te transforma la vida. La oración abre la propia vida a Dios y orienta en la

vida. Y una vez que nosotros experimentemos las maravillas de la oración, ¿Cómo no

vamos a orar en familia? ¿Cómo no vamos a aconsejarlo a los hijos? ¿Cómo no vamos a

hacerlo con ellos?

b. Eucaristía

Si en la oración se tiene la posibilidad de un verdadero encuentro con Dios, de

modo eminente ocurre esto en la Eucaristía, pues la presencia de Cristo en ella es

físicamente real. La presencia real de Cristo en la Eucaristía hace que sea el eje central de la

vida cristiana y el culmen en la vida de la Iglesia.

Por supuesto, es un misterio cómo Cristo se nos da a sí mismo en la Eucaristía.

Pero que su presencia es real y que transforma, sana y fortalece personalmente a quien

comulga con frecuencia es una constatación empírica.

Es conocido aquel pasaje del Evangelio de san Lucas (8, 40-48) en el que una mujer

enferma, al saber que venía Jesús en persona, se dijo que si tan sólo pudiese tocarle, creía

que quedaría sana. Por ello, a pesar de su debilidad y enfermedad, se abrió paso en medio

de la multitud que rodeaba a Cristo, y logró tocarle el manto. En este momento, quedó

curada y confortada. Del mismo modo, muchas personas que acuden a psicólogos,

médicos, amigos y consejeros para curar sus males o para aliviar sus dolores físicos,

psíquicos o morales, si tuviesen la posibilidad de encontrarse directamente con Cristo no

dudarían en acercarse a Él sabiendo que tiene la posibilidad de toda sanación. Pues esta

posibilidad existe y se da en la Eucaristía. Sólo hace falta creer. Pero la presencia de Cristo

es totalmente real, y podemos no sólo tocarlo sino hacerlo nuestro físicamente. Pruébenlo.

Y, si es posible, que muchas veces es, no sólo los domingos.

Pero más allá de nuestras necesidades psicofísicas, el encuentro con Cristo en la

Eucaristía responde a la necesidad que todos tenemos de contar con Dios en nuestra vida,

Dios cercano y amoroso, que nos acompañe en nuestro camino. El camino diario del padre

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y madre, de abuelo y abuela, es duro, exigente, desgastante. Por eso, en la Eucaristía,

encontrará todo el apoyo, el impulso, el descanso. Cristo mismo fue claro en el Evangelio:

“Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Tampoco ser buen padre y madre cristianos.

Si yo hago experiencia de este encuentro con Cristo en la Eucaristía, podré luego

invitar a mi familia a hacerlo. Y, mejor, a hacerlo juntos, a ir juntos a Misa. Y si tenemos

una celebración familiar, comenzar con una Misa a la que vamos todos. La Misa no puede

ser algo secundario o accesorio, sino el centro del domingo. Recuperemos la celebración

del domingo en familia.

c. La escucha atenta de la Palabra

En la Eucaristía y en la oración tenemos acceso real a Dios. Y lo que es mejor,

dejamos que Él tenga acceso a nosotros. Porque lo decisivo no es lo que yo tengo para Él,

sino lo que Él tiene para mí. Por eso resulta esencial escucharle. La oración que reza todo

judío piadoso, comienza así: “Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno

solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas

tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón, se las repetirás a tus

hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado…” (Dt

6,4ss.).

Pero ¿qué es escuchar? Escuchar es prestar atención a lo que Dios me quiere decir

cada día (pues siempre tiene un mensaje para mí en cada momento. Y de modo especial,

podemos escuchar lo que nos quiere decir hoy si abrimos el Evangelio, si escuchamos su

Palabra. Ahí vamos a encontrar claves concretas para nuestra vida individual, como

matrimonio, como padres, como abuelos… Nos encontraremos a Cristo mismo que nos

habla y acompaña en nuestro camino.

Cuando el padre y madre de familia escucha la Palabra con asiduidad (¡diariamente

sería lo ideal!) y la guarda en sí, haciéndola suya, rumiándola, aprendiéndola, aplicándola en

la vida cotidiana, tiene toda la fuerza para, con su vida, con su testimonio –y también, a

veces, con su palabra-, anunciar a los hijos (y a los vecinos y amigos) la misma Palabra.

Esto supone una nueva manera de vivir la vida, con más intensidad, con más felicidad, con

más sentido. Y a través del Evangelio conoceremos una nueva manera de vivir las

relaciones matrimoniales, con los hijos, con los abuelos. Leyendo el Evangelio

aprenderemos, por ejemplo2:

2 Leer alguno de estos pasajes directamente en el Evangelio, para que vean de dónde salen

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- Que el perdón y la mansedumbre en el trato con los hijos y el cónyuge dan

óptimos resultados (cfr. Mt 5, 5).

- Que nunca hay que etiquetar ni condenar a los hijos por lo que hacen o dicen,

sino esperar siempre lo mejor de ellos (cfr. Mt 5, 32; 7,1), incluso queriéndoles

cuando su actitud con nosotros sea agresiva o desagradable (Mt 5, 38-48).

- Que en educación no hay que perderse en lo accesorio sino buscar lo

fundamental para la persona (Mt 6, 25ss.).

- Que la presencia de Cristo tiene capacidad sanadora de los sufrimientos y

dolencias de sus alumnos (cfr. Mt 10, 7ss).

- Que en los momentos de tensión, en Cristo se encuentra un descanso real y

remedio para los agobios y dificultades (cfr. Mt 11, 28ss).

- Que debemos tener siempre una actitud de confianza en Dios en medio de las

dificultades y de las tempestades de la vida (Lc 8, 22ss).

Si esto vale para nuestra vida, será bueno acudir al Evangelio para saber cómo

afrontar los problemas nuestros y para tener sabiduría para acompañar el de nuestros hijos.

El Evangelio siempre tiene que estar presente en nuestra boca, en nuestra inteligencia y en

nuestro corazón. Y sería un buen signo de ello si tenemos el Evangelio o la Biblia, abiertos,

expuesto en casa, sobre un atril, en lugar destacado.

Haciendo experiencia de Cristo en la oración, en la Eucaristía y en la Palabra, siento

la necesidad de vivirlo con otros, de anunciarlo a otros, porque es algo revolucionario, algo

que cambiar nuestra vida: Dios tiene la capacidad de cambiar nuestra vida, de hacerla más

feliz y plena, si nos dejamos. Anunciar esto es Evangelización. Y empieza por la propia

casa, por la propia familia. El resultado es una familia nueva y alegre.

3. VIVIR SEGÚN EL EVANGELIO

Vivir como cristianos comienza por una experiencia de Dios en familia. Pero luego

esta experiencia de Dios lleva, por coherencia, a un estilo de vida. Ser cristianos no consiste

en ‘estar apuntados a un grupo’, no es tener carnet de cristianos. Se trata de un estilo de

vida que realiza en la práctica aquello que creemos y experimentamos. Se trata de mostrar

en nosotros mismos aquello que creemos, con nuestra vida, nuestras actitudes y nuestra palabra.

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Ser cristianos, en familia, supone una forma de vivir según el Evangelio, y en muchas

ocasiones, con palabras que dar razón ante los demás de aquello que vivimos. Se trata de llevar nuestra

vida cristiana al día a día, lo cual no equivale a cargarnos de ritos sino a vivir un nuevo

estilo de vida, en el cual, explícitamente, se hace presente Cristo. Para que sea posible este

nuevo estilo de vida, Cristo tiene que estar presente cada día en nuestra vida personal,

matrimonial y familiar. Sólo así podremos hablar de lo que vivimos.

¿Se trata de hacer muchas cosas? No: ser cristiano es muy sencillo. Lo difícil es ser

sencillo. Se trata de leer el Evangelio y tratar de vivir con mi esposa, con mi esposo, con

mis hijos, con mis padres, según el estilo, las actitudes y las enseñanzas de Jesús. El

Evangelio está plagado de indicaciones muy concretas. Veamos algunas3:

Así, en familia trataremos a los demás sin juzgarles 4; atenderemos especialmente a los

más pequeños y necesitados5; perdonaremos siempre6; seremos condescendiente con todos y

corregiremos con dulzura7; seremos pacíficos, amables y afables8; controlaremos nuestra

lengua9, cumpliremos nuestras promesas10, amaremos a todos, incluso cuando nos hayan

hecho mal11; viviremos intensamente el momento presente sin angustiarnos por lo material12,

estaremos serenamente confiados a Dios13; de nuestra boca no saldrán malas palabras, sino

que será buena nuestro hablar, constructivo y oportuno. No nos dejaremos llevar por

rencores, enfados, cólera, voces ni insultos. Antes bien, seremos serviciales y compasivos14;

3 Es bueno leerlas directamente del Evangelio, llevándolo preparado, para que se vea que salen de allí.

4Cfr. Mt 5,21-26; 7, 1-6

5 Cfr. Mt 9, 6-14

6 Cfr. Mt 18, 21-35

7 Cfr. 2 Tim 2, 24- 25

8 Cfr. Tito 3, 2

9 Cfr. Sant 3,1-12

10 Cfr. Mt 5, 33-37

11 Cfr. Mt 5,43-48

12 Cfr. Mt 6, 25-33; 19, 16-30

13 Cfr. Mt 6, 7-12; 8, 23-27

14 Cfr. Ef.4, 29-32

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estaremos siempre alegres15; haremos del amor la norma de nuestra vida16… Y si siguiésemos

leyendo el Evangelio, encontraríamos en cada página claves para vivir nuestra tarea docente

desde esta nueva perspectiva.

Repasemos en qué ocasiones podremos vivir esto con nuestros hijos, con nuestros

esposos… ¡Cada día!

Pero, además, el Evangelio propone unas actitudes generales, propia de los

cristianos, un camino para vivir como auténticos cristianos y, además, un camino infalible

para llevar una vida feliz: el camino de las bienaventuranzas.

Las bienaventuranzas son los caminos de felicidad que Cristo no enseña a las

familias y a todo cristiano. Lo que se nos propone vivir en las bienaventuranzas es algo

paradójico, contrario al sentir del mundo. Supone una auténtica ‘inversión de valores’

respecto de lo que propone nuestro mundo, algo revolucionario. ¿Nos atreveremos a

vivirlas? Está en juego nuestra felicidad y la de nuestra familia. Vamos a analizar una por

una para ver qué nos aporta a nuestro estilo de vida familiar.

1. La primera bienaventuranza: Felices los pobres en el espíritu porque suyo es

el Reino de los Cielos.

La primera bienaventuranza se sitúa frontalmente frente a un rasgo muy definidor de

este mundo: frente a la lógica del éxito, del ‘escalafón’, de ser ‘importante’. Consiste este

camino en reconocer la propia menesterosidad y abrirse a Dios para que le ayude. El que se

descubre menesteroso pide ayuda y la brinda. ¿Qué enseñamos a nuestros hijos?

¿Enseñamos que lo más importante en la vida es lograr éxito en el estudio, en el trabajo, en

el dinero? ¿O les enseñamos que, lo importante es la fe, vivir los valores humanos, vivir

como personas, con rectitud ética y amando a los demás? ¿Dónde ponemos el acento?

Acorde con esta bienaventuranza es no poner el acento, en la vida familiar, en el

tener. ¿Nos atrevemos a decir ‘adios’ a lo que nos ata, a todo el exceso de cosas que

tenemos? Cuando vivimos con exceso de cosas, nos adormecemos en nuestros bienes:

15

Cfr. Flp4,4

16 Cfr. Ef.5,2

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salud, bienestar, alta renta, éxito. El exceso de pertenencias adormece. Nos creemos

propietarios y nos identificamos con ello. Quizás a nuestros hijos les hemos regalado

demasiadas cosas, tienen demasiados aparatos tecnológicos, demasiada ropa, demasiados

juguetes… ¿Creemos que esto ha sido bueno para ellos? ¿Los ha hecho más libres?

Pero cuando la bienaventuranza habla de los pobres, se refiere a la pobreza material

pero también a los humildes, a los que confían en Dios no sólo en sí mismos. Y a esto

también hemos de educar a nuestros hijos: a sabernos en manos de Dios, a no presentarnos

ante Él exigiendo, como si fuésemos socios en pie de igualdad, reclamando la

compensación correspondiente a nuestra Misa del domingo. Al revés, es necesario aprender

en familia que debemos aceptar con sencillez lo que Dios nos da.

Por tanto, no hay contradicción entre las expresiones ‘pobres de espíritu ‘los

‘pobres’. En todo caso, nunca se trata sólo del fenómeno material de la carencia, pues la

pobreza en sí no salva. Pero tampoco se trata de una actitud meramente espiritual.

Tampoco todos están llamados a una renuncia total. Pero, en todo caso, la sencillez y la

austeridad son necesarias como signo, para despertar la conciencia según la cual poseer es

un servicio. Sólo desde la renuncia personal cabe la justicia social. Si en familia no

centramos nuestros esfuerzos en lo material, viviremos más libres, más humanos, más

felices.

Difícilmente el rico, el saciado, el que ríe, aquel de quien todos hablan bien (Lc 6,

24-26) puede descubrirse necesitado. Quien está absorbido por sus cosas, difícilmente se

descubre necesitado de Dios. En estos casos, el ser humano queda atado a lo provisional, a

lo aparente, a lo menos valioso.

2. Segunda bienaventuranza: Dichosos los afligidos porque ellos serán

consolados.

Esta bienaventuranza se sitúa frontalmente frente a la lógica hedónica y anestésica,

frente a la pretensión de huir siempre del dolor, del cansancio, del esfuerzo, del sacrificio.

Se sitúa frente a la pretensión de huir de los dolores de la vida cuando son inevitables.

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Hay que acompañar a nuestros hijos y a nuestro esposo o esposa en el dolor. El

dolor que nos toca vivir en la vida hay que acogerlo no como un problema sino como un

misterio. Pero un misterio que me llama a afrontarlo. La cuestión no es ¿por qué tengo que

sufrir? Sino ¿qué hago con el sufrimiento? (con el propio o con el del otro que sufre a mi

lado). En todo caso, el dolor me descubre quién soy. Por eso hay que acogerlo y vivirlo con

esperanza. En familia nos acompañamos en la experiencia del dolor, nos apoyamos unos a

otros, nos consolamos mutuamente.

La aflicción de la que habla la bienaventuranza es la que conmueve las entrañas y

permite la conversión. A veces, no se puede cambiar la desgracia, pero se puede compartir

el dolor del que sufre. ¿Cómo acompañar y consolar al que sufre en nuestra familia? Siendo

presencia disponible, diciéndoles con nuestra presencia ‘Aquí estoy, a tu lado’.

De lo que se habla en esta bienaventuranza es de quien no cierra su corazón al

dolor de los demás sino que deja que le duelan, de quien no endurece su corazón ante el

dolor y no se abre al mal sino que opta por sufrirlo.

3. Tercera bienaventuranza: Bienaventurados los sufridos porque poseerán la

tierra.

Esta bienaventuranza se sitúa frente a la lógica del poder y la violencia, frente a la

pretensión de que lo que hay que hacer en la vida es imponerse por la fuerza y desde el

poder. Nuestra propuesta debe ser la del amor, la amabilidad y la ternura, no la del poder y

la violencia.

Además, es importante aplicar en familia la ruptura con el mal, esto es, no devolver

el mar recibido, romper la cadena del mal que recibimos. Invita a acoger el dolor sin

infringirlo.

Cristo habla de sí como manso y humilde de corazón (Mt 11, 29). El Reino que

predica no es de poder político o militar, sino humilde, manso. En esto Cristo se

contrapone a los otros reyes (entró en Jerusalén a lomos de una borrica). Renuncia a toda

violencia. El manso no ejerce la violencia, sino que se abre a Dios, mansamente. Es el

obediente, el que no se impone. Y los que son así poseen la tierra porque el poderoso viene

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y va, toma el poder y se lo arrebatan, hoy está en el poder y al poco tiempo ya nadie le

recuerda, pero el humilde es más estable.

Esta humildad, mansedumbre y suavidad debe ser el clima en casa y la propuesta de

relación con los demás.

4. Cuarta bienaventuranza: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de

justicia porque ellos serán saciados.

Esta bienaventuranza se sitúa frente a la lógica relativista, al ‘todo vale’ de nuestros

días. Lo que propone es que hay que vivir desde la verdad: la verdad de uno mismo, de los

que nos rodea. Tampoco en casa, por no discutir, podemos decir que ‘todo vale’. Lo que

está mal, está mal, y hay que denunciarlo.

En esta bienaventuranza se habla a personas que buscan la justicia, el bien, porque

no se conforman con la realidad tal y como la encuentran ni huyen o tratan de

desentenderse de ella, sino que tratan de dar respuesta a lo que está mal. Están atentos a la

injusticia, a lo que no se ajusta al plan de Dios, a la dignidad de las personas. Lo que

propone, por tanto, es mantener el corazón despierto, sensible, tanto a las necesidades

ajenas como, sobre todo, a que se instaure el Reino, a que la salvación llegue a todos. Exige

no dejarse llevar por modas, rutinas o tradiciones que nos rodean: estar atentos a la voz de

Dios, a la voz que nos lleva a descubrir cada vez más qué es lo justo. Aprender a ser

críticos con la realidad que nos rodea es otro aprendizaje fundamental que se ha de hacer

en familia, mediante el diálogo.

5. Quinta bienaventuranza: Bienaventurados los misericordiosos, porque Dios

tendrá misericordia de ellos.

Esta bienaventuranza se sitúa frente a la dureza de corazón que impone nuestro

mundo, para el cual el otro es una cosa para mi utilización. Pero el otro, mi hijo, mi padre,

mi esposa, mi esposo, no es algo que pasa sino algo que me pasa. No es evento sino

acontecimiento. Por eso, el otro sólo me dinamiza si me duele. Para ello hace falta no

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inmunizarse ante el otro. El modelo: el buen samaritano17. Ante el dolor ajeno, el

samaritano no echa cálculos: se le rompe el corazón, se le conmueven las entrañas, no

considera peligros ni considera si es de los suyos, sino que se hace prójimo (se hace él de

los del otro). No hay igualdad sino desigualdad, conmoción amorosa que abre al otro. Esta

debe ser la actitud básica con los demás miembros de la familia. Nunca condena, nunca

rechazo, siempre misericordia.

6. Sexta bienaventuranza: Bienaventurados los limpios de corazón, porque

ellos verán a Dios.

Esta bienaventuranza se sitúa frente a lógica de la idolatría y de los falsos dioses.

El limpio de corazón no sólo es el que no piensa, ni quiere mal para otros sino que

piensa, siente y quiere rectamente, esto es, aquel que no cae en los ídolos, en la

absolutización de lo que son medios (el dinero, el descanso, las cosas, la casa, la salud…).

Para percibir a Dios hace falta armonía personal, pues no se le percibe sólo con la

razón. La pureza consiste en la capacidad para ver lo bueno, bello, justo, para ver a Dios.

Es el corazón capaz del bien, capaz de Dios, que sean capaces de buscar su rostro. Y esto

supone ser fuente de acciones rectas respecto de sí y de los demás: el amor. Se trata de

asimilar la propia vida a lo que le pide Dios, a la voluntad de Dios para cada uno. Por eso

hay que estar a la escucha.

¿Qué enseñamos en casa que es lo realmente importante? ¿Qué dicen nuestros

actos sobre qué es lo realmente importante? ¿Cuáles son nuestros dioses?

7. Séptima bienaventuranza: Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos

serán llamados hijos de Dios.

Esta bienaventuranza se sitúa frente a la lógica de la violencia. Construir la paz es

un compromiso prioritario en familia. Pero a la paz a la que se refiere la bienaventuranza es

17

Leer aquí la Parábola del buen samaritano (Lc 10, 25ss).

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sobre todo a la paz interior, que procede de descubrirse amados. Sin embargo, esto no

significa apatía, indiferencia, sino posición firme y confiada, activa.

No hay paz sino desde la filiación divina, vivir desde Dios como hijos suyos. Sólo el

hombre reconciliado con Dios y consigo mismo puede crear paz a su alrededor y en todo el

mundo. En este sentido, la paz en la tierra es tarea de todo hombre. Pero no podrá

conseguir nada si no tiene paz interior, paz que sólo tiene quien ha puesto su vida a

disposición de Dios. Por tanto, si quiero una familia en paz, primero he de pacificarme

interiormente, encontrarme con Dios.

8. Octava bienaventuranza: bienaventurados los perseguidos por razón de la

justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Supone esta bienaventuranza atreverse a nadar contracorriente, con el viento en

contra. Vive así quien se ha sacudido los ídolos y vive según su llamada. Pero entonces es

cuando el mundo no se lo perdona y surgen las críticas, la incomprensión, la burla, la

persecución. Quien es fiel al Evangelio, será perseguido. El que se ha ajustado al camino al

que ha sido llamado, será perseguido. Esto se experimenta ya en familia: aquella familia

que ha optado por el Evangelio, siempre tendrá en su entorno más inmediato algunos que

se burlen, que les tachen de raros, de fanáticos o de cualquier otra manera despectiva.

Vivir de la justicia de Dios equivale a decir que vive de la fe. Pero este no querer

emanciparse de Dios, este reconocerse dependiente de Dios resulta molesto al mundo, al

poder dominante, por lo que será perseguido. El mundo pregona la independencia, la

autonomía. Es una invitación a seguir al Crucificado, a tomar la propia cruz. Y lo que se

promete es alegría y júbilo a quien sea así perseguido o calumniado. Estar de parte de Jesús

es el criterio de justicia.

Llegados a este momento, sólo nos queda animaros a empezar a vivir de este nuevo

modo, más acorde con nuestra fe. Y si ya tratamos de vivir así, hacerlo con más

pasión, con más alegría, con más radicalidad, dando un paso más en nuestra vida

cristiana.

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FAMILIA EVANGELIZADORA

1. QUÉ ES EVANGELIZAR

Cuando descubrimos una buena oferta en el supermercado, o vemos una

película que nos ha encantado, o hacemos un viaje que hemos disfrutado, en seguida se lo

comentamos a otros llenos de alegría y entusiasmo, para que también ellos lo prueben o

lo tengan. También a nuestros hijos les comentamos y queremos que ellos hagan las cosas

que a nosotros nos encantaron y fueron bien: montar en bicicleta, aprender a nadar…

En general, anunciamos a otros lo que nos va bien.

Cuando algo nos va bien para el cuerpo (desde una manzanilla hasta pasar por

las pozas de Outariz, desde tomarnos una cerveza Estrella hasta una crema), en seguida lo

anunciamos a otros.

Cuando un libro o un programa televisivo nos ha encantado, siempre lo

recomendamos a otros. Cuando algo ha sorprendido nuestra inteligencia o agradado

a nuestro afecto, siempre lo comentamos con otros.

Pero nosotros, además de ser cuerpo y psique, somos espíritu18. El espíritu es

la parte más honda y más decisiva del ser humano, la dimensión profunda en la que se

hacen las grandes preguntas: ¿Yo a quién amo? ¿En quién espero y qué espero? ¿En qué y

en quién creo? Es la dimensión humana con la que amamos, creemos y esperamos. Y esta

dimensión también hay que cuidarla. Descuidarla da lugar a una gran infelicidad y a tratar

de llenarse de otras cosas que nunca sacian el corazón (dinero, éxito, diversiones, internet,

comidas…).

La experiencia religiosa es la que da la respuesta más plena a esta dimensión

nuestra, la dimensión espiritual. Si creemos realmente en Dios, en Cristo, si para

18

Poner ejemplo de las muñecas rusas: Se ve la muñeca exterior (cuerpo). Pero dentro hay otra, que

representa el interior intelectual (pensamientos). Dentro, otra que representa los sentimientos y

emociones. Pero hay otra más que representa los valores, los amores, las esperanzas y las creencias. Esta

es la más importante porque es la que determina todo lo demás-.

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nosotros la fe en importante, hace falta que renovemos esta dimensión de nuestra vida y la

anunciemos con alegría y entusiasmo a los más cercanos, es decir, a nuestra familia. Este

anuncio de lo que nosotros hemos experimentado y visto, es la evangelización.

Cuando el anuncio se hace en familia y desde la familia, hablamos de una

familia y unos padres que evangelizan. Evangelizar es transmitir el Evangelio con nuestra

vida. Si lo hacemos tenemos la prueba más clara de que estamos despiertos religiosamente.

Algunos siguen pensando, por falta de formación o por haber vivido en un

ambiente clerical, que lo de anunciar el Evangelio es algo de curas, monjas y misioneros.

Sin embargo, la evangelización, como anuncio y transmisión del Evangelio, es la principal

misión de la Iglesia y de cada cristiano. Por ello, debe ser también una prioridad en

familia, una prioridad para padres y abuelos. Nos jugamos todos mucho.

Evangelizar consiste en el anuncio de la salvación de Dios, de la maravilla

que es vivir como cristiano, como bautizado, el anuncio del estilo de vida según el

Evangelio. Pero para que este anuncio tenga fuerza y sea posible, es necesario que y

mismo experimente que Dios me ama y tener relación con Él. Experimentar y anunciar el

amor del Padre revelado en Cristo: debo experimentar que Dios me ama y me quiere pleno.

2. SENTIDO PROFUNDO DEL ANUNCIO, DESDE LA

PERSPECTIVA CRISTIANA: EL ANUNCIO DEL REINO

Una familia y unos padres que evangelizan, lo que anuncian es el Reino de Dios, es

que somos hijos predilectos de Dios y que nos llama a su Reino, es decir, a la vida con Él

ya aquí. Por eso, Cristo mismo presenta el Reino como una fiesta, como un banquete.

Comentemos primero la parábola de los invitados a la boda (Mt 22, 1-14/ Lc

14,15-24)19.

En esta parábola se muestra la esencia del Reino que tenemos que anunciar y tratar

de vivir en casa, la esencia de la vida cristiana: se trata de una fiesta a la que cada uno es

invitado. Lo que anunciamos a nuestra familia es que es posible vivir la vida con alegría,

19

Léase

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con esperanza, con horizonte, con sentido, porque la vida es fiesta (lo cual no quita que

haya dolores y dificultades, aunque vividos con Dios son siempre llevaderos).

Pero esta parábola nos muestra una situación que se puede dar en nuestra familia: la

parábola muestra cómo hay invitados que no quieren ir, dando diversas excusas: las

propias pertenencias (campo, yunta de bueyes), el trabajo (a su negocio o a probar la yunta

de bueyes), o vida privada (acabo de casarme). Siguen sus caminos privados al margen de la

auténtica llamada a la fiesta. Siguen sus propios proyectos en vez del proyecto del Reino al

que están llamados. Prefieren encontrarse con su 'fiesta' particular. Pero el seguimiento a

Cristo se propone por encima de familia, trabajos y pertenencias. La clave está en tomar la

cruz y seguirle. De lo contrario, es imposible construir la 'torre' de la propia persona (cfr.

Lc 14,25ss).

Incluso, los hay que para 'defenderse' de la invitación a la fiesta -al Reino- llegan a

matar a los criados que les anuncia la fiesta. Acallan la conciencia, porque en el fondo

reconocen lo valioso y les molesta. Así, muchos son los que no quieren nada con Dios y,

por eso, incluso rechazan a sus enviados, a sus ministros. Atacar a la Iglesia es para muchos

una manera de estar a salvo de esa llamada.

Quizás alguno de nuestros hijos –o a lo mejor nuestro cónyuge- sea uno de

los que prefieren poner excusas o, incluso, ir en contra. Habrá entonces que rezar

mucho por ellos sin desesperar, hasta que entiendan la maravilla a la que les estamos

invitando. Es el momento de hacer como hizo Santa Mónica con San Agustín: rezar,

acompañar y esperar sin desesperar. Y el buen resultado siempre llega (contar un poco de la

vida de San Agustín y la de Santa Mónica, que logro la conversión de San Agustín y de su

marido).

¿Qué más anunciamos al anunciar el Reino de Dios en nosotros?

a. Que Dios es para nosotros una fuerza transformadora, liberadora,

sanadora. Para él todo es posible. A quien se deja tocar por Él, sana, se

transforma, crece, madura, le abre perspectivas nunca imaginadas.

b. Que existe un nuevo modo de relacionarse con Dios (como Padre amoroso

y cercano), con uno mismo (pues descubrimos que Dios nos ama y que somos

dignos y valiosos, y que nuestra vida merece la pena), con los demás (a la

familia, a los amigos, se descubren como hermanos, como un tesoro en nuestra

vida que Dios nos regala) y con las cosas (se perciben como dones buenos de

Dios). Es el reino del amor.

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c. Que el modo de encontrarme con Dios es Cristo. Cristo es quien nos llama,

quien ha tomado la iniciativa: “No me elegisteis vosotros a mí. Fui yo quien os

elegí a vosotros” (Jn 15, 16).

3. ¿CÓMO SE CONCRETA LA EVANGELIZACIÓN EN FAMILIA?

Una vez que hemos apostado por Dios, que nos hemos puesto en el camino, es

decir, tras las huellas de Jesús, una vez que hemos despertado, hace falta pasar a la

acción en familia, pues la familia es el clima y el contexto en el que se aprenden las

grandes cosas, las decisivas para la vida. Y la fe en Dios es la más decisiva, pues afecta

y toca lo más profundo de nuestra vida.

No es igual vivir desde la fe y desde el Evangelio que vivir desde las propuestas del

mundo. Y si no anunciamos nosotros la buena noticia, otros anunciarán a nuestros

hijos e cónyuge otras formas de vivir que propone el mundo: vivir para el trabajo y la

carrera profesional como un fin, vivir para ganar y acumular dinero, vivir atento

obsesivamente de la propia salud, vivir para pasarlo bien como objetivo fundamental….

Sabemos que todos estos objetivos terminan por fracasar y, con ellos, la propia persona.

Pero mientras duran son un espejismo que a muchos convence. Incluso a cristianos, pues

es muy frecuente que se actúe con doble rasero: se anuncia el Reino pero se recomienda

que lo primero es la obligación (buenas notas, competitividad, eficacia laboral, comodidad,

bienestar, incrementar la cuenta corriente) y lo segundo la 'devoción'. Lo que se anuncia

con la boca, se niega con la acción. Falta coherencia de vida.

Nosotros, lo que queremos anunciar como sentido de nuestra vida, como

horizonte, no son unas ideas, una ideología, una ética. No buscamos cumplir normas y

ritos. Lo que proponemos a nuestra familia es conocer, amar y seguir a Cristo,

aceptarle, confiar en Él, de desear lo que Él desea para nosotros. Por eso rezamos

“Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Así lo deja

claro el papa Benedicto XVI en Deus caritas est: “No se comienza a ser cristiano por una

decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una

Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”

(Introducción).

¿Cómo se anuncia a Dios en familia?

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- Por el testimonio, siendo nosotros mismos alegres y personas que aman a Dios en

la vida cotidiana. Si estamos atentos a los demás, alegres, si somos serviciales y

si ven que amamos a Dios, esto impactará en los demás miembros de mi

familia. Mis hijos y nietos se quedan, más que con lo que les digo, con lo que

ven en mí. Esta es la mejor manera de anunciar a Dios. Ser testigo significa,

además, que la evangelización se hace persona a persona. El anuncio de Cristo

y el Evangelio he de hacerlo en casa, con mi hijo, con mi esposo, cuando

estemos todos reunidos al comienzo de la comida. Y siempre con pequeños

gestos: una pequeña oración de bendición, una pequeña reflexión, un consejo

evangélico. Pero siempre intentándolo vivir nosotros mismos.

- Por la proclamación de la Palabra. La proclamación del Evangelio ha de ser

explícita. Para eso, tendremos que leer el Evangelio en casa, citar alguno de sus

pasajes en las conversaciones con los demás para mostrar cómo iluminan

nuestra vida en ese momento, anunciando que Dios nos ama, que confiamos en

Dios, etc.

- Acompañando a mis familiares a su encuentro con Dios, como sentido último de su

existencia, como Acontecimiento central de su vida. Para eso, es bueno

animarnos unos a otros a participar en los sacramentos, en grupos cristianos, en

grupos parroquiales, en movimientos, a leer el Evangelio, a ir a Misa, a rezar….

- Mediante signos salvíficos con otros:, cuidados, compromiso social con los más

débiles, respuesta profética ante situaciones de exclusión. No basta la palabra:

hacen falta acciones liberadoras, acciones concretas con aquellos que estén en

un mal momento. Para eso hace falta estar atento sobre todo a las necesidades

de mi esposo o esposa, de mis hijos, y estar ‘al pie del cañón’ en los momentos

difíciles.

Además de este planteamiento general, es bueno concretar una serie de pasos

que se pueden dar para que nuestra familia sea una familia más cristiana, es

decir, una familia impregnada de Cristo en su día a día, una familia en la que Cristo sea

el Acontecimiento central. Veamos algunos puntos concretos:

a. No perder ocasión de celebrar juntos las principales fiestas religiosas y

familiares, asistiendo a Misa, haciendo pequeñas oraciones en común.

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b. Rezar en común, tanto en los momentos cotidianos (antes de comer, antes de

empezar un viaje, en la noche), como teniendo un momento juntos de lectura del

Evangelio y de oración comunitaria, pidiendo por las necesidades de todos,

agradeciendo y alabando a Dios por sus dones.

c. Enseñar los padres a los hijos los principales contenidos de la fe. Enseñarles

con frecuencia aquello en lo que creemos, básicamente lo contenido en el Credo. A

la catequesis irán a profundizar en ello, pero esto no sustituye que la primera

transmisión sea en casa. Y con los niños mayores y adolescentes los padres tendrán

que dar razón de su fe, explicándoles, cuando venga a cuento, con más

profundidad. Para ello los padres tendrán que formarse más. No podemos

pretender ser adultos en la fe con conocimientos infantiles (los que recibimos en

catequesis de Comunión).

d. Enseñar a los hijos los principales valores cristianos como orientadores de la

acción, como criterios para actuar. Les enseñaremos la dignidad absoluta de toda

persona, el perdón, la misericordia, la responsabilidad, la necesidad de colaboración,

el servicio a los demás, el respeto. Les enseñaremos que no todo vale.

e. Enseñar a los hijos las principales virtudes humanas y cristianas: fe,

esperanza y caridad, pero también perdón, comprensión, amor a la verdad, alegría

de compartir, solidaridad con los pobres, caridad ante el dolor, austeridad, castidad,

templanza en el comer, pudor en el vestir, etc.

f. Educar para el amor como criterio básico de la vida y la actuación. Se entenderá

el amor como donación de sí mismo y no como mero sentimiento.

g. Se enseñará que la vida cristiana se vive con otros. Por eso se promocionará

que todos los miembros de la familia puedan participar de algún grupo cristiano

adecuado a su edad y estado, a algún grupo parroquial, de algún movimiento. La

experiencia cristiana es siempre comunitaria.

h. Es muy recomendable también que, a ser posible, los niños y jóvenes asistan a un

colegio católico. No nos referimos a un colegio que, sin más, tenga nombre

católico o que nominalmente es llevado por una determinada orden o grupo

católico, sino un colegio donde realmente la formación cristiana sea central, donde

realmente se educa en la fe como prioridad, donde los profesores respiran en clave

cristiana. Por desgracia, no todos los que llevan el nombre de enseñanza católica lo

viven y lo son de verdad. Muchos se presentan como de ‘inspiración cristiana’ y

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realmente son colegios de ‘expiración cristiana’. Por eso hay que elegir muy bien y

escoger muy bien, informándose a fondo de qué se pretende en el colegio.

i. Se abrirá la casa a otros matrimonios y familias para compartir con ellos la vida

y que vean cómo vivimos. Será la ocasión también para anunciar valientemente el

Evangelio a otras familias. También nuestros hijos verán, por nuestra conversación,

qué es lo que realmente llena nuestra vida como prioridad.

4. MAR ADENTRO

Dicho esto, no nos queda sino animaros a todos a lanzarnos a recuperar nuestra

experiencia de Dios y a evangelizar en familia. Es una enorme maravilla poder hacerlo. Nos

beneficiará a nosotros y a nuestros hijos. Es lo mejor que les podemos dar. Por eso, ya

desde Pablo VI, pero de modo especial Juan Pablo II, los últimos papas están hablando de

una ‘nueva evangelización’ en el sentido de invitar a los creyentes a recuperar el ardor,

renovar métodos y formas de expresión, como nuevo impulso y como renovación

espiritual. ¿Estamos dispuestos? Pues a ello, con alegría, pidiendo ayuda a Dios y a la

Virgen.

¿Qué es lo peor que nos podría pasar, una vez escuchado esto?

- El repliegue, cómodo o cobarde, que piensa que ya no hay nada que hacer, que no nos

van a escuchar, que todo está perdido, que no se tienen fuerzas, o que lo hagan

otros. La desesperanza es un profundo pecado, una falta de fe y es estéril.

- La mediocridad, no ser ni frío ni caliente. No dar todo por el Reino. Lo que nos pide

hoy Jesús es que si esto que hemos dicho es valioso, que si hemos descubierto que

hemos de despertar, que lo apostemos todo por Él.

- El lanzarse a la acción como si todo dependiese de la propia fuerza. Debemos contar, sobre

todo, con Dios. Pedirle fuerzas y luces al Espíritu Santo, para transmitir en familia

nuestra fe.

- La huida, espiritualista o materialista, dejando enfriar la fe. Dejar esto para otros, no

querer saber nada de Dios, por el ‘trabajo’ que esto supone.

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Al contrario, nosotros queremos dar a nuestros hijos y nietos lo mejor. Y esto

es el Evangelio, la posibilidad de conocer y amar a Cristo, de vivir su vida desde el

Evangelio. Para ello, os invitamos a lanzaros a esta tarea con descaro, sin temor,

empezando ahora de nuevo, pidiendo ayuda a Dios para esta tarea y con la alegría de saber

que si así lo queremos y hacemos, Cristo hará todas las cosas nuevas en nosotros y en

nuestras familias.

5. NUESTRA EXPERIENCIA COMUNITARIA EN LOS ENS

Se trata en este último apartado de narrar cada matrimonio cómo viven ellos en

comunidad cristiana, cómo cuidan su vida cristiana en comunidad, con otros matrimonios.

Es un apartado testimonial, donde podremos contar:

a. Cómo nos reunimos en comunidad para tratar de vivir mejor nuestro amor

matrimonial y nuestra fe.

b. Cómo hacemos oración.

c. Cómo nos formamos.

d. Como compartirmos la vida.

e. Cuáles son los medios matrimoniales que empleamos: sentada, oración, lectura

de la palabra.

f. En qué ámbitos estamos o hemos estado comprometidos como

evangelizadores.

g. En qué ha mejorado nuestra vida. Qué aprenden nuestros hijos de todo esto.

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Finalmente, podemos invitar a todos a rezar un Padre Nuestro y un Ave María para que

Dios y María nos acompañen y nos den fuerza en el camino de la evangelización.

[Nota: Llevar a la conferencia un Evangelio y una muñeca rusa matrioska.]

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XI SEMANA DE LA FAMILIA

Diócesis de Ourense