Reynoso Critica Del Pensamiento Rizomatico

92
Carlos Reynoso – Crítica del pensamiento rizomático 1 Árboles y redes: Crítica del pensamiento rizomático Carlos Reynoso UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES http://carlosreynoso.com.ar Versión 12.01.14 – Enero de 2012 1. Justificación .......................................................................................................... 2 2. Rizomas y gramáticas ............................................................................................ 4 3. Extravíos de una crítica de la razón binaria .......................................................... 12 4. Las palabras y las cosas ....................................................................................... 18 5. Orientalismos, ritornelli y cantos de pájaros ........................................................ 21 6. Logocentrismo, lenguaje y política ...................................................................... 29 7. Árboles despóticos y redes igualitarias ................................................................ 38 8. Rizomas celulares................................................................................................ 42 9. Multiplicidades gramaticales ............................................................................... 46 10. Espaces lisses, espaces striés – Retórica de los isomorfismos impropios ........... 54 11. Conclusiones ..................................................................................................... 72 12. Referencias bibliográficas ................................................................................. 76

Transcript of Reynoso Critica Del Pensamiento Rizomatico

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    1

    rboles y redes: Crtica del pensamiento rizomtico

    Carlos Reynoso UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

    http://carlosreynoso.com.ar Versin 12.01.14 Enero de 2012

    1. Justificacin ..........................................................................................................2 2. Rizomas y gramticas............................................................................................4 3. Extravos de una crtica de la razn binaria.......................................................... 12 4. Las palabras y las cosas ....................................................................................... 18 5. Orientalismos, ritornelli y cantos de pjaros........................................................ 21 6. Logocentrismo, lenguaje y poltica ...................................................................... 29 7. rboles despticos y redes igualitarias ................................................................ 38 8. Rizomas celulares................................................................................................ 42 9. Multiplicidades gramaticales ............................................................................... 46 10. Espaces lisses, espaces stris Retrica de los isomorfismos impropios ........... 54 11. Conclusiones ..................................................................................................... 72 12. Referencias bibliogrficas ................................................................................. 76

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    2

    rboles y redes: Crtica del pensamiento rizomtico1

    Carlos Reynoso UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

    http://carlosreynoso.com.ar

    1. Justificacin

    La ciencia consiste en hechos. As como una casa est hecha de piedras, de igual modo la ciencia est hecha de hechos. Pero una pila de piedras no es una casa y una coleccin de hechos no es necesaria-mente ciencia.

    Henri Poincar (1913: 127)

    Nunca ha existido ni existe todava hoy en antropologa, hablando en puridad, una co-rriente terica deleuziana. Signado por una hostilidad hacia el lacanismo, un residuo de cientificismo tradicional y una actitud monolgica que muy pocos quisieron acatar al pie de la letra, el esquizoanlisis tampoco lleg a integrar el ncleo duro del giro pos-moderno que hasta hace poco se desenvolvi en el seno de las estrategias que nos son propias. Pero a medida que nuestra academia tiende a aceptar de manera ms dcil la inspiracin que viene de la ensaystica discursiva que la que llega de las prcticas for-males, las referencias a Deleuze van germinando aqu y all, capilarmente, con asidui-dad pausada pero expansiva, adoptando sin excepcin un temperamento que va de lo acrtico a lo celebratorio.2

    El problema que observo en ello es que los argumentos deleuzianos que aparecen con mayor frecuencia resultan discordantes no tanto con una eventual ortodoxia tecnocrtica o con los dogmas del capitalismo a ultranza sino con buena parte de los principios, sa-beres y posicionamientos que a pesar de sus disidencias domsticas la antropologa ha estado de acuerdo en hacer suyos. Conforme a esta comprobacin, el primer objetivo de este estudio es sealar, de cara a las ciencias sociales, las embarazosas inexactitudes que

    1 Este ensayo se desarroll en el curso de la investigacin trianual UBACYT F155 (Universidad de Bue-

    nos Aires, 2008-2011), sobre Estudios de casos en antropologa y complejidad. 2 Vase por ejemplo Crary y otros (1986); Fischer (1995); Lotfalian (1996); Westwood y Williams (1997:

    245-246, 251-252); Marcus (1998: 86); Hernandez (2000: 277); Bar y Soderqvist (2002); Llano y Valen-cia (2004); Cuthbert (2006); Delgado (2007: 65, 188-119); Dovey (2005); Warf (2006: 36, 377); Taylor y otros (2007: 259, 261-262, 263, 265, 266, 268 n. 4); Oakes y Price (2008: 329); Wood (2009); Gregory y otros (2009: 283, 502, 655, 717); Jos Prez de Lama [osfa] http://www.hackitectura.net; Cobarrubias y Pickles (2009).

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    3

    atraviesan el famoso primer captulo de Mil mesetas (Deleuze y Guattari 2006 [1980]), uno de los libros ms celebrados de lo que se ha dado en llamar pos-estructuralismo. El segundo propsito, no menos importante, es el de modular la perspectiva yendo y vi-niendo entre ese texto en particular y una instancia ms amplia, interrogando dialgica-mente rboles gramaticales, redes rizomticas y modelos en general a fin de dejar un poco ms en claro qu es lo que una notacin simblica (o una estructura conceptual) no admite ni merece que se diga de ella.

    Aunque yo mismo he pretendido ser deleuziano cuando era muy joven y aunque no han faltado antroplogos, politlogos, gegrafos y urbanistas que quisieron incorporar en crudo los raciocinios del texto en su investigacin emprica, en la demostracin que si-gue quedar en evidencia la distancia metodolgica que media entre un planteo argu-mentativo de factura literaria (por seductor que l sea, lo que no es aqu el punto) y los requisitos ms elementales de la conceptualizacin en toda prctica cientfica, ciencias humanas incluidas. Pese a que los usos coloridos y divergentes de los aforismos rizom-ticos en antropologa daran pao para escribir un libro aleccionador sobre las retricas epigonales de la transgresin, del vanguardismo y de la buena conciencia intelectual, aqu slo me ocupar de las formulaciones originarias, abordando el dilema si se me permite una expresin que habra exasperado a Deleuze desde la mera raz.

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    4

    2. Rizomas y gramticas

    La filosofa, el arte y la ciencia no son objetos men-tales de un cerebro objetivado, sino los tres aspectos bajo los cuales el cerebro deviene sujeto.

    Gille Deleuze

    Quince aos despus que el arquitecto Christopher Alexander (1965) cuestionara los conceptos arborescentes pero anticipando lo que Fritjof Capra hara con sus redes trece aos ms tarde, Gilles Deleuze y Flix Guattari presentaron en el captulo mencionado su modelo rizomtico, al que mostraron como si fuera lo opuesto a las jerarquas, a las estructuras en rbol, a las estructuras centradas o a las estructuras sin ms. Escriben los autores:

    A [los] sistemas centrados, los autores oponen sistemas acentrados, redes de autmatas fi-nitos en los que la comunicacin se produce entre dos vecinos cualesquiera, en los que los tallos o canales no preexisten, en los que los individuos son todos intercambiables, defi-nindose nicamente por un estado en un momento determinado, de tal manera que las operaciones locales se coordinan y el resultado final o global se sincroniza independiente-mente de una instancia central (Deleuze y Guattari 2006: 22).

    Pese a que alegan disentir de dualismos y dicotomas, Deleuze y Guattari terminan con-traponiendo (a) una concepcin arbrea, jerrquica, ramificada, como la que presunta-mente encarnan Chomsky, la lingstica, el estructuralismo, la lgica binaria, el psico-anlisis y la informtica y (b) la idea de rizoma, encarnacin de la multiplicidad, de los agenciamientos colectivos, de las redes de autmatas finitos igualitarios y de los proce-sos que se muestran refractarios a la codificacin y a las genealogas (Op. cit.: 9-32). Lo menos convincente de esta pirueta discursiva es el montaje axiolgico de las contra-partidas del rizoma: las estructuras arbreas, figuras de paja identificadas con el plan de las gramticas y demasiado prestamente identificadas con el mal. Dejando de lado los yerros proliferantes que examinar en breve, es evidente que esas etiquetas deconstruc-cionistas de celo justiciero incurren en un exceso de metfora: ni los diversos gneros gramaticales que existen en la literatura o que puede tejer la imaginacin son todos pri-mordialmente arbreos, ni los mecanismos gramaticales o sus eductos son en algn sen-tido inteligible sistemas sometidos a un control central, ni cuando se orquest la trama rizomtica Chomsky utilizaba ya gramticas, ni sus gramticas generativas modelaron otra cosa que no fuera un fragmento de la competencia lingstica humana, la cual est muy lejos de ser impuesta por una burocracia dictatorial o una academia totalitaria, pues se supone que es innata.

    Atrapada en el juego de contrastes que ella misma ha urdido y que la motiva por com-pleto, la proclama rizomtica deviene sesgada, en blanco y negro, carente de matices: no concede al modelado arbreo ninguna virtud metodolgica (a pesar de su productividad manifiesta) ni admite para s misma ningn impedimento, lmite o contraindicacin. Te-nemos aqu una dialctica tan infalible como infalsable, erigida sobre una asignacin de

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    5

    adjetivos que ellos mismos dosifican y administran: si sale cara gano yo, si sale ceca pierdes t.

    Correlativamente, Deleuze y Guattari, evitando llamar estos impedimentos por su nom-bre, minimizan bajo una espesa capa de retrica la relevancia de los asuntos que por su propia especificacin de diseo las tcticas rizomticas son orgnicamente incapaces de tratar como no sea para enredarlos en un vrtigo de polmicas inconcluyentes: reyertas raras y oblicuas que cada aclito ha descifrado segn criterios cambiantes y que afectan a temas tales como la memoria, la evolucin, la historia, el cambio, el modelado lgico, matemtico y cientfico, las algortmicas, la ideologa, el poder, las jerarquas, las es-tructuras, las redes sociales, familiares y parentales concretas, las mquinas abstractas recursivas, la subjetividad, el aprendizaje, los sistemas semnticos, biolgicos, cogniti-vos e informticos, los saberes genticos, genealgicos y taxonmicos, y, por supuesto, la lengua como sistema y la lingstica generativa transformacional como teora (D-G 2006: 16, 27, 519-522). Aun si todo lo que la perspectiva rizomtica ofrece como cono-cimiento sustituto fuese genuino y sostenible, el terreno conceptual que jovialmente nos invita a abandonar es formidable, no slo por la trivializacin de la ciencia del lenguaje en tanto tal.

    Sospecho, a todo esto, que nuestros autores no han ledo a Chomsky o que lo han hecho muy deprisa, creyendo sin sombra de duda que los rboles que se encuentran disemi-nados en sus escritos, ilustrando este o aquel argumento, constituyen la mdula de su formulacin. A decir verdad, no creo que haya modo de saber qu texto de Chomsky pudieron haber ledo los autores en el sentido de haberlo internalizado satisfactoriamen-te y de saber referir con mnima solvencia lo que el texto dice. Ni siquiera en el ensayo Postulados de la lingstica, el cuarto captulo de Mil mesetas, repleto de indicadores bibliogrficos, los autores reproducen o parafrasean una expresin suya o nombran al-gn texto de su autora, a excepcin de un dilogo insustancial entre Chomsky y Mitsou Ronat (D-G 2006: 81-116). Entiendo que afirmar que han faltado las lecturas esenciales (o que se olvid, malinterpret o tergivers negligentemente lo que se ha ledo) es una hiptesis fuerte a la luz de las evidencias de que dispongo; pero ms extremo todava es aseverar que Chomsky pensaba lo que estos autores le quieren hacer pensar.

    Sucede como si la lectura chomskyana que motiv el manifiesto rizomtico, y que por ello mismo habra debido ser particularmente escrupulosa, hubiera tenido por objeto precipitarse en una impugnacin sugerida por vietas, diagramas y opiniones ajenas arrancadas de contexto, sin que importase gran cosa lo que tenan que decir textos de los cuales nunca se escucha la voz y a los cuales nunca siquiera se menciona. En ltimo anlisis, los autores han consumado un silenciamiento del Otro tan unilateral como el que el realismo etnogrfico de la antropologa perpetrara sobre el nativo, montando sus diatribas contra el autoritarismo de rboles y gramticas en base a atribuciones que una a una demostrarn ser infundadas o extravagantes y no en funcin de lo que los pensa-dores que ellos impugnan pudieran haber dicho exactamente.

    Cuando de la palabra y el lenguaje se trata, Deleuze y Guattari permanecen en torno de las connotaciones cotidianas de los trminos, aferrndose a los estereotipos ms rutina-

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    6

    rios y prodigando trazos de brocha gorda en un asunto que requiere como pocos una extrema precisin conceptual. Para el pblico en general, ciertamente, una gramtica e-voca un canon de reglas mandarinescas y preceptos imperativos que rigen el habla. Ahora bien, las gramticas descriptivas del primer perodo chomskyano y las gramticas normativas del buen hablar que hemos sufrido en la escuela elemental comparten por desdicha un mismo nombre y se refieren ambas a procedimientos constructivos, pero nada ms que eso tienen en comn.

    Si Chomsky ha renunciado a las gramticas desde hace dcadas (detalle que Deleuze y Guattari prefieren ignorar) es porque ha optado por formalismos cognitivos ms abstrac-tos y de adecuacin ms refinada. Las gramticas ya no le son indispensables, es cierto; pero es ofensivo a la inteligencia de la comunidad cientfica que se insine que aquellas ideas de su perodo temprano han sido por la mera coincidencia de sus nombres igual de estpidas que (o remotamente parecidas a) las prescripciones escolares ms mandonas y obtusas.

    Aqu comienza a percibirse que la lingstica chomskyana y los saberes rizomticos no estn en la misma liga ni tuvieron el mismo impacto civilizatorio. Tras la explosin de la (neuro)ciencia cognitiva la lingstica tal vez no siga siendo la ciencia social que ha realizado los mayores progresos como pretenda Lvi-Strauss (1973 [1945]: 29), pero dista de ser una ciencia fallida o un saber recluido en un objeto abstracto. Malgrado la condescendencia con que la tratan nuestros autores, la jerarqua de la complejidad de Chomsky ha sido instrumental en el desarrollo de los lenguajes formales y de la tecno-loga que de ellos depende. No existiran lenguajes de programacin, ni intrpretes, ni compiladores, ni teora de autmatas, ni programas basados en autmatas finitos, ni re-des informticas, ni computadoras programables tal cual hoy las conocemos de no haber mediado una clarificacin de esa naturaleza: un esclarecimiento de talante relacional, a-naltico, recursivo y sistemtico es preciso sealarlo que categricamente no habra podido llevarse a cabo con un formalismo basado en la emergencia y en la iteracin de elementos indistintos, homogneos e intercambiables como lo es el que articula el prin-cipio rizomtico (Atallah 1999: cap. 25; Hopcroft, Motwani y Ullman 2001: 1, 191, 217, 266, 411; sik, Martn-Vide y Mitrana 2006; Crespi Reghizzi 2009: 31-35, 62, 87). No estoy implicando que aquellos logros sean buenos en s mismos, o ms bellos, o me-jores, o polticamente neutros, o que Chomsky en persona los haya operado; pero s afir-mo que han sido saberes anlogos a los de la especie chomskyana los que definitiva-mente los han hecho posibles.

    Estos saberes demandan ser descriptos e inspeccionados con serias precauciones con-ceptuales, por lo que me encuentro en la necesidad de detallar el esquema lo que se ha dado en llamar la jerarqua de la complejidad de Chomsky o de Chomsky-Schtzenber-ger. En el cuadro siguiente, en el que se describe el esquema, las letras maysculas re-presentan smbolos no terminales que pueden ser expandidos, las minsculas smbolos terminales, y las letras griegas signos arbitrarios que pueden ser terminales o no. Cada elemento de la jerarqua comprende a los elementos anteriores. La jerarqua est com-puesta por:

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    7

    1) Gramticas regulares o lineales a derecha (Tipo 3). Incluyen slo reglas de estructu-ra de frase o de re-escritura de tipo Ab, o AbC. Corresponden a los lenguajes y conjuntos que pueden ser tratados por autmatas de estado finito. Reconocen o ge-neran lenguajes regulares. Fueron concebidos a principios de la dcada de 1950 en parte por finalidades prcticas (el diseo de circuitos lgicos secuenciales) y en par-te por razones especulativas (modelar la circuitera de la actividad neuronal huma-na). La equivalencia entre los autmatas finitos y los lenguajes regulares fue estable-cida por Stephen Kleene (1956). La expresin lenguaje regular se reconoce impre-cisa y tiempo atrs se trat de sustituirla por otras (lenguaje reconocible, lenguaje racional), pero la idea no prosper. Es comn distinguir entre autmatas finitos de-terministas y no deterministas; los primeros slo pueden transicionar hacia uno y slo un estado; los segundos pueden transicionar hacia ms de uno. Los de la varie-dad no determinista no tratan ningn lenguaje que no sea tratable por los determi-nistas, pero son susceptibles de programarse en un lenguaje de ms alto nivel. Pa-ra describir lenguajes regulares se suele emplear una poderosa notacin algebraica, las expresiones regulares (Hopcroft, Motwani y Ullman 2001: 37-123). Lenguajes y expresiones regulares se asemejan a (y pueden ejemplificarse mediante) los lengua-jes de comando de computadora. Una forma grfica de representar las gramticas re-gulares es mediante diagramas de estado o de transicin, que Chomsky tom de la teora matemtica de la comunicacin (Chomsky 2002 [1965]: 19; Shannon y Wea-ver 1949: 15 y ss.; figura 1). Cada celda de un autmata celular es un autmata fi-nito. Los autmatas finitos ( y por ende los modelos rizomticos basados en ellos) no tienen memoria.

    Figura 1 Diagrama de transicin del Juego de la Vida, el autmata celular ms conocido. Las reglas del juego son:

    (1) Si la celda no est viva y hay 3 vecinas vivas, la celda nace. (2) Si est viva y hay 2 3 vecinas vivas, queda como est.

    (3) En todos los dems casos la celda muere.

    2) Gramticas independientes de contexto (Tipo 2). Poseen reglas de tipo A, y por lo tanto no tienen restriccin en cuanto a la forma que pueden tomar las reglas de produccin de la derecha. Corresponden a los lenguajes y conjuntos que pueden ser tratados por autmatas no deterministas de almacn o de pushdown (PDA). La for-ma de las reglas se conoce como la forma normal de Chomsky o CNF. Estos aut-matas tienen una memoria limitada y pueden, por ejemplo, llevar a cabo una compa-

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    8

    racin. Reconocen o generan lenguajes independientes del contexto (IC). En estos lenguajes las reglas de produccin se establecen en funcin de los smbolos indivi-duales, sin tener en cuenta cules son los smbolos vecinos. Las reglas de produc-cin consisten en: (1) una cabeza, que vendra a ser la variable que se define en cada produccin; (2) un smbolo de produccin, usualmente ; y (3) un cuerpo de cero o ms terminales y variables. A la izquierda del smbolo de produccin puede haber solamente una cabeza. Los lenguajes IC poseen una notacin recursiva caractersti-ca; un ejemplo de ellos es la notacin de DTD del lenguaje XML o las reglas de los sistemas-L de tipo D0L. Los autmatas de almacn que pueden procesar estos len-guajes son una extensin de los autmatas finitos no deterministas a los cuales se les ha agregado una pila o stack que se puede leer, empujar o manipular solamente desde el tope de la pila, en modo last-in-first-out [LIFO]: el ltimo en llegar es el primero en salir. La cabeza del stack ejecuta de hecho dos clases de operaciones: push (agregar un smbolo arriba de la pila) y pop (leer y remover el primer smbolo de la pila). La pila opera como una especie de memoria de tamao indefinido, pero limitada en cada operacin al ltimo smbolo que se trat. Una vez ms, hay PDA deterministas y no deterministas. Las gramticas correspondientes a los lenguajes IC se pueden especificar mediante un diagrama arbolado, rbol de derivacin o rbol de barrido [ parse tree], mal llamado rbol chomskyano. Segn reconoci el propio Chomsky en Aspectos de la teora de la sintaxis (1965: v) estas gramticas generati-vas son todas tributarias de la prodigiosa sistematizacin plasmada hace ya milenios en el Adhyy de Pini (1896 [s. V aC]).

    3) Gramticas sensibles al contexto (Tipo 1). Pueden tener reglas de forma A, donde no es un elemento vaco. Corresponden a los lenguajes y conjuntos que pueden ser tratados por autmatas ligados linealmente. Poseen una memoria auxiliar semi-infinita, limitada a la longitud de la cadena de entrada. Reconocen o generan lenguajes sensibles al contexto. En estos lenguajes una regla de produccin se aplica a un smbolo slo si el smbolo es vecino de ciertos otros smbolos. Los autmatas ligados linealmente son por definicin no deterministas y su operatoria no puede ser representada adecuadamente mediante rboles (Linz 2001: 292).

    4) Gramticas irrestrictas (Tipo 0). Son idnticas a las anteriores, excepto por el hecho que puede ser nulo. Corresponden a los lenguajes y conjuntos susceptibles de ser tratados por mquinas de Turing. stas poseen memoria irrestricta y pueden efectuar cualquier computacin. Reconocen o generan lenguajes recursivamente enumera-bles, tambin llamados parcialmente decidibles por razones ms complicadas que lo que es necesario explicar ahora. Aunque a los lingistas y psicolingistas les intere-san ms bien los dispositivos de capacidad ms limitada, hablar de mquinas de Tu-ring involucra un asunto mucho ms complejo que el que atae a las otras clases de autmatas. Concebir esta clase de mquinas implica preguntar qu lenguajes pueden ser definidos por y para una computadora, lo cual equivale a establecer qu es lo que las computadoras pueden hacer en absoluto: como se ver en seguida, reconocer las cadenas que constituyen un lenguaje en tanto tales es una forma de expresar la reso-lucin de problemas; la expresin resolver un problema es, por ende, un sustituto

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    9

    razonable de la descripcin de las capacidades de las computadoras (Hopcroft, Mot-wani y Ullman 2001: 307; Levelt 2008: 95).

    A diferencia de lo que sostienen Deleuze y Guattari y tal como se desprende de la espe-cificacin anterior, slo uno de los cuatro tipos identificados por Chomsky (los autma-tas de almacn de Tipo 2 que procesan lenguajes independientes de contexto) admite re-presentarse mediante rboles (Reynoso 2010: 159-176). Aun as, sa no es ms que una representacin alternativa, un recurso pedaggico entre los muchos que existen. No es imperioso usar necesariamente rboles para diagramar esa gramtica: se puede optar por matrices, lgebra de procesos, reglas de sustitucin, listas recursivas, formas de Backus-Naur, grafos existenciales, clusulas de Horn, lenguaje en prosa y hasta redes (Reynoso 2011: cap. 12). Pues gramticas basadas en reglas que admiten una lectura generativa hubo en la India desde la Edad de Hierro con kayana (cuatro siglos antes de Pini) y ms tarde con el Tolkpiyyam [uni0BB2_uni0BCDuni0BAA_uni0BCDuni0BAE_uni0BCD] tamil, en Grecia desde el siglo III aC con Aristar-co y Dionisio Traco y entre los beduinos rabes en el siglo VIII con Abd-Allh ibn Ab Isq al-aram sin que ningn estudioso creyera necesario asociar las reglas con los rboles (Burnell 1875; Robins 1993; Janko 1995; Cardona 1998). Apostara que si la crtica chomskyana no hubiera popularizado los sistemas arborimorfos para modelar las reglas de re-escritura a nadie se le habra ocurrido jams hablar de rboles en este con-texto.3 Pero las piezas distintivas de las gramticas de la teora estndar no son tampoco los rboles generativos (cuyos rudimentos parentticos se remontan al estructuralismo de Zelig Harris, quien a su vez se inspiraba en los sistemas de re-escritura de Emil Post [1943; 1947]) sino las reglas de transformacin, las cuales son imposibles de expresar mediante diagramas arbolados.

    La contribucin revolucionaria de Chomsky (1956: 120-121), despus de todo, consisti precisamente en haber cuestionado la aptitud de las reglas generativas ( y de los diagra-mas arborescentes concomitantes) como modelos adecuados de la competencia lings-tica. Afirmar que la gramtica generativa transformacional chomskyana se basa en ex-presiones arbreas y que acarrea modos de agenciamiento y de poder social que segre-gan mandatos tales como dividirs cada enunciado en sintagma nominal y sintagma verbal, o (ms todava) alegar que los rboles chomskyanos establecen relaciones constantes entre variables de poder de modo que formar frases gramaticalmente co-rrectas es [...] la condicin previa a toda sumisin a las leyes sociales (D-G 2006: 13, 104) acaba componiendo una trama de desaciertos, exuberancias y reificaciones que vulnera la credibilidad de todo el modelo rizomtico. No slo es una figuracin inde-mostrable en materia de teora poltica y antropolgica, sino que (segn comprobaremos de inmediato) resulta inadmisible como predicado relativo a la historia y los contenidos de la teora lingstica en general y de las teoras chomskyanas en particular.

    3 Cf. Chomsky (1974 [1959]: 51). Comprense los grafismos del texto con los diagramas de Hockett

    (1971 [1958]: 160, 172, 173) o con la notacin de Zelig Harris (1951); vase Chomsky (1956: 116-117).

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    10

    Cualquier estudiante de lingstica sabe, en efecto, que no existen cosas tales como r-boles generativos construidos segn el modelo sintagmtico de Chomsky (p. 20), o el mtodo lineal arborescente de Chomsky (p. 96) o un rbol-raz chomskyano que responde a la lgica binaria y procede luego por dicotoma (p. 13). La idea misma de un rbol chomskyano ya es un desatino: Chomsky utiliza rboles sintcticos derivados de la lingstica estructural precedente para determinar sus alcances e ilustrar casos sin-tcticos simples, pero ms fundamentalmente para demostrar a lo largo de captulos en-teros la inadecuacin del modelo arborescente para la comprensin de las lenguas natu-rales. Lo esencial de su obra intermedia y tarda es ajeno y hostil a la idea de reglas ar-breas de sustitucin: el lector no encontrar un solo rbol dibujado en las pginas de Reglas y representaciones (1983) o en Barreras (1990), en On nature and language (2002) o siquiera en las tempranas Conferencias Whidden compiladas en las Reflexiones sobre el lenguaje (1975). La sustitucin de las reglas relativas a lenguas particulares por principios universales ms abstractos arranca al menos siete aos antes que se escribiera Mil Mesetas en el artculo de Chomsky Conditions on Transformations (1973) (cf. Newmeyer 1993). Refirindose a reglas y gramticas, en la introduccin a su Programa Minimalista Chomsky llegar a decir ms tarde:

    El programa de Principios y Parmetros [P&P] sostiene que las ideas bsicas de la tradi-cin, incorporadas sin grandes cambios en la temprana gramtica generativa, estn en principio mal orientadas; en particular lo est la idea de que un lenguaje consiste en reglas para formar construcciones gramaticales (clusulas relativas, pasivas, etc). La estrategia P&P sostiene que las lenguas no poseen reglas en nada que se parezca al sentido familiar, y tampoco construcciones gramaticales excepto como artefactos taxonmicos. Hay prin-cipios universales y un conjunto infinito de opciones sobre la forma en que ellos se apli-can (parmetros), pero no reglas de una lengua en particular ni construcciones gramati-cales de estilo tradicional ya sea dentro o a travs de las lenguas (Chomsky 1995: 3-4).

    Menos todava es verdad que la gramtica chomskyana es un marcador de poder nor-mativo (D-G 2006: 13) obsesionado por ensear cmo es que deben construirse las fra-ses gramaticalmente correctas: en este marco terico es por el contrario el hablante-o-yente quien decide en funcin de su conocimiento intuitivo y en el contexto de la praxis la correccin de una gramaticalidad (o en la teora de reccin y ligamento, la correspon-dencia con un conjunto de principios) a la cual el modelo de la competencia debe a-justarse. En otras palabras, en las teoras generativas tempranas son las gramticas que el estu-dioso postula las que deben generar todas las expresiones que al hablante se le ocurra proferir y a las cuales perciba como vlidas. Por idealizado o estilizado que l o ella se encuentre, en la teora chomskyana es entonces el hablante quien tiene precedencia so-bre quien construye el modelo terico y no a la inversa. En este registro y desde Aspec-tos de la teora de la sintaxis en adelante, ningn estudioso elabor con tanta reflexivi-dad, rigor y paciencia como Chomsky lo ha hecho las mltiples condiciones de adecua-cin que sus modelos y metamodelos han de satisfacer (cf. Chomsky 1965: 18-47). El foco primario de la lingstica a partir de este autor, indisputablemente, ya no es la des-cripcin del lenguaje sino la construccin de la teora: la parafernalia descriptiva, por

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    11

    densa y notoria que sea, no es sino un medio para obtener evidencia que sustente las a-firmaciones de carcter terico y afiance la consistencia de la teora misma.

    Hasta donde alcanza la vista, no se encuentra tampoco en ninguna de las formas tericas chomskyanas la presuposicin de que el lenguaje debe aprenderse de algn modo, y mucho menos mediante enseanzas, enculturaciones o adoctrinamientos como los que los autores parodian afanosamente. La competencia lingstica no equivale ni a un saber ni a un saber hacer que deba adquirirse: Tener la capacidad de hacer algo escribe Chomsky no equivale a saber hacer ese algo; el saber hacer en particular encierra un crucial componente intelectual (Chomsky 1983: 12). Si hay algo que caracteriza a la postura chomskyana desde el vamos, ello es la convic-cin de que el hablante viene al mundo con una gramtica universal incorporada, previa a cualquier conato de introyeccin compulsiva del lenguaje mismo, de una lengua espe-cfica o de las leyes sociales de cualquier sociedad (Chomsky 1967; 2006: 74, 77, 141, 170). Reconozco que un texto acepta incontables lecturas, que una misma coleccin de enunciados se puede narrativizar o alegorizar de distintas maneras y que a todos se nos concede tambin un margen de tolerancia para exagerar, ignorar y equivocarnos un poco; pero confundir la hiptesis de innatismo ms fuerte, rotunda y conspicua que existe en ciencia cognitiva con una teora del aprendizaje (o peor todava, con una doc-trina de enseanza) implica, a mi juicio, perderse y urgir a que nos perdamos en un laberinto de divagacin sin retorno.

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    12

    3. Extravos de una crtica de la razn binaria

    Hay diez tipos de personas: las que entienden el sistema binario y las que no lo entienden.

    Annimo

    Los rboles del modelo de constituyentes impugnado por Chomsky tampoco son repre-sentativos de una lgica binaria, cualquiera sea el significado de esta locucin tan a-busada como mal comprendida (D-G 2006: 11, 14, 16, 17, 25, 96, 515). En los rboles binarios (si de ellos se trata) el binarismo atae a valores de verdad opuestos (+/) que se van sucediendo; en los rboles de constituyentes, en cambio, cada expresin es susti-tuida por una concatenacin de otras que pueden ser ms de dos y que no son en absolu-to opuestas. Insisto en que ambas clases de rboles se fundan en relaciones cualitativa y cuantitativamente distintas y que los rboles lingsticos no son jams binarios: un Arti-culo no es lo opuesto a un Nombre; un Verbo no es la negacin de un Sintagma Nomi-nal. Las ramas del rbol de sustitucin ilustran una secuencia a ejecutar de izquierda a derecha y no una bifurcacin entre alternativas excluyentes. En los encadenamientos de los rboles de constituyentes es comn que se proponga una eleccin entre muchas op-ciones y tambin es usual que reaparezca un smbolo que se defini con anterioridad (OSN+ SV; SNA+N; SV V+SN) (Figura 2).

    Figura 2 Regla de re-escritura expresada como rbol de constituyentes

    El smbolo de la expresin de cabecera puede tambin aparecer en cualquier rama y a cualquier nivel (p. ej. OSN+SV+nexo+O), perdiendo as (recursividad mediante) to-do el carcter de superioridad jerrquica, fundamentacin, centralidad y raz arborescen-te que los autores le quieren endosar a todo trance. En la recursividad finca la diferencia radical (valga la expresin) entre la configuracin de un rbol vegetal y la de un rbol generativo: el primero tiene una raz que oficia de centro y sus ramas son ramas y no r-boles, por ms que ambos se asemejen; en el segundo un rbol incrustado en un nivel cualquiera de la jerarqua no es una rama sino otro rbol en plenitud que hasta puede ser

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    13

    de estructura ms intrincada o de mayor peso semntico o pragmtico que el rbol que contingentemente se toma como raz.

    Esto significa que (antes de su instanciacin lxica) de la estructura de un rbol lings-tico con varias frases yuxtapuestas o incrustadas no se puede inferir cul es la configura-cin particular que constituye su centro enunciativo. Como quiera que se lo conciba, di-cho centro no es constitutivo de la mquina gramatical ni forma parte de la categoriza-cin definida por el lingista en ninguna teora vigente el da de hoy. Tambin es seguro que el centro cambiara de lugar y naturaleza si se escoge una expresin equivalente: una voz pasiva en vez de una voz activa; una frase en alemn en vez de castellano, con el verbo diferido hasta el final; o una oracin idntica a la que se agregue un diacrtico prosdico o gestual capaz de trasladar el punto de nfasis a otra regin de la cadena sin-tagmtica. Por otra parte, ninguno de los smbolos de un diagrama de estructura de frase es, involucra o posee una relacin perceptible con un valor de verdad o constituye la negacin de algn otro.

    Tampoco tiene sentido afirmar que la lgica binaria y las relaciones biunvocas siguen dominando el psicoanlisis [...] la lingstica y el estructuralismo, y hasta la informti-ca (D-G 2006: 11). Sobre lo que sucede en otros campos conceder el beneficio de la duda y no me expedir en estas pginas; tampoco protestar por la escasa justicia que el tratamiento deleuziano hace a las tcnicas, combinatorias, heursticas y algortmicas ba-sadas en rboles binarios, diagramas de decisin y procesos ramificados, instrumentos de un refinamiento extremo y un poder de resolucin extraordinario (Athreya y Ney 1972; Gusfield 1997; Wegener 2000). Pero la creencia en una lgica binaria que estara rigiendo la informtica no por ser grata al entendimiento por su popularidad o su plau-sibilidad aparente deja de ser indigna de una filosofa responsable, por lo que no puedo dejarla sin rplica. Claro est que se trata de otra inexactitud, y de una inesperadamente pueril viniendo de quienes viene. El desacierto es bifronte, por aadidura. Por un lado, el equvoco repro-duce un error muy difundido, consistente en atribuir a los ms altos niveles de organiza-cin de los datos computacionales en bytes, octetos, palabras, dwords, qwords u otros a-gregados ( y a su semntica implicada) las propiedades de bajo nivel de una codificacin fsica ocasional. El error es ms severo de lo que parece, pues denota un desconocimien-to demasiado bsico de un principio fundamental de toda lgica jerrquica en contraste con meras relaciones aditivas de inclusin de clases o teora de conjuntos: en una jerar-qua bien articulada, efectivamente, se supone que rigen distintos principios de ontolo-ga, configuracin, semntica y funcionalidad en cada uno de los niveles que la compo-nen (Allen 1996; Pumain 2006). Es tan impropio pensar que hay trazas de algo bina-rio en el plano de los objetos o de los documentos informticos, por ejemplo, como su-poner que subsiste algo de fricativo o de pico-alveolar en el plano de la frase, el texto o el acto de habla. La otra cara del sofisma radica en creer que la unidad de proce-samiento y toma de decisiones en una computadora es el bit, cuando en realidad la uni-dad es una secuencia llamada palabra, compuesta por la cantidad fija o variable de bits que sus diseadores estipulen.

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    14

    Si examinamos los hechos ms en detalle veremos que el beneficio prctico de la codifi-cacin binaria radica en que slo se necesitan dos valores de estado en una posicin f-sica determinada, lo cual trae como desventaja el incordio de tener que usar ms posi-ciones de lo acostumbrado para expresar un valor. La cifra decimal 6, por ejemplo, re-quiere tres posiciones en el sistema de codificacin binario (110). El problema para el argumento rizomtico es que la ingeniera computacional no ha sido nunca tan tosca co-mo para que la dualidad de valores significara una imposicin excluyente, ni estuvo tan ciegamente articulada como para que ese dualismo restrinja y esquematice lo que una computadora es capaz de hacer.

    Si en el desarrollo de la tecnologa se us alguna vez un patrn binario fue por razones circunstanciales y pasajeras de economa arquitectnica y no porque no hubiera otras opciones, o porque se quisiera construir deliberadamente un insulso aparato dicotomiza-dor. Dado que la operatoria computacional primaria se resuelve en tiempos sub-logart-micos que histricamente se vienen reduciendo a ritmos exponenciales, a un mecanismo de procesamiento le insume ms o menos la misma cantidad de recursos preguntar si determinada posicin de la memoria posee un valor de 0 o 1, que averiguar si su va-lor coincide con (pongamos) alguno de entre cientos de millones de valores posibles. Aunque cueste creerlo, muchas de las primeras computadoras ( la ENIAC, la IBM 702, la IBM NORC, las UNIVAC I, II III) eran decimales y no binarias; a juzgar por el xito de las nuevas tecnologas experimentales (el estndar IEEE 754, las IBM System z9 z10) auguro que muchas mquinas del futuro lo sern de nuevo.4 Computadoras basadas en palabras de un bit (como las que el argumento deleuziano necesitara para tener algn asomo de coherencia) sencillamente no han existido nunca; el tamao mni-mo de palabra que recordamos los profesionales muy veteranos es de seis bits. En una palabra (valga la expresin) la imagen de ese binarismo computacional generalizado que el gran pblico considera ubicua y mutilante, cuyo minimalismo ofende la esttica de los intelectuales sensitivos y que hasta nuestro Lvi-Strauss mantuvo alguna vez (cf. Reynoso 1986b) nunca ha sido ms que una leyenda urbana. La antropologa se encuen-tra por cierto atestada de encendidas proclamas en contra del pensamiento binario, al cual se sospecha emanado de constreimientos, esquematismos y cortedades inherentes a la informtica; el problema que yo encuentro en esas tcticas es que a pesar de esta difundida creencia los pretextos que motivan el resentimiento son infundados.

    Vale la pena sealar tambin que la codificacin binaria no fue invencin de una tecno-loga informtica arborescente, sintomtica de la desavenencia entre el pensamiento occidental y la multiplicidad. Por el contrario, las ideas binaristas ms venerables y arraigadas se encuentran tanto en el Oriente rizomtico como en el mundo etnogrfico. El caso ms antiguo conocido es el de los ocho trigramas b gu [] utilizados en las escuelas de Feng Shui, las cuales se remontan probablemente al neoltico chino (Martz-loff 2006). Como el lector podr corroborar en el hipertexto de fuentes bibliogrficas

    4 Vase http://speleotrove.com/decimal/. Visitado en mayo de 2011.

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    15

    que he armado ms abajo, el I Ching, en el que se inspir Gottfried Leibniz (1703) para su la definicin de su cdigo, sigue atenindose al mismo binarismo sistemtico.

    Tambin ha sido explcitamente binaria la prosodia del Chandahstra de Pigala en la India (fechada entre los siglos V y II aC); si bien se le atribuye la invencin del cero, Pigala no utiliz ceros y unos sino un contraste entre slabas cortas y largas para elabo-rar su combinatoria de poesa y matemticas, prefigurando con exactitud la lgica del cdigo Morse. Otro caso a cuento es el del orculo If de los Yoruba, del cual se espe-cula que quiz sea ms antiguo aun; a despecho de la estrechez conceptual que los rizo-mticos le imputaran a causa de su binarismo, este mtodo adivinatorio ha sido agrega-do por la UNESCO a su Tercera Proclama de Obras Maestras del Patrimonio Oral e In-tangible de la Humanidad.5

    Muchas veces (aunque no siempre) lo binario es correlativo a un sistema dual. Por ms que haya habido mucha simplificacin al respecto y que desde los tempranos setenta Deleuze haya fomentado una concepcin europeocntrica de un tema tan rico, los an-troplogos saben desde siempre que a travs de un innumerable nmero de culturas las organizaciones sociales duales, las formas lgicas dualistas y las simbologas dualistas en el arte, el ritual y la cosmologa son legin (cf. Dreyfus 1997; Leenhardt 1997; De Jager 2010). En lo que a la computacin atae, aunque en el ms bajo nivel la codificacin binaria ha tenido cierto protagonismo, no es ni un imperativo tcnico ni la nica alternativa. Inclu-so con tecnologas binarias de almacenaje y procesamiento las decisiones elementales que pueden ejecutarse en funcin de cada valor de objeto en una mquina como la que estoy usando (cuyas palabras abarcan 64 bits) no se realizan sobre 2 opciones posibles, sino sobre 18.446.744.073.709.600.000, que es como decir 264: un valor inmenso, innu-merable, hasta rizomtico se dira, a los efectos de representar con la riqueza de matices que se desee el rea de la percepcin sensible, del pensamiento humano y de la accin social que el investigador se atreva a modelar. Honestamente, no conozco un solo plan-teamiento de la filosofa rizomtica que demande el despliegue de semejante potencial de diversidad.

    Al final del da, el sistema binario de numeracin es meramente eso; en tanto tal, es ca-paz de servir de base de codificacin de los mismos elementos que cualquier otro sis-tema, sin binarizar o dicotomizar el conjunto de la cosa representada ms de lo que un sistema decimal, un sistema fonolgico o una escritura alfabtica (respectivamente) de-cimalizara, fonologizara o saturara de alfabeticidad el objeto que les toque expresar. En lo que a su sentido concierne la imagen fotogrfica de alta resolucin almacenada en un archivo de computadora o plasmada en un papel, por poner un caso, no se encuentra dominada por el sistema de codificacin de cada uno de sus pixels. Excepto en el caso

    5 Vase http://www.unesco.org/culture/intangible-heritage/29afr_uk.htm. La UNESCO ya no goza del re-

    nombre de otrora y Occidente se ha tornado indefendible, ni que decir tiene; pero cuando los filsofos o los crticos de la cultura, sin medir consecuencias, descalifican o declaran aborrecible un rasgo occidental o capitalista que luego descubrimos que otras sociedades comparten, corren el riesgo de incurrir sin que-rerlo en las formas ms feas y capciosas de discriminacin.

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    16

    de las imgenes computacionales en estricto blanco y negro, ni aun el valor unitario de cada uno de los puntos que la conforman se dirime en el plano de una relacin biunvo-ca. Ni siquiera las mquinas de Turing, modelos mnimos de la computacin universal, se encuentran restringidas a un alfabeto binario (cf. Gandy y Yates 2001). Para ir dando cierre a esta cuestin dir que el hecho de que la codificacin electrnica subyacente sea binaria, octal, decimal, hexadecimal, sexagesimal, klingon o romulana nada tiene que ver con la forma en que una imagen se percibe, se vive o se experimenta. Como quiera que sea, desde las eras ms arcaicas de la informtica las mquinas se pro-graman y se operan a travs de lenguajes de alto nivel y humanamente inteligibles, coordinando una multiplicidad de capas, gracias (precisamente) a instrumentos concep-tuales como los que Chomsky contribuy a desarrollar.

    Tampoco cabe dar crdito a la idea de que un procesamiento centralizado de corte impe-rial es ingnito a la informtica y un anlogo perfecto del poder centralizado en la polti-ca, del pouvoir disciplinaire foucaultiano y del centro-raz de los rboles gramaticales (que acabamos de comprobar dudoso) (cf. D-G 2006: 11, 21). Por empezar, existen des-de muy antiguo mecanismos de procesamiento masivamente paralelos, sistemas de a-gentes autnomonos, estilos de pizarra, arquitecturas cliente-servidor y servicios de cloud computing, computacin distribuida, concurrente, peer-to-peer o de participacin equipotente cuya mera existencia prueba que un procesamiento central no es requisito definitorio de toda informtica concebible (Reynoso 2004). La computacin des-centra-da no es una rareza perifrica ni una excepcin que confirma la regla: el mecanismo in-formtico ms complejo, heterogneo y colosal que ha existido (la Web) carece del ms mnimo vestigio de un centro-raz.

    Los componentes de una red informtica tampoco giran invariablemente en torno de un centro con facultades panpticas de control. La mquina en que estoy escribiendo, sin ir ms lejos, posee cuatro procesadores y a juzgar por la orientacin de los proyectos in-dustriales en marcha los aparatos del futuro prximo vendrn con muchos ms. Las uni-dades centrales de procesamiento (CPU) no son en sentido estricto dispositivos de con-trol, los cuales suelen ser numerosos y especficos: en una mquina cualquiera hay una larga docena de controladores de disco, de video, de impresin, de juegos, de red. Cuan-do se utiliza esta ltima gran parte de la computacin involucrada se realiza asimismo en un nmero indefinido de otros lugares.

    Las CPUs, por centrales que se las haya reputado, no zanjan, ni censuran, ni deciden na-da en el plano conceptual; simplemente son los lugares de accin de fuerza bruta en que se serializan y ejecutan las operaciones propuestas [submitted ] por una horda de instan-cias que se alternan en su uso: mdulos del sistema operativo, drivers, instrucciones de programas de alto y bajo nivel, interfaces, mecanismos de coordinacin, etc. En los es-quemas distribuidos clsicos, por ltimo, los dispositivos que centralizan la mayor parte de la gestin computacional no son los que comandan sino, literalmente, los servidores. La idea del procesamiento informtico como un mecanismo centralizado que procede mediante decisiones binarias o biunvocas que se ramifican a partir de una raz, en sn-

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    17

    tesis, no es ms que una entre las muchas simplificaciones que todava subsisten y que se tornan ms distractivas y equvocas cada da que pasa.6

    A la postre, los autores del gnero rizomtico buscan capitalizar el hecho de que en el mundillo intelectual pos-estructuralista lo binario est mal visto, por confusas, esquem-ticas y disparatadas que hayan sido las razones que llevaron a constituirlo en abomina-cin; pero hay muy poco de estrictamente binario en los modelos del lenguaje o la com-putacin que decidieron rebatir: no ms, en todo caso, de lo que hay en la lgica biva-lente convencional que ellos mismos utilizan todo el tiempo.

    Aunque ese acto dejara al pensamiento privado de toda tipificacin y todo orden, De-leuze y Guattari estn en su derecho de recusar las jerarquas si as se les antoja; pero eso no los habilita a atribuir a los niveles superiores de una organizacin o de una es-tructura de procesamiento las propiedades que (como quiera est construido el modelo) slo conciernen a los niveles inferiores. Por otra parte, las propiedades de un nivel jerr-quico particular (el binarismo, en el caso que nos ocupa) slo son atinentes con referen-cia a un nivel especfico, en ciertos casos especiales y en el rgimen de un marco que admite la validez de razonar y operar en trminos de jerarquas cuando es preciso hacer-lo. Si uno mismo se prohbe y pretende prohibir al prjimo pensar distintiva y jerrqui-camente dira Wittgenstein cuando de jerarquas se trata acaso lo mejor es callar. Puede que sea hora entonces de tomar distancia de esta cacera maquinal de binarismos que nunca han existido realmente en el plano sintctico o semntico y que slo son fru-tos (bienintencionados pero insostenibles) de la imaginacin febril de una literatura ms vehemente que experta.

    6 Si se quiere experimentar el contraste entre las ciencias y las tecnologas como ciertos intelectuales pre-

    tenden que sean y como realmente son, invito a comparar los estereotipos sobre computacin en los que abunda la literatura posmoderna en general y rizomtica en particular con los rumbos y los conceptos que se han desarrollado en arquitectura de computadoras en lo que va del siglo (cf. Abd-El-Barr y El-Rewini 2005; Hennessy y Patterson 2006; Page 2009).

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    18

    4. Las palabras y las cosas

    No antropomorfices las computadoras. Ellas detes-tan esas cosas.

    Annimo

    Ms importante que todo esto es que los lenguajes independientes de contexto, binarios o no, son, como bien se sabe, una entre las clases de lenguajes formales; de ningn mo-do constituyen un modelo del lenguaje natural o del logos como racionalidad. Ni por a-somo tampoco los trminos que se alojan ms arriba en una estructura arbolada (Sin-tagma Nominal, pongamos por caso) imparten rdenes a (o ejercen alguna forma de opresin sobre) los que se encuentran por debajo (Artculo o Nombre) tal como los autores dan por sentado.

    Es verdad que en la jerga tcnica de la lingstica aparecen clusulas y conjunciones su-bordinadas, estructuras dependientes, determinantes, dominios semnticos, teoras de rgimen y ligadura, modos imperativos, funciones conativas, dominaciones [constituen-cies] y otras entidades con nombres de esa ndole. Pero en el mbito de las gramticas la idea de subordinacin tiene que ver con procedimientos seriales de re-escritura, con coordinaciones de tiempo, gnero y nmero, con casos direccionales de concomitancia o con pertenencias a conjuntos acotados a los confines de un modelo, antes que con he-gemonas dictatoriales o subalternidades gramscianas. Lo mismo sucede con el resto de las categoras o con las que remiten a otros infinitos campos conceptuales. En lingsti-ca, as como en matemticas, ceirse al significado literal y la etimologa deja el discur-so susceptible y el campo expedito a todas las variedades de lo que Gilbert Ryle (1932) tipificaba como expresiones sistemticamente engaosas.

    Por eso es sintomtico que Deleuze se entusiasme o se indigne ante las resonancias ideolgicas del vocabulario o de los ideogramas lingsticos caracterizndolos de una manera que recuerda los extravos de tipificacin del esquizo batesoniano o los delirios de interpretacin literal de Donald in Mathmagic Land (races cuadradas de Ludwig von Drake incluidas), como si los trminos del lenguaje y los signos notacionales fuesen no-mencladores o sealizadores cuyos significados, cargados de sinestesia, plenamente ob-servables y a flor de tierra, concuerdan con su valor nominal (cf. Bateson 1985). La falla es grave, fundamentalmente porque las tcticas que se derivan de esa visin tie-nen el tpico diseo de receta fcil que los seguidores estn esperando para replicarlo, porque el mtodo se agota en un ejercicio de diagnosis que en el caso improbable de que fuera fidedigno nada revelara que no fuera intuido de antemano, y porque esa herme-nutica no se sigue de los principios a los que tendra que apegarse el movimiento. Al-guien que privilegia con tanta fiereza la dimensin pragmtica y que se aboca a poner el concepto de significante tan apasionadamente en duda tendra que atenerse a los recau-dos que l mismo predica y no debera creer con tanto candor que en los contextos ms dismiles palabras que lucen parecidas o que se asocian con grafismos anlogos remiten

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    19

    ontolgicamente a la misma cosa, poseyendo una cohorte de atributos invariantes en to-dos los dominios en que se manifiestan.

    Si la pertenencia a clases implica jerarqua, entonces tambin los elementos de una ma-triz celular, de una red o de un grafo estn subordinados a las clases que los incluyen: vecindarios, cliques, comunidades, sub-redes, bloques, cuencas de atraccin, grillas y hasta rboles, o como quiera que se las desee articular (cf. figura 7, izq., pg. 50). Pues generalizar, particularizar, distinguir, situar la palabra en diversos planos de abstraccin, inducir, organizar el pensamiento mediante una lgica estratificada de clases (en la mis-ma medida que el hablar en prosa) forma parte inevitable del ejercicio de razonamiento verbal humano lato sensu. Ni siquiera es algo peculiar del pensamiento cientfico, de la lgica occidental o de los gneros arborescentes que los autores encuentran repudiables: por ms que ella misma no haya sido suficientemente reflexiva a ese respecto, hasta la oratoria rizomtica est de cabo a rabo sometida a dicha coaccin. Desafo a quien pien-se lo contrario a que seale una sola elocucin significativa del canon deleuziano que haya logrado evadirse de ese principio y que se encuentre en verdad emancipada de las reglas de la lgica bivaluada y de las imposiciones de semanticidad que rigen el lengua-je en que se expresa. Mientras que por un lado el pensamiento rizomtico se eriza ante la percepcin de ame-nazas que luego resultan no ser tales, por el otro acepta mtodos de asociacin libre que al cabo se vuelven en su contra. Cuando en nombre del rizoma se equiparan las jerar-quas arborescentes de la gramtica con los regmenes jerrquicos de la poltica se co-mete el mismo error de interpretacin literal de las metforas y de intrusin de lo con-creto en lo abstracto que la Junta Militar argentina perpetr al prohibir las matemticas modernas, la lgica de clases y la teora de conjuntos; de ellas deca que propugnaban trabajar los nmeros colectivamente, lo cual subverta la posibilidad de tratarlos como los tenaces individuos que son (Neilson 1978). S muy bien que nuestros sutiles filsofos y esos patticos dictadores no valan lo mis-mo ni pensaban igual; cae de suyo tambin que los agenciamientos colectivos de Deleu-ze se situaban en las antpodas de este individualismo pequeoburgus de baja estofa.7 Pero a pesar de que sus credenciales polticas y sus cualidades humanas han sido tan dispares, al cruzar la lnea roja que mantiene la distincin entre los sentidos estrictos y los figurados y al consentir que las abstracciones del modelo se impregnen de connota-cin, el mtodo de razonamiento rizomtico termina arrojando una luz poco halagadora sobre su propio aparato esquizo de inferencia y homologando las formas lgicas (si es que no los contenidos) de paralogismos tan burdos como los que lleg a patrocinar la dictadura. Entre las personas y las filosofas de las que aqu se discute, en fin, es seguro

    7 Aquietados los nimos y aclarado el panorama, sin embargo, se percibe que la teora poltica quiz no

    sea el segmento ms perdurable del legado deleuziano y que ha sido impugnada desde la izquierda con una contundencia demoledora. Escribe Peter Hallward (2006: 162-164): Pocos filsofos han sido tan ins-piradores como Deleuze. Pero aqullos que todavan quieran cambiar nuestro mundo u otorgar poder a quienes lo habitan necesitarn buscar inspiracin en otro lugar. Vase tambin Engel (1994), Badiou (1997), Bar y Soderqvist (2002) y iek (2006: 38, 50 et passim).

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    20

    que no hay ni punto de comparacin; pero entre los rboles despticos y los nmeros in-dividualistas no he sido capaz de descubrir, formalmente hablando, la diferencia cient-fica o poltica que cabra esperar.

    No parece sensato, entonces, sumarse al hbito rizomtico de juzgar el valor de los for-malismos en base a las asociaciones de imaginera que despiertan, pues estas mutarn y se diversificarn conforme a las convicciones variables de cada quien o a las cavilacio-nes aleatorias que vengan a la cabeza. Por ms que la idea seduzca a quienes compartan la propensin de Deleuze a calificar las doctrinas escondidas en los textos cientficos desde una postura que Slavoj iek (2006: 16) ha tildado de radicalismo chic, las fa-milias de algoritmos tampoco poseen un signo poltico distintivo que defina quines ha-brn de ser sus usuarios de preferencia, sus afinidades dogmticas o las causas a las que resultarn funcionales.

    Todo smbolo adems se sabe polimorfo, de modo que la estructura de un rbol no ad-mite una nica valoracin: las ramas terminales de un smbolo arboriforme pueden in-terpretarse ya sea como el albergue de los elementos ms marginales o derivativos del conjunto, o como el lugar propio de las clases ms perfeccionadas del proceso evolutivo que el rbol ilustra. Desmintiendo lo que propona Magoroh Maruyama (1980) en su en-sayo sobre los mindscapes, en el plano tcnico no es trivialmente fcil identificar estilos algortmicos de los que pueda asegurarse que son polticamente progresistas o retrgra-dos con independencia de su uso: un pensador de izquierda como Noam Chomsky ha u-tilizado ocasionalmente rboles para ilustrar un punto, mientras un conservador recalci-trante como John von Neumann (partidario de arrojar la bomba atmica sobre la Unin Sovitica) desarroll su estudio sobre mquinas que se auto-reproducen en base al mo-delo rizomtico de los autmatas celulares.

    Hay algo de obsceno, por otra parte, en endilgar apego por ideologas opresoras precisa-mente a Chomsky, quien ha sido rdenes de magnitud ms radical, resuelto y consisten-te que Deleuze o Guattari ( y muy probablemente que usted o yo) en lo que atae a su militancia libertaria.

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    21

    5. Orientalismos, ritornelli y cantos de pjaros

    En ciertos crculos intelectuales de Francia, las ba-ses mismas para la discusin un mnimo de respe-to por los hechos y la lgica han sido virtualmente abandonadas.

    Noam Chomsky (1988)

    Dejando de lado unos pocos opsculos caractersticamente snobs y autoindulgentes o tcnicamente descabellados (pienso sobre todo en Chaosmose), ni duda cabe que tanto Deleuze como Guattari han sido prdigos en ideas brillantes. Pero el esquema rizom-tico ostenta flancos dbiles que no solamente se manifiestan en su lectura de la lingsti-ca o de las ciencias formales (cuya miopa en esta corriente filosfica ha sido proverbial pero sera hasta cierto punto comprensible) sino que tocan de lleno a su visin de la his-toria, la cultura y la antropologa. En contraste con un Occidente arbreo y absolutista, por ejemplo, Deleuze y Guattari (levemente maostas en sus aos mozos e inspiradores ellos mismos de una prctica apelada Guattareuze en el movimiento maodadasta) ima-ginan una China y una India en las que los tiranos son magnnimos y generosos y el propio rbol de Buddha deviene rizomtico (D-G 2006: 24; Collectif A/traverso 1977; Morris 1978; Thoburn 2003: 176-177).

    Figura 3 Tringulo de Yang Hui. Publicado en 1303 en el Si Yuan Yu Jian [] de Zh Shji.

    El diagrama, predecesor de los tringulos de Pascal (mdulo 2) y de Sierpiski, es al mismo tiempo un rbol y una matriz rizomtica-celular con vecindario de von Neumann.

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    22

    Incluso la ejemplificacin del caso resulta chocante por su falta de agudeza en el trata-miento de la historia cultural, por la escualidez de su erudicin y por el escamoteo de datos esenciales; pues fue en la India de la quema de viudas, del Cdigo de Leyes de Manu y de la jerarqua de castas ms despiadada que se conoce donde se origin el A-dhyy [] de Pini (1896), la madre de todas las gramticas.8 Y fue el Ce-leste Imperio, al que se pinta imbuido de una cosmovisin rizomtica de ensueo, el lu-gar al que desde el siglo VII se llevaban esclavos del Zenj ( la actual Zanzibar), en el que se institucionaliz durante siglos el Mui Tsai [] (la venta de hijas pequeas como esclavas) y en el que en el siglo XI se concibieron el Yngzo Fsh [] y lo que luego sera el tringulo de Yang Hui [], que son respectivamente la primera gramtica arquitectnica de la historia y la primera representacin arbolada de los coefi-cientes binomiales (figura 3; cf. Oliver 1975: 192; Sylvester 1999: 238-242; Li 2001). Poco afortunada es asimismo la observacin de que en el Oriente rizomtico el dspota se comporta como ro, abrazando las aguas, instituyendo en un marco temporal que no se especifica un poder hidrulico canalizante de propiedad dbil que no acta segn un esquema arborescente (aunque no queda claro cmo es que lo hace) (D-G 2006: 24). Por una parte, no es exactamente eso lo que dice Karl Wittfogel (1960), en cuyas e-laboraciones Deleuze y Guattari dicen que se han nutrido pese a que no demuestran fa-miliaridad con su vocabulario y a que le atribuyen ideas que l nunca aliment. La de-bilidad del vnculo definido por Wittfogel no se refiere a la impermanencia de las jerar-quas que se instituyen o al carcter mutable de las potestades del dspota (como podra inferirse de la intrincada escritura deleuziana) sino a los derechos que los propietarios chinos poseen sobre la tierra. Escribe Wittfogel:

    En las ms altas civilizaciones de Asia y de la Amrica antigua exista la propiedad priva-da; en algunos casos ella era extensiva. Pero en contraste con la propiedad feudal y post-feudal, era una propiedad dbil. En esas civilizaciones un poder desptico tenda a gra-var la propiedad privada con impuestos generales y pesados. Reduca la magnitud de las unidades propietarias mediante leyes fragmentativas de herencia y confiscaciones peridi-cas. Y haca imposible que los propietarios de propiedad privada unieran sus fuerzas en organizaciones independientes polticamente efectivas (Wittfogel 1955: 471).

    Desde los mismos ttulos, las tesis de Wittfogel desarrollan la idea de una sociedad de clases y de un poder total que requiere una frrea burocracia centralizada, como nues-tros autores se ven forzados a admitir poco despus de insinuar lo contrario (D-G 2006: 24-25). No se trata, pues, de un ndulo arborescente anmalo en un tejido mayormente rizomtico, sino de uno de los absolutismos jerrquicos ms rgidos y persistentes que han existido: Terror total Sumisin total Soledad Total (Wittfogel 1957: cap. 5). En segundo orden, no es estrictamente verdad que la naturaleza del poder hidrulico en-carne ce que na jamais t rfut dans les thses de Wittfogel (D-G 1980: 30): cual-

    8 Vanse los ocho volmenes del Adhyy con traduccin al ingls y los principales comentarios can-

    nicos de primero y segundo orden en http://www.wilbourhall.org/index.html#panini. La traduccin fran-cesa del Mnava Dharmastra se encuentra en http://openlibrary.org/books/OL14021409M/Manava-dharma-sastra (visitado en enero de 2012).

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    23

    quiera sea el contenido o el valor de verdad de dichas tesis, o la medida en que ellas se mantienen en pie, la refutacin de las ideas de Wittfogel en ese rubro constituye un g-nero literario establecido tanto en la antropologa como en los estudios orientales (Eber-hard 1958; Eisenstadst 1958; Pulleyblank 1958; Toynbee 1958; Leach 1959; Fernea 1970; Mitchell 1973; Elvin 1975; Nikiforov 1975; Felix 1979; Gellner 1985; Butzer 1996; Harrower 2009). Algunos de estos estudios han despejado un terreno proclive a los errores de tipificacin, demostrando incluso que en ninguno de los diecinueve textos publicados sobre China entre 1853 y 1862 Marx y Engels tipificaron su sociedad como un despotismo oriental o la presentaron como ejemplo caracterstico del modo asiti-co de produccin basado en el control del riego (Torr 1951; Meisner 1963).9 La crtica de las ideas de Wittfogel, masiva y vehemente, lo ha convertido en una de las figuras ms controversiales en la historia del marxismo (Ulmen 1975; Bailey y Llobera 1979: 541). Especialistas esenciales, como el formidable Joseph Needham (1959), han dedica-do una parte importante de sus carreras a su impugnacin radical. No hay como sumer-girse en esta literatura enorme y agonstica para corroborar la resonante falta de garra, bagaje erudito y capacidad de tratamiento sistemtico en la aproximacin deleuziana a una de las polmicas ms estimulantes que se hayan desencadenado jams en el interior de nuestras disciplinas.

    En tercer lugar, la estructura fractal de toda cuenca hdrica (aunque sea la del ro de Mao) es por desdicha idntica a la de casi todo rbol: un arquetipo que exhibe una es-tricta distribucin estadstica de ley de potencia, con un solo tronco nodal, pocas ramas gruesas, varias otras un poco ms finas y muchas todava ms delgadas. Si la idea era contrastar icnica, simblica o indicialmente lo arborescente y lo rizomtico contrapo-niendo rboles y ros, se me ocurren pocas decisiones de instanciacin ms fallidas que sta.10

    Menos fortuna aun tienen los autores al hablar de msica, tpico en el que despliegan un vocabulario asombrosamente impreciso. La vaguedad enunciativa alcanza su apoteo-sis con el concepto de ritornello, rasgo rizomtico que se pretende esclarecedor pero que no sirve para distinguir el desarrollo beethoveniano del da capo barroco, la progre-sin de Schnberg del leitmotiv wagneriano, el stornello folklrico de la coda madriga-lesca, o los temas-y-variaciones de la forma sonata (D-G 2006: 317-358): una categora, en fin, que ha propiciado observaciones de una ligereza memorable, como la que sigue:

    9 La obra completa de Marx y Engels (incluyendo su correspondencia) se puede consultar en lnea en

    http://www.marxists.org/archive/marx/index.htm. Los 17 artculos fundamentales sobre China publicados en el New York Daily Tribune se encuentran en http://www.marxists.org/archive/marx/works/1853/china/ (visitado en enero de 2012). 10

    Como es sabido, Deleuze y Guattari deploran los rboles pero ensalzan los fractales (D-G 2006: 494-495). La injusticia potica que hay en ello finca en que si existiese en la naturaleza un arquetipo supremo de conjunto fractal se sera precisamente el rbol (Mandelbrot 1977: 151-165; Prusinkiewicz y Hanan 1998; Prusinkiewicz y Lindenmayer 1990). rboles y helechos autosimilares son asimismo infaltables en los estudios y programas de computacin fractales basados en sistemas de funciones iteradas [ IFS] (cf. Barnsley 1989; 1993; 2006).

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    24

    A menudo, se ha resaltado el papel del ritornelo: es territorial, un agenciamiento territo-rial. El canto de los pjaros: el pjaro que canta marca as su territorio Los modos grie-gos, los ritmos indes, tambin son territoriales, provinciales, regionales. El ritornelo [] tiene como concomitante una tierra, incluso espiritual, mantiene una relacin esencial con lo Natal, lo Originario (D-G 2006: 319).

    Primero que nada es inexacto que los modos griegos (que engaosamente llevan nom-bres tales como drico, frigio, jnico, lidio, mixolidio, hipolidio, hipofrigio e hipodri-co) se refieran a territorios, provincias o regiones en Grecia central (Locris) o en Asia Menor de los que son concomitantes, tal como parece implicar Deleuze en la frase cita-da. Por el contrario, la asociacin entre estos nombres tnicos y modos combinatorios que surgen de la aplicacin de unos pocos principios algortmicos es un artilugio de pu-ra alegora y preceptiva moral, tal como fue denunciado por el peripattico Aristgenes de Tarento [ca. 335 aC], que fue quien los codific de la manera en que hoy se conocen en escritos que el lector puede consultar en lnea (Aristgenes [1902] 31: 122-123, 187-188; Barbera 1984: 240; Mathiesen 2001: 6.III.d). Lo que importa de este complicado asunto es que en l se esconde una dimensin ideo-lgica y poltica que en su avidez por aducir ejemplos y coleccionar concomitancias la visin rizomtica pasa por alto. El hecho es que a pesar de sus rudimentos de democra-cia calificada el pensamiento griego era cualquier cosa excepto igualitario, como todo filsofo debera saber. En esta tesitura, la lgica de sentido que gobierna la asignacin de los nombres no tena que ver con la localizacin geogrfica de los modos originarios, sino con el valor tico que se les atribua. La afirmacin de que los modos frigio y lidio eran vulgares y por ende extranjeros, y que el modo drico era el ms refinado y por tanto el ms acorde con la esttica helnica bien puede provenir del dilogo Laches de Platn o de mucho antes; pero su larga prosapia no le confiere credibilidad, pues hace tiempo se sabe que es una fantasa anacrnica aristocratizante, etnocntrica y despec-tiva (Henderson 1957: 390).11 En el estado actual del conocimiento, creer que esas de-nominaciones pueden corresponder a (o ser supervivencias de) etnnimos o toponimias fidedignas que sealan una diversidad multicultural inherente al juego armnico de las territorialidades rizomticas es un error de musicologa, un acto de ingenuidad poltica y un salto especulativo de primera magnitud. Lo mismo cabe decir de los tla o ritmos indes, los cuales aparecen implicados en la fbula del agenciamiento territorial en pa-ridad cualitativa con los modos griegos sin que se aduzca ningn fundamento y sin que ellos posean siquiera nombres sugerentes de identidad tnica o de carcter regional.

    Yendo ms al nudo de la cuestin, en ltimo anlisis, cabe preguntarse cul podra ser la relacin esencial entre los ritornelli de la cancin pop globalizada y lo provincial, lo

    11 Platn, Laches, 188d. El prrafo se puede leer en lnea en la traduccin inglesa de W. R. M. Lamb en

    http://www.perseus.tufts.edu/hopper/text?doc=Perseus%3Atext%3A1999.01.0176%3Atext%3DLach.%3Asection%3D188d. Visitado en enero de 2012. Vase tambin Repblica, 398e-399a, donde los modos de la familia lidia se reputan inservibles incluso para las mujeres. La ms anti-barbrica de las formulacio-nes tal vez haya sido la de Herclides de Ponto [ca. 390-310 aC], contemporneo de Aristteles, quien re-servaba el trmino harmona para los modos especficamente griegos (Hagel 2009: 4, 430; Landels 1999: 86, 98).

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    25

    Natal y lo Originario, cmo es que se establece material o conceptualmente la concomi-tancia entre una estructura musical repetitiva y la territorializacin implicada en ella y de qu manera podramos verificar o falsar un argumento semejante. Aun cuando fuese posible definir con la exactitud requerida qu regmenes de repeticin y transformacin son ritornelli y cules no, y aun cuando se pudieran delimitar con facilidad las unidades sociales, culturales o territoriales a tener en cuenta, los hechos seguiran siendo tan in-concluyentes ( y las causas de lo que suceda tan enigmticas) como vagas e improbables son las correlaciones que se arguyen.

    Ni las sociedades humanas ni las animales, despus de todo, son tan montonas y previ-sibles como conviene al mtodo; en ellas, todos los factores que estamos considerando estn tan convulsamente hibridados y transformados que ninguna arqueologa del saber se muestra capaz de restituir las formas prstinas de la expresin musical y sus territoria-lidades correspondientes, o de encontrar al menos algn provecho conceptual genuino en el despliegue de tal ejercicio. En un escenario donde todo es impuro, polimorfo, flui-do y poroso no hay forma de que un mtodo como ste logre hincar el diente; pero si uno se da por satisfecho con el estilo de fundamentacin que campea en Mil Mesetas, el problema no finca tanto en la posibilidad de que el investigador acabe su trabajo con las manos vacas, sino en que bajo estas reglas del juego y con una pizca de habilidad dis-cursiva cualquier circunstante pueda creerse capaz de demostrar sistemticamente cual-quier hiptesis que se le cruce por la cabeza (cf. Reynoso 2011b). No cualquier teora, en efecto, est en condiciones de imponer un orden cabal a los da-tos tal cual se presentan: as como existen incontables estilos globales plagados de estri-billos tambin hay testimonio de especies animales y grupos humanos nmades que em-plean ritornelli y de sociedades sedentarias que se sirven de recursos musicales cons-tructivos sin elementos de recurrencia peridica. Y tambin viceversa, o en grado diver-so, o inciertamente, o todo ello junto. Despus de dcadas en que los estudiosos propo-nan correlaciones entre el paisaje montaoso de Rumania y el canto basado en largos intervalos, o entre las danzas en lnea de los Tsonga y las grandes llanuras abiertas, o entre las interjecciones corales breves de los Sebei con la laxitud de su sistema poltico, en antropologa de la msica se ha aprendido que ningn lenguaje sonoro que haya ga-nado cierta autonoma es correlato fiel, icono analgico o espejo pasivo de un contexto, sea ste poltico, arquitectnico o territorial (cf. Reynoso 2006). En antropologa cultu-ral se ha demostrado una y otra vez que ninguna unidad societaria, sea ella rizomtica o arbrea, fra o caliente, abstracta o concreta, grafa o letrada, se escuda hoy o se ha es-cudado alguna vez tras lmites impenetrables en el espacio e invariables en el tiempo. Desde que Ralph Linton (1937) escribiera su ingenioso tour de force sobre los flujos y los influjos entre culturas, el antroplogo que le haya ledo intuye que las cosas son as; a los filsofos inclinados al esquizoanlisis (a quienes su modelo los induce a apegarse a dualismos netos, a igualaciones entre culturas y lugares y a valores de autenticidad) quiz convenga recordrselo cada tanto.

    Todava hay ms que decir a este respecto. En sentido estricto, el ritornello como forma codificada se afianz en el seno de la msica barroca de Handel, Bach, Vivaldi y Tele-

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    26

    mann, representativa de un perodo cosmopolita y transnacional como han habido po-cos, en el que se promovi un gnero con alguna que otra inflexin prosdica peculiar pero carente de toda seal de localismo en el plano de las formas. El ritornello barroco aparece exactamente en la misma poca en que se instauran los modos mayores y me-nores y el espacio estriado del temperamento equidistante, que es tambin el momento en que desaparecen los modos gregorianos que todava guardaban, trastrocadas, aquellas nomenclaturas helensticas con resabios de etnicidad, centro y periferia.

    Ninguna concesin semntica, en fin, logra que la metfora de la territorialidad nos a-clare la relacin que podra existir entre un pjaro en particular que marca su dominio fijando lmites a otros pjaros, un msico hind que ejecuta una msica que slo Deleu-ze imagina iterativa frente a personas de su mismo endogrupo, y un autor alemn (diga-mos Handel) que compone en italiano un aria da capo que expresa en un estilo aptrida el sentimiento de una reina egipcia, aderezndola al gusto de un pblico ingls. A lo que voy es a que si hay en la historia del arte occidental una etapa carente del ms tenue in-dicio de territorialidad sa es, paradjicamente, aquella en la que el ritornello cristaliz como tal. Como deca el antroplogo Clifford Geertz ante las correspondencias propues-tas por Mary Douglas, la tesis tartamudea: sumergido en una maraa de hechos equivo-cados y razonamientos inciertos, el modelo rizomtico se muestra, en este rubro al me-nos, un predictor de analogas y congruencias ms precario que (por ejemplo) el viejo mtodo erudito de la escuela histrico-cultural o que el mero sentido comn.

    Como quiera que sea, tambin es dudoso que la afirmacin de que los pjaros marcan su territorio mediante cantos con ritornelli pueda generalizarse ms all de unos pocos ca-sos. Muchas especies (como el Acrocephalus palustris) no marcan su territorio median-te un canto distintivo sino que imitan los cantos de otras variedades, algunos de los cua-les son iterativos mientras que otros no lo son. En una proporcin significativa el canto de los pjaros forma parte de un ritual de ostentacin y apareamiento ms que de un acto de marcacin territorial (Catchpole 1976; Luschi 1993; Slater 2000; Catchpole y Slater 2008). Algunos cantos de pjaros son ciertamente repetitivos, pero muchas espe-cies producen piezas con desarrollo continuo o carente de repeticiones mientras que o-tras (como la curruca silbadora [Acrocephalus schoenobaenus], la curruca de Cerdea [Sylvia melanocephala], el sinsonte o cenzontle marrn [Toxostoma rufum] y el cenzon-tle gris [Mimus polyglottos]) raramente cantan los mismos motivos complejos ms que una vez.

    Ms todava que el carcter iterativo de pequeos motivos meldicos, esta caracterstica de la multiplicidad del canto de las aves ha ganado saliencia en las poesas americanas de todos los tiempos. De hecho, el vocablo nhuatl cenzontle significa cuatrocientas voces. Cualquier mexicano que haya tenido en la mano un billete de cien pesos sabe muy bien que Acolmiztli Nezahualcytl [1402-1472], tlatoani o monarca de Texcoco, haba glorificado la riqueza del canto del sinsonte:

    Amo el canto del cenzontle pjaro de cuatrocientas voces; amo el color del jade y el enervante perfume

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    27

    de las flores; pero amo ms a mi hermano el hombre.

    Ms de quinientos aos despus Silvio Rodrguez todava cantaba: Si no creyera en la locura de la garganta del sinsonte si no creyera que en el monte se esconde el trino y la pavura...

    El Mimus polyglottos no es sino lo que en lengua inglesa se conoce como mockingbird, o sea pjaro imitador, un ave cuya capacidad mimtica fuera saludada oportunamente por Tom Waits. La especie pertenece a la familia de las paserinas (Mimidae), la cual en-globa otras treinta especies slo en el nuevo mundo. Por otro lado, no ha sido tanto el pico de los pinzones de las Galpagos como el canto de pjaros parecidos a los mmidos (y en particular el de las especies del grupo Nesomimus) lo que inspir una parte sustan-cial de la teora darwiniana de la evolucin (Barlow 1963; Curry 2003).12 Igual que sucedi cuando Deleuze y Guattari no tuvieron mejor idea que hablar nada menos que de China y de la India para darnos ejemplos de sociedades sin jerarquas a-fianzadas, o cuando propusieron un ritornello globalizado hasta el tutano como indica-dor de idiosincracia regional, o cuando calificaron una de las ideas ms discutidas por propios y extraos como una tesis jams refutada, otra vez encontramos aqu un efecto de foco que hace que las estructuras correlacionales de la realidad se vean avasalladas por la singularidad de la visin de observadores que poseen (literalmente) muy poca experiencia de campo y que por ello arman sus estereotipos a contramano de lo que dic-ta la percepcin, la ciencia y hasta el buen sentido: pues slo en contadas regiones del espacio domstico y urbano (peculiarmente quiz en las riveras del Sena, poblada de gorriones que apenas se atreven a piar) la produccin sonora de los pjaros puede aso-ciarse inequvocamente con frmulas iterativas netas y simples ms o menos afines a un ritornello.

    En otro orden de cosas, no existe ninguna evidencia que demuestre que los cantos de pjaros cuyo nivel de recurrencia temtica se encuentre por encima de cierto umbral co-rrelacionen estadsticamente con alguna medida de alta intensidad del sentimiento terri-torial, con el grado de eficiencia en la gestin del territorio o con algn factor parecido. En el marco de una comprensin conjunta de los procesos filogenticos de las especies y de sus cantos, y tomando en cuenta lo que se ha aprendido sobre el valor adaptativo de los cantos complejos y sobre los patrones de influencia de la melatonina, el estrgeno, la testosterona y otros factores neuroendocrinolgicos en la estructura del canto, el jui-cio de los expertos hoy tiende a favorecer ms bien los argumentos contrarios (Fusani, Beani, Curry y Dess-Fulgheri 1994; Fusani y Gahr 2000). El extravo musicolgico de Deleuze y Guattari no acaba en este punto y propone una nueva dualidad que tampoco resulta persuasiva. Si la msica tonal de la tradicin euro-

    12 En la versin electrnica de este libro el cambiante canto del sinsonte se puede escuchar o recuperar

    desde http://carlosreynoso.com.ar/archivos/articulos/Mimus_polyglottos.wav.

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    28

    pea se considera arborescente mientras la atonalidad o las pautas modales de Oriente se juzgan rizomticas (D-G 2006: 98-99), cuando miramos los cnones musicales de China y la India vemos que la distincin decididamente no se sostiene, pues tanto los antiguos sistemas tonales sh r l [] o el del gqn [] como los sistemas de rgas de Hindustan o de Karnaka constituyen regmenes ms centrados, hipercodificados, je-rrquicos y normativos de lo que jams fuera el caso en el mundo occidental. Un rga regula mucho ms que un modo o una escala; es una preceptiva que rige la escala, la l-nea ascendente y la descendente, las notas a enfatizar, el registro, la ornamentacin, la entonacin y el fraseo. Una pieza elaborada sobre un rga especfico debe tocarse de cierta manera minuciosamente prescripta a cierta hora del da y en determinadas estacio-nes del ao, a riesgo de que sobrevenga el infortunio o el cosmos colapse si as no se hi-ciere.

    Quiz estoy hilando demasiado fino o tomando en serio lo que no debiera. Tal vez las disquisiciones deleuzianas sean ms bien irnicas y slo pretendan pater le bourgeois, engranando con la idea insolente de que los norteamericanos son todos distintos (mu-chos individuos variables) mientras los chinos son todos iguales (una gran gama de clones) (D-G 2006: 23). Llegados a este extremo, sin embargo, y debido a que mi primera lealtad es para con la antropologa, me inclino a pensar que hay un punzante he-dor de ruindad en estos epigramas y que estos gestos que al principio slo parecen cari-caturas de gusto dudoso acaban socavando el argumento rizomtico en su conjunto: co-mo bordadura de un cronotopo antropolgicamente grosero que busca entender lo anti-guo o lo oriental como comportamiento de manada cercano a la naturaleza, tenemos a-qu, claro como el agua, un retroceso de dcadas respecto a Edward Said, a Alan Lo-max, a Heinrich Schenker o a Aniruddh Patel, si es que alguien quiere saber mi opinin.

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    29

    6. Logocentrismo, lenguaje y poltica

    Bienaventurado sea el hombre que no teniendo nada que decir, se abstiene de proporcionar evidencia sobre ese hecho.

    George Eliot, Impressions of Theophrastus Such, 1879

    En otro orden de problematicidad, si se pretende que la jerarqua de un sistema de inclusin de clases y la de un sistema poltico totalitario son la misma cosa (igualacin que no hace justicia ni a las abstracciones de la lgica o la lingstica ni a las materiali-dades de la poltica), entonces es igualmente cuestionable la presuncin deleuziana de que slo en Occidente han habido sistemas linneanos de mltiples niveles, signifi-cantes despticos afines a los modos logocntricos del saber y el poder (Pinzn Cas-tao, Surez Prieto y Garay Ariza 2004: 20; D-G 2006: 35, 71, 73, 118, 122-128, etc).13 Poniendo en duda esa creencia, la antropologa cognitiva ha testimoniado la existencia de taxonomas, partonomas, rboles binarios y claves clasificatorias en la tradicin oral de la virtual totalidad de las lenguas, las culturas y los campos semnticos, mucho ms all y desde mucho antes de que el ethos conceptual de Occidente alcanzara siquiera a plasmarse (Tyler 1978; Reynoso 1986a; DAndrade 1994). Aunque es verdad que exis-ten arquitecturas taxonmicas que no se basan en relaciones de pertenencia a conjuntos aristotlicos (semntica de prototipos, frames, scripts, esquemas, conjuntos toscos, lgi-ca difusa), no se ha documentado una sola cultura de la que pueda decirse que sus acto-res carecen de estructuras conceptuales que organizan la cognicin y que admiten una representacin de constituyentes, de inclusin de clases, matricial o jerrquica.14 Estas estructuras como dije o bien existen y se manifiestan en el uso, o estn latentes, como a la espera que la investigacin las elicite y las saque a la luz. En ltimo anlisis, en las sociedades de mayor escala o en aquellas a las que se llama modernas nada hay que so-porte una comparacin con las complejsimas estructuras de parentesco (arborescentes por naturaleza) documentadas en sociedades sin registro escrito desde que W. H. R. Ri-vers inventara el mtodo genealgico en los inicios mismos de la antropologa.

    Los hechos sugieren, en suma, que la acusacin de logocentrismo que pesa sobre Occi-dente en tanto territorio del psicoanlisis y la lingstica debera examinarse con mayor cautela. Llevado a su extremo, el mero uso de semejante concepto en el intertexto rizo-mtico estara implicando que fuera del rea de influencia de Occidente el lenguaje no

    13 Crase o no, la expresin logocntrico no se encuentra nunca en Mil Mesetas; dado que en el discurso

    rizomtico la palabra desptico (que por complicadas razones ha de distinguirse de autoritario) no aparece vinculada a la problemtica poltica sino al significante freudiano, lacaniano o lingstico, puedo admitir que de todos modos la presencia de la idea se infiere del contexto. 14

    Por aadidura, toda matriz n-dimensional o conjunto de reglas de sustitucin se puede representar como jerarqua y tambin a la inversa. Vanse materiales sobre categorizacin, complejidad gramatical, anlisis componencial y esquemas culturales diversos en mis pginas de (neuro)ciencia cognitiva y antropologa del conocimiento.

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    30

    ha tenido ni desarrollo expresivo ni peso pragmtico, que el logos (sea en el sentido de palabra, conocimiento, ley o fundamentacin lgica) slo alcanza su plenitud cuando se fija por escrito, que las sociedades que no han transicionado a la escritura o instituciona-lizado la reflexin sobre el significado lingstico son por tal razn inherentemente igualitarias y que en el mundo grafo la palabra, debido a su estatuto ms incierto, no ha podido ser ni merecer ser nunca objeto de tratamiento reflexivo. En el estado actual del conocimiento, estas implicancias desatienden lo que se ha apren-dido sobre las portentosas cualidades sistemticas de la oralidad y la memoria, retro-traen la discusin sobre la causalidad recproca entre poltica y lenguaje a los tiempos de Nikolai Marr y sobre todo reproducen la desprestigiada doctrina de la gran divisin, sus ansiedades conspirativas, sus dictmenes prematuros y sus ecos anacrnicos. Esta doctrina, sobre todo, apoteosis de una dicotoma atestada de valoraciones entre lo logo-cntrico y lo no-logocntrico, calco a su vez de una disyuncin todava ms tediosa e imposible de operacionalizar entre cultura y naturaleza, ha sido cuestionada con un am-plio consenso en la antropologa de la escritura y la oralidad, cualesquiera hayan sido sus discrepancias ntimas o sus atropellos propios (Calame-Griaule 1965; Ong 1967; 1982; Scribner y Cole 1981; Tannen 1982; Street 1984; Goody 1987; Graff 1987; Fin-negan 1991; Olson y Torrance 1991; Halverson 1992; Chandler 1994; Stone y otros 2004; Reder y Davila 2005; Carlson, Fagan y Khanenko-Friesen 2011). Hoy en da el punto de quiebre ya no se sita entre oralidad y escritura como grandiosas configuracio-nes epistmicas sino en la dinmica entre aspectos precisos de lo local y lo global, entre las memorias episdicas y semnticas del individuo, la memoria cultural y sus respecti-vos dispositivos de aprendizaje y olvido, entre las prcticas sociales en torno del texto en papel y la comunicacin digital, entre los mecanismos cognitivos universales y las polticas culturales de codificacin de las categoras (Oliver 1971; Cohen y Lefebvre 2005; Menzel 2008; Roediger 2008). Tal como se ha aprendido a propsito de cuestiones tan circunscriptas como la termino-loga para los colores y de las polmicas inacabables que suscit, el campo cognitivo ya no es propicio para las grandes sntesis ecumnicas. Los objetivos han de ser ms mo-destos: en la disciplina cognitiva contempornea (neurociencia social cognitiva inclui-da) la regla del juego consiste en elaborar hiptesis de corto alcance acompaadas de di-seos de investigacin imaginativos y robustos, de los que se sabe que estn supedita-dos a una extrema sensitividad a las condiciones experimentales, y de los que se espera que arrojen como resultado algn indicador provisional acotado a dominio que cada quien sumar o restar del conjunto de elementos de juicio que fundamentan su posicio-namiento ideolgico o cientfico. Ya nadie cree que pueda haber en el corto plazo una indagacin magna que subsuma el educto de todos los trabajos de campo en un rbol primordial (o en el rizoma maestro) y que haga que los partidarios de tales o cuales vi-siones de universalidad o singularidad y de sus herramientas y objetos de estudio corres-pondientes (v. gr. el inconsciente lacaniano vs el inconsciente esquizo, la razn sintcti-ca vs la pragmtica rizomtica local) muerdan el polvo, reconozcan su derrota y arren sus banderas para siempre. Igual que pasa en las ciencias duras y en las matemticas, el

  • Carlos Reynoso Crtica del pensamiento rizomtico

    31

    valor de una polmica radica en los matices, aprendizajes y obstculos que surgen en su desarrollo y no los dogmas monumentales que se imponen con su desenlace.

    Hay que admitir, a todo esto, que los filsofos del rizoma no son los nic