ROBERTO RODRÍGUEZ REYES Una pelea de Bolaño contra la ...

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105 105 105 105 105 Revista Casa de las Américas No. 274 enero-marzo/2014 pp. 105-109 NOTAS S i con la publicación del Ulises la literatura perdía su ingenui- dad al replegarse sobre sí misma y convertirse en medio y fin de su realización, las primeras obras de la vanguardia, por la misma época, forzaban al lector a mirar más allá de los márgenes de los libros, indagar en el mundo de los referentes y calar la litera- tura por su incidencia en esa dimensión empírica en la que habita el minotauro moderno: un angustiado animal mitad individuo, mitad sociedad. Las dos posiciones implicaban un sacrificio y una apues- ta por llevar la literatura hasta sus extremos. Joyce, en un movi- miento hacia el interior de la obra, se abstuvo de adoptar una con- vención y puso en primer plano la convencionalidad misma. Arrastró el lenguaje hasta las zonas primigenias de la inteligencia donde aún la palabra apenas nombra y la sintaxis adolece de su efectividad lógica. Los surrealistas, por su parte, rodeaban durante horas a un Robert Desnos hipnotizado para transcribir al francés lo que en jerga bovina escuchaban y presumían el dictado de su inconciente. Dadaístas, letristas, situacionistas y futuristas, trocaban las palabras y los gestos, y asfixiaban el lenguaje hasta dejarlo fuera de los do- minios del verbo, trasmutado en grito, onomatopeya o ademán. Tanto ROBERTO RODRÍGUEZ REYES Una pelea de Bolaño contra la literatura Poetas troyanos Ya nada de lo que podía ser vuestro Existe ROBERTO BOLAÑO

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NOTAS

Si con la publicación del Ulises la literatura perdía su ingenui-dad al replegarse sobre sí misma y convertirse en medio y finde su realización, las primeras obras de la vanguardia, por la

misma época, forzaban al lector a mirar más allá de los márgenesde los libros, indagar en el mundo de los referentes y calar la litera-tura por su incidencia en esa dimensión empírica en la que habita elminotauro moderno: un angustiado animal mitad individuo, mitadsociedad. Las dos posiciones implicaban un sacrificio y una apues-ta por llevar la literatura hasta sus extremos. Joyce, en un movi-miento hacia el interior de la obra, se abstuvo de adoptar una con-vención y puso en primer plano la convencionalidad misma. Arrastróel lenguaje hasta las zonas primigenias de la inteligencia donde aúnla palabra apenas nombra y la sintaxis adolece de su efectividadlógica. Los surrealistas, por su parte, rodeaban durante horas a unRobert Desnos hipnotizado para transcribir al francés lo que enjerga bovina escuchaban y presumían el dictado de su inconciente.Dadaístas, letristas, situacionistas y futuristas, trocaban las palabrasy los gestos, y asfixiaban el lenguaje hasta dejarlo fuera de los do-minios del verbo, trasmutado en grito, onomatopeya o ademán. Tanto

ROBERTO RODRÍGUEZ REYES

Una pelea de Bolañocontra la literatura

Poetas troyanosYa nada de lo que podía ser vuestroExiste

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la interrogante por la capacidad de representacióndel lenguaje como la politización del arte remitíaninexorablemente a explorar el proceso que mediaentre la percepción de la realidad y su paso a laescritura. Ambos movimientos, aunque en direccio-nes contrarias, arribaron a una misma evidencia: laliteratura se hace de sus propios límites, allí dondeya ha empezado a constituirse, empieza también aextinguirse.

Roberto Bolaño aprendió de uno la majestad dellenguaje y, del otro, una manera de agitar el imperiode la realidad. En sus años de juventud persiguióhacer de su vida un poema épico y, con el paso deltiempo, cada verso, cada línea, una pieza que aña-dir a una sola gran obra que comprendiera todaslas historias del mundo. Cómo justificar si no el lar-guísimo y aciago viaje en la geografía creativa deBolaño hacia la cenital 2666; cómo comprender lasarta de textos menores que se continuaban y com-pletaban de volumen en volumen, si no la asociamosa un permanente tanteo de posibilidades narrativas,o a un interminable work in progress por el cual cadapágina final nos dejaba el sabor de una perturbadoraimperfección. De qué otro modo nos explicaríamosuna vida consagrada hasta sus últimas horas a laescritura, si no viéramos en Bolaño la encarnaciónde su metáfora predilecta para la creación: la bús-queda.

Por qué no juzgar entonces el conjunto de textoscomo un proyecto escritural que barajó los pocostemas a su disposición (los pocos grandes temasde la cultura occidental), y ensayó una serie ilimita-da de variantes (elocutivas, narrativas, retóricas,tropológicas) sin privarse de invertir todos sus re-cursos en ello, de mostrar todos los medios. Esaempresa impía y borgeana de tentar el infinito, tananticuada de tan excesiva, recupera los anhelos deuna época en la que todavía se creía posible apre-

hender la totalidad por la acumulación lineal y con-secutiva de historias (pienso en la Comedia huma-na de Balzac, en Emile Zola y su aspiración de es-cribir una «novela total», o en los registros históricosnovelados de Pérez Galdós en los Episodios nacio-nales). Bolaño los actualiza cínicamente –porque lasabe empresa imposible– al urdir una y otra vez re-latos que giran en torno a los mismos temas y buscanlas mil maneras de «leer la vida», que es, en princi-pio, la única forma de escribir. A diferencia de Bor-ges, quien tendía a resumir «los posibles narrativos»a su forma más pura (arquetípica), Bolaño desoyeprincipios de economía y narra –casi siempre a par-tir de la misma fórmula– las anécdotas más peregri-nas con la certeza de que el mundo existe a pesardel Libro que lo narre, pero que en narrarlo se halla,precisamente, la finalidad de la escritura.

Sobre esa paradoja no es de extrañar que dedi-que demasiadas páginas a discursar sobre la litera-tura y los escritores; sí, por el contrario, en algo nosalerta el hecho de que proceda negativamente.Explorar la literatura en sus extremos le permite acer-carse a casi todas sus marcas negativas, o sea, amagnificarla a propósito de los momentos en queaparece asediada por el silencio, a intuirla allí dondeno alcanza la grafía. Un pequeño muestrario de prue-bas nos remite a los poemas inexistentes de Cesá-rea Tinajero; los versos trazados por Auxilio Lacou-ture sobre papel higiénico y luego deglutidos en unbaño de la Facultad de Letras durante la ocupaciónde la universidad por los granaderos y el ejército enel 68 mexicano; el espacio en blanco que precedelos testimonios en Los detectives salvajes y en losque intuimos a los perseguidores de Lima y Belano;en las confesiones, gritos, temores, anécdotas devuelta del trabajo, ostentaciones heroicas de reclu-tas que regresan de la guerra, enterradas en un bos-que de Alemania o en el desierto de Sonora, donde

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los cuerpos despojados de todas sus funciones pre-servan la de comunicar y cuentan, desprovistos devoz, a través de contusiones, perforaciones y tur-gencias, el relato de su propia muerte.

Por momentos me inquieta la idea de que, en laobra de Bolaño, la literatura, en tanto dominio deldiscurso en el que «lo literario» es la cualidad quecontiene lo bello, lo artístico o lo estético, sea unpretexto temático más para internarse en la fronteraimprecisa con la realidad, pues ahí habita, precisa-mente, la figura del individuo-escritor. En vano inten-taría recordar una sola novela cuyo argumento seorganice a partir de un texto en específico, o trasie-gue por el intelecto de un autor para develar lasinterioridades del momento creativo en sí mismo(como ocurre en Piglia, Saer, Borges, CastellanosMoya o Macedonio Fernández, por solo limitarmea la América Latina). Antes bien, Bolaño habla deconductas, de aposturas, de aptitudes o efectos.Muchas veces las historias se construyen del mate-rial que está antes y después de la obra misma: lasidas y venidas de autores y lectores, sus contingen-cias diarias, sus pasiones y frustraciones, las soco-rridas mezquindades para mantenerse a flote. Lamayoría de los relatos se tornan menos hacia el fe-nómeno estético que hacia los distintos eventosde naturaleza pragmática entre los cuales la litera-tura, en su estado puramente intransitivo, acaso sesobrentienda en alguna meditación, o se sospechetras algunas de las conductas radicales tan del gus-to de los personajes bolañianos. Con razón lo máscercano a un motivo textual que sirva de centro –yquizá por eso no tenga mucho sentido asignarle esacondición– sea el artefacto gráfico adjudicado aCesárea Tinajero en Los detectives salvajes. Elfamoso poema-figura, sin más palabra que el título,parece la caricatura de la obra perfecta, del poemaabsoluto. Ni perlas de estilo que ponderar ni pasa-

jes electrizantes que nos consternen. El engendrosolo cobra valor en la nostalgia visceral de AmadeoSalvatierra y en la lectura eufórica de Lima y Belano.Y en efecto, «Sion» nos echa en cara la dudosa maes-tría de la poetisa-vellocino pero revela, entre tantosimpulsos ágrafos y maloja sentimental, lo que posi-blemente sea la gran concepción poética de ArturoBelano y Ulises Lima en toda su existencia comopersonajes: una Musa. Ambos hicieron de Cesá-rea, a golpe de deseo y entusiasmo, una figuraciónviviente, una invención primordial, genésica y ger-minativa: un constructo de la memoria y la imagina-ción por el cual una persona ordinaria queda inves-tida de atributos teogónicos.

Bolaño prefiere apostarse en esa franja en que laanécdota vivencial, la ficción y lo épico se unen parala emergencia de la figura mitificada del escritor. Po-cos personajes escapan a su fascinación por dotarvidas comunes de un aura agonística y espartana. Asícomo el aeda hace eterno al aqueo de solo nom-brarlo, Bolaño dignifica al hombre haciendo de éltodos los escritores posibles: el escritor-callejero,el aventurero, el ninfómano, el sádico, el verdugo, elneurótico, el mesiánico, el funcionario, el perfor-mático, el parásito, el criminal, el dictador, el filó-sofo, el autor sin obra: todos son «escritores» enel reino de Bolaño y pocos, muy pocos, escribenrealmente.

De hecho, nadie lamentará perderse los millaresde poemas que amenazaban con pergeñar los real-visceralistas, ni la crónica del perturbado Fate so-bre los asesinatos de mujeres y la pelea entre elsemipesado de Nueva York, Count Pickett, yel mexicano Merolino Fernández; mucho menos losopúsculos de la crema y nata de la intelectualidadchilena que asistía a las tertulias de María Canalesen el Santiago de la dictadura. En su mayoría, estospersonajes aparecen, introducen una historia nueva

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que puede ser la suya o la de un tercero, que puedeo no tocar tangencialmente la literatura, y solo cuan-do se esfuman adquieren sentido definitivo en laconstelación Bolaño. En los personajes-escritores,por lo general, esa ausencia viene acompañada delabandono de la escritura. Curiosamente escribenpara dejar de escribir. ¿Por qué renuncian? Por te-mor a la muerte, por miedo a la verdad, por aprecioa la vida, por salud, por pereza, por dinero, porquenada les da ni nada les quita. Pero después de tantoleer arriba y abajo sus libros (o tal vez por eso),Bolaño me ha persuadido de una razón en particu-lar, si bien no más lógica, al menos más hermosa.Cada personaje es creado para ofrendarse en sa-crificio a esa bestia jánica que muestra de un lado aArturo Belano y del otro a Benno von Archimboldi.

Entre Los detectives salvajes y 2666 se encum-bran los dos tipos de escritores que finalmente Bola-ño no terminó siendo pero que constituyen losparadigmas por excelencia de lo que consideró «unpoeta de calidad» y que, desde luego, admiró en losdos programas de principios del siglo XX a los queme referí al inicio de estas páginas: ni el escritor devanguardia, anárquico, de una energía adolescenteque sobrepasaba el poema, fácilmente identificablecon el mozalbete infrarrealista y melenudo del D.F.;ni el autor de culto que fue soldado y conoció elhorror antes de publicar cualquiera de sus libros.

Junto a Belano la camada realvisceralista enten-día que vivir estéticamente implicaba, por algunalógica –que en plena década de los sesenta muchoscreían además «histórica»–, un resultado recípro-co, o sea, que era posible cambiar el mundo con lapalabra. La misma fe había hecho al totémico Ar-thur Rimbaud confiar en el arribo a un tiempo enque un lenguaje universal permitiese expresar todaslas cosas del mundo y cancelar, de una vez y portodas, la agonía del poeta. Sabemos que todo ter-

minó, como suele sucederles a los héroes homéri-cos, con una caída proporcional a la intensidad dela empresa. Con la misma fuerza que deseó, fraca-só: «Ya no sé hablar», dice, y abandona la escriturapara siempre. Como Rimbaud, Belano se internaen el África como quien busca en la guerra la expe-riencia más intensa de la existencia porque allí con-viven en el hombre su principio y su final, el naci-miento y la muerte. Ya para entonces la literaturahabía quedado en el pasado de los tiempos mozosdel D.F. Como Rimbaud, Belano llevó la literaturahasta el límite en que cede paso a la realidad dura ycruda, y convirtió el silencio en la marca de estilode su última obra. Callar quizá sea la mejor mane-ra de conseguir la gran aspiración vanguardista dellevar la literatura a la vida. Me atrevería a decir:es la manera más propiamente vanguardista que con-lleva a la aniquilación de la escritura pues, ya lo decíaWittgenstein, no se puede salir del lenguaje con ellenguaje. Callar es el gesto poético más radical delpoeta de vanguardia.

Si llevar la literatura hasta sus fronteras con elmundo natural lanza a Belano a la guerra, la expe-riencia de la guerra lleva a Benno von Archimboldia convertirse en escritor. Tanto la vida de uno comola del otro están signadas por el crimen. Belano se veobligado a huir luego de la trifulca que sostiene con elpadrote de Lupe y sus secuaces policías corruptosque lo seguirán a lo largo de la segunda parte deLos detectives... Aún me cuesta olvidar la imagendel Ford Impala de Joaquín Font mientras se aleja,por cierto, por el mismo desierto de Sonora adon-de irá a parar el bueno de Benno (von Archimboldi,por supuesto) para intervenir en el proceso queenfrenta su sobrino Klaus Haus, acusado de ser elasesino de las maquiladoras.

Archimboldi es der Krieger, el hoplites, el sol-dado que, en probidad, nunca fue Bolaño. Su aven-

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turilla de víctima de la dictadura parece más bien lahistoria de una trastada juvenil que el contacto aurá-tico y martirológico de un luchador por la causa.Como dice Pedro Lemebel: Bolaño llegó tarde aesa batalla.

Es posible reconocer en el mapa-Bolaño un pe-riplo de estructura mítica que enlaza a los dos ex-tremos, o sea, a los dos personajes. La búsquedade Cesárea Tinajero, emprendida por Belano y Lima(la creación mítica de la poesía), los conduce aldesierto donde se perpetra, con un crimen, el naci-miento poético de Belano. Este termina buscandola muerte en la guerra pero, como personaje míticoque es, sobrevivirá en otras aventuras y en otroslibros, con funciones distintas o semejantes. De laguerra sobrevive Archimboldi a quien, al final de2666, imaginamos como una de las tantas encarna-ciones de Belano (porque Belano es Fate, porqueBelano es García Madero) arribando al punto departida, esa Ítaca arrasada por las guerras que eshoy un desierto habitado por cadáveres.

Como un espejismo siniestro, en el desierto deSonora Archimboldi verá reflejado aquel bosque fren-te al que una vez estuvo de pie y del que emergían enacto de resistencia los cadáveres de los judíos grie-gos. La misma experiencia de lo real que lo condujoa pasar el resto de su vida tratando de verbalizar elhorror del holocausto se presenta ante él en la formade una plenitud árida y amarilla. Ignoramos si anteesa figuración de la página en blanco –que es tam-bién la de un laberinto–, Archimboldi continuará es-cribiendo. Lo que había procurado en una obra enla cual «a medida que uno se internaba en ella devo-raba a sus exploradores», se desvanece en ese en-

cuentro puro de la realidad y la inteligencia en queno media la palabra y que Bolaño denomina horror.El lenguaje, en su indigencia, no logra verbalizar to-dos los estremecimientos de ese mínimo instante enque el mal se hace perceptible. No hablo de unasimple expresión del mal, sino del mal absoluto, eseque, a falta de una definición mejor, diré que escapaa los códigos históricos que permiten reconocerloen una época determinada; ese que solo es posibleintuir porque aún lo desconocemos en su dimensiónmayor. Como Zeus en la forma del cisne o Dios enla zarza, el mal se erige entre nosotros como unadeidad corporizada, encarnada en el cuerpo gélidode una mujer mexicana o en un montículo de huesosroídos por el fuego. Del mismo modo que siglos atrásuna teofanía dejaba secuelas en los inermes morta-les, la experiencia del mal priva de voz y de vista onos extirpa la razón y nos abrasa en el delirio. Porsupuesto, Bolaño no «deja al mudo dar noticias delo inimaginable», como el Dante que rehúsa cantarporque le resulta imposible comunicar la divina Bel-dad. En su obra ese momento de luz que silencia alpoeta no es más que el choque rotundo con el de-sierto de lo real, un páramo que no es obra de diosni diablo alguno, sino el resultado de nuestra maníade imaginar y mundanizar el infierno.

La literatura, parece decirnos Bolaño, ha de lle-varse al punto donde ella misma se agota y dondeel escritor asumirá, como un guerrero homérico, unmal necesario. Así, Bolaño: escribimos para cuan-do el mal aparezca tener palabras que lo nombren.Aunque quién sabe si todo lo dicho hasta aquí hasido en vano. Quizá Roberto, simplemente, se re-fería a la muerte. c

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Pese a la antigua historia oficial impuesta en la Argentina, pesea las presunciones de ser este el país más europeo del conti-nente sur y de que los argentinos «descendemos de los bar-

cos», pese al mito de que la independencia fue obra de los criollosblancos, hoy sabemos que el «padre de la patria» era medio indio.Esto es lo que expuse en la Cátedra sanmartiniana de la Universi-dad de La Habana el pasado mes de octubre, presentando las evi-dencias sobre el origen y la vida de San Martín que nos muestranuna figura distinta a la tradicional: el trayecto de un jefe revoluciona-rio cuyo drama personal arroja nueva luz sobre las causas profun-das de la lucha por la emancipación.

Las impresiones de sus contemporáneos coinciden en que era unhombre extremadamente reservado, una personalidad enigmáticaque se llevó a la tumba muchos secretos. Quienes lo trataron decerca advirtieron su fisonomía de mestizo, como se lo ve en algunosretratos, aunque ello fue prolijamente disimulado en las estampashagiográficas posteriores. Su proverbial discreción –negándose aescribir memorias, reticente a publicar declaraciones que le solici-taban– dificultó aclarar ciertos hechos cruciales de su vida privaday pública, que quedaron velados por el misterio y se prestaron ainterpretaciones controvertidas; en particular, sus posiciones políti-cas, sus ideas sobre las formas de gobierno, e incluso su abruptaruptura con España, donde se educó y sirvió durante veinte años enlos ejércitos del reino, para tornarse a guerrear contra estos por laliberación de las colonias.

HUGO CHUMBITA

San Martín, mestizo americano

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Los testimonios reveladores

La fe de bautismo de José de San Martín nunca seencontró y existen llamativas imprecisiones acercade su fecha de nacimiento, resultantes de una canti-dad de documentos oficiales y cartas suyas que secontradicen.

Su aspecto físico era ostensiblemente diferenteal de sus padres «legales». Juan de San Martín,como consta en la respectiva foja de reclutamientomilitar, era rubio, de ojos «garzos» (azulados), demuy corta estatura: cinco pies y una pulgada, en me-dida castellana (el pie de Castilla es de 27,86 cm yse divide en 12 pulgadas), lo que equivale a 1,43metros. Gregoria Matorras era blanca y «noble».Ambos «cristianos viejos» de probada «pureza desangre», sin mezcla de infieles, según el expedientede ingreso como guardia de corps del menor de loshijos, Justo Rufino.

Juan Bautista Alberdi, al conocer en París al ge-neral San Martín a finales del verano de 1843, ob-servó que era de estatura más que mediana, y pun-tualizó en su relato: «yo le creía un indio, como tantasveces me lo habían pintado». Obviamente, aludía asus rasgos aindiados, según comentarios que erancorrientes en América.

El general Guillermo Miller, con quien tuvo es-trecha relación, lo vio «alto, grueso», de «rostro in-teresante, moreno, y ojos negros, rasgados y pe-netrantes». Los ingleses Samuel Haigh y Basilio Halldestacaron también su elevada estatura y el «coloraceitunado oscuro» de su semblante, así como elcabello y los ojos negros. Según John Miers, era«alto y fornido», de «tez cetrina». De acuerdo conla descripción del agente norteamericano WilliamWorthinghton, tenía «casi seis pies de estatura, cu-tis muy amarillento, pelo negro y recio, ojos ne-gros»; se refería, por supuesto, a seis pies anglo-

sajones (30,48 cm), lo cual equivale a algo más de1,80 metros.

Pastor S. Obligado, recopilando diversas referen-cias de la época, lo describió «bastante bronceado,de rostro anguloso», aunque «más claro que mu-chos de los generales de Bolívar»; agregaba quelos godos le llamaron «indio misionero», y el gene-ral francés Miguel Brayer, quien estuvo a sus órde-nes antes de convertirse en un adversario, lo tachóde «tape de Yapeyú».

La escritora británica Mary Graham, amiga deLord Cochrane, que lo conoció personalmente enChile, escribió en su Diario de memorias que se loconsideraba «de raza mixta», y en una publicacióndel mismo texto acotó que no había podido averi-guar su verdadera filiación.

Benjamín Vicuña Mackenna anotó que los se-ñores de la aristocracia chilena lo tenían por «unparaguayo, el “mulato San Martín”». Los españo-les, durante su campaña del Perú, según José P.Otero (el fundador del Instituto Sanmartiniano ar-gentino), lo llamaban despectivamente «el cholo deMisiones».

Otros datos acerca del origen de San Martínprovienen de sus propios dichos. Manuel de Ola-zábal, testigo presencial, narró la reunión de finesde 1816 en el campamento de El Plumerillo, cuan-do el general expuso a un grupo de caciques pe-huenches el plan de cruzar los Andes, enfatizandoel propósito de acabar con los godos que «les ha-bían robado la tierra a sus antepasados», y les ma-nifestó que él también era indio.

Un capítulo de las Tradiciones de Buenos Ai-res, de Pastor S. Obligado, titulado «Un cuento queno se puede contar», abunda en circunloquios so-bre el origen indígena del Libertador y habla de la«creencia vulgarizada» de que «procedía de muymodesto linaje, al menos por la línea materna». La

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foja de servicios de Juan de San Martín registraque era un simple «hijo de labrador», en tanto Gre-goria Matorras, prima del gobernador de Tucumán,venía de una familia de mayor lustre. Es obvio queObligado no se refería a ella. ¿A quién, entonces?Solo una mujer nativa podía ser de linaje más mo-desto que un campesino español.

Este autor sigue contando que los enemigos loapodaban de tape o indio, y lo relaciona con unaanécdota relatada por el propio San Martín en Fran-cia a un grupo de amigos americanos: recordaba ha-ber echado de su casa a un genealogista andaluz quepretendía venderle supuestas pruebas de nobleza desus antepasados, riéndose de aquel pícaro y refirién-dose a sí mismo como «el indio misionero».

Vicuña Mackenna, uno de sus primeros biógra-fos, lo expresó claramente en unos artículos paraEl Mercurio de Valparaíso (agosto de 1871) so-bre el retiro del Libertador en Europa. En estas«Revelaciones íntimas», recogidas «en el hogar»(seguramente confidencias de la hija y el yerno),explicaba que en el ánimo de San Martín prevaleció«el instinto del insurgente, es decir, del criollo» porsobre las ideas especulativas, llegando a la rotundaconclusión de que «había servido a la independen-cia americana porque la sentía circular en su sangrede mestizo».

Dos tradiciones convergentes

Una tradición popular difundida en la región de lasantiguas Misiones jesuíticas, por ambos lados delrío Uruguay, afirma que José de San Martín erahijo de una india guaraní, criada de la casa del te-niente gobernador de Yapeyú. Viejos pobladoresde la provincia de Corrientes aseveran que esa jo-ven era Rosa Guarú (también conocida por el ape-llido Cristaldo), recordada en los libros como la

niñera o nodriza que lo cuidó en sus primeros años,que vivió hasta muy anciana, y cuyo testimonio fuedefinitorio para establecer cuáles eran las ruinas dela casa donde nació el Libertador. Entre los yape-yuanos se preservó el relato de que el capitán SanMartín y su señora se llevaron al niño con la pro-mesa de volver a buscar a Rosa, algo que nuncacumplieron.

Esta versión coincide y se completa con otra dedistinta fuente, trasmitida hasta hoy según los testi-monios que recogimos en el seno de varias ramasde la familia Alvear: que el padre biológico del niñofue el oficial de marina Diego de Alvear y Ponce deLeón, quien desde 1774 hasta 1801 recorrió encomisiones oficiales toda la región misionera y de-bió hospedarse en casa del teniente gobernadorde Yapeyú. De manera que Carlos de Alvear, hijo desu posterior matrimonio con una dama porteña,venía a ser medio hermano de José. Una prueba deesta tradición son las memorias manuscritas de unahija de Carlos, doña Joaquina de Alvear de Arro-tea, fechadas en 1887, en las que asentó que SanMartín era hijo natural de su abuelo y de una indí-gena correntina.

Los recuerdos de los Alvear, que constatamostambién en la rama española de la familia –descen-dientes de un segundo matrimonio de don Diego–,añaden que este «le pagó la carrera militar a SanMartín». Como las ordenanzas reales vedaban aun hijo «ilegítimo» ingresar a la carrera de oficial,don Diego encomendó a los San Martín-Matorrasque lo adoptaran y lo criaran como propio, com-prometiéndose a costear aquellos estudios.

Don Diego y Carlos se establecieron en Españaa partir de 1805 y encontraron en Cádiz a José.Este y Carlos actuaron juntos en una logia masóni-ca, precursora de la Logia Lautaro, desde la cualen 1811 planearon regresar a América. Durante

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aquellos años debió franquearse todo entre los tres,bajo el compromiso mutuo de guardar el secreto.

Despejando las incógnitas

Las revelaciones que constatamos aclaran nume-rosas incógnitas. Se explican las divergencias entorno a la fecha del natalicio, que para el mismoSan Martín era dudosa. También el desapego haciasu madre adoptiva, a quien dio por muerta (cuandoaún vivía) al declarar su filiación en los esponsales de1812, y el disgusto con su hermano de crianza Ma-nuel, que no quiso venir a acompañarlo en la guerrapor la independencia. Asimismo, se aclara su rela-ción fraternal con Carlos de Alvear, quien viajó conél a Buenos Aires y lo introdujo en la sociedad por-teña (y con quien se enfrentaría después, en unarivalidad tan apasionada como su anterior camara-dería).

Se explica además la resolución de este soldadodel rey que rompió sus juramentos y abandonó enEspaña su carrera, afectos, lealtades, familia y rela-ciones, para ir a pelear en la rebelión americana, unviraje que intrigó a los historiadores y dio pie a lasconjeturas de que fuera un agente inglés, para justi-ficar aquel salto oceánico hacia un país donde na-die lo esperaba.

También se comprende mejor su difícil inserciónen la elite porteña, donde la tradición familiar cuen-ta que su casamiento con Remedios de Escaladatropezó con la hostilidad de la orgullosa suegra, ydonde cosechó sus más insidiosos enemigos en elgrupo aristocrático de Rivadavia.

Es posible entender, asimismo, las afinidades per-sonales que influyeron cuando, frente a la divergen-cia entre dos bandos de la revolución chilena, el deCarrera y el de O’Higgins, San Martín se inclinó poreste último, que llegaría a ser «su mejor amigo»: Ber-

nardo O’Higgins fue un patriota que sufrió la discri-minación y la falta de hogar por ser hijo natural de unnoble español (gobernador de Chile, luego virrey delPerú) y de una mujer de sangre mapuche.

Todo indica que la «agonía interior» de San Mar-tín, la condición de desclasado y el problemáticoocultamiento de su filiación, que lo afligieron desdejoven, están en la raíz de los padecimientos sicoso-máticos que llegaron a postrarlo durante sus cam-pañas militares, cuando tuvo que luchar tambiéncontra sí mismo y sus enfermedades.

Por otra parte, la conciencia de su origen no podíadejar de influir en su apreciación del conflicto étni-co y social de la emancipación, en su actitud hacialas «castas» sometidas y su lugar en las opcionespolíticas que puso en juego la revolución. Aunqueél y Carlos (su hermano de logia y de sangre) serebelaron contra el coloniaje español (y contra elpadre, que aun siendo un liberal antiabsolutista nopodía admitir el proyecto de sus hijos), ya en Amé-rica siguieron distintos caminos: Carlos buscó afa-nosamente el poder entre los altos círculos de lacapital porteña, y José marchó al interior a cons-truir su ejército armando a los gauchos, los indios ylos negros. La bifurcación de los caminos de losmediohermanos es una parábola perfecta de lastendencias que separaban al «legítimo» del «bastar-do», a un criollo de la aristocracia y otro que nopodía entenderse con ella.

Aunque la formación intelectual de San Martínera la de un europeo iluminista, la certeza de perte-necer entrañablemente a esta tierra, engendrado porun conquistador en su madre aborigen, obró como unmandato para compenetrarse con su gente. Losrelatos del mestizo Garcilaso de la Vega –con quienno podía dejar de sentirse identificado– fueron sulibro de cabecera, que él instó a reditar en Córdo-ba con un prospecto donde se exaltaba la herencia

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de los incas como «un compuesto de justas y sa-bias leyes que nada tienen que envidiar al de lasnaciones europeas».

La pasión del Libertador

El caso de San Martín es un ejemplo de la historio-grafía liberal eurocéntrica que se construyó falsean-do el sentido de la revolución de los pueblos ameri-canos. La imponente biografía de Mitre expurgó dela vida del prócer cualquier dato que señalara su ori-gen y tergiversó sus definiciones políticas. Ocultó suapoyo entusiasta al plan de Belgrano de entronizarun inca para unir a los estados de Sudamérica, omi-tió su declaración a los pehuenches de «ser tambiénindio», desconoció la participación indígena en lascampañas del Ejército de los Andes. La preocupa-ción de Mitre era contraponerlo a Bolívar, desa-creditar el proyecto de integración continental y, endefinitiva, reconociendo sus méritos militares, des-calificar a los dos como conductores políticos.

Las proclamas en quichua que San Martín yO’Higgins dirigieron a las comunidades peruanaslas convocaban a sumarse a la causa con un men-saje de solidaridad indoamericana, que tuvo res-puesta luego en las guerrillas de indios y mestizos,lideradas por jefes montoneros como CayetanoQuirós y el cacique Ninavilca. Siendo Protector delPerú, San Martín decretó suprimir la denominaciónde «indio» para terminar con las discriminaciones(que él había sufrido en carne propia). Abolió lostributos y servicios personales de los naturales, pro-clamó la libertad de vientres y, como hiciera antesen Cuyo y Chile, manumitió a los esclavos que seincorporaban a sus filas. Su gobierno, a pesar delas intrigas de la oligarquía limeña que lo desprecia-ba, protegió los monumentos arqueológicos incai-cos como patrimonio estatal, procuró extender la

educación pública respetando las culturas indíge-nas, estableció la «ciudadanía americana» para losnacidos en cualquier país independizado de Espa-ña, y suscribió el pacto de Unión y Confederaciónperpetua con la Gran Colombia, orientado a ligar alconjunto de los estados hispanoamericanos.

Republicano y plebeyo por temperamento, SanMartín prefería un sistema monárquico constitucio-nal para encauzar el caos de la revolución, y lo vioconciliable con la restauración simbólica del inca-rio. Era un liberal agnóstico, aunque respetó el es-píritu religioso de las poblaciones. Discrepaba conel federalismo, pero se entendió con los federalespatriotas. Fue un general a la europea que procla-maba ser ante todo «del partido americano». Elcompromiso revolucionario de este hombre de dosmundos, debatiéndose en las contradicciones de laIlustración occidental con la realidad autóctona, estambién un espejo de la sociedad y los dilemas dela América mestiza. En su carácter confluían y pug-naban la razón europea y la emoción indígena, elcálculo y el sentimiento, el amor al solar materno yla voluntad de transformarlo, a lo cual dedicó susesfuerzos hasta el último aliento.

La elite unitaria de Buenos Aires traicionó el pro-yecto independentista y lo obligó a expatriarse.Desde su ostracismo en Europa, tuvo la lucidez dever cómo el nuevo enemigo era el neocolonialismode las grandes potencias, y ofreció sus servicios ala Confederación de Rosas para rechazar las agre-siones anglofrancesas de 1838 y 1845, que calificócomo una contienda «de tanta trascendencia comola de nuestra emancipación de la España». Hastael día final, el viejo guerrero fue consecuente con elempeño de su vida.

No hay ningún determinismo genético que expli-que la historia humana, pero, sin duda, en la con-ciencia del Libertador, ser hijo de madre india fue

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una señal, un llamado irrenunciable. Mi tesis es que,por sobre las razones ideológicas generales, estafue la motivación concreta de su voluntad inque-brantable en la causa revolucionaria: para él, de lamisma manera que para muchos otros líderes pa-triotas y para la mayoría de los pueblos que se le-vantaron en todo el Continente, la «pasión eficien-te» fue la lucha por la igualdad y la dignidad de loscolonizados.

Lo que aún falta por conquistar en ese caminonos muestra la actualidad del tema: rescribir la bio-grafía del Libertador es una parte fundamental de latarea que tenemos por delante para revisar y com-prender la historia de nuestra América.

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Un intelectual cubano especulaba con la idea de la llegada aCuba, a inicios de los años cuarenta, del reconocido mar-xista alemán, crítico del proyecto moderno, Walter Benja-

min. Jugaba con el ambiente académico, ideológico y de pensa-miento que un filósofo de su talla se toparía en la Isla. El filósofoalemán se hubiese encontrado con Jorge Mañach, Luis AlejandroBaralt, Roberto Agramonte, Humberto Piñera Llera, o tal vez hu-biese visto constituir la Sociedad Cubana de Filosofía, enajenadade la realidad del país y prisionera de las apetencias gremiales. Fuela emigrada española, la republicana María Zambrano, quien anun-ciara luego la corazonada de una Cuba en la que secretamente seurdía un cambio sustancial.

Vale el paralelo para pensar en los días de la visita a Cuba deMarcus Garvey en 1921, y valorar el estado de la vida intelectual yde pensamiento en esos años, así como en la inadvertencia de lotrascendente en la crítica de Garvey, más allá de lo aparente entorno al racismo antinegro, la segregación, la resistencia y afirma-ción del negro, su estado de degradación en los países de Américay su centralidad en África. Tras la crítica y la militancia garveyista sesuperaba una perspectiva, una noción de la realidad dada per se,inamovible, frente a otra, siempre al margen y a oscuras, esa queinquietos intelectuales de África, el Caribe, Europa y Norteaméricaenglobaron bajo el concepto esencial de la «negritud», para hacergirar del revés las incompletas representaciones modernas sobre elmundo humano.

FÉLIX VALDÉS GARCÍA

Marcus Garvey y Cuba.La inadvertencia de sus ideas

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Sin embargo, ¿existían las mismas condicionesen esta isla del Caribe en relación con el negro,como en las West Indies y los Estados Unidos? Sibien se comparte una misma visión –la blanquitud,consolidada en la modernidad eurocentrada sobrela realidad humana, erigida sobre los valores de«civilización», «progreso», «desarrollo», «ciencia»,«razón», de una ética de raíz judeocristiana, unaestética de ascendencia grecolatina–, y también unmismo proceso histórico –la trata y la esclavitudnegra–, la situación no es semejante en una y otraregión, en una isla y otra, o entre estas y el sur es-clavista norteamericano.

En Cuba se había dado un proceso de integraciónen las contiendas de «la manigua» frente al dominiocolonial español entre el cubano negro y el blanco,sobre la base de un modelo de dominio colonial yuna historia, diferentes a los de las colonias anglófo-nas o francófonas. Sin embargo, la ocupación norte-americana en 1898 y la influencia directa del imagi-nario del American way of life, alentaban ladesintegración, la segregación y el racismo, ingre-dientes fundamentales de la perspectiva asépticade la blanquitud. Pero en la esfera del pensamientoque busca lo esencial, lo estable, ¿cuál era la situa-ción de los primeros años del siglo? ¿Habría agude-za para comprender la trascendencia de la crítica quese cernía sobre un orden que comenzaba a ser cues-tionado de raíz por líderes negros como W.E.B. DuBois, Marcus Garvey, Jean Price-Mars o en la pro-pia Cuba por Fernando Ortiz, Nicolás Guillén, Án-gel César Pinto Albiol y tantos otros?

Según reconoce Adrián G. Montoro en el tomo5 de La enciclopedia de Cuba, en su artículo «Lafilosofía en Cuba», después de 1895 y durante lasdos primeras décadas del iniciado siglo XX, en laIsla se vivía un período estéril y triste para el desa-rrollo de la actividad intelectual y del pensamiento.

Los ideales independentistas fueron malogrados conla adopción en la Constitución de la recién inaugu-rada República desustanciada de la ignominiosaEnmienda Platt. El olvido de la gesta patria y lacorrupción política de las dos primeras décadas,como la hegemonía norteamericana que invadía lasmiras de la vetusta colonia española, hacían valerideales que se oponían a lo que fuera, en mucho,ganancias de finales del siglo anterior.

Cuba fue más en el plano de las ideas hasta 1895que en el período que le sobreviene. Si bien JoséMartí, Antonio Maceo, Juan Gualberto Gómez yotros habían fijado aristas críticas a la realidad co-lonial que deja un mundo partido en dos: uno blan-co, dominante, visibilizado, frente a otro negro yocultado, la injerencia yanqui con sus aires de mo-dernización vino a hacer zozobrar aquellos valores eideales conseguidos en la lucha frente a España ycontra el paquete dominador de la colonia, específi-camente en torno al problema del negro cubano.

No es necedad mañosa ni comodín referir a JoséMartí, pues fue él el más radical entre los críticosdel racismo contra el negro y el indígena, una vezque advirtiera sobre la falacia de las sociedades deantropología y las instituciones como la SociedadAntropológica de la Isla de Cuba (1877) y la Aca-demia de Ciencias Médicas y Físicas de La Haba-na (1861). Martí supo ver el problema del negro yde la sociedad cubana criolla y mestiza con laclaridad de pocos, en un entorno atemorizado porel peligro de la revolución.1 El pensador cubano se

1 Durante el siglo XIX y a raíz de la revolución de Haití, el«miedo al negro» estuvo presente en el debate ideológi-co colonial cubano. Intelectuales como Arango y Parreñoconsideraron el blanqueamiento, las mezclas raciales, unavía para protegerse de la masa negra de esclavos en casode un levantamiento o insurrección. Domingo del Montey José Antonio Saco hablaban de fomentar la salida de

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opuso a los «pensadores canijos», a los escritores«de lámparas» que enhebraban y recalentaban «ra-zas de librería», y afirmaba: «no hay odio de razas,porque no hay razas».2

En su inigualable ensayo «Mi raza», afirmaba que:«Hombre es más que blanco, más que mulato, másque negro», y ser cubano era «más que blanco,más que mulato, más que negro», pues en los cam-pos de batalla, muriendo por Cuba, «han subido juntaspor los aires las almas de los blancos y de los ne-gros».3 En el periódico Patria insistía: «Debiera bas-tar. Debiera cesar esa alusión continua al color de loshombres. El bueno es blanco y el malo es negro».4

Martí había sufrido la esclavitud negra desde laniñez y conservaba el recuerdo de haber visto a unesclavo muerto «colgado a un seibo del monte» quelo hizo temblar, y lo hizo también jurar «al pie delmuerto», «lavar con su vida el crimen». Conmovi-do como pocos por la bárbara monstruosidad frentea sus semejantes negros escribió: «¿Y los negros?¿Quién que ha visto azotar a un negro no se consi-dera para siempre su deudor? Yo lo vi, lo vi cuandoera niño, y todavía no se me ha apagado en lasmejillas la vergüenza [...]. Yo lo vi, y me juré desdeentonces a su defensa».5

La realidad insular, el estar frente a la esclavitudnegra, ante esa «gran pena del mundo», provocó, afinales de la última década del siglo XIX cubano, nosolo la simple crítica al sistema esclavista, ni la hi-pócrita defensa filantrópica del negro, hecha desde

la perspectiva del blanco. Martí advirtió sobre aque-llos que exaltaban las pasiones, la pena acumulada,el conflicto de razas y supo adelantarse a las críti-cas hechas al mundo de valores coloniales, entreellos la maniquea realidad resultante del dominiohegemónico europeo, de una estética y una ética,de presupuestos subvertibles, como quedara ex-presado programáticamente en su ensayo «Nues-tra América».

La visión antirracista martiana era convicción delos revolucionarios cubanos. Cuando la intromisiónde los Estados Unidos en la guerra de independen-cia era inminente, el Capitán General de la Isla,Ramón Blanco, se dirigió a Máximo Gómez paraadvertirle que el problema había cambiado radical-mente, pues ahora españoles y cubanos se encon-traban frente a un extranjero de raza distinta, cuyasintenciones eran no solo privar a España de su ban-dera en la Isla, sino también exterminar al pueblocubano a causa de su sangre española. Gómez, sinvacilar, al ver que el enfoque de la súplica de alian-za con España frente al enemigo común era de raza,muy martianamente le dijo: «No hay diferencia desangre ni de razas. Yo solo creo en una raza: la hu-manidad... desde el atezado indio salvaje hasta elmás refinado rubio inglés, un hombre es para mídigno de respeto según su honradez y sentimientos,cualquiera sea la raza a que pertenezca o la religiónque profese».6

Sin embargo, una vez entrado el siglo XX, consti-tuida la República en 1902, fue un hecho palpable elrenacer del flagelo del racismo anidado en la coloniapor los mecanismos de la dominación. Sucesos comola masacre de los Independientes de color en 1912

los negros. Otros eran más radicales proponiendo su ex-pulsión de la Isla, y favorecer la inmigración blanca.

2 José Martí: «Nuestra América», en Obras completas, LaHabana, Ciencias Sociales, 1975, t. 6, p. 22.

3 José Martí: «Mi raza», en ob. cit., t. 2, p. 299.

4 José Martí: Patria, Nueva York, 19 de marzo de 1892.

5 José Martí: Obras completas, t. 22, p. 189.

6 Tomado de «Cartas cruzadas entre los generales RamónBlanco y Máximo Gómez...», en Felipe Martínez Arango:Cronología crítica de la guerra hispano cubanoameri-cana, 3ra ed., La Habana, Ciencias Sociales, 1973, p. 160.

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–ese vergonzoso suceso manejado como «guerritade razas» que amedrentaba al blanco frente al ne-gro, aquella que fuera una «carnicería en el monte»contra unos tres mil cubanos no blancos– marcópor décadas las actitudes cotidianas y oficiales deuna burguesía y de una sociedad que mórbidamen-te exaltaban valores agotados. Tras el hecho y elespectáculo vino una ola de represiones y la inten-sificación del racismo en los años siguientes, quecoincidía con el auge del azúcar y la llegada de bra-ceros negros antillanos que entraban por el traspa-tio de una sociedad que fingía ser, para cargar contodos los despojos racistas exacerbados. Ser hai-tiano o jamaicano era ser negro, pobre, brujero, yde ese modo, cargar con las culpas, el desprecio ytodo lo malo y negativo del cubano de ideales blan-cos. En lugares como Santa Clara, las reformas dela ciudad hacían desmoronar a la añosa iglesia pa-rroquial mayor, para ampliar una plaza que dejabaclaro el paseo de los «pilongos»7 blancos, separa-do de sus parientes negros.

El repliegue vivido en las dos primeras décadasde República en Cuba frente a lo que había sidoganancia en los años noventa del siglo vencido, coin-cide con el fragor en los Estados Unidos –tras laPrimera Guerra Mundial– del enaltecimiento y visi-bilización del clamor de millones de negros no in-tegrados a la sociedad norteña. La Guerra Civilnorteamericana sufrida cincuenta años atrás

(1861-1865) dejaba en sitio más precario a la po-blación de origen africano, mientras en el atezadoespectro de la nación se arrellanaban los esclavis-tas blancos en su butaca acostumbrada.

Pero, líderes como Booker T. Washington y su«compromiso de Atlanta» (1895) o pensadorescomo W.E.B. Du Bois y las acciones del «Movi-miento del Niágara» (1905), la fundación de la Aso-ciación Nacional para el Progreso de las Personasde Color (1909) (NAACP, por sus siglas en in-glés), surgían como expresión de la crítica situaciónde «los hijos de la noche» en el país del norte, ex-cluidos por un «vasto velo» y la «doble conciencia»que los hostilizaba.

Para Du Bois, en su perspicaz libro de 1903 TheSoul of Black Folk,8 quedaba al desnudo la frus-tración y la imposibilidad de seguir sin denunciar elestado de cosas generadas por la esclavitud en el sury el desarrollo capitalista del norte. Ya Lincoln, elhombre de «cabeza larga y cara cincelada», desdela Casa Blanca el día de Año Nuevo de 1863, ha-bía emancipado a los esclavos; sin embargo, la mi-seria de los libertos y los vejámenes eran tan es-pantosos, que el autor no puede callar ante loslinchamientos, las masacres, y la degradación delnorteamericano negro. La nación con tanto afán enlos dólares dejaba en penuria a los libertos que cin-cuenta años después le haría decir a Du Bois que«ser pobre es duro, pero ser una raza pobre en unatierra de dólares es la propia sima de las penurias».9

7 «Pilongo» era el mote que se les daba a los nacidos en lavilla tras su fundación en 1689 y que habían sido bauti-zados en la pila bautismal de la parroquial mayor, unaiglesia colonial del siglo XVIII, de ladrillos rojos sin ves-tir, derruida a inicios de los años veinte para ampliar laplaza, hoy conocida como Parque “Leoncio Vidal”, conla típica estructura de glorieta en el centro para «la retre-ta» y su paseo circular, el del centro garantizado para losblancos, mientras el de afuera era para «los de color».

8 Ha sido traducido al español como Las almas del pueblonegro y editado en varias ocasiones; en Cuba, por laFundación Fernando Ortiz, con prólogo de Miguel Bar-net, en 2001.

9 El libro de W.E.B. Du Bois es un texto que con hondaclaridad refiere la situación del negro norteamericano yse convierte en estímulo y punto de partida para el mo-vimiento de masas que lucha por los derechos civiles

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En el convulso clima de la segunda década delsiglo XX, lleno de denuncias e ideas que conducen ala crítica coherente sobre la realidad oculta del ne-gro, llega Marcus Garvey a Nueva York, crítico dela «degradación del negro en todas partes» y de laintegración de estos a la sociedad norteamericana,en divergencias con los esfuerzos prodigados porDu Bois y la NAACP. El reclamo visible de Gar-vey, su idea de la «vuelta a África» y la AsociaciónUniversal para el Adelanto del Negro (UNIA, porsus siglas en inglés), recién creada en Jamaica(1914), lo ubican en una ciudad epicentro del espí-ritu de inconformidad. La UNIA reunía a partida-rios de la liberación, la igualdad, el desarrollo, elorgullo negro, y se agrupaba en divisiones millona-rias de simpatizantes, tanto en el Caribe, como enlos Estados Unidos y África. Garvey llegó en 1916a los Estados Unidos, interesado por encontrarsecon Booker T. Washington y en hallar fondos paracrear en Jamaica un instituto como el Tuskegee. Sinembargo, percibe el grado de concientización y empu-je de un pueblo que había sido siempre desarticula-do, irreconocido y marginado por su color.

La Cuba a la cual llega Marcus Garvey los últi-mos días de febrero y primeros de marzo de 1921

difiere del país de procedencia del visitante en laintensidad y visibilidad del tema negro. Para el cu-bano el racismo no es un problema de derechos,sino de hechos, que como proceso real le sumadatos a la cantidad y a la cualidad que está porestallar en un salto, primeramente en la concienciade los pensadores. Inadvertidamente, la huella de«la guerrita del doce» comienza a correr el velo delque hablaba Du Bois. Sin embargo, la convenciónde agosto de 1920 de la UNIA en los jardines deMadison Square, la «Declaración de los derechosde los pueblos negros del mundo» y los coloresexaltados de Garvey, mostraban el beneplácito deunos cuatro millones de simpatizantes en el país delnorte y más de mil doscientas divisiones de la UNIAen cuarenta países –de las cuales, novecientas treintay seis estaban en los Estados Unidos y veintiséis enCuba–. Era el apogeo de un periódico como Ne-gro World, de la creación de la Black Star Line ydel proyecto de Liberia en África. Estos años fue-ron los de mayor esplendor para Garvey, mientrasse iniciaba, tras su vuelta, el giro regresivo para elmovimiento negro liderado por él y para la BlackStar Line, a la vez que Harlem renacía y las revis-tas musicales, el jazz y la poesía, ponían lo negro demoda en Nueva York y en París.

No obstante, ¿podían tener adecuada recepciónestas ideas en la isla que visitaba Garvey? Si bien elnegro había vivido en Cuba la dignidad y afirma-ción en la lucha contra el dominio de España, estostiempos ya no eran como en la última década delsiglo XIX. El país despertaba tal vez de un lapsosombrío y frustrado, con un «fuerte olor a caña» yel empuje de miles de braceros pobres cubanos,haitianos y jamaicanos (por jamaicanos se toma-ban a decenas de miles provenientes de otras islasinglesas). Eran los tiempos en que Manuel, héroede la novela Gobernadores del rocío, de Jacques

contra el racismo y la segregación, fenómeno de tanmarcados contrastes en el país norteño. Du Bois criticala perspectiva de Booker T. Washington, quien dejabaintacta la subordinación del negro ante el blanco, la limi-tación de su desarrollo, mientras se esforzaba por la en-señanza profesional, no universitaria, como vía para suseguridad financiera, lo cual era más valioso que la igual-dad social o la función política de este. De su apego a laformación profesional surge el Instituto Tuskegee. DuBois no comparte la prédica de Washington de Ahorro,Paciencia y Adiestramiento industrial, sino que abogapor el «décimo talentoso», la educación universitaria, ladefensa de los derechos civiles de este en una sociedadintegrada, con semejantes derechos.

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Roumain, volvía pobre a casa, en tanto en el orien-te cubano «todos trabajan para Mister Wilson y eseMister Wilson, mientras tanto, está sentado en eljardín de su bella casa, bajo un parasol, o bien jue-ga con otros blancos...».10

La Cuba republicana de las dos primeras déca-das hizo resurgir el racismo y supo silenciar, a pesarde innumerables esfuerzos, las verdades de intelec-tuales críticos. El mimetismo como salida posiblehacía surgir, entre otras cosas, a una aristocracianegra cubana que se reunía en el Club Atenas, sím-bolo irrebatible de la fuerza enajenante del idealblanco y de la pérdida de sentido de su identidadracial, gracias a la inculcada vergüenza por el color,unido al estatus de clase logrado. Como refierePedro Pablo Rodríguez, fue Miguel Ángel Céspe-des, Presidente de dicho Club, quien recibiera aGarvey en su visita a la sede, y quien tras desearleéxitos en sus gestiones, en notable farsa, le hizo sa-ber al visitante «que el negro contaba con similaresderechos que el blanco en la Isla y que por ello laidea africanista no lograría adeptos en Cuba».11

La nación se piensa a inicios de la década delveinte como un país blanco, mientras resurgen lospretendidos reclamos de adelanto de la raza. Laintelectualidad crítica no reaparece de forma noto-ria hasta después de 1923, la Protesta de los Trecey el surgimiento del Grupo Minorista, lo cual fue unjalón visible. Es entonces que comienza una épocacrítica y de búsqueda de presupuestos, tal vez epis-temes diversas, para pensar la realidad cubana.Problemáticas como el negrismo en la denunciapoética y ensayística de autores como Nicolás Gui-

llén, Emilio Ballagas y otros, advierten el peligro deir por el camino de Harlem, que pone en sitios dis-tintos a los cubanos del color de Martí, de aquellosdel color de Maceo, y el problema del negro es «unproblema del blanco», como afirmara Guillén en1929. Mañach se deshace de las metodologías deantaño y de conceptos ajenos para el estudio de locubano, mientras Ortiz, Carpentier, García Caturlay el propio Guillén, redoblan el valor de la otra raíz,la africana, en la historia y la realidad insular.

Si bien hay reclamos de afirmación, de recono-cimiento, de búsqueda de la identidad cubana, mu-lata, de un «color cubano», son Nicolás Guillén, LinoDou y Gustavo Urrutia con su columna «Ideales deuna raza» en el Diario de la Marina (1928-1931),más otros destacados intelectuales, quienes al bor-de de los años treinta expresan de modo más ele-vado y distinguible una obra de pensamiento quese abre paso a hurtadillas en la joven república,ante problemas esenciales y no solo pintorescossobre la realidad racial del país. Fernando Ortiz yadesbrozaba la agotada maleza de prejuicios y po-nía sus ojos en el negro cubano de forma visible.

El positivismo, perspectiva que durante las pri-meras décadas y hasta mediados de los años veintefue en Cuba garantía segura que se basaba en laciencia y estaba más allá de lo moral y lo estético,de la especulación abigarrada de la filosofía ajena,empezaba a dar muestras de ser como lo senten-ciara Martí: «espada de mal acero que se quiebraen el fragor de la pelea».12 Otras perspectivas teó-ricas entraban para ser difundidas, la mayor partede las veces de modo imitativo. Sin embargo, estosson tiempos en los cuales aún persisten las falsas«pruebas de sangre» exigidas para matricular en launiversidad habanera, como bien se muestra en el

10 Jacques Roumain: Gobernadores del rocío, La Haba-na, Casa de las Américas, 2006, p. 47.

11 Pedro Pablo Rodríguez: «Garvey en Cuba», en Analesdel Caribe, La Habana, No. 7-8, 1987-1988. 12 José Martí: Obras completas, t. 19, p. 419.

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expediente de Medardo Vitier, entregadas comorequisito en el año 1916.

¿Qué significaban las críticas de Marcus Garveyy su centralidad en África, sus reclamos por la libe-ración del continente negro como garantía? ¿Quéotra realidad se visibilizaba tras este movimiento?¿Es que hay una realidad no descrita, ajena u ocul-tada por la filosofía y las ciencias modernas? ¿Im-plicaban una revolución aquellos postulados suyosde «conquistar la liberación de la raza», o «el negrono es libre y debe regresar a África», así como crearun continente de prosperidad e instituciones quedeshicieran el manto de opresión y de dominaciónpor el color?

Sin dudas, con Garvey se daba un rompimientoante lo establecido y se hacían valer presupuestosvelados. Si bien se agolpaban y desavenían con DuBois y la NAACP, y eran de tintas recargadas yreclamos tan agigantados como utópicos, los dis-cursos del líder nacional jamaicano estremecían almundo, evidenciando el agotamiento de las formasclásicas de asumir la realidad y su conocimiento alfilo del nuevo siglo. La época decimonónica que-daba agotaba y las verdades de los abuelos –comodiría Jorge Mañach– ya no eran suficientes. Quie-nes han estado fuera de la «Historia universal» re-claman su lugar, tanto como ciudadanos norteame-ricanos como desde el continente originario. Elproyecto moderno se pone en duda y los negrosnorteamericanos y del Caribe comienzan a desafiarlo dado, para ayudar a hacer visible el velo, el man-to que cubre una realidad ocultada.

Justamente dos meses antes de venir Garvey aCuba, publicaba en Negro World que su retornoa África no significaba que todos los negros esta-dunidenses, ni que todos los del Caribe debían re-gresar a África. «Solo digo que deben ser hechosserios intentos para construir un gobierno y una na-

ción lo suficientemente fuerte que sea capaz de pro-teger al negro y su futuro».13 Para Garvey, sin unÁfrica independiente, sin un África poderosa, to-dos estarían perdidos. Él se centra en el continentetal y como lo hacen luego intelectuales antillanoscomo Padmore, James, Fanon, Césaire, Williams,Rodney, Kamau Brathwaite.

Garvey se adelantó a la descolonización del con-tinente y reclamó el establecimiento de la confra-ternidad universal de la raza negra; promovió el es-píritu de orgullo negro, el rescate del caído y laayuda al necesitado, así como a las comunidades ynaciones, con oportunidades de desarrollo, crean-do escuelas que promovieran la cultura y las mejo-ras de las condiciones generales del negro en todaspartes. Con Garvey se ponían en solfa valores in-salvables y se abría el camino para otros presu-puestos de la acción y el conocimiento, una epistemedistinta, que corona en la crítica radical anticolonia-lista, emancipadora, dada también por antillanosposteriores a él, como George Padmore, FrantzFanon o Walter Rodney.

El mundo moderno había creado y dado comonatural la exclusión, el racismo, la racialización delotro, y había generado la desestructuración, el em-pobrecimiento, la explotación. El indio y el negro, elasiático, los sujetos de la dominación en el Sur, nopodían más que asumir los valores de una culturaenferma, mimetizarse y reproducirlos. La civiliza-ción impuesta se presentaba como la salvación. PeroGarvey afila un rompimiento esencial ante la pers-pectiva etnocéntrica occidental. Con él comienza elcuestionamiento que visibiliza que desde las pers-pectivas asépticas de la «blanquitud» etnocéntricaoccidental y moderna había otra noción descollan-te como la de «negritud», la cual constituía una con-

13 Negro World, 13 de noviembre de 1920.

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dición que paralizaba, enterraba, sumergía los va-lores de pueblos diversos del continente africano yamericano. Negritud era una noción frente a otraaparentemente oculta: la blanquitud dominante. Lasociedad moderna, de raíz cristiana, productivista,empezaba a ser retada en sus más íntimos presu-puestos desde un sujeto excluido y llevado a la de-sestructuración y la ignominia, la vergüenza de suidentidad, y en ello el activista jamaicano daba con-tundentes golpes.

C. L. R. James dice que Garvey nunca puso unpie en África, no hablaba ninguna lengua africana y elcontinente negro era para él como una isla caribeñamultiplicada miles de veces. Sin embargo, hizo creera todos, apasionadamente, que África era la cuna dela civilización, que una vez había sido grande yvolvería a serlo de nuevo. «No conocía la palabranegritud, pero sí sabía de qué se trataba. Con entu-siasmo habría dado la bienvenida a dicha nomencla-tura; con justicia habría reclamado su paternidad».14

En los discursos de Marcus Garvey se insiste enuna ruptura, en un shift que pone al mundo frentea una realidad, demandante de universalidad, de au-todependencia y gobierno, de crear una nación fuer-te para el negro. De Garvey también parte la críticaal colonialismo, al racismo, al patriarcalismo y a toda

forma de exclusión que en la segunda mitad del siglopasado fuera sustancial, sobre todo en los EstadosUnidos. El líder jamaicano abonó con su nacionalis-mo negro, con su reclamo panafricano y con la ideade una África independiente –lamentablemente em-pobrecida y desestructurada por las potencias im-perialistas del Norte– una nueva perspectiva.

Hace más de noventa años que Garvey visitaraLa Habana y el oriente cubano, y su presencia fueinadvertida por los pensadores más aguzados deCuba. Se desconoció la trascendencia y las conse-cuencias finales de su crítica. La aristocracia blan-ca, el pensamiento establecido, frente a aquel quevenía de soslayo y era escasamente notable, de lamano de críticos con Lino Dou, Ángel César PintoAlbiol, Ramón Vasconcelos, Rómulo Lachatañe-ré o Gustavo Urrutia, Fernando Ortiz o NicolásGuillén, y quienes planteaban la posibilidad dehacer ver, de permitir leer mejor nuestra realidad,no saborearon la intensidad del jamaicano, ni sepercataron suficientemente de la trascendenciaposterior. Garvey sí se entrevistó con el Presidentede la República, Mario García Menocal, tal vezmás atraído por las promesas de la naviera y eltransporte del azúcar que por la fuerza de la re-volución, del giro en el pensamiento que emanabade la crítica de Garvey.

La Habana, 15 de enero de 2013. c14 C. L. R. James: Los jacobinos negros, La Habana, Fon-

do Editorial Casa de las Américas, 2010, p. 302.

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Se me ha invitado a compartir algunas ideas sobre la izquierdalatinoamericana actual, un tema demasiado complejo paratratar en pocos minutos.

Como punto de partida diré que asumo que la de izquierda esuna opción ética con fundamento racional en pos de la emancipa-ción humana, y que esta exige la preservación de su hogar vital.Que no se es de izquierda solo por autodefinirse como tal, sino porlo que se hace. Que la izquierda incluye tanto a la partidaria como ala no partidaria o social, con la tremenda heterogeneidad de ambas.Y que han sido las prolongadas luchas de todas sus vertientes lasque han hecho posibles los triunfos electorales en nuestra región,siendo este un momento histórico de notable singularidad.

Las experiencias de gobierno condensan la complejidad del fe-nómeno de izquierda porque involucran proyectos y concepcionesdiversos, la relación y el balance de fuerzas entre los diferentes com-ponentes de la izquierda, las prácticas y su eficacia, y porque nooperan en el vacío sino en la disputa de proyectos de sociedadantagónicos, con sus efectos combinados en términos regionales ydel sistema mundo capitalista. Es una complejidad no siempre con-templada en los análisis.

Ejemplo de ello son las clasificaciones que se han hecho de losgobiernos en los últimos años. Como en toda clasificación, se hanjerarquizado algunos aspectos en desmedro de otros, en lo que seexpresan concepciones teórico-metodológicas. Y me parece inte-

BEATRIZ STOLOWICZ

Apuntes para el estudiode la izquierda latinoamericanaactual*

* Intervención en el XII Coloquio de Cien-cia Política, Universidad Central de Ve-nezuela, Instituto de Estudios Políticos,del 4 al 6 de noviembre de 2013.

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resante ilustrar, desde esas clasificaciones, la com-pleja problemática que debemos asumir, no solopor sus implicaciones intelectuales sino también porsus efectos prácticos, es decir, políticos.

De partida, no podemos eludir el reconocimientode que todos los gobiernos, más allá de las diferen-cias entre procesos, han generado cambios impor-tantes en las condiciones de vida de amplios seg-mentos sociales. Cómo no reconocerlo, máximecuando venimos de países como México, donde seestá llevando a cabo una masacre social. Y este esun primer asunto a considerar para pensar en térmi-nos regionales. Hoy día, un 54 % de la población denuestra América vive en países gobernados por lasfuerzas que se autodefinen como izquierda y cen-troizquierda, con un aporte numérico grande de Brasilen ese porcentaje. Esto es inédito en la historia lati-noamericana. Pero el otro 46 %, casi doscientos se-senta y nueve millones, vive bajo gobiernos de dere-cha que siguen ahondando la tragedia social y laentrega descarada de sus países, y que bajo esa ló-gica operan también en la geopolítica regional.

Este ámbito, el de la geopolítica, ha sido un crite-rio muy determinante en las clasificaciones sobre losgobiernos y, en buena medida, ha condicionado ladiscusión sobre esas experiencias. Estamos en unmomento inédito en nuestra historia por el númerode expresiones gubernamentales de mayor distan-ciamiento respecto al gobierno de los Estados Uni-dos y la creación de instituciones regionales sin supresencia, como la Celac y Unasur, de gran impor-tancia en su histórico «patio trasero» y para la geopo-lítica mundial, sobre todo para contener los escena-rios de guerra. También asistimos al desdibujamientode la arrogante presencia del Estado español, comoocurrió en la última Cumbre Iberoamericana en Pa-namá. A partir de esta nueva realidad, se ha afirma-do que estamos ante un debilitamiento imperialista

en nuestra área. Sin embargo, es necesario revisarlas valoraciones sobre los grados de subordinacióno de autonomización respecto al imperialismo, pen-sados solo desde la diplomacia.

Por un lado, porque se trata de instancias muydistintas a la integración promovida por el Alba, queno son ajenas a la lógica del regionalismo abiertopromovido por los Estados Unidos, que tienen enesos espacios a gobiernos que representan sus pro-pios intereses.

Por otro lado, porque en esa jerarquización dela diplomacia están implicados reduccionismos ana-líticos sobre el imperialismo, ya que últimamente esconcebido solo como una relación de dominio deun Estado sobre otro, y se ha perdido de vista quees esencialmente el dominio molecular del capitalfinanciero, entendiéndolo como la fusión potencia-da de todas las formas de reproducción y concen-tración del gran capital, que utiliza el poder de suspaíses de origen para su penetración territorial, parala exportación de capital, de mercancías y tecnolo-gía, para la apropiación de riquezas naturales y deplusvalía, pero que se asocia con Estados recepto-res para triangular desde esos otros espacios geo-gráficos y soportes estatales cambiando de «ban-dera», lo que le facilita la negociación política y elaprovechamiento de las prerrogativas multilatera-les regionales. En nuestro continente, la fuerza depenetración y de obtención de ganancias del grancapital, incluyendo al de origen latinoamericano, noha disminuido, pese a las regulaciones e impuestosestablecidos por algunos gobiernos de izquierda.Esto no es poca cosa por la fuerza política requeri-da para imponérselos, pero no ha modificado eldominio molecular del gran capital.

Otras clasificaciones se han hecho a partir de losprocesos internos que se enfocaron en la democra-tización de los regímenes políticos en las primeras

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gestiones de gobierno, distinguiendo entre aquellosque avanzaron hasta procesos constituyentes ylos que siguieron en los marcos institucionales he-redados, aunque algunos de estos contienen conquis-tas sociales y democráticas de larga data, defendidaso recuperadas por las luchas populares. En algu-nos casos, esta clasificación coincide con la anterioren cuanto al grado de distanciamiento con el gobier-no de los Estados Unidos, pero en otros casos no.

El comprensible entusiasmo por el protagonismopopular constituyente derivó en centrar los análisisen el Estado. Se prestó atención a la incorporaciónal aparato estatal de los siempre invisibilizados (indí-genas, trabajadores urbanos y rurales, mujeres) y ala incorporación de las demandas de los movimien-tos sociales a la agenda gubernamental. Así como ala capacidad conjunta del gobierno y movimientossociales para derrotar las violentas reacciones de laclase dominante desplazada del aparato estatal. Conla idea de la penetración de la sociedad civil en lasociedad política comenzó a usarse la categoríagramsciana de «Estado ampliado» pero, a diferenciade Gramsci, se perdió de vista que la burguesía tam-bién es parte de la sociedad civil. Muchos de esosanálisis atribuyeron autonomía a lo político, dejandofuera el análisis estructural de la reproducción eco-nómica y de las clases en el poder del Estado. Y sedesestimó que cada modelo económico exige un de-terminado modelo político y social, que este no pue-de ser pensado al margen de aquel, más allá de laretórica o los liderazgos carismáticos.

De esto comienza a tomarse nota cuando, conbases políticas más sólidas y conquistando relec-ciones, el tema de los cambios económicos pasó aprimer plano. Y con él, se hicieron más explícitaslas diferencias entre las distintas corrientes que con-forman las fuerzas gobernantes, pues no hay queolvidar que, en todos los países, los partidos o

movimientos políticos que ganaron elecciones sonel producto de alianzas y procesos de unidad entrefuerzas y concepciones diversas.

Esos debates no se han dado en el vacío, sino enun contexto en el que la derecha no ha perdido ca-pacidad para influir ideológicamente sobre la dis-cusión de alternativas. Por obvias razones se pres-ta mayor atención a las acciones conspirativas ydesestabilizadoras de la derecha, dirigidas a des-gastar a los gobiernos y a manipular el debate polí-tico, más que a las sutiles estrategias desplegadasdesde hace muchos años para neutralizar los pro-yectos de contenido crítico con el capitalismo. Notengo tiempo para analizar aquí los distintos aspec-tos de esa lúcida estrategia de la derecha presenta-da como «posneoliberalismo».

Parte de la misma ha sido definir un «nuevo mo-delo de desarrollo» para la América Latina. Sinteti-zando sus planteos, en sus términos: este modelo estábasado en aprovechar las ventajas de la globaliza-ción mediante la exportación de lo más abundantecon el fin de obtener los recursos para promoverel consumo de los sectores excluidos por la deudasocial. Un desarrollo que para pasar de las ventajascomparativas espurias a una ulterior competitividadauténtica debe ser necesariamente impulsado con elcapital transnacional por su aporte financiero, tecno-lógico y su acceso a mercados, con un fuerte papeldel Estado como cofinanciador de las inversiones endistintas modalidades de asociación público-privadaen vastas áreas. Un activo papel del Estado para laconstrucción de infraestructura; en la creación de unadecuado clima de negocios mediante un marco insti-tucional de seguridad jurídica para las inversiones y laremisión de ganancias al exterior; además de un mar-co institucional que contemple distintas formas depropiedad para ampliar la inclusión de nuevos acto-res en el mercado como productores vinculados al

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polo moderno del desarrollo. Un activo papel delEstado en la ampliación de los mercados financierospara incrementar el ahorro interno y ponerlo al servi-cio del financiamiento de los nuevos negocios, con elfin de romper la muy neoliberal contradicción entrelo financiero y lo productivo. Y, desde luego, con unactivo papel del Estado en políticas sociales parapromover el consumo, mediante transferencias y asig-naciones, e incluso en una regulación entre capital ytrabajo funcional a esos objetivos. Hasta aquí la sín-tesis del «modelo de desarrollo posneoliberal».

Lo «más abundante para exportar» son los re-cursos energéticos, mineros, hídricos, de biodiver-sidad, la explotación de la tierra para vastos mono-cultivos transgénicos; actividades, todas, que exigenel control sobre el territorio, también para la cons-trucción de un sistema multimodal de transporte ycomunicación para abaratar la extracción de esosbienes naturales mercantilizados.

Este modelo neodesarrollista ha ganado influenciaen las prácticas económicas y va diluyendo las di-ferencias entre gobiernos establecidas por las ante-riores clasificaciones. Su adopción implica una acep-tación tácita del capitalismo, en algunos casosargumentada por razones de «gradualismo» o «rea-lismo» aunque se le critique, y en otros por adhesio-nes francas aunque se declare la intención de «hu-manizarlo». Los debates sobre el neodesarrollismose han centrado en el grave asunto del extractivismopero no contemplan sus demás componentes.

Este modelo económico, como todos, requiereun modelo político. El objetivo de responder simul-táneamente a los intereses del capital transnacional,del nacional existente o en creación, y de los secto-res populares, lleva a un ejercicio bonapartista desdeel gobierno. Pero el bonapartismo implica un equi-librio inestable, que a corto o mediano plazo se vuel-ca hacia uno de los platos de la balanza. Si el obje-

tivo es reducir el poder del capital, el gobierno ne-cesita desplegar al máximo la movilización popularpara llevarlo a cabo. Por el contrario, si el objetivoes priorizar la negociación con el capital, lo que serequiere es el control de los sectores populares or-ganizados. Pueden seguir estando en el aparato delEstado, pero subordinados a ese objetivo. El as-censo de los conflictos que involucran a organiza-ciones sociales otrora aliadas o representadas enlos gobiernos podría estar indicando hacia dóndese ha estado moviendo el fiel de la balanza. Atri-buirlo solo a rencillas personales o a estrechos inte-reses corporativos, que desde luego existen, es sim-plificar el análisis de la relación entre economía ypolítica.

Ahora bien, ¿qué sucede con los sectores popu-lares beneficiarios de las políticas sociales? Desdehace un tiempo se discute si son asistencialistas ode reconocimiento de derechos, y se cuestiona alas primeras porque no modifican la matriz distribu-tiva y por sus efectos sociopolíticos negativos. Na-die puede negar la necesidad y obligación de losgobiernos de atender con urgencia las terribles si-tuaciones de miseria multiplicadas por el neolibera-lismo. Sin embargo, es verdad que las políticas asis-tencialistas favorecen conductas basadas en valoresprimarios y no el desarrollo de la conciencia, quefavorecen el control social y la desorganizaciónpolítica. Crean clientelas electorales pero no adhe-sión a un proyecto, por eso sus lealtades son volá-tiles. Pero ¿qué pasa, también, con los beneficia-rios de políticas sociales universalistas basadas enel reconocimiento de derechos? Porque también seha ido comprobando que sus conductas políticasno son tan previsibles, lo que produce perplejidad.

Las respuestas habría que buscarlas en el lugarque ese neodesarrollismo posneoliberal les asigna alas políticas sociales. Cuando proclama la inclusión

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de los excluidos no es en calidad de sujetos socia-les y políticos, sino como consumidores. La ideadel desarrollo como consumo de masas no es nue-va, está presente en las discusiones de hace mediosiglo. Pero la oferta capitalista ha cambiado. La deantes era más restringida y de valores de uso nodecrecientes, debían durar. A diferencia de en-tonces, la oferta actual implica la subsunción realdel consumo al capital. De la misma manera que lainclusión de los pequeños productores al mercadoestá significando someter lo que producen y cómoproducen al dictado de este capitalismo depreda-dor, la inclusión de los pobres y de los trabajadoresno tan pobres como consumidores implica hoy so-meter toda su existencia, su subjetividad y hasta susprocesos biológicos a las lógicas de este capitalis-mo depredador, a sus valores, a sus prácticas fa-gocitarias de lo humano, que conducen al indivi-dualismo y al conservadurismo.

La gran metáfora de esta lógica son los celula-res, a los que se presenta como encarnación de lademocratización por el consumo, y hasta de la in-corporación a la clase media. Más allá de su inne-gable utilidad como medio de comunicación, son el«gancho» para crear expectativas modeladas poreste capitalismo: es más importante actualizar losmodelos de celular que contar con agua potable.Así es como se está en el mercado. Por eso resultamás que contradictorio que quienes exaltan las bon-dades humanistas de la inclusión de los más pobresal consumo de este capitalismo bajo sus reglas, almismo tiempo condenen el consumismo y las con-ductas antisociales. Porque hasta que se demuestrelo contrario, las formas de existencia social condi-cionan la conciencia.

En el mismo sentido opera la llamada inclusiónfinanciera, es decir, la bancarización de los trabaja-dores y de los más pobres mediante tarjetas para

que retiren las transferencias de las políticas socia-les, las pensiones o los salarios. Se presenta comoun acto democratizador el que se ofrezcan créditossobre esas transferencias y sobre la nómina, por locual, desde luego, pagarán intereses. Esto, que sig-nifica entregar para las ganancias de los bancos lamasa dineraria del fondo de consumo popular, espromovido al mismo tiempo que en los discursosse condena al capital financiero.

Estas son algunas de las contradicciones deriva-das de adherir concientemente, o sin saberlo, a estaconcepción del desarrollo que consiste en una mo-dernización capitalista muy parecida a la formuladapor Rostow en 1960, tan criticado desde enton-ces por la izquierda; una modernización capitalistafuncional al objetivo sistémico de hacer de la Amé-rica Latina un espacio de estabilización del capita-lismo en su crisis.

Esta totalidad compleja no se compadece conlas clasificaciones al uso. Exige unidades de análisisque articulen economía y política, y analizar al Es-tado por su papel en la reproducción capitalista,también donde gobierna la izquierda.

Hay que admitir que todavía no se ha logradogestar una concepción distinta del desarrollo hu-mano que no sea sinónimo de crecimiento en la ló-gica del capital. La potencia ética de la propuestadel buen vivir, en armonía con la naturaleza, noalcanza a llenar de contenido práctico el camino enel que, todavía para muchos, vivir bien pasa porempezar a vivir mejor.

Esto ha sido esgrimido como argumento absolu-to a favor de una noción del cambio por etapassucesivas, primero este desarrollismo para despuésllegar al poscapitalismo. Pero este desarrollismofortalece el poder del capital, y lo hace legitimán-dolo. Y cuando hablamos de capital no nos referi-mos solamente a su personificación en el capitalis-

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ta, o a su expresión jurídica en la propiedad, sinotambién y fundamentalmente a la relación social quelo constituye y lo reproduce, y a las ideas que comosentido común sustentan esa reproducción.

El camino de transformación a largo plazo estácondicionado desde ahora. De lo que hoy se ha-ga dependerá ese camino largo. El gran desafío,para poder recorrerlo, está en ir disminuyendo elpoder del capital pese a las duras limitaciones delcorto plazo. Difícilmente se podría pasar a otra etapa–para quienes así lo plantean– si se hace de la ne-cesidad virtud, si se construye un imaginario socialsobre la inevitabilidad del capitalismo por tiempoindefinido; o si se avalan sus lógicas, por ejemplo,cuando para reivindicar la gestión de los gobiernosse hace alarde de la confianza de los inversoresextranjeros, de la banca internacional por la buenamarcha de la economía, de que nunca los empresa-rios ganaron más, y otros de este tenor.

Asumir que no es un cambio por etapas, aunquesea largo, no estaba en el horizonte de la izquierdalatinoamericana. Se trata de un desafío nuevo, teó-rico y práctico, que implica aprender de las expe-riencias de cambio ensayadas, y encarar los rasgosdel capitalismo hoy día. Este quebradero de cabezasaparece porque avanzaron las luchas de la izquierdasocial y política hasta conquistar esa importante par-cela de poder que es el gobierno (en otros lugaresde nuestra América se está batallando todavía desdeposiciones defensivas). Porque se ha aprendido

de la historia es necesario que estos procesos siganprofundizándose de tal manera que no puedan serrevertidos por un poder fortalecido del gran capital ypor sus representantes políticos de derecha.

Y en este camino la responsabilidad no es solode los gobiernos. Porque disminuir el poder delcapital requiere modificar las relaciones de fuerza,incluso para contender con la temporalidad, que esadversa. La responsabilidad no es solo «de arri-ba», sino de lo que pasa «abajo» para gestar ma-yor fuerza social y política por el cambio, que mar-que los tiempos y el terreno de la disputa, paraconvertir a las organizaciones sociales y a los parti-dos en verdaderos intelectuales colectivos, paraampliar el poder popular gobernante, para inventarnuevas formas de economía y sociedad.

Estos desafíos interpelan a las ciencias sociales.Hay un desfasaje entre el debate instalado en lasociedad y lo que ocurre en los ámbitos institucio-nales de creación de conocimiento, en lo que seestudia y cómo, en las prácticas disciplinarias. So-bre esto se discute poco aunque es muy necesariohacerlo.

Por eso, para mí es un gran estímulo estar hoyaquí, compartiendo estas reflexiones, empeñadas enel avance de estos procesos de cambio en los quehay mucho esfuerzo humano comprometido, apren-diendo de sus logros, de sus aciertos y de sus erro-res. Es un privilegio que agradezco sinceramente.

Muchas gracias. c