Salud, alimentacion esencial y desarrollo humano esencial y... · puede convertirse en una penosa...

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1 SALUD, ALIMENTACIÓN ESENCIAL Y DESARROLLO HUMANO Santiago Portilla Necesitamos re-educar nuestra forma de alimentarnos Aprender a alimentarnos es una de las funciones más importantes e imprescindibles en nuestra vida. Es una cuestión tan trascendental que su influencia abarca todos los ámbitos físicos, sentimentales y espirituales que vivimos: la salud y la enfermedad, la voluntad y la pereza, el trabajo eficiente y la mediocridad, el amor y el odio, el respeto y el atropello al prójimo, la sabiduría y la ignorancia, la memoria y el olvido, la riqueza y la pobreza, la solidaridad y el egoísmo, la paz y la tempestad interiores. Todos estos aspectos dependen en gran medida de la alimentación, sin embargo, muy pocas personas reconocen y disfrutan de esta realidad. La gran mayoría necesita despertar y sensibilizarse sobre los enormes beneficios y perjuicios que nos brinda una adecuada o inadecuada alimentación. Refiriéndonos solo a nuestro cuerpo, el simple acto de comer puede ser una fuente constante de vigor y bienestar, placer intenso, funciones orgánicas normales, garantía de nunca enfermarnos gravemente, libertad e impulso para trabajar. Pero también puede convertirse en una penosa causa de pesadez, pereza crónica, malestares constantes, desánimo, mala voluntad, angustia, tensión y seguro crecimiento de enfermedades graves. En nuestras realizaciones emocionales y espirituales, la alimentación también tiene mucha injerencia; es lamentable que pocas personas estén conscientes al respecto. En verdad, en la alimentación se encuentra una de las más poderosas herramientas y virtudes del saber vivir, y también una de las más pesadas cargas y agudos problemas que enfrenta la sociedad moderna. Aprender a alimentarnos es adquirir el manejo de la energía más profunda y radical que mueve nuestra vida. Este proceso se conforma de dos partes vitales a las que debemos prestar atención, para mejorarlas en el día a día: a) Nuestra manera de comer. La persona. Nosotros. b) El tipo de comida que ingerimos y su preparación. Los alimentos. Lo que está en la mesa. Muchas personas se empeñan en escoger la comida, recorren tiendas buscando productos de calidad y los preparan minuciosamente, aprenden teorías y normas para balancear sus platos, pero no se percatan de su inadecuado modo de alimentarse. Por eso, los

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SALUD, ALIMENTACIÓN ESENCIAL Y DESARROLLO HUMANO

Santiago Portilla

Necesitamos re-educar nuestra forma de alimentarnos

Aprender a alimentarnos es una de las funciones más importantes e imprescindibles en

nuestra vida. Es una cuestión tan trascendental que su influencia abarca todos los ámbitos

físicos, sentimentales y espirituales que vivimos: la salud y la enfermedad, la voluntad y la

pereza, el trabajo eficiente y la mediocridad, el amor y el odio, el respeto y el atropello al

prójimo, la sabiduría y la ignorancia, la memoria y el olvido, la riqueza y la pobreza, la

solidaridad y el egoísmo, la paz y la tempestad interiores.

Todos estos aspectos dependen en gran medida de la alimentación, sin embargo, muy

pocas personas reconocen y disfrutan de esta realidad. La gran mayoría necesita despertar y

sensibilizarse sobre los enormes beneficios y perjuicios que nos brinda una adecuada o

inadecuada alimentación. Refiriéndonos solo a nuestro cuerpo, el simple acto de comer puede

ser una fuente constante de vigor y bienestar, placer intenso, funciones orgánicas normales,

garantía de nunca enfermarnos gravemente, libertad e impulso para trabajar. Pero también

puede convertirse en una penosa causa de pesadez, pereza crónica, malestares constantes,

desánimo, mala voluntad, angustia, tensión y seguro crecimiento de enfermedades graves. En

nuestras realizaciones emocionales y espirituales, la alimentación también tiene mucha

injerencia; es lamentable que pocas personas estén conscientes al respecto.

En verdad, en la alimentación se encuentra una de las más poderosas herramientas y

virtudes del saber vivir, y también una de las más pesadas cargas y agudos problemas que

enfrenta la sociedad moderna. Aprender a alimentarnos es adquirir el manejo de la

energía más profunda y radical que mueve nuestra vida. Este proceso se conforma de dos

partes vitales a las que debemos prestar atención, para mejorarlas en el día a día:

a) Nuestra manera de comer. La persona. Nosotros.

b) El tipo de comida que ingerimos y su preparación. Los alimentos. Lo que está en la

mesa.

Muchas personas se empeñan en escoger la comida, recorren tiendas buscando

productos de calidad y los preparan minuciosamente, aprenden teorías y normas para

balancear sus platos, pero no se percatan de su inadecuado modo de alimentarse. Por eso, los

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resultados que obtienen son con frecuencia limitados y decepcionantes. ¿De qué sirve cambiar

solo la comida si no cambia quien se alimenta? Las comidas “buenas” pueden convertirse en

malas dependiendo de quién las consume. Aunque seleccionemos con mucho cuidado lo que

comemos, podemos hacernos daño permanentemente, e incluso agravar nuestras molestias si

no observamos cómo comemos, cómo estamos al momento de comer.

A menudo vemos que la gente mejora la calidad de su comida, pero se mantienen sus

inflamaciones digestivas, su decaimiento es casi el mismo, persisten casi todos sus malestares

orgánicos. No hay mucha diferencia entre inflamarnos el vientre con comidas “malas”, como

carnes, gaseosas y dulces, o hacerlo con arroz integral, ensaladas y frutas. Lo fundamental es

aprender a no vivir inflamados, para lo cual no basta con seleccionar los alimentos.

Observarnos cómo comemos es imprescindible. Además, con este aprendizaje podemos

aceptar mayor variedad de comidas sin provocarnos problemas. De hecho, la educación

alimenticia personal es más importante que elegir los alimentos. Lo mismo se aplica cuando

ofrecemos comida a otras personas: debemos mirar con quien estamos antes de escoger la

comida; no servir la mesa basándonos tanto en nuestras necesidades y gustos personales, sino

en las familiares o de los invitados.

En los próximos temas resaltaremos la observación personal y la educación de nuestra

forma de comer como los aspectos principales de saber alimentarnos. Solo mediante esta toma

de conciencia podremos construir una mayor vitalidad, bienestar y serenidad interiores.

Moderar la cantidad de comida: una sensibilidad básica

Para alimentarnos bien debemos prestar atención a la cantidad y a la calidad de nuestra

comida. Entre estas dos cualidades, moderar la cantidad es lo más importante pues decide el

resultado de la alimentación. Es obvio que con comidas de mala calidad nos provocaremos

afecciones. Pero aún con excelente calidad de comida, si no regulamos la cantidad el perjuicio

está garantizado. Comer en exceso y al apuro trae a corto y largo plazo graves consecuencias.

Con moderación, en cambio, podemos ingerir mayor variedad de alimentos sin causarnos

problemas. Quien sabe cuidarse puede comer hasta productos no tan convenientes, pues si lo

hace en poca cantidad y ocasionalmente, el malestar que sienta será mínimo o ninguno.

Aunque el manejo de la cantidad es lo principal en la alimentación, esto no es suficiente:

también es vital seleccionar la calidad.

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Necesitamos encontrar el inmenso bienestar por alimentarnos bien en cantidad y

calidad, sin consumir a diario placeres nocivos. El ánimo físico permanente, la calma

emocional y la lucidez mental que se sienten luego de una comida frugal y sustanciosa son

placeres muy superiores. No vale la pena renunciar a vivir sintiéndonos livianos y bien

dispuestos, a cambio de gustos desmedidos o extravagantes. Aprender a comer sin excesos

habituales es la base de nuestra salud. Los abusos son el inicio de nuestros malestares y

enfermedades.

Si comemos mucho afectamos el pensamiento pues con el vientre lleno es difícil

pensar. Cuando quedamos “repletos” sentimos que disminuye la lucidez mental pues la sangre

se concentra en el intestino. Un mínimo necesario de comida para un máximo de vigor, es

la ley de la vitalidad, aunque se practique lo contrario: un máximo de comida para un

mínimo de bienestar. Esta es una costumbre muy extendida en las ciudades y en los países

ricos, donde muchos comen hasta no poder más. Es penoso mirar a personajes de la alta

sociedad, elegantes y refinados, supuestamente muy cultos, pero tan descontrolados en sus

comidas, con excesos y saciedad, obstruyendo su desarrollo personal. Resulta peor que líderes

médicos, humanistas, políticos y religiosos, cuya función es proteger y guiar a la sociedad,

hablen maravillas y hasta hagan “votos de pobreza” pero usurpen la comida de su vecino

cuando comen tres veces más de lo que necesitan. ¡La solidaridad empieza por no comerse la

comida del prójimo! Así también, por inconsciencia y sentimentalismo, cuántas madres

educan a sus hijos hacia la gula y a calmar con comida la ansiedad, la soledad o el

sufrimiento.

Cuando descubrimos en nosotros el hábito de la gula cotidiana, resulta imposible

eliminarlo de inmediato, como por decreto de la conciencia. Y nada sacamos con hostigarnos

mediante excesivas críticas. Saber alimentarse es un proceso que requiere experiencia,

convivencia e investigación dentro de un proceso integral. Es un aprendizaje que incluye

triunfos y fracasos.

¿Sabe usted distinguir la comida necesaria de los gustos superfluos?

Los alimentos que ingerimos deben ajustarse más a la necesidad orgánica que a los

gustos superfluos. Podemos romper esta regla a veces, en celebraciones o motivos especiales,

pero si comemos cosas nocivas a diario, por mero placer, destruiremos nuestro organismo.

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Por inconciencia e inmadurez, los niños no saben diferenciar entre necesidades y

gustos. Ellos requieren que un adulto cuide su alimentación, pues pueden causarse mucho

daño por comer golosinas cuando están solos; son capaces de comer helados estando con

pulmonía, no saben cuidarse. Cuando un adulto tampoco sabe cuidarse, demuestra que sigue

siendo infantil a pesar de su edad: su mentalidad de niño se revela porque no distingue ni

controla su apego a los deseos. Este seudo adulto necesitaría de alguien más maduro para que

lo cuide, como esto no es posible, vivirá provocándose malestares y enfermedades.

Hay padres insensibles que por falso cariño permiten en exceso y ofrecen a diario

golosinas a sus hijos; luego se desesperan por las dolencias que sus niños sufren, las que ellos

mismos provocaron. El niño tiene derecho a recibir una alimentación sana, el padre tiene

deber de seleccionarla; solo así podrá cuidar a sus hijos, con el ejemplo, de lo contrario

recurrirá solo a palabras vacías y al dinero. Hay también familias inconscientes que hacen de

cada comida un banquete con aperitivos y postres, cultivan enfermedades que luego sufren

todos, en familia. Las personas que abusan en cada comida cosechan poca alegría de vivir.

Muchos adultos, aún viéndose con diarrea siguen comiendo lo que les hace daño,

toman un antidiarréico y siguen con los vicios. Esta “solución inmediata” es un problema

posterior grave y duradero. Cuántos adultos y ancianos sufren y limitan su vida hipnotizados

por las golosinas. La gente come solo lo que le gusta, sin siquiera pensar en lo que

necesita para vivir bien. Café, leche, azúcar, pan blanco, queso, mermelada y huevos: ¡que

desastre de desayuno! Sopa de carnes, arroz blanco, más carnes con gaseosa y torta de

chocolate: ¡pésimo almuerzo! Pizza de embutidos o hamburguesa, jugos azucarados y

golosinas: ¡terrible cena! Toda esta costumbre corresponde solo al gusto destructivo, es

comida para sobrevivir, no para vivir. ¿Así la gente espera vivir sana y animada? La

humanidad ha perdido mucho la cordura.

“Querer”, “gustar”, “desear”, “apetecer”, “tener ganas”, son palabras que usamos

demasiado al decidir lo que vamos a comer, a consumir, a comprar. Son términos de

predominancia infantil que nos desvían de una dirección más vital y consciente. Es

indispensable que usemos más, y oportunamente, la palabra “necesitar”.

El cuidado personal debe ser permanente, y los descuidos solo ocasionales

Las personas cometen desórdenes diarios contra su cuerpo, pero debido a que no

sienten malestares enseguida, imaginan que no les pasará nada a futuro. Esto es ceguera y

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negligencia, pues no se dan cuenta que por comer cosas perjudiciales a diario, luego de meses

o años sufrirán enfermedades graves. El efecto de las comidas nocivas se acumula en nuestro

cuerpo sin que percibamos, hasta revelarse en un padecimiento agudo.

No tenemos que vivir llenos de restricciones alimenticias, pues si comemos golosinas

esporádicamente el perjuicio es casi insignificante. Por descuidos ocasionales solo sufrimos

molestias pequeñas y de fácil recuperación. El problema está en hacer de estos consumos un

vicio diario, lo cual garantiza la calamidad; es solo cuestión de tiempo.

Los placeres de una vida descontrolada y consumista, que pueden parecernos

abundantes e intensos, en verdad son mínimos comparados con los placeres derivados de la

mesura personal. Una vida de mayor salud, seguridad, felicidad, facilidad, paz, solo se

descubre y disfruta cuando salimos de las prisiones que los vicios nos imponen, prisiones en

las que vivimos muchas veces sin darnos cuenta. Cuando salimos de lo mundano y sentimos

una mejor calidad de vida, entonces reconocemos las penas y la poca dicha en que vivíamos

antes. Este gran descubrimiento se vuelve un viaje sin regreso y una aspiración permanente.

En el camino del desarrollo personal es necesario un poco de renuncia. Tenemos que

ceder una parte secundaria de nosotros para alcanzar algo mejor. Por no hacer pequeños

sacrificios o mínimos esfuerzos, por no privarnos un deseo, podemos sufrir grandes

lamentaciones y pérdidas. Cuando no sabemos decirnos “No” en breves momentos por ser

demasiado autocomplacientes, acabamos dominados por el descontrol y decaemos en todo

sentido: un poco de renuncia cotidiana es indispensable para poder vivir en paz.

Es imposible ganar algo sin invertir o ceder nada. El cultivo personal exige un mínimo

de sacrificios para un máximo de satisfacciones, un mínimo de dificultades y restricciones

para un máximo de facilidades y libertades. La vida mundana produce todo lo opuesto: graves

males para pocas satisfacciones banales y momentáneas. La vida en búsqueda de placerismos

y facilismos es la más incómoda y difícil de vivir.

La comida no debe gustar solo al paladar sino a todo nuestro cuerpo

Una comida adecuada debe ser capaz de agradar a nuestro hígado, corazón, riñones,

intestinos, cerebro, y también a la boca. Es decir, los alimentos deben ser bien recibidos por

todos los órganos, y más aún, por todo nuestro ser. Alimentarnos se convierte en un acto de

tiranía si agradamos solo a nuestra boca mientras causamos graves perjuicios al resto del

cuerpo. La comida modernista puede ser rica solo para el paladar pero es detestable para el

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resto de nosotros. Una vez que pasa de la boca, es detestada por la garganta, el esófago, el

estómago, intestinos, hígado, riñones, y así por delante.

Por eso, nadie puede decir con propiedad: “Me encanta la hamburguesa con gaseosa y

chocolates”, a menos que considere que su boca representa más que todo su ser. Debería

decir: “a mi paladar le encanta, pero para mí son repugnantes”, ya que estos comestibles le

gustan solo al 1% de la persona, su boca, mientras son detestados por el 99% restante, y muy

destructivos para su integridad física, sentimental y mental.

Al satisfacernos con una comida sustanciosa obtenemos un placer profundo y

duradero; si lo hacemos con “comida chatarra”, el placer es superficial, fugaz, y además

generamos una vida de malestares constantes. Mientras el gusto de una golosina o de la gula

lo disfrutamos solo en la boca por uno a quince minutos, el malestar o pesadez provocados

pueden persistir en todo el cuerpo durante horas, tal vez todo el día. Al contrario, levantarnos

de la mesa sin llenarnos significa estar bien animados todo el día. La estrategia es reducir

el placer inmediatista para aumentar el permanente.

Serenidad personal y paz en el ambiente:

ingredientes vitales de la alimentación

El sabor de la comida, nuestro grado de satisfacción, la asimilación de los nutrientes,

la relación con quienes compartimos nuestra mesa, sentirnos vitales y lúcidos después de

comer, estar tranquilos o ansiosos mientras comemos, la moderación o los excesos, todo esto

depende mucho de la condición sentimental en que estamos al momento de comer. Este

sentimiento personal es el ingrediente más sutil y vital de la alimentación. Se forma por

nuestro estado interior y el del ambiente al sentarnos a comer: cómo lo hacemos, con quién,

dónde, en qué momento, es decir, por todo aquello que nos afecta emocionalmente.

De poco sirve escoger los alimentos sin dar atención a comer tranquilos, con hambre,

masticando lo suficiente, saboreando, respirando con profundidad, presentes en cuerpo y

mente, en un ambiente sereno y agradable. Estos aspectos constituyen el alma de la

alimentación, su más precioso ingrediente.

Muchos comen entre gritos y peleas, apurados, en almuerzos de trabajo, con temas

pesados de conversación, viendo violencia en la TV, en sitios ruidosos y tensionantes,

mientras conducen automóviles; otros no pueden comer solos sino leyendo el periódico y

hasta libros. La gente come en la calle mientras camina o trabaja. Qué cuadro patético es ver a

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deportistas comiendo mientras compiten, o a estudiantes mientras estudian. Qué situación

destructiva cuando las amas de casa pellizcan bocadillos toda la mañana mientras cocinan y

arreglan el hogar. Oficinistas hacen lo mismo con golosinas que guardan en su escritorio.

¡Qué pésimas costumbres! La agitación moderna y la desatención personal generan resultados

terribles. Quienes tienen estos hábitos tal vez por insensibilidad no sienten malestares pero

acumulan desórdenes hasta que explotan.

Observar la situación opuesta es muy esperanzador, el caso de personas más

tradicionales o sensibles, que rechazan ingerir cualquier comida, hasta el mejor de los

manjares, si no se encuentran con cierta calma, sintiendo hambre y en un lugar apropiado.

Simplemente dicen que no pueden comer sin estas condiciones, que así la comida no tiene

sabor y hasta les causa molestias. ¡Maravillosa sensibilidad!

Para comer es necesario suspender las ocupaciones y conflictos; de no ser posible, es

mejor postergar la comida hasta encontrar el lugar y el tiempo propicios. Al sentarnos a la

mesa debemos hacer una meditación corta, con respiración profunda, para estar serenos y

conscientes de lo que vamos a iniciar: una comunión con la vida y con nuestros semejantes.

En este ritual sencillo incluimos un agradecimiento a la naturaleza, a las personas y a la

divinidad. Mientras comemos es bueno parar en ocasiones a respirar un par de veces, así

mantenemos nuestra calma y obtenemos la mejor sustancia de los alimentos. El momento de

comer no es para discutir o criticarnos, sino para estar tranquilos en silencio y conversando

sobre temas sencillos y agradables. Entonces podemos llenarnos de satisfacción y asimilar los

nutrientes que producirán plena energía.

Masticación suficiente para un mayor placer y beneficio de la alimentación

Los alimentos nos ofrecen toda su energía y su más profundo sabor solo cuando los

disolvemos y ensalivamos apropiadamente. Si es tan rico comer y necesitamos nutrirnos, ¿por

qué hacerlo al apuro? Masticar poco la comida es desaprovechar una inmensa posibilidad de

vitalidad y placer.

Una adecuada masticación ratifica la presencia del instinto natural humano, revela

serenidad interior y buen gusto, constituye el inicio del proceso consciente de alimentación.

Los diferentes grados de fortaleza o debilidad que vivimos tienen relación estrecha con

la masticación. Podemos elegir y preparar bien nuestra comida, pero si no la masticamos

adecuadamente tendremos la prueba irrefutable de no saber alimentarnos y, con seguridad,

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obtendremos insignificantes o pésimos resultados. La calidad de este acto tan sencillo y

natural define el destino de la alimentación: vitalidad o enfermedad.

Por citar un ejemplo, la gran mayoría de los problemas de gastritis, que son una

epidemia moderna, se resuelve por completo con mejorar la masticación. Solo los casos

graves requieren cambios en las comidas. Es increíble que en los más prestigiosos libros de

patología médica no se diga una palabra sobre esta curación simple, eficaz y gratuita. Las

propuestas cientificistas van desde la absurda dependencia de antiácidos y sedantes, hasta las

violentas cirugías, pasando por la vana aniquilación del helycobácter: toda una serie de

soluciones ineficaces que generan mayor enfermedad. Después, frente al supuesto callejón sin

salida del cáncer, amputaciones y quimioterapia son la atrocidad a donde llega la

inconsciencia sobre adecuados hábitos de vida.

Calmar el hambre tranquilos depende mucho de cuánto y cómo mastiquemos. Sin

masticar, lo más probable es que acabemos llenos pero aún con ganas de seguir comiendo. En

la naturaleza los animales mastican instintivamente. Las gentes del campo también mastican

de manera espontánea, por eso no vemos en ellas la ansiedad, obesidad y tantos males

digestivos que abundan en las ciudades. ¡Cuán alejados estaremos de nuestra naturaleza, para

tener que recordarnos algo tan normal como es masticar la comida!

La medicina tradicional advierte que la salud proviene de una buena digestión. Pero la

digestión no comienza en el estómago sino en la boca, y es aquí donde la iniciamos bien para

que nuestro cuerpo la continúe. En la alimentación, lo último que depende de nosotros es

masticar la comida, después de la boca no podemos corregir lo que sucede en el tracto

digestivo, habremos ya desencadenado procesos hacia la voluntad o la pereza, la salud o la

enfermedad. Si no masticamos, de poco sirven nuestras buenas costumbres en cualquier

ámbito de la salud, pues aquí está uno de los pilares del vigor físico, y notable influencia hacia

nuestro bienestar emocional y psicológico.

Cualidades de la comida para nutrir el cuerpo, el alma y el espíritu: los

alimentos deben transmitir salud, amor y conciencia

a) Salud, fortaleza. El deber primordial de la alimentación es ser fuente de energía para

la vida. Si la comida que ingerimos no sirve para promover nuestra salud, pierde su función

más importante. En la naturaleza, los animales se alimentan para obtener vigor, y los

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alimentos que consumen les brindan organismos de una potencia impresionante. Nosotros

también debemos escoger los alimentos con este propósito tan natural.

Para generar salud los alimentos deben corresponder al cuerpo de cada animal. Es así

que los animales silvestres solo comen lo apropiado a su especie. No veremos a carnívoros

comiendo frutas ni a herbívoros o frutívoros comiendo carnes. Así como cada especie tiene

una comida específica, al ser humano, por su constitución anatómica le corresponde una

alimentación compuesta de cereales, leguminosas y hortalizas. Las razones y sustentos

históricos para esta afirmación los comprenderemos en el transcurso del libro. Lo anterior no

significa una prohibición de comer otros productos, pues como algo ocasional, y dependiendo

de nuestra condición de salud, sensibilidad y autocontrol, podemos ingerir infinidad de otras

comidas.

Cualquier persona que desarrolle un cierto grado de sensibilidad y sabiduría,

descubrirá que la mejor comida para su cuerpo es aquella que produce la tierra. Por cómo nos

sentimos es muy claro reconocer esta realidad, pero la insensibilidad, el cientificismo y las

propagandas nos confunden fácilmente. Esta no es una cuestión de teorías, reglas religiosas o

estudios sobre nutrientes, ya que nuestra constitución en dentadura, estómago, jugos gástricos,

sangre, intestino, piel y demás órganos, no pertenece al reino de los carnívoros, tampoco al de

los herbívoros, ni frutívoros. Grandes personajes y maestros de la humanidad, como Sócrates,

Platón, Pitágoras, Newton, San Francisco de Asís, Plutarco, Leonardo da Vinci, Richard

Wagner, Tagore, Gandhi, Einstein, Benjamín Franklin, Rousseau, Darwin, Dalai Lama y

muchos otros, han defendido la alimentación vegetariana como la más auténtica para el ser

humano. También lo han hecho los líderes espirituales y cumplen prácticamente todas las

corrientes antiguas y actuales de desarrollo interior.

Ahora abundan las dietas respaldadas por intelectualismos, que empujan a las personas

a no obedecer a su constitución y sensibilidad sino solo a su cabeza. Por eso, muchos comen

solo analizando el contenido nutricional o calórico de los alimentos, pero sin verificar los

efectos en su cuerpo. Otros comen según mandatos religiosos equivocados y antinaturales.

Hace pocas décadas, por su alto contenido de proteínas y minerales, no se cuestionaba la dieta

basada en carnes, lácteos y huevos. Ahora, y luego de constatar resultados nefastos, los

mismos doctores y nutricionistas que la defendían alertan sobre el gran daño que provocan

estas comidas. ¡Sin una revisión basada en la sensibilidad el intelecto comete barbaridades!

Fuera de lo que cada uno quiera creer, imaginar u obedecer, nuestra constitución anatómica es

la ley natural a la que estamos sometidos.

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Una mala alimentación está atrás de todos los problemas físicos que ahora

atribuimos a causas externas. Las personas se han olvidado de que los alimentos sirven para

generar salud, no comen sintiendo hambre y pensando en nutrirse. Comer ha pasado a ser la

más repetitiva fuente de placer desmedido y muchas veces mórbido. La mayoría de los

comestibles del sistema comercial son venenos de acción lenta, no tienen ninguna relación

con la salud. A los fabricantes no les interesa la salud de la gente sino solo sus ventas. ¿Quién

puede afirmar que las gaseosas y golosinas tengan algo que ver con la salud humana? Son

productos 100% insalubres pero el consumo diario es increíble; la propaganda de gaseosas

ametralla a diario nuestro subconsciente para lograr vender la porquería que producen.

Además de seleccionar los alimentos, equilibrar la dieta es también imprescindible

para obtener vitalidad. En general, los animales dependen de un tipo de comida, solo comen

carne, pasto, cereales o frutas. Otros, en cambio, deben combinar su alimentación para suplir

sus requisitos. Esta es nuestra situación, pues no es suficiente que comamos productos

saludables si no están equilibrados. Las verduras, por ejemplo, son vitales para nosotros, pero

si no las combinamos con otros productos provocamos carencias que con el tiempo se vuelven

enfermedades. Esto sucede con personas vegetarianas que llegan a padecer problemas aunque

los alimentos que ingieren son saludables: sus platos no están equilibrados.

Gracias a que escogen la comida según su constitución anatómica, los animales

silvestres mantienen la salud desde el nacimiento hasta la muerte. Mediante su maravilloso

instinto, los carnívoros, herbívoros, frutívoros, insectívoros, solo comen lo que pertenece a su

especie. El ser humano también puede gozar de esta realidad en la naturaleza, si aprende a

alimentarse con la comida que le corresponde.

b) Amor, protección, calma. En los momentos actuales, de tanta carencia afectiva,

necesitamos reconocer que la comida contiene una inmensa riqueza emocional y sentimientos

de quien la prepara. La comida está relacionada con dar y recibir amor, cariño, protección,

abrigo; es anfitriona de la sensualidad; representa atención familiar, calor humano, amistad,

cordialidad, diplomacia; constituye, en síntesis, un núcleo en el que se desarrollan profundas

relaciones afectivas.

En todas las etapas de la vida humana, los alimentos siempre tuvieron la misión de

satisfacer al corazón, de animar el alma de la gente. La comida afectiva es capaz de armonizar

los sentimientos familiares, de calmar la ansiedad, el vacío, la tristeza, de apaciguar e

impulsar al guerrero. La mujer del hogar, esposa o madre, fue siempre privilegiada para

cumplir tan sublime labor, no porque antiguamente las mujeres no hayan tenido trabajos que

hacer, ni por injusticias sociales, sino porque tenían conciencia de que mediante esta labor

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maravillosa construían mucho de la solidez y felicidad de la familia. Nadie más facultado que

la mujer para establecer la armonía del hogar en torno a la hoguera del arte culinario. La

alimentación está tan unida a la vida sentimental, que los desajustes afectivos casi siempre

traen trastornos en la ingestión de comidas y bebidas. Por eso, quienes sufren intensas

angustias emocionales suelen caer en vicios o extremos del consumo: bulimia o anorexia.

La culinaria de las culturas tradicionales destaca el inmenso contenido emocional que

transmiten los alimentos, contenido que proviene de la persona quien los prepara y ofrece, y

del ambiente. La comida no contiene solo materia física sino sutiles y profundos elementos

afectivos y psicológicos que penetran en quien la consume. La alimentación ejerce mucha

influencia hacia la paz o la alteración interior. En el modernismo actual, ni siquiera la mujer

siente el valor del arte culinario, menos aún el hombre; lamentablemente muchas mujeres

consideran una pérdida de tiempo o una labor desagradable el corto tiempo que se requiere

para alimentar a sus seres queridos. Prefieren la comida rápida, comprada o hecha de forma

mecánica por empleados, no se dan cuenta que este facilismo provoca enormes carencias y

sufrimientos en su hogar. En general las madres de hoy no saben que pueden proteger e

impulsar afectivamente a su familia mediante su comida.

En los monasterios de la India, China, Japón, Tíbet, los encargados de la culinaria

siempre fueron personas de espiritualidad y paz interior superiores. No podía entrar en la

cocina una persona alterada porque al preparar los alimentos perturbaría el alma de quienes

alimentara. La comida del sistema moderno es producida por máquinas, por personas sin

sentimientos adecuados, o por extraños sin ningún vínculo afectivo; esta carencia sentimental

es una de las razones básicas por las que la ansiedad está fuera de control en la sociedad.

Los sentimientos profundos requieren de procesos, no se puede desarrollar ningún

sentimiento hondo de forma inmediata. Por eso, la comida debe provenir de procesos vitales,

afectivos e inteligentes, no del rápido y mínimo esfuerzo en agradar al paladar y llenar el

estómago, o para tener más tiempo para trabajar o ver TV. La comida instantánea, solo de

cantidad y apariencias, no satisface al corazón. Tradicionalmente, la comida se preparaba

mediante procesos sensibles, delicados, esmerados, con criterio, para sembrar sentimientos de

armonía, tolerancia, amor. Los mejores anhelos se depositaban en cada plato como una

oportunidad de comulgar con los seres queridos y con la divinidad. En ocasiones especiales

las recetas demoraban todo el día en prepararse, o incluso varios días, que de ninguna manera

estaban desperdiciados pues esta comida era uno de los ingredientes esenciales, tal vez el más

aclamado, de maravillosos momentos de reunión familiar llenos de sentimientos que no

podrían disolverse por el resto de la vida: la madre se fundía con los suyos, les transmitía

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alegría, energía, serenidad, seguridad, y vivía eternamente en el corazón de todos. ¡La comida

rápida, comprada, de extraños, es comida muerta!, le falta afectividad o contiene pésima

calidad de ella; puede gustar al paladar pero no satisface al alma. Esta falta de calidad a

menudo nos mueve a llenarnos con cantidad -así acabamos repletos pero aún insatisfechos-.

Parte de la virtud afectiva de la alimentación es su sabor: la comida debe ser deliciosa.

Esta cualidad depende de la integración entre quien cocina y quien recibe, pues lo rico para

unos puede no serlo para otros. Un plato sabroso de cereales para un indígena puede ser

desatractivo para muchos, así también, un campesino puede rechazar platos de un hotel

lujoso. Logramos el mejor sabor si sentimos las necesidades y gustos de quien vamos a

alimentar. Ninguna comida es rica por sí misma, su encanto depende de quien la consume. La

comida chatarra o gourmet sirve para complacer solo la boca de una sociedad insensible y

llena de carencias afectivas; incrementa sus carencias. Por eso las propagandas de esos

artículos nos pintan imágenes de felicidad junto a sus productos tóxicos.

Otro aspecto inseparable de la culinaria afectiva es que transforma una labor tan

cotidiana en la más trascendental expresión de arte que jamás haya desarrollado la

humanidad. El arte culinario no tiene comparación entre las expresiones artísticas, en él se

integran profundamente todos los sentidos, la sensibilidad afectiva, la intuición y la razón,

como en ningún otro. Entre las artes, sean la pintura, la música, la danza, el teatro u otras, el

arte culinario tiene la mayor incidencia en la cantidad y calidad de vida del autor y, de manera

única, su obra se funde con el espectador. La persona que aprecia no se mantiene separada de

la obra de arte sino que ésta se convierte en el componente más esencial de sus células.

En el arte culinario las obras son un ingrediente substancial del autor y del espectador,

forman sus estructuras, sus caracteres, y mucho de sus emociones y personalidades. Por

medio del arte culinario se moldea a las personas y se define una parte significativa de su

destino. Como en una obra de escultura y pintura, los alimentos deben ser fascinantes para la

vista, con formas y colores que lamentemos tener que desmontar. La comida superior conjuga

la sustancia vital con la apariencia atractiva, lo cual no ocurre ahora. Es triste que la comida

de chefs y gourmets solo tenga apariencia y sabores extravagantes: no promueve la salud de

quien la consume, le provoca enfermedad y hasta degeneración.

c) Conciencia, economía, solidaridad. Una forma correcta de alimentarse siempre ha

estado unida a los más altos grados de conciencia. Refleja mucho del valor que damos a la

vida cuyas raíces emergen de la comida. En gran parte somos lo que comemos, la forma y con

quien lo hacemos. Por eso no basta con que cultivemos nuestra personalidad solo desde

afuera, por la convivencia respetuosa, la etiqueta, la profesión, el conocimiento. Es preciso

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que construyamos nuestra personalidad desde adentro, cuidando la materia prima de nuestras

neuronas y demás células, de las que surgen nuestras expresiones. Mediante la alimentación

determinamos aspectos capitales de nuestros sentimientos y pensamientos, y casi por

completo nuestra condición física. Debemos alimentarnos conociendo nuestros reales

requisitos, los de nuestro hogar y comunidad, así ejercemos el libre albedrío, como una forma

concreta de manejar el destino personal, familiar y social.

Los alimentos siempre fueron considerados dioses a los que se rendían cultos de

veneración y agradecimiento. En las tradiciones espirituales, comer significa una fusión con

las energías sutiles que nos animan y una comunión con las divinidades. Los “Iniciados” de

estas escuelas empiezan su evolución espiritual junto a cambios en la alimentación.

La economía es otro factor imprescindible de la alimentación consciente, los alimentos

deben encontrarse fácilmente y ser accesibles para el común de los hogares. No tiene sentido

alimentarnos con productos exclusivos y caros; en raras ocasiones podemos darnos ciertos

lujos pero la comida cotidiana debe ser asequible, lo caro es innecesario. La economía de los

países gira en torno al comercio de alimentos y productos de consumo, productos que con

frecuencia son superfluos. Las sumas gastadas en deseos nocivos son fabulosas, a las fábricas

de este tipo no les interesa el bienestar social sino solo sus ganancias. En los hogares, la

mayoría del dinero se emplea en productos de supermercado que no son necesarios para

alimentarse y que más bien son perjudiciales. Insensiblemente despilfarramos el dinero en

golosinas, carnes, enlatados, embutidos, bebidas y bocadillos tóxicos. Esto sucede no solo en

familias de clase alta sino también en la clase media y hasta en la gente pobre. Hace falta

mucha conciencia sobre el uso del dinero para comprar comida, no debemos derrocharlo,

podemos ahorrar sumas elevadas si escogemos mejor nuestra comida.

Un aspecto crucial de la economía personal, familiar y estatal se encuentra en la

atención médica y hospitalaria, donde por calmar molestias y recuperar la salud se pierden a

diario sumas millonarias. ¡Son recursos aplicados inútilmente, desperdiciados, tirados a la

basura! Peor todavía, es dinero usado en terapias que generan mayor enfermedad,

dependencia e ignorancia en la población. Todo esto sólo por no tener un mínimo de

conciencia sobre el manejo económico de la salud, el cual reside en la alimentación. En

realidad enfermarse cuesta caro, para perder la salud hay que gastar mucho dinero en

comidas intoxicantes. Por eso quienes más están degenerándose son las personas adineradas

inconscientes. Las comidas y bebidas más caras enferman mucho, como las de hoteles cinco

estrellas, que son la peor posible de consumirse. Por el contrario, alimentarse bien y mantener

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la salud es realmente barato. El cambio de costumbres en este sentido trae satisfacciones

vitales y económicas.

La fortaleza y evolución de los pueblos tienen relación directa con los hábitos de

alimentación, con el estilo de producción y consumo de comestibles. La economía de

cualquier país se beneficiaría ampliamente si la población asumiera mejores costumbres

alimenticias. La pobreza y violencia públicas disminuirían también de forma notable. Es

necesario educar a la comunidad con este propósito.

Dentro de este aspecto de la conciencia se incluye nuestra expresión de solidaridad.

Debemos elegir y consumir los alimentos pensando en nosotros y en los demás. El que no

estén sentados a nuestra mesa los hambrientos del mundo que claman por un pan, no es

motivo para ignorarlos. La distribución justa de la comida está en muchas páginas de la

historia como una de las mejores muestras de civilización, solidaridad, espiritualidad y

respeto. El voto de pobreza de los centros espirituales, que significa el respeto y uso óptimo

de la materia, se inicia con la moderación para alimentarse. La pérdida del “paraíso” se

identifica con la vida consumista y de placeres desmedidos. Por eso los genuinos líderes

espirituales, ¡sin excepción!, son delgados, moderados, tranquilos a la hora de comer; no están

movidos por apetitos desenfrenados que revelan pobreza de paz interior y mínima conciencia

solidaria.

El hambre y la miseria en el mundo provienen de ambiciones abusivas y vicios de

pocos, que acumulan y consumen la energía de muchos, lo cual vemos con claridad en la

alimentación. Si los nutrientes que produce la Madre Tierra fuesen distribuidos con justicia en

el planeta, alcanzarían para todos. Nuestra alma se llena de regocijo al compartir los

alimentos, al saber que no acaparamos lo de otros en cada comida. En síntesis, los alimentos

deben poseer todas las cualidades que hemos descrito: salud, amor y conciencia. De poco

servirá que nuestra comida sea saludable si no es sabrosa ni económica; o que sea muy rica

pero dañina o cara. La alimentación humana completa sus requisitos esenciales cuando la

comida diaria es saludable y equilibrada, afectiva y deliciosa, y además, comprometida con la

solidaridad y la economía personal, familiar y social.

El instinto del hambre y la sed: condición inicial para alimentarnos

El instinto es una sensibilidad profunda por la cual los animales consumen lo mínimo

necesario para mantener su vitalidad, ellos satisfacen solo sus requisitos básicos, sin

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excederse en nada. El instinto es la magna ley de la necesidad que impera en la naturaleza,

una ley que por ser opuesta a la gula y al desperdicio, garantiza la salud. Por falta de esta

sensibilidad, las personas cometemos arbitrariedades terribles pues no sabemos lo que en

verdad necesitamos comer y nos dejamos llevar por los gustos perjudiciales o la gula.

Debemos reconocer que si comemos lo que no nos corresponde, si comemos en exceso o

desperdiciamos, provocamos afecciones físicas, emocionales y mentales en nosotros y

alrededor. Por eso proliferan tanto las enfermedades en los países ricos, debido a su modo de

vida consumista y racionalista, o sea, carente de instinto. Las personas insensibles

desperdician comida, agua, electricidad, vestido, combustible, objetos, tiempo, espacio. La

Naturaleza y Dios no hacen más que recompensar sus vidas adecuadamente.

Las propiedades del instinto son innumerables, describirlas alcanzaría para llenar

enciclopedias. Por ahora podemos afirmar que ejercer el instinto es garantía de salud

preventiva, paz corporal, inmunidad suficiente; el instinto conduce al equilibrio ecológico, a

la solidaridad, es una brújula para la sobrevivencia, una obra divina original. Con respecto a

las enfermedades, el instinto es el mayor poder humano de autocuración natural y auto-

recuperación. Es tan vital que puede indicar a los animales que coman algún producto no

usual, para restablecer su salud luego de un trastorno ocasional. Un animal carnívoro que

siente malestar digestivo, por ejemplo, busca y come una planta especial para obtener un

efecto laxante. A menudo vemos muestras de ello en los animales domésticos.

Los humanos necesitamos mucho recuperar y aplicar el instinto ya que nos asegura la

salud. Infelizmente, las personas de hoy no emplean casi nada el instinto sino que se dirigen

demasiado por los gustos nocivos, la influencia externa y la mente. De este modo, no sienten

los requisitos de su cuerpo y siguen ciegamente la voz de la propaganda consumista, del

engaño familiar, o las indicaciones equivocadas de la mayoría del sistema médico oficial y

alternativo. Cuando el pensamiento nos dirige de manera vital es el mayor motivo del

desarrollo humano. Pero si está equivocado y separado del instinto, puede llevarnos a

situaciones horribles. Esto nos sucede cuando seguimos conceptos falsos y contrarios a

nuestras reales necesidades. Con estos engaños dirigiendo nuestra vida, a corto y largo plazo

encontramos resultados lamentables, como en los siguientes ejemplos.

TERRIBLES ENGAÑOS DE LA ALIMENTACIÓN MODERNA

“Los alimentos principales del ser humano son la carne, la leche y los huevos”.

¿Cuánto más deben proliferar el cáncer, el derrame cerebral y el infarto cardíaco, para que los

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“especialistas en la materia” abandonen esta teoría fatal? Son exactamente estos productos,

consumidos a diario, los responsables por la degeneración humana. Antes de la conquista

europea, en América no habían vacas, gallinas, cerdos, ovejas ni cabras. Esta alimentación

moderna, y patológica prescripción médica, es ignorante de nuestra tradición nutricional. Las

fabulosas culturas milenarias de América como los araucanos, mapuches, aymaras, incas,

quitus, mayas, aztecas, nunca dependieron de estos productos. De hecho, fueron pueblos

agrícolas que consumían carne de cacería ocasionalmente. Tan solo pequeños grupos

nómadas consumían carnes con mayor frecuencia.

“La leche de vaca es un alimento indispensable para el crecimiento de los niños”.

Esta creencia es completamente antinatural. No existe ningún animal mamífero silvestre que

continúe tomando leche después de que tiene dientes. El ser humano es el único entre 6.000

especies de mamíferos que rompe esta ley natural y sufre consecuencias graves; también

enferma a algunos animales domésticos, como a los gatos, que se vuelven asmáticos. Este

engaño se difunde por los intereses millonarios de los mercantilistas de lácteos. Todas las

hembras de mamíferos salvajes apartan a sus crías de la lactancia cuando llega el momento de

la masticación. Esto observamos incluso en animales domésticos, como vacas, yeguas, cabras,

perras, gatas. Necesitamos comprobar los malestares que padecemos y las enfermedades

causadas por nuestro consumo de lácteos. En la naturaleza original somos los únicos que

pagamos con afecciones esta anormalidad de seguir como infantiles lactantes hasta la vejez.

Las madres no pueden comprender que sus niños no necesiten tomar leche de vaca, y

menos aún, que les sea perjudicial. Todos los doctores ordenan suspender el consumo de

leche cuando los niños tienen infección o soltura intestinal... ¿por qué esperar la enfermedad

para suprimir la leche? Las mayores fuentes de enfermedad infantil son afecciones intestinales

y respiratorias, la leche es una de las importantes causas en ambos casos. Con solo eliminar

lácteos, azúcar y dulces, se previene y resuelve el 80% de todas las crisis respiratorias.

“Es saludable tomar mucho líquido, diez vasos de agua por día, y si es más, mejor”.

Esta afirmación es absurda, es una teoría sin base biológica, un intelectualismo destructivo

que no respeta el instinto de la sed. Sorprende la cantidad de gente que se engaña con estas

palabras que provienen de un sistema médico sin sensibilidad. El exceso de líquidos perjudica

mucho al organismo, impulsa y complica todas las enfermedades. A continuación algunos

ejemplos que van de la cabeza a los pies: problemas digestivos porque disminuye la

concentración de jugos gástricos, acidifica y dilata el estómago e intestinos; afecciones

respiratorias como gripes, pulmonía, pleuresía, se promueven porque demasiada agua llena de

mucosidad los pulmones, disminuye la temperatura corporal normal; problemas

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inmunológicos porque una sangre aguada, sin alcalinidad suficiente, ha perdido gran parte de

su inmunidad; en los músculos provoca dolores, flacidez, obesidad y celulitis; al aumentar el

trabajo del corazón causa dolencias circulatorias, hincha las arterias y venas, aumenta la

hipertensión, fatiga y dilata los riñones; también desmineraliza el cerebro y disminuye la

memoria, debilita el pensamiento, genera trastornos nerviosos como angustia y miedo

infundados; al sobrecargar todas las funciones fisiológicas produce fatiga y pereza.

Tantos males descritos no son exageraciones, lo mismo podríamos afirmar sobre el

exceso de comida y la mayoría de gente nos apoyaría con sus experiencias. Por sensibilidad,

muchos malestares causados por el exceso de líquidos se los siente de inmediato. No sienten

nada quienes viven insensibles y maltratados por abusos diarios pues ya no saben lo que es

sentirse bien. Así como existen innumerables molestias por comer demasiado, también

las hay por beber demasiado. Tenemos que descubrir esta realidad y comprobar el mayor

bienestar.

Nadie puede discutir que cualquier exceso causa daño: trabajar, descansar, leer, el

abrigo, la protección, la confianza, la comida; todo esto en demasía nos perjudica. El

racionalismo de una sociedad insensible pretende hacer una excepción a esta regla natural,

creyendo que el exceso de agua no sea nocivo. ¿Alguien puede afirmar que es saludable

comer en exceso? Los animales silvestres beben lo necesario, solo hasta calmar la sed; las

personas sensibles se quejan de la indicación médica de tomar mucho líquido, con el simple

argumento de no poder cumplirla porque no sienten sed. Pero los modernos intelectuales, en

tiranía contra sí mismos siguen esta orden mental destructiva sin importarles la voz de su

organismo. La carencia de agua en cualquier planta terrestre es fatal, pero así también, el

exceso les causa putrefacción.

“Se debe desayunar como un rey”. Las personas de ahora no utilizan más el instinto

del hambre y la sed para alimentarse sino solo sus deseos y apetitos, imágenes mentales, el

reloj, convenciones sociales, teorías o palabrerías como la frase citada. Después de una cena

abusiva muchos se acuestan a dormir pero no descansan; luego se levantan pesados a

desayunar como reyes sin sentir un mínimo de hambre, con el sistema digestivo inflamado e

intoxicado, solo siguen estas palabras destructivas. Al medio día piensan: “es hora de

almorzar”, y dan rienda suelta al gusto o van a comidas sociales para continuar con el abuso.

Por la noche, la cena es “proteica y abundante para reponer las energías perdidas”. Así se

repite el patético ciclo de comer y beber sin hambre ni sed. Cuando se enferman, estas

personas insensibles y abusivas de su cuerpo, llevadas por la masa, o intelectualistas, salen a

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buscar quien les cure con algo adicional para ingerir. Suelen preguntar lo que pueden comer o

tomar para curarse, mientras la respuesta está en lo que deben dejar de comer y beber.

El pensamiento debe servir para progresar en nuestras relaciones, para alcanzar

aspiraciones, para entender la vida y la muerte, no para apagar el instinto y que vivamos

enfermos. Comprendamos que el origen de las enfermedades es, por encima de todo, la

pérdida del instinto por culpa de los deseos desmedidos, de las relaciones pueriles, del

pensamiento engañado y vicioso, de la mente cientificista y especialista, la espiritualidad

misticista.

Es tan evidente que las enfermedades provienen de la excesiva desnaturalización y

carencia de instinto en la sociedad, que las afecciones se multiplican junto al exceso de

intelecto, de relaciones nocivas, del abuso de deseos. Así, los aborígenes de vida silvestre,

más instintiva e ignorante, tienen mínimas afecciones. Los indígenas de vida simple se

enferman un poco más. Las personas de zonas rurales padecen más dolencias porque siguen

demasiado a la radio y la TV. Los citadinos están repletos de trastornos por comportarse como

corderos conducidos por la masa, la propaganda y la seudo ciencia. Por último, la mayor

degeneración se ubica en las grandes ciudades del primer mundo, como consecuencia del

intelectualismo, profesionalismo, consumismo. Solo algunas enfermedades se observan más

en el tercer mundo que en el primero, especialmente las virales, debido a la desnutrición que

lleva a la baja de defensas.

La anatomía humana y su alimentación correspondiente

Observar la dentadura de los animales y la nuestra es suficiente

para obtener conclusiones importantes sobre la selección de la comida.

Los alimentos deben guardar coherencia con el tipo de dentadura.

Los animales carnívoros solo tienen dientes caninos afilados con los

cuales es imposible masticar. Además, sus mandíbulas solo efectúan cortes verticales sin

rotaciones horizontales, por lo que tampoco pueden masticar. Por eso, al ingerir carne la

desgarran y tragan para luego descomponerla con sus fuertes ácidos gástricos. Las aves y

otros animales que se alimentan de frutas, a diferencia de los carnívoros, tienen poca o

ninguna dentadura pues la pulpa de la fruta no necesita masticarse; se absorbe y disuelve

fácilmente en la boca y luego se descompone en el estómago con leves jugos gástricos. La

dentadura de los monos es muy diferente a la del ser humano, con grandes incisivos dirigidos

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hacia afuera. Los herbívoros rumiantes tienen una dentadura semejante a la nuestra, con

muchos molares y pocos incisivos; realizan un proceso meticuloso de masticación horizontal

y vertical, regresan a la boca la comida de sus estómagos para moler las hierbas que son muy

fibrosas.

Basta con analizar las tres clases anteriores de dentaduras para darnos cuenta de la

comida que por naturaleza le corresponde al ser humano. Nuestra dentadura está conformada

por 32 piezas dentales:

20 Molares y premolares

8 Incisivos

4 Caninos atrofiados sin punta

Esta referencia indica que no pertenecemos al reino de los carnívoros ni frutívoros,

sino que de alguna manera dependemos de los vegetales. Si la dentadura humana contiene

tantos molares y premolares, es obvio que no es para que comamos a diario carnes o frutas,

sino otros alimentos que puedan ser molidos, como los cereales y vegetales. El tamaño de

nuestro intestino confirma que, por anatomía, no somos carnívoros. Estos animales tienen un

intestino muy corto, de dos veces el largo de su tronco, para que la carne, que se pudre muy

rápido, pueda evacuarse con rapidez. El ser humano, en cambio, tiene un intestino largo de

hasta diez veces el tamaño de su cuerpo, que las carnes intoxican al transitarlo con lentitud.

Otras condiciones anatómicas y digestivas muestran también las diferencias entre

humanos, carnívoros, frutívoros y herbívoros. En relación con los carnívoros, nosotros no

tenemos garras para atrapar presas; sus jugos gástricos son muy fuertes para digerir carnes,

mientras los nuestros tienen ácido clorhídrico veinte veces menos concentrado, por lo que es

muy difícil digerirlas y nos obliga a acidificar demasiado el estómago. En comparación con

los otros grupos, nuestra boca no es un pico y tampoco contamos con varios estómagos.

Entonces, comprendemos que no estamos incluidos en ninguna de las especies mencionadas.

Los animales carnívoros matan a sus presas con sus garras y caninos, nunca han

necesitado de armas, sino solo su cuerpo, para acecharlas y cazarlas. Ver a un lobo

destrozando a un conejo es una escena muy natural de la vida silvestre. Sin embargo, es

ridículo solo imaginar a un ser humano matando a una vaca con sus manos y dientes, o

destrozando a una gallina con la boca. Si tan natural es para algunas personas el comer carne,

¿por qué no intentan conseguirla y devorarla sin armas ni cuchillos, como lo hacen por

instinto todos los animales carnívoros?

Los seres humanos surgimos en la naturaleza miles o millones de años antes de que

inventemos las armas, por tanto, de alguna manera nos alimentamos sin que sea destrozando

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presas con garras y caninos que nunca tuvimos. Nuestro origen fue vegetariano, somos

animales vegetarianos. Podemos consumir otros alimentos, pero si no queremos sufrir

consecuencias, debemos guardar ciertas restricciones en cuanto a la frecuencia.

La dieta equilibrada para el día a día: cantidad necesaria de cada alimento

A continuación presento un ejemplo básico y un gráfico de las porciones que

conforman un almuerzo equilibrado:

Sopa de quinua con vegetales

Arroz integral cocido con poca sal marina

Fréjoles cocidos

Ensalada de legumbres cocidas: zanahoria, brócoli y cebolla

Taza pequeña de tisana de plantas

Necesidad diaria

Arroz integral Fréjoles, leguminosas

o cereales 15%

55%

Legumbres,

hortalizas,30%

Sopa Plato principal Tisana

Cereales integrales cocidos: volumen: 55 a 60%. Arroz, trigo, maíz, cebada, quínoa,

mijo, avena, centeno, sorgo, trigo sarraceno. Con menor frecuencia (2-3 veces por

semana) se pueden incluir platos elaborados con harinas de estos cereales en sopas,

cremas, tallarines, pizzas, tortas y pan integral.

Leguminosas cocidas: volumen: 15 a 10%. Fréjoles, garbanzo, arvejas, lentejas, habas,

gluten de trigo, queso de soya (tofu).

Legumbres, hortalizas, raíces: volumen: 30%. Combinación adecuada de legumbres de

dentro y fuera de la tierra, cocidas y crudas: zanahoria, nabo, cebolla larga y redonda,

coliflor, brócoli, col, berro, acelga, zanahoria blanca, apio, calabaza, rábano, pepino,

lechuga, etc.; verduras orientales como hakusai, nirá, shunguiku, raíces como daikon,

nabo kabú, bardana, raíz de lotus. Se puede incluir en poca cantidad algas marinas,

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kombu, wakame, hijiki, nori, y otras. Las frituras de vegetales son deliciosas pero su

ingestión debe ser ocasional.

Condimentos y productos especiales: pequeña cantidad: sal marina, cilantro, perejil,

orégano, pimienta blanca, ajo, aceites, limón; pasta de soya (miso), salsa de soya (shoyu),

gomasio. Evitar los condimentos fuertes como ají, comino, pimienta negra, pues son

irritantes y se asocian más con el consumo de carnes.

Líquidos: Tisanas o infusiones de plantas, agua de buena calidad. No tomar bebidas

heladas. Buscar calmar la sed con la cantidad necesaria. No ingerir bebidas durante las

comidas sino al final, si se siente sed.

Todos los nutrientes indispensables para la alimentación de niños, jóvenes y adultos,

sean deportistas, artistas o científicos, prácticos o intelectuales, los encontramos en cantidad y

calidad suficientes en este conjunto de alimentos. Un balance adecuado de ellos nos provee

todos los ingredientes vitales para nuestro desarrollo:

Hidratos de carbono compuestos

Proteínas con todos los aminoácidos esenciales

Grasas indispensables

Concentración de los diversos minerales

Variedad de vitaminas

Micronutrientes, fibras, enzimas y agua que requiere nuestro organismo

Es un engaño creer que sin carnes nos faltarán proteínas porque está totalmente

comprobado por la ciencia que las leguminosas poseen todos los aminoácidos esenciales;

duplican en algunos casos este contenido en las carnes. No nos hará falta calcio si no

tomamos leche de vaca pues todas las hortalizas verdes como nabo, brócoli, col, acelga, y

también las leguminosas y oleaginosas, lo contienen en abundancia. Tampoco nos faltará

vitamina C u otras por no comer frutas diariamente ya que los vegetales las contienen a todas

y hasta en mayor cantidad que las frutas. En relación con el complejo vitamínico B, que

algunos autores atribuyen solo a las carnes, también lo suplimos con la ingestión de cereales y

legumbres.

Los gustos y deseos ocasionales, según la condición personal y en pequeña cantidad

Comprendamos que a este grupo pertenecen aquellos productos cuyo consumo,

aunque nos parezca irreal, no es imprescindible en la alimentación humana; más bien, todos

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son algo o muy perjudiciales y su ingestión proviene de una menor o mayor satisfacción de

deseos o gustos nocivos y vicios.

gustos ocasionales - extras

- Dulces, jugos, frutas, golosinas

- Productos animales 10% (Porción pequeña)

- Bebidas alcohólicas

Pay de manzana con pasas

La propaganda mercantilista y los estudios cientificistas nos engañan, pero... ¿para

estar bien nutridos, cuántas veces por semana o por mes necesitamos tomar vino, bebidas

gaseosas o jugos de fruta? ¿En qué podría perjudicarnos si jamás comiésemos chocolates,

helados, postres, caramelos o frutas? ¿Cuál nutriente lamentaríamos su falta, en realidad, sin

nunca comer carnes, lácteos o huevos? Las respuestas profundas, conscientes y hasta obvias a

estas preguntas pueden re-educar nuestras costumbres alimenticias. La pérdida de la salud

junto al brote de enfermedades tienen su origen principal en la ingestión repetida y abusiva de

estos comestibles. Por tanto, establecemos el siguiente orden de restricciones:

Frutas, semillas, nueces y oleaginosas. Se puede comer pocas veces por semana, no en el

desayuno sino como postre luego del almuerzo. En caso de afecciones, suspender su

consumo por una o más semanas. Son mejores las frutas dulces de la zona que las cítricas,

pues su intenso efecto vasodilatador provoca fatiga, disminuye la circulación, debilita el

corazón y el organismo en general. Cuando comemos postre o fruta debemos hacerlo al

final de la comida.

Miel de caña, jugos de fruta, dulces, golosinas, bebidas azucaradas, miel de abeja. Con

menor frecuencia y mayor cuidado que lo anterior.

Todos los productos animales, carnes, lácteos, huevos. Pocas ocasiones al mes, en fiestas

o celebraciones.

Bebidas alcohólicas, productos industrializados. Raras veces, en fiestas o celebraciones.

Para muchas personas de la ciudad estas referencias de cantidad y frecuencia les

parecerán restricciones exageradas; al compararlas con sus costumbres, tal vez las vean muy

distantes y hasta impracticables. Para campesinos, en cambio, el régimen propuesto puede no

ser ninguna novedad y más bien mostrar sus costumbres ordinarias. Probablemente, también,

los campesinos estén disfrutando de su cuerpo a plenitud, llenos de energía y longevidad, pero

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quienes más lejos se vean de esta forma de alimentación propuesta, estarán lamentando una

serie de afecciones personales o familiares, desde la pereza o estrés hasta el cáncer, rodeados

de tratamientos y fugas económicas para mantener a toda costa funcionando a su organismo o

al de sus semejantes.

Es increíble cuánto hemos perdido el instinto y la conciencia sobre el sendero de la

salud. Por tanto alejamiento de la necesidad humana hacia los deseos y vicios, ya no

conocemos nuestra real fortaleza y vivimos en bajísimos grados de vigor y bienestar. Esto no

es cuestión de convencimientos psicológicos, sino comprobaciones concretas que invito a

sentir. Tenemos una bella misión por delante, entre las más valiosas y que descubrirán nuestra

esencia: el reencuentro con el ánimo suficiente, con el placer de sentirnos muy bien, con el

aliento constante de un organismo fuerte, liviano, seguro y listo para grandes conquistas.

Los cereales integrales: dioses de la alimentación humana

La forma de alimentación descrita en este capítulo es tan solo la más antigua y

tradicional nutrición humana practicada intuitivamente por todas las culturas de la historia. Es

la dieta que ha mantenido la fortaleza de las grandes civilizaciones y que ha evitado el

aparecimiento de enfermedades graves en su población. La pérdida de estas costumbres

vitales ocurre en las ciudades modernas, pues en el campo los cereales y granos aún son

consumidos como alimento principal. La ingestión diaria de productos animales, masas

refinadas, golosinas, gaseosas, junto a la indiferencia y hasta menosprecio por los cereales es

un legado funesto de la modernidad. Los cereales son el alimento más adecuado para nuestra

anatomía y fisiología, constituyen una comida casi completa ya que contienen la mayor parte

de todos nuestros requisitos nutricionales. No obstante, deben ser combinados con productos

más proteicos como las leguminosas, y ricos en vitaminas y minerales como las hortalizas.

Los cereales integrales siempre fueron la base del sustento de los pueblos de la

antigüedad, en tal grado que llegaron a ser sagrados y venerados como dioses: el arroz en

Oriente, el trigo, la cebada y la avena en Medio Oriente y Europa, el maíz, la quinua y el

amaranto en América, el mijo en África. La cultura más autóctona y milenaria de estas

regiones resalta el encanto y adoración que su gente ha sentido por los cereales: bellas

poesías, canciones, esculturas, pinturas, danzas y sublimes rituales han surgido en torno a

estos preciosos alimentos, como no ha sucedido con ningún otro. Nunca encontraremos algo

semejante sobre alguna hortaliza o fruta y mucho menos sobre las carnes. Es maravilloso e

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impresionante reconocer la enorme variedad de comidas y bebidas que las culturas preparan

con cereales: infinidad de cremas y sopas, suculentos platos de base, tallarines, tortillas,

arepas, tortas, pizzas, tamales, empanadas, hojuelas, germinados y fermentos, innumerables

postres y pasteles, mieles, refrescos, tisanas, chichas, cervezas, licores, aceites, diversidad de

panes y galletas. La creatividad culinaria basada en los cereales es ilimitada y fascinante. En

la historia o en el presente no hay otra clase de alimento del cual se derive esta magnitud de

opciones.

Si en la alimentación diaria son esenciales, su empleo para convalecientes es igual de

antiguo e imperativo en la cultura popular. Por su alto contenido de fibra y enzimas los

cereales previenen y corrigen enseguida el estreñimiento. Para acabar con los malestares

digestivos, el exceso de colesterol, la hipertensión, diabetes, asma, inmunodeficiencias,

debilidad, etc., hacer de los cereales una comida diaria y suficiente es imprescindible. Los

índices de cáncer son mínimos o inexistentes en el campo, o en comunidades donde se los

ingiere regularmente como alimento principal. En suma, deben ser incluidos para resolver

cualquier padecimiento orgánico. Partiendo de cereales, también se producen muchos

remedios de consumo interno y eficaces tratamientos terapéuticos de aplicación externa;

existen libros sobre el poder curativo de los cereales. En la cosmetología tradicional y de hoy,

estos fabulosos frutos han mostrado sus propiedades para la nutrición y embellecimiento de

nuestra imagen.

Más todavía, las virtudes de los cereales para dar vida y cultura a la humanidad no se

detienen aquí: sus tallos, espigas y granos los hemos utilizado desde siempre, y aún lo

hacemos, como material básico para construir viviendas, camas, colchones, cobijas, atuendos,

bellos adornos de uso personal, doméstico y ceremonial, preciosas y útiles artesanías, papeles

de escritura especial y uso artístico, jabones, pinturas, pegamentos, lubricantes, combustibles;

también fertilizan nuestros cultivos y nutren a muchos de nuestros animales domésticos.

En el proceso de evolución de las especies, el ser humano y los cereales se han

desarrollado juntos, son indivisibles. Juntos se destacan por ser lo más evolucionado de los

reinos animal y vegetal. Las civilizaciones deben su florecimiento de forma primordial a la

agricultura, cuya diosa romana fue “Ceres”. Este término da origen a la palabra cereal.

“Ceres” también fue considerada diosa del crecimiento de la especie humana, por eso, en los

matrimonios se le incluían ofrendas especiales. Aún en los matrimonios actuales no pueden

faltar el arroz, el trigo o el maíz. Cuando los novios están casándose, que hagamos “llover”

cereales sobre ellos es nuestra ofrenda amorosa de fertilidad. Naturalmente que los seres

humanos somos hijos de la Madre Tierra, pero, en especial, provenimos de los cereales.