Sarlo - Una Modernidad Periférica

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Beatriz Sarlo UNA MODERNIDAD PERIFERICA: BUENOS AIRES 1920 Y 1930 Ediciones Nueva Visión Buenos Aires

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Cap. VIII

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  • Beatriz Sarlo

    UNA MODERNIDAD PERIFERICA: BUENOS AIRES 1920 Y 1930

    Ediciones Nueva Visin Buenos Aires

  • 809.5 Sarlo, Beatriz SAR Una modernidad perifrica: Buenos Aires 1920-1930 - 1- ed. -

    3- reimp. - Buenos Aires: Nueva Visin, 2003. 248 p., 23x15 cm - (Cultura y Sociedad)

    I.S.B.N. 950-602-163-5

    I. Ttulo - 1. Crtica literaria

    En la Tapa: Estacin ferroviaria (En la lejana) Grabado sobre linoleum, 0,16 x 0,16 de Flix Eleazar Rodrguez

    LA FCfiffcfOPJA M A T A | | S l B R O Y E S U H E L I T O

    Toda reproduccin total o parcial de esta obra por cualquier sistema -incluyendo el fotocopiado- que no haya sido expresamente autorizada por el editor constituye una infraccin a los derechos del autor y ser reprimida con penas de hasta seis aos de prisin (art. 62 de la ley 11.723 y art. 172 del Cdigo Penal).

    1988 por Ediciones Nueva Visin SAIC. Tucumn 3748, (1189) Buenos Aires, Repblica Argentina. Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723. Impreso en la Argentina / Printed in Argentina

  • Captulo VIII

    LA IMAGINACION HISTORICA

    Hayden White observa que el significado de lo real intenta ser cap-tado a travs de estructuras narrativas. En verdad, podra decirse que la 'realidad' de un acontecimiento reside en su posibilidad de ser narrado. A l mismo tiempo, toda narracin supone una serie de opciones de valor y, en ese sentido, puede considerarse como ope-racin de la conciencia moral, que trabaja sobre los "tpicos de la ley, la legalidad, la legitimidad o, en trminos ms generales, la au-toridad". 1 Por eso, en la narracin se percibe no slo el orden de la serie cronolgica, sino un orden que afecta al discurso, que per-tenece a la dimensin de lo figurado, y donde se realizan las tran-sacciones de valor presentes en los textos que organizan lo real his-trico.

    Todos los ensayos de este perodo disean sujetos y definen perfiles psicolgico-morales. Todos incluyen narraciones y micro-narraciones: desde la historia fantstica de los conquistadores en Trapalanda que imagina Martnez Estrada en Radiografa, hasta el romance2 de una Argentina asediada por poderes extraos, esa

    1 Hayden White, "The valu of narrativity in the representation of reality", en: W. Mitchell (comp.), On Narrative, The University of Chicago Press, Chicago, 1981, pp. 23 y 13. 2 " L a forma principal del romance es dialctica: todo est centralizado en el conflicto entre el hroe y su enemigo, y todos los valores del lector se vincu-lan con el hroe (...) E l conflicto, sin embargo, tiene lugar en nuestro mundo, o se relaciona con ste, situado en el medio y caracterizado por el movimiento cclico de la naturaleza. De all que los extremos opuestos de los ciclos de la naturaleza se asimilen al conflicto entre el hroe y su enemigo." Tal la defini-cin de Northrop Frye, Anatomy of Criticism, Princenton University Press, Princeton, 1973, 3a. ed., pp. 186-7. Jameson articula esta nocin en el marco de las prcticas sociales simblicas, al considerar al romance como "solucin imaginaria de una contradiccin real". Vase. Fredric Jameson, The Political

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  • especie de Justine, que aparece en los ensayos poltico-historiogr-ficos de Scalabrini Ortiz; desde la 'biografa' fragmentaria de Carriego a la abstracta autobiografa de Mallea en Historia de una pasin argentina.

    Casi todos estos libros recurren a formas de la explicacin hist-rica. No son textos de historia pero muestran que la historia for-maba parte, de manera muy central, de las preocupaciones de los escritores. A un momento vivido como crtico, la explicacin o la figuracin histrica pareca brindar un principio de orden intelec-tual y una jerarqua causal."La 'imaginacin histrica' propone un conjunto de personajes y una organizacin narrativizada de sus re-laciones; al hacerlo recurre a la ideologa, a las retricas y a la experiencia. Se plantea problemas, indaga causas, define hiptesis sobre el pasado y suele lanzarse a probabilidades futuras; articula perspectivas que pueden ser trgicas, irnicas o moralizantes; en ocasiones, disea fragmentos de programas polticos. Como dimen-sin atraviesa, en este perodo, muchos de los discursos narrativos o ensaysticos sobre la Argentina.

    Arcasmo e historia

    " L a patriada (que no se debe confundir con el cuartelazo, prudente operacin comercial de xito seguro) es uno de los pocos rasgos decen-tes de la odiosa historia de Amrica (...) En la patriada actual, cabe decir que est desconta-do el fracaso: un fracaso amargado por la irri-sin. Sus hombres corren el albur de la muerte, de una muerte que ser decretada insignificante. La muerte, sindolo todo, es nada: tambin los amenazan el destierro, la escasez, la caricatura y el rgimen carcelario. Afrontarlos demanda un coraje particular."

    Lo escrito por Borges, en 1934 en Salto Oriental, figura en el pr-logo a El Paso de los Libres de Arturo Jauretche, publicado ese mismo ao. Borges, con mayor claridad que Jauretche, se refiere a una modalidad de la guerra que ya entonces era una forma segura de la derrota. A l mismo tiempo, la considera una de las pocas re-denciones posibles de nuestra historia que, en consecuencia, tiene

    Unconscious; Narrative as a Socially Symbolic Act, Methuen, Londres, 1981. p. 118.

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  • su punto ms alto en el pasado. Para Borges, la patriada es guerrera y heroica: por eso compara a los hechos de Paso de los Libres con los protagonizados y cantados por Hilario Ascasubi. E l cuartelazo, por el contrario, se inscribira en el sistema de lucro e intercambio que caracterizan a la realidad poltica contempornea. Borges no admite al cuartelazo como una modalidad de la violencia latinoa-mericana que es previa al siglo X X : tal reconocimiento destruira su ficcionalizacin del pasado y la correlativa degradacin del pre-sente. A l exigir el coraje de enfrentar la derrota, la patriada separa a sus protagonistas de todo ^clculo y, en la versin borgeana, se independiza de las dimensiones histrico-polticas para instalarse en el espacio heroico. En verdad, la patriada, como el duelo, se convierten en un paradigma criollo clsico de conflicto, que puede oponerse a las formas modernas del enfrentamiento.

    La patriada es la modalidad ms alta de relacin cara a cara entre enemigos. Evita todos los rasgos que la inmigracin y las nuevas modalidades polticas implantaron en la Argentina. Libera-da de intereses, establece un nexo directo con la poesa, probado en las figuras de Ascasubi, Hernndez y Jauretche. La participacin en la patriada es un acto de decisin que excluye el clculo, por-que, por definicin, excluye la victoria. Y , sobre todo, es un acto individual, donde abunda el enfrentamiento singular y donde el caudillo es slo el mejor de sus integrantes. Para Borges y para Jau-retche la patriada y el duelo criollo fueron las modestas versiones guerreras que la Argentina pudo producir, pero, en todo caso, son mejores que cualquiera de las modernas y corruptas formas del enfrentamiento poltico o militar.

    La patriada es una forma premoderna del enfrentamiento. Exige valor personal, el estilo de direccin de un caudillo del siglo X I X y el tipo de tropa, unida por relaciones de lealtad personal que se agrupaba a su alrededor. La patriada, segn esta reconstruccin mtica, implica relaciones polticas basadas en la confianza ms que en el mrito o la conveniencia. Exige tambin una tropa for-mada por criollos: gente baqueana en la desbandada, buenos jine-tes, sobrios en sus necesidades, silenciosos, discretos, valerosos sin fanfarronera, distintos en todo de la masa de mezcla migratoria proclive al bochinche y habituada a exhibir o padecer sus diferen-cias.

    Cuando Jauretche elige el gnero gauchesco para cantar la pa-triada radical de Pomar y sus hombres en Paso de los Libres, en la que particip, traza una lnea de diferenciacin esttico-ideolgica respecto del presente. Todo ha cambiado: el pblico, los canales de difusin del gnero, el medio urbano y el medio rural. Tambin desde el punto de vista poltico, el radicalismo yrigoyenista pare-

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  • ca una forma del pasado frente a las voces mesuradas que se esta-ban disputando la conduccin del partido. Las lealtades puestas en juego en una patriada ya no formaban parte de la cultura poltica dominante ni en el radicalismo ni fuera de l. E l poema de Jauret-che se inscribe, entonces, en un doble movimiento revivalista, que polemiza en el plano poltico y en el de la cultura.

    El Paso de los Libres tiene tres cantores gauchos, peones o arri-mados de estancia. Un cantor introduce a los dos siguientes: el cantor de la patriada y el cantor cmico-poltico. Estn presentes, as, varias de las voces del gnero gauchesco y algunas de las for-mas de la polmica que lo haban caracterizado. Sin embargo, es-tos rasgos del texto aparecen descolocados respecto de la situacin de enunciacin caracterstica de la gauchesca clsica: no hay un pblico que pueda escuchar identificatoriamente el poema de Jau-retche y, a la inversa de lo que haba sucedido con Jos Hernndez, es el escritor ms prestigioso de la poca quien lo prologa.

    Tambin la narracin en gauchesco es formalmente perdedora. Borges no haba recurrido a ella sino bajo la forma de la cita, del comentario, de la relectura. Jauretche toma la tradicin casi tal como haba quedado en el X I X y con ella realiza tambin una pa-triada literaria, destinada a constituirse en el ltimo relato en gau-chesco de la literatura argentina, escrito por un cantor letrado que intenta, nuevamente, trazar un arco con el otro cantor y con el pueblo.

    En la gauchesca, el cantor gaucho, si polemizaba sobre cuestio-nes de arte, lo haca con el cantor letrado y con el pueblero. En Paso de los Libres no existe esa oposicin, sino la que proviene de la realidad cultural y social de la ciudad nueva: la polmica e9 con el tango, a cuyo cantor Jauretche llama "cantor moderno". Si en la gauchesca el letrado expropiaba la forma del cantor gaucho, traba-jando sobre la oposicin ciudad-campaa y saber gaucho-saber pueblero, en El Paso de los Libres, la dupla enfrenta una forma arcaica de la cultura de difusin popular con una moderna y urbana:

    Y o no soy cantor moderno comienza largando el ro l l o -sino al estilo criollo que ser mi estilo eterno mientras no me trague el hoyo; por eso no habr en mi canto los suspiros y los llantos de los nuevos payadores: ya ven el juego, seores, y en ese juego me planto.

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  • No quiero andarme con chicas y desde ya se los digo: no pueden contar conmigo para cantos de maricas. Es cosa que no se explica que payadores de rango, anden llorando en el tango sus desgraciados amores: son mancos esos cantores y sus facones sin mango?3

    El cantor, una vez que ha definido su universo ideolgico-estti-co de acuerdo con dos ejes de valores: lo criollo y lo masculino, se larga a la frontera, abandona rancho y mujer y se apresta a seguir el itinerario de sus antecesores en la gauchesca. Ya en la frontera, se repite un tpico, el del lamento sobre las penurias que all le esperan, pero en este caso, se trata de una frontera elegida en razn a la lealtad que se debe a Pomar, el caudillo de la montonera radical. A la frontera se llega impulsado por un deber que ms que poltico es cultural y racial:

    que no han venido al provecho sino al honor de morir, porque ya quema en el pecho la vergenza de vivir

    permitiendo que se siga sin otra ley que el frangollo y que la gente se diga: se acabaron los criollos! 4

    En este punto calla el cantor de la patriada e interviene el cantor poltico, que hace la historia del golpe de estado de 1930, elabo-rando luego, en la tradicin de "Gobierno Gaucho", una visin cmico-crtica de la situacin, cuyo resumen explcito es ya, casi, la caracterizacin nacional que har poco despus FORJA. E l 'oro gringo' y los 'ricos' locales son los grandes responsables, los dos enemigos-aliados. Bajo la forma gauchesca, Jauretche esboza por primera vez su teora sobre la sociedad y la economa argentinas. Es un rural que, en el gnero rural por excelencia, ya no se ocupa slo de los males de la campaa sino de los que afectan a toda la nacin:

    a

    El Paso de los Libres, Coyoacn, Buenos Aires, pp. 16-17. 4 Ibid., p. 23.

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  • Esos negocios los hacen con capital extranjero; ellos son los aparceros y aunque administran la estancia, casi toda la ganancia la llevan los forasteros.5

    Luego de diseada la novela familiar de la Argentina moderna, Barrientos, el cantor soldado, retoma la narracin para hacer el relato de la derrota, la muerte, la desbandada y la persecucin. Si al ro Uruguay se lo describe segn del Campo y a la refriega segn Ascasubi, el poema cierra con una pregunta que reintroduce la poltica contempornea. En su respuesta comienza a disearse el espacio de militancia de estos intelectuales, algunos de origen crio-llo rural como Jauretche, otros seoritos urbanos como su compa-ero de armas Scalabrini Ortiz. Pero la pregunta no la plantea ni el viejo cantor cmico-poltico ni el ms joven cantor-soldado, sino el narrador que los haba introducido:

    Me pregunto si mi raza como ese fuego agoniza, o si est ardiendo la brasa

    y hay que soplar la ceniza! 6

    En una operacin de la imaginacin histrica y la literaria se han encontrado los actores responsables de un presente degradado. Se los ha caracterizado segn el modo satrico; se han representado los hechos de la guerra segn el modo heroico y, finalmente, en la respuesta implcita en la pregunta final se descubre el esquema del romance: hay que soplar la ceniza. Despus de la derrota, se abre una.perspectiva porque, a diferencia de Mallea o Martnez Estrada, Jauretche tiene un diseo social completo de los enemigos. Por eso, el poema no es slo un canto de derrota, no es slo una reivin-dicacin de la patriada, sino tambin el planteo de una perspectiva causal. Todo F O R J A est' resumido en el cantor cmico. En su desenlace, el poema reinterpreta la derrota de la patriada en trmi-nos de futuro, convirtindola en episodio significativo de una his-toria ms larga, que no se considera clausurada. Recurriendo a un gnero tradicional, Jauretche esboza el programa de una nueva po-ltica en la escena argentina de los aos treinta.

    5 Ibid., p. 35. Y agrega: "los encargaos de la entrega/son siempre los oligar-cas" que "a la Patria se la llevan / con yanquis y con ingleses". 6 Ibid., p. 67.

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  • Muchos de los temas del populismo antiimperialista, democratis-ta y antioligrquico estn presentes en El Paso de los Libres, ade-ms de la reivindicacin sexista de la masculinidad como ncleo inherente del coraje: los sentimientos de solidaridad colectiva y desde abajo que se oponen a las solidaridades bastardas de los dos grandes enemigos, oligarcas e ingleses; la defensa de dimensiones culturales radicadas en el pasado argentino; la presentacin del cantor letrado en relacin de empatia con el mundo popular; la necesidad de una restauracin de valores que, alguna vez, en una edad de oro, caracterizaron a la patria. Si el criollismo urbano de vanguardia haba sido un programa para Borges, este criollismo poltico aparece como versin esttica de un nacionalista populista del treinta. Irnicamente, un poema gaucho, cuando aborda la cr-tica poltica, toma los grandes temas que desbordan el mundo rural, caracteriza alianzas de clase a nivel internacional, se refiere a las inversiones y al comercio. E l gauchismo es la forma de una elec-cin ideolgica y de esa estructura de sentimiento persisten valores generales: respeto a los de abajo, justicia distributiva, gobiernos representativos desde un punto de vista sustantivo y no slo formal.

    El Paso de los Libres es tambin un gesto de resistencia cultural. Explcitamente, contra el tango por lo que representa de un mun-do urbano caracterizado por la mezcla y el margen no criollo. Pe-ro, de manera ms profunda, contra las transformaciones formales introducidas por los movimientos de renovacin esttica de los aos anteriores. Se trata de una opcin por la tradicin nacional, en debate tambin con la izquierda intelectual. E l arcasmo formal de la opcin gauchesca es la modalidad elegida para exponer un programa poltico que va a ser relativamente novedoso. Este pro-grama tiene como condicin bsica una lectura de la historia, ca-racterizada primero por un esquema heroico (la patriada) y luego por una construccin de romance, que implica la posibilidad de cambio y redencin, sobre la base de un pronunciado monocausa-lismo. Jauretche, por su parte, va a seguir siendo un escritor criollo, y el viejo cantor cmico se ir convirtiendo en su alter ego cuando inventa los slogans para F O R J A 7 o redacta la enciclopedia de luga-res comunes que es su Manual de zonceras argentinas, ms que un ttulo, una descripcin de buena parte de su obra. Estamos frente a la definitiva politizacin del criollismo de los veinte, que la difu-sin de F O R J A , segn un estilo cuasi martinfierrista, consolida en la segunda mitad de los aos treinta.

    Jauretche parte de certezas sobre el pasado de los argentinos:

    7 E l clebre "Los argentinos no somos zonzos", para propugnar la neutrali-dad durante la segunda guerra mundial, por ejemplo.

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  • sea Maip y Caseros, mencionados en El Paso de los Libres pero corregidos en nota a pie de pgina varios aos despus, sea la histo-ria de las depredaciones que siguieron a un primer momento de afirmacin independiente. Borges, en cambio, construye una pecu-liar relacin ambigua y artificiosa con el pasado. Si, por un lado, su literatura de los aos veinte y comienzos de los treinta remite a la historia como materia imaginaria con la que elabora una mitologa esttica, por el otro, es consciente de la operacin que realiza: "No hay leyendas en esta tierra y ri un solo fantasma camina por nues-tras calles", escribe en El tamao de mi esperanza,8 libro que no va a reeditar nunca ms, borrando las huellas de construccin de su imaginario y las de sus rupturas con el pasado literario argentino. Podra asegurarse que el proyecto de Borges es llenar este vaco, remediar la carencia que afectara, precisamente, a la literatura argentina como literatura nacional.

    E l pasado existe como restos familiares, la historia se aprende en los recuerdos de padres y abuelos, en los retratos y los memoria-bilia que se conservan en las casas, en los afectos, los odios y las adhesiones que perduran durante dcadas. No hay leyendas, cierta-mente, pero en los ancestros y en su herencia estn los materiales para inventarlas. Por eso, a diferencia del poeta maldito que renun-cia a su linaje, Borges se constituye como poeta afirmndolo. 9 No es un paria, sino el ltimo eslabn de una formacin ideolgico-mtica, que es preciso retomar. Esa tarea se realiza, por lo menos en parte, en los tres primeros libros de poemas y los tres de ensayo que publica en la dcada del veinte: "ensancharle la significacin a esa voz (criollismo) que hoy suele equivaler a mero gauchismo sera tal vez la ms ajustada a mi empresa".1 0

    Borges realiza dos movimientos de rearmado de la historia (don-de los hroes son personajes menores, sombras en el relato frag-mentario del siglo XIX) : de los actores cultural-sociales, a travs de la oposicin criollismo/gauchismo y la reelaboracin urbana del tpico del coraje y del destino; de la topologa, con la invencin de un lugar literario, las orillas, que no es totalmente la pampa ni la ciudad. Como se vio en un captulo anterior, en la topologa e historia de las orillas hay una voluntad esttica que impulsa a la diferenciacin respecto del tono y los tpicos del modernismo, que Borges lleva a cabo trabajando tambin sobre escrituras ante-riores, desde la relectura de la gauchesca a la relectura de Carriego.

    8 . Jorge Luis Borges, El tamao de mi esperanza, Proa, Buenos Aires, 1926. 9 Vase al respecto: Ricardo Piglia, "Ideologa y ficcin en Borges", en Pun-to de vista, n 5, marzo de 1979. 1 0 El tamao de mi esperanza, cit., p. 10.

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  • Para Borges, la historia es un espacio donde coexisten el saber y la ignorancia: en consecuencia, un espacio de la imaginacin. En su poema "Isidoro Acevedo" afirma: "es verdad que ignor todo so-bre l"; y en otro texto histrico-familiar, dedicado a Isidoro Su-rez, repite: "Hoy es orilla de tanta gloria el olvido". 1 1 La literatu-ra se escribe con y contra este olvido, pero no en la empresa ilusoria de restituir el pasado, sino en la de construirlo como una invencin:

    He rescatado su ltimo da, no el que otros vieron, el suyo, y quiero distraerme de mi destino para e sc r ib i r l o 2

    Borges no se distrae as de su destino sino que lo cumple: narra no lo que efectiva pero engaosamente fue vivido, sino la materia indecisa del sueo de su antepasado. La relacin con ese pasado es ms intensa cuanto ms inseguro sea el saber al respecto. Con una perspectiva antiglobal, Borges inventa un pas siempre hipottico, a travs de la expansin y repeticin de los detalles. Elabora as una visin sinecdquica:

    M i patria es un latido de guitarra, una promesa en oscuros ojos de nia, la oracin evidente del sauzal en los atardeceres.13

    Y tambin por sincdoque reconstruye o inventa la historia argen-tina, trabajando sobre los mrgenes, sobre las figuras de segundo orden, sobre la luz tenue que ilumina ancdotas basadas en la transmisin familiar y no en la ms ruidosa y evidente tradicin pblica. La operacin borgeana se basa en la doble relacin que se establece siempre con la materia potica, las imgenes y los restos de la historia; en el miserable escenario de las guerras civiles o del desierto, los hombres son muertos a cuchillo y a sable, Quiroga es un pequeo caudillo pero tambin un hroe de mitologas nrdi-cas. Esta tenue sutura le permite a Borges poner en contacto dos superficies, las invenciones criollas son productivas estticamente porque se las arranca del horizonte cultural del criollismo tradicio-nalista. Esta sobredeterminacin, como la denomina Riffaterre, 1 4

    1 1 "Inscripcin sepulcral", en Fervor de Buenos Aires (1923), cit. por J .L. Borges, Poemas, Losada, Buenos Aires, 1943, p. 128. 1 2 "Isidoro Acevedo", en Cuaderno San Martn (1929), op. cit., p. 128. 1 3 "Jactancia de quietud", Luna de enfrente, cit., p. 89. 1 4 Segn Riffaterre, la sobredeterminacin "resulta de la sobreimpresin de la frase con otras frases preexistentes -frases que figuran en otros textos, o fra-ses estereotipadas que forman parte del corpus lingstico". Vase: Michael Riffaterre, La production du texte, Seuil, Pars, 1979, p. 46.

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  • en un doble sistema semntico-ideolgico es una de las operacio-nes bsicas de Borges en los aos veinte.

    La perspectiva de Borges sobre la historia argentina supone por lo menos dos elecciones: el culto de sus hroes familiares, que son hroes menores pero aseguran un nexo de pertenencia fuerte; y la lectura del pasado a travs de la herencia familiar, no importa cuan inventada o incierta. A l mismo tiempo, Borges tiene la certeza de que el pasado, observado desde la identificacin y la nostalgia, slo puede ser recapturado por la operacin imaginativa de la literatura. No hay edad de oro a restatirar sino, ms bien, la posibilidad de producir un poderoso mito literario. Borges, el personaje de sus textos, no podr ser guerrero como sus abuelos ni poseer esa baqua pampeana que los hizo seores de hombres y caballos. A diferencia de Jauretche, no piensa que haya un espacio para la pa-triada, ni la historia tiene la posibilidad de convertirse en cifra de la poltica.

    Otras historias

    Hay otras formas de rearticular el pasado. Scalabrini Ortiz escribe dos ensayos marcadamente narrativos, uno psico-social y otro his-trico sobre la Argentina. Uno cuenta la narracin del movimiento expansivo del poder britnico sobre la joven e indefensa nacin a travs de varios Cuadernos de FORJA y la Historia de los ferroca-rriles. E l otro es el ltimo texto de su perodo 'artiste' y ha tenido durante dcadas un increble poder de permanencia, adems del xito instantneo que acompa a la publicacin de El hombre que est solo y espera. La primera edicin se agota en un mes, octubre de 1931, y la segunda sale a la calle el 31 de diciembre. Adems fue elegido, por unanimidad, como Libro del Mes por el Pen Club de Buenos Aires. A partir de ese momento se sucedieron las reediciones.

    El hombre que est solo y espera fue escrito en un estilo cultera-no-ultrasta, abundante en neologismos, con una sintaxis caracteri-zada por el uso incontenible del hiprbaton. Demuestra tambin un registro sensible a la lengua oral de Buenos Aires, fundamental-mente en sus emisores masculinos de capas medias. Sin las vanguar-dias de la dcada del veinte, esta escritura hubiera sido imposible, pero, al mismo tiempo, no es una muestra relevante del programa estilstico de la vanguardia.

    Scalabrini anticipa all dos tesis que, luego, se convertirn en motivos centrales de interpretacin histrica nacionalista: la inefi-

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  • cacia, cuando no la traicin de los intelectuales y la responsabili-dad del imperialismo como causa de todos los males econmicos y sociales de la Argentina. Las clases dominantes locales son cmpli-ces de ambas situaciones. La requisitoria contra los intelectuales es inusualmente fuerte dentro del tono apasionado pero menor de todo el ensayo:

    "Pero, en general, el intelectual no escolta el espritu de su tierra, no lo ayuda a fijar su propia visin del mundo, a pesquisar los trminos en que podra traducirse, no lo sostiene en la retasa de valoraciones que ha emprendido. Por eso el Hombre de Corrientes y Esmeralda se reconoce ms en las letras de tango, en sus girones de pensamiento, en su huraa, en la poquedad de su empirismo, que en los fatuos ensayos o novelas o poemas que interfolian la antepenltima novedad francesa, inglesa, ru-sa."is

    Tanto el grupo de Sur como la izquierda del campo intelectual pueden reconocerse en los tres adjetivos gentilicios con que ter-mina la cita. Se est constituyendo un tema, el de la defeccin de los intelectuales como intrpretes del ser nacional y voz del pueblo. Correlativamente queda esbozada la necesidad de una nue-va categora de escritores y polticos, capaces de mantener una re-lacin activa con ese espritu y con los valores que un populismo cultural en ciernes descubre en los hombres del comn: "el iletra-do, que quiz es sabio en lecturas y en' doctorados de vida". Si la Argentina est sumergida en una crisis de valores, de hbitos, de prcticas, que atraviesa a la sociedad desde la economa a la cultu-ra, el intelectual deber ponerse a la altura de las circunstancias, darse cuenta que. el momento exige grandes proyectos, donde es preciso "jugarse por entero a cada momento". F O R J A retomar la apuesta que se abre en El hombre que est solo y espera.

    La crisis presente se origina tanto en la privacin de relaciones 'normales' entre los sexos, como en la defeccin del radicalismo y los infatuamientos del viejo presidente derrocado, la soberbia de los militares golpistas, la incapacidad de los intelectuales y el avan-ce del capital extranjero. Todo se articula en un esquema orgnico y sin contradicciones, cuyo origen lejano reside en el proceso inmi-gratorio y sus consecuencias sobre la moral sexual y las modalida-des de la vida cotidiana. De todos modos, este comienzo ya ha dado lugar a sntesis raciales nacionales y no forma parte del

    1 5 El hombre que est solo y espera, Gleizer, Buenos Aires, 1931, 2a. edicin, pp. 101-2. Para un anlisis de los procedimientos retricos de este libro, va-se: David W. Foster, Social Realism in the Argentine Narrative, Chapel Hi l l , North Carolina Studies in the Romance Languages and Literatures, 1986.

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  • problema tal como se plantea al hombre de 1930. Se trata de una crisis cuya dimensin moral es definitoria: una sociedad que ha sa-crificado a los hombres (desde el punto de vista sexual y, a partir de all, en todos los dems sentidos), que burla los mismos princi-pios segn los cuales dice regirse, que produce ese sentimiento terrible de Vaciedad' que corroe a todos los argentinos.16

    Si uno de los ejes de la argumentacin de Scalabrini, como se ver ms adelante, reside en la determinacin sexual del carcter nacional, que define relaciones con el estado, el gobierno y la eco-noma, puntos subordinados pero igualmente importantes testi-monian el impacto de la modernizacin acelerada sobre las capas medias. El hombre que est solo y espera incluye fragmentos com-prensivos e inteligentes sobre las transformaciones urbanas, las reacciones de una ciudad pequea frente a la presencia del extran-jero y las correlativas estrategias de defensa que luego se transfor-man en procesos de apertura y de cambio. Precisamente por eso., para Scalabrini, el curso de la historia permite abrigar esperanzas sobre el futuro, que, en cambio, Mallea considera incierto y Mart-nez Estrada, clausurado para siempre.

    El hombre que est solo y espera fue la novela psicolgica y so-cial donde Scalabrini ensay tambin algunos de los temas que sern centrales, pocos aos despus, en la redaccin de la vasta no-vela histrica sobre el imperio britnico en la Argentina, donde se explica, con una perspectiva obsesivamente monocausalista, tanto el pasado como las condiciones actuales. Esta zona de su obra fun-da un sistema de figuraciones polticas de alto contenido mtico y movilizador en las dcadas siguientes. Los Cuadernos de FORJA y Seales son espacios de difusin de este conjunto de temas y propuestas. Me referir especialmente al caso de Seales, que apa-rece, en febrero de 1935, en Buenos Aires, como tabloid de actua-lidad econmica, social y poltica, diseado y titulado segn las pautas del periodismo moderno. Aunque no hay mencin de direc-tor, es sencillo detectar la mano de un militante (o por lo menos simpatizante) comunista, Len Rudnitzky, que firma como Leo Rudni. A lo largo de un' ao de publicacin casi regularmente se-manal, Seales cambia por lo menos dos veces de lnea poltica. Se presenta como una publicacin de frente que aspira a "ser la pala-

    1 6 Un tpico caracterstico del ensayo del treinta est ausente del libro. E l hombre de Corrientes y Esmeralda no se desvive por la riqueza, pese a la opi-nin difundida que, justamente, Scalabrini refuta: "el porteo se complace en la fortuna imaginada, pero en su apropiacin no empea ninguna de sus bonanzas vitales" (ibid., p. 133). La ideologa del batacazo tal como va a ser presentada en las fantasas y los esfuerzos de inventores y conspiradores arltianos, no caracteriza al porteo de Scalabrini.

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  • bra de orientacin en las inquietudes de nuestro tiempo, pero muy especialmente dentro de la corriente de los intereses del p a s " . 1 7 Luego, su inters por las cuestiones internacionales, y especialmen-te el ascenso del fascismo, aumenta, enfatizndose la presencia de Rudni que firma cantidad de artculos sobre poltica y economa europea, norteamericana y sovitica.

    En el nmero 10, del 1 de mayo, despus de una transparente disputa interna, Rudni es expulsado y, en el editorial donde se ex-pone el episodio, la nueva direccin afirma: "Seales no puede ser ms que un peridico argentino dentro del concierto de la prensa argentina y no un peridico sistemticamente internacionalista", porque "las cosas extranjeras nos interesan como espectadores fros y equidistantes y no como apasionados actores". Retomada esta perspectiva local que el peridico habra perdido en manos de Rudni, Scalabrini es anunciado como colaborador permanente y se enfatiza la prdica nacionalista as como se dedica considerable es-pacio a denuncias de funcionarios, polticos y abogados argentinos al servicio del imperialismo ingls. En el nmero 19, del 3 de julio, se publica una colaboracin de Luis Dellepiane, sobre la defeccin de los dirigentes radicales respecto de los intereses de la nacin, que puede ser interpretada como la lnea poltica de F O R J A a la que Scalabrini Ortiz sumar su romance histrico-econmico:

    "Creemos que mientras abogados o representantes de las empresas extranjeras o aspirantes a serlo, y hombres que necesitan de esas empre-sas para sus actividades, puedan ejercer cargos electivos o polticos den-tro del partido, el partido no concretar en un programa la esperanza que el pas ha depositado en l, pues esa misma amalgama de intereses fue la que anul las posibilidades de Yrigoyen en su segundo gobierno, derrotado ms que por la reaccin artificial de la opinin pblica, por los hombres que debieron colaborar con l, y no realizaron lo que ha-ban prometido a la ansiedad de las masas. "Estamos ahora en lo mismo: palabras, palabras. " E n el cabo de esta situacin actual verdaderamente trgica, no queda otro camino de oposicin que el radicalismo. E l pueblo vuelve a esperar, en su desesperacin, que el radicalismo solucione sus problemas y pol-ticos avisados trepan sobre esa esperanza despreocupndose de los problemas. "Si los grupos dirigentes actuales hubieran tenido nocin de la realidad, en lugar de fomentar el electoralismo corruptor hubieran mantenido al

    1 7 Seales, ao 1, n 1, 27 de febrero de 1935, "Quines somos y adonde va-mos". N . Galasso menciona la poco conocida Seales en su biografa de Scala-brini Ortiz.

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  • partido en ia abstencin y a sus hombres dirigentes sometidos al estudio ardiente de los problemas del p a s . " 1 8

    Varias de las lneas del gran relato histrico-econmico que pro-ducir Scalabrini estn presentes en las pginas de Seales. En un artculo con el que se inaugura el peridico, "Hoy, como en 1890, Inglaterra estrangula nuestro futuro" 1 9 se condensan todos los te-mas que Scalabrini y F O R J A expandirn desde 1936. E l artculo recurre con abundancia al ejercicio de la imaginacin: situaciones y actores son literalmente inventados, porque las ancdotas de connivencia antiargentina, afirma Scalabrini, podran haber sucedi-do realmente tal como l las expone y ayudan a "la comprensin de los sucesos que tan caros resultaron a la repblica". Si la imagi-nada reunin en Londres, alrededor de 1885, no tuvo lugar, bien pudo haber sido reemplazada por una estrecha relacin epistolar o cualquier otro mtodo. Lo central es que ia alianza antinacional est funcionando desde entonces. Los financistas ingleses saben, en 1885, que la Argentina, a travs de las exportaciones, ha ampliado el abanico de sus relaciones internacionales y esto debe ser obsta-culizado a toda costa, porque

    "el dominio de las fuentes de materia prima y vituallas es tan esencial para la grandeza de Inglaterra como el dominio de los mares. Gracias a su habilidad financiera, la fortuna ganadera argentina esta' bajo control y no es argentina sino nominalmente." .

    Aqu est, in nuce, la teora monocausalista y fuertemente cons-pirativa que se propondr como explicacin global de los males nacionales: bajo las formas de la independencia poltica no somos sino una colonia. Por eso, los ingleses, nuevamente reunidos en un cnclave londinense a raz de la revolucin del 30, no se alarman demasiado por el manotn norteamericano sobre sus posesiones. Ellos saben que, de todas formas, lo que se ha impedido es la nacio-nalizacin del petrleo que hubiera golpeado con dureza a sus capitales invertidos en la industria extractiva. Se trata, entonces, slo de una travesura del rival norteamericano, que los ingleses de-ciden encarar con un plan completo para la Argentina post-golpe: fundacin del banco central, visitas vicepresidenciales a la reina, nuevas condiciones en el comercio de carnes, entrega de las rique-zas naturales, negociados escandalosos.

    El artculo lleva como titular: "La direccin de la Unin Cvica Radical est en grave dficit frente al pueblo argentino. Opina el destacado ciudadano radical Dr. Luis Dellepiane". 1 9 Ao 1, n 1, pgina doble central, con fotos.

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  • Sin duda, es enorme el poder persuasivo de esta historia sencilla donde acontecimientos y actores estn perfectamente clasificados segn la dicotoma nacional-antinacional. La capacidad de organi-zacin de lo real que exhibe este relato muy literario de Scalabrini, se basa, por un lado, en procesos evidentes y declarados de ficcio-nalizacin (una manera de contar la historia, de trazar los perfiles de los personajes, de adivinar intenciones en cada gesto, de inven-tar esos gestos y esas palabras) y en la potente voluntad explicati-va, simplificadora pero, quizs por eso mismo, convincente, del despliegue de la hipstasis imperialista. Las fotos que acompaan la nota puntan grficamente.el relato de la infamia, y sus epgra-fes retoman, condensados, los principales temas: Jurez Celman, "presidente en la poca en que se produjo el desastre financiero planeado en Londres"; Uriburu, jefe del golpe "inspirado por el ca-pital nortearnericano en su lucha por el control de los mercados argentinos"; Aristbulo del Valle, que "fue el primero en llamar la atencin sobre el peligro qu para la soberana argentina implica-ban las maniobras de Londres"; Pellegrini, que "consum la entre-ga de la soberana argentina al capital financiero ingls"; Trafalgar Square, el escenario "desde donde se mueven los hilos invisibles que manejan desde hace setenta aos la economa argentina"; L i -sandro de la Torre, "cuya candidatura a la presidencia apareca como una amenaza ms a los designios del imperialismo britnico"; el Congreso, "donde se discutieron y aprobaron las leyes que favo-recieron el desarrollo y la aclimatacin de las empresas capitalistas britnicas". Prcticamente, toda la versin histrica del nacionalis-mo.

    La permanencia de estos temas en la cultura poltica argentina no tiene como explicacin, obviamente, su verdad historiogrfica. Los ensayos de Scalabrini, aunque proporcionan al lector una can-tidad enorme de documentos, como en el caso de su obra sobre los ferrocarriles, no responden con exclusividad al rgimen histrico de prueba, sino al rgimen ideo lgico-poltico de la creencia. Sus textos son, desde un punto de vista retrico, extraamente persua-sivos; su intencin bsica es la modificacin de las condiciones pre-sentes (proyecto ligado a la poltica antes que al saber). Su rgi-men es el del ensayo y la lgica binaria que despliega est entre las causas bsicas de su eficacia. Un claro sistema de valores define los lugares y un movimiento imaginativo coloca a los actores, les atri-buye intenciones simples y comprensibles, los mueve en acciones perfectamente encadenadas. As, las figuraciones histricas de Sca-labrini presuponen y conquistan un pblico bastante ms amplio que el de Mallea y Martnez Estrada: jvenes estudiantes o profe-sionales, miembros de las capas medias, descontentos con el curso

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  • que la Argentina haba tomado despus del golpe, para quienes F O R J A representa no slo un espacio de denuncia del presente si-no de propuestas para el futuro. Precisamente lo que no ofrece ja-ms Martnez Estrada y lo que Mallea slo abre como posibilidad para bellas almas refinadas e intelectuales.

    Los ensayos de Scalabrini son un captulo decisivo en la forma-cin de ideologas nacionalistas antimperialistas que interpelan a capas medias urbanas. Polticos antes que morales, prcticos antes que reflexivos, histricos ms que tericos o filosficos, son la for-ma de una fuerte intervencin en el debate de ideas durante los aos treinta. Un contingente de intelectuales va a buscar, fuera de su campo especfico, una escucha social y un impulso de moviliza-cin. Mallea y Martnez Estrada, en cambio, representan otro tipo de estrategia. Sus figuraciones son menos precisas y, aun cuando escriban textos donde casi no quedan espacios para la duda, no proponen seguridades tan compactas como las de estos nacionalis-tas de nuevo tipo.

    Una forma del problema argentino*

    Radiografa de la pampa rene una serie de temas ideolgicos 2 0 articulados orgnicamente y presentados como datos objetivos de lo real: irrevocables como destino, definen de una vez para siempre los males nacionales. Se puede agrupar estos temas en tres grandes haces. E l primero expone la certidumbre de que el crecimiento econmico se vio acompaado, en la Argentina, de miseria espiri-tual, lo que supone no un desajuste provisorio entre una zona y otra de la formacin social, sino un dato fundante que explicara su constitucin, proporcionando tambin un pronstico para su futuro. E l tpico de la oposicin economa-poltica tiene un rasgo particular por la militarizacin de la historia argentina y la gravita-cin del ejrcito que desemboca fatalmente en la usurpacin del

    * Una primera versin de las consideraciones sobre Martnez Estrada fue pu-blicada por Dispositio, IX, 24-26. 2 0 Bernardo Canal Feijo sealaba en 1937: "No podra acusarse al autor de esta 'Radiografa' de haber inventado ni uno slo de sus puntos de ataque, ni uno solo de sus argumentos. La originalidad de la obra consiste nicamente en haber sistematizado machaconamente lo que ya viene circulando desde hace bastante tiempo. Apenas hay idea que no haya sido blandida por Sarmiento y Alberdi; rastreada y analizada sociolgicamente por el maestro Juan Agustn Garca, por Juan B-. Justo, por Ingenieros, por Carlos Octavio Bunge...", en "Radiografas fatdicas", Sur, n 37 , 1937, p. 76.

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  • poder pol t ico . 2 1 Ya en 1910, Joaqun V . Gonzlez haba alertado sobre dos peligros que se alimentaban mutuamente: la irresponsa-bilidad del patriciado, que resignaba las preocupaciones pblicas absorbido por el affairismo, y la ley de la discordia, que haba regi-do desde la disolucin de los vnculos con Espaa y a la cual el caudillismo proporcionaba su forma.

    El segundo tema es el de la 'barbarie democrtica' que, en el ensayo argentino de Sarmiento a Lugones, tom figuras sucesivas: gaucho-montonero-caudillo-inmigrante. La 'barbarie democrtica' caracteriza un estado donde no hay perspectiva jerrquica 2 2 que ordene las voluntades sociales encontradas y modere los impulsos oscuros que las ponen en movimiento. Por otra parte, en Amrica nunca existi un orden legtimo y es intil, en consecuencia apos-tar a una restauracin indeseable como lo haban hecho Glvez o Lugones.

    E l tercer haz temtico se sustenta en los dos primeros. Se trata de lo que sucede en Amrica con la cultura europea. La religin, las costumbres, los sistemas de modelizacin de la vida cotidiana, la produccin misma de sentidos atraviesan por un proceso de bar-barizacin. 2 3 Para decirlo con la palabra que Martnez Estrada repite ad nauseam: se degradan. El mestizaje, que es el rasgo bsico, de la demografa americana, es un obstculo a la posibilidad misma de existencia de una cultura en Amrica. E l eco de los positivistas argentinos puede escucharse todava cuando los argumentos racia-les rigen la interpretacin de la historia. Un caso particular de este tpico es el de la imposibilidad de adaptar los instrumentos euro-peos a la realidad del nuevo mundo. Ni instituciones polticas, ni

    O 1 "Motn y asonadas son formas de justificar sueldos suntuarios, simulacros,

    con bala, de la guerra, y acaso el pudor de no permanecer inactivos. Los mili-tares que incuban revoluciones quieren comer su pan sin remordimientos. A falta de conflictos internacionales, y ante el sopor y la pobreza de los pases limtrofes (...) esos cuerpos bien nutridos tienen que volverse fatdicamente contra el interior y hacer de la revuelta y de la usurpacin del poder poltico sus maniobras de invierno", Radiografa de a pampa, Losada, Buenos Aires, 1976, octava edicin, p. 272.

    2 2 "Saber da derechos, tener da derechos, ser marido da derechos, ser padre da derechos. No solamente falta el sentido de una perspectiva jerrquica, sino el dictado imperativo de todo el ethos y el pathos, de lo justo y de lo injus-to", ibid., p. 299. 2 3 Len Sigai afirma que en Radiografa se expone: " L a comprobacin (...) de la persistencia de la barbarie, de su normalidad, la vida secreta y poderosa que sigue teniendo, junto con el fracaso de los proyectos fundadores que de ella resulta", en Martnez Estrada et le milieu argentin de la premire moiti du XXe sicle, Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, Pars, tesis de tercer ciclo, mimeo, p. 119.

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  • cuerpos legales pueden evitar una trasmutacin deformante en el pa-saje de un espacio a otro; los avatares que rodean la historia consti-tucional argentina no hacen sino confirmarlo. 2 4

    Estos temas se articulan alrededor de una presuposicin: en la Argentina, el proceso histrico (combinado con el milenario proce-so de la naturaleza) ha producido slo desajustes y deformaciones: la pampa es el escenario de una teratologa social, donde Europa no puede funcionar como modelo, error pletrico de buenas inten-ciones, que lo tornan casi tan admirable como profundo, de Alber-di y Sarmiento. En los trminos en que se plantea la cuestin para Martnez Estrada, no hubo 'exageracin' en el europesmo de los hombres de la organizacin nacional, por la razn muy evidente de que todo intento de europeizacin de Amrica est, de antemano, destinado al fracaso. Ellos fueron vctimas del Doppelgnger civili-zado que soaron: vctimas del hbrido producido por el trasplan-te colonial primero, por los letrados postindependentistas despus. En realidad, en Amrica, no se ha librado jams la batalla de los grandes destinos, civilizacin o barbarie, porque ese enfrentamien-to estaba perdido desde el principio.

    La oposicin spengleriana entre mundo como Naturaleza y mundo como Historia es uno de los motores ideolgicos de Radio-grafa, que despeja la ambigedad y la heterogeneidad de lo real. Bajo una acumulacin de rasgos descriptivos-valorativos, que tien-de a crear el efecto de una abundante prueba emprica, el libro se organiza segn un principio constructivo simple. Amrica es un continente cuyo ser es pura naturaleza y la realidad americana sera, por su origen, por su geografa, por la tragedia de un mesti-zaje mal compuesto, contraria a la civilizacin.

    Toda manifestacin cultural, alta o popular, es en Amrica (de la que la pampa funciona como sincdoque) ficcional. E l 'alma de la cultura' se define por el simulacro: mscara, disfraz, inautentici-dad constitutiva. Amrica ha sido construida en la falsedad, marca-da por un "subconsciente inclinado al gozo de los disfraces",2 5 fan-tasma de la ilusin colectiva de los conquistadores espaoles que trajeron no la civilizacin sino sus sueos de poder, de riqueza, de linaje: reivindicaciones plebeyas de los postergados que confiaban

    " L a versin defectuosa de la constitucin norteamericana, aclamada el 25 de mayo de 1853 bajo la dictadura de Urquiza, significaba en la realidad me-nos que cualquiera de los pactos preexistentes... Lo que no haba podido lograrse en la realidad se dio por instituido en la teora, y la Nacin nacida del caos eran los 107 artculos de Las Bases", Radiografa, cit., p. 149.

    Ibid., p. 276. E l tema de las esencias y las mscaras tambin aparece, como se ver en este mismo captulo, en Mallea.

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  • en la inversin de la cual sera teatro Trapalanda. Y efectivamente, advierte Martnez Estrada, la inversin se produce porque la natu-raleza americana cierra toda posibilidad a la historia y el sueo de la conquista slo engendra monstruos.

    Esta tesis central de Radiografa es la exasperacin de otra sobre el carcter reflejo de la cultura americana respecto de la europea. Cultura de importacin y trasplante, se hunde en el vrtigo de un sistema de espejos deformantes en cuyo fondo anida lo siniestro de la mscara. La formacin cultural y social argentina es un simula-cro en sentido doble: di-simulacin de un mundo que es Naturale-za y por lo tanto vaco anti-cultural; y simulacin de una cultura que slo adhiere a la superficie pampeana sin penetrara. Todo lo que en otras sociedades es 'profundo', aqu es efecto de una construc-cin superficial de sentidos que no se relacionan con una 'verdad'' existente:

    " L a amistad y el respeto se extienden como meras pelculas sobre el yo y no se entra nunca hasta el centro de lo que se siente y de lo que se es a travs de ese superficial yo postizo." 2 6

    A una concepcin de la cultura como resultado de un proceso secular y como dimensin 'en profundidad' de la vida (cualidades que Martnez Estrada atribuye a la cultura europea), la pampa opone una versin instantanesta de la sociedad y la cultura, como construcciones edificadas demasiado rpidamente, impostaciones artificiosas depositadas sobre la superficie impermeable de la reali-dad americana. Este no es slo un balance sobre la sociedad actual, sino tambin un balance sobre la historia de su implantacin. De all el reproche que, en medio de una fuerte tensin admirativa, Martnez Estrada hace a Sarmiento y, en general, a los proyectos del siglo X I X . 2 7

    Martnez Estrada quiere demostrar que la sociedad argentina resulta de una cadena de simulacros autoimplicados: se imita a Europa y se imitan las imitaciones de Europa. En este sentido, el suburbio no es sino un reflejo degradado del centro:

    "Boedo pretende ser la Florida del desierto urbano. Posee en campesino lo que Florida posee en parisiense; los mismos objetos de distinta cali-dad, el diamante de vidrio, el oro fix. Y , sin embargo, se comprende que Boedo es ma's Buenos Aires que Florida, y lo que all ocurre y transcu-

    2 6 Ibid., p. 277. 2 7 Escribe Sigal: "Constata el fracaso de la ideologa argentina del siglo X I X " , op. cit., p. 59.

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  • rre se comprende ms fcilmente que lo dems, y es ms lgico aunque no ms sincero." 2 8

    En esta cadena de semiosis social refleja, Martnez Estrada no puede reconocer la productividad cultural y social, excepto cuan-do la naturaleza o alguna figura cuasi natural irrumpen brutalmen-te en el laberinto de reflejos. Esto es, por ejemplo, lo que sucede con la ciudad de Buenos Aires. La exposicin se mueve entre dos extremos: por un lado, el asombro de que la ciudad realmente exista, la admiracin ante.una actividad humana que se ha realiza-do contra el fatum de la naturaleza; por el otro, su improvisacin y superficialidad, surgidas del derroche propio de un parven provin-ciano (desde esta perspectiva, tanto el provinciano como el parve-n seran dos reflejos). Cuando Martnez Estrada describe la topo-loga y el perfil arquitectnico porteo, las imgenes remiten a una superposicin de superficies planas (una especie de multiplicacin de la pampa):

    "Los terrenos baldos de ayer son las casas de un piso ahora. A l princi-pio se construa sobre la tierra, a la izquierda o a la derecha, espordica-mente; hoy se utiliza el primer piso como terreno, y las casas de un piso ya son los terrenos baldos de las casas de dos o ms. Por eso Buenos Aires tiene la estructura de la pampa; la llanura sobre la que va superpo-nindose como la arena y el loess otra llanura; y despus o t ra ." 2 9

    Superficie y reflejo, Buenos Aires carece, desde su mismo origen, de la estabilidad de las ciudades europeas con las que se la compara. La unidad de estilo proviene all, en opinin de Martnez Estrada, de la voluntad unificada, en profundidad, por la historia. En Bue-nos Aires, por el contrario, no hay ni unificacin, ni proceso secu-lar sino la anarqua y el vrtigo de una modernizacin ficticia que califica de 'cosmopolitismo polglota'.

    Imitacin de Europa o victoria del sino pampeano, Buenos Aires transfiere su superficialidad a los tipos urbanos. En su caracteriza-cin del guarango, Martnez Estrada alcanza el punto ms crtico de la caracterizacin de lo argentino como simulacro. E l guarango es una mscara definida por la falsedad de lo carnavalesco:30

    "Se advierte la vocacin carnavalesca en el guarango; suele ser una mscara despus de terminado el carnaval, que habiendo tenido xito en

    2 8 Radiografa, cit., p. 209. 2 9 Ibid., p. 203. 3 0 Se trata de un 'carnavalesco' despojado de los rasgos de resistencia que hoy, despus de Bachtin, se le adjudican.

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  • su barrio, lleva a otro barrio en das de trabajo el esquema de ese perso-naje triunfal, sin careta. Por eso, su cara tiene la impudicia de la mscara y es inexpresiva, de trapo y papel; se le llama en la jerga: 'careta' y 'cara dura'. En la guarangada hay, pues, por partes iguales, de lo teatral y falso y de lo carnavalesco."3 1

    Ms que volver a subrayar lo que ya se ha reiterado 3 2 sobre la imposibilidad de captar una dimensin fundamental de la sociedad argentina, la popular moderna, queda la pregunta acerca de cmo esta 'epistemologa radiogrfica' se maneja con figuras (el simula-cro y la mscara) que se convierten en clave explicativa del ser argentino y sus manifestaciones. La sociedad pampeana es pardi-ca. Si la realidad profunda, razona Martnez Estrada, es hostil a la cultura, una 'cultura ficticia' ocupa el espacio que otras sociedades colmaran con una densidad que ni siquiera los procesos de moder-nizacin y de mezcla pudieron afectar. Radiografa iguala catastr-ficamente las producciones de lite y las populares, las prcticas sociales y las polticas de estado, en un movimiento globalizante donde ni los intelectuales ni los artistas se salvan de las marcas indelebles producidas por la mestizacin espaola-criolia-inmigra-toria:

    "Las plazas estn llenas de simulacros de bronce y mrmol; los museos atestados de simulacros; los programas sinfnicos mechados de fantas-mas. Todo ese mundo de abortos inmortales nace de la poltica y es hijo de las cmaras, de los gabinetes y de los comits. El pblico est compli-cado en el sistema de la cadena y aplaude; llena los teatros y repite los gloriosos nombres de los espectros."3 3

    Para Martnez Estrada el modo de existencia argentina es la ms-cara, una ficcin que imita: como si fuera Europa (pero no lo es), como si perteneciera a la Historia (pero pertenece al dominio de la etnografa), como si se establecieran relaciones entre los grupos y los individuos, cuando se sabe que esos vnculos ficcionales son

    Radiografa, cit., p. 202. Vanse los trabajos de David e Ismael Vias en Contorno; Juan Jos Sebre-

    l i , Martnez Estrada: una rebelin intil, Jorge Alvarez, Buenos Aires, 1967; Juan Jos Hernndez Arregui, Imperialismo y cultura, Plus Ultra, Buenos A i -res, 1973, 3a. ed. 3 3 Radiografa, cit., p. 221. Con razn Sigal afirma que Radiografa es la "ne-gacin puntual del discurso iluminista oficial. All donde el discurso oficial es-tableca una ruptura entre dirigentes y dirigidos, el radigrafo reintroduce unos y otros en un drama comn, cualquiera sea su condicin y origen. Y , al mismo tiempo, inocenta a unos y otros de las responsabilidades personales o histricas, puesto que estn absolutamente predeterminados", op. cit., p. 56.

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  • parte de una representacin, puesta en escena de una sociedad que, en realidad, no es tal. La mercantilizacin de las relaciones inter-personales, la alienacin al valor mercantil en todas las esferas agre-gan ficcionalidad suplementaria a la escena de la ciudad moderna, de la que han defeccionado las lites y cuyo pueblo es una mezcla imposible y casi tan anticultural como la naturaleza en cuyo medio se impone el fantasma urbano.

    E l estupor de los aos treinta habita debajo de la seguridad om-niexplicativa: tanto las modalidades polticas como las costumbres privadas parecen haber sicfo invadidas por el Mal. Para Martnez Es-trada, la sociedad es irredimible y por eso su voz es la de un profe-ta que se sabe clamando en el desierto; el objeto que condena in-cluye a sus lectores mismos. La interpelacin est destinada, de an-temano, al fracaso. Por eso, el rgimen de Radiografa no es el de la argumentacin clsica. 3 4 Responde ms bien a un diseo circu-lar que acumula obsesivamente razones, ejemplos de diferente ni-vel y carcter, trivialidades, percepciones certeras. Carece de lo que, en sentido estricto, es un plan expositivo; su estructura tripartida es slo una segregacin formal de temas que se repiten y se mez-clan. Si hubiera que definir su movimiento, obsesivo sera el adjeti-vo ms adecuado: vuelve una y otra vez sobre las mismas tesis, pro-badas por los mismos argumentos o por otros extremadamente similares; amontona incisiones perspicaces en la fenomenologa de la ciudad moderna con la resistencia tenaz a hacerse cargo de una realidad que, en 1930, necesitaba de explicaciones ms articuladas que las de la soledad pampeana o la degradacin demogrfica de la Argentina. Esta fuga esencialista y pesimista tiene que ver con la si-tuacin de intelectuales separados de una poltica que condenan; encerrados en un espacio social donde se los reconoce, pero aspi-rando a difundir un mensaje que desborde esos lmites. Martnez Estrada habla de una sociedad que considera inmodificable, pero el acto mismo de su libro es un intento, de antemano destinado al fracaso, de alertar a esa misma sociedad sobre sus males. Algunos, la mayora de ellos, no tienen reparacin (el mestizaje, el espritu de lucro, la defeccin de las lites, la ausencia de jerarquas firmes)

    3 4 " L a naturaleza del auditorio al cual los argumentos pueden ser sometidos con xito, determina en gran medida tanto el aspecto que tomarn las argu-mentaciones como el carcter y el alcance que se les atribuir." " E l auditorio presupuesto es siempre, para quien argumenta, una construccin ms o menos sistematizada. Es posible determinar sus orgenes psicolgicos o sociolgicos; pero lo que importa a quien se propone persuadir eficazmente a individuos concretos, es que la construccin del auditorio no sea inadecuada a la expe-riencia." Ch. Perelman y L . Olbrechts-Tyteca, Traite de l'argumentation; la nouvelle rhtorique, Editions de l'Universit de Bruxelles, Institut de Sociolo-gie, 1976, 3a. edic, pp. 39 y 25.

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  • y, sin embargo, este emblemtico ensayo de los aos treinta realiza el gesto de la diagnosis que, en el fondo, tambin incluye el deseo de un cambio postulado imposible.

    Otra lectura de la modernizacin: intensidad y tedio

    "Buenos Aires es, debido a la fuerza antipdica de esas dos modali-dades sociales que habitan su seno, una gran ciudad sin belleza a la que se ama profundamente". La cita de Mallea 3 5 pertenece a Co-nocimiento y expresin de la Argentina. Las cortas notas que ante-ceden el texto editado por Sur, as como los datos editoriales de la portadilla de Historia de una pasin argentina** proporcionan in-teresante informacin sobre su autor. E l moralista, el intelectual preocupado por los principios rectores de una existencia realmente humana, pronunci esta conferencia luego recogida como volumen por Sur, en 1935, en Italia y su presentacin corri a cargo de Gio-vanni Gentile que, ya en 1927, fue modelo del siguiente retrato re-dactado por Anbal Ponce:

    "Es un hombre alto, obeso y vulgar. Cabeza chica para el cuerpo enor-me. Cabellos gris ceniza alzados rectamente sobre la frente estrecha. Na-riz pequea con anteojos de oro, y sobre los pmulos hinchados, ojillos

    35 Conocimiento y expresin de la Argentina, Sur, Buenos Aires, 1935. Se

    trata de la edicin de una conferencia pronunciada en el Palacio Giustiniani de Roma el 12 de septiembre de 1934 y repetida en Miln el 18 del mismo mes y ao, "bajo los auspicios del Instituto Interuniversitario Italiano". En Roma, el discurso de presentacin estuvo a cargo de Giovanni Gentile y en Miln de Cesare Zavattini, "escritores ambos a quienes el autor expresa nueva-mente aqu su gratitud. Tambin quiere decir pblicamente sus gracias al mi-nistro Piero Parini y a Lamberti Sorrentino, de quienes recibi en Italia aten-ciones inolvidables". Muchos aos despus, Mallea en su largo dilogo con Victoria Ocampo, recuerda tambin este viaje: " A h , aquel fue un viaje diverti-do. Se acuerda de cuando le dije al conde V . . . que en nuestra Amrica tom-bamos en broma a los condes? (...) Recuerdo mi conferencia del Palacio Gius-tiniani, el miedo que yo tena, los ensayos de la lectura en italiano, la presen-tacin de Giovanni Gentile y sus felicitaciones tranquilizadoras. Recuerdo los das que siguieron: sus conferencias en Florencia y Como, antes de la otra ma de Miln, cuando me present Cesare Zavattini (...) Recuerdo la comida en casa de la Sarfatti. E l esplendor de Villa d'Este, el lago sobre el que el hotel avanzaba, en medio del ruido de los aviones (...) Recuerdo los das en casa de Nina Ashmead Bartlett, adonde estaban aquellos otros amigos, la condesa de Yebes y Marichalar." En: Victoria Ocampo, Dilogos con Mallea, Sur, Buenos Aires, 1969, pp. 49-50. 3 6 Sur, Buenos Aires, 1937.

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  • oscuros que parecen empinarse (...) En el ojal del saco, el emblema fas-cista, y sobre el chaleco marrn ,una gruesa cadena de mal gusto. Brazos cortos, de movimientos torpes; manos chicas, de dedos gruesos: manos rechonchas y untuosas de obispo feliz (...) Una impresin total de un hombre basto y plebeyo satisfecho de s mismo." 3 7

    Agasajado por los intelectuales cercanos al rgimen (Gentile me-rece de Gramsci una descripcin coincidente con la de Ponce), Ma-llea no poda haber encontrado personaje ms alejado de la espiri-tualidad distinguida con que se piensa a s mismo y a sus alter ego literarios. Como los escritores del grupo Sur, Mallea tarda algn tiempo en decidir que ni Italia ni los intelectuales que exhiben el emblema fascista tienen mucho que ver con la civilizacin y la cul-tura que l se propone representar y defender. En 1936, se realiza en Buenos Aires el X I V Congreso Internacional del P E N Club. La exhortacin que pronuncia entonces Mallea repite los temas del alejamiento del intelectual y del artista respecto de la esfera polti-ca, que haba aprendido en La trahison des cleros, pero que Julien Benda, su autor, ya no practicaba ni frente a la guerra civil espao-la ni frente al fascismo. E l discurso de Mallea se refiere a la funcin del escritor en trminos incandescentes y ciertamente vagos:

    "No pienso que la funcin del escritor deba consistir hoy en una accin por l desarrollada, sino, ms bien, una pasin que opera a travs de su sacrificio. Slo aquellos que poco comprenden piensan que esto implica un retiro o una huida. En un sentido secreto implica, como ustedes sa-ben, caballeros, mucho ms que cualquier accin. Qu agitacin! Qu lucha! Qu intervencin! Y cunto sufrimiento! Ac radica el privile-gio del intelectual: para \,la inseguridad es activa, como una bendicin que lo atormenta (...) En esta hora, cuando los hombres se inclinan a elevar sus manos ms que su espritu, creo que el deber del pensamiento creador es permanecer en su propio estado de puro tormento." 3 8

    Sin duda, estas declaraciones no lo convierten en un fascista, si-no ms bien en un escritor cuyo discurso no imita la decisin practicada por los escritores europeos que l admira. Cuando quie-re pronunciarse sobre el fascismo, la revista Sur, a cuyo grupo per-tenece Mallea, recurre precisamente a textos de origen europeo: ellos no escriben sino que traducen, y al gesto de la traduccin

    3 7 Anbal Ponce, Apuntes de viaje, E l Ateneo, Buenos Aires, 1942, p. 41. 3 8 Citado por Jess Mndez, Argentine Jntellecuals in the TVenrieth Cenu-ry', 1900-1943, disertacin de doctorado presentada ante la University of Texas at Austin, 1980, mimeo, p. 353.

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  • confan la explicitacin de sus posiciones ideolgico-polticas. 3 9 Si el grupo de Sur adopta una actitud antifascista despus del co-mienzo de la guerra de Espaa, antes exhiba una colocacin algo distante, au dessus de la mele, para la cual los valores espirituales que resueltamente promueve no estn comprometidos en las me-nudas circunstancias de viajes o conferencias internacionales. Se trata, en todo caso, de actividades intelectuales realizadas frente a otros intelectuales con los que los comunica no la poltica sino el arte y el saber. La distraccin de Mallea en 1935, en la que tam-bin incurre Victoria Ocampq, se explica tambin por la tensin 'elevada' y anticoncreta que caracteriza sus ensayos y su literatura

    de ficcin. Pero el espiritualismo de Mallea no impide, de ningn modo,

    una considerable repercusin de sus libros: dos volmenes de fic-cin agotados en poco ms de un ao, lo cual prueba no slo la di-fusin de su obra sino tambin la relativa abundancia de un pbli-co integrado por 'argentinos invisibles'. Por lo dems, los relatos de La ciudad junto al ro inmvil, escritos entre 1931 y 1935, fueron publicados no slo en Sur, sino tambin en Revista de Occidente, L 'Italia Letteraria y la Deutsche Zuricher Zeitung, lo que indica una apreciable trama de relaciones internacionales cultivadas no slo en funcin intelectual. Se trata, obviamente, del sistema de relaciones de Sur,40 que Mallea est en condiciones de cruzar con las de La Nacin cuyo suplemento cultural tambin dirige. -

    En este marco de considerable repercusin, Mallea escribe su re-pudio del materialismo argentino, sobre el cual centr permanente-mente sus invectivas y sus lamentos. A una sociedad superficial, preocupada por las apariencias y las formas, Mallea responde con una literatura que siempre se presenta como espiritual, profunda, obsesionada por las esencias; y con una escritura desbordante de sustantivos y adjetivos abstractos. A una sociedad que acta para no reflexionar, su literatura opone pginas y pginas donde la reflexin ahoga la accin narrativa hasta aniquilarla. Este es un ras-go corrientemente sealado por la crtica, especialmente desde las intervenciones de Contorno. Lo que caracteriza a la obra de Mallea es un proyecto de ficcin ensaystica paralelo a un ensayo ficcio-

    Vase al respecto el polmico e informado artculo de Mara Teresa Gra-muglio, "Sur en la dcada del treinta; una revista poltica", en Punto de vista, no 28, noviembre de 1980. 4 0 E l anlisis ms completo, informado y perspicaz de la revista Sur resulta de la investigacin de John King: Sur: a Study of the Argentine Literary Journal and its Role in the Development of a Culture; 1931-1970, Cambridge Univer-sity Press, Cambridge, 1986.

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  • nalizado. Esto marca muy fuertemente Historia de una pasin ar-gentina, define la figura inventada para autopresentarse en Conoci-miento y expresin de la Argentina, e incluye los cuentos de La ciudad junto al ro inmvil. Mallea retoma preocupaciones anterio-res y contemporneas, las mezcla, las generaliza, les impone alguna ficcionalidad, las vuelve inmediata y fcilmente legibles. La muy escasa materia ideolgico-filosfica de sus textos es estirada a tra-vs del procedimiento de forma larga. Se produce de este modo una dilusin de la materia ideolgica, segn un doble efecto. Por un lado, permite una lectura fcil pero que parece atenta y profun-da. Todo el tiempo, esparce marcas de escritura que advierten al lector sobre la importancia, la profundidad y la dificultad de los tpicos. Los ncleos de ideas se repiten pautadamente y la acumu-lacin sustantiva y adjetiva vuelven una y otra vez sobre el tpico elegido, en una operacin de sinonimizacin de enunciados muy sencillos. Por otro lado, el espritu de seriedad permanente de los textos, donde jams puede descubrirse distancia o irona, garantiza la elevacin y la dificultad, pero procesadas a travs del principio de repeticin. Servicial en su longitud, Mallea es casi sin excepcio-nes un escritor fcil. Combina los anuncios propios de un pensador 'profundo' con la ausencia de densidad lograda a travs de la reite-racin. La grfica de los prrafos y de las frases impresiona por la extensin, pero su estructura interna est sostenida en la amplifica-t i o . 4 1 De este modo, un bajo contenido semntico, sinonimizado en el interior de la frase y repetido a lo largo de prrafos, secciones y captulos, crea la ilusin de un alto contenido ideolgico-reflexi-vo. Estos primeros libros repiten casi lo mismo ;

    Mallea se refiere, de manera constante, a una bsqueda, e inten-ta ponerla en escena figurando en sus ensayos el itinerario de un espritu en movimiento. Sin embargo, arriba al mismo punto de donde ha partido y, lo que es peor, el arco que los une es extenso en el discurso pero reducido en su materia ficcional o terica. En Historia de una pasin argentina, por ejemplo, los captulos III y IV ya tienen completo todo el desarrollo posterior, que se estira hasta el final captulo XIII. Mallea escribe como un hombre pro-fundamente anonadado por el mundo en que le ha tocado vivir,

    4 1 Un ejemplo que puede multiplicarse: " E l verbo es todo: el verbo es vida, el verbo es amor, porque posee antes de crear, porque iros prolonga, porque nos conduce de la pasin a la comunicacin desde el fondo de nuestro deseo. No hablar, no comunicar son ya anticipaciones de la muda rigidez mortal. Pocos saben hasta qu punto un hombre que no se entrega a su voz es un hombre triste; hasta qu punto agoniza en s, desesperado; hasta qu punto est conte-nido en la atmsfera de su llanto", Conocimiento y expresin de la Argentina, c i t , p. 15.

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  • sentimiento y situacin que comparte con los personajes de sus fic-ciones. Pero tambin escribe para mostrar que l, contrariamente a la mayora de los que lo rodean, es consciente de un drama espiri-tual y moral que su literatura se propone clarificar.

    Es posible no dudar de la sinceridad del anonadamiento: Mallea vive el impacto de la modernizacin social y cultural de la Argenti-na. Podra argumentarse que muchos de sus colegas de Sur sufren ese mismo (sin duda, rudo) golpe y que varias de las estrategias intelectuales desarrolladas remiten, aunque de modo cifrado o indirecto, a este proceso. Sin embargo, algunos de ellos (quizs Ma-llea sea la excepcin) encontraron en el curso y el escenario de la

    ' modernizacin no slo un destino de prdidas irreparables: Victo-ria Ocampo abre un lugar para la voz femenina precisamente por-que las nuevas costumbres la liberan del destino de poetisa de la clase alta que tuvo Delfina Bunge de Glvez. Para ella, la Argentina de los aos veinte es el escenario de un esfuerzo, pero de un esfuer-zo cuyos resultados son ms o menos inmediatos.

    Mallea, en cambio, cree que pierde ms de lo que gana. Historia de una pasin argentina se abre con dos captulos autobiogrficos, los nicos de marcada flexin subjetiva y reconstructiva de todo el ensayo:

    " M i primer contacto consciente con mi tierra tuvo ocasin entonces (en la infancia). Se nace o no se nace a este sentimiento. Nac yo a l en las largas tardes solitarias de la ciudad del sur, cuando de pie en un alto bal-cn trasero de mi casa, vea las infinitas lomas que iban a volcar la me-trpoli en los mdanos y el campo. Eso era la pampa, el horizonte re-moto, la llanura, el desierto. " E l nio que haba en mi", sin cansarse, miraba la llanura. Sobre esa perspectiva todo lo iba viendo con claridad, semejante a ese extremo punto del fondo en que el primitivo pareca poner la suma de su visin sensible: el color del horizonte que infunde espritu, luz, tono, acento, a la masa plstica. Toda esa extensin fui concibiendo, a medida que el adolescente perda materia-, slo por una cosa, se iba a conquistar, slo por una cosa, por una forma moral tan fuerte y definida como ella: idea, pasin o sentimiento." 4 2

    Siempre en la experiencia de un escritor argentino se encuentra, sin buscar demasiado, a la pampa. Esta nocin, que horrorizaba a los intelectuales del siglo X I X cuya ambicin era colmarla, atrae a los del siglo X X . La pampa es, en Giraldes, un fundamento, una imagen de totalidad reconciliada, el escenario de un vnculo org-nico con la tierra y la tradicin; en Mallea, la pampa es una exten-

    42 Historia de una pasin argentina, cit., pp. 35 y 38.

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  • sin a la que puede oponerse, con idntica potencia, una idea. Tal relacin simblica con la pampa tiene, claro est, un fundamento previo, que es el linaje:-el padre de Mallea "era pariente de Sar-miento y la historia de su familia est escrita a lo largo de varios captulos de Recuerdos de provincia'''.43 Si Mallea no comparte el horror de Sarmiento ante la extensin vaca, es por razones no s-lo de cambio histrico-social de la llanura, sino porque su pariente, Sarmiento le asegura un punto desde donde mirar. Simplemente mencionado, el origen de los Mallea es condicin del viaje espiri-tual del ltimo descendiente.

    Los dos captulos claramente autobiogrficos tienen una flexin antimoderna, originada en las condiciones presentes. En ellos se cuenta no la historia de un aprendizaje sino de una prdida: el pa-saje del concierto al desconcierto, de la unidad afectivo-cultural de la familia en la ciudad de provincia, a la multiplicidad heterognea de Buenos Aires. De algn modo, en estos captulos Mallea reescri-be Recuerdos de provincia, porque se trata de lo opuesto a la vida de un self-made man. Mallea encuentra un espacio cultural consti-tuido desde la infancia; su padre deja de trabajar para dedicarse, primero en el sur y luego en Buenos Aires, a la educacin de sus hijos; desde nio, Mallea ve entrar en su casa profesores de esgri-ma, francs, msica; lee con su familia en las tardes de invierno y, aunque no encuentra almas que despierten su entusiasmo, realiza el camino previsible de una escolaridad formal y los ingresos fciles en el mundo de los bienes simblicos, incluidos el cine y el depor-te. Esta versin de su infancia es corroborada, treinta aos despus en los dilogos de Mallea con Victoria Ocampo: "La doble cruz, los tres mosqueteros, los Cuentos de Calleja, El sabueso de los Baskerville, El capitn Gerard, Las aventuras de Sherlock Holmes, David Copperfield, Vanity Fair, Wuthering Heights, los cuentos de Maupassant, The Master o/ Bailan trae, las novelas californianas de Bret Harte, todo Tolstoi, Balzac, Flaubert, el primer Wells, Robin-son Crusoe, el Quijote que mi madre me alcanzaba cuando yo te-na escarlatina o mi difteria para que hojeara las pginas buscando aquellas curativas ilustraciones..."

    Pero la sensibilidad de Mallea se construye en una ciudad que est cambiando y los valores que va a reivindicar como escritor le parecen ausentes de la Argentina que conoce:

    " L a creciente angustia metafsica se mezclaba en mi nimo al espanto y la execracin hacia los hombres impuros, hacia los falsificadores. Noche y da temblaba por aquella angustia; noche y da odiaba por esta exe-cracin. La impureza de ciertas naturalezas - m s que otra sistemtica

    4 3 Ibid., p. 32.

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  • injusticia social me pareci siempre ser el ms grande veneno en el pe-queo vaso esfrico que a todos nos contiene y l i m i t a . " 4 4

    Antes de los veinte aos, y sobre el final del segundo captulo de Historia de una pasin argentina, Mallea ya ha hecho la compro-bacin que repetir, desarrollar, sinonimizar, elaborar ficcional-mente: que hay argentinos visibles y argentinos invisibles. Su linaje y su camino espiritual lo llevan, naturalmente, a pertenecer a los segundos. Ac terminan los descubrimientos de Mallea. Su obra se-r la especificacin del conflicto entre estas dos castas, la amplifi-catio de una contraposicin, elaborada en sus comienzos. En los interminables recorridos que, de aqu en ms, pone en escena, Mallea slo busca lo que ya ha encontrado.

    A decir verdad, el descubrimiento ya haba sido hecho antes de Historia de una pasin, en la conferencia que pronuncia en Italia frente a Gentile. All, Mallea retoma y modifica un tpico, que Joaqun Gonzlez, mucho ms concretamente, haba enunciado en el Centenario como 'ley de la discordia':

    "Los hombres que nacimos en la Argentina despus del 900 nos encon-tramos con que en nuestro pas todo divida, todo era motivo de divi-sin: la cultura divida, la poltica divida, la codicia, el arte, la idea de nacionalismo, la vacua suficiencia individual dividan. Y esta divisin no se fundaba en movimientos de pasin autntica, sino en movimientos de origen deleznable, en una voluntad general de ficcin. De este modo, el arte, la poltica, la sedicente cultura no eran sino formas aparienciales por las que la masa tenda a lograr personalmente predominio." 4 5

    El carcter faccioso de la sociedad argentina se suma a la impos-tacin de la mscara y el disfraz sobre todas las relaciones humanas (tema que haba imaginado Martnez Estrada). Pero Mallea enfati-za, bsicamente, el individualismo de una sociedad donde los inte-reses enfrentados liquidan todos los impulsos colectivos y totaliza-dores. Lamenta la prdida de la unidad orgnica que lo contena en su infancia; la ruptura de las tramas personales, a travs de la competencia irrestricta que no reconoce jerarquas espirituales. Lo que Mallea pide en esta conferencia italiana es un orden que sea tan fuerte como para volver a construir una totalidad a partir de los fragmentos heterogneos y espreos de la sociedad moderna: sus lecturas de Pguy y Maritain no dejaron de influirlo. E l orden pudo haber sido consolidado por el patriciado, pero esa lite tambin sucumbi a la ley argentina de la violencia y la discordia.

    4 4 Ibid., p. 67. 4 5 Conocimiento y expresin de la Argentina, cit., p. 19.

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  • En consecuencia, la instauracin del orden pasa ahora no por la poltica sino por la intelectualidad: se trata de una lite de nuevo tipo. Si se jugara a la poltica, esta lite incurrira en la defeccin de la que la acusa Julien Benda. Su nica posibilidad movilizadora y redentora est en reconocer su lmite: trabajar slo en la esfera del espritu para mostrar una verdad que, sepultada bajo las apa-riencias, slo un puado de argentinos invisibles conocen. Desde esta perspectiva, la prosperidad material es una "informe masa", una "masa colectiva alejada de toda fuente, de todo cimiento ca-paz de fundar un orden".46 La tesis de que en la Argentina prevalece lo material-formal-apariencial tambin haba sido traba-jada por Martnez Estrada. Sin embargo, lo que en Radiografa de la pampa es una acumulacin de detalles y percepciones concretas, en los ensayos de Mallea revela precisamente su incapacidad para el detalle, que se traduce estilsticamente en la hegemona de los plu-rales y las denominaciones abstractas. Es el esplritualismo converti-do en opcin literaria. 4 7

    Pero, la insatisfaccin frente a la ciudad moderna, la desazn producto del desorden antijerrquico, el affairismo que incluso su-merge los valores de las lites, son temas que Mallea expone desde una perspectiva laica y no nacionalista. Su trascendentalismo es ag-nstico; su despreocupacin por la historia, casi completa; sus refe-rencias literarias (distintas de las de Borges) son slo extranjeras y su relacin con Waldo Frank (un extranjero) le revela la verdad de su propia naturaleza sudamericana. Considera a la cultura argentina que le precede como un conjunto de voces dispersas y no como una tradicin orgnica en la que sera posible insertarse.48

    4 6 Ibid., p. 43. Sobre la cuestin de la lite, vase Jorge Warley, "Un acuerdo de orden t ico", Punto de vista, n 17, abril de 1983. 4 7 Vase, por ejemplo: "Entraba en los restaurantes; me sentaba a or medio-cres sinfonas en el fondo de los cafs, por los das de niebla y lluvia; me acer-caba a las gentes, mis compatriotas, y espiaba en esos semblantes cetrinos, en esas frentes de ambiciosos,' en esos mentones de osados, de impetuosos; en esas caras llenas de pretensin joven que llevaban ya el futuro triunfante en el brillo de unos ojos o en el desenfado de un acento...", Historia de una pasin argentina, cit., p. 85. 4 8 " . . .Lo que este hombre (americano) encuentra en su patrimonio escrito no es, como en vuestro caso (el europeo italiano), una suma potica del conoci-miento humano y divino en el ms grande de los libros, sino un pramo de vo-ces, una pobreza semejante al mutismo de las zonas desrticas, de la que no se salva sino un pequeo grupo de obras que contienen un conmovedor balbu-ceo. Sus clsicos son los clsicos de una incipiente tcnica estadual o de un in-cipiente lirismo. Todo, pues, lo que sea conocimiento y expresin hay que crearlo en este mundo nuevo", afirmaba ya en Conocimiento y expresin de la Argentina, cit., p. 23.

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  • Por eso, tambin, su mundo referencial e ideolgico es el de la modernidad cultural cosmopolita. A ese mundo pertenecen sus modelos literarios: Huxley, Mann, Frank. Si cuando viaja a Europa se extasa frente a los restos culturales del pasado, lo hace tambin segn una inflexin moderna: recortndolos como hitos civilizato-rios frente a la inseguridad del presente. Mallea no se remite hacia el pasado y es por eso que no fantasea una restauracin, sino un cambio de valores en el marco de la modernidad. En este sentido, la Argentina (como Amrica para Waldo Frank) son espacios de fu-turo, y por eso la perspectiva de Mallea, a diferencia de la de Mar-tnez Estrada, carece del dramatismo del ensayo pesimista:

    "Vez tras vez, despus de sus conferencias, salanlos con Frank a la ca-lle, nos dbamos despacio al aire de la reciente noche cargada de mira-das de luz elctrica y avisos luminosos; el blanco polvillo era la aureola de la extensa ciudad erguida en su vanidoso continente. Entrbamos en el canal chico de Florida y en las pequeas bocas adyacentes; pero si esas calles eran estrechas, el hlito de la ciudad era el hlito de una boca enorme que se abre en un gesto de reclamada nutricin, el de una super-ficie sin confines, spera. Y o senta que, a mi lado, Frank se detena, miraba sin avanzar la perspectiva de la calle interminable, pensaba y me deca, con su mano puesta en mi brazo casi sin apoyarla: Si estos dos te-rribles polos, si estas dos grandes metrpolis de Amrica unieran un da en el ejemplo de una cultura su pujanza sin comparacin... si alguna vez su sntesis fuera la solucin de nuestro paso adelante en el Universo.. ." 4 9

    Buenos Aires moderna conmueve a Mallea. Descubre all poten-ciales de transformacin mal empleados, que pueden desarrollarse en el futuro. Las pequeas ciudades de provincia, en cambio, ani-quilan esa fuerza: el pueblecito que describe lo repugna sin conmo-verlo. Todo ha sido traicionado en esos lugares remotos sin que, por otra parte, se hayan acumulado las fuerzas que exhiben las grandes ciudades. De algn modo fascinado frente a la esttica de la ciudad nueva, Mallea oscila entre afirmar que all tambin todo est perdido para el espritu, y el horror que le produce la forma ms arcaica de la detencin y de la muerte provinciana. 5 0

    Los problemas de un intelectual como Mallea son suscitados por los procesos de transformacin que ya en 1930 parecen, al mismo tiempo, irreversibles y de consecuencias indeseables. Su sensibili-dad moral acusa el carcter crasamente materialista de la nueva ci-vilizacin, pero est marcada estticamente por la modernidad que le proporciona temas ideolgicos y formas de figuracin. Mallea es

    4 9 Historia de una pasin argentina, cit., pg. 193. 5 0 Ibid., pp. 264-5.

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  • parte de la reaccin intelectual que Stuart Hughes estudia en el pensamiento europeo. 5 1 Se trata de recolocar las funciones inte-lectuales en un mundo donde las formas del pasado ya no son posi-bles y las del presente despiertan una insatisfaccin profunda.

    La modernidad afecta a Mallea, entonces, de varios modos: por un lado, su sensibilidad se produce en el marco de una cultura mo-derna (del cine a la literatura); l mismo participa en esa verdadera factora de la modernidad que fue el grupo de la revista Sur y su editorial. Por otro lado, egta sensibilidad y esta colocacin son par-cialmente responsables de lo que Mallea experimenta como 'aisla-miento espiritual' respecto de la sociedad en su conjunto. Separa-do de la sociedad, en tanto miembro de una lite intelectual, Ma-llea la observa como masa informe de multitudes fenicias. Su carc-ter de intelectual emancipado de lazos prcticos con lo social, le permite sentirse superior e intentar un programa de redencin, en el que la ciudad moderna toma la figura clsica de la doncella a cu-yo lado est la muerte:

    " L a capital es blanca, tiene el color de la piedra nueva. E l arranque espectral de su alba es de una palidez de acero en la que apenas se de-sangra un rojo discreto. La capital es blanca de da, acero y azul, y la piedra todava blanca, la piedra nueva, apenas destaca sus moles ltimas en el fondo del cielo ms inmaterial del mundo (...) La capital tiene algo de adolescente cruel y desdeosa junto a la senilidad de un ro olvida-d o . " 5 2

    Como Sarmiento, Mallea piensa que Buenos Aires encierra el potencial de dos fuerzas antagnicas. Pero la conversin de una Ar-gentina 'invisible' en 'visible' es una tarea que, asumida por el inte-lectual, lo vuelve prcticamente un desterrado dentro de su propia nacin. E l tpico del destierro espiritual se conjuga con el de la lite salvadora: si ste puede convertirse en un espacio de sntesis, la ciudad moderna puede ser el escenario de esa fusin.

    Sexo, subjetividad y cultura

    Estos son los rasgos de la ideologa y del programa de Mallea tal como aparecen en sus dos primeros ensayos, pero tambin, y muy

    5 1 Vase: H . Stuart Hughes, Coscienza e Societ, Einaudi, Turin, 1967 (ed. orig. Consciousness and Society, Knopf, Nueva York, 1958). Especialmente el cap. X , " I l decennio degli anni venti: gli intelettuali al punto di rotura". 5 2 Historia de una pasin argentina, cit., p. 292.

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  • evidentemente, en las ficciones de La ciudad junto al rio inmvil, de 1936. Fascinante y terrible, Buenos Aires es el escenario cosmo-polita donde se pueden explorar nuevas dimensiones psicolgicas, ticas e intelectuales; all transcurre el proceso de autoconocimien-to que Mallea anunci en su conferencia italiana. Se trata, una vez ms, del aislamiento en medio de la muchedumbre, un tema descu-bierto en el siglo X I X : flneurs, dilettantes, snobs, almas bellas, hombres y mujeres desesperados deambulan por Buenos Aires, sus restaurantes, sus hoteles y sus plazas, tratando de saber realmente quines son, qu sienten y por, qu sienten lo que sienten.

    Mallea trabaja con un personaje nico perseguido por un nico narrador omnisciente, que emite un discurso estrictamente mono-lgico y evita todo rastro de regionalismo y de voseo. Trabaja para un lector conformado sobre el modelo ideolgico-esttico del na-rrador, interesado en los evanescentes problemas de conciencia que son el centro de los conflictos narrativos en estas nouvelles. Se tra-ta de una literatura intelectualizada hasta el hasto pero que me in-teresa ac por dos rasgos. Por un lado, el impacto de la moderniza-cin sobre las costumbres privadas; por el otro, un nuevo diseo de personaje femenino.

    La subjetividad como espacio, esto es lo que interesa a Mallea. Pasiones que puedan ser analizadas racionalmente, pasiones fras de hombres y mujeres finos y cultos, que exhiben una moral trans-formada: parejas libres, hombres que se definen en un machismo atenuado, mujeres que pretenden elegir su destino. Las facultades intelectuales prevalecen sobre las pasiones y el estudio de las pasio-nes es, fundamentalmente, una anatoma de la conciencia:

    "El la y Solves podan discutir largamente de muchos temas que le inte-resaban por igual, frente a los que solan reaccionar de modos encontra-dos. Les gustaban los bellos libros, la bella pintura y los dos profesaban un autntico amor a estas cosas, amor imbuido de una fuerza como racial. Y , sin duda, desde el primer momento, la certidumbre de perte-necer funcionalmente a esa raza de preocupados por la realizacin de formas, de preocupados por encontrar en todo acto de hombre un senti-do de creacin, la lucha de una sensibilidad por tornar plstica una ma-teria resistente, esa certidumbre sin duda desde el primer momento los haba empujado el uno hacia el otro con cierta fuerza originada en una mezcla de deseo comn y hambres subterrneas ." 5 3

    El prrafo es una sntesis de los temas narrativos de La ciudad junto al ro inmvil. Son relatos basados en una explcita 'intensi-

    "Solves o la inmadurez", La ciudad junto al rio inmvil, Sur, Buenos A i -res, 1936.

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  • dad' afectiva e intelectual, representada por un repertorio de adje-tivos que trasmigran intactos de un texto a otro: atenta, apasiona-da, enigmtica, tensa, reticente, fija, decidida, tumultuosa pero fra. Cito estos adjetivos bajo su forma femenina porque quizs ste sea el nico modo de hacer justicia a las ficciones de Mallea. Su novedad reside precisamente en las mujeres que ejercen la inde-pendencia y la autodeterminacin, la voluntad y la libertad, la vi-bracin de una sensibilidad que no es slo pasional o fsica, sino intelectual, moral e, incluso, poltica. Son ms inteligentes, firmes y slidas que sus compaeros; su sordidez es ms interesante que la masculina.

    Se puede recordar ac la relacin afectiva que uni a Mallea con Victoria Ocampo: una relacin tan libre como poda darse en la Argentina. Pudo haber sido un punto de referencia biogrfico para la construccin de este nuevo femenino. En La ciudad junto al ro inmvil, la Argentina 'invisible' est representada por las mujeres. Si la jerga espiritualista a travs de la que Mallea traduce las tensio-nes psicolgicas y morales resulta hoy francamente insoportable, sin embargo, los actores para quienes esa tensin es nueva y los t-picos sobre los que se ejerce merecen cierta atencin. E l elenco de pasiones incluye pasiones femeninas no tradicionales; son las mujeres las portadoras frecuentes de los principios morales que Mallea reivindica. Las pasiones clsicas de la femineidad aparecen vinculadas a pasiones nuevas; la dimensin intelectual prevalece, en algunos relatos, sobre la sensual; la dependencia tradicional respec-to del mundo de los hombres se transforma, a veces, en una feroz relacin de distancia. 5 4