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REVISTA EUROPEA NÚM. 25 DE ENERO DE 1880. AÑO VIL MORAL ELEMENTAL (Continuación.) V.—LA LIBERTAD. ¿Es libre el hombre? Cuando obra, ¿es cau- sa de sus actos y sabe que lo es? Hó aquí la cuestión, la cual es bastante sencilla para la conciencia, apesar de todas las complicaciones que los autores encuen- tran. Pero es también muy grave, porque en- traña consecuencias muy importantes para el orden moral y el social. Veamos estas consecuencias. Si el hombre es moralmente libre, es res- ponsable de sus actos, y puede á su antojo merecer ó desmerecer. Hay algún mérito en realizar el bien, en cumplir con los deberes, puesto que se podría faltar á éstos y realizar el mal. La virtud es, pues, una elevación mo- ral, de la que se debe estar orgulloso, así como el vicio es una degradación moral que recae sobre nosotros mismos. Cada cual es, por tanto, dueño de su destino, ya que á su arbitrio puede elevarse ó decaer. Iguales son las consecuencias bajo el pun- to de vista de la sociedad. Quien es moral- mente libre, es dueño de realizar la libertad civil y política; y puesto que distingue entre el bien y el mal, comprendiendo el valor de la moralidad, sabrá también elegir sus delega- dos en el municipio, en la provincia, en las Cámaras legislativas, tomando parte en el gobierno. Querrá ejercer la libertad indivi- dual, la libertad de cultos, la libertad de ense- ñanza, la libertad de asociación, la libertad de imprenta, que son garantías para todos los ciudadanos, según la mayor parte de las Constituciones políticas modernas. Compren- derá al mismo tiempo que si abusa de la li- bertad, si causa daño al prójimo, si comete un delito ó un crimen, será justamente cas- tigado por los tribunales. La noción de la libertad parece, pues, es- tar en perfecto acuerdo con las exigencias del orden moral y del orden social. Los hom- TOMO XY. bres libres quieren instituciones libres, y crean el orden por la libertad. Si el hombre no es libre, por el contrario, no tiene elección entre el bien y el mal, entre la virtud y el vicio. Haciendo exactamente en cada circunstancia lo que debe hacer, su actividad estará encadenada, fatal, como la á°, la materia, ó dominada por el instinto, como la de los animales. No existirá el méri- to por obrar bien, ni el demérito por obrar mal. La moralidad y el deber, la virtud y el vicio serán nombres vanos, cosas convencio- nales, distinciones ñcticias y arbitrarias, que no reposan en ninguna base seria. Un hom- bre virtuoso será como un caballo adiestra» trado, que honra á su raza ó á su propieta- rio sin conciencia de su valor. ¿Dónde estará, pues, la causa de nuestros actos? No radicará en nosotros, en nuestra propia voluntad, sino en el medio en que vi- vimos, del cual sufrimos el influjo, ó ya «n nuestro carácter, en nuestro temperamento, en nuestras disposiciones, cuya resultante no sería otra cosa que la voluntad. Hay más: si el hombre no es moralmente libre, puede abandonar todo deseo político y toda ambición de reforma social. ¿Para qué cambiar las leyes ni mejorar las institucio- nes? Todo sería tal y como debe ser en ndta- otros y fuera de nosotros. Contentémonos con la posición que la suerte nos ha depara- do, y sometámonos dócilmente á las circuns- tancias que la fortuna habrá de atraer: ha- gamos lo que hacen las bestias. La cuestión de la libertad interesa por tan- to á todo lo concerniente á la vida moral y social. Declaremos ante todo que el hombre es libre, no como cuerpo, sino como espíritu, como voluntad. En el mundo de los cuerpos no hay liber- tad. Los cuerpos obran y reobran unos so- bre otros conforme á como deben obrar y reobrar. Son inertes, obedeciendo á sus le- yes sin resistencia, porque carecen de volun- tad. Cuando se conocen estas leyes, se pre- ven los fenómenos y se anuncian de usa ' manera cierta, sometiéndolos al cálculo. Una bola dejada caer, caerá siempre infalible- mente siguiendo una dirección y una rapi- 13

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REVISTA EUROPEANÚM. 25 DE ENERO DE 1880. AÑO VIL

MORAL ELEMENTAL

(Continuación.)

V.—LA LIBERTAD.

¿Es libre el hombre? Cuando obra, ¿es cau-sa de sus actos y sabe que lo es?

Hó aquí la cuestión, la cual es bastantesencilla para la conciencia, apesar de todaslas complicaciones que los autores encuen-tran. Pero es también muy grave, porque en-traña consecuencias muy importantes parael orden moral y el social.

Veamos estas consecuencias.Si el hombre es moralmente libre, es res-

ponsable de sus actos, y puede á su antojomerecer ó desmerecer. Hay algún mérito enrealizar el bien, en cumplir con los deberes,puesto que se podría faltar á éstos y realizarel mal. La virtud es, pues, una elevación mo-ral, de la que se debe estar orgulloso, asícomo el vicio es una degradación moral querecae sobre nosotros mismos. Cada cual es,por tanto, dueño de su destino, ya que á suarbitrio puede elevarse ó decaer.

Iguales son las consecuencias bajo el pun-to de vista de la sociedad. Quien es moral-mente libre, es dueño de realizar la libertadcivil y política; y puesto que distingue entreel bien y el mal, comprendiendo el valor de lamoralidad, sabrá también elegir sus delega-dos en el municipio, en la provincia, en lasCámaras legislativas, tomando parte en elgobierno. Querrá ejercer la libertad indivi-dual, la libertad de cultos, la libertad de ense-ñanza, la libertad de asociación, la libertad deimprenta, que son garantías para todos losciudadanos, según la mayor parte de lasConstituciones políticas modernas. Compren-derá al mismo tiempo que si abusa de la li-bertad, si causa daño al prójimo, si cometeun delito ó un crimen, será justamente cas-tigado por los tribunales.

La noción de la libertad parece, pues, es-tar en perfecto acuerdo con las exigenciasdel orden moral y del orden social. Los hom-

TOMO XY.

bres libres quieren instituciones libres, ycrean el orden por la libertad.

Si el hombre no es libre, por el contrario,no tiene elección entre el bien y el mal, entrela virtud y el vicio. Haciendo exactamenteen cada circunstancia lo que debe hacer, suactividad estará encadenada, fatal, como laá°, la materia, ó dominada por el instinto,como la de los animales. No existirá el méri-to por obrar bien, ni el demérito por obrarmal. La moralidad y el deber, la virtud y elvicio serán nombres vanos, cosas convencio-nales, distinciones ñcticias y arbitrarias, queno reposan en ninguna base seria. Un hom-bre virtuoso será como un caballo adiestra»trado, que honra á su raza ó á su propieta-rio sin conciencia de su valor.

¿Dónde estará, pues, la causa de nuestrosactos? No radicará en nosotros, en nuestrapropia voluntad, sino en el medio en que vi-vimos, del cual sufrimos el influjo, ó ya «nnuestro carácter, en nuestro temperamento,en nuestras disposiciones, cuya resultanteno sería otra cosa que la voluntad.

Hay más: si el hombre no es moralmentelibre, puede abandonar todo deseo político ytoda ambición de reforma social. ¿Para quécambiar las leyes ni mejorar las institucio-nes? Todo sería tal y como debe ser en ndta-otros y fuera de nosotros. Contentémonoscon la posición que la suerte nos ha depara-do, y sometámonos dócilmente á las circuns-tancias que la fortuna habrá de atraer: ha-gamos lo que hacen las bestias.

La cuestión de la libertad interesa por tan-to á todo lo concerniente á la vida moral ysocial.

Declaremos ante todo que el hombre eslibre, no como cuerpo, sino como espíritu,como voluntad.

En el mundo de los cuerpos no hay liber-tad. Los cuerpos obran y reobran unos so-bre otros conforme á como deben obrar yreobrar. Son inertes, obedeciendo á sus le-yes sin resistencia, porque carecen de volun-tad. Cuando se conocen estas leyes, se pre-ven los fenómenos y se anuncian de usa 'manera cierta, sometiéndolos al cálculo. Unabola dejada caer, caerá siempre infalible-mente siguiendo una dirección y una rapi-

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dez determinadas. La Tieiva y los plahetasque se mueven alrededor del Sol, y la Lunaque gira alrededor de nuestro globo, nuncahan resistido á la atracción; cuya atracciónde los cuerpos se ejerce siempre en razón delas masas, y en razón inversa del cuadradode las distancias, Todo esto es regular y fa-tal, nunca caprichoso y arbitrario como losactos de nuestra voluntad.

Por eso pueden predecirse los eclipses,así como las leyes de la luz y del calórico,así como la ebullición del agua á la mismatemperatura, teniendo siempre el vapor lamisma fuerza expansiva. Por esto, final-mente, podemos aprisionar el vapor en unamáquina y ponerlo á nuestro servicio. Elmundo físico es el reino de la fatalidad. Eldominio del hombre sobre la materia quebrilla en la industria y en la agricultura,procede precisamente de esas leyes fatales.

El hombre es un espíritu, y el mundo delos espíritus es el reino de la libertad. El es-píritu obra y reobra voluntariamente. El es-píritu se desarrolla y cultiva por su volun-tad, la cual puede ser buena ó mala, razona-ble ó arbitraria, obstinada ó caprichosa. Lavoluntad es una fuerza cuyos efectos no sepueden prever ni calcular.

A una excitación exterior, á una palabra,á un gesto, responde ó no á su antojo deesta ó de aquella manera. Todo el mundopuede hacer lo contrario de lo que se espera.Es imposible adivinar los caprichos de unniño. Se cree que Agustín va á andar haciala .derecha cuando va á hacerlo hacia la iz-quierda;' se piensa que va á estudiar cuandova á jugar; se cree que va á entretenerseeoi\ su juego favorito cuando ha inventadootro. Este niño tiene una voluntad que no vacomo la hoja impulsada por el viento, sinoque, mas fuerte que el aire, sabe aprove-charse y preservarse de él. Los hombresobran como el niño: los honrados pueden co-meter una falta, los criminales enmendarse,apesar de todos sus antecedentes y contratodas las previsiones. Sus actos dependenconstantemente de la voluntad, y de aquínace el peligro cómo también la belleza de lavida moral. El mérito no se gasta con la cos-tumbre; la virtud conserva su brillo, porquecada acto es voluntario.

La libertad se relaciona á la voluntad,pero no la constituye ésta sola. El animaltambién tiene voluntad, y sin embargo, noes libre cerno nosotros. La libertad humana,la libertad moral, supone una voluntad ilus-

trada por la conciencia, una voluntad cons-ciente, pudiendo definirse1. «La libertad es laforma de la voluntad consciente». Indicacómo es la causalidad del espíritu, de la mis-ma manera que-la fatalidad expresa cómo esla causalidad de la materia.

El espíritu en cuanto voluntad es la causade sus actos. Cuando sabe que es causa eslibre, obrando con discernimiento, con inten-ción, con conocimiento de causa. Si obrabien, lo sabe; si obra mal, también lo cono-ce. Todo lo que hace con libertad lo sabe áciencia cierta.

Pero si todos nuestros actos son volunta-rios, no todos son libres, porque no todos sonconscientes. Luciano se distrae con frecuen-cir; cuando obra distraído no sabe lo quehace. Busca su peón por todas partes, y lloraacusando á sus camaradas por habérselo es-condido, cuando lo tiene en su bolsillo. Elotro dia se puso furioso porque, habiendodescuidado cumplir con su obligación hastael último momento, no encontró sus cuader-nos en el instante en que se decidió a traba-jar. Juraba que se los habían robado. El infe-liz no era dueño de sí propio, y rompía cuan-tas cosas encontraba á mano, llegando hastaá pegar á su hermanito porque le vio reir.

Para obrar libremente es necesario tenerconciencia de sí y ser dueño de sí al propiotiempo.

La primera condición mira á la inteligen-cia. Es preciso reflexionar antes de obrar,apreciar la situación conociendo el valor delacto y volviendo sobre sí mismo. El dementeno tiene conciencia de sus actos, y por eso noes libre. El que obra por ignorancia ó por in-advertencia, teniendo la intención de haceruna cosa cuando hace otra, no es libre tam-poco, ó por lo monos, su acto no es libre. Elfarmacéutico que por distracción cambia unfrasco por otro y despacha una sustanciapor otra, puede cometer una desgracia, perono comete un crimen.

Para desarrollar en el hombre el sentí"miento de la libertad y de la responsabilidad,es preciso quitarle la venda de la ignoranciamediante la instrucción.

Los niños que no van á la escuela, ni sa-ben nada de la vida ni de la sociedad, tienensiempre una venda sobre sus ojos y no lle-garán á ser jamas ciudadanos libres. Ten-drán necesidad de consultar siempre, paratodos sus actos civiles, hallándose expues-tos amenudo al engaño del primero quellegue.

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La segunda condición del libre albedríoconcierne á la voluntad. Obrar libremente esobrar por sí mismo bajo la inspiración de supropia conciencia con una voluntad indepen-diente. Si la voluntad está subyugada poruna emoción violenta, tal como el miedo ó lacólera, ó paralizada por una coacción insu-perable por amenazas, promesas ú órdenesformales, deja de estar dirigida por nosotros,quedando á merced de una voluntad extra-ña. El acto no és libre en todo ó en parte,según la resistencia que se ha podido opo-ner á la coacción, ,

El Código penal, que amenaza con penastodos los actos contrarios al derecho, tieneen cuenta las condiciones del libre albedrío.

La pena es proporcionada á la ofensa, yla gravedad de ésta se mide en cada caso porlos grados de libertad.

Excusa á los niños que obran sin discer-nimiento y á las personas cuya voluntad hasido coartada por la intimidación. Considerala intención que dicta los actos. Llama roboá la acción de tomar fraudulentamente losbienes ajenos, y llama muerte al acto de ma-tar un semejante con intención deliberada.El crimen supone siempre un mal llevado ácabo conscientemente con voluntad libre.

Ahora bien: ¿qué deberá pensarse délaopinión de los que pretenden que el hombreno es libre porque no obra nunca sin motivos,y que su voluntad se determina por el moti-vo más fuerte, de idéntica manera que el efec-to se determina por su causa?

Esto equivale á afirmar que el hombre noes libre porque no es la causa de sus actos,cuya verdadera causa reside en los motivosque los inspiran.

Semejante opinión es falsa. La concienciaatestigua que cada acto de su espíritu tienedirectamente su causa en la voluntad, pu-diendo ésta ser influida ó solicitada por unmotivo, pero que nunca se determina sinopor ella misma. Los motivos acompañan á lavoluntad, la iluminan y la fortifican; pero nopodrían obligarle á hacer lo que rechaza.

La prueba reside en que la fuerza de losmotivos varía en cada individuo y á cada ins-tante. Lo que es motivo poderoso para unespíritu inculto, es insuficiente ó nulo paraun espíritu ilustrado; lo que nos atrae en unmomento nos repugna en el otro. La fuerzade los motivos depende pues de nosotros, ypor tanto, si nos decidimos en favor de tal ócual motivo, realmente nos decidimos segúnnosotros mismos.

De lo contrario, Ernesto no sería libre pa-ra ir á jugar porque su voluntad está deter-minada por el motivo del placer; su padre nosería libre para ir á trabajar porque su vo-luntad estaría determinada por el motivo delinterés; su madre no sería libre para quererá sus hijos porque su voluntad estaría deter-minada por el motivo del deber. >

Preguntad á Ernesto si no sabe cuándoquiere resistir á la tentación de jugar; pre-guntad á su padre si no puede abandonar eltrabajo cuando le parece; preguntad á su ma-dre si el deber es una coacción, y si ella quie-re todavía á sus hijos cuando son malos.

El fatalismo es una verdad en la vida fí-sica; pero no se aplica á la vida moral, en laque todo es libre.

El espíritu es libre enfrente de sus ante-cedentes buenos ó malos, pudiendo á cadainstante interrumpir ó continuar un trabajo.,El que siempre ha obrado mal, puede enmen-darse, y el que siempre cumplió con sus de,beres, puede cometer una falta. El espíritu eslibre también frente á frente de sus qpnvic-ciones, de sus pasiones y de su carácter.

Sin duda la mayor parte de los hombresobran según sus convicciones si,las tienen,ó según las convicciones del prójimo cuandoconfian á otro la administración ,de su con-ciencia; pero también, por desgracia, se vecon frecuencia lo contrario.

Es evidente que el apasionado cede volun^tariamente á sus pasiones; pero puesto quelas contrajo -voluntariamente, también puedevencerlas por un acto de voluntad.

Claríres que sigue por lo común, los im-pulsos del carácter porque éste ya es obra dela voluntad; obrar según el carácter es puespermanecer de acuerdo consigo mismo; peroesta armonía no es más obligada que la dela voluntad con el sentimiento, con el pensa-miento ó con la conciencia.

Cada cuál es dueño de sus opiniones,: pu-diendo modificarlas cuando quiera, y debien-do procurar ponerlas de acuerdo con la razón.

Cada cual es dueño de su- corazón, pu-diendo regularlo á su antojo, y debiendo cul-tivarlo en armonía con la razón.

Cada cual es dueño de su carácter, pu-diendo corregirlo y mejorarlo á su arbitrio,debiendo someterlo á las órdenes de la razón.

Cada cual, por último, es dueño de sí mis-mo, desde el momento que tiene claramenteconciencia de sus tendencias parciales. Laparte debe subordinarse al todo para queexista él orden en la actividad, y á fin de que

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la vida s© convierta en un verdadero arte.El orden moral de la vida reposa sobre la

libre voluntad, descansando en ella la digni-dad como diferencia fundamental del ordenfísico.

Pongamos algunos ejemplos para ter-minar:

•—Alfredo, ¿tienes conciencia de tu libertad?—Sí.—¿Por qué?—¿Por qué tengo conciencia? No lo sé. Pero

tengo tanta conciencia de mis cualidades,como de la luz que veo. Consigno el hecho,aunque ignoro el por qué.

—'Tienes razón; ¿pero estás seguro de serlibre?

—Sin duda, puesto que tengo conciencia.—Muy bien. La certeza es siempre la con-

ciencia que tenemos de la verdad, segünexamen; sin conciencia no hay certeza. Perotú no ves tu conciencia ni tu libertad; ¿cómopuedes admitir cosas que no ves?

—Tampoco veo mi espíritu, y sin embargono puado dudar de él.

—Precisamente, ¿cómo sabes que tienes unespíritu y un cuerpo? "

—Lo sé porque estoy seguro de ser libre.Puedo hacer el bien ó el mal, según quiera;y el espíritu es el que quiere; el cuerpo nohace sino obrar y reobrar de una manera fa-tal. Si yo fuese pura materia, todo sería fa-tal en mí.

—¿Y si fueses espíritu puro?—Entonces, nada sería fatal en mí, todo

sería libre.—¿Y existiría también regularidad y orden

en la vida?—Eso dependería de la voluntad.—¿Piensan todos como tú acerca de la

existencia del libre albedrío?—Creo que sí. Por lo que veo, en todas

partes hay leyes que hacen responsables álos hombres del mal que producen. Ahorabien, para, ser responsable es preciso serlibre; una piedra que caiga sobre mí, no esresponsable del daño que me cause; pero elque voluntariamente la hubiese arrojado so-bre mí, sería castigado.

—Según eso, la libertad no es sólo un he-cho de conciencia para tí, sino un hecho desentido común. Cuando alabas ó censuras laconducta de tus semejantes, ¿qué pruebaesto?

—Prueba que estoy convencido de queobraron bien ó mal.

—¿Y nada más?

—Prueba también que creo en su libertad,porque un acto fatal no es digno de alabanzani de censura.

—¿Y cuando tienes remordimientos por ha-ber cometido una falta?

—También prueba eso que soy libre, por-que una piedra que cae ó un animal quemuerde, no tiene remordimientos.

—¿Pero tus remordimientos no se refierená la imperfección de tu naturaleza mejor queá la debilidad de tu voluntad?

—No me lo parece, porque me acuso demis faltas, mientras no puedo* acusar á minaturaleza, que no es obra mía.

—Y cuando castigas tu perroque te ha mojr-dido, ¿no lo consideras como libre?

—La corrección que le aplico es una lec-ción, pero no un castigo; los magistrados sonlos que castigan.

—Una pregunta más: cuando formas unplan ó te propones una cosa para el porve-nir, ¿qué conclusión deduces de este hecho?

—Siempre la misma conclusión: afirmo milibertad; porque si no fuese libre, ¿á qué pro-yectar planes ? Ejecutaría siempre lo queme veia obligado á ejecutar; ni más , nimenos.

—Sin embargo, ¿no podrías arreglar y mo-dificar el medio en que debes vivir para serinfluido bien ó mal?

—Para modificar las condiciones en queme muevo, en buen ó mal sentido, ya deboser libre de antemano.

—Está bien, amigo mió, eres un espíriturecto y honrado, y sabrás evitar todas lasceladas.

—¿Y tú, Tomás, crees en el libre albedrío?—Todavía no.—¿Por quóV ¿No has comprendido, sin em-

bargo, lo que hemos visto juntos?—Creo que si, pero siempre me parece que

hay algo de ilusión en la creencia sobre ellibre albedrío. Todos los actos necesitan unacausa, y no veo la causa de los actos libres.

—¿Qué quieres decir? ¿No ves acaso, pormedio de la conciencia, lo que sucede en ti,de igual manera que con los ojos de la caralo que pasa en el exterior?

—Ciertamente; pero no es eso lo que hequerido decir. ¿Un acto libre no es arbitrarioó caprichoso? ¿Y semejante acto puede obe-decer á una causa?

—Sí, tiene su causa en un espíritu dotadode voluntad débil é imperfecta. Esta volun-tad se mejorará desapareciendo el caprichoque la ofusca. El orden moral puede ser tan

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fijo como el natural, pero siempre será en jaquello que nos concierna producto de núes- [tra voluntad. ¿No admites que puedes ha-blar en este momento acorde ó disparatando?Sea bueno ó malo el acto, siempre dependedéla misma causa: la voluntad. Únicamenteella puede ser arbitraria ó razonable. Lo mis-mo ocurre con nuestros conocimientos ynuestros sentimientos; mas no sucede lo pro-pio con los cuerpos materiales. Hé aquí unabalanza; un instrumento que se ha compara-do amenudo con la libertad. ¿Se suben ó ba-jan los platillos por sí mismos?

—No, se necesita una causa exterior, unpeso.

—¿Y el movimiento de los platillos es ar-bitrario, ó regular?

—Siempre regular.—¿Y los movimientos de la voluntad, en

vista de un motivo, son igualmente regula-res y. conocidos de antemano?

—No. Sé que hay caprichos, pero ignoro elpor qué; eso es lo que no he comprendido.

—Tú no puedes comprender todo á tu edad,pero ya llegará dia en que reflexiones sobreel bello orden y organismo del mundo mo-ral, y entonces lo comprenderás todo. Mien-tras tanto, admitirás con todo el mundo queun hecho es un hecho, y debe ser aceptadocomo tal, tenga ó no tenga explicación.

—Sea; pero yo quisiera una explicación.—La explicación se encuentra en la volun-

tad y la conciencia, es decir, en la naturale-za del espíritu, puesto que la libertad es laforma de la voluntad consciente.

—¿Cómo es eso?—¿Sabes lo que es un acto de conciencia?—Sí, es un acto de concentración interior.

—Cuando te concentras en ti mismo, ¿per-maneces todavía bajo el influjo de las cosasexteriores?

—No, me olvido de ellas, hago abstracciónde ellas.

—Y cuando obras en este estado, ¿no obraspor tí mismo?

—Si.—Pues hó ahí la libertad. Un acto conscien-

te es, pues, esencialmente libre.—Pero cuando obro por mí mismo, ¿no lo

ejecuto bajo la presión de algún motivo inte-rior, que depende de la situación de mi espí-ritu ó de mi ánimo?

—Puede ser, pero no siempre ocurre; tuvoluntad te pertenece, la diriges como quie-res cuando tienes conciencia de ti mismo.¿Quieres una prueba palpable?

—Lo deseo.—Si no soy libre, todo es fatal en mi, ¿no

es verdad?—Cierto.—Cuando digo que todo es fatal en mi,

comprendo todos mis actos, grandes y pe-pueños, ¿no es verdad?

—Sin duda.—Si todo es fatal en mí, es igualmente fa -

tal que de aquí á cinco minutos levantarétres veces la mano derecha, ó no la levanta-ré tres veces. ¿No es esto?

—Ciertamente.—Mi mano- derecha representará el bien,

si te parece. ¿Prefieres que obre con la manoizquierda?

—No, eso no sería indiferente; comprendola intención. Se me quiere demostr&rque pue-de escogerse entre el bien y el mal, entre elcamino recto y otro cualquiera.

—Esto sentado, yo hago una apuesta con-tigo. Apuesto cien pesetas contra una, enprovecho de los pobres, á que de aquí á cin-co minutos levantaré tres veces la manoderecha, ni más, ni menos. ¿Admites laapuesta?

—Sí.—Bueno. Pues empieza á contar: el tiempo

ha pasado; conservo la mano derecha metidaen el bolsillo, y te desafío á que me obliguesá sacarla.

—He perdido.—¿Quieres apostar lo contrario?

' —No, es inútil.—Sin embargo, tú llevabas ciento contra

uno; ¿/fuieres llevar mil?—No, me rindo.—Pues bien, darás una peseta á los pobres.

Esta lección vale una peseta sin duda, y noes mucho si consideras que has llegado ásaber apreciar el se ntimiento de la libertad

Gr. TIBERGHIEN.

Traducción de H. Ginef.

(Continuará.)

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102 REVISTA EUROPEA.—25 DE ENERO DE 1880. NÚM. 309*

EL SORTILEGIO DE KARNAK

(Continuación)

CAPÍTULO V

La joven Kirsa

Las tinieblas y el silencio habían sucedidoal dia luminoso: los recintos de Karnak es-taban solitarios. Sin embargo, al comienzode la noche hubieran podido observarse dosmujeres envueltas en oscuros mantos, quepenetrando silenciosas por una puerta late-ral situada frente al rio, dirigíanse protegi-das por la sombra hacia la entrada de la ga-lería de los colosos, á cuya oscuridad se aco-gieron con presteza.

Este inmenso patio rectangular estabacircuido de grandiosos telamones, que, soste-niendo la cornisa, se alzaban inmóviles re-posando en sueño misterioso. Dividíanle eniguales porciones los dos avanzados pilónos,situados en los extremos de su menor eje,cuyos pilónos comunicaban con sus corres.pondientes patios, vestíbulo el uno del san-tuario, y el opuesto de la sala hipóstila (111).Los azulados destellos de Aah esparcían supálida luz sobre los colosos de una parte delpatio, mientras en la opuesta proyectabasombra impenetrable la saliente cornisa. Poreste lado avanzaron las dos mujeres hastadetenerse ante el bulto de un hombre, quesentado en el suelo junto al muro se hallaba.Era un esclavo etíope, que por todo saludopronunció estas palabras, en tanto que seponía de pié:

—Horus protege á los buenos.Y luego volvióse hacia el sitio del muro

en que inciertamente se percibía esculpida laimagen de Horus con el dedo índice sóbreloslabios, en señal de silencio, y apoyando am-bas manos sobre la piedra, hizo un vigorosoesfuerzo con sus nervudos brazos: la figura«agrada pareció hundirse en el espesor de lapared, dejando un estrechísimo paso.

Entretanto, una de las mujeres descubrió-se y presentó á la que con ella venía un pla-tito de tosca arcilla, en el cual brillaba unaascua, y ademas una pequeña lucerna. Lotomó la otra y desapareció bien pronto porla secreta entrada, de nuevo cerrada en cuan-to pasó.

—Siéntate, Nasika,—dijo el esclavo,—y ha-blemos, pues he de alejarme.

Hlzolo así la esclava, y murmuró:—Bien dices, Abaktoka, que decirte tengo.—Habla pronto.—Cuando te apartes, en la puerta de la

sala hallarás una mujer; dirás así: Kirsa, yella repetirá su nombre. La llevarás con losreunidos, y ella contará su vida.

—¿Que dices, Nasika? ¿No será espía?—Aparta el temor, yo la conozco; es pobre

y se halla triste: vende amuletos, y á la puer-ta de mi dueño llegó varias veces. Díjomehoy que había escuchado á los obreros y que-ría estar con los reunidos. La impuse silen-cio y prometió guardarle. ¿Dudas aún?

—Si me engaña, juro por Osiris que miehops (112) le dará muerte.

Tales palabras murmuró el etíope., levan-tándose, y luego se alejó.

Deslizóse por la sombra del patio, cruzóluego con rapidez por delante de los dos altosobeliscos de la reinaHatasu (113), cuyas som-bras se dibujaban en el suelo, y por fin se in-ternó éntrelas columnas de la sala, confusa-mente advertidas en la sombra, dirigiéndosehacia la puerta del lado izquierdo.

Cuando estuvo próximo amenguó su apre-surado andar, y receloso se asomó á lapuerta.

A la derecha se veía una mujer arrimadaá la pared, sentada, con las piernas recogi-das y juntas, escondido su rostro entre losbrazos, que cruzaba sobre sus rodillas. Se-gún estaba, con su largo cabello repartidoen desorden, su espalda y sus brazos desnu-dos, envuelta en la tela parda y terrosa enalternadas fajas, puesta á modo de túnica,Abaktoka la contempló breves instantes, sos-pechando que dormía cansada de esperar;mas al fin con voz apagada,

—Kirsa,—murm ur ó.—Kirsa,— repitió la mujer levantando su

cabeza y sacudiendo su cabellera.—¿Conoces á Nasika?—dijo el esclavo.—Sí, es la servidora de Thotmes y de Ari-

ai-ta,—repuso Sati poniéndose en pió.—Sigúeme entonces; mas que tu lengua

nada descubra.Y sacando de su ceñidor un ancho ehops

que brilló momentáneo en sus manos, aña-dió el etiope:

—Mó aquí el castigo del culpable.Enseguida se puso en marcha, guiándola

por entre los útiles de los obreros, que con-fusamente esparcidos blanqueaban á la luz

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NÚM. 309. J. MÉLIDA.-I. LÓPEZ.—EL SORTILEGIO DE KARNAK. 103

de la luna por aquel espacio. Detuviéronseal cabo ante la empalizada, y el esclavo sil-bó: el etíope vigilante alzóse de entre lassombras.

Abaktoka le dijo:—Esta mujer aguardará contigo mi vuelta.Y dicho esto, desapareció por entre los

montones de ladrillos.Sati se mantuvo silenciosa, hasta que al

fin aparecieron dos hombres; el uno, paraella desconocido, era Sumud; el otro el es-clavo del príncipe.

—¿Cuál es tu nombre?—preguntó el prime-ro en lengua asiría.

—Kirsa,—respondió Sati en igual idioma.—¿A quién sirves?—Vendo amuletos.—¿Por qué nos buscas?—Para ser libre con vosotros.—¿Y eres del país de Schetol—Mis padres allí nacieron.—Por Assur, creador del cielo (114), jura

no hacer traición á mi causa.—Si tal hiciere, que Anu (115) me dé

muerte.—Eres de los reunidos, Kirsa.Y acabadas estas palabras, que fueron

dichas por Sumud en lengua egipcia, condu-jeron á Sati entre los esclavos. Contemplócon curiosidad á aquellos hombres.acurruca-dos, cual los jueces asesores de Osiris esta-ban en las pinturas (116), velados por lassombras de la noche; parecían realmente es-tatuas pulimentadas, según los extraños re-flejos que los rayos lunares producían en susmusculosas formas.

A la entrada de Sati, ligero murmullo se' extendió entre ellos, y los ojos de algunosbrillaron con extraña expresión al fijarse enla recienllegada. Sati, sin embargo, fingióno advertirlo, y acomodóse entre Sumud yAbaktoka, uniéndose no pocos en derredor.

El jefe habló así:—Tus oídos, Kirsa, nunca estarán cerra-

dos á mis palabras, porque el dia de la luchallegará, y la casa de Faraón será turbada.Belo (117) estará en nuestro campo, puesHéa (118), que conoce todas las cosas, sabeque padecemos en la tierra de Egipto. Miralos que se reúnen: los dedos del herrero es-tán como la piel del cocodrilo: los obreros dela cantera tienen rotas las rodillas y las es-paldas: los brazos del constructor se gastanen él trabajo: todos tenemos las vestidurasen desorden y el sol tuesta nuestra piel: ellátigo del dennu nos golpea sin cesar, y nues-

tro alimento es menor que el de las aves delos templos.

—La verdad está en tus palabras, — dijoSati;—-pero después de la lucha, la tierra serápara nosotros como el país d§ la vida; el lu-gar donde Anu está acostado, y donde sebebe y se come rodeado de amigos (119).

—¿Y cuál fue tu vida, Kirsa? —preguntóSumud.

Algunos esclavos de los grupos inmedia-tos se acercaron al escuchar estas palabrasde su jefe, y sentándose ó encogiéndose, sedispusieron á escuchar á Sati, que comen-zó así:

—En el Egipto he nacido; pero mi madre,que ha muerto, era del país de Seheto, dedonde también era mi padre.

Los dos vinieron cautivos á esta tierramiserable. Su recuerdo se ha borrado de mí;mas yo conozco todo eso por un anciano bar-quero, en cuya cabana me albergo desde miniñez; sus brazos perdieron la fuerza; su bar-ca ha sido rota por la corriente, y sus remosdesaparecieron con la inundación. Yo le lla-mo padre y le sustento con mi trabajo; ven-do amuletos y collares de tierra esmaltada;de puerta en puerta los ofrezco; pero los egip-cios están sordos para el pobre de vida nece-sitada. Nuestro alimento suele ser los pes-cados que alguna vez cojo; y si mi anzuelono es afortunado, tomo pescado seco á cam-bio de algún amuleto, y sólo basta para ali-mento del anciano que me protege. Me sien-to desfallecida; mi cuerpo está envuelto porla miseria. Nadie me consolaba; cuando héaquí que escuchó una noche vuestro murmu-llo; estaba echada junto á una palmera y allípermanecí; pensó que vosotros podríais con-solarme; mi llanto cayó sobre la tierra, y miespíritu se tranquilizó. Volví á mi casa, yhoy busqué á Nasika.

Cuando terminó de hablar, Abaktoka, queestaba sentado sobre los talones, se incor-poró y dijo con enérgico 'acento:

—Infeliz eres y en la miseria vives, tristemujer. Te juro por Sutekh (120) que despuésde la lucha cubrirás tu cuerpo con los vesti-dos de Faraón y subirás sobre su carro si ledas muerte con maña.

—Sí,—añadió Sati,—valor tendré; mi ehopsbrillará el primero ante el trono de Seste-s« (121), y yo degollaré á las mujeres que élcolma de joyas en su palacio.

Y la supuesta Kirsa acompañó sus pala-bras con tales ademanes, que todos creyeroncierta su bien fingida saña.

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104 REVISTA EUROPEA.—25 DE ENERO DE 1880. NÚM. 309.

—Valerosa eres,—exclamó Sumud;—peroaún el dia está lejos.

—¿No son bastantes los reunidos'/—pregun-tó Sati.

—Muchos son; pero los soldados de Faraónmuchos son también, y sus armas han deservirnos para la victoria.

En esto, un esclavo que llegaba aparecióentre ellos: era Jehuda. Adelantándose, dijocon voz pausada:

—La paz de los reunidos está próxima áturbarse.

—¿Que sabes, Jehuda?—preguntó vivamen-te Sumud.

—Habla pronto,—murmuró Abaktoka im-periosamente.

Todos los reunidos se levantaron, for-mando un gran corro.

—Mi dueño—dijo al fin el hebreo— se ha-llaba hoy en su sala; los hierogránmatas es-taban con él; yo sentí el murmullo de sus pa-labras, y oculto tras de la cortina de la en-trada escuché. Uno de los sacerdotes decia:«Pontífice supremo, el poder de Set (122) ame-naza al Señor de los dos países.—¡Cómo! mur-muró mi dueño. ¿Ignoras es el hijo queridode Ammon-Ra, que habita en su morada? —Bien dices, respondió el hierogránmata; perolas madjaius (123) tienen ojos de gavilán, ysus oídos perciben hasta el mugido del hura-can que agita las arenas del desierto; pala-bras extrañas se han escuchado entre obre-ros y esclavos; pero tú eres fuerte para ani-quilarlos».

Jehuda calló, y el silencio siguió á sus pa-labras. Aterrorizados unos, irritados otros,absortos no pocos, mirábanse todos sin pro-nunciar palabra alguna. Sus proyectos, cualhijos de un ensueño, se disipaban, y el des-aliento comenzaba á dominarlos.

De pronto un obrero, asirio á juzgar porsu fisonomía, adelantó dos pasos hacia Sati,y con acento encolerizado exclamó:

—Esta mujer dijo habernos oido; ¿no seráespía?

Abaktoka, al escuchar estas palabras,lanzóse sobre Sati y asióle fuertemente unbrazo con su mano izquierda, mientras afe-rraba su derecha con sin igual coraje en lagarganta de kt infeliz mujer, diciendo:

—¡Habla con verdad!Gran murmullo se levantó en derredor, y

no pocos de los reunidos se agitaron, apron-tándose á seguir el ejemplo de Abaktoka.

Sumud se interpuso, y con el puño cerra-do sacudió rudamente sobre el hombro del

etíope, gritando con voz comprimida para nodejarse oír desde fuera:

—|Imbócill Ha jurado por mis dioses no ha-cernos traición.

Abaktoka dio dos pasos hacia atrás algolpe de Samud, soltando á la joven apesarsuyo, y, suprimiendo el coraje, apretaba susdientes de marfil sobre los rojos labios, y susórbitas se encendieron de súbito.

Después de un momento de silencio, Satise repuso, y mirando con desden al etíope,murmuró:

—Imbécil te llamó Sumud, y dijo bien. ¡Du-das de la desgraciada mujer que vende amu-letos! ¿No escuchaste los secretos de mi vi-da? ¿No he invocado á mis .dioses? Si dudas,ven á la choza del anciano y él te dirá de nue-vo cuanto dijeron mis labios.

Y volviéndose hacia el asirio que la dela-taba, le dijo en su lengua:

—Eres asirio, pero poco astuto. Si yo fue-ra madjaiu, ¿para qué venir entre vosotrossi antes dije haberos oido desde fuera?

—Sus palabras son ciertas,—dijo Sumud.—¡Kirsa, tú eres de los reunidos por la volun-tad de Assurl

Estas palabras del jefe pusieron fin á laagitación de los esclavos, y después de algu-nos momentos,

—No apartéis de la memoria—continuó Su-mud—lo que dijo Jehuda; durante el trabajo,que no se os descubra palabra imprudente;en este lugar hablareis en voz baja; que latierra no os escuche, y así los oidos de lasmadjaiu no podrán sorprendernos. Y tam-bién os digo que si llega á mí quien es trai-dor entre nosotros, pagará con su vida, puesyo seré con ól como Nargal, el dios de las ba-tallas (124).

En silencio los esclavos tornaron á for-mar grupos diversos, susurrando en voz ba-ja diversas conversaciones.

A un lado se hallaba Sumud tendido en elsuelo, apoyándose sobre el codo derecho; ásu lado sentada estaba Sati; no lejos, Abak-toka formaba parte de un grupo de esclavos;Jehuda, á alguna distancia, con las piernasencogidas, los codos sobre las rodillas y lasmanos caídas, mirábalos conversar, y ame-nudo recogía la atención, manifestando vaci-lación ó impaciencia.

Habíale enterado á su dueña de cómo Si-Montu iba á Rarnak, escondiéndose más le-jos de la sala, en la dirección del templo.Bien cuidó el hebreo de ocultar su encuentrocon AbaJctoka; mas como después manifes-

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tara no serle difícil entenderse con el etíope,no vaciló Isis-meri en confiar á Jehuda el ne-gocio que tan de buen grado proponía cum-plir, ofreciéndole preciosas recompensas sibien lo hacía, y cruel castigo si faltase.

Pero el hebreo no sabía cómo entendersecon el astuto etíope. Se hallaba suspenso,sin acertar á dirigirse á él, cuando advirtióque se ponia en pió. Dudó si acercarse en-tonces; pero el esclavo del príncipe, murmu-rando alguna frase al oído de Sumud, queeste le contestó, dirigióse hacia la salida.Jehuda le llamó, y Abaktocka acercóse, di-ciendo:

—¿Para qué me llamas?—Siéntate1 á mi lado, que yo te hablaré.—Acaba pronto,—repuso en mal tono el es-

clavo, tomando frente al hebreo la mismapostura de éste.

TT-TU dueño se esconde en Karnak hacíalagalería de los colosos. Yo le vi porque mi due-ña quiso, y se lo dije; pero mi dueña sufretristeza sin duda por él. Sus ojos están ce-rrados como enmedio del sueño, mas no duer-me; amenudo descansa en los lechos, pero noreposa; y sus labios no sonríen ni al canto,ni á la música, ni á la danza. En mis pala-bras hallaba antes alegría, y ahora me im-pone silencio. Todo es tristeza á su lado, ynada quiere que -impida su misteriosa con-templación. Y hó aquí que hoy me llamó ydijo: «Busca á Abaktoka en Karnak y pregún-tale por qué su señor va allí durante la no-che; escúchale y no te dejes engañar. Si biencumples mi orden, yo te daré oro y plata demis tesoros, y si no, serás víctima de tu tor-peza». Ya me has oido, Abaktoka; yo partirécontigo mi recompensa; pero que la mentirano salga de tus labios, y no olvides que midueña reparte los favores como Jehová sus

• dones.

El esclavo calló. Abaktoka mirábale conñjeza, y al ñn, con sonrisa maliciosa mur-muró:

^-¿Quieres engañarme con tus riquezas?Pues ya sabes que mis labios están cerradoscomo los del coloso del Rameaseum; el real-hijo vino un dia no más á Karnak; venía altemplo.

—Tú eres el que me engaña,—dijo el he-breo con impaciencia, poniendo sus manossobre los hombros del etíope al advertir laacción de éste para levantarse.—Mis pala-bras son ciertas,—continuó Jehuda;—había-me, habíame, porque si no, he de elegir entrelas riquezas ó la muerte. Más de la mitad de

TOMO XV.

lo que me dieren te daré. Nadie más que midueña sabrá el secreto.

El etiope pareció reflexionar algunos mo-mentos, hasta que al fin dijo así:

—Yo te descubriré la verdad; mas si otraque tu dueña lo sabe... guárdate de mi.

—Habla,— murmuró el hebreo, más tran-quilo.

—Mi dueño viene á Karnak; en la galeríade los colosos se mete en la oscuridad, masno me deja seguirle. Sólo una noche me aso-mó. |Oh terrorl ¡Vi las tinieblas del caos, yun gemido escuché que salia de enmedio deellas! Yo creí hallarme en el Amenti (125).Cuando salió el real-hijo Si-Montu, tenía pá-lido el rostro y la mirada trastornada comootros dias. Porque la tristeza le rodea de con-tinuo y contempla sin cesar.

El hebreo, que habia escuchado lleno deasombro la fábula fraguada por Abaktoka,exclamó:

—Mi dueña lo sabré, como lo has dicho;pero tú, aparta el terror y mira en la oscu-ridad-

El etíope, sin más palabras se alejó.Los reunidos continuaron por algún espa-

cio sus sordos murmullos. En cuanto á Sati,siguió por algún espacio conversando conSumud, sin dejar por eso de advertir las fre-cuentes miradas que se fijaban en ella y lassospechas que no pocos murmuraron al oidode muchos; mas ella habló con entusiasmopara alejar sospechas, fingiendo completaobediencia á las órdenes de Sumud.

Y cuando por la calle de esfinges se diri-gia de Karnak hacia Luqsor, en cuyas inme-diaciones se hallaba su vivienda, murmu-raba:

—Con razón decia el hierogránmata quemis ojos son como los del gavilán. Yo des-truiré los planes de los reunidos.

CAPÍTULO. VI

Xn la cripta

Mientras Nasika conversaba con el etíopftAbaktoka, y cuando, cerrado el paso abiertoá través del muro, la figura del divino Horasvolvió á ocupar su puesto en la procesión dedivinidades que ornaban la pared, la mujerque por la secreta entrada habia desapareci-do, se encontró rodeada por las tinieblas; sólola candente ascua que habia recibido de Na-sika brillaba en rojizo punto. Mas á poco, yá impulsos del aire impelido por sus labios,

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BUROPS*:, 85 DE ENBRO DE 4880.- «*#*«. «09.

prodiijose una lig-erísima llama qise feastóá encender la lamparilla, y la luz tenue que-bró las sombras, iluminando el postro de-aquella mujer. Era Ari-ai-ta, la dueña deNasika. Llevaba el manto pendiente de loshombros, dejando su hermosa cabeza descu-bierta. El blanco color de sus vestidos dá-bala el aspecto de alguna mágica figura,©orno las que se observaban en las pinturasemblemáticas. Deslizábase por aquel estre-cho corredor, apenas suficiente á su paso,cuyas paredes y techos, de oscuras y desnu-das piedras, se abrian misteriosamente porlas entrañas del muro; el ligero rocé de sutúnica se percibía suavemente, y la luz, lle-vada en alto por su mano, dejaba ligera es-tela luminosa que absorbía la oscura densi-dad de aquellas tinieblas. De este modo, des-pués de volver el recodo formado por el es-trechó pasillo, distinguió un espacio rectan-gular y oscuro que indicaba el hueco de unaptíerta,'ála>que no tardó en llegar, hallán-dose en .una estancia, pequeña y abovedadaque se inundó de claridad á su entrada (126).Arrimados á sus paredes se veian algunoscofres ¡donde estaban depositados los objetosde metales preciosos usados en las ceremo-niasdel íemplo de Osiris, guardados, segúnla costumbre de los sacerdotes egipcios, enaquellos recónditos lugares ocultos á la pro-fanación. Algunos pedestales sustentabantambién artísticos vasos y preciosas esta-tuas, y cerca de uno de ellos se hallaba enpió un joven egipcio de aspecto altivo, aun-que no arrogante, viéndose bajo su mantoun ríao pectoral que revelaba sai alta jerar-quía}! f en eíeéto era el realnhijo Si Montu,que tan pronto como vió á la joven acercósepresuroso hacia ella, diciéndole con expre-sión de alegría: .

—Que Hathor (127) no consienta penetreen tu corazón la amargura.

—La diosa- sjempjfe nae acompaña,—con-testó Ari-ai-ta con dulzura, fijando su mira-ra en el rostro ¡de: Bi-JAantu; y colocando lalucerna sobre el pedestal, volvió al lado delp r í n « ú p e r .:•.••' • • ' •

-*-Bie»; só—repuso éste—que eres su pre-terida* y en quien tiene puesto s¡u. amor el

• «modelo de las madres» (128).—¿Acaso no- entiendes—exclamó vivamen-

te la joven—que las imágenes de la diosaestán siempre conmigo y son el constante re-cuerdo de promesas que halagan mi corazón?

En efeeto: traia Ariiairta, rodeado á su, cuello, un collar vítueoi del ¡eual peadi*n ¡pe-

imágenes de •Hathoi?. El príneipe, alfijar su atención en la joya, pareció ser víc-tima de algún recuerdo que le mortificaba, yprocuró en vano disimular su turbación,

—Si-Montu, tu corazón sufre,—dijo Ari-ai-ta al apercibirse de este cambio;—tus ojosme indican algún pesar que se abriga en tupecho. Habíame de él para que te consuele óruegue á Horus aparte de tí los malos espíri-tus que te hacen sufrir.

*—Te engañas, no sufro. Lejos de mí está latristeza, y á tu lado sólo hallo la dicha; dichasin límites, como el hemisferio azul quo re-corre el Sol en su carrera.

—¡Oh, no! Tal vez nos amenaza algún ries-go que tú corres, y del cual sólo podría li-bertarte el poder de Ammon; por eso lo ocul-tas. Quizá habrás seguido los consejos de al-gún hombre perverso; ésta ©sla causa de lapena que te aflige (129);—y dieiendo esto des-prendió de su garganta un collar de marfilque colocó sobre el pecho del príncipe, excla-mando:

—Si es lo que yo creo, el poder de Pasoht,sobresalto de los malos, te librará (130).

La cabeza de gata, representación de estadiosa, se veía, en efecto, suspendida de aquelcollar.

Vivamente impresionado Si-Montu antela tierna solicitud de Ari-at-ta por consolarle,y tratando de disipar por completo sus te-mores , tomóle una mano, y reteniéndolasuavemente murmuró:

—¡Amada mial ¿Cómo puedes cree*tjue losmalos espíritus me atormenten, ni que ai-gun hombre perverso me aconseje? | Ah,- no!Entonces Si-Montu no se acercaría á tí; no seentregaría á las delicias que á tu lado dis-fruta; si mi corazón no fuera puro, no podríaamar á la hermosa Ari-ai-ta.

—Esas palabras traen á mi alma la tran-quilidad: habíame así; que tus labios no medirijan sino los sentimientos que encierra tucorazón.

Sentáronse entonces en el suelo, junto ála colamnita que sostenía la luz, quedandosumidos en la penumbra.

—Eseucfaa más aún,—añadió el príncipe;—¡Ves este recinto reducido y hasta en ciertomodo tenebrosol Pues cuando en las horasde reposo, mientras mis esclavos quemaninciensos que perfuman mi estancia y disi-pan el calor de mi euerpo con los abanieos,entonces cierro los ojos para apartar cuantomerodea, y veo esta estancia; maa oolaveopavorosa y oscura, sino ris-aeña é ilumina-

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J. MÉLIDA-I. LOPBZ.—-EL SOBTlLíEGK* DE KA«¡NAK.

da> cual si fuera la naos donde se alza lamisteriosa imagen de la pureza por tí perso-nificada, cuyas infinitas maravillas soy yoel solo destinado por mi protector Horus paracontemplarlas; en éxtasis de júbilo. Tu esbel-to figura se muestra ante mi vista velada porla túnica d» lino, tan blanca cual el velo quecubre tos misterios del santuario; tus labiosm© sonríen, tus rasgados ojos me contem-plan alegres; desde tu cabeza descienden lasnegras trenzas á los lados de tu rostro; tucuello-lo rodean collares de amuletos y perso-nificaciones divinas, que son las que te con-servan pura, las que inspiran tus ideas rec-tas, las1 que apartan de tí la aflicción y elpesar, las que te hacen ver la esperanza es-condida en el horizonte. Cual una nuevaHator te contemplo; tu figura tiene la her-mosura suprema y divina de la diosa. Cualnuevo loto que sale1 de entre las olas del PÍOsagrado, abriendo su cáliz ante los rayosde Ra, para repartir su aroma en derre-dor y ocultarse á la entrada de la noche,descendiendo melancólico al fondo de lasaguas (131), renaces ante mí risueña y pla-centera; como el capullo, tu corazón esparceel rocío del bien, y cuando cesa esta visiónmisteriosa en que me deleito, tú también teocultas tras el velo sagrado que cubre estanaos, donde se encierra la imagen de la per-fección.

—Tú—repuso Ari-ai-ta conmovida por es-tas palabras—serás dichoso cuando en tan-tas delicias te recreas; mas yo...

—¿Cuáles son los encantos que ves cuandoreposas en tu morada? ,

—Yo no soy dichosa como tú; yo sólo mesiento rodeada de sobresaltos y temores, ycuando siento el júbilo que agita mi corazóná tu recuerdo, me parece que he de ocultarlecomo un secreto misterioso, y presiento ma-les que amenazan turbar mi felicidad vena-dera. Me lleno de angustia al acordarme demi bondadoso padre; ya creo verle perdido en-medio de los mares, ó ya en guerrra horro-rosa con los pueblos adonde ha ido para en-señarles la verdad (132).

Ari-ai-ta cesó de hablar, recostando sufrente en el hombro de su amante, que la sos-tuvo en sus brazos murmurando á su oido:

—¿Por qué, hermosa, te afligen tales qui- <meras? Tu padre es protegido de Ammon-Ra,que ilumina sus pasos, y volverá colmado debienes.

Ari-ai-ta. se estremeció al escuchar estaúltima palabra, y exclamó débilmente:

-^Sí, mas cuando vuelva...•—Amada mia, no me hagas anhelar tus

palabras—dijo Si-Montu al advertir la índica,:cion de Ari-ai-ta.

—Cuando vuelva mi padre, no querrá talvez que su infeliz hija sea la ©sposa ,4e ufyhijo del rey más poderoso que ha gobernadolas dos regiones, pues mi inferior rango...

—¡No, Ari-ai-ta! ¿No eres á mis ojos la máspura y hermosa- de? las, mujerear del Egipto?Tu padre será bondadoso para contigo, yobediente álos1 mandatos de imi padre. Elvencedor de todos los puelos, aquel á quiense humillan todos los hombres, será tambiénvencido por el amor á su hijo, que sólo halla,la dicha en su amada. Tu mirada, hermosa,mia, más dulce que los destellos de A.-ah, in-fluye sobre mi espíritu, que se, agita á impul-so de un amor mil veces más vehemente quQ,el viento del desierto cuando troncha las pal-;,meras, arranca los robustos árboles y le-vanta en confuso torbellino-dé revuelto olea-je las aguas del rio sagrado. ¿Quién podráoponerse á mis designios?

—Fortalecida con tus palabras, mi alma s,e,inunda de dicha infinita. Tú no te alejarás demí durante nuestra estancia en esta vida, yen las regiones del hemisferio superior (133),,unidos renovaremos nuestra existencia pormiríadas de años. .-:•,-••

Algunas palabras más se cruzaron entrelos amantes, que devolvieron la tranquilidadal corazón de Ari-ai-ta.

Al fin el chisporroteo de la lamparilla, cu-,ya luz se^cababa, les anunció el término, yponiéndose en pió, .envolviéronse el príncipe.,y la joven en sus mantos, y tomando Ari-ai-tala lucerna, se dispuso á salir.

—Enmedio de esta soledad y de este silen-cio,—exclamó,—siempre me parece que núes-,tras palabras serán escuchadas y descubier-to nuestro amor.

—¿Reparaste — dijo Si-MQntu—en la ima-gen de Horus, esculpida en la secreta entra-da de esta galería, y que con el dedo sobrelos labios indica el silencio? (134) Pues él me.,.,envia sus favores y protege nuestros desig-nios; él esparcirá el silencio en nuestro de-,rredor, y nos hará dichosos. ... ; ¡ ... ,.,„.-,

En efecto, la seguridad del sitio en que¡ sehallaban no podia dudarse,, pues sólo ,los ,,sacerdotes del cercano templo conocían suentrada. , .. :

Durante este tiempo, Abaktoka habíavuelto al lado de Ñas ika, con la que sosteníaamigable plática cuando,salieron e,l príncipe*

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108 REVISTA EUROPEA.—25 DE ENERO DE 1880. NÚM.

y Ari-ai-ta; y a t ravesando, seguidos de losesclavos, el extenso patio, se separaron .des-pués de una cariñosa despedida.

Poco después, la morada del Horóscopose abría ante las dos mujeres, ocultas siem-pre en sus oscuros mantos.

CAPÍTULO VII

Dudas de IsiB-meri

Cuando el nuevo día resplandeció, apron-tóse Jehuda á presentarse en el tocador desu señora. La halló como siempre adormeci-da en melancólica contemplación. Reclinadaen un lecho á modo de largo diván con res-paldo en un extremo, velada por el blancotul de su túnica, su cabellera, repartida endesordenadas trenzas, aparecía en graciosoabandono.

Cuando advirtió la presencia del hebreo,mandó retirar á las esclavas que la rodea-ban, y haciendo tomar á Jehuda el abanicosemiesfórico de azules plumas, hasta enton-ces movido por una de aquéllas, le dijo:

—Habla.El esclavo, comenzando á mover pausa-

damente el abanico, murmuró:—Hasta Karnak le seguí, y allí le pregunté.—¿Sin descubrirme?—Nada sabe de tí; pero Abaktoka es astuto

como el cocodrilo, y creyó era un engaño.Insistí otra vez, y al escucharme me revelóel secreto; mis labios tiemblan al decírtelo.

—¿Qué te dijo?—exclamó vivamente la sa-cerdotisa incorporándose agitada.

—Dijome — continuó el esclavo — que sudueño se oculta en la oscuridad de la galeríade los colosos; más allí le prohibe seguirle.Abaktoka se asomó un dia; sus ojos no vie-ron, pero escuchó un gemido; el terror le pa-ralizó, y, según decia, creyó hallarse en elAmenti. Esto es lo que sabe.

—¿No más te dijo?—Sus palabras te he dicho; pero yo volve-

ré a él; y de nuevo le preguntaré.La sacerdotisa calló, recostóse de nuevo

en el lecho, escondió la mirada, y en su ros-tro pálido se pintó la amargura.

¿Qué misteriosa revelación acababa de es-cuchar de los labios de Jehuda?

Aquellos gemidos en la oscuridad, ¿serianlas quejas de la.pasion que hacía su desgra-cia? ¿Por qué Si-Montu, para entregarse á lameditación, caminaba hasta Karnak no máseoñ un esclavo j se escondía en el lugar más

silencioso? [Ah, sí! Sin duda amaba á unamujer, y esta mujer le aguardaba en Kar-nak. Era preciso saberlo á toda costa, y qui-zas el hebreo era demasiado torpe para es-tas pesquisas. ¿Quién sabe si Abaktoka lehabría dicho otra cosa y Jehuda lo ocultaba?¿Sabría la verdad el hebreo? Habia habladocon la calma que le era habitual, y siempreobraba de buena fe; ademas, el tiempo se pa-saba demasiado triste y melancólico; prontohabia que Saber de cierto la verdad de talmisterio, y si era lo que sospechaba, sin pie-dad vengarse del príncipe.

Tales eran las sombrías ideas que se su-cedían sin cesar, poniendo el ánimo de la sa-cerdotisa en confusión extraña.

Las esclavas la rodearon de nuevo, per-maneciendo en temerosa quietud.

Entretanto, en la sala de la derecha delpatio se hallaba el pontífice con su hijo, suhermano Khonui, administrador del graneroreal, y los hierogránmatas á su servicio. Ha-roeris estaba entre ellos.

La estancia era cuadrilonga, espaciosa,elevada de techo y alumbrada con claridadpor las ventanas que se extendían en la pa-red que daba frente á la puerta. En ambosmuros aparecía una continuada serie de figu-ras dibujadas con trazos delicados y firmes,aunque repetidos con singular regularidad:las divinidades masculinas en un lado y lasfemeninas en otro, sucedíanse, todas en acti-tud de marcha, con el pió izquierdo avanzado,en la, diestra la cruz con el asa, símbolo de lavida divina, y en la otra el cetro con cabezade galgo. Los diversos atributos, las ceñidasvestiduras, todo resaltaba en colores tan va-riados como vivos. Veíase allí el Osiris consu psehent, especie de mitra; el Horus, con eldisco rojo sobre su cabeza, y otros distintosatributos, así como la cabeza de carnero deAmmon, la de ibis de Thoth, la de chacal deAnubis. Y las diosas, como Isis, llevando unaltar sobre su tocado, Ma con la pluma deavestruz en igual forma, y Pasch, que osten-taba la cabeza de gata. Ante esta serie dedivinidades, y en el punto hacia el cual todasse dirigían, prosternábase la figura de unsacerdote, según llevaba su cabeza afeitada,y el calisiris que vestía. Representaba al^pontífice ofreciendo tributos á las divinida-des del Egipto. En igual forma sé hallaba re-presentado en los dos testeros de la pieza,sólo que en uno se encontraba ante Faraón,y en otro dictaba órdenes á saderdot«s dedistintos colegies (135).

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NÚM. 309. 1. MÉL1DA.-I. LÓPEZ.—EL SORTILEGIO DE KARNAK. 109

Aquellas pinturas eran la fiel representa-ción de la virtud y el saber del pontífice, á lavez que de su poderío, y de sumisión ante losdioses y ante el soberano del Egipto, cuyosdesignios cumplía y tomaba como guía ensus mandatos.

A un extremo de la sala se hallaba elgran sacerdote acomodado en una silla debronce con esmaltes ó incrustaciones, figu-rando sus patas y. su respaldo plumas deavestruz curvadas al extremo, tapizada detela azul con bordados de oro; en divanes deigual tela cubiertos estaban Khaii, Khonnuiy los hierogránmatas (136); el enviado deMenfls ocupaba una silla de madera pintaday tallada, que sustentaban las cuatro extre-midades de un león, bien imitadas por el ar-tista. Lucían sus blancas vestiduras y susinsignias sacerdotales, permaneciendo engraves actitudes y silenciosos todos, menosel Pontífice, á quien escuchaban, y que deciaasí:

—Tu palabra en nombre de los servidoresde Ptha, en Mennefer, ha sido escuchada porFaraón. Y sus designios, que son los de supadre Ammon, han sido cumplidos. El real-hijo Kha-em-uas es el nuevo nomarea de turegión (137). Al Ramasseum irás á proster-narte ante él, pues de aquí á tres dias par-tirá.

—Tu orden será cumplida, verídico Psar.Con verdad eres protegido de Mant, la seño-ra del bien, pues el real-hijo es sabio comosu padre, y protegido por la divinidad. Losque me han enviado le recibirán como alHorus benéfico, pues en su falta, las fiestasde Hapis (138) y las construcciones en honorde Phta sufren quebranto (139). Themei teilumine (140).

Algunas más palabras se cambiaron en-tre el pontífice y los sacerdotes, hasta quesé presentaron en la sala la esposa de Psar,llamada Aui, con Isis-meri; ambas vestíantúnica de gasa y llevaban el cabello trenza-do; seguíanlas los niños hijos del pontífi-ce (141), á quien acompañaban algunos den-nus y esclavos. La esposa del pontífice semostraba risueña, mientras que su hija, re-costada en su brazo, permanecía con la mi-rada recogida y el rostro bajo.

—Los manjares están preparados para tualimento,—dijo la esposa.

Y seguidamente se pusieron todos enmarcha, atravesando el patio por entre unadoble fila de esclavos que se inclinaban res-petuosos á su paso, con la rodilla derecha

hincada en el suelo, los brazos cruzados so-bre su pecho y la cabeza inclinada con su-misión, inmóviles cual estatuas repetidas enprolongada serie.

Marchaba delante el pontífice, y detrasHaroeris con Khai, Khonui y los hierográn-matas; después venía Aui (142) con su hija, ypor último, los niños. Con andar mesuradollegaron hasta la galería abierta sobre eljardín donde habia de celebrarse la comida.En la puerta todos mojaban sus manos en unancho vaso de alabastro colocado sobre unpió de madera, junto al cual una esclava lesenjugaba y perfumaba (143).

La columnata formada por fustes cilindri-cos pintados con elevados lotos á manera defrisos y anchas fajas de varios tonos, sus-tentaba capiteles cuadrados con bellos ros-tros de Hator, limitados por un claf pintadode azul y fajas amarillas en cada uno de suscuatro frentes. '

Estas cabezas sustentaban una pequeñaconstrucción en talud con su cornisa; en laque se apoyaban los dinteles. Ornaban lostres muros de la galería diversas escenas decaza y pesca preciosamente dibujadas. Mul-titud de hombres con la cuerda de la red,donde penetraban aves diversas, esperabanla señal de un dennu para aprisionarlas. Des-pués se veian las escenas de la cocina, don-de mataban las aves, las abrían sobre unaespecie de banquillo inclinado, y deposita-ban en tinajas los despojos. La pesca ofréciatambién variedad de escenas, pues mientrasen vsn lado aparecían los pescadores muyafanados por cerrar la red donde se agitabanlos pescados, veíanse en otro muchos hom-bres cargados con cubetos colocados en losextremos de un palo, cuya parte media des-cansaba sobre el hombro del portador, y máslejos otros nuevos esclavos disponían lospescados para ser presentados en las comi-das (144). Acomodáronse la familia y los con-vidados en preciosas sillas alineadas ante lapared opuesta á la columnata, cuyos anchosasientos é inclinados respaldos tapizados detela roja bordada de oro permitían reclinar-se con holgura y comodidad.

A no ser á Isis-meri, á todos los llenabade placer la estancia en aquel delicioso para-je, y más que niiiguno gozaba el joven sa-cerdote de Menfis al contemplar la fastuosi-dad con que estaba adornada la estancia;al extender sus miradas hacia el hermosopanorama que ofrecían los pabellones deljardin y el lozano verdor de plantas diversas

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110 REVISTA EUROPEA.—25 DE ENERO DE 1880. 309.

esmaltadas por las bellas flores de coloresbrillantes y delicados que aparecían cual in-finitas mariposas entre anchas hojas y mez-clados tallos; al percibir el. delicado aromadélas flores colocadas en inmensos vasos debarro, estrechos en su base, semiesfóricosarriba, y de boca ensanchada, donde semezclaban los azulados y blancos lotos conlas sonrosadas acacias y otras florecillasamarillentas ó rojas, cuyos vasos se veíanen distintos, lugares de la galería; y en fin,al esoachar Ja armonía cadenciosa de losinstrumentos, tocadps con delicadeza ymaestría por diversas esclavas alineadas enel jardín ante la columnata.

Delicadas gasas ceñían su ouerpo, y es-clavinas de cuentas esmaltadas rodeaban sugarganta; un pequeño gorro azul se ajusta-ba á la cabeza por una cinta amarilla, de lacual pendia un capullo de loto sobre la fren-te, y abundosos cabellos caian en bucles has-ta sus hombros,.

Una pulsaba el arpa: formada por un más-til encorvado, y ancho en su parte inferior;otra la lira, de forma semirectangular, cu-yas cuerdas, hacía vibrar con un especie depunzón de marfil, unido por un cordón al ex-tremo del instrumento; aquéllas golpeabanel tímpano de piel de onagro, extendido so-bre un marco cuadrangular de madera; al-gunas tocaban la doble flauta, pulsando ladel lado izquierdo con la mano derecha, y lade este lado con la opuesta; otras sacudíanel sistro, dejando escuchar el ruido de susalambres solamente en determinadas caden-cias, y algunas niñas, con igual traje quelas que toeaban. los instrumentos, acompa-ñaban con- repetidas palmadas y cantabanlentamente períodos cortos, cuyas frases,alargaban con acento dulce al compás de lasnotas prolongadas que se perdían melancóli-cas (145).

En el centro de la sala hallábase Tanaroen pió, grave y con su caña en la mano.

A su señal aproximaron los esclavos, pe-queños veladores! de madera, con el pió talla-do y pintado, á cada uno de los convidados,é inclináronse respetuosos al mismo tiempo,permaneciendo de la misma postura paraservir. Otros esclavos, entretanto, se coloca-ron á la derecha de cada sillón, comenzandoá mecer suavemente abanicos semiesféricosde plumas teñidas de colores caprichosos. Lacomida dio comienzo mientras quemabanyerbas olorosas en una ancha copa de bron-ce, sustentada por- la figura de un hombre

esculpido en basalto, de rodillas y encorva-do, con los codos elevados por detrás de su-espalda. -

El perfume empezó á esparcirse en den-sos vapores, y mientras tanto se servían enplatos de barro, esmaltados de azul (146),codornices asadas, con yerbas silvestres, ypan ablongOy ó en forma de rosca,, cuchar»»de marfil y cuchillos de bronce.

Un plato de lentejas, la carne de cabra yotros alimentos precedieron al más aprecia-do y gustoso; la carne de buey cocidaí con to-millo y vino. A todo esto eran servidos, envasos de barro esmaltado, como los platos,diversas clases de vino: el importado de laSiria y de Kannem, el fabricado en el Egipto,,del cual gustó Haroeris con mucho placer,y el de Kaken, vino cocido y mezclado conmiel, qu9 gozaba de gran fama, tanto en elpaís como fuera de él. Bebían* amerindo delagua del Nilo, que refrescaban junto á la co-lumnata los esclavos.

Tortas de maíz, higos de sicómoro, dáti-les, queso fabricado de leche cocida (147) yfrutas diversas fueron los últimos man-jares.

Durante la comida todos permanecierongraves, sin hablar palabra alguna; los sacer-dotes sin olvidar que la muerte pondría tér-mino á los placeres; las mujeres, como losniños, gozosas; sólo Isis-meri rehusó algu-nos manjares que le fueron ofrecidos, mos-trándose sumida en melancólico abandono.

Concluida la comida fueron retiradas lasmesitas, y la música, á la señal de la escla-va que pulsaba el arpa, cambió su cadencio-sa melodía por un alegre y agitado son enque acrecía el sonido con vibraciones enér-gicas cual canto guerrero. Presentáronse an-te la columnata, con rapidez, varias mujeresasiáticas, que, danzando, graciosas pasabanalternativamente, unas tras de otras, porentre las columnas, ya prosternándose,, ya*saltando ó-cambiando de lugar con presteza.Csñia su cabeza una corona de blancas flo-res, que entre las verdes hojas resaltaban,y las largas trenzas de su cabello, termina-das en preciosas florecillas rosadas, sacu-dían sus espaldas, sus hombros, sus brazosó su rostro, como los collares que cubrían suseno y los largos hilos de cuentas esmalta-das y piedras pendientes de- ancho ceñidorazul, cayendo sobre la tela blanca y bien ce-ñida que envolvia el vientre y las caderas.Argollas de plata oprimían, sus tobillos y seajustaban también k los brazos-y muñecas.

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309. V. WILPER.—BEETHOVEN. 111

En tan repetidos movimientos relucían laspiedras y cuentas, chocando sin cesar, conbrillo tan fugaz que más parecían extrañaslucecillas que envolvían las fantásticas figu-ras de las bailarinas.

En las danzas fingían acciones capricho-sas, pues ya huían como espantadas de al-gún peligro desconocido , encogiéndose yocultando el rostro, ya tornaban los ojos es-pantados hacia atrás con recelo, ya nueva-mente se acercaban, ó irguiéndose con unsalto gracioso, sonaban sus castañuelas demadera, coqjp en señal de triunfo, ya se per-seguían unas á otras en derredor de las co-lumnas, ya alcanzábanse luego y luchaban,ya se fingía una vencida en la lucha y se re-voleaba en el suelo mordiéndose las manos,mientras la vencedora, subida sobre su víc-tima, contemplábala con orgullosa sonrisa,ya, en fín, -se abrazaban en medio de vigoro-sos saltos y singulares posiciones. Bullicio-sas como llegaron, desaparecieron para pre-sentarse al poco en precipitada carrera ytornar á esconderse para de nuevo aparecer,y no cesaron de pasar y repasar las bailari-nas hasta que calló la música (148).

Psar, con su familia y los sacerdotes, sa-lieron al jardín; donde discurrieron largo es-pacio por las calles de arbustos y entre flo-res infinitas. Haroeris, que se mostraba sa-tisfecho, dijo así:

—La danza hace pensar en las delicias delSahu, y alegra el espíritu cuando desfallece.

—No siempre•,'. sacerdote,-^repuso Isis-meri con calma.

—¿Acaso la música te es más agradable?~ Mi oído ñola escueha, y mis ojos no re-

paran esta danza tampoco; porque mi espí-ritu quiere deleitarse en las palabras que ja-mas escuché.

Extrañeza^ manifestó Haroeris al oir laspalabras de la sacerdotisa, y por toda con-testación dijo:

•nrjCónio! (¿No ocupas lugar preferente en elRammesaeum? ¿No te designan ya como es-posa del príncipe Si-Montu?

.* ¿Qaé dices, Haroeris? Este es el motivode mi llanto, pues mientras yo le amo, él nome tributa otra cosa que el desprecio. Sos-pecho que ese amor que yo ansio es quizas lafelicidad de otra mujer; esas miradas que nohallo, serán su alegría, y esas palabras queno escucho, serán su consuelo. ¡Ah, Haroe-irisl Aun tiempo le odio y le amo á él, y en-vidio y aborrezco á ella. Unas veces quisierallegar ante Si-Montu y que viera mi quebran-

to; otras pienso mejor en la. venganza, ymaldigo entonces al-hijo de Faraón.

Isis-meri calló, y en corto espacio sucedióel silencio á sus palabras, dichas eon un'acento tal de desconsuelo, que el sacerdoteal fin dijo asi:

—Al ver tu triste?», mi tranquilidad sequebranta. ¿Mas no serán quimeras ó sue-ños las causas de tu pena?

—No, Haroeris; mis ojos no ae han4eÉga-ñado.

Isis-meri permaneció muda el restó deldia, retirándose á un pabellón del jardín,adonde llamó á "Tanaro, y le dijo:

—Antes que los rayos de Ra se escondantras de la montaña, mi barca estará dispues-ta en la orilla del rio, porque quiero gozarcon la vista de la ribera y alegrarme con elcántico de los pescadores.

J. MÉLiDA-I. LÓPEZ.

(Continuará.)

BEETHOVEN

(Continuación.)

EL ARTISTA.

BStudiado el hombre, no parecerá fuerade propósito que demos una idea del artista,es decir, del artista tal como le encontramosen las relaciones de todos los dias, no delmúsico inmortal á solas con los sublimespensamientos, que purificados en la llama desu genio se habían de extender por el mun-do con la gloria de sus obras.

Digamos algunas palabras primeramenteacerca de Beethoven como ejecutante, es de-cir, como pianista y director de orquesta.Después estudiaremos al compositor más decerca.

Los lectores de la Juventud de Beetho-ven (1) saben que desde los primeros añosde la adolescencia de nuestro héroe ya eraun aficionado de primera fuerza. Cuando em-pezó su carrera en Viena, sirviéronle mucho

(1) Alude el autor al estudio que publicó en el <M«-nastrel» con esa título, en el cual examinó los primarosates dtl ilustre compositor.-(N. <Jel T.)

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estas dotes para hacer valer sus obras; peroal poco tiempo el trabajo intelectual le absor-bió de tal modo que descuidó en absoluto elestudio del mecanismo. Poco á poco dejó dedar conciertos y encargaba la ejecución desus obras á Ríes cuando era la primera vezque se tocaban en público, no haciendo yamás que improvisar. El compositor mató alejecutante.

Pero aunque renunciaba á los triunfospúblicos, Beethoven no se hacía rogar de losque le visitaban con frecuencia para ponerseal piano con tal que no le pidieran que ejecu-tase música propia. No cediá en este puntosino cuando se trataba de alguna composi-ción inédita.

En general las interpretaba con cierta li-bertad, aunque sin descuidar la medida.

A lo mejor, en los crescendos, en vez deacelerar retardaba el movimiento, lo que, se-gún dicen, producía un gran efecto.

Ries, que nos da noticia de todos estos de-talles, refiere á este propósito una interesan-te anécdota, de la cual se desprende que laejecución de Beethoven no era siempre depureza irreprochable.

«Un dia el conde Browne—dice Ries—mesuplicó tocara la sonata en la menor (obra 23).Beethoven estaba delante, y como yo no lahabia estudiado con él, manifesté que es-taba dispuesto á tocar todas las obras delmaestro menos ésa. Se dirigieron á Beetho-ven para que mp convenciese.

—Vamos,—me dijo,—me parece que no latocareis tan mal que yo no pueda escucharlahasta el fin.

Cedí y me puse al piano. Beethoven, co-mo de costumbre, me volvía las hojas. Alllegar á cierto punto en que debia poner derelieve una nota con un cambio de la manoizquierda, no llegué más que á poner el dedoal lado de la tecla. Beethoven me dio con lapunta del suyo un jpequeño golpe en la cabe-za, lo que fue observado por la princesa L***,que estaba enfrente de nosotros apoyada so-bre el piano. Cuando concluí,

—Muy bien,—me dijo Beethoven;—no te-neis necesidad de estudiar conmigo esa so-nata para tocarla perfectamente; el golpeci-to que os di en la cabeza fue sólo una adver-tencia y para demostraros que me fijaba mu-cho en vuestra ejecución.

En la misma reunión, al poco rato, Bee-thoven á su vez consintió en ponerse al pia-no para que oyésemos la sonata en re menor(obra 31), que acababa de publicarse. Lá prin-

cesa, sospechando que Beethoven se equivo-caría alguna vez, se colocó detras de él; yome encargué de volver las hojas. Al llegará los compases 53 y 54, Beethoven se equivo-có, y en vez de descender por grupos de dosnotas, hirió tres ó cuatro á la vez, como cuan-do quitan el polvo á un piano. La princesa,que]acechaba la ocasión, con su blanca manole dio una palmada en son de corrección.

—Si el discípulo,—añadió,—por error; taninsignificante mereció ser castigado con eldedo, el maestro, por falta mucho más gra-ve, debe ser castigado con toda la mano.

Riéronse de la ocurrencia cuantos alUestaban, y Beethoven el primero; pero elmaestro, herido en su amor propio, volvió áempezar la sonata, y esta vez la interpretócon perfección ideal.»

En donde Beethoven no tenía rival era im-provisando, arte perdido ó del que apenasnos dan ligeras muestras algunos organistasde la buena escuela. Las pretendidas impro-visaciones de los ejecutantes modernos sonfantasías que no se fundan más que en el ca-pricho de sus autores, y nada tiene que vercon el arte de Bach y de Mozart, sujeto á re-glas determinadas en la .forma y en el fondocomo cualquier otra composición artística.En este riguroso sentido comprendía Beetho-ven la improvisación, y todos sus contempo-ráneos convienen en alabar su incomparabletalento en esta rama difícil del arte.

Es cosa que maravillaba verdaderamentela riqueza de su imaginación, y la diversidadde formas bajo las que sabía presentar susideas.

Cuando Steibelt llegó á Viena precedidode la reputación adquirida en Paris, muchosamigos de Beethoven temieron por la gloriade su ídolo. Á lo monos que aspiraba Steibeltera á ser rival, y rival victorioso, de Beetho-ven. Los dos adversarios se encontraron enlos salones del conde Fries, donde Beethovenejecutaba por primera vez su trío en si bemol,para piano, clarinete y violoncello. La com-posición no se presta á grandes efectos, y elpianista no podia lucir sus dotes de gran eje-cutante. Steibelt escuchó el trío con ciertoaire confiado; hizo un cumplimiento vulgaral autor y creyó asegurada la victoria. Des-pués Steilbelt tocó un quinteto compuestopor él, produciendo mucho ruido con el tré-molo', que era efecto muy nuevo entonces.Beethoven se marchó sin querer medirse consu rival; según todas las apariencias, nues-tro músico era él vencido. -;

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NÚM. 309. V. WILDER.—BEETHOVEN. 113

Algunos dias después volvieron á encon-trarse, y Steibelt ejecutó otro quinteto y unaimprovisación que se conocía que llevabapreparada, para la cual escogió las variacio-nes del trío de Beethoven. Herido el maestrocon táj. conducta en su legítimo amor propio,y al mismo tiempo animado por sus amigos,se decidió á combatir á Steibelt en el terre-no que había escogido. Al ir hacia el piano,de un pupitre que habia al paso cogió la par-te de violoncello del quinteto de Steibelt y re-pasó las hojas con intención manifiesta, ydespués, con el dedo índice nada más, tocóalgunos compases que formaban un tema ri-dículo.

Alentado por el efecto producido y por lasmiradas de los concurrentes, y excitado porla presencia de su enemigo, sacó de aquel mo-tivo incoherente una improvisación prodigio -sa, provocando cada cadencia ñna tempes-tad de aplausos. Por lo que hace á Steibelt,humillado y vencido, no esperó la conclusiónde la batalla; se eclipsó discretamente, ynunca, después de aquel dia memorable, seatrevió á medir sus armas con ese titán, quele habia aplastado con su incomparable su-perioridad.

Pero si Beethoven era sublime en las im-provisaciones, en cambio era detestable di-rector de orquesta. Schindler, Ries, Wege-ler, Siegfried convienen en que no tenía lascondiciones necesarias para este empleo.

Hó aquí lo que á este propósito dice Sieg-fried, que era eapellmeister de profesión ydirector consumado:

«En el arte de dirigir una orquesta, Bee-thoven estaba muy lejos de ser modelo. Erapreciso que los músicos anduvieran con cui-dado, porque si no, el director los equivocabay trastornaba.

Su único empeño consistía en la expre-sión de la obra musical; tenía particularacierto para indicar el sentido de la frasecon gestos numerosos, amenudo cómicos.

Semejante lenguaje telegráfico impediaque el compás fuese siempre perfecto; nun-ca se atuvo á marcarle con regularidad,y muchas veces en los tiempos débiles eraprecisamente donde buscaba los efectosfuertes.

El diminuendo lo marcaba bajando sucuerpo poco á poco, de modo que al llegar alpianissimo desaparecía debajo del atril. Des-pués, cuando la sonoridad aumentaba y to-maba mayores proporciones, subia con ella,y al llegar la orquesta al punto culminante,

TOMO XV.

se elevaba hasta ponerse sobre las puntasde los píos, remando con sus dos brazos enel vacío como si navegase á vela llena porlas nubes.

Con frecuencia le sucedía que sus órde-nes introducían en la orquesta completa con-fusión; en los ensayos tomaba las equivoca-ciones y dificultades á risa y exclamaba áveces en tono jovial:

—¡Ah, ah, señoresl Nunca hubiera creídoque fuese posible levantar de la silla á caba-lleros tan seguros en sus estribos.

Pero si tales accidentes se verificaban enla ejecución, como sucedió con la de la Sinfo-nía heroica, no lo tomaba tan bien, y algu-nas veces estallaba en violentos apostrofes,que los músicos sufrían con tanto peor hu-mor, cuanto que estaban convencidos de queno eran ellos los principales culpables.

Pero ya es hora de dejar á un lado estosdetalles para decir algo sobre el modo comocomponía Beethoven, y sobre sus trabajospreliminares. En pocos maestros se podrásorprender mejor el misterioso trabajo dela imaginación, merced á las innumerablesnotas y bocetos que nos han sido conser-vados.

Esta especie de botánica intelectual tienetodos los atractivos de las ciencias natura-les, porque no es monos curioso sorprenderlos secretos del espíritu humano que pene-trar los misterios de la creación.

Asistir á la concepción de una obra maes-tra, seguirla en su desenvolvimiento orgáni-co y mirarla al fin en su completo desarro-llo, esvno sólo motivo de satísfacion, sinoademas fuente de provechosa enseñanza.

Por desgracia, tal estudio respecto á al-gunos artistas es imposible.

Éstos no guardan consideraciones con losque han de venir, como hace la naturaleza;generalmente no dejan rastro alguno de esetrabajo latente que ejecutaron allá en lo ínti-mo de su pensamiento, siendo imposible co-nocer el nacimiento y desarrollo de susobras, como por la corteza se observa el delos árboles.

Ya lo hemos dicho, nuestro Beethoven esbajo este aspecto excepción quizas única;gran número de sus estudios preliminaresllegaron hasta nosotros por medio de suscuadernos de apuntes, que en su mayor parteestán hoy cuidadosamente guardados en lasbibliotecas públicas: algunos están en manosde personas inteligentes, siempre dispuestasá ponerlos al servicio del arte y de la cien-

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cia (1). Un musicógrafo alemán, M. GustavoNottebon, consagró muchos años al estudioy publicación de esas notas informes, perointeresantes. A sus sabias investigacionesdebemos lo mejor de cuanto vamos á decir;pues sólo nos proponemos dar á conocer ánuestros lectores uno de los libros de apun-tes de Beethoven, y analizarle sumariamen-te, como lo pide la naturaleza de este tra-bajo (2).

Esta preciosa reliquia es un cuadernoapaisado con diez y seis pentagramas, quetiene 192 páginas de música. No son hojassueltas cosidas después, sino un volumenencuadernado antes de usarlo: no pudo ser-virse de él Beethoven más que en la formaque lo poseemos. Este detalle, insignificanteen apariencia, es, sin embargo, de gran im-portancia para el estudio de las ideas de Bee-thoven, pues no será aventurarnos en conje-turas asegurar que en el mismo orden enque vemos escritos los pensamientos delmaestro en estos cuadernos, en el mismoaparecieron en su mente. Este cuaderno notiene fecha, pero por medio de pruebas tanterminantes como ingeniosas , Nottebohndemuestra que debió el maestro servirse deél entre los meses de Octubre de 1801 y Mayode 1802.

Recorramos ahora este curioso Skizzem-bueh rápida, pero cuidadosamente.

Las cinco primeras hojas ofrecen una se-rie de ideas musicales que no pasaron de en-sayos: son flores que no han formado ramoni dieron fruto jamas. De algunas indicacio-nes de instrumentos, solamente se deduceque son piezas para orquesta. He aquí unode esos motivos como mera curiosidad. (I) (3)

Siguen después una serie de bocetos rela-tivos á dos trozos de canto: el 'Opferhed deMatthisson, para una sola voz, con acom-pañamiento de piano; y otra pieza con acom-pañamiento de instrumentos de cuerda, es-

(1) El cuaderno de apuntes relativo & <Fidelio», porejemplo, lo posea la familia Mendelssohn, que en dife-rentes ocasiones lo ha puesto & disposición de Otto Jhany de Thayer.

(2) Véase «Beethoveniana> Anfsatze und Mitteüun-gen von Gustav Nottebohn. Nene Beethoveniana en elaño 5." y siguientes del Musikaliüches Wochenblatt. —Véase sobre todo Ein Skizzénbuch von Beethoven bes-ehrieben und in anszügen dargestellt von Gustav Not-tebohn .

(3) Los números romanos entre paréntesis que se en-cueatren en lo sucesivo, remiten al apéndice del libro;que irá detras de los presentes artículos.

crita sobre una poesía de Metastasio, la cualpermanece inédita.

Enmedio de estos materiales esparcidos,se encuentran trozos de contradanza, y elsiguiente tema instrumental, destinado, sinduda alguna, á figurar en la segunda sinfo-nía. (II)

Enseguida encontramos el núm. 6 de lossiete caprichos para piano (obra 33) y variostemas, cuya mayor parte quedaron olvida-dos en el cuaderno. Estos curiosos fragmen-tos ocupan hasta la página 32 del cuadernode apuntes.

Las dos hojas siguientes están consagra-das á la elaboración no interrumpida del finalde la sinfonía en re.

Nos encontramos otra vez con una sariede temas, todos desconocidos, excepción he-cha de algunos motivos de Icender: despuésviene el trío vocal tremate empii, tremate(obra 116), que queda en embrión hasta 1814,época en que Beethoven se determinó á com-poner la partitura. Sigue á este trio el princi-pio del tema de la primera parte de la sonatapara piano y violin en la mayor (obra 30, nú-mero 1), después un canon y muchos moti-vos inéditos. Sólo á las veinte páginas Bfie-thoven vuelve á ocuparse del bosquejo de laprimera parte de su sonata en la, para inter-calar inmediatamente motivos del segundotiempo y el tema del tercero de la sonata de-dicada á Kreutzer (obra 47).

Resulta de esta confusión que el últimotema á que nos referimos fuó destinado pri-meramente á la sonata obra 30: conjeturaque Ríes confirma al asegurar que Beetho-ven desglosó este allegro, porque era dema-siado brillante, dado el carácter general dela obra.

Sea de esto lo que quiera, lo cierto es queacababa de trazarlo, cuando inmediatamentevemos que Beethoven escribe una á una lasformas rudimentarias de la sonata obra 30:tan fecunda y laboriosa era la imaginacióndel maestro.

Aún trabaja en los preliminaros de estasonata (la en do menor, obra 30, núm. 2), y noobstante llena las hojas con nuevos bocetos.Ya es el capricho núm. 5 de la obra 119 ó eltema del final de la sonata en la menor,(obra 30), fragmentos de la sonata en sol ma-yor (obra 30, núm. 3), el primer trozo de lasonata para piano en re menor (obra 31, nú-mero 2), ó por último, multitud de melodíasinéditas, entre las cuales las hay que ya tie-nen forma clara y casi definitiva.

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NÚM. 309. V. WILDER.—BEETHOVEN. 115

El fragmento relativo al primer tiempo dela sonata para piano en re menor (obra 31,núm. 2) interesa especialmente, porque per-mite sorprender al vivo uno de los procedi-mientos que son en Beethoven familiares.Estos fragmentos son, por decirlo así, un rá-pido dibujo del trozo entero. Descuidando conintención detalles y desarrollos, el maestrotan sólo da una idea del conjunto de su obra:esto sólo le basta para concluir después lacomposición. Véase este curioso bosquejo,que nuestros lectores pianistas podrán com-parar con la obra tal como la conoce el pú-blico. (III) ' '

No siempre nace la idea musical en su es-pírjtu espontáneamente. La mayor parte delas veces no aparece sino después de elabo-ración lenta y reflexiva y mediante una seriede tentativas cuyo rastro se encuentra fá-cilmente en sus cuadernos de apuntes. Encuanto se le ocurría al maestro una frase,sin perder tiempo la anotaba en la formanaciente en que se había presentado á suimaginación, y cuando llegaba al momento ,de trabajar se apoderaba nuevamente de ella,estudiándola y desenvolviéndola en todossentidos. Unas veces modificaba el ritmo,otras la rehacía, en algunas la reviste connuevos elementos armónicos. Lentamente,y después de continuados ensayos, compo-nía el tema definitivo.

Este curioso procedimiento, que frecuen-temente empleó Beethoven, es, como puedecomprenderse, lo contrario de lo que el vulgosupone que acontece en Cuestiones de inspi-ración. La mayor parte de las personas ex-trañas á estos trabajos, creen que la melodíallega hasta el compositor por medio de hilosmisteriosos; es un pájaro que canta, un rui-señor inconsciente que llena el bosque consus trinos; en otros términos, el hombre degenio es para ciertos espíritus sencillos vasode elección, donde un dios depositó en la horapropicia sus celestiales regalos. Tal idea es,permítasenos que lo digamos, concepción tanfalsa como candida. La inspiración es algomás personal, no se manifiesta de ordinariosino merced al trabajo constante del pensa-miento: verdad es que aparece de pronto,pero es porque brota de las sombras acumu-ladas en el cerebro por trabajo latente y cons-tante, como el fulgor del relámpago de los ne-gros nubarrones condensados en el horizonte.

Napoleón I la definió en estos términos:Inspiración es la resolución instantánea deun problema por mucho tiempo meditado.

La evidencia de esta proposición, se com-prueba en cada una de las páginas de loscuadernos de Beethoven. Para demostrarlo,detengámonos ante un grupo de estudios con-tenidos en este mismo cuaderno, y que serefieren á la sonata en sol mayor (obra 30,núm. 3) para piano y violin, aconsejando ánuestros lectores que tengan presente á lavez el segundo tiempo de dicha sonata.

El primer bosquejo del tema principal re-viste, como puede verse, forma rudimen-taria. (IV)

Algunas páginas más adelante nos en-contramos con un nuevo estudio, que á pri-mera vista no tiene grandes analogías conel precedente; sin embargo, en los compasescuarto, quinto, sexto, sétimo y octavo se vanotando ya claramente su semejanza, y pue-de advertirse que en ambas estaba el maes-tro al componerlas bajo el dominio de la mis-ma idea melódica. (V)

Junto á este tema aparece un tercer en-sayo, diferente de los.anteriores por su for-ma y contenido. (VI)

Conservó el trabajo del último tema, loengalanó, digámoslo así, con ideas de losdos bosquejos precedentes, obteniendo deeste modo el conjunto que conocemos, la ideadefinitiva, la forma ideal, después de pasarpor sucesivas correcciones. También empleótan feliz procedimiento en otro estudio quetrascribimos á continuación. (VII)

Inútil sería ahondar más en el análisis delSkizzenbuch, aun cuando la Índole especialdel presente estudio nos lo permitiera; conlo dicho basta para conocer los trabajos pre-liminares, la elaboración, digámoslo así, delas obras de Beethoven; fuera de que algomás hemos de decir acerca del particular,cuando nos ocupemos en sus obras más no-tables para orquesta, tales como La Pastoraly La nooena sinfonía.

Lo que sí debemos hacer constar ahora,es que el trabajo de perfeccionamiento prose-guido por Beethoven con perseverancia, tanmarcada en sus cuadernos de apuntes, seadvierte también en los manuscritos de suobras; es preciso que éstas entren en el dominio público, para que Beethoven renunciépor completo á semejantes correcciones.

Las diferentes overturas del Fidelio prueban, sin embargo, que Beethoven, en mate-ria de correcciones, nunca decia basta; cuan-do ya terminada la composición veía sus de-fectos, el pertinaz deseo de conseguir la per-fección ideal que le animaba, le hacia romper

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116 REVISTA EUROPEA.—25 DE ENERO DE 1880. NÚM. 309.

con la tradicional costumbre de no acordarsede lo hecho.

Dos anécdotas contadas por Ries confir-man lo que estamos diciendo. La primera serefiere á la ¡sinfonía en re, cuyo manuscritoregaló Beethoven á su discípulo. Al estudiarde cerca la partitura, Ries se apercibió deque el larghetto quasi andante, tan fácil y na-tural que parece escrito á vuelapluma, tieneseñales claras de correcciones hábilmentedisimuladas con el raspador. En la parte delsegundo violin, al principio del larghetto, yen la de la viola, hay correcciones á vecesesenciales. Movido de curiosidad, después detodo legítima, Ries preguntó al maestro elmotivo de aquellas modificaciones. No legustaba á. Beethoven que advirtiesen la dudade su pensamiento; así es que le contestó se-camente: «No os preocupéis con tales cam-bios; así está mejor, y lo demás no os inte-resa».

La segunda anécdota consignada porRies en sus Recuerdos, se refiere á la gransonata en si bemol para piano (obra 106).

Cuando se publicó esta bellísima obra,Ries se encontraba en Londres, y el maestrole había enviado su manuscrito dispuestopara grabarse. La sonata debía publicarseen Alemania é Inglaterra á un tiempo.

Corregida y grabada la obra, Ries espe-raba tan sólo la orden de Beethoven paraponerla á la venta, cuando recibe carta suyacon la expresa condición de añadir al princi-pio del adagio el compás siguiente. (VIH)

Añadir dos notas á un adagio que teníanada menos que diez páginas grabadas, yesto en sonata compuesta hacía cerca de unaño, era ocurrencia que no acababa de com-prender Ries.

«¡Pero cuál no fue mi asombro, dice,cuando advertí el efecto producido por esasdos notas!»

Fácil es sin duda darse cuenta de la vidaque comunican á la frase inicial del adagiode la sonata en sí bemol, y. aconsejamos ánuestros lectores que lo experimenten en elDiano. Así comprenderán sin esfuerzo la im-portancia que Beethoven concedía á estasdos notas insignificantes en apariencia, yademas cuanto llevamos dicho acerca de laperseverancia con que buscó el gran sinfo-nista la perfección de sus obras hasta en losmás, mínimos detalles.

Para concluir el retrato de Beethoven,que hemos pretendido bosquejar, sólo nosfaltan algunos rasgos .que completan su ca-

rácter y su fisonomía artística: veamos cuá-les eran sus opiniones literarias y musi-cales.

Por lo que hace á las letras, es sabido quesu educación fue muy descuidada; pero espí-ritu como el de Beethoven no podia perma-necer mucho tiempo inculto. Desde sus pri-meros pasos por el mundo, cuando llegó áViena, el joven músico comprendió los va-cíos de su educación, y avergonzándose desu ignorancia, se entregó al estudio conavidez.

Las primicias de su entusiasmo fueronpara el autor de la Mesiada, que prontohubo de ceder el puesto al autor de Fausto.«Desde que estoy en los baños de Carlsbad,escribe Beethoven á Rochlitz, leo á Goethetodos los días. Goethe ha matado á Klopstocken mi espíritu. ¿Os sorprendéis y sonreís?¿Habéis leído acaso á Klopstock? me pre-guntareis. Sí, sin duda, y fue mi compañerode paseo muchos años. Buen cuidado tendré,sin embargo, de decir que lo comprendí.Sus bruscas digresiones y su afán de re-montarse en todas ocasiones al diluvio, melo impidieron más de una vez. Siempremaestoso; siempre en re bemol mayor. De to-das maneras, es un genio, y su poesía elevaal alma. Cuando no le comprendía, le adivi-naba. Lo que me fastidia de él es que siem-pre hable de la muerte, cuando, por desgra-cia, la muerte viene tan pronto» (1).

Al mismo tiempo que de Goethe, su ídolo,Beeihoven se aficionó de Schiller, Mathisony la mayor parte de los poetas alemanescontemporáneos suyos. Sin embargo, los tresdioses de su gran trinidad literaria eran Ho-rnero, Plutarco y Shakspeare.

Del ilustre rapsoda griego hojeaba ince-santemente las dos'grandes epopeyas, pero,y-en esto le alabo el gusto, prefería la es-plendente serenidad de la Odisea á la mono-tona brillantez de la Iliada.

En su afición á Plutarco, debia influir másla política que la literatura. Leía la vida delos hombres ilustres, como los corifeos de larevolución. Mad. Roland confiesa que desdela edad de nueve años el célebre biógrafo erasu alimento cotidiano, y conocido es el casode Kleber, que en sus campañas llevaba siem-pre en la maleta un ejemplar de Plutareo.

De Shakspeare se encontró en la pequeñabiblioteca de Beethoven un ejemplar comple-to de sus obras, según la traducción de

(1) Rocklitz, <Füz freunde del Tonkuntz». Tomo IV.

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NÓM. 309. V. WILDER.—BEETHOVEN. 117

Eschenburg, que prefería á la más reputadade Schlegel.

La mayor parte de los volúmenes estabanmuy usados, y se notaban las huellas de in-cesante lectura.

Como se ve, aunque Beethoven tuvo quehacerse la educación, /ara da sé, como dicenlos italianos, la verdad es que su instinto lellevó sin rodeos á los dos polos del arte anti-guo y moderno, Hornero y Shakspeare.

Lo que la lectura no pudo comunicarle—porque en estas materias con nada se supleal estudio metódico y continuado—es la co-rrección del estilo y la pureza de la ortogra-fía. Las numerosas cartas de Beethoven,pues se conservan más de 800, son muy cu-riosas en este sentido.

Sin duda alguna están escritas á vuela-pluma, y su ilustre autor nunca imaginó quela posteridad las leería. Sin embargo, no dis-culpa esta consideración las innumerablesinjurias que infirió á su lengua materna.

En los apuntes é indicaciones de su carte-ra, hay buena parte en francés; si maltratósu propio idioma, el extraño no fue menosfavorecido de su inconsideración. Cuando te-nía que escribir cartas en francés, servíalede secretario generalmente su amigo Zmes-kall. Por lo mismo, sus autógrafos francesesson bastante raros. No he podido haber á lasmanos más que dos: el borrador de una car-ta á Cherubini, de la que hablaremos des-pués, y una carta dirigida al inglés Neate,que publicamos á continuación, como curio-sa muestra de estilo y ortografía:

«Vienne le 15 maj 1816.(adresse Sailerstadt n.° 1.055, et 1.056 au

3me étage.)Mon tres cher amilL'amitie de vous envers moi me pardon-

nera touts le fauts contre la langue francai-ses, mais la háte ou j'ecris la lettre, ce peud'exercise et dans ce moment méme sansdictionnaire francais tout cela m'attire du-rement encoré moins de critique qu 'en ordi-

Avanthier on me portait un extrait d'uneGazette anglaise nonmée Morning cronigle,ou je lisoit avec grand plasir, que la societephilharmonique á donné ma sinfonie in A (l)jc'est une grande satisfaction pour moi mais

je souhais bien d 'avoir de vous méme desnouvelles que vous ferez avec tous les com-positions que j'ai vous donnés; vous m'avespromis ici de donner un concert pour moi,mais ne preñez mal, si je me mefis un peu,quan je pense que le Prince regent d' angla-terre ne me dignoit ni d' une reponse nid' une autre reconnaissance pour la Bataileque j'ai envoye a son altesse, et lequelle oná donnée si souvent á Londre, et seulementles gazettes annoncoient le reu'ssir de cetoeu,vre et rien d 'autre chose (1).

Comme j'ai*deja ecrit une lettre anglaisea vous mon tres cher ami, je trouve bien definir je vous ai ici depeignee ma situationfatal ici, pour áttendre tout ce de votre ami-tié, mais helas, pas une lettre de vous.

Bies m'a eerit, mais vous connoissez biendans ees entretiens entre lui et moi, ce queje vous ne trouve pas necessaire d'expli-quer.

J'espere done cher ami bientót une lettrede vous, ou j'espere de trouver de nouvellesde votre santé, et aussi de ce que vous avezfait a Londres pour moi.

Adieu done, quant á moi je suis et je seraitoujour votre vrai ami

BEETHOVEN» (2).

(1) El signo con que se indican en inúsic* los soste-nidos.

(1) Alude aquí á la pieza sinfónica titulada «La Bata-lla de Victoria».• (2) Como traducida al castellano esta carta, y partede la siguiente, no apreciarían nuestros lectores las fal-tas de ortografía y estilo de Beethoven, hemos preferi-do trascribirlas íntegras, sin perjuicio de verterlas ánuestroKüoma en nota, para que los poco acostumbra-dos al francés entiendan su sentido;

«Viena 15 de Mareo de 1816.

(Señas, Sailerstadt, núm. 1.055 y 1.056, piso tercer o

Mi muy querido amigo:Vuestra amistad ha de perdonarme las faltas que

cometa contra el idioma francés; la premura con queescribo esta carta, la falta de ejercicio en dicho idioma! yhasta el encontrarme sin diccionario, son razones sufi-7cientes que disculparán en esta ocasión mas que en otrasmis faltas; antes de ayer me trajeron un extracto de unaGaceta inglesa, cuyo título es «Morning-Cronicle», don--life %'• -sin* <g-ist.it TjuUa. saciedad filarmónica ejecutó misinfonía an A sostenido: mi satisfacción sería completasi quisierais enviarme noticias acerca de la ejecución detodas las obras que os tengo remitidas. Me prometisteisun concierto, pero no os incomodéis si dudo de vues-tra promesa, cuando del príncipe regente de Inglaterra,ni respuesta, ni las gracias siquiera he recibido por la«Batalla» que le envié á su alteza, y que, según he sa-bido por las Gacetas, en Londres se ejecutó varias vecesy con éxito.

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118 REVISTA EUROPEA.—25 DE ENERO DE 1880. NÍTM. 3Í)9.

No es fácil averiguar las opiniones musi-cales de Beethoven sin más que las pocasobras encontradas en su casa después desu muerte. De los antiguos maestros italia-nos poseia la colección de piezas escogidasde Palestrina, Victoria, Nanini y otros, pu-blicadas en 1824, en casa de Artaria, por elbarón Tucher. Probablemente esto era loúnico que conocía de tan rica literatura mu-sical, arrinconada en las bibliotecas.

De Juan Sebastian Bach poseia muy pocascomposiciones, y éstas eran las que ensaya-ban en casa del barón Van Swieten; dos ótres entregas de ejercicios, unas quince in-venciones y una toccata en re menor. Por lodemás, en su época apenas se conocía delpatriarca de la música alemana otra cosaque Le clavecín bien temperé.

Un fragmento de la partitura del DonJuan, y algunas sonatas, formaban el re-pertorio de Mozart. En cambio tenía, y ensingular estima, todas las de Ciernen ti; lasprefería á las de Mozart, cuya música depiano apreciaba poco. Regaláronle en los úl-timos años de su vida la colección completade las obras de Hsendel, cuyo grandioso es-tilo excitó siempre su admiración.

Heendel, decia, es el maestro incompara-ble, el maestro de los maestros. Acudid á él,y aprenderéis á producir con pocos medioslos más asombrosos efectos.

Trataba á sus contemporáneos con cier-to desenfado; sin embargo, es preciso adver-tir que la opinión impertinente que Siegfriedle atribuye acerca de Carlos María Weber esinvención de este biógrafo.

Entre todos los maestros coetáneos, aquelcuyo genio admiró y honró más fue Cheru-bini. Como testimonio de su veneración ha-cia este artista, hoy demasiado olvidado, nospermitiremos copiar el borrador de un carta

Como ya os he escrito otra carta en inglés, puedo ter-minar ésta, en la que os pinto fielmente la fatal situa-ción en que me encuentro aquí: todo lo espero de vuestraamistad, y por desgracia ni aun carta vuestra recibo.

Ries me escribió, pero ya sabéis cuáles son nuestrasrelaciones, y axcuso deciros nada más acerca de estepunto.

Espero, pues, querido amigo, que pronto habéis deescribirme, dándome noticias de. vuestra s«lud y de loque hacéis por mí en Londres.

Adiós, pues; en cuanto á mí, soy y seré siemprevuestro verdadero amigo.

BBETHOYBN.>

(N. del T.)

que le dirigió, traduciendo el texto alemán yescribiendo en cursiva las frases francesasintercaladas; hó aquí este curioso autógra-fo, cuyo original posee la Biblioteca real deBerlín:

«Muy honorable señor:Con mucho gusto aprovecho la ocasión

que se me presenta de comunicarme con us-ted por escrito. En espíritu lo hago hacetiempo, pues aprecio vuestras óperas sobrecuantas composiciones musicales se han es-crito para el teatro. El mundo artístico seduele de que no deis obras nuevas; al monosasí sucede en nuestra Alemania.

Awique los inteligentes aprecian en todosu valor las obras que habéis publicado, es-timan como pérdida para el arte vuestro si-lencio y apartamiento de la escena... Por miparte admiró siempre vuestras notables pro-ducciones, y puedo aseguraros que me inte-resan más que las mías propias. En una pa-labra, os rindo culto y os venero. [Qué pla-cer no sería para mí veros en París y ha-blar de los intereses y la situación de nues-tro artel Desgraciadamente mi pertinaz en-fermedad me lo impide. No creáis, sin em-bargo, que os hablo de este modo para queaccedáis más fácilmente al ruego que os voyá dirigir. Os estimo bastante para creerque no me supondréis tan mezquinos senti-mientos.

Acabo de terminar una misa solemne ypienso enviarla á todas las cortes de Euro-pa. Á este propósito, he dirigido á S. M. elRey, por medio de la embajada francesa, unainvitación por si quiere suscribirse á mi obra.Estoy persuadido de que vuestra recomenda-ción servirá poderosamente en estas circuns-tancias.

Ma situation, critique demande que je nejixe pas seulement, comme ordinaire, mesvoeux au del, au contraire ilfaut lesfixer aus-si en bas pour les necesites de la vie (1). Cual-quiera que sea el resultado de esta petición,no por eso dejaré de honraros y estimarosdurante toda mi vida, et vous resterez ious-jours celui de mes contemporains que je l'es-time le plus. Si vous me voulex /aire un es-treme plaisir, e'etoitsi vous m'ieerivex quelqueslignes, ce que me soulagera bien. L'art unit

(1) La crítica situación por que atravieso me obligaá mirar al cielo algo meaos de lo que acostumbro, y al-go más á la tierra, donde las necesidades me apremian.

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NUM. R. LUNA.—MIGUEL DE CERVANTES. 119

tout le monde, cuanto más á los verdaderosartistas, et peut-éire vous me dignes aussi deme metíre et de me compter de ee nombre.

Avec le plus haut estime votre ami et seroi-teur,

BEETHOVEN» (1). •

Según Schindler, Cherubini no conservó,lo que después sintió mucho, tan preciosoautógrafo, que anticipaba el glorioso juiciocon que debía honrarle la posteridad.

VÍCTOR WlLDKR.

(Continuará.)

MIGUEL DE CERVANTES

NOVELAS EJEMPLARES (1)

Así como por las uñas del león seviene en conocimiento de su grandezay ferocidad, ete.

EL LICENCIADO VIDEIEBA.

I

La crítica severa, imparcial, justa y ra-zonada, es uno de los trabajos más colosalesdel.humano espíritu, y que rara vez. lleva ácabo el mortal con la requerida perfección ydesapasionamiento.

Las obras de los escritores contemporá-neos con dificultad merecen al crítico un jui-cio imparcial, porque las debilidades ingéni-tas al corazón humano dejan deslizar siem-pre en él, ó injusta censura, ó apasionadoelogio.

Cuando los siglos han enfriado las ceni-zas del escritor cuyas obras pretendemosjuzgar, y la distancia que de él nos separaagiganta su genio; cuando el progresivo cur-so dé las sociedades, los adelantos de las

(1) ... y siempre seréis para m£ el autor contempo-ráneo á quien más aprecio. Si queréis proporcionarmeuna gran satisfacción, escribidme algunas lineas, que en•lias encontraré alivio. El arte une á todo ol mundo... yquizas os dignáis contarme entre ellos.

Con la mis elevada consideración (soy) vuestro ami-go y servidor,

BEETBOTKN.(N. del .T)

(S) Premiado por la Academia Sevillana.

ciencias, de las letras y de las artes, nospermiten apreciar en sus escritos bellezas,máximas, sentencias, previsiones que nopudieron comprender ni sus contemporáneosni su época, deslumbrados por la luz de aqueljuicio que á tanta distancia ilumina nues-tras inteligencias, la admiración, la ofusca-ción que sentimos, concluye por imposibili-tarnos de emplear en él nuestra sana é im-parcial crítica.

Ardua y más que ardua, en un siglo enel que toda Europa, todos sus sabios, litera-tos y académicos parecen haberse puesto deacuerdo para glorificar, para divinizar, paradeificar á Cervantes, es la empresa de hacersobre sus obras un juicio critico que no seresienta de la justa admiración que hoy to-dos tributamos al escritor más grande deEspaña, al genio más colosal de Europa.

Y no es que nos sintamos arredrados porlos elogios que en todos los tonos le prodiganaquellos que se empeñan en creer infalible áCervantes (como si el hombre en la tierrapudiera serlo) y acatan sin restricción susescritos, como si en ellos no fuera posible elmenor descuido ó desacierto.

El elogio ilimitado es tan perjudicial comola apasionada censura, y a veces daña másel primero al buen nombre de un autor, quepudiera dañarle la segunda.

Todas estas consideraciones y otras mu-chas que por no ser prolijos omitimos, noshacen más difícil y espinoso el trabajo quevamos á emprender; mas habiendo resueltoprobar en él nuestras fuerzas, queremos ha-cer V%r que nos sobró el ánimo para inten-tarlo, si pudo faltarnos la aptitud para lle-varlo á cabo felizmente.

II

Las Nooelas Ejemplares, de Cervantes, es,sin disputa, después del Quijote, la obra másselecta de su inmortal.autor; mas como lasnovelas son muchas, y escritas, según de sulectura se desprende, en distintas épocas yen diferentes circunstancias, aunque entretodas forman una joya de inestimable valor,no es igual la perfección y hermosura de laspiedras preciosas que la esmaltan.

Para juzgar atinadamente las NovelasEjemplares, y darles el orden requerido, seríapreciso saber con certeza la fecha en que lasescribió su autor; y aunque algo se ha inten-tado sobre esto por todos los críticos y lite-ratos que de Cervantes y de> sus obras cons-

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120 REVISTA EUROPEA.—25 DE ENEEO DE 1880. NÚM. 309.

tantemente se ocupan, sus deducciones, poratinadas que sean, no nos iluminan como de-seamos en este asunto.

Si repasamos las Novelas Ejemplares, y loque de la vida de Cervantes han podido inves-tigar sus biógrafos, podemos señalar res-pecto á muchas de ellas la época en que suautor concibió el pensamiento de escribirlas;mas si atendemos á su forma, á su estilo, álos giros esencialmente cervantescos que lasenriquecen, habremos de confesar que en al-gunas, la concepción debió ser muy poco an-terior á la producción, en tanto que en otrasla semilla intelectual hubo de estar largotiempo sin florecer en la mente del autor.

La notable desigualdad que se nota entreellas; el profundo conocimiento del mundo yde los hombres que revelan unas; la fuerzade pasión, de ternura y sentimiento que re-bosa en otras; la amarga sátira, plácida yresignada que á través de su galano atavíonos descubren algunas, palpablemente ma-nifiestan cuan distintas eran las circunstan-cias de la vida de Cervantes, su edad, suposición, sus esperanzas, sus aspiraciones,cuando las escribiera.

Las obras del espíritu son la mayor partedélas veces la manifestaciondel sentimiento,y, como tan atinadamente apunta Cervan-tes, la pluma debe ser la lengua del alma.

Nada sabemos ni en pro ni en contra paraafirmar ó negar el que las novelas pudieranhaberse publicado todas, ó algunas de ellas,antes de la época en que su autor las dedicóal conde de Lemus, coleccionándolas bajo eltítulo de ejemplares. Ni en la dedicatoria, nien el discretísimo prólogo que las precede,nos revela Cervantes sus títulos, ni el ordenen que las coleccionara, hallando nosotrosarbitrario aquel en que se publican hoy, ycompletamente abusivo el que en las colec-ciones modernas figure La Tía Fingida, nove-la que, á ser de Cervantes, como unos creeny otros dudan., no debió figurar nunca entrelas ejemplares.

Tampoco El Casamiento Engañoso estámuy en su lugar dentro de la colección, ysólo se puede presumir que su autor lo colo-cara en ella para servir de introducción alColoquio de los Perros. Por esto Gallardo, yalgunos otros apasionados de Cervantes,papa que La Tia Fingida entre en la colecciónsin alterar el número de las novelas marca-do por el autor en la dedicatoria, reducen áuna sola las dos de El Casamiento Engañosoy Coloquio de los Perros.

Hemos leído cuanto sobre este asuntohan escrito el Sr. Gallardo y el académicoSr. Guerra y Orbe, y si nos inclinamos á con-ceder con ellos que La Tia Fingida puede serde Cervantes, punto para nosotros no deltodo esclarecido, como haremos ver cuandode esta novela lleguemos á tratar, creemoscompletamente aventurado el asegurar quefigurara entre las ejemplares.

Hace algunos años que las investigacio-nes del Sr. Guerra y Orbe descubrieron en laBiblioteca Colombina una carta notable, des-cripción de una alegre fiesta, y que, si biencarece de firma, apenas se leen los primerospárrafos, se exclama, sin el menor génerode duda: «Es del autor del Quijote». Los mis-mos giros, las mismas trasposiciones, idén-ticas omisiones y las propias redundancias,que tan galano, tan fluido, tan armonioso,tan deleitable hacen el estilo de Cervantes.

Ahora bien: el convencimiento que la lec-tura de esta carta lleva al ánimo, y que nole permite ni aun dudar de quién su autorsea? no lo lleva la novela La Tia Fingida, enla que no se halla ni uno solo de los llama-dos giros cervantescos, y en la que ciertas par-ticularidades nos inspiran, y han inspirado áotros, dudas sobre su legitimidad como hijadel autor de Don Quijote.

Esta novela que, según dice Navarrete ensu Vida de Cervantes, ha permanecido inédi-ta hasta nuestro dias, no debe ser colocadaentre las ejemplares, aun cuando adquirié-ramos la certeza de que pertenecía al mismoautor; y puesto que el tiempo ha destruidolas primeras ediciones que de dichas novelasse hicieron, y no se halla en las más anti-guas que conocemos, nos parece oficioso elempeñarnos hoy en regalar, al que tan ricoes de obras notalfüísímas, ésa, que nada pue-de añadir á su gloria literaria, y sí lastimará su buen juicio, si por ventura nos empeña-mos en que él la colocó entre las ejemplares.

No es esto decir que nosotros neguemosen absoluto que La Tia Fingida reconozca porautor al mismo del Quijote, y Cervantes pudomuy bien escribir esta novela cuando estu-diaba en la Universidad de Salamanca, endonde se cree tradicionalmente que habitóen la calle llamada de Moros.

Don Juan Eugenio Hartzenbusch, apasio-nadísimo de Cervantes y uno de los más asi-duos comentadores del Quijote, nos ha ase-gurado que en una excursión que hizo á Sa-lamanca, hace pocos años, registró en vano,ó hizo registrar los archivos "de la secretaría

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NÚM. 309. R. LUNA.—MIGUEL DE CERVANTES. 121

de la Universidad, para haber de hallar al-guna matrícula de Miguel de Cervantes; massus pesquisas fueron del todo inútiles, y en-teramente apócrifa la matrícula que uno ódos años después de estas investigacionespublicaron algunos periódicos como halladaen esta Universidad; tan apócrifa como lamayor parte de las asombrosas noticias quefrecuentemente nos regalan sus panegiristassobre el inmortal autor del Quijote.

III

Tanto en las ediciones modernas, comoen otras que conocemos más antiguas, LaGitanilla figura siempre la primera de lasNovelas Ejemplares, siendo así que, ni por sumérito literario, ni por la época en que pudoser escrita (infaliblemente después de 1606,porque ya la corte habia vuelto á Madrid),merece, á nuestro juicio, esta preferencia.

La novela La Gitanilla, si bien puedefigurar mejor que otras de la colección entrelas ejemplares, por la mesura con que estáescrita, por la honestidad de los amores queentretiene, por la nobleza de los principalescaracteres, por los sentimientos generosos yelevados de sus personajes, no alcanza aquelacierto, aquella precisión, aquel adelantarseá su época, que se descubre en otras nove-las de Cervantes, y que nos revelan el inspi-rado genio de su autor.

La Gitanilla, apesar dé la diversidad delasunto, se asemeja bastante en la sucesiónde sus aventuras, en sus amores, tan idea-les como inverosímiles, en la intercalaciónde versos y canciones, en la completa ideali-dad de la protagonista y de su avasalladorahermosura, á La Gálatea, del mismo á'utor,y una y otra á las novelas, ya en prosa, yaen verso, que estaban de moda en aquellaépoca, y de las que son ejemplo La Selva deAventuras, de Jerónimo Contreras, La Dia-na, de Montemayor, y otras, escritas en con-traposición de la novela picaresca, tan ma-gistralmente inaugurada por Hurtado deMendoza en su Lazarillo de Tormes. •

No es, pues, La Gitanilla, apesar de suindisputable mérito, la novela en ,que Cer-vantes se adelantó tan prodigiosamente á susiglo y á la literatura de su época, dejando asus sucesores ejemplos que seguir y bellezasde estilo y de sentimiento que admirar; yaun cuando Preciosa haya sido la generatrizde Esmeralda, como la truhanilla de El Pa-trañuelo lo pudo ser de Preciosa, Cervantes

TOMO XV.

se plegó demasiado en esta novela al gustode su tiempo, y saliéndose bastante de lonatural, si bien no tocó en lo increíble, comole sucedió en su obra postuma, Pérsiles y Si-gismunda, estuvo muy cerca de lo exagerado.

El saber, la cordura y la dignidad de Pre-ciosa son tan completamente inverosímilesen una muchacha educada por una gitana,como incompatibles con sus pocos años,'suinocencia y su desenvoltura. Mas los escri-tores de aquella época colocaban á su heroí-na, pastora, dama ó gitana, á tanta eleva-ción, y la adornaban tan profusamente contodas las dotes de alma y cuerpo, que, con-vertida en un ser puramente ideal, si bienservia de meta al que pugnaban en vano porllegar las humanas virtudes, se sabía dema-siado de lo real para que sus dolores ó ale-grías pudieran impresionar verdaderamenteel corazón del hombre.

IV

El Amante Liberal, y seguiremos ocupán-donos de las Novelas Ejemplares en el mismoorden en que. se publican, es, á nuestro jui-cio, la inferior en mérito literario y en inte-rés dramático de todas las de la colección.

El lector echa de menos en Ricardo, cuyaslamentaciones tienen-más de ampulosas quede patéticas, la serenidad de ánimo, la con-formidad en la desgracia, la resolución en lospeligros de un alma verdaderamente grandey liberal, y en Leonisa, el autor ni nos pintóuna mujer falsa y artificiosa, ni una amanteconstante y fiel, sino una criatura incom-prensible, cuya única prerogativa es la be-lleza, y con ella cree conjurar toda clase dedesgracias.

El principal interés de esta novela es elfiel relato que en ella hace Cervantes de lostrabajos, peligros y traiciones á que estabanexpuestos los cautivos de Argel, y de lasasombrosas conspiraciones tramadas porellos para lograr la libertad. Como testigopresencial y como participante en su largocautiverio, y á veces promotor de estas cons-piraciones, con las que se prueba á qué gra-do de valor, osadía y arrojo puede arrastrarel amor de la libertad y de la patria, Cervan-tes las relató con fidelidad y maestría; peroel interés que en su tiempo inspiraban no-existe hoy, y aun así y todo, las aventurasde Ricardo y Leonisa durante su cautiveriono conmueven y entretienen al lector tanto

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como las de la mora Zoraida y el capitáncautivo, cuya historia se cuenta en el Quijote.

V

Las dos mejores novelas de las ejempla-res, por la naturalidad, propiedad, gracia yelegancia del estilo, por la verdad de los ;ca-ractóres, por la belleza de las pinturas, porla realidad de los hechos, por lo profundo yfilosófico de las enseñanzas y sentencias queen sí encierran, son Rineonete y Cortadillo yEl Lieeneiado Vidriera.

En la novela Rineonete y Cortadillo, aquelMonipodio, aquel Maniferro, aquel Chiquiz-naquo, aquel Repolido, la Gananciosa, la Es-calante, la Cariharta, la Pipota, son perso-nas de carne y hueso, seres reales, que vi-ven, que se mueven, que hablan, que miran,que los vemos, que los oimos, y que, apesarde su vida desordenada y viciosa, nos com-penetramos con su modo de ser, y al repro-barlas, comprendemos sus debilidades y mi-serias.

Aquella casa de Monipodio tan magistral-mente descrita, aquel patio tan limpio, tanfresco, tan sobriamente alhajado; aquel cua-dro inimitable, en el que ninguna figurahuelga ni sobra; aquella diversidad de carac-teres y personas que, bosquejadas de cuatrorasgos, quedan perfectamente delineadas éindividualizadas en la mente del lector, soninimitables pinceladas, dignas todas del in-mortal autor del Quijote.

Mil páginas nos atreveríamos nosotros állenar si hubiéramos de hacer mérito de to-das las bellezas que encierra la novela deque estamos ocupándonos, y que es el cua-dro más acabado, por no decir el único, queen su género conocemos.

En esta novela, donde todo es verosímil,donde todo es verdadero, desde los nombresy vida de los protagonistas, hasta la sinigual cofradía de que era Monipodio dignojefe; en esta novela, decimos, cuyo estilo so-brio, natural y castizo supera en mucho alde las anteriores, probó Cervantes cuántamayor belleza encierra la realidad que laidealidad, y con cuánta mayor energía sepintan y describen los hechos verdaderosque los puramente imaginativos.

Podia Cervantes no haber escrito el Qui-jote, y con sólo ser autor de esta novela y dealguna otra que señalaremos, sería contadopor el primer prosista del siglo de oro.

VI

Si han de convenir las fechas de la entra-da de la escuadra inglesa en Cádiz al mandodel conde de Essex con la edad que da Cer-vantes á los personajes de la novela La Es-pañola Inglesa, debió escribirla en 1611, sien-do, por lo tanto, una de las posteriores quecompuso. »

Y no es esto decir que esta novela, riquí-sima en detalles, tanto de la ciudad de Lon-dres como de la corte de Inglaterra y su sa-bia y poderosa reina, como de la vida de loscautivos de Argel y su método de rescatepor los padres de la Santísima Trinidad; lapreponderancia que en todos los mares al-canzaban ya los navios ingleses y el cambioestablecido entre todas las plazas del Occi-dente y Mediodía de Europa, sea por nos-otros reputada por una de las mejores, puessu argumento, aunque interesantísimo, y suestilo, aunque galano, elegante y natural, noalcanzan la perfección que admiramos enotras. No obstante, los caracteres de Isabelay Ricaredo están llenos de nobleza, de leal-tad y de constancia, y aquel amor que, pren-dado de la belleza moral, sobrevive á la des-trucción de la belleza física, á la trasforma-cion de esta misma belleza en repugnantefealdad, es un rasgo digno de todo elogio yque revela la delicadeza de sentimiento de suautor. __

También es notabilísimo el desenlace, yen él juegan ya algunos de los resortes délanovela moderna.

VII

Digno de las investigaciones de los críti-cos sería averiguar si El Lieeneiado Vidrierafuó escrito antes que el Quijote; que la pri-mera parte del Quijote, decimos, publicadaen 1605, así como las Novelas Ejemplares lofueron en 1613.

Nosotros creemos que El Lieeneiado Vi-driera precedió á El Ingenioso Hidalgo, y fuócomo el germen de esta obra inmortal.

La locura del licenciado, aunque distintaá la del hidalgo, es muy semejante en susmanifestaciones y pertenece al mismo gé-nero.

Refiriéndose la novela al tiempo en que lacorte se hallaba en. Valladolid, no pudo es-cribirse ántés de su traslación; y si bien esto

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. 309. R. LUNA.—MIGUEL DE CERVANTES.

no abona el que no se escribiera después,hay cien probabilidades contra una de quepudo componerse en la época á que se refie-re, es decir, de 1602 á 1604, época en la queCervantes, después de sus comisiones enAndalucía y de su encarcelación en la Man-cha, volvió á la corte, según apuntan susbiógrafos.

El Licenciado Vidriera, como decimos enotro lugar, es, á nuestro juicio, una de lasdos mejores novelas de la colección, y aqué-lla de la que mejor lección filosófica y moralse desprende, por más que su argumento no iofrezca complicación ni interés dramático deningún género.

Antes de su locura, el licenciado en susexcursiones por Italia y Flandes, en su pasopor Francia y en sus estudios en Salamanca,nos revela que Cervantes ha visitado y aunhabitado todas las poblaciones, que, aunqueá la ligera, describe con tan perfecto cono-cimiento de causa, y hasta haria creer á al-guno, poco conocedor de los acontecimientosde su vida, que habia estado también en elNuevo-Mundo al oirle hacer el paralelo deVenecia y Méjico.

Las observaciones tan finas y delicadasque sobre los hombres y sobre los cargos'yoficios hace el licenciado, nos denuncian elprofundo, el largo estudio que Cervantes ha-bía hecho de la sociedad y de sus individuos,y algunas apreciaciones tan atinadas comojustas las vemos reproducidas en el Quijote.

Aquel hombre, que, amparado por su lo-cura, se atrevía á discutir sobre todo, comoapunta el autor, azotando con el látigo de susátira el rostro desvergonzado ó hipócrita dela sociedad, marcando con tanto acierto suserrores, sus vicios, sus debilidades y mise-rias, es la encarnación genuina del espírituobservador y filosófico de Cervantes, lasti-mado siempre por la contradicción y la des-gracia, y sufriendo el doble ostracismo á quele condenaban su pobreza y la elevación desu genio.

VIII

La Fuerza de la Sangre es una de las no-velas, aunque de género enteramente distin-to á la anterior, más interesante, más tier-na, más llena de belleza y sentimiento de to-das las ejemplares.

Sólo el pincel delicado de Cervantes; sólosu alma tierna, llena de bondad y misericor-dia; sólo su privilegiado talento, han sabido

delinear á la mujer con la verdad, con lamaestría, con la belleza, con la ternura quQél sabe hacerlo. A la mujer, que en todas susobras aparece doblemente interesante,, másdigna dé loa y coronada de virtudes despuésde su caida que antes de su falta.

La Dorotea del Quijote, la Feliciana dePérsües, la Cornelia, la Teodosia, la Leocadiade las Novelas Ejemplares, son figuras llenasde dignidad, de belleza y sentimiento, que,víctimas de una falta, que su hermosura, suamante corazón y sus pocos años hacen tan 'disculpable, aquilatan, en vez de menosca-barlas, su honestidad y el respeto de símismas.

¿Quién sabe si aquella dama portuguesaamada de Cervantes y amante tiernisima delcautivo de Argel, pues de sus relaciones na-ció Isabel de Saavedra, hija natural del granescritor; quién sabe si serviría de tipo á to-das esas mujeres tan amantes y desgracia-das á causa de la misma ternura de sus sen-timientos, y para las que siempre halla dis-culpa el alma elevada del autor de Don Qutjote?

Asi como doña Catalina de Salazar, su le-gítima esposa, le sirvió de modelo para pin-tarnos á la hermosa y casta Galaíea, máshonesta que enamorada, quizá en los re-cuerdos más recónditos de su corazón, en ellugar más privilegiado de su memoria, se al-bergara otra imagen más bella, más amante,más tierna, víctima de su mismo amcr, de suadorable ternura, y esta imagen querida fue-ra la que inmortalizó en todas esas mujeres,que ctí9l astros brillantes resplandecen en elcielo de sus obras.

Cervantes, conocedor profundo del cora-zón humano, del corazón tiernísimo y tanpocas veces comprendido de la mujer, cuantomás sus desdichas, las injusticias del mun-do, la dureza de sus padres ó de sus aman-tes, la violencia de sus pasiones las humi-llan y maltratan, más sabe aquilatar y ha-cer resplandecer sus virtudes, rodeándolasde tal aureola de dignidad, de honestidad yde pureza enmedio de sus desgracias y erro-res, que las hace completamente adorables.

Leocadia, en La Fuerza de la Sangre, nosinfunde respeto y simpatía, aun hallándoseen los brazos de su violador, y su desgracia,sobrellevada con tanta mansedumbre y dig-nidad, concluye por borrar en ella la manchadel pecado, que, por más que sea el hombreel que lo cometa, es siempre la mujer la quesufre sus consecuencias y su castigo.

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Los resortes tan verosímiles como ma.gistralmente buscados de esta novela, su fe-liz desenlace, la dignidad de su estilo, la no-bleza de todos los personajes que intervie-nen en ella, hasta del mismo Rodolfo, quetan bien sabe hacerse perdonar su horribleatentado, la colocan entre las mejores deCervantes, entre las que hubieran bastado áhacer la reputación de su inspirado autor, yla exquisita delicadeza de sentimiento que ladistingue se adelanta algunos siglos á laépoca en que se escribió, y nos revela unacultura social enteramente moderna.

IX

Si hubiéramos de haber juzgado las No»e-las Ejemplares según el orden que su méritoles da a nuestros ojos, y no según aquel enque -se publican, las dividiríamos, ó las hu-biéramos dividido en cuatro distintas agru-paciones. En la primera hubiéramos coloca-do á Rinconete y Cortadillo, El Licenciado Vi-driera y quizá el Coloquio de los Perros, si nopor su mérito, por su género. En la segunda,La Fuerza de la Sangre, La Ilustre FregonaLa Señora Cornelia y Las Dos 'Doncellas. Enla tercera, La Gitanilla, La Española Ingle-sa, El Celoso Extremeño y El Amanté 'Libe-ral. En la cuarta, El Casamiento Engañoso yLa Tia Fingida.

Mas aun cuando ésta es la gradación re-lativa y absoluta que según su mérito ocu-pan en nuestro ánimo, temiendo que se cre-yera apasionado y arbitrario este orden, he-mos preferido en nuestra crítica conservar-les aquel en que se hallan colocadas.

Decimos esto porque correspondiendo ocu-parnos ahora de El Celoso Extremeño, y'sien-do ésta una de las novelas más difíciles dejuzgar de todas las ejemplares, queremosque se sepa cuál es la categoría de méritoque para nosotros tiene.

En El Celoso Extremeño están dibujados,como sabía dibujar Cervantes, Cañizares,Leonora, Loaysa, Maríalonso, el negro Luis,y.hasta las doncellas y esclavas blancas ynegras, aunque en agradable' grupo, se des-tacan más ó monos del -cuadro.

Los celos del viejo marido, la inocencia dela niña Leonora, la libertina ociosidad deLoaysa, la simpleza del negro Luis y la lu-bricidad de Marialonso, preparan y condu-cen atinadamente y sin mucha inverosimili-tud la trama de la obra. Mas Cervantes tro-

pezó con un escollo que no habia previstohasta chocar con él, y causándole sin dudaíntimo y profundo horror el adulterio, esafalta ó crimen que es hoy el asunto obligadode todas ó la mayor parte de las novelas, notuvo atrevimiento, le faltó valor para sacarlas consecuencia lógicas del curso y enlacede su novela, y la concluye sin echar sobreLeonora el peso de tan fea culpa; mas sin ab-solverla tampoco de ella y sin que se absuel-va la misma hej-oina, que él nos pinta ino-cente, y que se impone resignada el castigode una culpa que no cometió.

Quizá Cervantes escribió esta novela dan-do por consumado el adulterio, y después,respetos de conveniencia le obligaron á ha-cer aquella inverosímil alteración, porque ásu claro talento no podia ocultarse que suslectores habian de hallar altamente extraño,del todo inadmisible, el que una mujer que lu-cha á brazo partido con el hombre que á lafuerza quiere poseerla, al quedar vencedorase abandone al sueño en los brazos de suofensor, como encontró Cañizares á Leonoradurmiendo en los de Loaysa.

(Concluirá.)RAFAEL LUNA.

LA MAGNOLIA

Una mañana del Estío ardienteMe interné del Retiro en la espesura,

Buscando la frescuraQue por sus sombras discurrir se siente.

Cerca de mí, las aves y las floresDaban al viento, en acordado coro,

Riquísimo tesoroDe armonías, perfumes y colores.

Enfrente de mi asiento contemplabaUna magnolia retirada y sola,

Cuya blanca corolaAquel recinto con su olor llenaba.

Mirando su belleza encantadoraHacia ella luego me sentí llevado,

Lo mismo que arrastradoEs por su dama el que rendido adora.

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. 309. MISCELÁNEA.. 125

Llegué á su lado, respiré afanosoEl grato aroma que en redor vertía,

Y, con dureza impía,Cortó la flor, de su beldad ansioso.

Llevó á la boca, de mi dicha ufano,El bello grupo de sus blancas hojas...

[Mas se tornaron rojasAl soplo leve de mi aliento insano!

¡Que al sentir en su frente inmaculadaMi beso impuro, de dolor transida,

Al punto dio la vida,Viéndose así de su pudor privadal

Jóvenes, que en el mundo la barreraQueréis saltar de la inocente calma,

Cuidad que vuestra, almaConserve pura la ilusión primera.

Pues son magnolias ¡ay! las ilusionesQue el tacto aleve del placer empaña,

Y para siempre dañaEl soplo abrasador de las pasiones.

Luis MORENO TORRADO.

MISCELÁNEA

LOS TEATROS DE MADRID

, Una obra nueva del ya eminente autordramático Sr. Selles despierta siempre gran-dísimo interés, y éste es el que revelaba porparte del público el solo aspecto del teatroEspañol en la noche del sábado último. Elcielo ó el suelo, que es el drama nuevo delautor de El nudo gordiano, ha levantado unaverdadera tempestad de controversias y con-tradicciones, que ha de ir en aumento duran-te mucho tiempo. Confesamos desde luegoque nuestro juicio se acerca más al de laspersonas que juzgan la obra favorablemen-te, que al de las que se complacen en bus-carle lunares por todas partes.

Encerrar un gran problema, uno de losmayores que pueden presentarse en el senode la sociedad moderna, dentro de los limites

de un argumento sencillísimo, sólo puede serla obra de un gran talento.

Dos hermanos, Pablo y Blanca, huérfa-nos y educados con principios rigurosamen-te católicos, viven en casa de un tal D. Ra-fael, quien encarga al primero la administra-ción de sus negocios, mientras idea los me-dios de seducir á Blanca. Pablo, á su vez,ama á la hermana de D. Rafael y es corres-pondido; pero no puede realizar sus amoro-sos sueños porque ella ha contraído ya es-ponsales con un conde á quien no ama, y Pa-blo ha cedido una fortuna de cien mil durosá los pobres. Como necesita trabajar paravivir, comprende que debe desistir del actomagnánimo á que le inclinara su fervor cris-tiano, y rompe la escritura de cesión de susbienes. Ya es rico nuevamente: la carne havencido. Las primeras escenas pasaban enel cielo; ahora está en el suelo.

El amor hacia Luisa le enloquece, y aun-que ya no necesita servir de administradoren la casa de su amada, le cuesta trabajo de-cidirse á ir á vivir á otra parte. EntretantoD. Rafael ha logrado seducir á la candidahermana de Pablo, llevándosela engañada áuna quinta. A su vez, Luisa se ha escapadode su casa, reuniéndose con Pablo.

Éste vive afligido; todos sus ideales hanido cayendo al suelo; se creía un Dios, y ácada paso tiene que ceder á las sugestionesmundanales. La seducción de su hermana leha causado gran pena; pero perdona al se-ductor cuando éste va á exigirle reparaciónpor lo que cree una ofensa á su propiahonra.

Pablo resiste aceptar el duelo; pero al flnse resigna á lavar con sangre la afrenta.Mata al seductor de su hermana; confiesa sudelito á un juez, y el atribulado joven reco-noce que con sus ideas no puede vivir en lasociedad y se marcha otra vez al sitio de don-de no debió haber salido... á las pampas deAmérica.

Este es el ligero extracto del argumento;pero no lo consignamos con objeto determina-do, porque no da á entender fácilmente el in-terés de la obra. Éste se encuentra princi-palmente en los detalles de expresión y enlas deducciones de las escenas más culmi-nantes.

La forma de la nueva obra del Sr. Selleses de primer orden; todas las escenas se en-cuentran sembradas de piedras preciosasque á veces deslumhran al espectador. La

' crítica, que -hasta ahora no se muestra muy

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favorable al Sr. Sellos, cambiará de opinióndentro de poco y á medida que se vaya estu-diando la obra.

El Sr. Vico muy bien. El Sr. Calvo re-gular.

En el teatro de Apolo se han estrenadodos comedias, una de las cuales ha obtenidobastante buen éxito. Nos referimos á la endos actos Política y diplomacia, original delconocido dibujante Sr. Sojo, que revela tantotalento con la pluma como con el lápiz. Estáescrita en fácil y muy espontánea versifica-ción, y aunque de argumento sencillo, inte-resa bastante al público. Este aplaude al au-tor y á los artistas, y sale complacido delteatro.

La otra comedia estrenada sé llamaba Ala alta escuela, y no merecía los honores dela representación. Así lo ha comprendido laempresa, retirándola enseguida de la escena.

En la ejecución de ambas se distinguieronmucho la señora Hijosa y el Sr. Morales, queson los sostenedores del teatro, como se dis-tinguen también extraordinariamente en lapreciosa comedia La alegría de la casa, arre-glada por los señores D. Cayetano Rosell yD. Isidoro Gil, obra que siempre excita graninterés en el público, y que la señora Hijosainterpretó de una manera verdaderamentemagistral.

El teatro de la Comedia ha ofrecido alpúblico una especie de revista que por suscondiciones vivirá bastante tiempo en la es-cena. Es un boceto en tres actos y nuevecuadros, titulado Adiós, Madrid, y escritopor los conocidos literatos D. Vital Aza y donMiguel Ramos Carrion.

Sus chistes y escenas, verdaderamentepopulares, mantienen la risa en los labios delos espectadores, y divierte á éstos extraor-dinariamente. La obra no tiene pretensiones,y presenta una serie de cuadros animados dela vida de Madrid. Julianito Romea hace seispersonajes distintos. También se distinguenla señorita Fernandez y los señores Mario yRosell.

Los teatros líricos no han ofrecido nove-dad alguna en la última semana. La empre-sa del Real parece que se ha fortalecido con

nuevos elementos, y ha hecho adelantos átodos los artistas y corporaciones, para quese v«a que tiene grandes recursos. Nos ale-gramos, pero más celebraríamos que lograraestablecer cierto orden en el repertorio y enlos trabajos artísticos, aprovechando más elconcurso de los artistas que tiene contrata-dos, y complaciendo más al público respectode las obras que pone en escena y de la pre-paración y ensayos que éstas requieren.

Prepárase Otello, por la señora Nilsson yTamberlick; Don Pasquale, por la señora Or-tolani, y El Rey de Lahore. Esta última llevaya tres meses de preparación.

—Lucrecia, puesta en escena en el teatroReal por las Sras. D'Angeri y Scalchi-Lolli ylos Sres. Gayarre y Maini, ha sido un nuevoy verdadero fracaso, especialmente por par-te de este último, que mereció evidentes de-mostraciones de disgusto por parte del pú-blico. La Sra. Scalchi no puede con esta ópe-ra. La Sra D'Angeri mereció algunos aplau-sos, y el Sr. Gayarre pasó.

El teatro de la Zarzuela ha ofrecido portoda novedad una representación de La Mar-sellesa y varias de Los Magyares, que perte-nece á los buenos tiempos de la Zarzuela, yque siempre escucha con gusto el públicode Madrid.

No hablaremos de la ejecución de estaobra, porque peor es meneallo. Sólo diremosque el director de orquesta, Sr. Nieto, se hapermitido el lujo de dirigir la obra con la par-titura cerrada, y así salió ello. Verdad es queno hubiera salido mucho mejor aunque hu-biese dirigido con la partitura abierta, por-que el Sr. Nieto no tiene la mayor parte delas condiciones que se requieren para ser unregular director.

Está en estudio en este teatro la zarzuelanueva Dos huérfanas, de autores desconoci-dos hasta ahora.

El empresario Sr. Salas y los directoresartísticos Sres. Fernandez Caballero y Larrasaldrán en breve para Paris, sin duda conobjeto de traerse unas cuantas obras quearreglar, y regenerar con ellas el género lí-rico español. Mientras tanto, los libretistasy compositores españoles continúan sumi-dos en el sueño de la inocencia.

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NÚM. 309. BIBLIOGRAFÍA. 127

BIBLIOGRAFÍA

MEMORIAS DE UN SETENTÓN, por D. Ramónde Mesonero Romanos.

Los preciosos y bien adquiridos laurelesde un antiguo escritor de costumbres acabande reverdecerse con la publicación de un li-bro cuyo título es el que encabeza estas li-neas. La literatura española contemporáneatiene una nueva joya con que adornar su yaespléndida corona. El inimitable pintor decostumbres populares, el ilustre autor de lasEscenas matritenses y de El antiguo Madrid,después de algunos años de sensible silencio,ha lanzado á la luz pública una obra que cons-tituye una serie de cuadros'de los principalesacontecimientos de que ha sido teatro nues-tra patria, y sobre todo Madrid, en la prime-ra mitad de la centuria en que vivimos.

La originalidad es una de las cualidadesque más sobresalen en el trabajo del Sr. Me-sonero Romanos. En la introducción exponeel carácter del libro, que no es de historia,sino de aquellos caracteres anecdóticos sufi-cientes á darla el colorido especial que pue-de imprimir á los hechos quien ha sido testi-go de los mismos. Dotado de privilegiada ycasi maravillosa memoria, ha reproducidocon su brillante pluma todas las impresio-nes que en su infancia y juventud recibiera.Su instrucción y elevado criterio, acrisola-dos ambos en el yunque de la experiencia,centuplican el mérito de la obra, que constade veintiocho capítulos, cuyos títulos son:1808. El 19 de Marzo, 2 de Mayo y 4 de Di-ciembre; 1809 á 1812. La ocupación francesay el hambre de Madrid; Los aliados en Ma-drid) Los franceses por última vez; Salaman-ca y los Arapiles; 1814. Las Cortes en Ma-drid y aniversario del 2 de Mayo; Regreso deFernando; 1815-1816. Madrid y los madrile-ños; La corte de las Españas; 1820. La revo-lución; Período constitucional en sus variasfases; Postrimerías de la Constitución; El si-tio de Cádiz. 1824-1826. Usos, trajes y costum-bres; 18274828. La juventud literaria y polí-tica; 1828-1830. Ojeada á la época calomardi-na; 1830-1831. Episodios literarios, El Par-nasillo, El teatro y los poetas; Los pseudóni-mos; 1831-1832. La corte de Fernando y Cris-tina; 1832-1833. Entre la vida y la muerte, Lajura de la princesa; 1834-1835. Cambio de de-coracion, El cólera morbo y Mejoras mate-

riales; 1835-1840. Revolución literaria; El ro-manticismo; El Ateneo; El Liceo; 1843. Adiósá la historia; La prensa periódica y Un pro-nunciamiento andaluz; 1846-1850. La cargaconcejil.

Con la sola enunciación de estas fechas ytítulos se demuestra el grandísimo interésde que ha de estar revestido tan importantelibro, en el que se saborea el clásico estilocervantino por cualquiera de las páginas quese abra.

El Sr. Mesonero dice que se dirige á unpúblico que ya no es el suyo; pero nosotrospodemos desde luógo asegurar que se ha de"recibir su producción última con igual aplau-so y entusiasmo con que cuarenta años atrásfueron acogidos aquellos inolvidables artícu-los que salian de la galana pluma de El cu-rioso parlante.

Escenas de la vida íntima, enlazadas conlos sucesos públicos; cuentos y canciones,anécdotas que la imaginación del pueblo hacreado en su brillante fantasía; impresiones,del momento, rasgos de oportunidad; todoeso encontramos en las Memorias de un se-tentón, en términos que puede decirse quecon su lectura se asiste á los diversos episo-dios madrileños, ya de la guerra de la Inde-pendencia, ó de nuestras desgraciadas y múl-tiples discordias intestinas; de los trajes,usos y costumbres, ó de todas las peripeciasacontecidas en la revolución literaria, pri-mero con el romanticismo, y después en loscélebres centros, como el Ateneo y el Liceo,plántelas frondosos de que ha nacido esaserie de preciosas y aromáticas flores, gloriadel Parnaso españoi en todas sus brillantesmanifestaciones.

El autor ha querido enmudecer al llegaral año 1850, y le aplaudimos la idea. Era de-licado hacer comentarios acerca de lo que hapasado en nuestros dias. Aun, prescindiendode este tercio de siglo, todavía respecto ámuchos de los hechos anteriores ha de darsu definitivo fallo la historia. Nosotros, ennuestro alejamiento de toda cuestión políti-ca, nos abstenemos de emitir opinión acercade diversas cuestiones, que pueden ser apre-ciadas con variedad de juicios.

El estilo es sencillo, castizo, ingenuo; huyede las exageraciones y de los rasgos de pe-dantería. Distingüese ademas por su impar-cialidad; no se apasiona por determinadaspersonas, localidades, ideas ni hechos, locual es indudablemente muy apreciable. Es,

Í en una palabra, una crónica de aquellos

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tiempos, el legajo de olvidado archivo que sedesenvuelve ante nuestra vista.

Algunos acaso califiquen, aunque injus-tamente, de triviales muchos de los detallesque consigna; pero eso mismo da más impor-tancia y curiosidad al trabajo.

Modestísimo el autor, hasta un exagera-do alarde de humildad, termina su libro conun romance ya publicado en 1845, donde hacesu profesión de fe y lo adiciona con algunosversos más, escritos en la ocasión presente,y afirma que

«Nada era, nada soy;A mi nulidad me atengo,Y lo mismo ayer que hoy,A mis soledades voy,De mis soledades vengo.-»

Bien puede asegurar el Sr. Mesonero quesu nulidad es de esas que figuran muy altoen el concepto público. El venerable anciano,que tiene la suerte de ver su apoteosis y asis-tir al juicio que de sus obras empieza á for-mar la posteridad, es, como el insigne Bretónde los Herreros y el inolvidable Quintana,una de las glorias nacionales, así como acon-tece con los ilustres autores de Los Amantesde Teruel y de El Trovador, todavía vivos porfortuna, que son otros tantos soles, cuyosdeslumbradores reflejos han de alumbrar ámuchas generaciones.

Bien hayanios escritores que, como Me-sonero Romanos, han colocado tan alto elpedestal de su fama. Reciba la más cordialenhorabuena el que, si bien es cierto se des-pide del público, puede estar seguro que suslibros, y muy en especial el último, figuraránen la biblioteca de toda persona instruida,mientras exista el idioma del inmortal Prín-cipe de los ingenios españoles.

JOAQUÍN OLMEDILLA Y PUIG.

20 de Enero de 1880.

BIBLIOTECA DE SEÑORAS.—Tomo V: El de-ber cumplido, novela original de la señoradoña Faustina Saez de Melgar. — Tomos VI,VII y VIII: Angela ó El ramillete de jazmines,novela original de la misma señora. — Ma-drid, 1860.—Silva, 29, segundo.—-Cuatro rea-les cada tomo.

Conocido el encanto que tienen todas lasnovelas de la señora Saez de Melgar, no he-mos de detenernos en analizar las que aca-

ban de ver la luz y dejamos anunciadas. Eléxito de la Biblioteca de Señoras es pruebaevidente del acierto de su directora. Los sus- critores de esta Biblioteca han recibido comoregalo una plegaria para canto con acompa-ñamiento de piano, preciosa composición mu-sical de la señorita doña Gloria Melgar, conletra de su señora madre doña Faustina. Laseñorita de Melgar revela grandes condicio-nes artísticas, y la felicitamos sinceramentepor su obra.

Tratado práctico de las enfermedades delestómago, por M. Leven, médico-jefe del hos-pital Rothschild. Versión española del doc-tor D. Manuel de Tolosa y Lataur, con unprólogo del doctor D. Rafael Martínez y Mo-lina, catedrático de la facultad de medicinade Madrid. Un tomo en 4o de 356 páginas.Madrid; 1880.—Imprenta de E. Teodoro.

Es, te nuevo libro es el fruto de varios añosde trabajo consagrados á experimentos fisio-lógicos y observaciones clínicas, y la mate-ria de que en él se trata la constituyen laetiología, anatomía patológica, sintomatolo-gía, diagnóstico y tratamiento de la dispep-sia, especie morbosa á que puede decirse quese reducen todas las enfermedades del estó-mago, exceptuando el cáncer, que nace bajola influencia hereditaria.

Precio: 20 reales en Madrid y 24 en pro-vincias.—Los pedidos á la administración,Mesón de Paredes, 31, segundo.

Documentos de la comisión creada por realdecreto de 15 de Agosto de 1879 para informaral Gobierno acerca de los proyectos de ley so-bre reformas en la isla de Cuba, publicadosen la Gaceta de Madrid del 13 de Noviembreúltimo.

Un folleto en gran folio de 70 páginas.—Madrid, 1879.—Imprenta nacional.

** *Estadística minera de España, correspon-

diente al año 1874, publicada por la direcc-cion general de Obras públicas, comercio yminas.

Un folleto de 90 páginas en folio, conapéndices.—Madrid, 1879.—Imprenta del Co-legio nacional de Sordo-mudos y de ciegos.