Sánchez Capdequí - Las máscaras del dinero (extracto)

43
AUTORES. TEXTOS Y TEMAS CIENCIAS SOCIALES Celso Sánchez Capdequí Las máscaras del dinero El simbolismo social de la riqueza ANTHROPOS Aná UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA LISVAD IZTAPALAPA Unnwn ~35 SZO*14

description

Lectura: Interpretaciones sociológicas del dinero, pp. 83-159.

Transcript of Sánchez Capdequí - Las máscaras del dinero (extracto)

  • AUTORES. TEXTOS Y TEMAS CIENCIAS SOCIALES

    Celso Snchez Capdequ

    Las mscaras del dinero El simbolismo social de la riqueza

    ANTHROPOS

    An UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA LISVAD IZTAPALAPA Unnwn ~35 SZO*14

  • AUTORES, TEXTOS Y TEMAS CIENCIAS SOCIALES

    Celso Snchez Capdequ

    Coleccin dirigida por Josetxo Beriain

    38 LAS MSCARAS

    DEL DINERO

    El simbolismo social de la riqueza

    A N'U

    /ira UNIVERSIDAD AUTONOMA METROPOLITANA

  • Las mscaras del dinero : El simbolismo social de la riqueza / Celso Snchez Capdequ. Rub (Barcelona) : Anthropos Editorial ; Mxico : Universidad Autnoma Metropolitana (UAM), 2004

    383 p. ; 20 cm. (Autores, Textos y Temas. Ciencias Sociales ; 38) Bibliografa p. 371-380 ISBN: 84-7658-677-9

    1. Dinero - Aspectos antropolgicos 2. Dinero - Aspectos simblicos 3. Dinero -Aspectos sociales 4. Consumo (Economa) - Aspectos sociolgicos I. Universidad Autnoma Metropolitana - Iztapalapa (Mxico) II. Ttulo III. Coleccin

    316.33:336.74 336.74

    Primera edicin: 2004

    O Celso Snchez Capdequ, 2004 O Anthropos Editorial, 2004 Edita: Anthropos Editorial. Rub (Barcelona)

    www.anthropos-editorial.com

    En coeclicin con la Divisin de Ciencias Sociales y Humanidades. Universidad Autnoma Metropolitana - Iztapalapa, Mxico

    ISBN: 84-7658-677-9 Depsito legal: B. 18.805-2004 Diseo, realizacin y coordinacin: Plural, Servicios Editoriales

    (Nario, S.L.), Rub. Tel. y fax 93 697 22 96 Impresin: Novagrfik. Vivaldi, 5. Montcada i Reixac

    Impreso en Espaa - Printed in Spain

    Todos los derechos reservados. Esta publicacin no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperacin de informacin, en ninguna forma ni por ningn medio, sea mecnico, fotoqumico, electrnico, magntico, clec-tooptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

    A mi mujer Sonia y a mi hijo Guillermo. Sin sus permanentes concesiones de tiempo y sin su infinita capacidad de comprensin

    nada de esto hubiera sido posible

    A Paulina y a Melchor como reconocimiento a su infinita capacidad de dar,

    ofrecer y compartir

    Este trabajo fue concebido en compaa de mi madre. Hoy definitivamente ausente,

    ha contribuido, con su recuerdo siempre vivo en m, a su realizacin

  • SOCIEDAD MODERNA

  • INTERPRETACIONES SOCIOLGICAS DEL DINERO

    Hablar del dinero supone referirse al axis mundi de la vida moderna' en el que se condensan las contradicciones de las sociedades contemporneas sealadas por Simmel. ste apunta en su Filosofa del dinero algo que hoy parece incon-testable: el doble rostro del dinero, su tenor jnico especialmente perceptible en las dualizaciones de la modernidad, como ca-pital-trabajo, libertad-coercin, cercana-distancia, sentido-funcin y otras. Lo que se ha dado en llamar el doble papel del dinero' mienta dos aspectos bsicos de la realidad dineraria. No en vano, es relacin ya que la lgica del intercambio liga a dos o ms individuos. Adems, tiene relacin porque todo(s) apunta(n) a l, porque el dinero es lo que vale, es el motor y el impulso para el crecimiento; vale porque el deseo de dinero es ilimitado . 3

    En el dinero se plasma la tragedia inherente a la vida mo-derna que nutre al mismo tiempo fuerzas antitticas que no sellan una paz definitiva. La que remite a una racionalidad teleolgica necesitada de un medio tcnico que regule la inter-accin econmica y dote de previsibilidad y orientacin a una

    1. E. Rochberg-I lalton, Meaning and Modernity, The University of Chicago Press, Chicago, 1986, p. 211.

    2. P. von Flotow, Geld, Wirtschaft und Gesellschaft , Suhrkamp, Francfort del Meno, 1995, pp. 93-108.

    3. I-I.P. Mllei; Geld und Kultur. Neuere Beitrge zur Philosophie des Geldes , Berliner Journal fr Soziologie, vol. 10, n." 3 (2000), pp. 423-434 (p. 427).

    83

  • accin individual desasistida de los referentes divinos y mticos de antao. Por otro lado, la que apunta a la utopa liberal del mercado pacificador basada en la liberacin de una pasin econmica que no conoce lmites al acaparamiento de dinero, pero que contribuye al robustecimiento del aparato normati-vo y a la secularizacin interna de la sociedad.

    El dinero es el medio de los medios (en la modernidad) que facilita la tarea del clculo en una poca llamada a la pro-liferacin de intercambios y de encuentros econmicos a lo largo del mundo. Las funciones profesionales son encarnadas por individuos annimos y despersonalizados que se sirven del dinero para agilizar las operaciones de clculo y para im-pedir cualquier asomo de expresividad. Sin embargo, tambin es un fin en s mismo que crece en el humedal axiolgico del comercio como garante de la libertad individual y, por lo mis-mo, de la paz universal. Ms all de las mixtificaciones que derivan de su condicin de medio escaso, el dinero tiende a ser amasado y acaparado por el individuo burgus al ver en l cifra de excelencia y reputacin social. Tener es ser, como bien recordaba Erich Fromm. Por ello, su bsqueda, ms all de los procesos de sublimacin que convierten al dinero en un asomo de Dios, es cuestin de vida o muerte: tener dinero es ser, es ser individuo, es ser aquel-que-se-ha-hecho-a-s-mismo, y, por ende, ser alguien que por el reconocimiento generaliza-do se ha hecho acreedor a la inmortalidad que el arte de la poca facilita a travs del retrato. En el dinero, el individuo busca mimetizar el simbolismo ureo al que representa: solidi-ficarse, detenerse en el tiempo. Ser eterno, como recuerda Bauman, forma parte del imaginario moderno.

    Los dos rostros del dinero hacen de l algo ambivalente, dual, trgico. Lo mismo fomenta la templanza y la mesura del clculo previsor que aparece como estmulo que arrastra al individuo hacia empresas arriesgadas y llenas de impondera-bles. Vive de metforas como el clculo, la ciudad, el tiempo cronolgico, el reloj, el sistema, el plan, el futuro, pero, al mis-mo tiempo, contacta con las fuerzas sombras de la pasin que mueven la accin humana sin lmite y sin mesura. Prometeo y Dioniso son las imgenes que describen su realidad compleja y cuya lucha sin tregua, a su vez, simboliza las dualizaciones que definen la convulsa vida moderna desde su nacimiento.

    Al tiempo que sirve a lo ms mundano (la mera supervivencia material, negocios, contactos sociales), tambin apunta a la salvacin del individuo, su inmortalizacin. La materia y el esp-ritu, la ms vil y lo sublime son los extremos que en l tienen igual protagonismo. La tensin del gesto contenido y sobrio del hombre burgus es proporcional a la tensin pasional que le incita a amasar dinero. Su existencia es fiel reflejo de las turbulencias de una sociedad, como la moderna, que forja su orden social sin otro protagonismo que el estrictamente huma-no necesitado de hybris dionisaca para actuar y, por lo mismo, abocado inevitablemente a la desmesura y a la tragedia.

    La pupila analtica del perodo clsico de la sociologa en-foca ciertos ngulos del dinero que pasan desapercibidos para el marco de anlisis de una sociologa contempornea enfren-tada a un decorado social bien distinto. A grandes rasgos, y a fuer de ser excesivos, los clsicos se acercan al dinero en lo que tiene de gran seductor universal; los contemporneos ponen ojo avizor en su condicin de medio tcnico que contribuye a conservar el equilibrio, siempre frgil, del sistema social mo-derno hiperdiferenciado. Aquellos subrayan su atractivo como motor de la accin de la incipiente sociedad moderna; stos su perfil tcnico desapasionado que permite ordenar los in-tercambios y adaptar el sistema social a las contingencias del entorno. Cuando el dinero prevalece como fin, no desaparece como medio. Cuando resalta como medio, nunca deja de ser fin. Sus tensiones internas son las mismas que atraviesan una sociedad filial de la inestabilidad y la convulsin propias de un marco social cuyo nico protagonista es el hombre.

    Los autores del perodo clsico son testigos del proceso de descomposicin de la vieja solidaridad tradicional. Nuevas estructuras sociales asoman, las jerarquas estamentales de antao se disuelven, emerge una filosofa igualitarista que pro-mueve el acceso de todos los individuos a altos niveles de pros-peridad, la ciudad se convierte en el decorado de la relacin social, el trabajo ocupa un lugar preponderante en la gnesis de la identidad en detrimento de los determinismos familiares y de la adscripcin religiosa tan propios del Antiguo Rgimen. El enfoque de autores como K. Marx, A. Sm- ith, E. Durkheim, M. Weber, W. Sombart y T. Veblen se centra en el perodo de transicin traumtica que se produce ante sus ojos: el paso

    84 85

  • de la sociedad tradicional a la moderna en la que el mito del mercado pacificador ocupa un lugar destacado. Este nuevo pe-rodo histrico viene apadrinado por una moral que dignifica al individuo propietario y que santifica el beneficio econmico. Ambos factores confluyen en un modelo social que convierte al mercado en nuevo principio moral de una sociedad que libera la inventiva humana de las sujeciones religiosas de antao y que la reconduce hacia la conquista de la riqueza econmica.

    En este caso, el nuevo sistema que se pretende moral laica de la sociedad moderna estimula la produccin individual di-rigida al mercado, es decir, al beneficio. Las sujeciones inhe-rentes a una economa de subsistencia basada en la (justa) dis-tribucin de los bienes naturales se suprimen en favor de la libre voluntad individual de producir para un ente annimo, el mercado, donde rige implacablemente la racionalidad medios-fines. Esto ya se constata en el Deuteronomio judo en el que se anuncia la transicin (especialmente perceptible en la moder-nidad) de la hermandad tribal (o comunidad en los trminos de Tnnies) a la alteridad universal (o asociacin) a partir del fo-mento de la usura y del prstamo como pautas de interaccin de un mbito, el mercado, ajeno a la confianza, al des-inters y al altruismo de la solidaridad comunitaria tradicional. 4

    La sociologa clsica analiza esta situacin. Constata las pulsiones acaparadoras que, aderezadas de resabios morales en A. Smith, religiosos en M. Weber, suntuarios en T. Veblen, triunfan sobre una cosmovisin tradicional ajena a la usura, al individualismo, a la idea de progreso, a una moral laica. Su enfoque resalta la pasin econmica y sus efectos perversos: la quiebra de un orden (como la del Antiguo Rgimen) y el inicio de otro de base precaria que propone la igualdad de todos los miembros de la sociedad como condicin para acce-der a la prosperidad individual y que, al mismo tiempo, dis-tribuye desproporcionadamente los medios para alcanzarla. No se oculta el peligro que para las relaciones sociales se deriva del fomento del clculo, de la racionalidad medios-fines, del intelecto y dems. Pero, igualmente, se pone luz y taqugrafo sobre el impulso imaginario que desata el sistema producti-

    4. B. Nelson, The Idea of Ustity. From Tribal Brotherhood to Universal Otherhood , Chicago, Chicago 1.J.P., 1949.

    vo de la nueva sociedad orientada a la obtencin de beneficio econmico. No en vano, ste es el corazn del mito que carga de sentido la institucin dinero como verdadero mvil de la accin individual. Su logro y obtencin dibujan los perfiles del nuevo edn mundano en el que llegar a ser individuo pre-supone trabajo, tesn, disciplina, plan y, por ende, prosperi-dad, reputacin, distincin y, en el extremo, posteridad. Ama-sar dinero y ser enterrado con l es, como bien saba Weber, condicin indispensable para solidificar el nombre y la ima-gen individual en la memoria de la ciudad.

    Por otra parte, la sociologa contempornea representa-da por autores como T. Parsons, J. Habermas, N. Luhmann, A. Giddens y otros, se enfrenta a una vicisitud histrico-social bien distinta. En ella, el influjo de las dos guerras mundiales deja una huella imborrable que condiciona, sobremanera, sus propuestas tericas. stas beben del espanto que supuso la peor versin de un gnero humano que, a los ojos de la Ilus-tracin, pareca haber abandonado definitivamente el estado de barbarie. Ser la figura de Talcott Parsons la que marcar la senda por la que discurrir la sociologa contempornea y la inmediatamente posterior a l. Con el recuerdo todava vivo de uno de los perodos ms cruentos de la historia huma-na, se acercar al hecho social enfatizando la cuestin moral relativa a la prioridad del orden. Basar su enfoque estructu-ral-funcionalista atendiendo a las condiciones del equilibrio de un edificio institucional rodeado de mltiples peligros. La crudeza de la guerra, el peligro derivado del individualismo posesivo, el atractivo de la revolucin, todava vigente entre la clase trabajadora, constituan referencias de envergadura para detenerse a pensar las condiciones de una convivencia necesi-tada de equilibrio y ajena a alteraciones traumticas. Su apor-tacin, por tanto, va a privilegiar la cuestin de la forja del orden a la de la iniciativa de la accin.

    sta queda presa de las necesidades de la sociedad, que es entendida corno un sistema diferenciado en funciones que desempean un papel prioritario para el mantenimiento del equilibrio social. Con la vista puesta en el dinero, Parsons y la sociologa posterior dan cuenta, desde la ciencia econmica, de una visin de la funcin econmica orientada a la adapta-cin del sistema al entorno. Este subsistema es el encargado

    86 87

  • de obtener los recursos necesarios para salvaguardar las ne-cesidades materiales de los individuos pero, en especial, del conjunto de subsistemas. Y el medio simblico generalizado que va a guiar las interacciones en el dominio econmico y entre este dominio y el resto de subsistemas es el dinero. A travs de l, la racionalidad instrumental calcula para dotar a la vida social de medios econmicos. Su gestin supeditada al bien comn contrarresta las tendencias acaparadoras que pudieran lesionar el orden. Por el contrario, contribuye a ste orientando la accin del actor econmico desde el prisma de la escasez y, por tanto, dotando de realismo y racionalidad sus apreciaciones y decisiones.

    Parsons pretende repensar la accin econmica dentro de un orden social que no se vea agredido por las ambiciones humanas. En este sentido, el dinero es el medio de comunica-cin simblicamente generalizado que facilita la produccin de la riqueza y su intercambio social. Es un lenguaje abstrac-to que agiliza la interaccin econmica en una sociedad hipercompleja portadora de horizontes de accin descontex-tualizados. Es una funcin que sirve al todo social sediento de equilibrio. Se ha despojado del atractivo que le converta en mvil de la accin social, y, si algo queda de ello, es dentro de unos lmites que impone el equipamiento normativo de la so-ciedad. Su funcionamiento opera con autonoma en el dominio sistmico, si bien, como se ha insinuado arriba, la pulsin acaparadora que sigue viva en l puede provocar, como re-cuerda Habermas, que los espacios normativos y simblicos de la accin social queden a su disposicin. Las tensiones so-ciales, en este caso entre el sistema y el mundo-de-la-vida, no van a desaparecer porque sus lgicas son antitticas y en mu-chos casos irreconciliables. Las mismas que vive el dinero en su propio ser desde que la modernidad liber un espacio ima-ginario para el beneficio econmico cuyos ecos siguen vivos en la memoria del hombre contemporneo.

    II

    Un breve repaso de las posturas ms significativas del pen-samiento sociolgico actual acerca del mercado (y del dine-

    ro), revela que los socilogos han entregado el mercado a los economistas, e incluso (siguiendo a Homans y a Blau) han reforzado, adicionalmente, la hegemona de los mode-los de mercado al adoptar las herramientas analticas de la economa para su propia investigacin. 5 Lo econmico es tratado en la sociologa contempornea con la reverencia que merece una institucin cargada de magnetismo puesto que ha ocupado en la modernidad lo que, en terminologa de J. Alexander, puede denominarse lo sagrado ,6 el mbito en el que confluan las esperanzas de esta sociedad en un mundo prspero, privado de violencia y abierto al beneficio indivi-dual. Esa condicin de privilegio ha convertido a todas las instituciones relacionadas con su actividad en un entrama-do cuasi sacramental, ajeno al mundo de lo social y de sus prcticas, encerrado en un dominio supratemporal desde el que se organiza el intercambio econmico y, con l, la vida de muchos hombres. Lo econmico, el mercado, el dinero, etc., remiten a la objetividad cuantitativa, a ese Dios imper-sonal (o substituto tcnico de Dios) que cursa amoral e inexorablemente con criterios que escapan al control huma-no afectando la vida social sin ser afectado por ella. Queda fuera de lo social y, desde esa instancia trascendente e incog-noscible, impone sus designios inescrutables al hombre con-temporneo.

    Se trata, por tanto, de reconocer que con frecuencia la sociologa se ha acercado, en este caso, al dinero, con las anteojeras economicistas, subrayando su dimensin utilita-rista y abstrayndose de su aliento imaginario y simblico (que mueve toda accin social). Esto es menos perceptible en la sociologa clsica (Marx, Weber, Sombart, Simmel), ms sen-sible a la pasin humana que est detrs del dinero. A ello contribuy, sin lugar a dudas, que no existiera a principios del siglo xx una clara delimitacin de los dominios cientficos de la sociologa y de la economa, ambos englobados en lo que por aquel entonces se denominaba la economa poltica, lo cual explica que la ciencia econmica, hoy triunfante, no logra-

    5. V. Zelizer; Beyond the Polemics on the Market: Establishing a Theoretical and Empirical Agenda, Sociological Forum, vol. 3, n. 4 (1988), p. 616.

    6. J. Alexander, Sociologa cultural, Anthropos, Barcelona, 2000.

    88 89

  • 1

    ra imponer su cosmovisin a la sociologa y al conjunto de la sociedad.'

    Sin embargo, afectada por el aura que rodea a la vida eco-nmica de la sociedad moderna, la sociologa (contempor-nea) ha hecho suya la categorizacin econmica (y economi-cista) de la realidad y ha entrevisto tras el dinero el mercado, y tras el mercado la autntica naturaleza previsora y calcula-dora de la condicin humana (homo economicus). Es decir, se ha acercado al dinero desde una perspectiva positivista, natu-ralizando su existencia y prescindiendo de la pregunta relati-va a sus condiciones sociales de posibilidad.' Por ello, el alien-to mtico sobre el que se deifica la economa y el comercio pasa totalmente desapercibido para una epistemologa socio-lgica que, como recuerda Bauman, slo sabe del ajuste me-dios-fines, 9

    y que se muestra insensible al entramado mtico sobre el que ste se asienta. El latido moral (y pacificador) de una sociedad que se reconoce en el quehacer comercial queda desdibujado por los automatismos del clculo que llegan a definir una accin social presa de la ciega naturaleza, como saban Adorno y Horkheimer.

    Lo social, antes que otra cosa, es una proyeccin, potencia autotrascendente, es, en expresin que da ttulo a uno de los libros de Moscovici, una mquina de hacer dioses' que, debi-do a la fuerza fluvial del Olvido que nos posee al nacer," deviene inercia, hbito, prejuicio, como apunta H.G. Gadamer. En este sentido, varios autores' 2

    coinciden en subrayar la ne-cesidad de una sociologa del dinero que, desde un enfoque estrictamente sociolgico, y sin los prstamos economicistas actuales, ponga luz y taqugrafo sobre los entramados de rela-ciones (los valores, los ideales, las instituciones, los smbolos, las expresiones) que sirven de soporte al dinero en cada con-

    7. Ch. Deutschmann, Die Verheissung des absoluten Reichtums, Campus Verlag, Francfort del Meno, 1999, p. 37.

    8. F. Wagner, Geld oder Gott?, Klett-Cotta, Stuttgart, 1985, p. 47. 9. Z. Bauman, Modernidad y holocausto, Sequitur, Madrid, 1997, p. 37. 10. S. Moscovici, La machine faire des dieux, Fayard, Pars, 1988. 11. E. Tras, Tratado de la pasin, Taurus, Madrid, 1997, p. 120. 12. Consultar los trabajos de Ch. Deutschmann, Die Verheissung des absoluten

    Reichtums, Campus Verlag, Francfort del Meno, 1999, NI. Dodd, The Sociology of Money, Polity Press, Cambridge, 1991, M. Granovetter y R. Swedberg (eds.), The Sociology of Economic Life, Westview Press, Colorado, 1992.

    texto social. Los precedentes se pueden encontrar en los clsi-cos de la sociologa como Marx y Simmel. No en vano, en el primer caso, la substancia del valor es social, en el sentido de que brota al calor de procesos de produccin que enfrentan a dos clases sociales por su desigual posicin en ellos. En Simmel, el valor brota del juego social en el que el deseo sub-jetivo del individuo por conseguir algo deviene valor por las dificultades y los obstculos que, en forma de sacrificio, con-lleva su adquisicin en el intercambio.

    En sus momentos fundacionales, la sociologa, apenas ma-niatada por la frrea racionalidad formal de la ciencia econmi-ca, descubre tras el manejo del dinero la vigencia del ideal moderno de un individuo que aspira (como recuerdan T. Veblen, W. Sombart y G. Simmel) a la distincin social a travs del acopio de riqueza econmica. sta se convierte en su tarjeta de presentacin en sociedad. En una poca en la que la pros-peridad individual se ha democratizado abriendo la posibili-dad de enriquecimiento ilimitado a todos sus miembros, la pupila sociolgica pone su atencin en la accin, no tanto en el orden, en la desmesura de la ambicin econmica, sino en la gestin previsora de bienes escasos. Sin negar sus aproxima-ciones al gesto racional, calculador y tctico del individuo moderno, subraya, de igual modo, su afn desmedido por ate-sorar dinero como mecanismo de reconocimiento social dejan-do de lado, para ello, lmites ticos, esquemas de solidaridad, prescripciones religiosas, etc. Las instituciones religiosas de la Edad Media ya constatan el peligro que conlleva la circula-cin del dinero, no en vano, adems de funcionar como medio de cambio, en l siempre se encuentra presente el peligro del (sucio) inters econmico porque el dinero a usura no deja de trabajar, produce sin cesar dinero."

    Pocos personajes literarios como Saccard, el protagonista de la novela de Emile Zola, El dinero, encarnaran la vida del individuo moderno imbuida de pasin econmica que busca en su accin el realce moral de su eficiencia e identidad ante los otros y cuyo reverso incluye aspectos corno ausencia de senti-do moral, vanidad, hipocresa, la aceptacin de riesgos incon-trolables en su vida. Para quienes ven en la conciencia del

    13. J. Le Golf, La bolsa y la vida, Gedisa, Barcelona, 1996, p. 44.

    90 1 91

  • individuo moderno slo planes y clculos (por lo dems, inelu-dibles en una sociedad capitalista), Saccard simboliza el ele-mento dionisaco que desata su accin y que le suministra sentido aunque el resultado final sea el amargo sabor de la derrota como en su caso. Sus propias palabras expresan la con-ciencia plena de este modelo de hombre que vive con arreglo al daimon que se le impone ineludiblemente. El afn acapara-dor del hombre moderno como elemento de reputacin social se evidencia cuando el propio Saccard se confiesa siendo muy apasionado, lo reconozco. La razn de mi fracaso no es otra; por eso me estrell tantas veces. Aunque preciso aadir que, si es cierto que mi pasin me mata, tambin lo es que constituye la razn de mi vida. S, me arrebata, me engrandece, me eleva muy alto, pero luego consigue abatirme, y destruye de golpe toda mi obra. Puede que el gozo slo consista en devorar-se [...] Verdaderamente, cuando pienso en esos cuatro aos de lucha, me doy perfecta cuenta de qu es lo que me ha traiciona-do; ni ms ni menos que lo que yo dese, todo cuanto pose... Y eso debe ser algo incurable. Comprendo que estoy perdido) 4

    Las afirmaciones de Werner Sombart que inciden en la pretensin del burgus de extender-se i-limitadamente en un crecimiento econmico sin fin, o las de Max Weber que desta-can la tendencia compulsiva del fiel calvinista a amasar dine-ro como prueba de xito social y, por ende, seal de salvacin individual, sin olvidar las tesis de Karl Marx relativas al po-tencial revolucionario de la burguesa cuya actividad econ-mica orientada a hacer crecer el dinero esconde su anhelo de mimetizar la incorruptibilidad del oro y las de Adam Smith que entrevn tras el quehacer comercial el sustento normati-vo de la sociedad, inciden en el potencial utpico del dinero, en las diferentes promesas de plenitud que deja a su paso.

    Por otro lado, la substancia trascendente y onrica del dine-ro tambin se vislumbra en los escritos de Georg Simmel que preludian el advenimiento de una sensibilidad, como la posmo-derna, centrada en un sujeto esttico (el flaneur ya intuido por Baudelaire) que se pasea por las calles y avenidas de la gran metrpoli (Pars y Berln, por ejemplo) en busca de estmulos para el consumo que le abran a experiencias desconocidas; y

    en las contribuciones de Walter Benjamin que, desde la perife-ria de lo que eran los (an imprecisos) lmites epistemolgicos del saber sociolgico, destacaban la reverencia experimentada por el individuo ante ese producto cargado de magnetismo re-ligioso que es la mercanca. En algn sentido, la expresin marxiana el fetichismo de la mercanca empieza a adquirir un tono bien distinto al propuesto por el propio Marx ya que la sociedad del momento (fines del siglo xIx y principios del siglo xx), lejos de entrever tras el acabado esttico y el precio econ-mico de la mercanca su autntica razn de ser, el antagonis-mo interclasista, se abandona acrticamente a los atractivos semiolgicos que proceden de ella y que facilitan el carnaval de mscaras que se suceden en el self posmoderno. En cual-quier caso, el rasgo caracterstico de la vida moderna es el de proyectar en el dinero diferentes apetitos humanos que com-parten, bajo su aparente naturaleza dada al rigor, al clculo y a la previsin, una cierta idea de plenitud y utopa.

    Se trata, por tanto, de no desdear el protagonismo de la accin a la hora de entender una realidad social,'5

    como la del dinero, que desata las pasiones de un individuo que no encuen-tra fin ni lmite a su sed de enriquecimiento econmico y reco-nocimiento social. Una sociologa demasiado ajustada a la cate-gorizacin econmica ha difundido una visin del dinero en la que ste aparece como una institucin estrechamente aso-ciada a la accin racional, al ajuste medios-fines, la necesi-dad, la utilidad, la escasez. Sin embargo, buena parte de los fundadores del pensamiento sociolgico detectaron tras el dinero afn, ambicin, anhelo, en definitiva la posibilidad del individuo de distinguirse, de convertirse en modelo social, de legar su nombre a la posteridad, de inmortalizarse en su hacer, todo lo cual le lleva a transgredir prescripciones morales rela-tivas al mantenimiento del orden social. ste sufre los vaive-nes tpicos de unos cursos de accin que tienen en el individuo el principio y el fin de su razn de ser. En este sentido, el dinero no es fuente de estabilizacin estructural, todo lo con-trario, estmulo del hombre fustico moderno que, en su bs-queda, corno bien saba Marx, no deja de actuar y transfor-

    15. F. Simiand, La Monnaie, Ralite Sociale, Annales Sociologiques. Serie D, Sociologie Economique, fasc. 1, ao 1934, pp. 1-86. 14. E. Zola, El dinero, Debate, Madrid, 2001, p. 409.

    92 1 93

  • mar la faz del mundo. As, pues, las fuerzas que impulsan el capitalismo no se encuentran slo en la mera satisfaccin de los deseos "dados" de los consumidores, ni tampoco en la as-piracin a un incremento de la eficiencia y la "racionalizacin". Se hallan en la fascinacin irracional por las posibilidades que encierra el dinero. No es descabellado considerar el capitalis-mo como forma de produccin utpica que supera a todas las otras utopas y las eclipsa por ejemplo, al socialismo, como hoy sabemos .' 6

    El componente revolucionario del dinero ha sido consta-tado por una sociologa contempornea que ha asistido a la quiebra del mito de la bonhoma de la civilizacin occidental, a dos guerras mundiales que han debilitado en grado sumo la confianza en el hombre y a la institucionalizacin del enri-quecimiento econmico desenfrenado que lesiona la integri-dad del orden social. A partir de ahora, y bajo el influjo de la ciencia econmica, el dinero se definir como un medio de comunicacin simblicamente generalizado gestionado por los nuevos sujetos de este perodo sociolgico, los sistemas,u que tanto en Parsons como en Luhmann pretenden estabilidad. Lo que prevalece ahora son las necesidades del sistema (so-cial) por lo cual la accin de los individuos debe ajustarse a los requerimientos de aqul sin poner en peligro su equili-brio. De este modo, la exigencia del orden predomina sobre la accin. El dinero cursa siguiendo pautas ajenas al apetito humano. En la medida en que comparece como medio de co-municacin se le reviste exclusivamente de una funcionalidad tcnica. El sometimiento del pensamiento sociolgico respec-to al econmico empieza a ser notorio." Concebido como un medio de comunicacin, el dinero acta en funcin de las de-mandas del sistema, perdiendo su anclaje motivacional en beneficio de la funcin adaptativa. La pretensin del indivi-duo moderno de rebasar lmites en el acaparamiento de dine-ro se ve contrarrestada por una teorizacin sociolgica que lo

    16. Ch. Deutschmann, Geld als absolutes Mittel, Berliner fournal Soziologie , vol. 10, n. 3 (2000), pp. 301-313 (p. 310). Las cursivas son mas.

    17. J. Beriain y J.M. Garca Blanco, Introduccin a Complejidad y moderni-dad: De la unidad a la diferencia (Niklas Luhmann), Trotta, Madrid, 1998, p. 14.

    18. Ch. Deutschmann, Geld als soziales Konstrukt. Zur Aktualitt von Marx und Simmel, Leviathan, Jahrgang 23, Heft 3, p. 376 (pp. 376-393).

    94

    define como un medio de comunicacin, en Parsons, de un actor moral desactivado pasionalmente, en Habermas, de un dominio sistmico basado en automatismos funcionales privados del suministro motivacional del mundo-de-la-vida, en Luhmann, de un subsistema (econmico) desantropologi-zado que se diferencia del resto de la sociedad al liberar al dinero de cualquier otra obligacin (poltica, tica, etc.) que no sea su sola circulacin.

    En definitiva, el funcionalismo (estructural en Parsons y sistmico en Luhmann) se ha convertido en el enfoque socio-lgico que, en lo tocante al asunto del dinero, se ha encargado de traducir la teorizacin econmica a la propiamente socio-lgica. Nociones como la utilidad, clculo, autocontrol, esca-sez y otras se enquistan en el corazn del razonamiento socio-lgico contemporneo hasta convertirse en parte substancial de su equipamiento epistemolgico. Con ello se corre el ries-go de realimentar el mito del homo economicus temeroso, prudente, cauto, previsor donde, en realidad, subyace todo lo contrario, un modelo de hombre atrado por el riesgo de la aventura econmica, abierto a sortear obstculos, a innovar y, en el extremo, como afirma J. Schumpeter (en relacin al empresario), llevado por una misin cuasi religiosa (detectada por Walter Benjamin para la modernidad capitalista) consis-tente en trascender el presente para abrirse a un futuro repleto de posibilidades.

    La sociologa contempornea ha tendido sobremanera a destacar la dimensin utilitaria del dinero como medio de cam-bio o de cmputo oscureciendo otros perfiles destacados por los clsicos. stos son vistos por aqulla desde el mismo tenor utilitarista, o, sin ms, pasando a ocupar un lugar marginal en este apartado de la teorizacin sociolgica. 19

    En general, el mito del mercado pacificador o, mejor an, el mercado como

    19. As, por ejemplo, Parsons reflexiona sobre el dinero en su trabajo Politics and Social Structure (Free Press, Nueva York, 1969, pp. 402 y ss.) en el que no hay cita ni referencia alguna a los fundadores del pensamiento sociolgico que ya ha-ban tratado el tema. Igualmente, Habermas en Teora de la accin comunicativa (vol. II, Taurus, Madrid, 1987) omite en su tratamiento del dinero a Sombart, Veblen y Simmel (algo especialmente llamativo en este ltimo caso). Tan slo se detiene en aspectos de la obra de Marx y Weber relativos a la hegemona de la racionalidad formal en la vida moderna omitiendo aquellas voces que incidan en la atraccin que ejerce el dinero sobre la accin individual en las sociedades contemporneas.

    95

  • mito no ha sido contemplado porque ha triunfado la visin que destaca lo que el dinero tiene de funcin sobre aquella que subraya lo que tiene de mvil de la accin del hombre burgus. Una vez ms, como afirma Moscovici precisamente en rela-cin a la transicin que realiza el dinero de la condicin de metfora de la distincin social a la de custodio del orden esta-blecido, todo lenguaje nace poesa y muere lgebra. 2

    De esta suerte, la versin sociolgica del di rero que pre-domina en nuestros das, queda perfectamente resumida en la reciente reflexin de Viviane Zelizer sobre el tema aqu tratado. 2 '

    Primero, las funciones y las caractersticas del dinero se han definido en trminos estrictamente econmicos. Al tratarse de un objeto totalmente heterogneo, infinitamente divisible, lqui-do, carente de cualidad, el dinero es un instrumento incompa-rable para el intercambio mercantil. Incluso cuando se reconoce su significado simblico, se circunscribe a la esfera econmica, o se concibe como un hecho sin trascendencia alguna.

    Por otra parte, todas las formas de dinero remiten a una nica en la sociedad moderna. Lo que Simmel denomin el carcter cualitativamente comn del dinero niega la distin-cin entre diferentes modelos de dinero. Slo son posibles las diferencias de cantidad.

    Tambin resulta llamativa la profunda dicotoma entre el dinero y los valores no-pecuniarios. El dinero comparece en la sociedad moderna como esencialmente profano y utilitario en contraste con valores no instrumentales. Es cualitativamente neutral. No as los valores personales, sociales y sagrados que son cualitativamente distintos, intransferibles e indivisibles.

    Adems, se concibe el dinero desde una lgica expansiva permanente. No deja de colonizar otras simblicas sociales. A su albur bienes tan distintos como el trabajo, el amor, el deporte, el conocimiento se cuantifican. En l se encuentra el poder de representar un nmero creciente de bienes y servicios en la red del mercado. El dinero es el vehculo que hace posible la in-evitable comercializacin de la sociedad de nuestros das.

    20. S. Moscovici, op. cit., 1988, p. 346. 21. V. Zelizer, The Social Meaning of Money, Basik Books, Nueva York, 1994,

    pp. 18-19.

    96

    Por ltimo, no se cuestiona el inmenso poder del dinero para transformar lo que en principio seran relaciones no-pe-cuniarias, mientras que la recproca, esto es, la transforma-cin del dinero por obra de valores y relaciones sociales rara vez se conceptualiza o, sin ms, se rechaza.

    No conviene olvidar, sin embargo, que tras el dinero se condensan ilusiones sociales, se trata de un hecho social total en los trminos de Mauss, que aisla un objeto en el que la sociedad moderna proyecta sus esperanzas relativas al final de la violencia y al asentamiento de un espacio de intercam-bio econmico abierto al inters individual y sujeto al respeto de la ley y de la norma. El objeto en el que se materializa, su modo de circulacin, su empleo social, la autoridad que lo legitima, constituyen aspectos que expresan un decorado m-tico y una sensibilidad social. Una sociologa que desatiende estas instancias imaginarias de la sociedad y dedica atencin exclusiva a las formas acabadas, privilegia la objetividad gro-sera del hecho social en detrimento del potencial poitico de la accin, abrindose, de este modo, a determinadas naturali-zaciones (el hombre como hombre econmico, la racionali-dad como racionalidad medios-fines, la prevalencia del orden sobre la accin, la hegemona de la tica sobre la esttica), cuyos efectos sociales pueden ser dramticos por la carga de dogmatismo que encierran.

    En definitiva, el enfoque funcionalista que acerca del di-nero privilegia la perspectiva sociolgica se proyecta en el aura de la autosuficiencia y omnipotencia insultante que rodea su figura. No se perciben en ningn caso la presencia de lo social. No hay hlito humano, ni atisbo de accin. Sin embargo, como no poda ser de otro modo, en el dinero concurren las tpicas circunstancias en las que la sociedad se aliena en su obra, no se reconoce en su impersonalidad fantasmal en la que crista-liza el quehacer sordo y annimo de sucesivas generaciones de individuos que han proyectado sus esperanzas en l. Se trata de un proceso de deificacin que, como bien deca Durkheim, se basa en la hipstasis y autotrascendencia de la propia sociedad en un smbolo profano y secular pero con resabios religiosos como saba Marx.

    Recientemente, la sociologa ha hecho esfuerzos tenden-tes a la explicitacin de la economa y de sus medios de ac-

    97

  • cin (el dinero, por ejemplo) como hechos sociales." Sin em-bargo, el ms destacado es el propuesto por Viviane Zelizer del que se hablar ms adelante. La autora, abierta a la sensi-bilidad esteticista posrnoderna, encuentra en el dinero un veh-culo en el que se expresan identidades y simbolismos sociales.

    teriano recogida en Tiempos difciles afirma, en clara referen-cia a las subjetividades rotas y truncadas por la objetividad inherente a la filosofa maquinista, que en la mquina no hay misterio alguno; hay un misterio que es y ser insondable para siempre en el ms insignificante de esos hombres... Por qu, pues, no hemos de reservar nuestra aritmtica para los objetos materiales, recurriendo a otra clase de medios para gobernar estas asombrosas cualidades desconocidas? >>. 25

    En efecto, el planteamiento terico de Marx apunta a la crtica de una forma social que, extasiada por la magia que brota de las mercancas, naturaliza su percepcin sin llegar a su causa. Las cosas no valen por sus atributos supuestamente objetivos. Muy al contrario, lo que en una sociedad capitalista hace del valor, es el trabajo humano. En otras palabras, lo que expresa con precisin objetiva el dinero en el que parece en-carnarse el valor especfico de las mercancas es la suma de, por un lado, el tiempo de trabajo que el patrn ha comprado a su empleado ms, por otro, una plusvala que, no en vano, es el beneficio que va a obtener aqul una vez pagado al emplea-do el tiempo de trabajo que le ha comprado. El patrn com-pra tiempo, en concreto tiempo abstractamente humano valo-rado, no tanto en funcin de la destreza concreta del empleado, sino en funcin del nmero de horas dedicadas al proceso de produccin. Marx llega a decir que el tiempo es substancia26 del valor. En toda sociedad se presupone que en funcin de factores como la destreza media del obrero, el estadio del de-sarrollo en que se halla la ciencia y sus aplicaciones tecnolgi-cas, las condiciones naturales, se necesita un nmero de horas socialmente necesarias para producir determinada mercanca. Por tanto, lo que se paga es el tiempo de trabajo, que se exige socialmente para, en cada experiencia histrica, producir una determinada mercanca. En esta concepcin del valor estima-da en tiempo desaparece la huella del hombre concreto, su sello personal, su modo de hacer nico e irrepetible. Lo que el patrn pide de l es, nicamente, tiempo, lo que le compra es su tiempo que luego vende, posteriormente, con demasa, ob-

    SOCIOLOGA CLSICA

    Karl Marx y el hombre fetiche-mercanca

    Una de las referencias bsicas de la sociologa clsica co-rre a cargo de Karl Marx. Su pensamiento pretende hacer fren-te a la percepcin distorsionada que su sociedad tiene de la realidad y del valor. No en vano, la conciencia de la poca parece estar bajo el hechizo y el embrujo que irradian de las mercancas sin atender a su velado proceso de gestacin. Se acerca a ellas como aturdida por un encantamiento que se desprende de su brillo, su lustre, su cuidado exterior, su aca-bado perfecto. Fruto de esta atmsfera fetichista que narcoti-za la atencin de los individuos de la sociedad incipientemente moderna, stos asocian inmediata e irreflexivamente el valor de las mercancas con la objetividad de su precio en el merca-do. As, nutren la fantasmagora que las rodea al desconectar su realidad aparentemente autnoma del tejido de relaciones sociales que las hacen posible. Sin embargo, y a pesar de las apariencias, el valor, en consecuencia, no lleva escrita en la frente lo que es. Por el contrario, transforma todo el producto en un jeroglfico social . 23 En este sentido, el concepto de fetichismo explica de qu modo, bajo las condiciones de la modernizacin capitalista, podemos depender objetivamente de "otros" cuya vida y cuyas aspiraciones permanecen total-mente opacas para nosotros 3 4 A esto refiere Charles Dickens cuando en su descripcin literaria del capitalismo manches-

    22. M. Granovetter y R. Swedberg, The Sociology of Econoric Life, Westview Press, Colorado, 1992. Tambin, R. Swedberg, U. Himmelstrand, G. Brulin, The Paradigm of Economic Sociology, Theory and Society,vol.16, n."2 (1987), pp. 169-213.

    23. K. Marx,El capital, vol. I, Siglo XXI, Mxico,1984, p. 91. 24. D. Harvey, The Condition of Postmodernity, , Blackwell, Massachusetts,

    1990, p. 101.

    25. Ch. Dickens, Tiempos difciles, Ctedra, Madrid, 2000, p. 167. 26. K. Marx, Contribucin a la crtica de la economa poltica, Siglo XXI, Mxi-

    co, 1986, p. 14.

    98

    99

  • teniendo plusvala. Se trata de trabajos sin alma, sin quin, sin autor, en palabras de Marx, de trabajo humano indife-renciado."

    Marx personifica en la burguesa la clase social que prota-goniza el advenimiento de un escenario social en permanente cambio, ya que aqulla no puede existir sin revolucionar per-manentemente los instrumentos de produccin, vale decir, las relaciones de produccin y, por ende, todas las relaciones so-ciales." La expansin de la industria, el comercio, la navega-cin y los ferrocarriles son obra de una clase social (la bur-guesa) descendiente del Fausto de Goethe, desde luego, pero tambin de otra figura literaria que hizo volar la imaginacin de su generacin (en referencia a Marx): el Frankenstein de Mary Shelley. Estas figuras mticas, que luchan por expandir los poderes humanos mediante la ciencia y la racionalidad, desencadenan fuerzas demonacas que irrumpen irracional-mente, fuera del control humano, con horribles resultados." El ms devastador, a los ojos de Marx, se vislumbra en la he-gemona del clculo econmico como modo de racionalidad que cosifica la percepcin social del hombre y de la naturale-za, no dejando en pie, entre hombre y hombre, ningn otro vnculo que el inters desnudo, que el insensible "pago al con-tado"." La burguesa inaugura una era, la modernidad, en la que el dinero adquiere propiedades verdaderamente mgicas. En ella comparece como la alquimia que todo lo transforma en oro sin otro criterio que el inters individual, desdibujando esquemas morales de comportamiento, valores instituidos, entramados de solidaridad, doctrinas religiosas. Por ello, el dinero, como afirma Simmel, introduce un punto de relati-vismo en la vida social ya que todo vale condicionalmente en funcin del dinero de que se dispone. La amistad, la belleza,

    27. K. Marx, ibd., p. 96. 28. K. Marx, El manifiesto comunista, Crtica, Barcelona, 1998, p. 42. 29. M. Berman, Todo lo slido se desvanece en el aire, Siglo XXI, Mxico, 1991,

    p. 98. Sobre el componente fustico que informa la accin social del hombre bur-gus, consultar los trabajos de Ch.Binswanger, Geld und Magie, Edition Weitbrecht, Stuttgart, 1985, y de P. Koslowski, Wirtschaft als Kultur, Edition Passagen, Viena, 1989, pp. 18-21. Tambin se recogen sugerentes alusiones en el texto de D. Harvey, The Condition of Postmodernity, Blackwell, Massachusetts, 1990, pp. 15-17 y de P- Sloterdijk, La crtica de la razn cnica II, Taurus, Madrid, 1989, pp. 236-260.

    30. K. Marx, op. cit., 1998, p. 42.

    100

    la solidaridad, la confianza, ms an, el propio hombre y la naturaleza, empiezan a convertirse en medios reducidos a va-lor cuantitativo de los que poder extraer beneficio econmi-co. Esto es algo especialmente perceptible en la objetividad que rige en los procesos de produccin. En ellos, el dinero comparece como poder en el sentido que atribuye Hobbes a este concepto: el poder de un hombre lo constituyen los me-dios que tiene a mano para obtener un bien futuro que se le presenta como bueno. 3 ' En este sentido, el poder entendido como el poder del dinero libera al individuo dc tener que jus-tificar acciones de dudosa catadura moral ya que la objetivi-dad del dinero facilita por s misma la tendencia irrefrenable a multiplicarse saltando por encima de valores morales, reli-giosos, estticos, etc.

    En Timn de Atenas, 32 Shakespeare abunda en las fluctua-

    ciones que introduce el dinero en la valoracin (tica, esttica, poltica) del hombre moderno. La obra glosa las vicisitudes de Timn, noble ateniense, que en momentos de prosperidad econmica comparte su riqueza econmica con los dems es-tableciendo as redes de amistad que parecen quebrar cuando su hacienda se debilita. Y, con ello, donde haba gratitud sur-ge la indiferencia, el agradecimiento se torna crtica, el aplauso da paso al desdn. Shakespeare ejemplifica en Timn de Ate-nas la relatividad del valor o la reduccin de todo valor a valor econmico, tambin representado por el judo Shylock en El mercader de Venecia" donde su espritu usurero comparece como el anhelo acaparador del individuo moderno que no re-para ni en la vida del ajeno (en este caso, en la de Antonio el cristiano). Ms an, incide en la ambigedad moral que deses-combra la presencia del dinero entre los hombres que, como apunta el propio Shakespeare, es la ramera universal del g-nero humano 34

    que trastoca sin miramiento alguno valores, relaciones, compromisos, acuerdos. Si la Ilustracin escocesa santific las posibilidades salutferas que para la sociedad

    31. T. Hobbes, Leviatan, Alianza, Madrid, 2000, p. 83. 32. W. Shakespeare, Timn de Atenas, en Obras completas vol. II, Espasa Calpe,

    Madrid, 2000, pp. 521-605. 33. W. Shakespeare, El mercader de Venecia, en Obras completas vol. III, Espasa

    Calpe, Madrid, 2000, pp. 539-614. 34. W. Shakespeare, Timn de Atenas, p. 575.

    101

  • y para el individuo encerraba el amor por el dinero, Marx detec-ta que lo peor del hombre surge precisamente en este contexto social donde comparecen el inters y el egosmo en toda su desnudez que convierten al hombre en medio y definen la interaccin social por sus consecuencias. Las palabras de Ti-mn simbolizan la indiferencia moral de este Dios moderno, el dinero, que a los ojos del propio Marx comparece (muy a su pesar) como mvil de la accin humana ms que como un mero medio de cambio: Oh t, dulce regicida, amable agente de divorcio entre el hijo y el padre! Brillante corruptor del ms puro lecho de Himeneo! Marte valiente! Galn siempre joven, fresco, amado y delicado, cuyo esplendor funde la nieve sagrada que descansa sobre el elemento de Diana. Dios visi-ble que sueldas juntas las cosas de la naturaleza absolutamente contrarias y las obligas a que se abracen; t, que sabes hablar todas las lenguas para todos los designios!. 35

    Desde estos presupuestos, la sospecha de Marx se centra en que, a pesar de la transparencia que parece mostrar a primera vista, la mercanca es un objeto endemoniado, rico en sutile-zas metafsicas y reticencias teolgicas. 36 El comprador, atra-do por su poder deslumbrante, no atiende al hecho de que su presencia responde a un modo de produccin (y un modelo de sociedad) escindido en clases sociales compuestas por hombres que se acercan a l en condiciones enormemente desiguales. El dinero en el que se expresa el precio de las mercancas no es sino la punta del iceberg de una sociedad partida en dos clases. Por un lado, la burguesa, que compra el trabajo humano para luego vender sus productos con plusvala; por otro, el proleta-riado, que vende su fuerza de trabajo para poder subsistir. El hecho de que en ese modelo de produccin los propietarios de los medios de produccin se acercan con la pretensin de obte-ner beneficio individual obligando a la inmensa mayora de la sociedad sin otra propiedad que su fuerza de trabajo a trabajar, para ellos, cobra su expresin ltima y definitiva en el dinero. En ste corona la historia de un desencuentro interclasista que el mstico velo nebuloso 37 de la mercanca oculta.

    35. lbfri., p. 587. 36. K. Marx, op. cit., 1984, p. 87. 37. K. Marx, ibid., p. 97.

    102

    De ah, las permanentes crticas de Marx hacia el dinero en el sentido de que ste simbolizara como nadie la indife-rencia moral de la sociedad moderna hacia las capas oprimi-das cuyo sufrimiento sordo en el proceso de produccin se esconde y se distorsiona en la magia que impera en ese mun-do venerado de las mercancas. El poder de compra del dinero oculta las cruentas batallas que se libran en la trastienda de esta sociedad, ignora la escisin estructural que hace de sta un entramado irracional donde el hombre ha devenido me-dio, instrumento, cosa para el propio hombre. El aspecto an-nimo e impersonal del dinero casa con un modelo de socie-dad que oculta sus penurias bajo el prodigio esttico de la mercanca que atrae la atencin del comprador. En este senti-do, la aportacin terica de Marx quiere ser crtica y desvelado-ra de la pupila naturalizadora que se hace una con el embrujo que emana de la mercanca sin atender a las condiciones de posibilidad de una sociedad en la que los hombres viven en-frentados por el desigual acceso a los medios de produccin generadores de la riqueza social.

    Alexis de Tocqueville y el hombre que se hace a s mismo

    Las aportaciones tericas de Alexis de Tocqueville hunden sus races en el viaje que realiza a Estados Unidos (1831) para obtener testimonio directo de la revolucin democrtica que se desarrolla en ese prspero pas. Desesperanzado por las promesas incumplidas de una Revolucin Francesa presunta-mente portadora de igualdad y libertad entre los hombres, analiza con todo detalle un escenario cultural en el que la idea de igualdad se sacraliza y constituye su sostn. Observa con fruicin cmo la adscripcin social, poltica, confesional o de gnero de los individuos no son un obstculo para lograr me-jores condiciones de vida a partir de su saber hacer profesio-nal. El hombre que ve nacer Tocqueville es aquel que se hace a s mismo y que aspira a obtener mayores cotas de prosperidad slo a travs de sus propios actos. La sociedad estadounidense del momento destaca por su dinamismo e innovacin (en modos de produccin, avances tcnicos, hbitos sociales).

    103

  • En este escenario el individuo libra la batalla por su propio ascenso profesional y por su reconocimiento social aunque las oportunidades se generalizan a todos los miembros de la sociedad por su connatural condicin de iguales.

    Al mismo tiempo, Tocqueville contempla un cierto peligro que circunda a este modelo social. Se trata del excesivo apego a los bienes materiales cuya mxima expresin es el dinero." El autor constata cmo un desmesurado afn de amasar ri-queza pulula por la conciencia de la sociedad cuya ms ntida manifestacin es la del individuo que no ceja en el empeo de lograr mayores niveles de riqueza con independencia del dis-frute de los bienes obtenidos. La sacralizacin de la igualdad que impregna la sociedad estadounidense evoca la idea de una carrera inmensa y fcil para la ambicin de los hombres. 39

    Sin embargo, su reverso es el de un tipo de hombre que, se-diento de una inagotable adquisicin de bienes, vive siempre agitado, porque no tiene sino un tiempo muy corto para en-contrarlos, apoderarse de ellos y gozarlos. El recuerdo de la brevedad de la vida lo aguijonea incesantemente, y fuera de los bienes que posee se imagina otros mil que la muerte le impedir gustar si no se apresura. Este pensamiento lo llena de turbacin, de temor y de pesar y mantiene su alma en una especie de trepidacin incesante que lo invita a cambiar todos los das de designio y lugar."

    La llamada de atencin de Tocqueville apunta al mito capi-talista de la plenitud terrenal que, de un modo u otro, siempre se aleja del alcance del individuo. Su inconformismo con lo obtenido, su efmero disfrute de las cosas y sus ansias de as-censo en la escala social alimentan en l la sensacin de incompletitud. Adems, su comportamiento centrado nica-mente en el propio beneficio abre las puertas a una posible prdida del lazo social, de la armona e integracin social. El asomo del narcisismo (del que habla en nuestros das Ch. Lasch) 4 ' es el mayor peligro para este modelo de sociedad en el que los individuos ansan prosperar econmicamente sin

    38. Sobre la visin de Tocqueville acerca del dinero, es oportuno la lectura del texto de Helena Bjar, El mbito ntimo, Alianza Universidad, Madrid, 1988, pp. 54-65.

    39. A. de Tocqueville, La democracia en Amrica, F.C.E., Mxico, 1987, p. 496. 40. Ibd., p. 496. 41. Ch. Lasch, La cultura del narcisismo, Andrs Bello, Barcelona, 1991.

    104

    atender a los efectos de sus actos sobre los otros, obviando cuestiones como la convivencia, el bien comn, los derechos y las obligaciones consubstanciales a la vida del hombre en sociedad. En este sentido, Tocqueville ya observa que el indivi-duo (econmico) es el peor enemigo del ciudadano, o que sin acceder a la condicin de ciudadano responsable el indivi-duo de iure no puede convertirse en individuo de facto . 42 No en vano, los hombres cautivados por las fantasas del goce material y la notoriedad social, consideran que el ejercicio de sus deberes polticos les parece un contratiempo que los dis-trae de su industria; y, si se trata de elegir a sus representantes, de prestar auxilio a la autoridad o de discutir en comn los negocios pblicos, el tiempo les falta, porque no saben disi-parlo en trabajos intiles. stos son all juego de ociosos, que no convienen a hombres graves ocupados en los intereses se-rios de la vida.43

    Esta amenaza de la privatizacin de la vida social, que tan slo asomaba en tiempos de Tocqueville y que hoy se ha con-sumado, como advierte Z. Bauman," se corresponde con una sensibilidad social que deifica al hombre en su trato triunfante con un mundo transparente, maleable y carente de enigmas, que ya no opone resistencia a la capacidad de intervencin ilimitada de su entramado tcnico y que ofrece mltiples po-sibilidades de disfrute y recreo. Este modelo de hombre exhi-be un ademn ldico y desenfadado y aspira a satisfacciones fugaces, intensas y rpidamente sustituibles que le hacen sen-tirse vivo. Predomina en l el apetito materialista. Ignora cues-tiones como las del cuidado del alma y la bsqueda de certi-dumbre metafsica. Ms an, debido a la orientacin mundana del nuevo hombre, el ms all desaparece como problema. El nuevo Dios, el dinero, absorbe toda la atencin de un indivi-duo que se despreocupa de asuntos que parecen correspon-der a pocas del pasado, como la salvacin ultraterrena, la posteridad, etc. En palabras del propio Tocqueville, una vez que se han acostumbrado a no ocuparse de lo que debe suce-derles despus de su vida, se les ve caer fcilmente en esa com-

    42. Z. Bauman, La sociedad individualizada, Ctedra, Madrid, 2001, p. 124. 43. A. de Tocqueville, op. cit., 1987, p. 499. 44. Z. Bauman, En busca de lo poltico, EC.E., Mxico, 2001.

    105

  • pleta y brutal indiferencia del porvenir; que responde exacta-mente a ciertos instintos de la especie humana. En cuanto pierden la costumbre de colocar el objeto de sus principales esperanzas a una larga distancia, se inclinan a realizar sin retraso sus menores deseos; y parece que desde el momento en que desesperan de vivir eternamente, se disponen a obrar como si no debiesen existir ms que un solo da. 45

    Estas palabras ponen de manifiesto que la sensibilidad que llama a la puerta apunta a un horizonte de accin donde lo slido se hace lquido (Bauman) y donde rige el cortoplacismo, la bsqueda de la novedad, el regodeo sensible en los bienes mundanos. Alejadas las necesidades humanas de corte meta-fsico, el hombre se lanza al disfrute frentico del mundo y al acopio de dinero como cifra de xito social. El hombre bur-gus empieza a perder preponderancia en una forma social en la que valores como lo esttico, la intensidad de la expe-riencia, la personalidad excntrica, la apoteosis consumista, etc., lesionan los principios rectores de la cultura moderna. Esta tesis, que defiende, entre otros, Daniel Bell, incide en que este modernismo esttico-cultural conlleva las semillas del mal que acaban con el proyecto burgus.

    Werner Sombart y la sed de ganancia del burgus

    Werner Sombart afronta la tarea de explicitar el arraigo del dinero en la vida moderna partiendo de un previo buceo en el alma del hombre burgus y de sus pasiones. Como resul-tado encuentra que la vida moderna y su deriva economicista no pueden entenderse si se omite el estmulo que el dinero despierta para la inmensa mayora de la sociedad. Su gran aportacin, El burgus, pone de relieve que el dinero, lejos de constituir, nicamente, un medio de cambio que ordena los incesantes intercambios econmicos entre los individuos, tam-bin comparece como el mvil, el autntico estmulo que desata la accin del hombre moderno. Su suerte, sus sueos, sus an-helos, sus esperanzas se encuentran ligados a las ideas de abundancia y perdurabilidad que sugiere el oro como smbo-

    lo de riqueza econmica y de reputacin social. No en vano, la aventura de su vida, o lo que convierte a su vida en aventura, es afrontar el desafo y el reto de distinguirse y singularizarse en el dominio financiero entendido por la cosmovisin mo-derna como la esfera social que discrimina a los autnticos individuos de aquellos que constituyen la masa annima de la sociedad.

    El gesto fustico que adivina Sombart en el hombre mo-derno se expresa en la sed de reconocimiento de la que tam-bin habla Weber en relacin al burgus. Lo que est en juego es la idea de un individuo convertido en el artfice de su vida, lo que est en juego es el sentido de su existencia. La cuantifi-cacin del mundo es el vehculo de que se sirve para orientar-se con tino en el incierto mundo de los negocios. Pero lo que mueve la accin es la pasin por el dinero, 46 lo que llena su vida y da sentido a su actividad es el inters por su empre-sa . 47

    En este sentido se puede hablar en la modernidad de la onammonificacin de la vida . 48

    El burgus no se correspon-de con el homo economices que parece actuar movido por necesidades presentes y futuras, que calcula para satisfacer urgencias venideras. Muy al contrario, sus actos son respues-ta a una suerte de llamada pasional que le incita a buscar mercados, a revolucionar la tcnica, a encontrar nuevos re-cursos energticos, a inventar consumidores. Schumpeter ha-bla de este proceso de innovacin social en trminos de des-truccin creativa." No en vano, la accin econmica del burgus tiene tanto (o ms) de creatividad que de repeticin, de revolucin que de continuidad, de cambio que de inercia. Si el clculo es el instrumento del que se sirve para orientarse en el mundo convertido en mercado, el desafo, la aventura, la audacia, la innovacin canalizan sus actos localizndose en el infinito la meta de las aspiraciones del empresario. Para las ganancias como para la prosperidad de un negocio no hay frontera natural posible, como la que representaba, por ejem-plo, en la economa primitiva el sustento "digno" de la persona.

    46. W. Sombart, El burgus, Alianza Universidad, Madrid, 1993, p. 38. 47. Ibtd., pp. 179-180. 48. lbd., p. 40. 49. J.A. Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia 1, Biblioteca de eco-

    noma, Orbis, Barcelona, 1983, p. 182. 45. A. Tocqueville, op. cit., p. 506.

    106

    107

  • Por mucho que aumente el beneficio total, nunca podr llegar a un punto en que se pueda decir: basta. 5

    La hegemona de la idea de necesidad promovida desde la ciencia econmica como clave para entender el comportamien-to del hombre moderno no aparece a los ojos de Sombart (ni del conjunto de la sociologa clsica). Si su primaca ha sido prcticamente incontestable en la sociologa contempornea, en el momento fundacional de la sociologa no era el caso. Un ejemplo lo constituye Sombart, que liga la circulacin del di-nero a la accin, no al mantenimiento del orden (Parsons), en un momento en el que el lujo y el dispendio suntuario se con-vierten en motores de la economa capitalista y en signos de prosperidad social." El arte de hacer dinero pasa necesaria-mente por crear nuevas necesidades ms all del umbral de la supervivencia fsica. Se trata de innovar y arriesgar, de imagi-nar nuevos modelos de sociedad, de produccin, de consumi-dor, etc. Lejos de producir para vivir, el burgus vive para pro-ducir y, por ende, para acumular riqueza sin otro fin que la propia acumulacin.

    Sombart constata que en el alma del hombre econmico moderno se agita el afn de lo infinitamente grande, que le empuja de modo incesante a empresas cada vez ms altas. Ahora bien, si nos preguntamos de dnde proviene ese fin, encontraremos que el deseo de ganancia es la fuerza motriz ." Si bien el trazo anmico del burgus se caracteriza por su se-veridad e inexpresividad, late en su fondo emocional la sed de acumulacin de dinero que en esta cultura que deifica el mer-cado significa el aplauso y el reconocimiento social. La objeti-vacin de su vida en una empresa, en un smbolo financiero, en una forma de trabajar, en un producto, en un diseo, supo-nen la puerta de entrada a la memoria social y, en definitiva, a la inmortalizacin de su identidad. No en vano, en el burgus el ansia de perdurar sigue viva. La pretensin de prolongar su obra en el tiempo para las generaciones posteriores es fiel muestra de ello.

    50. W. Sombart, op. cit., 1993, p. 181. 51. W. Sombart, Lujo y capitalismo, Alianza, Madrid, 1979, pp. 115 y ss. 52. W. Sombart, op. cit., 1993, p. 356.

    Thorstein Veblen y la emulacin del consumo ostentoso de la clase ociosa

    En los trabajos de T. Veblen destaca por encima de cualquier otra consideracin el tratamiento del consumo en la sociedad moderna como uno de sus rasgos ms caractersticos. Por ello, el protagonismo del dinero en la vida social se substancia en lo que tiene de potencia simblica que discrimina a los individuos (la minora) que se han hecho acreedores de la reputacin so-cial por su elevado nivel de consumo suntuario y a los que (la mayora) actan bajo el estado de la ms estricta necesidad. Veblen pretende recordar que una constante a lo largo de la historia de la humanidad es la urgencia del hombre por singula-rizarse ante los dems hasta convertirse en objeto de emulacin para el resto de la sociedad. Si en las sociedades tradicionales fi-guras como el sacerdote (por representar y gestionar la riqueza religiosa de la comunidad), el hroe (por su excepcional fuerza fsica desplegada en el campo de batalla y en la competicin), el noble (por vivir sin trabajar en una vida puramente ociosa) ex-presaban formas ideales de la vida social, en las sociedades mo-dernas la ms alta reputacin social recae sobre el consumo ostentoso. Es en l donde encuentran cauce las liturgias y escenificaciones sociales en las que una minora selecta da mues-tras de su disponibilidad econmica imponiendo un gusto, com-portamientos y maneras, todo ello canalizado a travs de la moda.

    Ni las clases menos pudientes renuncian a vivir como los miembros ms selectos de la sociedad. En el imaginario de las clases trabajadoras de la sociedad moderna habita la idea de ir reduciendo paulatinamente la distancia que les separa de los grupos acomodados a partir de un sacrificio titnico en su profesin. Esto sugiere que el patrn de gastos que gua generalmente nuestros esfuerzos no es el gasto medio ordina-rio ya alcanzado; es un ideal de consumo que est fuera de nuestro alcance, aunque no muy lejos de l, o que exige algn esfuerzo para poderlo alcanzar. El motivo es la emulacin el estmulo de una comparacin valorativa que nos empuja a superar a aquellos con los cuales tenemos la costumbre de clasificarnos. " De hecho, el sueo que incuba en la concien-

    53. T. Veblen, Teora de la clase ociosa, F.C.E., Mxico, 1974, p. 109.

    108 109

  • cia de la clase trabajadora es el de dejar de pertenecer en al-gn momento a esta clase para incorporarse a la de aquellos cuyos miembros viven ociosamente sin mancharse las manos." De suerte que, por ejemplo, el efecto agradable de unos atuen-dos limpios y sin manchas, la ropa blanca, el sombrero de copa brillante, el bastn en el hombre, as como la falda, el zapato de charol y el cabello excesivamente largo en la mujer, simbolizan distincin social porque el usuario no puede, as vestido, echar mano a ninguna tarea que sirva de modo directo e inmediato a ninguna actividad humana til."

    Estos apuntes revelan algo que ha sido previamente anun-ciado. El motor de la vida capitalista no hay que encontrarlo en lo que ha sido la gran aportacin al tema de la ciencia eco-nmica, el hombre econmico que, previsor, cauto y racional, interviene calculatoriamente en la realidad con el objetivo de sobrevivir. La acumulacin y el atesoramiento de riqueza no responden a cuestiones de necesidad, utilidad, etc. Ms bien, hacen pie en los deseos del individuo por acceder a la cspide de la sociedad donde se fraguan los smbolos, las distinciones y los modelos de comportamiento selecto a emular por el res-to de la sociedad. El corazn del capitalismo moderno, segn Veblen, no reside en la penuria material que rodea al hombre, sino en la necesidad de ste de diferenciarse del comn de los mortales que gestiona su vida sin posibilidad alguna de as-censo social. Precisamente, la renovacin y el cambio que la clase hegemnica introduce en sus gustos y modales impo-niendo, a travs de la moda, efmeros y, por lo mismo, inalcan-zables, esquemas de comportamiento social y, por otra parte, el esfuerzo incesante (e insuficiente) de la mayora de la so-ciedad por acceder hasta ellos, explican la contradiccin irresoluble que anima el proceso de produccin econmica que vive de la creacin incesante de necesidades suntuarias. En palabras de Veblen, si, como se supone a veces, el incen-

    54. El anlisis que realiza T.W. Adorno (Prismas, Ariel, Barcelona, 1962, pp. 73-98) de los trabajos de T. Veblen inciden en el nfasis de ste en la tendencia adaptativa del individuo moderno al juego de escenificaciones y liturgias consumistas que impone la sociedad de masas. Critica el pragmatismo que impregna las reflexiones de Veblen, sobre todo en lo que se refiere a un individuo que, bajo los efectos narco-tizantes del fetichismo de las mercancas, se hace uno con el entorno que le rodea.

    55. T. Veblen, op. cit., 1974, p. 177.

    110

    tivo para la acumulacin fuese la necesidad de subsistir o de comodidad fsica, sera concebible que en algn momento futuro con el aumento de la eficiencia industrial se pudiera satisfacer al conjunto de las necesidades econmicas de la comunidad; pero como la lucha es sustancialmente una carrera en pos de la reputacin basada en una comparacin valorativa, no es posible aproximarse a una solucin definitiva. 56

    Se trata de recordar que en el caso de Veblen, ms que un medio tcnico, el dinero es un smbolo que expresa el juego social de la inclusin/exclusin. No poseerlo supone una prdi-da ms seria que la pobreza en s misma, una especie de prdida de estatus, un descrdito sociolgico." No en vano, en toda so-ciedad donde el mercado triunfa, la mercanca gestiona la per-tenencia . 58 Tras su curso social late el ansia individual por so-brepasar los niveles mnimos de subsistencia e incorporarse a los modos de vida hegemnicos. No se percibe, por tanto, en el planteamiento terico de VeHen otra imagen que la del hom-bre que no encuentra fin en su anhelo acumulativo para, as, lograr el reconocimiento del resto de la sociedad. No en vano, la propiedad se convierte en la prueba ms fcilmente demos-trable de un grado de xito honorable, a diferencia del hecho heroico o notable. Se convierte, por tanto, en la base conven-cional de la estimacin. Se hace indispensable acumular, ad-quirir propiedad con el objeto de conservar el buen nombre personal. 59 El modelo que encaja con estas reflexiones no es el del burgus puritano de Weber, sino el del Potlatch de Mauss, que apunta al consumo suntuario de las pertenencias y a la competitividad simblica entre sus propietarios.

    Max Weber y la escisin del burgus

    Max Weber es otro de los socilogos que, en algn momen-to de sus reflexiones relativas al proceso de racionalizacin occidental que se intensifica en la cultura moderna, ha tratado el tema del dinero. Su visin guarda relacin con el desencan-

    56. Ibd., p. 39. 57. M. Walzer, Spheres of Culture, Basik Books, Nueva York, 1983, p. 105. 58. lbd., p. 106. 59. T. Veblen, op. cit., 1974, p. 35.

    111

  • f

    1

    tamiento consubstancial a la racionalizacin occidental que corona en la modernidad en la que, fruto de lo cual, el entra-mado social se desimboliza, gana en abstraccin y pavimenta el terreno para la aparicin de los medios tcnicos como los autnticos protagonistas de la orientacin de la accin. Es la hora de las instituciones sociales cortadas por el patrn racio-nalista, como la empresa capitalista, la burocracia, la ciencia, la racionalidad teleolgica, donde las consideraciones de tipo tico, moral, esttico, religioso, etc., quedan suspendidas. Sobre este caldo de cultivo en el que se consolidan los automa-tismos economicistas derivados colateralmente del credo cal-vinista, el dinero se mueve a sus anchas bajo criterios como los de la precisin, el clculo y el beneficio econmico en la empresa. No en vano, afirma Weber que el dinero es lo ms abstracto e impersonal que existe en la vida humana. 6

    Para entender con claridad el enorme protagonismo del dinero en las sociedades contemporneas, Weber incide en los rasgos especficos de la racionalizacin occidental cuya mxima expresin es la modernidad. Weber recuerda que en todas las civilizaciones ha existido economa y, por ende, for-mas ms o menos rudimentarias de dinero. Sin embargo, en ninguna han sobresalido las impetuosas tendencias a la racionalizacin de la actividad econmica como en la moder-nidad occidental, hecho que se ha manifestado en la obten-cin de lucro econmico, no a partir de situaciones azarosas como guerras, invasiones y dems, sino gracias al clculo y a la planificacin. No se trata, por tanto, de proponer el afn de lucro como algo especfico de la modernidad occidental. Ms bien, su especificidad consiste en introducir el mtodo, el ajus-te medios-fines y la racionalidad formal para lograrlo.

    Es oportuno recordar que, en los trabajos de Weber, el es-tmulo que tira de la racionalidad formal hasta hacerla apare-cer con rasgos ms propios y especficos en nuestra civiliza-cin es religioso. El asunto de la salvacin que tanto angusti a los fieles de las sectas calvinistas gener las condiciones es-pirituales favorecedoras de un modelo de accin orientado hacia lo intramundano y basado en el autocontrol, el tesn

    60. M. Webei; Ensayos sobre sociologa de la religin I, Taurus, Madrid, 1992, p. 535.

    y la disciplina en la profesin. El trabajo infatigable supona, bsicamente, dos cosas: ahuyentar la duda y elevar la produc-tividad profesional, todo lo cual redunda(ra) en un mayor nivel de autoconfianza individual como preludio y seal de salvacin ultraterrena. Por tanto, Weber incide en los funda-mentos religiosos de un modo de hacer que, tiempo despus, defini a nuestra civilizacin, reduciendo su funcionamiento a ciegos automatismos econmicos desprovistos del aliento re-ligioso del que brotaron. Si en un primer momento la acumu-lacin de dinero adquiere un brillo metafsico para aquellos que aspiran a obtener un reconocimiento social en el campo profesional, en nuestros das de todo ello queda el goce y el disfrute extravagante de la riqueza despojada de cualquier con-sideracin trascendente.

    Como se constata a lo largo del libro de Thomas Mann Los Buddenbrook, b 1 la poca burguesa queda marcada por la pre-sencia discriminatoria del dinero en la vida social. En esta obra se pasa revista a las diferentes generaciones de una fa-milia de la alta burguesa de Lbeck (la ciudad natal del au-tor) hasta la muerte del ltimo heredero en 1876. Resaltan las correspondencias que se establecen, como reflejo de la poca, entre el crdito econmico y el crdito social. Impregnados de protestantismo, los personajes se juegan su reputacin en las esferas econmica, financiera, poltica en las que han de dar muestra de su carcter, su tesn, su rigor y su pericia. La conservacin y la defensa de su identidad (su nombre, su bla-sn) pasa por hacer frente al efecto disolvente del paso del tiempo y de la nueva economa. El emergente capital mobi-liario hace que el azar domine unas biografas humanas des-gajadas, desde entonces, del inmovilismo imperante en la vie-ja solidaridad tradicional. Por ello, todo el esfuerzo del mundo es vano cuando, tras una etapa inicial de prosperidad, el di-nero empieza a menguar. La desesperacin y la angustia se apoderan de los personajes que ven como su crdito econ-mico y social se diluye. El fundamento que sostena sus vidas se viene abajo manifestndose la contingencia que mueve un modelo de sociedad sustentado en las decisiones individua-les. La identidad que trascenda e integraba las diferentes ge-

    61. T. Mann, Los Buddenbrook, Edhasa, Barcelona, 1997.

    112 113

  • neraciones (de los Buddenbrook) se borra porque los smbo-los que la nutran (la casa, los iconos familiares, los objetos artsticos, los negocios) pasan a otras manos en una esfera econmica en la que el dinero dicta sentencia con objetividad absoluta e implacable.

    Aunque en otros lugares han existido formas de produc-cin capitalista (el bazar oriental, por ejemplo), su carcter rudimentario se haca patente al carecer de dos hechos de mxima importancia que han facilitado la emergencia del ca-pitalismo moderno como la institucin cumbre de la raciona-lizacin tpicamente occidental: la separacin de la economa domstica y la industria y la contabilidad racional. Es, en con-creto, la contabilidad racional la operacin tcnica que, sir-vindose de las elevadas prestaciones de la ciencia occidental, especialmente, de las ciencias naturales y racionales de base matemtica y experimental, va a conformar los ritmos bsi-cos de una forma de ser y hacer, la modernidad, orientada al beneficio econmico. El nuevo edificio social carente de respiraderos metafsicos y orientado a la inmanencia como horizonte de accin, crea las condiciones necesarias para la aparicin de un medio de clculo que oriente la accin, que pxprese informaciones precisas entre los actores sociales y que permita calcular la probabilidad de beneficio de determi-nadas operaciones econmicas. Para Weber, lo propio del ca-pitalismo no es el impulso adquisitivo, ni el afn de rique-zas, sino la moderacin racional de estos impulsos irraciona-les por el despliegue de probabilidades pacficas de lucro.

    En este sentido, el dinero es el medio de clculo econmi-co ms "perfecto", es decir, el medio formal ms racional de orientacin de la accin econmica. El clculo en dinero no su uso efectivo es por eso el medio especfico de la economa de produccin racional con arreglo a fines. 62 Con su uso so-cial, las viejas relaciones de solidaridad comunitarias se atomizan en mnadas individuales annimas que participan de un modelo de accin universalizado en el que slo se con-templan (las unas a las otras) como medios para sus respecti-vos beneficios. En suma, la comunidad de mercado, en cuan-to tal, es la relacin prctica de vida ms impersonal en la que

    62. M. Weber, Economa y sociedad, F.C.E., Mxico, 1987, p. 65.

    114

    los hombres pueden entrar. No porque el mercado suponga una lucha entre los partcipes. Toda relacin humana, incluso la ms ntima, hasta la entrega personal ms incondicionada, es, en algn sentido, de un carcter relativo, y puede significar una lucha con el compaero, quiz para la salvacin de su alma. Sino porque es especficamente objetivo, orientado exclusiva-mente por el inters en los bienes de cambio. Cuando el mercado se abandona a su propia legalidad, no repara ms que en la cosa, no en la persona, no conoce ninguna obligacin de frater-nidad ni de piedad, ninguna de las relaciones humanas origi-narias portadas por las comunidades de carcter personal. 63

    Se constata, por tanto, que en Weber el dinero destaca en el modelo moderno de accin por sus prestaciones funciona-les. Ayuda a calcular, a prever, en definitiva a disponerse con criterio en el orden econmico hegemnico. Se instituye, por tanto, como medio de orientacin de la accin (teleolgica) lle-gando a sustituir al lenguaje humano como mecanismo de (una) comunicacin social (distorsionada). Por ello, su em-pleo desemboca, inexorablemente, en cosificacin y objetiva-cin, en traduccin de la cualidad en cantidad, del matiz en nmero que, por el intelectualismo detectado por Simmel en la cosmovisin moderna, se convierte en el autentico canon de la Ilustracin. 64

    El mismo Weber percibe que, en el entramado tan desperso-nalizado como el moderno, este romanticismo de los nmeros opera una magia irresistible sobre los "poetas" que hay entre los mercaderes.65

    De suerte que es la hora de una racionalidad formal obsesionada por las meras operaciones de clculo y por los beneficios sin considerar, como en el caso de la racionali-dad material, otros valores, contenidos e ideales. Se trata de una racionalidad que deviene fin en s misma sin atender a otros aspectos no econmicos de la sociedad. El monotesmo funcional, la cosificacin del entorno natural y del hombre, la falta de transpiracin simblica, entre otras, son las consecuen-cias de su hegemona en la sociedad moderna. As lo pone de

    63. 'Ud., p. 494. 64. T. Adorno y M. Horkheimer, Dialctica de la Ilustracin, Trotta, Madrid, 1994,

    p. 63. 65. M. Weber, /a tica protestante y el espfritu del capitalismo, Pennsula, Barce-

    lona, 1987, p. 71. Las cursivas son mas.

    115

  • manifiesto Weber en las ltimas pginas de La tica protestan-te y el espritu del capitalismo cuando, para glosar la imagen del modelo humano que resulta de la modernidad desencan-tada, menciona a los ltimos hombres: especialistas sin espri-tu, hedonistas sin corazn.66

    Georg Simmel y el dinero como perpetuum mobile

    Si algn socilogo se ha ocupado expresamente del asunto del dinero en las sociedades modernas, se ha sido Simmel. Una de sus contribuciones tericas ya centenaria, Filosofa del dinero, constituye, en trminos generales, una pintura de la poca en la que se caracteriza hasta el detalle la institucin dinero en unos momentos en los que empieza a apoderarse del mundo tindolo de impersonalidad y dotndole de un lenguaje universal que ahoga cualquier atisbo de expresivi-dad humana. Se trata de un trabajo que, adems de considerar los diferentes aspectos relacionados con el dinero (dominio del intelecto, divisin del trabajo, la ciudad, el consumo, la moda) en la modernidad, destaca por la perspectiva que lo orienta. No en vano, ante la tendencia positivista que parece apoderarse de la sociologa en sus inicios, Simmel pretende profundizar hasta la fibra semntica de la sociedad moderna de la que el dinero es el smbolo ms emblemtico.

    Su apuesta terica pasa por atender al detalle, a lo singu-lar y al matiz para, desde aqu, trabar contacto con la fibra semntica que define la sensibilidad de una poca desde la que se explican las vicisitudes actuales del dinero. Su enfoque tiene mucho de esttico en el sentido que confiere Baudelaire 67

    a esta expresin, ya que pretende entresacar de cada uno de los trazos de la vida social (la moda, el consumo, lo fugaz, lo efmero) el gesto arquetpico (lo eterno) que los unifica. Su pupila terica se aleja de la sociedad como una totalidad con-clusa y ahistrica para acercarse a la sociedad como interac-cin, trato e intercambio. Husmea en el fragmento donde to-

    66. l'Ud., p. 260. 67. Ch. Baudelaire, El pintor de la vida moderna, Colegio Oficial de Aparejadores

    y Arquitectos Tcnicos, Murcia, 2000, p. 78.

    116

    dava resuenan los efectos de la interaccin humana, donde se re-crea y se regenera el todo social al albur de hechos tales como el intercambio econmico mediado por el dinero. En lugar de iniciar su reflexin partiendo de la sociedad como una totalidad esencial y autosuficiente en la que se incluyen hechos e instituciones, su planteamiento defiende el acerca-miento al fragmento como expresin efectiva de la sensibili-dad social en curso, como smbolo de una unidad de sentido que siempre cobra expresin singularizada e individualizada. En este enfoque simmeliano definido por David Frisby como sub species aeternitatis," el dinero, en palabras del propio Simmel, no es ms que un medio, un material o ejemplo para la representacin de las relaciones que existen entre las mani-festaciones ms externas, reales y contingentes y las poten-cias ms ideales de la existencia, las corrientes ms profun-das de la vida del individuo y de la historia. El sentido y la meta de todo esto es trazar una lnea directriz que vaya desde la superficialidad del acontecer econmico hasta los valores y significaciones ltimos de todo lo humano.69

    El dinero expresa la sensibilidad epocal moderna en el sen-tido de que germina en un decorado institucional caracteriza-do por la prevalencia de lo intelectual, del nmero, de la fun-cin. Se trata del medio por excelencia a travs del cual los individuos se orientan en un entramado social mercantilizado, que exige despliegue de la accin medios-fines y que vive de espaldas a cualquier afn individual de autoexpresin. Olvi-dados ya la relacin connatural entre las palabras y las cosas (Foucault) y el simbolismo inherente a las formas del infinito natural, la sociedad moderna se constituye sobre una malla semiolgica, inexpresiva y desencantada donde los medios y las funciones, ms que significar, facilitan la realizacin de fines. Su presencia alude a una accin social encaminada ni-camente a reducir complejidad y contingencia. En definitiva, a estrechar el terreno a la sorpresa. En el caso del dinero, se trata del medio que contrarresta la novedad ofreciendo altas cotas de previsin. Con el dinero, la secuencia ordenada del

    68. D. Frisby, Fragmentos de la vida moderna, Visor, Madrid, 1992, p. .27. 69. G. Simmel, Filosofa del dinero, Instituto de estudios polticos, Madrid, 1977,

    p. 11.

    117

  • clculo y del plan parece reproducirse en el acto econmico, en general, en la accin social. La equivalencia que sostiene este argumento es la que se adivina en la modernidad entre pensamiento y ser. No en vano, Simmel subraya que el inte-lecto y la abstraccin son los ncleos de la representacin moderna excesivamente inclinada a expresar todo mediante la cuantificacin.

    Un contexto institucional organizado a partir de un sujeto que pretende dominar y controlar el entorno natural (y pro-piamente humano) es terreno abonado para la hegemona de los medios. Es el caso del dinero cuyo ser meramente funcio-nal se agota en el servir para. Por carecer de un significado intrnseco puede significarlo todo. Destaca, por tanto, su na-turaleza proteica, lbil y maleable. Puede plegarse a acciones moralmente buenas o deleznables. Su ser estrictamente fun-cional le hace indiferente y ajeno a los fines a los que sirve porque, como dice Luhmann, slo aspira a reproducirse y, con ello, a regenerar la posibilidad de pago. Es ms, a menudo abandona su condicin de medio para convertirse en la de fin de la accin. Una psicologa, como la del individuo moderno, acostumbrada a manejar una larga cadena teleolgica de me-dios para lograr fines a largo plazo, hace que, por una cuestin de mera economa de esfuerzo, centre su atencin en lo ms prximo, en el paso inmediatamente posterior. De este modo, el fin ltimo del proceso tiende a desaparecer de su atencin en favor de la sobrestimacin del medio tcnico, en este caso del dinero, cuya presencia en la vida del hombre contempor-neo es asfixiante."

    El dinero predispone a los individuos a interacciones es-pordicas entre agentes annimos que en sus actos expresan funciones. En este sentido, el dinero absorbe la substancia viva de la relacin social, lesionndola, ya que une a los indi-viduos en encuentros de los que no queda poso, es decir, com-promiso ms largo plazo, en definitiva institucin y norma. Por otra parte, aumenta la libertad del individuo moderno. Al poseer dinero a ste se le abre el inundo de la posibilidad, de la eleccin y de la decisin. Se incrementa su margen de ma-

    niobra en una sociedad que incentiva en el individuo el gesto del consumo tanto o ms que el de la produccin. Su condi-cin de medio de cambio no agota las virtualidades que encie-rra ya que, junto a ello, destaca la de fin en s mismo, es decir, la de liberar los sueos (de grandeza/reputacin/distincin) del hombre, de hacer posible lo imposible, de proyectarnos hacia parajes (utpicos) cargados de dicha y prosperidad. Por ello, se convierte en el gran seductor de la sociedad moderna hasta convertirse para muchos en el nico atractivo de sus vidas. De su brillo ya da cuenta el verso de Quevedo cuando dice del dinero que da y quita el decoro / y quebranta cual-quier fuero / poderoso caballero / es don Dinero.7 '

    Simmel adivina en el dinero la posibilidad de realizar dis-tintos cursos de accin. Si toda propiedad de una cosa implica la posibilidad del aprovechamiento concreto que permite su naturaleza, de modo que, por ejemplo, slo el propietario de un pedazo de tierra puede obtener frutos de ella, slo l puede cultivarla, o dejarla en barbecho, o el propietario de un bosque en el que slo l puede cortar lea y cazar en l, el dinero establece una potencia superior del concepto general de pro-piedad, una potencia en la que, por medio del orden jurdico, se diluye el carcter especfico de cualquier otra posesin ob-jetiva y el individuo propietario de dinero se sita frente a un 111:011zill ilimitado -de objetos, cayo disfrute tambin le est ga-rantizado por medio del orden pblico; o sea, el dinero no preestablece, a partir de s mismo, su propia utilizacin y usu-fructo como hacen los objetos unilateralmente determinados. 72

    En este sentido, el protagonismo enormemente relevante que desempea el dinero en la sociedad moderna no slo tie-ne efectos perversos sobre ella ya que, por otro lado, dulcifica la tragedia humana de la competencia." Gracias a su aplica-bilidad ilimitada y a su correspondiente deseabilidad en todo momento, el dinero puede hacer, al menos en principio, que todo intercambio resulte beneficioso para ambas partes; la una, que recibe el objeto natural, lo hace porque lo necesita

    71. F. de Quevedo, Quevedo esencial, C.C. Garca Valds, Taurus, Madrid, 1990, p. 515.

    72. G. Simmel, op. cit., 1977, p. 372. 73. 'bid., p. 347.

    s 70. G. Simmel, On Psychology of Money, en D. Frisb y M. Featherstone, Simmel On Culture Sage, Londres, 1997, p. 235.

    118

    119

  • en ese momento; la otra, que recibe el dinero, tambin lo ne-cesita ahora porque lo necesita en cualquier momento. 74 Por ello, la sociedad se abre a intercambios econmicos de suma positiva en los que resultan beneficiadas ambas partes, mien-tras que en el trueque es frecuente que slo una de ellas tenga inters especfico en la consecucin o en el desprendimiento de los objetos.

    El dinero contribuye a la aceleracin e intensificacin de los intercambios econmicos a lo largo del mundo. El lenguaje cuantitativo facilita las operaciones econmicas por su preci-sin. En este sentido, la modernidad asiste a un despliegue impresionante de la actividad econmica acompaada por una revolucin en el transporte (revolucin industrial) y por el hallazgo de nuevos mercados (Amrica). El cambio, la nove-dad, el viaje, lo nmada son expresiones que definen la moder-nidad y, dentro de ella, la actividad econmica. Se trata de un modo de vida basado en la expansin del mercado que rompe las barreras culturales, religiosas y civilizacionales y que uni-fica los patrones de accin y de pensamiento a travs del dine-ro. ste se convierte en una forma de pensamiento universal." Donde ms notorio se hace su hegemona es en las grandes ciudades modernas (Pars, Londres, Berln, Nueva York) en las que la produccin a gran escala ya no se orienta a las nece-sidades, sino al consumo. Simmel, por tanto, barrunta la pre-sencia, an difusa, de una economa del consumo en la que lo que se consume son signos (de prestigio), como ms tarde subrayarn pensadores de la posmodernidad como J. Bau-drillard, E Jameson, J. Urry, S. Lash y otros. En este sentido, la economa del consumo est orientada a todos y a nadie en concreto. Desemboca en impersonalizacin e inexpresividad, en prdida de las cualidades individuales y en la gnesis de la cultura de masas donde se homologan las conciencias in