Revista Poesía V.1n3

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    o

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    ESPASA - CALPE S. A.

    HA PUBLICADO

    OBRAS CQMPLETAS

    JOS ORTEGA Y GASSET

    C O N T I E N E T O D A L A V A S T A Y H O N D A L A B O R E S C R I T A

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    D E V E N T A E N T O D A S L A S B U E N A S L I B R E R A S O E N

    E S P A S A - C A L P E S A.

    T A C U A R I 328 B U E N O S A IR E S

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    VoL . I - NM . 3 - E N T R . 2

    R e v i s a In ferna- a , Ji ^ gj l B ^ g ^ ^ ^ ^ gg | | j | D i r e cc . y Admin .

    cio na l de P oe sa ^= ;;^pigfSB> >iC^ *^^B Se av er 1656 (5-n)

    m e n s n a l m e n e B J t ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ S (I^ep. A rgen in a )

    Dir e c to r : PEDR O JUAN VI GNALE

    E N E S T E N U M E R O C O L A B O R A N :

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    LUBICZ MILOSZ - L. Z. D. GALTIER -

    GONZLEZ LANUZA - CARLOS MAS-

    TRONARDI

    T. S. ELIOT - JULIO YRA-

    ZUSTA - CORDOVA ITURBURU - AMADO

    VILLAR - F. E. GUTIRR EZ - LISARDO

    ZIA J. C JOUNG - RAIMUNDO LIDA ^

    DRUMMOND DE ANDRADE - XILOGRA

    FAS DE VCTOR DELHEZ

    LA ETERNIDAD Y T. S. ELIOT

    FRAGMENTO)

    P

    uede afirmarse, con un suficiente margen de error, que la Eter

    nidad fu inventada a los pocos aos de la dolencia crnica

    intest ina l que mat a Marco Aure l io , y que e l lugar de esa ver t i

    ginosa invencin fu la barranca de Fourvire, que antes se nombr

    torum vetus clebre ahora por el funicular y por la baslica. Pese

    a la autor idad de quien la invent , el obispo I reneo^ esa pr imera

    JEternidad fu otra cosa que un vano paramento sacerdotal o lujo

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    eclesist ico: fu una resolucin y fu un arma. El Verbo es engen

    drado por e l Padre , e l Esp r i tu Santo es producido por e l Padre

    y el Verbo; los gnst icos sol an inferir de esas dos innegables ope

    raciones que el Padre era anterior al Verbo, y los dos al Espri tu.

    Esa inferencia disolva la Trinidad. Ireneo aclar que el doble pro

    ceso generacin del Hijo por el Padre, emisin del Espri tu por

    los dos no aconteci en el t iempo, sino que agota de una vez el

    pasado, el presente y el porvenir . La aclaracin prevaleci y hor

    es dogma. As fu decre tada la e ternidad, antes apenas consent ida

    en la sombra de algn difuso texto platnico. La buena conexin y

    dist incin de las Tres hipstasis del Seor, es un problema inveros

    mil ahora, y esa fut i l idad parece contaminar la respuesta; pero no

    cabe duda de la grandeza del resul tado, s iquiera para a l imentar la ;

    e spe ra nz a : Aeternitas est merum hodie, est inmediata et lucida

    fruitio rerum infinitarum.

    Lo cierto es que la sucesin es un a into

    lerable miseria y que los apeti tos magnnimos codician toda la va

    riedad del espacio y todos los minutos del t iempo.

    T. S . El iot [Selected essays, 1932, p gin as 13 a 2 5 , tamb in,

    ha requisado una Eternidad, pero de carcter est t ico. Estas son

    sus c la ras pa labras : El sentido histrico hace escribir a un hom bre,,

    no meram ente con su generacin en la sangre, sino con la conciencia

    de que toda la literatura europea, y en ella la de su pas, tiene un

    simultneo existir y forma un orden que es tambin simultneo. . .

    La aparicin de una obra de arte afecta a cuantas obras de arte la

    precedieron. El orden ideal es mod ificado por la introduccin de la

    nueva {de la efectivamen te nueva obra de arte. Ese orden es cabal

    antes de aparecer la obra nueva; para que sta no lo destruya, una

    alteracin total es imprescindible, siquiera sea levsima. E l pasado es

    mod ificado por el presente, el presente es dirigido por el pasado. Y

    l ue go : El poeta debe sentir que la mente de Europa la mente de

    su propia nacin: esa mente que uno llega a reconocer como mucho

    ms importante que su mente particular

    es

    una mente que vara

    y que esa variacin es un desarrollo que no pierde nada en su

    avance, que no jubila a Shakespeare ni .a Hom ero ni a los decora^

    dores murales de la caverna de Altamira.

    La singular idad de esa doct r ina es ms evidente que su preci

    sin o su empleo. Para no demorjarnos en el asombro, conviene re

    cordar los conceptos que intenta concil iar o eludir . Uno es la idea

    de progreso. Esa idea inestable bien puede corresponder a la rea l i - -

    dad, pero el abyecto siglo diecinueve la apadrin. Somos del siglo

    veinte id est, ya somos demasiado evolucionados para dar er--

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    T S E L I O T

    XILOGRAFA DE

    VCTOR DELHEZ

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    dito a groses falacias como la evolucin. Quede esa ingenuidad para

    los varones de los daguerrotipos desvanecidos y de los botines de

    elst ico. Burlas aparte, el indefinido progreso hace de todo l ibro el

    borrador de un l ibro sucesivo: condicin que si l inda con lo prof-

    t ico, da en lo insensato y embrionario tambin. Los historiadores

    ms alemanes pierden la paz ante esas dinast as de la variacin, del

    plagio y del fraude; los franceses reducen la historia de la poesa a

    las generaciones de Poe, que engendr a Bandelai re , que engendr

    a Mal larm, que engendr a Rimbaud, que engendr a Apol l inai re ,

    que engendr a Dada , que engendr a Bre tn . Espaa admi te con

    fervor esa cosmogona, s iempre que Gngora sea el iniciador de la

    serie,

    e l pr imer Adn.

    La hiptesis contraria, la de los clsicos, es mucho ms inepta.

    Bernard Shaw hace no ta r que San Mateo Evange l i s ta in s i s te en

    dos cosas: en el claro linaje de Jess como hijo de Jos el carpintero

    que era de la casa real de David) y en que Jess no era hi jo de

    Jos, s ino del Espri tu y de una virgen. Los postulados de la hip

    tesis clsica no son menos incompatibles. De un lado afirma que

    la erudicin y el fino trabajo son las condiciones del arte; de otro

    que las tortugas moralis tas de Lafontaine y la novela popular Don

    Quijo te y la anal fabeta Odisea t ienen secreta y permanente razn.

    El pblico venera esas prescripciones, porque le importa menos la

    claridad que la aprobacin de sus gustos entre los que se cuesita

    el opinar que no hay como el progreso pero que no hay como lo

    antiguo tambin. A esa benvola admisin de opiniones confusas

    debe su favor la teora. La contradiccin es fundamental . El clasi

    cismo quiere ser un canon estt ico, pero est henchido de eruditas

    lealtades y de fines vindicatorios. La prioridad le importa mucho

    m s que no la perfeccin. H a prod ucido u n m onstruo peculiar - la

    antologa histrica donde se quieren concil iar vanamente el goce

    li terario con la distribucin precisa de glorias . Ha bendecido abe

    rraciones como la fbula, que degrada los pjaros del aire y los

    rbole s de la t ierra a tr is tes orna m entos de la m oral . H a fom entado

    con tesn el anacronismo: la palabra Jpiter en la boca que cree en

    el Dios hebreo, la palabra Dios en la boca que cree en el generoso

    Azar . Ha conservado imaginaciones horr ib les : d iosas par idas por

    la espuma, las seis gargantas y los dieciocho arcos de dientes de

    Escila, l lenos de muerte negra, el perro venenoso d tres caras que

    cuida los dormitorios de hierro de las Emenides, una ingeniosa vaca

    de madera que sortea los inconvenientes de la

    li ison

    de una mujer

    y un toro, un anciano aquejado de elefantiasis que contrae matrimo-

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    nio con su madre despus de resolver una adivinanza, quimeras y

    amorcillos y basiliscos y ftidas harpas, un orbe de animales combi^

    nados y de obscenidades inti les . Ha inventado el sentido histrico:

    recurso invulnerable, que expone la rudeza de la poca para cubrir

    las imperfecciones de Caldern, y que venera en Caldern el ms .

    al to genio de esa poca fel iz, cuyo esplendor apenas imaginamos.

    No quiero traer ms ejemplos: el amor anticuario del clasicismo es

    tan poderoso que un clasicismo recto, que juzgara segn su propio

    canon y prescindiera de p iedades h is tr icas , importar a una novedad

    superior a cuantas nos remiten desde Par s , cada tan tos inviernos .

    Llego a la tesis formulada por Eliot. No es la vindicacin o el

    instrumento de un gusto personal . No se propone recusar el acu

    mulado orden clsico ni promete a sus cl ientes un tal ismn que va

    t icine glorias . N o es una idea pol t ica, por ms qu e su inventor quiera

    enardecer la contra las buenas invenciones s in tct icas de Cari Sand-

    bu rg o en pr o del inverosmil R os ta nd . Su corolario ' la influencia

    del presente sobre e l pasado es de una veracidad l i tera l , aunque

    parece una t ravesura re la t iv is ta . Pruebas no fa l tan . Los contempo

    rneos ven en el l ibro una generosa efusin, los descendientes un

    mundito especial que consta sobre todo de l mites. Por obra de

    Barbusse y de Lawrence, las camas turbulentas de la saga de los

    Rougon - Macquart son de una reserva ya c ls ica . En cambio , Gn-

    gora, la extre m a izquie rda , en el proceso l iterario espa ol, era

    esencialmente un art f ice algo menos complejo que Pope, que en el

    proceso l i terario ingls hace de Boileau.

    J O R G E L U I S B O R G E S .

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    ANUNCIACIN

    J^a voz blanca que viene del a lba olorosa de Dios y sus

    cria turas

    Y una sonr isa b b lica de suaves verd ores a rd iendo en mon -

    tes y collados

    Le da la posesin de amor que manifiesta su divina esencia

    Albor amoroso viene de e l la y en vsperas blancas l lorando

    est todo e l amor sobre e l la

    El amor hiere al mundo: gozada est su voz en la herida

    del canto sobre e l mundo

    Ella t iene la gracia de su rostro a lumbrado de nubes sobre

    aguas difanas de gracia

    Ale luya b lancura b lancura los nge les b lancos nac iendo

    de toda b lancura

    Alzad a imagen de su hermosura : a lba corona da de v speras

    Noche blanca de un da de amor cuyo albor mira en El su

    faz blanca

    Alcemos e l candor de su ve lo nevado en la hermosura

    Eduardo Keller

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    CRECIENTE

    lejos

    viene de lejos

    donde nacen af luentes capi lares

    de los val les perdidos

    con olvidados de tan hondos c ie los

    i canteras de siglos,

    entre turbios i ca l lados tanteos

    de iniciales caricias?

    por las gru tas am usga das de sueos

    i las faunas lunares

    huyen sobre las cl idas arenas

    del r o adolescen te

    cuya incipiente calma incontenible

    viene desde los t iempos a los t iempos

    i desde el tuyo al fondo de mi mismo

    ya curva que a la grave luz se comba,

    ya recto gavi ln hacia su presa

    o ya sinuoso i cauto laberinto

    que va ta tu an do con su luz lo ve rde

    viene en m urm ullo , en cnt ico v elad o

    con leve irisacin i dulce prisa:

    viene a m i, sob re t i crucificado

    lcida c lar idad, hoi s in recuerdo

    cuyo somos el cauce?

    qu ladera

    se desgaja rodando por s misma?

    ya se desborda e l mundo de mi cuerpo

    en olas, en cascadas de centurias

    i v iv o i soi en la ver da d m s a l ta :

    la carne ardida en a lma

    i el alma en carne viva

    sobre tus ascuas, contoj

    chisp a de dios fund indo nos en uno

    E G onz lez Lanuza

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    FUENTES DE INSPIRACIN DE

    RUBN DARO

    1. SONATINA

    T?\

    tema de

    Sonatina

    est exp resa do en e l ve rso : E l fel iz caballero que te

    -*-^ ad ora sin ver t e . T em a m edieval de la pr incesa le jana , re apa rece en e l

    siglo XIX; aspiracin casi mst ica , f lota en los l ibros de caballer as , ideal

    quiz inaccesible , conquista de un Santo Gria l . La pr incesa le jana no es Iseo,

    en lo maravil loso de la magia del c ic lo bre tn, ni es Oriana, ni Anglica .

    Nos seduce en zona apacible de soledad y no resignada melancola ; vive en

    la espera , en e l instante indef inible de lo que se aguarda o se busca. El mismo

    Don Qui jo te , enamorado de la Pr incesa de l Toboso , cuando mira en lo fu

    turo del caballero andante , ve asomar a la infanta o pr incesa le jana, que en

    cuentra e l hroe en cualquier captulo de novela caballeresca Quijote, I,

    XXI ) . Esa a sp i r a c in i r r e a l ha s ido a dm i r a b le m e n te p in t a da po r C e r va n te s :

    la infanta viene a ser su esposa; e l ta l caballero es hi jo del valeroso rey de

    no s qu re ino , porque no debe de es ta r en e l mapa . Quimera que adquie re

    vida en e l devaneo de lo imposible , la pr incesa , s i nos detenemos en Dulcinea,

    que es semi le jana , e s pa ra M en nde z y Pe lay o , un a grand e y b iena ventu

    rad a idea p la tnica ; idea p la tnica indepen diente , en la edad m edia , de un

    pla tonismo inmedia to . No es t en una esfe ra de amor como la Bea t r iz de

    Vida Nueva o la Beatr iz del Paraso, o Laura o todas las heronas del l i r is

    mo e r t ico y pas tor i l de l Renac imiento . Quiz podamos buscar la en nosot ros

    y quiz no exis ta en n inguna pa r te ; s in embargo:

    Est presa en sus oros, est presa en sus tules,

    En su jaula de mrmol del palacio real ;

    de ese palacio que asoma en los hor izontes de la aventura de cuentos de

    caba l le ros andantes y de hadas .

    En Trpoli de Sir ia se ven todava los muros del cast i l lo de la pr incesa

    Melisenda, hacia e l cual se encamin, por e l mar , e l t rovador Jaufr Rudel ,

    pr ncip e de Biaza, que se enam or de la pr ince sa de Tr p oli s in ver la , por

    el gran bien y la cor tesa que oy decir de e l la a los peregr inos que volvan

    de Antioqua . Esta histor ia novelesca y tr is te , es la histor ia del amor a la

    pr incesa le jana :

    Amors de trra londanna.

    Per vos totz lo cors mi dol.

    En los aos en que Daro escr ibi Sonatina el tema de la pr inc esa le jana

    haba l legado a ser famihar a los poetas modernos, a Heine, a Uhland, a

    Swimburne , a Mary Robinson, a Ros tand . Carducc i le dedic , en 1888, un

    es tudio {Jaufr Rudel, P oe s a antica e moderna), y tambin Ga s tn Par s

    {Revue Historique,

    1893) y Savj Lpez,

    Mstica profana

    (e n

    Trovatori

    e

    poeti).

    Pe ro no es la pr incesa Mel ise nda , la que inspi r a Dar o , que no oba

    tante debi tener la presente en su espr i tu.

    En 1896 e l poeta escr ibi en la revista

    La Biblioteca,

    un comen ta r io de

    los

    Fabliaux

    de Bdier . El fi llogo f rancs, a l hab lar de los cuen tos y

    fabliaux;

    en la an t ig edad , e sc r ibe : H ab a una vez un joven pr nc ipe , e l ms e nca nta

    dor de l mundo; pe ro haba ca do en una sombr a melancol a , que n inguna de

    1

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    las bellezas de la cor te poda disipar . A las splicas de sus consejeros, res

    ponda que deseaba por esposa a una joven que haba visto en sueos, bel la

    como las estre l las . En otro confn de la t ierra , viva una pr incesa, la ms

    encantadora de l mundo, pero que rechazaba a todos los pre tendientes a t ra

    dos de los re inos vecinos por e l renombre de su belleza. Deseaba desposarse ,

    deca , con un pr ncipe joven que ha ba visto en su eos , bel lo como el sol .

    Bdier se pr eg un ta : Q u histor ia es sta? Sin du da el comienzo de un cu en

    to de la condesa d e Aulnoy , o b ien de Per rau l t? O uno de los amables r e

    la tos recogidos en nuestras chozas por Blade o por Sebil lot? No, este pr ncipe

    encantador es Zoriadres y la pr incesa que l ama como ella lo ama, por ha

    berse visto e l uno al otro en sueos, es Odatis , la ms bella de las hi jas de

    A sia . Es te re la to es t en Aten eo. El poe ta lo ha le do en e l comen ta r io de

    Bdier o en e l Banqu ete de los sabios.

    Daro pas a la pr incesa a l pr imer trmino. No es la piadosa Melisenda,

    es la entr is tecida Odatis . Lo que el comentar io de Bdier ref iere del pr ncipe,

    Dar o d ice de la pr incesa . No pueden d is t rae r su profunda melancoUa ningu

    no de los enca ntos d e la cor te . El pr ncipe bello como el sol , es en D ar o :

    ms br i l lante que el a lba, ms hermoso que abr i l .

    El asunto de Sonatina est- en Bdier , pero no la decoracin del po em a

    que es de extraordinar ia r iqueza. El re la to de Ateneo, quien a la vez lo ha

    recogido de Chare s de Mit i ene , es s imple y dram t ico . De dnde tom D a

    r o e l ap ara to ornamenta l? Pos ib lemente de edic iones i lus t radas de cdices ,

    pue s con excepc in de e l tec lado de su c lave son oro , que tambin pu do

    ser suger ido por la edad media o por la fantasa decorat iva del s iglo XIX,

    todas las imgenes t ienen apar iencia medieval . El teclado exist i en los siglos

    medios ; e l rgano por t t i l puede parecer c lave . Dante Gabr ie l Rosse t t i en

    Noel y en otros cuadr os prerrafaelis tas p inta el rg ano port t i l con teclado ;

    este teclado est en i luminaciones de manuscr i tos anter iores a l s iglo XVI. Los

    pavosrea les abundan en las i lus t rac iones de La Plume y ot ras revis tas moder

    n a s , en los motivos persas de obras de ornamentacin y en histor iados l ibros

    de Ho ra s. El poeta , a l evocar e l t r iunfo de los pav osr eale s , sugiere la pom

    pa or ien tal de los jard ine s. La du ea, e l bufn vest id o de rojo, la ruec a de

    plata , e l halcn, son motivos medievales y renacentistas de pintores i ta l ianos

    y franceses: los c isnes, los bellos c isnes de los pr imit ivos de I ta l ia , de las i lus

    t rac iones de l ibros de Horas , de Lohengr in , de l Caba l le ro de l Cisne , decoran

    con su b lancura los lagos de ja rd ines donde se ce lebra e l t r iunfo de Venus ,

    de l amo r y de las da m as. La distr ibucin geo grf ica d e las f lores: los jazm i

    nes de Or ien te , los ne lumbo s de l N or te , e s capr ichosa . El h ada mad r ina le

    pres ta una colorac in de cuento de Per raul t . E l caba l le ro que t rae

    En el c into la espada y en la mano el azor ,

    viene de la pintura medieval . En las miniaturas de los manuscr i tos aparece,

    por e jemplo, e l mes de Mayo, caballero con la espada en el c into y e l azor

    en la mano; va en caballo sin a las. Daro da a las a l caballo:

    En caballo con alas hacia ac se encamina

    el feliz caballero que te adora sin verte.

    Es e l cavallo alato de l Orlando ( I I , 4 8 ) , e l h ipgr ifo de Rog gero (1 ) , e l ca

    ba l lo pegaso que es t en e l fondo de l cuadro de Rubens donde Perseo l ibe r ta

    a A n d r m e d a .

    j ( l ) V a se P o R a j na , Le foni dell Orland o Furioso, cap. V I .

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    Resa l ta en

    Sonatina

    un a mag nif icencia ar iostesc a . La pr incesa est cu s

    tod iad a en e l cast i llo por un drag n (e l dra g n de los cuen tos de ha da s, d e

    las sagas escandinavas, de i lustrac iones de Dor , de las lacas) y por c ien ne

    gros con sus c ien a laba rdas . Un conocedor minuc ioso de la s min ia turas e

    i lustrac iones medievales y modernas y de la arqueologa podr a ver mejor la

    imagen; apunto de paso e l maravil loso cast i l lo , con su e t ope en la puer ta , ,

    que p in ta Ar ios to en e l

    Orlando.

    El halcn era la mejor joya de los palacios. Por qu Daro le l lama,

    encantad o? Es una reminiscenc ia de l c ic lo bre tn? M en nde z y Pe layo en

    El pjaro de Aglaya, recuerd a el ja rd n de Arm ida de la Jerusaln libertada-.

    de l Ta s so :

    Recuerdas cmo el p ja ro enca ntado

    despus con sabia lengua refer a

    cual pasa y se marchita la lozana

    nica flor que en la existencia crece?

    Es este pjaro e l que habla a l odo de la pr incesa y le dice collige rosas?

    Los boscajes d e A rm ida ha n qu eda do como is la para disac a en la imag inacin,

    de Dar o . As exc lama en la Balada en honor de las musas de carne y hueso:

    Por re sp i ra r los pe r fumes de Armida

    y por sorber e l vino de su beso,

    vino de ardor , de beso, de embeleso,

    furase a l c ie lo en la best ia de Orlando.

    Aunque la pr incesa es e terna y est fuera del t iempo, la vemos en una^

    fabulosa edad media y en correspondencia con nuestro mundo inter ior . No