SAMUEL TAYLOR COLERIDGE BIOGRAPHIA … BIOGRAPHIA LITERARIA I...

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PRE-TEXTOS NARRATIVA CLÁSICOS SAMUEL TAYLOR COLERIDGE BIOGRAPHIA LITERARIA edición, traducción, prólogo y notas de gabriel insausti

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PRE-TEXTOSNARRATIVA CLÁSICOS

SAMUEL TAYLOR COLERIDGE

BIOGRAPHIALITERARIA

edición, traducción, prólogo y notas de

gabriel insausti

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Primera edición: enero de 2010

Diseño de la colección: Andrés Trapiello y Alfonso Meléndez

Título de la edición original en lengua inglesa:

Biographia Literaria

© de la edición, traducción, prólogo y notas: Gabriel Insausti

© de la presente edición:

PRE-TEXTOS, 2010Luis Santángel, 1046005 Valencia

www.pre-textos.com

IMPRESO EN ESPAÑA/PRINTED IN SPAIN

ISBN: 978-84-8191-929-5 • DEPÓSITO LEGAL: BI-1691-2009

IMPRIME: GRAFO, S. A.

Esta obra ha sido publicada con una subvención de la

Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas delMinisterio de Cultura,

para su préstamo público en Bibliotecas Públicas, de acuerdo con lo previsto

en el artículo 37.2 de la Ley de Propiedad Intelectual

B IOGRAPHIA L ITERAR IA

I

CAPÍTULO 1

Razones para este libro. –Acogida de la primera publicacióndel autor. –La educación de su gusto en la escuela. –El

efecto de los escritores contemporáneos en las mentes jóve-nes. –Los sonetos de Bowles. –Comparación entre los poetas

anteriores y posteriores a Pope

Ha sido mi destino ver cómo mi nombre salía acolación, tanto en las conversaciones como en laletra impresa, con más frecuencia de la que podríaexplicar si se tiene en cuenta la escasa, poco impor-tante y limitada circulación de mis escritos o el re-tiro y la lejanía del mundo literario y político en quehe vivido.Amenudomi nombre se ha asociado conalguna acusación en la que nome reconocía o con al-guna idea que nunca he sostenido. Sin embargo, sino tuviera otro motivo o estímulo para escribir, nomolestaría al lector con esta justificación. En las si-guientes páginas se verá cuáles eran mis otras ra-zones, y se comprobará que entre lo que he escritoes sólo una parte menor lo que me concierne per-sonalmente. He empleado la narración principal-mente para proporcionar cierta continuidad al libro,

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en parte por las reflexiones diversas queme han su-gerido acontecimientos particulares, pero sobretodo para introducir la formulación demis propiasideas sobre política, religión y filosofía, así como laaplicación a la poesía y la crítica de las normas quese obtienen de los principios filosóficos. Pero entrelos propósitos queme propuse al acometer este librono era el menos importante esclarecer, en lamedidade lo posible, la prolongada controversia sobre laverdadera naturaleza de la dicción poética, y almismo tiempo definir con la mayor imparcialidadla auténtica personalidad poética del poeta que consus escritos suscitó en primer lugar esta controver-sia y más tarde la ha alimentado y propagado.En 1794, casi aún adolescente, publiqué un pe-

queño libro de poemas juveniles. Obtuvieron unaacogida bastante favorable, cosa que, pese a ser tanjoven, sabía yo bien que no se debía tanto a que hu-biera en él algún mérito real cuanto a que se vio ensus páginas la flor de la esperanza y la promesa demejores libros por llegar. Los críticos de entonces,tanto los más aduladores como los más severos,coincidieron en reprochar a aquellos versos su os-curidad, una dicción algo ampulosa y una profusiónde epítetos dobles de nuevo cuño.* El primer re-

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* Para los jóvenes autores sería útil indicar aquí la autoridad de Shakes-

peare y Milton. En el Comus y en los poemas juveniles de Milton hay un ex-

ceso de epítetos dobles,mientras que en Paradise Lost encontramosmuy pocos,

y casi ninguno en Paradise Regained. Lo mismo sucede más o menos con Lo-

ve’s Labour Lost, Romeo and Juliet, Venus and Adonis y Lucrece, si se los com-

proche es el error que el autor es el menos capaz dedetectar en sus propios escritos, y mi cabeza no es-taba entonces suficientemente disciplinada comopara aceptar la autoridad de otros en vez demi pro-pia opinión. Convencido de que las ideas, como es-taban allí expresadas, no se podrían haber expresadode otromodo, o demodomás perspicaz, olvidé pre-guntarme si las propias ideas no reclamaban ungrado de atención que no se adecua a la naturalezay los fines de la poesía. Sin embargo, esta observa-ción es válida principal, aunque no únicamente,para las “Meditaciones religiosas”.1 El segundo re-proche lo acepto por completo y no sin agradeci-

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con Love’s Labour Lost,Romeo and Juliet,Venus and Adonis y Lucrece, si se los

compara con Lear,Othello,Macbeth yHamlet, las obras de nuestro gran dra-

maturgo. La regla para que los epítetos dobles sean admisibles me parece ésta:

o que formen ya parte del acervo de nuestra lengua, como blood-stained

[“manchado de sangre”], terror-stricken [“aterrorizado”] o self-applauding

[“pagado de sí mismo”]; o que, cuando se aventura un nuevo epíteto, o uno

que sólo se encuentra en los libros, que sea al menos una palabra, y no dos

unidas simplemente por el guión del impresor. Una lengua que, como el in-

glés, carece casi por completo de casos, sin duda es poco adecuada para los

compuestos inadecuados, por su propia naturaleza. Si, cada vez que le viene

a la cabeza un compuesto, el escritor buscara algún otro modo de expresar

el mismo sentido, habría muchas posibilidades de que diese con una palabra

mejor. Tamquam scopulum sic vites insolens verbum, (“Evita, como evitarías

una roca, la palabra extraña”) es el sabio consejo de César a los oradores ro-

manos, y el precepto se aplica con fuerza redoblada a los escritores de nues-

tra lengua. Pero no debe olvidarse que el mismo César escribió un tratado

de gramática con el fin de reformar el lenguaje ordinario acordándolo un poco

más a los principios de la lógica o gramática universal.1 “Religious Musings”, el largo poema que Coleridge comenzó a escribir

en la Nochebuena de 1794, poco después de abandonar definitivamente Cam-

bridge.

miento a mis críticos, tanto privados como públi-cos, por sus amistosas admoniciones. En las poste-riores ediciones podé severamente los epítetosdobles y me esforcé por domar el brillo y la gran-dilocuencia tanto de las ideas como de la dicción,aunque a decir verdad estos dos parásitos de la po-esía juvenil habían crecido enmis poemas largos deforma tan estrechamente unida a ellos que a me-nudo no pude arrancar la planta por temor a dañarla flor. Desde aquella fecha hasta hoy no he publi-cado nada conmi firma que no pudiera enfrentarsea la crítica anónima. Incluso los tres o cuatro poe-mas que he imprimido conjuntamente con unamigo,1 en la medida en que los he corregido, esta-ban lastrados por los mismos defectos u otros pa-recidos, aunque estoy convencido de que no se lostrató con la misma justicia: tenían un exceso de or-namento, además de una dicción retorcida y rebus-cada (véanse las críticas a la “Balada del viejo ma-rinero” en elMonthly y las que obtuvo la primeraedición de las Baladas líricas). Permítaseme añadirque, incluso en el período inicial demis poemas ju-veniles, advertí y acepté la superioridad de un estilomás austero y natural con una claridad no menorque la que ahora tengo.Mi juicio eramás fuerte quemi capacidad para ponerlo en práctica. Y los defec-tos de mi lenguaje, aunque debidos en parte a una

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1 Sin duda se refiere aquí Coleridge a los poemas con que contribuyó a

Lyrical Ballads: “The Rime of the Ancyent Marinere”, “The Foster-Mother’s

Tale”, The Nightingale” y “The Dungeon”.

mala elección de los temas, y el deseo de dar un colorpoético a las verdadesmetafísicas y abstractas en lasque entonces me parecía que se me abría un nuevomundo propiciaron una timidez auténtica, y no fin-gida, en mi propio talento. Durante varios años demi adolescencia y juventud, admiraba a quienes ha-bían recuperado la viril sencillez de los griegos y denuestros propios clásicos, y lo hacía con tanto en-tusiasmo que la esperanza de escribir con éxito enel mismo estilo habría parecido presuntuosa.Quizáotros han pasado por un proceso semejante, peromis primeros poemas se caracterizaban por una na-turalidad y simplicidad que he intentado, tal vez conmenos éxito, conferir a mis composiciones poste-riores.En el colegio contaba con la inestimable ventaja

de tener unmaestromuy juicioso, aunque al mismotiempomuy severo.1 Fue él quienmoldeó educómigusto para que apreciara la excelencia de Demós-tenes sobre la de Cicerón, de Homero y Teócritosobre la de Virgilio, y la de Virgilio a su vez sobre lade Ovidio. Me acostumbró a comparar a Lucrecio–en los extractos que leí entonces– con Terencio, ysobre todo los poemas más sobrios de Catulo nosólo con los poetas de las llamadas edades de Pla-ta y de Bronce sino también con los de la época

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1 Se trata de James Boyer (1736-1814), profesor de gramática, a quien

describe favorablemente Lamb en “Christ’s Hospital Five and Thirty Years

Ago” y algo más negativamente De Quincey en “Coleridge and Opium-Ea-

ting”.

augusta.1 Y, basándose en el sentido común y en lalógica universal,me ayudó a advertir y afirmar la su-perioridad del primero por la verdad y pureza tantode sus ideas como de su dicción. Al mismo tiempoque estudiábamos los poetas trágicos griegos, noshizo leer a Shakespeare y a Milton, y fueron las cla-ses en que más tiempo y esfuerzo nos costó evitarsu censura.De él aprendí que la poesía, incluso la delas odas más elevadas y las menos pulidas, poseíauna lógica propia, tan rigurosa como la de la cien-cia, y más difícil que ésta por más sutil, más com-pleja y dependiente de más diversas y huidizascausas. En los poetas verdaderamente grandes, decía,se puede atribuir una razón no sólo a cada palabrasino a la posición de cada palabra, y recuerdo muybien que, sirviéndose de los sinónimos de Homerode Dídimo,2 intentó mostrarnos en cada caso porqué no habrían valido para el mismo propósito y enqué consistía la peculiar adecuación de la palabraen el texto original.En nuestras propias composiciones en inglés (al

menos durante los últimos tres años de colegio) semostró implacable con cualquier frase, metáfora oimagen que no viniera justificada por un sentido

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1 Se entendía que la Edad de Plata de la literatura latina abarcaba desde

la muerte de Augusto en el año 14 de nuestra era hasta la muerte de Trajano,

en el 117. La de Bronce comenzaba entonces y duraba hasta 410, el año del sa-

queo de Roma.2 Se refiere Coleridge a los antiguos escolios, atribuidos durante algún

tiempo al alejandrino Dídimo Calcentero (80 a. C.-10 a. C.).

común o en la que elmismo sentido pudiera haberselogrado con la misma fuerza y dignidad mediantepalabras más llanas. Para él, el laúd, el arpa, la lira,las musas y la inspiración, Pegaso, el Parnaso y Hi-pocrene eran todos ellos una abominación. Casipuedo oírlo exclamando: “¿Cómo que arpa? ¿Arpa?¿Lira? ¡Pluma y tinta querrás decir, muchacho!¿Musa, muchacho? ¿Musa? ¡La hija de tu niñera,querrás decir! ¿El manantial de las Piérides? ¡Lafuente del patio, supongo!”. De hecho, elaboró unalista en la que prohibía algunos prolegómenos, sí-miles y ejemplos. Entre los símiles estaba, recuerdo,el del fruto del manzanillo,1 pues servía igualmentepara significar demasiadas cosas. Y la palma se la lle-vaba el caso de Alejandro y Clito,2 que era igual-mente bueno y adecuado fuese cual fuese el tema.¿Se trataba de la ambición? ¡Alejandro y Clito! ¿Laadulación? ¡Alejandro y Clito! ¿La ira? ¿La ebriedad?¿El orgullo? ¿La amistad? ¿La ingratitud? ¿El arre-pentimiento tardío? ¡Ahí seguían estando Alejandroy Clito! Al final, cuando la alabanza de la agricul-tura se hizo recurriendo a la sagaz observación deque si Alejandro hubiese estado con las manos en elarado no habría atravesado a su amigo Clito con sulanza, este viejo y socorrido recurso fue abolido poredicto público in secula seculorum. A veces he lle-

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1 Árbol de la India de aspecto hermoso, pero savia venenosa.2 Se refiere Coleridge al famoso episodio del asesinato de Clito por su

amigo Alejandro Magno durante un banquete en que ambos estaban ebrios,

como refiere Plutarco.

gado a pensar que se podría colgar una lista de estetipo, o un índice expurgatorio de algunas conocidasy recurrentes frases tanto introductorias como tran-sicionales, incluida la vasta variedad de modestosegotismos y de fórmulas adulatorias, en el Parla-mento y los juzgados. Seríamuy útil para el público,una importante fuente de ahorro de tiempo parala nación y un incalculable alivio para los minis-tros de su majestad, pero, sobre todo, nos reporta-ría el agradecimiento de los abogados del país y desus clientes, que tienen que llevar sus casos a los tri-bunales.Sea como fuere, había en nuestro maestro una

costumbre que no puedo soslayar, pues la considerodigna de imitación.A veces permitía, debido a algúnpretexto o a la falta de tiempo, que se acumularannuestras redacciones hasta que cada alumno tuvieracuatro o cinco ejercicios para corregir. Luego, co-locándolos todos en fila sobre su escritorio, pre-guntaba al autor por qué esta o aquella frase nohabría encontradomejor acomodo bajo esta o aque-lla idea, y si no obtenía una respuesta satisfactoriay se repetía este error dos veces en el mismo ejerci-cio, sobrevenía el veredicto irrevocable, rasgaba elejercicio y había que redactar otro de mismo tipo,además de las tareas del día. El lector disculpará estepequeño homenaje a un hombre cuya grosería, to-davía hoy, a menudo aparece en mis pesadillas conlas que la ciega fantasía interpreta para la mente lassensaciones dolorosas de un sueño desapacible, pero

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esas sensaciones no atenúan ni menguan el sentidoprofundo demi reconocimientomoral e intelectualpara con este hombre.Hizo que, cuando llegamos ala universidad, fuéramos ya excelentes lectores degriego y latín y unos hebraístas bastante aceptables.Pero nuestro conocimiento del mundo clásico nofue el mayor de los beneficios que obtuvimos de sucelosa y concienzuda tutoría. Ahora ha obtenido yasu recompensa definitiva, rico en años y en hono-res, incluso los que más gratos eran a su corazón yque su escuela le ha concedido, conservando así conél un vínculo por el bien de la escuela en la que élmismo se educó y a la que se dedicó toda su vida.Debido a razones que no toca aquí elucidar, nin-

gún modelo del pasado, por muy perfecto que sea,puede ejercer sobre una mente joven el mismoefecto que los productos del genio contemporáneo.La disciplina que había adquirido mi mente era talque ne falleretur rotundo sono et versuum cursu, cin-cinnis et floribus; sed ut inspiceret quidnam subesset,quae sedes, quod firmamentum, quis fundus verbis;an figurae essent mera ornatura et orationis fucus: velsanguinis e materiae ipsius corde effluentis rubor qui-dam nativus et incalescentia genuina.1 Esto eliminólos obstáculos para apreciar la excelencia en el estilo

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1 “[...] Mi mente no se dejaría extraviar por el suave sonido y el fluir de

los versos, sus bucles y florecillas, sino que examinaría lo que hay debajo

de ellos, su fundamento, su terreno, si las figuras eran mero adorno y pin-

tura retórica o un rubor natural y un calor genuino de la sangre que fluye

del corazón del tema mismo.”De fuente desconocida.

sin disminuir mi placer en la lectura. Así, el hechode que estuviera preparado para la aparición de lossonetos y los primeros poemas de Bowles al mismotiempo aumentó su influencia ymi entusiasmo.1 Lasgrandes obras de los tiempos pasados parecen a losjóvenes cosas de otra raza, respecto a las cuales susfacultades deben permanecer pasivas y someterse,como a las estrellas o las montañas. Pero los escri-tos de un contemporáneo, quizá no mucho mayorque él mismo, rodeado de lasmismas circunstanciasy sujeto a lamismas costumbres, poseen para él unarealidad y le inspiran una verdadera amistad, comola de hombre a hombre. Su propia admiración esel viento que refresca y alimenta su esperanza. Lospoemasmismos adquieren carne y huesos. Recitar-los, elogiarlos y defenderlos no es más que el pagodebido a alguien que existe para recibirlo.Ciertamente existenmaneras de enseñar que han

producido y todavía producen jóvenes de muy dis-tinto aspecto,maneras de enseñar por comparacióncon las cuales sentimos el impulso de despreciar lasde los internados y las universidades

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1 William Lisle Bowles (1762-1850), vicario de Bremhill desde 1804 y

autor de Foureen Sonnets.Coleridge se entusiasmó tanto con el tono de su po-

esía, que le parecía tan superior a la versificación dieciochesca que todavía do-

minaba el panorama literario, que hizo varias copias a mano y las repartió

entre sus amigos. Es probable que lo conociera a finales de 1793 en el mer-

cado de Salisbury, y se sabe que lo visitó en 1814 y 1815.

In whose halls are hungArmoury of the invincible knights of old,1

pormedio de las cuales se supone que los niños vana transmutarse en prodigios. Porque, ciertamente,¡menudos prodigios he visto que han producido envenganza! Prodigios de soberbia, superficialidad,arrogancia y deslealtad. En vez de alimentar la me-moria, en esa época en que la memoria es la facul-tad predominante, con hechos con los que luegoejercitar el juicio, y en vez de despertarmediante losmodelos más nobles el amor y la admiración mássinceros y puros, que es el carácter natural y donosode la primera juventud, se enseña a estos hijos deuna pedagogía improvisada a discutir y debatir, asospechar de todo salvo de su propia sabiduría y lade su profesor y a no dejar nada sagrado a salvo desu desprecio, excepto su propia y desagradable arro-gancia, graduados en todas las técnicas, sucias pa-siones e impudicias de la crítica anónima. Sólo aestas disposiciones puede convenir la admoniciónde Plinio:

Neque enim debet operibus eius obesse, quod vivit. Ansi inter eos, quos nunquam vidimus, floruisset, nonsolum libros eius, verum etiam imagines conquirere-mus, eiusdem nunc honor praesentis, et gratia quasi

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1 “En cuyos salones colgaban / armaduras de los caballeros de antaño.”

Del soneto XVI de Bowles.

satietate languescet? At hoc pravum,malignumque est,non admirari hominem admirationi dignissimum,quia videre, complecti, nec laudare tantum, verumetiam amare contingit.1

Apenas había cumplido los diecisiete años cuan-do conocí los sonetos de Bowles, hasta un númerode veinte, recientemente publicados en cuarto. Melos hizo llegar un antiguo compañero de colegio quehabía ingresado ya en la universidad y que, duranteel tiempo que había pasado en nuestra primera sec-ción (o, dicho en la jerga del colegio, durante eltiempo en que había sido un “griego”) fue mi pa-trón y protector. Me refiero al profesor Middleton,el erudito y en todos los aspectos excelente arzobispode Calcuta:

Qui laudibus amplisIngenium celebrare meum, calamumque solebat,Calcar agens animo validum. Non omnia terrae

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1 “Que no empañe este mérito el que sea un escritor contemporáneo. Si

hubiera nacido en una época lejana, no sólo se habrían venerado sus escri-

tos sino los propios cuadros y estatuas de su persona. Y debido a una especie

de saciedad, simplemente porque se encuentra entre nosotros, ¿permitiremos

que su talento languidezca y desparezca sin que lo honremos y admiremos?

Sin duda es una actitud perversa y envidiosamirar con indiferencia a un hom-

bre merecedor de la más alta aprobación únicamente porque tenemos la po-

sibilidad de verlo con nuestros ojos y hablar con él, y no sólo concederle

nuestro aplauso sino acogerlo como amigo.” De las Cartas, 1. 16.

Obruta! Vivit amor, vivit dolor! Ora negaturDulcia conspicere; at flere et meminisse* relictum est.1

Fue para mí un placer doble y sigue siendo unentrañable recuerdo haber recibido de un amigo tanquerido la primera noticia de un poeta cuyos es-critos, año tras año, han seguido deleitándome e ins-pirándome. Mis viejos amigos no habrán olvidadola indiscreta impaciencia y el celo impetuoso conque intentaba hacer proselitismo, no sólo entre miscompañeros de colegio sino con todo aquel conquien hablase, de cualquier rango y en cualquierlugar.Comomis gastos del colegio nome permitíancomprar más ejemplares, en menos de un año ymedio realicé más de cuarenta transcripciones demi puño y letra, que eran el mejor regalo que podíaofrecer a quienes de algún modo se habían ganadomi consideración. Y con casi igual placer recibí lastres o cuatro publicaciones subsiguientes del mismoautor.

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* Me alegro de verme obligado a informar al lector de que después de es-

cribir este pasaje se comprobó que era equivocado el informe de lamuerte del

profesor Middleton durante su viaje a la India. Está vivo, y ojalá que lo siga

estando por muchos años, pues me atrevo a profetizar que sólo la muerte li-

mitará los beneficios temporales y espirituales que este hombre proporcio-

nará a sus congéneres.1 “Quien, con grandes alabanzas, / solía celebrar mi ingenio y mi pluma,

/ espoleando vivamentemi espíritu. ¡No todo ha quedado enterrado! / El amor

sigue vivo, y también el dolor. Pero ahora se nos niega / la visión de esos dul-

ces rasgos, y nos queda llorar y recordar.” De la Epistola Barbato Sulmonensi

de Petrarca, vv. 12-16.